Subido por Javier Rey

Lo clínico y el movimiento

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Lo clínico y el cuerpo
Son cuerpos, solo cuerpos los que construyen un espacio que llamaremos clínico. Y es que
el espacio no es lo que contiene ​a priori​ los cuerpos, sino que son los cuerpos los que
producen el espacio. Los cuerpos son los encargados de producir el espacio que los
alberga y en el que se mueven, las disposiciones de los elementos, las materialidades e
inmaterialidades (si es que podemos hablar de ellas). Aparece aquí la antigua disputa
acerca del vacío y la posibilidad de algo nuevo en el mundo; ideas que están directamente
relacionadas, ya que si no hay vacío, hay lleno, pero si lo que hay es lo lleno ¿cómo se
dispone lo nuevo? Esta es quizás la principal razón por la que Lucrecio postula el vacío al
mismo tiempo que el ​clinamen​, el primer concepto que caracteriza específicamente un acto
de creación.
Y todo esto conduce a la idea de clínica, o por lo menos a una idea de clínica. En principio,
y como sea que la comprendamos, clínica refiere a un cambio de dirección, a nuevas
disposiciones. Sea en términos médicos, en términos psicológicos o filosóficos. El enfermo
que es curado debido a la inclinación del clínico que busca acercarse a la dolencia para
curar una herida, elevar al doliente a la posición vertical, la normalidad. El ser afectado por
una inadecuación a un medio que busca ser intervenido por el clínico para readaptarse a
determinadas normas. El psicólogo que busca construir con el paciente espacios de vida
más adecuados a sus modos y al mismo tiempo reinventar sus modos para hacerlos
adecuados a los mundos co-construidos. El artista que busca afectar y por lo tanto producir
otras formas de percibir. El filósofo que produce redes conceptuales que buscan componer
otros mundos, actualizaciones de lo virtual, ni posibles ni pensables.
Clínico es el corte entre movimientos que busca disponer nuevos modos en los cuerpos, o
sea nuevos cuerpos, que produzcan nuevas espacialidades y nuevas temporalidades.
Algunos de estos cortes buscan restituir espacialidades legales, otros espacialidades
saludables, otros simplemente espacialidades otras solo por la necesidad de que haya otros
espacios y otros tiempos. ​Formas​ podríamos decir, si no fuera porque el cuerpo que
postulamos es otro cuerpo, más allá de la forma que suponemos que es tal cuerpo. Lo
clínico no refiere entonces a un proceso especializado -ni médico ni psicológico- sino
realmente a un quiebre, al acontecimiento del que puede emerger otro mundo, otras
corporalidades.
Lo clínico comprendido de esta manera se vuelve una política del encuentro, el encuentro
una ética de los cuerpos y los cuerpos una poética del universo. Nada de lo clínico, en esta
mirada, se dirige a una especificación psicológica, así como a una especificación médica. Al
contrario, tanto las especificaciones como las especializaciones no hacen más que recortar,
restringir lo nuevo al campo de lo posible, entendiendo aquí lo posible como la combinatoria
de lo existente.
En esta dirección vamos, en la de lo clínico tal como lo acabamos de plantear, en lo clínico
en los cuerpos, cuerpos que aún debemos comprender, construir, producir el cómo de las
corporalidades y los encuentros.
Cuerpo-vacío
En cuerpos pensamos, ¿podemos pensar en algo más? ¿Asociamos cuerpo a materia?
¿No es acaso algo más que materia? Y cuando pensamos en cuerpos pensamos en
individualidades, vacío entre cuerpos, cuerpos solos, chocando, manejándose… ¿cómo
llegamos a pensar así?
En cuerpos pensaban Demócrito, Epicuro y Lucrecio. Cuerpos pequeños, imperceptibles,
pesados, individuales, indivisibles (ya que si fueran divisibles habría cuerpos aún más
pequeños) llamados átomos. ¿Y entre los átomos? Vacío. Si pensamos en cuerpos tan
pequeños que no pueden ser más que ellos mismos su estructura y los pensamos en
movimiento, esto solo se vuelve posible si entre ellos hay espacio que no contiene estos
pequeños cuerpos. Pero siendo ellos los más pequeños posibles, si no están ellos mismos
ocupando el espacio entre ellos, nada más lo puede ocupar. Entonces: vacío. El vacío fue
necesario para Lucrecio, pues sin el vacío sus átomos no podían, a partir del movimiento en
caída libre, adquirir inclinación. Inclinación caprichosa que permite la existencia de las cosas
del mundo, desde los objetos más básicos hasta nosotros, los seres humanos, los espíritus
y las almas. Solo por el vacío entre los átomos lo nuevo es concebible, la creación, lo
impensado. Pues el ​clinamen​ es justamente lo impensable, así como los átomos son lo
imperceptible.
Solo por el vacío entre los cuerpos lo nuevo es posible. Solo por el vacío entre los cuerpos
lo nuevo es posible. Solo por el vacío entre los cuerpos lo nuevo es posible.
Parece que esta consigna se repitió miles de millones de veces a lo largo de los tiempos
desde Lucrecio hasta nosotros.
Lo vimos en la escuela y el liceo: básicamente somos vacío, nuestros átomos son tan
pequeños en comparación con el vacío entre ellos que podemos convenir que estamos
constituidos de vacío.
Llega hasta la formación misma de la sociedad a partir de sus individuos en un doble
movimiento: siendo individuos completos, individuales, indivisibles, sólo a partir del esfuerzo
en la comunicación podemos sostener eso que llamamos sociedad. Aparece una especie
de ​clinamen ​solidario, voluntario, un movimiento producto del esfuerzo individual de dos o
más individuos que aún sabiéndose incomunicables (pues, ¿cuál es la sustancia que
comunica en el vacío?) buscan aquello que saben que no corresponde más que a uno
mismo. Todo lo que veo está en mi retina, todo lo que escucho está en mis oídos, todo lo
que palpo está en mi piel. Como individuo individual nada sucede fuera de mí, tan solo el
vacío. Sin embargo no sería únicamente la comunicación lo que sostiene la vida en
sociedad sino justamente aquello que no buscamos comunicar y se pasa por desborde,
movimiento involuntario y más individual que todo, capricho, ​clinamen.​ De esta manera
clinamen​ pasa a ser el acto individual por excelencia, el capricho del individuo que choca
contra los otros y conforma al mundo a través de una física natural, la ilusión de los
fisiócratas.
Sujetos-objetos solos en el universo, seres-ahí, encuentros sin encuentros, insondables, sin
acceso real a lo real del que somos parte, ciegos, sordos y mudos. Y a través de ese no
encuentro parecería que algo sucede, le dicen arte, le dicen creación, le dicen ciencia, le
dicen ​aquello insondable que surge entre los cuerpos, entre los sujetos, entre los individuos​.
Parecería una dulce resignación la del no encuentro. La del otro siempre Otro. Es también
una política. En cierto modo, una política de la resignación.
Cuerpo-potencia
Se expande. El cuerpo se expande y es mucho más que lo que contiene las fronteras de la
piel o la psiquis de un sujeto subjetivado. Nos deshacemos de las partículas, del mundo
particular que construimos y logramos percibir otro mundo, otro universo. Si funcionamos
como mónadas, quizás sea la hora de comprender que no tenemos por qué encarnarlas y
podamos experimentar otros funcionamientos. Un universo de energías, de ondas de
frecuencias diversas que por momentos resuenan y por momentos chocan, se anulan o
componen en otras ondas, otras frecuencias. Produciendo sustancias de distintos atributos,
densidades, composiciones, velocidades. Una danza infinita y continua aun en su
detención.
Si Lucrecio establecía el vacío entre partículas era para que la sustancia pudiera existir y
mutar, no para establecernos en esa soledad absoluta en la que terminamos viviendo. El
vacío en Lucrecio podrían ser aquellas ​vacuolas de soledad​ deleuzianas donde
encontraríamos finalmente algo que decir-hacer. Después los estudios lucrecianos llevaban
a un movimiento sustancial, el de las turbulencias, el de los tornados. Quizás la primera
sociología molecular. ¿Y no fue Tarde el que dotó de puertas y ventanas aquellas mónadas
ciegas?
Algo más sucede en nosotros y no es que soy solo, ​ser-ahí​. Algo más sucede entre
nosotros y no es el aire que nos separa. En mí, en nosotros, la sustancia modalizándose, la
sustancia como modo, la misma sustancia que ocupa el ​entre​, con otras densidades, con
otras velocidades, vectores del movimiento y de la consistencia. ​Transistencia​ le llamaba
Guattari a aquella consistencia intuitiva, racional-relacional y no racional-racional. Entre
nosotros justamente el ​entre​, y ya no hay vos y yo, a veces un ​nosotros​, pero siendo ​entre
sin objetos ni sujetos en sus extremos. Nos constituimos ​entre​ cuando vos y yo ya no
importamos por fuera de ese ​entre,​ pues ya no hay f​ uera​. En el ​entre​ que se produce como
modo de la sustancia vos y yo estamos contenidos, entonces el entre es más. Más todo, no
importante, sino ​Todo abierto,​ aquello que expresa las armonías del Universo, una poética
molecular no particular que con vidas y muertes hace del lugar el lugar y del tiempo el
tiempo.
Entonces, el cuerpo. ¿Qué cuerpo? El cuerpo-materia-piel-adentro, también el
cuerpo-pensamiento, también el cuerpo-resonancia-interna, también el cuerpo-desfasado,
cuerpo-desonancia, cuerpo-medio. El cuerpo como aquello indisociable del medio, porque
son los potenciales del medio los que conectan y definen tal cuerpo. El cuerpo como
cuerpo-entre, cuerpo-potencia. Potencia actual, distinta a la potencia en potencia. Todo es
potencia, nada es ​en potencia​. Simondon nos habla de los ​potenciales preindividuales​:
potenciales-energéticos-materiales que no actualizaron como cuerpo en el proceso de
individuación actual, pero están allí para disponer nuevas individuaciones, donde ocuparán
otros lugares, otras funciones. Si hay individuo es porque en cierta forma es funcional a un
espacio-tiempo producido junto con tal individuación. El individuo ni siquiera es función, sino
funcional a la realidad que produce la operación de individuación. Aquí el cuerpo como
relación, un cuerpo-relacional que al mismo tiempo que se individúa se expande en ondas
vibracionales al mundo circundante. Así la individuación que Simondon llama psicológica,
solo se resuelve en lo colectivo, en la individuación colectiva.
Ya no la clínica del Otro, del infinitamente Otro. Ya no la clínica resignada del aislamiento
absoluto, de lo real inaccesible, de la construcción simbólica necesaria. Lo real es esto, no
es simbólico, no lo resolvemos solos aunque precisemos las vacuolas de soledad. Que no
sean más que eso: vacuolas.
Tus palabras son reales, me alegran y me duelen; tus manos son reales, tus movimientos y
caricias, las tensiones; el afecto es real, la sensación no es un engaño del cerebro, pega en
el pecho y eriza la piel; aquello que me tira hacia vos y vos y vos y vos… es real,
absolutamente real. Es lo que hay, es lo único que hay. Construimos dioses, matamos
dioses. Construimos sociedades, destruimos sociedades. Construimos proyectos,
saboteamos proyectos. Construimos teorías y queremos cubrir todo, todo lo que tenemos,
con ese velo casi transparente de lo simbólico, del sentido, de la ilusión; cuando lo real está
aquí, en nosotros, con nosotros, entre nosotros, golpeando cada vez más duro ante nuestra
ignorancia cada vez más grande.
Y una clínica posible: una clínica de lo real. Sin interpretaciones, sin lecturas enrevesadas,
sin simbolismos de libro, sin especialistas clínicos. Una clínica del encuentro que nos ponga
en un lugar sin distancias mayores que la de los propios cuerpos-piel, y en lo posible
menores que ésta. Una clínica que me encuentre desnudo frente al otro, para que deje de
ser otro, para que yo deje de ser otro, para que el ​yo​ ya no importe. Una clínica que
comience sabiendo que yo me construí como Yo y que el otro se construyó como Otro, que
no lo niegue, pero que no se resigne y busque quebrar esas fronteras más individualizadas
que individuantes. Una clínica que comprenda que no estamos para el otro, que este no es
su espacio; que estamos para experimentar el producirnos de otros modos, que estamos
para el mundo que somos, que pienso contigo y no sobre vos, que es el espacio esto que
producimos y que este, nuestro espacio, puede ser otro, puede ser otro. La clínica y lo
clínico. Lo clínico como política de los cuerpos nunca solos, pero ahora solos, de los
cuerpos ahora solos, pero que aún solos solo se resuelven en lo colectivo, en los
potenciales preindividuales que buscan actualizarse para producir esos otros modos. Otro
clinamen.
Quedan los cuerpos.
Cuerpo-danza
Voyeur.
Me lleno la mirada de los cuerpos que toman distancia del suelo, que se pelean con la
gravedad y se resisten en el aire, que caen y se aplastan, que se dejan atraer por la Tierra y
acariciar por la atmósfera, que adquieren vibraciones locas de enormes frecuencias
inconstantes, que expanden su cuerpo al espacio que lo rodea y lo contraen al punto sin
dimensión, que se enlentecen hasta la inmovilidad, que insisten en la eterna repetición
donde todo lo demás sucede, que no pueden dejar de mutar.
Me lleno la mirada de los encuentros, de los cruces y convergencias, de los roces y las
distancias, de las fusiones y las fundiciones, de las divisiones y disociaciones, de los
encadenamientos y los desprendimientos, de los nuevos cuerpos, de los nuevos espacios y
los nuevos tiempos, de las transformaciones y permanencias, de la delicadeza y lo sutil, de
la agresividad y lo grotesco.
Composiciones del mundo, de un mundo que transcurre en un mundo que transcurre en el
primero. Mundos que se componen mutuamente, cuerpos que se componen mutuamente.
Voyeur porque no solo observo, porque lleno la mirada, porque me alegra, me atrae, me
mueve, me tira hacia los cuerpos, me ladea, me conecta con lo absurdo de un mundo que
no hace más que construir sentidos, llena no solo la mirada, sino el cuerpo entero: de
tensiones, alteraciones, aflojes, movimientos involuntarios, sonrisas, gestos sin códigos,
pensamientos otros, corporales, que en principio no entienden nada y después ya no
importa, que intuyen un mundo de muchas y muchos, de gases, sólidos, líquidos, materias
etéreas, inertes, vivas o semi-vivas, que se mezclan, se inmiscuyen unas en otras, no se
dejan en paz, porque no hay paz, porque no hay guerra, solo materias que se atraviesan, se
funden, se separan, unas de otras, a otras, en otras.
Voyeur porque no puedo dejar de querer estar ahí, de mezclarme, de producir los
movimientos y las detenciones, los quiebres y sinsentidos; no puedo dejar de querer estar
ahí, observando, llenándome de los colores, los olores, los sonidos, las transformaciones,
las líneas que componen la mirada, las músicas que componen una escucha. Voyeur
porque es un lugar dentro de esa gran composición, ya no observador simplemente, ya no
el ojo crítico de un arte que jamás comprenderé como parte de ese universo de órdenes y
códigos. Y a veces me dejo llevar, sin mucho permiso, sin mucha espera, y es que cuando
se espera no surge, surge cuando surge, cuando se siente que el cuerpo es un verdadero
autómata movido por un controlador externo, cuando ya no decido, cuando ya no imagino
qué es lo que haría, el cuerpo va, solo va y hace… ¡quién sabe lo que hace! Afectos,
experimentos, sensaciones que no quieren más que suceder. Y sólo después, un ​después
de…
​ , un ​después​ después de algo que se atenúa, que se orienta hacia algo que podríamos
llamar un sentido, un pensamiento, un decir sobre eso que en principio no tiene nada para
decir. Solo después parece que tendría algo para decir.
La danza entonces es una soledad, una soledad habitada por millones de cuerpos que
hacen a un cuerpo, aquel que es solo, que experimenta un ​hacerse solo​ habitado.
Volvemos a los vacíos de Lucrecio y las vacuolas de soledad de Deleuze. La soledad del
acontecimiento, donde lo intenso es en sí mismo, donde lo intenso produce un tiempo
propio de lo intenso, y alrededor todo sucede mientras acá, en este centro indeterminado,
todo se detiene y, al mismo tiempo, alrededor nada sucede mientras acá, en este centro
indeterminado, aparece todo lo que hay porque no hay nada más que este centro. Es la
insistencia, ​insistere:​ posicionarse interiormente, producir una interioridad a partir del
posicionamiento ante lo exterior, un tiempo fuera del tiempo ​cronos.​ Cuerpo-tiempo. El
cuerpo-danza es un cuerpo-tiempo. Todos los cuerpos lo son, sin embargo el cuerpo-danza
lo comprende y lo lleva al extremo, al tiempo puro donde el espacio también se produce por
las intensidades que lo habitan… al cuerpo, al tiempo, al medio, al cuerpo-medio.
En el danzar otro cuerpo surge, otro tiempo se abre. En el danzar otro cuerpo surge, otros
espacios nos habitan.
Hace unos diez años, en una primera presentación desde la psicología, en un congreso de
Madres de Plaza de Mayo, decíamos: imaginemos que tenemos un cubo, con sus caras,
con sus aristas y su vértices. Comprendemos las miradas que lo producen de otros modos:
de un costado es un cuadrado, desde un vértice vemos un pentágono. Pero no es de esto
de lo que hablamos, no nos referimos a perspectivas de un real. Se trata del vértice que se
abre, que se expande, que produce espacio, que de su interior surgen otros elementos, que
sus aristas comienzan a desvanecerse y a ser el medio que las contenía, y a hacer del
medio el cuerpo del que ese medio se suponía exterior. La pregunta que surgía era: ¿Cómo
completar una observación si los ojos que la componen no paran de sumarse? Hoy
podemos agregar: y en esa suma los ojos hacen y son el cuerpo de la observación, el
cuerpo y el medio.
La danza como cuerpo-tiempo no para de producir nuevas espacialidades, insistencias,
modos de vida, que lejos de las formas, se producen en relaciones puras y proponen, casi
sin quererlo, otros mundos. De ahí que lo clínico componga el danzar, y que el
cuerpo-danza se inmiscuya sin retorno en lo clínico.
Lo clínico y un danzar contemporáneo
De alguna manera hay dos líneas paralelas que se conectan por lo que sucede entre ellas.
Lo que sucede entre ellas es el cuerpo. ¿Un cuerpo en el vacío entre dos paralelas? No
habrá más vacío que aquel que posibilite que algo nuevo suceda: el cuerpo.
Lo clínico. Me propuse investigar lo clínico como aquello que acontece y dispone nuevos
modos. Bajar la Psicología de su cielo cósmico, de sus leyes universales y abstractas y
ponerla a jugar en la misma práctica que alguna vez llamamos psicológica. ​Psiquè y​ a no es
el foco porque su fugacidad, al escaparse del cuerpo moribundo, no comprende nada de la
vida, que compone materialidades, encuentros, choques, afectos y gravedades. Quizás el
concepto más precioso que conserve hoy la psicología sea el de ​lo clínico​, aquella irrupción
discontinua que nos produce en otros modos de vida. Así la antigua práctica psicológica
ladea su andar y se vuelca hacia un cuerpo-pensamiento que se aboque a disponernos en
afectos de alegría. Desplegando toda la heterogeneidad que la compone en un solo plano,
un plano que no deje nada por encima que comande, ni por debajo que explique.
La danza. Algo más lejos y más cerca al mismo tiempo, me encuentra totalmente en este
plano. Abolió los mandatos y las lógicas del movimiento bello, para preguntarse por el
cuerpo, por su masa, por sus movimientos y sus impulsos, por el deseo y también por la
gravedad, por Newton, por la termodinámica y Bergson, y por el afecto y la temperatura de
los cuerpos en contacto, por las distancias posibles y las posibilidades más allá de la
anatomía, por el aprendizaje y el desaprendizaje, por las imágenes, las lenguas, las
escrituras y las oralidades. Un danzar contemporáneo, por hablar de algún modo, pone todo
sobre un mismo plano y desde allí produce un algo que ya no se encuentra en el orden del
movimiento, sino de aquello que solo se sabe posible porque allí está, sucediendo,
funcionando, habilitando estos nuevos modos que caracterizan ​lo clínico​.
Y en esta investigación -que no puede tratarse más que de la misma vida- aparece la
distinción que Didi-Huberman propone para las imágenes: poder o potencia. No siendo
antagonistas, se comprenden diferentes, y en esa diferencia producen diferentes prácticas.
Prácticas de poder que establezcan el saber (aun el saber-hacer tan de moda), las leyes del
encuentro, modelización de los lugares y los roles, especificaciones y especializaciones de
la clínica,​ ese trascendente tan tentador, exclusivo y masónico, y que tan lejos se encuentra
de ​lo clínico. Lo clínico​ como pura potencia productora (disculpen, la potencia no puede ser
más que productora) desde los encuentros que la componen. Lo clínico es encuentro y sólo
encuentro, pero ese ​sólo​ es algo que es mucho más que lo que uno imagina como ​sólo eso.​
Es todo lo que se pueda poner sobre el plano donde ese encuentro suceda, y como nada
explica ni comanda aquello que suceda en el encuentro, los atravesamientos se exponen en
la superficie como puras potencias. La potencia como aquello que puede un cuerpo, dos
cuerpos, un encuentro.​ ¡Nadie sabe qué es lo que puede un encuentro!​ Ya no el poder
exigiendo a los cuerpos lo que deben, sino la potencia aumentando en ellos lo que pueden.
Un danzar contemporáneo alude a la potencia en la insistencia y en las posibilidades de los
cuerpos, en los despliegues del espacio (no en el espacio) y ya no quiere saber del poder
aunque el poder se reclame y se luche por ​la esclavitud como si se tratara de la libertad.​ En
este danzar todo cuerpo es potencia y todo ​entre los cuerpos​ también lo es, la potencia del
espacio posible para que el desvío, ​clinamen​, tenga su lugar. Y desde allí las
composiciones y descomposiciones se suceden, ya no en particularidades sino en
molecularidades, constituyendo y des-constituyendo los vacíos y los llenos, las
atomizaciones discontinuas y los flujos discontinuos. Un danzar sabe que, nunca estando
solo, la soledad puede tener su lugar para encontrar finalmente algo que decir, aquello que
ni siquiera se buscaba. Y sabe también que aún en la distancia de nuestro cuerpo
individualizado por las fronteras de la epidermis, todos los otros están en nosotros desde lo
incapturable, desde un común irrepresentable. ​Un danzar​ y ​lo clínico​ sólo es pensable
desde allí.
Entonces, nada es particular, nada es privativo, “este no es tu espacio”, lo hacemos juntos.
Y lo hacemos al mismo tiempo que hacemos un mundo que nos encuentra aquí, danzando
entre nosotros y con todo lo demás. ​Danzar​ es una poética y ​lo clínico​ no sucede más que
poéticamente, porque ya sin necesidad de los vacíos de Lucrecio, encontramos que es la
poesía aquello que sucede en el entre y no hay nosotros que no suceda allí. Y solo este
nosotros​ que se constituye en el ​entre,​ en la ​poesía ​del ​entre​, en lo ​común,​ es el que es
capaz que producir otro mundo no posible.
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