Relación individuo-sociedad en las sociedades contemporáneas Juan Ramírez Domínguez Facultad de Psicología, UNAM Introducción El conflicto generado por la relación individuo-sociedad fue una preocupación característica y constituyo uno de los motivos medulares de la teoría social del siglo XIX, y principios del XX. Tanto los filósofos como los juristas, los políticos, los sociólogos, etc. Consideraban, por un lado, al individuo (la persona humana) y por la otra, concebida de una manera independiente a la sociedad (la colectividad), como si se tratara de dos entidades abstractas, formales e irreductibles, que únicamente se relacionaban a través del eterno vinculo conflictual. Las tesis “individualistas” contra “colectivistas”, las “nominalistas” contra las “realistas” y las “contractualistas” contra las “institucionalistas” se enfrentaron constantemente al interior de la naciente ciencia social de esa época y su lucha se prolongó hasta principios de nuestro siglo. La posición individualista fue defendida entre otros, por teóricos sociales como Tarde y Mill, Ward, y Giddins mientras que Comte, Spencer, Tonnies y Spann, postularon la concepción anti-individualista. En una tercera posición, Simmel, Weber, Park, Burguess y Mac Iver adoptaron teorías de compromiso o de “interacción”. En Francia Durkheim, en Inglaterra Hobhouse y en EUA, Summer y Cooley se opusieron a esta última posición (de compromiso) y tomaron una posición claramente definida al expresar que todo hecho social, al ser irreductible a los individuos, ejerce sin embargo sobre ellos una preeminencia psicológica y moral, y llegaron a la conclusión (perspectiva que fue adoptada también por Mauss, Halbwachs y Bougle), de que el individuo reencontraba lo social también en las profundidades de su propio “ego” o “moi” (yo social). Estos antecedentes coadyuvaron a sentar las bases para la derivación de las actuales concepciones inherentes al respecto de la relación individuo-sociedad-individuo. 1 El presente trabajo describe los conceptos de individuo y grupo y analiza su relación. Se consideran los enfoques: a) sistémico, b) epistemológico materialista y c) del materialismo histórico. Y, por último, se analiza la relación individuosociedad en las sociedades contemporáneas. La integración social, como parte de la psicología social, es un término muy amplio para su estudio, y se enfoca en el individuo, en su adaptación con el medio social, y en sus propias necesidades para establecerse en un espacio socializador. Para comprender la integración social, se conceptualizará al individuo y al grupo, esto permitirá entender su interacción. Al desarrollar el primer enfoque se plantea y se analiza la evolución histórica de algunas concepciones inherentes a la relación sociedad-individuo, así como los criterios, emanados de dicha evolución y la perspectiva estructural-funcionalista y sistémica. El desarrollo de los enfoques, epistemológico materialista y materialista histórico, aportaciones del segundo y tercer autor respectivamente, describen, por un lado, la participación de lo social en la construcción y el efecto sujeto “individuosociedad” y por el otro, la relación sociedad- Estado y el papel de los fenómenos económicos y la ideología política en el proceso de socialización. I. CONCEPTOS. EL INDIVIDUO Y EL GRUPO El individuo se entiende como un “organismo único, considerado en sí mismo y en relación con la especie a la que pertenece, y de la cual sus características repiten el tipo general”, este concepto permite considerar que el individuo no es un ente aislado, ya que su relación con otros, permitirá la integración, de este modo pertenecerá a un grupo. El individuo en el grupo se “refiere principalmente a la manera y al grado en que la conducta del individuo es alterada por la presencia de otros”, siendo este uno de los estudios más importantes de la psicología social, que se ocupa de la importancia de la relación entre el individuo y el grupo. Entonces, al considerar los elementos descritos, el individuo por su naturaleza se constituye de acuerdo a su realidad; a su sociedad; y a su identidad, que “nos indica quienes somos y a quienes nos parecemos en particular”, y ésta dependerá de los factores sociales que rodeen al individuo como la educación, el desarrollo humano y social, el crecimiento de la población, entre otros. 2 Ahora bien, para comprender la integración del individuo a un grupo, debemos definir este concepto desde varios enfoques; de forma general, grupo se refiere al “conjunto de personas influidas entre sí que persiguen un fin común”; el psicólogo G.C. Homan lo define como “un número de personas que se comunican entre sí”. Marvin Shaw experto en dinámicas de grupo afirma “que todos los individuos tienen algo en común, y sus miembros interactúan. Por consiguiente, define grupo como dos o más personas que se interrelacionan y se influyen mutuamente.” Como característica principal, los grupos existen porque los individuos se comunican entre sí y pueden compartir objetivos, dicha comunicación entre dos o más individuos, como se mencionó anteriormente, conforman un grupo. Los grupos existen por diversos factores, como satisfacer una necesidad o compartir una información, por mencionar algunos. De manera más específica, se pueden considerar dos factores básicos, que son los factores biológicos, y los ambientales y de socialización. Los factores biológicos se refieren a que cada individuo nace con una combinación de genes, lo cual influye en el desarrollo y forma parte de la conducta, esto también se denomina genotipo. Los factores ambientales y de socialización, se refieren básicamente al ambiente que nos rodea, el cual es necesario para el desarrollo tanto físico como emocional, y la socialización permite adquirir y reflejar un modelo de conducta que se adopta en un grupo como la escuela, los amigos y principalmente la familia. Por otro lado, dentro de la estructura social, no es el individuo, sino el grupo, quien constituye en gran parte, la identificación del individuo, como parte de una colectividad. La colectividad se refiere “a todo lo que es común de un grupo o lleva consigo una organización, refiriéndose a la estructura o actividad de cualquier colectividad integrada por dos o más individuos”. Es así, que los miembros de un grupo tienden a considerar similitudes más que diferencias, esta característica de similitud, es la razón que permite la pertenencia en los grupos, una característica de similitud de grupo es la socialización, es decir, “el proceso de los nuevos miembros, que hacen intentos de moldearse a la forma de pensar y actuar del grupo”. 3 PERSPECTIVA SISTÉMICA II. a) Los fenómenos totales El campo de interés de las ciencias sociales (Psicología social, Psicosociología, Sociología) es, de acuerdo con Gurvitch (1968), la realidad social considerada en todas sus escalas y bajo todos sus aspectos, tanto estructurales como de todos los estadios y cortes. Todos esos estadios se yuxtaponen, se interpenetran y forman, sin que sea incluida una cierta discontinuidad, un conjunto indisoluble, que es definido bajo el interesante concepto de los fenómenos sociales totales. La existencia central de esta tesis del discípulo más importante de Durkheim, M. Mauss (1950), es la demostración implícita del concepto de fenómenos sociales totales, complementado por el de los fenómenos psicológicos totales; estos conceptos se remontan evidentemente a Durkheim, al respecto de que, bajo ciertos aspectos, el hombre total y la sociedad total se recubren completamente. Los fenómenos sociales totales son totalidades reales en movimiento (los fenómenos sociales totales se mueven). Este movimiento depende de la escala considerada, como pueden ser las manifestaciones de sociabilidad, los tipos de agrupamiento, o de sociedades globales, así como también de las circunstancias. Tienen primacía en todas las capas longitudinales, tales como las bases morfológicas, las modas, los modelos, los roles, las actitudes, los signos, las señales, los símbolos, las mentalidades. Lo significativo de esta aportación es que ellos expresan los hechos sociales en acto, es decir, en proceso de hacerse y rehacerse. Bajo la premisa de que la sociedad y los hombres que la componen se crean y se producen a sí mismos, podemos entender que el fin básico de las ciencias sociales es el estudio de los esfuerzos colectivos e individuales a través de los cuales se realiza este proceso. Lo que caracteriza a estas ciencias, o “la ciencia del hombre”, como SaintSimón las bautizó, es que la realidad que estudian es “la condición humana”, y que esta es la misma para todas ellas. 4 b) Determinantes psicológicos versus determinantes sociales La relación intra e inter sociedad e inter individuo puede ser analizada cuando menos de tres maneras diferentes a) a nivel de la conducta social del individuo, b) a nivel de la conducta de los grupos sociales y c) al nivel del funcionamiento (operación) de las instituciones. Es evidente que el estudio acerca de la realidad social involucrara necesariamente los tres niveles, dado que su propia naturaleza los hace complementarios e independientes. La definición misma de institución implica lo instituido por los hombres, en contraposición lo instituido por la naturaleza, y comprende el conjunto de formas o de estructuras sociales, tales como ellas son establecidas por la ley o por las costumbres e implica, de acuerdo con Montesquieu, a las leyes, a las costumbres y a las formas y maneras de las instituciones en particular y de la nación en general. En este sentido debemos aceptar el vocablo institucional, que se refiere a la influencia ejercida por los grupos sociales (familia, estado, estructuras sociales) sobre el desarrollo de la personalidad. Gardner Murphy (1932) considera como el primer psicólogo social, Hobbes, la sociedad humana, que no es natural, resulta de un contrato que se vuelve necesario para la naturaleza misma del hombre (Leviathan, 1651). Siguiendo este planteamiento, Rousseau (1755), afirma que para que ese contrato sea legítimo, no puede salir de la naturaleza del hombre, sino que, por lo contrario, este contrato cambia su propia naturaleza, Rousseau es el primero en estudiar las modificaciones que la sociedad impone a la psicología del individuo y afirma que “son las condiciones las que transforman y forman la personalidad”. En la psicología social precientífica (en Estados Unidos), a principios de este siglo Mc Dougall (1908) en su “Introducción a la psicología social”, postulaba que los hechos sociales se fundamentan en la psicología individual (teoría de los instintos) y también Ward en 1913 compartió esta perspectiva, pues explicaba la vida social a partir de la psicología individual. 5 Thorndike (1913) reacciona a esta posición, y pensando como psicólogo educativo, demuestra el papel que tienen la educción y el aprendizaje en la formación de los hábitos, mientras que Watson, también en ese año, afirma que son la educación y la tradición las que canalizan (condicionan) a las pulsiones indeterminadas, hacia la acción. En 1924, Allport publica un texto de psicología social y cristaliza esta óptica de las relaciones individuo-sociedad, el postular la existencia de seis grupos de reflejos predominantes (reflejos sociales) sobre los que se basa la vida social. Por otra parte, Baldwin y Cooley (1911), apoyados en el pensamiento de W. James (1870), la personalidad resultante de los instintos humanos bajo la forma de “ego social” que se desarrolla en las condiciones sociales, afirmaron que la sociedad e individuo forman un todo indisoluble, pues las ideas y los valores son producto de la vida real en los grupos primarios. George Mead (1934), al analizar el origen y la naturaleza social de la personalidad y la conciencia del “ego”, nos dice que esta nace en la conducta, cuando el individuo se convierte, por su propia experiencia, en objeto social, por lo que, en consecuencia, el “ego” es para el individuo, un dato social. Las instituciones sociales, al ser formas históricas de formación y de regulación de la vida social, (familia, escuela, iglesia, Estado, etc.), producen y reproducen tipos de relaciones sociales correspondientes a modos de producción determinados (Stoetzel, 1963) y de acuerdo a Lapassade (1981), son los elementos centrales que facilitan ya sea el desarrollo o el deterioro de la personalidad de los individuos que las conforman. Una posición generada en psicología social a partir de Le bon (1895), con su “Psicología de las multitudes”, respecto a que las disposiciones psicológicas producen y condicionan a las instituciones sociales, la defienden Linton (1936), en Antropología y Kardiner (1939), en Psicoanálisis, con “su estructura fundamental de la personalidad” o “personalidad de base” (Dufrenne, 1953). 6 Históricamente, las variaciones en las formas de conceptualizar al individuo y a la sociedad, se han producido en paralelismo riguroso con los cambios de la estructura social. A esto ha correspondido invariablemente una transformación de la estructura básica de la personalidad, incluyendo el carácter de su sexualidad. Así pues, no se puede considerar a “la sociedad y el individuo” como entidades excluyentes, extrañas la una de la otra, sino que son elementos impensables el uno sin el otro, dado que su función consiste en la participación e interacción mutua. Dewey (1927), sintetizo este pensamiento al expresar que “los dos términos, individuo y sociedad son de una ambigüedad extrema y que esta ambigüedad subsistiría fatalmente si uno se obstina en considerar esos dos términos como antitéticos”. Moscovici (1963) nos explica que una óptica individualista trata de determinar las variantes susceptibles de considerar el aspecto social o socializado de una respuesta o de un comportamiento, partiendo de un esquema que relaciona dos elementos ya dados y definidos independientemente el uno del otro: un ego (individual o colectivo) y un objeto, o inclusive un estímulo y un repertorio de respuesta. La relación sujeto-objeto en un contexto social, define las propiedades del objeto social al respecto del medio ambiente no social y distingue específicamente lo inherente al estímulo social, ya se trate del prójimo, del grupo, de la sociedad, o lo socializado, que es la realidad social, en oposición a la realidad física, a los objetos culturales, etc. Las instituciones sociales implican que existen juicios de valor –o todo un sistema social de valores-, inherentes a la sociedad en cuestión. Aquí podemos hablar de cultura o sociología dominante. Los valores compartidos, siguiendo a Wolfgang y Ferracuti (1971), pueden evidenciarse e identificarse en función de la conducta esperada, que está constituida por los actos que van desde lo permitido hasta lo obligatorio en determinadas situaciones de la vida. La actitud social de un grupo normativo frente a las diversas reacciones de una persona se cristaliza en normas o reglas sociales y su infraccion suscita reacciones del grupo (Sellin, 1938). 7 Estas reglas son llamadas “normas de conducta”, donde la conducta del individuo viene a ser una manifestación externa de que, en efecto, comparte valores con los integrantes de la comunidad social de la cual forma parte. Lewin nos comenta (1935), que el grupo al cual pertenece el individuo es el marco de referencia y el generador de sus percepciones, de sus sentimientos y de sus acciones y que por lo tanto el grupo social le proporciona al individuo su carácter figurado. Así algunos autores han hablado de “la influencia del grupo en el individuo”, de “la conformidad y control social”, de “normatividad social”, de “determinismo cultural”, o de “mente grupal”. No se puede negar que en cada sociedad hay unidades sociales organizadas, pero también, como lo menciona Lee D. (1950), es indudable que no todas las unidades mencionadas proporcionan libertad al individuo o tan siquiera la posibilidad y oportunidad de funcionamiento espontaneo. Aquí cabe citar a Gurvich (1950) al respecto de su concepción sobre la ciencia del hombre, a la que define como la ciencia de la libertad y de todos los obstáculos que esta encuentra. c) Evidencia de la importancia de las relaciones: enfoque sistémico. Una manifiesta y evidente de la repercusión sistémica de las instituciones sociales en los miembros de la misma se encuentra claramente expuesta en la manifestación burocrática de las instituciones, pues ejemplifica los medios de control social utilizados en el interior de cada sistema o subsistema cultural, para arrivar a los fines, metas y objetivos institucionales. Sin embargo, es únicamente a través de la acción, es decir, actuando a través de las instituciones y en las instituciones mismas, que una sociedad puede transformarse. La aportación de Merton (1957) y Crozier (1963), constituye, desde la perspectiva del análisis funcionalista, un desarrollo de la posición marxista sobre la influencia de las instituciones sociales sobre la personalidad, tanto considerándolas tanto en el sentido estricto como en el operatorio. Parsons (1951) ha utilizado el enfoque del sistema abierto para estudiar las estructuras sociales y ha proporcionado herramientas conceptuales específicas al delinear tanto ciertos subsistemas de una sociedad, como sus funciones. 8 La teoría general de sistemas hace hincapié en la íntima relación que existe entre una estructura y el ambiente que le da apoyo. El hecho de no asegurar insumos continuos, propicia que la estructura se deteriore. De este modo, una base crítica para analizar sistemas sociales la constituye sus relaciones con las fuentes energéticas que los mantienen. Esta teoría proporciona un marco útil para examinar las estructuras sociales desde diversas perspectivas, incluido el punto de vista psicosociológico, pues permite un análisis global de los sistemas y sus subsistemas sociales, (los sistemas sociales globales), que son integrados mediante las actividades diseñadas por sujetos sociales. Más aun, esas actividades son complementarias e interdependientes de un producto o resultado común. La combinación del macroenfoque con el microenfoque, contribuye al estudio de los fenómenos sociales totales, en la búsqueda por encontrar una formulación precisa sobre la dinámica personal, que explique a fondo la conducta de los sujetos sociales que viven, se reproducen y mueren en el amparo de las instituciones sociales. III. PERSPECTIVA EPISTÉMICO-MATERIALISTA Analizaremos las relaciones entre los individuos y las instituciones sociales desde una perspectiva epistemológica, para lo cual hemos dividido nuestro estudio en tres partes, a saber; a) la problemática de la relación objeto-sujeto de lo social, b) las lógicas de producción del conocimiento de lo social y c) el efecto sujeto: individuo-sociedad y la noción del sujeto social. a) La relación objeto-sujeto de lo social en el proceso de construcción de conocimientos. Partiremos de la tesis que concibe a la realidad social como una construcción, esto es, como un proceso de producción de conocimientos que se realiza concretamente sobre formas históricas y dentro de prácticas sociales, en particular de lo que podemos denominar la practica científica. 9 Es propio de la práctica científica la especificidad y la apropiación de un objeto definido en un cierto nivel de operación reproducible, que es lo que denominamos como la experiencia. Cabe destacar que el objeto de conocimiento es un objeto cambiante, que este posee una historia inscrita dentro de las historias singulares de ciencias específicas y bajo condiciones concretas. Esto nos permite señalar que no tendría sentido hablar de las relaciones individuo-sociedad en general, sino que debemos referirlo a condiciones especiales concretas, de tal suerte que podamos concebir que el objeto mismo de conocimiento es, a la vez, producto y producente de confrontaciones teórico-prácticas y que este se transforma de acuerdo a condiciones específicas. Mostraremos de manera genérica, la forma específica de realización de “lo social” entendido como la relación de oposición de lo individual y de lo colectivo, en el curso de las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX, en los momentos de emergencia de prácticas científicas en psicología y sociología. Las confrontaciones que tomaron lugar, en esa época daban cuenta de nuevas prácticas y de las condiciones históricas que las produjeron, mismas que eran a la vez; científicas y políticas. El surgimiento de dichas prácticas se inscribía en el intento de dar cuenta de nuevas transformaciones sociales, tales como: 1) nuevas relaciones de producción de las sociedades burguesas, 2) la aparición de nuevas relaciones sociales. Las prácticas científicas y sus confrontaciones a la vez que inquirían en el estudio de la realidad social, también el objeto propio de las disciplinas como instituciones de la sociedad. Estas confrontaciones planteaban la delimitación del objeto de sus disciplinas, en el estudio de “lo social”, al estudio de lo individual o de lo colectivo (y de sus fenómenos relativos) en exclusividad, o de los dos a la vez. Estas luchas conformaron, a través de las teorías y las prácticas especificas la historia inaugural de la psicología y la sociología. 10 b) Las lógicas de producción del conocimiento de lo social. Las nuevas relaciones sociales serán el objeto de estudio de la disciplina psicológica y sociológica, mismas que se darán a la tarea de identificar “lo social” a alguno de los elementos de oposición del individuo y de lo colectivo. Esta producción de conocimiento se realizará bajo las siguientes lógicas; la primera lógica corresponde a la adaptación, al ajuste, o el sometimiento de lo diverso (hombre-individuo) al todo unificado (la sociedad). Algunos de los elementos que caracterizan esta lógica son entre otros: a) la existencia de un elemento que se privilegia como objeto de análisis. G Tarde (1884), “la sociedad es una institución, es una especie de sonambulismo”, otro de los elementos que definen esta lógica es la forma que toma la posición entre lo real y lo abstracto y su correspondencia con los elementos de oposición del individuo y la sociedad. G Tarde (1884) “el individuo es lo único real”, “la sociedad es puro nomen, una abstracción. Por lo tanto, la vida psíquica de las conciencias individuales también encierra en sí misma toda la vida de la sociedad”. El autor, cuando se refiere al hecho social, “la imitación”, lo considera como de naturaleza psicológica (imitar es someterse al prestigio de un modelo, es abandonarse al poder de un magnetizador). Por último, el individuo, si bien se reconoce dentro de una interrelación, esta sigue una serie de relaciones y procesos que son pensados como diferentes de los colectivos, además se formula un orden concéntrico del individuo; hay una equivalencia entre la conciencia “individual” y una totalidad unificada el “yo individual” como un orden equivalente entre el orden de la conciencia y aquel del individuo “yo”. G. Tarde (1972) “las conciencias individuales dan nacimiento a las realidades sociales y la vida social es esencialmente una interpsicología”. 11 c) El efecto sujeto-individuo-sociedad y la noción de sujeto social. Como hemos visto en el apartado anterior, las lógicas que derivan del desdoblamiento de lo social, entendido como el dispositivo de lo colectivo, tiene una serie de efectos en la construcción de las practicas científicas, en particular nos referimos a las que toman lugar en el dominio de la psicología social. En primer término, tenemos la problemática del efecto sujeto social construido bajo la lógica del cuerpo orgánico y como un objeto natural. En este caso se da cuenta del sujeto bajo dos matrices: una, la de una relación de interioridad y exterioridad, v.g., el individuo y la sociedad como dos elementos separados que se relacionan mutuamente. Dos, pensada como consecuencia de la anterior establece el sujeto como una interioridad de la individualidad orgánica. IV. PERSPECTIVA MATERIALISTA-HISTÓRICA La vida diaria, lo cotidiano, nos muestra al individuo y a la sociedad en general, sometidos a sus instituciones económicas, políticas y jurídicas y esta apariencia, así percibida por los individuos como invertida y como poderes ajenos e independientes, son presentadas así por las instituciones, quienes invierten las conexiones reales de consciente e inconsciente y de abstracto y concreto. Así, escribe Engels (1968), hemos visto varias veces que, en la actual sociedad burguesa, los hombres están dominados como por un poder ajeno, por las relaciones económicas que han creado ellos mismos y por los medios de producción que ellos mismos han producido. En la formación social capitalista (Marx, 1975) el proceso de producción también domina al hombre, en lugar de que este domine ese proceso y la conciencia burguesa individual de esa economía lo considera como relación natural. 12 V. LAS SOCIEDADES CONTEMPORÁNEAS. La tiranía del Gran ISA. Una aproximación a la identidad individual Las esferas de la identidad ID: identidad deseada Ella contiene todo lo que el individuo, consciente o inconscientemente, “siente” en sí mismo como deseos de ser o de hacer, todo lo que lo “impulsa” hacia sus preferencias, sus gustos y sus inclinaciones. Tales deseos son insaciables; ellos incitan al individuo a buscar sin límite alguna cierta cantidad y calidad de “objetos de satisfacción” valorizados por la cultura vigente en un lugar y tiempo determinados, sean o no legítimos, según las posiciones sociales que le corresponden. IA: identidad asignada Ella contiene todo lo que el individuo percibe, explícita o confusamente, como las expectativas de los demás con respecto a sí mismo; es lo que él cree que su medio social espera de él, y que ha interiorizado en su conciencia moral. Esta identidad le indica, en consecuencia, las cantidades y las calidades de los “objetos de satisfacción” a los cuales la cultura les reconoce derecho de acceso, dadas sus posiciones sociales; simultáneamente le impone los límites que los demás asignan a su satisfacción legítima. IC: identidad comprometida Ésta se compone de los compromisos (conscientes o no) que el individuo asume con respecto a sí mismo, a propósito de lo que, en el futuro, quiere ser y hacer; es la imagen que se forma de sí mismo, en el tiempo, cuando dice “yo soy…”; es lo que cree deber ser y hacer para ser coherente consigo mismo, para salvaguardar su integridad identitaria, para asumir lo que es y lo que hace; es su manera personal de conciliar sus necesidades frecuentemente incompatibles entre sí, de satisfacer más o menos a todas ellas, a pesar de sus contradicciones y de los límites impuestos. 13 Deseos interiorizados (ID), expectativas de los otros (IA) y compromisos con respecto a sí mismo (IC): es todo esto lo que estructura, a mi modo de ver, nuestra identidad personal. Las zonas identitarias Estas tres esferas identitarias se recubren parcialmente: el individuo realiza siempre al menos una parte de lo que desea ser y hacer (IC e ID); y al realizarlo, satisface siempre más o menos lo que los demás esperan de él (IC e IA); y lo que desea para sí mismo nunca es enteramente incompatible con lo que los otros esperan de él (ID e IA). La estructura de la identidad individual comprendería, entonces, siete zonas articuladas entre sí. Z1: núcleo central de la identidad, donde coinciden las identidades asignada, deseada y comprometida; el lugar de la identidad donde el individuo siente que disfruta, a la vez, de la realización de sus deseos (ID) y de la aprobación de los demás (IA), y que puede, por consiguiente, estar satisfecho de lo que es y hace (IC). Las zonas periféricas situadas alrededor de este núcleo contienen rasgos identitarios que lo ponen en peligro, lo amenazan y lo sitian, sea a causa de lo que el individuo es (o hace), sea a causa de lo que él no es (o deja de hacer). Z2: zona de realización desviante, donde el individuo es (o actúa) para obedecer a sus deseos, pero contra las expectativas de los demás: lo que es (o hace) lo es (o lo hace) para sí mismo. Z3: zona de la sumisión obligada, donde el individuo es (o actúa) para responder a las expectativas de los demás, pero en contra de sus deseos: lo que es (o hace), lo es (o lo hace) en vista de los otros. Z4: zona de autodestrucción personal, donde el individuo es (o actúa) a la vez contra sus deseos y contra las expectativas de los demás: lo que es (o hace), lo es (o lo hace) contra sí mismo y contra los otros. 14 Estas cuatro zonas forman parte de la identidad comprometida: ellas contienen lo que el individuo es o hace. Por el contrario, las tres siguientes contienen lo que él no es o deja de hacer. Z5: zona de insumisión, en la que el individuo renuncia a ser (o a hacer), a pesar de las expectativas de los otros, porque esto no responde a sus deseos: él no quiere. Z6: zona de la represión, donde el individuo, consciente o inconscientemente, renuncia a ser (o a hacer), a pesar de sus deseos, porque los demás se lo prohíben: él no puede (no tiene el derecho). Z7: zona de inhibición, en la que el individuo renuncia a ser (o a hacer), aunque ello respondería a sus deseos, y si bien los demás no se lo prohíben o incluso esperarían que fuera de determinada manera (o actuara), él no sabe hacerlo, (no tiene la capacidad o los medios). Las tensiones identitarias Cuando las esferas de identidad se separan las unas de las otras, las zonas periféricas (de Z2 a Z7) de la identidad se “agrandan” y tienden a “aplastar”, a comprimir y a reducir el espacio del núcleo identitario central. Esta reducción del recubrimiento entre las tres esferas engendra en el individuo una sensibilidad, un malestar y un sufrimiento psíquico que se yo llamo “tensión identitaria”. Las tensiones identitarias se presentan bajo una forma general: el individuo se encuentra desgarrado entre lo que espera de sí mismo y lo que los demás esperan de él (tensión entre ID e IA). Las tensiones pueden originarse en todas las zonas periféricas de la identidad, en todo aquello que el individuo es (o hace), así como también en aquello que no es (o deja de hacer): • En la Z2 (zona de realización desviante): cuando el individuo es o produce actos (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), para satisfacer sus deseos, pero contra las expectativas de los demás; • En la Z5 (zona de insumisión): cuando el individuo no es o no produce los actos que responderían a las expectativas de los demás, porque no quiere. 15 La combinación de estas dos fuentes produce una tensión entre Z2 y Z5, que nosotros llamamos tensión de marginalización. • En la Z3 (zona de sumisión obligada): cuando el individuo es o produce actos (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente) para satisfacer las expectativas de los demás, pero contra sus deseos; • En la Z6 (zona de represión): cuando el individuo no es o no produce los actos que responderían a sus propios deseos (conscientes o inconscientes), porque sabe que los objetos que desea son ilegítimos y, por lo tanto, porque no tiene el derecho. De la combinación de estas dos fuentes resulta una tensión entre Z3 y Z6, que nosotros llamamos tensión de conformismo. • En la Z4 (zona de autodestrucción): cuando el individuo es o produce actos (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), a la vez contra sus deseos y contra las expectativas de los demás; • En la Z7 (zona de inhibición): cuando el individuo no es o no produce los actos que responderían sin embargo a sus propios de seos y que no han sido prohibidos (por el contrario, más bien han sido deseados) por los demás. La combinación de estas dos últimas fuentes engendra una tensión entre Z4 y Z7 que nosotros llamamos tensión de anomia. El individuo enfrentado a su identidad Las evoluciones culturales plantean a los individuos numerosos problemas identitarios. Y, por supuesto, son los jóvenes los que más los padecen: las personas de mayor edad han sido socializadas antes de que la tiranía del “Gran ISA”, se hubiera impuesto tan intensamente, o bien, basándose en su experiencia, saben administrar sus celadas mejor y relativizar sus mandatos. Ellos tienen una fuente común: los mandatos del gran ISA engendran en nuestros contemporáneos una sobrevaloración, una inflación y una expansión de su identidad deseada (ID). 16 Mientras que sus abuelos eran movidos por el derecho de hacer su deber, ¡ellos lo son por el deber de hacer valer sus derechos! Esta inflación de la ID engendra tensiones con las identidades asignada (IA) y comprometida (IC). De donde resulta un malestar identitario que puede asumir las tres formas específicas a las que me he referido anteriormente. La tensión de marginalización Puesto que el “Gran ISA” remite a sus derechos-deberes, los individuos, movidos por su cultura, buscan decidir por sí mismos y realizar los proyectos que creen conformes a sus gustos, sus preferencias, sus talentos…, encontrando en ello placer y pasión, y sin tomar demasiados riesgos. Los otros personalizados (padres, profesores, amigos, cónyuges…) tienen siempre expectativas más o menos precisas, aun cuando no se sientan del todo con el derecho de explicitarlas, y menos de imponerlas, y aun cuando las disfracen o recurran a caminos indirectos. Los otros instituidos (el mercado de trabajo, los aparatos del Estado, las empresas…) imponen de modo más brutal coacciones externas, tanto más eficaces cuanto que los individuos disponen de menos recursos para superarlas. Todo esto exacerba la tensión de marginalización (entre Z2 y Z5). Todos los que no saben lo que quieren, los que no encuentran nada interesante para ser o hacer, los que han explorado sin éxito varios caminos sin lograr convencerse, se sienten más o menos marginales o, por lo menos, tienen que defenderse de esta etiquetación: y frecuentemente, para arreglárselas o para sentirse como todo el mundo, eligen cualquier proyecto y se persuaden a sí mismos de que esto es lo que siempre quisieron hacer o ser. Al mismo tiempo, como tener un proyecto constituye un deber, realizarlo cuando se tiene uno constituye un derecho. En consecuencia, para satisfacer sus deseos los individuos se sienten con derecho a oponerse a las expectativas de los otros (personalizados o instituidos), sea actuando (Z2: zona de realización desviante), sea absteniéndose de hacerlo (zona de insumisión). Es que el fracaso en la ruta que han escogido puede tener por efecto su marginalización efectiva. 17 La tensión del conformismo Tenemos el derecho y el deber de ser sujetos de nuestra existencia… ¡y de sentir placer siéndolo! Y esto vale para el conjunto de las relaciones sociales. En consecuencia, todas las organizaciones instituidas (familia, escuela, empresa, Iglesia…) que ayer nos invitaban a sacrificarnos como individuos en nombre de un bien colectivo, hoy en día se encuentran en proceso de “desinstitucionalización”. Freud nos ha enseñado que la zona de represión (Z6) contiene pulsiones de vida y de muerte, y que la represión social y cultural de estas pulsiones, cuando es excesiva, engendra toda clase de trastornos psíquicos, principalmente neurosis. Ahora bien, desde hace dos o tres decenios, esta represión se ha ido volviendo cada vez menos legítima: la reflexividad, la autonomía, la permisividad, la tolerancia y el goce son obligatorios. Todo esto exacerba lo que yo he llamado tensión de conformismo (entre Z6 y Z3): se ha vuelto mucho menos legítimo que antes someterse a los demás (Z3: zona de sumisión obligada) o reprimir nuestros deseos (Z6: zona de represión). ¡Bien, pero!... al transitar de una represión excesiva a muy poca represión, se crean las condiciones de la anomia y se corre el riesgo… de cambiar la forma dominante de los trastornos psicológicos, pasando de la neurosis a la depresión. En efecto, frente a este derecho-deber de autonomía y de goce, muchos individuos, sobre todo los más jóvenes, se sienten desconcertados y desorientados por diferentes razones. La tensión de anomia Mantener firme el timón entre el peligro de la marginalización y el del conformismo sin caer ni en la una ni en el otro, constituye en gran medida un ejercicio penoso. Los que fracasan en administrar ambas tensiones conocen una tercera forma de tensión, la que resulta de su anomia. Dicha forma puede definirse aquí como la incapacidad de administrar la tensión entre los “apetitos” sobrevalorados de su identidad deseada y las modalidades y objetos de su satisfacción siempre limitados, insuficientes e incluso inaccesibles que la vida social les asigna (su identidad asignada). 18 La incapacidad de construir su identidad comprometida manejando esta tensión engendra en muchos una especie de parálisis psíquica que se vuelve contra ellos mismos. Sienten una angustia existencial más o menos fuerte, un sentimiento de incompetencia, de vacío, de vértigo y de absurdidad que se traducen, por una parte, por una inhibición de la acción (Z7), y por otro lado desembocan a veces en conductas de autodestrucción (Z4): los fracasos escolares, profesionales o afectivos, la somatización, el alcohol, la droga, la delincuencia, la depresión y, en el caso límite, el suicidio. Es esta exacerbación del eje identitario Z7-Z4 lo que llamamos “tensión de anomia”. VI. CONCLUSIONES Llegamos a la conclusión de que las transformaciones en curso en nuestras sociedades contemporáneas constituyen mutaciones de fondo dentro del sistema cultural, originadas por el predominio del Individuo-Sujeto-Actor (ISA), juntamente con sus preceptos básicos, en todos los ámbitos de la vida social. Hemos pasado de la tiranía de la Razón a la tiranía del Gran ISA, que nos impone una nueva “Tabla de la Ley” donde figuran una serie de derechos-deberes como el de autorrealización personal, el de libre elección, el de la búsqueda del placer inmediato y el de seguridad frente a los riesgos y amenazas exteriores. Pero como estos derechos-deberes son en parte contradictorios y están sembrados de trampas, su cumplimiento genera en los individuos tensiones psíquicas que afectan el equilibrio entre las diversas zonas de su identidad personal. Esta situación tiende a cambiar la forma dominante de los trastornos psicológicos, pasando de la neurosis a la depresión, y engendra un nuevo “malestar en la cultura”. Las transformaciones en curso en las sociedades modernas occidentales no constituyen simples evoluciones o reformas progresivas que siempre han estado presentes, sino una mutación muy profunda que afecta la lógica misma de su funcionamiento. No se trata sólo de un conjunto de cambios “en el sistema”, sino un cambio “de sistema”, es decir, una mutación a la vez tecnológica, económica, política, social y cultural. 19 Esta mutación se traduce en la mente de un número creciente de individuos por la credibilidad en constante ascenso de un nuevo “dios reinante” al que nosotros llamamos “el Gran ISA”: ¡el gran Individuo, Sujeto, Actor! Estamos en trance de pasar de la tiranía de la Razón a una nueva forma de tiranía, la del Individuo, del Sujeto y del Actor, la del “Gran ISA”. Bibliografía: Bajoit, G. (2009). “La tiranía del «Gran ISA»”. Revista de Cultura y Representaciones Sociales. Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. Año 3, número 6, 1 de marzo de 2009, pp. 9-24 Ibáñez, G.T. (2004). Introducción a la psicología social. Barcelona: Editorial UOC. 20