Subido por Jean Despruniée

El sentido de nacer by Testori, Giovanni Giussani, Luigi (z-lib.org)

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GIOVANNI TESTORI
LUIGI GIUSSANI
BOL S I L L O
EL
SENTIDO
DE
NACER
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Libros de bolsillo
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GIOVANNI TESTORI
LUIGI GIUSSANI
El sentido de nacer
Introducción de Giuseppe Frangi
Epílogo de Teresa Suárez del Villar Acebal
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Título original
Il senso della nascita
© 2013
RCS Libri S.p.A., Milán
© 2014
Ediciones Encuentro, S. A., Madrid
Traducción de Carmen Giussani
con la colaboración amistosa de José Luis Almarza
Diseño de la cubierta:
o3, s.l. - www.o3com.com
ISBN DIGITAL 978-84-9055-259-9
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley,
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INTRODUCCIÓN
Giuseppe Frangi
Febrero de 1980. En una hermosa casa de campo a orillas del Ticino, a pocos kilómetros de Milán,
Giovanni Testori y don Luigi Giussani se dan cita
para un diálogo del que debía nacer un libro. Necesitan un lugar tranquilo, donde poder confrontarse
delante de una grabadora y esa casa es realmente un
lugar acogedor e ideal. Don Luigi Giussani es el fundador de Comunión y Liberación, un movimiento
que en aquellos años en Italia había conocido un
crecimiento impetuoso, en particular entre los estudiantes universitarios. Giovanni Testori, en cambio,
es un escritor, crítico de arte, editorialista del Corriere
della Sera. Se habían conocido dos años antes, cuando un artículo de Testori sobre el asesinato del líder
político italiano Aldo Moro había atraído la atención de algunos universitarios de CL, que fueron a
conocerle personalmente y le llevaron después a conocer a don Giussani.
Entre los dos el entendimiento fue inmediato, ya
que ambos procedían de una común matriz, la del
concreto catolicismo lombardo. Testori, de hecho,
era un escritor que, antes que declararse católico,
se describía a sí mismo como alguien que se había
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medido siempre con el catolicismo hasta el fondo.
Su recorrido personal, intensa y a veces brutalmente dramático, había dado un vuelco en 1977 a raíz
de la experiencia de la muerte de su madre. En referencia a él, los periódicos hablaron de «conversión».
En realidad, la de Testori había sido más sencillamente la experiencia de un encuentro: el encuentro
con aquellos jóvenes de los que no sabía nada y que
habían ido a llamar a su puerta. Y después, sobre
todo, el encuentro con don Giussani. «Giussani ha
sido una persona que no ha censurado absolutamente nada de lo que yo era, ni siquiera esas partes de
mí que podían crear escándalo», contaría más tarde
Testori, refiriéndose también al hecho de su propia
homosexualidad.
Hijo de una familia de pequeños industriales
lombardos, Giovanni Testori había nacido en Novate Milanese, un pueblo a las puertas de Milán, en
1923. Licenciado en Historia del Arte en la Universidad Católica de Milán, con una tesis que fue
contestada y también en parte censurada por las
autoridades académicas debido a ciertas aperturas a la estética del arte contemporáneo, Testori
fue «adoptado» por Roberto Longhi, el historiador de arte más importante del siglo XX en Italia,
descubridor de Caravaggio. Con Longhi, Testori se
afirma como uno de los principales estudiosos, en
particular del arte lombardo: a él le debemos el redescubrimiento de esos extraordinarios complejos
artísticos que son los Sacros Montes, construidos
a partir de finales de 1400 a los pies de los Alpes.
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Mientras tanto, se estrena también como escritor,
publicando una serie de libros que cosechan un gran
éxito de público y que tienen como telón de fondo
la ciudad de Milán en la posguerra y el boom económico. Tres de estos títulos se publican también
traducidos al español: Casas Baratas (Plaza & Janés,
Barcelona, 1962), El Puente de la Ghisolfa (Plaza &
Janés, Barcelona, 1963) y La Gilda del Mac Mahon
(Plaza & Janés, Barcelona, 1964). Luchino Visconti
se sirvió de algunos de sus relatos para su película
más famosa: Rocco y sus hermanos.
La parábola de Testori fue muy similar, y en muchos sentidos paralela, a la de Pier Paolo Pasolini.
Misma generación, mismo apego a las ciudades de
nacimiento o de adopción (Milán y Roma), misma
relación libre de cualquier hipocresía con la religión
y con la Iglesia. Sobre todo, Pasolini y Testori fueron considerados intelectuales «heréticos» por parte
de la intelligentsia oficial italiana, tanto la de sello
progresista como la conservadora. Al morir Pasolini en 1975, Testori tomó su relevo como columnista
en la primera página del Corriere della Sera: al igual
que Pasolini, Testori fue un observador no alineado,
contracorriente, no sólo por sus tomas de postura,
sino sobre todo por su opción de poner el factor humano en el centro de todas sus intervenciones. Este
planteamiento anti-intelectualista desencadenó furiosas polémicas en contra de Testori, exactamente
como había pasado también con Pasolini.
Fue precisamente una de estas intervenciones, publicada en primera página del Corriere della Sera, lo
que llamó la atención de un grupo de chavales de CL
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que estudiaban en la Universidad Católica: a raíz de
ese encuentro se originó para Testori una experiencia nueva e importante incluso desde el punto de
vista creativo. En particular, el teatro fue el centro de
su apasionado compromiso con los jóvenes. Junto a
Emanuele Banterle, entonces alumno de la Católica,
y a la Compañía del Arca, creada por unos estudiantes de Forlì, llevó a escena un texto suyo, Interrogatorio a María, que tuvo más de 500 representaciones
en toda Italia y que en el verano de 1980 se representó también en Castelgandolfo ante el Papa Juan
Pablo II. Sucesivamente, siempre junto a Banterle, y
a uno de los más famosos actores italianos, Franco
Branciaroli, fundó una compañía teatral, Gli Incamminati (Los encaminados), destinada con los años a
convertirse en una entidad importante en el panorama del teatro nacional.
A comienzos de 1980, Giovanni Testori le propuso a don Luigi Giussani quedar para un coloquio
que daría lugar a un libro. No era una idea sencilla,
ni mucho menos obvia. Testori, escritor famoso, se
disponía a seguir con una actitud muy humilde a un sacerdote popular entre los jóvenes, pero siempre bajo
el fuego cruzado de muchos «maîtres à penser». Por
lo que respecta a don Giussani, como escribió el periodista Lucio Brunelli en su introducción a una reedición del libro, publicada como suplemento del semanario Il Sabato en 1982, «Il senso della nascita de
alguna manera marca un giro en la historia de CL».
¿En qué sentido? El mismo Brunelli lo aclara: «La
novedad no reside tanto en los juicios que expresa
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Giussani. Quienes tuvimos la suerte de participar, a
partir de 1976, en los encuentros de los responsables
de Comunión y Liberación, ya los habíamos escuchado. La novedad consiste en el hecho de que por
primera vez y sin mediaciones, esos juicios se convierten en un hecho público, rompedor con respecto
a los esquemas en los que se ha pretendido amordazar la imagen de CL». En efecto, el libro «que el
coraje intelectual del escritor hizo posible» fue publicado por la principal editorial italiana, la Rizzoli,
y por tanto iba destinado a un público amplísimo y
sin etiquetas.
Este hecho «rompedor» que detalla Brunelli encuentra una correspondencia muy precisa en el mismo
diálogo: Il senso della nascita, en efecto, desmonta una
imagen de CL malignamente elaborada por los grandes medios de comunicación. Es decir, la imagen de un
movimiento de «cruzados», de «“tropas integristas”
que se mueven sólo “reaccionando” ante los ataques
del enemigo laicista» (Brunelli). Se encerraba a CL en
el esquema de una contraposición ideológica, como
la vanguardia organizada de un catolicismo en busca
de una nueva hegemonía cultural y social. Giussani en
cambio aprovecha esta ocasión pública, no «interna»
al movimiento, para aclarar, con palabras que todavía
suscitan conmoción —tal es su precisión—, su pensamiento: «Este es el tiempo en el que es necesario rescatar la conciencia de la persona. Es como si ya no pudiéramos hacer cruzadas o campañas sociales. Cruzadas
programadas, grupos organizados. Un “movimiento”
nace exactamente con el despertar de la persona. Es
algo impresionante» (p. 72).
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Esta página es la que también restituye una dimensión plena al título del libro. El «nacimiento» al
que se refiere es precisamente el de la persona. Dice
don Giussani: «Paradójicamente, que el pequeño
David de la persona se yerga libre en contra del Goliat del Estado, que es el instrumento poderoso de
este engranaje destructor del hombre, es para mí el
signo de los tiempos para los cristianos... Es sobre
esta fragilidad, sobre esta debilidad última de la verdad donde se inserta la potencia de Dios con su promesa… y así nace el concepto de “movimiento”…
el ideal de que nazca un movimiento, lo cual parece
algo sin orden ni concierto y nadie sabe cómo puede acontecer. En efecto, su lugar de nacimiento es
la partícula más inerme y desarmada que existe, es
decir, la persona» (pp. 65, 66, 72).
El mismo Testori, mediante la confrontación con
Giussani, da testimonio de su propio «nacimiento»
personal. En un momento dado del diálogo, de hecho, revela haber vivido el cristianismo como una
mancha, no querida, «impresa en mi frente», casi
una impronta que él maldecía. «Eras como un niño
encerrado en un cuchitril», le explica Giussani. Es
decir, con una interioridad encadenada y asustada.
«Pero, en esas condiciones, nadie en la casa puede
estar tranquilo, ni jamás podrá estarlo», subraya a
continuación Giussani. Es como si dijera: tu condición no podía resultarnos ajena, no podía por
menos que dejar nuestros corazones inquietos.
En la dinámica entre esta pregunta —«¿Y esta casa
es la Iglesia?»—y su respuesta revive el instante de
dos años atrás, cuando Testori se sintió acogido por
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Giussani y, como cuentan los testigos, no logró contener las lágrimas. El «sentido» de nacer no es algo
que se adquiere de una vez por todas, es una pregunta siempre abierta, un confiarse en cada instante
a Quien nos ha querido.
Giovanni Testori murió el 16 de marzo de 1993.
Durante años había seguido siempre con gran pasión
y con gran libertad la vida de CL. Gracias a la relación con él, decenas de jóvenes han podido aclararse
y encontrar su camino personal en la vida. Una dinámica que don Giussani recordó, con conmoción,
celebrando el funeral de Testori en la parroquia de
su pueblo natal, Novate Milanese. «Así te has convertido en padre de esos jóvenes, que en su extravío
e indefensión (en italiano, sperdutezza, una palabra
clave del libro, ndr), han hallado en ti un punto de
referencia, al igual que tú has hallado un punto de
referencia en ellos, un punto de esperanza en ellos.
“¡Vinieron!”, decías, y sorprendías a quien te escuchaba. “¡Vinieron!”, pero, ¿quiénes? Esos atisbos,
esas supervivencias de esperanza, para tus ojos y tu
corazón; y te has lanzado en la relación con ellos; y
has creado todo con ellos. Así los has “re-creado”.
¡Qué gracias tan profundo te dicen ahora! …». Il
senso della nascita es un libro que, en el sentido real
del término, dio comienzo a una vida.
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TESTORI
Henos aquí. Tú sabes que nuestro encuentro
debería haber dado a luz un libro aislado, un libro
y nada más. En cambio, adquiere el peso y tiene el
gozo de abrir toda una colección. La misma decisión
de juntarnos para dar vida a este libro nos ha granjeado un don que ni tú ni yo esperábamos. Pero,
henos aquí para empezar, al mismo tiempo, una colección de libros que nos atañe directamente y, justamente por eso, quiere dirigirse a todos.
Llevo unos días pensando que quizás convenga empezar por un aspecto particular. ¿Qué nombre darle a esta colección? Por lo que a mí respecta, pensando en un título, no consigo salir de dos
posibles formulaciones: una podría ser los libros del
nacimiento, o, con una expresión quizás demasiado
íntima, los libros de la cuna; la otra, que me parece
más justa y que no excluye la primera sino que más
bien la contempla, podría ser los libros de la cruz.
No consigo salirme de estos dos títulos, de estas dos
realidades. Se me ha ocurrido una tercera formulación que está dentro de estas dos realidades, que se
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superponen y se abrazan, la del nacimiento (de la
cuna) y la de la cruz: los libros de la esperanza. A lo
mejor, te pillo un poco desprevenido, pero queriendo empezar una colección que, firme y decididamente, aunque con todos los errores y las flaquezas
posibles, quiere ser íntegramente una colección de
libros católicos —o como ahora gusta decirse, una
colección de corte «integrista»—, ¿qué título propondrías? Limitándote a los dos aspectos que he
probado a sugerirte, ¿cuál elegirías? ¿Y por qué?
DON GIUSSANI
Elegiría los libros de la esperanza, porque la palabra «esperanza» remite a una espera primordial; y
llama de tal manera la atención sobre ella que también abre el camino hacia una respuesta. Ahora bien,
el nacimiento y la cruz forman ya parte integrante de
esa respuesta. Un título que utilizara directamente la
palabra que define la respuesta a la espera primordial
del hombre no se entendería enseguida, precisamente porque quienes lo leyeran no sabrían relacionarlo
necesariamente con ese sentimiento de esperanza mediante el cual Dios, con su acción, encarna la respuesta. Yo elegiría los libros de la esperanza.
TESTORI
Sobre lo que acabas de decir te pregunto: ¿por
qué en mí, y creo que también en la gran mayoría de
los hombres, es más fuerte la conciencia física vinculada a la palabra «nacimiento», o a la palabra «vientre
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materno» o a la palabra «cruz»? Te pregunto: ¿por
qué para mí la Navidad y la Cruz, el nacimiento y la
pasión, tienen un peso, una resonancia, un carácter
inevitable y diría fetal, tan fuerte, tan inextirpable,
que, si fuera posible, le pondría por título desde la
cuna, a través de la cruz, a la esperanza? Dado que
no se puede poner un título que ya es un libro, resumiremos todo, como tú propones, en los libros de
la esperanza. Pero quería pedirte que salieras en mi
ayuda y me dijeras (y yo creo que esto tú lo sientes
con mucha fuerza) por qué no sólo en mí sino en
muchos, quizás en todos o en la gran mayoría de los
jóvenes (es cierto que yo no soy joven; tú y yo tenemos la misma edad, pero soy «recién nacido» a una
cierta verdad, más aún, a la Verdad), por qué estos
dos momentos, que al final son «el momento», tienen un peso tan grande, por qué nos marcan a fuego
para siempre.
DON GIUSSANI
Porque en ti la espera de encontrar una respuesta
humana tiene ya una larga historia y entonces —así
lo creo— tú conoces muy bien sus urgencias y sus
impotencias. Por lo tanto, en ti la esperanza está totalmente abocada al primer vagido, aunque sólo sea al
balbuceo de la respuesta, es decir, a lo que en el lenguaje cristiano se llama «anuncio». El anuncio de un hecho
que, franqueando todas nuestras flaquezas, pequeñeces y mezquindades, se presenta como un abrazo regenerador, un abrazo que da lugar a un nuevo nacimiento, un abrazo que provoca una suerte de palingenesia
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total. En fin, es como una carne marchita que vuelve
a florecer, según el sentido de las palabras de Jesús a
Nicodemo.
TESTORI
A propósito de la esperanza, que es el destino
terrenal del hombre, su condición necesaria para
caminar, y que nace, incluso físicamente, diría a nivel celular, de un estado de dolor (no sirve fingir, no
serviría de nada; negarlo sería mentir) y al mismo
tiempo de un estado de felicidad, porque coincide
con la conciencia, con la razón de ser del hombre,
pero también con el dolor, ese dolor propio del nacimiento que conlleva ya el dolor de la cruz… Pues,
creo yo, cada hombre tiene su cruz, la reconozca o
no; pequeña e indigna frente a la Cruz de las cruces,
pero inmensa en cuanto cada hombre es una criatura de Dios; por tanto, la cruz de cada hombre es
inmensa incluso con su mezquindad, con sus dudas,
sus vergüenzas y traiciones. El hombre es un evento inmenso. Cada hombre, y por lo tanto todos los
hombres. La historia de todos los hombres es una
inmensidad multiplicada hasta el infinito. En el centro de esta inmensidad está clavada una esperanza
que nace y está ligada al dolor. Este es el problema:
constatar que también el gozo nos hace felices —y
con ello nos devuelve la esperanza— sólo en la medida en que lo sufrimos intensamente, participamos
de él, lo encarnamos, lo entendemos, lo asumimos,
lo reconocemos; sólo en el instante en que, por todas estas razones, se torna un verdadero dolor por
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desear a Dios. ¡Ay de quién teme el dolor y el dolor
de nacer! Sería casi como vetar cualquier camino del
hombre hacia la esperanza, frustrar cualquier avance
conforme al designio de Dios y a la Sangre de Cristo para llegar a Aquel que existe verdaderamente, al
tiempo que ya no es tiempo, al espacio que deja de
ser espacio, y en el que, sin embargo, todo nuestro
tiempo y nuestro espacio encontrarán al fin su consagración eterna y total. Por eso pienso que la realidad colosal del cristianismo es la resurrección de
los muertos, cuando el cosmos será habitado, no por
ideas, ni por hipótesis o memorias, sino por cuerpos resucitados, algunos participando de la Caridad,
otros siendo excluidos de ella. Creo que justamente
para que acontezca esta resurrección de los muertos,
esta resurrección de los cuerpos, para que el cosmos
sea habitado para siempre por cuerpos, es decir, por
nosotros hijos de Dios y hermanos de Jesucristo,
para que sea así, creo que no se puede prescindir del
dolor y de la cruz.
DON GIUSSANI
Cuando aludía a tu largo recorrido en la esperanza pretendía exactamente señalar esta presencia
del dolor en tu historia. Sin experiencia del dolor
no hay experiencia de lo humano, esto es, de una
urgencia existencial hostigada, objetada, derrotada.
También estoy de acuerdo sobre el primer punto.
Existen como dos aspectos de este dolor. El primero
es el dolor carnal, el dolor por cómo el hambre acaba con la vida de miles de hombres en la India; por
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la violencia en el Vietnam o en las bahías del Pacífico; el dolor carnal de centenares, miles de personas,
millones de muertos por la guerra, en los campos de
concentración, o por los miles y miles que padecen
el frío en condiciones deshumanas en los gulag; al
igual que ese dolor físico que se siente cuando muere
un amigo o un familiar nos deja, o en ciertos casos de
enfermedad, cuando preso de un humor negro a uno
le embarga el terror de no salir con vida, de tener un
mal incurable, de estar desahuciado; ese dolor punzante que abre paso a una tristeza lúgubre que aísla
de todo el resto. Sin embargo, en la vida de muchas
personas, especialmente para los que vivimos en la
sociedad actual (pero creo que esta observación se
puede extender también a otras épocas), existe la posibilidad de neutralizar, de compensar, no sé cómo
decir, de aminorar este impacto mediante otras cosas
de la vida, de tal manera que por la mañana podemos
leer en el Corriere della Sera los titulares sobre los
prófugos del Vietnam y luego pasar todo el día tan
tranquilos; hasta tal punto que es como si al día
siguiente, al volver a ver las mismas trágicas noticias, nos sorprendiéramos. Es decir, nuestro tipo de
sociedad favorece una vida, diríamos, insignificante;
como si cundiera un gran empeño por distraernos,
por apartarnos del dolor, por hacernos olvidar esa
realidad. Creo que para que el dolor llegue a ser
lo que tú has dicho, un camino hacia un nuevo nacimiento, hacia una presencia esperada; para que llegue a
darnos nueva vida —como acontece con el nacimiento
y la cruz pascual, cruz y resurrección—, creo que es
necesario el segundo aspecto del dolor: el dolor por
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el propio mal, ese dolor que rescata cierta dignidad
de nuestro mal y que, de alguna manera, devuelve
cierta proporción a nuestra relación con el ideal. En
fin, lo que el cristiano llama el dolor por el pecado.
Creo que existe como una trágica alternativa cuando alguien es golpeado por el dolor carnal (tanto de
uno mismo como de los demás, da igual). Por una
parte, la rebeldía que reniega: «Este mundo no tiene
ningún sentido»; o, dicho en otros términos: «Dios
no existe porque existe este dolor». Mientras que
con el dolor por el pecado esto no sucede; precisamente el golpe del dolor carnal es como si liberara
la percepción de otro dolor más agudo, de distinta naturaleza; pero es ahí, en ese preciso momento,
cuando empieza la admirable paradoja por la cual el
mismo dolor carnal se convierte en puerta del cielo.
Es como cuando el cielo se cierra, se cubre de nubarrones y de repente se rasga abriéndose un resquicio
al azul, un anuncio de liberación. Cuando el golpe
carnal, el dolor carnal —ahora no sé decirlo mejor—
llega a ser una metáfora, una cifra, en resumen, un
símbolo que remite a otro dolor, que levanta el velo
que oculta otro dolor: el dolor moral, el dolor por
el pecado. Ahí, en ese momento, insisto, sólo en
ese momento, empieza el dolor moral; y el dolor se
torna liberación. En cierto sentido, cuando el dolor
carnal se convierte en un símbolo, conectando —de
un modo llamativo, con la rapidez de un símbolo
inconsciente— con el dolor por ser tan inadecuados
ante el ideal, por no estar realmente sujetos al Misterio que hace todas las cosas, hace que esta señal, de
manera repentina, no del todo consciente, obtenga
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una liberación. El dolor moral es ya en sí mismo una
liberación de la rebeldía y por lo tanto del sinsentido. Así empieza a restablecerse la verdad. Porque
la verdadera cuestión no es tanto que el hombre sea
impecable, sino que sea sincero; que empiece a situarse en el lugar que le corresponde, que asuma su
realidad, que se disponga a la verdad. Entonces es
como si el último de los días, el borde extremo de
las cosas, el misterio mismo de Dios comenzara a
recomponer su figura en una sonrisa que se inclina
hacia él, en una actitud que le abraza y le regenera;
es como si empezara a entregarle al hombre la palma
de la victoria.
TESTORI
En mi vida, antes de una manera y ahora de otra,
he recorrido, y recorro, el camino de este nacer de
nuevo, al igual que lo hago recorrer a algunos de
mis personajes. Por ejemplo, en el Ambleto (que es
una recreación alterada del personaje de Hamlet),1 el
monólogo ser o no ser se sustituye por otro larguísimo monólogo en el que Ambleto vuelve hacia atrás
hasta ese momento en el que su padre y su madre se
abrazaron y se amaron; hasta que retorna a ser una
gota, la primera. Cuando escribí ese texto pesaba
sobre mí la sombra de una maldición; pero, quizás,
en esa misma sombra se ocultara ya una esperanza.
¡Y esto es extraordinario! Si tú vas hacia atrás, hasta el dolor que supone nacer, encuentras un acto de
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Ambleto es un drama teatral de Giovanni Testori escrito
en 1972.
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amor; porque mi madre y mi padre se amaron en
Dios; se amaron en Cristo. Hace falta decirlo. Creo
que no hay que tener reparo en decirlo, porque son
cosas que si se pronuncian en la esperanza se hacen
sagradas en sí mismas. Es así: entre un hombre y una
mujer que se aman hay un momento de abandono
vertiginoso,2 un momento de pérdida y de liberación a la vez. ¡Quién sabe cuánto dolor y cuánta
fatiga había detrás, y en ellos mismos, antes de ese
momento! No sé si es justo, yo intento decirlo, luego, si es el caso, lo quitaremos y lo corregiremos.
Un día de trabajo. Mi padre trabajaba, mi madre tenía ya otros hijos; y luego allá, en la cama donde
nací, la misma cama donde duermo ahora, la misma cama donde murieron ellos, donde se amaron,
donde unieron sus afanes y sus afectos —su amor—,
y se unieron, según dicen también las Sagradas Escrituras, haciéndose un solo cuerpo, una sola alma;
y, probablemente, con su amor se liberaron de sus
fatigas; con su gozo, de su dolor… Porque fue gozo;
se puede o se debe decir que nacemos de este momento de gozo inefable y de abandono; esto es, un
gozo que va más allá de lo que se sabe, de lo que se
comprende y se conoce.
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Nota del traductor: La palabra «sperdutezza», que Testori utiliza en el texto italiano, abarca un campo semántico muy
amplio, que resulta intraducible con una sola palabra en español.
En el contexto de este diálogo, refiriéndose al momento preciso
del encuentro conyugal, podemos aproximarnos a su significado con los siguientes términos complementarios: momento de
abandono, vértigo de una entrega total; estado de indefensión al
ceder confiado a otra medida; sensación de perder el control en
una libre entrega amorosa.
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DON GIUSSANI
La expresión «abandono vertiginoso» es justa y
adecuada, porque es realmente como si se acogiera
lo que trasciende ese momento…
TESTORI
Creo que también esto es una gracia de Dios,
porque esta libre entrega sin reserva acontece en el
seno del sacramento…
DON GIUSSANI
Es el mismísimo abismo de la fuerza que hace
todas las cosas lo que vence al hombre en esos momentos; esos momentos que a menudo resultarían
absolutamente ilógicos con respecto a los anteriores…
TESTORI
En cambio, adquieren una lógica; más aún, desprenden luz e inteligencia, porque Dios ha participado en ese momento —si así me pudiera expresar
con un término que puede parecer abusivo, pero
creo que es inevitable decirlo—, Dios ha tomado
parte entre ellos, ha entrado y me ha hecho nacer.
Cada uno de nosotros nace de un momento de entrega total, un momento de amor que ha llegado
hasta el punto en que ni siquiera se puede descifrar
su sentido más que con la ayuda, con la intervención
y con la presencia de Dios.
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DON GIUSSANI
¡Abandono vertiginoso! Es hermosísimo, porque remite a otra fuerza que da plenitud a ese acto,
que cumple ese hecho, y que es la potencia de Dios,
la fuerza del misterio de Dios.
TESTORI
Fue de esta manera como nací, como fui hecho
hijo. Entonces yo, pero no sólo yo, todos, los jóvenes que encuentro, con los que medito y meditamos
sobre el dolor para que éste no nos aísle —como tú
decías antes—, para que no sucumbamos a la tentación de complacernos en él y podamos vivirlo como
un hecho liberador, creo y creemos haber entendido
que el dolor debe conducirte —no una vez, ni de
una vez por todas, sino siempre, en todos nuestros
días y nuestras horas— a saberte hijo, debe llevarte
a que te sientas hijo del Padre que es Dios, e hijo
del padre terrenal que es el padre carnal de cada uno
de nosotros. Entonces, cuando esto se da, el dolor
ya no es algo que nos aísla de todo lo demás, sino
que es un dolor en el que tomamos parte. Además,
es precisamente en ese momento cuando advertimos
el sentido real de la culpa, de la desobediencia, de
la inferioridad de nuestra manera de ser hijos con
respecto a la gracia de tener un Padre y una Madre
celestes dentro del padre y la madre terrenales. Llegados a este punto percibimos que el dolor se torna
una liberación; liberación y esperanza, porque genera en el hombre, inmediatamente, aunque no se
dé cuenta, una conciencia abierta al misterio de la
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Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Una liberación y una esperanza que generan en el
hombre la necesidad de ser, él mismo, padre; un padre pequeño, minúsculo, pero padre. Entonces, he
aquí la esperanza: porque nosotros vamos hacia lo
eterno de padre a hijo, de madre a hijo; este es el
camino que Dios ha elegido y no hay otro.
Ahora bien, yo siento que esta conciencia de ser
hijo de Dios, querido por el Espíritu, redimido por
Cristo, y de ser inseparablemente hijo de mi padre
y de mi madre, hermano de mis hermanos —que ya
tenía cuando nací y que tendría más tarde—, es el
comienzo y la prueba fehaciente de todo. Porque
entonces se establece un nexo propiamente familiar.
Amplío la observación a los hermanos de mi padre,
a las hermanas de mi madre, a mis primos y luego
al mundo entero: entonces este sentido de ser hijo
se despliega como un himno glorioso. Y esto redime el dolor. Llevas todo el peso sobre tus hombros
porque no puedes quitarte tu dolor, el de tu padre
histórico, de tu madre histórica, de tus antepasados,
de tus hermanos, de quienes te rodean, de quienes
vendrán después que tú; lo llevas todo, pero se hace
llevadero; no porque mengüe la carga, sino porque
encuentra su punto de apoyo en la paralela paternidad de Dios, en la contemporánea iluminación del
Espíritu Santo y en la redención actual de Cristo.
Porque llegados a este punto el dolor se convierte
en conciencia clara de ser hijo y por tanto de ser el
signo y el fruto del amor; el punto en el que tomas
conciencia de que todo es amor; de que el motor
primero de todo es el amor. Luego, este «más» de
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amor para encarnarse necesita de un nuevo dolor;
de no ser así, la conciencia del amor sería irreal, pura
hipótesis.
Me pasa muy a menudo —diría que siempre—
de día, pero sobre todo por la noche, cuando camino
por las calles, cuando paseo entre las casas, entre estos
caserones enormes; o también cuando atravieso un
pueblo, pero sobre todo cuando deambulo por las
grandes ciudades, en cualquier caso aquí, en Milán, y
veo todas estas ventanas cerradas; y pienso en todos
los hombres y en todas las mujeres que duermen en
ellas, infelices, felices, sanos, enfermos… entonces
pienso: en este momento hay alguien en estas casas
que se ama, en este momento Dios está allí para continuar su creación, el sentido verdadero de la creación. Entonces oigo este zumbido, este rumor, este
grito silencioso de dolor. De repente, todo esto se
me echa encima. Una vez me costaba; en cuanto lo
notaba, me decía: estamos todos condenados a este
lago inmenso de dolor donde tan sólo hay injusticia,
sufrimiento, desigualdad y perversión. Me parecía
que todo iba encauzado —diría casi a la fuerza— hacia el sinsentido y la muerte. Ahora, sin que el dolor
haya remitido, sin que todo siga echándoseme encima, tengo la certeza de que todo está encaminado
hacia la esperanza. Es una especie de gloria silenciosa y terrible que experimento. No sé si a ti te pasa.
Oyes todos esos respiros; duermen… Por ejemplo,
en verano, cuando están abiertas las ventanas. No
es que yo quiera entrar, violar la intimidad de esas
casas, de esas habitaciones, de esos lugares. Te estoy
hablando del mismo soplo que sale de la respiración
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de quienes duermen, a lo mejor, de quienes sufren, de quienes están enfermos; una respiración
que es, que sería insostenible e innombrable si
no recibiera su nombre de esa realidad que es a la
vez ser hijos de Dios y de unos padres, que comporta el reconocimiento de los demás hermanos, de
los demás seres, todos igualados en esta realidad de
ser doblemente hijos, para ir todos hacia una esperanza que es la sola, verdadera, posible, esperanza:
es decir, la conciencia de este dolor llevada hasta su
fin último, hasta la ceniza y la gloria.
Por volver a aquellos que más viven ese mutismo que la cultura moderna trata de imponer al dolor (no la «verdadera» cultura moderna que jamás
ha enmudecido al dolor; eventualmente, ha distorsionado su voz, pero nunca la ha acallado); pues,
por volver a los jóvenes, lo que me sorprende en
ellos, especialmente en las últimas generaciones,
lo que me sobrecoge, me humilla y me exalta, es el
carácter indivisible que demuestran; hay en ellos
una indivisibilidad que en nuestra generación no
existía (nosotros estábamos divididos entre dolor
y esperanza); me refiero a la inseparabilidad entre
el dolor y la esperanza, ya vivan oprimidos por el
dolor, ya vivan alentados por la esperanza. Lo que
me sorprende es que en sus palabras y en sus vidas
(porque son palabras que corren como la sangre y,
por tanto, expresan vida; por otra parte, esta indivisibilidad existe también en sus gestos), tanto que se
pierdan como que, en cambio, vivan para salvar al
mundo gracias a la redención de la sangre de Cristo,
el dolor y la esperanza, la esperanza y el dolor,
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en ellos son realmente dos realidades inseparables.
En efecto, también los que se pierden, se pierden por
exceso de dolor, pero llevan dentro una conciencia
trágica, quizás suicida, de que no se puede realizar esa
separación. Claro que en ellos aparece cómo se les
han negado ciertas oportunidades, quizás por culpa
nuestra. Hacemos demasiado poco; rezamos demasiado poco; creemos demasiado poco; somos demasiado poco hijos; encarnamos demasiado poco este
ser hijos y, por ello, hermanos. Sin embargo, por
cómo he podido percibirlos y vivir con ellos, esta
misma inseparabilidad también se da en ellos dada
la vuelta en negativo. Giussani, tú que desde hace
décadas compartes la historia de las jóvenes generaciones. Tú las has visto pasar; mejor dicho, ellas
han pasado por dentro de ti; para muchos de estos
jóvenes tú has sido de alguna manera un padre, un
hermano…
DON GIUSSANI
Sí, yo creo que los jóvenes, especialmente estas
últimas generaciones, se pueden definir como el
nuevo lugar viviente en el que el dolor y la esperanza se solapan, vienen a coincidir. De hecho, es como
si en ellos hubiese un gemido; gimen como cuando a los niños les pasa algo. Su gemir proviene de
una necesidad física de tranquilidad, de una voluntad corporal de alcanzar esa serenidad que nace del
equilibrio entre todas las presencias. En este sentido
entiendo todo lo que decías antes; entiendo el porqué de este gemido; banalmente, se diría que gimen
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porque les falta algo, se lamentan por una presencia que no tienen; precisamente la presencia que les
ayude a nacer, a darse a luz; la presencia de eso que
tú llamas el sentido del nacimiento.
TESTORI
Es como si todavía no hubiesen podido asumir
del todo el hecho de haber nacido. Pero, yo creo que
esta es la contestación más significativa que hoy los
jóvenes dan a la cultura materialista. Una cultura que
ha pasado de ser materialista a abstraerse totalmente
de la materia; más aún, que ni siquiera considera la
materia, tan sólo la usa; la manipula; abusa de ella; la
utiliza; la asesina; la ahoga, la mata.
DON GIUSSANI
La toma tan sólo como un pretexto…
TESTORI
Porque, si la respetara, vería que en el fondo de la
materia, está él, el nacer, el nacimiento. Pues, la respuesta más aguda en contra de esta cultura materialista, tanto el consumismo como el marxismo, es la
que han dado los jóvenes en estos años: la inseparabilidad entre el dolor y la esperanza, tanto si se matan u optan por perderse, como si, en cambio, con
fatiga, resurgen para amar y realizar la esperanza. La
inseparabilidad entre la conciencia de ser hijo, entre
el acto de nacer y la esperanza de llegar a ser padre,
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de dar la vida. Esta es la respuesta que nadie quiere
reconocer, sin embargo, la vida verdadera está allí…
DON GIUSSANI
Es cierto. Creo que el gemido que viene de la juventud —ese gemido que tus palabras me han permitido reconocer en todas las caras de los jóvenes
de hoy— procede justamente de esta ausencia. Es
como si la conciencia de haber nacido y de nacer no
estuviese presente; es como si no hubieran asumido todavía esta dependencia. Es decir, que han sido
queridos. Entonces se puede decir que en ellos la
identidad entre el dolor y la esperanza depende de
que haya emergido, aunque sea crepuscularmente, el
presentimiento de su nacer, como lo llamas tú; esto
es, el sentimiento de haber sido queridos. Porque el
sentimiento supremo es el de ser querido. Por tanto,
su manera de reaccionar depende de si este presentimiento se abre camino entre las nubes espesas o no.
TESTORI
Pero, en tu opinión, ¿por qué no se abre camino?
¿Por qué antaño la ambigüedad nos permitía sobrevivir, pactar, mientras que hoy no es posible?
DON GIUSSANI
Porque antaño no padecíamos esta ausencia.
Quiero decir que este presentimiento estaba más carnalmente salvado, también en la relación paternofilial
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en el ámbito de la familia. Ahora, el triunfo de la
esperanza como voluntad energúmena, como exasperado esfuerzo humano (y en mi opinión, el 68 ha
sido una clave impresionante desde este punto de
vista) ha arrojado lejos este sentimiento de haber
sido queridos, este sentido de nacer en el que está
implicado todo. En él está implicada la posibilidad
de la humildad, la posibilidad del sentido del propio
límite y, al mismo tiempo, la posibilidad de tener seguridad, certeza, y el sentido del tiempo como un
proceder. En fin, esa seguridad, propia del niño que
está con su padre, en los brazos de su padre o de
su madre, está implicada allí. Hace un tiempo no se
daba esta ausencia. Ahora, brilla por su ausencia este
sentimiento de nacer como hijo.
TESTORI
Sin embargo, por absurdo, y no por defenderlos
sino por compartir hasta el fondo toda su desarmada y trágica verdad; por absurdo, decía, ese momento en el que sufres la ausencia, ¿no es acaso cuando
puedes descubrir con mayor fuerza la presencia que
antes te venía lenta o pasivamente sugerida, tanto
que a fuerza de vivirla de un modo obvio y pasivo la
hemos dejado morir? Porque me pregunto: ¿acaso
no habrá muerto en ellos porque hemos dejado de
apreciar, una y otra vez, lo que somos?, ¿o porque
hemos percibido ese ser querido sólo como un eco?
No se llega al grado cero de repente. Se llega a fuerza de renuncias, de degradaciones. El ser querido,
el sentido de que «en Su voluntad está nuestra paz»
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—como dice Dante—, que en la aceptación, en el
dar gracias por ser sus hijos, se contiene por entero
nuestra posibilidad de ser hijos y de ser hombres; si
todo esto se va degradando poco a poco es porque
hemos dejado que se alejara cada vez más de su destello original, es decir, del momento al que me refería antes, ese momento en el que uno se abandona,
el momento de la entrega confiada, el momento del
nacer. Entonces, en este tiempo en que los jóvenes
se topan con la ausencia, que quizás no sea ausencia sin más, sino melancolía, terrible nostalgia… Un
hombre no se mata por una ausencia, se mata por
una nostalgia.
DON GIUSSANI
Nostalgia. Es perfecto. La nostalgia es exactamente el sentimiento de un bien ausente.
TESTORI
Que, sin embargo, presupone una tensión hacia
ese bien ausente, una tensión que quizás las generaciones anteriores no tenían. Yo no quiero ponerme
a toda costa de parte de los jóvenes, pero me parece
que realmente es así.
DON GIUSSANI
La fuerza con la que pueden llegar a esperar los jóvenes de hoy no es comparable con aquella de la que
disponían los jóvenes de hace treinta o cuarenta años.
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TESTORI
Incluso si les cuesta muy cara. Más aún, quizá
porque pagan un precio tan alto por ello. Porque
esta sociedad, que les ha inducido a extraviar una
percepción positiva del ser queridos, después no les
ha ofrecido más que prisiones. Lo que debía liberar
a la voluntad del hombre del ser querido se ha convertido en una esclavitud total; ha acabado en el sinsentido; ha desembocado en el hombre utilizado, en
el hombre reducido, cercenado, en el hombre cosa,
objeto, número, en el hombre que se puede manipular, asesinar. Es de ahí, de la conciencia de esta nueva
y terrible servidumbre de donde viene la rebelión.
¡Ay de nosotros si la dejáramos caer en el vacío!
Estaríamos realmente ante una suerte de genocidio,
aquí y en todas partes.
DON GIUSSANI
¿Si dejáramos caer en el vacío el qué?
TESTORI
El dolor y la alegría de estos jóvenes. El dolor de
quienes advierten la nostalgia de la verdad que les
falta y la alegría dolorosa de quienes ya han podido
retomar entre sus manos esta verdad. Son dos gestos
análogos, dos gestos santos. Si quien lo puede hacer
—y entre ellos nos hallamos también tú y yo— no
hace de todo para que esta situación evolucione hacia la esperanza y deja que se deslice hacia la inercia,
entonces llegaremos realmente a una hecatombe.
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Recuerdo lo que la Madre Teresa decía en una entrevista que publicó Il Sabato: «Es el mismo Cristo
a quien debemos llevar aquí y allá; aquí donde vivís
vosotros y allá en la India; hay una misión también aquí, que es distinta y a la vez igual, que hay
que cumplir».3 En nuestro caso, aquí en la sociedad
occidental, dicha misión es de una terribilidad, gravedad y responsabilidad extremas. Pues, yo creo
que si no entregamos la vida entera para responder
a esta situación vital, que si no prodigamos toda
nuestra conciencia de ser queridos para que este saberse queridos llegue a ser la alegría, la conciencia
y la voluntad de todos, máxime de los jóvenes…
entonces creo realmente que será una hecatombe;
la masacre de las almas y de los cuerpos, que no
hay que separar jamás, como no estarán separados
en la paz eterna.
DON GIUSSANI
Será realmente una matanza de los inocentes perpetrada por el poder; un poder que va desde el de los
padres al del Estado. Pero yo vuelvo a la imagen que
me has suscitado tú, a la imagen de este gemido en la
mayoría de los casos callado, pero que se asoma en
la expresión de los rostros y que se debe a esta carencia de afectividad íntima, a esta carencia profunda de afecto. Es aquí donde normalmente se equivocan los padres de estas desdichadas generaciones
3
Il Sabato fue un semanario que se publicó en Italia en
los años 1978-1993 creado por un grupo de jóvenes periodistas
católicos y con una amplia colaboración externa.
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(no sé si las nuestras eran más afortunadas, tanto es
así que han generado esta infamia); está claro que los
padres de estas generaciones doloridas han querido
a sus hijos. No obstante… Sobre esto quería intervenir antes, porque no se puede dar a un ser humano
el sentimiento de ser querido, no se puede dar a un
hijo la percepción de que es querido, no se puede
comunicar el sentido que tiene su haber nacido, si
no se comunica la alegría de un destino. Sólo entonces el dolor cambia de aspecto, es decir, cambia de
significado, cambia de signo y se convierte en una
condición. Es la alegría de tener un destino bueno la
que los padres no han comunicado a los hijos.
TESTORI
No han comunicado a sus hijos la alegría de ser
ellos mismos hijos.
DON GIUSSANI
¡Este es el punto al que quería llegar! Que los padres han pretendido ser ellos los padres; los padres y
las madres han pretendido ser ellos padres y madres
de sus hijos y han desatendido el signo más imponente: que ellos mismos eran hijos.
TESTORI
Han dejado de acordarse de ese momento de
abandono a otra medida…
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DON GIUSSANI
¡Esto es! No se han percatado nunca de ese abandono a Otro. ¡Han dejado de escrutar el abismo que
los arrastraba en el gesto que los unía! Lo que significa: han olvidado. Era como si el gesto que los unía
y el fruto que engendraban fuera una cosa suya, que
nacía de ellos.
TESTORI
Me pregunto si no han ido más adelante. Habiéndose olvidado de ser ellos mismos hijos…
DON GIUSSANI
Se han olvidado de ser ellos mismos hijos, es cierto.
TESTORI
Y así se han olvidado de haber sido queridos ellos
mismos.
DON GIUSSANI
Lo que viene a coincidir con la ausencia de la dimensión religiosa, la ausencia del Padre.
TESTORI
Esto, a mi parecer, ha creado una fractura en
el acto mismo de su amor; una separación entre el
amor y el posible nacimiento de un hijo. Hubo un
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instante en que algo como una espada intervino; entonces los hijos han sufrido una laceración, un corte,
una separación. Incluso si luego sus gestos han sido
paternos y maternos, se había roto esa unidad, ese
cordón que los unía.
DON GIUSSANI
Se podría decir que sus hijos han nacido como si
no hubieran sido queridos.
TESTORI
Efectivamente, han nacido «separados». Se ha
abierto una brecha, un vacío; más aún, un precipicio
inmenso hacia el vacío. En efecto, en el Ambleto, en
un momento dado, el protagonista le dice a su madre algo así: «En ese momento, por lo menos en ese
momento, ¿os amasteis?». Es una especie de orfandad no oficial, no registrada, pero aún más terrible
si cabe.
DON GIUSSANI
Sí, sí. Esta percepción es verdaderamente profunda.
TESTORI
Por lo tanto los jóvenes deben asumir todas las
consecuencias de esto. Les costará un esfuerzo enorme pero glorioso. Deben llenar la hendidura, el vacío,
el báratro que hubo entre su padre y su madre cuando
ellos nacieron. Recae todo sobre sus hombros, es un
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deber que tienen, una fatiga que les toca a ellos, y es
tremenda. Por eso les entiendo si dudan, si se echan
a perder, si se destruyen. Yo quisiera, haría lo que
fuere para que no se perdieran, pero les entiendo.
Entiendo mucho más a un joven que se pierde que
a una madre o a un padre de cuarenta o cincuenta
años que siguen con su inercia. Estos jóvenes deben
realmente reanudar la relación, juntar con su propia
sangre, con su saliva y con su carne, colmar todo
este vacío. Por tanto yo siento un gran respeto también por sus eventuales fracasos. No los quisiera. Lo
repito, haría cualquier cosa para evitarlos, pero los
encuentro ¡tan humildemente superiores a las certezas aparentes de esas paternidades a medias o de
esas paternidades casuales! Intenta pensarlo: yo he
tenido la suerte, y tú también, de tener un padre y
una madre que se amaron, entre ellos no hubo más
que amor y, sin embargo, aún así he tenido que remontar toda la distancia que me separaba de ellos…
¡imagínate tú a estos jóvenes! Entonces, para ellos
sólo hay una salida, creo yo. Es una cuestión de
sangre y es allí, en ese momento, cuando el amor se
hace caridad. La carne, la saliva, la sangre para encolar estas piezas, para volver a ensamblarlas: este
sentido de haber sido querido no puede recobrarse
más que con sudor y sangre, con dolores de parto.
Esto no puede acontecer más que a través de la carne
y la sangre de Aquel que ha reparado lo que estaba
roto, de Aquel que ha ensamblado todas las piezas,
de Aquel que ha encendido de nuevo la esperanza
en nosotros, la esperanza de volver al Padre. Es por
ello por lo que quería llamarlos los libros de la Cruz,
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porque desciende de allí esa Sangre que por una caridad incesante se mezcla con la sangre de estas generaciones; y es sólo esa sangre, la sangre de Cristo,
la que puede recomponer las piezas, colmar los vacíos abiertos por aquellas espadas.
DON GIUSSANI
Tú has hablado de tu padre y de tu madre que se
han querido durante toda la vida, que eran buenos
cristianos; sin embargo, tú también has tenido que
rehacer todo el proceso para volver a juntar ciertas
piezas. Es un proceso que debemos rehacer todos.
Es un recorrido que todos tenemos que hacer, ese fatigoso remontar —o descender— hasta el punto en
que hemos sido queridos. Hasta llegar a reconocer
que hemos sido hechos por Dios. La sangre de Cristo
se inserta justamente dentro de este drama de la voluntad divina; se inserta como la demostración visible
e inconfundible [de que somos queridos (ndt)] contra la cual no se puede oponer ninguna razón. Por
este motivo Dios murió por nosotros. No se puede alcanzar la persuasión de haber sido queridos si
no se llega a percibir el juego de Dios, del misterio
de Dios, dentro de la voluntad carnal del hombre,
del hombre y de la mujer. Sin esta dimensión, sin
esta apertura última sobre el verdadero horizonte,
que es el horizonte de Dios, no podemos de verdad
percatarnos de haber sido queridos. Lo que dice el
Evangelio desde este punto de vista, «los que ni de la
voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino
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de Dios han nacido»,4 en mi opinión, hace emerger el relámpago del ideal dentro del grumo de
la apariencia carnal de la relación que engendra
al ser humano. Es decir, el rayo por el que uno se
percibe en función de un destino bueno; sólo en
esto aparece con claridad la disponibilidad que un
hombre y una mujer tienen ante el destino. Y es
ahí donde la gratitud hacia nuestros padres puede
llegar a ser no sólo pura, sino también un cimiento, signo y prenda de certeza y, por lo tanto, de
esperanza real.
TESTORI
Pensando en este relámpago —si esto es posible,
porque creo que quizás no sea lícito ir más allá—, lo
más misterioso, lo más abismal, pero a la vez lo más
santo es que esto no resulta separable del grumo. En
mi opinión no es, como decir, un rayo de luz que
entra; es una luz que ya está allí, más aún, es una luz
que desde dentro lo quiere, lo origina, lo forma.
DON GIUSSANI
Es la toma de conciencia…
TESTORI
…que existe aunque no crees que exista.
4
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Cf. Jn 1, 13.
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DON GIUSSANI
¡Así es! Sin embargo, en nuestra cultura de fondo —cultura en su sentido más elemental—, el que
este factor vibre, esté presente y tenga un peso, aunque inconscientemente; el que sea advertido aun sin
ser normalmente explicitado en cómo el hombre se
mira a sí mismo y mira a las cosas; todo esto ha sido
expulsado, apartado consciente y voluntariamente.
Ha sido expulsado por la voluntad del superhombre
y, por lo tanto, todo se ha reducido, banalizado y
humillado… ¿Cómo decir? El beneplácito del Estado no sirve ciertamente para devolver, para reanimar
esta prueba fehaciente del sentido del tiempo que en
cambio está implicada, como decías tú, en el mismo
grumo de materia donde empezamos a existir.
TESTORI
Por ello creo que «fingir que no exista», porque
no se puede hacer otra cosa que fingir que no existe,
que olvidar esta implicación originaria…
DON GIUSSANI
…aunque de tanto decir que no, no, no, uno puede llegar a convencerse.
TESTORI
…sí, pero la verdad te persigue, porque está allí,
entra dentro de ti en ese momento y se queda para
siempre. Entonces, determina primero una situación
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trágica; luego, la derrota. Y, en la derrota, la contradicción por la cual el superhombre ha acabado siendo su exacto contrario; ha acabado reduciendo el
hombre a un objeto; el hombre que ha intentado olvidar o que se ha convencido de haber logrado olvidar su origen, que no es sólo un impulso inicial, sino
la levadura misma del grumo, la verdadera verdad
de la materia. La verdad primera y última: el mismo
grumo es voluntad de Dios, es el ser querido por
Dios… Al haberlo olvidado, el hombre en lugar de
engrandecer ese grumo de materia lo ha mermado,
lo ha rebajado a materia plástica, a número vergonzosamente utilizado, cegado, maltratado, matado de
hambre, asesinado.
DON GIUSSANI
Es lo que viene a decir el Evangelio: «Yo soy la
piedra angular, quienes la aceptan construirán sobre
ella, quienes la rechazan se despeñaran contra ella»
y se romperán la cabeza.
TESTORI
Hoy hemos llegado realmente a encarcelar la cabeza y el cuerpo, a destrozarlos. En esta presunta
liberación del hombre hemos llegado a las galeras, a
los asesinatos, a los genocidios.
DON GIUSSANI
Sí, en el Este y en el Oeste de Europa.
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TESTORI
Por doquier. También aquí, en nuestro país. Antes, en un momento dado, te salió la palabra «cultura». Me parece que —dicha como la has dicho tú
hace un instante— venía pronunciada en su estadio
y en su significado esencial. Haría falta retomar ese
sentido, su verdadero significado. En el fondo, la
cultura es la toma de conciencia continua, y luego
la encarnación y el desarrollo progresivo, de este ser
queridos.
DON GIUSSANI
En efecto, porque todo el mal brota de la mentira
por la cual el hombre intenta, tanto práctica como
teóricamente, definirse a sí mismo olvidando, apartando o borrando de su memoria su dependencia, su
propio nacimiento.
TESTORI
Insisto otra vez, perdona si te interrumpo, se hace
como si se pudiera olvidar, como si se pudiera borrar.
DON GIUSSANI
¡Se hace como si fuera posible!
TESTORI
Me pregunto: ¿es posible ser ateos, o es posible tan sólo
creerse y decirse ateos? Creo que sólo podemos creernos
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o decirnos ateos; porque, en verdad, al margen del
Padre tampoco podríamos creer que somos algo o
decirlo. Sólo se puede creer en uno mismo, decirse y
hacerse, en relación al Padre.
DON GIUSSANI
Tan sólo es posible «decirse» ateos, como justamente acabas de observar. No se puede eliminar o
cancelar ese factor original, porque es constitutivo
de la razón misma, en cuanto que es un dato. Es
un dato que posibilita la conciencia de uno mismo
y del mundo. Para la razón es esencial esta percepción de la propia dependencia original que, traducida en el lenguaje humano, es decir, verdadero,
verdaderamente humano, adquiere la expresión «ser
queridos», ser hechos. Porque somos queridos, somos hechos. Y no podemos eliminar esta realidad.
Podemos, como bien decías tú, hacer como si no
existiera. Este «hacer como si no existiera» empieza a partir de un sentimiento artificial de sí mismo,
de la imagen de sí mismo que uno se fabrica; por
tanto, empieza por el sentimiento y la imagen que
nos construimos nosotros de nuestra relación con
los demás y con las cosas; y, a partir del propio yo,
tiende a convertirse en una conciencia sistemática de
la realidad, en el sentido literal de la palabra; es decir,
tiende a convertirse en una cultura ajena a ese dato
original.
Ahora bien, esto influye en ese adhesivo, en esa
cola de contacto, en esa energía de asalto que el yo
utiliza consigo mismo, con los demás y con las cosas,
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y que se llama «voluntad». Ataca y debilita la voluntad. Y, al igual que la voluntad, la «libertad». Libertad entendida como exigencia de adherirse al propio
destino, como energía que nos mueve a abordar las
cosas, a adherirnos al ser, por tanto como fuente ilimitada de afecto, de adhesión amorosa. La libertad
acaba del todo desorientada —lo que implica que
cualquier seguridad es pura apariencia, cualquier palabra resulta una simulación— porque ha dejado de
corresponder a una realidad precisa y querida.
TESTORI
Creo que una cultura que presume de prescindir de este acto de dependencia, que en realidad es
un acto de grandeza, de gloria, esto es, un acto de
humildad gloriosa, porque nos inserta verdadera y
conscientemente dentro de la creación…
DON GIUSSANI
…es un acto de humildad que me constituye, que
me afirma…
TESTORI
…que te constituye y te afirma en el centro de la
voluntad de Dios; por tanto, es un acto que te engrandece y no, como se repite insistentemente, que
te humilla; es un acto que te potencia. Una cultura
que prescinde de este reconocimiento de que somos queridos, es una cultura única y enteramente
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condenada a la fatiga que supone olvidarnos de que
somos amados. En efecto, las expresiones más verdaderas de la cultura moderna son las que han hecho
saltar la alarma en este sentido: las que han dicho
«no es posible; no es lícito; ¡ojo a dónde estamos
yendo!». Las verdaderas, grandes, trágicas expresiones de nuestro tiempo que se pueden leer como
documentos de la poesía o de la historia del hombre,
son las que han indicado que el camino que había
tomado la cultura estaba cortado y separado desde
el principio, y que, por consiguiente, su meta estaría
inevitablemente cortada y separada; más aún, que no
tendría meta ninguna. Creo que la cultura verdadera
de nuestro tiempo ha sido esta, la que ha denunciado
la atrocidad, la imposibilidad y lo absurdo de esta
situación.
Por otra parte, intentemos pensarlo: cuando el
hombre se creyó librado del reconocimiento de este
ser querido, en el momento en que rechazó este acto
de conciencia y de humildad y alcanzó su aclamado
bienestar y su aclamada igualdad (sin quitar nada a
los méritos —por así decir— intrínsecos que existen, porque en la creación el empuje es tan grande
que toca a todo y a todos, incluso cuando nos negamos a reconocernos dentro [de una relación] y por
lo tanto cuando negamos nuestro ser creados, nuestra filiación)…; en un momento así, cuando el hombre parecía haber alcanzado su presunta libertad,
la cultura no ha hecho más que reflejar malestar,
ceguera, esclavitud y muerte. Mientras el hombre
procedía hacia un presunto bienestar y una pretendida igualdad, la verdadera cultura no ha hecho
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más que acusar angustia, desigualdad e imposibilidad de existir dentro de esos términos. Ha habido
una cultura —digamos así— sumisa que ha secundado este fingido desarrollo, pero la verdadera cultura
lo ha criticado, lo ha asediado, no le ha dado tregua,
ha testimoniado en contra, ha gritado: «¡Mirad que
vamos hacia el precipicio!». La descomposición de
la palabra, en fin, la pérdida del centro, la veo justamente reflejada en esta segunda cultura. Yo separaría
la cultura que se ha sumado a esa imposible libertad,
de la cultura que ha reclamado la libertad verdadera
o, por lo menos, la falta de esa verdadera libertad, el
vacío que ha dejado, la nostalgia que deja. Creo que
ésta es la cultura de ayer y de hoy que nos interesa.
Que nos interesa por lo menos como testimonio de
un grito, de una desesperación; como testimonio de
que no podemos seguir en esa dirección.
Quisiera añadir una última constatación: lo que
antes hemos llamado «grumo originario» en mí se
ha configurado siempre físicamente. Al igual que
siempre he tenido una percepción física de haber
sido «grumo», del mismo modo he tenido siempre
una percepción física de mi interioridad relacionada
y referida, de la interioridad divina de ese grumo.
En un momento dado, esa percepción que en mí era
y es dolorosa, más aún —¿por qué no debería decirlo?—, sangrante, ha ido a coincidir con un signo,
con una verdadera equimosis; como la marca de un
dedo aquí, en la frente, en el cráneo; una huella; una
mancha. En algunos momentos también he maldecido esa macha, que estaba aquí, justo aquí, y que
no lograba quitarme. Acabé con hacerla coincidir
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con la unción bautismal. En cambio, ahora sé que
era y es anterior.
DON GIUSSANI
¿Anterior a qué?
TESTORI
Anterior al Bautismo. El primer bautismo es la
interioridad del grumo; esa mancha, que no es una
mancha, no; que es un sello, una huella —hoy logro
decirlo— de amor y de libertad infinita; quizá una
caricia.
DON GIUSSANI
Es la relación con Dios, constitutiva del ser.
TESTORI
Así es, para mí esta percepción es física, realmente física. Te repito que la sentía aquí; cuando hacía
la vida que hacía, la sentía en la frente, debajo de
la piel, impresa en el hueso de mi frente. ¿Qué es
esto?, me preguntaba. Y luego, naturalmente para
maldecirla, la sumaba a la unción del Bautismo, de
la Confirmación; la sumaba a los sacramentos que
me la habían revelado, por decirlo de algún modo.
Sin embargo, en realidad, ya desde entonces creo haber sentido, más que entendido, que se trataba de un
evento anterior; que se trataba de un sello indeleble,
porque él mismo era la vía de escape, la salida.
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DON GIUSSANI
Sólo que, entonces, esta huella en ti estaba como
del todo encadenada e insegura. Atada e intimidada
por una situación de la voluntad, esto es, de la energía que nos relaciona con nuestro ser y con el de
los demás; que estaba del todo alterada; en fin, por
lo que el cristianismo llama pecado original. Estaba
como extraviada… Eras como un niño encerrado en
un cuchitril. Pero, en esas condiciones, nadie en la
casa puede estar tranquilo, ni jamás podrá estarlo.
TESTORI
¿Y esta casa es la Iglesia? ¿Es el mundo? ¿Es la
creación?
DON GIUSSANI
¿Cómo?
TESTORI
Me refiero a esa casa que jamás podrá estar tranquila. Mira, me viene a la mente la parábola de la
oveja descarriada. Quizás esa casa es la Iglesia en el
mundo. Perdóname. Debo haberme ido demasiado
lejos… Retomando el hilo, sin enlazar los términos
forzosamente; de hecho, los términos están tan estrechamente vinculados el uno al otro… Bueno, retomando: ¿es acaso el pecado original exactamente
este negarse a reconocer que somos queridos?
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DON GIUSSANI
Sí. Es quererse sólo a partir de uno mismo;
es el olvido. Y veo que tengo que insistir en
otra palabra cristiana: memoria. Lo que dices es
como la pérdida total de la memoria, por tanto,
el olvido de haber sido queridos, de ser continuamente queridos; la presunción de quererse
a partir de uno mismo sustituye a la memoria.
Basta con que me quiera sólo desde mí mismo;
lo cual, en un primer momento, hablando en
abstracto, podría no ser una negación explicita del Padre, la negación de Dios. Sin embargo,
es realmente la negación del Padre, no la negación de Dios como una entidad abstracta. De
todas formas, práctica e inmediatamente, luego
también teóricamente, la negación del Padre
es la negación de Dios. Es negar que la propia
consistencia radique en ser hijo, es decir, en ser
querido. Es realmente el arma de la mentira de
Satanás; la descripción del pecado original es el
olvido; el arma de Satanás es el olvido. La cortina de humo en donde se desata la mentira es
el olvido, la pérdida de la memoria. De hecho,
toda la fuerza de una personalidad reside en la
memoria. Esta pérdida de la memoria califica,
cada vez más, nuestra cultura; esta cultura que
pretende ser atea ha extraviado por completo su
memoria. Solzhenitsin insiste mucho en esto.
En resumen, en la situación actual, esa sustitución del Padre por el Estado hace cualquier cosa
para borrar la memoria mediante sus eslóganes
y toda la burocracia de su pensamiento.
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TESTORI
Volviendo al momento del pecado original, siempre me ha producido un terrible desconcierto el hecho de que la primera consecuencia de este rechazo
a reconocerse hijo haya sido un delito. La primera
consecuencia, el primer gesto terrible que el hombre
ha realizado después de su rechazo de ser hijo del
Padre, ha sido un asesinato.
DON GIUSSANI
Sí, el primer gesto significativo de esa historia ha
sido un asesinato.
TESTORI
La pérdida de esta memoria, de esta conciencia de
ser querido, acaba enseguida con matar al hombre.
DON GIUSSANI
Quererse únicamente desde sí mismo coincide con
matar al otro. Pero esto es estructural: quererse desde
uno mismo coincide siempre con asesinar a otro.
TESTORI
Que antes, o al mismo tiempo, es olvidar al otro.
DON GIUSSANI
Sí, la eliminación del otro empieza con el olvido
del otro. En efecto, el amor del hombre a la mujer,
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el amor a los hijos y la convivencia social hoy están
todos planteados así. Haber matado al Símbolo supremo genera el olvido del otro que luego, practica
y cotidianamente, se convierte en la instrumentalización del otro.
TESTORI
Por consiguiente, en la reducción del hombre a
objeto. Quisiera volver sobre aquel primer gesto, el
asesinato: un gesto de odio, más aún, el gesto mismo
del odio. En mi experiencia he comprobado que el
odio se dirige siempre hacia quien goza de una realidad más plena de filiación, de una conciencia más
honda de ser hijo. Entonces, en el caso del primer
asesinato, creo que el odio fue hacia quien gozaba de
ser hijo; por ello, debía ser suprimida la presencia de
aquel que había aceptado y glorificado en sí mismo
el sentido de ser hijo, para que dejara de solicitar esa
misma memoria en quien llevó a cabo el delito.
DON GIUSSANI
Esto es algo colosal…
TESTORI
Un círculo que se quiebra con Caín y que luego se cierra y se recompone sólo con Cristo, que
allá en la cruz, como en un testamento, dice: «Madre, aquí tienes a tu hijo»; un círculo que se reanuda
para siempre sólo con la muerte y la resurrección de
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Cristo; hasta ese momento no se había reanudado.
De todas formas, es cierto que el odio es siempre
hacia el que testimonia, hacia el que hace memoria, hacia el que es memoria y testimonio viviente
de este ser querido. El hombre tiene celos y envidia
del hombre que es más rico; pero el odio lo reserva
siempre y sólo hacia el inerme, hacia quien no ha
querido ser un superhombre, sino que ha aceptado
el estado de humildad y hasta de abajamiento que es
ser y quedarse hijo.
DON GIUSSANI
En cualquier caso el odio es un ataque armado contra la memoria o contra quien remite a la memoria.
TESTORI
¿No crees que el odio haya evolucionado en nuestros tiempos, en el sentido de que se ha degradado
aún más? Ciertamente tiene un sesgo casi inevitable,
automático, una abstracción sutil sin precedentes.
Hoy el verdadero odio coincide con el olvido.
DON GIUSSANI
¿Hablas del odio contra aquel que te hace recordar?
TESTORI
No. Quería decir que el verdadero odio hoy es
el olvido del objeto del odio mismo y de la razón de
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ese odio. Habiendo olvidado durante tanto tiempo,
habiendo tratado de extraviar la memoria de haber
sido querido, el hombre ha llegado a plasmar el
odio y el olvido en indiferencia; que es la forma de
odio más terrible porque ya no te responsabiliza
ni siquiera del acto que cumples, por ejemplo, del
acto de estrangular con tus manos, de asesinar. Te
crea la ilusión de quedarte más tranquilo porque te
evita la conciencia del acto que cumples, porque lo
reduce a un automatismo. Este es el drama de hoy:
la falta de una percepción física de la atrocidad, que
te ahorra el coste [en términos de humanidad] que
supone cometer una atrocidad. Alejándose del Padre, nos alejamos también de la conciencia física
del mal y la sustituimos con la indiferencia; en fin,
se intenta apartar cualquier contacto con el «grumo» incluso en el momento mismo de suprimirlo,
de asesinarlo. Es una maldición interna al rumbo
que ha tomado una determinada cultura. Matar con
una espada, matar con un cuchillo… Luego, poco a
poco, el arma con la que matas te aleja del hombre
al que quieres golpear. Esto ya te quita responsabilidad. De esta forma ya se advierte menos lo terrible que es matar a un hijo de Dios, como somos
cada uno de los hombres. Pero hoy, hemos pasado
del revólver y la metralleta a la posibilidad de matar con los gases, con las bombas atómicas, con los
venenos. Es realmente una muerte que te deja con
las manos limpias. Esto es lo terrible y forma parte,
creo yo, del proceso de esta cultura que se ha apartado de la totalidad del «grumo» inicial. ¿Estás de
acuerdo?
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DON GIUSSANI
Sí, sí. Tanto es así que la indiferencia, la neutralidad y el olvido están siempre a punto de estallar en
odio.
TESTORI
Para mí, ya son odio. Son la forma más interesada
de odio. Una forma de odio que ni siquiera quiere
asumir el peso, el remordimiento del odio. Son una
forma ulterior y, lo repito, más obscena, porque implican la pérdida de conciencia física de que uno es
«grumo» de materia viva, e intenta sustituir ese grumo de carne por un pedazo de plástico.
DON GIUSSANI
No pueden ocultar su naturaleza de odio; no la
pueden encubrir durante mucho tiempo; antes o
después sale a la luz incluso clamorosamente que es
odio.
TESTORI
Pero es un odio que trata de «salvarse», de no
mancharse las manos, estas mismas manos…
DON GIUSSANI
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Es puro fariseísmo …
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TESTORI
Algo más terrible aún. Piensa en un hombre que
asesina a cien, mil, diez mil hombres con un cuchillo, con un puñal, una espada… Llega un momento
en que ya no puede más; no lo aguanta… El otro día,
a propósito de esta imposibilidad, en el marco de la
discusión sobre la ley del aborto leía el informe de
algunos médicos sumisos…
DON GIUSSANI
Abortistas.
TESTORI
Sí, abortistas. El informe dejaba claro que el hombre no puede degradarse, olvidarse o «plastificarse»
del todo. En efecto, según el informe, estos médicos
ya no consiguen sostener el número creciente de estos asesinatos y tanto ellos como sus auxiliares…
DON GIUSSANI
¿Dónde lo has leído?
TESTORI
En el diario Avvenire, el día antes de que saliera el artículo sobre la Madre Teresa en el Corriere
della Sera. Pues estos médicos decían que, tanto
ellos como el resto del personal sanitario, tienen
que someterse a una suerte de «lavado de cerebro»,
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de censura psicológica, para poder seguir haciéndolo. Esto es, tienen que librarse de lo que les impide,
primero, seguir adelante, y luego aguantar el peso de
estos asesinatos. En mi opinión, esto introduce otra
pregunta: un médico, que ciertamente ha votado a
favor del referéndum sobre el aborto, cuando luego,
fiel a su decisión, pone en práctica ese voto, al cabo
de un determinado número de estas «ejecuciones»
no aguanta más la participación directa, física y, por
tanto, concreta, en el delito. Mientras que quien no
participa directamente, sino que tan sólo hace de
ello una proclama ideológica, puede continuar gloriándose, impunemente, de haber propuesto, impulsado y aprobado esta ley.
Llegados a este punto, se inserta otro tema que
está ligado a todos los demás y que supone una
ceguera de la cultura moderna, que afecta, me parece, incluso a la vida de los cristianos: la abstracción. Nosotros no calculamos cuánta destrucción,
cuántas muertes, cuántos delitos, cuántos asesinatos
se llevan a cabo mediante la abstracción. Pero, en
el fondo, ¿qué es esta abstracción? Es el intento de
reducir el grumo humano inicial, es decir, el grumo
totalmente sacro y divino, el grumo que procede, que
se desarrolla, crece, se hace niño, joven, adulto, obrero, estudiante, profesional, padre, madre, que tiene
hijos o no, en cualquier caso que es él, ese él que Dios
ha querido que fuera tan preciso, único, irrepetible
grumo de alma, carne y gracia; ese grumo que se ha
pretendido liberar glorificándolo y exaltándolo como
un simple trozo de materia y, aunque sin lograrlo,
tratando de sustraerle la presencia insoslayable de
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Dios, de lo Eterno, del Todo. Pues bien, todo ello, ni
siquiera lenta sino rapidísimamente, con un proceso
cada vez más terrible, nos ha llevado al rechazo de
la materia, a no respetar tampoco el grumo estrictamente material, si es posible separar una unidad tan
irrevocable. Pero esta cultura, al igual que cualquier
cultura similar, no lo ha logrado: el grumo sin Dios
deja de ser grumo, vida, hombre. Así hemos llegado
forzosamente a una cultura abstracta, una cultura
que dice ocuparse del hombre porque es la única
coartada que tiene, pero que en realidad avanza en
contra del hombre y en contra de sí misma. Hoy estamos en esto. El desarrollo del progreso, de la ciencia y de todas las demás disciplinas, que podía ser y
puede volver a ser para gloria de Dios y del hombre
y, por lo tanto, encaminado hacia el destino eterno
de la historia que Dios nos ha dado; ese avance, privado de su centro, de su totalidad, esto es, depauperado, partido en dos, reducido a cuatro células de
las que ni siquiera se reconoce la lógica, el amor, la
desesperación, la inteligencia: este avance ha llegado
rápidamente a determinar la destrucción del mismo
grumo. Sí, hemos llegado de verdad al punto crucial
de la vida del hombre, de la posibilidad misma de
que el hombre subsista y siga existiendo.
Aquí, el discurso vuelve a enlazar con la rebelión de los jóvenes; los jóvenes que dicen no a esta
cultura; que dicen su no incluso matándose; o que
dicen su no rezando, aceptando de nuevo, volviendo a descubrir su filiación, su ser queridos. Sin
embargo, el nudo gordiano es este: la cultura, o el
producto de esta cultura, se ha escapado de la mano
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de la cultura misma. Las células que hemos querido
considerar como grumo en el que no estaba Dios,
en el que no estaba el Padre, por lo tanto que hemos
dejado de considerar como un acto de amor y, a la
vez, de creación, han generado su propia maldición.
Han repetido en sí mismas el gesto de Caín. Las células han huido de las células. Han creado las células
cancerígenas que el hombre, si continúa en esta supuesta independencia, en su supuesta independencia
del Padre, ya no está capacitado para gobernar por
sí mismo.
No sé si tú también ves que en nuestro mundo
incluso el poder está perdiendo su rostro. Los poderosos ya no tienen caras. Mira el poder de la industria. Antes existía el tal empresario, con su cara
particular: los obreros veían su cara, había una relación humana, real. Ahora en la industria casi ha
desaparecido el rostro del dueño, del empresario.
Lo sustituyen denominaciones enigmáticas, abstractas y terribles. No sé, ENEL, UNIDAL. ¿Quiénes
son? Ya no existe el señor Motta, el señor Alemagna. Existe este poder sin fisonomía que rehúye toda
localización y palpabilidad, tanto individual como
colectiva. La maldición es realmente esta: que las células del hombre, tratando de apartarse de Aquel del
que no podemos separarnos, se han convertido en
una entidad abstracta; por consiguiente, siguen generando abstracción. Incluso en las superpotencias
el poder coincide cada vez menos con el rostro de
quien nominalmente lo representa: la cara de Carter, la cara de Brezniev… Ya no es como hace unos
decenios. Tú todavía podías ver a Kennedy; todavía
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podías ver a Stalin. Eran lo que eran, pero tenían
todavía una cara. Hoy funcionamos con poderes
que ya no tienen un rostro físico que el hombre
pueda reconocer; aunque sea una cara alterada,
desfigurada, distorsionada. Al haber querido sacudirse de encima la realidad de ser hijos y, por
tanto, la presencia, el sigilo, la impronta del Padre,
también los poderes políticos se han convertido en
maquinarias, monstruosidades abstractas. En este
sentido, es justo reclamar continuamente el riesgo de los armamentos, pero el verdadero riesgo es
otro, está detrás, viene antes que los armamentos.
La verdadera responsabilidad es haber extraviado
la relación filial y la conciencia de que tenemos un
alma. Entonces una cultura que, en cuanto evento
histórico, como acto histórico y nada más, se dice
nacida para el hombre, paso a paso se ha transformado en una cultura al margen de la historia; una
cultura que, prescindiendo de la historia, subyuga
al hombre, de momento; luego tratará de «producirlo». Quiero decir, intentará producir historia
y hombres desde ideas abstractas de la historia y
del hombre. ¿Qué podemos pensar más abstracto
que esto? Luego nos indignamos si la mayor parte
de los avances prácticos y económicos, que racionalmente deberían emplearse para que todos puedan vivir, alimentarse, vestirse, formar una familia,
amar, saber, cultivarse, se utilizan para las armas.
Como decía Leo Ferré5 en una canción suya, si se
fabrican bombas, en un momento dado, tendrán
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Léo Ferré (1916-1993) fue un compositor, intérprete,
pianista y poeta francés.
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que caer. Queramos reconocerlo o no, ese momento —el momento en que caerán y deflagrarán las
bombas— está incluido en el mismo plano del mecanismo de poder abstracto que las fabrica. Todo
ello ya carece de un destino; ni siquiera ciegamente
histórico; ni siquiera ciegamente materialista. Es
un engranaje espantoso que actúa al margen del
hombre, en contra del hombre, en vista de la destrucción del hombre.
DON GIUSSANI
Incluso se podría dar un cataclismo universal sin
que se pueda echar la culpa a la responsabilidad de
nadie.
TESTORI
Ni teórica ni prácticamente ya no tenemos a nadie a quien decir: «Has sido tú; habéis sido vosotros». Incluso algunos compañeros de fe quieren
hacernos creer que pensar y escribir estas cosas es
situarse al margen de la historia. Me pregunto, con
todo el respeto y el amor por estos cristianos, si saben qué es la historia. La historia es el camino lento
y doloroso del hombre para volver al Padre. Pero
lo que se está haciendo hoy no es un camino, un regreso a casa. Nos estamos preparando para la destrucción; y la destrucción no se prepara sin preparar también los medios para llevarla a cabo. Lo más
terrible de todo es que esto se está produciendo en
un plano que huye en lo abstracto. La gente morirá,
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pero nadie tendrá las manos ensangrentadas y nadie
dirá: «He sido yo; hemos sido nosotros». No. Será
el efecto de un engranaje. Es inútil que nos acusen
de ser apocalípticos.
Nosotros, si a caso, les alertamos ante un riesgo, más aún, ante el riesgo. Pero quien lo favorece,
quien sigue fomentándolo es realmente esta cultura
abstracta, completamente abstraída del hombre, a la
que nada le importa más que mantener su poder sin
rostro, que ya no cuenta con ideologías explícitas,
porque ni en Rusia, ni en China, ni en Estados Unidos existen ya ideologías definidas, pues sólo existe
la maquinaria de estos poderes camuflada de ideología… Antes estaba diciendo que para mantener su
poder, que habría tenido que ser un poder sobre la
materia y, en cambio, se ha convertido en un poder
en contra de la materia, un poder sin materia, un
poder que niega a la materia cualquier valor y significado; para mantener todo esto, están obligados
a vengarse de Aquello o de Aquel del que, por su
naturaleza, no podemos «vengarnos» más que abrazándole, es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Estos poderes preparan la muerte sin nombrarla. Hemos llegado realmente al anti-amor, a la anticaridad, a la anti-esperanza, a la anti-materia; hemos
llegado a destruir el amor, la caridad, la esperanza, la
materia. Y nos negamos a escuchar el gemido de la
materia misma. Pero la destrucción de todo lo que
viene del Padre es la destrucción de todo lo que es
hijo, de todo lo que es vida. Esta es la maldición,
la verdadera maldición que sufrimos por nuestro
alejamiento del Padre. Los jóvenes que mueren por
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la droga no son una maldición. Ellos atestiguan esa
maldición, o quizás sean ya sus víctimas. Pero allí,
en ellos, hay dolor; por tanto, sigue habiendo conciencia y nostalgia del grumo sangrante inicial: hay
nostalgia del alma. La maldición está en este automatismo, en este enredo terrible contra el cual sólo y
exclusivamente se puede luchar con el amor, el amor
al hombre, por tanto, al Padre, al Hijo y al Espíritu. No queda más que él, el amor. No hay más que
reconocer la filiación original. Para volver a avanzar
hace falta volver atrás hasta tocar ese punto vital. En
esto estriba la enorme fatiga de hoy.
Cuando el Papa dice: «Abrid de par en par las
puertas a Cristo, no tengáis miedo»,6 dice que debemos abrir de par en par las puertas a la irrupción de
Dios en cada uno de nosotros, en ese momento. Y,
luego, siempre. Porque la materia no puede ser más
que sagrada. Por naturaleza, es sagrada. Que nosotros resucitaremos significa que la materia volverá a
ser consagrada, pero puede empezar a serlo incluso
ya aquí, en el curso de la historia; aunque tenga que
pasar por el quebrantamiento de los huesos, la ceniza
y el polvo. Si el Papa lanza este grito es porque en él,
«abrid de par en par las puertas», recupera el significado de la puerta; las puertas que existían antaño en
la ciudad; las puertas de casa; y, sobre todo, la puerta
primera, la del vientre materno. Su grito nos invita
a rescatar la conciencia de la materia como realidad
divina. Hemos llegado a esto: que los cristianos deben retomar en sus manos la materia, precisamente
6
Juan Pablo II, Homilía en el comienzo de su pontificado,
Plaza de San Pedro, 22 de octubre de 1978.
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ellos, porque con la coartada de exaltar la materia
ésta ha sido humillada, manipulada, aniquilada. Los
huesos humillados son los de todos los hombres, y,
para responder a una necesidad tan grande, no seremos nunca suficientemente hijos.
DON GIUSSANI
Tratando de resumir, nuestra persona se concreta en su libertad. La urgencia suprema de este momento es realmente la de recuperar nuestra responsabilidad, es decir, nuestra respuesta al Padre, que
coincide con nuestra vida personal e intransferible,
con el ejercicio de nuestra libertad. Y, aunque esto,
además de impopular, parece no incidir en absoluto
en esa gran maquinaria de la que hablabas antes, en
ese automatismo que anula todos los rostros y que
podría llevarnos a la destrucción total del mundo
sin que nadie se ensuciara las manos; decía que,
aunque se trata de algo impopular, algo sin recompensa y, por lo tanto, gratuito, de una actitud absolutamente gratuita, sin embargo, es lo que necesitamos. Que, paradójicamente, el pequeño David
de la persona se yerga libre en contra del Goliat
del Estado, que es el instrumento poderoso de este
engranaje destructor del hombre. Para mí este es el
signo de los tiempos para los cristianos. La recuperación de la memoria que reconstruya a la persona
y que, por lo tanto, dé espacio a su libertad; aunque
desde el punto de vista de la previsión humana es,
por una parte, un papel absolutamente impopular
y, por otra parte, sin visos de victoria.
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Es sobre esta fragilidad, sobre esta debilidad última de la verdad donde se inserta la potencia de Dios
con su promesa. En este sentido, todos tenemos un
ejemplo admirable en la disidencia rusa, la disidencia religiosa rusa. No es casualidad que la cultura
occidental la censure totalmente, también desde el
punto de vista político.
TESTORI
Volviendo a lo que acabas de decir, has hablado
de «los instrumentos del Estado».
DON GIUSSANI
He dicho: es el Estado.
TESTORI
Ahora te pregunto: ¿no ha llegado más allá la situación? Digamos la palabra que no se debería decir, incluso según la opinión de algunos cristianos:
el Anticristo, el demonio, Satanás. ¿No le hemos
dejado dar otro paso más? En fin, ¿existe todavía el
Estado o el engranaje ha ido más allá? Por lo que
entiendo, y lo digo con miedo, ha ido ya más allá.
DON GIUSSANI
El Estado, entendido como un poder abstraído
de la vida real, es el instrumento de este proceso.
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TESTORI
En mi opinión, el instrumento ya se ha comido
al Estado.
DON GIUSSANI
Ya no tiene personalidad ni siquiera este tipo de
Estado.
TESTORI
El instrumento se la ha quitado. Es una secuencia
ininterrumpida de asesinatos que descienden desde
el primer asesinato.
DON GIUSSANI
De todas formas, éste sigue siendo el engranaje
mediante el cual actúa el Anticristo.
TESTORI
Mi percepción es que este engranaje ya se le ha
ido de las manos al Estado; se ha formado un supra-Estado y el Estado ya no está en condiciones
de controlarlo. Ya ha dejado de ser él el verdadero
titiritero, el que realmente maneja los hilos de lo que
he llamado «mecanismo de abstracción total», que
coincide con la falta de alma; la falta de natalidad; la
falta de materia; que es falta de amor, inteligencia,
sabiduría, juicio, igualdad; y, al final, falta de sentimientos y de belleza.
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En cuanto a la disidencia, tú aludías a la disidencia religiosa en Rusia y en los países del Este. Tengo que decirte
que, desde que mi vida me ha llevado a entrar en una relación más directa, plena y responsable con los jóvenes,
yo la percibo, la advierto también aquí, entre nosotros. Es
decir, capto una resistencia contra este engranaje.
DON GIUSSANI
La rebeldía en contra de este engranaje.
TESTORI
Sí, fortísima. Incluso si no consigue explicitarse.
Sin embargo, ya asume ciertos nombres, esos nombres que asustan a quienes son parte integrante de
ese engranaje, que se los come, mientras ellos tratan
de aprovecharse de él. No aludo sólo a algún partido
político. Muchos, demasiados, se quedan atrapados
en él, y están confundidos; y juegan en esa terrible
contienda o, quizás, empiezan a sufrirla también
ellos. De todas formas, vuelvo siempre al comienzo,
me parece que el no de los jóvenes, en sus declinaciones brutales, es un rechazo decidido y decisivo.
DON GIUSSANI
Es un no en contra de la ausencia, sin haber gustado todavía la presencia. Mientras que en Rusia
—porque en Rusia la disidencia empezó entre los
jóvenes— la disidencia religiosa fue un no a la ausencia que les hizo redescubrir la presencia.
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TESTORI
Yo creo que en Rusia el no fue desde el principio
más real que el nuestro, más físico que aquí entre
nosotros.
DON GIUSSANI
Ya, en efecto, implicaba la cárcel. La cuna de la
disidencia fue y sigue siendo la cárcel.
TESTORI
Mientras que aquí el no puede deslizarse sobre la
pendiente lustrosa del consumo.
DON GIUSSANI
El no aquí utiliza, vive de los instrumentos que le
proporciona el poder.
TESTORI
Por tanto, aquí, es más difícil. Allá es más doloroso, pero aquí es más complejo, sobre todo es más
difícil asumir una conciencia activa. Decir que no
aquí es más difícil porque el engranaje que te somete
te suministra permanentemente nuevos mitos, continuas alucinaciones momentáneas; por lo tanto dar
carne y sangre a este no, aquí es más arduo. Pero me
parece muy importante que exista esta voluntad de
oponerse.
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DON GIUSSANI
Sí, como inclinación generalizada. Pero existe
también esta limitación terrible, este étouffement,
¿como diría yo?
TESTORI
Esta caída continua… Además, con el riesgo de
que esta resistencia sea debilitada, amansada, asimilada por el engranaje.
DON GIUSSANI
Por ello, decía, étouffé; realmente sofocada...
TESTORI
Llegados a este punto la única vía de salida para la
liberación es que el no asuma el rostro de un sí, el rostro
del consentimiento al hecho de que somos queridos.
DON GIUSSANI
Devolverle al no la memoria. Esto es lo que hay
de descubrir de nuevo.
TESTORI
Y en este punto, creo yo, se levanta la cruz. No
creo que sea posible otra solución. La cruz que, por
ejemplo, en Rusia es y ha sido la cárcel, aquí tendremos que asumirla de alguna manera.
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DON GIUSSANI
Este es el miedo... El miedo que avanza, porque
es una previsión demasiado justa. Y como en la Biblia, cuando vivían en la abundancia, Dios envió el
diluvio, así debe suceder algo. Tan es así que ni siquiera los que deberían ser las huestes —acies— de
esta memoria, advierten esta llamada a la memoria.
El llamamiento a la memoria produce un cierto fastidio; o se les acusa de ingenuidad, de «integrismo».
Cunde la abstracción también en quienes se remiten
a la memoria, en quienes quisieran recuperarla. Tanta teología actual, tanta educación católica...
TESTORI
Se hace a latere, se hace «al margen de» o «pasando por encima de».
DON GIUSSANI
Se hace al margen de la vida. Las palabras del
Papa Juan Pablo II llaman la atención, pero no sacuden las conciencias.
TESTORI
Quizás algunos aparentan ser impactados, porque yo veo cierta simulación. Pero esto se está convirtiendo en una manera de acallar y suprimir su
voz. Aunque, por mucho que se acalle y se suprima,
no se puede evitar que el hombre esté hecho de alma
y cuerpo.
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DON GIUSSANI
Ergo, hay que devolver el nombre de «asesinato» a estas cosas. Porque esta palabra es mucho más
fuerte que «indiferencia» o «marginación» o «supresión». Hay que declarar que los estímulos de esta
cultura son a menudo estímulos al asesinato. Utilizar la palabra «asesinato» puede... ¿cómo diría?, sí,
por contraste, puede volver a despertar el sentido de
la persona.
Porque este es el tiempo en el que es necesario
rescatar la conciencia de la persona. Es como si ya
no pudiéramos hacer cruzadas o campañas sociales... Cruzadas programadas, grupos organizados.
Un «movimiento» nace exactamente con el despertar de la persona. Es algo impresionante. Antes lo
comparaba a David contra Goliat. Precisamente la
persona que, ante un engranaje como el que tú has
descrito, es lo más insignificante que exista, lo más
ridículo, lo más desproporcionado y sin viso alguno
de tener éxito, precisamente la persona es el punto
de rescate. Y así, en mi opinión, nace el concepto de
«movimiento». Hoy, el mayor valor social para un
contraataque es justamente el ideal de que nazca un
«movimiento», lo cual parece algo sin orden ni concierto y nadie sabe cómo puede acontecer. En efecto, su lugar de nacimiento es la partícula más inerme
y desarmada que existe, es decir, la persona.
TESTORI
Aquí debe aflorar, irresistible, el valor de la persona, que al mismo tiempo supone la recuperación
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de la memoria, la recuperación del saberse querido.
Indefensa, quizá ya derrotada de antemano —perdóname si lo digo así—, pero tengo la certeza de que
el amor de Dios es más grande que toda esta maquinaria y todas las abstracciones...
DON GIUSSANI
Es que este es exactamente el modo en que Dios
vence al mundo. Sólo que Dios... «…para Él mil
años son como el ayer que pasó».7 Esto es, Dios
vence según sus tiempos. Y esto para nosotros supone una cruz. Porque también para Cristo la cruz,
a los ojos de la sociedad, fue una derrota.
TESTORI
Supone una cruz, pero como bien dices, también
una esperanza.
DON GIUSSANI
El problema capital es recobrar el señorío de la
persona sobre sí misma; alcanzando ese lugar recóndito donde la persona puede ser rescatada al recobrar el sentido de su nacimiento. No basta ni un
discurso ni un debate. El verdadero problema es el
resurgir de la persona. Y esta es una tarea de Sísifo,
porque, aunque todos lo están esperando, depende
una vez más de la persona. Antes que estar a merced
de un mecanismo que se lo traga y lo disuelve todo
7
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Cf. Sal. 90, 4.
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porque todo lo desacraliza; antes que verse libre de
este engranaje, la persona debe estar ya hecha, mejor dicho, debe haberse recobrado a sí misma. En
este sentido, hay una palabra que debe correr, que
debe comunicarse, que debe mantenernos en vela,
que debe catalizar la esperanza. Y es una empresa
cuyo punto original es capilar, en su sentido último,
porque acontece en cada individuo singular.
Las personas abandonadas, las personas arrancadas de su origen sagrado, de su concepción en el seno
materno, quedan tocadas en su interior porque están
manipuladas. ¿Cómo arrebatarlas de esa fuerza de
gravedad terrible, de esa tremenda fuerza catalizadora que poseen los instrumentos de la abstracción?
TESTORI
Recogiendo dolorosamente al hombre en ese
punto extremo en que lo hemos dejado caer: el momento de su muerte. Un suicida, que ya no quiere
vivir, que desea morir, viene a verte; te lo encuentras
ahí delante; se te anuncia; te lo cruzas por la calle;
te lo encuentras, no importa cómo; aunque no te lo
diga, se ve que tiene gana de acabar con su vida... ¿Tú
qué haces?
Llama a tu puerta; viene a verte porque quiere
decirte algo antes de acabar con todo, antes de cumplir ese delito contra su vida, esa vida a la que le han
quitado la memoria, el sentido. Y me imagino que
si uno viene en esas condiciones está como abrumado por la nostalgia. Tú abres la puerta… es él. ¿Qué
haces?
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DON GIUSSANI
No sé qué contestar, porque en ese momento le
diría lo que pudiera y como pudiera.
TESTORI
Si él o ella, entrando, te mira... significaría que
sigue teniendo necesidad de mirarte. Bien, esta mirada...
DON GIUSSANI
Si vienen, es que necesitan mirar a alguien...
TESTORI
Esa mirada sería su último recurso. ¿Qué crees...?
Quizás ya te ha pasado...
DON GIUSSANI
La verdad que sí... Es una minoría exigua la que
se expresa de ese modo. Pero lo que le diría a esta
pequeña minoría es lo mismo que puede sacudir
también a la masa.
TESTORI
Son como la punta de lanza que expresa, aunque
sea oscuramente, a todos los demás. Lo primero
que les pasa es que necesitan llorar. ¿Quién o qué
hoy le impide al hombre llorar? ¿Quién le arrebata
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el derecho a llorar como una forma de liberación?
Lloran para recobrar físicamente la memoria, para
poder recobrar la memoria. La abstracción en la que
vivimos es culpable también de esto, de no dejar llorar a la gente, de que los hombres no sepan cómo
llorar, a pesar de que les hace llorar. Lo que hoy se
les concede ya no es un llanto de liberación. ¿No es
quizás otra terrible culpa de la abstracción la de haber privado al hombre de sus lagrimas liberadoras?
¿O de que las lágrimas no le devuelvan al hombre su
significado de confianza hacia la vida e incluso hacia
la muerte?
DON GIUSSANI
Es algo trágico, porque es solamente una presencia distinta lo que puede suspender la lógica de este
engranaje. Esa gente...
TESTORI
Esa gente, mucha gente, toda la gente. Esa gente
representa el caso extremo, el síntoma de un malestar que ha llegado ya al borde del precipicio.
DON GIUSSANI
Si la culpa la tiene la abstracción, entonces sólo
lo concreto puede amenazar el dominio de lo abstracto. Y lo concreto es una presencia distinta. Una
presencia distinta se expresa en palabras que dejan
entrever una continuidad; en palabras que no cierran,
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que no «definen»; quiero decir, que no hacen como
este mundo que pretende definirlo todo y así lo encierra todo en un sepulcro, acaba con todo. Por lo
tanto, deben ser palabras que expresan un contenido
vivo, es decir, una presencia. Yo no logro encontrar
otro motivo de esperanza que no sea el multiplicarse
de estas personas que sean una presencia. El multiplicarse de estas personas y una inevitable simpatía
o, estaría a punto de decir una palabra fea, una «sindicalidad» nueva entre estas personas, tal como la
expresa el término que utilizamos nosotros: un reconocimiento. Al margen de esto la trayectoria es
tan pobre, lo humano tan apartado, que es como si
los mendigos de una ciudad tuviesen que combatir
contra el poder que campa a sus anchas sin que nadie le oponga resistencia. Hay que tener el coraje de
asumir la verdad de nosotros mismos. El discreto
coraje de la verdad de uno mismo. Es decir, asumir
que el motivo de la desesperación es un engaño, una
mentira que podemos vencer en nosotros mismos,
que no podemos pretender que otros venzan por
nosotros —ni la sociedad, ni un ejército armado o
una banda de objetores de conciencia—, sino que
debe ser vencida primero en uno mismo, que puede ser derrotada en uno mismo. Y esto puede venir
sólo de un nacer de nuevo. Y cuando le digo: «Mira
que si te matas no resuelves nada, porque tú sigues
siendo tú; no puedes evitar que exista el mañana, no
puedes evitar tu destino personal; el destino te supera, tanto que no existías y has nacido, por lo tanto,
estás dentro de una realidad más grande que lo que
te hace daño, que lo que te persigue, que lo que te
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oprime. Y lo que te constituye, tu destino, tiene la
capacidad de resurgir en ti, con tal de que tú lo quieras, de que lo aceptes»; en este sentido, yo le digo a
todo el mundo que lo primero que hay que hacer es
lo que parece más lejano: pedir. Les cito siempre el
Innombrable, en Los novios de Manzoni: «Dios, si
existes, ¡revélate a mí!»8. Porque el punto es éste. Y
esto vale para todos, no sólo para quien está desesperado. Esto les digo a todos los chicos.
TESTORI
¿Se puede sugerir que un modo de decir «Si
existes, ¡revélate a mí!» sea odiarse un poco menos,
quiero decir, como criaturas de Dios, como hombre
en relación con, como hombre querido por Otro y,
por tanto, eterno?
DON GIUSSANI
Sin duda.
TESTORI
«Ámate más, porque al amarte un poco más reconocerás que eres querido por amor». Quizá sea
el Amor que nos ha querido lo que nos empuja a
amarnos aún estando al borde de un precipicio o
asomados al cráter de un volcán.
8
Alessandro Manzoni, Los Novios, Alfaguara, 2004,
cap. 21.
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DON GIUSSANI
Sin duda. El problema radica exactamente en esto
y en cómo llegar allí. Una vez que se llega allí, uno
empieza de nuevo a comer.
TESTORI
«Estímate más que la nada a la que te han reducido. Eres más grande, eres más importante, eres insuprimible».
DON GIUSSANI
O como proclamaba un panfleto de jóvenes universitarios: «La vida es más grande». Así es.
TESTORI
Todo hombre participa de esta grandeza y, si la
vida es más grande, es más grande el valor del hombre. No se pueden separar estas dos grandezas: la
una engrandece a la otra.
DON GIUSSANI
Sí, pero «la vida» no existe si la vida «eres tú
sólo». Para mí, la clave es recobrar la evidencia de
que la vida no nace de nosotros, que nuestro destino
no acaba en nosotros, sino que pertenece a algo más
grande que nos constituye.
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TESTORI
Algo que no se puede separar de tu vida concreta,
particular, algo que constituye las entrañas mismas
de nuestra vida.
DON GIUSSANI
Algo más grande que nos constituye. Lo cual significa descubrir la paradoja de que yo soy Otro. No
puedo decir «yo» si no digo «tú», si no digo «Tú que
me haces», como digo cuando trato de explicar qué
es la oración.
Lo que quería aportar, como respuesta a esta última apertura de nuestro diálogo, es que es verdad
que la mentira domina el mundo tal como dijo Jesús: «El mundo entero yace bajo el dominio de la
mentira»9; y además, ahora, la mentira ha llegado
al paroxismo porque se ha suprimido la dimensión concreta de la vida; pero la batalla contra la
mentira se libra en cada persona. De hecho, uno
se mata o vive como si fuera un muerto viviente
cuando acepta que no hay nada que hacer; y éste,
en realidad, es el verdadero suicidio. Por lo tanto,
también es en la persona donde se juega el rescate,
el renacer, el resurgir. Pero, ¿cómo puede darse este
rescate? Este es el punto que tenemos que abordar.
Exteriormente la única respuesta es que uno se encuentre con una presencia distinta, que se tope con
una presencia diferente. Entonces, esta presencia
9
Cf. «Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero
yace en poder del Maligno» (1Jn 5, 19).
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puede actuar como reactivo, como catalizador de
las energías que se habían perdido.
TESTORI
Debe volver a despertarse el sentido que tiene el
haber nacido, el sentido de nacer.
DON GIUSSANI
Exactamente. Y esta memoria se recobra en compañía de alguien que ya la vive. No hay otra solución sino el multiplicarse de estas presencias. La Biblia dice que «cada hombre es responsable de sus
hermanos»; alguien que tiene fe no puede dejar de
conservar, aunque sea de manera implícita, la confianza en lo humano y por lo tanto preocuparse de
los que le rodean y convertirse en una presencia para
cualquiera que tenga al lado. Empezando por el marido o la mujer, los hijos, los compañeros de clase,
de la universidad o del trabajo. Si esto se produce,
es imposible que estas personas no se reconozcan
entre ellas, no establezcan un vínculo de solidaridad,
no sientan —como apuntaba antes— nacer entre
ellos la necesidad de una suerte de reconocimiento
«sindical». Al multiplicarse estos átomos, surge un
movimiento. Entonces un movimiento se opone
al engranaje del poder. De todas formas, el tipo
de aridez, el nihilismo que genera la sociedad en
la que hoy crece la gente, este clima nihilista dificulta un verdadero rescate de la responsabilidad
de los que tienen fe, incluso de los que conservan
una fe natural en el valor de la vida, y por lo tanto
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se opone frontalmente al surgir de un movimiento.
Aun así, en mi opinión, esto es lo fundamental para
un contraataque en la sociedad actual: el rescate de
esa verdad que tiene lugar en cada persona, en mí
mismo «yo»; que cada persona tenga el coraje de
recobrar su verdadero ser, tomando conciencia de
sí misma.
TESTORI
Y que caiga en la cuenta de la necesidad de comunicar...
DON GIUSSANI
...que caiga en la cuenta del poder que tiene, de la
responsabilidad que asume al relacionarse con otros:
la de contagiar la vida. Y, además, que esta recuperación de la conciencia personal no rechace la solidaridad con los demás que tienen la misma suerte, la
misma gracia, esto es, que no rechace formar parte
de ese movimiento que el Misterio divino promueve
en el mundo.
TESTORI
Si lo rechazara, ¿significaría que ya no es solidario, que ya ha extraviado el sentido de la memoria?
Porque, es justamente la memoria lo que nos impide
rechazar a los que comparten esa misma conciencia
del origen, del nacer.
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DON GIUSSANI
Estoy de acuerdo. Tan es así que es esta precisamente la tragedia de los cristianos. Hoy son más
bien como pabilos vacilantes de esa memoria. Y la
confirmación de lo que digo es que son incapaces de
reconocer la unidad que existe entre ellos, es decir,
que la comunión es inmanente a su vida personal.
TESTORI
Se muestran también incapaces de reconocer las
señales que la Gracia envía con extraordinaria abundancia. Volviendo a lo que decías antes, al hablar del
hombre que se encuentra con alguien que ya ha recobrado en sí mismo esta memoria y establece con él
una alianza, pues bien, yo creo que el hombre puede
recobrar su memoria también en el contacto con la
naturaleza; y con esto quiero decir que el signo de
que somos criaturas se encuentra también allí, resplandece también en la naturaleza.
DON GIUSSANI
Hace unas semanas, quedé con un chico que me
había escrito, y luego me lo comentó, que se sentía
verdaderamente hombre, humano, sólo cuando andaba por el campo, en medio de la naturaleza.
TESTORI
Eso es, el encuentro con la naturaleza. Al ser también la naturaleza sede de la memoria, ese encuentro
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puede darse también con ella. Una memoria que se
alimenta por sí misma y que quizás nosotros no podemos percibir del todo; pero en la que el hombre
puede reconocer su memoria, verla reflejada como
en un espejo. No sé si has reparado alguna vez en el
hecho de que en algunos momentos del día —que
pueden ser por la mañana, al atardecer o por la noche— pues, en esos momentos advertimos con una
agudeza aún mayor la memoria de haber sido creados; percibimos que somos creados en ese instante,
hasta advertir en el presente una suerte de laceración, una herida. De hecho, dijimos, la memoria es
también dolorosa. ¿Te has preguntado alguna vez
por qué cuando te encuentras inmerso en un momento tan milagroso de la vida de la naturaleza, y
tiemblas en ella, percibes que es como si el signo de
Dios, el signo que es la creación, se dilatara hasta el
extremo y te volviera a despertar, como si hubiera
una voz que se superpone a la música de un órgano?
¿Por qué se da esto, si no es porque en esos momentos advertimos la memoria de una unidad total que
incluye también la naturaleza?
Yo también creo que este rescate de la memoria
puede darse también mediante los signos de la cultura, mediante las obras que el hombre ha dejado
a lo largo de su historia, quiero decir, los libros, la
música, las formas del arte. También de allí puede
venir una recuperación del signo de que somos hijos, de que somos queridos. Por tanto, el margen de
posibilidad es infinito. Lo que pasa es que nosotros
los cristianos solemos reducirlo, hasta el punto de no
saber leer casi ninguna de las señales que en ese campo
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infinito nos envía la Gracia; señales que pueden ser
felices o dolorosas, que pueden ser, por ejemplo, estas luces que se están encendiendo justo ahora en el
aire, ahí, más allá de la ventana, o pueden ser, quizás,
una enfermedad. El problema es que ya no estamos
abiertos a los signos, nos hemos encerrado, enrocado. Además, ¿qué pretendemos defender con eso?
La aridez, nada más. Cuando, en cambio, el cristiano
debería ofrecerse totalmente, abrirse de par en par a
la abundancia de Dios. Creo que la abundancia de la
Gracia es infinita, sobre todo hoy. Pero ya no sabemos leerla para nosotros mismos y así no sabemos
enseñarla a los demás. Y cuando creemos haberla
leído y la indicamos a otros, lo hacemos casi siempre con nombres, sentidos y significados sustitutivos, parciales, incompletos. En cambio podríamos
y tendríamos que utilizar también los términos de
la ciencia, la literatura, la filosofía, y recorriéndolos
hacia atrás llegar al origen de estas señales, al origen
de esa memoria, en fin, al nacimiento; y así aferrar su
sentido y al mismo tiempo dejarnos aferrar por ella,
por esa Gracia.
DON GIUSSANI
Comparto todo lo que dices, pero insisto en que
es casi inevitable que sea un presencia humana la que
haga de catalizador; de lo contrario, podría surgir un
sentido de dependencia que no logra devolvernos el
descubrimiento de nuestra propia figura humana.
Sin que haya una presencia humana que catalice
lo que está latente todo se desdibuja; como sucede
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al individuo que se disuelve dentro de un sentido
pánico —panteísta— de la realidad. En cambio,
el contacto con los testimonios de la historia del
hombre, el arte, la música, la literatura, constituye
indudablemente una presencia. Sólo que, en cualquier caso, siempre llega el momento en que debe
haber otra persona. Yo quería simplemente decir
que la esperanza que vivo y que muchos viven conmigo, no es ni una simpleza ni una temeridad inconsciente del cinismo que lo invade todo. Todo lo
contrario. Es el ejemplo de una vida que empieza a
romper el hielo y a devolver el calor a un cuerpo, a
un cuerpo congelado. Y esto debe llegar a multiplicarse mediante el reconocimiento mutuo y la compañía recíproca hasta convertirse en un fenómeno
socialmente relevante.
Es el mismo dinamismo que instituyó Cristo.
Hubo gente que entrando en contacto con Su persona redescubrió su propio origen, su destino; así empezaron a sentirse hermanos entre ellos, compañía
y regla los unos para los otros; porque el concepto
de «regla», antes que en la codificación de sus artículos, tiene un significado de compañía hacia el destino. Este es el fenómeno que debe producirse sin
pedir a nadie ningún carnet ni etiqueta; y debe darse
en cualquier ámbito en donde uno esté. Desde este
punto de vista la Iglesia es admirable porque no obstante la traición de los clérigos y el gran olvido de
casi todos sus hijos, sigue siendo la verdadera presencia de personas en relación amistosa entre ellas,
que forman una compañía en camino hacia el destino. La riqueza de la compañía es la memoria y la
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compañía se hace escuela de la memoria. Y el lugar
de la memoria es realmente cuando uno dice «yo».
TESTORI
Yo en Ti.
DON GIUSSANI
El lugar de la memoria es cuando uno dice «yo»
descubriendo que este yo es Otro, que su yo está
constituido por algo distinto, por otra realidad. San
Agustín definía la oración como elevatio mentis in
Deum, es la toma de conciencia de uno mismo hasta el punto originario: yo en Ti. Y en la historia se
anuncia que Tú te hiciste uno de nosotros para darte
a ver, para que pudiéramos sentirte...
TESTORI
Para permitir que yo pudiera decir: «yo». Y lo
puedo hacer sólo gracias a que Tú te hiciste hombre.
DON GIUSSANI
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré».10 Los cristianos deben volver a ser este lugar de la memoria.
TESTORI
¿Por qué has apartado, tachándola de panteísmo, la participación en el cosmos mediante la cual,
10
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Mt 11, 28-30.
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también, recobramos nuestro ser hijos una y otra
vez? ¿Puede haber una resurrección, no en sentido
literario sino real, también de la naturaleza? La sangre de Cristo, que es la sangre del Hijo encarnado,
oprimido, flagelado, herido, asesinado, ¿es posible
que no reciba una confirmación, una iluminación,
una glorificación aún más total si vemos su signo
también en una planta que se eleva hacia el cielo o
en un ocaso que tiñe el horizonte por encima de los
tejados de la ciudad?
DON GIUSSANI
Yo no quería restar valor a esto, ¡imagínate! El
cosmos es el primer signo de Dios. Tampoco, por
otro lado, quería disminuir el testimonio trágico de
los sufrimientos, las muertes, las persecuciones, las
injusticias, que son todos momentos profundamente evocadores.
Pero tú me habías planteado antes la pregunta:
«Si viniera a verte alguien que quiere acabar con su
vida, y llamara a tu puerta... ¿qué le dirías?». Yo no
podría hablarle del cosmos, no podría decirle, multiplicando indefinidamente su problema, «hay millones de personas que están siendo heridos, destrozados, y tú eres un emblema de ellos».
Mi punto de vista es pedagógico. Para que llegue
a ser estable y clara hasta el fondo la rebeldía de lo
humano ante la injusticia, hace falta un hombre que
sirva de catalizador, hace falta una persona. Por lo
tanto, el bien de este mundo reside en el multiplicarse de estos hombres que se reconocen en compañía
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entre ellos. Si la compañía es rechazada significa que
también languidece la emoción inicial. No recuerdo
exactamente, pero me parece que en el Doctor Fausto11
de Thomas Mann, aparece el doctor Leverkün que
se larga de su casa para afirmar su autonomía y que
luego enloquece; y lo único que decide, en la última
oportunidad de inteligencia y claridad que le queda,
es volver a la casa de su madre.
TESTORI
Novalis escribe: «La filosofía es propiamente nostalgia: el deseo de volver a casa».12 Este es el
concepto de memoria al que tú te refieres y que yo
llamaría el sentido del estar naciendo. Es algo que
resume un poco todo lo que estamos diciendo.
DON GIUSSANI
De todas formas, quería simplemente precisar
una observación de método para que vuelva a difundirse esta nostalgia: el artífice de este rescate es la
persona, la presencia personal; y cuando estas personas se multiplican y se reconocen en compañía,
constituyen un tejido...
11
Thomas Mann, Doktor Faustus, Edhasa, 2010.
En Die Grundbegriffe der Metaphysik (Los conceptos
fundamentales de la metafísica), curso impartido entre 1929 y
1930, Heidegger utiliza un fragmento de Novalis para definir la
nostalgia: «La filosofía es propiamente nostalgia, algo que nos
impulsa a estar en todas partes como en nuestra propia casa».
12
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TESTORI
Tejido de amor, de necesidad.
DON GIUSSANI
Pero hay un factor insustituible al que no hemos
aludido, la Gracia.
TESTORI
Quizá aludimos a ella cuando hablamos de las señales incalculables que no sabemos nunca de dónde,
ni cómo, ni cuándo nos llegan. Y aquí volvemos al
discurso anterior. Que todo este engranaje que nos
oprime, que nos aplasta, levanta unas paredes tremendas entre el hombre y la Gracia; interpone unos
obstáculos terribles entre el hombre y el derramarse infinito de la Gracia. No amarse lo suficiente, no
entregarse lo suficiente para que en primer lugar se
reconozcan los que han recobrado el sentido y el sello del haber nacido y, amándose y amando, se multipliquen. Esta reserva, este no entregarse, colabora
a erigir estas paredes, ese no.
DON GIUSSANI
Peor aún, porque no podemos desconocer impunemente que ese «origen», aquello de lo que estamos
hechos, se ha convertido en una compañía. La primera «presencia» que dio el primer impulso en el mundo
a esta compañía salvadora de la persona sigue siendo
una Presencia que permanece en nuestra vida.
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TESTORI
Creo que la Encarnación ha acontecido para que
todos nos reconociéramos en una familia.
DON GIUSSANI
Para ser compañía.
TESTORI
«Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo».13
DON GIUSSANI
Y esa compañía se revela presente mediante la capacidad de compañía de los que la reconocen, que la
aceptan.
TESTORI
Lo que tú llamas compañía existe, pero para que
lo sea de verdad debe ser continuamente reconocida,
aceptada, acogida y trabada. Y además, como suelo
decir, es una familia doliente.
DON GIUSSANI
Sí, porque el signo de esta compañía, que es gloriosa e innumerable porque Él ha resucitado, es una
presencia. Su presencia alcanza al hombre a través
13
Cf. «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20).
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de un signo físico, que es la compañía de los que le
siguen: esto es lo que constituye Su cuerpo visible.
Y es una compañía doliente, como dices tú, porque
este signo se compone todo de pobres indigentes,
de gente que cojea. Y aquí se pone de manifiesto el
juicio sobre el corazón de cada hombre: porque el
corazón que desea la verdad, atravesando todas las
cojeras, las incoherencias y las miserias del signo, reconoce el acento que tiene la presencia de la verdad.
Mientras que quien no busca de veras la verdad sino
la propia satisfacción, incluso ideal, se escandaliza
de las cojeras y de las miserias, se le queda cerrado el
oído y no percibe el acento de la verdad.
TESTORI
No sabe leer en la creación, no la escucha, y al
final deja de hablar, se hace ciego y mudo.
DON GIUSSANI
Por el contrario, Su presencia nos alcanza con un
acento inconfundible, sumamente discreto pero inconfundible, que no se puede desatender sin pecar.
Entonces nuestro querer el mal, la esclavitud que
llevamos impresa en la carne, corre en busca de un
pretexto para decir que no es verdad. En el fondo
es como si dijera: «esto no me basta», «quiero verlo
yo», «quiero meter la mano en Su costado». Dios
alcanza al hombre a través de un acento que resuena
dentro de la miseria humana, pero a menudo esto
no le agrada al hombre. Entonces se toma como
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pretexto el aspecto mezquino y la cojera de aquella
compañía.
TESTORI
Es una falta total de caridad.
DON GIUSSANI
Es una falta de deseo de ser salvados, por tanto,
una falta de caridad hacia uno mismo.
TESTORI
Mientras que en este reconocimiento, al recobrar
el sentido del haber nacido, al asumirlo, al compartirlo y multiplicarlo, nada queda ajeno a la historia
del hombre, todo puede servir.
DON GIUSSANI
La memoria está totalmente en función de la historia, porque el reconocimiento de la dependencia
original, que es en el fondo la pobreza de espíritu,
permite poseer el mundo, hace que uno se perciba
a sí mismo como parte de una trama de significados
buenos.
TESTORI
Mediante ese reconocimiento se activan todas las
infinitas posibilidades que tiene cada persona —y que
existen en virtud de su específica individualidad—
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para crear historia. La memoria, que por voluntad de
Dios se hace historia, es el único camino por el cual
la historia se convierte para el hombre en un trance
constructivo, aunque sin duda doloroso; en lugar de
ser, como parece hoy, un paso doliente y destructivo.
Al contrario de lo que se proclama, la historia es redimida, edificada y glorificada, mediante la fe.
DON GIUSSANI
Mediante el rescate de la memoria en cada hombre.
TESTORI
La razón, la inteligencia, la ciencia, la poesía, el
arte, edificadas de nuevo sobre este sentido del nacer. Por tanto no es verdadera la polémica que se
alimenta continuamente acerca de la supuesta coincidencia entre fe y negación de la razón. Es una polémica falsa, abusiva. Es una lectura partidaria, porque en efecto no hay nada que esté tan enclavado en
la razón como tener confianza en la Razón absoluta
de nuestro nacimiento.
DON GIUSSANI
De todo lo que hace la razón, nada es más razonable
que reconocer que pertenecemos a un designio bueno.
TESTORI
No sólo. Nada hace más razonable a la razón
que reconocerse a sí misma formando parte de un
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designio inmenso, infinito. Diría que este designio
potencia a la razón, ilumina a la razón, es el vértice
de la razón, así como es el vértice de la fantasía, de la
sensibilidad y del amor. Todo así cobra su verdadero
alcance y tiende hacia el extremo contrario al que
hemos llegado hoy, que es la inanición misma al habernos dejado someter. Todo está sometido al poder
de este «engranaje».
DON GIUSSANI
Justamente porque el hombre sabe que todo pertenece a algo más grande que él, que lo redime todo,
incluso lo que es mezquino, pequeño y doloroso.
Entonces también lo que es mezquino y doloroso
entra a formar parte del significado, es decir, adquiere valor y grandeza. Desde el punto de vista antropológico, el concepto más grande del cristianismo
es el de ofrecimiento. Por ello, si una persona ofrece
lo que hace —aunque se exprese en un gesto mínimo— colabora en el designio total, participa en la
acción del Ser. Si el hombre, haga lo que haga, incluso
cuando está allí enfermo en una cama, reconoce que
pertenece al designio de Dios y a su voluntad, reconoce que pertenece a Cristo, se convierte en un factor
insustituible de ese designio. A ese designio le faltaría
algo si faltara ese instante de ofrecimiento; y ese designio, más allá de todos los condicionamientos, otorga
a ese efímero instante del hombre toda la carga de
su significado total, es decir, colabora en la redención que Cristo mismo obra. Ya no hay nada que sea
inútil, desafortunado, desdichado o desechado, sino
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que todo el valor del hombre, haga lo que haga, por
pequeño que sea, se juega totalmente en la conciencia de su relación con la totalidad, con Dios; en la
conciencia con la que acepta pertenecer al Padre en
todo lo que hace.
TESTORI
Esta conciencia, esta voluntad de pertenecer, genera al mismo tiempo un estado de dolor y un estado de felicidad; nos da felicidad la conciencia de pertenecer, pero esta pertenencia conlleva físicamente,
realmente físicamente, un dolor. Esto es, no me parece posible quitar el dolor.
DON GIUSSANI
Porque esta es nuestra condición existencial e
histórica. El dolor es pertenecer hasta la muerte de
uno mismo. Una pertenencia real debe contar también con el instante en que parece como una renuncia a sí mismo. «Quien se pierde, se encuentra; quien
pretende poseerse a sí mismo, se pierde».14
TESTORI
Nuestra condición dolorosa no cambia, no cede;
no se puede evitar el dolor que implica esta pertenencia. No sólo. Aceptarlo es la única elección que
14
Cf. «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se
aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida
eterna» (Jn 12,25).
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garantiza la pertenencia misma. Es posible; yo creo
que es posible continuamente; aunque el hombre,
dada su miseria, no tenga la tensión necesaria para
hacerlo posible continuamente; sin embargo, hay
momentos en los que se hace posible; en ese caso,
el colmo del dolor coincide con el colmo de la felicidad. Deberían darse ciertos momentos… mejor
dicho, debería ser así la vida entera, pero somos tan
míseros o, como dices tú, sufrimos tal cojera…; en
la vida de cualquier hombre que dice «sí» deberían
darse ciertos momentos en los que la percepción del
dolor y de la impotencia, la sensación extrema de no
aguantar más, la percepción aguda de la desventura
y de la muerte, acaban coincidiendo con la máxima
felicidad. Y aquí entiendo felicidad en el sentido
exacto de conciencia.
DON GIUSSANI
Como un niño desvalido, que solo no puede hacer nada, pero que se relaja por completo cuando su
madre lo toma en brazos.
TESTORI
Cuando adviertes tu nada total, radical; cuando
sientes tu caída, tus huesos reducidos a ceniza, la
angustia de tu mismo ataúd, en ese momento tienes la percepción del máximo grado de conciencia
que se nos concede, por tanto, de la máxima felicidad, si es que, como creo, la felicidad es conciencia.
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DON GIUSSANI
Hay una posibilidad de gozo. Dice san Pablo:
«Desbordo de gozo en mis tribulaciones».15 Pero
tú dices otra cosa. Dices que también la experiencia
más trágica de mi nada, de mi mal, si la reconozco,
se convierte en un grito de dolor que coincide con
la certeza de una presencia. Por lo tanto, se torna
esperanza.
TESTORI
Se torna felicidad. Felicidad en sentido pleno, total. Mientras que no creo que el estado de felicidad
social lleve al conocimiento de tu límite; lo rehúye
continuamente precisamente para no conocerlo y
considerarlo.
DON GIUSSANI
Al precio del olvido. Como quiere la propaganda
del poder...
TESTORI
...quizá sea su seducción.
DON GIUSSANI
De todas maneras es el «arte» del olvido. La felicidad es humana cuando no es a costa del olvido.
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15
Cf. 2Cor 7, 4.
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TESTORI
Volviendo al episodio de alguien que abre tu
puerta y te dice que quiere matarse, si él ve en tus
ojos que ya está dentro de ti y que dentro de ti, en
tu mirada, ya forma parte del todo; si tú se lo haces
ver, en ese momento también en él puede asomarse
la percepción primera y dolorosa, totalmente dolorosa, de su ser hijo y, por tanto, de su haber nacido.
Para quien llega a ese punto, al punto extremo de la
desesperación y del dolor, precisamente por cómo
tú le miras, por cómo tú en ese momento te encuentras ante él y dentro de él, te conviertes no en uno
cualquiera, sino en el otro que él buscaba; casi te haces «con-suicida» por amor de aquel que ha llegado
a ese extremo; y creo que, entonces, también él, sin
decir nada, percibe el significado definitivo y liberatorio de la relación que se establece. En este intercambio cabe toda una vida. Incluso creo que en esos
momentos extremos la vida llega a ser un intercambio consciente y amoroso de las partes; y de las cruces. Esto no quiere decir que se pierde la individualidad; al contrario, significa reconocerla y confiarla en
manos de Aquel que es la caridad total: y, por tanto,
a través de Él, al hermano. Si Dios por amor nuestro
se hizo uno de nosotros, asumió nuestra miseria no
por un momento sino durante treinta y tres años, y
vuelve a asumirla día tras día, cada hora, cada momento, creo que el escándalo del que hablas debe
ir más allá de la compañía, debe ser realmente un
ofrecimiento, una entrega. La diferencia entre «sindicalidad» y comunión, entre sociedad y comunidad, radica precisamente aquí: la «sindicalidad» y
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la sociedad ponen límites a las relaciones, las burocratizan; en cualquier caso, las establecen y descifran
según derechos y deberes; mientras que el sentido
cristiano de la comunión y de la comunidad no pone
ningún límite y no pide nada, sino que te lleva a
coincidir con el otro. Llevado al extremo, llevado al
límite en que uno se abandona a otro, volvemos a lo
que decíamos antes. Hay un punto en que dos seres
que se aman, que se aman en Dios, dentro del designio de Dios; hay un punto en que, contemporáneamente, por un misterio que es el misterio mismo de
la creación, el Espíritu, Dios, Cristo, padre y madre
se convierten en un mismo acontecimiento, en una
única esencia operante. Yo creo que en ese momento
la plenitud del amor y de la conciencia de sí es que
uno se identifica con la necesidad del otro, con el
dolor de otro, con el ser del otro, sin pedir nada.
En esto también nosotros, los cristianos, a menudo
pecamos de abstracción. Cuando le preguntaron a
la Madre Teresa qué pensaba de la política y de la
sociedad, contestó: «No tengo tiempo para pensar
en estas cosas»; bien, en esta respuesta queda patente que para un cristiano sólo hay tiempo para ir al
encuentro del hombre, para esta identificación que
ciertamente puede pasar a través de la política y de
la sociedad, pero sólo pasar; no limitarse a ello; no
asumir esos lugares de paso como totales y definitorios. En mi experiencia he constatado siempre que
por cómo miras a un hombre —sea que vaya a buscarte o que te lo encuentres por el camino—, justo
por cómo le miras, por cómo eres mientras le miras,
estableces una relación o la rechazas, quiero decir,
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una relación humana. Lo cual significa que deberíamos vivir siempre un poco más allá de la expectativa
inmediata de lo que los demás esperan de nosotros.
Entonces, si abre tu puerta alguien que ha decidido
acabar con su vida, que ha decidido irse, y tú tienes
la costumbre —bueno, si nosotros tenemos la costumbre— de reconocer a Cristo, de hacer memoria
de Su presencia, y él abre la puerta (puede ser la de
la casa, de la iglesia, de la calle, de un bar), y tú vas
más allá de lo que él quizás no se atreve si siquiera a
pensar… sin pecar de soberbia, porque en cualquier
caso es Cristo que te permite ir más allá, entonces él
te mira; y tú ves que con sólo mirarle le das todo el
significado de su vida que es querida por Dios como
la nuestra, le devuelves la conciencia de sí mismo, de
su filiación, la conciencia de Dios. Ampliando, creo
que esto es lo que nosotros, los cristianos, deberíamos hacer en todos los sentidos: ir siempre más allá
de lo que se nos pide. Parece ya imposible responder
a lo que el mundo desesperado nos pide; a lo que nos
pide el mundo negado, el mundo estrangulado, disminuido, el mundo del que ha sido borrada la memoria del haber nacido. Pero yo creo que se puede
y se debe ir más allá. No debemos estar dispuestos
sólo a responder, debemos llevar ya en nosotros la
herida de los que piden socorro, su dolor, sus razones y sus laceraciones extremas.
DON GIUSSANI
Tenemos que haber respondido ya antes de responder.
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TESTORI
Quizás la respuesta debe estar ya en nuestra vida
cotidiana.
DON GIUSSANI
Tenemos que ser distintos, de manera que las palabras nos expresen.
TESTORI
Las palabras y los gestos, son la forma de la vida,
en ellos cobra forma lo que somos y vivimos. Aquí
entra el discurso acerca de la forma de la vida. Si nuestra forma de vida nace del reconocimiento de que somos hijos, de que somos redimidos por Cristo, no
puede ser más que una forma que contempla y contiene todos los requerimientos, las necesidades de la
angustia del hombre. La caridad, esto es, la caridad.
En este sentido, me parece que el pecado mayor es el
de omisión. Lo que es horrendo no es el pecado que
uno comete cegado por una pasión; es el pecado de
omisión, que es el pecado de quedarse en lo abstracto. Es omitir, dejar de crecer y de dar en abundancia.
Podríamos decir que es un pecado de avaricia. Creo
que es el peor pecado que un cristiano puede cometer: quedarse atrás ante los requerimientos. O incluso
tener una actitud por la que ni siquiera percibimos
lo que el mundo nos pide, los requerimientos de los
que todavía no han recibido el don de reconocer esta
memoria. Porque, en mi opinión, no es que la memoria haya sido eliminada. Me niego a pensar que
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haya alguien apartado del amor, apartado de Cristo;
que Jesucristo no alcance a todos. Es que nosotros no
hacemos nada o hacemos demasiado poco para que
todos tengan la posibilidad, la ocasión, el día, la hora,
un encuentro, la luz o la oscuridad, para reconocerlo; pero Cristo está presente, vive, gime y muere en
todos. Uno puede rechazarlo, pero Él no se aparta.
No se aparta ni siquiera si uno se suicida. No, no creo
que le abandone ni siquiera en ese momento. Quizá
quien se suicida será condenado porque creyó que había apartado de sí a Cristo; pero Él, Cristo, estaba allí,
con él, también en ese momento. Puede que Cristo se
haya inclinado con amor infinito ante ese gesto desesperado... No se. No consigo decirlo. Él, el Cristo de la
cruz, no se va; no nos abandona nunca. Entonces, lo
que es necesario es este ser caridad desbordante. Pues,
pienso que es el único modo (si es que es un modo)
de vivir la memoria, de no ser indignos de Cristo que
nos sigue, nos persigue, nos ama. La buena voluntad
que cantaron los ángeles sobre la gruta de Belén ante
todo es esto. Mientras que todo lo que es omisión es
anticristiano; anticristiano como la abstracción y «el
poder abstracto» del que hemos hablado. Piensa: un
hombre tiene el único, el verdadero poder, que es el de
trasmitir a Cristo; pues bien, piensa en un hombre que
tiene este don y lo considera algo reservado ¡sólo para
él!, un coto de caza, o de vida, ¡privado!
DON GIUSSANI
En este sentido el pecado es siempre un quedarse
corto respecto al verdadero límite; siempre.
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TESTORI
Yo, por lo menos, siempre me quedo corto,
incluso cuando pienso que estoy entregándome
totalmente. Sé que habría podido hacer más, ir
mucho más allá. Pero la tensión, el empuje, va en
esa dirección. También porque pienso que llega a
ser un hábito, en el buen sentido. Un hábito que
se «inventa» siempre, por tanto un hábito que jamás es perezoso, porque tienes que ensancharlo,
ampliarlo una y otra vez; y ensancharte tú y engrandecerte al ejercerlo. Este hábito es una tensión amorosa, una tensión hacia la caridad; por
ello, sus puntos límites se desplazan siempre. Diría que este hábito, que luego es el mismo hábito
de la oración, es algo de lo que el mundo tiene
una necesidad extrema y permanente. No debe ser
una tantum, que el mundo lo vea en nosotros de
vez en cuando. Debe siempre poder verlo allí a su
lado, viviendo, sufriendo, rezando por el mundo.
Creo que sólo así no quedará nada en el mundo
que no pueda convertirse en cauce de la Gracia.
Sólo si vamos siempre más allá de la necesidad del
mundo, si estamos dentro y más allá de ella; sólo si
acogemos sus necesidades, si estamos dispuestos a
cargar con ellas, podemos limitar nuestro error,
no recibir jaque. Tú estás y ellos llegan. Deberían
llegar y tú ya deberías estar allí.
DON GIUSSANI
Todo pasa de ser una confrontación a ser un encuentro.
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TESTORI
Encuentro y también donación. Creo que el
hombre hoy tiene una necesidad radical, trágica
pero también trepidante y temblorosa, de que alguien, no por mérito propio, sino por el designio de
Dios (porque Dios ha querido que estuviera más allá
de su desesperación), le entienda y le acoja antes de
que diga nada, antes de que le pida nada. La desesperación hoy es enorme; el vacío es tremendo; el dolor
es tremendo; la ceguera es tremenda; es extrema la
necesidad de poder ver de verdad, de tener una inteligencia verdadera. Entonces tu comprensión debe
ser sin límites, una especie de regazo materno, de
hogar.
DON GIUSSANI
Que un hombre pueda sentirse acogido por otro
incluso en su desesperación más negra.
TESTORI
Que sienta inmediatamente que hay un hermano;
y que este hermano le hable antes de que él abra la
boca, lo interrogue, lo llame. Creo que en este sentido la figura de María recobra un peso familiar, como
el de una casa o un cobijo. Porque el «sí» que dijo
ella estaba más allá de todos los sí pronunciados, antes y después, por cualquier hombre. Lo que antes
decía del regazo, del abrazo, de la casa, es ella; está
en ella. El hombre hoy, tan soberbio, tan aparentemente seguro, pero en realidad sumamente incierto,
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extraviado, abatido, desventurado, necesita de ella;
en ella puede encontrar una acogida materna y total. Es un signo extraordinario que los últimos dos
Papas hayan insistido en la figura de la Virgen; es un
signo de Dios que Juan Pablo II no pronuncie homilía ni oración sin dirigirse a ella, la Madre de Dios.
DON GIUSSANI
«Los desterrados hijos de Eva» tienen en ella un
puerto, una casa.
TESTORI
La verdad es que el hombre actual no lo admite,
quizás se avergüenza de decírselo a sí mismo, pero
tiene una nostalgia terrible de volver a casa, a la casa
del Padre. Entonces la Madre está allí, con Cristo,
dando forma a la morada, a la casa, a la Iglesia. Desde
allí —lo apuntaba antes— creo que el hombre puede empezar a redescubrirlo todo. Y para nosotros
que somos «hijos» este volver a descubrirlo todo no
puede dejar de pasar por María, por la Madre que
los cristianos hemos olvidado o de la que incluso
nos hemos avergonzado. Fíjate, nos hemos avergonzado de ella, nuestra Madre. Por otro lado nos
hemos olvidado y avergonzado también de la Navidad. En cambio, este es precisamente el momento en que el hombre desesperado pide recuperar la
Navidad, recuperar el sentido de su propio nacer,
la memoria de su propio verdadero nacimiento.
Y las liturgias olvidadas o abandonadas se tornan
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culpas espantosas. Nosotros no calculamos, creo,
qué es lo que la liturgia celebrada y participada determina, consciente o inconscientemente; la liturgia
que vive plenamente en la comunidad. Lo digo más
allá de lo que, cada vez y en conjunto, históricamente nosotros podemos ver y saber. Me estoy refiriendo a la efusión de la Gracia que se da en la liturgia de
la Iglesia. Pues, yo creo que es una culpa grave haber
olvidado y relegado en una esquina estos momentos
efusivos de la Gracia. Volviendo a la Navidad que es
un momento de la liturgia efusivo por excelencia, la
celebración del nacimiento de Cristo, nuestro cobijo, la casa; pues, hoy, en lo hondo de su ser, el hombre no desea más que esto. Se va de su casa porque la
casa ha dejado de ser «morada»; porque se ha desacralizado, se ha vaciado, reducido a nada. La casa
tendrá unas habitaciones más decentes, pero le han
arrancado la memoria de lo que es para el hombre:
el lugar donde encuentra cobijo, el hogar. Y dentro
de ella la vivencia de la «casa absoluta» de nuestra
historia: la Iglesia. En este momento el hombre gime
porque añora reapropiarse de su verdadera morada,
el lugar donde recobrar su propio verdadero nacimiento: el nacimiento de Cristo. Pienso que estos
momentos, justo porque son los más humildes, los
que más caen en la retórica, los que corren más el
peligro de desvirtuarse, son los que habría que recuperar radicalmente; recuperar y llevar dentro del gemido, del grito, de la desesperación, de la demencia
del hombre moderno. ¿Cómo iluminar la demencia,
cómo librarla si no le devuelves el significado de ese
primer momento, de ese primer vagido y —luego,
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ligado muy estrechamente— el sentido que encierra el primer vagido de Cristo, es decir, de Dios que
para devolvernos la memoria se hizo hombre? Ni
siquiera la Pasión, creo, se puede leer plenamente
si no se participa hasta el fondo de la Navidad, de
la realidad que es la Encarnación de Dios, su nacimiento. Desde la cruz, Él dijo: «Mujer, aquí tienes a
tu hijo»,16 es decir, restauró el círculo de la familia,
de la morada, de la casa, de la Iglesia: el círculo de
la Navidad. Allí está la clave de todo: la súplica de
volver a casa, que es la reconquista de la memoria y
también la posibilidad de alcanzar la meta. Entonces,
todo el camino que tendremos que recorrer, todo el
dolor que nos espera a lo largo del camino, porque
a estas alturas será un camino arduo y doloroso, si
tú tienes siempre presente el momento de la historia
en que nació Cristo, el momento de la historia en
que Dios te dio vida, el momento en que naciste, si
los tienes siempre presentes, tienes en ti mismo la
razón total, por tanto, la razón afectiva, el calor y
la fuerza, para recorrer tu camino. No podemos hacernos ilusiones; será un camino muy fatigoso el que
permitirá al hombre volver a Cristo, pero creo que
el momento del origen es fundamental. Porque es
el momento del origen de cada día, de cada hora, de
cada instante. Es como cuando se reza una oración;
si tú, cuando la pronuncias, no la repites mecánicamente, sino que retomas conscientemente su origen
y la devuelves a su fuente, si rezas de verdad, todo
se te vuelve nuevo, todo renace. En este sentido, el
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Cf. Jn 19, 26-27.
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Nacimiento, el misterio de la Encarnación, hace que
cada día, cada minuto, cada palabra que dices, cada
gesto que haces, el esfuerzo que realizas, el trabajo
que desarrollas, los hijos que crías, los hijos que no
tienes y a los que procuras dar lo que le darías a tus
hijos si los tuvieras, hace que todo esto se renueve,
se convierta cada vez en un nuevo nacimiento, en un
anuncio, en una noticia, pero una noticia encarnada,
asumida en la encarnación de Cristo, por tanto real,
total.
DON GIUSSANI
Tienes razón, se convierte en un verdadero nacer
de nuevo.
TESTORI
Siempre, cuando lo haces creándolo cada vez, de
manera que coincida realmente con un nuevo nacimiento de ti mismo, vuelves a nacer una y otra vez;
vuelves a nacer en Él, en el Padre.
DON GIUSSANI
Que hagas lo que hagas, sea hecho con la conciencia del significado que te hizo nacer, en la memoria
de tu venir a la existencia, de tu origen permanente.
TESTORI
En cambio, cuando se extravía este sentido todo
cae en la repetición y, por eso, en la abstracción.
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DON GIUSSANI
En este caso, dejas de pertenecer a una historia.
TESTORI
Quizás haya que considerar también la cuestión
del paso del tiempo, de su transcurrir. Porque si tú
vives cada instante como la posibilidad de volver a
nacer, o como un momento que te hace crecer —y
en este sentido nacer—, entonces percibes que lo
que se ha dado a luz estará allí para siempre; pasará,
pero a la vez ha entrado en la existencia y se quedará para siempre dentro del designio total. Si no
vives así, te sobreviene el cansancio; lo cual indica
que no has vivido verdaderamente ese momento.
Tomemos por ejemplo estas horas que hemos vivido
juntos y que ya han pasado mientras charlábamos.
Ya no existirán. Sin embargo, si las hemos vivido
en su darse a luz, en su nacer de momento por momento, existirán para siempre. Entonces percibes
ya que —modestamente, a pesar de todas nuestras
flaquezas y miserias— no hemos pretendido más
que fueran parte de nuestro nacer y del de todos;
entonces sientes también que, aunque acabarán en
cenizas, algo queda; que de alguna manera se han fijado y las volveremos a encontrar allá para siempre.
Si, en cambio, las dejamos caer, sabes que acaban en
la monotonía, en la costumbre, en la rutina; sabes
que no han tenido nacimiento, por tanto, que no resucitarán. Serán cenizas que no se levantará jamás.
En este sentido, ¿crees tú que el momento culminante, el final, la conclusión de la historia, es decir,
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la resurrección de los cuerpos, arrastrará consigo
todos estos actos y contemplará cada uno de estos
momentos que «han nacido»? Yo creo que allá veremos la tensión que le costó a Miguel Ángel pintar
la Capilla Sixtina, aunque entonces la Capilla Sixtina haya dejado de existir. Ya no tendrá sentido que
exista. ¿Estás de acuerdo?
DON GIUSSANI
Sin duda. Permanecerá el valor humano de la Capilla Sixtina.
TESTORI
Lo que le costó hacerla a él y al mundo que le rodeaba; lo mismo pasará también contigo y conmigo...
DON GIUSSANI
Lo dice también el Evangelio que ni una palabra
se perderá.
TESTORI
Allá no llegaremos simplemente con nuestras
obras; llegaremos con la tensión, con el amor, con
la fe, con la esperanza que plasman las obras. Las
obras son momentos necesarios. Pero luego, creo que
la eternidad estará hecha de la pureza y rectitud de intención, de los sentimientos originales que determinaron esas obras tanto para su éxito como para su fracaso. Creo que uno se condena por la conciencia impura
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de esas intenciones y sentimientos; por tanto, por
el remordimiento amargo de todos esos momentos
en que no ha aceptado insertarse en el designio total. Habrá nostalgia eterna y definitiva por haberse
apartado del designio total, por haberse quedado
fuera del acontecer, al margen de nuestras horas y de
nuestros años: al margen del sentido de nacer. Quizás nos hemos ido demasiado lejos...
DON GIUSSANI
Por su propia naturaleza, un discurso de este tipo
no puede ser más que libre.
TESTORI
Pero, por volver de golpe a nuestro tema: ¿por
qué tienes una esperanza tan sumamente libre en los
jóvenes?
DON GIUSSANI
Porque me parece que ha llegado el momento
en que, si el Señor quiere salvar Su obra, debe renovar a las personas; debe llamar a la existencia a
aquellas personas, a aquellas compañías de las que
hemos hablado, debe crear aquellos movimientos a
los que aludimos antes. Ha llegado el momento. Es
el signo de los tiempos. Por tanto, paradójicamente,
este momento en que la crisis toca su fondo es el
momento de mayor esperanza.
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TESTORI
¿Tú crees que es legítimo poner la esperanza en
los jóvenes de hoy? ¿Crees que sean un motivo legítimo de esperanza por lo menos como lo fueron los
jóvenes de hace veinte años?
DON GIUSSANI
Creo que lo son mucho más.
TESTORI
Pero no sólo porque han tocado fondo, no sólo
porque les hemos dejado caer hasta el fondo...
DON GIUSSANI
Son un motivo legítimo de esperanza porque son
más verdaderos.
TESTORI
Porque sufren más; porque ya no pueden hacer
trampas; porque se encuentran entre la espada y
la pared. Para ellos es realmente una cuestión de
vida o muerte. Además, tenemos algunos claros
indicios. Una parte de los jóvenes, que aumenta
cada vez más, ya ha pasado al contraataque; un
contraataque desarmado en cuanto a maniobras
políticas y a prácticas vergonzosas, pero armado
en cuanto a...
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DON GIUSSANI
Fuerza de la verdad.
TESTORI
Fuerza de la verdad, de la memoria y de la caridad;
también con las armas del abandono en Jesucristo.
Creo que esta es una realidad que ya ha tomado forma, que ya tiene su figura. Porque si nosotros estamos
aquí y este libro empieza una serie de libros y no se
queda aislado, es porque alguien que ya no es tan joven
ha visto, se ha dado cuenta, ha advertido, se ha dejado
impactar, ha recibido una sacudida al descubrir en estos jóvenes la esperanza, el ímpetu, la pasión, el amor
del Padre y, por tanto, el amor al hombre. Un amor
integral, decidido, a pesar de su debilidad, continuamente en camino, porque «anclado» en una Presencia
que te impide pararte, que te empuja a ir siempre más
allá. Esta ancla es la Cruz, es Cristo. Esta colección de
libros, por lo que podamos hacer, también es mérito
suyo, de los jóvenes. Creo que nos toca la responsabilidad de reconocerles este mérito, de decírselo. Hay
que decírselo, porque es justo, porque les pertenece.
DON GIUSSANI
Por la esperanza que suscitan en nosotros y entre
sus compañeros.
TESTORI
En nosotros, en ellos y también ahí, afuera, en
medio de la desesperanza del mundo. Tú deberías
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ya saberlo, aunque quizás mientras uno está metido
dentro no logra entenderlo hasta el fondo, porque
de muchos de estos jóvenes tú has sido, como decía
al comienzo, el hermano, el padre.
DON GIUSSANI
Soy una presencia...
TESTORI
Al decírtelo te endoso una carga, un peso más.
Te digo lo que has sido para que cada vez más seas
padre. Pues hay que decírtelo, tú eres, Giussani, uno
de los corazones más grandes de esta pulsación nueva de esperanza. Reconocerlo públicamente —bien
lo sé— significa cargarte aún más con el peso que
llevas sobre tus espaldas. Y ahora paramos aquí una
conversación que, quizá, será necesario retomar y
continuar en otro momento, sobre otros temas, en
vista de otros libros. Parémonos aquí y ayudémonos
a crear juntos esta colección. Porque de aquí saldrán
libros; libros que, contando con nuestros límites,
busquen ir siempre «más allá», como hemos comentado; es decir, intenten desbordar lo requerido,
no porque lo hayamos ya superado, sino porque lo
asumimos del todo, hasta el fondo, acogiéndolo y sufriéndolo en nuestra propia carne. Ojalá lográramos
adelantarnos a sus preguntas, no para apagarlas sino
para formularlas, para sacarlas a la luz, para iluminarlas en toda su exigencia, que es también la nuestra.
En fin, ahora nos espera otra «labor artesanal». Pero,
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¿acaso la encarnación no es también esto? Reconocer nuestros límites y crear, dentro de esos límites,
los instrumentos para recorrer juntos el camino que
nos lleva hacia el futuro, hacia el Padre, que es el
único futuro posible para el hombre y su historia;
ese futuro que es el sentido y el destino de nuestro
haber nacido.
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EPÍLOGO
Teresa Suárez del Villar Acebal
Cuando hace años me regalaron el libro Il senso
della nascita, lo que allí leí se me quedó grabado en
el corazón. Durante muchos años he repetido, y repito, frases de este libro aprendidas de memoria, palabras, intuiciones que provocaron en mí una emoción que todavía dura. Este libro, no sencillo de leer
inmediatamente, es una caja preciosa con un tesoro
enorme en su interior. En el trabajo con las familias,
este libro de la esperanza ha sido una luz, una clave
interpretativa de muchas de las realidades que me
tropiezo cada día, «una esperanza que se presenta
como un abrazo regenerador», utilizando palabras
de don Giussani.
Los que trabajamos en estrecha relación con las
personas podemos percibir, si estamos atentos, que en
su vivir cotidiano, cuando se mueven, expresan una
especie de lamento, algo parecido al quejido de un
niño cuando le pasa algo, un gemido, tal como lo expresa don Giussani en su conversación con Giovanni
Testori1. Las personas acuden a nuestra consulta por
1
Don Giussani: «Creo que el gemido que viene de la juventud —ese gemido que tus palabras me han permitido reconocer
en todas las caras de los jóvenes de hoy— procede justamente de
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un motivo aparente, el motivo concreto que les lleva
a pedir cita, pero si miramos con atención, dentro de
ese motivo de consulta inicial, en la mayoría de ellas,
se puede escuchar ese gemido: hace falta tiempo y
silencio para oírlo.
Esa especie de lamento se produce por un deseo y
una carencia que tienen, que tenemos cada uno de nosotros y que este libro expresa con una belleza irresistible. Se trata del deseo de ser felices, del todo y para
siempre y la necesidad de que este deseo se cumpla.
Con otras palabras, este gemido silencioso expresa la
necesidad de una satisfacción, de una plenitud, la urgencia de «un sentirse bien por dentro», que diríamos
utilizando un lenguaje más común. Probablemente,
muchas personas no sabrían expresarlo con claridad,
es más, ni tan siquiera lo reconocerían si se les preguntase abiertamente. Lo que se percibe en muchas
de las caras que nos encontramos, en los jóvenes y en
los no tan jóvenes de hoy, es precisamente esta carencia, esta ausencia de la que habla don Giussani.
Y, ¿de dónde nace esta carencia? Nace de una
inseguridad, nace del no estar seguros de haber
sido amados, de no ser conscientes de que en nuestro origen hay un acto de amor gratuito y eterno,
siempre y para todos, sea cual sea la circunstancia
en la que cada uno de nosotros hemos sido concebidos. Pero, pensemos por un instante en nosotros mismos, cuando nos levantamos cada mañana,
esta ausencia. Es como si la conciencia del haber nacido y del
nacer no estuviese presente; es como si no hubieran asumido todavía esta dependencia. Es decir, que han sido queridos», véase
en este libro p. 31.
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¿tenemos la seguridad, la certeza, de que nuestra
vida, la mía, la de cada uno de ustedes, es preciosa?
Cuando falta esta certeza empezamos a movernos
en función del prestigio, entendido como imagen o
poder adquisitivo, empezamos a correr para obtener
lo que ya tenemos desde siempre. Y esto condiciona
esencialmente nuestro modo de actuar. En la vida o
nos movemos seguros de ser queridos, o nos movemos asustados.
Y no podemos dejar de preguntarnos con los autores ¿por qué este presentimiento bueno, el presentimiento de que nuestro estar vivos se debe a un acto
de amor, no permanece en muchas de las personas que
nos rodean? Porque hemos olvidado un dato de nuestra historia, de la historia de cada uno de nosotros: somos un milagro, nosotros no nos hemos dado la vida
ni nos sostenemos en ella ni un segundo siquiera.
Esto es gran parte de lo que ha olvidado nuestra
sociedad. Que en nuestro origen está el acto creativo
de Dios, que nos ama apasionadamente, un Dios que
afirma la preciosidad de nuestra vida entregándonos
la Suya y recuperándonos de nuestro error una y
otra vez. Perder de vista este horizonte es una falta de realismo que condiciona de forma importante
cualquier tipo de relación: esposo-esposa, padre-hijo,
madre-hijo. También la relación terapéutica, médicopaciente, se ve condicionada por este dato objetivo.
El chantaje afectivo que sufren los padres de hoy día
—que tienen pavor a que sus hijos duden de su afecto
real— tiene mucho que ver con esto. Las dificultades
de relación de muchas de las parejas que acuden a nosotros, también tienen que ver con esto.
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En lugar de partir de la realidad tal y como es,
es decir, estamos vivos porque hemos sido amados
—yo estoy viva porque estoy siendo amada ahora
mientras escribo estas líneas y mientras usted las
está leyendo—; en lugar de partir de este hecho, partimos de nuestro proyecto. Ahora parece triunfar la
esperanza como voluntad energúmena2 de «hacer
yo»: yo que logro ser querida, yo que me lo merezco, yo que hago ver a mis padres, amigos, marido,
o esposa o hijos, que merezco ser querida, yo que
estoy a la altura. Esta es la situación actual.
Al olvidar que nosotros somos amados desde la
eternidad, olvidamos que también son amados desde la eternidad todos y cada uno de los que nos rodean. Y, así, en lugar de admirar con sorpresa lo que
se nos da, empezamos a mirar con sospecha lo que
nos falta: el esposo deja de ser el compañero de la
vida para convertirse en el complemento de lo que
nos falta, el hijo en una compensación afectiva. De
esta manera, se ejerce una violencia sobre la pareja y
sobre los hijos porque parece que tienen la obligación de hacernos felices y sólo nos dan problemas.
Y si esto sucede en la familia... ¡basta estar atento
para ver las consecuencias que este hecho tiene para
la sociedad que, entre todos, estamos construyendo!
Lo que nos han propuesto como liberación se ha
convertido en una esclavitud. Esta sociedad individualista, censurando el hecho de que hemos sido
creados, de este depender originalmente de Quien
nos da la vida gratis, ha eliminado de nuestras vidas
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2
Don Giussani, p. 32.
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el sentimiento positivo de un amor sin condiciones,
eternamente fiel, y a cambio de esta mutilación sólo
nos ha ofrecido prisiones. Aquello que en principio
se proponía como la liberación de la voluntad del
hombre, que ya no debe nada a nadie, que decide él
querer y ser querido, que merece él que le quieran,
aquella imaginaria liberación, se ha convertido en
una falta de sentido; y esta falta de sentido nos ha
llenado de tristeza y nos ha vuelto frágiles marionetas, manipulables. Como mucho, lo que nos queda
es una nostalgia, el sentimiento de un bien ausente.
Se mata por una nostalgia, afirma Testori3.
Nos movemos todo el día de aquí para allá, acabamos cansados. Y, ¿para qué tanto afán? Si no damos la vida para que esta conciencia pacífica de ser
queridos se convierta en un gozo, en un gozo que
no haga necesario olvidar nuestro límite y nuestro
pecado, si no lo hacemos, «si renunciamos a difundir
esta conciencia del ser queridos, se producirá una hecatombe», perderemos una oportunidad única para
cambiar nuestro trozo de historia, el que a cada uno
nos toca cotidianamente.
Esta generación expresa una carencia de afectividad íntima, una falta de afecto incondicional, nos recuerdan los autores, reflejando una foto objetiva de
lo que vemos cada día. Aquí es donde se han equivocado los padres de estas generaciones llenas de dolor
(los jóvenes parecen divertidos pero están llenos de
dolor). Los padres de estas generaciones doloridas
3
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Testori, p. 33.
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han querido bien a sus hijos4, les han querido mucho, les han dado de todo, han hecho de todo por
ellos, se han convertido en los mejores proveedores
de servicios. Sin embargo, no les han transmitido la
certeza de ser queridos sin condiciones. No se puede transmitir a un hijo el sentimiento de ser querido,
no se le puede comunicar esto, dándole cosas, no
se le puede hacer comprender esta certeza si no se
le comunica el gozo de un destino, la utilidad de la
vida. Sin embargo, quien ha reconocido esto y tiene
esta certeza, puede transmitirla a sus hijos y entonces, empiezan a percibir que el dolor de la vida se
transforma, cambia de aspecto, deja de ser una maldición para convertirse en una condición. Es el gozo
del destino lo que los padres no han comunicado a
sus hijos. Es el gozo de ser ellos mismos hijos lo que
no han comunicado a sus propios hijos. Los padres
se han olvidado de que ellos mismos son hijos, que
tienen un padre que les ama gratuitamente desde la
Eternidad y, por eso, no lo han sabido transmitir a
sus propios hijos.
Muchos de ellos, al olvidar cuál era su origen,
han olvidado también cuál es el origen de sus hijos,
dando por sentado que tanto el gesto de amor que
les une como el fruto de ese gesto son cosa suya,
nacida de ellos. Se han olvidado de que ellos mismos
son hijos. Y pretenden. Todos pretendemos. Pretendemos que el marido o la esposa, cosa nuestra también, se amolde a lo que deseamos inmediatamente.
Pretendemos que nuestros hijos sean —ya mismo—
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4
Don Giussani, p. 36.
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como hemos soñado que serían o como nos parece que deberían ser, pretendemos que sean guapos,
simpáticos, listos, sanos, buenos, los primeros…
Nuestra generación ha tenido hijos que muchas
veces han nacido como si no hubiesen sido queridos
por sí mismos, sino programados para llenar un vacío. No han sido esperados como un regalo deseado
sino como un producto programado y logrado en
su tiempo justo; algunas veces, por ejemplo, cuando
la carrera profesional ya está madura, o en la primavera, para poder juntar las vacaciones de verano
al descanso maternal. No transmitiendo a los niños
este nexo con el origen lo que se les transmite, inevitablemente, es la necesidad de estar a la altura. Y el
problema, como repite don Giussani, no es llegar a
ser impecable sino ser verdadero.
Para estar seguros de este amor sin condiciones
es necesario estar seguros de que el Misterio de Dios
ha entrado en la voluntad carnal de un hombre y
de una mujer, que ha intervenido en el amor, en el
abrazo de nuestros padres y ha deseado nuestra vida
sin condiciones. En este sentido, la descripción que
Testori hace de su origen, del encuentro y el amor de
sus padres, del abandono del uno en el otro, es uno
de los textos más bellos que he leído nunca5.
Si están así las cosas, ¿cuál es la urgencia
suprema?6 Los autores nos proponen la recuperación de la responsabilidad. Responsabilidad como
respuesta, la vida como respuesta amorosa a Quien
5
6
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Testori, p. 23.
Cf. Don Giussani, p. 65.
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nos ha amado primero. Que florezca de nuevo la
memoria, la memoria del ser queridos7. Cuando esto
sucede podemos empezar el día sabiendo que ya lo
tenemos todo, ya somos amados, no nos tenemos
que ganar lo que se nos ha dado gratuitamente. Y,
así, podemos mirar al marido, a los hijos, a los compañeros, con la libertad de quien ya lo tiene todo. Es
una tarea que empieza en un punto capilar, en una
persona concreta, en el marido que se despierta y
mirando a su mujer dormida reconoce de Quién es
ella, Quién la ha amado antes, reconoce su origen y
se conmueve por ello. Empieza en el hombre, que
mirando a sus hijos desde la puerta de la habitación
y pensando en el momento en el que él y su mujer
se abrazaron, reconoce con honestidad —como un
dato de la realidad— que no hay proporción entre
ese abrazo y ese niño, entre ese abrazo y ese adolescente con el pelo teñido de verde que me está haciendo sufrir, entre ese abrazo y ese hijo que me llena de
alegría. Se trata de mirar a quien tengo delante con
realismo, un realismo que me dice, por experiencia,
que no soy yo la respuesta a sus problemas sino un
instrumento para que él encuentre la respuesta. Sólo
desde esta conciencia se puede hacer un trabajo terapéutico con libertad.
La propuesta que nos hacen los autores es el renacer gota a gota, de una presencia distinta. La única
posibilidad de cambiar la sociedad se basa en cambiar cada uno de nosotros. Yo no logro encontrar
otro motivo de esperanza que no sea el multiplicarse
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7
Cf. Don Giussani, p. 51.
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de estas personas que sean una presencia8, personas
que saben de quien son, a quien pertenecen, y que
por eso se sienten libres y seguras. Se nos puede
manipular si no somos de nadie. Cuanto más individualistas, más manipulables, cuanto menos unida
la familia, más manipulable, cuanto menos cierta la
persona de que su vida es preciosa, independientemente de su coherencia en un momento determinado, más frágil la relación de pareja.
¿Cómo se hace para recomenzar hoy día? ¿Cómo
hacemos para mirarnos a nosotros mismos así, para
mirar al marido, a la esposa, al jefe, a los subordinados? ¿Cómo hacemos con ese adolescente que no
nos habla si no es para pedir dinero? ¿Cómo hacemos con esa persona que duerme a nuestro lado, con
la que —desde hace algunos años— sólo hablamos de
cuestiones de gestión familiar? Los autores nos proponen una respuesta. Según ellos, la única respuesta
es que nos tropecemos con una novedad, alguien
que haga como de catalizador9, que nos despierte en
el significado de lo que somos, de lo que son las cosas, de lo que es la realidad. Se trata de «pegarnos» a
quien ha encontrado esta novedad, convirtiéndonos
nosotros también en «minorías creativas», como solía decir el entonces cardenal Ratzinger.
Siempre llega el momento en que debe haber
otra persona. Yo quería simplemente decir que la
esperanza que vivo y que muchos viven conmigo,
8
9
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Don Giussani, p. 77.
Cf. Don Giussani, p. 85.
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no es ni una simpleza ni una temeridad inconsciente del cinismo que lo invade todo. Todo lo
contrario. Es el ejemplo de una vida que empieza
a romper el hielo y a devolver el calor a un cuerpo, a un cuerpo congelado. Y esto debe llegar a
multiplicarse mediante el reconocimiento mutuo
y la compañía recíproca hasta convertirse en un
fenómeno socialmente relevante.
Es el mismo dinamismo que instituyó Cristo.
Hubo gente que entrando en contacto con Su persona redescubrió su propio origen, su destino; así
empezaron a sentirse hermanos entre ellos, compañía y regla los unos para los otros10.
10
Don Giussani, pp. 85-86.
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Fotocomposición
Encuentro-Madrid
Impresión y encuadernación
Tecnología Gráfica-Madrid
ISBN: 978-84-9055-039-7
Depósito Legal: M-7734-2014
Printed in Spain
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ISBN DIGITAL 978-84-9055-259-9
9 788490 550397
Giovanni Testori (1923-1993) fue un
escritor, historiador del arte y crítico
literario conocido por su experimentación lingüística y por representar la religión como una trágica tensión hacia
la trascendencia.
Luigi Giussani (1922-2005), profesor
y sacerdote, fue el fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación. Sus escritos han sido
reconocidos mundialmente.
BOL S I L L O
En El sentido de nacer,
un controvertido
dramaturgo y el fundador
de un movimiento
eclesial conversan sobre el
nacimiento de la persona.
«Este es el tiempo en
el que es necesario
rescatar la conciencia
personal. Es como si ya no
pudiéramos hacer cruzadas
o campañas sociales.
Cruzadas programadas,
grupos organizados.
Un ‘movimiento’ nace
exactamente con el
despertar de la persona. Es
algo impresionante».
(Luigi Giussani)
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