PREPARANDO MI TIERRA… DE EDUCADORA 1 CARMEN NOS CUENTA SU VIDA DE EDUCADORA: Soy Carmen Sallés Barangueras. Y aunque sé que me conocen, quiero contarles ahora mi vida desde la perspectiva de mi misión de educadora. Muchas veces pienso que en la vida de toda persona existe algo así como un “hilo conductor” que une toda la existencia y en el cuál se va tejiendo la vocación y la misión. Pues bien, en mi vida también ha habido este “hilo conductor” que ha unido toda mi vida y tiene relación con la vocación de educadora. Creo que nada ocurre al azar. Todo tiene sentido. Dios, que nos conoce y nos ama antes de que nosotros existiéramos, prepara desde siempre la tierra para depositar en ella las semillas que un día darán fruto… Trataré de irlo más o menos aclarando, aunque los misterios de Dios son insondables y siempre se nos escapa mucho a nuestra percepción…pero ¡vamos a intentarlo! En el 1848, cuando el Siglo XIX se acercaba a la mitad de su carrera y en Cataluña (España) estallaba la segunda guerra carlista, nací un 9 de Abril en Vic, en el seno de una familia de clase media y de religiosidad profunda. Del matrimonio Sallés-Barangueras nacieron diez hijos. Yo fui la segunda. Esto es ya un factor educativo a tener en cuenta, pues la vida entre hermanos en una familia numerosa va creando unas relaciones especiales; nos sentimos responsables unos de los otros, sobre todo los mayores de los más pequeños, y sin darnos cuenta nos vamos formando entre todos en valores importantes para la vida. Yo tenía un carácter sereno, alegre, amable y dócil, y un temperamento firme. Sin darme cuenta, me transformé en educadora de mis hermanos.1 Así lo manifestaba más tarde la criada Petronila: "Verdaderamente esta criatura es todo bondad, y para mí y para toda la familia, una persona de la que todos tenemos mucho que aprender"… Y también mi hermana 1 2 La educación humana y cristiana de los hijos era una de las prioridades para mi familia. En una época en que la asistencia a la escuela era más bien escasa, mi familia destacaba por su nivel cultural y nuestros padres nos pusieron a estudiar a todos los hijos. Yo asistí como externa al Colegio de las Religiosas de la Enseñanza. Mis padres buscaban una educación completa para mí y escogieron el Colegio de las “Monjas de la Enseñanza”, que además estaba muy cerca de nuestra casa, en Manresa, donde nos habíamos trasladado a vivir. Fue ésta una etapa muy importante de mi niñez y adolescencia. En el Colegio de la Compañía de María, según la inspiración de su Fundadora, la unidad piedad-letras o virtudciencia era algo esencial.2 Así, además de las clases de historia, geografía, gramática aritmética y labores, estudiábamos Catecismo, la Historia Sagrada, y con la lectura y explicación del Evangelio aprendíamos sobre la vida de Jesús y la de su Madre. A mí todo esto me entusiasmaba. Como alumna aventajada que era, sabía aprovecharme muy bien de todo lo que me ofrecía el colegio; así a la atmósfera de piedad cristiana que respiraba en mi familia, se unía la educación y formación del colegio. También las religiosas de la Compañía de María ponían un esmerado cuidado en la preparación de los sacramentos; además se preocupaban de que las oraciones y ejercicios de piedad reflejaran el tiempo propio del año litúrgico. Ellas invocaban al Espíritu Santo antes de empezar las clases y se me quedó grabada para siempre esta devoción y esta costumbre y las transmití después a mis hijas concepcionistas. Melchora:"Nada tiene de particular que cuando salió de casa Carmeta, nuestra madre, siempre tuviera en su boca a su Carmencita y que nos la propusiera en todo por modelo" y es que "admiraba a todos con su recato, obediencia y sencillez". 2 En los documentos fundacionales de la esta Orden se dice que “en todas las clases las alumnas aprenderán, junto a la lectura, escritura y costura, todo lo referente a la piedad y a la virtud, según la capacidad de cada una”. 3 Para llegar al corazón de las niñas, las religiosas utilizaban cuantos medios tenían a su alcance. Nos hablaban de su Fundadora, Juana de Lestonnac, una dama francesa que estuvo casada y habiéndose quedado viuda quiso entregarse sólo a Dios, para lo cual fundó la Orden en la que ahora me educaba, que consistía en una entrega a Dios a través de un apostolado concreto: la enseñanza. Todo esto como puedes imaginar iba calando en mi corazón y la tierra de mi vida se iba enriqueciendo. Allí aprendí mucho sobre María, pues de esta etapa se quedaron grabadas en mi mente oraciones y tradiciones que marcaron mi infancia, como por ejemplo la fiesta de la Niña María. Experiencias que nunca olvidé e incluso transmití a mis religiosas concepcionistas muchos años después. También nos explicaban el catecismo, que en la Diócesis de Vic por mandato del Obispo, tenía que ser el del P. Claret, nacido allí. El método empleado por el P. Claret era hacer conocer las verdades de la fe a través de estampas. Yo misma utilizaba también este método con mis hermanos. Cuando quedaba libre de las tareas escolares, prestaba ayuda a mi madre en el cuidado y educación de mis hermanos. Era la primera en edad y me sentía llamada a ejercer la autoridad y el servicio de la educación entre ellos: les enseñaba el cultivo de las virtudes y de los buenos modales, así como los valores humanos. Como hermana mayor les corregía y enseñaba. Así fui pasando mi infancia y adolescencia y me sitúo ahora siendo ya una jovencita. Mis años de colegiala quedaron atrás, pero lo que mis maestras me enseñaron con tanta dedicación y entrega siempre quedó grabado en mi personalidad. Mis padres y hermanos intuyeron pronto en mí que “Alguien” habitaba en mi corazón,…porque me veían pasar largos ratos arrodillada a los pies del Crucifijo. Así mi personalidad se fue forjando y mi voluntad se veía enriquecida por mis largos ratos de oración. En esos años 4 pertenecía a la Asociación de Hijas de María.3 Yo, como miembro de la Asociación y como dirigente de uno de los grupos, desplegué todas mis capacidades y mi autoridad. Quería ser y vivir como hija de María, pero no lo quería sólo para mí y por eso trabajé con incansable amor apostólico por la buena marcha de la Asociación. Creo que en estos encuentros de las "hijas de María", fui viviendo también la experiencia de educar, siendo la animadora de aquellos grupos de jóvenes. El amor me impulsaba a entregarme también a los más pobres y necesitados.4 Siempre he tratado de buscar el rostro de Dios y su Proyecto sobre mi vida. En aquellos años de la adolescencia y primera juventud, yo buscaba y buscaba...Esta ha sido siempre una nota distintiva de mi vida. Tenía “ansias de Dios” y un día llamé por mi cuenta a las puertas de un convento de clausura: la Capuchinas. Sentía deseos de vivir sólo para Dios: El me atraía con toda su fuerza. Pero tuve una fuerte oposición de mis padres. Entonces les pedí que me dejaran hacer Ejercicios Espirituales durante unos días para discernir mi vocación y volví más convencida de ella, aunque tuve que esperar hasta ¡5 largos años! para poderla realizar. En mayo de 1869, cuando la vida religiosa española sufría las consecuencias de una fuerte revolución Estas Asociaciones trataban de hacer de la devoción mariana una verdadera "forma de vida" o espiritualidad, promoviendo no sólo una completa devoción a María, sino también una consagración más plena de las personas a Dios y a los pobres, según indicaban sus Estatutos: “Esta consagración tiene un doble fin: la santificación personal de sus miembros y el apostolado por medio de toda obra externa, religiosa, caritativa, social en favor de las almas”. 4 Dice su primer biógrafo que practicaba la caridad "visitando frecuentemente los hospitales, consolando y socorriendo a los enfermos y sosteniendo íntima amistad con las Hermanitas de los Pobres, quienes tenían siempre la puerta abierta en la casa del señor Sallés, donde recibían personalmente de Carmeta las provisiones para los ancianitos". 3 5 en España, comencé una nueva etapa en mi vida entrando en el noviciado de las Religiosas Adoratrices en el pueblo de Gracia, junto a Barcelona. Allí, en el noviciado, fui profundizando la llamada. No dudaba que Dios me había elegido dándome la gracia de la vocación religiosa. Me sentía llamada por Cristo a seguir sus huellas, pero aún no sabía cómo ni dónde. Ya sabes que vocación es un don que se recibe gratuitamente. Pero este don es dinámico y como tal exige crecimiento en fidelidad. Hay que ir asimilándolo e incorporándolo a la propia vida, y que acoger diariamente en la fe el don de Dios. Todo esto lo fui haciendo durante el tiempo de noviciado. Además, en este tiempo, fui conociendo el espíritu y fin del Instituto al que me había incorporado y admiraba. Te doy algunos datos del mismo, que marcaron después mi itinerario vocacional. En una época en que el nivel cultural y de formación femenina era escaso, M. Micaela del Santísimo Sacramento, Fundadora de las “Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad” (también llamadas Adoratrices), Vizcondesa de Jorbalán, comenzó su obra de regeneración y reeducación de las jóvenes. Se trataba en verdad de una obra de rescate de las personas que habían caído en la prostitución, en el que la persona de Cristo, presente en la Eucaristía iba a ser el principio, el medio y el fin de su obra educadora. Ella no era una pedagoga propiamente dicha, pero en su misión apostólica presenta principios muy válidos a tener en cuenta por todo educador, y yo los incorporé a mi vida. Admiré siempre en la M. Micaela la confianza que tenía en la posibilidad de reeducación de la persona, devolviendo a las jóvenes caídas su verdadera personalidad. Para ello consideraba indispensable el amor y el respeto a la dignidad de cada persona, criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Trataba de conocer a la joven y buscaba su conversión ganando su corazón. Estudiaba cada caso particular, escuchando con calma y paciencia a cada una de las jóvenes. Luego observaba sus inclinaciones, lenguaje, maneras y carácter. Quería hacer 6 salir de su corazón los grandes y buenos sentimientos que albergaba. Ella las amaba gratuitamente, poniendo en juego todos los medios: la dulzura, los consejos, el consuelo, la comprensión y los ánimos.5 Sentía que cuanto más necesitaban la reeducación, más se las debía amar, y más se preocupaba para reavivar en ellas la nobleza del corazón; las corregía, sí, pero sin echarles en cara sus defectos.6 Trataba a todas las jóvenes por igual y al mismo tiempo se acomodaba a cada una, porque a cada una debía educar, no obstante la distinta edad, el variado carácter, las diversas necesidades y la historia precedente de todas y de cada una7. En estos meses de Noviciado estudié que la motivación sobrenatural del apostolado de M. Micaela era procurar en sus educandas un reencuentro con Dios y, como consecuencia, su regeneración moral. Sólo el amor de Dios, que es eficaz y realiza lo que promete, podía curar una serie de lacras morales, que tenían casi siempre su origen en problemas afectivos. Por eso la formación religiosa que se daba en el colegio no era sólo intelectual.8 El contacto con Cristo en la Eucaristía tenía un papel muy importante en esta formación religiosa. Cuando la joven se encuentra con Cristo se siente amada por Él, que ha dado la vida por ella. Entonces su espíritu se transforma y se rehabilita En sus escritos dice: "Las maestras no omitirán ningún medio para hacerse amar de todas las colegialas, procurando ellas amarlas, a su vez, tratándolas con dulzura, dándoles buenos consejos, consolándolas en sus aflicciones y procurando desvanecer cualquier tentación que tengan de dejar la Casa". 6 Sus testigos dicen: "Nos encargaba muy especialmente que jamás echáramos en cara a las colegialas las debilidades de éstas, pues nos decía que debíamos proceder con ellas como madres". 7 Sus testigos dicen: "Se veía en ella una verdadera madre que se acomodaba a todas las edades, a todos los genios, al modo de ser de cada una...". Porque "Cada una éramos un misterio, cada una teníamos una historia; conocía nuestra vida pasada y, nuestras faltas presentes". 8 Quería que sus maestras estuviesen "versadas en la religión práctica, porque la teoría no suple ni llena el fin y objeto que se desea y forma un mal vivir desacorde". 5 7 ante sí misma. Aprende que no es una cosa, sino que su persona y su vida tiene sentido para "Alguien" que la llama por su propio nombre y así brotará en ella la seguridad y la confianza. Todas estás dotes de pedagoga se fueron quedando en mi corazón. Me gustaba su estilo de educar. Su pedagogía era un medio para levantar a la persona caída, para transformar su vida y su espíritu, y encaminarle al Maestro que está en la Eucaristía: Cristo, que asume toda dolencia, pues “sus heridas nos han curado”.9 Lo que M. Micaela llevó a cabo en su vida, era la misión que la religiosa adoratriz estaba llamada a desempeñar en el mundo, y esto es lo que yo trataba de asimilar e interiorizar en mis largos ratos de adoración al Santísimo en el tiempo de Noviciado. ¡Ciertamente la preocupación de la M. Fundadora había sido salvar almas. ¡Yo también quería colaborar con Cristo en su obra redentora! Pero intuía que mi camino era otro… ante mis ojos estaba presente el cuadro de la Inmaculada, y Ella se hacía más y más viva en mi interior. Allí aprendí esa oración que tanto me gusta, pidiendo la bendición a María: “Oh Dulce, Señora mía, dadnos vuestra bendición.” Era un apostolado que yo quería hacer mío, incorporándolo a mi vida, pero no acababa de llenar mi espíritu. Por esta razón, después de algunas consultas y haber meditado suficientemente, abandoné el noviciado de las Adoratrices.10 Quizá fue en el Noviciado adoratriz donde intuí con más fuerza y luz el valor de la educación, al comprender que, como en la Inmaculada, es mejor prevenir (educar) que curar 1ª Pedro, 2,24 Dice el primer biógrafo, M. Gutiérrez, que "La atraía fuertemente el Sagrario; pero la finalidad de acoger a las jóvenes extraviadas no se le hacía atrayente y simpática")."(...) hubo de salir por no agradarle uno de los fines principalísimos del Santo Instituto cual es la formación y preservación de muchachas desamparadas". (M. Hualde). Y su hermana Melchora dice en una carta que “Carmen salió de las Adoratrices para educar”. 9 10 8 (reeducar). Quería la educación al estilo de lo que Dios hizo en María Inmaculada. Era una intuición profunda. El 15 de noviembre de 1870, abandoné el Noviciado de las Adoratrices, aunque estaba convencida de que Dios me seguía llamando a su servicio en la vida religiosa, y a los siete meses, después de consultarlo con mis confesores, ingresé en las Terciarias Dominicas de la Anunciata. Te diré algo de este Instituto de las Terciarias Dominicas en el que viví casi 22 años. Había sido fundado por el P. Francisco Coll, el cual habiendo visto la miseria material y espiritual y sobre todo, el abandono en que estaban sumergidos los niños. El P. Coll comenzó en 1856 una obra en la que su objetivo primero era abrir un camino de vida religiosa a las doncellas o viudas llamadas a consagrarse a Dios fuera de los conventos de clausura, constituyendo comunidades de religiosas dedicadas a la enseñanza de las niñas con una finalidad apostólica, y en los ambientes más necesitados. Era, pues, la enseñanza de las niñas la misión que estas hermanas llevaban a cabo en su apostolado y esto era lo que yo deseaba: Enseñar, educar para salvar, para preservar a las jóvenes de la caída. Cuando entré en el Instituto fue el mismo P. Coll el que me recibió y examinó. El, un hombre de Dios dado a la oración y al esfuerzo ascético iba a ser el que me iniciara en la espiritualidad dominicana y en su proyección apostólica. El P. Francisco Coll quería salvar almas y creía que dada la situación histórica y cultural del momento, el modo más propicio para poder llevar a cabo este objetivo era que las hermanas ocuparan puestos en las escuelas de los pueblos, donde enseñaran a las niñas. Enseñar, educar no sólo para elevar el nivel cultural, sino todavía más, para elevar a las almas al ideal de la perfección enseñándoles el Camino, la Verdad y la Vida que es Cristo. Dada su preocupación por la enseñanza de las niñas, el P. Coll como formador de las Hermanas, puso particular interés en encender el celo 9 apostólico de sus hijas espirituales en el ejercicio de la enseñanza11. Enseguida asimilé el espíritu del nuevo Instituto, pues estaba ávida por aprender. La Superiora General, M. Rosa Santaeugenia, al descubrir que era una joven culta e instruida, me envió, poco tiempo después de vestir el hábito de Sto. Domingo, a dirigir el Colegio de Tortellá, en la provincia de Gerona. Mi primer campo de apostolado no me fue nada fácil, pues era todavía novicia. Las dificultades no venían por parte de las niñas, sino por las rivalidades que dividían y enfrentaban a sus familias entre sí y con su entorno por opciones políticas, ya que Tortellá constituía un foco republicano muy radicalizado en el seno de una comarca tradicionalmente carlista. Por este motivo, tuve que tener mucho tacto y prudencia. Me dediqué a la tarea docente plenamente. Los días de diario, en las clases; los domingos por la mañana con las niñas a la misa parroquial y a la catequesis y por la tarde de paseo con ellas por la montaña. Al año siguiente, 1872, después de mi primera profesión, me fue encomendada otra misión por los superiores: la dirección del Colegio de San Andrés de Palomar cerca de Barcelona. En esta localidad tenía el Instituto dos casas: una dentro de la población y otra a las afueras. A esta última me dirigía cada mañana vestida de seglar, dada la situación conflictiva que se vivía en Cataluña. Me entregaba sin descanso a la tarea educativa, buscando hacer de las alumnas criaturas nuevas, capaces de afrontar el futuro con dignidad, paz y esperanza.12 Estas tenían que enseñar la doctrina, educar las virtudes, inculcar y hacer germinar la piedad. 12 Dice el P. Gutiérrez que "Era frecuente encontrarla a las dos de la madrugada, preparando con gran celo, solicitud y devoción las tareas escolares del día siguiente, a fin de que las niñas lo encontraran todo dispuesto. ¡Así todo estaba a punto, labores, temas, problemas y ejercicios de toda clase!". 11 10 Pero no sólo me preocupaba de tener preparados los trabajos de las alumnas, sino que quería que la misión estuviera impregnada del espíritu evangélico y para ello solía levantarme antes que lo hiciera la comunidad para hacer mis devociones, ofreciendo al Señor toda la jornada. Después, con la comunidad, hacía los ejercicios que la Regla señalaba y participaba en el Sacrificio Eucarístico para empezar a continuación mi apostolado a través de las tareas escolares. Durante cuatro años permanecí en San Andrés de Palomar. Mi preocupación a lo largo de este tiempo no fue otra que la de redimir al pueblo sacándole de la ignorancia, y no sólo por lo que se refiere a las letras, sino también en lo relativo a las cosas de la fe. Fui adquiriendo a la vez una única experiencia de la vida religiosa y de la educación de las niñas. Después fui destinada a Barcelona. Allí continué dedicándome plenamente al apostolado de la enseñanza. Decían que mis clases eran muy provechosas.13 Mi amor a Dios y al prójimo se manifestaba en mi deseo de salvar almas por medio de la educación, y me impulsaba a comenzar una nueva obra de redención. Así comencé la clase de adultas que iba de ocho a diez de la noche, en donde trabajé con todo tesón y diligencia. Los resultados en estas clases de obreras también fueron muy positivos… Muchas de estas jóvenes abrazaron la vida religiosa.14 Trataba de ser fiel a las máximas que del mismo P. Coll aprendí, es decir dar el mismo cuidado a la oración que al estudio. No me entregaba al descanso hasta que no tenía preparadas las labores del día siguiente para las alumnas y me levantaba antes que la comunidad con el fin de hacer mis devociones particulares A través del testimonio de una colegiala, alumna suya, podemos constatar su personalidad de educadora: "Era verdadera devoción lo que por ella sentíamos. No había manera de resistirse a los poderosos recursos de persuasión, ni a los suaves y múltiples atractivos de la Madre Carmen". 14 Así dice una “de sólo estar con ella unas horas, venían deseos de imitar su género de vivir y de acompañarla en sus ministerios". 13 11 porque durante el día no me quedaba tiempo para ello. Ciertamente la acción apostólica que desarrollé esos años fue muy intensa, pero siempre debidamente encauzada, como quería nuestro P. Fundador.15 Era ayudada por mis hermanas de comunidad y también por mis alumnas, contribuyendo así a elevar el nivel cultural y la competencia técnica de las maestras. Dios me había dado cualidades personales y debía ponerlos al servicio: tenía cultura y también gran habilidad para tratar con las alumnas, así como interés y preocupación por la organización y buena marcha del Colegio, lo que contribuyó a la prosperidad del mismo. Como maestra buscaba la formación integral de las alumnas, compaginando el amor con la disciplina.16 Al ser nombrada Priora en 1883, me relacionaba menos con las niñas y no asistía habitualmente a las clases como antes porque las diversas ocupaciones me lo impedían. Sin embargo, en lo que podía, continuaba ocupándome de la formación de las alumnas, inspeccionaba las clases y preparaba personalmente a las niñas para la recepción de los sacramentos. Siempre me ha gustado estar atenta a los signos de los tiempos, (como ahora dicen), y percibía que poco a poco, la mujer se estaba introduciendo en el mundo del trabajo y de la cultura, por lo que consideraba necesario ampliar las enseñanzas en el Colegio.17 Dice una testigo que nunca daba impresión de agobio ni de apresuramiento, sino que más bien reflejaba "una vida de retiro y sosiego”. 16Hay testimonios que dicen: "Con las alumnas sabía armonizar su trato de madre con la energía propia de la disciplina". Y buscaba en todo momento el bien espiritual de las niñas: “Tenía muy bien organizada la Enseñanza de la religión. También se preocupaba de las prácticas de piedad teniendo actos de culto por la mañana y por la tarde". Siendo Directora, amoldaba la vida del Colegio al año litúrgico: "Celebraba con gran alegría la fiesta de Navidad, despertando en nosotras devoción al Niño Jesús. Así mismo hacía con la Pasión de Nuestro Señor, haciéndonos sentir vivamente los cultos de la Semana Santa". 17 "El buen nombre y fama del Colegio corren de boca en boca y la afluencia y la concurrencia de niñas y jóvenes educandas es tal, que la casa de la calle de Riera es insuficiente y pequeña y hay necesidad de que la Madre Carmen 15 12 Dios conduce la historia y la vida de los hombres y, confiando en El, permanecí Terciaria Dominica durante casi veintidós años. Enseñaba y educaba logrando contagiar a las niñas el amor de Dios18. A partir de 1889, en que es elegida Superiora General M. Concepción Vila, (la que fue anterior superiora y maestra de novicias y con la que había tenido ya algunas divergencias), distintas circunstancias y acontecimientos, entre los que es de destacar la diferencia de planteamientos en el campo educativo, me llevaron a pensar en una escisión de las Dominicas de la Anunciata. Yo no quería fundar una nueva Congregación, sino una rama de la Orden Dominicana, pero…”Dios escribe derecho con renglones torcidos” y el 22 de febrero de 1892, con siete hermanas mías, salimos del Instituto y abrimos un Colegio en Barcelona, donde queríamos continuar con la labor apostólica por medio de la enseñanza, ampliada ahora al máximo, pues además de los horarios diurnos, establecimos también clases gratuitas de ocho a diez de la noche, y dominicales. El Colegio permaneció abierto por poco tiempo. Algunas de las hermanas volvieron al Instituto de Dominicas de la Anunciata. Pero se quedan conmigo Remedios Pujols, Emilia Horta y Candelaria Boleda buscando también vivir su entrega a Cristo por medio de la consagración religiosa, y comenzamos así una andadura que nos llevará a Burgos donde tendrá lugar el nacimiento de una nueva Congregación: Las Religiosas Concepcionistas de Santo Domingo. busque local más amplio y capaz, con el fin de extender más y más su apostolado”- dice el biógrafo. 18 Dice un testigo: "Tengo por cierto que sentía hondamente el amor a Dios porque a nosotras nos lo inculcaba. Este amor de Dios era el que le hacía ser tan trabajadora". 13 Y dejo aquí mis recuerdos, con la sugerencia de que también tú te remontes a tus raíces vocacionales como educador/a concepcionista. PARA TRABAJAR: 1. Haz una breve descripción de cuáles han sido tus raíces vocacionales como educador/a 2. ¿Cómo crees que han influido en la forja de tu personalidad y en tu vida, tu familia y el ambiente educativo de tu infancia y juventud? 3. ¿Cómo colaboraron u obstaculizaron tu vida de fe y tu vocación? Paralelismo con M. Carmen: 1. M. Carmen nació y vivió en un contexto familiar, social, religioso… concreto y muy distinto al actual, y fue hija de su tiempo. Trata de identificar rasgos de su personalidad y de su ambiente familiar que influyeron también en su vocación educadora. 2. Tras escuchar la descripción que hace de su Itinerario vocacional - educativo (En Manresa, como Adoratriz y Dominica de la Anunciata)… identifica las semillas que iban cayendo en su tierra y mira cómo las hizo fructificar después. 3. Ella tomó opciones tras vivir experiencias. Resalta algunas de ellas. 4. Tras analizar tu historia y las experiencias vividas, identifica también las opciones tomadas a partir de ellas y desde qué motivaciones lo hizo ella y lo haces tú. 5. ¿De qué mediaciones se sirve M. Carmen y de cuáles te has servido y te sirves hoy? 14