Subido por Yeison Salazar Mosquera

Introducción

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Introducción al curso de cristología
“El caudal de las cosas materiales nos arrastra hacia él, pero en este
caudal está un árbol grande y fuerte: nuestro Señor Jesucristo. Él se
encarnó, murió y ascendió a los cielos. Es como si El estuviera de acuerdo
en estar en el caudal de lo temporal. ¿Te está arrastrando de cabeza este
caudal? Apégate a Cristo. Él se hizo temporal por ti, para que pudieras
hacerte eterno, pues Él se hizo temporal de tal manera que permaneció
siendo eterno. ¿Qué diferencia hay entre dos hombres en una prisión,
cuando uno de ellos es un convicto y el otro un visitante? Algunas veces un
hombre va a visitar a su amigo, y parece que ambos están en prisión, pero
hay una gran diferencia entre ellos. Uno de ellos está detenido allí por causa
de la culpa, mientras que el otro ha venido por amor a la humanidad.
Igualmente es así con nuestra mortalidad: la culpa nos retiene aquí, pero
Cristo ha venido por su misericordia. El vino libremente a la cautividad, y
no como un convicto.
(San Agustín. Sermones acerca de 1 Juan, II.10)
Y VOSOTROS, ¿QUIEN DECÍS QUE SOY YO?
En un mundo dolorido, en una cultura perpleja, en una
Iglesia discutida, en una religión cambiante, volvemos nuestra
mirada a Jesús de Nazaret para reaprender a ser cristianos. ¿Qué
anunció? ¿Qué opciones hizo en su tiempo? ¿Qué fueron sus
"milagros"? ¿En qué Dios creyó? ¿Por qué murió? ¿Qué significa
que "resucitó"? ¿Cómo nos "salva"? ¿Qué quisieron y qué
queremos decir al confesarle "hijo de Dios"? Sólo unas
aproximaciones históricas y teológicas desde su tiempo y el
nuestro.
Volvemos a Jesús porque necesitamos sentir que él se nos
acerca y nos toca, que nos cuenta parábolas y nos cura, que
anuncia un mundo nuevo y lo estrena.
Empiezo transcribiendo unos textos de autores y
perspectivas muy diferentes. Es que nos aproximamos a Jesús
desde presupuestos e "intereses" muy diversos. Vale todo
aquellos que nos hace vivir más. Vale también todo aquello que
nos hace interrogarnos más, aunque nos cree alguna inseguridad
que otra. No tengamos miedo a las cuestiones.
Antonio Rivero
¿Quién es Cristo, por quien muchos han dejado todo para
seguirlo, por quien otros han preferido la muerte antes que
traicionarle? ¿Quién es Cristo que tanto molesta a quien no lo
conoce de cerca?
¿Quién es Cristo, que pasa hambre y alimenta a
muchedumbres innumerables, el que se fatiga y rehace las
fuerzas de los fatigados, el que no tiene dónde reclinar su cabeza
y lo gobierna todo con su mano, el que sufre y remedia todos los
sufrimientos, el que es abofeteado y da libertad al mundo, el que
es traspasado en su costado y arregla el costado de Adán?
¿Quién es Cristo, la única persona preanunciada? Ni
Sócrates, ni Buda, ni Mahoma, ni Confucio, ni Lao-tse fueron
preanunciados. No sólo la Biblia preanuncia la venida de Cristo,
que nacería de una virgen (Cf. Isaías 7, 10-16. 2), que sería un
varón de dolores entregado como expiación por las ofensas de su
pueblo (Cf. Isaías 53. ), cuyo reino glorioso sería perdurable, de
la casa de David. Todas estas predicciones, ¿de quién se decían,
si no de Cristo?
El mismo mundo pagano habló de Cristo, antes de su
venida. Tácito, hablando en nombre de los antiguos romanos nos
dice que la gente se hallaba generalmente persuadida, basándose
en las antiguas profecías, de que el Oriente había de prevalecer,
y de que de Judea había de venir el Dueño y el Soberano del
mundo. Suetonio, al relatar la vida de Vespasiano, da cuenta así
de la tradición romana: “Hubo en todo el Oriente una antigua y
constante creencia de que, con el apoyo de profecías
indudablemente ciertas, los judíos habrían de alcanzar el sumo
poder”.
La China se hallaba en el mismo estado de expectación,
pero, debido a que se encontraba en la otra parte del mundo,
creía que el gran Sabio había de nacer en Occidente. Los anales
del Celeste Imperio contienen esta declaración: “En el año 24 de
Chao Wang, de la dinastía de Cheon, el día 8 de la cuarta luna,
apareció una luz por el lado del sudoeste que iluminó el palacio
del rey. El monarca, sorprendido por tal resplandor, interrogó a los
sabios. Ellos le mostraron libros en los que se indicaba que este
prodigio significaba la aparición del gran Santo de Occidente, cuya
religión había de introducirse en el país de ellos”.
Los griegos le esperaron, puesto que Esquilo, en su obra
Prometeo, seis siglos antes de su venida escribió: “No esperes que
llegue un fin para esta maldición, hasta que venga Dios para
tomar sobre su cabeza los dolores de tus propios pecados, a modo
de expiación”.
¿Cómo sabían los magos de Oriente (Mateo 2) que un día
había de venir el Mesías? Probablemente por medio de las
numerosas profecías que los judíos habían hecho circular por el
mundo, así como por la profecía de Daniel a los gentiles, siglos
antes del nacimiento del que había de venir.
El mismo poeta latino, Virgilio, en su cuarto libro de las
églogas, habla de una “mujer casta, que sonríe a su hijito, con el
cual la edad de hierro desaparecerá”.
Suetonio citó a un autor contemporáneo para indicar que
los romanos tenían tanto miedo a un rey que había de gobernar
el mundo, que mandaron matar a todos los niños nacidos aquel
año. Y ésta fue una orden que nadie más que Herodes puso en
ejecución.
No solamente los judíos esperaban el nacimiento de un
gran rey, un sabio y un salvador, sino que también los filósofos
griegos, Platón y Sócrates, hablaban del Logos y del sabio
universal “que ha de venir”. Confucio hablaba del “santo”; las
sibilas de un “rey universal”; el célebre dramaturgo griego, de un
salvador y redentor que liberaría al hombre de la “maldición
originaria”.
Por tanto, lo que separa a Cristo de todos los hombres es
que ante todo fue esperado; incluso los gentiles sentían anhelo
de un libertador o redentor. Este solo hecho ya le distingue de
todos los demás jefes religiosos.
Otro hecho que le distingue de los demás es que, una vez
hubo aparecido, fue tal el impacto que sobre la historia produjo,
que la partió, dividiéndola en dos periodos: uno antes de su
venida y el otro después de ella. Esto no lo hizo Buda ni ninguno
de los grandes filósofos de la India.
Un tercer hecho que le separa de todas las demás personas
es el siguiente: cualquier otra persona vino a este mundo para
vivir, mientras que Él vino para morir. Para Sócrates la muerte fue
piedra de tropiezo, puesto que interrumpió su enseñanza. Mas
para Cristo la muerte fue la meta y el cumplimiento del propósito
de su vida. Pocas palabras o acciones suyas resultan inteligibles
si no se hace referencia a su cruz. La historia de cualquier vida
humana comienza con el nacimiento y termina con la muerte. Sin
embargo, en la persona de Cristo, primero fue su muerte y luego
fue su vida. Después de su muerte comenzó prácticamente todo.
Comenzó a germinar su obra y su doctrina.
Terminemos la introducción con otra pregunta: ¿Sólo se
trata de conocerlo o también de experimentarlo? Deberíamos
hacer la experiencia profunda de Cristo. Llegar a decir de Cristo
lo que alguien dijo:
“Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi compañero, mi Padre,
mi grande y único amor y la única razón de mi existencia. La vida
con sus poderes, riquezas y vanidades ni me dice ni me interesa
en nada por sí misma. Estoy seguro de que, nada me costaría
dejarla, arrancármela si no tuviese a Cristo. Vivo porque su
mirada, su amor, su doctrina y todo su ser me dan la razón
suficiente y única para desear vivir; vivo con la ilusión y el afán
de poder ofrecer una prueba de mi pobre amor entregándole todo
mi ser libre y espontáneamente y porque quisiera poder hacer algo
para lograr que otros muchos hombres crean en Él, lo conozcan, lo
amen y gocen la inefable alegría de saberse sus hijos muy
amados. La humanidad es desgraciada sólo en la medida en que
no tiene a Cristo, incluidos aun aquellos hombres más poderosos
y ricos y bien dotados de la tierra?”.
Siendo Jesús un personaje histórico, se le puede estudiar,
como a todo hombre, desde las ciencias (historia, psicología,
política, religión, etc.). El interés de las ciencias por Jesús surge
a partir del testimonio que dan los cristianos. Las ciencias, por
su mismo método, no llegan a preguntarse lo más esencial sobre
Jesucristo. Tienen que aceptar otros puntos de vista.
El interés por Jesús de Nazaret no nace ni se agota con las
preguntas que hacen los científicos. El interés por Jesús surge a
causa de alguna enfermedad (Mc 1, 40; 5, 22-23) a causa de una
amenaza de catástrofe (Mc 4,38), a causa de inquietudes
intelectuales (Jn 3,1 – 21; Mc 10, 2), a causa de de un deseo de
superación (Mc 10, 17 -22), a causa de un deseo de poder (Mc
10, 35 - 39). Pero también por otros motivos: al constatar que su
doctrina es bella (Mc 1, 27 - 28), al ver las obras que realiza (Mc
4, 41; 11, 28; Lc 8, 25); al ver la belleza del mismo Jesús (Mc 14,
3 – 9; Lc 10, 38 - 42). Muchos se preguntan por el sentido de la
vida, del sufrimiento, por la paz y el progreso, por el hambre y el
respeto por los derechos humanos. A todas estas preguntas
responde Jesús, pero con respuestas profundas. Y pide el cambio
del corazón, para que después se dé el cambio de estructuras.
Estudiar a Jesús compromete, pues, en la evangelización,
es decir, a llevar la experiencia de Cristo a otros. ¡Cuántos hay
que no conocen o conocen mal a Jesucristo! Y pensar que Jesús
es el más hermoso de los hijos de los hombres, por ser precisa y
misteriosamente el Hijo de Dios.
Y cuando todos conozcamos a Jesucristo, el Hijo de Dios
Viviente, podremos disfrutar de la civilización del amor y
transformar nuestro mundo desde dentro y desde sus cimientos.
Habrá lo que tanto anhelamos: paz, libertad, igualdad social,
progreso, amor y solidaridad, respeto a la vida, justicia. Todos
tendremos pan, techo y vestido. Todos podremos mirarnos a los
ojos y tratarnos como hermanos en la misma mesa.
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