Subido por Santiago Perez

Artesanos y política en Bogotá, 1832-1919 - David Sowell

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David Sowell
Traducción: Isidro Vanegas
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Ediciones
Pensamiento Crítico
editorial
Sowell, David Lee, 1952Artesanos y política en Bogotá 1832-1919/ David S o w e ll; traducción Isidro Vanegas. —
B og o tá : Ediciones Pensamiento Crítico, Editorial Círculo de Lectura Alternativa, 2006.
277 p. ; 22 cm.
Incluye bibliografía.
ISBN: 958-33-9351-7
1. Artesanos - Actividad política - Bogotá (Colombia) - 1832-1919 2. Movimientos
obreros - Historia - Bogotá (Colombia) -1832-19193. Artesanos - Condiciones socioeconómicas
-H isto ria - Bogotá (Colombia) - 1832-19191. Vanegas, Isidro, tr. II. Tít.
301.155 cd 19 ed.
A 10814$
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis A ngel Arango
© David Sowell
© Isidro Vanegas
© Ediciones Pensamiento Crítico
Apartado Aéreo No. 24621
Teléfono: 6088203
Bogotá-Colombia.
[email protected]
Editorial Círculo de Lectura AlternativaXtda.
Calle 45 No. 14-67
/
Teléfono: 3380645
[email protected]— y
Bogotá-Colombia.
ISBN: 958-33-9351-7 A
Coordinación de edición:
4^ T’l
Renán Vega Cantor
Luz Ángela Núñez Espinel
Título original: The Early Colombian Labor Movement. Artisans and Politics in
Bogotá, 1832-1919, Temple University Press, Philadelphia, 1992.
Traducción: Isidro Vanegas
Ilustración de la portada: La caída de Meló, caricatura de José María Espinosa
Material Gráfico: Biblioteca Luis Ángel Arango y Biblioteca Nacional
Edición e impresión:
Ediciones Pensamiento Crítico
Editorial Círculo de Lectura Alternativa Ltda.
INDICE
Pág.
*
—j
Presentación............................................................................
P refacio ....................................................................................
9
15
Capítulo I
Experiencias socioeconómicas del artesanado...........
A rtesanos..................................................................................
El ambiente económico................................................
Conclusión...... ..........................................................................
25
35
42
52
Capítulo II
Cultura política colombiana..............................................
Reclutamiento popular y formación de la cultura política
colombiana ..................................................................
La sociedad de artesanos.......................................................
Movilizaciones partidistas: las sociedades Democrática
y Popular........................................................................
Conclusión.................................................................................
86
92
Capítulo III
Movilizaciones de los artesanos en el período de las
Reformas Liberales ..............................................................
Artesanos y reformas liberales..............................................
La Sociedad Democrática en revuelta...................................
Conclusión.................................................................................
103
111
117
132
Capítulo IV
Republicanismo artesano ...................................................
Las Sociedad Unión de artesanos..........................................
Republicanismo artesano........................................................
Conclusión.................................................................................
143
150
158
165
61
71
79
6
David Sowell
Pag.
^
Capítulo V
Ayuda mutua, violencia pública y regeneración............
' La Sociedad Industrial de artesanos......................................
Las sociedades de ayuda m utua....................... ;....................
Violencia u rb an a..................................
Política local, estatal y nacional...... !......................................
La Regeneración......................................................................
173
176
179
183
188
196
Capítulo VI
El surgimiento del moderno movimiento obrero .........
La Unión de Industriales y Obreros.......................................
La Unión Nacional de Industriales y O breros......................
La Unión Obrera Colombiana.................................................
El Partido O brero.....................................................................
La Asamblea O brera...............................................................
Conclusión.........................
213
215
222
229
233
237
241
Capítulo VII
Cambio socioeconómico, política partidista
y organizaciones de artesanos ...........................................
El forcejeo partidista por el boder........................................
Organizaciones de artesano^y periodización.......................
Una perspectiva comparativa.................................................
249
256
260
266
Fuentes y Bibliografía .....^.................................................
277
AGRADECIMIENTOS
Es un placer reconocer el apoyo personal, académico y finan­
ciero que ayudó a sostener este proyecto. Mi gratitud más profunda
para mi esposa, Chris. Poco sospechó ella (o yo) el significado de
“caminar en los Andes” o cuánto se volvieron una parte de nuestras
vidas los “artesanos de Bogotá”. Chris ha sido una crítica sagaz (a
quien no siempre he prestado la suficiente atención), una colega
preparada y una amiga firme. Ella ha sostenido a nuestro hijo, Emily,
en lugares tan variados como Bogotá, Kansas occidental y Pensilvania sur-central cuando la investigación y la preparación de este
libro tuvieron lugar. Por su amor, compañerismo y ayuda estoy agra­
decido.
Tengo innumerables deudas con David Bushnell, un caballero y
un estudioso del calibre más alto. La ayuda editorial de Bushnell y el
conocimiento perspicaz de la historia colombiana mejoraron este pro­
yecto desde que empezó, aunque yo deseé a menudo una guía más
directa en lo segundo y menor en lo primero. Charles Bergquist ha
sido un crítico inspirado, primero en la reunión de la Asociación His­
tórica Americana en 1988 y, más significativamente, durante las fa­
ses finales de preparación del manuscrito. Sus observaciones han
mejorado considerablemente la presentación y conceptualización de
este trabajo. J. León Helguera leyó con rigor el manuscrito y me
alertó sobre muchas de sus limitaciones. De él he aprendido el signi­
ficado del padrinazgo y la amistad, los cuales han definido tanto la
historia colombiana.
Las largas horas en la Sala Colombia de la Biblioteca Nacional
de Colombia fueron avivadas por la amistad e ingenio de Oscar de J.
Saldarriaga Vélez. Nuestras muchas discusiones alrededor del tinto
y el aguardiente ayudaron a definir la orientación del proyecto. Las
conversaciones con Mauricio Archila y Gary Long estimularon de
manera suplementaria mi pensamiento. James Amelang me ofreció
8
David Sowell
una guía crucial para el estudio de la historia laboral y social, así
como una crítica útil. Hermes Tovar Pinzón ayudó a localizar el hui­
dizo censo de 1851. Reconozco agradecido el estímulo y la ayuda de
Jane Landers durante la última década. Glen Ames, John French,
Frank Safford, Hobart Spalding y Consuelo Valdivieso ayudaron de
muchas maneras diferentes. El personal del Archivo General de la
Nación, del Archivo del Congreso, del Archivo Central del Cauca,
de la Academia Colombiana de Historia, de la Biblioteca Nacional y
la Biblioteca Luis Angel Arango fue atento y diligente.
Mi agradecimiento sincero se extiende a todos quienes me ayu­
daron; ellos mejoraron este trabajo sustancialmente a través de sus
consejos y sugerencias. Los errores y limitaciones que quedan son
de la exclusiva responsabilidad del autor.
El apoyo financiero de una Beca Fulbright y una Beca de In­
vestigación Tinker Field sostuvieron la investigación de campo en
1984 y 1985. Un estipendio de verano Fort Hays State University
garantizó la codificación y análisis de los materiales cuantitativos.
David Sowell
PRESENTACION
Cuando este libro fue preparado hace unos veinte años, la ma­
yoría de los investigadores de la historia de los trabajadores co­
lombianos prefería el siglo veinte. Los estudiosos de la historia
obrera del siglo diecinueve se concentraban en las Sociedades
Democráticas de Artesanos de Bogotá. Nuestra indagación acer­
ca de la Bogotá de mediados del siglo diecinueve avanzó mucho
más allá hacia otras áreas que prácticamente no eran estudia­
das. Una perspectiva marxista dominaba la historia obrera tanto
del siglo veinte como del diecinueve. Para los investigadores marxistas, las Sociedades Democráticas ofrecían una plataforma m a­
ravillosa a partir de la cual se criticaba la dominación oligárquica
del Estado colombiano y se sugerían caminos para mejorar la
sociedad contemporánea.
Esta investigación trató de rectificar algunas limitaciones del
relato histórico. ¿Cómo cambió la participación política de los traba­
jadores a lo largo del siglo? ¿La actividad de las Sociedades Demo­
cráticas era una anomalía, u otros grupos también fueron activos?
¿Qué hizo que el movimiento laboral basado en el artesanado difirie­
ra de los esfuerzos de los obreros asalariados para mejorar sus vi­
das? Para responder estas preguntas, el libro cubre el periodo que
v^ desde el establecimiento de la República de Nueva Granada has­
ta 1919, cuando otro tipo de trabajadores vino a predominar en el
movimiento obrero colombiano. Esta panorámica de largo plazo ofre­
ció una estructura que pretendía estimular la crítica y la revisión por
parte de los investigadores, buscando una comprensión más amplia
de la historia obrera colombiana del siglo diecinueve. Yo quise desa­
fiar la interpretación predominante según la cual los grupos no per­
tenecientes a la elite habían tenido un rol limitado y esporádico en la
política del siglo diecinueve. En este aspecto, mi perspectiva reflejó
la influencia de la “nueva historia social” que tanto influyó en los
historiadores en la década de los ochenta, y que propuso una ínter-
10
David Sowell
pretación bien distinta al análisis marxista que había dominado la
historia obrera colombiana anterior.
Al emprender este estudio, estaba interesado tanto en lo que
precedió como en lo que siguió a la actividad de las Sociedades
Democráticas de Artesanos. Otros estudiosos habían bosquejado
parte del cuadro temprano, pero esta investigación rastrea las activi­
dades de la década de 1830 con más detalle. Más ambiciosamente,
resalta las actividades de los años 1860, un periodo en el que mu­
chos de los artesanos que habían estado activos en las Sociedades
Democráticas entraron nuevamente a la arena política. La Unión
de Artesanos que publicó el periódico La Alianza articuló una ideo­
logía artesanal muy clara. El republicanismo artesano, como el que
se aprecia en las páginas de La Alianza, habla tanto de las barreras
a la participación política que enfrentaban los grupos no elitistas,
como de su articulación exitosa de sus propios objetivos sociales,
económicos y políticos.
Este libro buscó analizar otros temas. De la década de 1870 en
adelante, las sociedades de ayuda mutua fueron las organizaciones
más comunes formadas por los artesanos. Las sociedades de ayuda
mutua habían sido poco estudiadas en Colombia, y raramente en el
contexto del movimiento obrero del siglo diecinueve. Los investiga­
dores no habían examinado los motines de 1875 o 1893 en el contex­
to de la protesta política>de los artesanos. Esta deficiencia fue par­
cialmente subsanada en estéiibro, en lo cual fue ayudado en 1996
por la publicación de Insurgehcia urbana en Bogotá de Mario
Aguilera Peña. Finalmente, cuando este texto fue publicado, el rol
de los artesanos en el movimiento obrero de comienzos del siglo
veinte no había sido apreciado. Sólo Mauricio Archila Neira había
realizado una reflexión significativa acerca del vínculo entre los ar­
tesanos y los obreros asalariados. Desafortunadamente, la publica­
ción de su Cidtura e identidad obrera y de mi trabajo tuvieron
lugar al mismo tiempo, de manera que sus hallazgos y los de este
volumen no fueron tan interactivos como hubiera sido preferible.
Desde los años en que este libro fue publicado inicialmente,
mucho ha cambiado. Pero mucho no.
Diversos estudios sobre las Sociedades Democráticas de Bo­
gotá continúan siguiendo vías de análisis muy corrientes. Enrique
Gaviria Liévano, por ejemplo, ha trabajado la cuestión del libre co­
mercio y los artesanos en su texto del 2002, El liberalismo y la
Artesanos y política en Bogotá
11
insurrección de los artesanos contra el librecambio. Este análi­
sis vincula las reacciones contra el libre comercio a mediados del
siglo diecinueve con la oposición a la globalización en el siglo veintiu­
no, un uso del pasado para criticar el presente que ha sido por mu­
cho tiempo un componente de las investigaciones de las Sociedades
Democráticas. Gaviria Liévano es uno de los estudiosos que ha re­
producido documentos centrales para la historia de los artesanos de
la capital, lo cual constituye una valiosa contribución a la compren­
sión de este periodo.
El trabajo de Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso del
movimiento plebeyo, 1849-1854, es una notable contribución a la
investigación acerca de las Sociedades Democráticas. Gutiérrez Sanín
presta detallada atención al lenguaje político en el periodo y al am­
plio rango de problemas que llevaron a la movilización del artesana­
do. De esta manera, fue más allá de la perspectiva abiertamente
partidista de los investigadores Conservadores, Liberales o Marxistas. Su descripción del “movimiento plebeyo” ahonda nuestra com­
prensión de este periodo crítico. Aunque Gutiérrez Sanín sitúa la
actividad política del artesanado en este periodo a la “izquierda” del
espectro político -una afirmación que para mí es excesivamente
determinista sobre su orientación-, su planteamiento de que grupos
plebeyos similares estuvieron activos a lo largo del siglo es suma­
mente valioso.
Varios estudios importantes acerca de las Sociedades de fue­
ra de Bogotá han sugerido que las actividades en la capital no
fueron iguales a las del Cauca o Santander. Richard Stoller ha
demostrado que las Sociedades Democráticas en San Gil y El So­
corro se basaron menos en la categoría de clase que las de Bogotá,
siendo aquéllas más bien una alianza de grupos populares distan­
ciada de la corriente principal del partido Liberal. James Sanders
en su libro, Contentious Republicans: Popular Politics, Race
and Class in Nineteenth Century Colombia, sostiene que la raza,
así como la clase, deben ser consideradas en el análisis de la polí­
tica del siglo diecinueve. Sanders dibuja una aguda distinción entre
las actividades basadas en adscripciones de clase de las Socieda­
des Democráticas en Bogotá y las movilizaciones raciales en el
Cauca, un llamado a los investigadores que ven las actividades en
Cali como un débil reflejo de la insurrección de la capital, conside­
rada como más “importante”. Aunque Nancy Applebaum no estu­
12
David Sowell
dia las Sociedades Democráticas, su análisis de las dimensiones ra­
ciales de la colonización en Riosucio complementa el análisis de
Sanders.
Finalmente, el planteamiento de W. John Green sobre el “li­
beralismo de izquierda” forja una conexión analítica entre el Gaitanismo y la actividad política de los artesanos del siglo diecinueve. En
Gaitanismo, Left Liberalism, and Popular Mobilization in Co­
lombia, Green argumenta que el partido Liberal siempre tenía por lo
menos dos caras, una de las cuales tenía un carácter más popular
que la otra. Green sugiere, y yo estoy de acuerdo, que la actividad
de los artesanos en Bogotá, junto con las movilizaciones populares
en el Cauca, encajó directamente en el espacio político ocupado por
Gaitán. La disertación inédita de Gary Long plantea un argumento
similar, aunque enfoca más directamente a los artesanos del siglo
veinte.
Aunque éstos y otros autores han aportado enormemente a
nuestra comprensión del siglo diecinueve, muchas de las lagunas
que motivaron la preparación de este libro subsisten. Este sigue siendo
el único estudio que analiza la historia de los trabajadores de Bogotá
a lo largo del primer siglo de la independencia colombiana. Es el
único trabajo que examina los 50 años posteriores al golpe de Meló,
y que aprecia la importancia de las sociedades de ayuda mutua como
vehículo de expresión política de los artesanos. Aunque esta traduc­
ción no ha sido revisada para incorporar las más recientes investiga­
ciones, señala el camino hacia una interpretación de la Colombia del
siglo diecinueve que es más equilibrada, con un modelo consistente
de la política popular, déla articulación de intereses de los grupos no
elitistas, y la actividad política que apoyó las aspiraciones por una
sociedad más democrática.
Agradezco a Mauricio Archila Neira todos sus esfuerzos
durante estos años. Mauricio ha sido un sólido apoyo y un consejero
en este y otros proyectos. De alguna manera hemos atravesado
caminos académicos similares, motivados por un intenso interés en
la movilización de los trabajadores, la cultura obrera y las vías a
través de las cuales los intereses de los obreros obtuvieron expre­
sión política. Sin su amable estímulo y su apoyo directo, esta traduc­
ción no hubiera sido posible. Ha sido, sin embargo, la labor directa
de Isidro Vanegas como traductor la que ha permitido un acceso
Artesanos y política en Bogotá
13
más amplio del público colombiano a este texto. Isidro me ha ayuda­
do inmensamente; el pago de esta deuda tomará años.
David Sowell
Huntingdon, Pensilvania
Marzo de 2006
Referencias
Aguilera Peña, Mario, Insurgencia urbana en Bogotá: Motín, conspiración y gue­
rra civil, 1893-1895, Bogotá: Colcultura, 1996.
Appelbaum, Nancy, Muddied Waters: Race, Region, and Local History in Colom­
bia, 1846-1948, Durham: Duke University Press, 2003.
Ardilla Neira, Mauricio, Cultura e identidad obrera: Colombia, 1910-1945, Bo­
gotá: CESTEP, 1991.
Gaviria Liévano, Enrique, El liberalismo y la insurrección de los artesanos contra
el librecambio: primeras manifestaciones socialistas en Colombia, Bogotá:
Universidad Jorge Tadeo Lozano, 2002.
Green, W. John, Gaitanismo, Left Liberalism, and Popular Mobilization in Colom­
bia, Gainesville: University Press of Florida, 2003.
Long, Gary, “The Dragon Finally Came: Industrial Capitalism, Radical Artisans,
and the Liberal Party in Colombia, 1910-1948”, Ph. D. dissertation, Univer­
sity of Pittsburgh, 1995.
Sanders, James E., Contentious Republicans: Popular Politics, Race, and Class in
Nineteenth Century Colombia, Durham: Duke University Press, 2004.
Stoller, Richard, “Liberalism and Conflict in Socorro, Colombia, 1830-1870”, Ph.
D. dissertation, Duke University, 1991.
PREFACIO
En mayo de 1846,230 artesanos solicitaron al Congreso colom­
biano mantener los niveles existentes de protección arancelaria frente
a las mercancías extranjeras que compitieran con sus propios pro­
ductos. Los rumores de que el Congreso pronto reduciría las tasas
arancelarias suscitaron entre los artesanos el temor de que la dispo­
nibilidad de grandes cantidades de productos importados, capaces
de competirles, hiciera insostenible su ya incierta situación económi­
ca. Hablando en nombre de unos 2.000 artesanos bogotanos y sus
familias y de los artesanos de otras regiones del país, los peticiona­
rios argumentaron que ellos constituían un sector productivo crucial
de la economía doméstica y que las repercusiones de los daños que
ellos sufrirían se sentirían en otros sectores sociales -puesto que la
clase artesana se volvería menos productiva y la economía en gene­
ral se deterioraría. Además, se quejaron de que la reducción de los
aranceles era injusta para artesanos con años de servicio en la Guardia
Nacional1. A pesar de estos argumentos, el Congreso bajó al año
siguiente el arancel en aproximadamente 33 por ciento. Los artesa­
nos mismos formaron entonces La Sociedad de Artesanos de Bogo­
tá para emprender la acción política tendiente a elevar los aranceles
a los niveles anteriores.
Los artesanos bogotanos entraron a la contienda política formal
porque se sintieron amenazados por el aumento de la cantidad de
artículos manufacturados extranjeros en el mercado local. La gue­
rra y las crisis financieras habían herido su ya habitual forma de
vida; además, la competencia podría ocasionarles la pérdida de la
independencia que su trabajo les proporcionaba. Al expresar sus
preocupaciones, los artesanos consideraron fundamental enfatizar
su importancia socioeconómica como productores, junto con sus ser­
vicios cívicos en apoyo del orden constitucional legal. Los artesanos
temieron que la nueva legislación pusiera en riesgo no sólo su propia
16
David Sowell
suerte sino también la de sus familias, la de otros sectores sociales,
e incluso la del país en su conjunto. Los artesanos que presentaron
esta petición al Congreso no se veían aislados, sino como compo­
nentes importantes de un entorno social que en su manifestación
más amplia incluía a toda la nación.
Este estudio rastrea la actividad política de los artesanos en
Bogotá, durante el “siglo diecinueve ampliado”, desde la década de
1830 hasta la de 19102. En él se muestran las metas sociales, econó­
micas y políticas que buscaban los artesanos, a través de la partici­
pación activa en un sistema político normalmente descrito como oli­
gárquico. El siglo XIX ampliado sirve como una conceptualización
útil de la transición del periodo colonial al establecimiento de normas
políticas, económicas y sociales nacionales -u n proceso que se com­
pletó en Colombia hasta la década de 1910-, periodo durante el cual
Bogotá y Colombia experimentaron un notable cambio económico y
social. En la década de 1820 Bogotá tenía una economía práctica­
mente autosuficiente basada en las industrias tradicionales, y estaba
unida por la muía y los cá^gúeros humanos a un mercado regional
limitado. En la década derÍ910 la capital colombiana estaba en plena
industrialización y había sido integrada a los mercados nacionales e
internacionales por medio del vapor y el transporte ferroviario, así
como por redes comerciales.
La transformación de las economías de Bogotá y Colombia tuvo
un impacto fundamental sobre los artesanos bogotanos. Como la
economía local, regional y nacional evolucionó, una variedad de fuer­
zas amenazó a los artesanos, muchos de los cuales sufrieron la dis­
locación económica o la proletarización debido a la pérdida de su
nicho económico, alguna vez aislado y protegido. Algunos artesanos
emergieron como pequeños “industriales” que operaban talleres que
empleaban hasta treinta personas, pero la mayoría sufrió el deterio­
ro de su posición social y económica mientras continuaron con sus
oficios manuales. Las relaciones sociales de los artesanos a su vez
fueron afectadas por los cambios en su función productiva y en el
ambiente económico general. Las relaciones con otros miembros de
su clase, así como con los individuos de otras clases, fueron redefi­
nidas. La multitud de cambios socioeconómicos creó problemas par­
ticulares, los que a su vez generaron nuevos intereses de clase que
provocaron respuestas individuales y colectivas de los artesanos.
Artesanos y política en Bogotá
17
Para entender el contexto en el que los artesanos se ocuparon
de sus problemas específicos, dirigiremos especial atención hacia el
sistema político colombiano. El forcejeo por el poder entre Conser­
vadores y Liberales, partidos controlados por las elites, constituyó el
catalizador de la política colombiana del siglo XIX. La elite se esfor­
zó por llevar a cabo sus propios programas ideológicos y compitió de
manera limitada por posiciones gubernamentales.Los partidos atra­
jeron al proceso político a grupos sociales no pertenecientes a las
elites en el esfuerzo por reforzar sus oportunidades para dominar el
aparato estatal. La competitividad del sistema político les permitió a
los artesanos, ante todo, configurar una expresión política, y con el
tiempo les ofreció la posibilidad de plantear sus objetivos de clase.
Sin embargo, los artesanos no dependían totalmente de las elites
para la movilización política y a veces se organizaron para alcanzar
sus propias aspiraciones. Pese a ello, los artesanos no podían aislar­
se de los partidos establecidos, de manera que la historia de su acti­
vidad política se entrelaza estrechamente con el proceso político más
general.
Tanto las cambiantes condiciones socioeconómicas como el
ambiente político general afectaron el ritmo de la actividad política
de los artesanos. Es posible hablar de una clase artesana más ho­
mogénea a comienzos del periodo nacional, cuando las estratifica­
ciones interiores, aunque presentes, no anulaban su homogeneidad^
esencial. Sin embargo, las organizaciones de artesanos más cohe­
sivas tuvieron existencia durante la generación anterior a la pro­
funda crisis de la década de 1860 que transformó los patrones
sociales y económicos precedentes. La evolución de la economía
bogotana del último tercio del siglo XIX acentuó que las diferem
cias en el sector artesanal, de manera que la fragmentación de
dicha clase eclipsó sus grandes movilizaciones. A principios del
siglo XX, artesanos independientes, jornaleros vinculados a las
emergentes empresas industriales, trabajadores asalariados y otro
tipo de obreros constituían la población trabajadora de la ciudad.
Esta división de la fuerza obrera, claramente visible hacia la déca­
da de 1910, coincidió con la sustitución gradual de los artesanos
como los líderes del movimiento laboral colombiano por obreros
ligados a la producción industrial, los sistemas de transporte y la
producción de café.
18
David Sowell
Una atención destacada de los artesanos y del movimiento de
los trabajadores del siglo XIX está ausente en las historias conven­
cionales sobre los obreros colombianos3. Aparte de la cantidad de
estudios sobre la Sociedad Democrática de Artesanos de Bogotá de
mediados de siglo, muy poco se conoce de otros trabajadores o de
las organizaciones en las cuales ellos tuvieron influencia4. Miguel
Urrutia, por ejemplo, en Historia del sindicalismo en Colombia,
sólo examina la Sociedad Democrática al indagar sobre la organiza­
ción de los trabajadores en el siglo XIX. Allí menciona brevemente
la formación de sociedades de ayuda mutua en varias ciudades (aun­
que no incluye las de Bogotá), pero sin otorgarles ningún rol políti­
co5. Edgar Caicedo, por su parte, señala que
las actividades de las organizaciones mutualistas, desde media­
dos del siglo XIX, constituyen sólo la prehistoria del movimiento
sindicalista.... Esas organizaciones fueron heterogéneos grupos
de artesanos, con confusas ideologías gremiales y sobre todo
limitados objetivos. Decir esto no es disminuir el reconocimiento
de las importantes luchas sociales y políticas emprendidas por
los artesanos de las Sociedades Democráticas en el alba del capi___ talismo colombiano6.
Urrutia y Caicedo representan tendencias usuales en la histo­
riografía laboral colombiana, la cual a menudo estudia los trabajado­
res industriales y/o organizados del siglo XX desde una perspectiva
marxista tradicional. Poca atención se ha dedicado a las experien­
cias sociales, culturales o económicas de los trabajadores. Los estu­
dios históricos de los obreros en ciudades distintas a Bogotá han sido
aun más imprecisos. Para abreviar, es poco lo que se conoce acerca
de las actividades organizadas de los artesanos o de su papel en la
transición al moderno movimiento de trabajadores.
El enfoque institucional y el análisis metodológico predominan­
temente marxista que domina el estudio de la historia laboral colom­
biana son igualmente claros en la historiografía de otras naciones
latinoamericanas7. La mayor parte de los estudiosos de la historia de
los trabajadores de América Latina, en su prisa por examinar el siglo
XX ha eludido el siglo XIX. Los activistas laborales y sindicalistas
dominaron ampliamente la discusión sobre el movimiento obrero,
agregando a sus interpretaciones un sentido de urgencia raramente
encontrado en los trabajos de los investigadores no latinoamerica-
Artesanos y política en Bogotá
19
nos.8Representativos del acercamiento marxista tradicional son los
trabajos del sociólogo argentino Julio Godio, quien pone gran énfasis
en las “influencias ideológicas” y el desarrollo de los sindicatos.
Refiriéndose al siglo XIX, Godio considera al periodo 1850-80 como
el de un “movimiento obrero sin clase obrera” y al periodo 18801918 como los años en que la clase y el movimiento mismo vienen a
existir. Aunque Godio reconoce la importancia de las asociaciones
de ayuda mutua como precursores cercanos de los sindicatos, no
aprecia la naturaleza conservadora de estas instituciones en las que
predominaron los artesanos. Para Godio, su importancia radicó en
ser una especie de preparación para las ideologías revolucionarias9.
Los esfuerzos más recientes de académicos estadounidenses
por escribir historias del movimiento obrero latinoamericano han
contribuido a la rápida expansión de la historia obrera latinoamerica­
na. Tanto los trabajos de Hobart Spalding, Jr. como los de Charles
W. Bergquist se destacan como interpretaciones estimulantes de los
trabajadores latinoamericanos dentro del contexto de economías
nacionales definidas por su dependencia hacia la dominante estruc­
tura económica del Atlántico Norte. Spalding postula tres periodos
generales de organización de los trabajadores en América Latina,
correspondiendo cada uno a una fase de integración en las relacio­
nes económicas de dependencia. Él concluye que los gobiernos han
refrenado con éxito las demandas radicales de los trabajadores, co­
optando de esta manera su movimiento y conservando “segura” a
América Latina para los capitalistas extranjeros10. Por contraste,
Bergquist sugiere que las presiones de los trabajadores del sector
exportador desafiaron la histórica indiferencia social de muchos go­
biernos latinoamericanos ante las necesidades del pueblo y, hacien­
do esto, mejoraron las condiciones socioeconómicas en muchos paí­
ses. Él considera que los obreros han sido poderosos agentes en la j
formación de las naciones en el siglo XX en América Latina, con j
resultados generalmente positivos11.
Estos dos trabajos suponen el establecimiento de industrias
exportación dominantes y de relaciones económicas dependientes
como catalizadores del movimiento obrero latinoamericano. Este
acercamiento parece parcialmente apropiado para la comprensión
del siglo XX, sobre todo en el análisis de Bergquist. Resulta inade­
cuado, sin embargo, para abordar las luchas de los trabajadores en
la mayoría de las industrias, el servicio doméstico, las actividades
2O
David Sowell
rurales no exportadoras y otro tipo de actividades tendientes a ase­
gurar las propias necesidades básicas. Tampoco ilumina la actividad
organizada de los trabajadores en el siglo XIX, antes que una econo­
mía de exportación dependiente fuera totalmente operativa. Es más,
la actividad política emprendida por los trabajadores del siglo XIX es
ignorada a menudo, pese a la observación de Bergquist de que el
desarrollo de los sistemas políticos en el siglo XIX impregnó fuerte­
mente el carácter de los movimientos laborales del siglo XX12.
Aunque la “historia de los trabajadores de América Latina ha
alcanzado su mayoría de edad”, el estudio de los artesanos del siglo
XIX no ha seguido el ritmo de las investigaciones sobre los trabaja­
dores asalariados del siglo XX13. Esto se sitúa enmarcado contraste
con las tendencias de la historiografía obrera europea o estadouni­
dense, donde se ha privilegiado a menudo al trabajador del siglo XIX
sobre el del siglo XX14. En Inglaterra y Francia, especialmente, las
movilizaciones reactivas y los movimientos políticos violentos de los
artesanos contra las amenazas a su trabajo y sus vidas han atraído
una cantidad de estudios académicos. No se podría decir lo mismo
del artesanado latinoamericano. Estas diferentes trayectorias han
sido determinadas en parte por la utilidad que se le ha adjudicado a
los estudios sobre el mundo obrero. Aquellos producidos en Europa
y Estados Unidos son críticos de la sociedad industrial y se esfuer­
zan por examinar las características de la Europa preindustrial. En
forma semejante, gran parte del empuje de la historia obrera latinoa­
mericana ha sido proporcionado por el repudio de los patrones so­
ciales, económicos y políticos del siglo XX, los cuales frecuente­
mente son asociados a la emergencia de economías dependientes y
relaciones de explotación entre los regímenes políticos y los trabaja­
dores organizados -los dos vistos típicamente como fenómenos del
siglo XX. La solución de estos problemas no radica, sin embargo,
para muchos latinoamericanistas, en encontrar una “idílica” cultura
preindustrial como la describe E. P. Thompson para Inglaterra, sino
en rectificar las estructuras contemporáneas de injusticia. Sólo re­
cientemente hay historiadores que estudian los movimientos obreros
del siglo XIX en sus propias condiciones. Los mejores estudios ras­
trean la transición del periodo colonial al nacional o ayudan a com­
prender la transición desde el movimientopbrero inicial (basado en
el artesano) hacia el moderno (basado en el trabajador asalariado).15
Artesanos y política en Bogotá
21
La escasez de investigaciones sobre los artesanos y sus esfuer­
zos organizativos dificulta nuestra comprensión de la transición lati­
noamericana de la sociedad colonial a las “modernas” sociedades
del siglo XX. Los años posteriores a la independencia establecieron
modelos sociales, económicos y políticos que ayudaron a moldear la
América Latina contemporánea. El estudio de la actividad laboral
basada en los artesanos ilumina los fundamentos de las sociedades
contemporáneas. Semejante proyecto necesariamente toma en cuen­
ta los contextos socioeconómicos y políticos en los cuales laboraban
los artesanos. Este axioma simple es terriblemente complejo. Re­
quiere considerar estructuras económicas, relaciones sociales y es­
trategias políticas* variables únicas para cada país. Cada uno de es­
tos elementos se relaciona con los modelos anteriores y con aquellos
que le siguieron, además de tener vínculos con el tema objeto de la
investigación inmediata. Sin desatender las peculiaridades de las his­
torias nacionales, la investigación acerca de los artesanos -u n sec­
tor social definido por un modo de producción común a muchas so­
ciedades- posibilita el análisis comparativo. Por lo demás, los go­
biernos latinoamericanos del siglo XIX impusieron esencialmente la
misma política económica, y la mayoría de naciones siguió una tra­
yectoria económica similar. Considerando la naturaleza de la pro­
ducción artesanal, las políticas económicas comunes y los itinerarios
de desarrollo económico similares -elementos que pueden servir como
hitos indicadores-, el estudio de los artesanos latinoamericanos ofrece
resultados prometedores.
Este trabajo representa un paso hacia ese objetivo. Una inves­
tigación detallada de la clase artesanal de la Bogotá del siglo XIX en
la tradición de lo que alguna vez fue la “nueva historia social” se
dificulta por la disponibilidad de fuentes. La alcaldía, lugar de infor­
mación sobre los impuestos locales, los procedimientos jurídicos y el
gobierno de la ciudad, resultó incendiada en 1903. Los archivos de­
partamentales y parte de los archivos de la Diócesis fueron destrui­
dos en el motín del 9 del abril de 1948 que siguió al asesinato del líder
popular Jorge Eliécer Gaitán. Los archivos notariales existen, pero
desorganizados hasta tal punto que tienen una utilidad limitada. Por
consiguiente, la naturaleza de las fuentes disponibles dictó el énfasis
político de este estudio. Afortunadamente, hay abundantes datos dis­
ponibles sobre la historia política de los artesanos del periodo en el
Archivo del Congreso, los archivos de la Academia Colombiana de
22
David Sowell
Historia, en varias excelentes colecciones de periódicos, y, quizás
más importante, en buenas colecciones de folletos y panfletos políti­
cos. Aunque hay buenas fuentes disponibles, sus limitaciones defi­
nen el alcance de este trabajo. La información acerca de la elite del
artesanado es más común que aquella acerca de las “bases” de los
artesanos. Podemos encontrar datos sobre las sociedades políticas
artesanales, pero no tenemos información acerca de sus reuniones
internas. Las asociaciones informales son particularmente difíciles
de documentar. La información sobre las actividades de los oficios,
incluyendo los sistemas de aprendizaje, son casi inexistentes, aun­
que abundan las quejas sobre la política arancelaria. La información
social debió rebuscarse cuidadosamente en las fuentes y emplearse
con más generalización de lo que hubiera deseado; los datos que
subsistieron dictaron un énfasis político, equilibrado con una orienta­
ción hacia la historia social. Esto incluye una atención constante a
las condiciones económicas, a los cambiantes modos de producción,
a las normas culturales que los acompañan y una precisa atención a
la relación entre los artesanos y el régimen político.
Notas
1. Archivo del Congreso, Senado, Proyectos negados, 1846, V, folios 118-26 (en
adelante AC); Agustín Rodríguez, Vicente Vega, Juan Dederle, et al., HH. Senado­
res (Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, Mayo 5, 1846).
2 Colombia sufrió varios cambios de nombre durante el siglo XIX: Colombia
(junto con el territorio que es ahora Ecuador, Panamá y Venezuela), desde 1819
hasta 1830; República de la Nueva Granada, desde 1830 hasta 1857; Confedera­
ción Granadina, desde 1857 hasta 1863; Estados Unidos de Colombia, desde 1863
hasta 1886; y, finalmente, República de Colombia, desde 188ú hasta el presente.
3· Entre las excepciones están la serie de artículos de Humberto Triana y Antorveza: “El aprendizaje en los gremios neogranadinos”, Boletín Cultural y Bibliográ­
fico, 8:5 (1965), 735-42; “El aspecto religioso en los gremios neo-granadinos”,
Boletín Cultural y Bibliográfico, 9:2 (1966), 269-81; “Exámenes, licencias, fianzas
y elecciones artesanales”, Boletín Cultural y Bibliográfico, 9:2 (1966), 65-73; “Ex­
tranjeros y grupos étnicos en los gremios neogranadinos”, Boletín Cultural y Bi­
bliográfico, 8:1 (1965), 24-32; y “La libertad laboral y la supresión de los gremios
neogranadinos”, Boletín Cultural y Bibliográfico, 8:7 (1965), 1015-24.
4 La lista de investigadores atraídos al estudio de las Sociedades Democráticas es
extensa. Aparte de los de Urrutia, otros estudios representativos son: Gustavo
Vargas Martínez, Colombia 1854: Meló, los artesanos y el socialismo (La dictadu­
ra artesanal de 1854, expresión del socialismo utópico en Colombia) (Bogotá:
Artesanos y política en Bogotá
23
Editorial la Oveja Negra, 1973); Enrique Gaviria Liévano, “Las Sociedades Demo­
cráticas o de artesanos en Colombia”, Correo de los Andes, N° 24 (Enero-Febrero
1984), 67-76; Germán R. Mejía Pavony, “Las Sociedades Democráticas (18481854): Problemas historiográficos”, Universitas Humanística, 11:17 (Marzo 1982),
145-76; Anatoli Shulgovski, “La ‘Comuna de Bogotá’ y el socialismo utópico”,
América Latina (Agosto 1985), 45-56; y Carmen Escobar Rodríguez, La revolu­
ción liberal y la protesta del artesanado (Bogotá: Editorial Suramérica, 1990).
5· Miguel Urrutia, The Development o f the Colombian Labor Movement (New
Haven, CT: Yale University Press, 1969).
6 Edgar Caicedo, Historia de las luchas sindicales en Colombia (Bogotá: Edicio­
nes CEIS, 1982), 57.
7 Para una discusión de las tendencias historiográficas, ver Kenneth Paul Erick­
son, Patrick V. Peppe y Hobart Spalding, Jr., “Research on the Urban Working
Class and Organized Labor in Argentina, Brazil, and Chile: What Is Left to Be
Done?” LARR, 9:2 (Summer 1974), 115-42; Charles Bergquist, “What Is Being
Done? Some Recent Studies on the Urban Working Class and Organized Labor in
Latin America”, LARR, 16:1 (1981), 203-23.
8· Judith Evans, “Results and Prospects: Some Observations on Latin American
Labor Studies”, ILWCH, N° 16 (Fall 1979), 29-30.
9· Julio Godio, El movimiento obrero de América Latina, 1850-1918 (Bogotá:
Ediciones Tercer Mundo, 1978), 15-16.
10· Hobart Spalding, Jr., Organized Labor in Latin America: Historical Case
Studies o f Workers in Dependent Societies (New York: Harper & Row, 1977).
11· Charles W. Bergquist, Labor in Latin America: Comparative Essays on Chile,
Argentina, Venezuela, and Colombia (Stanford, CA: Stanford University Press,
1986), 1-14.
12 Bergquist, Labor in Latin America, 376-78.
13 George Reid Andrews, “Review Essay: Latin American Workers”, Journal o f
Social History, 21:2 (Winter 1987), 312. La riqueza de los estudios puede ser
vislumbrada por las diversas publicaciones académicas que le han sido consagradas
en los últimos quince años. Ver, por ejemplo, Emilia Viotti da Costa, “Experience
versus Structure: New Tendencies in the History of Labor and the Working Class
in Latin America—What Do We Gain? What Do We Lose?” ILWCH, N° 36 (Fall
1989), 3-24; Erickson, Peppe y Spalding, “Research on the Urban Working Class”;
Daniel James, “Dependency and Organized Labor in Latin America”, Radical
History Review, 18 (Fall 1978), 155-60; Evans, “Results and Prospects”; Berg­
quist, “What Is Being Done?”; J. Samuel Valenzuela, “Movimientos obreros y
sistemas políticos: Un análisis conceptual y tipológico”, Desarrollo Económico,
23:91 (Octubre-Diciembre 1983), 339-68; Ronaldo Munck, “Labor Studies Re­
newal”, Latin American Perspectives, 13:2 (Spring 1986), 108-14; lan Roxborough, “Issues in Labor Historiography”, LARR, 21:2 (1986), 178-88; y Peter
DeShazo, “Workers, Labor Unions, and Industrial Relations in Latin America”,
LARR, 23:2(1988), 145-56.
14· E. P. Thompson, The Making o f the English Working Class (New York: Vinta­
ge Books, 1963); Joan Wallach Scott, The Glassworkers o f Carmaux: French
Craftsmen and Political Action in a Nineteenth-Century City (Cambridge, MA:
Harvard University Press, 1974); William H. Sewell, Jr., Work & Revolution in
24
David Sowell
\
France: The Language o f Labor from the Old Regime to 1848 (Cambridge, MA:
Harvard University Press, 1980); Sean Wilentz, Chants Democratic: New York
City and the Rise o f the American Working Class, 1788-1850 (New York: Oxford
University Press, 1984).
15 Lyman L. Johnson, “The Racial Limits of Guild Solidarity: An Example from
Colonial Buenos Aires”, Revista de Historia de América, N° 99 (Enero-Junio
1985), 7-26; Lyman L. Johnson, “The Silversmiths of Buenos Aires: A Case Study
in the Failure of Corporate Social Organization”, JLAS, 8:2 (November 1976), 181213; Lyman L. Johnson, “The Role of Apprenticeship in Colonial Buenos Aires”,
Revista de Historia de América, N° 103 (Enero-Junio 1987), 7-30; Lyman L.
Johnson, “Artisans”, en Cities and Society in Colonial Latin America, ed. por
Louisa Schell Hoberman y Susan Migden Socolow (Albuquerque: University of
New Mexico Press, 1986), 227-50; Mauricio Archila, “La clase obrera colombiana
(1886-1930)”, en Nueva historia de Colombia, III, Relaciones internacionales,
movimientos sociales (Bogotá: Planeta, 1989), 219-44; Mauricio Archila, “La
memoria de los trabajadores de Medellin y Bogotá, 1910-1945”, ensayo en pose­
sión del autor; Gary Long, “Communists, Radical Artisans, and Workers in Co­
lombia, 1925-1950”, ensayo en posesión del autor; Frederick J. Shaw, “The Arti­
san in Mexico City (1824-1853)”, en El traba]o y los trabajadores en la historia de
México, ed. por Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josephina Zoraida Vásquez (México DF: El Colegio de México, 1979), 399-418. Carlos Luis Fallas
Monge, El movimiento obrero de Costa Rica, 1830-1902 (San José: Editorial
Universidad Estatal a Distancia, 1983); Mario Oliva Medina, Artesanos y obreros
costarricenses, 1880-1914 (San José: Editorial Costa Rica, 1985); Paul Gootenberg, “The Social Origins of Protectionism and Free Trade in Nineteenth-Century
Lima”, JLAS, 14:2 (November 1982), 329-58; Peter Blanchard, The Origins o f the
Peruvian Labor Movement, 1883-1919 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press,
T982); Manuel Pérez Vila, El artesanado: La formación de una clase media pro­
piamente americana (1500-1800) (Caracas: Academia de la Historia, 1986).
Capítulo I
Experiencias socioeconómicas
del artesanado
Trabajadores bogotanos de una fábrica de mármol, 1895.
La Bogotá del siglo XIX, en palabras de Gabriel García Már­
quez, era “una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de piedra tra­
queteaban todavía, en noches de espantos, las carrozas de los virre­
yes. Treinta y dos campanarios tocaban a muerto a las seis de la
tarde”1. Santa Fe de Bogotá había servido como capital virreinal y,
aunque su nombre había sido acortado para aplacar los sentimientos
republicanos, la ciudad retuvo mucho de su carácter colonial a lo
largo del siglo XIX. La prominencia de la Catedral en el centro de la
ciudad reflejaba una sociedad muy religiosa, cuyos patrones diarios
estaban influenciados profundamente por la iglesia católica romana.
Las divisiones sociales esenciales sólo cambiaron lentamente luego
de este periodo. Y, aunque García Márquez no lo dice, tampoco los
patrones económicos se alejaron severamente de los tiempos de Santa
Fe. Bogotá y la provincia de Cundinamarca permanecían físicamen­
te remotas y económicamente aisladas, no sólo de las provincias
vecinas, sino del mundo externo.
La capital colombiana se localiza en la inmensa Sabana de Bo­
gotá, una fecunda llanura de la región montañosa que había propor­
cionado desde la prehistoria grano, verduras y carne para la ciudad
y la región. Los 2.500 metros de altitud de la Sabana crean frecuen­
temente condiciones frías, lluviosas, aunque los días de verano son
gloriosos en su claridad y esplendor2. La Sabana desciende por el
occidente y noroccidente a las tierras bajas del valle del Río Magda­
lena y es interrumpida al nororiente por una serie de cimas y crestas
que separan a Cundinamarca de la provincia de Boyacá. Viajeros
que llegaron a la ciudad hace 160 años percibieron primero las cres­
tas macizas de Guadalupe y Monserrate que determinan el límite
oriental de la ciudad y dirigen su desarrollo urbano a lo largo de un
contorno general norte/sur.3 De las crestas montañosas fluyen los
ríos San Francisco y San Agustín, ahora cubiertos por vías públicas
como la Avenida Jiménez.
Las escabrosas montañas y las pobres condiciones de trans­
porte conservaron aislada a Bogotá de la mayoría del país y del
28
David Sowell
mundo durante el siglo XIX. Ir desde la costa norte hasta la capital
requería semanas de viaje en barco sobre el imprevisible Río Mag­
dalena. Después de la llegada a los pueblos ribereños de La Vuelta
u Honda, la ardua ascensión a Bogotá por traicioneros caminos de
muía requería varios días antes de que la Sabana se abriera al viaje­
ro o comerciante. Los gobiernos de la década de 1820 patrocinaron
esfuerzos para desarrollar la navegación a vapor en el Río Magdale­
na, pero a pesar de sus buenas intenciones, hasta la década de 1860
los champanes dominaron la primera arteria de transporte de la na­
ción. El servicio permanente de vapor fue instalado hacia 1847, lo
cual redujo los costos de transporte por el río en más de la mitad por
la década de 18604. Pero incluso con barcos de vapor en el Magda­
lena, la mayoría de las importaciones fueron llevadas, desde el río
hasta la capital a través de las escabrosas montañas, por recuas de
muías hasta comienzos del siglo XX, cuando finalmente las líneas
ferroviarias conectaron los dos lugares.
Bogotá estuvo hasta finales del siglo dividida en cuatro barrios
que rodeaban la Plaza de Bolívar, el corazón simbólico y físico de la
ciudad. Las Nieves estaba situado al norte, San Victorino al occi­
dente, La Catedral en la posición más central y Santa Barbara al
sur. La mayoría de las calles estaban empedradas, pero en las que
estaban lejos del centro abundaba la suciedad; además, muchas de
ellas tenían en la mitad canales abiertos para drenar los desechos,
las basuras y las aguas lluvias en los ríos. Sólo las calles del sector
comercial tenían aceras apreciables. Sus dos pies de anchura rara­
mente permitían pasar a quienes caminaban en dirección opuesta,
de manera que cuando dos personas se encontraban, aquella con un
más bajo estatus social se hacía a un lado5.
La distribución espacial de los grupos socioeconómicos se dife­
renció en forma creciente a finales del siglo XIX. Las elites sociales
se agrupaban tradicionalmente alrededor de la plaza central, a me­
nudo en casas de dos pisos, mientras que en Las Nieves, el “barrio
artesano”, y en los barrios similares predominaban las casas de ado­
be de un piso. Talleres o tiendas ocupaban normalmente o el primer
piso o el frente de una casa. Artesanos y dueños de pequeños talle­
res compartían su casa con sus lugares de trabajo más frecuente­
mente que la elite de la ciudad, muchos de quienes arrendaban el
primer piso de sus casas para uso artesanal o comercial. Las perso­
nas de clase baja y los nuevos trabajadores migratorios residieron en
Artesanos y política en Bogotá
29
la periferia de la ciudad, a menudo en chozas de barro y paja.6 Esta
distribución espacial cambió hacia finales del siglo, cuando las cla­
ses media y alta movieron el límite norte de la ciudad, estableciéndo­
se alrededor del suburbio de Chapinero7.
En esta expansión demográfica del siglo XIX Bogotá se ase­
meja a aquellas ciudades latinoamericanas que no experimentaron
marcados niveles de migración extranjera (Ver tabla 1). Hay poca
evidencia de que los cambios en las tasas de natalidad o mortalidad
afectaran dramáticamente el tamaño de la ciudad hasta el siglo XX.
La inquietud civil, la migración del campo y el ritmo de la expansión
económica determinaron en cambio la tasa de crecimiento urbano.
El estancamiento económico y el continuo desorden civil durante el
periodo post-independendista ayudan a explicar la lenta tasa de ex­
pansión entre las décadas de 1820 y 1860, mientras que el mejora­
miento de la situación económica de la ciudad y la región explican el
crecimiento posterior a la década de 1870.8 Estas mismas variables
determinaron el ritmo de expansión en Lima. Por el contrario, Bue­
nos Aires desplegó un modelo de crecimiento notablemente distinto
debido a los altos niveles de inmigrantes extranjeros y a su sostenido
desarrollo económico9.
Una descripción de la estructura social de la ciudad es compli­
cada debido al fracaso de los científicos sociales para ponerse de
acuerdo sobre un conjunto común de criterios para estratificar la
sociedad de la ciudad del siglo XIX. El modelo de dos clases, que
dominó el análisis de la región a lo largo de los años cincuenta ha
dado paso a varias estructuras analíticas con por lo menos tres ca­
pas que contienen los substratos mayores, definidos de manera di­
versa como subculturas, rangos, ocupaciones, o clases sociales10. El
modelo de cinco clases de R. S. Neale, aunque elaborado para In­
glaterra, es particularmente instructivo para este estudio. Neale dis­
tingue la clase alta, la clase media, la clase intermedia, la clase obre­
ra A y la clase obrera B dentro del contexto del conflicto político y
social de la Inglaterra del siglo XIX. Su esquema de las divisiones de
clase se centra en el acceso al régimen político y al estatus so­
cioeconómico, ambos revelados por las tensiones sociales. Para
Neale, estas consideraciones se combinan para hacer del sector in­
termedio un barómetro crítico del cambio en la política representati­
va y el crecimiento económico. Durante los periodos de crecimien­
to, la movilidad ascendente de la clase obrera A hacia la clase ínter-
3O
David Sowell
media es más factible, como lo es el paso de la segunda hacia la
clase media, lo cual contribuye a incrementar las presiones por una
expansión de la participación en el régimen político. Los periodos de
declive restringen la movilidad ascendente, forzando en forma des­
cendente a muchos en la clase intermedia, lo cual produce tensiones
de una naturaleza diferente11.
Tabla 1
Expansión urbana en América Latina
P o bla ció n
B u en os A ires
L im a
B ogotá
F ech a
21.394
1801
40.000
1843
40.883
1870
95.813
1895
121.257
1912
P o b la ció n
'52.621
54.628
89.434
100.194
143.000
F ech a
P o b lación
F ech a
1791
40.000
1801
1836
55.416
1822
1862
177.787
1869
1895
663.854
1895
1908
1.575.814
1914
Fuentes: Amato, Elite Residential Patterns, 138; Boyer y Davies, Urbanization
in Nineteenth Century Latin America, 7-11, 37-39, 59-61; Anderson, “Race and
Social Stratification”, 215.
Los niveles diferentes de industrialización en Inglaterra y Bo­
gotá a comienzos del siglo XIX dan pesos diferentes a la composi­
ción de estas cinco clases, sobre todo en la media, la intermedia y la
clase obrera A. La capital colombiana tenía cantidades pequeñas de
profesionales, relativamente pocos miembros del proletariado indus­
trial, pero un número significativamente más grande de artesanos.
Por consiguiente, los artesanos tenían un papel proporcionalmente
más importante en Bogotá que en la escena urbana inglesa. Es más,
el impacto del cambio económico sobre ese sector, en combinación
con el papel crucial de la clase intermedia urbana en la formación de
la cultura política colombiana, sugiere que, en la escena colombiana,
los artesanos sirvieron como un indicador crítico del cambio econó­
mico y político urbano12.
El esquema del conflicto de clases de Neale sólo se hace plena­
mente visible cuando las variables de estratificación social, clase
social, conciencia de clase y relaciones con el poder son considera-
Artesanos y política en Bogotá
31
das en combinación13. Los estudios de José Escorcia sobre Cali du­
rante el siglo XIX sostienen que la propiedad propia (o la falta de
ella), las estratificaciones étnicas y el poder político se combinaron
para definir la estructura social del Valle del Cauca. En esa ciudad,
los intereses de los comerciantes y mineros, “segundo escalón” de
las elites criollas, de un estrato intermedio de pequeños propietarios,
artesanos y trabajadores asalariados sirvieron como núcleos de iden­
tificación social. El conflicto social giró en tomo a cómo estos múlti­
ples sectores fueron afectados por los intereses de la propiedad, las
rivalidades étnicas y el acceso al poder político14. Estos factores, en
conjunto -los cuales equivalen a aquellos del modelo de cinco clases
de Neale-, contribuyeron a un periodo de intenso conflicto social en
el occidente de Colombia.
La falta de algo parecido a los datos de archivo que apoyan el
análisis de Escorcia complica la constmcción de un perfil compara­
ble de Bogotá (Ver las tablas 2 y 3)15. El análisis de los datos exis­
tentes sobre las varias categorías profesionales, asignado esencial­
mente según los niveles de calificación, revela que la composición
relativa de cada categoría se mantuvo constante en el curso del siglo
XIX. Esto es especialmente cierto en el sector de mano de obra
calificada, el cual estuvo compuesto principalmente de obreros arte­
sanales. Según el censo de Las Nieves de 1851, poco más del 36 por
ciento de todos los varones adultos con ocupaciones declaradas se
llamaron artesanos, en tanto que sólo el 1 por ciento de las mujeres
se refirió a ellas como artesanas. Artesanos es, claramente, una
denominación apropiada. La información demográfica de la déca­
da de 1880 sugiere el mismo 36 por ciento, una cifra que coincide
bien con el 31 por ciento de artesanos reportado en un directorio de
1893. El censo de 1912 contabilizó en la ciudad 28.027 trabajado­
res, 32 por ciento de los cuales fueron clasificados como practi­
cantes de artes y oficios, incluyendo a los aprendices (Ver tabla 4).
Estas cifras encajan dentro de las proporciones conocidas de par­
ticipación del artesanado en la composición social de otras ciuda­
des latinoamericanas del siglo XIX16. Igualmente apoyan el argu­
mento de que los trabajadores artesanos persistieron como com­
ponentes importantes de la estructura productiva.
Las descripciones cualitativas de la estratificación social de
Bogotá refuerzan los datos cuantitativos que sugieren una poco ra­
dical transformación social durante el siglo XIX. El escocés John
32
David Sowell
Steuart, escribiendo a finales de la década de 1830, percibió tres
estratos: el más pobre, constituido por peones y sirvientes “inferio­
res” de la casa; la segunda clase integrada por artesanos, dueños de
pequeños talleres y los “mejores” sirvientes; y la gente decente, el
nivel más alto de la sociedad, que incluía a los hacendados, los gran­
des comerciantes y los poseedores de puestos políticos importantes.
Los hábitos del vestido acentuaban las distinciones de clase: los ar­
tesanos y sus pares llevaban ruaná; los hombres de clase alta lleva­
ban chaquetas; y el pueblo caminaba descalzo17.
Tabla 2
Estructura ocupacional masculina
Categoría
1851
1893
1888
No calificados
N
69
%
12.7
N
89
%
20.1
N
21
%
1.1
Semicalificados
13
2.4
11
2.5
34
1.8
196
36.3
163
36.9
582
31.4
Comercio
57
10.5
52
11.8
610
33.0
Religiosos
21
3.9
5
1.1
13
.7
Calificados
Profesionales
Otros*
Total
26
4.8
17
3.8
208
11.2
158
29.3
105
23.7
383
20.7
540
442
1,851
*Incluye lo s p o licía s y m ilitares.
Fuentes: Balance manuscrito, Censo de 1851, AH N : R epública, M iscelánea, Tomo 17,
ff. 65-165; El Telegrama , inform ación extraída entre Octubre de 1887 y D iciem bre de
1888; Cupertino Salgado, Directorio general de Bogotá . A ño IV, 1893 (Bogotá: s.e.,
1 8 9 3 ).
33
Artesanos y política en Bogotá
Tabla 3
Estructura ocupacional femenina
1888
1851
Categoría
1893
N
%
N
%
N
%
No calificados
574
78.2
316
79.0
334
50.3
Semicalificados
55
7.5
22
5.5
34
5.1
7
.9
11
2.7
12
1.8
89
12.1
38
9.5
261
39.3
Religiosos
1
0.1
4
1.0
0
0
Profesional
6
0.8
5
1.3
16
2.4
Otros
2
.3
4
1.0
7
1.1
Total
734
Calificados
Comercio
400
664
F uentes: B alance m anuscrito, C enso de 1851, A H N : R epública, M iscelán ea, Tomo
17, ff. 65-165; El Telegrama, inform ación extraída entre Octubre de 1887 y D ic ie m ­
bre de 1888; Cupertino Salgado, Directorio general de Bogotá. A ño IV, 1893 (B o g o ­
tá: s.e ., 1893).
Tabla 4
Categorías ocupacionales en 1912
Categoría
N
%
Servidores Domésticos
1.695
6.0
Jornaleros
2.895
10.3
Industria
6.553
23.4
Artesanos
8.968
32.0
Empleados
3.564
12.7
450
1.6
Profesiones liberales
1.455
5.2
Otros*
2.447
8.7
Bellas Artes
Total
28.027
*Incluye p o licía s, m ilitares y clérigos.
Fuente: Censo general de la República de Colombia levantado el 5 de Marzo de 1912
(B ogotá: Im prenta N a c io n a l, 1 9 1 2 ), 181.
34
David Sowell
Dos viajeros observaron en la década de 1880 divisiones simila­
res, aunque con unos límites algo distintos y unos estratos más com­
plejos. Según el suizo Emst Rothlisberger, la gente del pueblo ocupa­
ba el escalón más bajo en la escala social. Ellos trabajaban duro
como obreros agrícolas, jornaleros, aguateros y sirvientes. Aristó­
cratas adinerados y una “nobleza” constituida por profesionales li­
berales como médicos o abogados, ocupaban la clase alta. Alfred
Hettner estaba de acuerdo en la composición de las clases altas que
incluían la clase alta y los grupos de nobleza, pero agregó las clases
medias, constituidas por artesanos, empleados, dueños de taller y
otros similares. Para ambos viajeros, el uso de la ruana generalmen­
te dividía los sectores medios de los superiores, así como el no uso
de zapatos separaba al pueblo de las clases medias. Tanto Rothlisberger como Hettner notaron, sin embargo, que por la década de
1880 muchos artesanos vestían como los miembros de la clase alta y
exhibían similares características materiales, haciendo pensar en un
debilitamiento de estas distinciones sociales18.
Las consideraciones de casta entran inevitablemente en la dis­
cusión acerca de los esquemas de estratificación social latinoameri­
cano. La correlación entre las designaciones raciales y la práctica
profesional resulta muy difícil de establecer cuando examinamos el
periodo republicano, momento en el cual las denominaciones racia­
les fueron suprimidas de la mayoría de documentos públicos.^Es
seguro decir que Bogotá era una ciudad ampliamente blanca/mestiza a finales del periodo colonial y probablemente permaneció así a lo
largo del siglo XlXyUn censo parroquial en 1789 clasificó al 91 por
ciento de la población como blanca o mestiza, al 5.7 por ciento como
negros y al 3 por ciento como indios19. A pesar de lo impreciso de
estas cifras, a fines de la colonia al parecer la mayoría de los resi­
dentes de Bogotá eran blancos o mestizos, una valoración con la que
concordaron los viajeros durante el siglo XIX20. El censo nacional
de 1917 estimó que blancos o mestizos constituían el 93 por ciento
de la población, los negros el 1 por ciento, los indios el 2.7 por ciento
y el resto era desconocido21. Aunque no podemos postular con gran
confianza el argumento en el análisis profesional, los observadores
del siglo XIX percibieron la piel más ligera en los niveles superiores
de la sociedad y los tonos más oscuros en los más bajos, sugiriendo
que casta y clase estaban positivamente correlacionados, un modelo
común a gran parte de la América Latina.
Artesanos y política en Bogotá
35
Artesanos
Definir al artesano es una tarea ardua. Desde el punto de vista
de la producción, distinguir al artesano calificado del obrero no cali­
ficado es relativamente simple. Sin embargo, la designación de arte­
sano tenía un significado social que impregna su función productiva.
Una temprana definición del siglo XVIII introduce el problema.
Describe a los artesanos como quienes “ganan el pan diario con sus
manos; y esto significa sobre todo que tienen un taller público y
están consagrados a ocupaciones mecánicas. También llamados ...
oficiales, ... obrero^ [o] menestrales”22. El Oxford English Dictionary secunda la importancia de lo manual, de manera que las artes
industriales definen el término23.
En el contexto hispánico, la posición social atribuida y el estig­
ma social del trabajo manual complican el asunto. Según la ley espa­
ñola en las Américas, sólo los españoles de sangre pura podían obte­
ner el carácter de miembros en los gremios, negando a los de sangre
mezclada, por lo menos en teoría, el acceso a los oficios organiza­
dos. En la práctica, mestizos y mulatos regularmente se unieron a
los gremios, aunque estuvieron menos frecuentemente representa­
dos entre los dueños. Es más, la labor manual fue considerada por
muchos como una forma menos honorable de ganarse la vida. Un
artesano manifestó en 1858 que la creencia colonial de que “las
artes son deshonrosas” bloqueaba los esfuerzos de los obreros ma­
nuales por obtener el reconocimiento público de su valor social24. El
trabajo manual llevaba consigo un estigma social, que forjó entre los
artesanos una identidad compartida en oposición a quienes se consi­
deraban por encima de tal trabajo.
Estudiosos del artesanado en el contexto no ibérico tienden a
enfatizar variables diferentes. Karl Marx caracterizó a los artesa­
nos como miembros de la pequeña burguesía que vivían de su propio
trabajo pero también del trabajo de otros, sobre todo de jornaleros y
aprendices que se extenuaban en los talleres del dueño de taller.25
Eric Hobsbawm, siguiendo las visiones analíticas de Frederick Engels, identificó al artesano como el “trabajador aristócrata” de la
Inglaterra de finales del siglo XIX26. La labor manual calificada re­
querida para el trabajo, en combinación con la capacidad de decisión
sobre esa habilidad, es un mecanismo frecuentemente citado para
definir al artesano. Muchos clasifican a los artesanos como obreros
36
David Sowell
manuales experimentados y hacen poco esfuerzo para aislar otras
características de la actividad obrera27. Howard B. Rock define al
artesano como un “trabajador manual calificado, poseedor de sus
propias herramientas, quien o trabaja para sí mismo o como capataz
para un contratista o comerciante, en cuyo caso era dueño de taller,
o por un salario diario o semanal en cuyo caso era jornalero”28. La
obra maestra de E. R Thompson (él mismo un artesano de la pala­
bra), La formación de la clase obrera en Inglaterra , amplía el
concepto de artesanos, sugiriendo que la clase es una experiencia
que “cobra existencia cuando algunos hombres, como resultado de
sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y ar­
ticulan la identidad de sus intereses en común y por oposición a otros
hombres, cuyos intereses son diferentes de (y generalmente opues­
tos a) los suyos”29. Los trabajadores manuales calificados no sólo
compartieron modelos de trabajo sino también experiencias de vida,
incluyendo el oficio o la pertenencia al gremio, la posición social, las
prácticas culturales, y, a menudo, la suerte económica. Los artesa­
nos se volvieron miembros de una clase cuando sus experiencias
produjeron una conciencia y un conjunto de actividades que los dis­
tinguieron de otros sectores sociales.
Los artesanos bogotanos fueron definidos en primer lugar por
su estatus como obreros manuales calificados. Esas habilidades,
adquiridas a través de un largo aprendizaje, procuraron a los artesa­
nos un estatus social medio y un nivel de independencia económica
y social, sobre todo a los dueños de taller. Como productores inde­
pendientes, los artesanos estaban menos subordinados a otros, lo
cual los situó aparte de la mayoría de pobladores urbanos. Al mismo
tiempo, en el contexto hispánico la labor manual llevaba consigo un
estigma social que separaba a los artesanos de los estratos sociales
más altos. De otra parte, en la medida que la mayoría de artesanos
era aprendiz en el taller de un patrón, adquiría no sólo las habilidades
de un oficio sino también las tradiciones sociales del taller. El apren­
dizaje iniciaba al artesano tanto en la “sociedad” de artesanos como
en el mundo del obrero calificado. Los artesanos aprendían los valo­
res sociales en el taller, lo cual, en combinación con la independencia
proveniente de su labor, sustentó el orgullo “de ser artesano”. Los
artesanos no sólo hacían el trabajo manual calificado, sino que fue­
ron trabajadores manuales calificados. Así, ser artesano implicaba
no sólo una identidad colectiva que emanaba de una función produc-
Artesanos y política en Bogotá
37
tiva compartida, sino también valores sociales comunes y una posi­
ción ante otros sectores sociales. Las cambiantes condiciones eco­
nómicas en el curso del siglo XIX amenazaron a muchos artesanos,
agudizando ese sentido de identidad compartido. Algo que también
fue provocado por su enrolamiento en la arena política por las elites
de los partidos. Las amenazas económicas y la participación política
forjaron la clase artesanal al promediar el siglo, una clase que (como
se verá) articuló su ideología de una manera más coherente en la
Sociedad Unión de Artesanos (1866-68).
Artesano sirvió no obstante en Bogotá como una denominación
variable según el contexto. Por ejemplo, un periódico “artesano”
alegó en la década de 1860 que los artesanos constituían las dos
terceras partes del pueblo de la nación, si uno incluía las costureras.
El mismo periódico se quejó frecuentemente del uso indiscriminado
del término artesano y aseguró que sólo el 10 por ciento de la pobla­
ción de la ciudad merecía el título30. El uso evidentemente contra­
dictorio provenía de que en el primer caso estaba considerándose a
la población en general mientras que en el otro, los mismos artesa­
nos estaban buscando colocarse aparte de las “masas” para propó­
sitos de identificación. Los artesanos se vieron a sí mismos a la vez
como una parte de, y como distintos al pueblo, puesto que eso enca­
jaba en sus propósitos. Esto indica una posición social intermedia
que ligaba a los artesanos a dos mundos sociales, los cuales podían
ser usados para obtener ciertas ventajas en el contexto político.
Sólo disponemos de visiones generales sobre la estratificación
de los oficios. La ausencia de gremios formales impulsó a los fun­
cionarios virreinales durante la etapa de reformas Borbónicas (1777)
a establecer un sistema semejante, pero con poco éxito31. Los gre­
mios no se establecieron firmemente, y su abolición en 1824 provo­
có poca oposición32. No obstante, un testimonio de 1858, “El Arte­
sano de Bogotá”, expresó que durante el periodo colonial los jefes o
dueños de taller y los oficiales o jornaleros eran claramente distin­
guibles, social y económicamente. Los dueños ejercieron un cierto
control sobre los precios e impidieron con éxito a los jornaleros esta­
blecer sus propios talleres. El poder de los dueños sobre los jornale­
ros fue sacudido pero no eliminado por las perturbaciones del perio­
do de Independencia33. Siguiendo las nociones republicanas de igual­
dad, los patrones que intentaron mantener sus poderes tradicionales
fueron atacados en la prensa durante la década de 1820.34 En el
38
David Sowell
decenio siguiente, los jornaleros al parecer pudieron establecer sus
propios talleres y muchos habrían debilitado, mediante precios más
bajos, a los dueños. Estos se quejaron que mientras el trabajo de los
jornaleros era barato, la calidad de sus productos era pobre35. A
pesar de estos cambios, dueños y jornaleros permanecieron unidos
por relaciones colaterales, por los salarios y por vínculos más infor­
males, tradicionales. Los jefes, sin embargo, tendieron a dominar la
relación dentro del taller, pero les faltó poder suficiente para contro­
lar todas las actividades de los jornaleros36. A finales del siglo, las
diferencias internas de los oficios parecen haber dado paso a la rea­
lidad económica de que la cima de la profesión de artesano era ser
propietario de taller.
!
Muchos artesanos continuaron a lo largo del siglo XIX operan­
do sus propios talleres con algunos jornaleros, manteniendo así su
independencia económica y social, aunque su producción indudable­
mente representó un porcentaje decreciente del total de la ciudad.
Otros, como el zapatero Martín Silva, a principios del siglo XX se
denominaron ellos mismos “industriales”. Estos generalmente eran
artesanos que habían utilizado con éxito la división del trabajo para
pasar de su taller a una fábrica pequeña. Silva, por ejemplo, practicó
su oficio como dueño de un taller que creció hasta que, en 1908,
llegó a emplear treinta obreros, produciendo una amplia gama de
modelos de zapato y teniendo dos locales de ventas37. La “industria”
de Silva no es comparable a la totalmente mecanizada fábrica de
cerveza Bavaria, que por el mismo año tenía casi cuatrocientos obre­
ros asalariados, pero era probablemente típica de talleres cuyos dueños
habían aprovechado la división del trabajo para ampliar su capaci­
dad productiva. Lo más probable era que los obreros que laboraban
para Silva y otros industriales, tuvieran en frente una vida de trabajo
asalariado. Algunos podían esperar en forma realista lograr la inde­
pendencia del artesano; sólo muy pocos alcanzarían el estatus de
industrial.
Además del artesano, el jornalero, el industrial, y la diversidad
de trabajadores asalariados, otras situaciones de trabajo fueron co­
munes en el siglo XX. Empresas como el Ferrocarril de la Sabana
emplearon una amplia gama de obreros, desde muy calificados has­
ta obreros manuales inexpertos. Los obreros asalariados más califi­
cados en esa empresa a menudo se refirieron a ellos mismos como
Artesanos y política en Bogotá
39
artesanos, aunque les faltaba, claro esta, la independencia económi­
ca del verdadero artesano y en la escena industrial de los Estados
Unidos deberían ser comparados más bien al obrero experimentado.
El servicio doméstico y la costura eran las actividades obreras domi­
nantes entre las mujeres a finales del siglo, cuando, como se verá
luego, muchas empezaron a entrar en los puestos poco calificados
de las empresas industriales.
Descripciones exactas de la composición de la estructura ocupacional de Bogotá simplemente no están disponibles. El censo de
Las Nieves de 1851 revela que los albañiles, los carpinteros, los
zapateros, los sastres, los ebanistas y los herreros constituían el grueso
de las ocupaciones calificadas. Una guía de 1881 dio cuenta de se­
senta tiendas de zapatos, cincuenta sastres, cerca de cien talleres de
carpintería, veinte impresores, veinticinco herreros y una “infinidad”
de albañiles38. Todas estas ocupaciones encajaba bien dentro del
espectro de los oficios tradicionales. La guía no incluyó ninguna ocu­
pación asalariada “moderna” ejercida por los varones, mientras que
las mujeres laboraban en fábricas de puros y de fósforos. Un listado
de las ocupaciones representadas en la Sociedad Unión de Indus­
triales y Obreros en 1904 incluía la mayoría de los oficios tradiciona­
les, junto con los trabajadores cerveceros y los instaladores eléctri­
cos39. La participación en una celebración obrera de 1914 estuvo
dominada por los oficios tradicionales, pero en ella también hubo
industriales y obreros de fábrica (de las cervecerías, la compañía
eléctrica, la fábrica de vidrio, los ferrocarriles, las fábricas de cho­
colate y las cementeras)40.
La estructura profesional de Bogotá podría compararse al “ta­
ller bastardo” descrito por Sean Wilentz en su estudio del Nueva
York del siglo XIX, aunque situado en un ambiente económico mu­
chísimo menos dinámico. La industrialización metropolitana afectó
de variadas maneras las diferentes ocupaciones, según la capaci­
dad de estas para resistir la comercialización y la racionalización.
Ocupaciones extenuantes como la producción de ropa rápidamen­
te perdieron su carácter de oficio manual en la escena de Nueva
York, mientras que en Bogotá ocupaciones similares enfrentaron
una creciente presión de las manufacturas extranjeras. En Nueva
York, ciertas ocupaciones en el transporte y la construcción retu­
vieron su integridad fundamental, como sucedió en la capital co­
lombiana. Otros oficios se desplomaron entretanto41. En ambos
40
David Sowell
casos, las presiones de la producción obligaron a los artesanos a
adaptar sus propios talleres y sus ritmos de trabajo para mantener su
bienestar económico.
Las ceremonias públicas, como la celebración de la indepen­
dencia colombiana el 20 de julio o el Primero de mayo, proveyeron la
oportunidad para manifestaciones públicas de solidaridad social. Que
los artesanos fueron una fuerza colectiva importante en el mundo
social de Bogotá es evidente en las ceremonias públicas y en las
expresiones de cohesión de clase. En el periodo nacional temprano
un evento festivo típico incluía actos patrocinados por los empleados
de los gobiernos nacional y estatal, el ejército, los hacendados, los
grupos mercantiles, los extranjeros residentes en la ciudad y los ar­
tesanos42. Grupos similares participaron en las actividades de la Se­
mana Santa a lo largo del siglo XIX. No será sino hasta comienzos
de la década de 1910 que las ceremonias se alejen de estos modelos,
y entonces, durante los desfiles del Primero de Mayo y del Día de la
Independencia, los sectores de trabajadores marcharán como obre­
ros asalariados y obreros artesanales, a veces según oficios.43 Re­
sulta significativo que las organizaciones políticas de los artesanos
atrajeron gran número de ellos durante los mismos periodos (años
1830-60) en los que las ceremonias públicas vieron a los artesanos
representados como una entidad colectiva. En el siglo XX, las cere­
monias reflejaron el aumento de las divisiones en el interior de la
población trabajadora de la ciudad, tal como sucedió con los asala­
riados y los artesanos durante el centenario de la independencia en
1910.
Las tradiciones de los oficios manuales colocaron a los artesa­
nos aparte de otros sectores sociales. Ciertos hábitos de trabajo,
como tomarse los lunes, fue normalmente asociado con el entorno
laboral artesanal y preindustrial. La evidencia sugiere que hacer lu­
nes, como esto fue denominado en Bogotá, persistió a lo largo de los
siglos XIX y XX. En 1867, el carpintero Rafael Tapias criticó este
hábito, diciendo que el “exceso báquico” de la celebración del lunes
no sólo hacía perder al artesano un estimado anual de cuarenta y
ocho pesos, sino que también daba lugar a debates políticos acalora­
dos y a la violencia44. Las respuestas hostiles de otros artesanos
obligaron a Tapias a agregar que su intención no había sido criticar
los hábitos de trabajo de nadie, sino solamente señalar la pérdida de
tiempo y el peligro de mezclar la diversión y la política45. Treinta
Artesanos y política en Bogotá
41
años después, un destacado artesano defendió la tradición comen­
tando que, como los artesanos eran sus propios jefes, los días que
ellos escogieran para no trabajar constituían su propia decisión46.
Las primeras empresas fabriles encontraron problemas cuando los
directores intentaron imponer a los obreros recientemente reclutados un régimen de tiempo más estricto. Un relato de 1904 apuntó
que los trabajadores rechazaban la disciplina industrial; ellos querían
disfrutar su trabajo y hacer lunes47. Todavía en la década de 1990
uno oye la referencia al lunes del zapatero.
Casi todas las peticiones de los artesanos al gobierno citaban
las familias y el valor social como las razones por las cuales el go­
bierno debía apoyar los intereses del artesanado. En la mayoría de
las familias artesanas tanto los hombres como las mujeres trabaja­
ban cuando los hijos cumplían la edad suficiente para ser colocados
de aprendices o ganar algún dinero. El aprendizaje empezaba alre­
dedor de la edad de siete u ocho años y duraba seis o siete. En la
década de 1860 cuando menos un informe admitió que los artesanos
colocaban de aprendices a más jovenzuelos de los que el negocio
podía sostener, pero que en el adiestramiento de nuevos artesanos
pesaban más las obligaciones sociales de los dueños de los talleres
que las consideraciones puramente financieras48. Un artículo de pro­
paganda de 1906 contra la venta de ropa importada está sustentado
en este tema.
Si mañana por la importación de esos artículos viniera la paraliza­
ción del trabajo y con ésta la miseria a aquellos hogares [de los
artesanos], la responsabilidad pesaría indefectiblemente sobre
nosotros: recuerdo las terribles palabras que tu padre decía en
muchas ocasiones cuando escaseaba el trabajo y hacia su situa­
ción dura y aflictiva, entristecido exclamaba. ¡Oh, La ropa hecha!
¡Esta maldita ropa le quita hoy el pan a mis hijos! ¿Hasta cuándo
verán esos hombres que la introducen, el gran mal que nos ha­
cen, imposibilitándonos para ganar la vida y darle pan a nuestros
hijos?49.
Es imposible aislar física o socialmente el taller delartesáno, de
su casa. Ambas fueron fuentes primordiales de sus valores sociales
y de su conciencia de clase. El lenguaje de sus peticiones, con las
constantes referencias conjuntas a la casa y al trabajo y a su destino
como un microcosmos de la sociedad nacional, es el lenguaje de la
42
David Sowell
clase artesana50. Esto está en la base sobre la que descansaron las
movilizaciones de la clase.
La cuestión de quién habló por los artesanos requiere un co­
mentario final. Un periódico artesano de 1868 observó que muchos
jefes tenían la “idea absurda” de que ellos eran socialmente superio­
res a los jornaleros51. Puesto que la mayoría de las voces que busca­
ban hablar por la clase artesana provinieron de los dueños de taller,
una molesta cuestión, central para este estudio, debe plantearse. ¿Si
los dueños no se percibieron como iguales a los jornaleros, qué tan
representativas, entonces, fueron sus voces? Ninguna respuesta fir­
me puede ser dada, pero uno de los argumentos para ser adelanta­
dos por este estudio es que uno puede, hasta cierto punto, juzgar la
representatividad de los líderes del artesanado tanto por su habilidad
para movilizar con éxito a sus colegas subordinados como por su
poder para permanecer como lideres. Los artesanos que fueron de­
fensores experimentados y duraderos de los intereses de su clase
pudieron persistir como líderes porque fueron más representativos
de aquellos cuyas opiniones no están disponibles para el examen
histórico.
El ambiente económico
La independencia aceleró el ritmo de integración de Colombia
al mercado mundial, pese a que los rasgos más duraderos de esa
relación no se definieron hasta los primeros años del siglo XX. La
ubicación final del café como soporte principal de las exportaciones
colombianas sólo se produjo luego de una serie de decepcionantes
fracasos en productos de exportación como el tabaco y la quina
después del medio siglo. Incluso con el rol del café como primer
artículo de exportación y generación de capital, su desarrollo tuvo un
impacto desigual sobre las diferentes regiones del país. Debido a su
aislamiento geográfico y al espasmódico desarrollo de artículos de
exportación, la capital sólo fue afectada en forma discontinua por el
gradual desenvolvimiento de una economía basada en las exporta­
ciones. Extensas porciones de las regiones montañosas centrales no
se beneficiaron directamente del auge cafetero de finales del siglo
XIX y exhibieron características tradicionales hasta bien entrado el
siguiente. Estos patrones económicos generales alimentan el debate
sobre el grado de continuidad económica desde el periodo colonial
Artesanos y política en Bogotá
43
hasta el nacional52. Literatura reciente indica la persistencia en la
mayoría de zonas del país de modelos económicos coloniales hasta
mediados del siglo XIX, luego de lo cual siguió un desarrollo lento y
desigual de las relaciones con el exterior, aunque con muchas varia­
ciones regionales53. La mayoría del país no se integró sólidamente
en el mercado mundial hasta bien entrado el siglo XX. Este ritmo
lento de cambio económico significó que las estructuras sociales
sólo se transformarían gradualmente, lo cual aseguró la presencia
continua de los artesanos en la estructura laboral de Bogotá.
La historia económica colombiana y las políticas que le dieron
forma siguen un ritmo generacional. Los líderes de la independencia
dirigieron la administración por caminos que revelan su familiaridad
con las políticas coloniales, sus experiencias durante la guerra de
independencia, y las necesidades fiscales pragmáticas de un gobier­
no joven. La política económica no se alejó considerablemente de
sus modelos coloniales hasta por lo menos mediados de siglo, cuan­
do una generación de políticos nacidos durante el periodo nacional
disputó el control del gobierno a sus mayores. Estos líderes rechaza­
ron completamente la herencia colonial del país e impusieron refor­
mas basadas en los principios económicos liberales y en la creencia
en el crecimiento de las exportaciones. La efímera expansión de la
producción de tabaco en el valle del Río Magdalena, alimentada por
la abolición del monopolio colonial de ese producto y por un mercado
extranjero receptivo, pareció validar la justeza del programa de re­
formas. Sin embargo, por la década de 1860 las ganancias del taba­
co cayeron y de nuevo un tono más pragmático invadió la elite polí­
tica. Como una consecuencia, los forjadores de la Constitución de
1886 devolvieron al Estado un papel más directo en el desarrollo
económico, rechazando las orientaciones del laissez-faire de la ge­
neración más temprana de reformadores liberales. El gobierno de la
Regeneración facilitó el auge del café con políticas económicas in­
tervencionistas y estimuló, en Medellin y en menor grado en Bogotá,
el desarrollo de una naciente capacidad industrial.
Esos giros de la economía así como los cambios de estrategia
afectaron la clase artesana de la capital. Durante el llamado periodo
Neo-borbónico (1821-46) -cuando el Estado continuó asumiendo
una responsabilidad parcial por el desarrollo económico-, los res­
ponsables de la administración, en general, conservaron muchas
políticas coloniales, las cuales eran bastante favorables a los artesa-
44
David Sowell
nos54. El novato gobierno de Simón Bolívar, manejado por Francisco
de Paula Santander, realizó varios cambios importantes en la política
económica, incluyendo la abolición del tributo indígena, la elimina­
ción de impuestos sobre el comercio entre las provincias y la supre­
sión de la mayoría de las aplicaciones de la alcabala (un impuesto
sobre las ventas), pero ninguno que perjudicara a los artesanos. Las
necesidades fiscales del gobierno republicano hicieron necesaria la
retención de varios monopolios, entre ellos el lucrativo monopolio del
tabaco y los diezmos sobre la producción. Pero incluso los políticos
que encontraban desagradables ideológicamente estas prácticas vie­
ron la necesidad de conservar aquellas más lucrativas.55
La fuente más fiable de rentas gubernamentales -los arance­
les- tuvo una influencia directa sobre los artesanos del país56. Poca
diferencia puede verse en el nivel d^/ios derechos de aduanas desde
finales de la Colonia hasta las épocas nacionales tempranas, pero en
ningún caso fueron tasas extremadamente altas57. Los métodos de
valoración fueron modificados y la tabla de aranceles ajustada du­
rante la década de 1820, pero el grado esencial de protección no fue
alterado de manera significativa. Como los aranceles eran la única
fuente importante de rentas para el gobierno, pocos funcionarios
deseaban reducir la ya magra base fiscal de la administración. Con
la apertura de los puertos colombianos en la década de 1820, y pese
a las reducciones moderadas del arancel, entraron al país productos
manufacturados en cantidades mucho mayores que los productos
españoles durante el periodo precedente58. José Manuel Restrepo
sugirió que las deprimidas condiciones del país a comienzos de la
década de 1830 provenían tanto de la introducción de bienes extran­
jeros en los mercados nacionales como del desorden civil59. Quizás
ello haya provocado que tanto el arancel de 1832 como el de 1833
aumentaran los niveles de protección para los productores domésti­
cos. El Ministro de Finanzas, José Ignacio de Márquez, insistió en
que la tabla de aranceles de 1833 buscaba como objetivos tanto esa
protección como salvaguardar el nivel de rentas. Además de los
derechos comunes y los impuestos locales y provinciales sobre los
bienes importados, se agregaba la protección económica del pro­
ductor nativo60.
La capital colombiana sirvió como centro de un mercado cordi­
llerano que se desplegaba desde Ibagué, al occidente, hasta Bucaramanga, al norte. Los obstáculos geográficos extremos y la pobreza
Artesanos y política en Bogotá
45
de las vías limitaron los intercambios de mercancías en la región a
los artículos más valiosos -considerados por su peso. Bogotá, que
había funcionado en el periodo colonial como un centro principal­
mente administrativo, producía bienes consumidos sobre todo en la
ciudad, sin que por lo tanto sus productos circularan ampliamente.61
El gobierno de la Gran Colombia había abierto sus puertos formal­
mente al comercio extranjero en 1824, legalizando así el comercio
que se había desarrollado desde los primeros días de la guerra de
independencia.62Bogotá se volvió entonces el centro de distribución
de variados artículos de importación.63 John Steuart, escribiendo en
la década de 1830,, notó la presencia de cantidades abundantes de
productos británicos, sobre todo textiles, en la plaza de mercado de
Bogotá64. Sin embargo, el estado de la red de transporte de la región
servía para limitar las cantidades de productos extranjeros.
El estancamiento económico contribuyó al aislamiento de la ciu­
dad. Sólo en la década de 1830 la economía se vio estimulada ligera­
mente, debido probablemente al retomo de la paz luego de la crisis
política que siguió a la muerte de Bolívar. La situación se tomó rigu­
rosa de nuevo después de la Guerra de los Supremos (1839-42), el
primer forcejeo partidista del siglo (discutido luego). Judas Tadeo
Landínez, un capitalista de Boyacá, ayudó a sostener al gobierno
con préstamos durante las peores fases de la guerra, puesto que las
rentas arancelarias se habían reducido y el gobierno estaba en una
situación desesperada. Con los muy rentables resultados de sus prés­
tamos, Landínez invirtió fuertemente en la tenencia de tierras en la
Sabana, estimulando a otros inversores a hacer lo mismo. La explo­
sión resultante de la especulación, sostenida casi completamente por
los fondos de Landínez, estalló en diciembre de 1841, arrastrándolo
a él y a muchos otros especuladores a la quiebra. Como resultado de
la crisis de la especulación, Bogotá estuvo muy poco abastecida de
crédito entre 1842 y 184365.
Los proyectos industriales apoyados por el gobierno a comien­
zos del periodo nacional ofrecieron la posibilidad de transformar la
estructura económica de la capital. Muchos líderes republicanos tem­
pranos, sobre todo aquellos de las regiones montañosas cercanas a
Bogotá, avalaron el apoyo gubernamental a iniciativas industriales
privadas como suplemento a la base agrícola y minera de la re­
gión66. Para que una industria pudiera desarrollarse en un ambiente
protegido, el gobierno aprobaría un monopolio para la producción de
46
David Sowell
un determinado artículo durante un cierto número de años en una
región especifica. Los privilegios permitieron una ferrería, una fábri­
ca de loza, una planta de papel y fábricas para la producción de
vidrio y textiles también empezaron a funcionar, industrias todas que
disfrutaron un cierto grado de protección arancelaria67.
Estos tempranos esfuerzos industriales no obstante murieron
pronto, pese a las expectativas de sus fundadores. La fábrica de
loza empezó a producir en 1834 y al parecer en 1837 tenía capaci­
dad suficiente para satisfacer las necesidades de la nación entera.
Operó durante el resto del siglo. La ferrería de Pacho, que recibió
en 1827 la concesión de un monopolio por quince años, en produc­
ción por la década de 1830, demostró ser un factor importante de la
economía regional, proporcionando cantidades abundantes de hierro
de baja calidad, el cual era utilizado para muchos subproductos de
las industrias68. Otras empresas no funcionaron. Un molino de papel
que empezó la producción en 1836 sólo duró hasta 1849. La fábrica
de textiles, que probablemente disfrutó de la mayor protección bajo
el sistema de aranceles, estaba produciendo tejido de algodón bueno
y barato por 1838, de manera que poco después de esto satisfizo las
necesidades del mercado de Bogotá. No obstante quebró en enero
de 1848, en parte debido a la crisis del crédito. Los trabajos de vi­
drio, privilegiados en 1834 demostraron ser un triste fracaso69. Los
historiadores económicos sugieren que los efectos disociadores de
la inquietud civil sobre el capital y el trabajo, una falta de apoyo
gubernamental sostenido y un mercado que era simplemente muy
pequeño para las industrias de bienes de consumo, ayudan a expli­
car estos proyectos industriales. Su falta de éxito contribuyó a la
reorientación gubernamental hacia la agricultura de exportación que
tuvo lugar en la década de 184070.
Los efectos de estas iniciativas industriales sobre los artesanos
de la capital fueron probablemente limitados. La mayoría de las fá­
bricas empleó artesanos extranjeros y obreros inexpertos domésti­
cos. En general, los artesanos laboraron bajo condiciones bastante
comunes durante el periodo Neo-borbónico. La inquietud política
dificultaba su actividad, puesto que generaba estancamiento econó­
mico y crisis del crédito. Sin embargo, desde 1810 ese había sido el
estado de los negocios para la mayoría de los ramos de la produc­
ción. Aparte de los pocos esfuerzos industriales, ni la estructura eco­
nómica de la ciudad ni las políticas gubernamentales presentaban
Artesanos y política en Bogotá
47
nuevos desafíos a los artesanos, aunque a comienzos de la década
de 1830 algunos artesanos expresaron su preocupación por el im­
pacto disociador de los productos extranjeros71.
Las innovaciones económicas del periodo de las Reformas Li­
berales (1846-63) amenazaron el ambiente económico relativamen­
te protegido de los artesanos de la capital. Los reformadores libera­
les eliminaron la mayoría de los remanentes de la política económica
colonial y reorientaron la naturaleza de la intervención del Estado en
favor de la producción agrícola de exportación. Las primeras refor­
mas trataron materias monetarias y fiscales72. La reducción de las
barreras arancelarias, una iniciativa juzgada fundamental para la
emergencia de una economía de exportación, continuó en 1847. El
arancel de 1851 elevó un poco los derechos sobre ciertos productos
terminados, pero no buscó proteger deliberadamente las industrias
nativas73. El propósito declarado del arancel de 1861 fue percibir
rentas mediante un sistema de tres escalas de valoración que se
basaba solamente en el peso, un modelo para los impuestos de adua­
na que duró hasta 188074. Otros esfuerzos para facilitar el comercio
internacional incluyeron conceder a varios puertos el estatus de li­
bres de derechos y suprimir los impuestos a las naves internaciona­
les que usaran el Río Magdalena, aunque las necesidades de rentas
obligaron al gobierno a establecer en 1856 un impuesto ligero sobre
el transporte internacional del río.
La descentralización del sistema económico de la nación en
1851 reflejó la creencia de los reformadores en que debía permitirse
a la economía funcionar sin la interferencia directa de las autorida­
des centrales. El diezmo fue quitado a la jurisdicción de la iglesia y
dado a los gobiernos provinciales, así como las rentas del papel se­
llado. En el mismo espíritu, mucho del resto del aparato fiscal del
Estado fue descentralizado en 1850. Por lo menos inicialmente, la
descentralización fue un desastre fiscal. Esta fue una razón para
una caída del 47 por ciento en las rentas nacionales entre 1849 y
185175. La desmonopolización de la producción del tabaco, iniciada
en 1846 y completada en 1850, explican una parte considerable de la
disminución de las rentas gubernamentales. (Ni el monopolio de la
sal ni del aguardiente fue alterado). Los legisladores liberales se
anticiparon a plantear que los derechos sobre la acrecentada pro­
ducción y exportación de tabaco compensarían las pérdidas rentísti­
cas de la desmonopolización. La producción de tabaco prosperó en
48
David Sowell
el área de Ambalema bajo la dirección de la firma Montoya y Sáenz,
volviéndose el artículo de exportación más importante del país du­
rante la década de 1870. Aunque es discutible que las ganancias de
las exportaciones de tabaco compensaran las rentas perdidas con la
desmonopolización, la economía de la nación se reorientó firmemen­
te hacia la producción agrícola de exportación76.
Los resultados económicos de Bogotá se equiparaban en gran
parte con la fortuna de los artículos de^exportación regionales y el
nivel de tranquilidad civil. Las débiles exportaciones y la fractura
causada por la Guerra de los Supremos, en combinación con la quie­
bra de Landínez, sumergieron a la ciudad en el estancamiento eco­
nómico durante buena parte de la década de 1840. La rápida expan­
sión de la producción de tabaco en la región de Ambalema invirtió
esta tendencia, llevando a una recuperación económica que dominó
el decenio de 185077. Desafortunadamente, la recesión mundial de
1857-58, junto con la guerra civil colombiana de 1859-62, llevaron la
economía a una profunda recesión que duró toda la década de 1860
—precisamente cuando las reducciones del arancel de la década de
1840 y la disminución de los costos del transporte empezaron a im­
pactar el sector de trabajadores manuales de la ciudad. En 1863
abundaron las quejas sobre la miseria económica general causada
por la guerra; se decía que los artesanos habían resultado perjudica­
dos, aunque no en la misma magnitud que los trabajadores no califi­
cados. Incluso un año después muchos artesanos independientes
estaban al parecer en grandes dificultades para encontrar trabajo78.
El conocido ensayo de Miguel Samper, “La miseria en Bogotá”, re­
trató gráficamente la condición deprimida de la ciudad:
Las calles y plazas de la ciudad están infestadas por rateros,
ebrios, lazarillos, holgazanes y aun locos. ... El obrero no halla
constante ocupación, ni el jefe de taller expendio para su obra; el
propietario no recibe arriendos ni alquileres; el tendero no ven­
de, ni compra, ni paga, ni le pagan; el importador ve dormir sus
mercancías en el almacén y sus pagarés en la cartera; el capitalis­
ta no recibe intereses, ni el empleado sueldo79.
Un artesano se refirió a la década de 1860 como la peor desde
el periodo colonial80.
Los artesanos clamaron frecuentemente por crédito barato.
Como ellos a menudo tenían que pagar por adelantado el costo de
A ríesanos y política en Bogotá
49
los bienes involucrados en la producción, debían acudir a los présta­
mos de los especuladores a la tasa prevaleciente de interés, que fue
de 2 a 5 por ciento mensual. Es más, durante el periodo de guerra
civil temida o real, como los meses que precedieron a la revuelta del
General José María Meló en 1854, los especuladores conservaron
consigo su capital y, por consiguiente, provocaron la ira de los arte­
sanos.81 Las únicas fuentes de crédito hasta 1845 habían sido la
iglesia o los prestamistas de dinero. Ese año la Provincia de Bogotá
fundó una Caja de Ahorros que sobrevivió hasta 1863. La Caja cons­
tituyó fondos disponibles para inversores de todos los sectores so­
ciales82. Una rama del Banco de Londres, México y América del
Sur se estableció en Bogotá en 1864, pero sobrevivió sólo cuatro
años. El Banco de Bogotá empezó prestando servicios permanentes
en 1871. La Caja de Ahorros probablemente les ofreció a los arte­
sanos la fuente más fiable de crédito, pues uno de sus objetivos era
estimular la industria entre los obreros, y muchos de sus depositan­
tes eran artesanos. La mayoría de los bancos fundados en la década
de 1870 se concentraba en dar préstamos a empresas comerciales,
pero fue diseñado uno, el Banco Popular, para ayudar a los inverso­
res más pequeños. Sus acciones se vendieron a 50 pesos, una can­
tidad equivalente quizás a un mes de trabajo para un artesano, pero
muchos de ellos estuvieron entre los compradores iniciales83.
La economía de la región en y alrededor de Bogotá se reavivó
lentamente hacia 1870, debido a un resurgimiento efímero de las
exportaciones de tabaco y a los primeros efectos de la expansión del
café. Las favorables condiciones económicas duraron hasta comien­
zos de la década de 1880, cuando el derrumbamiento definitivo del
tabaco, un declive temporal en el precio del café y la inquietud civil
causó una recesión de tres años, después de lo cual la capital entró
en una fase expansionista de diez años. La inflación de los precios
domésticos, la guerra y la fluctuación de los precios del café en el
mercado internacional precipitaron un periodo de declive económico
a mediados de la década de 1890. Después de la Guerra de los Mil
Días (1899-1902), la capital entró en un periodo de crecimiento que
duró, con retrocesos cortos, hasta la Depresión.
Numerosas industrias pequeñas y manufacturas se desarrolla­
ron en la capital en esta época, ¿aunque sin un marcado impacto
sobre la fuerza obrera m asculina/3tra fábrica de loza abrió en 1870,
como lo hizo la fábrica de cerillas Rey y Borda, que en 1874 emplea-
5O
David Sowell
ba más de doscientas mujeres. Ciento cincuenta mujeres laboraban
ese mismo afío en una fábrica de puroál^ Una fábrica de cigarros
cubana, La Estrella de Bogotá, fundada en 1883, usó tabaco cubano
importado, papel español, maestros de puros cubanos y empleó unas
treinta a cuarenta mujeres trabajadoras colombianas. La fábrica de
chocolate Equitativa, establecida brevemente después de esto pqr
Luis M. Azcuenaga, también empleába principalm entejnujereS^
Estas jóvenes industrias, orientadas en general hacia la producción
de bienes de consumo usando baja tecnología y trabajadores no ca­
lificados, no compitieron con la producción artesanal calificada, ni
complementaron las ocupaciones tradicionales.
Las tasas arancelarias no habían sido reducidas a un punto que
minara rápidamente la producción artesanal doméstica, contraria­
mente a las predicciones de los artesanos86. En la práctica, la re­
orientación de la economía hacia el mercado externo acabó el es­
tancamiento del periodo más temprano, lo cual indudablemente be­
nefició a muchos artesanos, sobre todo en las ocupaciones de la
construcción. Sin embargo, al mismo tiempo, la ruptura del ambiente
en el que ellos laboraban alteró la estructura de su economía en la
capital. La competencia extranjera amenazó en forma creciente a
los productores marginales, sobre todo en oficios como la zapatería,
la sastrería y el trabajo del cuero. Por contraste, la reducción de las
tasas arancelarias tuvo poco efecto sobre los oficios de la construc­
ción, las cuales debieron su prosperidad (o su decadencia) a las con­
diciones económicas generales. La depresión de la década de 1860
probablemente fue muy importante, determinando qué ocupaciones
permanecerían competitivas y cuáles reducirían su importancia.
Después que Rafael Núfiez asumió en 1880 la presidencia, re­
pudió muchas de las tendencias más dogmáticas del liberalismo eco­
nómico a favor de políticas de desarrollo más dirigidas desde el Es­
tado. Un banco nacional, fundado en 1881, emitió papel moneda, lo
cual, en periodos de emisiones moderadas, estimuló las economías
locales y regionales. Sin embargo, las emisiones ilegales en la déca­
da de 1890 ayudaron a desestabilizar la economía en los críticos
años que precedieron a la Guerra de los Mil Días87. Además, la
opción por el papel moneda de Núñez y su sucesor, Miguel Antonio
Caro, disgustó a muchos comerciantes que preferían la adhesión a
un patrón metálico. Núñez favoreció la protección de las industrias
nacionales y presionó con éxito la aprobación del Arancel de 1880,
Artesanos y política en Bogotá
51
que, aunque disminuyó la tasa básica, protegió la sastrería, la zapa­
tería y la producción de muebles a través de una sobrecarga del 25
por ciento. Las tasas arancelarias fueron elevadas un 25 por ciento
por dos medidas legislativas en 1885 y 1886. Debido a estos arance­
les, la actividad industrial en el área de Medellín se extendió, pero
ellos tuvieron menos impacto en las industrias bogotanas. Sin em­
bargo, a lo largo de la década de 1890 las necesidades fiscales orien­
taron las tasas arancelarias en forma ascendente. Los aranceles del
presidente Rafael Reyes en 1905 estimularon en forma complemen­
taria el crecimiento industrial, aunque el arancel fue de nuevo princi­
palmente de naturaleza fiscal88. Esta última medida ayudó a Mede­
llín más que a Bogotá89.
El primer complejo industrial importante de Bogotá, la cervece­
ría Bavaria, instalada por el alemán Rudolf Kopp, introdujo gran can­
tidad de hombres en el sistema de fábrica. Kopp usó tecnología y
maestros cerveceros alemanes y trabajadores colombianos. Su fá­
brica siguió los modelos industriales alemanes, incluyendo en 1894
albergues para obreros al lado de la cervecería. De otro lado, los
sueldos semanales en la empresa fueron al parecer los más altos en
la ciudad, y ellos eran complementados con un seguro de salud, prés­
tamos, pago a los enfermos y dos litros de cerveza diarios. A cambio
de estos beneficios, Kopp exigió de sus trescientos hombres y muje­
res obreros (1906) una disciplina industrial rígida. De hecho, la in­
flexibilidad de la dirección de Bavaria suscitó una serie de conflictos
sobre el ritmo de trabajo y el control del tiempo, como sucedió en la
mayoría de las tempranas operaciones industriales en Estados Uni­
dos90.
Los nuevos monopolios sobre el puro, el cigarro y la producción
de fósforos -otro componente de la política gubernamental de Núñez
para estimular el desarrollo industrial-, proporcionaron trabajo a
mujeres de las ciudades. Después de la Guerra de los Mil Días las
iniciativas de la Regeneración para vincular mujeres a las faenas
industriales evidenciaron algún éxito. El Rey del Mundo, una fábrica
de cigarros propiedad del español Esteban Verdú, empleaba cincuenta
mujeres en 1904. Verdú también exigía una disciplina estricta a sus
obreros, quienes, según un visitante a la planta, trabajaban como
“máquinas humanas”. El mismo comentarista notó que esto “las
mantenía fuera de las calles.” En 1916 unas doscientas mujeres y
cincuenta hombres laboraban para Verdú. Sin embargo, en el último
52
David Sowell
año, los pesados impuestos sobre el tabaco forzaron el cierre de la
planta de Verdú y de otros fabricantes de cigarros, en el momento
en que los obreros buscaban cambiar la disciplina de trabajo indus­
trial bajo la cual trabajaban91.
Conclusión
Las políticas económicas colombianas influyeron en la expe­
riencia socioeconómica que alimentó la actividad política de los arte­
sanos. Muchas políticas coloniales españolas tuvieron continuidad
durante el periodo Neo-borbónico, pero después de 1846 los políti­
cos liberalizaron la economía para facilitar el comercio internacional
y la agricultura de exportación. Los gobiernos de la Regeneración
de la década de 1880 moderaron este liberalismo con el estímulo
abierto de industrias internas y el establecimiento de aranceles pro­
teccionistas, aunque el comercio exterior siguió siendo la prioridad
económica dominante. Luego de 1903 los gobiernos continuaron las
políticas de la Regeneración.
Los artesanos participaron de una experiencia socioeconómica
común, sobre todo durante la primera generación de la independen­
cia colombiana, puesto que durante el periodo Neo-borbónico y has­
ta los años 1850 trabajaron en un ambiente económico bastante si­
milar al de finales del periodo colonial. Aunque todavía debe ser
demostrado estadísticamente, parece probable que las reformas eco­
nómicas de las décadas de 1840 y 1850 habían, en el decenio de
1870, minado las tradiciones económicas y sociales cohesivas de los
artesanos de Bogotá. La diferenciación socioeconómica se hizo más
clara durante los últimos treinta años del siglo XIX cuando algunas
ocupaciones, heridas por la competencia extranjera, entraron en
declive, y otras, no afectadas fuertemente por las políticas guberna­
mentales, retuvieron características similares a las del periodo ante­
rior. Los practicantes de los oficios desplazados y aquellos de ocu­
paciones estables perdieron muchas de las experiencias comparti­
das que habían unido antes a los artesanos, fragmentando, como
consecuencia, su vida social, económica y política. Durante estos
años las denominaciones diferenciadas de los oficios empezaron a
identificar a los artesanos. Es más, en la década de 1890 la creación
de algunas empresas industriales y de transporte expandió un pe­
queño pero importante sector asalariado “moderno”. Varios tipos de
Artesanos y política en Bogotá
53
obreros formaban la estructura profesional en la década de 1910,
empleando tanto técnicas productivas tradicionales como más mo­
dernas, en un sistema mixto de trabajo, en el que cada clase de
trabajador tenía sus propias normas sociales y, como resultado, su
propia expresión política organizada.
La orientación de la estructura económica del país hacia la par­
ticipación en el mercado mundial creó lentamente una fuerza obrera
multifacética. Una de sus facetas estuvo mucho más influenciada
por las políticas que ayudaron a desarrollar una economía de expor­
tación y aumentar la importación de artículos manufacturados ex­
tranjeros, políticas que trajeron consigo la extensión del transporte y
las actividades comerciales. Los artesanos afectados por estas polí­
ticas perdieron su independencia productiva en un lento proceso de
proletarización. En las áreas rurales, una fuerza de trabajo ligada a
la agro-exportación evolucionó para sostener la economía cafetera.
Otros sectores de la economía fueron afectados más por las condi­
ciones económicas generales que por programas gubernamentales
específicos, los cuales contribuyeron al crecimiento de los trabaja­
dores industriales, de servicios, e informales (por ejemplo, los co­
merciantes callejeros). A lo largo del periodo estudiado muchos ofi­
cios continuaron empleando prácticas productivas tradicionales y
retuvieron su estatus como productores artesanales independientes,
pese a que globalmente la estructura económica había cambiado
radicalmente.
Las transiciones que redefinieron la clase artesana son de im­
portancia particular para comprender su actividad política. Tanto la
crisis del crédito de la década de 1840 como la crisis artesanal ocu­
rrida dos décadas después, prepararon el camino para las intensas
movilizaciones políticas de los artesanos. Es significativo que ambos
periodos de actividad fueron anteriores al aumento de la fragmenta­
ción del sector artesano. Como resultado, los movimientos atrajeron
la participación de gran número de artesanos en la defensa de creen­
cias ampliamente sostenidas. El mismo nivel de actividad política no
volvería hasta la década de 1910, cuando los artesanos supervivien­
tes y los emergentes obreros asalariados se combinaron para co­
menzar una nueva fase de actividad política de los trabajadores co­
lombianos, la cual reveló ideologías sociales bastante distintas.
54
David Sowell
Notas
1 Gabriel García Márquez, Cien años de soledad (Buenos Aires: Sudamericana,
1974), 178.
2 “Santa Fe de Bogotá”, H arper’s New Monthly Magazine, Vol. 71 (June-November 1885), 47-58; “Up and Down Among the Andes”, Harper’s New Monthly
Magazine (1857), 739-51; J. A. Bennet, “My First Trip up the Magdalena, and
Life in the Heart of the Andes”, Journal o f the American Geographical Society o f
New York, Vol. 9 (1879), 126-41.
3· Luis H. Aristizabal, “Las tres tazas: De Santafe a Bogotá, a través del cuadro
de costumbres”, Boletín Cultural y Bibliográfico, 25:16 (1988), 61-79.
4 Robert L. Gilmore y John R Harrison, “Juan Bernardo Elbers and the Intro­
duction of Steam Navigation on the Magdalena River”, HAHR, 28:3 (November
1948), 335-59; Frank Safford, “Commerce and Enterprise in Central Colombia,
1821-1870”, Ph.D. dissertation, Columbia University, 1965, 313-15; Luis Ospina
Vásquez, Industria y protection ¡en Colombia, 1810 a 1930 (Bogotá: Editorial
Santafe, 1955), 216.
'
5· Caspar Theodore Mollien, Viaje por la República de Colombia en 1823 (Bogo­
tá: Banco de la República, 1944), 197; Miguel Cañé, En viaje, 1881-1882 (París:
Gamier Hermanos, 1883), 139; John Steuart, Bogotá in 1836-7. Being a Narrative
o f an expedition to the Capital o f New Granada and a residence there o f eleven
months (New York: Harper & Brothers, 1838), 48; William Lindsay Scmggs, The
Colombian and Venezuelan Republics, 2a. ed. (Boston: Little, Brown, 1910), 64;
Alfred Hettner, La cordillera de Bogotá: resultados de viajes y estudios, trad, por
Ernesto Guhl (Bogotá: Banco de la República, 1956), 68; Clímaco Calderón y
Edward E. Britton, Colombia, 1893 (New York: Robert Sneider, 1894), 49.
6· Hettner, La cordillera de Bogotá, 67-68, 81, 92; Scmggs, The Colombian and
Venezuelan Republics, 68; Emst Rothlisberger, El Dorado: Estampas de viaje y
cultura de la Colombia suramericana (Bogotá: Banco de la República, 1963), 6667.
7· Peter Amato, “An Analysis of the Changing Patterns of Elite Residential
Locations in Bogotá, Colombia” Ph.D. dissertation, Cornell University, 1968;
Peter Amato, “Environmental Quality and Locational Behavior in a Latin Ameri­
can City”, Urban Affairs Quarterly, 5:1 (September 1969), 83-101. La distribución
espacial de las clases sociales en Bogotá sigue la norma de los modelos comunes a
la mayoría de ciudades latinoamericanas del momento. Ver Alejandro Fortes y
John Walton, Urban Latín America: The Political Condition from Above and Be­
low (Austin: University of Texas Press, 1976), 22-23; David J. Robinson, ed.,
Social Fabric and Spatial Structure in Colonial Latin America (Syracuse, NY:
Department of Geography, Syracuse University, 1979).
8· Juan Friedel y Michael Jiménez, “Colombia”, en The Urban Development o f
Latin America, 1750-1920, ed. por Richard M. Morse (Stanford, CA: Center for
Latin American Studies, Stanford University, 1971), 61-76; William Duane, A Visit
to Colombia, in the Years 1822 & 1823 (Philadelphia: Thomas H. Palmer, 1826),
464-65.
9· Richard E. Boyer y Keith A. Davies, Urbanization in 19th Century Latin
America: Statistics and Sources (Los Angeles: Latin American Center, 1973), 7, 9-
Artesanos y política en Bogotá
55
10,37-39,59-61; Rodney D. Anderson, “Race and Social Stratification: A Compa­
rison of Working-Class Spaniards, Indians, and Castas in Guadalajara, Mexico in
1821”, HAHR, 68:2 (May 1988), 215.
10· Douglas Butterworth y John K. Chance, Latin American Urbanization (New
York: Cambridge University Press, 1981), 109-10; Emilio Willems, “Social Diffe­
rentiation in Colonial Brazil”, Comparative Studies in Society and History, 12:1
(January 1970), 31-49; Rubén E. Reina, Paraná: Social Boundaries in an Argen­
tine City (Austin: University of Texas Press, 1973), 48-53; Andrew Hunter Whiteford, An Andean City at Mid-Century: A Traditional Urban Society (East Lan­
sing: Michigan State University, 1977), 100-243; Charles Wagley y Marvin Ha­
rris, “A Typology of Latin American Subcultures”, en The Latin American Tradi­
tion: Essays on Unity and Diversity o f Latin American Culture (New York: Colum­
bia University Press, 1968), 81-117.
1L Las clases de R. S. Neale incluyen: “(1) clase alta, aristocrática, terrateniente,
autoritaria, excluyente. (2) clase media, propietarios industriales y comerciales,
jefes militares y profesionales, aspirando a la aceptación por parte de la clase alta.
Deferente hacia la clase alta debido a esto y debido a la preocupación por la
propiedad y el logro de posiciones, pero individualizada o privatizada. (3) clase
intermedia, pequeña burguesía, aspirantes a profesionales, otros literatos y artesa­
nos. Individualizada o privatizada como la clase media, pero colectivamente menos
deferente y más interesada en quitar los privilegios y la autoridad a la clase alta, los
cuales, sin cambios radicales, ellos no pueden esperar en forma realista compartir.
(4) clase obrera A, proletariado industrial en las áreas fabriles, obreros en las
industrias domésticas, colectivista y no deferente y queriendo la intervención gu­
bernamental para que los proteja antes que para que los libere. (5) clase obrera B,
los obreros agrícolas, otros trabajadores urbanos no fabriles mal remunerados,
sirvientes domésticos, los pobres urbanos, la mayoría de las mujeres trabajadoras
en la servidumbre sean de clase obrera A o B, deferente y dependiente” (R. S.
Neale, Class and Ideology in the Nineteenth Century [London: R.K.R, 1972], 3033).
12· Anthony R Maingot, “Social Structure, Social Status, and Civil-Military Con­
flict in Urban Colombia, 1810-1858”, en Nineteenth-Century Cities: Essays in the
New Urban History, ed. por Stephan Themstrom y Richard Sennett (New Haven,
CT: Yale University Press, 1969), 297-355. Ver también, Torcuato S. Di Telia,
“The Dangerous Classes in Early Nineteenth Century Mexico”, JLAS, 5:1 (May
1973), 79-105.
13· Neale, Class and Ideology, 19-20.
14· José Escorcia, Sociedad y economía en el Valle del Cauca. Tomo III. Desarrollo
politico, social y económico, 1800-1854 (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1983),
45-75; José Escorcia, “La sociedad caleña en la primera mitad del siglo XIX”, en
Santiago de Cali —450 años de historia (Cali: Alcaldía de Santiago de Cali, 1981),
101-25.
15 De los varios censos de la ciudad en el siglo XIX, sólo las hojas manuscritas del
barrio Las Nieves recogidas durante el censo de 1851 han escapado a la pérdida o
la destrucción. Ningún censo del siglo XIX del Departamento de Cundinamarca
está disponible debido a la destrucción de estos documentos durante el 9 de abril de
1948. Los diversos datos recogidos por el gobierno municipal se perdieron al
56
David Sowell
incendiarse en 1903; sólo algunos archivos sobre muertes, publicados en un perió­
dico a finales de la década de 1880, quedan al investigador. La totalidad de la
información está disponible para los censos del siglo XX, pero a menudo sin una
descripción plena de las categorías de información.
El análisis de una de cada tres familias del barrio Las Nieves proviene de la base de
datos de 1851. Las muertes registradas por la alcaldía y publicadas en un periódico
proporcionan la información de 1888. Aproximadamente el 70 por ciento de las
muertes durante un periodo de quince meses fueron analizadas. Los datos de 1893
fueron sacados de un directorio comercial cortésmente proveído por el Dr. J. León
Helguera. Las ocupaciones comerciales y profesionales están claramente sobrestimadas, mientras que las actividades informales y de baja calificación están subre­
presentadas. Usé para todos los datos el misino esquema de categorización de la
calificación y la función para determinar los estratos profesionales, modificado por
algunas adaptaciones. Por ejemplo, incluí las parteras como profesionales. Quizás
arbitrariamente, la amplia gama de actividades de costura de las mujeres fue clasi­
ficada como no calificada. Los códigos de clasificación están disponibles con el
autor.
16. El sector masculino del artesanado cJe San José y Cartago, Costa Rica, fue de
25.8 a 30.3 por ciento, respectivamente, en la década de 1840. Lowell Gudmundson, Costa Rica Befare Coffee: Society andEconomy on the Eve o f the Export Boom
(Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1986), 37. En Ciudad de México
en 1849, la cifra fue del 38 por ciento. Frederick J. Shaw, “The Artisan in México
City (1824-1853)”, en El trabajo y los trabajadores en la historia de México, ed.
por Elsa Cecilia Frost, Michael C. Meyer y Josefina Zoraida Vásquez (México
DF: El Colegio de México, 1979), 400. Ver también James R. Scobie, Secondary
Ciñes o f Argentina: The Social History o f Corrientes, Salta, and Mendoza, 18501910, completado y editado por Samuel'L. Baily (Stanford, CA: Stanford Univer­
sity Press, 1988), 187; Femando H. Cardoso y José Luis Reyna, “Industrialization, Occupational Structure, and Social Stratification in Latín America”, en Constructive Change in Latin America, ed. por Colé Blasier (Pittsburgh: University of
Pittsburgh Press, 1968), 24; Alan Middleton, “División and Cohesión in the Working Class: Artisans and Wage Labourers in Ecuador”, JLAS, 14:1 (May 1982),
171-94; y Donald B. Keesing, “Structural Change Early in Development: México’s
Changing Industrial and Occupational Structure from 1895 to 1950”, Journal o f
Economic History, 29:4 (December 1969), 726-30.
17· Steuart, Bogotá in 1836-7,154-57. Scobie insiste en que las ciudades interiores
de Argentina mostraban sólo dos clases sociales, la gente decente y la gente del
pueblo, las cuales estaban divididas de acuerdo al entorno familiar. Scobie, Secon­
dary Ciñes o f Argentina, 140.
18· Rothlisberger, El Dorado, 93-96, 103; Hettner, La cordillera de Bogotá, l i ­
l i , 91.
19 Francisco Silvestre, Descripción del Reyno de Santa Fe de Bogotá escrita en
1789por D. Francisco Silvestre, secretario quefue del virreinato y antiguo governador de la provincia deAntioquia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
1968), 33.
20· Cañé, En viaje, 158; Hettner, La cordillera de Bogotá, 72-74, 77; Isaac F.
Holton, New Granada: Twenty Months in the Andes (New York: Harper & Bro-
Artesanos y política en Bogotá
57
thers, Publishers, 1857), 162-63; Scruggs, The Colombian and Venezuela Repu­
blics, 66, 109.
21· República de Colombia, Censo de población de la República de Colombia
levantado el 14 de octubre de 1918 y aprobado el 19 de septiembre de 1921 por la
ley N° 8 del mismo año (Bogotá: Imprenta Nacional, 1921), 251.
22· Diccionario de la lengua Castellana (Madrid: Imprenta Francisco del Hierro,
424.
Oxford English Dictionary, 13 vols. (Oxford: Oxford, Clarendon Press,
1978) , 1,475.
24· El Núcleo, 1858.
25· Karl Marx, The Communist Manifesto o f Karl Marx and Frederick Engels
(New York: Russell and Russell, 1963), 122; Michael Hanagan, “Artisan and
Skilled Worker: The Problem of Definition”, ILWCH, N° 12 (November 1977), 28.
26. Eric Hobsbawm, Workers: Worlds o f Labor (New York: Pantheon Books,
1984); Eric Hobsbawm, “Artisans or Labour Aristocrats?” Economic History Re­
view, 2d series, 37:3 (August 1984), 355-72.
27 Para una discusión semej ante sobre una clasificación ocupacional en Argentina,
ver Mark D. Szuchman y Eugene F. Sofer, “The State of Occupational Stratifica­
tion Studies in Argentina: A Classificatory Scheme”, LARR, 11:1 (1976), 159-71.
El origen de este modelo es Michael B. Katz, The People o f Hamilton, Canada
West: Family and Class in a Mid-Nineteenth-Century City (Cambridge, MA: Har­
vard University Press, 1975), esp. 343-48. Para Estados Unidos, ver David Mont­
gomery, Workers ’ Control in America (New York: Cambridge University Press,
1979) , y The Fall o f the House o f Labor: The Workplace, the State, and American
Labor Activism, 1865-1925 (New York: Cambridge University Press, 1987).
28· Howard B. Rock, Artisans o f the New Republic: The Tradesmen o f New York
City in the Age o f Jefferson (New York: New York University Press, 1979), 9.
29· E. P. Thompson, The Making o f the English Working Class (New York: Vinta­
ge Books, 1963), 9-10.
30· La Alianza, Octubre 20, 1866; Enero 23, Febrero 3, 1868.
31· Francisco Robledo, “Ynstrucción de gremios en gral. Pa todos oficios aprobada
por el Exmo Sor. Virrey del Rno. Siguense a ella quantos papeles y providens se
han creado en el asunto”, Revista del Archivo Nacional, N°s. 10-11 (OctubreNoviembre 1936), 13-37.
32· David Bushnell, The Santander Regime in Gran Colombia (Newark: Univer­
sity of Delaware), 130.
33· El Núcleo, 1858. Las ediciones del periódico no fueron fechadas.
34· La Bandera Tricolor, Julio 16, 1826.
35· El Tiempo, Mayo 13, 1858.
36· El Núcleo, 1858; La Alianza, Diciembre 10, 1866.
37· El Concurso Nacional, Octubre 12, 1908.
38· Felipe Pérez, Geografía general física y política de los Estados Unidos de
Colombia y geografía particular de la ciudad de Bogotá (Bogotá: Imprenta de
Echeverría Hermanos, 1883), 400-404,416-20.
39· Los Hechos, Junio 18, 1904.
40· El Tiempo, Marzo 27, 1914.
41· Sean Wilentz, Chants Democratic: New York City and the Rise o f the American
Working Class (New York: Oxford University Press, 1984), 107-42.
58
David Sowell
42· Diario de Cundinamarca, Julio 28, 1874.
43· El Tiempo, Marzo 27, 1914.
44 La Alianza, Junio 14, 1867.
45 La Alianza, Agosto 1, 1867; E l Pueblo, Julio 13, 1867.
46· El Artesano, Junio 13, 1897.
47· El Correo Nacional, Julio 8,1904. Sobre la tentativa de instaurar el taylorismo
en la mentalidad colombiana, ver Alberto Mayor Mora, Etica, trabajo y producti­
vidad en Antioquia: Una interpretación sociológica sobre la influencia de la Es­
cuela Nacional de Minas de la vida, costumbres e industrialización regionales, 2a.
ed. (Bogotá: Editorial Tercer Mundo, 1985).
48 La República, Octubre 9, 1867.
49 El Faro, Enero 26, 1906.
50 Thompson, The Making o f the English Working Class, 9-10; Peter Winn,
Weavers o f Revolution: The Yarur Workers and Chile s Road to Socialism (New
York: Oxford University Press, 1986), 85.
51 La Alianza, Diciembre 10, 1866. Los dueños de taller, que en el temprano
periodo nacional de Guadalajara, México, fueron distinguidos con el honorífico
“Don”, podrían haber ocupado bien un estatus social similar, aunque el débil
sistema colonial de gremios en Colombia sugiere que tales distinciones pueden
haber sido menos importantes en Bogotá. Ver Anderson, “Race and Social Stratifi­
cation: A Comparison of Working-Class Spaniards, Indians, and Castas in Guada­
lajara, Mexico, in 1821”, HAHR, 68:20 (May 1988), 233-44.
52· Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, The Colonial Heritage o f Latin America
(New York: Oxford University Press, 1970); D.C.M. Platt, “Dependency in Nine­
teenth Century Latin America: An Historian Objects”, LARR, 15:1 (1980), 11330; Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, “Comment”, LARR, 15:1 (1980), 131-46;
D.C.M. Platt, “Reply”, LARR, 15:1 (1980), 147-50; Joseph L. Love, “The Origins
of Dependency Analysis”, JLAS, 22:1 (1990), 143-68.
53· José Antonio Ocampo, Colombiay la economía mundial, 1830-1910 (Bogotá:
Siglo Veintiuno Editores, 1984); Bushnell, The Santander Regime, 78-81; William
Paul McGreevey, An Economic History o f Colombia, 1845-1930 (Cambridge: Cam­
bridge University Press, 1971), 39; Ospina Vásquez, Industria y protección, 127;
Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia (Bogo­
tá: Editorial Viento del Pueblo, 1975), passim; Anthony McFarlane, “The Transi­
tion from Colonialism in Colombia, 1819-18 75”, en Latin America, Economic
Imperialism and the State: The Political Economy o f the External Connection from
Independence to the Present, ed. por Christopher Abel y Colin M. Lewis (London:
Athlone Press, 1985), 101-24.
54· McGreevey (An Economic History o f Colombia, 1-5) en particular favorece
este término para sugerir la continuidad esencial en el periodo Republicano de los
patrones económicos españoles establecidos por los reformadores Borbónicos.
55· Bushnell, The Santander Regime, 78-81; McGreevey, An Economic History o f
Colombia, 39; Ospina Vásquez, Industria y protección, 88-102, 127; Nieto Arteta,
Economía y cultura, passim.
56 El grado en que estos aranceles protegieron realmente los oficios nativos está
en disputa. Ospina Vásquez sugiere que la tasa arancelaria protegió eficazmente la
producción del artesano nativo de la competencia extranjera. Safford, sin embargo,
Artesanos y política en Bogotá
59
insiste en que los artesanos, sobre todo aquellos que produjeron bienes de consu­
mo (zapatos, vestido, etc.) padecieron el impacto de la producción extranjera
incluso bajo las tasas moderadamente proteccionistas en los años anteriores a
1847. Ningún estudioso basa su concepto sobre mucho más que una opinión
informada, por lo que la resolución de esta pregunta debe esperar datos más sus­
tanciales. Podemos notar, sin embargo, que los artesanos expresaron pocas quejas
sobre las políticas arancelarias durante los años anteriores a la aprobación de la ley
del arancel de 1847. Después de esto, los artesanos reflexionaron a menudo con
nostalgia sobre la estructura arancelaria Neo-borbónica, sugiriendo que ellos se
habían sentido por lo menos protegidos. Ospina Vásquez, Industria y protección,
172; Safford, “Commerce and Enterprise”, 77,150-51.
57· McGreevey, An Economic History o f Colombia, 33.
58· Ospina Vásquez, Industria y protección, 76-78.
59 José Manuel Restrepo, Diario político y militar, 4 vols. (Bogotá: Imprenta
Nacional, 1954), II, 275.
60· Ospina Vásquez, Industria y protección, 152-53,164; Nieto Arteta, Economía
y cultura, 198; Malcolm Deas, “The Fiscal Problems of Nineteenth-Century Co­
lombia”, JLAS, 14:2 (November 1982), 288,
61· Safford, “Commerce and Enterprise”, 17-18.
62· Ospina Vásquez, Industria y protección, 91-92.
63· Safford, “Commerce and Enterprise”, 9-10,102-5; Frank Safford, The Ideal o f
the Practical: Colombia s Struggle to Form a Technical Elite (Austin: University
of Texas Press, 1976), 26.
64· Steuart, Bogota in 1836-7, 145; Duane, A Visit to Colombia, 476.
65· Mario Arango Jaramillo, Judas Tadeo Landínezy la primera bancarrota co­
lombiana (1842) (Medellin: Ediciones Hombre Nuevo, 1981); Safford, “Commer­
ce and Enterprise”, 68-80; Safford, The Ideal o f the Practical, 71-77; Ospina Vás­
quez, Industria y protección, 145; José Manuel Restrepo, Diario político y militar.
Memorias sobre los sucesos importantes de la época para servir a la historia de la
Revolución de Colombia y la Nueva Granada, desde 1819 para adelante, 4 vols.
(Bogotá: Editorial El Catolicismo, 1963), II, 283-84.
66· Jorge Orlando Meló, “La economía neogranadina en la cuarta década del siglo
XIX”, Universidad Nacional de Colombia, Medellin, 2:3 (Mayo-Diciembre 1976),
52-63.
67 Ospina Vásquez, Industria y protección, 161-84; Safford, “Commerce and
Enterprise”, 157-72.
68 Ospina Vásquez, Industria y protección, 17; Safford, “Commerce and Enter­
prise”, 157-66; Victoria Peralta de Ferreira, “Historia del fracaso de la ferrería de
Samacá”, Universitas Humanística, N° 24 (Julio-Diciembre 1985), 12.
69. Safford, “Commerce and Enterprise”, 164-72; Ospina Vásquez, Industria y
protección, 167-68,176, 182.
70· Ospina Vásquez, Industria y protección, 180-84; Safford, “Commerce and
Enterprise”, 179; Safford, The Ideal o f the Practical, 43; Arango Jaramillo, Prime­
ra bancarrota, 188-90.
71 AC, Cámara, Informes de comisiones, 1836, VIII, 156-59r; Frank Safford,
“The Emergence of Economic Liberalism in Colombia, 1821-1870”, en Guiding the
Invisible Hand: Economic Liberalism and the State in Latin American History, ed.
por Joseph L. Love y Nils Jacobsen (New York: Praeger, 1988), 45.
6O
David Sowell
72 La confusión de las múltiples monedas, por ejemplo, estuvo expresada por el
abandono del viejo peso de ocho reales en favor de una plata real basada en décimos
y un peso fuerte compuesto de diez reales, un sistema que entró en vigor en 1853.
73· Ospina Vásquez, Industria y protección, 211.
74· David Bushnell, “Two Stages of Colombian Tariff Policy: The Radical Era and
Retumto Protection (1861-1885)”, Inter-American Economic AJfairs, 9:4 (Spring
1956), 5-7.
75· Memoria de hacienda, 1859, citado en McGreevey, An Economic History o f
Colombia, 86.
76 Safford, “Commerce and Enterprise”, 255.
77 Miguel Samper, La miseria en Bogotá y otros escritos (Bogotá: Biblioteca
Universitaria de Cultura Colombiana, 1969), passim; Ospina Vásquez, Industria y
protección, 228; El Neo-Granadino, Abril 9, 1857.
78· La Opinión, Octubre 14, 1863, Octubre 12, 1864, Enero 4, 1865.
79· Samper, La miseria en Bogotá, 9, 11.
80· La República, Octubre 9, 1867.
81 En numerosas ocasiones, el eslogan “Abajo los agiotistas” estuvo asociado con
los artesanos. Agiotistas eran los prestamistas de dinefo que compraban los bonos
gubernamentales emitidos a los individuos en reembolso por los préstamos forzo­
sos durante el tiempo de guerra o como compensación por otfas deudas. En ausen­
cia de otras fuentes de crédito, el especulador jugaba un papel importante en la
economía local. Ver Deas, “Fiscal Problems”, 318-20; Safford, “Commerce and
Enterprise”, 56-57.
82· David Sowell, “La Caja de Ahorros de Bogotá, 1845-65: Credit, Development, and Savings in Early National Colombia”, ensayo no publicado.
¿3· Diario de Cundinamarca, Junio 21, 1877.
\ 8^ J También fueron fundadas en la década de 1870 la planta de Chocolate Cháves,
un laboratorio de quinina, así como pequeñas industrias para producir velas, jabón
y perfumes. La América, Abril 9, 1874; Ospina Vásquez, Industria y protección,
264-69.
Las mujeres ganaron de dos a siete pesos por semana, dependiendo de su
rendimiento. Ospina Vásquez, Industria y protección, 310, 314; El Criterio, Junio
4, 1883; La Crónica, Septiembre 21, 1898, Agosto 12, 1899; El Diario Nacional,
Julio 27, 1918; Las Noticias, Septiembre 23, 1889.
86 José Antonio Ocampo, “Comerciantes, artesanos y política económica en
Colombia, 1830-1880”, Boletín Cultural y Bibliográfico 21-22 (1990), 21-45.
87· Ospina Vásquez, Industria y protección, 278-323; Darío Bustamante Roldán,
“Efectos económicos del papel moneda durante la regeneración”, Cuadernos Co­
lombianos, 1:4 (1974), 561-660.
88· Salomón Kalmanovitz, “Los orígenes de la industrialización en Colombia (18901929)”, Cuadernos de Economía, 2a época, 5 (1983), 87.
89· Ospina Vásquez, Industria y protección, 300-307, 334-44.
90· Ospina Vásquez, Industria y protección, 313; La Patria, Junio 22, 1894; El
Correo Nacional, Julio 8, Octubre 17, 1904; El Yunque, Mayo 6 1906.
91· Ospina Vásquez, Industria y protección, 303-4; El Yunque, Mayo 6, 1906; El
Telegrama, Febrero 14, 1895.
Capítulo II
Cultura política colombiana
Am brosio López, fundador de la Sociedad D em ocrática
de Bogotá. D ibujo de J. M. Espinosa.
El forcejeo por el poder político entre los miembros de los par­
tidos Conservador y Liberal definió la cultura política de Colombia
en un momento temprano de su existencia nacional. Eduardo Santa
planteó hace una generación que los colombianos nacen con las eti­
quetas de los partidos en sus cordones umbilicales; una alusión a la
intensidad de la identificación partidista1. De los pequeños pueblos a
la sociedad nacional, la política partidista bifurcó la sociedad colom­
biana en modelos que han durado por generaciones. Esta cultura
política modeló el siglo XIX en Colombia en sentido negativo y posi­
tivo. La competencia partidista contribuyó a la endémica violencia
política y a continuos conflictos en los niveles local, regional y nacio­
nal. Sin embargo, la tradición democrática de Colombia, una de las
más viejas en América Latina, está en gran parte sostenida por
modelos históricos de movilización partidista. Las fuertes afiliacio­
nes a los partidos, junto con las profundas identidades regionales,
significaron que, al contrario de muchas otras naciones latinoameri­
canas, ningún grupo colombiano podía monopolizar el poder. Los
orígenes de los partidos Conservador y Liberal, la magnitud de sus
divisiones programáticas y los factores que modelaron su evolución
en el siglo XIX son temas de intensos debates de carácter recurren­
te2. Las discusiones acerca del grado de influencia de las variables
socioeconómicas o regionales sobre la formación de los partidos son
particularmente acaloradas. Estos puntos de disputa se relacionan
directamente con las interpretaciones de la actividad política de los
artesanos colombianos.
Un distinguido grupo de científicos sociales traza los orígenes
de los partidos Conservador y Liberal a partir de las posiciones so­
cioeconómicas de sus fundadores3. Luis Eduardo Nieto Arteta, el
más temprano defensor de esta interpretación, afirma que los gru­
pos sociales reaccionarios, los cuales incluían a los grandes hacen­
dados y a las comunidades religiosas propietarias de tierras se es­
forzaron por mantener las instituciones coloniales, pues así prote­
gían sus privilegiadas posiciones económicas, políticas y sociales.
64
David Sowell
Estos grupos se unieron a finales de la década de 1840 en el partido
Conservador para conjurar los sentimientos anticoloniales de comer­
ciantes, artesanos, esclavos y pequeños agricultores. Los esfuerzos
desarrollados en la década de 1820 así como en la de 1840 por re­
formar los remanentes de las estructuras institucionales coloniales,
galvanizarían este último grupo en el partido Liberal4.
Charles W. Bergquist sostiene que las tendencias económicas
de largo plazo, interpretadas a través de la perspectiva de la teoría
de la dependencia, modifican fundamentalmente este guión de terratenientes/comerciantes, aunque retiene la primacía de los intere­
ses económicos en la formación dé los partidos. Primero en Café y
conflicto en Colombia y luego en Los trabajadores en la historia
latinoamericana, Bergquist sostiene que los intereses económicos,
sobre todo cuando ellos tenían relación pon el sector exportador,
modificaron el desarrollo de las clases sociales y su trayectoria polí­
tica. Bergquist se concentra en el periodo de finales del siglo XIX,
cuando el café surgió como el principal producto de exportación. En
un análisis retrospectivo, Bergquist plantea que los intereses agroexportadores y mercantiles dominaron en el partido Liberal luego de
la década de 1840. Después de ese periodo, los “divergentes intere­
ses económicos” que se desarrollaron en el curso del siglo XIX,
principalmente alrededor del fracaso del tabaco, el crecimiento de la
producción de café y la persistencia de los intereses agrícolas tradi­
cionales, dieron forma a las distintas “posiciones filosóficas y pro­
gramáticas” de la clase alta colombiana, divisiones que él encuentra
en los enfrentados programas de economía política. Los grupos a
favor de las exportaciones, según su análisis, sufrieron bajo las res­
trictivas políticas fiscal y económica de la Regeneración de Miguel
Antonio Caro, y sólo encontraron aliados políticos en el gobierno de
Rafael Reyes, quien promulgó políticas que duraron hasta la Depre­
sión de los años treinta. Intereses económicos e ideologías enfrenta­
das son visibles, según Bergquist, en la disputa política de finales del
siglo XIX, especialmente antes de la Guerra de los Mil Días5.
Un grupo creciente de regionalistas objetan estas interpretacio­
nes. Helen Delpar y James William Park muestran los múltiples fac­
tores no económicos que ayudaron a constituir los alineamientos
partidistas, la mayoría de los cuales pueden remontarse a diferen­
cias regionales6. Estos estudiosos utilizan la tesis de Frank Safford
de que el acceso a las instituciones de poder a principios del periodo
Artesanos y política en Bogotá
65
nacional sirvió como principal determinante de la alineación partidis­
ta, una interpretación que es sensible a las estructuras geográficas y
sociales que apuntalan las redes de poder regionales. El poder insti­
tucional favoreció algunas regiones sobre otras; la proximidad a los
centros coloniales de poder educativo, político o eclesiástico dio for­
ma a una orientación Conservadora dirigida a mantener institucio­
nes que reforzaran las “oportunidades de vida” de aquella. Recípro­
camente, las personas de aquellas regiones localizadas a una distan­
cia mayor de los centros de poder, tenían más probabilidad de ser
Liberales, y favorecer reformas que pudieran reforzar su acceso al
poder7. Los trabajos de Safford derrumban la supuesta distinción
entre comerciantes, hacendados y profesionales que sostiene las in­
terpretaciones socioeconómicas, señalando que la mayoría de los
miembros de la elite tuvieron diversas identidades profesionales du­
rante sus vidas. Así como en el temprano Brasil imperial, Conserva­
dores y Liberales provenían de los mismos grupos sociales y a me­
nudo tomaron posiciones opuestas sobre los problemas debido a ra­
zones distintas a las de clase8.
Esto explica la ausencia general de conflicto ideológico entre
los Liberales y los Conservadores colombianos. Por lo que se refie­
re a la estructura política, pocos funcionarios cuestionaron la natura­
leza teóricamente contractual del gobierno o el concepto de sobera­
nía popular, aunque la determinación de la cantidad de ciudadanos
activos generó alguna discordancia, así como el grado de fuerza que
necesitaba la autoridad central para compensar la ignorancia de las
masas -o los buscadores de poder regional. Nadie, por lo menos
después del declive de la facción bolivariana en la década de 1830,
pensó en serio en una aristocracia. Ambos partidos desconfiaron del
ejército como institución, pero no hasta el punto de rechazar la ayu­
da a su causa proveniente de líderes militares. En general, la política
económica generó pocas disputas en la primera generación política.
Las apreciaciones divergentes -realista contra optimista-de la si­
tuación fiscal del gobierno, efectivamente promovió más discusión
que el problema de qué orientación económica era apropiada para el
Estado. Así, las reformas económicas liberales, iniciadas en 1845
bajo el nominalmente Conservador Tomás Cipriano de Mosquera,
obtuvieron el apoyo de la mayoría de los representantes en el Con­
greso, un consenso que socava el análisis de Nieto Arteta9.
66
David Sowell
Liberales y Conservadores sólo divergieron ante los problemas
programáticos de las relaciones iglesia-Estado y las cuestiones de
bienestar social. Según Jaime Jaramillo Uribe, los Conservadores
tendieron a sostener una visión corporativa del mundo que daba un
rol social fundamental a la iglesia. La filosofía corporativa subordi­
naba el individuo a la iglesia, la cual encamaba y protegía la morali­
dad universal. Los tradicionalistas sostuvieron que, como la morali­
dad era una parte inherente del ser humano, los individuos nunca
podrían comprender racionalmente la moralidad en su plenitud. La
religión abarcaba su totalidad, y la iglesia actuaba como el guardián
del conocimiento moral. Los Liberales, por contraste, tendían a ad­
herir a una filosofía atomista, considerando que los individuos podían
determinar la moralidad de sus acciones sin la ayuda de la iglesia.
Estos opuestos sistemas filosóficos llevaron directamente a disputas
con respecto a la adecuada función sqcial de la iglesia. Estrecha­
mente relacionado con este problema estaba el papel de la Compa­
ñía de Jesús/Los Conservadores valoraban mucho a los jesuítas
como luminarias que servían para mantener y expandir el rol saluda­
ble de la iglesia. La educación, como corolario de la cuestión religio­
sa, engendró considerable discordancia. El Plan Educativo de San­
tander de 1826, basado en las enseñanzas benthamistas, fue recha­
zado con firmeza por los políticos posteriormente identificados con
el partido Conservador, tanto en ese momento como luego, cuando
Santander intentó reavivar el plan desde el gobierno de la Nueva
Granada. Cuando los Conservadores ganaron la Guerra de los Su­
premos (1839-42), Mariano Ospina Rodríguez emitió rápidamente
un plan educativo informado por las normas más tradicionales. El
proceso de reforma educativo de 1870 causó por lo tanto una con­
moción similar10/
Los Liberales argumentaban que las instituciones educativas
impuestas por las autoridades eclesiásticas impedían al individuo
madurar hasta el punto de su legítima autodeterminación. No sor­
prende que el utilitarismo de Jeremy Bentham haya dominado el
enfoque filosófico de la primera generación de Liberales11. La se­
gunda generación estuvo aún más comprometida con una ideología
individualista. José María Samper definió el laissez-faire como el
sistema de legislación que “aspira a fundar la autonomía individual
exclusiva, limitando la acción del gobierno a la simple función de dar
seguridad, reprimir la violencia contra todo derecho e impartir justi-
Artesanos y política en Bogotá
61
cia”12. Resulta significativo que la economía y la filosofía política
liberal, construidas por los hombres de ambos partidos, dominaron
los años posteriores a 1846, cuando la administración de Tomás Ci­
priano de Mosquera abrió el periodo de las Reformas Liberales.
Las reflexiones de Jaramillo Uribe sobre las influencias gene­
racionales ayudan a comprender a los políticos colombianos del siglo
XIX.13El afirma que las mentalidades tradicional o benthamista que
formaron la “generación de independencia” terminaron en disputas
sobre la educación y la iglesia, aunque el deseo de moldear una
nación unida moderó estas disensiones. Una segunda generación,
nutrida en los escritos de los Románticos y menos inchjjada al com­
promiso, llegó al poder a finales de la década de 1840. Los liberales
más apasionados del momento fueron denominados Gólgotas a co­
mienzos de la década de 1850 y Radicales después de 18551^M ientras que los Liberales dominaron la escena política con pocas ex­
cepciones hasta la década de 1870, los Conservadores asumieron el
papel de opositores no siempre leales. Algunos líderes importantes
de la generación liberal de 1849 sufrieron transformaciones políticas
notables. Núñez y José María Samper, por ejemplo, empezaron sus
vidas políticas como Gólgotas confesos, moderaron sus opiniones en
el decenio de 1860, juntos lideraron a los Liberales Independientes
una década más tarde, y se proclamaron Nacionalistas en los años
188015. Este movimiento alejando al Liberalismo extremo del apego
idealista ocurrió simultáneamente con el rápido declive de la influen­
cia política de la Generación de 1849.
Las deficiencias del Liberalismo estimularon una respuesta prag­
mática que fue evidente en la tercera generación y en la Constitu­
ción de 1886. La adaptación de los políticos luego de la década de
1870 colma, hasta cierto punto, el espacio analítico entre los defen­
sores de las escuelas socioeconómica y regional. La política econó­
mica del laissez-faire no había producido una bonanza exportadora
que sostuviera el desarrollo económico, ni había muchos individuos
que se sintieran cómodos con la ausencia de la iglesia como media­
dor social. Durante la Regeneración, que empezó en la década de
1880 y duró hasta la de 1910, las coaliciones intentaron producir una
estructura política eficaz que impidiera el derramamiento de sangre
de los años anteriores. Los políticos, primero del partido Nacional de
Rafael Núñez, José María Samper y Miguel Antonio Caro, luego del
quinquenio de Rafael Reyes, y por último de la Unión Republicana
68
David Sowell
ilustran el incremento de la tendencia hacia la cooperación en esta
generación (La feroz lucha del periodo indica, sin embargo, que los
coalicionistas no eran de ninguna manera los únicos actores políticos
durante estos años). Lentamente surgió entre los partidos el consen­
so acerca de la necesidad de un gobierno central más fuerte y de la
intervención estatal directa en la política económica, sobre todo para
estimular la expansión de la agricultura del café.
Así como los problemas que separaron a los partidos, que no
están claramente definidos, así también algunos individuos son difí­
ciles de situar en un campo político determinado. El General José
María Obando, identificado como un Liberal santanderista después
de 1832, dividió las filas de los leales a Santander con su candidatura
presidencial de 1836 y ayudó a precipitar la Guerra de los Supremos
con su apoyo a los conventos menores en 1839, sólo para ser deste­
rrado luego de su derrota. Regresando como un héroe liberal en
1849, encabezó nominalmente el moderado sector Draconiano del
partido Liberal, que contribuyó a una revuelta importante contra el
reformismo radical de los Gólgotas Liberales y los Conservadores
en 1854. De otra parte, el General Tomás Cipriano de Mosquera,
aunque fue identificado como un Conservador, su candidatura presi­
dencial de 1844 y la administración subsecuente hicieron resquebrajar al naciente partido Conservador. En 1857 disputó la presidencia
como cabeza del partido Nacional y dos años después dirigió la re­
vuelta Liberal contra el gobierno Conservador, aunque después de la
Convención de Rionegro de 1863 mantuvo amargas desavenencias
con la facción Radical del partido Liberal. En 1867 impuso una dic­
tadura efímera sobre el Congreso Radical y en 1869 estaba de nue­
vo en coalición con los Conservadores. Mosquera y Obando fueron
más personalistas que partidistas en su acercamiento al poder. Oban­
do tenía amplio apoyo entre los sectores populares, sobre todo en las
regiones suroccidentales del país, y contaba igualmente con una red
fuerte de clientes. El soporte militar y las orientaciones populistas de
ambos generales podrían hacerles merecer su clasificación como
caudillos, pero de una variante colombiana particular. En todo caso,
está claro que cualquier comprensión de la historia colombiana ante­
rior a 1870 debe tomar en consideración el personalismo y el carisma de ciertos líderes militares.
Hombres como Núñez frecuentemente fundaron terceros par­
tidos para expresar más independientemente sus propias creencias.
Artesanos y política en Bogotá
69
Sin embargo, la mayoría de los terceros, y de vez en cuando cuartos
partidos, generalmente tomaron tanto la membresía como las posi­
ciones ideológicas de las agrupaciones dominantes. Como el partido
Nacional de Núñez, estas alianzas podían volverse ellas mismas po­
derosas fuerzas políticas. Más frecuentemente, como el partido
Nacional de Mosquera, su impacto fue efímero y sus líderes retro­
cedieron rápidamente a los pliegues de uno de los dos partidos. Los
terceros partidos son un componente subestimado de la cultura polí­
tica de Colombia. Ellos forzaron frecuentemente a los partidos do­
minantes o a aceptar en sus filas a los líderes terceristas, o a unirse
para reprimir a los retadores terceristas y así mantener el control
Conservador/Liberal del aparato político.
El forcejeo entre los partidos ofreció a los artesanos y a otros
una oportunidad limitada de obtener una voz formal dentro del régi­
men político. Las elites necesitaban clientes en su forcejeo por el
poder. En las áreas rurales, la búsqueda de clientela llevó a los jefes
locales (tanto laicos como eclesiásticos) a crear enclaves Liberales
y Conservadores autoperpetuados que han existido hasta el presen­
te16. En los centros urbanos más grandes, el establecimiento de rela­
ciones de clientelismo generó un reclutamiento más competitivo. Los
esfuerzos de la elite por movilizar el apoyo popular para sus luchas
partidistas estimuló en primer lugar la participación de grupos distin­
tos a las elites en el proceso político. Los artesanos y otros grupos
sociales intermedios fueron, debido a su estatus como votantes17, los
principales objetivos de los partidos y facciones que intentaban ex­
tender su apoyo popular. Patrones y clientes operaron en una rela­
ción bidireccional que de vez en cuando permitió a grupos no perte­
necientes a las elites, como los artesanos, la oportunidad de articular
sus intereses particulares.
Bajo condiciones especiales, las relaciones patrón-cliente per­
mitieron un cierto grado de movilidad económica y social a grupos
no pertenecientes a las elites. El principal ejemplo es el de Ambrosio
López, nacido en 1809, hijo de Jerónimo López, quien fuera sastre al
servicio del virrey, y de Rosa Pinzón, que hacía chicha, y de quienes
adquirió ambas habilidades. Colocado de aprendiz como sastre,
Ambrosio se unió al ejército en 1823, sirviendo durante cuatro años,
tiempo durante el cual él mismo proclamó que el “Progresista” San­
tander se había vuelto su “protector.” Ambrosio tuvo una carrera
variada luego del 25 de septiembre de 1828, fecha del atentado con-
7O
David Sowell
tra Bolívar (presuntamente dirigido por Santander), sirviendo en la
Guardia Nacional y ligado al comercio — sobre todo en la produc­
ción de aguardiente— en la década de 1830. En la Guerra de los
Supremos abandonó la causa Progresista para hacerse juez, alcalde
y capitán en la Guardia durante las presidencias Conservadoras de
la década de 1840. Tomó parte activa en la Sociedad de Artesanos,
dejando la organización sólo en 1851. En la revuelta del General
José María Meló en 1854 contra la Constitución liberal de 1853,
Ambrosio apoyó a Mosquera por lo que fue premiado con la posi­
ción de director de aguas en la capital durante gran parte de la déca­
da de 1860. Hacia el fin de esa década sus habilidades en la produc­
ción de aguardiente le ganaron un trabajo en la destilería de los her­
manos Samper, Los Tres Puentes. Cuando en 1881 murió, el Diario
de Cundinamarca lo catalogó como un Conservador de toda la vida,
aunque una vez Ambrosio se había llamado a sí mismo un Conser­
vador Liberal. El hijo de Ambrosio, Pedro,/se hizo un banquero im­
portante a través de la conexión de su padre con Samper, y su nieto,
Alfonso López Pumarejo, fue presidente del país durante el decenio
de 1930.18 Pese a que durante toda su vida Ambrosio se identificó
como sastre, su ascenso está relacionado con sus habilidades políti­
cas y sus conexiones. Primero con Santander, luego con Mosquera
y finalmente con la familia Samper, Ambrosio trabajó su ascenso en
la escala social, dejando bien posicionada a su familia. Aunque el
caso de Ambrosio López es único, él ilustra los caminos por los
cuales las clientelas políticas se procuraron oportunidades para la
movilidad social.
En el periodo nacional temprano, debido a la cultura política
colombiana, el artesano urbano estuvo más orientado hacia la políti­
ca que sus colegas europeos, pero menos que sus equivalentes en
los Estados Unidos en ese momento. Los artesanos estuvieron en la
vanguardia del forcejeo político por la independencia de Estados
Unidos y continuaron jugando un papel importante en la política ur­
bana hasta mediados del siglo XIX19. Los artesanos colombianos en
cambio tuvieron un papel político menos significativo en su movi­
miento de independencia, pero la aceptación general de los princi­
pios republicanos (aunque no siempre su práctica) los integró rápi­
damente en las redes de políticos urbanos. La actividad política de
los artesanos fue particularmente importante en el periodo formativo de la cultura política colombiana. El mismo modelo es visible en
Artesanos y política en Bogotá
11
otras naciones latinoamericanas a una escala limitada. Por contras­
te, el rechazo del republicanismo en la Restauración Europea (salvo
en forma atenuada en Inglaterra) negó a los artesanos una expre­
sión formal en los regímenes políticos europeos, en un momento en
el que estaban cambiando los modelos económicos, lo cual sometió
a los artesanos a presiones extremas. El papel político de los artesa­
nos europeos tendió a ser más explosivo, sobre todo en los levanta­
mientos de 1830 y las revoluciones de 1848, y más directamente
vinculado a los problemas socioeconómicos.
Reclutamiento popular y formación de la cultura
política colombiana
La visión de una Gran Colombia que mantendría la unidad de
Colombia, Ecuador y Venezuela se marchitó a finales de la década
de 1820, cuando el mismo liderazgo carismático y poderoso de Si­
món Bolívar se demostró incapaz de mantener a raya las presiones
hacia la autonomía regional. La propensión dictatorial de Bolívar,
además, generó antagonistas poderosos que, en la noche del 25 de
septiembre de 1828, intentaron asesinarlo.20 Aunque nunca se de­
mostró que el Vicepresidente Francisco de Paula Santander hubiera
tomado parte en la conspiración, fue acusado del crimen y senten­
ciado a muerte, una pena que fue conmutada por el destierro. La
muerte de Bolívar a finales de 1830 señaló el colapso perdurable de
la Gran Colombia y, luego de unos meses de guerra civil, la creación
de la República de la Nueva Granada. Santander volvió del destierro
en 1832 para posesionarse como el primer presidente de la Nueva
Granada.
La Constitución granadina de 1832 estableció un sistema mo­
deradamente centralizado de gobierno. Los gobiernos locales y re­
gionales compartieron el poder con las autoridades centrales, pero la
mayoría de iniciativas políticas provenían de Bogotá. Las alianzas
regionales jugaron un papel importante en la política nacional, sobre
todo aquellas del Cauca y Cundinamarca. La autoridad formal de
los líderes militares fue reducida, pero no la eficacia de su voz en los
asuntos locales o nacionales. El ejecutivo, el legislativo y la rama
judicial compartieron la responsabilidad de la dirección de la autori­
dad gubernamental, pero el ejecutivo retuvo poderes extraordinarios
para usar en situaciones de emergencia. Sin embargo, la Constitu­
72
David Sowell
ción colombiana de 1832 no fue tan diferente de su predecesora de
1821, salvo quizás en que afectó una extensión territorial mucho
más reducida21.
Los a menudo ásperos métodos de gobierno del presidente San­
tander y las personas designadas por él fomentaron considerables
divisiones políticas. Los campos partidistas se desarrollaron cuando
Santander intentó imponer al General José María Obando como su
sucesor en la elección presidencial de 1836. El militarismo de Oban­
do y su presunto papel en el asesinato del héroe de la Independen­
cia, Antonio José de Sucre, le hicieron perder la simpatía de muchos
en la elite política22. Entre estos estaba José Ignacio de Márquez,
quien había vencido a Obando en la elección vicepresidencial de
1834 y quien de nuevo se opuso al favorito de Santander. Vicente
Azuero, un santanderista, también se negó a apoyar a Obando y se
mantuvo como una opción civil al General caucano. Estas facciones
reflejaban las divisiones precedentes entre los seguidores de Bolívar
y Santander, así como la alineación de lealtades durante la abortada
dictadura de Rafael Urdaneta que siguió a la disolución de la Gran
Colombia. Los bolivarianos habían perdido la mayoría de su influen­
cia en ese desafortunado esfuerzo, dejando el campo abierto a las
personas fieles a Santander o a aquellos de matices más indepen­
dientes, como Márquez23. Este registró más votos electorales que
Obando en la elección presidencial de 183 6, aunque no una mayoría,
lo cual, según la Constitución, significó que la decisión final a favor
de Márquez fue tomada por el Congreso.
Estas mismas facciones redoblaron sus esfuerzos en la etapa
previa a las elecciones vicepresidenciales y del Congreso de 1838,
que fueron sostenidas en medio de la controversia sobre el contenido
de la educación pública y la magnitud de la influencia religiosa en la
sociedad granadina. Aquí, por primera vez, la ideología entró en dispu­
ta. Los santanderistas ligados tanto a Azuero como a Obando -los
llamados Progresistas-hicieron a un lado sus diferencias y se prepa­
raron para derribar a los leales a Márquez. Los seguidores de este
último, los Moderados, se unieron en una alianza con la iglesia (a pe­
sar de las reputadas actitudes anticlericales de Márquez). Estas coa­
liciones políticas buscaron extender su base electoral con la vincula­
ción activa de votantes no pertenecientes a la elite, lo cual por primera
vez llevó abiertamente a los artesanos al proceso político.
Artesanos y política en Bogotá
73
f Los miembros de la jerarquía de la iglesia organizaron La So­
ciedad Católica en mayo de 1838 para preparar apoyos suplementa­
rios a la iglesia y fortalecer los candidatos que compartieran sus
tendencias ideológicas24yLa Sociedad Católica enfatizó la importan­
cia de la moralidad y la religión en el Estado y la sociedad, expresan­
do pesar porque muchos funcionarios no se preocuparan por las
bases “apropiadas” del orden moral. La Sociedad Católica recono­
ció las virtudes del Presidente Márquez, pero temió que las eleccio­
nes venideras colocaran en los cargos públicos a hombres de “con­
ducta irregular”25. Según los editores del periódico de la Sociedad,
una educación adecuada, junto con los votos por los representantes
católicos, prevendrían la extensión a través de la nación de la “infec­
ción” de ideas extranjeras y ateas26. La campaña de la iglesia por
insuflar en el debate político la ideología católica se extendió a otras
áreas del país. Sociedades católicas operaron también en Cali, Pas­
to y Popayán, donde el debate asumió un aire de disputa ideológica
que persistió por lo menos hasta la insurrección Conservadora de
Aunque la Sociedad Católica en Bogotá no hizo ninguna apela­
ción directa a la clase artesana, sus esfuerzos de movilización atra­
jeron a muchos artesanos. Los Progresistas, por el otro lado, busca­
ron abiertamente el apoyo político de los artesanos. La Bandera
Nacional, vocero político de Santander, Lorenzo María Lleras y Flo­
rentino González, proclamó que los electores Moderados eran sim­
ples clientes del presidente, que votaban como ellos les habían indi­
cado para asegurar la continuidad de su empleo. Los electores Pro­
gresistas serían, al contrario, “patriotas” independientes que vivían
sin tener que “mendigar” del ejecutivo28. Además, dijeron que entre
los votantes a favor de Márquez figuraban las bases del ejército, que
sufragarían según las órdenes, puesto que ellos no sabían leer. Los
Progresistas publicaron una lista electoral de los “artesanos honora­
bles y los obreros” que “vivían del sudor de sus frentes”, hombres
que, según los editores, sólo votaban por el bien de su país. Los
líderes Progresistas, sin embargo, no incluyeron ninguno de los po­
tenciales electores artesanos en su lista electoral oficial, a pesar de
la apelación a los votos de ese sector social29.
Los resultados de la elección desembocaron en el incremento
de la separación de los dos bandos. De los 1.481 votos contabiliza­
dos en Bogotá, según un dato extraoficial, 1.356 fueron para los
74
David Sowell
Moderados, 80 para los Progresistas y 45 para candidatos juzgados
neutrales30. Los vencedores apuntaron que pese a los esfuerzos para
reclutar artesanos a favor de la causa santanderista mediante el uso
de un lenguaje socialmente di visivo (términos como nobles y plebe­
yos), los artesanos habían favorecido con sus votos a la administra­
ción. Los Moderados proclamaron que las sociedades políticas ha­
bían hecho una contribución positiva al proceso electoral, aunque su
intervención en el proceso electoral levantó acusaciones de fraude
de parte de los Progresistas31.
Luego de la derrota electoral, los Progresistas empezaron su
propia combativa instrucción política de los sectores populares. La
Sociedad Democrática-Republicana de Artesanos i Labradores Pro­
gresistas de la Provincia de Bogotá fue fundada por consiguiente el
17 de junio de 1838, para instruir las “diferentes clases del Estado en
el cuidado de sus intereses, en el conocimiento de la cosa pública;
moralizando sus costumbres, enseñándoles el verdadero i filosófico
camino del bien, e identificando sus intereses con los del Estado”32.
Cuatro categorías de miembros definían a los 189 fundadores de
esta organización: pleno, instructor, honorario y correspondiente. Los
miembros plenos tenían que ejercer una profesión o arte mecánico,
o estar dedicados de alguna manera a la agricultura. A los demás
miembros sólo se les exigía profesar los principios democrático-republicanos y comportarse adecuadamente. Unas 123 personas, in­
cluyendo a Santander, aceptaron ser miembros honorarios33.
Los artesanos tuvieron escaso control sobre la dirección de la
Sociedad. Isidoro José Orjuela, estañero, ejerció como presidente
de la organización, pero los Progresistas de clase alta como Lleras y
JuanNepomuceno Vargas diseñaron los programas y actividades de
la Sociedad. Instructores de un medio social similar, incluyendo a
Francisco Soto, Vicente Azuero, José Duque Gómez, Florentino
González, Ezequiel Rojas y Rafael Elíseo Santander, se esforzaron
por instilar los preceptos políticos y sociales Progresistas, junto con
la formación moral, en sus miembros plenos. Azuero, por ejemplo,
afirmó que el gobierno representativo fue diseñado para promover
el interés común, no el de cualquier grupo específico o familia, y que
las libertades democráticas eran compatibles con el sistema de valo­
res de la iglesia34. Rojas expuso el principio utilitarista de que la
felicidad motivaba la conducta humana. La conducta correcta, ex­
plicó Rojas, se desarrollaba a partir de la necesidad de velar por el
Artesanos y política en Bogotá
75
bien de la familia, o de aquellos cercanos al individuo. Si alguien no
trabaja o es perezoso, el hambre y la vagancia abruman a la familia
y a la sociedad. El trabajo, en cambio, da al individuo los medios para
lograr sus deseos, mantener una familia y mejorar la sociedad en
general. Rafael Elíseo Santander, a su vez, enfrentó el arduo proble­
ma de reconciliar la moralidad Progresista con el papel de la religión
en la sociedad. Sus propuestas sugirieron que el Estado patrocinara
la educación moral con la ayuda de la iglesia, aunque sin dar a en­
tender que la iglesia debía dirigir el programa y sin renunciar a sus
propias convicciones utilitaristas35.
La Sociedad Democrática-Republicana deseaba que sus miem­
bros tuvieran una conducta social “apropiada”. Los artesanos y obre­
ros fueron urgidos a celebrar menos fiestas y a terminar rápidamen­
te el trabajo contratado. Se advirtió a los artesanos en varias ocasio­
nes que jugar dinero gastaba tanto el tiempo como el dinero y, como
no agregaba nada a la felicidad general (por lo menos a los ojos de
los utilitaristas), debía abandonarse. En las ediciones iniciales de El
Labrador i Artesano (el portavoz de la organización) fueron publi­
cados artículos relacionados con la educación industrial así como
otros que describían las nuevas técnicas para la fabricación de ácido
sulfúrico y velas incombustibles, y para aplicar enchapado cobrizo.
De vez en cuando fueron presentadas oportunidades de empleo a
los lectores, por ejemplo para trabajar como forjadores, albañiles y
carpinteros en una iglesia en Zipaquirá36.
Los dirigentes de la Sociedad hicieron intentos concertados para
convencer a sus miembros del valor de su participación política. Los
líderes intelectuales de la organización razonaron que, como los indi­
viduos nacían con talentos diferentes y tenían grados variables de
riqueza y bienestar, la igualdad ante la ley era crucial para que todas
las personas pudieran satisfacer sus necesidades y deseos, sin violar
los deseos de los otros. La sola legislación no garantizaba tal igual­
dad, según los Progresistas; por consiguiente, era necesario educar
a las “clases inferiores” en el terreno de la participación política,
pues ella era una barrera contra el establecimiento de un gobierno
aristocrático como el del periodo colonial37.
Esos evidentes esfuerzos por inculcar la ideología Progresista
en el sector artesano de Bogotá provocaron la fuerte oposición de
los miembros de la iglesia y la administración. Un periódico progubernamental publicó el relato de un debate ficticio en el taller de
76
David Sowell
un artesano que se burlaba del esfuerzo de los Progresistas para
movilizar a los artesanos como aliados políticos. El dueño del taller
había rehusado unirse a la Sociedad Democrática-Republicana, por­
que consideraba que los Progresistas sólo buscaban utilizar a los
artesanos como escalera para sus ambiciones electorales. ¿Si ellos
tuvieran un interés genuino en la educación política del artesanado,
se preguntaba el artesano ficticio, por qué el esfuerzo sólo había
empezado en 1838? Los santanderistas habían dominado la escena
política de la capital desde comienzos de la década de 1820, tenien­
do tiempo suficiente para apoyar los intereses del artesanado. El
artículo sugirió que el “desempleo” de los Progresistas era la causa
principal de su repentino interés en los artesanos, en lugar de cual­
quier compromiso real con las necesidades de esa clase38.
Después de la elección de junio de 1838, las sociedades Demo­
crática-Republicana y Católica sólo se involucraron en la educación
política. Es de hacer notar que ambos grupos intentaron infundir en
sus miembros los principios de buena ciudadanía con el fin de asegu­
rar el orden y la armonía social. Diferentes bases ideológicas guia­
ron sus esfuerzos, pero ellas compartieron un objetivo común. La
Sociedad Católica de Bogotá planteó que la adhesión al dogma de la
iglesia y la sumisión voluntaria a las enseñanzas idóneas harían un
orden social moralmente pleno, con una libertad adecuada. Los Pro­
gresistas, por su lado, confiaron en la habilidad de las personas para
determinar por sí mismas las acciones que les trajeran felicidad; una
comprensión mutua de las acciones útiles garantizaría entonces la
armonía social y la prosperidad. Por cualquier camino, los ciudada­
nos aumentarían el bienestar de la sociedad en su conjunto. Así, el
conjunto de mensajes educativos no debía verse como subversivo, ni
como agitador intencional de las divisiones sociales.
Una petición dirigida al Congreso en abril de 1839, firmada por
343 artesanos, sugiere que los esfuerzos de movilización de los miem­
bros de la iglesia habían dado frutos. En ella reclamaron la restric­
ción de los textos benthamistas y otros “libros impíos” en la educa­
ción, para no adulterar las buenas costumbres del pueblo colombia­
no. Ninguna reforma eclesiástica debía ser aprobada, según los au­
tores de la petición, sin el consentimiento de la iglesia. Debían esta­
blecerse universidades misioneras para hacer proselitismo entre los
paganos, y debía establecerse un seminario para la educación del
clero. La petición también preguntó si se permitiría a los jesuítas
Artesanos y política en Bogotá
17
volver al país. Ella intentó convencer a los legisladores que los inte­
reses de la iglesia coincidían con los del Estado, llamando así al Con­
greso a revertir muchas de las medidas legislativas instituidas por
Santander y sus aliados desde el tiempo de la Gran Colombia39. Sin
embargo, la relación precisa entre la movilización partidista y la pe­
tición permanece incierta en la medida que muchos signatarios del
documento eran miembros de la Sociedad Democrática-Republica­
na, pareciendo no estar sólidamente fijados los límites políticos entre
los artesanos. Ello también indica la influencia de la iglesia y el apo­
yo a ella entre los artesanos de la ciudad.
En lugar de tomar en cuenta la petición de los artesanos, en
junio de 1839 el Congreso ordenó cerrar varios conventos menores
de Pasto. La subsecuente revuelta pastusa provocó la Guerra de los
Supremos, el primero de los conflictos civiles mayores del siglo XIX.
El General Pedro Alcántara Herrán dominó en agosto a los rebeldes
iniciales, sólo para enfrentar entonces la rebelión del General Oban­
do, el cual presuntamente favorecía la protección de la religión y el
federalismo40. Solo hasta septiembre de 1840 las fuerzas combina­
das de Herrán, el General Tomás Cipriano de Mosquera y el Gene­
ral Juan José Flores del Ecuador derrotaron a Obando, quien fue
forzado al destierro en el Perú. En el ínterin, otros “líderes supre­
mos”, en general aquellos de una convicción más Progresista, se
declararon en contra del gobierno. El presidente Márquez respondió
a la tercera ola insurreccional colocando al Vicepresidente, el Gene­
ral Domingo Caicedo, al mando del gobierno. A mediados de 1842,
finalmente, una inquieta paz retomó al país.
Los artesanos asumieron el que se volvería un rol persistente
en los conflictos del siglo XIX, el de soldados. La Constitución de
1832 había estipulado que la Guardia Nacional apoyaría al Ejército
en tiempos de emergencia civil. Sólo ciudadanos activos podrían servir
en la Guardia, por lo que los artesanos constituyeron la columna
vertebral de sus fuerzas. Algunas fuentes indican que tres cuartos o
más de la Guardia se componía de artesanos41. Mediante el servicio
en la Guardia, los artesanos apoyaron la administración, pero el apo­
yo del artesanado también fue cortejado por los Progresistas. Cuan­
do a finales de 1840 las provincias norteñas se sublevaron, los Pro­
gresistas publicaron en la capital varios folletos aconsejando a los
artesanos no temer una guerra que se originaba en la defensa de la
religión. Los artesanos fueron urgidos a unirse con los pueblos ñor-
78
David Sowell
teños y a exigir el fin de la lucha, un llamado que la mayoría parece
no haber tenido en cuenta42.
La guerra avivó las divisiones políticas que se habían hecho
visibles ya en la década de 1830. Los antagonismos personales, la
animosidad de los tiempos de guerra y las diferencias ideológicas se
combinaron para definir más claramente la alineación de las fuerzas
políticas. Los Progresistas, quienes establecieron las bases del par­
tido Liberal, o fueron humillados por la derrota o fueron obligados a
esperar su tiempo hasta el advenimiento de condiciones políticas
más favorables. Con la muerte de Santander en 1840, de Vicente
Azuero en 1844 y de Francisco Soto en 1846, una nueva generación
de actores políticos dirigiría el reavivamiento Progresista a la cabeza
del partido Liberal.
De momento, sin embargo, los Moderados (ahora llamados
Ministeriales) gobernaron el país, y se aprovecharon de su victoria
para reversar algunos de los “errores” legislativos de los santanderistas. Sus preferencias ideológicas modelaron la Constitución de
1843, que reforzó el poder de la rama ejecutiva a expensas del legis­
lativo, el judicial y las autoridades locales. Los requisitos para el
sufragio permanecieron esencialmente iguales43. Los Ministeriales
decretaron que los maestros podían seleccionar sus propios libros de
texto, debilitando así el Plan de Estudios de Santander de 1826, ade­
más de prohibir completamente como texto universitario el libro Prin­
cipios de Legislación Universal de Bentham44. La campaña de
Mariano Ospina Rodríguez para purgar la Nueva Granada del utili­
tarismo y otras tendencias “inmorales” incluyó invitar a los jesuítas a
volver al país para servir, en palabras de J. León Helguera, como
“cuerpo de choque Conservador”45.
La calurosamente disputada elección presidencial de 1844 des­
mintió la aparente cohesión del campamento victorioso. Los Minis­
teriales que recordaban la supuesta ineficacia del presidente civil
Márquez apoyaron a Mosquera, en tanto que los Ministeriales que
desconfiaban de los militares (especialmente de Mosquera) promo­
vieron la candidatura de Rufino Cuervo. Los antagonistas del go­
bierno, entre tanto debilitados, dieron su apoyo al General Eusebio
Borrero, como lo hicieron los allegados al Ministerial disidente Julio
Arboleda. Al final, Mosquera alcanzó 76^ votos electorales, Borre­
ro 475 y Cuervo 250, mientras los numerosos candidatos menores
recibieron los restantes 177 votos. El Congreso fue llamado una vez
Artesanos y política en Bogotá
19
más a dirimir, y optó por Mosquera, la preferencia clara entre los
votantes46.
La sociedad de artesanos
Mosquera demostró desde el principio ser un presidente polé­
mico. Su estilo autoritario alejó a muchos aliados potenciales, mien­
tras su programa de reformas económicas sirvió como catalizador
para la creación de la Sociedad de Artesanos de Bogotá. Lino de
Pombo, como ministro de finanzas, inició el despliegue de la reforma
fiscal, transfiriendo el control del monopolio del tabaco de Ambalema del gobierno a manos privadas, derogando el impuesto a las ex­
portaciones de oro y adoptando un nuevo sistema monetario47. El
sucesor de Pombo, Florentino González, aceleró la liberalización de
la economía. Las esperanzas de González en el futuro económico de
Colombia, esbozadas al Congreso de 1847, se fundaban en proyec­
tos de reorganización fiscal, en el avance de la reforma monetaria y
en la disminución de los derechos de importación, especialmente los
que pesaban sobre los textiles48. La por largo tiempo protegida clase
artesana sería forzada a participar en más “productivas” y “renta­
bles” industrias: “que el zapatero aprenda a albañil; el sastre a boga
o a pescador, y el herrero a agrícola; ¿y mientras aprenden? ¿y si no
aprenden? ¡que sucumban!”49.
Artesanos de Bogotá y Medellín expresaron su oposición a la
propuesta de revisión del arancel mediante varias peticiones al Con­
greso, la más significativa declaración política iniciada en ese perio­
do por artesanos50. Los 219 individuos identificados a sí mismos como
“artesanos y mecánicos” que firmaron la petición de la capital, pro­
clamaron representar más de 2.000 familias de Bogotá que serían
perjudicadas por la legislación propuesta51. No obstante, la Ley del
14 de junio de 1847 fue aprobada con fuerte apoyo bipartito y abrió
las puertas a un comercio menos restringido, aunque algunos diputa­
dos expresaron preocupación por las rentas perdidas. La nueva ta­
bla de aranceles redujo las tasas aproximadamente en un 30 por
ciento, abolió todos los derechos restrictivos sobre el tránsito y com­
binó los múltiples aranceles anteriores en un solo impuesto percibido
a un máximo del 25 por ciento del valor de un objeto a partir del 1 de
enero de 184852.
8O
David Sowell
Los artesanos intentaron entonces derogar la nueva ley a tra­
vés de la movilización política. Ambrosio López Londoño (sastre),
Agustín Rodríguez (sastre), el Dr. Cayetano Leiva, Francisco To­
rres Hinestrosa y Francisco Londoño informaron en octubre de 1847
al Jefe Político de Bogotá de la formación de la Sociedad de Artesa­
nos. El grupo era bastante pequeño en sus comienzos, congregando
sólo de diez a quince miembros principales, de los cuales sólo dos
eran artesanos53. La Sociedad declaró que trabajaría para derogar
la Ley del 14 de junio y “para promover el avance de las artes y
otras áreas que puedan ayudar a nuestro bienestar”. La calidad de
miembro en la Sociedad estaba abierta a los artesanos, a los aficio­
nados a los oficios, y a los agricultores, quienes, como el artesano
ideal, eran considerados pequeños productores independientes54.
Entre las metas específicas de la organización figuraban el trabajo
estable para todos los miembros, la obediencia y el respeto al gobier­
no, y varias formas de instrucción para los afiliados, incluyendo teo­
ría democrática, conocimientos militares, principios de justicia y for­
mación religiosa55. Los miembros estaban obligados a pagar una
cuota mensual de tres reales, a ayudar a los miembros necesitados,
y a usar el derecho de sufragio únicamente con el consejo de la
Sociedad. Igualmente fueron exhortados a no exponer discursos con­
trarios a la Constitución ni a criticar a las autoridades legales, y a
evitar discurrir sobre cuestiones personales, políticas o religiosas56.
Pese a la prohibición de las discusiones políticas, hay poca evidencia
de que la Sociedad hubiera discutido otra cosa.^
La oposición a la Sociedad surgió inmediatamente. El editor del
católico Clamor de la Verdad refutó la afirmación de Ambrosio Ló­
pez de que la Sociedad había sido creada para ayudar a una clase
oprimida y amenazada, declarando que la “sociedad secreta” sólo ser­
viría de herramienta para propósitos electorales. El editor comentó
que el grupo parecía ser enemigo de Cristo, con base en una referen­
cia de López a un libro prohibido de Félicité de Lamennais57. López
negó cualquier intención secreta por parte de la organización, notando
que la Sociedad era completamente abierta y sólo tenía el objetivo
laudable de unir a los artesanos58. El Clamor de la Verdad ablandó
entonces su oposición editorial hacia la Sociedad, declarando que su
objeción original sólo había sido al libro de Lamennais. El periódico
alabó la franqueza de la organización pero les recordó a los artesanos
que estuvieran en guardia debido a la agitación del momento59.
Artesanos y política en Bogotá
81
Seis meses después de su fundación, la Sociedad sufrió una
transformación fundamental. El primer director de la Sociedad, Agus­
tín Rodríguez, proclamó en abril de 1848 que la Sociedad tenía unos
trescientos miembros, pero informó que a menudo era difícil conse­
guir el quorum de veinte personas necesario para una reunión. La
concentración de la Sociedad en la inminente elección de presiden­
te, cuya opinión podría favorecer los intereses de los artesanos, cambió
su carácter60. El 4 de mayo de 1848 se reunió para considerar a qué
candidato apoyar en la elección presidencial de junio, la cual se pa­
rangonaba a la de 1836 en su importancia para la eventual cultura
política del país61.,
La indoctrinaria presidencia de Mosquera por entonces había
alejado a muchos Ministeriales, a la vez que, abriendo la caja de
Pandora de la reforma, había fragmentado al partido. Por lo menos
cuatro candidatos presidenciales surgieron de las divididas filas Mi­
nisteriales. El vicepresidente de Mosquera, Rufino Cuervo, obtuvo
el apoyo de los miembros más moderados del partido, pero no atrajo
a los Conservadores, que en cambio favorecieron a José Joaquín
Gori, quien había liderado dentro del partido la oposición a Mosque­
ra. Gori se oponía al nuevo arancel, principalmente sobre las tierras,
que causaría una gran pérdida de rentas para el gobierno, y fue por
consiguiente apoyado por muchos artesanos. Dos generales, Eusebio Borrero y Joaquín Barriga, también buscaron la presidencia. El
principal Progresista, que había estado a la vanguardia del grupo
desde la muerte de Azuero en 1844, era Florentino González. Su
servicio en la administración de Mosquera le había hecho perder el
potencial apoyo Progresista, sin embargo, atrajo a los Ministeriales
moderados como Lino de Pombo y Julio Arboleda62.
El naciente partido Liberal había sido incapaz de reorganizarse
durante las fases tempranas de la administración Mosquera. Ahora,
sin embargo, aprovechó la rivalidad Ministerial para escoger al hé­
roe de guerra José Hilario López como candidato de unidad63. El
General López calmó los temores de quienes recordaban los inefi­
caces esfuerzos de Márquez en el mantenimiento de la paz diez
años atrás. López era identificado estrechamente con el popular
General Obando (quién todavía estaba en el Perú), pero no compar­
tía el estigma de Obando de haberse sublevado. López estaba, en
todo caso, en el país y disponible para la elección. Es más, el Gene­
ral carecía de una personalidad poderosa, un rasgo que los jóvenes
82
David Sowell
Liberales esperaban utilizar. Es muy significativo que, a pesar de la
naturaleza divisiva de la campaña, las plataformas de los distintos
candidatos no difirieron en un grado importante64.
Los Liberales buscaron utilizar la Sociedad de Artesanos como
una eventual plataforma para la revitalización de su partido. Muchos
de ellos hablaron en las reuniones de la Sociedad, donde rápidamen­
te asumieron un papel dominante en las deliberaciones65. Algunos
de sus voceros presentaron las ideas de pensadores franceses como
el Conde de Saint Simón, Pierre Josef Proudhon y Louis Blanc, o de
la Revolución de 1848, evento sobre el cual las noticias apenas ha­
bían alcanzado la Nueva Granada. Esto ha llevado a algunos histo­
riadores a sostener que los programas de la Sociedad y estos pensa­
dores franceses tenían muchos puntos en común66. (Sin embargo,
como se discute luego, los jóvenes Liberales sólo utilizaron retórica­
mente el socialismo, mientras en la práctica favorecían una socie­
dad individualista con poca o ninguna intervención estatal)67. Ade­
más, la Sociedad escuchó opiniones de invitados sobre diversos can­
didatos. Francisco Javier Zaldúa habló a favor del Progresista Ló­
pez; José de Obaldía elogió a Obando; y Ezequiel Rojas justificó su
adhesión a López, proclamando que el General devolvería Colombia
a la legalidad de los días de Santander68.
Los comités electorales de la Sociedad informaron sus resulta­
dos a los miembros el 15 de mayo de 1848. Francisco Londoño,
ahora director de la Sociedad, apoyaba personalmente a Gori, pero
una larga discusión condujo a un acuerdo para apoyar a López. La
adhesión de la Sociedad se centró en su demostrada capacidad para
conservar la paz del país69. La Sociedad no hizo ninguna mención al
programa político de López, sólo que él representaba los principios
liberales. Actuando según una propuesta de Ambrosio López y José
María Vergara Tenorio, la Sociedad, en una reunión del 10 de junio
de 1848, reafirmó su decisión de trabajar a favor de la elección de
López70. En tal sentido convocaron a los artesanos de la Provincia
de Bogotá, aclamando a López como un luchador por la libertad, un
soldado del pueblo y un demócrata católico. “El ciudadano General”
López, dijeron, favorecía la eliminación de las leyes que beneficia­
ban sólo a los privilegiados y especuladores. La causa de la Socie­
dad, que se decía era la del pueblo, estaba triunfando en Europa y
América y, con López, también triunfaría en Colombia71. (La in­
Artesanos y política en Bogotá
83
fluencia de los jóvenes Liberales puede verse claramente en el len­
guaje de esta apelación).
Una parte importante de la comunidad de trabajadores manua­
les de la capital prefirió a Gori en lugar de López. Un observador
describió a López como demasiado susceptible a presiones externas
y como alguien extravagante para sostener la dignidad del cargo.
Por contraste, Gori, según el observador, encajaba en el papel de un
presidente republicano: un hombre de leyes digno, experimentado y
moderado, que podría dirigir la nación hacia el progreso racional. Es
más, Gori no era el candidato de Mosquera, una identificación que
todos los candidatos buscaron evitar en esta elección72. Los artesa­
nos que apoyaron a Gori se retiraron de la Sociedad ante el apoyo
dado a López, alertando a los votantes potenciales que no se dejaran
engañar con las promesas de que López derogaría la legislación aran­
celaria de Mosquera y negaría la entrada de artesanos extranjeros
al país. Después de todo, como un folleto recordó a sus lectores,
esos poderes estaban constitucionalmente reservados al Congreso y
no al presidente. Los artesanos fueron alertados para que no creye­
ran en hombres cuyos intereses eran opuestos a los suyos, hombres
que, según se alegaba, ridiculizaban a los artesanos en privado y que
los abandonarían cuando ya no los necesitaran. Un folleto terminaba
con la frase profética: “El tiempo los desilusionará”73. Los artesanos
miembros de la Sociedad estaban siendo presuntamente manipula­
dos por fuerzas externas, mientras que los pocos artesanos que com­
prendían la situación dijeron estar renunciando a la organización.
Agustín Rodríguez, por ejemplo, que apoyaba a Gori, al parecer pre­
sentó su renuncia como presidente de la Sociedad, pero le fue re­
chazada74.
La Sociedad de Artesanos refutó formalmente estos cargos.
Su directiva impugnó las insinuaciones de que los artesanos eran
incapaces de realizar solos las valoraciones políticas. Ellos podían, y
habían rehusado, ser engañados por individuos que sólo querían divi­
dir y explotar la clase artesana. Dijeron que una “gran mayoría” de
los miembros de la organización apoyaba a López75. Como un hecho
interesante, la respuesta de la Sociedad usó la palabra miembros en
lugar de artesanos - y no dijo nada sobre la defección de Rodríguez,
quien estaba en ese momento en la lista electoral de Gori76.
Cuando la elección presidencial tuvo finalmente lugar, ningún
candidato obtuvo la mayoría. López lideró la sumatoria nacional con
84
David Sowell
725 votos electorales, Gori obtuvo 384 y Cuervo sumó 304; otros
candidatos, principalmente los Ministeriales, compartieron 276 vo­
tos. Una vez más, el Congreso sería el encargado de seleccionar al
presidente, pues ningún candidato había obtenido los sufragios nece­
sarios para ser presidente directamente. En conjunto los candidatos
Ministeriales recibieron el mayor número de votos, pero la elección
demostró claramente las profundas fisuras en sus filas. López ganó
102 de los 242 votos en la provincia de Bogotá, Gori obtuvo 95,
Cuervo 27 y 18 votos frieron obtenidos por otros. A pesar de los
esfuerzos de la Sociedad de Artesanos movilizando el apoyo por
López, éste obtuvo resultados menos positivos en la capital que en
su provincia; Gori contabilizó 31 votos, López 12, Cuervo 8 y Maria­
no Ospina Rodríguez l 77. Estos resultados revelaron claramente la
fuerza de la candidatura de Gori en Bogotá, lo que, junto con varios
anuncios en la prensa a su favor, sugiere que los artesanos en Bogo­
tá no estuvieron completamente influenciados por los trabajos elec­
torales de la Sociedad. La alianza de los artesanos con los jóvenes
Liberales que apoyaban a López estaba lejos de ser tranquila incluso
en esta fecha temprana. No obstante, la Sociedad de Artesanos
había demostrado su potencial como grupo de acción política, un
papel que se ampliaría en los próximos años78.
Entretanto, las tensiones políticas se avivaron en los momentos
previos a la selección del presidente por el Congreso, el 7 de marzo
de 1849. Un periódico proclamó que un “cierto” grupo de personas
estaba intentando extender entre el pueblo la idea de que existía una
aristocracia en Colombia, y que debería acabarse, así como lo había
sido en Francia. Los artesanos fueron prevenidos de las motivacio­
nes tras tal propaganda y se les recordó que si todavía no habían
sido elegidos artesanos en altos cargos era debido a su falta de edu­
cación, no a la rigidez del sistema79. Ambrosio López respondió que
los artesanos podían ver absolutamente bien que existía una aristo­
cracia de políticos que vivían de los dineros públicos. Insultando la
inteligencia de los artesanos, concluyó López, no se contribuía a la
tranquilidad pública80.
Después de mediados de febrero de 1849 la Sociedad de Arte­
sanos celebró reuniones casi diariamente para preparar una estrate­
gia ante la elección. El paso convenido “era asustar a los débiles
[miembros del Congreso] y no hacer nada más”81. La Sociedad se
acercó al gobernador de la provincia a principios de marzo a pedir
Artesanos y política en Bogotá
85
armas para sus miembros, de manera que pudieran servir como mi­
licia permanente, preparada para defender las instituciones republi­
canas del país al momento de un aviso. Las armas le fueron negadas
a la Sociedad, pero se dijo que ellos compraron todas las pistolas,
cuchillos, pólvora y munición de la capital82. Aunque la credibilidad
de este informe es cuestionable, ilustra la ansiedad despertada por la
Sociedad y sus planes para el 7 de marzo. La ansiedad no se calmó
cuando un grupo de artesanos entró en el Congreso el 2 de marzo y
gritó abajos a los oradores Conservadores83. Tales actividades re­
cordaron a muchos el incidente ocurrido un año atrás en Caracas,
cuando una muchedumbre inspirada por el gobierno invadió el Con­
greso venezolano, matando a varios diputados y miembros de la
Guardia y llevando a su fin la resistencia del Congreso al Presidente
José Tadeo Monagas. Los temores de una caraqueñada llevaron a
Mosquera a prepararse para perturbaciones similares en Bogotá.
Los quinientos hombres del Quinto Batallón fueron encargados de
mantener el orden, y en la noche anterior a la elección, fueron colo­
cados cañones cargados en las intersecciones importantes de la ciu­
dad84.
La elección presidencial del 7 de marzo es una de las más dis­
putadas en la historia de Colombia. Aunque la apertura del Congre­
so no había sido fijada sino para las 10:00 a.m., una gran muchedum­
bre llegó mucho más temprano a la espaciosa iglesia de Santo Do­
mingo, donde se realizaría la elección. Los primeros en entrar fue­
ron los artesanos, luego los goristas, después los cuervistas y final­
mente los estudiantes, los que más cerca se sentaron de los congre­
sistas. Los distintos bandos dijeron estar casi igualmente represen­
tados. Una barrera de tablas pesadas separaba a los congresistas
del público, estimado en 1.600 personas85. La sesión se abrió a tiem­
po y la votación empezó. Al final de la primera ronda de votación,
López y Cuervo habían recibido 37 votos y Gori 10, lo cual lo margi­
naba de la competencia. En la segunda ronda, Cuervo mejoró su
total a 42, López a 40 y resultaron 2 votos en blanco. A estas alturas
muchas personas entre la muchedumbre pensaron que Cuervo ha­
bía ganado. La agitación que cundió entre el público sólo fue calma­
da cuando José de Obaldía saltó sobre una mesa, gritando “ ¡Todavía
no hay elecciones”. Cuando el orden fue restaurado empezó la ter­
cera ronda de votación, pero debido a los gritos insistentes del públi­
co, tomó más de dos horas completarla. A su conclusión, López
86
David Sowell
tenía 42 votos, Cuervo 39 y ahora 3 votos estaban en blanco. El
último voto fue el de Mariano Ospina Rodríguez, quien según los
relatos tradicionales leyó: “Voto por el General José Hilario López
para que los diputados no sean asesinados”. En este momento, aproxi­
madamente las 3:00 p.m., los espectadores fueron sacados de la
iglesia. La muchedumbre, que ahora ascendía a 4.000 personas, es­
peró afuera bajo la lluvia. A las 5:00 p.m. se anunció que la cuarta
ronda había producido el mismo resultado de la tercera, lo cual, se­
gún la Constitución, significaba que el líder recibía los votos en blan­
co, resultando así elegido presidente el General José Hilario López86.
En la plaza, los partidarios de López estaban alborozados. Las
celebraciones entre los Progresistas duraron hasta bien entrada la
noche. Al día siguiente El Aviso alabó la conducta de la muchedum­
bre y proclamó:
¡Viva el Congreso de 1849!
¡Viva el presidente popular!
¡Viva el pueblo de la capital!
Vivan los artesanos democráticos!87.
La Sociedad circuló un folleto en el cual proclamaba que el 7
del marzo sería recordado con el mismo entusiasmo patriótico que el
20 de julio; la igualdad y la fraternidad se habían unido ahora a la
libertad colombiana88.
Movilizaciones partidistas:
las sociedades Democrática y Popular
El 7 de marzo abrió una nueva era para Colombia y para la
Sociedad de Artesanos. Los miembros del gobierno de López perci­
bieron rápidamente el potencial de la organización como fuerza movilizadora en la creación de una república democrática, en apoyo al
partido Liberal y en el afianzamiento de las creencias liberales89. La
Sociedad de Artesanos, ahora denominada Sociedad Democrática
de Artesanos, se volvió una herramienta de la Secretaría de Gobier­
no, a la cabeza de la cual fue nombrado Francisco Javier Zaldúa90.
Capítulos de la Sociedad Democrática fueron establecidos a lo largo
de la nación en un esfuerzo por apoyar el régimen del 7 de marzo.
Fueron fundadas dieciséis Sociedades en 1849, veintiuna en 1850,
Artesanos y política en Bogotá
87
sesenta y seis en 1851 y nueve en 1852 -una sucesión que resalta la
importancia de la organización para el partido Liberal en tiempos de
conflicto civil (la insurrección Conservadora de 1851) y en apoyo de
las reformas de 1849 y 1850.
Una sociedad creada en Cali para trabajar por la elección de
López se convirtió en la primer Sociedad Democrática establecida
fuera de la capital. La Sociedad intentó preparar a los Liberales
recién llegados a los puestos de gobierno vacantes luego de la victo­
ria de López91. Juan Nepomuceno Núñez Conto, quien había aban­
derado la causa de los ejidatarios de Cali contra los Conservadores
locales el año anterior,92 remodeló a mediados de 1849 la Sociedad
caleña a semejanza del capítulo de Bogotá. La nueva Sociedad De­
mocrática declaró su existencia el 20 de julio e inmediatamente em­
prendió una agresiva campaña para reclutar el bajo pueblo local para
el partido Liberal y la Sociedad Democrática93. Autores contempo­
ráneos, tanto moderados como Conservadores, dijeron entono críti­
co que en las sesiones de la Sociedad “las pasiones populares”, las
cuales expresaban las tensiones raciales y económicas, fueron des­
cargadas libremente94. Los Conservadores locales, que habían do­
minado el gobierno provincial del Cauca durante el decenio de 1840
respondieron con la formación de la Sociedad de Amigos del Pue­
blo. Las sociedades Amigos del Pueblo y Democrática chocaron
inmediatamente en reyertas callejeras, la más seria de las cuales
ocurrió el 10 de marzo de 1850. El gobernador Liberal, Manuel Do­
lores Camacho, aunque amigo decidido y benefactor de la organiza­
ción Democrática, temió una ingobernable violencia social por lo
que prohibió las reuniones de ambas sociedades95.
Empezando por Cali, los Liberales fundaron sus propias Socie­
dades Democráticas en otros pueblos de provincia. En octubre, las
sociedades de Cali, La Plata, Sogamoso, Cartago y Facatativá se
habían reportado a la Sociedad Democrática de Bogotá, la que a su
vez prometió trabajar con ellas. Otras diez sociedades habían sido
fundadas en enero de 1850, cuando los miembros reportados en todo
el país habrían superado los 10.000. El capítulo de Bogotá dijo con­
tar con más de 2.500 miembros y el de Cali con más de 2.000. Las
Sociedades Democráticas se volvieron así una red nacional consa­
grada a afianzar los principios reformadores del 7 de marzo. Jóve­
nes intelectuales fueron enviados por el país para que estimularan a
los diferentes grupos96. Salvo en unos pocos casos, particularmente
88
David Sowell
Popayán, Cali, Cartagena, San Gil, Socorro y Bogotá, las Socieda­
des Democráticas simplemente fueron capítulos del partido Liberal
local en los que estaban incluidos los empleados gubernamentales.
En poblaciones como Cali, la Sociedad Democrática funcionó tam­
bién como un mecanismo mediante el cual los sectores populares
pudieron expresar los reclamos locales. La administración intentó
emplear esta organización nacional demúltiples formas. Uno de los
usos más significativos a la larga fue quizás la relación de las Socie­
dades con la Guardia Nacional, la milicia que complementaba el ejér­
cito permanente. Una circular de septiembre de 1849 a los jefes
políticos a lo largo de la nación les instruyó que construyeran una
Guardia fuerte, compuesta de individuos fieles al 7 de marzo97. És­
tos eran frecuentemente los “Democráticos” de los pueblos.
Los Conservadores establecieron en la capital en diciembre de
1849 la Sociedad Popular de Instrucción Mutua i Fraternidad Cris­
tiana, para oponerse al poder creciente de la Sociedad Democráti­
ca98. Este cuerpo se originó en parte en los esfuerzos de moviliza­
ción empezados por los jesuítas después de su readmisión a Colom­
bia en 1843. Los curas habían fundado un instituto para la educación
del artesanado y habían establecido congregaciones de obreros, con­
cibiéndolos ambos como mecanismos para propagar la ayuda mutua
y los valores espirituales y temporales “adecuados”. Algunos infor­
mes sugieren que las reuniones de los grupos de los jesuítas atraje­
ron más de 800 participantes a finales de la década de 184099. La
Sociedad Popular se unió a las congregaciones jesuítas y a la Socie­
dad Católica100. Sus fundadores observaron que el letargo Conser­
vador, su inacción y desunión habían otorgado el poder a los Libera­
les. Para afirmar la voluntad de “partido de la mayoría”, el Conservatismo tenía que unirse, consolidarse y formar asociaciones101. La
base popular para tales asociaciones serían los artesanos de la na­
ción. Las conexiones entre la Sociedad Popular y el partido Conser­
vador nunca fueron disimuladas en la magnitud que lo fueron las de
la Sociedad Democrática y los Liberales. Aunque Simón José Cár­
denas, el primer presidente de la Sociedad Popular, era un artista,
también fueron dirigentes del grupo los líderes Conservadores José
Eusebio Caro, José María Torres Caicedo, José Manuel Groot, Ur­
bano Pradilla y Mariano Ospina Rodríguez102.
^E1 programa y la ideología de la Sociedad Popular son indistin­
guibles de los del partido Conservador. La Sociedad Popular anun­
Artesanos y política en Bogotá
89
ció que buscaba perfeccionar las instituciones públicas, promover el
progreso del país, trabajar por el triunfo de los principios basados en
la moralidad evangélica y colocar en el poder político a hombres de
honor, patriotismo y moralidad. Los primeros tres objetivos sólo po­
drían lograrse con el éxito del cuarto, por lo que las actividades polí­
ticas resultaron siendo el centro de los esfuerzos del grupo10yE ste
proyectó crear una ayuda industrial mediante un fondo común del
cual podrían tomar prestado los artesanos para la compra de herra­
mientas y libros necesarios para sus ocupaciones. También se usa­
rían tales fondos para ayudar a los artesanos pobres en caso de
enfermedad y para premiar a los miembros por las acciones virtuo­
sas. Entre los objetivos educativos estaban aprender a leer, escribir,
gramática, aritmética y geometría, así como lecciones sobre la es­
tructura del gobierno, la Constitución y los derechos y obligaciones
de los ciudadanos. Para fortalecer la institución matrimonial, sería
creado un fondo con el cual los artesanos pobres pudieran pagar los
costos parroquiales y otros gastos matrimoniales necesarios. El con­
junto de estos mecanismos serviría para reforzar las “bases princi­
pales de la civilización” -la familia, la propiedad y la instrucción. La
difusión de estos principios por medio de los miembros de la Socie­
dad Popular aseguraría el “triunfo legal” del partido Conservador104.
El gobierno Liberal inició inmediatamente una campaña contra
la Sociedad Popular, y eventualmente usó incluso la Sociedad De­
mocrática como una de sus herramientas de represión. Ya el 31 de
diciembre de 1849, el Gobernador José María Mantilla advirtió a dos
miembros de la Sociedad Popular, Francisco Cristando y Florentino
V. Posse, que el gobierno reprimiría al grupo si resultaban ciertos los
rumores sobre su colecta de armas. Mantilla alertó el 2 de enero de
1850 al vicepresidente de la Sociedad, Simón Espejo, sobre represa­
lias potenciales si continuaba atacando verbalmente al gobierno.
Espejo manifestó que usaría sus derechos como ciudadano para
expresar su pensamiento, ante lo cual Mantilla lo habría amenazado
con el exilio105.
La rivalidad política entre las organizaciones partidistas tuvo
una erupción violenta el 15 de enero de 1850. Una reunión de la
Sociedad Popular de esa tarde, de la que se dijo que habían asistido
más de mil personas (entre otros, Mariano Ospina Rodríguez, José
Eusebio Caro y José María Baraya, el Jefe Político de la ciudad),
fue interrumpida por los gritos, entre la muchedumbre, de unos trein­
9O
David Sowell
ta a cuarenta Democráticos. Según los relatos Conservadores, los
Democráticos dejaron pronto la asamblea, gritando que una revuelta
Conservadora había comenzado106. Los Liberales relataron que cuan­
do la reunión Popular se tomó desordenada, un Democrático de la
multitud había ido a una reunión regular simultánea de la organiza­
ción Democrática y les había informado del suceso. Esa sesión se
dispersó, después de lo cual algunos de sus miembros pidieron al
gobernador armas para restaurar el orden. Otros fueron a la reunión
Popular. Encontrando calma entre sus rivales, los Democráticos rei­
niciaron su propia sesión para considerar los pasos destinados a en­
frentar el movimiento de oposición. José María Samper propuso que
la Sociedad Democrática solicitara al presidente la expulsión de los
jesuítas y el despido de todos los Conservadores de los cargos públi­
cos. Martín Plata propuso que la Guardia Nacional fuera convocada
para prevenir la ruptura del orden público. Ambas resoluciones fue­
ron aprobadas107.
El 16 de enero de 1850 las paredes de la ciudad fueron cubier­
tas de anuncios convocando a todos los “buenos Liberales” a reunir­
se a mediodía para presentar las peticiones al presidente108. López
prometió analizar las peticiones, pero no indicó ningún curso de ac­
ción109. Las peticiones tuvieron no obstante un éxito parcial. Tres
jueces Conservadores fueron removidos de la Corte Suprema y el
General Conservador José María Ortega, director de la Universidad
Militar, fue despedido junto con algunos de sus subordinados. La
cuestionable legalidad de los despidos enfureció de tal manera a
Lino de Pombo que renunció a su posición como cabeza de la Corte
Suprema110.
Dos días después el Vicepresidente Rufino Cuervo instó a los
líderes de ambos grupos a que permanecieran tranquilos, sugirién­
doles que ambas Sociedades consideraran una interdicción de las
reuniones hasta después de la apertura del Congreso, en marzo, para
evitar la extensión de la violencia111. De hecho las reuniones públi­
cas parecen haberse reducido en febrero, debido a la epidemia de
cólera que asoló la ciudad. En marzo, después que los Democráticos
habían reasumido sus reuniones, la Sociedad Popular pidió permiso
para hacer lo mismo. El representante de la policía, Plácido Mora­
les, dio permiso al grupo para reunirse, pero sólo al aire libre o en la
sala de reuniones de la Democrática, no en el lugar acostumbrado.
Simón José Cárdenas, el presidente de la Popular, protestó, decía-
Artesanos y política en Bogotá
91
rando que la Sociedad no necesitaba pedir permiso para reunirse al
aire libre y que la restricción de su lugar de reunión era injustificada,
puesto que el cólera se había ido de la ciudad. Morales ratificó su
decisión y reprendió al líder Popular por su actitud arrogante112.
El propio Cárdenas fue encarcelado, en lo que se volvió una de
las controversias personales más publicitadas del periodo. Su visita,
el 16 de febrero de 1850, al miembro de la Popular encarcelado,
Ignacio Rodríguez, provocó un acalorado debate y el arresto de Cár­
denas. Este protestó diciendo que él había sido escogido para el
arresto debido simplemente a su actividad política en favor del par­
tido Conservador. E\ líder artesano Conservador criticó severamen­
te al carcelero Camilo Rodríguez, alegando que era indigno de ejer­
cer cargos públicos debido a una condena delictiva de 1839, después
de lo cual Rodríguez acusó rápidamente a Cárdenas y al miembro
Popular Juan Malo, de calumnia. Cárdenas fue encontrado culpable
y sentenciado a seis meses de cárcel. Para los Conservadores el
juicio no tenía que ver con calumnia -puesto que Rodríguez tenía un
historial delictivo-, sino con persecución política, la cual para ellos
era característica del régimen del 7 de marzo113. Si era así, parece
haber sido eficaz, porque en junio de 1850 la Sociedad Popular había
crecido lentamente, bajo las restricciones a la prensa impuestas por
el Presidente López después de la expulsión de los jesuítas en mayo
de ese año114. La represión gubernamental había impuesto silencio
eficazmente a la movilización popular del partido Conservador, esta­
bleciendo un precedente peligroso que vino a ser característico de la
cultura política de Colombia.
En 1851 hubo un reavivamiento de las disputas entre las socie­
dades Democrática y Popular. La reunión de la Popular del 11 de
marzo resultó en el peor hecho de violencia registrado entre estos
dos grupos. Cuando los Democráticos intentaron entorpecer la asam­
blea, un intercambio de disparos dio como resultado la muerte de un
miembro de la Sociedad Popular y serias heridas a varios policías.
Este incidente sirvió para reavivar las demandas de supresión de la
Sociedad Popular, que fue obligada a restringir las reuniones hasta
mayo115. La Sociedad Popular reasumió sus reuniones con sesiones
de reorganización en cada barrio de la ciudad. Algunos Democráti­
cos descontentos asistieron a una sesión y sugirieron la formación
de una sociedad de artesanos unificada que se dedicara exclusiva­
mente a servir los intereses del artesanado y rehusara ser herra­
92
David Sowell
mienta de los partidos116. Nada resultó de la propuesta, pues la rebe­
lión Conservadora de 1851 pronto eclipsó los acontecimientos en la
capital117.
La rebelión de 1851 provino de una complicada mezcla de fac­
tores económicos, políticos y sociales. Los Democráticos en el valle
del Cauca comenzaron una serie de ataques contra los hacendados
(muchos de quienes se proclamaban fíeles a la causa Conservado­
ra), alegando que la invasión de los ejidos por parte de los hacenda­
dos justificaba esa conducta. Los primeros meses de 1851 fueron
dominados de tal manera por estas acciones que al periodo se le ha
dado el nombre de El Zurriago, para caracterizar la naturaleza brutal
de los ataques. Las agresiones violentas contra los terratenientes
fueron especialmente graves alrededor de Palmira, donde los ata­
ques fueron hechos a plena luz del día118 Los Conservadores recla­
maron al gobierno castigo para estas acciones, pues raramente fue
usada la fuerza para sofocarlos -una queja al parecer válida-, en
tanto que el Jefe Político de Cali rechazaba un caso de incendio de
una hacienda, diciendo que, después de todo, su dueño era un “Con­
servador peligroso”119. Esta violencia ayudó a provocar la infruc­
tuosa revuelta que rápidamente se extendió a lo largo del valle del
Cauca y Antioquia. El General Obando fue nombrado Jefe del Sur,
mientras el Coronel Tomás Herrera fue encargado de la lucha en
Antioquia. A mediados de julio Obando había sosegado el Cauca,
pero Herrera necesitó hasta septiembre para suprimir la revuelta
antioqueña. La Sociedad Democrática de Bogotá prestó servicio en
Antioquia como parte de la Guardia Nacional y regresó a Bogotá el
9 de diciembre120.
Conclusión
Los años previos a la elección presidencial de 1849 se sitúan
como el periodo formativo de la cultura política colombiana. Resulta
significativo el hecho de que los partidos Conservador y Liberal se
desarrollaron en respuesta a lealtades regionales, experiencias ge­
neracionales y cuestiones de control de los poderes del gobierno, no
ante esenciales intereses de clase. Cada partido encontró necesario
reclutar grupos no pertenecientes a las elites para afianzar los vín­
culos electorales, un proceso que con el tiempo engendró una rígida
identificación popular con uno u otro partido. La violencia partidista
A ríesanos y política en Bogotá
93
y la manipulación del proceso electoral alteró casi inmediatamente
el sentido de un genuino gobierno representativo, aunque las apa­
riencias hacen pensar en un régimen republicano. En casos extre­
mos, la competencia partidista podía llevar a la guerra civil; en tiem­
pos normales enconaba las tensiones sociales. Aunque es claro que
los antagonismos Conservador y Liberal que dieron origen a La Vio­
lencia del siglo XX se encuentran en la escena política de la década
de 1930, el carácter de la disputa partidista se fundó en la represión,
el rencor y el reclutamiento popular asociados al régimen del 7 de
marzo. Sin embargo, las movilizaciones partidistas permitieron en
algunos casos a grupos no pertenecientes a las elites expresar sus
intereses de clase, haciendo posible un carácter alternativo para la
cultura política colombiana. En el periodo de las reformas liberales
de mediados de siglo, los contornos de ese régimen político -tanto
los presentes como los potenciales-serían determinados.
Notas
L Eduardo Santa, Sociología política de Colombia (Bogotá: Ediciones Tercer
Mundo, 1964), 37.
2 Charles W. Bergquist, “On Paradigms and the Pursuit of the Practical”, LARR,
13:2 (1978), 247-51; Frank Safford, “On Paradigms and the Pursuit of the Practi­
cal: A Response”, LARR, 13:2 (1978), 252-60. Helen Delpar, “The Liberal Record
and Colombian Historiography: An Indictment in Need of Revision”, Revista
Interamericana de Bibliografía, 31:4 (1981), 524-37; Frank Safford, “Acerca de
las interpretaciones socioeconómicas de la política en la Colombia del siglo XIX:
Variaciones sobre un tema”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultu­
ra d o 13-14 (1985-86), 91-151.
3· Indalecio Liévano Aguirre, Rafael Núñez (Bogotá: Cromos, 1944); Gerardo
Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, 6a ed. (Bogotá: Ediciones
Tercer Mundo, 1979); Germán Colmenares, Partidos políticos y clases sociales en
Colombia (Bogotá: Universidad de Los Andes 1968).
4· Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia
(Bogotá: Editorial Viento del Pueblo, 1975), 13,117,122.
5 Charles W. Bergquist, “The Political Economy of the Colombian Presidential
Election of 1897”, HAHR, 56:1 (February 1976), 1-30; Charles W. Bergquist,
Coffee and Conflict in Colombia, 1886-1910 (Durham, NC: Duke University Press,
1978), 7; Charles W. Bergquist, Labor in Latin America: Comparative Essays on
Chile, Argentina, Venezuela, and Colombia (Stanford, CA: Stanford University
Press, 1986), 281,286-94.
94
David Sowell
6· Helen Delpar, Red Against Bine: The Liberal Party in Colombian Politics,
1863-1899 (University: University of Alabama Press, 1981); James William Park,
Rafael Nunez and the Politics o f Colombian Regionalism. 1863-1886 (Baton Rou­
ge: Louisiana State University Press, 1985); Robert Louis Gilmore, “Federalism in
Colombia, 1810-1858”, Ph.D. dissertation, University of California, 1949, pre­
senta la evidencia más fuerte de la primacía del regionalismo en la política colom­
biana.
7 Frank Safford, “Bases of Political Alignment in Early Republican Spanish
America”, en New Approaches to Latin American History, ed. por Richard Graham
y Peter Smith (Austin: University of Texas Press, 1974), 102-3.
8· Emilia Viotti da Costa, The Brazilian Empire: Myths and Histories (Chicago:
University of Chicago Press, 1985), 72.
9 Jay Robert Grusin, “The Colombian Revolution of 1848”, Ph.D. Dissertation,
University of New Mexico, 1978, passim.
10· Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo X IX (Bogotá:
Editorial Temis Librería, 1982), 95-97; John L. Young, “University Reform in
New Granada, 1820-1850”, Ph.D. dissertation, Columbia University, 1970; David
Bushnell, The Santander Regime in Gran Colombia (Newark: University of De­
laware Press, 1954), 183-94.
11 Podría ser posible indagar por la influencia de las “ideas” en los políticos del
siglo XIX usando estos argumentos, a menos que estas cuestiones corran parejas
igualmente con las posibilidades de vida. Ver Charles A. Hale, “The Reconstruc­
tion of Nineteenth Century Politics in Spanish America: A Case for the History of
Ideas”, LARR, 8:2 (1973), 53-73.
12· José María Samper, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición
social de las repúblicas colombianas (Hispano-Americanas) (Bogotá: Biblioteca
Popular de Cultura Colombiana, s.f.), 231.
13· Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano, 30-33.
14 José María Samper relata que el término Gólgota provino de un comentario de
un periódico sobre su homologación del socialismo con los ideales del “Mártir del
Gólgota”. En adelante Gólgota identificaría a los reformadores más radicales. José
María Samper, Historia de un alma, 1834 a 1881,2 vols. (Bogotá: Biblioteca de
Cultura Colombiana, 1948), 1,268-69.
15· El relato clásico de este proceso es Historia de una alma, de José María
Samper. Para Núñez, ver Helen Delpar, “Renegade or Regenerator? Rafael Nuñez
as Seen by Colombian Historians”, Revista Interamericana de Bibliografía, 35:1
(1985), 25-39.
16· Daniel Pécaut, Orden y violencia: Colombia, 1930-1954, 2 vols. (Bogotá:
Siglo Veintiuno Editores, 1987), I, 20; Bergquist, Coffee and Conflict, 95-99.
11■ El derecho al sufragio fue concedido por la Constitución de 1832 a los varones
mayores de veintiún años (o más jóvenes, si estaban casados) que no ganaran su
subsistencia como obreros manuales no calificados o sirvientes domésticos. Los
delincuentes y los dementes también estaban excluidos de votar, como lo estuvie­
ron aquellos individuos que hubieran faltado a sus deudas con la nación. William
Marion Gibson, The Constitutions o f Colombia (Durham, NC: Duke University
Press, 1948), 120; La Crónica Semanal, Abril 13, 1832.
Artesanos y política en Bogotá
95
18· Ambrosio López, El desengaño o confidencias de Ambrosio López, primer
director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, denominada hoi “Sociedad De­
mocrática” escrito para conocimiento de sus consocios (Bogotá: Imprenta de
Espinosa, por Isidoro García Ramírez, 1851), 11-13; Hugo Latorre Cabal, Mi
novela: Apuntes autobiográficos de Alfonso López (Bogotá: Ediciones Mito, 1961),
passim; J. León Helguera y Robert H. Davis, eds., Archivo epistolar del General
Mosquera: Correspondencia con el General Ramón Espina, 1835-1866 (Bogotá:
Editorial Kelly, 1966), 263.
19· Ver Sean Wilentz, Chants Democratic: New York City and The Rise o f the
American Working Class, 1788-1850 (New York: Oxford University Press, 1984);
Foster Rhea Dulles y Melvyn Dubofsky, Labor in America: A History, 4a ed.
(Arlington Heights, IL: Harlan Davidson 1986), 21-69.
20 Bushnell, The Santander Regime’, David Bushnell, “The Last Dictatorship:
Betrayal or Consummation?” HAHR, 63:1 (February 1983), 65-105.
21· Gibson, The Constitutions o f Colombia, 35-66, 109-51; Gilmore, “Federalism
in Colombia”, 13 9-41.
22 Thomas F. McGann, “The Assassination of Sucre and Its Significance in Co­
lombian History, 1828-1848”, HAHR, 30:3 (August 1950) 269-89.
23· José Manuel Restrepo, Diario político y militar. Memorias sobre los sucesos
importantes de la época para servir la historia de la Revolución de Colombia y de
la Nueva Granada, desde 1819para adelante, 4 vols. (Bogotá: Imprenta Nacional,
1954), II, 228; Gilmore, “Federalism in Colombia”, 138-39. Nieto Arteta ve en
estos campos al “liberalismo conservador” de Santander como opuesto al “libera­
lismo doctrinario” de Azuero que habría divido en la década de 1850 a los Liberales
Draconianos, incluyendo a Lorenzo María Lleras, y los Liberales Gólgotas como
muel Murillo Toro. Ver su Economía y cultura, 83, 180.
Ignacio Morales sirvió como director de la Sociedad, compartiendo el puesto
en su Consejo Ejecutivo con representantes del Arzobispado, cuatro órdenes reli­
giosas, Pedro Herrera Espada, Juan Madiedo, y José Félix Merizalde, y el Vice­
director Antonio Herrán. Ignacio Morales, Antonio Herrán, Felipe Bemal, et al.,
Invitación que hace la Sociedad Católica de Bogotá a los fieles de la América
(Bogotá, Mayo 10, 1838).
25· El Investigador Católico, Marzo 25, 1838.
26· El Investigador Católico, Agosto 1, Octubre 15, 1838; Morales, Invitación',
José Restrepo Posada, “La Sociedad Católica de Bogotá — 1838”, Boletín de His­
toria y Antigüedades, 43:499/500 (Mayo-Junio 1956), 310-21.
27· El Investigador Católico, Octubre 15, 1838.
28· La Bandera Nacional, Mayo 27, 1838. Por su parte, los editores de El Inves­
tigador Católico proclamaron que las Sociedades católicas representaban una mues­
tra genuina de apoyo a la iglesia; los Progresistas alegaron que las presiones del
clero habían forzado a miembros de la organización a integrarse a ellas. El Investi­
gador Católico, Octubre 15, 1838.
29· La Bandera Nacional, Junio 3, 17, 1838.
30· El Argos, Junio 24, 1838.
31· El Argos, Julio 1, 1838.
32· El Labrador i Artesano, Septiembre 16, 1838, p. 2.
96
David Sowell
33 El Labrador i Artesano, Septiembre 16,1838. La lista de miembros se encuentra
en El Labrador i Artesano, Octubre 7, 14, 1838, y Enero 20, 1839. Los Progresis­
tas le insistieron a sus colegas de otras regiones en que formaran organizaciones
constituidas según el modelo de las de Bogotá. Lleras escribió que “la instrucción
de las masas es la garantía más importante de los gobiernos populares”, e insistió
en que la creación de sociedades semejantes levantaría el nivel de las clases inferio­
res y ayudaría a hacer menos desiguales las clases sociales. Los Progresistas funda­
ron grupos similares en Villa de Leiva, Tunja, Gachetá, Santa Marta, Cúcuta, Soatá,
La Mesa y Santa Rosa de Viterbo.
34· El Labrador i Artesano, Noviembre 4, 1838.
35· El Labrador i Artesano, Diciembre 8, 1838.
36 El Labrador i Artesano, Octubre 14,21,28, Noviembre 4,18,25, Diciembre 8,
16, 1838.
37· El Labrador i Artesano, Septiembre 23, Octubre 28, Diciembre 16, 23, 1838;
Enero 13, 1839.
38 El Amigo del Pueblo, Septiembre 16, 1838.
39 AC, Senado, peticiones, 1839, XI, folios 79-86r; Bonifacio Quijano, Ramón
Torres, Gaspar Jiménez, et al., H. H. senadores i representantes (Bogotá: Impreso
por J. A. Cualla, Abril 16, 1839).
40 Gilmore observa que los santanderistas empezaron a emplear la retórica fede­
ralista precisamente cuando perdieron el control de la administración en 1837. Ver
su “Federalism in Colombia”, 166-67.
41· Gibson, The Constitutions o f Colombia, 145; Constitucional de Cundinamarca, Junio 10, 1832; El Día, Julio 17, 1842.
42· El Boletín Liberal, Octubre 13, 1840; Un Albañil, Artesanos laboriosos de
Bogotá (Bogotá: Imp. por Juan Vanegas, 1840).
43 Joseph León Helguera, “The First Mosquera Administration in New Grana­
da”, Ph.D. dissertation, University of North Carolina, 1958, 54-72.
44 Young, “University Reform”, 37-38,78,106-11; Gilmore, “Federalism in Co­
lombia”, 187-88.
45 Helguera, “The First Mosquera Administration”, 34.
46· Ibid., 37-38; David Bushnell, “Elecciones presidenciales colombianas, 18251856”, en Compendio de estadísticas históricas de Colombia, ed. por Miguel
Urrutia Montoya y Mario Arrubla (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
1970), 249-57.
47 Helguera, “The First Mosquera Administration”, 247-48; Frank Safford, “Commerce and Enterprise in Central Colombia, 1821-1870”, Ph.D. dissertation, Columbia University, 1965, 115.
48 Helguera, “The First Mosquera Administration”, 326; Aníbal Galindo, Histo­
ria económica i estadística de la hacienda nacional desde la colonia hasta nuestros
días (Bogotá: Imprenta de Nicolás Pontón i Compañía, 1874), 56-60.
49 Manuel María Madiedo, Ideas fundamentales de los partidos políticos de la
Nueva Granada, 3a ed. (Bogotá: Editorial Incunables, 1985), 31-32.
50 AC, Senado, Proyectos Negados, 1846, V, folios 118-26. La petición fue publi­
cada también como folleto. Ver Agustín Rodríguez, Vicente Vega, Juan Dederle, et
al., HH. senadores (Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, Mayo 5, 1846); AC,
Cámara, Informes de Comisiones, 1847, X, folios 229-24Ir.
Artesanos y política en Bogotá
91
51 Los firmantes que jugaron o habrían jugado un rol en la política artesana
incluyen a: Agustín Rodríguez, José María Vega (zapatero), Francisco Londofío,
Hilario Novoa, Narciso Garai y Rafael Tapias (carpintero). Muchos firmantes
habían sido miembros de la Sociedad Democrática-Republicana de Artesanos y
Labradores o habían firmado los “libros” de petición de 1839. David Sowell, “‘La
teoría i la realidad’: The Democratic Society of Artisans of Bogotá, 1847-1854”,
HAHR, 67:4 (November 1987), 616.
52 Galindo, Historia económica, 60-61; CN, XII, 214-62; Luis Ospina Vásquez,
Industria y protección en Colombia, 1810 a 1930 (Bogotá: Editorial Santafé, 1955),
208-14.
53 La Sociedad seleccionó a Rodríguez como su primer director a principios de
noviembre; Cayetano Leiva fue nombrado vice-director y Martín Plata fue desig­
nado secretario. Agustín Rodríguez, Al director i miembros de la Sociedad Demo­
crática (Bogotá: s.e., 18¿t9), 1, 2; Sociedad de Artesanos, Reglamento para su
réjimen interior i económico (Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, 1847), 16;
Salvador Camacho Roldán, Memorias, 2 vols. (Bogotá: Biblioteca Popular de Cul­
tura Colombiana, 1946), I, 106-7; Latorre, Mi novela, 26. Entre los miembros del
directorio figuraban José María Solano, Francisco Torres Hinestrosa, Francisco
Londoño, Pedro Aguilar, Rafael Lasso, Ambrosio López, Bartolomé Andrade,
Antonio Cháves, Camilo Cárdenas, Dr. Evanjelista Durán, José Benito Miranda,
José María Vega, Francisco Garzón, Gregorio Lugo, Hilario Novoa, Francisco
Vásquez Guevara (sastre), y Rudesindo Zuñer (sastre).
54 Sociedad de Artesanos, Reglamento, 1.
55 Reglamento de la Sociedad de Artesanos, Bogotá, 1848, citado por Jaime
Jatamillo Uribe, “Las Sociedades Democráticas de Artesanos y la coyuntura polí­
tica y social Colombiana de 1848”, en La personalidad histórica de Colombia y
otros ensayos (Bogotá: Editorial Andes, 1977), 205.
56; Sociedad de Artesanos, Reglamento.
57· El Clamor de la Verdad, Noviembre 14, 1847.
58 El Día, Diciembre 11, 1847.
59· El Clamor de la Verdad, Diciembre 26, 1847.
6o: Ibíd.
61 Rodríguez, Al director, 3; El Aviso, Octubre 8, 1848.
62 Grusin, “Revolution of 1848”, 43-49.
63 Gilmore, “Federalism in Colombia”, 179.
64· Ibíd., 182.
65 Ambrosio López emitió muchas de las invitaciones. López, El desengaño, 1-5.
66 Por ejemplo, ver Jaramillo Uribe, “La influencia de los románticos franceses y
de la revolución de 1848 en el pensamiento político colombiano del siglo XIX”, en
La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos (Bogotá: Editorial Andes,
1977), 181-201.
67 Gilmore, “Federalism in Colombia”, 213; Robert Louis Gilmore, “Nueva
Granada’s Socialist Mirage”, HAHR, 36:2 (May 1956), 190-210. El lenguaje de la
época ha dificultado una interpretación precisa de la Sociedad.
68· Latorre, Mi novela, 72.
69· La América, Junio 4, 1848.
70· Ibíd.
98
David Sowell
71 El Aviso, Junio 18,1848. En una lista de electores presidenciales apoyada por
la organización figuraban los nombres de los principales Liberales de la capital, así
como de numerosos artesanos. Entre los artesanos del barrio La Catedral propues­
tos estaban Martín Plata, José María Vergara Tenorio, Evanjelisia Durán y Rudesindo Zuñer; de San Victorino, Carlos Martín, Francisco Londoño, Ambrosio
López y Francisco Torres Hinestrosa; y del barrio Las Nieves, Pedro A. Castillo y
Ramón Groot.
72· El Día, Abril 8, 22, 29, Mayo 6, 13, 24, Junio 7, 1848.
73· A los artesanos de Bogotá (Bogotá: s.e., s.f.).
74· El Día, Mayo 28, 1848.
75· La América, Junio 18, 25, 1848.
76· El Nacional, Junio 11, 1848.
77 Bushnell, “Elecciones presidenciales colombianas”, 258-59,265; El Nacional,
Junio 11, \S4S; El Día, Junio 28, Julio 1, y Julio 19,1848. Veintinueve de los votos
de Gori provinieron de electores de los distritos parroquiales de La Catedral, San
Victorino y Santa Bárbara, mientras que López al parecer ganó los nueve votos en
Las Nieves. Un cambio curioso en el primero y último recuento electoral merece
mención. En el primer anuncio, Agustín Rodríguez, de la lista Conservadora, y
Jenaro Ruiz, un elector Progresista, ambos artesanos, fueron nombrados como
electores ganadores. Sus nombres estuvieron ausentes de la lista final; esto sucedió
únicamente a otro de los treinta y un electores de Bogotá. Ver El Día, Junio 28,
Julio 29, 1848.
78 La Sociedad también participó en la política local. En la elección de nuevo
cabildo en diciembre de 1848,69 Progresistas fueron seleccionados de un total de
166 electores municipales. Cinco miembros de la Sociedad fueron escogidos: Am­
brosio López, Cayetano Leiva, Juan Evanj elisia Durán, Francisco Torres Hines­
trosa y Francisco Vásquez. Los Conservadores calificaron estas elecciones, que
estuvieron bastante acaloradas, como la prueba de la impopularidad de los Progre­
sistas entre los ciudadanos, puesto que ellos eran incapaces de obtener mayoría.
Ver El Nacional, Diciembre 25,1849.
79· Ibíd.
80· El Aviso, Enero 11, 1849.
81 El Patriota Imparcial, Marzo 1, 1850. Es difícil determinar quién lideró los
preparativos de las elecciones. Ambrosio López y Emeterio Heredia reclamaron
posteriormente la responsabilidad; otros, sin embargo, sostuvieron que el cerrajero
Miguel León dirigió los planes de la Sociedad; pero hubo también quienes creían
que los jóvenes Liberales estuvieron a cargo de esas maniobras. López, El desenga­
ño, 23; Ambrosio López, El triunfo sobre la serpiente roja, cuyo asunto es del
dominio de la nación (Bogotá: Editorial Espinosa, 1851), 10; Emeterio Heredia,
Contestación al cuaderno titulado ‘E l desengaño o confidencias de Ambrosio
López etc. ”por El Presidente quefue de la Sociedad de Artesanos El 7 de Marzo de
1849 (Bogotá: Imprenta del Núcleo Liberal, 1851), 41-45; José Manuel Restrepo,
Historia de la Nueva Granada, 2 vols. (Bogotá: Editorial El Catolicismo, 1963), II,
102; Angel Cuervo y Rufino José Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su
época, 2 vols. (Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Prensas de la
Biblioteca Nacional, 1946), II, 126-28; La Civilización, Diciembre 27,1849.
82· La Civilización, Enero 10, 1850; Restrepo, Historia de la Nueva Granada, II,
102.
Artesanos y política en Bogotá
99
83 Cuervo y Cuervo, Vida de Rufino Cuervo, 127.
84· Latorre, Mi novela, 24; Isaac F. Holton, New Granada: Twenty Months in the
Andes (New York: Harper &. Brothers, 1857), 521.
85 José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santa Fe de Bogotá, 9 vols.
(Bogotá: Imprenta de la Cruz, 1910), III, 343-46.
86· La Gaceta Oficial, Mayo 17, 1849; El Neo-Granadino, Marzo 10, 1849;
Restrepo, Historia de la Nueva Granada, II, 103-6; Jaime Duarte French, Floren­
tino González: Razón y sinrazón de una lucha política (Bogotá: Banco de la Repú­
blica, 1971), 425.
87· El Aviso, Marzo 8, 1849.
88 La Sociedad de Artesanos de Bogotá a la nación (Bogotá: Imp. de Sánchez y
Compañía, Marzo 8,1849). La magra tesorería de la Sociedad se había agotado con
los esfuerzos de la elección. Afortunadamente, como expresión de gratitud para
con los artesanos, varios “patriotas” adinerados decidieron patrocinar una cena
cívica en honor de López para llenar sus arcas. Ella fue celebrada el 25 de marzo de
1849, el día del retomo de López a la capital, y procuró una ganancia de 650 pesos.
Una carta circulada a varios Liberales .pidiendo apoyo obtuvo otros 89 pesos.
Estas sumas de dinero, después de pagados los gastos, dejaron a la Sociedad con un
balance de tesorería de 805 pesos. (Rodríguez, Al director, 4, 5).
89 Ninguna orientación política fue suficientemente cohesiva o precisa en su ideo­
logía para garantizar el título de partido hasta 1849. Después de la elección de ese
año, ambos grupos clarificaron sus plataformas y antagonismos mutuos para jus­
tificar la etiqueta de partidos. En consecuencia, Liberales y Conservadores serán
puestos en mayúsculas cuando se refieran a los individuos alineados con uno u otro
grupo, y se escribirá en minúsculas en referencia al uso no partidario de la palabra.
90 La correspondencia de las Sociedades publicada en La Gaceta Oficial fue diri­
gida a, y respondida por, Zaldúa, aunque la naturaleza precisa de la relación tiene
que ser determinada todavía. Entre agosto de 1849 y febrero de 1850, la Sociedad
fue llamada tanto Sociedad de Artesanos como Sociedad Democrática de Artesa­
nos. No está claro cuándo ocurrió el cambio de nombre, o de quién fue la iniciativa.
Después de febrero de 1850, el nombre de Sociedad Democrática predominó.
91· El Sentimiento Democrático, Mayo 3, Junio 14, 1849; Reseña histórica de los
principales acontecimientos políticos de la ciudad de Cali, desde el año de 1848
hasta el de 1855 inclusive (Bogotá: Imprenta de Echeverría Hermanos, 1856), 14,
27.
1
92 José Escorcia, Sociedad y economía en el Valle del Cauca, Vol III. Desarrollo
político, social y económico, 1800-1854 (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1983),
61, 121; J. León Helguera, “Antecedentes sociales de la revolución de 1851 en el
sur de Colombia, 1848-1849”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la
Cultura, N° 5 (1970), 62.
93 El Sentimiento Democrático, Mayo 3, Junio 14, 1849; Reseña histórica, 14,
27-28; Helguera, “Antecedentes sociales”, 62; Escorcia, Desarrollo político, 121.
94 Reseña histórica, 27-30; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Co­
lombia desde la disolución de la antigua república de ese nombre hasta la época
presente, 6 vols. (Bogotá: Casa Editorial de Arboleda y Valencia, 1918-35), III,
282.
100
David Sowell
95 Reseña histórica, 28-32; El Sentimiento Democrático, Diciembre 20, 1849;
Helguera, “Antecedentes sociales”, 59; Escorcia, Desarrollo político, 107. El ren­
cor entre las dos organizaciones puede ser seguido en las páginas de El Ariete y El
Sentimiento Democrático durante la segunda mitad de 1849 y los primeros meses
de 1850.
96 El Sur-Americano, Enero 19, 1850.
97· El Porvenir, Septiembre 15, 1849.
98 Existe cierta confusión acerca de la fecha precisa de la fundación de la Sociedad
Popular. Su periódico, El Amigo de los Artesanos, escribió que su primera reunión
había tenido lugar el 10 de Diciembre, una segunda el 18 de Diciembre (con cuatro­
cientos asistentes), y una tercera el 21 de Diciembre (setecientos asistentes). Otras
fuentes sugieren que sus primeras reuniones tuvieron lugar en 1848, y que fue
reinstalada el 17 de Diciembre de 1849. El Amigo de los Artesanos, Diciembre 21,
28,1849; El Día, Diciembre 26,1849.
"· El Día, Junio 26,1845; Reglamento de la Sociedad de Artistas (Bogotá, 1891);
José Joaquín Borda, Historia de la Compañía de Jesús en la Nueva Granada, 2
vols. (Poissy: Imprenta de S. Lejay et Ce., 1872), II, 171-72, 195-99.
100· Camacho Roldán, Memorias, 107-9.
101 El Día, Diciembre 26,1849.
102 El Amigo de los Artesanos, Diciembre 28,1849.
103· El Día, Diciembre 26, 1848; Reglamento orgánico de la Sociedad Popular de
instrucción mutua ifraternidad cristiana (Bogotá: Imprenta de El Día, 1849), 1-4.
104· El Día, Diciembre 26, 1849, p. 1.
105 El Día, Marzo 23, 1850.
106· La Civilización, Enero 17,1850; El Día, Enero 19,1850; El 7 de Marzo, Enero
20, 1850, Restrepo, Historia de la Nueva Granada, 137.
107 El 7 de Marzo, Enero 20, 1850; El Cañón, Enero 17, 1850.
108· El Día, Enero 19, 1850.
109· El Día, Enero 19, 1850; El 7 de Marzo, Enero 20, 1850; El Cañón, Enero 17,
1850; La Civilización, Enero 17,1850; Arboleda, Historia contemporánea, III, 39;
Restrepo, Historia de la Nueva Granada, II, 136. Francisco Londoño encabezó la
comisión, en la que también participaron Agustín Rodríguez, el Dr. Carlos Martín,
Miguel León, José María Samper, Enrique Parra, Carlos Sáenz, Bartolomé Ibarra,
Raimundo Russi, Francisco Vázquez y Germán G. Piñeres. La Civilización dijo
que el grupo también pidió la disolución de la Sociedad Popular. El 7 de Marzo,
Diciembre 23, 1849, secundó esta idea.
110 Restrepo, Historia de la Nueva Granada II, 136.
111 Arboleda, Historia Contemporánea, 91, El Neogranadino, Enero 25, 1850.
Algo después, un periódico moderado recordó a todos los artesanos que ellos ^ran
hermanos y subrayó que la lucha política sólo creaba la disensión entre la clase
artesana. El Patriota Lmparcial, Marzo 15, 1850.
112 El Día, Abril 17, 1850.
113 El Día, Febrero 13, 16,1850; La Civilización, Mayo 24 27 1850; Simón José
Cárdenas, El juicio de imprenta celebrado el día 13 de Mayo de 1850promovido
por Camilo Rodríguez contra el infrascrito (Bogotá: Imprenta de “El Día” por J.
Azarza, Mayo 14, 1850).
114· El Cernícalo, Junio 10, 1850.
Artesanos y política en Bogotá
101
115· La Gaceta Oficial, Marzo 13, 1851 \ El Neogranadino, Marzo 14, 1851.
116· El Neo-Granadino, Mayo 15, 1851; La Civilización, Mayo 15, 1851.
117 Algunas de las tensiones causadas por la guerra son visibles en Miguel León,
Señorjefe político Doctor Eustaquio Alvarez (Bogotá, Agosto 31,1851); La Refor­
ma, Septiembre 7, 1851.
118· Reseña histórica, 31, 32, 36-39.
119· La Gaceta Oficial, Mayo 2, 1850.
120· El Baile, Noviembre 24,1850; EIDía, Diciembre 21,1850; La Reforma, Agos­
to 24, 1851; El Neogranadino, Diciembre 12, 1851.
Capítulo III
Movilizaciones de los artesanos
en el período
de las Reformas Liberales
La caída de M eló, caricatura de José M aría Espinosa.
El país progresa, se nos dice; en verdad el lujo se aumenta en ciertas
clases, los edificios se multiplican, los mercados son abundantes,
la exportación se aumenta, los almacenes invaden la ciudad; por
todas las calles principales vemos un movimiento a que no estába­
mos acostumbrados, pero el pueblo sufre escaseces y privaciones;
todo se ha encarecido para él; sus productos o trabajo no alcanzan
para cubrir sus gastos; y el pueblo tiene que decir: no queremos el
progreso ni la civilización inglesa, en virtud de la cual centenares de
hombres mueren de miseria bajo los alares y pórticos de palacios
de mármol.
El artesano de Bogotá1
Las reformas liberales de mediados del siglo XIX transforma­
ron la estructura gubernamental de Colombia, modificaron su infra­
estructura económica y liberaron su sociedad de muchas restriccio­
nes coloniales2. Los cambios en la política económica durante la
administración presidencial de Tomás Cipriano de Mosquera (184549) abrieron el periodo de reformas, que vino a florecer plenamente
bajo el régimen de José Hilario López (1849-53), y culminó luego de
la guerra civil de 1859-62. A mediados de la década de 1860 Colom­
bia había completado el más extenso conjunto de reformas en Amé­
rica Latina, provocando, como pasó en otros países, persistentes
reacciones apasionadas, sobre todo de las organizaciones del arte­
sanado de la capital.
La ideología liberal que sustentó las reformas atrajo amplios
segmentos del régimen político colombiano, aunque no fue univer­
salmente aceptada. En teoría, los defensores del liberalismo creye­
ron que los esfuerzos de los individuos por satisfacer sus propios
intereses, cuando no estaban limitados por medidas sociales, econó­
micas o políticas restrictivas, servirían mejor los intereses del públi­
co en general. Por consiguiente los reformadores favorecieron lo
individual por encima del grupo y el laissez-faire por encima de
programas económicos monopolistas. Eso significó igualmente, que
pocas sino ninguna restricción debía limitar el discurso, la prensa, la
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1/
David Sowell
asamblea, u otras formas de expresión individual. La libertad de ins­
trucción fue favorecida por sobre las instituciones educativas patro­
cinadas por la iglesia. Según la teoría liberal, la posibilidad de que los
individuos alcanzaran sus potencialidades requería la limitación del
poder temporal de la iglesia. En la arena política fueron juzgadas
preferibles las expresiones directas del pueblo a las expresiones po­
líticas indirectas, filtradas. Menos limitaciones del sufragio permiti­
rían a más individuos expresar sus sentimientos políticos, bloquean­
do el poder inmoderado de unos pocos sobre la mayoría. Pequeñas
unidades administrativas ligadas en un sistema federalista de gobier­
no, fueron vistas como superiores a regímenes estatales poderosos,
centralizados. El liberalismo económico exigía la propiedad privada
de la tierra, la eliminación de los monopolios, la reducción de los
niveles de contribución, así como la libre circulación de productos
dentro de los límites nacionales en consonancia con la fe en las ven­
tajas comparativas en el intercambio internacional de mercancías.
La esclavitud, anatema de la expresión tanto económica como so­
cial de los individuos autónomos, era incompatible con el liberalismo.
Los liberales prometieron que el “progreso” y la “civilización” ven­
drían después de la aparición de la empresa individual y el abandono
de las políticas favorables a grupos sociales privilegiados3.
En su adhesión a la ideología del liberalismo, los reformadores
colombianos marcharon al ritmo de gran parte del mundo Occiden­
tal. El liberalismo siguió la lógica de Las Luces y los adelantos mate­
riales del capitalismo, sirviendo como “opción ideológica” a muchos
de los diseñadores de los nuevos gobiernos republicanos, que espe­
raron ponerse a la altura del progreso que pudieron observar, parti­
cularmente en términos económicos, en Estados Unidos y ciertas
áreas de Europa Occidental. Contrariamente a su propia retórica, la
ideología del liberalismo no produjo un Estado neutral. Dirigió la eco­
nomía política de Colombia en cambio hacia la estructura económi­
ca del Atlántico Norte, reforzó el desarrollo de empresas de expor­
tación y redujo la capacidad doméstica de fabricación, que fue juz­
gada por muchos como “no competitiva”. El liberalismo no sólo sa­
tisfizo los intereses particulares de grupos sociales que aspiraban a
participar plenamente en la economía de exportación-importación
sino que atrajo amplios segmentos de la elite de la sociedad, sin
correlación directa con la función socioeconómica. La promesa del
liberalismo, de plena participación de la nación en los asuntos socia-
I
Artesanos y política en Bogotá
107
les y políticos atrajo en particular a los grupos de nivel medio como
los artesanos, que imaginaron que sus destrezas podrían ser recom­
pensadas mejor dentro de ese sistema de creencias4. Simultánea­
mente, los artesanos locales se opusieron al liberalismo económico,
el cual amenazó sus posiciones productivas.
Los líderes nacionales apoyaron la mayoría de las reformas di­
señadas bajo los principios del liberalismo económico, por lo que
estas reformas fueron muy vastas. Como planteé antes, muchas de
las reformas, especialmente aquellas relacionadas con la política fis­
cal, habían sido propuestas de una u otra forma desde la década de
1820, pero a la mayoría se le habían anticipado la oposición ideológi­
ca o la vacilación pragmática de los líderes tempranos como Santan­
der, por temor a la pérdida de rentas para el funcionamiento guber­
namental; un pragmatismo no compartido por los reformadores de
mediados del siglo. Las reformas económicas de Mosquera, que
incluyeron la reducción del arancel, la eliminación del monopolio del
tabaco y una nueva acuñación, obtuvo apoyo bipartito general, un
consenso que continuó después de la victoria liberal de 1849, lo cual
quitó importancia a esa elección en cuanto al proceso de reformas5.
Es común atribuir la plena responsabilidad del ímpetu reforma­
dor a los Liberales jóvenes. De hecho, la Generación de 1849, hom­
bres formados bajo el sistema educativo instituido por Santander y
quienes se hicieron activos políticamente en la plenitud del optimis­
mo juvenil, fueron un catalizador primordial de las reformas, aunque
ellos fueron sólo sus defensores más visibles. Con las excepciones
anotadas de las áreas de reforma relacionadas con la iglesia, existió
un acuerdo esencial entre los políticos de ambos partidos antes de
1852. De manera que la elección de 1849 modeló la cultura política
colombiana, no su proceso de reformas. Desde ese año, los partidos
Conservador y Liberal han dominado la política, aunque no sin desa­
fíos significativos de terceros partidos y una disputa política conside­
rable. La elección de 1849 también simbolizó la liberalización de la
cultura política, con la aparición de organizaciones políticas con una
significativa fuerza popular. Algo así mismo importante radicó en
que la derrota de la revuelta de Meló en 1854 restringió esa cultura
política a dichos partidos, puesto que Conservadores y Liberales de­
rrotaron juntos el desafío de un tercer partido, estableciendo así un
precedente para el Frente Nacional del siglo XX. Es significativo
que el desafío de 1854 haya involucrado un grado inaudito de movi­
108
David Sowell
lización popular; su derrota también estableció una tradición central
a la cultura política del país.
El régimen Liberal de José Hilario López continuó la liberalización económica de su predecesor, e intentó también reorientar social
y políticamente la nación. Pero es de destacar que los Conservado­
res controlaron en 1850 el Senado, el cual impulsó reformas que
descentralizaron la estructura fiscal de la nación, abolieron los aran­
celes en Panamá, redujeron los impuestos sobre el papel sellado y
permitieron la libre exportación de oro. Los congresos subsiguien­
tes, dominados por los Liberales en 1851,1852 y 1853, abrieron los
ríos al tráfico extranjero, abolieron la pena de muerte para los críme­
nes políticos, declararon la libertad absoluta de la prensa, eliminaron
finalmente la esclavitud, aceleraron la eliminación de los resguardos,
suprimieron los fueros y el diezmo e iniciaron la descentralización
política. La Constitución de 1853 culminó esta primera fase de re­
formas declarando la separación de la iglesia y el Estado, permitien­
do el matrimonio civil y el divorcio, extendiendo el voto a todos los
ciudadanos varones mayores de veintiún años, instaurando eleccio­
nes secretas directas, permitiendo la elección popular de goberna­
dores y muchos otros funcionarios, creando una estructura guberna­
mental más descentralizada y debilitando los poderes ejecutivos6.
Robert Gilmore recuerda al observador que pudiera aludir al carác­
ter innovador del gobierno Liberal, que precedentes para “cada me­
dida marcada con la etiqueta del 7 de marzo pueden encontrarse [en
peticiones hechas] entre 1809 y 1840”7.
Esto de ninguna manera sugiere que los colombianos dieran
apoyo irrestricto a las reformas. La libertad de expresión religiosa,
aunque permitida, amenazaba las posiciones hegemónicas de la igle­
sia católica, que era vista por muchos Conservadores como el ba­
luarte de la moralidad, la virtud pública y la estabilidad social. La
separación de la iglesia y el Estado, otro principio liberal, iba contra
tradiciones profundamente arraigadas. Muchos consideraron que el
anti-clericalismo liberal precarizaba a los líderes religiosos y ponía
en peligro a los muchos individuos que impartían los principios de
una vida social armoniosa. Significativamente, muchos defensores
de la iglesia advirtieron que la sociedad colombiana no estaba sufi­
cientemente “civilizada” para permitirle a los individuos la libertad
de expresión sin la amenaza ominosa del anarquismo y el desorden.
Artesanos y política en Bogotá
109
Tampoco tuvo aprobación unánime la eliminación de la esclavitud, lo
que, en combinación con la expulsión de los jesuítas en 1850 por
decreto presidencial, incitó en 1851 la revuelta Conservadora. Es
más, el partido Liberal se fragmentó entre un sector de reformado­
res más jóvenes, más radicales (los Gólgotas) y otro de reformado­
res moderados (los Draconianos). El segundo grupo, de hombres
cuyo liberalismo se había modelado como Santanderistas Progresis­
tas, se opusieron a que los poderes ejecutivos y el rol del ejército en
el gobierno fueran reducidos. Con el tiempo los artesanos de la So­
ciedad Democrática se unieron a los Draconianos en un esfuerzo
por refrenar las reformas, incluyendo las leyes arancelarias. El fra­
caso de ese esfuerzo llevó a una revuelta artesano-militar-Draconiana en abril de 1854 encaminada a detener la marea de la reforma
y a devolver al país a las normas constitucionales precedentes. El
movimiento fue derrotado por una alianza de Conservadores y Gól­
gotas en diciembre de 1854, eliminando así la oposición más organi­
zada al proceso de reformas.
Con el desafío Draconiano reprimido, los Liberales Gólgotas y
los Conservadores retomaron a la reforma de la estructura política
del país, un asunto no completado totalmente bajo la Constitución de
1853. Aunque la descentralización había cedido una considerable
autonomía a un número ampliado de provincias (ahora treinta y seis),
la multiplicidad de divisiones territoriales, junto con las inciertas es­
tructuras de gobierno, dictaron la necesidad de reformas adiciona­
les. Las provincias fueron consolidadas en los “Estados soberanos”,
empezando con Panamá en 1855. Antioquia siguió en Í856 y seis
Estados más se agregaron en 18578. La Constitución de 1858, la
cual creó la Confederación Granadina, ratificó estos cambios terri­
toriales y estableció un riguroso sistema federalista de gobierno con
ocho Estados soberanos9. Los Liberales Radicales (nombre asumi­
do por los Gólgotas después de 1854) y los Conservadores trabaja­
ron estrechamente para idear ese documento.
La alianza Radical/Conservadora no duró. La guerra civil de j |
1859-62, la única rebelión exitosa en la historia de la nación, acabó |
en una victoria Liberal y proveyó la oportunidad para un conjunto
final de reformas, siendo la más explosiva la cuestión de las relacio­
nes entre la iglesia y el Estado. Alegando que el clero había apoyado
la rebelión Conservadora, un decreto del 20 de julio de 1861 exigió
autorización gubernamental para todos los funcionarios de la iglesia.
110
David Sowell
Varios días después, los jesuítas fueron expulsados una vez más del
país. Todas las propiedades corporativas fueron desamortizadas y
ofrecidas para la venta pública el 9 de septiembre, dejando a la igle­
sia únicamente con el dominio físico sobre sus iglesias y capillas.
Las comunidades religiosas así como los conventos y monasterios
fueron abolidos el 5 de noviembre, a tiempo que el gobierno ordenó
la expulsión del país de todos aquellos que se resistieran a ese de­
creto, o al del 20 de julio o el 9 de septiembre. Estos decretos satis­
ficieron el anti-clericalismo Liberal, el deseo de eliminar la propie­
dad corporativa de la tierra y las muy reales necesidades fiscales del
gobierno, que recogió las ganancias de la venta forzada de las pro­
piedades de la iglesia. La oposición del Arzobispo Antonio Herrén al
decreto de la desamortización provocó su exilio10.
Cuando en las postrimerías de 1862 la guerra finalmente con­
cluyó, se realizó una convención constitucional en Rionegro para
reemplazar el Pacto de Unión que había aglutinado al país desde
1861. Aunque plagada de disputas entre los simpatizantes de Mos­
quera y los delegados Liberales Radicales, el 8 de mayo fue promul­
gada la cuarta Constitución del país en veinte años. La Constitución
de Rionegro creó una unión federal de nueve Estados,11 cada uno de
los cuales retenía todos los poderes no dados expresamente al go­
bierno federal. El temor Liberal a las ambiciones presidenciales de
Mosquera produjo la aprobación del periodo presidencial por dos
años no repetitivo, una limitación que cobijó también a los represen­
tantes. Las diferencias en tomo a las reformas religiosas del periodo
de guerra erosionaron durante la convención la coalición entre los
Radicales y los Mosqueristas, aunque todos los decretos del expre­
sidente caucano fueron incorporados en la Constitución12. Antes de
la clausura de la convención, los delegados escogieron a Mosquera
como presidente hasta abril de 1864, cuando el primer presidente
popularmente elegido de los Estados Unidos de Colombia asumió el
cargo13.
Artesanos y política en Bogotá
111
Artesanos y reformas liberales
La movilización artesana contra la liberalización de la economía
empezó en una fecha temprana. Los artesanos de Bogotá y Carta­
gena pidieron en 1831 la prohibición total en el país de los bienes
extranjeros que les hacían competencia, alegando que sus infortu­
nios económicos se originaban en las importaciones extranjeras14.
Cinco años después, quince artesanos bogotanos, incluyendo a Agus­
tín Rodríguez, quien después se convirtió en el primer presidente de
la Sociedad de Artesanos, alegaron que los bajos niveles arancela­
rios estaban minando el bienestar social y económico del país y de
sus artesanos, sugiriendo que el gobierno estaba obligado a velar por
los mejores intereses de sus ciudadanos mediante un sistema aran­
celario proteccionista. Una comisión del Congreso que escuchó la
petición estuvo de acuerdo, pero no tomó ninguna determinación
para aumentar los aranceles15.
Las políticas gubernamentales diseñadas para atraer inmigran­
tes al país también provocaron considerables críticas. El sistema
gremial colonial había producido pocos maestros artesanos y pade­
ció el estancamiento tecnológico. Muchos en el gobierno esperaron
superar esa situación mediante la introducción de maestros artesa­
nos extranjeros, quienes traerían consigo las últimas técnicas pro­
ductivas. Desgraciadamente, los artesanos inmigrantes no mejora­
ron la situación, pues la mayoría prefirió hacer ganancias a corto
plazo y luego devolverse a su tierra nativa. “Algunos artesanos nati­
vos” escribieron en un artículo en 1843 que dentro de las leyes de la
nación el estatus formal de extranjeros les daba varias ventajas so­
bre sus colegas domésticos. Mientras los artesanos nativos estaban
obligados a cumplir las obligaciones militares en el Ejército o la Guardia
Nacional, los extranjeros estaban exentos de esa responsabilidad
cívica, de manera que no perdían el trabajo por el servicio militar y
disfrutaban de más tiempo para ejercer sus oficios. Es más, los ex­
tranjeros estaban exentos de los múltiples impuestos que pesaban
sobre los locales. Para abreviar, los artesanos extranjeros fueron
vistos como una clase privilegiada no cargada con las responsabili­
dades, impuestos y riesgos implícitos en la ciudadanía disfrutada por
los artesanos nativos16. De otra parte, la mayoría de artesanos ex­
tranjeros no estaban dispuestos a compartir el conocimiento de sus
oficios con los artesanos locales17. Similar oposición fue expresada
112
David Sowell
públicamente por los artesanos en 1867,1875 y 1887. Los artesanos
nativos sin embargo, reconocieron de buena gana las contribuciones
de algunos extranjeros al adelanto del estado general de las artes,
particularmente de aquellos que compartieron sus habilidades con
los locales18.
Mientras las acusaciones contra los artesanos extranjeros ine­
vitablemente proclamaban que los artesanos colombianos producían
bienes de igual calidad, las peticiones de protección arancelaria fre­
cuentemente solicitaron la traída de maestros artesanos del extran­
jero para enseñar a sus colegas nativos19. Tales demandas fueron
comunes luego de la crisis de la década de 1860, cuando ellas produ­
jeron la aprobación de un plan para traer extranjeros a Colombia a
enseñar artes mecánicas20. Finalmente tales aspiraciones no se rea­
lizaron, aunque fueron enviados varios colombianos al extranjero en
la década de 1880 para estudiar las ocupaciones industriales.
La respuesta más notoria del artesanado a las reformas libera­
les vino en reacción a la reducción del arancel. Los artesanos bogo­
tanos que fundaron la Sociedad de Artesanos se quejaron de que
esa reducción arancelaria en “la ropa terminada, los zapatos, herra­
mientas y otras manufacturas” perjudicaría la industria del país y
desemplearía a miles que “fomentan la riqueza nacional” con oficios
manuales21. Aunque la movilización política para derogar la Ley del
14 de junio vinculó apasionadamente a la Sociedad en la acalorada
campaña presidencial de 1848, el aumento de las tasas arancelarias
conservó la primacía en la agenda política del artesanado. Cuando el
Congreso de 1849 se negó a elevar los aranceles, la Sociedad de
Bogotá expresó confianza en “que la sabiduría del Congreso pesará
y meditará de la manera más segura y conveniente para el bien de la
industria del país”22.
Cuando los artesanos renovaron su campaña por la protección
arancelaria, los obstáculos que bloqueaban sus metas se hicieron
claros. La Sociedad Democrática de Bogotá presentó en mayo de
1850 una petición recordando a los legisladores su fiel servicio a las
ideas del 7 de marzo, insinuando que esa protección arancelaria se­
ría la justa compensación a ese apoyo23. Los peticionarios solicita­
ron aumentar la protección arancelaria para todo el país, o por lo
menos para las provincias de Bogotá, Mariquita, Neiva, Tundama,
Tunja y Vélez, las áreas supuestamente más afectadas por las ma­
nufacturas importadas. Contra quienes sostuvieron que ese aumen­
Artesanos y política en Bogotá
113
to del arancel sólo ayudaría a un pequeño sector de la sociedad, la
petición de los artesanos calculó que si cada taller en la capital tenía
veinte jornaleros, entonces sólo en Bogotá 4.000 obreros y sus fami­
lias serían lesionados por los bajos aranceles. Ellos estimaron la po­
blación de consumidores de productos extranjeros en dos mil, por lo
que, según su punto de vista, las estadísticas demostraban clara­
mente que los bajos aranceles favorecían una minoría de la pobla­
ción, no lo contrario, como los defensores del libre comercio insis­
tían. La petición evidenció que los artesanos desconfiaban de las
ideas así como de los productos extranjeros. Considerar que el culto
de las ideas extranjeras podía ayudar materialmente a la nación fue
llamado “la vanidad de los teóricos y la codicia de los especulado­
res”24. Después de varios días de intercambio acalorado entre los
legisladores, un debate que fue seguido de cerca por los artesanos,
el proyecto murió en una comisión25.
Es muy significativo que Lorenzo María Lleras y Juan José
Nieto, miembros principales del emergente sector Draconiano del
partido Liberal, hubieran apoyado la razón de ser del aumento de los
aranceles. Lleras señaló que él había estudiado las ideas de aquellos
defensores del liberalismo económico como Say y Bastiat, por lo
que, como cabeza de la comisión que había estudiado la condición
de los artesanos del país, reportaba: “me hace enfermar ver las con­
diciones de los artesanos.” Lleras abandonó así su formación eco­
nómica, comprendiendo que lo que podría funcionar en otros países
no era necesariamente aplicable en Colombia. El mismo insistió en
que Colombia pretendía el bienestar de sus ciudadanos, señalando
que en teoría los aranceles podrían no ser recaudados y el consumi­
dor pagaría únicamente el costo del artículo más el transporte. Sin
embargo, si este era el caso, ¿cómo podría funcionar el gobierno?
Ya la escasez de rentas había obligado al gobierno a detener proyec­
tos, reducir gastos y despedir empleados. La teoría, concluyó Lle­
ras, no anula la necesidad pragmática de rentas, ni las obligaciones
del gobierno para con los habitantes26.
Muchos de los mismos artesanos repitieron al Congreso de 1851
la demanda de protección arancelaria. Como las solicitudes anterio­
res, esta se enfocó sobre la desesperada situación económica que
enfrentaban los artesanos y sus familias. El documento de los arte­
sanos argumentó que ellos amaban más la realidad social que la
teoría económica, la cual trataba a las naciones como simples enti­
114
David Sowell
dades, no como las fusiones de varias clases y gentes. Los autores
de la petición señalaron que lo que podía causar “avance” a la na­
ción entera no necesariamente ayudaba a sus partes separadas. Los
artesanos cuestionaron así el consejo de quienes consideraban que
ellos podrían remediar su situación cambiando de oficio. Según los
miembros de la Sociedad Democrática, sólo la agricultura y el co­
mercio proporcionaban una alternativa real de empleo, pero les fal­
taba el capital necesario para establecerse en esos campos. Los
artesanos recordaron a los legisladores que su petición no era una
cuestión de partido, sino que reflejaba las necesidades de una clase
social amenazada27.
El defecto inherente a la unión de los artesanos y los estudian­
tes, que sostenía la red nacional de las Sociedades Democráticas, se
reveló en el rechazo de las solicitudes para la elevación de los aran­
celes. La Sociedad de Artesanos, que se había formado en reacción
a la reducción del arancel hecha por los liberales y en defensa de los
intereses de los artesanos miembros, había convertido el aumento
de la tasas arancelarias en su objetivo principal. Los miembros más
jóvenes del partido Liberal, invitados al grupo como medio para al­
canzar esa meta, habían usado la Sociedad de Artesanos como una
fuerza electoral a través de la cual podrían lograr sus propios objeti­
vos reformadores, así como sus ambiciones políticas. El liberalismo
político, adoptado por los estudiantes y otros, apeló a los miembros
de la Sociedad, prometiendo la expansión de la política para incluir
las voces de grupos antes excluidos, como los artesanos. Después
de la victoria del 7 de marzo, la diseminación nacional de la Sociedad
Democrática tuvo éxito en movilizar el apoyo popular para muchas
medidas reformadoras y en llevar a los sectores populares hacia el
régimen político. Los estudiantes influenciaron a los artesanos para
que se hicieran políticamente más activos, por lo cual los artesanos
habían aumentado su conciencia de sí mismos. Pero los artesanos
querían derogar las medidas económicas impulsadas por los jóvenes
Liberales y otros políticos. La movilización para conseguir la eleva­
ción de la tasa arancelaria reveló vivamente la contradicción. El
liberalismo político le permitió a los artesanos buscar la defensa de
los intereses relativos a su clase, lo cual incluía oponerse a las re­
ducciones arancelarias exigidas por el liberalismo económico. La
agrietada relación no duró.
Artesanos y política en Bogotá
115
Después del rechazo del Congreso a la petición de mayo de
1850, en la Sociedad Democrática los artesanos se volvieron anta­
gonistas ostensibles de los jóvenes Liberales vinculados a su organi­
zación28. El indicador final de la división se vio en el apoyo de los
Liberales a Florentino González como un “hombre de progreso” dig­
no de un puesto ministerial o de la vicepresidencia29. El herrero Emeterio Heredia condenó rotundamente la sugerencia, señalando que
González no era un buen Liberal y que su actitud hacia los artesanos
había sido demostrada en la cuestión del arancel de 184730. El con­
flicto se hizo tan amargo que José María Samper fue repudiado de la
Sociedad Democrática después que insistió en apoyar la reducción
del arancel emprendida por el gobierno31.
Los jóvenes Liberales, ahora designados como Gólgotas, esta­
blecieron la Escuela Republicana en 1850 en el aniversario del in­
tento de asesinato contra Bolívar, un hecho que simbolizó su separa­
ción de la Sociedad Democrática. El rector de la Universidad Na­
cional, Vicente Lombana, y el núcleo de los activistas Gólgotas fun­
daron esa institución educativa para dotar a los reformadores e inte­
lectuales de una tribuna y una base en la cual examinar sus intereses
e ideas particulares. Los Conservadores se quejaron que el objetivo
de la Escuela Republicana era defender las ideas socialistas, pero
esta declaración debe entenderse en el espíritu de la época32. José
María Samper, luego de moderar sus opiniones políticas, describió
adecuadamente el carácter del socialismo Gólgota, señalando que
“Todos éramos socialistas en la Escuela, pero sin haber estudiado el
socialismo ni entenderlo, enamorados de la palabra, de la novedad
política”33.
A finales de 1850 los artesanos aceleraron el largo proceso de
hacer la Sociedad Democrática más representativa de sus intere­
ses. Esto en parte fue necesario debido al aumento de las quejas
sobre su dirección34. Al menos para Ambrosio López, estos llama­
dos a la introspección tuvieron el efecto deseado. Su análisis crítico
de la historia de la Sociedad, publicado a comienzos de 1851, con­
cluía que la dirección había caído en manos de imitadores de las
“serpientes rojas” de la Revolución francesa de 1848. El avergonza­
do sastre reconoció su propio papel en subvertir los objetivos econó­
micos de los artesanos (es decir, la legislación arancelaria) por ayu­
dar a la campaña de López. La victoria de 1849, relató él, no había
traído las verdaderas instituciones democráticas esperadas por los
116
David Sowell
artesanos, sino una “oligarquía con el nombre de una democracia”35.
Pero, quizás peor que esto, según López, había sido el ataque de las
“serpientes rojas” contra la religión. Él no había aprobado la expul­
sión de los jesuítas ni los ataques contra la iglesia católica y sus
dogmas, los cuales consideraba necesarios en una república justa.
El desilusionado López escribió que los Conservadores estaban usan­
do su poder económico para oprimir a los artesanos, pero de hecho,
los Conservadores y los Liberales le ofrecían al artesano solamente
la “peor miseria.” Para López, el futuro era yermo: “Desengañémo­
nos, queridos amigos, que ecsiste una oposición, i una oposición mui
fuerte que cada día se robustece mas i mas, i creo que no estará mui
distante el dia en que nos veamos aflijidos al estallar la guerra civil
entre nosotros.”36 Los artesanos, según López, tenían que reafirmar
su solidaridad. Sólo algunos militares y Liberales moderados podrían
ser confiables en este proceso. Entonces sería posible cumplir las
esperanzas de los artesanos “de artes protejidas, nuestra suerte
mejorada, i viviendo nuestras familias felices en el seno de una ver­
dadera República, donde los ciudadanos no sean escluidos de sus
justos derechos”37. Por su publicación difamatoria, López fue expul­
sado de la Sociedad38.
El herrero Emeterio Heredia, luego presidente de la Sociedad,
refutó en su propia publicación los cargos de López. ¿A Ambrosio
no le gustaba la libertad de prensa? Y, preguntó, ¿cuál era la pro­
puesta de Zaldúa en el Senado para crear los talleres industriales?
En cuanto al forcejeo para aumentar los aranceles, Heredia le re­
cordó a López el apoyo dado el año anterior en la Cámara a la
petición de los artesanos. Ciertamente esto proporcionaba evidencia
de un gobierno republicano que era sensible a las necesidades de los
artesanos. Heredia consideraba que un hombre de la naturaleza de
López -quien supuestamente había sido beneficiado con puestos
públicos-, un “Conservador sin principios”, no tenía ningún derecho
a censurar a la Sociedad Democrática y al gobierno Liberal sin cen­
surarse primero a sí mismo39. López respondió que sus cargos no
habían sido respondidos y que su expulsión era contraria a la libertad
de expresión liberal, lo que probaba la influencia de los Liberales
“rojos” en la Sociedad40.
El intercambio entre López y Heredia revela la ampliación de
los asuntos expresados públicamente por los artesanos, de una aten­
ción casi exhaustiva a las tasas arancelarias a una variedad de pro-
Artesanos y política en Bogotá
117
blemas surgidos durante el proceso de reformas. La cuestión jesuí­
ta, por ejemplo, metió a las sociedades artesanas en una de las dis­
putas más polémicas del período41. Como los reformadores habían
enfocado su atención en la orden religiosa, José María Samper con­
venció dos veces a los Democráticos de que solicitaran su expul­
sión42. El presidente López resistió las fuertes presiones anti-jesuitas hasta el 18 de mayo de 1850, cuando, citando el decreto de Car­
los III del 2 de abril de 1767 por medio del cual habían sido anterior­
mente expulsados, pidió una vez más a la Compañía de Jesús aban­
donar el país. Dos días después, unos doscientos artesanos de la
Sociedad Popular custodiaban su salida de la capital43.
Las divisiones del partido Liberal y la accidentada relación del
artesanado con el Liberalismo se tomaron más claras después de la
insurrección Conservadora de 1851. El carpintero Cruz Ballesteros
renovó la polémica de López en diciembre de ese año manifestando
que los artesanos habían sido engañados por la teoría liberal. En
opinión de Ballesteros, la actitud insolente e ingrata de los Liberales
hacia los artesanos se evidenciaba en su supuesto descuido con las
vidas de los artesanos que sirvieron en la Guardia Nacional: los últi­
mos habían sido pobremente vestidos y alimentados y habían sido
usados como carne de cañón en el campo. Y, cuando habían vuelto
a Bogotá, su compensación había consistido en poco más que dis­
cursos Liberales. Para Ballesteros, la teoría liberal y la realidad libe­
ral eran dos cosas diferentes44. El herrero y poderoso orador, Mi­
guel León, lanzó en enero de 1852 un ataque similar contra Manuel
Murillo Toro, quizás el más resuelto ideólogo Gólgota45.
La Sociedad Democrática en revuelta
Después de la derrota de la insurrección Conservadora de 1851
los artesanos de la Sociedad Democrática se tomaron cada vez más '7
hostiles a las reformas. Su antipatía era equivalente a la del sector j
Draconiano del partido Liberal, con quien ellos forjaron una alianza |
durable. El 22 de febrero de 1851 los Democráticos adoptaron for- I
malmente como su candidato presidencial a José María Obando, un j
hombre enormemente popular, con un larga trayectoria Liberal, que 1
tenía fuerte apoyo entre las clases bajas y el ejército; y que vivió en
Las Nieves, donde frecuentemente asistió a las reuniones de la So­
ciedad. Obando se oponía a la plataforma de reformas Gólgotas,
118
David Sowell
sobre todo a sus planes para reducir el ejército, aunque sus declara­
ciones de campaña evitaron una discusión seria de las reformas46.
Los Gólgotas, por su parte, apoyaron al General Tomás Herrera de
Panamá, quien, aunque no tan radical como la mayoría de sus parti­
darios, adoptó algunas de sus propuestas, particularmente aquellas
que ofrecían a Panamá más autonomía regional y oportunidades eco­
nómicas. Los Conservadores, débiles después del fracaso de 1851,
no presentaron ningún candidato, aunque indudablemente se opo­
nían a la candidatura de Obando47.
El conflicto en las filas del partido Liberal, el cual arribó al apa­
rente pináculo de su poder, es entendible en tanto las facciones riva­
les ya no necesitaban mantener la unidad contra la amenaza Con­
servadora, lo cual permitió que las divisiones ideológicas y progra­
máticas se hicieran más claras. Los Draconianos, en general, no
secundaron las reformas más radicales que se habían adoptado en
los últimos años, sobre todo en cuanto a libertades civiles, pena de
muerte, federalismo e iglesia48. Los Draconianos habían simpatiza­
do con la petición arancelaria de los artesanos, no habían tenido
prisa en expulsar a los jesuítas y tampoco apoyaron totalmente la
legislación anti-clerical de los Gólgotas; pero no habían hecho un
esfuerzo concertado en relación con estos problemas. Adicional­
mente, los Draconianos, un número sustancial de los cuales tenía
antecedentes militares, compartían condiciones de clase con los ar­
tesanos. La jerarquía militar colombiana en un porcentaje significa­
tivo estaba constituida por hombres de grupos sociales de bajo esta­
tus, social e ideológicamente hostiles a los Gólgotas49.
El estatus del ejército permanente dentro del Estado colombia­
no rompió la conformidad de los Draconianos con los planes de los
Gólgotas, para la mayoría de los cuales, un ejército permanente que
consumía una porción excesiva de los limitados fondos de la tesore­
ría era incompatible con los principios republicanos que preveían el
apoyo espontáneo de las personas a la defensa de un gobierno ame­
nazado. De acuerdo con eso, los Gólgotas deseaban la eliminación
del ejército permanente, o por lo menos su reducción en tamaño50.
Esto era completamente inaceptable para los Draconianos, muchos
de los cuales eran militares. Escritores Draconianos argumentaron
que la utopía de reducir el ejército prevista por lofc Gólgotas llevaría
a la anarquía o a la dictadura, algo similar a lo que había ocurrido en
Francia51. Cuando el Congreso se reunió de nuevo en marzo de 1853,
Artesanos y política en Bogotá
119
Florentino González falló en sus esfuerzos por reducir la institución;
la propuesta de eliminar el ejército permanente fue derrotada por 55
contra 1452.
Obando definió la causa Draconiana cuando tomó posesión el 1
de abril de 185353. El presidente enfatizó la necesidad del orden,
sugiriendo que los reformadores radicales habían desestabilizado las
instituciones y la sociedad colombiana; él se empeñó por consiguien­
te en detener la tendencia hacia la “anarquía”. Los Draconianos
presentaron un programa claramente opuesto a la supresión de los
derechos de importación, la reducción del poder del ejecutivo, las
iniciativas para que la educación fuera independiente del Estado, la
reducción propuesta en el poder del ejército y las leyes agrarias.
Plantearon además la necesidad de préstamos especiales para apo­
yar las^ínstituciones sociale^om o los hospitales, las casas de cari­
dad, los colegios nacionales y las escuelas públicas -todos cuestio­
nes de preocupación especial para las clases populares54. Los Dra­
conianos declararon que su reacción era “para el bien del país: una
reacción que aseguraba al sacerdote su independencia y sus dere­
chos; al obrero los frutos de su trabajo; al artesano el precio de su
labor; a todos la paz, el orden, y el derecho a la libertad y las garan­
tías sociales”55.
Los artesanos se aprovecharon del apoyo recibido por el ejecu­
tivo para presionar por el restablecimiento de un arancel proteccio­
nista. El 17 de mayo, presentaron una petición a la Cámara de Re­
presentantes, presuntamente comprometiéndose a una caraqueñada si la solicitud no era aprobada. Después de una breve discusión
en la Cámara, la petición fue sometida al Senado, lo cual, puesto que
estaba controlado por González y los Gólgotas, significaba la muerte
segura de la propuesta56. El 19 de mayo se desarrolló fuera de las
cámaras legislativas una violenta gresca entre artesanos y jóvenes
Gólgotas en guardia, que causó muchas lesiones en ambos lados y la
muerte de un albañil negro, Bruno Rodríguez57.
El incidente del 19 de mayo dividió la ciudad a lo largo de líneas
de clase. Este día los combatientes se distinguían por su vestido: los
artesanos llevaban ruanas “oficiales” rojas y azules mientras que los
Gólgotas llevaban levitas58. Los nombres mismos dados a los dos
bandos, guaches (una denominación sarcástica dada a los artesa­
nos, que aludía a personas toscas, vulgares) y cachacos (los petime­
tres), indican etiquetas de clase. Los artesanos participantes en las
120
David Sowell
protestas provenían de ambas sociedades políticas, lo cual evidencia
que la unidad de clase eclipsó las afiliaciones de partido -o quizás
que las alineaciones políticas estaban ahora siendo determinadas con
base en los orígenes de clase. Los Gólgotas -sobre todo jóvenes de
clase alta- junto a muchos Conservadores, se aplicaron a lanzar
amonestaciones en dirección a los artesanos, en tanto que estos úl­
timos se unieron cada vez más con los Draconianos, entre quienes
| había muchos militares de origen humilde.
La publicación de la Constitución liberal el 21 de mayo hizo
poco para calmar la situación política. Ante la consternación de
muchos observadores, Obando firmó sin protesta el documento. Los
artesanos vieron la Constitución del 21 de mayo como una indica­
ción suplementaria de la corrosión del orden bajo la influencia de los
Gólgotas. Los artesanos se habían tomado cada vez más distantes
del nuevo orden, como opuesto a muchos de sus propios intereses.
Además de su preocupación por la cuestión del arancel, estaban
intranquilos por el debilitamiento tanto de la iglesia como del Estado,
y particularmente desconfiados de los grupos responsables de estos
cambios. Para algunos, las divisiones sociales se habían producido
en concordancia con la controvertida reforma. Un folleto apoyando
a los artesanos preguntó:
¿Quiénes son el pueblo? En su mayoría ellos son religiosos, ca­
tólicos, apostólicos, romanos, republicanos; quienes viven del
trabajo de sus manos para ganar el pan para sus hijos y para los
dueños perezosos; quiénes son el pueblo? El anciano honora­
ble, el soldado obediente y sufrido, el agricultor, el comerciante
pobre, el sacerdote perseguido, todos los hombres, todos los
ciudadanos que trabajan un oficio; ellos son el pueblo y no los
Gólgotas59.
La tensión se tomó la ciudad cuando se acercaba la celebración
del Corpus Christi en junio. El barrio Las Nieves, se dijo, había sido
cerrado a los cachacos60. Dándose cuenta de la potencialidad del
conflicto, el Gobernador Nicolás Escobar Zerda ordenó al Jefe Po­
lítico de Las Nieves, Plácido Morales, cancelar la tradicional proce­
sión a través de la ciudad, un decreto que Morales ignoró61. El 8 de
junio, artesanos y Gólgotas se trabaron en una pelea a pedradas
cerca del centro de la ciudad. El General José María Meló miró el
conflicto desde su balcón, riéndose del enfrentamiento entre gua-
Artesanos y política en Bogotá
121
ches y cachacos, pero cuando llegaron refuerzos de cachacos ar­
mados, ordenó sacar los guardias. En su esfuerzo exitoso por des­
alojar las calles, un soldado, Isidoro Ladino, fue asesinado. Más tar­
de ese día, Florentino González fue atacado y golpeado severamen­
te por un grupo de hombres en ruana delante de la embajada perua­
na. Era inevitable que los simpatizantes Gólgotas censuraran a las
autoridades por su fracaso en refrenar el “gobierno de Las Nieves.”
Un acalorado debate de folletos continuó el intercambio, aun­
que con resultados menos mortales62. El comentario más contun­
dente provino de un “amigo de los artesanos” quien los acusó de
abandonar demasiado pronto la lucha contra los “agresores aristo­
cráticos”. Su autor concluyó:
En esta tierra la democracia es una mera ilusión, somos republica­
nos en la teoría y esclavos en la práctica, se decanta la libertad y
no reina sino la servidumbre, se llama el pueblo soberano, pero a
este mismo soberano, el día que habla o representa, una lluvia de
piedra cae sobre su augusta soberanía; ¿queréis pues que reine
de una manera positiva la democracia? Haced esfuerzos propios
de hombres valientes, no os aterréis a la vista de los oligarcas63.
El recientemente designado gobernador de Bogotá, José María
Plata, hizo propuestas para el refrenamiento cívico, una iniciativa
que sólo proveyó una tranquilidad temporal64. El directorio de la So­
ciedad Democrática llamó a sus partidarios a unirse, a terminar con
el caos y a restaurar el buen nombre del artesano, a la vez que
prometía al gobierno Democrático apoyo contra los “delincuentes”65.
A pesar de los llamados a la calma, el cachaco Antonio París
Santamaría fue asesinado el 18 de junio por un grupo de hombres en
ruana. Nepomuceno Palacios fue arrestado y acusado del asesina­
to, como también Eusebio Robayo (herrero), Cenón Samudio (car­
pintero) y Espíritu Santo Amezquita (pequeño comerciante). Pala­
cios fue condenado a muerte y sus cómplices condenados a penas
de prisión. Palacios fue ejecutado el viernes 5 de agosto, en la Plaza
de Santander, ante la consternación del líder artesano Miguel León66.
¿Por qué, preguntó León, Palacios fue ajusticiado tan rápidamente
mientras que el cachaco que había asesinado al artesano Bruno
Rodríguez no había tenido el mismo destino? Porque aquél además
“ ¡de vestir casaca es Doctor i tiene títulos de gólgota!”67
122
David Sowell
La posición de Obando entre los artesanos se fortaleció en
julio cuando reorganizó la Guardia Nacional, reforzando las posi­
ciones de los artesanos dentro de ella68. Esto impulsó a los Demo­
cráticos a buscar la cooperación con los Draconianos en las elec­
ciones de octubre, las primeras en Colombia bajo el sufragio uni­
versal masculino establecido por la nueva Constitución. Emeterio
Heredia y otros artesanos que jugarían papeles activos en el golpe
del 17 de abril del año siguiente participaron en las elecciones al
lado de los Draconianos. Heredia enfatizó que las recientes refor­
mas, fundadas solamente en la teoría y sostenidas por los “jóve­
nes” (Gólgotas), eran la causa de la crisis actual de la nación, su­
giriendo también que existía una conspiración entre los Gólgotas y
los Conservadores para despojar a los Liberales (Draconianos) de
los cargos. La expansión del electorado, planteó él, ofrecía a los
artesanos la oportunidad de dominar la legislatura y asegurar la
aprobación de leyes en beneficio de sus mejores intereses, pero
sólo si ellos recordaban los “crímenes” del 19 de mayo y del 8 de
junio y votaban como una unidad69.
Las victorias Conservadoras a lo largo del país subrayaron las
profundas divisiones Liberales70. Aunque los Draconianos ganaron
el mando de varios gobiernos provinciales, la ampliación del electo­
rado creada por la nueva Constitución benefició principalmente a los
Conservadores. Las elecciones dieron 17 puestos del Senado a los
Conservadores, 11 a los Gólgotas y sólo 5 a los Draconianos, mien­
tras en la Cámara baja 25 Gólgotas, 24 Conservadores, y 9 Draco­
nianos fueron seleccionados por los votantes71. En algunos casos,
los Conservadores y los Gólgotas cooperaron (Florentino González
obtuvo el cargo de Procurador General con apoyo Conservador).
Hablando por los Draconianos, Lorenzo María Lleras observó
que la elección de octubre había revelado la existencia de tres parti­
dos políticos: los Conservadores, los Gólgotas y los Liberales. Los
Conservadores habían fracasado en obtener el poder a través de la
revuelta, escribió Lleras, pero atrajeron a los “fanáticos” y a las
masas supersticiosas en nombre de la religión. Los Gólgotas su­
puestamente prometían a las masas como atractivo una Utopía so­
cialista sin clases, lo cual, en su opinión, ignoraba las distinciones
sociales basadas en el mérito. Los verdaderos Liberales, que esta­
ban al mando del ejecutivo, reconocían la realidad social creada por
el trabajo y buscaban garantizar los derechos de los individuos según
Artesanos y política en Bogotá
123
la ley. Sin embargo, concluyó Lleras, la colusión entre los Conserva­
dores y los Gólgotas amenazaba ahora a los Liberales del país72.
La división política tripartita devino cada vez más violenta des­
pués de la aprobación de la Constitución de 1853. Ocurrieron tumul­
tos en Popayán, Barranquilla, Sutatenza y otras localidades73. Ar­
merías en Barranquilla y Cali fueron desocupadas por los Democrá­
ticos y unas 600 armas fueron robadas a principios de diciembre. A
pesar del repudio gubernamental de esta acción, los informantes ale­
garon que los saqueos fueron consentidos oficialmente. Un robo si­
milar de armas tuvo lugar en Chocontá, y perturbaciones públicas de
los partidarios de la Sociedad Democrática ocurrieron en Santa Marta,
Neiva, Sabanilla, Tunja y Zipaquirá74. Entonces muchos previeron
que la parada militar proyectada por Obando para el 1 de enero de
1854 fuera el anuncio de un golpe. En cambio, él tomó la ocasión
para alabar y declarar su lealtad a la Constitución de mayo 2175. Sin
embargo, la herida mortal del Cabo Pedro Ramón Quirós esa noche,
provocó una cadena de eventos que muchos creen llevaron directa­
mente a la revuelta de Meló cuatro meses después76.
Las interpretaciones históricas del asunto de Quirós han sido
sumamente contradictorias77. Meló fue acusado del asesinato, y su
proceso programado eventualmente para el 17 de abril de 1854. En
el ínterin, la supuesta responsabilidad de Meló en la muerte de Qui­
rós fue usada en el Congreso por elementos anti-militares para ge­
nerar hostilidad contra Meló y reforzar la propuesta de reducir el
tamaño del ejército. Obando pidió al Congreso fondos para un ejér­
cito de 1.240 hombres, el cual había aprobado a principios de febre­
ro una ligera reducción de la anterior fuerza de 1.300 hombres. El
Congreso, sin embargo, ofreció financiar sólo un ejército de 800,
incluyendo un reducido cuerpo de oficiales sin generales, cláusula
esta que iba dirigida específicamente contra Meló. El debate sobre
el tema se empantanó durante semanas, pues ningún lado se decidía
a transigir78^
El desorden del partido Liberal incentivó una reorganización de
la Sociedad Democrática el 6 de enero de 1854. La reunión se cele­
bró en el Colegio del Espíritu Santo de Lorenzo María Lleras, el cual
fue escogido como director, pese a sus objeciones señalando que un
artesano debía encabezar la organización. La Sociedad formó un
directorio central para trabajar en conjunto por la reorganización del
partido Liberal. El directorio, compuesto por 21 personas, escogidas
124
David Sowell
entre los principales Draconianos y artesanos, dirigió cartas a las
capitales provinciales insistiendo en la formación de directorios pro­
vinciales, los cuales a su vez coordinarían las unidades de distrito
más pequeñas. Cada uno de los cuerpos provinciales debía organi­
zar Sociedades Democráticas en tantos pueblos como fuera posible;
todos estos grupos debían seguir las directivas del organismo cen­
tral79. La reorganizada Sociedad Democrática no era en su natura­
leza más puramente artesana de lo que lo había sido en 1850. Los
Liberales Draconianos no artesanos lograron la mayoría de las posi­
ciones importantes y eran bastante influyentes en su dirección. Sin
embargo, los objetivos políticos de los artesanos estaban más estre­
chamente ligados con las metas de los Draconianos, que con las de
los Gólgotas. Ninguna separación de intereses podía verse en la or­
ganización de Draconianos y artesanos de 1854 en comparación
con aquella de Gólgotas y artesanos de 185080.
La petición de la Sociedad Democrática al Congreso el 20 de
marzo demostró la ampliación de la esfera de sus intereses. La So­
ciedad pidió la abolición del encarcelamiento por deudas, por consi­
derarlo contrario al principio de la libertad personal. En una vena
similar, propuso que un deudor fuera responsable para castigo delic­
tivo en caso de fraude, pero si una “imposibilidad inocente” dificulta­
ba el reembolso de la deuda, quedaría en libertad para trabajar des­
pués de la cesión de sus bienes disponibles. Esta propuesta evitaría
el trabajo forzado por el no pago de deudas. También fue solicitada
la reforma monetaria, incluyendo la acuñación de monedas más pe­
queñas para el uso diario. La Sociedad quiso que el Congreso apro­
bara un camino nacional de Bogotá al Magdalena. Igualmente pidió
el establecimiento de un taller industrial para los hijos de los pobres y
las clases obreras, para que ellos pudieran aprender las nuevas ar­
tes. Fueron pedidas reformas en el reclutamiento militar, haciendo
voluntario el servicio militar, con una remuneración más alta. La
Sociedad también propuso que el servicio en la Guardia se limitara a
las emergencias nacionales, y que en períodos de paz no incluyera
quehaceres como escoltar prisioneros. Tales cambios evitarían la
interrupción de las ocupaciones de los miembros. Por último, la So­
ciedad reclamó el fin de los compulsivos servicios de trabajo libre
exigidos por los gobiernos municipales y la reconsideración de los
impuestos municipales sobre los pobres81.
Artesanos y política en Bogotá
125
El quinto aniversario del 7 de marzo82 llegó en medio de rumo­
res de un golpe inminente de los Conservadores, o del ejército, o del
ejército junto con los Democráticos -o incluso de los Gólgotas y los
militares83. Una circular del 5 de marzo de 1854, firmada por el De­
mocrático Francisco Antonio Obregón, contribuyó a la alarma gene­
ral puesto que él llamó a las Sociedades Democráticas a lo largo de
la nación a armarse, para que pudieran enfrentar la fuerza con la
fuerza. Noticias de naturaleza sediciosa también fueron anunciadas
en las paredes de la ciudad: los Democráticos desfilaron por la ciu­
dad84. Bajo estas circunstancias, el Senado pidió al gobernador de
Bogotá 1.000 armas para que los ciudadanos “respetables” pudie­
ran armarse. El Presidente Obando rechazó la demanda, declaran­
do que no conocía ninguna amenaza al orden y que, si existiera algu­
na, la Guardia Nacional lo mantendría.85 Puesto que los Democráti­
cos dominaban la Guardia, esta respuesta poco hizo para calmar los
temores de los senadores. El Congreso aprobó entonces el 24 de
marzo una ley otorgando el derecho a comerciar libremente todo
tipo de armas, y a entrenar con ellas y portarlas. Obando vetó la
propuesta de ley, diciendo que bajo la Constitución-más liberal, de
hecho, de lo que él hubiera preferido- los individuos ya tenían un
acceso sumamente amplio a las armas. Recordó a los diputados que
bajo la ley propuesta incluso los delincuentes tendrían derecho a
llevar armas y denunció la propuesta como una amenaza a la estabi­
lidad del gobierno nacional y del orden público. El proyecto fue apro­
bado pese a sus objeciones y se volvió ley el 3 de abril, aunque el
Congreso limitó el privilegio a aquellos que poseyeran su libertad
personal86. El 28 de marzo, el Congreso aprobó el proyecto de redu­
cir el tamaño del ejército y los cuerpos de oficiales. Obando también
vetó esta ley87. El debate sobre el veto presidencial fue fijado para
el 17 de abril.
El movimiento hacia el desorden civil se vivificó a principios de
abril cuando los líderes de la Sociedad Democrática se reunieron en
secreto88. El primer día de Semana Santa, el 10 de abril, tuvo lugar
una refriega a pedradas entre un desfile de Democráticos y guar­
dias contra los jóvenes Gólgotas. Un conflicto más serio opuso a
guardias y artesanos contra los Gólgotas el 14 de abril. Dos días
después, el domingo de Pascua, luego que la noticia de un levanta­
miento en Popayán alcanzara la capital,89 la Guardia y los artesanos
armados marcharon a través de las calles con avisos que proclama­
126
David Sowell
ban “Viva el ejército y los artesanos; abajo los monopolistas” ! A
mediodía unos 400 artesanos se reunieron en la plaza central en una
demostración ruidosa. Temprano a la mañana siguiente, Meló co­
menzó su golpe de estado. El llevó sus tropas a la plaza, donde unos
700 artesanos esperaban. Con un grito de “Abajo los gólgotas”, el
golpe contra la Constitución del 21 de mayo comenzaba90.
El golpe del 17 de abril tuvo un comienzo inauspicioso. Meló, el
General Gutiérrez de Piñeres, Lino García, Francisco Antonio Obre­
gón, Pedro Mártir Consuegra y Miguel León instaron a Obando a que
aceptara la dirección del movimiento, pero él la rechazó. La negativa
de Obando a tomar el mando conmocionó a los líderes del golpe. Su
primera proclama había citado confidencialmente a Obando como el
jefe supremo,91 pero su negativa a dirigir el golpe estimuló una ráfaga
de defecciones. Obando, Lleras y José de Obaldía habían constituido
la jerarquía política Draconiana, mientras Obando, José Hilario López
y Meló eran sus líderes militares. Lleras emitió una tardía declaración
el 17 de abril diciendo que “él no había hecho, ni aceptado la revolu­
ción”92. Obaldía, de quien muchos pensaron que había contribuido a
persuadir a Obando para que no liderara el golpe, buscó refugio en el
consulado de Estados Unidos. Meló anunció que López había dejado
Bogotá el 4 de abril por supuestas razones de salud, favoreciendo el
golpe, pero el 2 de mayo llegaron a la capital noticias en sentido con­
trario93. Los principales políticos y líderes militares Draconianos, a
excepción de Meló, rechazaron el esfuerzo por sostener lo que fue
comúnmente visto como una causa de éste.
Los melistas citaron el “pandemónium de la anarquía” y la in­
troducción de “ideas extranjeras” contenidas en la Constitución del
21 de mayo como las razones para el 17 de abril. Meló derogó ese
documento el 27 de abril y lo reemplazó por la Constitución de 1843,
hasta que una convención nacional pudiera reunirse para concebir
una nueva. Aspectos específicos de la Constitución de 1853 fueron
modificados. Entre ellos, el sufragio universal masculino, la elección
popular de gobernadores provinciales, la reducción de los poderes
ejecutivos, y varios artículos concernientes a la iglesia94.
La pertenencia a la Guardia Nacional condujo a los artesanos a
los asuntos militares del movimiento; “los artesanos fueron organi­
zados en milicias para sostener al ejército [el cual] constituyó el
sostén más firme del gobierno provisional”95. Los artesanos consti­
tuyeron la mayoría de los soldados rasos de la Guardia y muchos de
Artesanos y política en Bogotá
127
sus oficiales, incluyendo al herrero Miguel León, al sastre José Ma­
ría Vega, al carpintero Cruz Ballesteros, al zapatero José Antonio
Saavedra y a Francisco Torres Hinestrosa96. León trabajó ayudan­
do a procurar los suministros para Bogotá en los meses que siguie­
ron al golpe. Emeterio Heredia sirvió como Jefe Político de Fusagasugá. Es más, los artesanos produjeron mucho del equipo, ropa y
armas usados por los melistas. Por ejemplo, Felipe Roa proporcionó
2.000 uniformes al Ejercito de la Regeneración97.
No obstante, la participación de los artesanos en el golpe del 17
de abril ha sido exagerada. Los artesanos bogotanos fueron menos
activos en la defensa militar del régimen de Meló en sus comienzos
que en sus fases finales. En mayo los melistas ganaron dos batallas
contra las fuerzas constitucionalistas que sirvieron para proteger el
acceso norteño a la ciudad y permitieron a los melistas avanzar en
esa dirección. En julio, la mayoría de las regiones montañosas orien­
tales estaba en sus manos. Meló prefirió no salir de esa fortaleza, a
pesar del mayor apoyo en el valle del Cauca, que se había sublevado
casi al mismo tiempo que Bogotá. Cali resistió la ocupación por los
constitucionalistas durante la mayor parte de junio, cuando unos 800
Democráticos se rindieron a José Hilario López. La costa norte ofre­
ció un débil apoyo verbal a Meló y prácticamente ninguna ayuda
militar. Sólo en Cartagena hubo una seria movilización para tomar la
plaza, pero fue suprimida rápidamente por el General Mosquera98.
La respuesta de los constitucionalistas al golpe de Meló, aun­
que lenta en desarrollarse, trajo una conclusión rápida a la rebelión.
Mosquera y los generales Antonio París y José Hilario López lidera­
ron el esfuerzo militar que, en noviembre de 1854, había rodeado la
capital. Un Congreso constitucionalista se había iniciado en Ibagué
el 22 de septiembre bajo la dirección de Obaldía. Su primera acción
fue desconocer el régimen del 17 de abril y nombrar una comisión
para investigar la conducta de aquellos involucrados en él, incluyen­
do a Obando. El 28 de octubre, el Congreso cerró sus sesiones y
juró que las reiniciaría en la capital99. La batalla por Bogotá fue
disputada el 4 de diciembre. A la 1:30 p.m. de ese día sólo los cuar­
teles de San Francisco y San Agustín resistían el ataque constitucio­
nalista. En el ataque final de Mosquera en San Francisco, Miguel
León fue muerto y José María Vega, junto con Joaquín Posada, el
editor de El Alacrán, fueron heridos gravemente. Cuando a las 4:00
p.m. la lucha había cesado, los generales López, Mosquera y He-
128
David Sowell
rrán se encontraron al pie de la estatua de Bolívar en la plaza central
en un abrazo fraternal. El esfuerzo del 17 de abril por arrebatar el
mando gubernamental a los llamados anarquistas había fallado100.
La derrota del golpe fue sentida por los artesanos de la capital
durante los años por venir. Como presidente suplente, Obaldía ex­
tendió un perdón -en principio- a los soldados rasos, pero no a los
oficiales de la Guardia Nacional101. La comisión del Gobernador Pe­
dro Gutiérrez Lee para identificar a los culpables de actividad sedi­
ciosa o delictiva fue, según un testimonio, completamente arbitra­
ria.102Los “perdones” de Obaldía permitían que los prisioneros acep­
taran la gracia y purgaran cuatro años de servicio en el ejército en
Panamá, o fueran sometidos a juicio -e n la corte del circuito de
Panamá, para aligerar las cargas sobre las cortes de Bogotá103/*E1
número exacto de quienes fueron enviados de Bogotá para la noto­
riamente insalubre provincia, o como “reclutas” o para juicio, es im­
posible de determinar, pero parece razonable concluir que el número
ascendió de 3.000 a 4.000104. No todos estos hombres fueron solos.
Lorenzo María Lleras relató en mayo la recepción de una carta
informando de la muerte de 20 de las 25 mujeres que habían acom­
pañado a sus maridos en el destierny(La misma carta informó de la
muerte de 40 hombres en el destierro)105.
El juicio de los líderes melistas no concluyó hasta el 6 de junio,
cuando fueron expulsados del país por ocho años, Meló y varios
miembros de su gabinete. Otros comandantes melistas fueron des­
terrados por periodos de cuatro o más años. Numerosos artesanos
ya habían recibido “perdones”, la duración de los cuales variaba de
tres años de destierro para Agustín Rodríguez, a un año de destierro
de ciertas provincias para otros106. Pese a que Meló pidió la respon­
sabilidad total por la rebelión, mucha de la culpa del golpe fue trasla­
dada a Obando, quien sufrió un extenuante juicio por su conducta
durante el golpe. No fue sino hasta el 20 de diciembre de 1855, que
la Corte Suprema dictó su veredicto: no culpable de crimen o trai­
ción, pero, puesto que no había combatido la rebelión, culpable de
haber incumplido las responsabilidades de su cargo107.
Las condiciones de los perdones originaron críticas mordaces
de los artesanos. Una hoja impresa proclamó que “desterrar a un
hombre durante tres años no es un perdón, ni es el perdón por sus
crímenes.” Es más, decía que los supuestos perdones habían sido
inconstitucionales, “porque la Constitución no le da la facultad al
Artesanos y política en Bogotá
129
Ejecutivo para imponer las penas, ni para juzgar el grado de culpa de
un delincuente, ni para determinar quiénes son líderes o agentes y
quiénes no”108 Los Gólgotas, en un obvio ejercicio de reacomoda­
miento, respondieron que los perdones estaban dentro del privilegio
ejecutivo, pero en cuanto a los decretos de Obaldía que habían con­
tenido penas, sólo las autoridades judiciales tenían responsibilidad109.
Los resultados de las elecciones de 1853, las primeras bajo un
sistema de sufragio universal masculino, habían demostrado la fuerza
de la clientela Conservadora a lo largo del país. Los Liberales -tanto
del sector Draconiano como Gólgota del partido- no tenían opción
sino reagrupándose tan rápidamente como fuera posible, si querían
tener alguna expectativa realista de obtener una victoria electoral.
En Bogotá, Lorenzo María Lleras, entre los muchos ciudadanos arres­
tados en diciembre de 1854, sirvió de figura central para el esfuerzo
de enganchar los antiguos melistas al partido. Desde la cárcel, Lle­
ras se unió a quienes proclamaban la ilegalidad de los perdones.110
Luego de ser puesto en libertad, Lleras fue el abogado defensor del
artesano José María Vega, encarcelado por los cargos de haber par­
ticipado en la “invasión” del consulado de Estados Unidos en no­
viembre de 1854111. Lleras se reunió con Manuel Murillo Toro y
Rafael Mendoza en junio de 1855 para planear la agenda política del
partido, una reunión que atrajo el apoyo de los artesanos a la tenta­
tiva de Mendoza para la gobernación de Cundinamarca en agosto.
En septiembre, Murillo anunció un depósito de ocho mil pesos para
garantizar la pronta salida de Meló de suelo colombiano112.
Las elecciones presidenciales de 1856 señalaron el reingreso
parcial de los artesanos bogotanos a la arena política. Los Conser­
vadores presentaron a Mariano Ospina Rodríguez como candidato
en esa contienda. La mayoría de Liberales se unió tras Murillo, mien­
tras que Mosquera se lanzó como candidato del partido “Nacional”.
Murillo abrió su campaña con una declaración de apoyo firmada por
25 melistas notables, incluyendo varios artesanos113. Además, Lle­
ras y el herrero Emeterio Heredia usaron las páginas de El Artesa­
no para apelar a la tradición política Liberal de los artesanos, ale­
gando que estos habían tenido más independencia bajo los Liberales,
una alusión obvia al orgullo del artesano. Lleras les recordó las acti­
tudes mostradas por los Liberales Gólgotas después del 4 de diciem­
bre, contrastándolas con las posiciones de Mosquera y los Conser­
vadores. Mosquera, a quien El Artesano apodó “carro loco”, fue
130
David Sowell
retratado como resueltamente orientado hacia el poder personal como
representante de la aristocracia de Popayán114. Mosquera, sin em­
bargo, recordó a los artesanos los abusos que en su relación con los
Liberales habían sufrido, poniendo énfasis especial en la cuestión de
los aranceles. La plataforma de Mosquera, de intervención pública
restringida en materias religiosas, obras públicas y extensión de las
oportunidades educativas, así como de formación industrial para los
pobres, atrajo el apoyo público de algunos artesanos, entre los que
se destacaban Narciso Garai y Ambrosio López115. Los dos periódi­
cos de Mosquera, El Ciudadano y El Nacional, insistieron en la
traición de los Gólgotas a los artesanos en mayo y junio de 1853 así
como en abril de 1854116.
Es incierto el impacto que tuvieron las labores electorales sobre
los artesanos de Bogotá. Ospina obtuvo la victoria con 844 votos
electorales; Murillo lo siguió estrechamente con 673 votos; y Mos­
quera terminó de lejano tercero con 380 votos117. En todo caso, los
melistas eran de nuevo parte de la escena política de la capital. Los
principales melistas, entre quienes figuraban Ramón Mercado, Fran­
cisco Antonio Obregón y Ramón Beriña, se reunieron a finales de
1857 para volverse a establecer como una expresión política cohe­
sionada118. Una ceremonia religiosa conmemorativa en honor de un
melista muerto atrajo unos 250 a 300 Democráticos en masa el 30
de noviembre en la iglesia de San Francisco, después de lo cual una
silenciosa marcha de velas con los retratos de Diego Castro y Mi­
guel León caminó hasta el cementerio de la ciudad. Conservadores
ofendidos insistieron en que el evento constituyó una amenaza al
orden público, un cargo refutado por los artesanos. José María Vega
acusó al gobierno de haber atormentado a los artesanos y a otros
melistas, citando varios ejemplos de supuestos abusos públicos119^
Los temores Conservadores aumentaron cuando Lleras y Ma­
nuel María Madiedo fundaron en enero de 1858 El Núcleo, como
portavoz Draconiano120. Considerándose Liberales, los editores des­
cribieron su liberalismo como “sustentado en forma práctica”, en
contraste con los Liberales teóricos afiliados al Radicalismo121. Para
la elección de concejo municipal de noviembre de 1858 los Draco­
nianos presentaron una lista que incluyó a los artesanos Cruz Balles­
teros y Emeterio Heredia122. Este fue también nominado a la asam­
blea del Estado, una competencia que perdió, pero en la cual el pin­
tor Conservador Simón José Cárdenas, el calumniado líder anterior
Artesanos y política en Bogotá
131
de la Sociedad Popular, ganó un asiento123. La victoria de Cárdenas
fue estropeada por las imputaciones de fraude de los Liberales en­
colerizados124.
La acrecentada fuerza del partido Conservador bajo el sistema
de sufragio universal le había impedido a los Liberales recobrar el
control del gobierno nacional. A lo largo del país los Liberales se
irritaron por la aprobación en 1858 de dos leyes que desafiaban su
control de los gobiernos estatales125. Una serie de rebeliones, prime­
ro en Santander en marzo de 1859, y luego en el Cauca bajo Mos­
quera, sumergieron a la nación en la guerra civil en la medida que los
Liberales abandonaron el voto por la espada126. La victoria final de
los Liberales se reflejó en la Constitución de 1863 en varias salva­
guardas contra la mayoría Conservadora. Las leyes electorales re­
virtieron el manejo del Estado, y las cada vez más poderosas máqui­
nas de ambos bandos políticos restringieron las posibilidades de ele­
gir de los votantes. En Cundinamarca y Santander los gobiernos
estatales se volvieron poderosas fortalezas Liberales: el soporte del
llamado Olimpo Radical. El camino estaba preparado para una ola
final de reformas.
Las reformas religiosas de principios de la década de 1860 ins­
piraron en muchos artesanos una antipatía profunda, sentimiento que
reapareció después de la promulgación de la Constitución de 1863.
El folleto Los derechos del pueblo , por ejemplo, cuestionó las re­
formas religiosas y la conducta política Liberal. Los jefes Liberales,
planteó el autor, habían incitado al pueblo mucho tiempo con prome­
sas de derechos, pero el valor de esos derechos era cuestionable.
Anteriormente libres, las escuelas católicas estaban ahora cerradas^
la desamortización había elevado las rentas de los talleres y tiendas;
y los servicios sociales alguna vez sostenidos por la iglesia estaban
faltando. Es más, el sufragio había sido restringido bajo la maquina^
ría política creada por Ramón Gómez en Cundinamarca, excluyendo
así la participación democrática. Los Conservadores decían ser per­
seguidos económica y políticamente, a pesar de la supuesta libertad
de expresión política. Para abreviar, la búsqueda de derechos había
devastado al pueblo, llevándolo a concluir que los artesanos habían
sido engañados por los Liberales para que el partido pudiera satisfa­
cer su propio interés127.
Los artesanos partidarios del gobierno se opusieron a esos sen­
timientos. Una hoja impresa observó que como parte del pueblo, el
132
David Sowell
clero, así como los obreros, artesanos y comerciantes, estaba sujeto
a las mismas leyes128. Cruz Ballesteros, quien adquirió una casa y
un taller oficialmente expropiados por el gobierno a la iglesia, reivin­
dicó la desamortización alegando que había sido necesaria para des­
pojar a la iglesia de fondos usados para impulsar la guerra129. Sin
embargo, las medidas anticlericales promulgadas durante la guerra
civil demostraron ser cruciales para el distanciamiento final de cier­
tos artesanos principales del partido Liberal. “Un artesano”, que pro­
clamó haber estado presente en 1863 cuando el General Santos
Gutiérrez, el gobernador recientemente designado de Cundinamarca, entró a la capital, señaló que “las personas tienen ahora libertad
de prensa, pero no saben cómo leer o escribir.” Ellos tenían libertad
de educación, pero la educación libre había acabado con el cierre de
las escuelas de la iglesia. Las libertades existían, reclamó el artesa­
no, pero con iglesias cerradas, el pueblo no tenía ningún lugar para
bautizar a sus hijos, casarse o enterrar a sus muertos: “Para abre­
viar, el pueblo tiene todas las libertades que no necesita, y está priva­
do de una libertad indispensable... esa de adorar al Dios de sus pa­
dres y recibir el dulce consuelo de la religión”130.
Conclusión
Las reacciones políticas de los artesanos a los cambios en los
patrones económicos, políticos y sociales de Colombia no apoyan la
interpretación que considera que los artesanos de la Sociedad De­
mocrática aceptaron y promulgaron las ideas socialistas. Conserva­
dores contemporáneos y escritores izquierdistas del presente perci­
bieron influencias socialistas en la Sociedad, aunque desde puntos
de vista diferentes. En cualquier caso, el socialismo de las Socieda­
des ha sido adulterado. Los contemporáneos aplicaron el rótulo de
socialistas a sus enemigos para minar la convocatoria del grupo, o
utilizaron simbólicamente la retórica socialista para expresar su pro­
pio romanticismo. Escritores modernos han ejemplificado el conte­
nido socialista de los discursos y proclamas del periodo en José María
Samper, Manuel Murillo Toro o Francisco Javier Zaldúa. Pero aun­
que es posible encontrar en sus escritos cierta retórica socialista, el
individualismo del laissez-faire^ fue el que guió sus proyectos de
reforma131. Un examen de las palabras de Ambrosio López, Cruz
Ballesteros o Emeterio Heredia, representantes del movimiento ar-
Artesanos y política en Bogotá
133
tesano, revela un mensaje rigurosamente diferente. Sus palabras y
hechos fueron dirigidos contra los “socialistas” como Murillo o Samper. Los líderes artesanos se opusieron al liberalismo económico
Gólgota y consideraron como retórica su creencia en el liberalismo
político.
También es un error enfocar exclusivamente la atención sobre
la naturaleza reactiva de la movilización política artesana durante el
periodo de reformas liberales. La actividad política artesana desafió
la dirección de los partidos de la elite, lo que en cierto modo amena­
zó su control del país así como sus aspiraciones en relación con él.
En esa medida, los artesanos desafiaron el orden sociopolítico exis­
tente. Los artesanos en la Sociedad Democrática tomaron al pare­
cer en serio la retórica del 7 de marzo, como lo hicieron los artesa­
nos en la Sociedad Popular, la Sociedad Católica y la Sociedad Democrática-Republicana. El liberalismo político ofreció a los artesa­
nos una posibilidad de expresión dentro del régimen político. Cuando
se enfrentaron con cuestiones que afectaban sus intereses, los arte­
sanos se movilizaron y buscaron influir en la política gubernamental.
A n ó ta les desafíos a su autoridad, las elites de ambos partidos ten­
dieron a dejar de lado sus diferencias, las cuales eran menores, y a
reprimir las amenazas, como se vio en las consecuencias del golpe
del 17 de abril. La unión constitucionalista de Liberales y Conserva­
dores muestra que si los partidos diferían ante el problema del papel /
de la iglesia en el Estado y la sociedad, tenían muchas menos dife- )
rencias ante otros problemas, y ninguno concernía a qué sector so- f
cial debía dirigir el Estado.
Si han sido vistas similitudes entre la reacción socialista de los
obreros parisinos en 1848 y la de los artesanos bogotanos en 1854,
es porque las dos respondieron a amenazas similares a sus posicio­
nes sociales tradicionales y al bienestar económico; y ellos enfrenta­
ron un destino similar. La capitalización e industrialización de la pro­
ducción amenazó a los obreros parisinos directamente y a los arte­
sanos bogotanos indirectamente. Aunque la reacción de los artesa­
nos en estos dos países tomó caminos muy diferentes, las dos sur­
gieron de circunstancias similares. La respuesta violenta final de los
artesanos bogotanos a las reformas desafió el control de la elite
sobre el Estado colombiano, pero debe denominarse propiamente
como radicalismo reaccionario132. Sin importar el rótulo, la partici­
pación política de los artesanos en esta fase del movimiento de re-
134
David Sowell
formas fue considerable; lo mismo será verdad de tal actividad en
los años siguientes, aunque los resultados serán bastante diferentes.
Notas
L El Núcleo, W 11, Abril 6 de 1858, p. 84.
2· David Bushnell y Neil Macaulay, The Emergence o f Latin America in the
Nineteenth Century (New York: Oxford University Press, (1988), 209-220; Frank
Safford, “The Emergence of Economic Liberalism in Colombia”, en Guiding the
Invisible Hand: Economic Liberalism and the State in Latin American History, ed.
por Joseph L. Love y Nils Jacobsen (New York: Praeger, 1988), 35-61; Malcom
Deas, “Venezuela, Colombia and Ecuador The first half-century of Independence”,
en The Cambridge History o f Latin America, Vol. III. From Independence to c.
1870, ed. por Leslie Bethel (New York: Cambridge University Press, 1985) 50738; Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia
(Bogotá: Editorial Viento del Pueblo, 1975), passim; Germán Colmenares, Parti­
dos políticos y clases sociales en Colombia (Bogotá: Universidad de los Andes,
1968).
3· Bushnell y Macaulay, The Emergence o f Latin America, 33-37; Leopoldo Zea,
The Latín American Mind, trad, por James H. Abbot y Lowell Dunham (Norman:
University of Oklahoma Press, 1963), 51-52; E. Bradford Bums, The Poverty o f
Progress: Latin America in the Nineteenth Century (Berkeley: University of Cali­
fornia Press, 1980), 8; Charles A. Hale, Mexican Liberalism in the Age o f Mora,
1821-1853 (New Haven: Yale University Press, 1968).
4· Emilia Viotti da Costa, The Brazilian Empire: Myths and Histories (Chicago:
University of Chicago Press, 1985), 53-55; Frank Safford, “Social Aspects of
Politics in Nineteenth-Century Spanish America: New Granada, 1825-1850”, Jo­
urnal o f Social History, 5:2 (Spring 1972), 344-70; Frank Safford, “Bases of Poli­
tical Alignment in Early Republican Spanish America”, en New Approaches to
Latin American History, ed. por Richard Graham y Peter Smith (Austin: Universi­
ty of Texas Press, 1974), 71-109; Frank Safford, “Politics, Ideology and Society in
Post-Independence Spanish America”, en The Cambridge History o f Latin Ameri­
ca, Vol. III. From Independence to c. 1870, ed. por Leslie Bethell (New York:
Cambridge University Press, 1985), 350; Alan Knight, The Mexican Revolution,
Vol I Porfirians, Liberals, and Peasants (New York: Cambridge University Press,
1986), 68-69.
5 Anthony McFarlane, “The Transition from Colonialism in Colombia, 18191875”, en Latin America, Economic Imperialism and the State: The Political Eco­
nomy o f the External Connectionfrom Independence to the Present, ed. por Christo­
pher Abel y Colin M. Lewis (London: Athlone Press, 1985), 107; Robert Louis
Gilmore, “Federalism in Colombia, 1810-1858”, Ph.D. dissertation, University of
California, 1949,104-10,116,121,182,225. La cuestión acerca de si el periodo de
Reformas Liberales empezó con Mosquera ha originado algún debate. Tanto Nieto
Arteta, Economía y cultura, como Jay Robert Grusin, “The Colombian Revolu­
tion of 1848”, Ph.D. dissertation, University of New Mexico, 1978, sostienen que
empezó con la Generación de 1849, después de la elección de José Hilario López.
Artesanos y política en Bogotá
135
Ambos insisten en que el periodo fue revolucionario, aunque uno considera que fue
poco influenciado por eventos o ideas extranjeras. El reciente estudio de Bushnell
sobre el periodo de reformas acepta esta fecha tradicional, pese a que su estudio de
las reformas empieza con la presidencia de Mosquera. Ver Bushnell y Macaulay,
The Emergence o f Latin America, 209. J. León Helguera postula la naturaleza
innovadora de la presidencia de Mosquera en “The First Mosquera Administra­
tion in New Granada”, Ph.D. dissertation, University of North Carolina, 1958.
6 William Marion Gibson, The Constitutions o f Colombia (Durham, NC: Duke
University Press), 191-214; Antonio Pombo y José Joaquín Guerra, Constitucio­
nes de Colombia: Recopiladas y precedidas de una breve reseña histórica, 4 vols.
(Bogotá: Prensas del Ministerio de Educación Nacional, 1951), IV, 5-27; Alirio
Gómez Picón, El golpe militar del 17 de abril de 1854: La dictadura de José María
Meló, el enigma de Obando, los secretos de la historia (Bogotá: Editorial Kelly,
1972), 115-18; La Discusión, Mayo 21, 1853; Gilmore, “Federalism in Colom­
bia”, 208-213.
7 Gilmore, “Federalism in Colombia”, 212.
8 Gilmore, “Federalism in Colombia”, 325-31. Los otros estados eran Bolívar,
Boy acá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena y Santander.
9 Gilmore, “Federalism in Colombia”, proporciona un análisis excelente de este
proceso, describiendo en las páginas 400-401 la propia Constitución.
10· Antonio Pérez Aguirre, 25 años de historia colombiana: 1853 a 1878; del
centralismo a lafederación (Bogotá: Editorial Sucre, 1959) 150-59; Jorge Villegas,
Colombia: Enfrentamiento iglesia-Estado, 1819-1887 (Bogotá: La Carreta, 1981),
57; Femando Díaz Díaz, “Estado, iglesia y desamortización”, en Manual de histo­
ria de Colombia, 3 vols., 2a ed. (Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1982),
II, 413-66. Ver el Boletín del Crédito Nacional para los reportes de la comisión
encargada de la venta de las tierras de la iglesia.
11· Tolima fue desagregada de Cundinamarca para formar el noveno estado.
12 Helen Delpar, “Colombian Liberalism and the Roman Catholic Church, 18631886”, Journal o f Church and State, 22:2 (Spring 1980), 274-76.
13· Helen Delpar, Red Against Blue: The Liberal Party in Colombian Politics
(University: University of Alabama Press, 1981), 11-13; Gibson, The Constitutio­
ns o f Colombia, 264-71; Pérez Aguirre, 25 años, 188-92,205-26; Salvador Cama­
cho Roldán, Memorias, 2 vols. (Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombia­
na, 1946), I, 283-84.
14· Safford, “Economic Liberalism”, 45.
15 AC, Cámara, Informes de comisiones, 1836, VIII, 156-59r.
16· El Día, Julio 17, 1843. El mismo conjunto de quejas fue expresado en la
petición de 1831. Ver Safford, “Economic Liberalism”, 45.
17· El Día, Julio 17, 1842.
18· La Alianza, Abril 13, 1867; La Nación, Diciembre 17, 1886, Enero 11, 1887;
Diario de Cundinamarca, Junio 9, 1875.
19· AC, Cámara, proyectos de leyes negados, 1850, X, folios 28-31.
20· Saturnino González, Antonio Cárdenas V, José L. Camacho et al., Representa­
ción al Congreso Nacional (Bogotá: Impreso por Manuel J. Barrera, 1868); El
Bien Público, Diciembre 5,1870; Diario de Cundinamarca, Marzo 15, 25, 1872;
Frank Safford, The Ideal of the practical: Colombia s Struggle toform a Technical
Elite (Austin: University of Texas Press, 1976), 203-4.
136
David Sowell
21 AC, Senado, Proyectos Negados, 1846, V, folios 118-26.
22 Agustín Rodríguez, Vicente Vega, Juan Dederle, et al. H.H. senadores (Bogotá:
Imprenta de Nicolás Gómez, Mayo 5, 1846), 4.
23 Treinta y cuatro artesanos de Cartagena solicitaron en vano al Congreso en
1849 aumentar los aranceles de los artículos importados que se produjeran domés­
ticamente, establecer escuelas para capacitar a los artesanos, y examinar la compe­
tencia de los dueños de talleres para que la calidad interior pudiera mejorarse. Una
petición similar fue enviada al Congreso en 1850 por aproximadamente 180 artesa­
nos de Cartagena. Esta demanda pidió la importación libre de maquinaria para que
los métodos de producción pudieran mejorarse. AC, Cámara, Proyectos de leyes
negados, 1850, X, folios 43-44r, 45-49r.
24· Ibíd., 28-31.
25· Diario de Debates, Junio 5, 15, 19? 20, 26, 1850.
26 Diario de Debates, Junio 5, 1850; AC, Cámara, Proyecto de leyes negados,
1850, X, folios 32-40.
27 AC, Cámara, Informes de Comisiones, 1851, VI, folios 464-73r.
28 Los esfuerzos de José María Samper por influir en la Sociedad se ven en las
páginas de El Demócrata a mediados de 1850.
29 El Demócrata, Mayo 15, 19, 26, Junio 2, 9, 16, 1850 (la cita es de Junio 9, p.
2); El Estandarte del Pueblo, Julio 7, 14, 1850. Murillo negó que favoreciera a
González, a pesar de su clara armonía ideológica. El Neogranadino, Julio 12,1850.
30· El Estandarte del Pueblo, Julio 14,1850.
31 En la reunión en la que fue preparada la petición sobre el arancel, Samper
intentó convencer a los artesanos del carácter “no científico” de la petición. Samper
fue abucheado, y dejó la organización, para nunca volver. José María Samper,
Historia de un alma, 1834 a 1881,2 vols. (Bogotá: Biblioteca de Cultura Colom­
biana, 1969), I, 249-51.
32 El Día, Octubre 10, 1850. Orlando Fals Borda describió a esos estudiantes
miembros de la elite como un grupo que intentaba desligarse del orden establecido
de sus mayores. El rótulo de socialista fue adoptado así como un gesto de protesta;
muy pocas de las medidas que los “socialistas” de Bogotá favorecieron pueden
verse como socialistas en un sentido estricto. Ver Orlando Fals Borda, Subversión
and Social Change in Colombia, trad. por Jacqueline D. Skiles (New York: Columbia University Press, 1969), 83.
33· Jaime Duarte French, Florentino González: Razón y sinrazón de una lucha
política (Bogotá: Banco de la República, 1971), 454.
34· El Día, Septiembre 7, 1850. Ver también La Civilización, Mayo 1, 1850.
35, Ambrosio López, El desengaño o confidencias de Ambrosio López, primer
director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, denominada hoi “Sociedad De­
mocrática” escrito para conocimiento de sus consocios (Bogotá: Imprenta de
Espinosa, por Isidoro García Ramírez, 1851), 1-5, 17, 20, 40-41.
36· Ibíd., 19,30-35,41,84.
37 Ibíd., 42.
38· La Gaceta Oficial, Junio 7, 1851.
39· Emeterio Heredia, Contestación al cuaderno titulado “El desengaño o confi­
dencias de Ambrosio López etc. ”por el Presidente que fue de la Sociedad el 7 de
marzo de 1849 (Bogotá: Imprenta del Núcleo Liberal, 1851), 9, 10, 13 16, 54.
Artesanos y política en Bogotá
137
40· Ambrosio López, El triunfo sobre la serpiente roja, cuyo asunto es del domi­
nio de la nación (Bogotá: Editorial Espinosa, 1851), 8, 14-16, 19-21.
41 Readmitidos a Colombia en 1843 después de una ausencia de setenta y seis
años, los jesuítas fueron centrales en el forcejeo por el control de las políticas
sociales. Conservadores como Ospina los consideraron como una fuerza positiva
en la creación de una sociedad moral, en tanto que los Liberales y muchos Conser­
vadores moderados pensaban que los jesuítas eran antitéticos con una república y
exigieron su expulsión. Esto estuvo a punto de ser aprobado por el Congreso de
1846. Grusin, “The Colombian Revolution of 1848”, 199.
42· El Día, Mayo 1,1850. Ver Dialogo entre un artesano i un campesino sobre los
jesuítas (Bogotá: s.e., 1850), para un ejemplo de la propaganda Liberal en la cues­
tión jesuíta.
43 Humberto Triana y Antorveza, “El aspecto religioso en los gremios neogranadinos”, Boletín cultural y Bibliográfico, 8:5, (1965), 277. Elogios por esta victoria
Liberal vinieron de las Sociedades Democráticas y otras a lo largo del país. Ver, por
ejemplo, La Gaceta Oficial, Julio 4,11,1850. Los Conservadores, del otro lado, la
lamentaron como evidencia suplementaria del decaimiento de la sociedad desde el 7
de marzo. El Día y La Nación fueron cerrados durante un mes por López para
calmar las emociones Conservadoras; también armó a los Democráticos en caso de
que esa disposición no se mostrara exitosa. Opiniones moderadas se expresaron en
El Patriota Imparcial, que proclamó no ser amigo ni enemigo de los jesuítas, apeló
a la calma, planteando que la cuestión jesuítica había sido manipulada para objeti­
vos partidistas, con un terrible efecto divisivo en el país. Según los editores del
periódico, la función adecuada de los jesuítas era de orden social, y no un problema
político como clamaban los Liberales ni una cuestión religiosa como alegaban los
Conservadores. El Patriota Imparcial, Junio 15, 1850; José Manuel Restrepo,
Historia de la Nueva Granada, 2 vols. (Bogotá Editorial El Catolicismo, 1963), II,
152; Angel Cuervo y Rufino José Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su
época, 2 vols. (Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Prensas de la
Biblioteca Nacional, 1946), II, 152.
44 Cruz Ballesteros, La teoría i la realidad (Bogotá: Echeverría Hermanos, Di­
ciembre 17,1851).
45· El Pasatiempo, Enero 24,1852; Miguel León, Satisfacción que da el que escri­
be, alSr. M. Murillo Secretario de Hacienda (Bogotá: s.e., Enero 19, 1852).
46· Restrepo, Historia de la Nueva Granada, 180-82. Ver también Los Principios,
un periódico obandista.
47 La Sociedad Democrática trabajó duro para la elección de Obando, ayudando a
que él ganara 28 de los 39 electores de la capital. Emeterio Heredia no sólo fue un
elector de Obando, sino que también sirvió como presidente de la asamblea electo­
ral. Obando recibió en todo el país 1.548 votos electorales, mientras que Herrera
logró 329; 131 votos fueron a otros candidatos o fueron en blanco. El Pasatiempo,
Junio 9, 1852; Los Principios, Junio 30,1852; El Neogranadino, Agosto 5: 1852;
David Bushnell, “Elecciones presidenciales colombianas, 1825-1856”, en Com­
pendio de estadísticas históricas de Colombia, ed. por Miguel Urrutia Montoya y
Mario Arrubla (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1970), 227.
48· Gilmore, “Federalism in Colombia”, 117-18.
138
David Sowell
49· Anthony P. Maingot, “Social Structure, Social Status, and Civil-Military Conflict in Urban Colombia, 1810-1858”, en Nineteenth-Century Cities: Essays in the
New Urban History, ed. por Stephen Themstrom y Richard Sennett (New Haven,
CT: Yale University Press, 1969), 332-36.
50· Gómez Picón, El golpe militar, 70.
51 La Discusión, Diciembre 11, 1852.
52· ElNeogranadino, Marzo 11, 1853; El Orden, Marzo 20, 1853.
53· El gabinete ministerial de Obando era principalmente de su propio sector del
partido: Patrocinio Cuéllar fue nombrado Secretario de Gobierno; José María Pla­
ta, Ministro de Finanzas; Lorenzo María Lleras Secretario de Relaciones Exterio­
res; y, en un gesto conciliatorio, Tomás Herrera fue nombrado Secretario de Guerra.
Gómez Picón, El golpe militar, 109.
54 Richard Presión Hyland, “The Secularization of Credit in the Cauca Valley,
Colombia”, Ph.D. dissertation, University of California, Berkeley, 1979, 72-73.
55· El Orden, Mayo 1, 1853, p. 1.
56· Cuervo y Cuervo, Vida de Rufino Cuervo, 255; La Gaceta Oficial, Mayo 23,
1853. La referencia es a los eventos del 24 de Febrero de 1848 en Caracas.
57 Democracia. Documentos para la historia de la Nueva Granada (s.e., s.f.);
W., Breves anotaciones para la historia sobre los sucesos del 19 de mayo último
(Bogotá, Mayo 27, 1853); José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santa
Fe de Bogotá, 9 vols. (Bogotá: Imprenta de La Cruz, 1910), 371-74; Alcance a La
Gaceta Oficial, Mayo 20, 1853; Gómez Picón, El golpe militar, 112-15; José
Manuel Restrepo, Diario político y militar. Memorias sobre los sucesos importan­
tes de la época para servir a la historia de la Revolución de Colombia y de la
Nueva Granada, desde 1819para adelante, 4 vols. (Bogotá: Imprenta Nacional,
1954), IV, 288. En seguida del episodio, numerosos artesanos fueron arrestados
por el gobierno. El 25 de mayo, Emeterio Heredia, Tiburcio Cárdenas, Carlos
Navarrete y otros solicitaron que los sacaran de la cárcel. Ellos plantearon que sería
imposible juzgar su culpa debido a la complejidad de las perturbaciones. AC,
Cámara, Proyectos negados, 1854, III, folio 77.
58 Ya en 1850 los Democráticos habían usado una ruana larga, roja en un lado y
azul en el otro, y un sombrero de paja, demostrando su vinculación a la Sociedad.
59· Primera banderilla: A los gólgotas en las Nieves (Bogotá: s.e., Junio 1,1853),
AHN, Archivo Histórico Restrepo, Caja 89.
60 “Uno no podía transitar por las calles centrales de la ciudad sin estar expuesto
a lances verbales provocados por los obreros, y de la seis de la tarde en adelante era
peligroso ser cogido fuera de la casa” (Cordovez Moure, Reminiscencias, 383).
61· Ibíd.,377.
62· Mil ciudadanos, El 8 de junio (Bogotá: s.e., Junio 9,1853); Mas de mil artesa­
nos, El 8 de junio (Bogotá: s.e., Junio 9, 1853).
63· Un amigo de los artesanos, El valor de los artesanos (Bogotá: s.e., Junio 9,
1853).
64· José María Plata, El gobernador de Bogotá a los habitantes de la capital
(Bogotá: Imprenta del Neogranadino, Junio 13, 1853).
65· Blas López, Miguel León, Anselmo Flórez, et al, Protesta de los artesanos
Blas López, Miguel León, Anselmo Flórez y otros (Bogotá: Imprenta de Nicolás
Gómez, Junio 17, 1853).
Artesanos y política en Bogotá
139
66· El Constitucional, Julio 8,1853; La Gaceta Oficial, Agosto 2,1853; Cordovez
Moure, Reminiscencias, 384-93.
67· Miguel León, /Artesanos! ¡desengañaos! (Bogotá: s.e., Agosto 6, 1853).
68 GN, 1853, 661-68; Cuervo y Cuervo, Vida de Rufino Cuervo, 258.
69· El Termómetro, Septiembre 4, 11, 18, 1853.
70 En la Provincia de Bogotá, el Conservador Pedro Fernández Madrid ganó el
puesto de Senador pretendido por Heredia y Miguel León registrando 8.121 votos.
Heredia alcanzó 2.112 votos y León 1.974 -respetables totales, pero lejos de ser
suficientes. Pastor Ospina ganó el gobierno provincial por un margen de tres a uno,
por encima del Draconiano Rafael E. Santander.
71 Gilmore, “Federalism in Colombia”, 293; Venancio Ortiz, Historia de la revo­
lución del 17 de abril de 1854 (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1972), 44; El
Catolicismo, Julio 16, 1853; E7 Constitucional, Octubre 18, 1853.
72· El Neo-Granadino; Octubre 20, 1853.
73 Gilmore, “Federalism in Colombia”, 301-4.
74· Reseña histórica de los principales acontecimientos políticos de la ciudad de
Cali, desde el año de 1848 hasta el de 1855 inclusive (Bogotá: Imprenta de Eche­
verría Hermanos, 1856), 14, 27, 64; Ortiz, El 17 de abril, 45-50.
75 Samuel S. Green to William L. Marcy, Enero 4, 1854, United States Depart­
ment of State, General Records, DD.
76· Gómez Picón, El golpe militar, 138-62.
77· Ortiz, El 17 de abril, 60; Gómez Picón, El golpe militar, 155, 168.
78· Gómez Picón, El golpe militar, 155; Ortiz, El 17 de abril, 70-71; Causa de
responsabilidad contra el ciudadano presidente de la República i los señores se­
cretarios del despacho (Bogotá: Imprenta del Neogranadino, 1855), 95.
79· El Neogranadino, Enero 12,1854; Causa, 72; Ortiz, El 17 de abril, 59. Andrés
Soriano Lleras, Lorenzo María Lleras (Bogotá: Editorial Sucre, 1958), 78. La junta
estaba compuesta por: Patrocinio Cuéllar, Alejandro Gaitán, José María Meló,
Ramón Mercado, Lorenzo María Lleras, Rafael Elíseo Santander, Ramón Ardila,
Lisandro Cuenca, José María Gaitán, Erazo Madiedo, Nicolás Madiedo, Rufino
Azuero, Ambrosio González, José Maldonado Neira, Emeterio Heredia, Miguel
León, Ramón Gómez, Francisco Antonio Obregón, Tomás Lombana, Miguel Var­
gas, Juan Nepomuceno Conto, Melitón Escobar, Camilo Carrizosa, Juan de Dios
Gómez, José Carazo y Alejandro MacDowell.
80· Alguna aprehensión pública rodeó al nuevo grupo. El principal periódico Gólgota cuestionó públicamente las intenciones de Lleras. Al parecer el Gobernador de
Bogotá tenía muchos de los mismos miedos, cuando llamó a Heredia y al zapatero
José Antonio Saavedra a su oficina para inquirir acerca de las actividades del grupo.
Ver El Pasatiempo, Enero 11,1854; El Liberal, Enero 24, 1854.
81· Otras propuestas que fueron sugeridas pero no aprobadas fueron un llamado al
establecimiento de un banco nacional para reducir las tasas de interés en los prés­
tamos y la creación de una lotería de las esmeraldas de Muzo para ayudar a reducir
la deuda nacional. AC, Cámara, Informes de comisiones, 1854, folios 296-300;
Causa, 179, 341-44; El Neogranadino, Marzo 20, 30, 1854.
82 Obando, Obaldía y numerosos miembros de la administración hablaron a la
Sociedad en la reunión en conmemoración de la Independencia. Al día siguiente una
excursión rural y un piquete fueron disfrutados por más de 1.300 Democráticos,
incluyendo al General López. El Neogranadino, Marzo 16, 1854.
140
David Sowell
83· La Gaceta Oficial, Marzo 11, 1854.
84· El Neo-Granadino, Marzo 20, 30, 1854; Causa, 179, 341-44, 371-72.
Dilemas i su contestación
Pan o tumba
trabajo o matanza
libertad o muerte
oro o asesinato
Meló o lanza
Lleras o Democrática
reforma o batalla
trabajad i dormid
Este poema de El Espía, Abril 11, 1854, da cuenta del lenguaje social de los días
previos al golpe.
85· Miguel Urrutia, The Development o f the Colombian Labor Movement (New
Haven, CT: Yale University Press, 1969), 41.
86· La Gaceta Oficial, Marzo 29, Abril 6, 1854; CN, 1854, 23.
87· La Gaceta Oficial, Abril 4, 1854.
88· Causa, 341-44; Causa de responsabilidad contra el ciudadano presidente de
la República, Jeneral José María Obando, i los ex-secretarios de Gobierno i de
Guerra, señores Antonio del Real i Valerio Francisco Barriga (Bogotá: Imprenta
de Echeverría Hermanos, 1855), 33-35; Restrepo, Diario político y militar, 361.
89 El 15 de abril de 1854, las noticias de un levantamiento melista en Popayán
alcanzaron la capital, aumentando la alarma general. Unos 600 soldados se habían
sublevado en esa ciudad del sur el 8 de abril en respuesta a un informe falso de una
rebelión Gólgota en Bogotá. El movimiento no duró mucho, puesto que el gobernador
pudo convencer a los hombres de deponer sus armas. Ver Tomás Cipriano de Mos­
quera, Resumen histórico de los acontecimientos que han tenido lugar en la Repúbli­
ca, extractado de los diarios y noticias que ha podido obtener el General Jefe del
Estado Mayor, T. C. de Mosquera (Bogotá: Imprenta del Neogranadino, 1855), 12.
90, Juan Francisco Ortiz, Reminiscencias de D. Juan Francisco Ortiz (18081861) (Bogotá: Librería Americana, 1914), 300-321.
91 Ortiz, El 17 de abril, 80; Gustavo Vargas Martínez, Colombia 1854: Meló, los
artesanos y el socialismo (La dictadura artesanal de 1854, expresión del socialis­
mo utópico en Colombia) (Bogotá: Editorial la Oveja Negra, 1973), 74-75; Gómez
Picón, El golpe militar, 260. Meló nombró a Obregón Secretario General; a Pedro
Mártir Consuegra, Secretario del Interior; a José María Gaitán, Secretario de Gue­
rra y Marina; y a Ramón Ardila Ministro de Finanzas.
92 Andrés Soriano Lleras, Lorenzo María Lleras (Bogotá: Editorial Sucre, 1958),
67-69. Lleras fue el miembro político más notable de la Sociedad en tener una
relación íntima con Obando. Pero a principios de abril, cuando Lleras empezó a
distanciarse del plan, la influencia de Francisco Antonio Obregón aumentó. Todas
las evidencias sugieren que Lleras y Obregón fueron de hecho los principales
planificadores del 17 de abril. Pero, cuando Obando se negó a encabezar el movi­
miento, Lleras abandonó el esfuerzo. Diario político y militar, 361; El Neograna­
dino, Abril 27, 1854; La Gaceta Oficial, Abril 24, 1854.
93 Restrepo, Diario político y militar, II, 363-64. Restrepo apuntó que “otros
atribuyeron su viaje a intenciones revolucionarias.”
Artesanos y política en Bogotá
141
94· El Neogranadino, Abril 27, 1854; El 17 de abril, Mayo 14, 1854; La Gaceta
Oficial, Abril 24,1854; Gilmore, “Federalism in Colombia”, 313.
95 Germán Colmenares, “Formas de la conciencia de clase en la Nueva Granada”,
Boletín Cultural y Bibliográfico, 9:12 (1966), 2,412.
96· Causa, 346-49.
97 Francisco Antonio Obregón a la Secretaría de Gobierno, Bogotá, Junio 12,
1854, ACC, Sala Mosquera, N° 31,177; Francisco Antonio Obregón a la Secretaría
de Gobierno, Bogotá, Junio 12,1854, ACC, Sala Mosquera, N° 31,177; Junio 14,
1854, N° 31,178; José María Meló a Felipe Roa, ACC, Sala Mosquera, s.f.,N° 31,
288.
98 Para el proceso del golpe en el norte ver Orlando Fals Borda, Historia doble de
la costa, Vol. II. El Presidente Nieto (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1981).
"· Ortiz, El 17 de abril, 360-63; Gómez Picón, El golpe militar, 277-85.
100 Ortiz y Gómez Picón son las fuentes de información tradicionales sobre la
rebelión. Gran cantidad de materiales primordiales, sin embargo, permanecen inex­
plorados en la Sala Mosquera del ACC, el Archivo Herrán del ACH y el Fondo
Militar del AHN. La Sala Mosquera tiene mucha de la correspondencia del régimen
de Meló, mientras que el Archivo Herrán tiene muchos de los archivos constitucionalistas.
101 La Gaceta Oficial, Diciembre 10,1854.
101 El Bogotano Libre, Enero 22, 1855; El Tiempo, Mayo 13, 1858.
103· El Repertorio, Diciembre 20, 1854; La Gaceta Oficial, Enero 5, 15, 1855.
Aunque en los perdones no fue así indicado, el servicio militar de aquellos que
aceptaran sus condiciones también sería prestado en Panamá. Los líderes constitucionalistas pensaron purgar la capital de sus elementos melistas. Más melistas
fueron desterrados de Cali, Pasto, Socorro, Popayán y otras ciudades. Ver, por
ejemplo, La Gaceta Oficial, Enero 1, Marzo 13, 1854.
104 El Panameño, Enero 26, Febrero 21,1855. Los tres “perdones” fueron ofreci­
dos a 324 personas. Dieciocho escaparon en el camino, pero las autoridades en
Panamá informaron la llegada de por lo menos veinte personas no incluidas en los
perdones oficiales. AHN, República, Guerra y Marina, Tomo 843, folio 953.
105 Lorenzo María Lleras, San Bartolomé en 1855 (Bogotá: s.e., 1855), 12.
106 La Gaceta Oficial, Marzo 1, Junio 8, 25, Julio 11, 18, 1855.
107· Restrepo, Diario político y militar, IV, 576.
108· Algunos presos, Señor procurador general de la nación (Bogotá: s.e., Marzo
25, 1855), p. 1.
109 El Tiempo, Enero 9, 16, 1855. José María Gaitán introdujo una resolución de
acusación contra Obaldía basada en la supuesta extralimitación de su autoridad
constitucional. La Cámara resolvió por 31 votos contra 14 que no existía ninguna
razón para el cargo. AHN, República, Congreso, Legajo 31, folios 723-37.
110· El Repertorio, Febrero 18, Marzo 5, 1855; Lorenzo María Lleras, Señor juez
del crimen (Bogotá: s.e., Enero 27, 1855); Lleras, San Bartolomé’, El Bogotano
Libre, Enero 28, 1855.
111 David Sowell, “Agentes diplomáticos de los Estados Unidos y el golpe de
Meló”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura N° 12 (1984), 11.
112· Restrepo, Diario político y militar, IV, 586.
113· El Tiempo, Abril 8, 1856.
142
David Sowell
114· El Artesano, Mayo 22, Junio 16, Julio 3, 1856.
115· El Nacional, Abril 3, 1856.
116· El Ciudadano, Mayo 31, Junio 26, Julio 29, 1856; El Nacional, Mayo 29,
Agosto 7, 1856.
117· El Porvenir, Septiembre 2, 1856.
118 José María Vega, Santos Castro, José Antonio Saavedra, et al, Los artesanos
de Bogotá a la nación (Bogotá: Imprenta de Echeverría Hermanos, Noviembre 15,
1857); Unos artesanos del 17 de abril, Contestación preliminar al cuaderno titula­
do “La revolución ” (Bogotá: Imprenta de “El Núcleo Liberal”, s.f.).
119· El Tiempo, Diciembre 1,1857; Restrepo, Diario político y militar, IV, 700, 7046; El redactor de El Porvenir, Al pueblo (Bogotá: Imprenta de La Nación, Noviem­
bre 10, 1857); Vega, Los artesanos de Bogotá', La Patria, Diciembre 5, 1856;
Tomás Lombana, Manifestación (Bogotá: Diciembre 10,1857).
120· Restrepo, Diario político y militar, IV, 725; La revolución: Orijen, fines i
estado actual de la revolución democrática que se prepara en esta ciudad, 3a ed.
(Bogotá: Imprenta de F. T. Amaya, Abril 1858); Unos artesanos del 17 de abril,
Contestación preliminar al cuaderno titulado “La revolución
121■El Núcleo, Enero 26, 1858, passim.
122· El Núcleo, Noviembre 30.1858; El Comercio, Diciembre 14, 1858.
123· El Núcleo, Enero 5, Febrero 22, 1859; El Porvenir, Mayo 13, 1859. Cárdenas
dejó el país después de estar encarcelado en 1850, visitando primero Europa y
luego Estados Unidos. El 4 de julio de 1853, estando en Nueva York conmemoró la
independencia estadounidense regalando un retrato de la independencia de Colom­
bia el 20 de Julio de 1810, a la Sociedad Histórica de Nueva York. Ver La Esperanza, Julio 20, 1855.
124· El Núcleo, Junio 28, 1859; El Porvenir, Junio 7, 1859.
125 Una ley dio al gobierno central él control de la elección de los concejos locales
y distritales y otra reforzó su poder sobre los grupos de milicia locales. Ambas
iniciativas fortalecieron la influencia Conservadora en los estados controlados por
los Liberales. Pérez Aguirre, 25 años, 94-95.
126 Pérez Aguirre, 25 años, 108-9; David Church Johnson, Santander: Siglo X IX
-Cambios socioeconómicos (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1984), 100-114.
127 Un compañero de Rodríguez Leal, Los derechos del pueblo (Bogotá: s.e., Julio
26, 1863).
128· A l pueblo (Bogotá: Imprenta de La Nación, Julio 21, 1863).
129 Ballesteros gastó 3.000 pesos en su casa y taller; José Antonio Saavedra com­
pró una casa por 1.000 pesos; la casa de Fuljencio Roa costó 720 pesos; y la casa
y taller de Cruz Sánchez costaron 4.200 pesos. Boletín del Crédito Nacional,
Noviembre 22, 1862, Febrero 7, Octubre 5, 1863.
130 Un artesano, Al señor Jeneral Santos Gutiérrez (Bogotá: s.e., Junio 29, 1863),
p. 1.
131 Robert Louis Gilmore, “Nueva Granada’s Socialist Mirage”, HAHR, 36:2 (Mayo
1956), 190-210.
132· Craig Calhoun {The Question o f Class Struggle [Chicago: University of Illinois
Press, 1982]) acuñó esta frase para describir la reacción de los artesanos ingleses y
el pueblo de las ciudades a los adelantos del capitalismo industrial a finales del siglo
XVIII en Inglaterra.
C apítulo IV
Republicanismo artesano
M iguel León, dirigente de los artesanos de Bogotá,
dibujo de J. M. Espinosa.
Los esfuerzos de movilización iniciados por artesanos en la dé­
cada de 1840 alcanzaron su cénit en la Sociedad Unión de Artesa­
nos, la cual articuló una vigorosa ideología de republicanismo artesa­
no que se opuso al liberalismo dominante en la época. Las experien­
cias que modelaron el republicanismo artesano pueden ser ilustra­
das por el uso de la palabra desengañar, en relación con los artesa­
nos en el periodo inicial de las reformas. Tomado como verbo, des­
engañar quiere decir desilusionar o defraudar; usado como sustanti­
vo, implica desilusión, engaño o destrucción de la esperanza. En 1848
un panfleto a “los Artesanos de Bogotá” les advirtió que no apoya­
ran a José Hilario López con la ingenua esperanza de que prohibiera
la importación de productos extranjeros, aumentara los aranceles, u
ofreciera puestos a los artesanos en su administración. El autor del
texto advirtió que los partidarios de López tenían “opiniones comple­
tamente opuestas” a aquellas sostenidas por los artesanos de la So­
ciedad de Artesanos y que “el tiempo los desilusionará”1. En 1851,
Ambrosio López en su folleto titulado El desengaño instó a la So­
ciedad a que abandonara sus relaciones con los Gólgotas, quienes
con la reforma perseguían objetivos ajenos a los de los artesanos.
En él proclamó que los artesanos habían sido alejados de sus inten­
ciones originales y que tenían que reafirmar su autoridad sobre la
institución2. Luego, en 1851, Cruz Ballesteros examinó críticamente
“la teoría y la realidad” de las políticas y las actitudes Liberales
hacia los artesanos3. Dos años después, cuando Nepomuceno Pala­
cios fue ejecutado por el asesinato del cachaco Antonio París, Mi­
guel León lanzó una denuncia mordaz contra el sistema de “justicia”
que alcanzaba rápidamente un veredicto contra un artesano acusa­
do de un crimen, pero le permitía a un cachaco acusado del mismo
acto pasearse en libertad por las calles. “Su destino es el nuestro”,
León afirmó:
146
David Sowell
Ya habréis visto el desprecio con que hemos sido tratados, nues­
tras solicitudes [al Congreso] no tienen mérito ninguno, ni so­
mos capaces de presentar motivo alguno de conveniencia públi­
ca; porque esta no se encuentra sino en nuestro propio esterminio: por esto no se nos pagará lo que se nos deba, no seremos
protegidos con el trabajo que se nos debiera proporcionar; con
tal motivo los contratos principalmente de vestuarios, han de ser
traídos de la estranjería i no construidos en el país. En fin ¿que­
réis más desengaños? Preparaos para recoger los opimos frutos
de vuestro patriotismo, de vuestra honradez i de vuestro sufri­
miento; en el tesoro de un cadalzo, o sino como a perros en la
mitad de la calle4.
Durante un periodo de más de cinco años, los artesanos habían
interiorizado su desilusión hasta el punto que muchos de ellos se
habían unido en 1854 a la revuelta de Meló para restaurar en el país
los principios e instituciones que, según pensaron, servían mejor. Diez
años después, luego de más reformas y una guerra civil mayor, los
artesanos desilusionados expresaron sus pensamientos en las pági­
nas de La Alianza.
Contrariamente a la creencia ampliamente sostenida de que la
paz traería la prosperidad económica de la cual Bogotá había dis­
frutado antes de la guerra, todos los testimonios concuerdan en
que la ciudad sufrió una tremenda depresión durante la década de
18605. Miguel Samper, en La miseria en Bogotá, describió una
ciudad asediada por el decaimiento económico, con altos niveles
de desempleo y una sociedad estancada. Samper, un Liberal devo­
to, culpó de la situación a la guerra, al fracaso del gobierno para
llevar a cabo totalmente la liberalización económica, y a una multi­
tud de defectos sociales, comenzando por el parasitismo sobre las
arcas públicas. Su generoso y detallado análisis no perdonó nada
ni de Conservadores ni de Liberales, aunque distinguió a los arte­
sanos como el principal ejemplo de confianza pública en el apoyo
gubernamental. Los artesanos se habían ocultado, según Samper,
tras los aranceles proteccionistas y habían rehusado comprome­
terse en la ardua tarea de volverse económicamente competitivos.
Sugirió que los artesanos, en lugar de rogar por protección econó­
mica, debían mejorar sus hábitos de trabajo, abstenerse de la activi­
dad política y mejorar su oficio6.
Artesanos y política en Bogotá
147
José Leocadio Camacho, el líder artesano más notorio en las
últimas décadas del siglo, refutó las afirmaciones de Samper7. El
carpintero de treinta y cuatro años estaba de acuerdo en que los
artesanos, como primeras víctimas de la pobreza que Samper había
descrito, merecían una posición central en el análisis, pero no como
la causa del malestar. Camacho afirmó que antes de 1849 las clases
trabajadoras se habían dedicado a sus labores y se habían juntado
sólo para la protección mutual. Ese año ellos habían sido arrastrados
a la riña política, en detrimento de sus artes, debido simplemente a la
pérdida de su arancel proteccionista. Camacho estaba de acuerdo
en que parte de la solución era apartarse de las pasiones políticas en
interés del bienestar general, pero sugirió que otros grupos sociales
hicieran lo mismo, incluyendo a las elites. La tendencia de los secto­
res pudientes de la capital a mostrar favoritismo hacia los artesanos
de su propia convicción política, sin tomar en cuenta la calidad de su
trabajo, representaba la intrusión de los políticos en sus vidas diarias.
Estas relaciones políticas, a los ojos de Camacho, penetraban las
fuentes del crédito, las relaciones sociales y la amistad, en detrimen­
to de la honestidad, la habilidad o la virtud doméstica8.
Camacho defendió con firmeza la integridad, el valor social y
las capacidades políticas del sector artesano de la capital. Las cos­
tumbres de los artesanos, proclamó Camacho, permiten socorrer a
aquellos compañeros que sufren carencias y penalidades. Conside­
rando que Samper había argumentado contra la aceptación de nue­
vos aprendices, Camacho planteó que era deber social de los arte­
sanos enseñar las nuevas habilidades y, más importante, los modos
apropiados de conducta, lecciones que pesaban más que el simple
bienestar económico. Camacho llamó a la nación a intervenir en
favor del bienestar económico y social del pueblo, enfatizando que
esa realidad social debía tener prelación sobre las teorías de la eco­
nomía política9.
Mientras Samper y Camacho debatían cuestiones ideológicas
para mejorar la condición de la ciudad, algunos artesanos iniciaron
pasos prácticos para disminuir la miseria de las clases obreras de la
capital. Juan Malo organizó un “comisariato de productos naciona­
les” que sirviera como cooperativa para los trabajos de los artesa­
nos. Estos llevarían sus productos terminados a ese lugar, donde los
consumidores podrían comprar los bienes confeccionados -como
ellos hacían con los artículos extranjeros- en lugar de esperar por un
148
David Sowell
producto a ser pedido y fabricado. Al mismo tiempo, el comisariato
proporcionaría a los artesanos las materias primas, las cuales serían
pagadas con las comisiones de los productos vendidos en el estable­
cimiento10. La iniciativa, que se parece a las cooperativas de pro­
ductores propuestas por la Alianza del Granjero en Estados Unidos
a finales de la década de 1880, aunque innovadora, nunca cumplió
las aspiraciones de su fundador11.
Artesanos, con la ayuda de ciudadanos notables, establecieron
en 1865 un “Colegio de Artesanos” para llenar el vacío creado por
las reformas anti-clericales de comienzos de la década de 1860. El
desamortizado convento de San Francisco se convirtió en sitio de
enseñanza de una variedad de áreas que iban desde la lectura, la
escritura y los idiomas, hasta la moral, la religión, la economía políti­
ca y la ley constitucional. El Presidente Manuel Murillo Toro ofreció
I sus servicios a la escuela, como también lo hizo el Arzobispo Anto­
nio Herrén, Lorenzo María Lleras, Teodoro Valenzuela y José Ma­
ría Vergara y Vergara, lo cual evidencia el carácter no partidista de
la escuela. Los estudiantes también disfrutaron de instrucción en
ocupaciones como carpintería, costura o zapatería. Aunque algunos
artesanos cuestionaron la utilidad de la geometría para estudiantes
cuyas necesidades estaban en el área de la educación práctica, la
escuela generalmente fue bien recibida. Desgraciadamente fue po. bremente consolidada y rápidamente cerrada12.
El colapso de la escuela demostró que ese sistema viable de
educación exigía la ayuda gubernamental. Sus organizadores pidies ron a los legisladores qué consideraran el apoyo a la escuela, o crea­
ran una escuela gubernamental de artes y oficios para ayudar a
educar a los hijos de la clase obrera13. Típicamente, nada resultó de
esa petición hasta que el apoyo político de los artesanos se hizo
necesario, en este caso cuando Mosquera y el Congreso estaban en
disputas. Una propuesta de Francisco de P. Mateus apoyando el
proyecto fue aceptada en 1867, aunque luego fue dejada de lado
cuando terminó el conflicto entre el ejecutivo y el Congreso.14 El
proyecto de escuela tuvo apoyo esporádico, hasta que finalmente
fue llevadoacabo en el decenio de Í89(I
~~
La cómpetenciá p ó líffcá'to
fuertes sentimientos
entre los artesanos de la ciudad. Antiguos melistas tomaron parte en
las varias campañas de 1863, principalmente a favor del Goberna­
dor Gutiérrez Vergara15. Sin embargo, el artesano Agapito Cabrera
Artesanos y política en Bogotá
149
advirtió a los artesanos que resistieran de nuevo al peligro de la
manipulación por parte de los magnates políticos y los instó a rechazar
la movilización política y a unirse, para “cuando en la lucha poderosa,
el humilde sucumba”16. En octubre de 1863 el desfile que involucró
un gran número de artesanos demostró el apoyo a la posición de
Cabrera. Los organizadores de la marcha proclamaron que después
de tres años de una guerra que había involucrado a los artesanos
como soldados, había llegado el momento de hablar como hombres
de trabajo no como miembros de un partido. Los artesanos, alega­
ron, enfrentaban las catastróficas condiciones económicas provoca­
das por la guerra y por la afluencia de mercancías extranjeras17. La
protección arancelaria, dijeron, era el medio fundamental para resol­
ver la crisis. Anticipándose a la respuesta usual en la época de que
tal legislación vulneraba la libertad de los comerciantes, los artesa­
nos alegaron que esa legislación estaba adecuadamente “gobernada
por la moralidad.” Y agregaron que en la medida que la autoridad
pública intentaba proteger y fomentar la actividad industrial, la protec­
ción arancelaria -la cual bloqueaba procesos sociales perturbadores y
estimulaba efectos económicos positivos- era la meta apropiada de
esa autoridad. Los artesanos anunciaron su intención de buscar la
ayuda del Congreso, pero preguntaron qué comerciantes mientras tanto
restringirían voluntariamente las importaciones18.
Camacho surgió en medio de estas discusiones como voz y sím­
bolo del forcejeo renovado de los artesanos por su autoexpresión y
movilización. El periódico de Camacho, El Obrero, que había co­
menzado a publicarse en agosto de 1864, declaró que promovería
“la causa de los obreros” demandando independencia hacia los jefes
políticos que buscaran manipularlos. Camacho escribió que la anti­
patía hacia los artesanos no se confinaba a un partido específico,
sino que era característica de las clases altas, llevándolo a concluir
que los artesanos debían estar unificados en razón de sus condicio­
nes materiales y trabajar juntos, puesto que no podían esperar la
áyudade ningún otro sector social. El ex democrático Emeterio He­
redia cuestionó la forma como Camacho pretendía acercarse a esa
meta, lo cual llevó al editor a recomendar a dos artesanos para la
elección de la Asamblea de Cundinamarca y a asumir una posición
más fuerte en sus editoriales. En la proposición de la candidatura,
Camacho señaló que aunque los artesanos no necesariamente de­
bían gobernar, sus voces debían ser escuchadas19.
150
David Sowell
El Obrero era poco típico de las publicaciones del artesanado
de la capital, las cuales -aunque muchas tenían estándares extraor­
dinariamente altos-, raramente se referían a los problemas cotidia­
nos de una manera tan letrada. Camacho era un hombre muy ins­
truido, que ciertamente no usó el vocabulario del pueblo. Sin embar­
go, habló el lenguaje de su clase,20 lo cual indudablemente explica su
rol de líder. Camacho argumentó que la negativa del gobierno a adop­
tar tarifas arancelarias más altas, tanto como su falta de apoyo a las
artes, era fundamental en las miserables condiciones económicas de
los obreros. El carpintero apuntó, además, que la clase alta no esti­
maba el trabajo, puesto que ni sabían trabajar ni apreciaban su valor.
Por consiguiente, el mejoramiento de la situación requería políticas
gubernamentales adecuadas y un cambio de actitud hacia los arte­
sanos de Colombia21. Los problemas planteados en El Obrero y en
el contexto de la Bogotá de la década de 1860 -e l rechazo de la
manipulación partidista, la preconización del orgullo del artesano y la
autoayuda, y el apoyo a la acción política independiente- sirvieron
de base ideológica a la Sociedad Unión de Artesanos, la culminación
de dos décadas de actividad política del artesanado bogotano.
La Sociedad Unión de artesanos
La Sociedad Unión se esforzó por conseguir una expresión po­
líticamente independiente a favor de los intereses de los artesanos
durante un periodo extremadamente turbulento. El liderazgo de la
Sociedad provino de artesanos que habían sido activos en la Socie­
dad Democrática y de aquellos como Camacho que emergieron en
la década de 1860, aunque este último era más notorio. Una circular
a los artesanos políticamente activos, fechada el 15 de septiembre
de 1866, explicó que la sociedad propuesta se dedicaría exclusiva­
mente a la acción política autónoma y usaría un periódico, La Alian­
za, como su portavoz. (La organización fue llamada también a me­
nudo La Alianza). Antonio Cárdenas presidió el directorio, con Sa­
turnino González como vicepresidente y Felipe Roa Ramírez como
secretario. Otros directivos fueron Calisto Ballesteros, Ambrosio
López, Genaro Martín y Camacho22.
Aproximadamente 300 artesanos organizaron la Sociedad Unión
en octubre y noviembre de 1866. Al contrario de la Sociedad Demo­
crática, sólo personas que practicaran un arte o una profesión ma­
Artesanos y política en Bogotá
151
nual podían unirse a la Sociedad Unión, y únicamente si ellos eran
considerados “honorables” por sus pares y estaban de acuerdo en
trabajar por los compromisos mutuales del gremio. Estas obligacio­
nes incluían contribuciones a un fondo de ayuda mutua, la suscrip­
ción a La Alianza, la preparación de exposiciones anuales, el pago
de cuotas de afiliación, y el voto de no llevar o poseer ropa o zapatos
extranjeros. Además, algunos miembros se empeñaron en reforzar
las oportunidades educativas -com o el Colegio de Artesanos-que
ayudaran a sus compañeros artesanos. En el campo político los miem­
bros se comprometieron a ser independientes, a denunciar a las per­
sonas que buscaran manipular la organización y a votar por hombres
“honorables” sin tener en cuenta las filiaciones partidistas. Cama­
cho fue escogido para llevar la Sociedad Unión hacia estas metas,
siendo ayudado por el Vicepresidente González y por el Secretario
Roa Ramírez23.
En consonancia con la posición política independiente de la or­
ganización, esta propuso una lista decididamente no partidista para
la elección del concejo municipal en diciembre de 1866. Siete Unio­
nistas figuraron entre los veintidós nombres puestos a consideración
de los miembros, una lista que incluía a los Conservadores Ignacio
Gutiérrez Vergara y Manuel Pombo y a los Liberales Ezequiel Rojas
y Nicolás Leiva24. La Sociedad proclamó que intentaba presionar
por diversas iniciativas legislativas, entre ellas el derecho a la educa­
ción libre, la disminución de las cargas de impuestos, la protección
del derecho a practicar la fe escogida por cada uno, así como el
establecimiento de tarifas proteccionistas25.
Desgraciadamente para la Sociedad Unión, su organización
coincidió con el empeoramiento de las relaciones entre Mosquera y
los Radicales. Cuando Mosquera asumió la presidencia en mayo de
1866, los Radicales impugnaron algunas de sus propuestas, negán­
dose por ejemplo a autorizar un préstamo de Inglaterra que el presi­
dente había negociado unos años antes. Después del cierre de las
sesiones del Congreso en 1866, Mosquera pidió la revisión de las
ventas de manos muertas (las propiedades legadas a la iglesia), ex­
propió propiedades adicionales de la iglesia, y decretó la reorganiza­
ción de las milicias del Estado, una iniciativa similar a la que lo había
llevado a él a la rebelión en 1859. La oposición pública a estas medi­
das llevó a Mosquera a plantear su dimisión y a convocar un plebis­
152
David Sowell
cito para un nuevo ejecutivo, una iniciativa que el Congreso se negó
a aceptar26.
La hostilidad entre el ejecutivo y la legislatura aumentó con la
apertura del Congreso de 1867. Los Radicales se aseguraron el con­
trol en el Senado y la Cámara forjando contra Mosquera una alianza
con los Conservadores. Los diputados intentaron reversar los de­
cretos en que se expropiaban edificios de la iglesia así como limitar
su capacidad de intervenir en los asuntos estatales. Mosquera, en­
colerizado por estos desafíos, declaró entonces rotas sus relaciones
con el Congreso, una iniciativa que fue dejada de lado únicamente
tras la fuerte presión de sus consejeros y de la oposición pública. El
Pacto del 16 de marzo calmó la situación temporalmente, pero hizo
poco por resolver las diferencias fundamentales entre el Congreso y
el ejecutivo27.
Maniobras partidistas rodearon inevitablemente los esfuerzos
por movilizar la clase artesanal de la capital, a la cual le fueron re­
prochadas varias perturbaciones ocurridas en el Congreso28. Mos­
quera se habría reunido con una comisión de veinte artesanos en un
esfuerzo por afianzar su obediencia. El diario El Radical alabó a los
obreros por haber resistido la manipulación política, aunque algunos
artesanos parecen haberse inclinado hacia el presidente29. En parti­
cular José Antonio Saavedra, un zapatero que había sido activo en la
Sociedad Democrática y todavía era coronel en la Guardia Nacio­
nal, se había atraído el año anterior la atención del presidente Mos­
quera como apasionado defensor de sus programas. Un confidente
informó a Mosquera que Saavedra era muy influyente entre “la cla­
se del pueblo” y podría ser atraído “para siempre” al lado del Gene­
ral si él lo trataba de una “manera conveniente”30. La naturaleza
precisa de la relación entre los dos hombres es desconocida, pero se
hizo más fuerte ciertamente, cuando a principios de marzo Saavedra
ayudó a organizar una Sociedad Democrática para defender al pre­
sidente. La Sociedad Unión condenó esta iniciativa como contraria
a los mejores intereses de los artesanos31.
El conflicto entre el presidente y los Radicales condujo al abor­
tado golpe de estado de Mosquera el 29 de abril32. La Sociedad
Unión instó a sus miembros a que no se involucraran en el golpe, a
pesar del llamado abierto de Mosquera a los artesanos y a la Socie­
dad Democrática a través de Saavedra. Una delegación del directo­
rio de la Unión se reunió con Mosquera, buscando la libertad del
Artesanos y política en Bogotá
153
editor Conservador Nicolás Pontón, que había sido arrestado duran­
te el golpe. Mosquera se negó a liberar a Pontón, refiriéndose a él
como una amenaza al orden público, pero el jefe del ejecutivo pro­
metió respetar la libertad de prensa para aquellos que se comporta­
ran “correctamente”. La Sociedad criticó el reclutamiento forzado
de artesanos en la Guardia Nacional, aunque La Alianza reconoció
que Saavedra había tratado bien a sus hombres en la Guardia. La
Sociedad instó a los artesanos a que se quedaran en sus talleres
hasta que la aventura presidencial hubiera terminado, lo cual logró el
ejército a fines de mayo33.
El historiador Indalecio Liévano Aguirre planteó que los artesa­
nos apoyaron el golpe del 29 de abril con el mismo entusiasmo con
que habían sostenido la revuelta de Meló trece años atrás. Liévano
citó la conducta de Saavedra como evidencia de esta alegación, pero
hizo poco para demostrar su pretensión34. Aunque Saavedra estuvo
sumamente activo en el golpe, y continuó agitando a los artesanos
en apoyo de Mosquera,35 las acciones de este solo zapatero y de los
artesanos que se le pueden haber unido son poco comparables al
apoyo hacia Meló en 1854. Al contrario, una abundante evidencia
indica que los artesanos se negaron a participar en la amenaza al
orden público36. La Sociedad Unión incluso alegó que si los artesa­
nos Liberales se hubieran unido al golpe, como trece años atrás,
habría sido muy difícil restaurar el orden constitucional. Que ellos no
lo hubieran hecho, enfatizó la Sociedad, era “debido principalmente
a la Sociedad de ‘La Alianza’”37.
Aunque La Alianza pudo haber sido benéfica a la causa de la
paz, la tentativa de golpe destrozó la unidad de la organización. In­
mediatamente después de la caída de Mosquera, circuló en Bogotá
el rumor de que ciudadanos “notables” habían recogido fondos para
enviar artesanos en masa a Los Llanos para calmar sus inquietu­
des. La Sociedad Unión y el gobierno negaron la veracidad de la
noticia, al tiempo que desestimaron los rumores de que estaban
teniendo lugar reuniones confidenciales de artesanos desconten­
tos38. A finales de junio, artesanos de ambos partidos representa­
dos en la Sociedad, incluyendo a Emeterio Heredia, Cruz Sánchez,
Calisto Ballesteros, Ambrosio López, Genaro Martín y Tomás Ro­
dríguez, manifestaron que no estaban agitando para intentar per­
turbar la paz y prometieron hacer todo lo que estuviera en su poder
para mantenerla39.
154
David Sowell
La Sociedad Unión se esforzó por sobrevivir. La Alianza cesó
de publicarse desde el 14 de junio hasta agosto de 1867, y luego,
desde principios de septiembre hasta finales de noviembre. El 20 de
julio la Sociedad eligió una dirección de unidad, y cuando en agosto
se reinició la publicación del periódico, el forcejeo por restaurar la
alianza de los trabajadores “contra la liga de explotadores perezosos
del pueblo” surgió como su tema dominante. El doctor J. Peregrino
Sanmiguel señaló que los militantes políticos habían echado raíz en
la Sociedad Unión, dejándola solamente con un manojo de miem­
bros, lo cual, a su parecer, forzaba la organización a reformarse para
aumentar su atractivo. Una medida propuesta fue el establecimiento
de una escuela de artes y oficios para instruir a los artesanos; otra
fue extender la Sociedad Unión a lo largo de la nación; y la última
fue admitir en la Sociedad a los artesanos extranjeros y a los simpa­
tizantes no artesanos como Sanmiguel40.
Las actividades electorales en tomo a la elección de una asam­
blea constituyente para el Estado de Cundinamarca contribuyeron a
los problemas de la Sociedad. La maquinaria política creada por
Ramón Gómez después de 1861, condenada por Camacho como
corrupta y al servicio de sí misma, había sido finalmente derribada
temporalmente junto con Mosquera, abriendo la posibilidad de cam­
bios políticos importantes41. La Sociedad proclamó que las eleccio­
nes eran una oportunidad espléndida para efectuar las reformas des­
esperadamente necesitadas e instó a sus miembros a que seleccio­
naran como representantes a jóvenes progresistas que pudieran aca­
bar con la dominación sapista del Estado (a los clientes de Gómez,
“El Sapo”, se les llamó sapistas)42. Las listas electorales formadas
por los Conservadores y los Liberales sólo incluyeron un nombre en
común, José Leocadio Camacho, lo cual evidencia su importancia
política, o el reconocimiento de los partidos de la necesidad de los
votos artesanos, o ambas43. La lista Conservadora ganó las eleccio­
nes, registrando dos tercios de los 1.400 votos registrados en todo el
Estado; siendo el total de votos de Camacho el segundo más alto de
los candidatos44. En la asamblea constituyente, que volvió a redac­
tar la Constitución del Estado, el líder artesano tomó parte en el
comité de elección. Se realizaron luego ese año elecciones para otro
estado y para los cargos nacionales, así como para el de gobernador,
que ganó el Conservador Ignacio Gutiérrez Vergara, retardando el
retomo de Gómez al poder. Numerosos artesanos fueron atraídos
Artesanos y política en Bogotá
155
por las dos facciones Conservadoras y la única lista Liberal, y Camacho fue elegido como suplente al Congreso nacional45.
Cruz Sánchez dio en noviembre los primeros pasos para reor­
ganizar la Sociedad Unión. El 18 de noviembre una reunión rediseñó
los estatutos del grupo para reflejar las propuestas de agosto; la
membresía fue abierta a no artesanos y el énfasis en los aspectos
educativos del grupo se aumentó. A una reunión general de miem­
bros celebrada el 5 de diciembre, dijeron haber asistido más de 400
artesanos y sus partidarios, marcando la reintegración formal de la
Sociedad46. En enero de 1868, cuando Saturnino González fue esco­
gido como presidente de la Sociedad y Antonio Cárdenas como su
vice-presidente, 800 personas aprobaron los nuevos estatutos47.
La Sociedad Unión y su periódico presentaron un carácter más
combativo después de su reinicio. Camacho continuó como uno de
los editores del periódico, pero a él se unió ahora el venezolano
Manuel de Jesús Barrera, cuyo estilo editorial agregó una nueva
dimensión al periódico. Es más, escritores extemos, especialmente
Manuel María Madiedo, contribuyeron ahora con regularidad a La
Alianza. Un 10 por ciento de aumento del arancel sobre las mer­
cancías extranjeras que hacían competencia, una reducción de los
impuestos estatales a los libros usados en la educación pública, es­
cuelas libres para los niños de ambos sexos, y el fin del activo rol
político de los clérigos, fueron proclamadas nuevamente como las
metas de la Sociedad48. El empeoramiento de la situación económi­
ca de la capital fue indiscriminadamente achacado al costoso apara­
to gubernamental, a los capitalistas usureros, a la falta de acuñación,
a las guerras frecuentes, al control monopolista del suministro de
comida de la capital, y al diluvio de importaciones extranjeras49.
El 14 de marzo de 1868 la Sociedad solicitó al Congreso el au­
mento de las tasas arancelarias. La solicitud buscaba un aumento de
los impuestos de aduana sobre las mercancías extranjeras competi­
doras y la disminución de los aranceles para las materias primas
usadas en la producción de productos nacionales. Unas 250 firmas
fueron incluidas en la petición, la cual supuestamente representaba
3.000 más, dejadas en las oficinas de la Sociedad50. La Cámara de
Representantes rechazó la petición el 3 de abril de 1868. El periódi­
co de la Sociedad relató amargamente que tres de sus comisionados
habían presentado su caso con decoro y humildad, en severo con­
traste con la perturbación que había producido la presentación de las
156
David Sowell
peticiones anteriores. Fue claro para Camacho y Barrera, sin em­
bargo, que los representantes tenían el mismo respeto hacia la con­
ducta moderada que hacia la turbulencia. Como las elecciones para
los nuevos representantes se estaban acercando, la Sociedad recor­
dó a sus miembros que sólo las personas que habían apoyado su
solicitud merecían los votos de los artesanos51.
La actividad política agitó la ciudad en los momentos previos a
la elección de los legisladores estatales de mayo de 1868. El directo­
rio de la Sociedad presentó una lista de candidatos de la Alianza que
incluía artesanos y sus simpatizantes.52 La Sociedad Unión afrontó
organizada la competencia por el voto de los artesanos, sin embargo
a finales de marzo un grupo de aproximadamente 150 individuos
reorganizó la Sociedad Democrática, teniendo a Saavedra como pre­
sidente, al mosquerista Elíseo Payán como vicepresidente y a Joa­
quín Calvo Mendivil como secretario53. El 3 de mayo de 1868, la
elección reveló un amplio apoyo a los Mosqueristas, pero la lista
Conservadora también obtuvo buenos resultados. Saavedra fue ele­
gido para representar al barrio La Catedral, mientras que el impre­
sor Conservador Nicolás Pontón fue escogido para representar al
pueblo de Mosquera. “El Sapo”, Ramón Gómez, también regresó a
la asamblea estatal. Camacho, que fue incluido tanto en la lista de la
Alianza como en la Conservadora, obtuvo los votos suficientes para
servir como suplente. Ningún otro artesano fue honrado así y la lista
independiente de la Alianza obtuvo sólo 114 votos54.
La frágil unidad que la Sociedad Unión había logrado durante
los meses posteriores a su reorganización en diciembre se derrumbó
en las postrimerías de esta contienda electoral. Numerosos miem­
bros del directorio de la Sociedad, liderados por Rafael Tapias y
Francisco Olaya, renunciaron en protesta, alegando que la Sociedad
había abandonado su carácter independiente para formar una alian­
za política abierta con nuestros “peores enemigos” (aunque estos no
fueron nombrados). Quienes protestaban prometieron regresar a la
organización cuando ella volviera a su camino original55. El estable­
cimiento de una Sociedad Popular en el barrio Egipto en junio reveló
la profunda intensidad de las divisiones políticas dentro de la clase
artesana56. Como era de esperarse, la Sociedad denunció en forma
vehemente a los disidentes, proclamando que siempre había estado
orientada políticamente y, si había cambiado, era para volverse aún
más representativa de los intereses de los artesanos, librándose de
Artesanos y política en Bogotá
157
influencias como la de Tapias, de quien Calisto Ballesteros dijo era
un esclavo de “aquellos que querían mantener a los obreros en la
oscuridad”57. La Sociedad los acusó, sobre todo a Tapias, de haber
violado la letra y el espíritu de la organización y los expulsó el 21 de
mayo de 186858.
Seguir estas fracturas no es una tarea fácil, pero ellas ilustran
las dificultades para mantener la solidaridad del artesanado ante las
presiones electorales partidistas. La Sociedad Democrática, con
Saavedra y Payán como firmes partidarios de Mosquera, represen­
tó las ambiciones políticas del General caucano. La Sociedad Popu­
lar, mucho menos influyente que la Sociedad Democrática, no inclu­
yó nombres de simpatizantes del artesanado, haciendo imposible de­
terminar su relación con el espectro político de los artesanos. La
Sociedad Unión, si hubiera tenido una inclinación política, habría fa­
vorecido más a los miembros independientes del partido Conserva­
dor. Mientras que un núcleo de miembros de la Sociedad Unión per­
maneció fiel a sus objetivos no partidistas originales, la propia orga­
nización sufrió cambios notables. Éstos reflejan las influencias de
Barrera y Madiedo, lo cual sugiere que la protesta de Tapias pudo
haber sido por lo menos parcialmente válida en la medida que Ma­
diedo usó las páginas de La Alianza para comprometerse en diver­
sas polémicas59. Las contribuciones de los artesanos fueron sin em­
bargo significativamente más agresivas después de la reorganiza­
ción de diciembre; Madiedo no era el único responsable por su ca­
rácter más militante. Es probable que la experiencia de la Sociedad
Unión, combinada con el empeoramiento de la situación económica,
contribuyera a la nueva posición política. Para abreviar, las múltiples
corrientes que la Sociedad Unión buscó evitar, se la tragaron des­
pués de mayo de 1868. Muchos artesanos continuaron sus esfuer­
zos por unificar su clase, pero otros al parecer pensaban que sus
mefássóTo podíanser alcanzadas mediante un apoyo más directo de
TvTósquéraT)délos Conservadores. La única facción política que los
artesanos no apoyaron fue la de los Radicales, herederos de los
Gólgotas, que dominaría la maquinaria política de la nación hasta la
década de 1880.
~~ El directorio de la Sociedad intentó en julio la reunificación60.
Los directores protestaron oficialmente contra los preparativos béli­
cos que estaban emprendiéndose en Cundinamarca y juraron que la
Sociedad haría todo lo posible para evitar la guerra civil61. Desafor-
158
David Sowell
tomadamente, la fragmentación de la Sociedad no había terminado, y
para principios de agosto, como presidente del Supremo Cuerpo Di­
rectivo de la recientemente fundada Sociedad Unión de Artesanos,
Cruz Sánchez también criticó los preparativos para la guerra. Al
parecer Sánchez inició este grupo para retomar la alineación no par­
tidista profesada inicialmente por la Sociedad Unión62. En un primer
momento La Alianza elogió los objetivos de quienes ellos llamaron
la Sociedad Suprema, observando que eran sus mismas metas. Pronto,
sin embargo, La Alianza informó a sus suscriptores que la corres­
pondencia estaba siendo enviada a la sociedad equivocada debido a
la confusión de los nombres. El asunto llegó al climax cuando, el 24
de agosto de 1868, Sánchez fue expulsado de la Sociedad Unión por
no devolver propiedades de la Sociedad, por la violación de sus esta­
tutos y por fundar un grupo antagónico con el segundo nombre de la
Sociedad63.
Síntomas del próximo conflicto en Cundinamarca llevaron a la
Sociedad Unión a hacer circular una petición, en la que los artesa­
nos empeñaron su solidaridad, para prevenir la guerra y rehusando
servir como carne de cañón, a menos que también fueran llamados
al servicio los ciudadanos de clase alta64. Al mismo tiempo, los arte­
sanos Liberales apoyaban activamente a su partido en previsión de
las amenazas de conflicto65. La Sociedad Unión advirtió que no es­
taban en disputa los principios, sino “los hombres, los sueldos y el
poder.” La última edición de La Alianza, fechada el 7 de noviembre
de 1868, dijo que reasumiría la publicación cuando la crisis hubiera
pasado. Tres días después la administración estatal Conservadora
fue derrocada por las autoridades federales Liberales. No hay nin­
guna evidencia del funcionamiento de la Sociedad Unión después de
esa fecha66.
Republicanismo artesano
Gareth Stedman Jones apunta en su discusión sobre el cartismo
que “no fue la conciencia (o la ideología) la que produjo la política
[en Inglaterra], sino que fue la política lo que produjo la concien­
cia.”67 En el periodo de reformas liberales la política colombiana
] produjo un republicanismo artesano, una conciencia de no-elite raraí mente documentada en efsiglcTXlX en América Latina. La expreI sión republicanismo artesano viene de Sean Wiíentz, quien docu-
Artesanos y política en Bogotá
159
menta su carácter cambiante en la ciudad de Nueva York en las
generaciones posteriores a la independencia de Estados Unidos.
Wilentz comenta que el republicanismo artesano “ayudó a moldear
[a los artesanos] como grupo social y ofreció una base real de soli­
daridad entre maestros artesanos, pequeños propietarios y jornale­
ros”. Los cambiantes modelos de producción en la cada vez más
dividida fuerza obrera, se acoplaron con la “lucha de los artesanos
contra la subordinación política”, transformando el carácter original
de esa ideología a mediados de siglo, lo que llevó, en su opinión, a
una ideología de la clase obrera68. Experiencias económicas, políti­
cas y sociales produjeron una conciencia artesana que sustentó su
ideología.
La ideología articulada por los artesanos bogotanos a finales de
la década de 1860 fue extraída de las profundas experiencias vivi­
das desde la independencia. Los artesanos percibieron que sus valores y sus intereses comunes emanaban de su función como trabaja­
dores calificados y ajnenudo independientes. rMuchos artesanos
é ^ ^ s á r o n la opinión de que aunque los ricos de la sociedad no
apreciaban la función social de los artesanos, estos sentían un orgu­
llo de serlo (ser artesanos) y se esforzaban por proteger sus posicio­
nes sociales. Sin embargo, la vía de desarrollo económico escogida
por los líderes gubernamentales desde la década de 1840 había per­
mitido a los productos extranjeros minar el nicho alguna vez protegi­
do de los artesanos, una amenaza que estimuló sus movilizaciones
políticas. Durante el periodo de reformas la participación política
produjo el sentimiento ampliamente compartido de que los políticos
partidistas explotaban, y no con los mejores intereses, a los artesa­
nos, La disputa política, sobre todo la reciente guerra civil, avivó la
profunda hostilidad contra los sacrificios insensatos que los artesa­
nos y otros habían sido obligados a hacer. En conjunto, estos facto­
res crearon una clase artesana con una ideología claramente formu­
lada. La ideología es visible en la mayoría de los documentos pre­
sentados por los artesanos al público o a funcionarios políticos du­
rante el periodo de reformas, aunque se articula más claramente en
las páginas de La Alianza. Numerosos artesanos contribuyeron a la
elaboración de esta ideología, que tenía tanto de idealismo -con cla­
ras nociones del funcionamiento adecuado de la sociedad y el go­
bierno- como de crítica de las prácticas en curso69.
160
David Sowell
El concepto de una república ideal -la nación- constituyó el
corazón del republicanismo artesano. La república ideal, para José
Leocadio Camacho, consistía en un organismo social colectivo en el
cual los elementos simbióticos actuaran juntos para el bien de la
totalidad. Dicha noción fue modelada claramente por concepciones
tomistas de un estado universalista, corporativo, aunque le falta el
rol cohesivo de la iglesia70. En su lugar, elementos sociales y ciuda­
danos servían para conservar el equilibrio en la nación, la cual no
debía contener ninguna distinción de nobleza o inferioridad, puesto
que todas las personas compartían la misma virtud al nacer. Des­
pués del nacimiento se desarrollaban las estratificaciones como con­
secuencia de las contribuciones sociales positivas -com o el trabajo
fuerte- o de manipulaciones negativas -com o la fuerza de las ar­
mas o el gamonalismo71.
L^os artesanos desarrollaron el concepto de nación desde su
propia visión de una sociedad justa compuesta de elementos socia­
les concordantes, en la que en primer lugar estaban los productores^
y los consumidores. El estatus del artesano en la nación provenía del
trabajo, el cual era considerado como fundamental en cualquier so­
ciedad. Luciano Rivera manifestó que los artesanos constituían el
centro industrial y artístico de la sociedad. Una nación armoniosa,
sin embargo, podía corromperse. Mientras los artesanos se dedica­
ban, según Rivera, al trabajo honrado, el fruto de su labor era disfru­
tado por personas “egoístas” e “inhumanas”72. Trabajo y produc­
ción eran contribuciones sociales positivas; mientras que aquellos
que consumían sin producir desangraban la sociedad y violaban la
maldición impuesta por Dios a Adán. Los editores de la Sociedad
Unión no limitaron su definición de productores a los obreros ma­
nuales, sino que incluyeron también a comerciantes, abogados y cam­
pesinos, todos los cuales contribuían al proceso productivo. Cama­
cho ilustró el funcionamiento “adecuado” de la propiedad plantean­
do que los trabajadores producían mediante su labor y sus habilida­
des, mientras los consumidores originaban capital para circular. Ca­
macho enfatizó que el obrero pobre tenía la obligación de trabajar y
producir, mientras el rico debía consumir y estimular las artes. Cuando
la función social de la propiedad se cumplía, ni el rico ni el pobre
abusaban de su rol; un equilibrio existía entonces entre productores
y consumidores (Camacho lamentó que ese no fuera el caso en
Artesanos y política en Bogotá
161
Colombia)73. La Alianza, como una unión de productores, era para
Ramón Jiménez la ruta para la creación de esta república ideal74.
El bienestar social de la república requería una base moral. El
refrenamiento moral moderaba la pasión de la libertad absoluta, con­
tribuyendo al autodominio y a una conducta virtuosa. La imperfec­
ción humana hacía necesaria la guía religiosa, pero una sociedad
republicana requería libertad de expresión intelectual separada de
una iglesia moralizante. Una sociedad republicana buena, según La
Alianza, equilibraba las fuerzas morales e intelectuales, refrenando
a los fanáticos morales que negaban los derechos de los otros al
tiempo que evitaba el cientificismo vano de las expresiones raciona­
listas incontroladas75. En conjunto, el amor a Dios y el amor a la
humanidad producían la sociabilidad, la base apropiada de la socie­
dad76.
Las instituciones familiares y educativas difundían estos princi­
pios por toda la sociedad. Los niños aprendían en la familia la mora­
lidad y las tradiciones, así como las destrezas para contribuir a la
sociedad. Un artesano relató que el padre instruía a los hijos en la
moral adecuada y en el conocimiento de las tradiciones, y también
aseguró que ellos aprendían un oficio, para asegurar su independen­
cia77/Cam acho agregó que enseñar la conducta social adecuada
era responsabilidad de la madre7y L a educación secundaba a la fa­
milia en enseñar a los ciudadanos a distinguir entre el crimen y la
virtud y en alimentar el conocimiento de sus derechos79. Varios arte­
sanos escribieron que los buenos ciudadanos necesitaban tanto for­
mación moral como intelectual, aunque lo anterior había estado au­
sente bajo el presente sistema de gobierno. Mariano González alegó
que el sistema actual de educación sólo servía para perpetuar la
posición del adinerado y para prepararlos para la lucha política80.
Los intereses de la nación sólo podían servirse mediante un tipo
de gobierno republicano. Para que el contrato social funcionara en
una república, el gobierno debía ser elegido adecuadamente, debía
ser representativo y los partidos alternarse en el poder. Ambrosio
López, un veterano de veinte años de actividades políticas en nom­
bre de los artesanos, escribió que los individuos estaban obligados a
delegar mucha de su libertad individual en el gobierno para que pu­
diera gobernar en bien de la nación; ellos debían apoyar al gobierno
con impuestos, con trabajo, y, si era necesario, con sangre. A cam­
bio, los ciudadanos debían esperar paz y orden, y un gobierno que
162
David Sowell
respetara la ley, salvaguardara la propiedad, proveyera instrucción y
protegiera la nación. La instrucción cívica, según López, creaba el
espíritu republicano y extendía la protección a la industria. Para Ló­
pez, el contrato social se perfeccionaba cuando nación y gobierno
cumplían sus respectivas obligaciones81.
Los artesanos juzgaron esenciales diversos cambios en la polí­
tica gubernamental para que la república deseada se volviera una
realidad. Educación popular libre era necesaria para sustentar la
libertad y la “soberanía popular”; la capacitación técnica apoyaría la
mejora de las artes y la independencia social82. Mientras que el re­
publicanismo, según los artesanos, demandaba que los ciudadanos
pagaran los impuestos para que el gobierno pudiera favorecer los
intereses de la nación, Camacho escribió que la estructura existente
de impuestos de los gobiernos federal, estatal y de los distritos exigía
una pesada carga de impuestos, sin que ninguna de las instituciones
gubernamentales cuidara los intereses de la nación. Los impuestos
sobre las ventas, los talleres y la producción ayudaban a diezmar la
industria, la cual Camacho veía como la espina dorsal de la nación.
Para él, y para Felipe Roa Ramírez, algunos cambios mejorarían la
situación: el patrocinio de la inmigración de artesanos experimenta­
dos, la protección del gobierno a las industrias así como la creación
de programas de capacitación, las exposiciones para estimular las
artes nativas, la supresión rigurosa del contrabando y la remoción de
los impuestos directos sobre el consumidor. Y, fundamentalmente, el
abandono de la libertad de comercio, de “la guerra cruda y abierta
contra los obreros del país”, a favor de la protección industrial83.
Los líderes de la Sociedad Unión encontraron que el forcejeo
interminable entre los partidos Conservador y Liberal era la limita­
ción más seria al gobierno. El deseo de la Sociedad Unión de evitar
la multitud de manipulaciones partidistas era un sentimiento lógico
para hombres que habían arribado a la madurez política dentro del
contexto de las sociedades Democrática y Popular. Según la ideolo­
gía de la Unión, los partidos debían representar los diversos intere­
ses de la nación en su extensión colectiva más plena. Sin embargo,
ambos partidos luchaban por el poder y el control de la tesorería del
gobierno para enriquecerse con los recursos públicos. Los líderes
políticos sólo buscaban el apoyo del pueblo en tiempo de elección o
sus armas en tiempo de conflicto. Estas manipulaciones llevaron a
un escritor a referirse a los partidos como una “gangrena social”
Artesanos y política en Bogotá
163
que penetraba el proceso judicial y legislativo, obstruyendo así la
justicia y las buenas leyes. La alternativa a estos forcejeos incesan­
tes era el bipartidismo genuino, un sistema en el que los partidos se
alternaran regularmente en el poder, una solución propuesta por Fe­
lipe S. Oijuela y otros, que antecedió al Frente Nacional del siglo XX
por noventa años84.
La recientemente creada estructura federalista del gobierno
nacional atrajo la crítica de varios autores. Agustín Novoa argumen­
tó que Bogotá padecía la carga de tres gobiernos -distrito, estado y
federal- y todavía no había recibido las ganancias de la descentrali­
zación. Él pensaba que un retomo al centralismo acabaría el conflic­
to regional y crearía un gobierno que trabajara por la nación. Los
congresistas federales, observó Ambrosio López, se reunían anual­
mente, recibían sus sueldos y no hacían nada positivo. Camacho
propuso que si se mantenía una estructura federal, el Congreso de­
bía reunirse una vez cada seis años, mirar las necesidades del go­
bierno (incluyendo elegir un presidente que también ejerciera sus
funciones durante seis años), y luego retirarse85.
Los forcejeos partidistas causaban, en opinión de los editores
de La Alianza, la guerra civil por la que los artesanos y los pobres
pagaban tan caro. El republicanismo artesano aceptaba la obliga­
ción de los ciudadanos de defender el país, pero no sacrificar sus
vidas o su propiedad en las luchas partidistas. Los artesanos consti­
tuían un porcentaje desproporcionado del Ejército y la Guardia, ser­
vicios que se suponía eran voluntarios. Sin embargo, los autores ob­
servaron que mientras los artesanos y los pobres eran reclutados
por la fuerza, el rico podía pagar para evitar el servicio. No obstante,
Camacho recordó a sus lectores que todos los sectores sociales pa­
decían la guerra; pobres y obreros morían en la batalla o perdían sus
trabajos, mientras el adinerado perdía su capital en los préstamos
forzosos, además de sus cosechas, negocios, crédito, equipamento y
animales86.
Los artesanos en la Sociedad Unión de Artesanos fueron no
sólo críticos excepcionales de los gobiernos de las reformas libera­
les, sino que anticiparon muchos de los cambios emprendidos por los
gobiernos de la Regeneración durante las décadas de 1880 y 1890.
Tanto la conducta individual como las políticas gubernamentales,
cuando las guiaba el laissez-faire, eran, según la ideología del repu­
blicanismo artesano, socialmente irresponsables. En la medida que
164
David Sowell
las naciones fueran concebidas como entidades sociales, un gobier­
no que quisiera el bienestar de una nación debía atender a las nece­
sidades de las partes que la componían, así como contar con un
sistema de educación que instruyera el todo (mediante influencias
religiosas), y disponer de un organismo político centralizado. De
manera comprensible, los artesanos dieron énfasis a sus propias pre­
ocupaciones industriales que, para ellos, estaban justificadas a nivel
nacional debido al papel central de los productores en la sociedad.
Muchas de estas ideas son visibles en la Regeneración, que restitu­
yó a la iglesia como base de la sociedad colombiana, retomó al cen­
tralismo, y dio apoyo gubernamental al desarrollo económico, aun­
que desde una orientación ideológica claramente distinta a la de los
artesanos.
Esto es importante para comparar el republicanismo artesano
de la Bogotá de la década de 1860 con las ideologías de otros arte­
sanados latinoamericanos en el mismo periodo. Numerosos estudio­
sos de la historia obrera postulan que la función productiva es un
factor determinante en la definición de la ideología, una hipótesis
que podría probarse mediante el examen comparado de los produc­
tores en diferentes situaciones. ¿O serán más bien, como otros sos­
tienen, los ambientes sociales, económicos y políticos distintos los
que crean ideologías distintas? Puesto en el lenguaje de un reciente
intercambio académico, ¿la estructura o la experiencia sirven como
el molde dominante de la historia de los artesanos?87. Desgraciada­
mente, la resolución de estas preguntas está bloqueada por la caren­
cia de investigación académica, más que por la ausencia/presencia
de otras ideologías artesanas88. Considerando que los historiadores
del mundo obrero han explorado profundamente en el pensamiento
y la conducta de los obreros del siglo XX, un análisis sólido de los
artesanos del siglo XIX todavía es limitado. Por el momento, las
dudas no pueden ser aclaradas.
En otras regiones de América Latina los artesanos reacciona­
ron enérgicamente contra muchas de las reformas liberales. En Perú,
los artesanos se unieron a finales del decenio de 1840 contra la liberalización de las leyes aduaneras y luego se aprovecharon del libera­
lismo político para volverse una fuerza electoral durante la década
siguiente. Ambas tendencias se debilitaron sin embargo, llevando a
los artesanos a la acción directa contra los productos importados a
finales de 1858, momento en el cual las puertas políticas también
Artesanos y política en Bogotá
165
estaban cerradas. En Perú, como en Colombia, la acción concerta­
da contra el liberalismo económico produjo la derrota económica y
un restringido campo de expresión política89. En forma similar, los
artesanos chilenos protestaron contra la liberalización económica,
aunque, al mismo tiempo, estaban siendo usados como títeres políti­
cos por los partidos de elite90. En éstos y otros países, la evidencia
sugiere que ideologías alternativas buscaron oponerse al modo libe­
ral dominante.
Conclusión
La actividad política de los artesanos en la década de 1860 com­
partió muchos rasgos con la de los años anteriores, pero también
tuvo varias diferencias significativas. La similitud más importante
fue la continua apelación a los artesanos, y su utilización por los
partidos políticos en su búsqueda del poder. Esto fue claro después
de la derrota de Meló, cuando los Gólgotas se olvidaron rápidamente
de sus diferencias con los Melistas y Draconianos para reconstruir
el partido Liberal contra las fuerzas Conservadoras. Los artesanos,
por su posición como perdedores en el golpe de Meló, fueron inca­
paces de afirmar autónomamente sus objetivos dentro del reunifica­
do partido Liberal, pero su poder potencial se evidenció en la tenaci­
dad con que los Gólgotas los buscaron. Los Conservadores orto­
doxos, los beneficiarios obvios del sufragio universal masculino, vie­
ron menos necesidad de cortejar el voto de los artesanos, y apelaron
menos a ellos. La guerra civil de 1859-62 tuvo consecuencias im­
portantes para los artesanos bogotanos, reforzando entre ellos un
sentimiento de explotación política, puesto que una vez más fueron
usados como carne de cañón, para ser olvidados cuando las batallas
acabaron. Es más, los decretos anti-clericales molestaron a muchos
artesanos que sentían que la capacidad de la iglesia para cumplir sus
responsabilidades sociales había sido estropeada por Mosquera y
sus seguidores, y que su posibilidad de vivir una vida católica buena
estaba amenazada.
La depresión económica de la postguerra se conjugó con los
efectos negativos de la guerra. Los artesanos no sólo padecieron
por la perturbación económica causada por el conflicto, sino tam­
bién por las anteriores reformas, que habían afectado el mercado
bogotano en una forma mucho más significativa que en la década de
166
David Sowell
1850. La baja de los costos de transporte, junto con la reducción de
los aranceles, causó la desarticulación económica de muchos ofi­
cios. Estos factores, combinados con los efectos de la guerra, pro­
dujeron miseria económica en todos los niveles sociales, pero quizás
fue peor en el sector artesano. El impacto de la dislocación econó­
mica sobre la movilización de los artesanos en los años 1860 tenía su
paralelo en la década de 1840. Así como la crisis del crédito después
de la Guerra de los Supremos y los planes para reducir las tasas
arancelarias actuaron como estímulo para fundar la Sociedad de
Artesanos, también la crisis económica espoleó los esfuerzos orga­
nizativos en el decenio de 1860.
Ante la miseria económica, los abusos de los tiempos de guerra
y la desilusión política, la actividad política de los artesanos sufrió un
cambio mayor. La Sociedad Unión representó un movimiento políti­
co más independiente y maduro que cualquier otra organización an­
terior del artesanado. Los grupos más tempranos habían compartido
muchas de sus aspiraciones, pero ninguno sintetizó los intereses del
artesano en una ideología claramente formulada. La Sociedad Unión
repudió el mecanismo que utilizaba a los artesanos como herra­
mientas políticas y económicas, e intentó en cambio afirmar el va­
lor y el poder potencial de los artesanos unidos dentro del proceso
político. Su eventual fracaso no disminuye la importancia de los
sentimientos expresados en la Sociedad Unión. El sistema socioeco­
nómico que había aislado la producción artesana estaba ahora de­
clinando; los artesanos lucharon con creciente desesperación puesto
que la economía política del liberalismo ganaba potencia. En los
años que siguieron a la desintegración de la Sociedad, la decre­
ciente necesidad de los partidos de movilizar los votantes del arte­
sanado y la fragmentación de este sector social se combinaron
para crear un ambiente muy diferente en el que los artesanos ex­
presarían sus intereses.
Artesanos y política en Bogotá
167
Notas
1 A los artesanos de Bogotá (Bogotá: s.e., s.f.).
2· Ambrosio López, El desengaño o confidencias de Ambrosio López, primer
director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, denominada hoi “Sociedad De­
mocrática” escrito para conocimiento de sus consocios (Bogotá: Imprenta de
Espinosa, por Isidoro García Ramírez, 1851).
3· Cruz Ballesteros, La teoría i la realidad (Bogotá: Echeverría Hermanos, Di­
ciembre 17,1851).
4· Miguel León, ¡Artesanos! ¡Desengañaos! (Bogotá: s.e., Agosto 6, 1853).
5· José Antonio Ocampo, Colombia y la economía mundial, 1830-1910 (Bogotá:
Siglo Veintiuno Editores, 1984), 110-11; Luis Ospina Vásquez, Industria y protec­
ción en Colombia, 1810 a 1930 (Bogotá: Editorial Santafé, 1955), 263.
6· Miguel Samper, La miseria en Bogotá y otros escritos (Bogotá: Biblioteca
Universitaria de Cultura Colombiana, 1969), passim, pero especialmente 90-102.
7· La República, Octubre 2,9,16,30,1867. Las respuestas de Samper están en El
Republicano, Noviembre 1,12,27,1867. Para otros puntos de vista de la crisis, ver
La Prensa, Octubre 7, 1867; La República, Enero 28, 1868. David Sowell, “José
Leocadio Camacho: Artisan, Editor, and Political Activist”, en The Human Tradition in Latín America: The Nineteenth Century, ed. por Judith Ewell y William H.
Béezley (Wilmington, DE: Scholarly Resources, 1989), 269-79.
8· La República, Octubre 2, 9, 16, 30, 1867.
9 Ibíd.
10· El Símbolo, Junio 14, 1864.
n - Lawrence Goodwin, The Populist Moment: A Short History o f the Agrarian
Revolt in America (New York: Oxford University Press, 1978).
12· Francisco Vega et al., Cosas de artesanos (Bogotá: Imprenta de Echeverría
Hermanos, Marzo 22, 1866); La Opinión, Enero 4, 18, 1866; La Libertad, Enero
18, 1866; El Bogotano, Marzo 9, 1866.
13 En el momento, muchos observadores pensaron que los fondos reunidos ha­
bían sido mal administrados. Ver El Bogotano, Marzo 9,1866; Vega et al., Cosas de
artesanos.
14 El Nacional, Febrero 23, 1867.
15 El Liberal, Julio 16,1863; La Opinión. Julio 1, Diciembre 8,1863; El Munici­
pal, Diciembre 21,1863.
16· Agapito Cabrera, Dios, libertad i trabajo (Bogotá: s.e., Junio 18, 1863), p. 1.
17· Antonio Cárdenas, Fruto Castañeda, Gregorio Espinel, et al., Manifestación
(Bogotá: s.e., Octubre 8, 1863).
18 Ibíd.; La Libertad, Octubre 29, 1863. El desfile de octubre y la declaración
reavivaron los recuerdos del golpe de 1854 y provocaron una polémica acalorada.
Ver Unos artesanos que no serán simples espectadores de los hechos ulteriores, El
fruto que los artesanos hemos cojido de las revoluciones pasadas (Bogotá: s.e.,
Octubre 19, 1863); La Libertad, Octubre 18, 20, 1863; La Opinión, Octubre 20,
1863.
19 El Obrero, Julio 15, Octubre 6, 18, 1865.
20- Gareth Stedman Jones, Languages o f Class: Studies in English Working Class
History, 1832-1982 (New York: Cambridge University Press, 1983), 7-8.
168
David Sowell
21· El Obrero, Julio 15, Agosto 1, Octubre 6, 7, 18, Noviembre 1, 1865. '
22 Antonio Cárdenas Vásquez, Saturnino González, Felipe Roa Ramírez, et al.,
Varios artesanos de todos los gremios... (Bogotá: s.e., Septiembre 15,1866). Anjel
María Gómez, Cruz Sánchez, Camilo Vásquez, Mariano González, Daniel Boada,
Rafael Tapias y José María Pedraza también firmaron la circular.
23 La Alianza, Octubre 1, Noviembre 10, 20, 1866.
24· La Alianza, Diciembre 12, 1866.
25· La Alianza, Enero 20, Febrero 6, 20, 1867.
26 Helen Delpar, Red Against Blue: The Liberal Party in Colombian Politics,
1863-1899 (University: University of Alabama Press, 1981), 91; Antonio Pérez
Aguirre, 25 años de historia colombiana: 1853 a 1878, del centralismo a la fede­
ración (Bogotá: Editorial Sucre, 1959), 261-62.
27· La Prensa, Marzo 5, 15, 19, 1867; Pérez Aguirre, 25 años, 164-66; Delpar,
Red Against Blue, 61; Gustavo Humberto Rodríguez, Santos Acosta: Caudillo del
radicalismo (Bogotá: Biblioteca Colombiana de Cultura, 1972), 128-31.
28· La Alianza, Febrero 20, 1867; La Prensa, Marzo 15, 1867.
29 El Mensajero, Febrero 15, 21, 1867; El Nacional, Febrero 23, 24 1867.
30 Anónimos a Tomás Cipriano de Mosquera, Junio 27,1866, Bogotá, ACC, Sala
Mosquera, N° 49,590.
31· La Alianza, Marzo 4, 1867.
32· El Nacional, Abril 30, 1867; Pérez Aguirre, 25 años, 267-68; Rodríguez,
Santos Acosta, 128-31; Pablo E. Cárdenas Acosta, La restauración Constitucional
de 1867. Historia de un contragolpe de estado (Tunja: Imprenta Departamental,
1966).
33· La Alianza, Mayo 4, 14, 1867. El Congreso juzgó a Mosquera en noviembre
por múltiples cargos y lo removió oficialmente de la presidencia. La sentencia en
contra del General, de tres años de cárcel, fue conmutada por su destierro en el Perú
donde residió hasta 1871. Durante los últimos meses del año el periódico mosquerista La Libertad suscribió una defensa detallada del ex-presidente, supuestamente
hecha por artesanos y otros partidarios. Esta se centró en el permanente apoyo de
Mosquera al pueblo contra el Radicalismo anarquista. Entre los artesanos firman­
tes del documento estaban Saavedra, Ignacio Beltrán, Bartolomé Panlagua, Ramón
Ordoñez Torres, Agustín Garai y Prájedes Bermúdez, muchos de los cuales habían
luchado con Meló y algunos de quienes eran miembros de la Alianza. La Libertad,
Octubre 31, Noviembre 6, 13, Diciembre 4, 11, 25, 1867; Enero 1, 1868.
34· Indalecio Liévano Aguirre, El proceso de Mosquera ante el senado: Tres
conferencias (Bogotá: Editorial Revista Colombiana, 1966), 62,64, 92,99. Liéva­
no al parecer se apoyó en las Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá de Cordovez
Moure para su relato del rol de Saavedra, una interpretación que Cárdenas Acosta
repudia en forma convincente. Cárdenas Acosta, La restauración, 86-87.
35· La Libertad, Octubre 31, Noviembre 6,13, Diciembre 4,11,25,1867; Enero 1,
1868; La Alianza, Mayo 29, 1867.
36· Un liberal honrado, A los artesanos sensatos (Bogotá: s.e., Junio 1, 1867);
Uno que no vive de empleo sino de su trabajo, Degollación de los artesanos
(Bogotá, Junio 11,1867); Dos artesanos,^ los artesanos (Bogotá, Junio 11,1867);
El Republicano, Julio 17, 1867.
37· La Alianza, Mayo 29, 1867, p. 1.
Artesanos y política en Bogotá
169
38· La Alianza, Junio 14,1867; El Diario Oficial, Junio 7,11,1867; La República,
Agosto 14, 1867.
39· El Republicano, Julio 17, 1867.
40· La Alianza, Agosto 1, p. 2, Agosto 10, Septiembre 5, 1867.
41· La Alianza, Febrero 13, Mayo 29, Junio 14, 1867; Abril 25, 1868.
42· La Alianza, Mayo 29, Junio 14, 1867.
43 Unión de artesanos (Bogotá: Impreso por Foción Mantilla, Junio 19, 1867);
La Prensa, Junio 14, 1867.
44 La Prensa, Junio 25, 1867.
45· La Prensa, Septiembre 4, 1867; La Patria, Octubre 4, 1867; La Libertad,
Diciembre 25,1867.
46 Entre los nuevos dignatarios seleccionados para encabezar el directorio durante
sus próximos seis meses estaban: Juan Cáceres, presidente; Agustín Díaz, vicepre­
sidente; Mariano González, secretario; y Fuljencio Roa, tesorero. La Alianza,
Diciembre 5, 21, 1867; Febrero 1,1868.
47 La Alianza, Febrero 1,1868 ;LaPrensa, Diciembre 13,1867. Los discursos de
las reuniones están en La Alianza, Enero 4, 18, 25, 1868.
48 La Prensa, Diciembre 13, 1867. Los discursos de las reuniones están en La
Alianza, Enero 4, 18, 25, 1868. Un participante no artesano, J. Joaquín Borda,
refirió la reunión de una Escuela Dominical programada para los “niños del pue­
blo”, la cual empezó a funcionar en 1868. La Prensa, Diciembre 13, 1867.
49· La Alianza, Enero 18, Febrero 1, Marzo 7, 28, 1868.
50 Saturnino González, José L. Camacho, Manuel de J. Barrera, et al., Represen­
tación al Congreso Nacional (Bogotá: Impreso por Manuel de J. Barrera, 1868).
Tres semanas después la Junta Piadosa, cuyo presidente era Ambrosio López,
presentó una demanda similar en apoyo de la petición de La Alianza. La Alianza,
Marzo 15, Abril 13, 1868.
51· La Alianza, Abril 11,1868. El Conservador La Prensa describió en detalle el
proceso de la petición, proclamando que la verdadera causa de la miseria económica
no eran las importaciones extranjeras, sino el resultado de las guerras generadas por
los partidos, los cuales habían despojado a los consumidores de sus fondos. Subra­
yó de esta manera que quienes rechazaban la petición eran en primer lugar los
mismos que habían causado los problemas. El periódico advirtió que los agitadores
políticos estaban listos a abusar de las desilusiones de los artesanos y les aconsejó
a éstos permanecer pacíficos. La Prensa, Abril 14,1868; La Alianza, Abril 18,1868.
52· La Alianza, Abril 4, 11, Mayo 2, 1868.
53· La Independencia, Marzo 28,1868. El liderazgo de Saavedra en la nueva Socie­
dad Democrática se ligó firmemente al sector mosquerista del partido Liberal que
estaba intentando resarcirse de sus reveses del año anterior. Las Sociedades Demo­
cráticas también se reavivaron en el Cauca como una herramienta mosquerista.
54· La Paz, Junio 5, 1868.
55 Calisto Ballesteros, Protesta de varios miembros (a) de la Junta Directiva de
la Sociedad de La Alianza (Bogotá: s.e., s.fi).
56 La Paz, Junio 5, 19, 23, Julio 3, 1868.
57 La referencia es al artículo de Tapias de junio de 1867, “El Lunes”, en el que
criticó la celebración obrera de San Lunes como contribución al conflicto político,
170
David Sowell
así como una pérdida de tiempo y de dinero. En el momento el artículo obtuvo una
amplia reacción negativa. La Alianza, Junio 14, Agosto 1, 1867.
58· La Alianza, Mayo 23, 1868.
59 El artículo de Madiedo “El Cristo y los Ricos”, publicado en abril, presentó un
análisis coherente de la teoría del valor del trabajo. Este artículo coincidió con la
posición ideológica revelada por los colaboradores artesanos de La Alianza, aun­
que las razones de la coincidencia son difíciles de determinar. La Alianza, Abril 25,
Mayo 9, 30, 1868. El artículo produjo una espléndida polémica. Ver La Prensa,
Junio 2,1868; La Paz, Mayo 26, Junio 2,9,16,1868. Sobre el pensamiento social
de Madiedo ver Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo X IX
(Bogotá: Editorial Temis Librería 1982), 187-97.
60 Ramón Jiménez fue escogido como presidente; Feliz Izasa fue elegido vice­
presidente; y Tomás Rodríguez, el hijo del fundador de la Sociedad de Artesanos,
Agustín Rodríguez, fue nombrado secretario.
61· La Alianza, Agosto 15, 1868.
62· Saturnino González, Dos palabras en la cuestión Alianza (Bogotá: s.e., Junio
13,1868); Isidoro Madero, El señor Cruz Sánchez i “La Alianza ” ante el tribunal
de la opinión pública (Bogotá: s.e., Septiembre 30,1868).
63· La Alianza, Agosto 15, 25, Septiembre 15, 1868.
64 Ramón Jiménez et al., La situación (Bogotá: s.e., Octubre 6,1868); La Alianza,
Octubre 4, 25, 1868.
65 El Noticioso de Cundinamarca, Octubre 8, 1868.
66· La Alianza, Octubre 29, Noviembre 7 (p. 1), 1868; Pérez Aguirre, 25 años,
282-90.
67· Jones, Languages o f Class, 19.
68· Sean Wilentz, Chants Democratic: New York City and the Rise o f the American
Working Class, 1788-1850 (New York: Oxford University Press, 1984), 61-63.
69 La ideología detallada abajo proviene de artículos publicados durante un pe­
riodo de más de dos años en La Alianza, escritos por diversas personas. Cuando es
posible, estos artesanos son identificados.
70 Jaramillo, Pensamiento colombiano, 95-97,107.
71· La Alianza, Enero 4, Abril 11, 1868.
72· La Alianza, Abril 4, 1868, p. 3.
73· La Alianza, Octubre 10, 20, 1866; Agosto 10, 1867; Enero 4, Abril 4, 1868.
74· La Alianza, Agosto 10, Septiembre 5, 1867.
75 La Alianza, Octubre 10, Diciembre 1, 1866; Enero 10, 20, Mayo 14 1867.
76· La A lianza, Diciembre 1, 1866.
77· La Alianza, Octubre 10, 1866.
78· La Alianza, Abril 3, 1867.
79· La Alianza, Octubre 20, Diciembre 1, 1866; Abril 13, 1867.
80 La Alianza, Octubre 20, Diciembre 1,1866; Febrero 13, Abril 13,1867; Enero
4, 1868.
81· La Alianza, Febrero 8, 15, 22, 1868.
82· La Alianza, Octubre 20, Diciembre 1, 1866; Enero 20, Febrero 6,13, Abril 13,
1867.
83 La Alianza, Enero 10, p. I, Febrero 13, 1867; Enero 25, 1868.
Artesanos y política en Bogotá
171
84· La Alianza, Octubre 20, p. 1, Diciembre 10, 1866; Enero 20, Febrero 13,
Marzo 4, Abril 3, Mayo 14, Septiembre 5, 1867; Enero 25, 1868.
85· La Alianza, Noviembre 10, 1866; Febrero 13, Mayo 4, 14, 1867; Marzo 14,
1868.
86 La Alianza, Octubre 10, Diciembre 10,1866; Enero 3, Abril 3,5, Septiembre 5,
1867.
87 Emilia Viotti da Costa, “Experience versus Structure: New Tendencies in the
History of Labor and the Working Class in Latin America — What Do We Gain?
What Do We Lose?” ILWCH, N° 36 (Fall 1989), 3-24; Barbara Weinstein, “The
New Latin American Labor History: What We Gain”, ILWCH, N° 36 (Fall 1989),^
25-30; Perry Anderson, “The Common and the Particular”, ILWCH, N° 36 (Fall
1989), 31-36; Hobart A. Spalding, “Somethings Old and Somethings New”, IL WCH,
N° 36 (Fall 1989), 37-44; June Nash, “Gender Issues in Latin American Labor”,
ILWCHTAo 36 (Fall 1989), 44-50.
88 Ver, por ejemplo, A. G. Quintero-Rivera, “Socialist and Cigar-maker: Arti­
sans’ Proletarianization in the Making of the Puerto Rican Working Class”, Latin
American Perspectives, 10:23, issues 37/38 (Spring-Summer, 1983), 19-38.
89 Paul Gootenberg, “Beleaguered Liberals: The Failed First Generation of Free
Traders in Peru”, en Guiding the Invisible Hand: Economic Liberalism and the
State in Latin American History, ed. por Joseph L. Love y Nils Jacobsen (New
York: Praeger Publishers, 1988), 81; Paul Gootenberg, “The Social Origins of
Protectionism and Free Trade in Nineteenth-Century Lima”, JLAS, 14:2 (Noviem­
bre 1982), 329-58; Ricardo Temoche Benítes, Cofradías, gremios, mutuales y
sindicatos en el Perú (Lima: Editorial Escuela Nueva, S.A., 1985), 78-80.
90t Maurice Zeitlin, The Civil Wars in Chile (or The Bourgeois Revolutions That
Never Were), (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1984).
C apítulo V
Ayuda mutua, violencia pública
y Regeneración
El llamado Olimpo Radical establecido en 1863 empezó a de­
rrumbarse desde sus inicios. La cooperación entre Obandistas, Mosqueristas y Radicales no sobrevivió la guerra civil. El sistema fede­
ralista de las Constituciones de 1858 y 1863 posibilitó que los parti­
dos -cada vez más distanciados- engendraran confrontaciones mi­
litares más frecuentes. Cambiantes alianzas partidistas hicieron en­
démico el conflicto, en el que se incluyen las guerras civiles mayores
de 1876-77 y 1884-85. Estas alianzas culminaron en una coalición
Liberal Independiente / Conservadora que dio origen al gobierno de
la Regeneración de Rafael Núñez en 1886. La Constitución de 1886
fortaleció el Estado colombiano y restauró un sistema centralista de
gobierno, con un ejecutivo fuerte y otros numerosos cambios “con­
servadores”, entre los cuales se destacaba el reconocimiento formal
del papel de la iglesia católica en la sociedad colombiana. Sin em­
bargo, el nuevo gobierno no pudo detener la violencia partidista, la
cual incluyó la Guerra de los Mil Días (1899-1902), la peor guerra
civil del siglo.
Las condiciones económicas eran igualmente inestables, pues
la economía nacional sólo se recuperó con lentitud de la guerra civil
de 1859-62, y el derrumbe de los precios del tabaco en la década de
1870 dejó al gobierno con serios problemas fiscales. La diversificación de las exportaciones suscitó algunas esperanzas de que las po­
líticas del periodo liberal pudieran resultar apropiadas, pero ni la qui­
na (de la cual era extraída la quinina), ni el índigo, ni el café, parecían
capaces de sostener una economía de exportación estable. Varios
presidentes que anteriormente habían simpatizado con la escuela del
laissez-faire ahora experimentaron con políticas intervencionistas,
aunque con poco éxito. El gobierno de la Regeneración, por contras­
te, asumió una decidida posición intervencionista en el campo de la
economía política. De nuevo, el éxito de la Regeneración patroci­
nando el desarrollo económico fue visible solo en el largo plazo.
Una variedad de organizaciones de artesanos dio evidencia del
incremento de la diferenciación de la clase artesanal en los últimos
176
David Sowell
treinta años del siglo XIX. Sociedades de ayuda mutua surgieron a
comienzos de la década de 1870, representando los esfuerzos de las
elites del artesanado para atender su propio bienestar material y
social. Otros artesanos fueron abandonados a su propia suerte, lo
cual, durante los periodos de tensión económica, contribuyó a los
arranques de acción directa en rechazo de las injusticias socioeco­
nómicas. En la arena política, las movilizaciones de las épocas pre­
electorales que habían sido extensas en el periodo de las reformas
continuaron, pero fueron menos frecuentes que en los años anterio­
res. Completamente ausentes estuvieron las grandes organizacio­
nes como la Sociedad Unión, que requerían una clase artesanal co­
hesionada. En este periodo transicional se dio el paso de viejos mo­
delos de movilización característicos de una experiencia más homo­
génea del artesanado a expresiones públicas de una fracturada y
dividida clase artesanal.
La Sociedad Industrial de artesanos
La Sociedad Industrial de Artesanos llenó rápidamente el vacío
institucional creado por el derrumbamiento de la Sociedad Unión1.
La Sociedad Industrial buscó los objetivos no políticos de la Socie­
dad Unión, incluyendo la educación industrial, la introducción de nueva
tecnología al país, y el apoyo gubernamental para las industrias2.
Muchos activistas de la Unión, entre ellos Ambrosio López, Felipe
Roa Ramírez, Fruto Ramírez, Rafael Tapias y Ramón Ordoñez To­
rres -ahora dirigentes de la Sociedad Industrial-, se habían alejado
previamente entre sí por diferencias políticas, pero tuvieron pocos
inconvenientes en cooperar en la persecución de objetivos que re­
forzaran la posición económica del artesanado.
La Sociedad Industrial tuvo existencia durante la administra­
ción presidencial de Eustorgio Salgar (1870-72), quién emprendió
los primeros pasos hacia una política intervencionista en nombre del
desarrollo industrial, medidas normalmente asociadas a las adminis­
traciones de Núñez. De hecho, señala Helen Delpar, pocos Radica­
les, y en menor medida que todos Salgar y su sucesor, Manuel Murillo Toro, continuaron apoyando el liberalismo económico de las dé­
cadas de 1850 y 1860. Según diversos estudios, las políticas en favor
de la industria adelantadas por la Regeneración germinaron en estas
administraciones3.
Artesanos y política en Bogotá
177
Estas pautas devinieron ostensibles cuando en 1870 Luis B.
Valenzuela criticó la aparente despreocupación de algunos funcio­
narios públicos por la pobre condición industrial de la nación. La
Sociedad Industrial secundó este alegato y se comprometió a pre­
sionar a los funcionarios públicos para que apoyaran el desarrollo
industrial. Representantes de la Sociedad se reunieron con el re­
cientemente elegido Presidente Salgar en abril de ese año4. El por­
tavoz de la Sociedad, Rafael Tapias, le recordó al presidente las
repetidas peticiones de protección arancelaria de los artesanos, ins­
tándolo a que emprendiera los pasos necesarios para corregir la crí­
tica situación de las clases industriales del país. Salgar les habría
dicho a los artesanos que haría lo que pudiera para mejorar las con­
diciones de la industria, una promesa que cumplió en parte cuando el
gobierno anunció los planes para una exposición industrial que Ta­
pias reivindicó como resultado de las presiones de la Sociedad5. La
Sociedad instó a los artesanos a que prepararan artículos para la
exposición6.
Las reacciones de los artesanos locales a la invitación no fue­
ron uniformemente positivas. Una carta abierta de “muchos artesa­
nos” sugirió que una protección gubernamental sistemática sería
mejor que los premios periódicos para los buenos artesanos. Señala­
ba que la exhibición fue proyectada principalmente para producto­
res de exportaciones agrícolas y no para artesanos, que no podrían
permitirse el tiempo necesario para preparar una exhibición. Ade­
más, los artesanos alegaron que muchos de los patrocinadores de la
exhibición eran personalmente culpables de buscar costos bajos en
lugar de alta calidad cuando hacían compras localmente, una prácti­
ca que premiaba a los “semi-artesanos” y no a los artesanos experi­
mentados7.
La administración Salgar ayudó a establecer un instituto de edu­
cación industrial para los artesanos, un proyecto que después madu­
ró bajo la Regeneración. El Instituto de Artes i Oficios de la Univer­
sidad Nacional fue inaugurado en marzo de 1872 con la presencia
de Salgar, y ofreció clases de geometría y química, que según algu­
nos artesanos debían complementarse con la capacitación industrial
desesperadamente necesitada. En los siguientes tres años 700 per­
sonas recibieron varios tipos de educación, pese a que se levantaron
protestas a favor de una educación más práctica, pues según se dijo
“es necesario fundar talleres modelo, una galería de máquinas y un
178
David Sowell
museo industrial”8. En 1872 una petición expresó que los obreros
colombianos querían mejorar sus habilidades pero que simplemente
faltaba la oportunidad, igualmente dijo que debían traerse a Colom­
bia ingenieros extranjeros y maestros artesanos desde Europa para
que instruyeran a los artesanos locales, una iniciativa que según ellos
no sólo mejoraría la industria sino también el orden público9.
El presidente Murillo siguió los pasos del intervencionista Sal­
gar, pidiendo en 1874 el establecimiento de una escuela de artes y
oficios. Semejante escuela no fue, sin embargo, establecida sino hasta
la administración de Núñez, cuando dos decretos ejecutivos permi­
tieron a varios artesanos colombianos adiestrarse con colegas euro­
peos. Estos artesanos irían luego, según el plan original, a capacitar
a los colombianos en tres talleres modelo,10 aunque sólo uno fue
establecido. Varios artesanos, entre ellos José Leocadio Camacho,
seleccionaron cinco jóvenes que irían a ser instruidos en las artes
industriales en el extranjero11. La Escuela de Artes y Oficios, un
desarrollo de estos programas, empezó a funcionar en 1891. Seis
años después, la escuela había dado varios tipos de capacitación
industrial a 621 estudiantes12. Entre 1905 y 1908 el presidente Ra­
fael Reyes extendió este programa a lo largo de la nación, pero él
estuvo dirigido más hacia la educación básica que hacia el adiestra­
miento industrial.
La reunión de Murillo con una comisión de la Sociedad Indus­
trial produjo resultados notablemente distintos a los que había produ­
cido con Salgar. El portavoz de la Sociedad, Felipe S. Orjuela, un
miembro de la antigua Alianza, presentó los deseos de los artesanos,
de un activo apoyo gubernamental, comentando favorablemente la
intención de Murillo de otorgar crédito a las empresas industriales.
(Murillo había propuesto la reducción de la carga de la deuda de la
nación reconociendo el valor real de los bonos gubernamentales, no
su valor nominal, tomando la diferencia para apoyar proyectos in­
dustriales -com o el desarrollo de los ferrocarriles). Murillo saludó la
aceptación de su plan por parte de la Sociedad, señalando que el alto
costo del capital estaba hiriendo de hecho a los obreros del país. El
presidente provocó luego un debate público acalorado diciendo que
muchos capitalistas colombianos habían demostrado no desear in­
vertir en el desarrollo industrial, obligando así al gobierno a enfrentar
el decaimiento de la actividad13.
A ríes anos y política en Bogotá
179
Esta política iba notablemente en contra de las anteriores acti­
tudes de Murillo, quien, como sus colegas Gólgotas de la década de
1850, había creído que la fuerza del mercado, sobre todo del sector
agro-exportador, podía sostener la economía de la nación. Murillo
ahora apoyó la construcción del Ferrocarril del Norte para reforzar
el desarrollo regional, sobre todo de Santander14. El Tradicionista,
fundado por el Conservador Miguel Antonio Caro, se expresó dura­
mente contra los comentarios de Murillo. El periódico lanzó la acu­
sación de que el cambio de las reglas del crédito eran económica­
mente inmorales y daban una bofetada “socialista” a las políticas
económicas. Es más, según Caro, la posición de Murillo protegiendo
supuestamente el trabajo patrocinaba “antagonismos de clase” com­
parables a aquellos de la década de 185015. La Sociedad Industrial
negó que el “socialismo” hubiera sido admitido en su reunión con el
presidente, al tiempo que mantuvo su apoyo público al presidente,
sobre todo a sus planes para impulsar la realización del Ferrocarril
del Norte, pues extendería la red comercial de la nación16.
Aunque la Sociedad Industrial parece haberse constituido en
una institución importante en apoyo a las políticas industriales del
gobierno, desapareció de la escena pública en 1872. Las razones de
ello son borrosas. Muchos de los miembros del grupo pronto fueron
prominentes en varias sociedades de ayuda mutua, la primera de las
cuales se formó poco después del encuentro de abril con Murillo, lo
cual hace pensar en un traslado de las energías de la organización
hacia el nuevo grupo. El papel de la Sociedad en el cambio de la
política industrial del Radicalismo, en todo caso, merece reconoci­
miento, sobre todo a la luz de la relación del artesanado con la admi­
nistración de la Regeneración.
Las sociedades de ayuda mutua
Las sociedades de ayuda mutua en América Latina no han sido
bien estudiadas. Es más, las valoraciones de los historiadores sobre
ellas varían ampliamente. Gerald Greenfield y Sheldon Maram, en
su autorizado Latín American Labor Organizations, plantean que
los grupos mutualistas del siglo XIX pronto fueron equivalentes a las
corporaciones artesanas que “proveían beneficios sociales y cultu­
rales para sus miembros”. Ellos no lograron, sin embargo, tener un
“fuerte sentido de conciencia de clase ni frente a los capitalistas ni
180
David Sowell
frente al Estado, ni expresaron un sentido de solidaridad hacia una
clase obrera vista ampliamente”17. Charles Bergquist ofrece una
visión algo más comprensiva, subrayando el hecho de que los miem­
bros de las sociedades de ayuda mutua “aprendieron” cómo prote­
gerse ellos mismos de “fuerzas naturales y artificiales más allá de su
control.” Bergquist, sin embargo, desestima el valioso papel de los
artesanos en las sociedades de ayuda mutua chilenas, sugiriendo
que los obreros asalariados le llevaron a aquellos la conciencia de
clase18. Aunque muchos historiadores citan las sociedades de ayuda
mutua como una de las formas iniciales de movilización de los traba­
jadores asalariados,19la mayoría tiende a desestimarlas por conside­
rarlas relativamente insignificantes, ligándolas a menudo a los pro­
gramas de bienestar de la iglesia o a la dinámica política de las elites,
en la que los trabajadores habrían tenido poca autonomía20.
Aunque estos enfoques son interesantes, mucha de la literatura
sobre las instituciones de ayuda mutua no aprecia los esfuerzos co­
lectivos de los artesanos y otros sectores para proveerse de bienes­
tar mediante esas organizaciones, en medio de las cambiantes con­
diciones económicas y sociales21. Ellas prestaron apoyo a artesa­
nos, inmigrantes, obreros asalariados urbanos y personas de secto­
res bajos y medios para que velaran por intereses de importancia
crucial para su bienestar colectivo. Casi todas esas instituciones
colectaron fondos para ayudar a sus miembros en tiempos de enfer­
medad y contribuyeron con los gastos funerarios. Muchas empren­
dieron esfuerzos educativos o patrocinaron ciclos de conferencias.
Una caja de ahorros fue un mecanismo común para ayudar a sus
miembros22. Aunque las sociedades de ayuda mutua sólo raramente
entraron en la arena política, lo cual probablemente se explica más
por la falta de atención académica hacia tales sociedades, sus fun­
ciones sociales merecen un examen serio.
En la mayoría de los casos, los artesanos formaron el núcleo de
las más tempranas sociedades de ayuda mutua. En Ciudad de Méxi­
co, para la cual existe una vigorosa literatura, los artesanos desarro­
llaron organizaciones mutualistas ya que los oficios se mostraban
incapaces de satisfacer la acostumbrada seguridad social, sobre todo
en los años posteriores al decenio de 1850. Aunque muchos historia­
dores se concentran en las sociedades mutualistas de este periodo
influenciadas por el anarquismo, la mayoría de las organizaciones no
tenía tales vínculos23. Por el contrario, “la proliferación de socieda-
Artesanos y política en Bogotá
181
des de artesanos fue la forma como [estos] confrontaron el proceso
de empobrecimiento y desmoralización”24. A lo largo de América
Latina, las primeras organizaciones de ayuda mutua aparecieron en
las décadas de 1850, 60 y 70, lo que sugiere que los artesanos se
apoyaron en sus propias iniciativas para protegerse del declive de
sus industrias en la medida que fuerzas económicas externas afec­
taban más directamente las economías nacionales, un resultado no
inesperado dada la confianza en sí mismo de ese sector social.
Es necesario subrayar que los fundadores de las sociedades de
ayuda mutua fueron normalmente los artesanos más exitosos, los
dueños de taller. La abolición de los gremios en el periodo nacional
temprano había acabado formalmente los vínculos entre patrones,
jornaleros y aprendices, lo cual, agregado a la tensión económica de
los años posteriores aumentó las diferencias sociales y económicas
entre estos niveles de trabajadores artesanales. Los artesanos no
propietarios de taller se deslizaron más rápidamente hacia un esta­
tus de semi-proletarios, mientras que los dueños pudieron sobrevivir
cómo artesanos independientes por un periodo más largo25. Los due­
ños establecieron sociedades de ayuda mutua para conservar tanto
de su bienestar como fuera posible; los no propietarios, como se
mostrará, encontraron otras vías de expresión.
La primera sociedad de ayuda mutua de Bogotá, la Sociedad de
Socorros Mutuos, se inauguró formalmente el 20 de julio de 1872,
cuando 83 hombres, la mayoría de ellos artesanos notables identifi­
cados con el partido Conservador, se comprometieron a cooperar
para su beneficio colectivo. La organización se orientó a ayudar a
los miembros en caso de enfermedad o muerte. Con los dos pesos
de la cuota de ingreso y los diez centavos de cuota semanal, así
como con las donaciones especiales, la Sociedad constituyó un aho­
rro inicial calculado en dos mil pesos. Además de necesitar respon­
sabilidad fiscal, cada miembro potencial tenía que ser aprobado por
la Sociedad como alguien de sólido carácter moral. La Sociedad de
Socorros Mutuos no se interesó exclusivamente por los artesanos:
dos años después alrededor de la mitad de sus 148 miembros se
ganaban la vida de formas distintas a los oficios manuales, e incluía
comerciantes, abogados y músicos26. Aunque los no artesanos tu­
vieron posiciones importantes en esas instituciones, ellas tuvieron
cada vez más relación con los problemas del trabajo. Los discursos
de los miembros exaltaron la virtud del trabajo, la necesidad de pro-
182
David Sowell
tección de la industria colombiana y las contribuciones de los artesa­
nos a la sociedad bogotana27.
La Sociedad de Socorros Mutuos sirvió de modelo a grupos
similares. En 1873 fue fundada por 69 personas la Sociedad Tipo­
gráfica de Mutua Protección, la cual dijo guiarse por los objetivos de
ayuda mutua, mejoramiento de sí mismos y adelantamiento del arte
tipográfico. El perfeccionamiento mqral de sus miembros fue enfa­
tizado en su informe inicial:
Debemos ser conscientes que nuestra misión no está limitada
simplemente a ser obreros mecánicos que producen para satisfa­
cer las necesidades alimenticias de nosotros y nuestras familias;
reconocemos la necesidad de nutrir nuestro espíritu, principalmente cultivando y desarrollando nuestras facultades intelec­
tuales, porque esto rendirá los beneficios más positivos para
nuestra asociación e influirá sobre nuestra posición social28.
La conducta moral positiva requerida de los miembros habla de
la imagen de sí mismo del artesano, y fue una característica presen­
te en la mayoría de las descripciones que los artesanos hicieron de sí
mismos.
Las sociedades de ayuda mutua fueron las organizaciones más
estables en las que participaron los artesanos a lo largo de los últi­
mos años del siglo. Dos de los más importantes grupos de ayuda
mutua, la Sociedad de Socorros Mutuos y la Sociedad Filantrópica
(fundada en 1879), que tenían un capital estimado superior a once
mil pesos, se unieron en enero de 1889 para proporcionar mejores
servicios a sus más de trescientos miembros29. La Sociedad de Se­
guros de Familia, un vástago de la Sociedad de Socorros Mutuos, se
estableció un año después para extender la ayuda financiera a las
familias de los miembros de la organización de ayuda mutua30. Una
Sociedad de Sastres fue fundada en septiembre de 1899 con la ayu­
da de la Sociedad de Tipógrafos, y una Sociedad de Zapateros al
mes siguiente31. Tal fuerza organizativa, que emanó de una alianza
de los más notables artesanos y sus pares sociales, aunque general­
mente apolítica, podía servir de vez en cuando como base para una
acción sorprendentemente radical.
;
Artesanos y política en Bogotá
183
Violencia urbana
Los artesanos participaron en dos arranques mayores de vio­
lencia urbana, uno en 1875 y otro en 1893, que ligaron la tensión
socioeconómica con la política partidista. En cuanto los motines fue­
ron una de las formas más comunes de expresión en la Bogotá del
siglo XIX, esto requiere una explicación. La respuesta está relacio­
nada con la ausencia entre el artesanado de movilizaciones de am­
plia base, comparables a las sociedades Democrática o a la Unión, a
través de las cuales numerosos artesanos pudieran expresarse polí­
ticamente. Como resultado de los años posteriores a la Guerra de
los Supremos, los partidos políticos entraron en posesión de su reco­
nocimiento como entidades institucionales. Durante estos años las
movilizaciones electorales fueron muy importantes para garantizar
que los partidos tuvieran votantes -incluyendo a los artesanos-, el
día de la elección. En la década de 1870, sin embargo, los partidos
habían desarrollado directorios permanentes que hicieron menos
importantes a esos grupos. En este momento los individuos se iden­
tificaban a sí mismos con un determinado partido, con base no sola­
mente en referencias contemporáneas, sino también en las tradicio­
nes familiares. Igualmente, como sugerí antes, la clase artesana ha­
bía permanecido bastante homogénea a lo largo de la década de
1860, lo que hizo posible la movilización de grandes cantidades de
artesanos. Después de la crisis de esa década, las distancias socia­
les entre ellos aumentaron y algunos líderes perdieron sus vínculos
con la masa de artesanos. Los más prominentes de estos, organiza­
dos en las sociedades de ayuda mutua más exclusivas, dejaron la
base del artesanado con pocas salidas políticas. La acción directa, o
la violencia urbana, una nueva forma de expresión política, refleja­
ron, antes que su unidad como clase, sus divisiones.
El primero de estos tumultos -el motín del pan de a cuarto, en
enero de 1875-, se desarrolló después que una coalición de panade­
ros aliada con Joaquín Sarmiento, el molinero más poderoso de la
ciudad, elevaran el precio de la harina de trigo y del pan en más del
20 por ciento. Aunque el pan integral sólo servía para complementar
las arepas consumidas por la mayoría, era no obstante una parte
importante de la dieta popular, sobre todo en cuanto hace a los panes
más pequeños, usados con comidas o colaciones32. Igualmente im­
portante era el hecho de que los acuerdos simbolizaban una conduc-
184
David Sowell
ta monopolizadora que contradecía las nociones que muchas perso­
nas tenían sobre las prácticas económicas correctas. A comienzos
de 1875, los mismos panaderos cesaron la producción de panes de
menor calidad, que vendían a cuatro por dos y medio centavos, una
iniciativa que causó penuria e inquietud entre los sectores populares
de la ciudad33.
Grupos partidistas buscaron aprovecharse de las tensas condi­
ciones sociales para sus propios propósitos políticos. Parece que los
estudiantes Liberales Radicales de la universidad, descontentos con
el moderado gobierno liberal del Estado, difundieron el 22 de enero
un cartel en el que exigían “Guerra y muerte a quienes nos ham­
brean!”34. El cartel convocó al pueblo a manifestarse al día siguien­
te contra la injusticia, un llamado que atrajo miles de personas a la
Plaza de Bolívar. La muchedumbre pronto se movilizó desde la Pla­
za hasta la cercana residencia del Presidente Santiago Pérez, quien
escuchó sus demandas de acción gubernamental contra los panade­
ros, sólo para contestar desapasionadamente que tales acciones se­
rían ilegales en un país con libertad de industria. Encolerizada ante
esa negativa a hacer algo, la muchedumbre apedreó más de treinta
tiendas y casas de los monopolistas incriminados. Los daños provo­
cados por el motín fueron limitados, pero varias residencias sufrie­
ron perjuicios considerables. Poco después de esto, el precio del
trigo y el pan empezaron a fluctuar en forma descendente.35 Luego
del motín, los panaderos insistieron en que los altos precios de la
harina habían sido forzados por la elevación de los costos, no por su
concertado acuerdo secreto36.
Las causas fundamentales del motín se encuentran en las reac­
ciones sociales a la reformulación de la economía de la ciudad y de
la nación. El precio de la harina y el pan habían sido regulados por el
gobierno en los tiempos coloniales, una política abandonada con el
establecimiento de un gobierno independiente modelado por las teo­
rías liberales de la economía política. Pese a que las leyes podían
haber cambiado, la solicitud al presidente para que interviniera ha­
ciendo bajar los precios sugiere que la aprobación del antiguo siste­
ma semeja una “economía moral”, persistente en el recuerdo popu­
lar37. El motín del pan de a cuarto cuestionó la legitimidad de la
ideología del liberalismo. De hecho, el poco ortodoxo editor y co­
mentarista político Manuel María Madiedo dijo en el momento: “La
armonía económica y social no es más que la vieja cuestión del ricoy
Artesanos y política en Bogotá
185
y el pobre.... Es un error creer que esto puede ser equilibrado por el
‘libre comercio’; porque entre el pobre que vive al día y el rico que
puede vivir años sin trabajar, la libertad de comercio siempre hiere al
primero en la necesidad”38.
La manipulación partidista de las pasiones populares expresada
en la crisis del pan revela mucho del carácter de la política colom­
biana durante el siglo XIX. Ambas facciones del partido Liberal, los
Radicales y los Independientes, trataron de utilizar el motín para sus
propios propósitos en los momentos previos a la elección presiden­
cial de ese año. Los partidarios Liberales de Aquileo Parra y los
estudiantes universitarios locales intentaron, en el debate sobre las
causas del motín, atraerse al influyente sector artesano de la ciudad
invocando la memoria de la Sociedad Democrática y su posición
contra la explotación económica de los artesanos. Este ardid fue
ideado para alejar a los artesanos de Núñez y quizás para ayudar a
que se produjera una confrontación entre los principales Indepen­
dientes y los Conservadores. Este movimiento falló cuando artesa­
nos de todas las orientaciones políticas, entre quienes estaban José
María Vega, Práxedes Bermúdez, José Antonio Saavedra y José
Leocadio Camacho, emitieron dos declaraciones públicas expresan­
do su simpatía por quienes sufrían en la crisis actual y criticando a
los individuos que se habían aprovechado de esto para sus propios
fines en nombre de los artesanos, al tiempo que condenaban las
prácticas monopolizadoras de los panaderos39.
Aunque ninguna inquietud comparable tuvo lugar en la década
de 1880, el nivel de vida de muchos bogotanos empezó a declinar
hacia finales de ese decenio, en parte debido a las políticas fiscales
de la Regeneración40. La amenaza sobre los sueldos produjo nume­
rosas quejas acerca de los precios y los alquileres altos41. En este
contexto, a finales de 1892 José Ignacio Gutiérrez Isaza escribió una
serie de artículos criticando los hábitos morales de las clases traba­
jadoras de la capital. En forma particular, Gutiérrez criticó a los arte­
sanos por abusar del consumo de alcohol, añadiendo que los efectos
degenerativos de ese vicio afectaban el bienestar de la familia42.
Los artesanos de la Sociedad Filantrópica, la “elite” de su clase,
rechazaron el escrito como calumnioso y por eso contrario a la ley
de prensa de 1888 que prohibía incitar una clase contra otra. La
Sociedad, en una resolución propuesta por José Leocadio Camacho,
insistió en que Gutiérrez se retractara de sus comentarios y que el
186
David Sowell
gobierno castigara al autor. Ninguna demanda fue admitida. Estas
protestas llevaron a ataques verbales en las calles contra Gutiérrez
por parte de trabajadores, insultos que escalaron hasta una confron­
tación violenta el 15 de enero de 1893 delante de la casa de Gutié­
rrez entre la policía y una muchedumbre compuesta de artesanos y
obreros. La policía arrestó a un gran número de quienes protesta­
ban, antes que altos funcionarios gubernamentales calmaran con éxito
la muchedumbre.
El motín hizo erupción al siguiente día. Una comisión de líderes
artesanos recurrió al ministro de Gobierno, General Antonio B. Cuervo
para que liberara los participantes en la protesta arrestados la noche
anterior y para que impusiera la ley de prensa contra Gutiérrez.
Cuervo se negó. Encolerizados ante la renuencia del gobierno a ha­
cer respetar sus propias leyes, muchos de entre la muchedumbre
regresaron a la casa de Gutiérrez, que ahora era defendida por un
gran contingente de policía. La guardia disparó sobre el pueblo, ma­
tando por lo menos a un artesano. Confrontaciones similares tuvie­
ron entonces lugar en toda la ciudad. En las horas que siguieron, la
multitud sólo dejó de atacar una estación de policía y saqueó muchas
de ellas, teniendo como primer objetivo los archivos de la policía.
Las casas de varios funcionarios gubernamentales también fueron
atacadas, así como la prisión de mujeres, donde unas 200 mujeres
acusadas de prostitución fueron liberadas. Cuervo impuso el estado
de sitio y llamó al ejército regular, el cual restauró el orden con arrestos
masivos en las calles. La policía y el Ejército detuvieron unas 500
personas. En el disturbio, entre 40 y 45 personas resultaron muertas
y un número desconocido resultó herido43.
Las causas del motín son complejas. El aumento dramático en
los precios de los alimentos y los alquileres indudablemente agravó
las tensiones sociales, pero la muchedumbre no atacó instalaciones
asociadas con los víveres, como en 1875. La multitud en cambio
enfocó su furia contra el ofensivo autor. La calumnia contra la clase
artesanal de la ciudad hecha por Gutiérrez había tocado un nervio
frágil entre los artesanos, que estaban bajo la creciente presión de
las importaciones extranjeras y de otras formas de transformación
económica que en conjunto ayudaron a minar su estatus productivo
y social. La protesta de los artesanos y las sociedades de ayuda
mutua fue un esfuerzo por defender la hasta ahora positiva imagen
pública de los artesanos. Bastante importante fue, de otro lado, lay
Artesanos y política en Bogotá
187
clara aprobación dada por la elite de los artesanos en la Sociedad de
Socorros Mutuos a otros obreros y sectores “populares” para apli­
car la presión sobre Gutiérrez, lo cual abrió el camino para que otras
tensiones fueran descargadas.
La indignación de la muchedumbre contra la policía de la ciu­
dad se originaba en el esfuerzo del gobierno de la Regeneración
para reorganizar la fuerza policial. Varios años atrás se habían ini­
ciado los pasos para “profesionalizar” la fuerza de policía de Bogo­
tá, con la contratación de un agente francés para dirigir y vigilar la
reorganización de los cuerpos de policía. Juan María Marcelino Gilibert no sólo se había alienado personalmente a muchos en la capital
por su aparente incapacidad (o falta de deseo) para entender las
maneras del bogotano, sino que sus medidas más significativas tam­
bién habían redefiniclo la relación entre el bajo pueblo de la capital y
la policía. Los modelos tradicionales de patrullaje fueron rotos (con
la introducción de funcionarios uniformados y armados), se iniciaron
medidas enérgicas contra el crimen y la prostitución en las calles del
centro de la ciudad (actividades que previamente habían sido relati­
vamente tranquilas), y la policía fue reclutada fuera de la ciudad (lo
que tendió a separar la policía y las experiencias sociales del pue­
blo). Todo en un esfuerzo por implantar la visión de orden urbano
profesada por Gilibert44. El bogotazo de 1893 fue fundamentalmente
una reacción a esta reforma del departamento de policía, puesta en
movimiento por la clara aprobación de la acción directa por parte de
los artesanos influyentes y basada en las inciertas condiciones eco­
nómicas y políticas de la ciudad.
El gobierno no sólo hizo numerosos arrestos durante y poco
después del motín, sino que también suprimió la Sociedad Filantrópi­
ca suponiéndola instigadora del tumulto. Camacho protestó el de­
creto del gobierno, diciendo que era infundado, y solicitó al Vicepre­
sidente Caro permitir a la Sociedad reasumir sus reuniones. La peti­
ción fue aceptada, pero la autorización para reunirse debía ser obte­
nida de antemano e, incluso entonces, un representante de la policía
tenía que estar presente para supervisar cualquier discusión “sub­
versiva”45.
En abril de 1893, después que la ley marcial había sido levanta­
da y la calma había vuelto a la ciudad, el carpintero Félix Valois
Madero fundó El Artesano en un esfuerzo por mejorar la empañada
imagen de la clase artesana. Valois Madero llenó las páginas de su
188
David Sowell
periódico de artículos pertenecientes a los artesanos, en temas tales
como el Taller Modelo y el derecho del artesano a determinar sus
propias horas de trabajo. El Artesano fue combativo, comprome­
tiéndose en polémicas con Miguel Samper y Carlos Holguín, y con
otros periódicos. Su preocupación central fue la unificación política
de los artesanos para crear “gremios compactos de obreros... [así
como] la vida de la industria, el progreso, la riqueza nacional y la
política”46.
Durante los once meses que siguieron al inicio de la publicación
por parte de Valois Madero, este emergió como una de las figuras
más visibles de la clase artesana. Es dudoso, sin embargo, que la
imagen pública del artesano mejorara, como él lo había esperado.
En marzo de 1894, informantes de la policía reportaron a las autori­
dades una conspiración de obreros para derrocar el gobierno; el 11
de marzo, Madero y muchos otros fueron arrestados bajo este car­
go47. En el taller de Bemardino Ranjel, los agentes habrían encon­
trado unas 6.000 hojas impresas con los eslogan “Viva el trabájo”,
“Viva el pueblo”, y “Abajo los monopolios”. Al mismo tiempo, en
Facatativá, las autoridades confiscaron unos 500 rifles con su muni­
ción. Muchos de los arrestados, incluyendo a Madero, fueron juzga­
dos bajo la Ley de los Caballos, encontrados culpables de planificar
un movimiento de una naturaleza no especificada contra el gobierno,
y sentenciados al encarcelamiento por varios meses. Por el resto de
la década, el miedo del gobierno a la conspiración dio como resulta­
do una cerrada vigilancia sobre todas las organizaciones que ofre­
cieran base potencial para la acción colectiva.
Política local, estatal y nacional
Bajo la Constitución de 1863 la política nacional tendió a tomar
un puesto secundario frente a la política estatal y local. Las organi­
zaciones electorales artesanas operaron en un ambiente distinto que
favoreció su participación en la política local y estatal, pero menos
frecuentemente en las campañas nacionales. Después de la guerra
civil de 1859-62 la mayor parte de concejos de ciudad incluyeron al
menos un miembro del artesanado que había obtenido su puesto en
las elecciones, un modelo que continuó hasta bien entrado el siglo
XX. Como hemos visto, José Antonio Saavedra, un zapatero cuya
carrera política databa de los días de la Sociedad Democrática, inte-
Artesanos y política en Bogotá
189
gró a menudo la lista del partido Liberal para el Concejo, mientras
que José Leocadio Camacho sirvió como su contraparte Conserva­
dora. Los artesanos también tomaron parte en otras instituciones
municipales. Antonio Cárdenas, uno de los fundadores de La Alian­
za, fue supervisor del mercado de la ciudad en 1870, y Calisto Ba­
llesteros, también activo en La Alianza, recaudó los impuestos du­
rante tres años48. Artesanos frecuentemente servían como vigilan­
tes nocturnos, y, en una reorganización de la fuerza de policía de
Bogotá a comienzos de 1870, Emeterio Heredia y Ambrosio López,
ambos notables artesanos durante mucho tiempo, estuvieron entre
los artesanos llamados a vigilar los lugares donde vivían. La reorga­
nización en cuestión se originó en las quejas de los ciudadanos ante
conductas arbitrarias de la policía, que obligaron al Concejo a nom­
brar una comisión pata investigar los cargos y, de paso, para exa­
minar las alegaciones de cobros fraudulentos de los impuestos. El
artesano Tiburcio Ruiz, que se haría presidente de la resucitada So­
ciedad Democrática en 1875, fue uno de los hombres designados
para la comisión49.
La presencia de artesanos en el Concejo de la ciudad, de ningu­
na manera garantizó una respuesta adecuada a las necesidades de
la ciudad. Hubo quejas persistentes de que las calles estaban llenas
de basura, del pobre servicio de agua, de los altos impuestos y de los
elevados precios de los alimentos. Los ciudadanos opinaban que los
monopolistas acaparaban periódicamente un artículo particular en el
mercado de la ciudad y subían su precio; llamaban al Concejo no
solamente a detener tales monopolios sino a poner un techo a los
precios. A finales de la década de 1870 las quejas de los ciudadanos
se incrementaron, llevando a la legislatura del Estado de Cundinamarca a una reforma del Concejo que sentó las bases para un más
eficaz gobierno de la ciudad en la década de 188050.
El apoyo político de los artesanos no fue solicitado durante la
elección presidencial de 1869, un giro algo sorprendente de los acon­
tecimientos dada la acalorada competencia por sus votos en los años
anteriores. El bajo perfil de los artesanos era más raro aún dado que
muchos de los mismos actores y fuerzas políticas que habían estado
antes estrechamente asociadas a las movilizaciones del artesanado
estuvieron envueltos en los comicios de 1869. El Liberal Radical
Eustorgio Salgar ganó las elecciones a pesar de la alianza entre los
Mosqueristas y los Conservadores a favor del desterrado General
190
David Sowell
Mosquera. Significativamente, las ligas diseñadas por el Conserva­
dor Carlos Holguín marcaron, ambas, una etapa de cooperación en­
tre los Liberales disidentes y los Conservadores y una continua inca­
pacidad del partido Liberal para sanar sus divisiones.
Las elecciones estatales, que durante los comienzos de la déca­
da de 1870 decidieron a menudo si las fuerzas del Sapo Ramón
Gómez controlarían el gobierno estatal de Cundinamarca, con fre­
cuencia produjeron violentas confrontaciones. Los candidatos Sapistas ganaron las elecciones del Estado en 1870 en medio de am­
plios alegatos de fraude. Las pasiones eran tan intensas que cuando
el Congreso de Cundinamarca fue instalado, numerosas perturba­
ciones echaron a pique sus sesiones, llevando al final a un golpe que
derribó al Gobernador Justo Briceño a favor del anti-sapista Comelio Manrique. Varios artesanos fueron presentados por el editor de
periódico Manuel María Madiedo como candidatos para la conven­
ción constitucional resultante, incluyendo a Manuel de Jesús Barre­
ra, José Leocadio Camacho, Felipe Roa Ramírez y Rafael Tapias, lo
cual indica que las relaciones políticas foijadas en la Sociedad Unión
persistieron por algún tiempo51. Artesanos de todas las convicciones
políticas alabaron el golpe, pero advirtieron contra las amenazas al
orden público que también podrían producir su llamado al servicio
militar52. Alegatos de fraude estropearon la elección de delegados al
Congreso estatal en mayo de 1874, unos comicios que produjeron
amplias confrontaciones53.
Estos incidentes electorales pueden haber sido influenciados por
el aumento de las tensiones entre las dos alas del partido Liberal
(Independientes y Radicales). Antagonismos que deberían llevar en
1885, a su fin al periodo de gobierno Liberal. A pesar de la importan­
te repercusión de la división en las filas Liberales sobre la historia
colombiana, Helen Delpar señala que “ningún autor” ha identificado
“los intereses y principios” sobre los cuales se apoyaban cada una
de las facciones antes de 1882, una cuestión que debería involucrar
la economía política, el regionalismo o el estatus socioeconómico de
los miembros de los dos bandos54. En su momento, cuando los Libe­
rales Independientes ofrecieron apoyar a Núñez como candidato en
la elección presidencial de 1875, plantearon que los Radicales ha­
bían practicado una dominación oligárquica de partido que excluía
otras voces e ignoraba los intereses regionales. (Delpar observa que
los Independientes se opusieron a las medidas anticlericales Radica- j
Artesanos y política en Bogotá
191
les en 1877 lo que facilitaba su alineación eventual con los Conservadores).55 Los Mosqueristas, representando los intereses del Cau­
ca, convinieron con estas críticas y por consiguiente apoyaron la
candidatura de Núñez. Los Radicales escogieron a Aquileo Parra
para postularlo como sucesor de Pérez en la presidencia56.
En Bogotá, los preparativos para las elecciones de agosto de
1875 empezaron temprano e involucraron directamente en la dispu­
ta a los artesanos. El líder artesano José Antonio Saavedra, partida­
rio personal de Parra, ayudó a concertar una reunión de la Sociedad
Democrática el 17 de abril -convertida en una fecha simbólica para
los artesanos. Unas 400 personas, principalmente descritas como
artesanos, se presentaron a la reunión, pero, para consternación de
Saavedra, la mayoría eran partidarios de Núñez. La muchedumbre
saludó calurosamente el mensaje de José María Samper a favor de
Núñez. Partidarios de Parra dieron esa tarde una “serenata” al nuñista Eustorgio Salgar, mientras que los nuñistas abuchearon al Pre­
sidente Pérez57. Grupos partidistas desfilaron al atardecer por las
calles en apoyo de sus candidatos preferidos. La eventualidad de
confrontaciones violentas llevó a “muchos artesanos de la capital” a
convocar a un examen sobre el papel de los artesanos en la campa­
ña y a instarlos a no dejarse desviar por traficantes en política como
Samper. Les recordaron los principios de La Alianza y los instaron a
no convertirse en herramientas de personas que no les servirían a
sus intereses58. El periódico de Manuel María Madiedo secundó ese
llamado, como lo hicieron otros59. La mayoría de incidentes cesaron
a finales de mayo, pero el día de la elección se produjeron confron­
taciones entre votantes, agitadores y la Guardia, en los que por lo
menos cinco personas perdieron la vida (incluyendo a cuatro guar­
dias)60. La violencia llevó a la anulación de los votos de Bogotá. A
escala nacional, ni Parra, ni Núñez, ni el Conservador Bartolomé
Calvo obtuvieron el número requerido de estados; el Congreso es­
cogió así en febrero de 1876 a Parra como el vencedor.
Los Conservadores del Valle de Cauca y de otras regiones vie­
ron la fractura en el partido Liberal como una oportunidad ideal para
resolver algunas de sus diferencias, especialmente aquellas sobre
cuestiones religiosas61. Los Conservadores se sublevaron en el sur
del Cauca en marzo, esperando —en vano—atraer a su lado a los
Independientes. Artesanos Liberales que habían sido enemigos amar­
gos el año anterior, cerraron filas en apoyo del gobierno, una posi-
192
David Sowell
ción que reflejó la conducta de los Liberales en todo el país62. La
reagrupada Sociedad Democrática de Bogotá ofreció sus servicios
en defensa del orden público del país. La Sociedad de Socorros
Mutuos, cuyos miembros del artesanado tendían a ser Conservado­
res, emitieron una circular instando a todos sus miembros a calmar
las pasiones, siempre que fuera posible63. La súplica vino demasiado
tarde, pues una vez más los artesanps fueron reclutados para la
guerra; de los 1.035 hombres que llenaron los 4 batallones de la
milicia y el escuadrón de Bogotá, todos menos 95 eran trabajadores
calificados64.
La derrota de la insurrección Conservadora permitió que las
divisiones entre los Liberales nuevamente ganaran protagonismo. El
Independiente Julián Trujillo había sido seleccionado durante la gue­
rra como candidato de unidad para la presidencia, competencia que
ganó sin oposición. Pero las disputas entre Independientes y Radi­
cales plagaron el gobierno de Trujillo, y las animosidades entre él y el
Congreso, dominado por los Radicales, alcanzaron el climax debido
a un incidente en mayo de 1879 que enfrentó a miembros de la
Sociedad de Juventud Radical con los de la Sociedad Liberal Inde­
pendiente65. La violencia del 6 y 7 de mayo entre prosélitos Inde­
pendientes y Radicales resultó en un cruce de disparos en la Cáma­
ra de Representantes en el que murió por lo menos una persona, y
en una violencia extrema en las calles66.
Tomando en cuenta las agitaciones de mayo, las elecciones pre­
sidenciales de agosto fueron sorprendentemente tranquilas. Núñez
aceptó el apoyo del partido Conservador en su tentativa contra el
candidato Radical, el General Tomás Rengifo. Muchos de los Inde­
pendientes, que habían estado vinculados con los eventos de mayo,
así como los artesanos Conservadores activos en la Sociedad de
Socorros Mutuos, indudablemente trabajaron por el candidato Núñez,
como trabajarían más tarde estrechamente con él durante sus admi­
nistraciones presidenciales. De hecho, la organización de Núñez tuvo
bastante éxito, pues la elección le otorgó una victoria impresionante,
dándole no sólo la presidencia, sino también el control del Congreso,
mientras en Bogotá los Independientes y Conservadores arrebata­
ron a los Radicales por primera vez desde el decenio de 1860 el
control del Concejo municipal. Sólo dos estados permanecían bajo
control de los Radicales cuando Núñez comenzó su gobierno en abril
de 1880.
Artesanos y política en Bogotá
193
Núñez y los Liberales Independientes adoptaron principios eco­
nómicos y políticos que les atrajeron el apoyo del artesanado. La
emergente alianza entre Independientes y Conservadores aparente­
mente ofrecía una alternativa al sistema partidista que había engen­
drado los conflictos y gastado los recursos, el cual había sido critica­
do frecuentemente por los artesanos. En consecuencia, Núñez dis­
frutó entre los artesanos de seguidores que a menudo rompieron con
los límites políticos tradicionales. Más importante, quizás, fue el he­
cho de que Núñez favoreció una reforma innovadora de la orienta­
ción económica del país que incluyó la aplicación de un sistema pro­
teccionista de aranceles para favorecer el desarrollo industrial, la
creación de un banco nacional para proporcionarle crédito a los in­
versores, y el apoyo a los proyectos de trabajos públicos para mejo­
rar la infraestructura de la nación67.
Los artesanos expresaron su apoyo sincero a estas medidas,
sobre todo a la reforma arancelaria. Algunos folletos imploraron a
los diputados apoyar los planes y no escuchar a “los explotadores
del pobre ...que no tienen otro Dios que el oro y únicamente sus
carteras como país.” (Liberales todos, supongo). Un documento sugirió
que la reforma del arancel propuesta, junto con el Banco Nacional y
el aumento del poder del ejecutivo nacional, formaban una “trinidad”
que podría salvar al país. Los firmantes agregaron que “si éstos no
son aprobados, nosotros no sabemos qué tipo de regeneración se
ofrecerá al pueblo colombiano, o qué nos será dado”68. Miguel Samper habló en defensa de los principios del laissez-faire oponiéndose
al arancel propuesto y al Banco Nacional, instando al Congreso a
que no abandonara la ruta económica liberal tomada unos treinta
años antes69. El Congreso aprobó una adición al arancel que elevó
las tarifas básicas en la mayoría de los productos terminados, inclu­
yendo el calzado, la ropa y el mobiliario de madera, y le dio poder
discrecional al presidente para imponer una sobrecarga en artículos
seleccionados70. También aprobó el establecimiento de un Banco
Nacional con monopolio para imprimir y circular billetes, una política
que se volvió el centro de una controversia considerable en los años
siguientes.
¿Por qué Núñez desmontó una política arancelaria en vigor du­
rante tanto tiempo? Ospina Vásquez sugiere que el apoyo político
que la reforma ganaría de los artesanos y otros grupos, interesó al
presidente más que un estricto plan económico71. Bushnell parece
194
David Sowell
estar de acuerdo con esta valoración, pero agrega el deseo de Núñez
de mejorar la seguridad económica de los artesanos y de esta mane­
ra adoptar “la creación de una estable clase media de ciudadanos”72.
Liévano Aguirre sostiene que el nacionalismo económico no defini­
do por un compromiso inflexible hacia el liberalismo librecambista y
una apreciación de las necesidades industriales de Colombia, pro­
pulsaron las reformas73. Si resulta difícil determinar con certeza las
motivaciones del presidente, está claro que el arancel de 1880 favo­
reció por lo menos a los carpinteros y ebanistas, ocupaciones prac­
ticadas por algunos de sus principales partidarios entre los artesa­
nos74. Una apreciación realista de la situación industrial de la capital
(y de la nación) ciertamente habría reconocido los beneficios poten­
ciales de la protección de ocupaciones como la ebanistería, que se
había mostrado competitiva; otras consideraciones habrían subraya­
do las ventajas políticas del movimiento. En todo caso, la orientación
arancelaria de Núñez y su apoyo al Banco Nacional señalaron su
abandono de las ciencias económicas liberales, que había iniciado
unos veinte años antes.
Los artesanos de la capital alabaron el nuevo arancel. Camacho apuntó que:
Si nuestro país... hubiera protegido su industria [antes] estimu­
lando sus oficios, el monstruo de la empleomanía no se habría
alimentado. Las fábricas de cristal, papel y tela se han deteriora­
do en Bogotá porque el espíritu de ‘extranjerismo’ ha prevaleci­
do. Si esta misma antipatía [hacia la industria nacional] hubiera
prevalecido en Francia... sería ahora un país ‘político’ como el
nuestro, pero esclavo de Inglaterra o los Estados Unidos75.
Dos años después, cuando el Radical Francisco Javier Zaldúa
sucedió a Núñez en la presidencia, su Secretario de Finanzas, Mi­
guel Samper, intentó bajar los aranceles a sus niveles anteriores.
Artesanos de todas las filiaciones instaron al Congreso a no cambiar
el arancel existente. Una petición señaló que algunas ocupaciones,
particularmente la carpintería, habían mejorado grandemente bajo la
protección. Los peticionarios añadieron que las industrias secunda­
rias como el abastecimiento de madera también habían mejorado,
demostrando el efecto positivo multiplicador que refutaba la noción
de que la protección favorecía una minoría76. Las dos ramas del
Artesanos y política en Bogotá
195
Congreso no estuvieron de acuerdo en la propuesta de reducir las
tasas, y en consecuencia el arancel de 1880 permaneció. Una pro­
puesta de una naturaleza similar encontró el mismo destino el año
siguiente77.
La pérdida del poder con Núñez obligó a los Radicales a em­
prender los pasos para consolidar su poder y evitar futuras derrotas.
El Coronel Ricardo Vanegas fundó en Bogotá la Sociedad de Salud
Pública el 4 de diciembre de 1881, para ayudar a restablecer el régi­
men Liberal y para combatir las amenazas reaccionarias. A inicios
de 1882, la Sociedad proclamó que tenía 382 miembros, pues se
preparaba para las elecciones municipales de la ciudad. Los Con­
servadores alegaron que la violencia política formaba parte del re­
pertorio táctico de la Sociedad de Salud Pública, una imputación que
parece cierta, sobre todo a la luz de los esfuerzos para asesinar a los
Independientes Daniel Aldana y Ramón Becerra. Después del ata­
que de septiembre contra Aldana, la oposición pública al uso de la
violencia por parte del grupo causó el distanciamiento de la adminis­
tración Zaldúa con la Sociedad. En diciembre no se mostró activa,
pero se reavivó momentáneamente para la elección presidencial de
1883 en la que Núñez, con el apoyo de los Conservadores, se en­
frentó al Liberal Solón Wilches78.
Los líderes Liberales Radicales temieron perder su control del
proceso político si semejante unión devenía permanente. Muchos se
prepararon para rebelarse. El fracaso de la quina como producto de
exportación y los declinantes precios del café elevaron las tensiones
políticas79. Cuando los Radicales lanzaron la insurrección, en 1885,
suponían que la crisis económica produciría el descontento popular.
Las autoridades federales estuvieron hasta diciembre dubitativas en
suprimir la propagada inquietud, pero ese mes Núñez nombró al
General Conservador Leonardo Canal para que reuniera una fuerza
de reserva que complementara la Guardia Colombiana. Liberales de
otras regiones del país se unieron entonces a la rebelión, pero en
agosto de 1886 Independientes y Conservadores resultaron victorio­
sos en el campo de batalla. Ahora, por fin, estaba dispuesto el esce­
nario para una reestructuración del gobierno bajo la rúbrica de la
Regeneración.
196
David Sowell
La Regeneración
La construcción del orden constitucional colombiano ha res­
pondido siempre a momentos de crisis. La disputa partidista y la
inestabilidad económica precedieron las Constituciones de 1843,1863,
1886 y 1991. El conflicto armado entre bandos partidistas precedió
directamente todas las Constituciones menos la de 1853 y 1858, aun­
que la revuelta Conservadora de 1851 y el golpe de Meló de 1854
facilitaron la materialización de estos documentos. La crisis política
y económica doméstica de la década de 1880 estimuló los inicios de
la construcción del Estado de la Regeneración, pero los fracasos del
régimen Liberal de 1863-85 dictaron su forma. El federalismo y los
periodos presidenciales bianuales habían engendrado conflictos par­
tidistas casi constantes. La devoción casi religiosa al liberalismo del
laissez-faire y la fe en la agricultura de exportación también habían
sido infundadas, puesto que las fuerzas del mercado sometieron gran
parte de la economía colombiana a un debilitador ciclo de bonanzacrisis. La incapacidad del Estado federal para generar proyectos
importantes de desarrollo, como los ferrocarriles para el transporte
de café, restringió además las condiciones para el crecimiento eco­
nómico. Estas debilidades habían sido fuente de crítica desde 1863,
por lo que los cambios de la Regeneración “representaron la culmi­
nación de una tendencia en vías de desarrollo en lugar de una prác­
tica abrupta”80.
Núñez y Miguel Antonio Caro fueron los arquitectos intelectua­
les de la Constitución de 1886 que barrió la mayoría de los principios
económicos, políticos y sociales del liberalismo del medio siglo que
habían configurado la anterior Constitución. Caro, que se volvió el
protagonista de la Regeneración, llegó al gobierno como uno de los
intelectuales más dotados de su época. El líder bogotano, la antítesis
misma de un pensador liberal, defendió apasionadamente las tradi­
ciones hispánicas en América, creyendo que la centralización de la
autoridad y los preceptos católicos formaban la base ideal de la so­
ciedad81. Caro apoyó el Banco Nacional porque podía oponerse a
las empresas motivadas por intereses individuales y de lucro. En su
momento, acrecentó las emisiones de papel moneda, creyendo que
un sistema monetario elástico era decisivo para promover la expan­
sión económica y más favorable a los sectores populares del país
que la divisa de oro, que según él favorecía sólo a los ricos82. Núñe/Z
Artesanos y política en Bogotá
197
apoyó muchas de estas políticas, aunque quizás desde una perspec­
tiva más pragmática que filosófica83. Por ejemplo, Núñez creyó que
el catolicismo era necesario para mantener el orden social en el país,
aunque su propia adhesión a esa ideología ha sido cuestionada84.
La Regeneración transformó las estructuras políticas y econó­
micas, creando un orden constitucional que demostró ser uno de los
más estables de América Latina85. La Constitución de 1886 devol­
vió a Colombia un Estado centralizado fuerte, estableciendo un go­
bierno que reemplazó los Estados soberanos por Departamentos su­
bordinados. Bajo el nuevo régimen, el presidente tenía un fuerte con­
trol sobre las autoridades departamentales y extensos poderes para
ser usados en caso de emergencias internas. El Consejo de Delega­
tarios que discutió el documento acordó un periodo presidencial de
seis años, un honor concedido en primer lugar a Núñez. Un ejército
nacional fue creado, a la vez que se proscribieron los ejércitos regio­
nales. Se restringieron las libertades civiles, como el derecho a po­
seer armas y la libertad absoluta de la prensa. Se elevaron un poco
los requisitos del sufragio y se endurecieron sustancialmente los an­
teriores requisitos para fijar oficina pública. Siguiendo políticas co­
menzadas por Núñez, el rol económico del gobierno central fue re­
forzado, incluyendo el derecho exclusivo para imprimir el papel mo­
neda. La política ecopómica del Estado permaneció fuertemente
orientada hacia las exportaciones, aunque también fueron apoyadas
medidas favorables al desarrollo industrial86. El catolicismo romano
se volvió la religión estatal oficial y, aunque se concedió la tolerancia
a todas las sectas cristianas, los mandatos de la iglesia gobernaron la
educación pública. La iglesia fue así restaurada como el agente de
cohesión social que había sido antes del periodo de reformas libera­
les. Y, aunque no era parte de la Constitución, un concordato con el
Vaticano, firmado a comienzos de diciembre de 1887, reflejó la orien­
tación Conservadora de la nueva Constitución87.
La alianza de Independientes y Conservadores fue reemplaza­
da por el partido Nacional, el cual dominó el gobierno nacional hasta
la Guerra de los Mil Días, aunque no sin oposición. José María Samper y el futuro presidente Rafael Reyes vieron al partido Nacional
como la esperanza de que el país pudiera librarse de los perversos
conflictos partidistas88. De hecho, esa ambición utópica sólo se rea­
lizó cuando Núñez estuvo en Bogotá y al mando directo del gobier­
no, algo que no ocurrió después de agosto de 1888. Los Conserva-
198
David Sowell
dores de la región montañosa, sobre todo Caro, salieron ganadores
con la ausencia de Núñez; el poder de los Liberales Independientes
dentro del partido Nacional se vio corroído progresivamente desde
los primeros días de la nueva Constitución.
José Leocadio Camacho alabó el carácter bipartito del gobier­
no de Núñez. Dado el prolongado discurso de Camacho a favor de
la reducción del conflicto partidista, esa actitud era entendible, pero
el gobierno también emprendió iniciativas sustantivas a favor de los
artesanos. Entre ellas, el apoyo al Taller Modelo, la reforma del aran­
cel y la creación del Instituto de Artesanos, decretado por el presi­
dente en febrero de 1886. El Instituto tenía como objetivo funda­
mental la educación de los artesanos y sus hijos, y estuvo enseñando
a unos 500 estudiantes a finales de 1886. El gobierno permitió a la
iglesia determinar qué plan de estudios sería utilizado. Aunque fue
un éxito obvio en cuanto permitía que los estudiantes fueran influen­
ciados por los valores que la iglesia juzgaba adecuados, hizo poco
para aumentar el conocimiento industrial largamente buscado por
los líderes artesanos89.
Núñez obviamente había ganado mucho apoyo de los artesanos
por su anterior auspicio de aranceles proteccionistas. Estas lealta­
des se mantuvieron en el periodo posterior a 1886. Los carpinteros
habían trabajado especialmente bien bajo el arancel de 1880, y en
1887 los principales practicantes de ese oficio alabaron la adminis­
tración por su apoyo a las industrias nacionales90. Algunos observa­
dores seguramente pensaron que la protección generaba una pobre
calidad, particularmente en el oficio de la carpintería: un comentaris­
ta dijo en 1886 que la calidad del mobiliario de madera había dismi­
nuido mientras que los precios habían aumentado con la elevación
de los aranceles91. Rafael Tapias, un carpintero cuya defensa públi­
ca de los intereses del artesanado databa de la década de 1860,
refutó el cargo, declarando que los consumidores eran por lo menos
en parte responsables de la pobre calidad del trabajo porque ellos
frecuentaban a los artesanos menos experimentados en busca de
reducir los precios y se negaban a pagar por la calidad. Tapias agre­
gó que los dueños tenían que enfrentar los crecientes costos de los
materiales y de la subsistencia92. Félix Valois Madero, un carpintero
que jugaría un papel político significativo en la década de 1890, ex­
presó también muchas de las mismas justificaciones93. Esta polémi­
ca sirvió como estímulo organizativo a los carpinteros de la capital^
Artesanos y política en Bogotá
199
que formaron el Gremio de Carpinteros y Ebanistas el 24 de enero
de 1887. Valois Madero ofició como presidente del gremio, que as­
cendió aproximadamente a 150 miembros, muchos de los cuales
habían estado activos en la escena política de Bogotá desde la déca­
da de 186094.
Muchos objetivos anteriores, el más notable de ellos el Taller
Modelo, fueron finalmente alcanzados en la década de 1890, aunque
no necesariamente debido a la presión del artesanado. Las medidas
iniciadas por Núñez en 1881 para capacitar algunos artesanos en el
extranjero maduraron en 1890 cuando JuanNepomuceno Rodríguez,
un mecánico que había adquirido conocimientos sobre fundición en
Europa, fue nombrado como director del Taller Modelo. Localizado
en la Plaza de Nariño, el Taller estuvo en funcionamiento en 1892,
aunque no se consolidó sino hasta 1896. Rodríguez instruyó a los
artesanos en algunas técnicas de fundición e indudablemente hizo
una contribución positiva a la expansión industrial de la capital en
esos años95.
Durante el mismo periodo fueron emprendidas otras dos inicia­
tivas para enseñar las artes industriales en la capital. El Instituto
Nacional de Artesanos fue reorganizado en 1893 poniendo más én­
fasis en las artes prácticas, aunque sin abandonar totalmente la ca­
pacitación teórica. En diciembre del año siguiente, el Instituto había
graduado casi 80 estudiantes96. Los artesanos parecen haber estado
generalmente satisfechos con el Instituto, pero no opinaban lo mis­
mo de la educación ofrecida por los padres salesianos después de su
llegada a Bogotá en 1890. A finales de ese año había sido fundado el
Instituto Salesiano para ofrecer cursos en carpintería, tejeduría y
zapatería a jóvenes de clase baja. El Instituto Salesiano fue inmedia­
tamente acusado de “robar” los trabajos de los artesanos adultos y
de socavar los métodos “apropiados” de aprendizaje. Una de las
consignas al parecer escuchadas en el motín de 1893 fue “Abajo los
salesianos”, y similares actitudes se expresaron a lo largo de la dé­
cada. Valois Madero criticó el Instituto, lo cual llevó a Miguel Samper a salir en su defensa, en un debate que recordó al de Camacho
y Samper en la década de 186097. (La defensa de Samper del pro­
grama social Conservador del Instituto es notable, a la luz de su
devoción al liberalismo económico).
Cuando la década de 1880 llegaba a su fin, se hizo claro que las
presiones socioeconómicas eran generalmente una preocupación más
200
David Sowell
inmediata para los artesanos y las clases bajas que los problemas
políticos. La prosperidad había seguido al fin de la rebelión de 1885
y al aumento en los precios del café en el mercado mundial, pero a
comienzos de 1889 las quejas por la elevación de los precios de los
alimentos fueron comunes. La mayoría de las fuentes culpó a las
revendedoras, las cuales habían obtenido un monopolio de los ali­
mentos en el mercado y luego cobraban precios exorbitantes. El
indignado clamor público obligó al alcalde a realizar acciones para
limitar las prácticas especulativas, y en junio la mayoría de los pre­
cios habrían regresado a la normalidad. Sin embargo, los precios
subieron de nuevo como un cohete en la segunda mitad de 1890,
probablemente debido más a la inflación causada por las políticas
monetarias de la Regeneración que a la monopolización de las re­
vendedoras. Cualquiera fuera la causa, los altos precios de los ali­
mentos, así como los alquileres exorbitantes, amenazaron seriamen­
te a las clases bajas de Bogotá en el periodo 1889-9298.
Proyectos de vivienda patrocinados por el Estado fueron un
remedio propuesto a la creciente presión sobre los pobres y las cla­
ses trabajadoras. Camacho había sugerido medidas semejantes en
1889, una posición secundada a comienzos de 1892 por el pro go­
biernista El Orden. El periódico recomendó que el gobierno em­
prendiera la construcción de viviendas para obreros en Bogotá y
otras ciudades mayores. El plan estipulaba que los destinatarios de
las viviendas debían ser practicantes de un oficio que pudieran com­
prar el inmueble a una tasa baja de reembolso". El Congreso discu­
tió esa legislación después de unos meses, sólo para ganarse las
críticas de los adherentes a la escuela del laissez-faire que procla­
maron sarcásticamente que el apoyo del Estado a la vivienda debía
estar disponible para todos los sectores sociales necesitados, no sólo
para los obreros. Es más, argumentaron, bajar los precios de la vi­
vienda en Bogotá sólo serviría para atraer más trabajadores migra­
torios a la ciudad, empeorando así el hacinamiento y los problemas
sanitarios100. Al final, el Congreso no tomó ninguna decisión, y sólo
quince años después el gobierno se hizo activo patrocinador de tales
proyectos.
La elección presidencial de 1891 destruyó cualquier resto de
unidad del partido Nacional y puso en movimiento los eventos que
llevaron a la última guerra civil decimonónica en Colombia. Núñez
permitió anunciar que serviría como candidato a presidente titular/
Artesanos y política en Bogotá
201
para el periodo 1892-98 permaneciendo en Cartagena; el vicepresi­
dente continuaría siendo la cabeza de facto del país. El esperaba
que el partido se uniría tras un solo candidato, pero Marceliano Vê­
lez y Caro contendieron abiertamente por la posición. Vélez, un antioqueño que se opuso a las políticas fiscales de la Regeneración y a
la reducción de la autonomía política de su Departamento, se volve­
ría el estandarte de los Conservadores Históricos, los cuales se
enfrentaron a los Nacionalistas dirigidos por Caro. Núñez guardó
silencio hasta septiembre de 1891, cuando declaró a Caro su com­
pañero de lista. Vélez entonces echó cerrojo al partido y marchó
como candidato presidencial disidente, con José Joaquín Ortiz como
candidato a la vicepresidencia. Los Liberales o depositaron sus
votos contra Caro o continuaron su política de abstención electo­
ral. El único indicio visible de las preferencias del artesanado en
Bogotá fue el predecible apoyo de El Taller a Núñez y Caro101.
De las cerca de 5.000 papeletas de voto legales depositadas en la
capital, 3.357 fueron para los Nacionalistas; el resto favoreció a
Vélez102. En toda la nación, la votación dio una victoria fácil a los
Nacionalistas.
La división del partido Nacional, indudablemente alegró a los
Liberales, por razones tanto partidistas pragmáticas como ideológi­
cas. Diversas formas de represión política de las autoridades de la
Regeneración habían impedido a ese partido recuperar sus pérdidas
después de la rebelión de 1885. Una ley de prensa prohibiendo las
declaraciones calumniosas demostró ser bastante eficaz para impo­
ner silencio a los antagonistas al régimen y la llamada Ley de los
Caballos refrenó los denominados “crímenes políticos”. Los Libera­
les presentaron candidatos propios durante las elecciones al Con­
greso de mayo de 1892103. En mayo de 1893 el jefe Liberal Santiago
Pérez lanzó un programa que señalaba sus esperanzas para el futu­
ro funcionamiento del partido. El retomo al laissez-faire económico
y a las políticas económicas liberales, junto con el fin de la represión
política, dominaban la agenda Liberal. Los Conservadores históricos
emitieron un documento similar poco después de esto. La adminis­
tración de Caro dio al principio libertad a los Liberales para que
continuaran su reorganización política, pero en agosto de 1893, en
medio de temores de una conspiración bipartidista y de los efectos
prolongados del motín de enero, los Liberales fueron arrestados a lo
202
David Sowell
largo del país, sus periódicos cerrados y la tesorería del partido con­
fiscada.
La renovada represión de Caro sacó a la luz las divisiones den­
tro del partido Liberal. Ya en 1892 los Liberales guerreristas, cuyas
filas eventualmente incluían a Eustacio de la Torre Narvaez, Rafael
Uribe Uribe y Benjamín Herrera, habían favorecido una política más
militante. Santiago Pérez, el principal Liberal pacifista, apoyado por
Salvador Camacho Roldán, Aquileo Parra y Nicolás Esguerra, la
supuesta jefatura del partido, sin embargo, refrenaron brevemente a
los militantes104. Los Liberales militantes respondieron a la repre­
sión (y al destierro de Pérez) preparando la sublevación contra el
gobierno. Las divisiones dentro del partido, sin embargo, condujeron
a que la revuelta, que empezó en enero de 1895 en Cundinamarca y
continuó en Santander, fuera sofocada con facilidad por el gobier­
no105. Numerosos artesanos fueron arrestados en Bogotá en los días
iniciales de la rebelión, aunque hay poca evidencia para indicar un
amplio apoyo a la insurrección entre esa clase106.
Ambos partidos estaban desesperadamente divididos cuando se
acercaba la elección presidencial de 1897107. Un marcado declive
del precio del café en el mercado mundial exacerbó la situación y
debilitó la capacidad del régimen de Caro para sostenerse. De he­
cho, el partido Nacional, cuya fuerza había estado centrada en la
burocracia y en el ejército del Estado Regenerador así como en la
prosperidad económica del país, había perdido considerable poder.
Caro era el candidato Nacionalista preferido, aunque la constitucionalidad de su candidatura era cuestionable. Al final, un extraño pro­
ceso de nominación dio a Manuel A. Sanclemente, de 83 años, y a
José Manuel Marroquín, la cabeza de la lista Nacionalista. Guiller­
mo Quintero Calderón y Marceliano Vélez conformaron la lista Con­
servadora Histórica; y Miguel Samper y Foción Soto fueron los can­
didatos Liberales.
La elección de 1897 representó un momento crucial para los
Liberales. Mientras que los militantes no habían ganado amplio apo­
yo en su revuelta de 1895, la participación política legal aconsejada
por los moderados tampoco se había demostrado fructífera. Parte
del esfuerzo de los moderados en la preparación de la elección pre­
sidencial, que fue diseñada por Aquileo Parra, había consistido en
incorporar a los principales artesanos en el cuerpo administrativo
departamental del partido. El tipógrafo Alejandro Torres Amaya, el
Artesanos ypolítica en Bogotá
203
fabricante de chocolate Enrique Cháves B., al igual que Pompilio
Beltrán, uno de los jóvenes enviados a Europa para instruirse en un
oficio, fueron vinculados de esta manera a los asuntos del partido y
fueron electores Liberales en la elección de 1897.108 Probablemente
ellos ayudaron a organizar en diciembre de 1897 la manifestación a
favor de Parra delante de su casa de Chapinero que atrajo un esti­
mado de 6.000 personas109. Ellos estuvieron ciertamente activos en
las organizaciones de artesanos Liberales en los meses posteriores
a las elecciones. Los electores Liberales obtuvieron la mayoría de
votos en la capital, dejando atrás fácilmente a las listas Nacionalista
y Conservadora110. En el país en general, sin embargo, el control
Nacionalista de la maquinaria política produjo su retomo al gobierno.
En el partido Liberal la elección mostró entre los moderados la ele­
vación de sus esperanzas para el futuro, pero entre los militantes
afianzó su resolución de sacar a los Nacionalistas del gobierno por la
fuerza de las armas.
Mientras que dirigentes del partido Liberal preparaban la gue­
rra, los artesanos Liberales fundaron el Club Industrial Colombiano
en diciembre de 1898, uniendo a los individuos de convicciones “de­
mocráticas y republicanas”111. Algunos comentaristas identificaron
este gmpo como perteneciente al bando del Liberal militante Rafael
Uribe Uribe, una alineación que, si hubiera sido cierta, podría indicar
que su función era movilizar el apoyo de los artesanos para el próxi­
mo conflicto. Indicaciones suplementarias del despliegue de prepa­
rativos podían verse en la instalación de clubes similares en las ciu­
dades de Sogamoso, Popayán y Barranquilla112.
En los meses que siguieron al reemplazo de Caro por Sanclemente en la presidencia, el gobierno de la Regeneración sufrió reve­
ses suplementarios y el empeoramiento de la crisis económica. La
Guerra de los Mil Días, o la Guerra de los Tres Años como muchos
la llamaron en su momento, empezó en octubre de 1899 y duró hasta
noviembre de 1902. Aunque los Liberales intentaron una estrategia
corriente que oponía fuerzas regulares de su lado contra fuerzas
regulares del otro, la lucha degeneró pronto en guerra de guerrillas.
Los Liberales planearon que su ejército en el Departamento de San­
tander, abastecido a través de Venezuela, defendería esa región del
ataque Conservador, mientras grupos de guerrillas en otras regiones
animarían la marea de opinión popular para cambiar el gobierno. En
la primera semana de lucha las fuerzas navales Conservadoras des-
204
David Sowell
barataron el esfuerzo Liberal de tomar el control del Río Magdalena
y propinaron una derrota humillante al ejército Liberal en la viciosa
batalla de Palonegro, cerca de Bucaramanga, en mayo de 1900.
Después de esto, “la guerra de caballeros” dio paso a un conflicto
amargo, indeciso, entre pequeñas bandas de guerrillas Liberales y
fuerzas del gobierno que eran ayudadas por sus propias guerrillas.
El forcejeo más sostenido ocurrió en el Huila actual (entonces sec­
ción del Tolima) y en Cundinamarca, Cauca y Santander, aunque
muy pocas zonas del país escaparon al conflicto. La guerra no aca­
bó hasta que los jefes Liberales firmaron en 1902 los tratados de
Neerlandia, Wisconsin y Chinácota113.
Discordancias sustanciales rodean la interpretación de los orí­
genes de la guerra y su relación con la economía política de la Rege­
neración. Fue una “típica” guerra civil decimonónica? ¿O el conflic­
to tuvo más en común con La Violencia del siglo XX? ¿Existió rela­
ción entre la política monetaria de la Regeneración, el desarrollo de
la economía cafetera, y la guerra, o, dicho más bruscamente, con­
tendieron las ideologías de la economía política proveyendo el cata­
lizador a la guerra? Charles Bergquist y Marco Palacios (entre otros)
plantean que los Regeneradores, sobre todo Caro, pusieron en prác­
tica una economía política que comerciantes y plantadores juzgaron
perjudicial tanto para la salud de la emergente industria del café
como para la economía de la nación. La oposición al papel moneda
en general, y a las grandes emisiones de comienzos de la década de
1890 en particular, generó una enorme controversia pública que sus­
tentó, según Bergquist, una frágil alianza entre los Liberales y los
Conservadores Históricos, en gran medida debido a su relación con
la economía cafetera. El asunto difícil del problema, entonces y aho­
ra, era si las emisiones de papel moneda estimularon o minaron la
expansión del café. Si el papel moneda perjudicó a los exportadores
de café, la primacía del enfrentamiento entre nociones opuestas de
economía política como explicación de la guerra debe ser considera­
da. Si, por otro lado, las políticas fiscales de la Regeneración no
desestabilizaron la economía del café, eso implicaría quizás que la
guerra fue semejante a los conflictos anteriores.
Estas preguntas no se resuelven fácilmente. Adolfo Meisel y
Alejandro López, en un resumen del debate sobre el papel moneda,
concluyeron que la puesta en marcha del papel moneda, junto con
tendencias inflacionarias extemas, estimularon la inflación domésti-
Artesanos y política en Bogotá
205
ca y exacerbaron el déficit financiero de la nación. El costo de vida
se elevó dramáticamente en Bogotá en ese momento, alimentando
las quejas de los artesanos y otros sectores. El precio del café en
Inglaterra y Estados Unidos subió firmemente después de 1887, lle­
gando a su máximo en 1895. El precio real ajustado del café en este
año, descontando los efectos inflacionarios, estuvo cercano a su punto
más alto en quince años. El declive en el desempeño económico de
la nación después de 1896 y la reducción subsecuente de la base
fiscal del gobierno, según Meisel y López, se debieron más al de­
rrumbamiento súbito de los precios del café que a la deflación del
peso debido a las emisiones de papel moneda, como piensan los
críticos del papel moneda.114 Las desfavorables condiciones econó­
micas minaron al gobierno nacional, haciéndolo vulnerable a la dis­
puta partidista, como había pasado a finales de los años 1850, y a
mediados de las décadas de 1870 y de 1880.
A pesar de los convincentes paralelos entre la plataforma de
los Conservadores Históricos y la de los Liberales en la elección
presidencial de 1897, ninguna alianza entre los dos bandos pudo for­
jarse sobre la base de la ideología económica. Los Conservadores
Históricos y Nacionalistas se aliaron -aunque con tensiones realespara combatir a los Liberales. Gonzalo Sánchez identifica el conflic­
to como una guerra civil partidista que compensó “las rivalidades
internas de la clase gobernante”115. Otro tanto hace Carlos Eduardo
Jaramillo, aunque él ofrece sugestiva evidencia sobre la incapacidad
de los líderes partidistas para mantener controladas las tensiones
sociales durante el largo conflicto116. Finalmente, Malcolm Deas afir­
ma que pocas similitudes unen ese conflicto a la Violencia del siglo
XX. En cambio, tiene mucho en común con los conflictos partidistas
dirigidos por las elites en correlación con la tensión económica típica
del siglo XIX117.
Cualquier estudioso podría concluir que la guerra demostró ser
el más debilitador de los conflictos del siglo. Las varias sociedades
políticas y de ayuda mutua en que los artesanos bogotanos habían
participado parecen no haber sido físicamente atraídas a la lucha,
aunque ellas padecieron su ruina junto con el resto de la nación.
Pese a que la guerra se disputó principalmente en las áreas rurales,
los habitantes urbanos padecieron la reducción de los suministros de
comida, la severa inflación de los precios, el estancamiento de las
condiciones económicas, y la susceptibilidad de ser enganchados
206
David Sowell
como soldados. La situación económica no mejoró notablemente con
el fin de la guerra en 1902. A lo largo de ese año y el siguiente,
grupos públicos y religiosos instalaron cocinas de caridad para ocu­
parse de la continua carencia de alimentos y de la falta de dinero
para comprar aquellos que estaban disponibles a altos precios118. En
septiembre de 1903, un grupo de industriales, artesanos y obreros
argumentaron en una petición a la Cámara que la depreciación del
peso, combinada con los elevados impuestos, habían hecho sus vi­
das miserables. La petición razonó que el Congreso podía mejorar la
situación rebajando los impuestos al consumo que, argumentaron,
reducían más su ya bajo nivel de vida119.
La devastación de la guerra convenció a muchos líderes de que
había llegado el momento de resolver las diferencias partidistas de
manera distinta a guerrear. La separación de Panamá en 1903 con
la ayuda de Estados Unidos chocó a Colombia y la preparó para un
cambio político fundamental. En todo caso, cuando la guerra acabó,
el movimiento obrero de la capital entró en una nueva fase, que
sirvió como transición entre las movilizaciones de los artesanos del
siglo XIX y la actividad por parte de los obreros asalariados del siglo
XX.
Notas
L El Liberal, Septiembre 27, 1869.
2 La Sociedad intentó establecer un “depósito de artículos nacionales” que sir­
viera como cooperativa, de manera que un cliente pudiera comprar un producto
terminado en lugar de tener que encargar su producción. Ver Diario de Cundinamarca, Abril 6, Diciembre 13, 1871.
3 Helen Delpar, “The Liberal Record and Colombian Historiography: An Indict­
ment in Need of Revision”, Revista Interamericana de Bibliografía, 31:4 (1981),
528-30. Para los antecedentes de las políticas bancarias de Núñez, ver Richard
Preston Hyland, “The Secularization of Credit in the Cauca Valley, Colombia”,
Ph.D. Dissertation, University of California, Berkeley, 1979, 207-8.
4· La Ilustración, Febrero 26, Marzo 25, 1870.
5 Diario de Cundinamarca, Abril 8, 1870; La Ilustración, Julio 27, 1870.
6 Diario de Cundinamarca, Junio 21, 1871.
7· El Bien Público, Junio 31,1871. Posteriormente, ese mismo año una silla hecha
por Genaro Martín que había ganado un premio en la exhibición fue presentada a
Robert Bunch de la Legación Británica en reconocimiento del apoyo británico a ,
Artesanos y política en Bogotá
207
Colombia durante su guerra de independencia. Ver El Bien Público, Octubre 13,
1871.
8· El Bien Público, Enero 17, 1874; El Tradicionista, Abril 2,1872; La América,
Noviembre 16, 1872.
9· La América, Marzo 15, 1872.
10- Diario de Cundinamarca, Enero 5, 1875.
11 Simón Sanmiguel, Fulgencio Roa, Ignacio López y Benjamín Amezquita fue­
ron los otros.
12· Frank SafFord, The Ideal o f the Practical: Colombia’s Struggle to Form a
Technical Elite (Austin: University of Texas Press, 1976), 206; El Progreso, Mar­
zo 11, 1897; Diario de Cundinamarca, Octubre 12, 1881. Los jóvenes selecciona­
dos fueron Pompilio Beltrán (mecánica), Juan Nepomuceno Rodríguez (moldea­
do), Benjamín Herrera (tomo y construcción) y Zoilo Cuéllar (fundición).
13· Diario Oficial, Abril 19, 1872; Diario de Cundinamarca, Abril 22, 23, 1872.
14· Helen Delpar, Red Against Blue: The Liberal Party in Colombian Politics,
1863-1899 (University: University of Alabama Press, 1981), 112-14; Ospina
Vásquez, Industria y protección, 268-70.
15· El Tradicionista, Abril 23, 1872; El Bien Público, Abril 23, 1872.
16· Diario de Cundinamarca, Mayo 2, 1872.
17· Gerald Michael Greenfield y Seldon L. Maram, eds., Latin American Labor
Organizations (Westport, CT: Greenwood Press, 1987), xi.
18· Charles W. Bergquist, Labor in Latin America: Comparative Essays on Chile,
Argentina, Venezuela, and Colombia (Stanford, CA: Stanford University Press,
1986), 54, 105-8.
19· Julio Godio, El movimiento obrero de América Latina 1850-1918 (Bogotá:
Ediciones Tercer Mundo, 1978), 19-49.
20· Hobart Spalding, Jr., Organized Labor in Latin America: Historical Case
Studies o f Workers in Dependent Societies (New York: Harper &. Row, 1977), 1517.
21· La literatura característica incluye: Reynaldo Sordo Cedeño, “Las sociedades
de socorros mutuos, 1867-1880”, Historia Mexicana, Vol. 129, 33:1 (1983), 7296; José Woldenberg K., “Asociaciones artesanas del siglo XIX (Sociedad Soco­
rros Mutuos de Impresores, 1874-1875)”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas
y Sociales, 83 (1976), 71-112; Juan Felipe Leal y José Woldenberg, “Orígenes y
desarrollo del artesanado y del proletariado industrial en México: 1867-1914”,
Revista Mexicana de Ciencia Política, N° 81 (1975), 131-34; Samuel Baily, “Las
sociedades de ayuda mutua y el desarrollo de una comunidad italiana en Buenos
Aires, 1858-1918”, Desarrollo Económico, 21:84 (Enero-Marzo 1982), 485-514.
22· Peter Blanchard, The Origins o f The Peruvian Labor Movement 1883-1919
(Pittsburgh: The University of Pittsburgh Press, 1982), 16.
23· John M. Hart, Anarchism and the Mexican Working Class, 1860-1931 (Aus­
tin: University of Texas Press, 1987), 30-31, passim; Sordo Cedeño, “Las socieda­
des de socorros mutuos”, 94.
24· Sordo Cedeño, “Las sociedades de socorros mutuos”, 77.
25· Rodney Anderson, “Mexico”, en Latin American Labor Organizations, ed.
por Gerald Michael Greenfield y Seldon L. Maram (Westport, CT: Greenwood
Press, 1987), 516. Sordo Cedeño, “Las sociedades de socorros mutuos”, 93-94,
208
David Sowell
sugiere que las sociedades de ayuda mutua sirvieron como uno de los principales
mecanismos de supervivencia de los artesanos, que continuaron siendo un segmen­
to importante de la fuerza obrera de Ciudad de México. Ver también Alan Middleton, “División and Cohesión in the Working Class: Artisans and Wage Labourers in
Ecuador”, JLAS, 14:1 (Mayo 1982), 171-94.
26· Diario de Cundinamarca, Agosto 5, 1872; Melitón Angulo Heredia, Informe
del secretario de la Sociedad de Socorros Mutuos (Bogotá: s.e., Febrero 6, 1873).
Los datos de los miembros son tomados de El Tradicionista, Septiembre 8, 1874.
27· Ver, por ejemplo, Conferencias leídas erí la ‘Sociedad de Socorros Mutuos ’
(Bogotá: Imprenta de “La Luz”, 1888); La Nación, Septiembre 10,1886; El Heral­
do, Junio 18, 1892; La Crónica, Agosto 11, 1898.
28· La América, Mayo 28, 1873, p. 1.
29· Las Noticias, Enero 22, 1889; El Telegrama, Enero 22, 1889. Para una lista
parcial de los miembros, ver El Telegrama, Julio 13, 16, 1889.
30· El Taller, Julio 2,1891; El Heraldo, Abril 9,1890; La Patria, Agosto 3,1894;
El Republicano, Marzo 10, 1896.
31· La Crónica, Septiembre 20, Octubre 1, 5, 14, 1899.
32 Para una historia culinaria que enfatiza la introducción de hábitos dietéticos no
colombianos a Bogotá ver Aída Martínez Carrefio, Mesa y cocina en el siglo X IX
(Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1985).
33 José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santa Fe de Bogotá, 9 vols.
(Bogotá: Imprenta de La Cruz, 1910), III, 141-44.
34· “Guerra y muerte a los que nos hambrean”. La América, Enero 27,1875, p. 1.
Estos estudiantes probablemente se identificaban como “La liga de Astrea”, una
oscura organización que esparció volantes intentando incitar las clases populares a
la acción política radical. Luego del motín varios volantes proclamando representar
a los artesanos de la ciudad evocaron la Comuna francesa como inspiración del
levantamiento. Ver La América, Enero 27 29,1875.
35· La América, Enero 26,27,29,30,1875; La Ilustración, Enero 25,26,1875; El
Tradicionista, Enero 26, 29, 1875; Eugenio Gutiérrez Cely, “Nuevo movimiento
popular contra el laissez-faire: Bogotá, 1875”, Universitas Humanística 11:17
(Marzo 1982), 179-83.
36· La América, Enero 27, 1875.
37 Los altos precios de los alimentos a finales de la década de 1880 crearon
similares demandas de control gubernamental de los precios. Ver, por ejemplo, El
Taller, Enero 17, 1889; El Telegrama, Febrero 13, 1889; Las Noticias, Marzo 15,
1889; E. P. Thompson, “The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century”, Past and Present, N° 50 (1971), 76-136.
38· La Ilustración, Enero 26, 1875, p. 1.
39 David Sowell, “The 1893 Bogotazo: Artisans and Public Violence in LateNineteenth Century Bogotá”, JLAS, 21:2 (Mayo 1989), 271-72; La América,
Enero 27,30, 1875.
40 Darío Bustamante Roldán, “Efectos económicos del papel moneda durante la
regeneración”, Cuadernos Colombianos, 1:4 (1974), 561-660.
41 El Taller, Enero 17, Junio 1, 1889; La Unión, Junio 7, 1881; Las Noticias,
Marzo 5, 1889; El Correo Nacional, Septiembre 9, 1890; El Amigo del Pueblo,
Agosto 3, 1889; La Capital, Octubre 10, 1890; El Heraldo, Septiembre 10, 1890;
El Telegrama, Febrero 13, 1889; Diario de Cundinamarca, Agosto 3, 1889.
,
Artesanos y política en Bogotá
209
42· Colombia Cristiana, Diciembre 14,21, 28, 1892; Enero 4, 1893.
43 AHN, República, Policía Nacional, Tomo 2, ff. 422-521r, Tomo 3, f. 409,62526; Diario Oficial, Febrero 2, 3, 1893; El Correo Nacional, Febrero 1,1893; El
Orden, Marzo 4, 1893.
44 Oscar de J. Saldarriaga Vélez, “Bogotá, la Regeneración y la policía 18801900”, Revista Universidad de Antioquia, 37:211 (Enero-Marzo 1988), 37-55;
Alvaro Castaño Castillo, La policía, su origen y su destino (Bogotá: Lit. y Edit.
“Cahur”, 1947), VIII, 12-18; Robert D. Storch, “The Plague of Blue Locusts:
Pólice Reform and Popular Resistance in Northern England, 1840-57”, Internatio­
nal Review o f Social History (1975), 61-90.
45 AHN, República, Gobernaciones varios, Tomo 28, ff. 954-55.
46· El Artesano, Abril 8, 15, Junio 2, 17, 1893.
47 Entre los arrestados estaban Genaro Gómez, Pedro Daza, Carlos Maza, Ricar­
do Castro, Ricardo Maña D., Bemardino Rangel, Jorge Miguel Alvarez, Aparicio
Reyes, Leónidas Hinestrosa y Genaro Zenón Figueredo. La mayoría de los deteni­
dos fueron descritos como artesanos, los cuales dijeron haber estado afiliados a
todos los grupos políticos.
48· La Ilustración, Febrero 12, 1870; Diario de Cundinamarca, Enero 31, 1874;
Rejistro Municipal, Noviembre 15, Diciembre 16,1874.
49· La Ilustración, Enero 7, Noviembre 5,1870; Diario de Cundinamarca, Marzo
14, 1870.
50 La Ilustración, Febrero 6,15,1873; Diario de Cundinamarca, Enero 15,1874;
El Tradicionista, Mayo 14, Junio 1, 4, 1872; El Deber, Diciembre 16,1879.
5l- La Ilustración, Julio 27, 1870.
52· La Ilustración, Mayo 10, Julio 19, 22, 26, Agosto 19, 24, 26, 1870; Los
artesanos, Basta de abusos (Bogotá: s.e., Julio 18,1870); El Bien Público, Agosto
2, 1870.
53· El Tradicionista, Febrero 28, 1874. Los ánimos políticos de los artesanos se
inflamaron también ese día. Cruz Ballesteros y Saturnino González, que habían
sido miembros importantes de La Alianza, habrían estado envueltos en una gresca
en la mesa de registro de votación de la Plaza de Bolívar. El Tradicionista, Mayo 2,
5, 1874; La América, Mayo 4, 11, 18, 1874.
54· Helen Delpar, “Renegade or Regenerator? Rafael Nuñez as Seen by Colombian
Historians”, Revista Interamericana de Bibliografía, 35:1 (1985), 27-29.
55· Helen Delpar, “Colombian Libéralism and the Román Catholic Church, 18631866”, Journal o f Church and State, 22:2 (Spring 1980), 288-89.
56· Delpar, Red Against Blue, 110-11,114-17; Helen Delpar, “Aspects of Liberal
Factionalism in Colombia, 1875-1885”, HAHR, 51:2 (Mayo 1971), 255-65.
57·Diario de Cundinamarca, Abril 24, 29, 30, 1875; El Tradicionista, Abril 20,
1875; El Combate, Abril 24, 1875.
58·Muchos artesanos de la capital, Artesanos, juicios, en El Diario de Cundina­
marca, Mayo 18, 1875.
59· La Ilustración, Mayo 18, 1875; La Epoca, Mayo 17, 19, 1875.
60· Diario de Cundinamarca, Agosto 2, 4, 1875.
61· Alonso Valencia Llano, Estado soberano del Cauca: Federalismo y regenera­
ción (Bogotá: Banco de la República, 1988), 202-38; Manuel Briceño, La revolu­
ción de 1876-77. Recuerdos para la historia (Bogotá: Imprenta Nueva, 1878);
210
David Sowell
Constacio Franco V., Apuntamientos para la historia. La guerra de 1876 i 1877
(Bogotá: Imprenta de la Epoca, 1877).
62· Los Liberales en el Valle del Cauca formaron numerosas Sociedades Democrá­
ticas en apoyo del orden existente. Ver Diario de Cundinamarca, Marzo 11, Abril
25, Mayo 17, 23, 24, 27, 1876.
63· Diario de Cundinamarca, Agosto 2, 3, 12, 1876.
64 Entre sus jefes estaban Cruz Ballesteros, el Democrático Tiburcio Ruiz, el
artesano Liberal Antonio Sánchez y el artesano Moderado Pablo Bermúdez. Dia­
rio de Cundinamarca, Agosto 14, 24, 1876.
65· Diario de Cundinamarca, Marzo 12, 1879; El Liberal, Febrero 8, 15, Marzo
8, 1879; La Doctrina, Abril 23, 1879.
66· La Doctrina, Mayo 7, 1879; Diario de Cundinamarca, Mayo 6, 7, 10, 13,
1879; El Deber, Mayo 9, 13, 27, 1879; La Reforma, Junio 10, 1879.
67. El Diario Oficial, Abril 8, 1880.
68· Muchos artesanos. La reforma de la tarifa aduana i la Cámara de Represen­
tantes (Bogotá: s.e., Mayo 12, 1880), p. 1; La Reforma, Mayo 26, 1880.
69· Miguel Samper, “La protección”, en La miseria en Bogotá y otros escritos
(Bogotá: Biblioteca Universitaria de Cultura Colombiana, 1969); Diario de Cundi­
namarca, Mayo 12, 1880.
70· David Bushnell, “Two Stages in Colombian Tariff Policy: The Radical Era and
the Retum to Protection (1861-1885)”, Inter-American Economic Affairs 9:4 (Spring
1956), 15-16.
71· Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810 a 1930 (Bo­
gotá: Editorial Santafe, 1955), 290-91.
72· Bushnell, “Two Stages”, 17, passim.
73· Indalecio Liévano Aguirre, RafaelNúñez (Bogotá: Cromos, 1944), 183-93.
74 Camacho, Félix Valois Madero, Cruz Sánchez, Genaro Martín y Rafael Tapias.
75. Liévano Aguirre, Núñez, 175.
76 La Luz, Julio 28, 1882; Bushnell, “Two Stages”, 20-21. Uno no debe, sin
embargo, pasar por alto el hecho de que estas ocupaciones también estaban entre
las más prósperas en un momento en que la ciudad experimentaba un fuerte creci­
miento.
77 Bushnell, “Two Stages”, 20-21. Cuando la Cámara transigió con las reformas
del arancel de Núñez en 1884, numerosos artesanos alabaron sus esfuerzos. Ver La
Luz, Febrero 20, 1884.
78 Diario de Cundinamarca, Enero 6,14,20, Febrero 1, 3,10, Marzo 9,22, Abril
15,26,1882\ La Ilustración, Septiembre 26, 1882; El Comercio, Agosto 30,1882;
El Patriota, Agosto 27, 1883. Las mejores fuentes de información sobre el grupo
son el Diario de Cundinamarca, el periódico de la Sociedad, Salud Pública, y los
numerosos volantes publicados, muchos de las cuales están en la Hemeroteca de la
Biblioteca Luis Angel Arango.
79' Alvaro Tirado Mejía, El estado y la política en el siglo X IX (Bogotá: El Ancora
Editores, 1983), 103-4.
80· Delpar, “Núñez”, 33.
81· Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX (Bogotá:
Editorial Temis Librería, 1982), passim.
82· Charles W. Bergquist, Coffee and Conflict in Colombia, 1886-1910 (Durham,
NC: Duke University Press, 1978), 42-44.
Artesanos y política en Bogotá
211
83 Delpar, “Núñez”, 29-33.
84 Delpar, “Colombian Liberalism”, 288-89.
85· Francisco Leal Buitrago, Estado y política en Colombia (Bogotá: Siglo Veintiu­
no Editores, 1984).
86 Daniel Pécaut, Orden y violencia: Colombia, 1930-1954,2 vols. (Bogotá: Siglo
Veintiuno Editores, 1987), I, 10.
87· Tirado Mejía, Estado y política, 110-19; William Marión Gibson, The Constitutions o f Colombia (Durham, NC: Duke University Press, 1948), 299-313.
88· Ver las ideas de José María Samper sobre el partido en La Nación, Marzo 12,
1888.
89· El Instituto, Diciembre 8, 1886; Enero 1, Febrero 23,1887; La Nación, Marzo
16, 1886.
90 El Orden, Diciembre 15,1887; El Renacimiento, Diciembre 4,1886.
9L La Nación, Diciembre 17, 1886.
92· La Nación, Enero 11, 1887.
93· El Taller, Enero 8, 22, 1887.
94· El Taller, Febrero 2, 1887.
95· La Capital, Noviembre 7,1890; El Progreso, Marzo 4,11,1897; Los Hechos,
Agosto 1,31, Septiembre 26,1894; El Correo Nacional, Julio 1,1891; Ü7 Grito del
Pueblo, Junio 16, 1897.
96· Él Correo Nacional, Mayo 6, 1893; Los Hechos, Diciembre 6, 1894.
97· Diario de Cundinamarca, Mayo 5, Junio 20,1893; El Telegrama, Febrero 15,
1890, Mayo 22, 1895; La Capital, Octubre 31, 1890; El Correo Nacional, Mayo
11, 1891; Mayo 28, 1892; Mayo 7, 1894; El Orden, Marzo 1, 1893; Colombia
Cristiana, Mayo 13, 1894.
98· El Taller, Enero 17, Junio 1, 1889; La Unión, Junio 7, 1881; Las Noticias,
Marzo 5, 1889; El Correo Nacional, Septiembre 9, 1890; El Amigo del Pueblo,
Agosto 3, 1889; La Capital, Octubre 10, 1890; El Heraldo, Septiembre 10, 1890;
El Telegrama, Febrero 13, 1889; Diario de Cundinamarca, Agosto 3, 1889.
99 El Taller, Junio 1, 1889; El Heraldo, Marzo 30, 1892.
100· El Taller, Julio 27, 30, Agosto 3, 1892.
101 El Taller, Abril 21, 1891. Camacho fue vicepresidente del directorio electoral
que trabajó para la victoria de Núñez y Caro en Cundinamarca. Ver su discurso
para los dos en La Prensa, Noviembre 14, 1891.
102· El Heraldo, Diciembre 9, 12, 1891.
103· Delpar, Red Against Blue, 144-45, 150-57. La Ley 61 de Mayo 23 de 1888
autorizó al ejecutivo a sofocar las perturbaciones del orden público mediante el
“encarcelamiento o la suspensión de los derechos políticos.” Bergquist, Coffee and
Conflict, 37-38. Para ejemplos de la aplicación de estas leyes, ver El Heraldo,
Agosto 13, 1890, y El Precursor, Septiembre 12, 1889.
104· Bergquist, Coffee and Conflict, 48.
105 Delpar,R ed Against Blue, 149-57; Bergquist, Coffee and Conflict, 49.
106 El Telegrama, Enero 12, 1895; Los Hechos, Enero 23, 1895.
107 Bergquist sostiene que cuestiones de economía política definieron en gran
parte estas divisiones. Ver “The Political Economy of the Colombian Presidential
Election of 1897”, HAHR, 56:1 (Febrero 1976), 1-30.
108 El Republicano, Marzo 13, Abril 17, 1896.
212
David Sowell
109. La Crónica, Diciembre 21, 22, 23, 1897.
110· El Nacionalista, Enero 5, 1898; Delpar, Red Against Blue, 168.
111 Como presidente del Club Industrial fue seleccionado Pompilio Beltrán y
como su secretario general Alejandro Torres Amaya. Ver La Crónica, Diciembre
30, 1898.
112 La Crónica, Enero 3, 19, 26, 1899. El club fundado en Barranquilla tenía
intereses más políticos y en por lo menos dos ocasiones se comprometió en huel­
gas para mejorar las condiciones de los obreros. Ver El Autonomista, Mayo 26,27,
1899.
113 Bergquist, Coffee and Conflict, 103-87.
114 Adolfo Meisel R. y Alejandro López M., “Papel moneda, tasas de interés y
revaluación durante la Regeneración”, en El Banco de la República: Antecedentes,
evolución y estructura (Bogotá: Banco de la República, L990), 83-102.
115 Gonzalo Sánchez, “La Violencia in Colombia: New Research, New Questions”, HAHR, 64:4 (Noviembre 1985), 790.
116 Carlos Eduardo Jaramillo, “La guerra de los Mil Días, 1899-1902”, en Nueva
historia de Colombia, Historia política, 1886-1946. vol. /(Bogotá: Planeta, 1989),
89-112; y “La guerra de los mil días: aspectos estructurales de la organización
guerrillera”, en Pasado y presente de la violencia en Colombia, comp. por Gonzalo
Sánchez y Ricardo Peñaranda (Bogotá: Fondo Editorial CEREC, 1986), 47-86.
117 Malcolm Deas, “Algunos interrogantes sobre la relación guerras civiles y vio­
lencia”, Pasado y presente de la violencia en Colombia, comp. por Gonzalo Sán­
chez y Ricardo Peñaranda (Bogotá: Fondo Editorial CEREC, 1986), 41-46.
118· La Constitución, Octubre 11, Noviembre 26, 1902; La Juventud, Enero 18,
1903; El Impulso, Marzo 4, 1903.
119 AC, Senado, Memoriales con informes, IV, 24-40r, 49.
Capítulo VI
El surgimiento del moderno movimiento
obrero
Trabajadores del ferrocarril en huelga frente a la estación
de la sabana en Bogotá.
F
El desigual éxito económico de los artesanos de Bogotá en los
últimos años del siglo XIX y la aparición de la industria manufactu­
rera a gran escala incrementaron la complejidad de la estructura
obrera de la ciudad. La frecuente interacción conflictiva entre arte­
sanos, industriales y obreros moldeó el movimiento obrero y su rela­
ción con la política durante los primeros años del siglo XX. La deno­
minación artesano, industrial u obrero tiene connotaciones que
varían dependiendo del contexto. Aquí recurriremos a las denomi­
naciones usadas por los actores para describirse a sí mismos, ex­
cepto cuando se diga lo contrario. Los obvios conflictos de intereses
entre estos diferentes trabajadores constituyeron por un largo tiem­
po parte de la vida de las organizaciones; este fue un factor impor­
tante en la evolución de los grupos que en la década de 1910 repre­
sentaban a los obreros. De alguna forma, es seguro decir que en
Bogotá, así como en otras ciudades con una población trabajadora
compleja, los artesanos -tanto independientes como obreros califi­
cados- tuvieron un rol central en el movimiento obrero1.
La Unión de Industriales y Obreros
La proclamada estabilidad política del quinquenio de Reyes fue
el anuncio de una renovación en la movilización de los artesanos
bogotanos. Una circular de los artesanos de Popayán lanzada en
1904 a sus similares de todo el país precipitó una petición dirigida al
Congreso nacional buscando elevar los aranceles. La circular mani­
festó que únicamente mediante la acción concertada podría hacerse
frente a la inundación de importaciones producida desde el fin de la
guerra2. Propietarios de pequeñas fábricas de zapatos en la capital,
denominados a sí mismos artesanos, secundaron esos sentimientos
en contra de las importaciones norteamericanas por parte de co­
merciantes colombianos que, según ellos, veneraban el “dólar co­
rruptor”. Juan Ignacio Gálvez habló de proponer una ley que incre­
mentara los aranceles de los artículos manufacturados, redujera al
216
David Sowell
mínimo los de las materias primas usadas para la producción interna
y los quitara para el conjunto de la maquinaria3. En este contexto,
Gálvez animó la formación de una organización obrera no partidista,
que coordinara la presentación de la petición4.
Cerca de 2.000 personas acudieron en junio de 1904 a la re­
unión organizativa de la Unión de Industriales y Obreros en Bogotá
para preparar la petición. Emeterio Nates, un zapatero, presidió la
sesión, la cual contó con la presencia del General Lasprilla de la
Policía Nacional .sin duda para evitar la repetición de situaciones
-com o el motín de 1893. Los presentes apoyaron abrumadoramente
la iniciativa lanzada por los artesanos de Popayán. Resolvieron que
el periódico dirigido por Gálvez sería el vocero de la Unión, un honor
que Gálvez aceptó únicamente cuando José Leocadio Camacho, en
una demostración del carácter no partidista de la organización, con­
vino trabajar con él5. Durante la constitución formal de la organiza­
ción, el 8 de junio de 1904, Camacho se convirtió en el presidente;
Nates en el vicepresidente; y Jesús González F. en el secretario6.
Delegados de veinticinco oficios escucharon tres días después a
Camacho, ahora de 71 años de edad, quien urgió la unificación de
los trabajadores de Bogotá para mejorar la situación de todas las
personas vinculadas a la industria7.
La petición de la Unión fue presentada a comienzos de octubre
al Congreso acompañada de firmas de Bogotá, Popayán y Cali. La
Unión pensó que la propuesta tenía buenas posibilidades de ser acep­
tada, debido a que el Presidente Rafael Reyes había incluido la re­
forma arancelaria como parte del paquete fiscal presentado al Con­
greso cuando asumió el gobierno. Esa posición, y su menor militancia partidista, impulsaron a la Unión a organizar una marcha ante la
casa presidencial a finales de octubre que contó con la participación
de unos 2.500 obreros8. Pese al esfuerzo realizado en favor de la
elevación de los aranceles, y del apoyo del presidente, el Congreso
pospuso la discusión. En un telegrama a los caleños defensores de la
propuesta, Camacho protestó por la actitud insensible del Congreso,
a la vez que reafirmó las esperanzas de la Unión en la protección
arancelaria9. La marcada inclinación del Presidente Reyes al con­
trol personal y su apoyo a la intervención estatal en la economía
pronto superaron la negativa congresional. Reyes emitió en enero
de 1905 un decreto administrativo elevando los aranceles a fin de
“proteger las industrias nacionales”, un cambio que Ospina Vázque^
Artesanos y política en Bogotá
217
denominó “ponerle dientes” a la protección industrial comenzada
veinticinco años atrás por Núñez10.
No se conoce la reacción de la Unión de Industriales y Obreros
al nuevo arancel; la asociación parece haber perdido ímpetu y uni­
dad orgánica después de dirigir la solicitud. La Unión representaba
un grupo obrero transicional, evidenciando características tanto an­
tiguas como nuevas. Ella aprovechó el antiguo liderazgo (de Cama­
cho) y se ocupó de cuestiones enfrentadas en etapas anteriores (p.
ej., aranceles), pero, al mismo tiempo, su mismo nombre reflejaba la
cada vez más amplia división de la población trabajadora. También
representaba la primer ocasión en que un grupo bogotano trataba de
organizar una movilización popular de obreros a partir de sectores
laborales diversos. De otro lado, los cautos movimientos para coor­
dinar grupos obreros de otras áreas del país presagiaron futuros de­
sarrollos. Mientras que algunos de sus líderes eran bien conocidos,
muchos eran nuevos actores que dominarían las organizaciones de
trabajadores durante los próximos quince años. Los cinco años que
siguen al eclipse de la Unión, sin embargo, fueron tiempos de relati­
va quietud, puesto que el quinquenio de Reyes (1905-1909) no pro­
veyó el clima apropiado para politizar las organizaciones obreras.
Reyes había emergido relativamente ileso de la amarga pugna
bipartidista mantenida durante la guerra. Aunque Conservador, fa­
voreció la cooperación -ejemplificada en el Partido Nacional- entre
Liberales y Conservadores más que el antagonismo tradicional. Su
ausencia de Colombia durante los años de guerra hizo de él un atrac­
tivo candidato presidencial en 1904, por lo que recibió el apoyo de
algunos antiguos Nacionalistas y de la mayoría de los Liberales que
tuvieron la oportunidad de votar. Los Conservadores Históricos y
otros Nacionalistas respaldaron a Joaquín F. Vélez, un calificado
candidato, pero quien al final fue derrotado en una elección notoria­
mente fraudulenta. Posesionado del cargo, Reyes se dispuso a po­
ner en práctica el “cientifismo” que había observado en el México
de Porfirio Díaz y emprendió el desarrollo forzoso de la nación, para
lo cual la protección arancelaria era solamente un aspecto de su
programa. Este incluía además la reorganización del desprestigiado
sistema monetario del país, el mejoramiento de su infraestructura y
la promoción de la agricultura de exportación. Reyes también em­
prendió considerables reformas políticas, la más notable de las cua­
les fue atraer a los Liberales a su gobierno para romper el ciclo
218
David Sowell
mortífero del bipartidismo del siglo XIX. La antipatía del presidente
hacia el Congreso aumentó durante los primeros meses de 1905,
conduciéndolo a clausurar ese cuerpo, a convocar una Asamblea
Nacional en su lugar y a forzar la extensión de su mandato por cua­
tro años más11.
Las conspiraciones plagaron tempranamente el quinquenio. La
inclinación bipartidista de Reyes, junio con el prolongado resenti­
miento causado por el fraude con el que ganó el cargo, indispuso a
algunos Conservadores hasta el punto de llevarlos a organizar su
asesinato el 19 de diciembre de 1905. La conspiración, sin embargo,
fije descubierta y quienes la proyectaron fueron arrestados y lleva­
dos ajuicio. Hombres con intenciones similares dispararon sobre el
carro del presidente el 10 de febrero de 1906. La tentativa de asesi­
nato enardeció a Reyes y lo condujo a asumir totalmente las faculta­
des dictatoriales otorgadas el año anterior12.
Aunque inmediatamente no fue evidente, un temido tercer ata­
que sobre el presidente abortó otro esfuerzo para organizar los obre­
ros de Bogotá. Dos periódicos simpatizantes con los asuntos obre­
ros habían comenzado a publicarse a finales de 1905. El más radical
de los dos, El Faro, publicado por el artesano Liberal Alejandro
Torres Amaya, elogió “la bondad natural” de los artesanos y pidió
una acción gubernamental fuerte para mejorar sus condiciones ma­
teriales. Un artículo del periódico aludía a una sublevación apocalíp­
tica de individuos movilizados para exigir sus derechos13. Los edito­
res de El Yunque, el periódico más moderado, habían participado
activamente en la Unión de Industriales y Obreros y ahora fomenta­
ban sus demandas, como la necesidad de protección arancelaria y
una reforma educativa favorable a los trabajadores. El periódico
insistió en que industriales y obreros debían continuar cerrando filas
políticamente, para que cuando las elecciones tuvieran lugar en 1908
pudieran “romper las obligaciones” con los políticos partidistas y elegir
sus propios representantes14.
La alusión a una tercera conspiración puso fin abruptamente a
los esfuerzos de El Yunque y El Faro. Se dijo que la conspiración
involucraba un plan para cortar los cables eléctricos de la ciudad y
así alimentar un movimiento contra el gobierno. Las autoridades
militares debelaron el supuesto plan, arrestando gran número de ar­
tesanos, obreros y otras personas. El Faro comenzó a ser implicado
en el incidente cuando publicó una petición pidiendo permiso para
Artesanos y política en Bogotá
219
hacer una reunión pública en apoyo del gobierno, la que algunos en
la administración consideraron un subterfugio. El gobierno negó el
pedido, llamó al periódico un peligro para el orden social y arrestó a
sus editores. En los días siguientes la prensa de la capital ofreció
descripciones contradictorias con respecto al grado de vinculación
de los obreros en la supuesta conspiración, que el gobierno al final
admitió no había existido. Sin embargo, debido a que los editores de
ambos periódicos fueron arrestados y enviados a colonias militares
o a prisiones en otras áreas del país, el naciente esfuerzo se estan­
có15. El incidente produjo una etapa de estrecha vigilancia guberna­
mental sobre los grupos politizados de obreros que terminó única­
mente cuando Reyes fue sacado del poder.
Aunque las organizaciones con fines abiertamente políticos no
pudieron operar durante el resto de la administración Reyes, nume­
rosas sociedades de ayuda mutua, características de los años ante­
riores, abrieron las posibilidades para futuras movilizaciones políti­
cas. El 7 de Agosto de 1907, por ejemplo, a la reunión de la Sociedad
de Socorros Mutuos -la más vieja de Bogotá- asistieron represen­
tantes de la Sociedad Filantrópica, la Sociedad de Amigos de la Paz,
la Sociedad de Caridad, la Sociedad de Impresores, la Sociedad de
Carpinteros Unidos y la Sociedad Unión16. Cuatro de las sociedades
habían sido fundadas con anterioridad a la guerra, pero las otras,
conjuntamente con algunas no presentes, habían sido establecidas
después de su conclusión. La mayoría de estos grupos colaboraría
en la creación de la Unión Nacional de Industriales y Obreros en
191017.
Como era de esperar, las sociedades de ayuda mutua habían
luchado para sobrevivir a la Guerra de los Mil Días. Típica quizás,
era la experiencia de la Sociedad de Socorros Mutuos. Las disloca­
ciones económicas le costaron la oficina, los muebles, el archivo y
mucho de su capital. Sólo hasta 1905 se reorganizó formalmente; al
cabo de dos años la Sociedad había fundado una caja de ahorros depositados por sus miembros- y recobró su posición como la orga­
nización más grande de su tipo en la capital18. La fusión en 1889
entre ella y la Sociedad Filantrópica parece no haber sobrevivido a
la guerra, pues este último grupo fue reorganizado en 1906 como
entidad separada19. La Sociedad de Tipógrafos, que había sido polí­
ticamente activa antes de la guerra, también experimentó muchas
privaciones. Sin embargo, fue también revivida en 1905, aunque con
220
David Sowell
una menor vinculación partidista. Según un informe de prensa, el
abandono de su pasado partidista atrajo muchos miembros a la So­
ciedad. Los tipógrafos asumieron su condición obvia entre la pobla­
ción trabajadora de la ciudad; el grupo anotó en 1906 que “el tipó­
grafo es ahora, más que nunca, consciente que está a la vanguardia
de los obreros” y que por lo tanto estaba obligado a trabajar por la
paz20. La Sociedad obtuvo personería jurídica en noviembre de 1906,
aunque había sido organizada nueve años antes. (Esto resalta las
deficiencias de emplear el reconocimiento jurídico como indicador
concluyente del número de organizaciones obreras, un método usa­
do por Urrutia Montoya y otros para identificar grupos obreros, aun­
que con desconocimiento de sus debilidades)21.
La iglesia aparece asociada estrechamente a muchas socieda­
des de ayuda mutua fundadas después de la guerra. La Sociedad de
la Protectora, establecida en 1902, fue probablemente la primera de
tales corporaciones. Sus miembros se describieron como “industria­
les” y “artesanos” y se comprometieron a protegerse mutuamente y
a presionar al gobierno para que controlara los altos precios de los
alimentos22. Dos organizaciones similares, la Sociedad de Caridad y
la Sociedad de la Cruz, funcionaban en 190723. Una sociedad de
ayuda mutua apoyada por la iglesia, la Sociedad de Santa Orosía,
comenzó a operar en enero de 1907. Ella también apeló principal­
mente a los obreros y tuvo ciertas conexiones con grupos de pre­
guerra, tanto que Félix Valois Madero fue su primer secretario. En
1909 la Sociedad tuvo casi 500 miembros y fondos considerables.
La Sociedad Santa Orosía, quizás más que cualquier otra sociedad
afiliada a la iglesia, colaboró activamente con grupos no religiosos
de la misma naturaleza24.
Mientras que las sociedades anteriores habían tenido claros
objetivos de asistencia mutua, la elitista Sociedad Unión, fundada en
abril de 1907 por Eduardo Boada R., tuvo una naturaleza más abier­
tamente política. Intentó cobijar a todas las clases sociales bajo el
lema “Amor al trabajo”, pero la lealtad al “honor” del trabajo no fue
su principal interés; muchos de sus miembros tomaron parte activa
en el flamante movimiento Republicano de oposición a Reyes25.
El semiautoritario régimen de Reyes apaciguó por tres años la
oposición directa, luego de los intentos de asesinato de 1906. A co­
mienzos de 1909, sin embargo, el presidente fue forzado a convocar
de nuevo la Asamblea Nacional a fin de ratificar los tratados que su
Artesanos y política en Bogotá
221
gobierno había negociado con Panamá y Estados Unidos para solu­
cionar el conflicto resultante de la pérdida del departamento istme­
ño. Los términos de ambos tratados propuestos favorecían a EE.UU.
y al ahora departamento independiente y no reflejaban los senti­
mientos de la mayor parte de los miembros de la Asamblea o de la
nación. El líder opositor Nicolás Esguerra desconoció el poder cons­
titucional de la Asamblea para ratificar los tratados, insistiendo en
que según la Constitución solo una legislatura elegida podía aprobar
acuerdos internacionales. Este rechazo audaz de las intenciones de
Reyes ayudó a fomentar el descrédito de su régimen. Enfrentado el
13 de marzo de 1909 con manifestaciones dirigidas por estudiantes
en la capital, Reyes delegó el poder a Jorge Holguín, quien oportuna­
mente declaró el estado de sitio. Al día siguiente Reyes reclamó el
control, pero la oposición de los días previos había quebrado su auto­
ridad política. Al poco tiempo el presidente convocó a elecciones
para Congreso y comenzó a preparar la “normalización” del proce­
so político26.
Medófilo Medina ha exagerado el papel de artesanos y obreros
durante el 13 de marzo al caracterizarlos como el “sector popular”
d\ frente de la primera gran protesta urbana del siglo XX27. Tal pre­
tensión es exagerada, pues parece más probable que las manifesta­
ciones del 13 de marzo representaron un apoyo popular a los senti­
mientos expresados en la Asamblea contra los tratados, el cerrado
sistema político y las desfavorables condiciones económicas. Indus­
triales, artesanos y obreros tomaron parte en el drama del 13 de
ínarzo, puesto que sociedades como la Unión, la de Socorros Mu­
tuos y la Filantrópica se unieron para algunas de las movilizaciones
de ese día, aunque la Sociedad Unión luego negó cualquier vincula­
ción28.
Si la participación de los obreros en el 13 de marzo resulta ne­
bulosa, el comportamiento de los que se decían industriales y obre­
ros en los sucesos políticos de los meses y años que siguieron es
mucho más evidente. Un número significativo de los hombres que
surgirían como activistas obreros en los años venideros estuvieron
vinculados a la Unión Republicana, un conglomerado político de Li­
berales moderados y Conservadores Históricos que aprovecharon
la oportunidad creada por la caída de Reyes. La Unión Republicana
fue formalmente organizada en abril por Carlos E. Restrepo, Gui­
llermo Quintero Calderón, Nicolás Esguerra y otros políticos. Desde
222
David Sowell
su inicio, líderes industriales estuvieron comprometidos con la Unión,
la cual incluyó entre sus principios una política bipartidista, eleccio­
nes abiertas y tolerancia religiosa29.
Para sorpresa del país, Reyes salió hacia Inglaterra en junio
después de delegar el poder a Jorge Holguín. El Congreso reciente­
mente elegido nombró entonces al General Ramón González Valen­
cia como presidente hasta agosto de 1910, cuando asumiría el cargo
su sucesor. En noviembre de 1909 tuvieron lugar en todo el país las
elecciones para concejos municipales, los cuales a su vez seleccio­
naron delegados a una Asamblea Nacional que se reunió el siguien­
te abril. Esa Asamblea estatuyó reformas constitucionales impor­
tantes, incluyendo la reducción del periodo presidencial a cuatro años,
el establecimiento de elecciones presidenciales populares directas y
la garantía de representación del partido minoritario (una tercera
parte de los asientos en el Congreso). La Asamblea también selec­
cionó a Carlos E. Restrepo como presidente del país para un periodo
de cuatro años.
La Unión Nacional de Industriales y Obreros
Mientras estos sucesos se desarrollaban se dieron pasos nove­
dosos para organizar políticamente la clase obrera de Bogotá. En
agosto de 1909, Emilio Murillo propuso formar una Unión Obrera
que fomentara los intereses de esa clase30. La convocatoria tuvo
éxito, y el 15 de agosto comenzó a publicarse la Unión Industrial
como vocero de la asociación. El periódico, que aparentemente sólo
se publicó por un mes, anunció que se dedicaría a la protección de la
industria nacional31. En las elecciones de noviembre para concejo
municipal, la Unión Obrera dio su apoyo a algunos candidatos Repu­
blicanos, quienes triunfaron en forma contundente. El apoyo del gru­
po de Murillo fue al parecer una ventaja, pues los candidatos con las
votaciones más altas fueron los apoyados a la vez por los Republica­
nos y la Unión32.
Las iniciativas de la segunda mitad de 1909 condujeron a la
formación de la Unión Nacional de Industriales y Obreros (UNIO)
en febrero de 1910. La UNIO fue, según Alberto Navarro B., antes
que nada un intento de unificar los obreros en tomo a la obtención de
su bienestar común, la protección de sus oficios y la ayuda a sus
familias. Su intención de evitar alineaciones políticas partidistas con-/
Artesanos y política en Bogotá
223
tinuó, aunque temporalmente las relaciones con los partidos tradicio­
nales no fueron rechazadas. Los organizadores de la UNIO recono­
cieron que sus miembros eran católicos, así que prometieron no ata­
car la religión, pero garantizaron no abandonar los intereses básicos
de! grupo cuando entraran en conflicto con la línea oficial de la igle­
sia. Otros objetivos de la UNIO eran la educación obligatoria libre,
el establecimiento de escuelas de oficios para la educación indus­
trial, de escuelas para adultos y la formación de una caja de ahorros.
Finalmente, Navarro anotó que “el grupo... trabajará de común acuer­
do en todas las elecciones y sus candidatos serán aquellos ciudada­
nos que cumplan las condiciones indispensables para ser los repre­
sentantes genuinos del pueblo que los elija”33.
Los esfuerzos organizativos emprendidos por los obreros en 1909
parecen haber conducido directamente al establecimiento de la UNIO
en 1910. Esto es cierto en cuanto la caída de Reyes creó la oportu­
nidad para tales iniciativas, pero, como el tiempo lo reveló, dos ten­
dencias políticas distintas estaban presentes entre los trabajadores.
Los miembros de la Unión Obrera de 1909 tendieron a alinearse con
el movimiento Republicano hasta que éste se debilitó a finales de la
década. Por el contrario, la mayoría de los asociados a la UNIO se
vincularon claramente con el Liberalismo de Rafael Uribe Uribe,
una circunstancia que bloquearía hasta después de su asesinato en
1914 los esfuerzos por unificar los grupos obreros no Conservado­
res. Sin embargo, en los primeros meses de existencia de la UNIO,
esta polarización no era visible; obreros de ambas tendencias toma­
ron parte en su formación.
A lo largo de 1910 la UNIO persiguió discretamente sus metas
de construir una organización unificada. Su periódico, La Razón del
Obrero, difundió los principios de la Unión y se consagró a proble­
mas relacionados con los obreros, como la educación, la protección
arancelaria, las condiciones de vida y el desarrollo del movimiento
obrero. En las elecciones internas de la UNIO de abril, Domingo E.
Alvarez se convirtió en su presidente, Alejandro Torres Amaya en
vicepresidente, Juan N. Panlagua en secretario, y Andrés Luna E.
en tesorero34. Aunque la Asamblea Nacional se reunió desde mayo
hasta noviembre de 1910, la UNIO se abstuvo de hacer comenta­
rios acerca de la mayoría de sus deliberaciones. En su única decla­
ración directa expresó apoyo a la educación primaria libre y obliga­
toria. Otros obreros, sin embargo, recordaron a la Asamblea sus
224
David Sowell
necesidades proteccionistas35. Cuando la Asamblea deliberó sobre
los candidatos para la siguiente elección presidencial del país, la UNIO
no apoyó oficialmente a nadie, aunque muchos de sus miembros
firmaron declaraciones apoyando a Guillermo Quintero Calderón36.
Puesto que él y Carlos E. Restrepo, escogidos por la Asamblea,
tomaron parte activa en la Unión Republicana, podemos suponer
que fueran escasos los obreros destacados políticamente que pudie­
ran estar descontentos con el presidente entrante.
La UNIO se presentó a sí misma como partido de los obreros
en las elecciones de 1911, cuando en la nación se volvió a normalizar
la actividad política37. El Directorio Central Electoral de los Obreros
de la UNIO, que supervisó el esfuerzo del Partido Obrero, convocó
a los propietarios de taller, industriales y obreros a formar en cada
barrio comités para trabajar de manera concertada con la estructura
central. El Directorio también urgió la formación de grupos similares
en todo el país. En diciembre, obtuvo respuestas favorables desde
Popayán, Cali, Ibagué, Zipaquirá y otras numerosas poblaciones. El
26 de noviembre, El Proteccionista (vocero del Directorio) informó
que sólo en las capitales tenía 1.500 suscriptores, en tanto que el
Directorio incluía representantes de todos los barrios de la ciudad38.
El Directorio enfocó sus objetivos políticos a la protección arancela­
ria, la cual se complementaba con la reducción de los impuestos
aduaneros sobre los artículos de consumo interno y la eliminación de
los impuestos de exportación para el café, medidas que beneficia­
rían a toda la nación. La protección no era una demanda nueva, pero
el Directorio insistió en que, para ser efectiva, tendría que llegar
como resultado de presiones políticas de los obreros, no como una
concesión del Estado.
Las elecciones de 1911 permiten observar el poder de las orga­
nizaciones políticas de los obreros a lo largo de la década. Cuatro
grupos-Conservadores, Liberales, Republicanos y obreros-poseían
una importante fuerza electoral. Los Liberales y los obreros unie­
ron fuerzas en las elecciones de febrero para la Asamblea Depar­
tamental, contabilizando 5.124 votos; los Conservadores recibie­
ron 3.593 y los Republicanos 1.90739. Los Republicanos unidos a
la Liga Liberal-obrera para la elección de congresistas en mayo,
desbordaron electoralmente al Partido Conservador: 7.083 votos
contra 4.93640. Dos incidentes de violencia urbana que involucra­
ron a la UNIO -uno en mayo y el otro en julio- debilitaron la Liga¿
Artesanos y política en Bogotá
225
especialmente cuando la UNIO exigió su listado propio para las elec­
ciones de octubre41. Como consecuencia, en las elecciones para el
concejo de la ciudad los votantes se vieron ante diez listas42. La lista
Conservadora triunfó con 2.750 votos, la lista Liberal recibió 2.050,
el Partido Obrero fue tercero con 1.850, los Republicanos contabili­
zaron 1.350, y los otros grupos compartieron 500 votos. El secreta­
rio del Partido Obrero, Rafael Reyes Daza, denunció que a última
hora los Liberales habían usurpado los nombres de la lista de la UNIO,
ocasionando que numerosos votantes pensaran erróneamente que
se había acordado un pacto. Aún así, expresó satisfacción porque
esos tres candidatos habían recibido más votos que cualquiera de las
listas Liberales. A pesar de la derrota de su propio partido, Reyes
Daza concluyó que la postura asumida por la organización mejoraría
la verdadera fuerza dpi Partido Obrero y que los 1.850 votos repre­
sentaban una promesa de futuras victorias43.
En este conjunto frenético de elecciones, únicamente el Partido
Conservador demostró capacidad para lograr la victoria electoral
sin alianzas. Alianzas o pactos entre los demás partidos podrían con­
seguir la victoria. Como consecuencia, los votos de los obreros y sus
sociedades políticas eran cruciales para los partidos Republicano y
Liberal, un punto no ignorado por ninguno de los dos grupos. Por
otra parte, la UNIO no era lo suficientemente fuerte para ganar las
elecciones por sí misma y encaró el dilema existente entre la victoria
mediante la cooperación y la posible traición de su razón de ser.
Después del febril ritmo de 1911, los distintos partidos políticos
usaron el subsiguiente año no electoral como periodo de revaluación
y reorganización. Los miembros del clero hicieron sus propios es­
fuerzos para contrarrestar las iniciativas políticas emprendidas por
los obreros, esfuerzos que los Conservadores indudablemente apo­
yaron. El Conservador Laureano Gómez, por ejemplo, observó ati­
nadamente que los industriales miembros de la UNIO habían obteni­
do su representación en las elecciones de ese año, pero que escasa-j
mente representaban a los obreros, cuyos intereses eran muy distin-í
tos de los suyos propios. Las necesidades de los obreros, continuó,
eran en su mayor parte de naturaleza social y podrían ser mejor
satisfechas por la iglesia, que por la acción política44. Portavoces de
la UNIO objetaron los argumentos de Gómez, anotando que mien­
tras que ninguna diferencia de dogma los separaba de la iglesia Ca­
tólica, existían desacuerdos políticos, y por esa razón la UNIO no
d
226
David Sowell
podría apoyar al Partido Conservador (como lo hizo la jerarquía ca­
tólica). Juan N. Paniagua alegó que como consecuencia de esa de­
cisión política, la Unión comenzó a ser denunciada desde los púlpitos
de la ciudad45.
Elecciones de 1911
F echa
P a rtid o
Febrero
Votación
P o rcen ta je
Liberales/obreros
Conservadores
Republicanos
Total
5.124
3.593
1.907
10.624
48
34
18
Mayo
Republicanos/Liga obrera
Conservadores
Total
7.083
4.936
12.019
59
41
Octubre
Conservadores
Liberales
Partido Obrero
Republicanos
Otros
Total
2.750
2.050
1.850
1.350
500
8.500
32
24
22
16
6
Fuentes: Gaceta Republicana Enero 24, 25, 28, Febrero 1, 4, 6, M ayo 29, Junio 23,
Octubre 3, 7, 11 (1911); La Unidad Febrero 7 (1911); El Tiempo Febrero 24 (1911);
El Comercio Junio 1 (1911); El Liberal Octubre 2, 3 (1911); La Sociedad Octubre 3
(1 9 1 1 ) .
Ya desde 1908, durante la primera conferencia formal de los
obispos de la nación, la iglesia había hablado en favor de acciones en
beneficio de los obreros colombianos. Los obispos seguían las direc­
trices del Papa León XIII, cuya encíclica papal de 1891, Rerum
Novarum , había urgido a los fieles a impedir la diseminación de las
doctrinas socialistas encauzando las necesidades de las clases tra­
bajadoras de Europa46. Para contrarrestar las actividades de los obre­
ros “no tradicionales” (izquierdistas), el Padre José María Campoamor
estableció a comienzos de 1911 un Círculo de Obreros orientado a
elevar el nivel de vida e inspirar el compromiso de los obreros por los
principios de la iglesia. El Círculo de Obreros creó una caja de aho­
rros, restaurantes, escuelas y otros servicios sociales para sus miem­
bros. Los empeños de la iglesia contaron con la aprobación del go­
bierno, por lo que recibieron anualmente cuatro mil pesos, desde^
Artesanos y política en Bogotá
227
1913 hasta 192747. Estas limitadas actividades, como se podría es­
perar, poco lograron para contrarrestar las actividades políticas de
los obreros, aunque ofrecieron indudablemente una real asistencia
material. Sólo hasta 1946, la Unión de Trabajadores de Colombia,
patrocinada por la iglesia, haría competencia a los esfuerzos gremia­
les seculares.
Rafael Uribe Uribe, por su parte, inició en 1911 un esfuerzo por
atraer los obreros al campo Liberal. En un discurso ante la UNIO,
reclamó su antigua identificación con los problemas de los obreros,
fijando como fecha, dijo, su discurso de 1904 en favor del socialismo
de Estado. Entonces* Uribe Uribe había proclamado su creencia en
un “socialismo desde arriba”, un socialismo que ampliara el papel
del Estado en el desarrollo económico, diera protección a los obre­
ros, estableciera cajas de ahorro y otorgara protección a las indus­
trias nacionales48. Ahora, el caudillo Liberal proclamó cuatro ideas
para mejorar la condición de los obreros del país: reforma electoral,
mejora de la educación pública, perfeccionamiento de la higiene pú­
blica y “protección racional” de las industrias nacionales49. Activis­
tas de la UNIO criticaron el cubrimiento dado a la reunión por parte
d? la prensa, el cual según ellos habría sido redactado para transmitiir la impresión que la UNIO y Uribe Uribe estaban asociados polí­
ticamente, lo cual, insistieron, no era cierto50. Otros Liberales tam­
bién cortejaron a los obreros y a la UNIO, en un intento por conven­
cerlos de que el Partido Liberal era el foro apropiado para la expre­
sión de sus necesidades51.
Los Republicanos también maniobraron para conservar la rela­
ción que habían desarrollado con los obreros después de la caída de
Reyes. Durante una reorganización del partido en mayo de 1912,
varios puntos nuevos en el programa parecen haber sido incluidos
para lograr ese objetivo. Entre estos podemos señalar la declarato­
ria en favor de la expansión de la educación pública, del desarrollo
de la industria nacional con moderadas barreras proteccionistas, así
como medidas no especificadas para desarrollar “moral y económi­
camente” a los obreros52. Estos puntos del programa en “pro de los
obreros” eran, por supuesto, prácticamente los mismos de Uribe
Uribe.
La UNIO continuó su tentativa de convertirse en una fuerza
económica, política y social independiente de Liberales y Republica­
nos. Pero hubo opiniones encontradas dentro de la UNIO con res­
228
David Sowell
pecto a la prioridad entre la política y los asuntos “sociales” y econó­
micos; una disputa ganada en 1911 por aquellos miembros más incli­
nados a lo político. La opción por esta estrategia sugiere que algunos
miembros de la UNIO la imaginaron en primer lugar como una fuer­
za política uniforme, mientras que otros acentuaban los asuntos so­
ciales. La inactividad y desorganización de la UNIO en 1912 -un
año no electoral- indica adicionalmente que, sin la pugna política, el
grupo perdió mucho del factor catalizador, pese la urgencia de los
problemas sociales.
La UNIO pareció incapaz de representar las necesidades de
los obreros por fuera del combate político53. Miembros del gremio
de zapateros, muchos de los cuales eran parte también de la UNIO,
pasaron por alto la organización, solicitando directamente a la Cá­
mara de Representantes duplicar los derechos de aduana existentes
sobre los zapatos importados. Esto, sentían ellos, era necesario para
mantener la competitividad de los zapatos nacionales54. En septiem­
bre de 1912, los tipógrafos, miembros destacados también de la UNIO,
enfrentaron de manera concertada a los propietarios de imprentas
que querían disminuir sus salarios. La Sociedad de Tipógrafos se
organizó en favor de los obreros, mientras que la UNIO aparente­
mente ignoró el problema55.
Como parte de sus preparativos iniciales para la temporada elec­
toral de 1913, el Directorio de la UNIO se reunió en octubre de 1912
para determinar sus objetivos políticos. Acordó nueve metas: pedir
que las autoridades departamentales protegieran las industrias ante
quienes importaran mercancías extranjeras innecesarias, hacer más
equitativo el proceso judicial en su tratamiento a todas las clases,
pedir lo mismo de los funcionarios de policía, disminuir los impuestos
sobre los artículos de primera necesidad y eliminarlos enteramente
sobre los bienes raíces valorados en menos de 500 pesos, controlar
los arriendos, patrocinar las cajas de ahorros, aumentar los desem­
bolsos del gasto público, mejorar las rutas de transporte a fin de
traer más alimentos a la ciudad, y aumentar los sueldos pagados por
los departamentos56. Al mismo tiempo, Uribe Uribe se reunió con la
UNIO, como lo hicieron otros líderes Liberales57. Los resultados de
la ofensiva Liberal fueron evidentes en diciembre, cuando sus fuer­
zas dominaron completamente la elección del directorio electoral de
la UNIO, debido supuestamente a que la reunión fue atestada con
aseadores de la calle analfabetos llevados por las redes clientélistes
Artesanos y política en Bogotá
229
de políticos Liberales. Marco T. Amorocho, quien jugaría un papel
importante como activista político en los años venideros, sostuvo
que el comité electoral no representaba a los “artesanos y obreros
que constituyen el nervio y fuerza de Bogotá”. Amorocho insistió en
que si la “falta de representatividad” no era corregida, él desarrolla­
ría sus actividades política independientemente de la UNIO58.
El hecho llamativo en estos desarrollos es que el compromiso
de crear un partido obrero independiente fue abandonado, casi sin
lamentos, como resultado de las apelaciones partidistas a los votan­
tes obreros. En febrero de 1913 la elección vio emerger victoriosos
a los Republicanos con 4.147 votos, estrechamente seguidos por el
bloque Conservador con 4.118, mientras que los Liberales obtuvie­
ron 3.128 votos. Los analistas Republicanos dijeron que las cifras
demostraban la poca utilidad de una unión entre obreros y Liberales
y la ventaja de la asociación entre obreros y Republicanos59. Una
evaluación más precisa de todo el proceso electoral apuntaría las
enormes dificultades que encaraban los individuos que deseaban foijar
un partido obrero independiente y la escasa influencia de los obreros
dedicados a luchas socioeconómicas. Era evidente que los partidos
Republicano y Liberal se preocupaban más por derrotar a los Con­
servadores que por hacer de los obreros una parte integral de sus
proyectos. Una vez más ellos formaron una alianza para las eleccio­
nes de Congreso en mayo y derrotaron firmemente a la oposición
Conservadora. No sorprende que ningún obrero fuese incluido en
una lista electoral60.
La Unión Obrera Colombiana
La Unión Obrera Colombiana (UOC), fundada en mayo de 1913,
representó una postura política nueva con relación a la UNIO. Los
fundadores de la UOC propusieron una agenda social, económica y
política que lograra satisfacer las necesidades de los obreros, no de
los industriales, que ellos consideraban demasiado preponderantes
dentro de la UNIO. El grupo anunció que se dedicaría a la creación
de un gremio de obreros independiente, que buscaría acabar con el
analfabetismo y propiciar un programa de educación pública, au­
mentar los sueldos, proteger las industrias nacionales, salvaguardar
a los obreros de ambos sexos contra la explotación por los capitalis­
tas, crear cajas de ahorro, propugnar por la asistencia mutua y tra­
230
David Sowell
bajar por la autonomía política. La nueva organización subrayó la
necesidad de la unidad de los obreros en apoyo de un programa
“militante”. Constituye así la primera de las agendas formuladas en
Bogotá desde el punto de vista del análisis socialista. Sin embargo, la
UOC adoptó los principios organizativos y muchos de los mismos
objetivos socioeconómicos de la UNIO61. A fin de asegurar una
mayor homogeneidad entre sus miembros, sólo se podían afiliar a la
UOC quienes practicaran un oficio o trabajaran por un salario. Gru­
pos de treinta o más obreros constituían la unidad organizativa pri­
mordial de la UOC; cada grupo aportaba dos representantes a una
junta de directores. En agosto de 1913, dijeron contar con unos quin­
ce grupos, con casi tres mil miembros62.
Las declaraciones públicas de la UOC estaban en consonancia
con su decidido énfasis en los problemas socioeconómicos. Propuso
y estableció una Oficina del Trabajo donde los obreros podrían soli­
citar empleo y los propietarios podrían encontrar empleados. La
Oficina del Trabajo no estaba limitada a los miembros de la UOC;
en agosto sostuvieron que tranquilamente estaba funcionando con
más de 4.000 personas registradas. En otro momento, la UOC alabó
los esfuerzos de los representantes que habían hablado en el nuevo
Congreso a favor de una legislación laboral. En las páginas de su
periódico, la Unión presionó a las autoridades locales para que mejo­
raran los servicios básicos en las áreas de la ciudad habitadas por
obreros y exhortó a los grupos de otras ciudades a que hicieran lo
mismo63.
La UOC llamó la atención sobre las necesidades económicas y
sociales de los obreros desde una perspectiva socialista. Así mismo
negó desear la “confrontación” entre el capital y el trabajo, pero
pocos de sus análisis públicos lo evitaron. En un artículo titulado
“Los vampiros del pueblo”, uno de los miembros del grupo habló de
la incapacidad tradicional de los obreros para resistir la explotación
por parte de los capitalistas. Como consecuencia, los obreros alqui­
laban “miserables casuchas” a precios exorbitantes que difícilmente
podían pagar con sus exiguos jornales. Dados los opuestos intereses
de industriales y obreros, la UOC acentuó su nueva postura con
relación a la UNIO64.
La aparición de la Unión Obrera no fue ignorada por la UNIO.
Los dos grupos frecuentemente se hicieron propuestas el uno al otro
que culminaron el 22 de junio de 1913 en una reunión conjunta, a la
Artesanos y política en Bogotá
231
que asistieron unas mil personas, según se informó. En esa ocasión
la Unión Obrera rehusó, sin embargo, reconocer la legitimidad del
reclamo de la anterior organización, de representar a los obreros,
presumiendo ese derecho para sí misma65. De ahí en adelante, pare­
ce haber existido poco contacto oficial entre las dos organizaciones.
Ante el incremento del número de obreros industriales asalaria­
dos integrados a la fuerza laboral de la ciudad, los gobiernos tanto a
nivel local como nacional respondieron con medidas legislativas in­
novadoras. Una ley de accidentes de trabajo, modelo después para
la legislación española, fue introducida en la Cámara en agosto de
1911 por Gustavo Gaitán Otálora, representante por Cundinamarca.
La legislación propuesta podía hacer reembolsar los gastos a un obrero
lesionado en el trabajo, de fondos creados para ese fin por los pro­
pietarios de industrias con más de cinco empleados. Aunque la pro­
puesta de Gaitán ganó algunos apoyos, murió en la segunda discu­
sión, entre acusaciones de que era socialista. Intentos de obtener
esa legislación mediante los congresos de 1912, 1913 y 1914 tam­
bién fracasaron. Finalmente, en 1915 el Congreso aprobó una legis­
lación que establecía seis formas de compensación de accidentes; la
máxima concesión era un sueldo al año a la familia de un obrero
muerto en el trabajo66. Los críticos expresaron quejas con respecto
a las deficiencias de la legislación, enfatizando los bajos niveles de
compensación y la carencia de cláusulas que forzaran a los propie­
tarios a tomar medidas preventivas para proteger a los obreros de
eventuales accidentes de trabajo. Estas fallas supuestamente debe­
rían ser resueltas por el Consejo de Estado, pero aún en agosto de
1918 las repetidas solicitudes de la UOC para conseguir que ese
organismo tomara alguna medida habían fracasado67.
Los obreros de Bogotá también sufrieron la escasez de vivien­
da barata y adecuada. Los reclámos de apoyo gubernamental para
la construcción de vivienda destinada a los obreros, que se escucha­
ron por primera vez en la década de 1890, finalmente obtuvieron una
respuesta favorable en el Concejo municipal de Bogotá en 1912. En
aquel año, los hermanos González Ponce donaron a la ciudad un
terreno de dieciocho cuadras en San Victorino para construir un
barrio obrero; suficiente tierra para 597 lotes, que podían ser com­
prados a precios reducidos por los trabajadores. La ciudad a su vez
acordó dotarlo de agua, servicios públicos, asistencia educativa y
una mesada mensual de cien pesos (oro) para su administración.68
232
David Sowell
El barrio fue oficialmente consagrado el 22 de febrero de 1914 y
rebautizado “Antonio Ricaurte”. Unas setenta casas estaban enton­
ces en construcción y diez habían sido terminadas. La ciudad decla­
ró que estaban en marcha planes para extender las tuberías de agua
al barrio y anotaron que varios “buenos” pozos artesianos manten­
drían sus existencias completas hasta que los tubos fueran coloca­
dos. (Dos años después las tuberías de agua no estaban todavía
instaladas). El local de reunión del barrio llegó rápidamente a ser un
punto focal de actividad de los obreros, especialmente en celebra­
ciones como el Primero de Mayo69.
El asesinato de Rafael Uribe Uribe en octubre de 1914 modifi­
có los contornos del movimiento obrero por el resto de la década.
Sin él, el Partido Liberal perdió su predominio sobre la UNIO, del
que había disfrutado desde 1911. Numerosos grupos obreros inten­
taron llenar el espacio político dejado por la muerte de Uribe Uri­
be70. Los Republicanos estuvieron especialmente activos tratando
de movilizar obreros para las elecciones departamentales de febrero
de 1915, e incluyeron a Marco T. Amorocho como uno de sus prin­
cipales candidatos, aunque fueron derrotados por los Conservado­
res71. En las elecciones de mayo para Congreso, sin embargo, el
Partido Conservador se dividió y una lista de unión Liberal - Repu­
blicana obtuvo la mayoría de los votos72. El Partido Conservador
unido enfrentó una alianza de Republicanos, Liberales y obreros en
la elección de Concejo municipal de octubre. Amorocho, José Joa­
quín Munévar y Antonio Aguirre, quienes ganaron asientos en esa
corporación, pensaban expresarse con autonomía como obreros; pero
según Amorocho, Liberales y Conservadores habían hecho en se­
creto un acuerdo para dominar el proceso de nombramientos exclu­
yendo a los obreros. Aunque los representantes de los obreros en el
Concejo interrumpieron las deliberaciones con sus quejas, no pudie­
ron superar la confabulación Liberal - Conservadora73. Este enfren­
tamiento socavó aún más la fe de los líderes obreros en la actividad
política convencional y de igual manera fijó el escenario para la fun­
dación del segundo Partido Obrero.
Artesanos y política en Bogotá
233
El Partido Obrero
El Partido Obrero fue construido sobre la base de la experiencia y
actividades de otras organizaciones laborales que habían operado
durante la década de 1910. Entre los 800 obreros que firmaron su
manifiesto orgánico el 1 de enero de 1916, había miembros de diver­
sas sociedades mutuarias, así como también muchos participantes
en la UOC. Sus líderes rechazaron la política partidista en favor de
medidas sociales y económicas que pudieran beneficiar más directa­
mente al obrero colombiano. El Partido Obrero, el periódico del
grupo, indicó que el partido buscaría la unidad de los obreros y la
justicia socioeconómica74.
El primero de estos puntos focales, el rechazo a la política par­
tidista, había ganado fuerza lentamente a lo largo de la década. Aun­
que cabe suponer que la UNIO estuvo interesada en los asuntos
sociales y económicos que le concernían, llegó a estar intensamente
involucrada en el proceso político y cayó bajo el control del Libera­
lismo uribista. La UOC, por el contrario, se había consagrado a los
intereses socioeconómicos de los obreros y sostuvo ser su “legítima” representante. Los organizadores del Partido Obrero_comprendieron que la cooperación con los Liberales sería un pantano político
y anunciaron que era mejor abstenerse de la participación política
mientras los partidos tradicionales fueran abusivos y los obreros no
estuvieran organizados. Esta actitud no impidió establecer de vez en
cuando acuerdos “legítimos” con los partidos, ni implicó negar que
los Liberales habían ayudado a los obreros de alguna forma a través
de los años75. Según el grupo, sin embargo, el incumplimiento de los
partidos tradicionales en la aprobación de la educación obligatoria, la
protección a las pequeñas industrias o el establecimiento de cajas de
ahorros justificaba la necesidad de una organización política obrera
independiente. Además, en opinión de los editores del periódico del
nuevo partido, la propiedad privada había engendrado los problemas
que los obreros enfrentaban; una idea rechazada a la vez por Con­
servadores y Liberales76.
La estructura organizativa del Partido Obrero utilizó modelos
anteriores. Ni el Partido Obrero ni la UOC usaron el barrio como
unidad de organización, una decisión que ignoró las potenciales for­
talezas políticas de esa subdivisión urbana. La UOC había empleado
grupos de obreros afiliados para formar un directorio central, mien-
f
234
ce
David Sowell
tras que el Partido Obrero propuso ahora organizar cada oficio en
un gremio, que seleccionaríamos delegados al DirectorTo~Obrero,
quienes a su vez asumirían el control del partido el 1 de mayo de
1916^ Sus líderes pensaron que tal esquema organizativo permitiría
tomar en cuenta los diversos intereses de los gremios sin que prima­
ran los de uno en particular77.
El Partido Obrero percibió los problemas del momento desde
una perspectiva más socialista que la de sus predecesores. Los edi­
tores de El Partido Obrero describieron una sociedad en la que las
inequidades de clase negaban al obrero el equitativo disfrute de bie­
nes materiales o de gratificaciones sociales, sugiriendo que el traba­
jo, y no el capital, debería controlar la producción y la distribución de
sus beneficios. Comprendieron que serían necesarios cambios so­
ciales fundamentales para alcanzar tal meta, pero que en el corto
plazo se podría lograr la educación de los obreros, el mejoramiento
en los servicios públicos, el aumento de los salarios y el incremento
de la cooperación entre los gremios. Todas estas demandas se ha­
bían escuchado antes, pero el Partido Obrero también expresó inte­
rés por los problemas particulares de las mujeres trabajadoras, con­
sideró las huelgas como herramientas legítimas para la corrección
de las injusticias y convocó a una convención nacional de obreros78.
El Partido Obrero encontró oposición pública cuando buscó
definir su ideología y su carácter organizativo. Sus voceros enfatizaJron que el partido no aprobaba un socialismo anarquista que desea­
ba la eliminación de toda la propiedad, sino un “socialismo proteccio­
nista”, a través del cual el Estado en cooperación con los obreros
^efectuaría la tarea de reestructurar la sociedad. En su explicación
sobre los factores que determinaron su denominación, los editores
de El Partido Obrero escribieron que se tomó en cuenta la imagen
pública negativa del socialismo y el hecho de que el nombre “Partido
Obrero” transmitía el sentimiento deseado: la unión de “obreros que
piden garantías sociales, educación, trabajo y remuneraciones jus­
tas”79. Socialistas más radicales criticaron el uso del nombre “Parti­
do Obrero”, sugiriendo que implicaba que el grupo se dedicaba a la
acción política, lo cual obviamente no era el caso. Además, conti­
nuaron los críticos, el exclusivismo de los obreros dejaba por fuera a
muchos de sus verdaderos aliados que no eran obreros manuales.
Sin embargo, los editores del periódico socialista La Libertad decla­
raron que colaborarían plenamente con el partido80.
Artesanos y política en Bogotá
235
Los Liberales vinculados a la UNIO y leales a Uribe Uribe
expresaron una oposición más incisiva a la nueva organización. Ra­
món Rosales, quien llegaría a ser ministro de trabajo durante la pre­
sidencia de Alfonso López Pumarejo en la década de 1930, sostuvo
que el grupo representaba un dispositivo Republicano para enfrentar
al Partido Liberal. Si alguien se inclina por las cuestiones obreras,
insistió Rosales, entonces el Partido Liberal es el único lugar donde
se puede encontrar apoyo. Los líderes de la UNIO hicieron comen­
tarios similares81. En respuesta, los miembros del Partido Obrero
acusaron a Rosales de ser un líder político cuyo único interés era
utilizar los votos de los obreros y dijeron que sus alegatos sólo bus­
caban que ellos cesaran su lucha82.
Las acusaciones de Rosales señalando que los Republicanos se
habían involucrado íntimamente en la fundación del Partido Obrero
eran parcialmente ciertas. Los Republicanos habían perdido cohe­
sión como partido desde hacia algún tiempo; algunos de sus adherentes volvieron al redil Liberal y otros exploraron en nuevas direc­
ciones. Gaceta Republicana, vocero del partido desde 1909, había
cambiado de manos a fines de 1915, cuando Juan Ignacio Gálvez
llegó a ser su director. Gálvez, se recordará, fue muy activo en 1904
dentro de la Unión de Industriales y Obreros. El hecho de que él
invitara inmediatamente a grupos de obreros a usar el periódico para
sus proclamas indica que la opinión de Rosales tenía cierto grado de
veracidad83. Sin embargo, antecedentes similares como la UOC su­
gieren que el Partido Obrero fue menos un producto de algunos
Republicanos desesperados que parte del emergente movimiento
laboral.
La postura no partidista del Partido Obrero fue evidente en las
elecciones departamentales de 1917. Liberales y Republicanos, quie­
nes para la contienda se agruparon en la “Unión Liberal”, advirtie­
ron a los obreros que su plan de marcha al margen de las fuerzas
políticas podía estar bien orientado, pero que la acción política parti­
dista continuaba siendo el único camino legítimo para cambios fun­
damentales84. La Unión Liberal derrotó las dos listas presentadas
por los Conservadores, pero se mostró incapaz de atraer al Partido
Obrero a una alianza. La mayoría de los observadores comentaron
que un gran número de obreros rehusaron tomar parte en la elec­
ción, lo cual, como consecuencia, significó un número menor de vo­
tantes con relación a cualquier elección departamental durante la
236
David Sowell
década85. Tanto los editorialistas Liberales como Republicanos con­
denaron esta nueva variante política de los obreros, insistiendo en
que ellos podían orientar satisfactoriamente las necesidades de los
obreros86. Activistas del Partido Obrero condenaron a su vez a “los
dirigentes de la política” que negaban en forma persistente que los
obreros pudieran labrar su futuro con sus propias manos. Ellos ano­
taron que las cambiantes condiciones socioeconómicas habían pro­
ducido una clase obrera más consciente, la cual, mediante el Partido
Obrero, había plantado las semillas de su propio destino87.
El cambio de las actividades políticas electorales por unas más
directamente ligadas a las condiciones sociales y económicas, fue
visible en la participación del Partido Obrero en las huelgas, al con­
siderarlas como armas legítimas en la pugna por mejorar los salarios
y las condiciones de trabajo. Las huelgas no eran desconocidas en la
Bogotá del siglo XIX, pero debido al predominio de la producción
artesanal, fueron pocas. A medida que el trabajo asalariado llegó a
ser más común, la frecuencia de las huelgas aumentó, aunque no
necesariamente la duración. Las primeras huelgas en el sector de
transporte, especialmente en el Ferrocarril de la Sabana adelanta­
das por obreros no sindicalizados, frecuentemente se oponían a la
reducción de salarios o buscaban el aumento de salario para contra­
rrestar la inflación88. En los primeros días de 1918 una ola de huel­
gas, originada en estas quejas, cubrió las ciudades más importantes
de la Costa Atlántica, estimulando también a los obreros del ferro­
carril en Bogotá a exigir aumento de salarios89. Cuando la huelga de
Cartagena se tomó violenta, el gobierno expidió un decreto recono­
ciendo el derecho de los obreros nacionales a realizar huelgas, pero
prohibió los comités permanentes de huelga o el uso de la violencia
por parte de los obreros. El mismo decreto impuso el estado de sitio
hasta que la situación estuviera bajo el control gubernamental90.
El brote de huelgas en 1918 fue probablemente el resultado de
las presiones económicas creadas por la primera guerra mundial;
una respuesta “moderna” a fenómenos modernos. Simultáneamen­
te, los obreros en Bogotá usaron métodos modernos para enfrentar
un viejo problema, el de la competencia internacional. El arancel de
1905 redujo, aunque no silenció, los clamores por una legislación
proteccionista, pero en la década de 1910 la demanda gubernamen­
tal de productos extranjeros ocasionó una racha de protestas. En
octubre de 1916, por ejemplo, los carpinteros se sintieron ultrajado^
Artesanos y política en Bogotá
237
porque el Ferrocarril de la Sabana había pedido ventanas y puertas
de Estados Unidos y denunciaron el acto como típico del extranjeris­
mo que desconocía la competencia de los productores nativos91. Tres
años después, la anunciada intención del gobierno de comprar uni­
formes militares extranjeros espoleó a los obreros a convocar una
masiva manifestación el 16 de marzo de 1919. Durante el curso de
la protesta estallaron enfrentamientos entre manifestantes y poli­
cías; las autoridades armadas abrieron fuego, asesinando por lo menos
a siete personas e hiriendo a un número desconocido. A fin de com­
prender la magnitud y el carácter de la manifestación y la apresura­
da reacción del gobierno, esta debe situarse en el contexto de la
reunión de la Asamblea Obrera.
La Asamblea Obrera
Las movilizaciones obreras de la década de 1910 culminaron a
comienzos de 1919 en un encuentro de organizaciones. El Sindicato
Central Obrero y la Confederación de Acción Social se reunieron a
finales de 1918 para determinar las posibles alternativas hacia el
futuro, resultando el llamado a una Asamblea Obrera. El segundo
grupo, presidido por el Dr. Eduardo Carvajal, había sido creado para
ayudar a los bogotanos a enfrentar la epidemia de tifoidea y gripa de
1918. Los miembros de la Confederación eran muy heterogéneos y
estaban unidos solamente por el hecho de haber mostrado a lo largo
de esos años interés en asuntos sociales. En ella participaron acti­
vistas obreros como Pablo Amaya y Luis Ezpeleta; Liberales como
Alberto Sicard y Bemardino Rangel; y el disidente Conservador
Laureano Gómez. Los orígenes del Sindicato Central Obrero son
algo más oscuros, aunque él se insertaba en la tradición de la UOC
y el Partido Obrero de 1916. Pablo E. Mancera, uno de los fundado­
res de ambos, el Sindicato y la UOC, relató que fue creado en 1917
por un grupo de cinco personas que deseaban estudiar la miseria
socioeconómica de la ciudad92. De todos modos, el 19 de enero fue
la apertura de la Asamblea, la cual atrajo un amplio espectro de
individuos y grupos que se habían conectado con los obreros organi­
zados durante los quince años anteriores. Los delegados de la So­
ciedad de Socorros Mutuos, la UOC, la Sociedad de Seguros de
Muerte, la Sociedad de Barberos y por lo menos otros cinco grupos
estaban entre las 500 personas que se estimó asistieron. Los delega­
238
David Sowell
dos proclamaron su compromiso con la unidad social, moral y eco­
nómica, así como con la participación en el movimiento obrero inter­
nacional93. Mientras la Asamblea continuaba sus deliberaciones, in­
vitó a otros grupos a organizarse y afiliarse. Este llamado resultó en
la creación y vinculación de diversas organizaciones, desde sastres
y zapateros a carpinteros y obreros del ferrocarril. Dos semanas
después de su apertura, el número de organizaciones afiliadas había
duplicado las diez iniciales.\\En junio la Asamblea declaró haber cul­
minado su trabajo y presumía tener más de cien entidades afilia­
das94.
En su primer pronunciamiento la Asamblea declaró ser ella mis­
ma el Partido Socialista. Reclamó un claro programa estatal dirigido
a los obreros, para combatir injusticias sociales como la mísera vi­
vienda, el analfabetismo y las desiguales condiciones materiales. La
Asamblea incluyó en su plataforma una cláusula que demandaba la
nacionalización de la policía, el telégrafo y las instituciones de ense­
ñanza, lo cual, presumían, mejoraría sus condiciones sociales. Los
diversos componentes de la plataforma apelaban directamente a las
necesidades de los obreros: ocho horas diarias de jomada laboral,
auxilios de maternidad, aranceles proteccionistas, derecho de huel­
ga, jómales determinados por comités obreros, fortalecimiento de la
ley de compensación de los obreros, pago del salario el Primero de
Mayo y manejo estatal de los fondos de jubilación. El programa no
concibió al Estado como el principal impulsor de la prosperidad de
los obreros; ese mejoramiento, insistieron, provendría de la educa­
ción y el progreso material, los cuales, a su vez, permitirían al Parti­
do Socialista ejercer presión reformista sobre el Estado. Con res­
pecto a la acción política, la Asamblea se declaró independiente e
igualmente manifestó que apoyaría solamente a quienes estuvieran
por el adelanto socioeconómico del proletariado. El gmpo declaró
que practicaría la abstención cuando no hubiera una lista de candi­
datos favorables a los obreros95. La Asamblea divulgó sus planes de
crear el Sindicato Central Obrero el cual serviría como base para la
acción futura. Los sindicatos locales tendrían la responsabilidad de
organizar a los obreros y otros simpatizantes pro-socialistas para el
impulso de programas tales como cajas de ahorros, sociedades de
ayuda mutua, cooperativas de consumidores y vivienda para los obre­
ros. Los representantes de los gmpos locales formarían entonces el
Sindicato Central, que estaría encargado de la dirección de los proy
Artesanos y política en Bogotá
239
yectos políticos, la coordinación de delegados para el mejoramiento
de las condiciones socioeconómicas y la comunicación con grupos
internacionales. Un congreso nacional obrero, programado para re­
unirse el 7 de agosto de 1919, formalizó la creación del Sindicato
Central96.
La cada vez más activa organización convocó para el 16 de
marzo de 1919 una manifestación pública en la cual mediría su fuer­
za. Es incierto si el proyecto y la manifestación estaban impulsados
por la decisión del Presidente Marco Fidel Suárez de comprar uni­
formes extranjeros para el Ejército, o fue una simple coincidencia
-am bas parecen haber sido anunciadas para el mismo día97. No hay
duda, sin embargo, que la Asamblea vinculó con prontitud las dos, al
declarar que la manifestación era en protesta por el decreto, y pro­
clamar: “Obreros, la hora de nuestra justicia comienza!”98 Se esti­
mó que entre cinco y diez mil personas se reunieron en el Plaza de
Bolívar el domingo 16 de marzo para protestar contra la decisión del
gobierno. La muchedumbre escuchó pacíficamente al presidente de
la Asamblea, Marco T. Amorocho y a otros criticar el proyecto.
Suárez mismo se dispuso a dirigirse a la multitud, pero se encontró
únicamente con gritos y piedras. Algunos tiros aislados sonaron afue­
ra; entonces, presas del fuego de ametralladora, los manifestantes
se vieron forzados por seguridad a huir. El tiroteo y las perturbacio­
nes duraron hasta el anochecer, dejando por lo menos siete personas
muertas y un número desconocido de heridos. Numerosos líderes de
la protesta fueron arrestados, incluyendo a Eduardo Carvajal, Amo­
rocho y Alberto Manrique Páramo (director de Gaceta Republica­
na), y el gobierno impuso el estado de sitio99.
Extrañamente, el gobierno no suspendió la Asamblea y liberó
rápidamente a los arrestados. A fines de abril de 1919 la Asamblea
anunció la creación de un Directorio Ejecutivo Socialista, el cual fue
elegido el Primero de Mayo. El documento final de la Asamblea,
aprobado el 20 de mayo, rebautizó formalmente la organización como
Partido Socialista. Se declaró libre tanto de los partidos establecidos
como de los grupos religiosos y dijo estar exclusivamente dedicado a
luchas que pudieran favorecer la causa del proletariado. Realizado
su trabajo, la Asamblea pasó a clausurar sus sesiones, pero no sin
antes elegir un Directorio Ejecutivo Socialista Nacional y firmar de­
claraciones de solidaridad con los grupos que habían participado en
sus deliberaciones100.
240
David Sowell
Las elecciones de mayo para Congreso ofrecieron al movimiento
una oportunidad de mostrar su fortaleza organizativa. Anteriormen­
te había exhortado a sus miembros a que no votaran en las eleccio­
nes departamentales de febrero, las cuales arrojaron la más baja
votación de la década (4.219 votos), menos de la mitad de la concu­
rrencia para las elecciones de 1915 (9.200), y apreciablemente me­
nos de los 5.684 votos de dos años después -una elección caracte­
rizada también por la abstención de los obreros101. La Asamblea
anunció inicialmente que en las elecciones de mayo apoyaría única­
mente a aquellas personas con metas socialistas y que en ningún
caso asumiría un papel activo. Sin embargo, entregó al comité de
Liberales, Republicanos y Conservadores disidentes -hombres con
credenciales socialistas muy discutibles-una lista de posibles candi­
datos obreros. Las negociaciones entre los tres grupos para confor­
mar una lista común fracasaron, y los Liberales presentaron una
lista separada de la plancha unificada presentada por Republicanos
y Conservadores disidentes; Amorocho fue incluido como candidato
principal en estas dos listas. Fiel a su promesa, la Asamblea se abs­
tuvo de participar en actividades electorales. La elección fue gana­
da por la lista del Conservatismo Nacionalista102.
La Asamblea pareció haber resuelto el fastidioso problema en­
frentado por todos los grupos obreros en Bogotá durante la década
de 1910: cómo equilibrar acción política y socioeconómica sin llegar
a ser instrumento de los intereses de grupos no obreros. El camino
para tal fin fue convertirse en un Partido Socialista “adaptado a las
necesidades y aspiraciones del pueblo colombiano”, que, por supuesto,
eran las de los obreros103. De hecho, sin embargo, el conflicto de
intereses continuó. Las consultas de mayo entre miembros del Di­
rectorio Socialista y representantes del Directorio Obrero de Girardot, quienes trataban de resolver el mismo problema, fracasaron.
Miembros del grupo de Bogotá que no eran obreros urgieron a la
asociación de Girardot a considerar más ampliamente las necesida­
des obreras, lo que, desde su perspectiva, hacía necesario enfatizar
las causas políticas antes que los problemas simplemente obreros.
Incluso Amorocho pareció estar de acuerdo con esto, aunque advir­
tió que las organizaciones sindicales de los obreros debían ser la
base para un movimiento de ese tipo. Cuando los mismos miembros
no obreros del Directorio de Bogotá comentaron las elecciones de
mayo, insistieron en que la actitud apática mostrada por los obreros
Artesanos y política en Bogotá
241
en la contienda debía ser cambiada si ellos querían avanzar, sugi­
riendo aparentemente la prioridad de la acción política. Finalmente,
es notable que ninguno de los delegados obreros que firmaron el
manifiesto de cierre de la Asamblea Obrera haya sido seleccionado
como miembro del Directorio Ejecutivo Nacional Socialista; los obre­
ros y los no obreros parecían estar siguiendo rumbos distintos.104
Conclusión
Las primeras dos décadas del siglo XX constituyeron una etapa
transicional para el movimiento obrero de Bogotá; del predominio de
los artesanos se pasó a otro momento en el cual fueron más deter­
minantes los intereses específicos de los obreros asalariados. Cier­
tos puntos eran comunes a ambos tipos de trabajadores, ante todo la
demanda por una real participación política. Sin embargo, las distin­
tas realidades sociales y económicas produjeron más distancias que
convergencias en las plataformas planteadas por los dos tipos de
trabajadores. Mientras la protección arancelaria había sido central
en las declaraciones políticas de los artesanos, este punto raramente
fixe levantado después de la Guerra de los Mil Días, y aún entonces
lo hicieron más frecuentemente los industriales que los obreros. Para
la Unión Obrera Colombiana, la cuestión arancelaria, que se originó
en el deseo de los artesanos de proteger las profesiones estableci­
das, dejó de ser una de las prioridades para ser reemplazada por
demandas socioeconómicas como el aumento de programas educa­
tivos y la elevación de los salarios. Aunque los artesanos habían
levantado sus voces en favor de la educación, la cuestión de los
salarios era menos pertinente para los trabajadores independientes
que el punto más general de los ingresos. Igualmente, las exigencias
por compensación de accidentes y el derecho a la huelga fueron
relevantes únicamente para los modernos obreros asalariados.
Ambos tipos de trabajadores manifestaron que se requería par­
ticipación política efectiva, aunque con metas diferentes. Durante la
mayor parte del siglo XIX quienes hablaban en nombre de los arte­
sanos adhirieron a las virtudes del republicanismo, una ideología que,
según ellos, premiaría adecuadamente sus aportes sociales y econó­
micos con mayor influencia política -si esto no era subvertido por el
egoísmo partidista. Los artesanos, como grupo de los sectores me­
242
David Sowell
dios, no deseaban modificar las reglas políticas, solamente refor­
marlas, lo que, presumiblemente, lograron.
Por contraste, la década de 1910 vio una evolución gradual pero
segura de los trabajadores bogotanos hacia un socialismo que bus­
caba alterar los fundamentos económicos, sociales y políticos del
Estado colombiano. El punto de partida de los obreros fue el mismo
de los artesanos: un sistema bipartidista supuestamente manejado
por y para la elite. Grupos como la UNIO postularon que un frente
de unidad política entre industriales y obreros podría impulsar las
reformas necesarias para hacer al sistema más sensible a sus pro­
pósitos y necesidades. De manera idealista la UNIO esperó que tal
alianza sería independiente de los partidos establecidos, pero la rea­
lidad exigió relaciones con Republicanos y Liberales; similares com­
promisos habían establecido anteriormente los artesanos. Sin em­
bargo, los grupos de la década de 1910 no se replegaron a las ante­
riores posiciones cuando se les hizo evidente su explotación. Más
bien llegaron a considerar que la abstención electoral en favor de
una política socialista podía ser la forma apropiada de lograr la par­
ticipación efectiva de los obreros. No es sorprendente que aquellos
individuos políticamente conscientes, al percibir su aparente incapa­
cidad para alterar su posición subordinada dentro de la sociedad,
buscaran una solución para crear un nuevo sistema, y no simple­
mente reformar el existente.
Resulta sorprendente, sin embargo, el hecho de que mientras
las necesidades de los obreros bogotanos fueron expresadas articu­
ladamente y se elaboraba una alternativa socialista para los proble­
mas básicos, la cuestión de la independencia o la cooperación con
los partidos políticos tradicionales siguió estando presente. En nin­
gún momento alcanzaron los obreros de la capital -para no hablar
de los de otras áreas del p aís- durante la década de 1910 la unidad
o el poder suficientes para imponer sus aspiraciones en la política
local, departamental o nacional. Para inicios del decenio de los vein­
te el movimiento obrero era más consciente, políticamente maduro y
mejor organizado, aunque tuvo que enfrentar de nuevo el dilema
entre la cooperación (y posible cooptación) con otros grupos, o un
camino independiente y su probable pérdida de fuerza.
Artesanos y política en Bogotá
243
Notas
l- Para una discusión sobre este tópico en las ciudades de Francia durante el
mismo periodo, ver Michael P. Hanagan, The Logic o f Solidarity: Artisans and
Industrial Workers in Three French Towns, 1871-1914 (Chicago: University of
Chicago Press, 1980); y John Wallach Scott, The Glassworkers o f Carmaux:
French Craftsmen andPolitical Action in a Nineteenth-Century City (Cambridge,
MA: Harvard University Press, 1974).
2· Los Hechos, Mayo 20, 1904.
3 Los Hechos, Mayo 27, 1904.
4 Los Hechos, Abril 23, Mayo 10, 1904.
5 Los Hechos, Junio 7, 1904.
6· Los Hechos, Junio 11, 1904.
7· Los Hechos, Junio 18, 1904.
8 Los Hechos, Octubre 5, 13, 1904.
9 Diario Noticioso, Enero 11, 1905.
10· Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810 a 1930 (Bogotá:
Editorial Santafé, 1955), 334-44, 358-59.
11 Eduardo Lemaitre, Rafael Reyes: Biografía de un gran colombiano (Bogotá:
Babeo de la República, 1981), 246-55; Charles W. Bergquist, Coffee and Conflict in
Colombia, 1886-1910 (Durham, NC: Duke University Press, 1978), 219-23.
12· Lemaitre, Rafael Reyes, 316-24.
13· El Faro, Febrero 18, 25, 1906.
14· El Yunque, Febrero 16, Marzo 15, Abril 14, 19, 27, Mayo 17, 24, 26, 1906.
El Correo Nacional, Junio 4, 5, 6, 8, 13, 1906.
16· XYZ, Agosto 17,1907. Muchos miembros del grupo de carpinteros habían sido
miembros de la organización gremial de carpinteros en la década de 1880, lo cual
sugiere una cierta persistencia de los grupos gremiales. Ver XYZ, Mayo 9, 1907.
17· La Fusión, Enero 17, 1910.
18· El Correo Nacional, Marzo 1,1905; La Prensa, Agosto 13, 1907; XYZ, Enero
31, 1907, El Público, Enero 30, 1907.
19· Estatutos de la Sociedad Filantrópica (Bogotá: Imprenta Eléctrica, 1906).
20· El Correo Nacional, Enero 18, 1905; El Artista, Enero 26, p. 1, Septiembre 29,
Diciembre 1, 1906; Marzo 21, 1908.
21· Miguel Urrutia, Development o f the Colombian Labor Movement, 53, 60;
Mauricio Archila, “De la revolución social a la conciliación? Algunas hipótesis
sobre la transformación de la clase obrera colombiana (1919-1935 y \ Anuario Co­
lombiano de Historia Social y de la Cultura, n° 12 (1984), 98-102.
22· La Constitución, Octubre 8, 1902.
23· El Correo Nacional, Julio 8,1904; XYZ, Septiembre 21,1904; El Nuevo Tiem­
po, Enero 16, 1909.
24· El Correo Nacional, Marzo 24, Agosto 20,1908; El Nuevo Tiempo, Enero 13,
Junio 14, 1909; La Unidad, Julio 22, 1911; Gaceta Republicana, Enero 12, 1912;
y La Sociedad, Abril 27, 1912.
25· El Republicano, Abril 24, 1907, p. 1; El Artista, Abril 8, 1908; El Correo
Nacional, Abril 15, Septiembre 4, 1908, p. 1.
244
David Sowell
26· Bergquist, Coffee and Conflict, 242-45; Lemaitre, Rafael Reyes, 33^-39,
345-57.
27· Medófilo Medina, La protesta urbana en Colombia en el siglo X X (Bogotá:
Ediciones Aurora, 1984), 19, 24, passim.
28· El Concurso Nacional, Abril 2, 1909; Unión Industrial, Agosto 29, 1909;
Medina, La protesta urbana, 24; £7 Nuevo Tiempo, Marzo 13, 1909. Muchas
fuentes contemporáneas subvaloran el papel de los artesanos en los eventos del 13
de marzo. El Nuevo Tiempo, Marzo 16, 17, 18, 26, 1909; El Correo Nacional,
Marzo 24, 1909; y XYZ, Marzo 19, 1909.
29· Christopher Abel, Conservative Politics in Twentieth-Century Antioquia (19101953), (Oxford: Latin American Centre, St. Antony’s College, Occasional Paper
III, 1973), 14-15. Véase también la circular en El Nuevo Tiempo, Abril 5,1909.
30 Murillo había sido un activo defensor de la Unión Republicana desde su funda­
ción y una figura clave en el Directorio de Industriales y Obreros asociado con ese
partido.
31 Unión Industrial, Agosto 15, 21, 29, Septiembre 5, 1909.
32 Gaceta Republicana, Noviembre 12,15, 1909.
33 El Sufragio, Febrero 19,1910, p. 2; La Fusión, Enero 17,24, Febrero 16,1910.
34 La Razón del Obrero, Abril 16, 1910.
35 La Razón del Obrero, Julio 22, 1910\ La Correspondencia, Junio 10, 1910.
36 El 13 de Marzo, Junio 15, 18, 29, Julio 2, 1910.
37 Las elecciones para la Asamblea Departamental fueron celebradas en febrero,
para senadores y representantes en mayo y para concejos municipales en octubre.
El Proteccionista, Noviembre 26,1910.
38 El Proteccionista, Octubre 29, Noviembre 5,12, 19,26, Diciembre 4, 1910.
39· Gaceta Republicana, Enero 24, 25 28, Febrero 1, 4, 6, 1911; La Unidad,
Febrero 7, 1911; El Tiempo, Febrero 24, 1911.
40 El Comercio, Junio 1, 1911; Gaceta Republicana, Mayo 29, Junio 23, 1911.
Para una lista de todos los elegidos y su filiación partidista ver El Liberal, Junio 24,
1911. La entrevista con Restrepo en Comentarios, Julio 8, 1911.
41 Las conferencias del español Pedro González Blanco atizaron una serie de
antagonismos entre partidarios y adversarios de la iglesia, muchos de estos últimos
identificados con el Partido Obrero. El Comercio, Mayo 6, 1911; La Unidad,
Mayo 4, Junio 6, 1911; Gaceta Republicana, Mayo 1, 2, 4, 9, 30, 1911; El Con­
temporáneo, Junio 3, 1911; El Tiempo, Mayo 2, 1911. La UNIO ayudó después a
organizar el desfile del 20 de julio. De acuerdo con todos los relatos el desfile se
preparó bien y con éxito, pero, desafortunadamente, en la corrida de toros de la
tarde hubo un enfrentamiento violento entre espectadores y policías. Después de
varias horas de refriega, por lo menos nueve personas habían sido asesinadas y
otras tantas heridas. La mayoría de los observadores concuerdan en que la UNIO
no tuvo nada que ver con la violencia; sin embargo su imagen se empañó. Ver
Gaceta Republicana, Julio 5,2 1 ,2 4 ,2 7 ,2 9 ,1911;£7 Tiempo, Julio 2 2 ,2 5 ,1911;£7
Día Noticioso, Julio 22, 25, 1911; Colombia, Julio 8, 1911; La Unidad, Julio 27,
1911.
42· El Tiempo, Septiembre 15, 1911; 3 y 2, Septiembre 13, 1911; Comentarios,
Septiembre 28, 1911.
43 El Liberal, Octubre 2,3,1911 ; Gaceta Republicana, Octubre 3,7,11,1911; La
Sociedad, Octubre 3,1911.
/
Artesanos y política en Bogotá
245
44 La Unidad, Febrero 9, 1911.
45 Gaceta Republicana, Febrero 6,1911.
46· Kenneth N. Medhurst, The Church and Labour in Colombia (Manchester,
U.K.: Manchester University Press, 1984), 47.
47· Guillermo y Jorge González Quintana, El Círculo de Obreros: La obra y su
espíritu, 1911-1940 (Bogotá: Editorial de la Litografía Colombiana, 1940), 9-21;
Primer congreso eucarístico nacional de Colombia (Bogotá: Escuela Tipografía
Salesiana, 1914). Ver también Jeffrey L. Klaiber, “The Catolic Lay Movement in
Perú: 1867-1959”, TheAmericas, 40:2 (October 1983), 152, 158-59.
48 Jorge Orlando Meló, “De Carlos E. Restrepo a Marco Fidel Suárez. Republi­
canismo y gobiernos conservadores”, en Historia política, Vol. I. Nueva Historia
de Colombia (Bogotá: Planeta, 1989), 223.
49 El Liberal, Octubre 27, 1911; Vincent Baillie Dunlap, “Tragedy of a Colombian Martyr: Rafael Uribe Uribe and the Liberal Party, 1896-1914”, Ph.D Dissertation, University of North Carolina, 1979, 221.
50 Gaceta Republicana, Octubre 31,1911.
5L Ver, por ejemplo, el editorial de Ramón Rosales en El Liberal, Abril 25,1912.
52 Gaceta Republicana, Mayo 14, Junio 27, 1912.
53 Uno de los objetivos no políticos de la UNIO había sido formar una Casa del
Pueblo como centro público para la educación y la salud. Se recolectaron fondos
para ese fin, pero en junio sus críticos sostuvieron que el dinero no había sido
gastado ni siquiera parcialmente. El Liberal, Abril 13,1912; El Tiempo, Mayo 13,
Jimio 8, 18, 1912; Gil Blas, Mayo 8, 1912.
54 El Liberal, Agosto 14, 1911.
55· Gaceta Republicana, Mayo 14, 1912; El Tiempo, Septiembre 23, 1912; El
Domingo, Septiembre 21,1912.
56· El Liberal, Enero 30, 1913.
57 El Domingo, Octubre 27, Diciembre 8, 1912; El Liberal, Octubre 24, 1912.
58· El Domingo, Diciembre 15,22,1912; Gaceta Republicana, Diciembre 16,17,
1912; El Liberal, Diciembre 19, 1912.
59 El Tiempo, Febrero 2, 1913.
60· Gaceta Republicana, Febrero 21, Abril 1,14, Mayo 4, 1913; El Liberal, Abril
1, 1913.
61 La Unión Obrera, Julio 10, 16, 27, Agosto 2, 1913.
62 La Unión Obrera, Julio 16, 27, Agosto 2, 1913.
63 La Unión Obrera, Julio 16, Agosto 2,14,31,1913, Gaceta Republicana, Junio
6, 1913.
64 La Unión Obrera, Julio 16, Agosto 19, 1913.
65 La Unión Obrera, Julio 16, 27, 1913; Gaceta Republicana, Junio 24, Julio 8,
1913.
66· El Tiempo, Agosto 2, Septiembre 29, 1911 ;La Sociedad, Agosto 5,25, 1911;
El Ariete, Agosto 18,25, 1912; El Liberal, Septiembre 17,1914, Julio 29, Agosto
6, 31, Noviembre 12, 1915.
67· El Liberal, Mayo 1, 1916, Abril 9, Julio 27, 1917; Gaceta Republicana, Sep­
tiembre 4, 1918.
68 Gaceta Republicana, Septiembre 11,1913; La Sociedad, Septiembre 12,1913,
Febrero 19, 1914.
246
David Sowell
\(69 Gaceta Republicana, Febrero 19, 24, 1914; El Partido Obrero, Febrero 19,
1916.
70· El Liberal, Octubre 13, Diciembre 1, 1914; Gaceta Republicana, Octubre 19,
Noviembre 25, 1914.
71 Gaceta Republicana, Enero 11,19, Febrero 2, 1915; El Liberal, Enero 18, 26,
Febrero 2, 12, 1915.
72· Gaceta Republicana, Mayo 3, 1915; El Liberal, Abril 28, 29, 30, Mayo 1,
1915.
73 Gaceta Republicana, Octubre 8, Diciembre, 10, 1915.
74· El Partido Obrero, Enero 22, 1916.
75 El Partido Obrero, Enero 22, 29, Abril 8, 1916; El Domingo, Enero 16, 27,
Abril 16, 1916.
76· El Partido Obrero, Enero 22, 1916.
77 El Partido Obrero, Abril 1,15, Mayo 1, 1916.
78 El Partido Obrero, Enero 22, Febrero 6, 12, Marzo 11, Mayo 20, 1916.
79· El Partido Obrero, Enero 29, p. 1, Febrero 19, 1916.
80 Los editores eran Hermán Cáster, G. Arturo Camargo y Samuel A. Ramos. La
Libertad, Marzo 4, 12, 17, 1916; El Partido Obrero, Mayo 20, 1916.
8L El Liberal, Enero 11, 14, Marzo 29, 1916.
82· El Partido Obrero, Enero 23, 1916.
83 Gaceta Republicana, Octubre 8,1915.
84· El Domingo, Septiembre 10, 1916.
85 En 1917 se contabilizaron 5.684 votos; 9.200 en 1915; 11.398 en 1913; y
10.624 en 1911.
86· Gaceta Republicana, Enero 29, Febrero 1,20, Marzo 3,13, Abril 10,1917; El
Tiempo, Febrero 2, 5, 1917.
87· El Tiempo, Abril 9, 1917. A pesar de esta actitud, el Partido decidió colaborar
con los Republicanos para las elecciones de Congreso en mayo, formando una
coalición que derrotó al sector “nacionalista” del Partido Conservador. El Tiempo,
Abril 24, Mayo 3, 13, 17, 1917; El Liberal, Mayo 13, 1917.
88 Gaceta Republicana, Octubre 25, Noviembre 11, 1909; Enero 24, 27, 1914.
89· Urrutia, Development o f the Colombian Labor Movement, 57-58; El Diario
Nacional, Enero 16,1918; Archila, “Algunas hipótesis”, passim. Sobre la cobertu­
ra de las huelgas ver Gaceta Republicana, Enero, 1918.
90· Gaceta Republicana, Enero 14,1918.
91· Gaceta Republicana, Octubre 20,1916; El Domingo, Octubre 22,27,1916; Xa
Libertad, Octubre 18,1916. Cuando los pedidos fueron otorgados a los colombia­
nos siempre fueron acogidos con elogios, como ocurrió con los zapateros en 1914.
Ver Gaceta Republicana, Enero 28,1914. Pero dos años después, el mismo gremio,
mientras agradecía al gobierno por un contrato con el ejército, dijo que la orden se
debería haber dado a productores menores y no a una fábrica grande. Ver El Domin­
go, Marzo 16, 1916.
92 Gaceta Republicana, Diciembre 26, 1918; Mayo 2, 1919. El programa en
Gaceta Republicana, Diciembre 18,1918.
93· Gaceta Republicana, Enero 21, Mayo 6, 1919.
94· Gaceta Republicana, Febrero 5, 7, 10, 15, 18, Marzo 4, 10, 12, Mayo 7, 11,
Junio 6, 1919.
Artesanos y política en Bogotá
247
95 Gaceta Republicana, Febrero 15,1919.
96 Gaceta Republicana, Marzo 8, 12, 1919.
97· Urrutia insiste en que tanto la convocatoria de la manifestación como la pérdi­
da de vidas resultante fueron innecesarias, pues el gobierno invalidó el decreto el 15
de marzo de 1919, un día antes de la protesta. Ver su Development o f the Colombian Labor Movement, 63. De hecho, el gobierno sólo suspendió la licitación para
los uniformes. A comienzos de abril, fue situada una orden a una compañía de
EE.UU. para la elaboración de 30.000 yardas de tela. Ver Gaceta Republicana,
Abril 11, 1919.
98· El Correo Liberal, Marzo 14 (p. 1), 17, 21, 1919.
99 Gaceta Republicana, Marzo 22,1919; El Correo Liberal, Marzo 17,18,1919.
Suárez insistió en que las víctimas fueron parte de una sublevación armada contra
el gobierno y que la respuesta militar estuvo totalmente justificada. En abril, sin
embargo, el General Pedro Sicard Briceño fue sometido a una investigación guber­
namental por haber disparado injustificadamente sobre el manifestante Gabriel
Cháves. Ver El Correo Liberal, Marzo 18, 20, 21, 1919; y Gaceta Republicana,
Marzo 22, 24, 25, Abril 1, 2, 1919.
100· Gaceta Republicana, Mayo 2, 6, 7, 14, 20, Junio 6, 18, 1919.
101· Gaceta Republicana, Enero 4, 12, Febrero 4, 1919.
102· Gaceta Republicana, Abril 2, 16, 22, 26, 28, Mayo 8, 13, 1919; El Correo
Liberal, Mayo 6, 9, 16, 1919.
103· Gaceta Republicana, Junio 6, 1919.
104· Gaceta Republicana, Mayo 7, 13, Junio 6, 18, 1919.
«
Capítulo Vil
Cambio socioeconómico, política partidista
y organizaciones de artesanos
C elebración o b rera en e l p a rq u e d e la independencia
de B ogotá.
T
J l__
El ritmo y el carácter del movimiento artesano de Bogotá estu­
vieron determinados por dos variables. La tendencia generalmente
descendente en la posición socioeconómica de los artesanos bogo­
tanos, causada por la competencia de los productos extranjeros, y el
crecimiento de los obreros asalariados industriales en la ciudad y la
región, que estimuló a los artesanos a protegerse mediante la activi­
dad organizada, mucha de ella de naturaleza política. Al mismo tiempo,
el forcejeo partidista por el poder atrajo a los artesanos a la arena
política, cuando los partidos intentaron ensanchar súbase de apoyo.
Tomados en conjunto, estos factores ayudan a explicar el ritmo de la
actividad política y organizativa de los artesanos, sus objetivos, y,
hasta cierto grado, su impacto.
Los artesanos y sus artes manuales pasaron durante los cien
años posteriores a la independencia de ser el único sector producti­
vo importante en la economía urbana colombiana a ser una parte de
una mezcla compleja de trabajadores que utilizaban variadas técni­
cas productivas. Esta no fue una transformación rápida que pudiera
haber incitado a los artesanos a una resistencia violenta ante las
amenazas a su bienestar socioeconómico. Más bien fue un largo
proceso que corroyó lentamente la importancia de los artesanos den­
tro de la estructura productiva y social de la ciudad. Tampoco todos
los oficios compartieron una experiencia similar. Algunos sufrieron
cambios rápidos mientras otros sufrieron una transformación gra­
dual. Las respuestas de los diferentes artesanos al cambio económi­
co variaron; los esfuerzos políticos dependieron a menudo de sus
destinos particulares1. La información existente sugiere que los sas­
tres y zapateros, cuya ocupación padeció tempranamente la compe­
tencia, fueron más activos en las organizaciones del periodo de re­
formas liberales. Otros artesanos, aquellos que practicaron las acti­
vidades de la construcción, fueron más notorios en el último tercio
del siglo.
Las declaraciones públicas son quizás la ruta más segura para
el examen de los problemas que afectaron la condición socioeconó­
252
David Sowell
mica de los artesanos, debido especialmente a que un análisis siste­
mático de sus estilos de vida espera otros estudios. Las declaracio­
nes públicas no reflejan el rango completo de las preocupaciones de
los artesanos, pero sirven como posibles barómetros de la crisis,
revelando problemas urgentes que amenazaron el estilo de vida apre­
ciado por los artesanos, o por lo menos por sus portavoces públicos.
Las repetidas referencias a temas particulares indican o la percep­
ción de su importancia o la intensidad de la amenaza, o ambas. La
variación del contenido de esas declaraciones a través del tiempo
ayuda a sugerir cambios en el interior de la clase artesana y signos
del momento en que la clase empezó a perder parte de su cohesión2.
Las preocupaciones expresadas comúnmente entran en cuatro
áreas interrelacionadas: el bienestar económico, político, social y la
imagen pública de los artesanos. Los asuntos puestos de manifiesto
con más frecuencia eran de orden económico, sobre todo el deseo
de protección arancelaria, pero también se pusieron de presente
opiniones sobre la educación industrial, el estado interno del comer­
cio, el crédito y las dislocaciones económicas causadas por la gue­
rra. Los comentarios políticos se centraron en las aspiraciones de
los artesanos a obtener una voz legítima dentro del régimen político,
y un desencanto general con la política partidista. Las preocupacio­
nes por el bienestar abarcaban desde el deseo de mejor educación e
instalaciones de atención a la salud, hasta el apoyo a instituciones
que proveyeran protección social, como la iglesia o las sociedades
de ayuda mutua. Finalmente, los artesanos enunciaron sus aportes
sociales, económicos y políticos tratando de moldear una imagen
pública positiva que ellos consideraban como un derecho. Este orgu­
llo “de ser artesano” sirvió para reforzar el derecho de los artesanos
a expresarse públicamente.
Los artesanos consideraron que la estructura arancelaria que
aislaba su producción de la competencia extranjera era decisiva para
su bienestar socioeconómico. Como los moderadamente proteccio­
nistas aranceles del periodo nacional temprano dieron paso a las
reducciones arancelarias liberales, los artesanos de Bogotá y otras
áreas del país solicitaron repetidamente la restauración de una polí­
tica arancelaria proteccionista3. Cuando las tasas arancelarias fue­
ron elevadas en la década de 1880, los artesanos alabaron el gobier­
no de la Regeneración y ciertos oficios parecen haberse beneficiado
de la disminución de la competencia extranjera4. Sin embargo, ni lps
Artesanos y política en Bogotá
253
aranceles de Núñez ni los de Reyes necesariamente fueron pensa­
dos para favorecer un resurgimiento de la producción artesanal, sino
para estimular el desarrollo de industrias manufactureras dentro del
país. Mientras que ciertos artesanos pudieron haber disfrutado a
corto plazo de los beneficios de estos aranceles, el efecto a largo
plazo fue aumentar la competencia de las manufacturas locales o
extranjeras para los productores artesanales.
Los artesanos pensaron que ciertas medidas gubernamentales,
además del mantenimiento de barreras arancelarias, podían ayudar
a sus industrias. La solicitud de que las materias primas y las máqui­
nas usadas por los artesanos locales en sus ocupaciones pudieran
entrar al país con un mínimo de impuestos de aduana y restricciones
fue presentada primero en la petición de 1846 y después de esto fue
incluida en casi toda otra solicitud, incluyendo la de la Unión Obrera
Colombiana de los años 19105. Ya en la década de 1840, los artesa­
nos habían buscado orientarse hacia las técnicas de los artesanos
extranjeros, aun cuando en Bogotá eran críticos de esos extranjeros
que se negaban a asociarse con sus colegas locales6. Los artesanos
pidieron a menudo que el gobierno organizara talleres para difundir
las nuevas destrezas y que intentara atraer artesanos extranjeros
para instruir a los nacionales, o enviar a los colombianos al exterior a
aprender las últimas técnicas7. Los artesanos reclamaron la necesi­
dad de fuentes adicionales de crédito, y por ello apoyaron la Caja de
Ahorros e intentaron repetidamente iniciar sus propias instituciones
de ahorro. Cada sociedad de ayuda mutua incluyó planes por lo menos
para un banco, como lo hicieron las asociaciones políticas como la
Unión Nacional de Industriales y Obreros en la década de 19108.
Era plausible que la presión política de los artesanos tuviera el
potencial para obligar al gobierno colombiano a proteger sus indus­
trias, iniciar programas de educación industrial y establecer institu­
ciones de crédito. Pero la presión política tenía menos capacidad
para afectar el costo del transporte, un factor determinante en el
precio de los productos extranjeros en Bogotá. Los artesanos del
interior al parecer no apreciaron la importancia de los altos costos
del transporte como factor protector, aunque ellos probablemente
equipararon los impuestos de aduana con el aumento de costos a los
consumidores de los productos extranjeros. La navegación perma­
nente de barcos a vapor en el Río de Magdalena bajó los costos del
transporte en quizás un tercio y agravó el asalto de los bienes ex­
254
David Sowell
tranjeros por la década de 18609. Los rieles del ferrocarril hasta el
río, instalados en los primeros años del siglo XX, indudablemente
acrecentaron la cantidad de mercancías importadas disponibles en
la capital colombiana.
Las guerras civiles que acompañaron la permanente disputa
partidista perturbó las economías locales y nacionales y causó dislo­
caciones serias entre los artesanos10. Estos perdieron muchos pedi­
dos durante las guerras y vieron el crédito, que era caro y escaso en
los mejores tiempos, subir de costo y desviarse para consolidar las
aventuras militares. Es más, los artesanos frecuentemente fueron
llamados al servicio como miembros de la milicia, una obligación que
les impidió trabajar y a veces les produjo la lesión y la muerte11. En
la medida que las maquinaciones partidistas causaron prácticamen­
te todos los conflictos, los artesanos instaron a los partidos a que se
alternaran en el control o la repartición del poder -cualquier cosa
que redujera el nivel del conflicto. Esto indudablemente explica la
popularidad de Núñez y quizás contribuyó al atractivo de Mosquera
y Reyes, todos hombres que parecían especializados en la noción de
estabilidad política, incluso a expensas de las pautas constitucionales
o las elecciones competitivas. Los artesanos pensaron que los abu­
sos partidistas obstaculizaban su expresión política, lo que a su vez
provocó demandas por una representación más eficaz en la política.
En numerosas ocasiones este sentimiento se expresó mediante la
queja, “nosotros fuimos usados como una escalera para las ambicio­
nes Liberales [o Conservadoras], sólo para ser tirados cuando ya no
nos necesitaron”12.
Los intereses económicos y políticos de los artesanos compar­
tieron la característica de que podían hacerse avanzar principalmen­
te a través del poder o podían ser promovidos dentro del reino de la
actividad política. Esto generalmente no era verdad en relación con
sus asuntos inmediatos de bienestar social, que los artesanos fre­
cuentemente intentaron resolver solos. Aunque limitada en su entre­
ga real de servicios, la iglesia les ofreció a los artesanos y a sus hijos
programas educativos y de cuidado de la salud hasta el periodo de
reformas, cuando las autoridades eclesiásticas fueron despojadas
de muchas funciones temporales y recursos, una iniciativa que los
artesanos condenaron en diversas declaraciones públicas13. La So­
ciedad de Artesanos, la Sociedad Popular y la Sociedad Unión, to­
das intentaron responder a la necesidad de educación de los adulto^,
Artesanos y política en Bogotá
255
dirigiendo sus propias escuelas. Después de la década de 1860 los
artesanos recurrieron al gobierno para extender sus programas edu­
cativos. Las necesidades de bienestar social fueron satisfechas en
forma similar, con organizaciones amplias como la Sociedad Unión
que intentó ocuparse de las necesidades de sus miembros. Las so­
ciedades de ayuda mutua (que se desarrollaron después de 1872)
respondieron directamente a estas preocupaciones, aunque sus miem­
bros se limitaron a la elite del artesanado. Al menos parte del apoyo
a la Regeneración puede atribuirse a la restitución de la iglesia como
agente formal en la protección social dentro de la sociedad colom­
biana.
¿Por qué los artesanos pensaron que sus quejas debían ser re­
conocidas y expresadas por la elite “natural” de la nación? Una
lectura de las declaraciones públicas de los artesanos sugiere que
ellos pensaron que sus contribuciones a la nación eran lo suficiente­
mente valiosas como para permitirles una voz y una influencia polí­
tica. La conciencia de los artesanos parece haber estado basada en
la creencia de que el trabajo de producir los bienes de consumo de la
nación, aunque no siempre premiado financieramente, era honora­
ble y necesario. El artículo “El Artesano de Bogotá” de 1858 subra­
yó que mientras los ricos y los notables sociales se negaban a aban­
donar la actitud colonial de considerar que “las artes deshonran”, los
artesanos sostenían que “merece más la pena ser pobre honorable
que rico y ladrón”14. José Leocadio Camacho, escribiendo en la dé­
cada de 1860 para La Alianza, argumentó que la producción misma
contribuía a la sociedad debido a su función creativa y justificaba los
sentimientos resultantes, de respeto hacia sí mismo, estima personal
y mérito económico15.
Las ocupaciones practicadas por los artesanos les procuraron
un sentimiento de independencia económica y un rango social inter­
medio que los colocó aparte de las masas. Este estatus era una
fuente de orgullo y respeto hacia sí mismos. El trabajo de un artesa­
no podría no producir riqueza, pero evitaba la vagancia. Por contras­
te, los artesanos contrapusieron a menudo el mérito de su produc­
ción con el “mal social” de la empleomanía. El empleado que consu­
mía los escasos impuestos de la nación y no producía nada tangible
era un anatema para muchos artesanos. Los artesanos se percibie­
ron como una fuerza política positiva: ellos pagaban los impuestos
para apoyar los gobiernos local, estatal y nacional, actuaban como
256
David Sowell
vigilantes nocturnos en sus barrios, servían en la milicia, defendían el
orden constitucional, y, en general, actuaban como buenos ciudada­
nos republicanos16.
Los objetivos que los artesanos intentaron alcanzar, o a través
de la presión organizativa o mediante la iniciativa individual, tenían
su origen en su estatus socioeconómico como productores indepen­
dientes y en sus derechos políticos como ciudadanos. La transfor­
mación de la economía de Bogotá y de Colombia amenazó la capa­
cidad de muchos artesanos para conservar su posición social tradi­
cional y causó la mayoría de las presiones que los artesanos intenta­
ron aliviar mediante la acción política. La persistencia de demandas
como la protección arancelaria y la educación industrial a lo largo
del siglo XIX indica la amenaza continua al estatus socioeconómico
de los artesanos. La aparición en la década de 1910 de nuevas de­
mandas, así como de leyes relacionadas con los accidentes de tra­
bajo y con la educación básica, evidencian la emergencia del obrero
asalariado como un componente importante de la población trabaja­
dora de Bogotá y, en consecuencia, el eclipse del estatus de los
artesanos como líderes del movimiento obrero. De manera conco­
mitante, las demandas de los artesanos de participación política efec­
tiva dentro del sistema republicano dieron paso a los llamados de los
obreros a un Estado socialista, vagamente definido. Los artesanos
estuvieron insertados fuertemente en la vida social, económica y
política de Bogotá, inserción que no querían anular sino adecuar más
a sus intereses. Lo mismo no podría decirse de los obreros asalaria­
dos, muchos de los cuales apoyaron los llamados socialistas por una
transformación del Estado.
El forcejeo partidista por el poder
La conjunción del ideal republicano y el forcejeo partidista por
el poder dieron forma a las fases iniciales de la participación política
de los artesanos en las primeras etapas de la nación colombiana.
Los líderes del movimiento colombiano por la independencia y quie­
nes erigieron la estructura constitucional del país no sólo rechazaron
la dominación española sino también el gobierno de los monarcas
absolutos, los cuales, según ellos, producían la tiranía y disminuían
las oportunidades para el progreso social, económico o moral. Aque­
llos que compararon el destino de España con el de Estados Unidos
Artesanos y política en Bogotá
257
sacaron la conclusión que el gobierno republicano generaba prospe­
ridad económica, progreso social y estabilidad política, siendo por
consiguiente la forma ideal de gobierno para la emergente nación. El
modelo republicano implicaba la participación popular en la elección
de los representantes que gobernarían la nación (para alivio de mu­
chos, se había demostrado en Estados Unidos que una ciudadanía
responsable podía evitar la anarquía popular de la Francia revolucio­
naria y usualmente seleccionaba como sus gobernantes a la elite
“natural”). A lo largo del siglo XIX, sólo con algunas excepciones,
las Constituciones concedieron la ciudadanía a los individuos “res­
petables”, condición derivada de la tenencia de propiedad, del ingre­
so, del estatus ocupacional o del alfabetismo17. Los artesanos cons­
tituían una porción significativa de la población urbana juzgada digna
de participar en el sistema político republicano. La extensión de este
derecho seguramente provocó una respuesta favorable de los arte­
sanos, quienes consideraron que como ciudadanos honorables, como
defensores del orden legítimo, y en reconocimiento de sus funciones
productivas, merecían semejante privilegio.
La realidad de la política colombiana del siglo XIX, sin embar­
go, distaba del ideal republicano. El intenso forcejeo por el poder y
los esfuerzos frustrados por formar una estructura gubernamental
estable duraron hasta después de la desastrosa Guerra de los Mil
Días.18Fuerzas regionales lucharon por el poder político y el control
del Estado baj o el manto de los partidos Conservador y Liberal y sus
múltiples facciones. Diferencias programáticas fundamentales sólo
separaron a estos grupos frente a los problemas sociales y en rela­
ción con la iglesia; el control de los recursos de la nación y la desig­
nación de los poderes fueron los ejes centrales de la disputa. Puesto
que ningún grupo solo pudo monopolizar el poder, la ampliación de
las bases de apoyo electoral y popular se hizo tempranamente nece­
saria. En las áreas rurales, los lazos tradicionales de clientelismo
simplificaron la materia; el poder de los propietarios, los clérigos, u
otros sectores se traducía prontamente en votos. Algunas de esas
mismas relaciones clientelistas, especialmente las de la iglesia, in­
fluenciaron la política urbana, pero la presencia de individuos relati­
vamente autónomos como los artesanos hicieron de las ciudades,
sobre todo Bogotá, ambientes políticos distintos.
La necesidad de los grupos partidistas de reclutar clientes y el
ideal de la participación popular en un gobierno republicano dieron
258
David Sowell
como resultado la invocación a la lealtad política de los artesanos
urbanos. El forcejeo de 1838 entre las facciones de los partidos
Conservador y Liberal en vías de desarrollo llevaron directamente al
reclutamiento de artesanos en la Sociedad Católica y la Sociedad
Democrática-Republicana de Artesanos y Labradores Progresis­
tas. Ambas sociedades solicitaron sus votos e intentaron inculcar en
sus miembros una ideología particular. Hay, sin embargo, poca evi­
dencia para indicar o una alineación rígida entre los artesanos políti­
camente activos y los partidos emergentes, o que los artesanos acep­
taron sin cuestionar las posiciones ideológicas partidistas, ni durante
el decenio de 1830 ni más adelante, aunque durante algunos perio­
dos un número mayor de artesanos tendió a trabajar para uno u otro
partido. La mayoría de las veces, las asociaciones políticas más visi­
bles ligaron a los artesanos con los líderes de movimientos disidentes
o terceristas como los Draconianos (década de 1850), Manuel Ma­
ría Madiedo (década de 1860), los Liberales Independientes (déca­
da de 1870), Núñez (década de 1880 y más adelante), y los Republi­
canos (década de 1910).
Varias razones explican el vínculo de los artesanos con terceros
partidos, o con grupos que no encajaban nítidamente en los campos
Conservador o Liberal. Conjeturo que a comienzos de la década de
1850 gran parte de la relación de las Sociedades Democráticas con
los Draconianos provenía de su lealtad a Obando y algunos miem­
bros del ejército, cuyo estatus social era similar al de los artesanos.
Estos compartían el interés usual entre los Draconianos de reducir
la velocidad, si no de parar totalmente, varios aspectos de la agenda
de reformas, así como la necesidad de unir esfuerzos para acrecen­
tar su fuerza potencial contra grupos que favorecían el proceso de
reformas. Estos tres factores -lealtad a líderes particulares, similitu­
des ideológicas y ventajas mutuas de la acción concertada al lado de
outsiders- explican la mayoría de las asociaciones de los artesanos
con los terceros partidos, siendo el deseo de avanzar unos y otros
ante los partidos dominantes probablemente el factor más importan­
te. Esto es evidente en la relación que los obreros desarrollaron con
los Republicanos de la década de 1910, un grupo que finalmente fue
eclipsado por los dos partidos tradicionales.
La relación entre los artesanos y la corriente principal de los
partidos Conservador y Liberal fue considerablemente menos com­
pleja. Durante los periodos de intensa rivalidad política, los partidos
Artesanos y política en Bogotá
259
reclutaron apoyo regularmente entre los artesanos. La historia de
las dos Sociedades de 1838, de las Sociedades Democrática y Po­
pular del periodo de reformas, y de las organizaciones electorales
posteriores ilustran esta tendencia. Es significativo que la frecuen­
cia de tales apelaciones se haya reducido enormemente en los años
1870 casi hasta desaparecer entre 1880 y 1910. La fragmentación
de la clase artesana ocurrida después de la década de 1860, junto
con el desarrollo de infraestructuras partidistas, explican esta ten­
dencia19. Por la década de 1870, luego de años de propaganda y de
esfuerzos por inculcar la lealtad de partido en los sectores populares
votantes, parece que el pueblo se identificó espontáneamente a sí
mismo como Conservador o Liberal en la mayoría de las elecciones.
Esto disminuyó la necesidad de utilizar grupos electorales ad hoc
con arraigo en el artesanado y redujo la importancia de las asocia­
ciones de artesanos. El reavivamiento del reclutamiento político ini­
ciado en los años 1910 puede atribuirse al menoscabo de las lealta­
des partidistas producido por el partido Nacional de Núñez en la
década de 1880, por el gobierno de Reyes en los años posteriores a
1904, así como a la necesidad de reconstruir el sistema de partidos.
Es de destacar que los partidos dominantes en el siglo XX se convir­
tieron eventualmente en tutores de los sindicatos de trabajadores, lo
cual fue una gran desventaja para las organizaciones obreras noalineadas.
La inicial apertura con que los artesanos podían participar polí­
ticamente no provino por lo tanto de sus propias presiones, sino que
más bien fue el resultado del forcejeo partidista por el poder. Los
jefes de los partidos reclutaban clientes políticos, que en la escena
urbana eran sacados de las filas del sector artesano. A cambio de
sus votos, los artesanos esperaban que sus intereses particulares
fueran tenidos en cuenta y que la república ideal funcionara. Que
esto no resultara, apenas sorprende. No obstante, la expresión de
las metas particulares de la población artesana y la actividad colec­
tiva emprendida para alcanzar esos objetivos, a pesar de los repeti­
dos fracasos, dejó una historia que merece cuidadoso examen.
260
David Sowell
Organizaciones de artesanos y periodización
Numerosos problemas dificultan la periodización de la actividad
de los artesanos y la construcción de una tipología de las organiza­
ciones en las que participaron. Las historias obreras latinoamerica­
nas generales usualmente describen el siglo XIX como un “periodo
formativo” o como un periodo de “movimiento obrero sin clase obre­
ra”,20 sin intentar subdividir el periodo de “hegemonía del artesana­
do” o determinar las razones para las variaciones en la actividad
organizativa artesana21.
Los artesanos bogotanos articularon sus intereses particulares
a través de cuatro tipos de expresión organizada: los grupos electo­
rales temporales, las movilizaciones de amplia base, las sociedades
de ayuda mutua y la acción directa. Las funciones de ellas no eran
mutuamente excluyentes, sino lo bastante distintas como para re­
querir un análisis separado. Los periodos más visibles de actividad
organizativa en este estudio son 1832-46,1846-68,1868-1904 y 190419. El reclutamiento partidista de “arriba hacia abajo” por los líderes
de los emergentes partidos Conservador y Liberal caracterizó los
catorce años posteriores a 1832. Las partidistas Sociedad Católica y
Sociedad Democrática-Republicana de Artesanos y Labradores
Progresistas intentaron inculcar en los artesanos y otros sectores las
creencias particulares de los dos partidos22. La más intensa activi­
dad política de los artesanos durante el siglo XIX tuvo lugar en el
periodo 1846-68, cuando las movilizaciones generales de artesanos
ejercieron una marcada influencia sobre la política bogotana y co­
lombiana. Sin embargo, antes de 1855, estas organizaciones tendie­
ron a estar orientadas más hacia el partido Liberal, mientras que
después de la derrota de Meló en 1854 ellas se orientaron más hacia
el partido Conservador.
La Sociedad de Artesanos representó el primer esfuerzo for­
mal de los trabajadores por influir autónomamente en el funciona­
miento del Estado colombiano. Los artesanos se movilizaron para
proteger sus ocupaciones y su sustento, de los peligros que ellos
vieron en la ley arancelaria de 1847 -la cual buscaron derogarpero también intentaron reforzar su “conocimiento” intelectual y trabajar en su ayuda mutua. La vinculación de la Sociedad a la elección
presidencial de 1848 la colocó bajo la influencia de personas no per­
tenecientes al artesanado asociadas con el partido Liberal, una alianza
Artesanos y política en Bogotá
261
que se consolidó el 7 de marzo. Esa elección estimuló a los Conser­
vadores a formar la Sociedad Popular, un grupo que enlazó los inte­
reses del partido Conservador y de los artesanos que habían favore­
cido la candidatura de Joaquín Gori en 1848. Las confrontaciones
partidistas entre las sociedades Democrática y Popular produjeron
la supresión del segundo grupo, mientras que el primero ayudó efi­
cazmente a los objetivos de reforma de sus patrocinadores Gólgotas. Estos utilizaron a los artesanos como instrumentos políticos, así
como los Progresistas habían utilizado a los artesanos en la Socie­
dad Democrática-Republicana. Sin embargo, en contraste con los
años 1830, a comienzos de la década de 1850 los artesanos manifes­
taron un claro reconocimiento de sus propias preocupaciones de clase
y sus nociones de cómo debía estructurarse adecuadamente Colom­
bia. Muchos artesanos percibieron que los reformadores no favore­
cerían sus demandas de un arancel proteccionista y llegaron a con­
siderar la redefinición del papel de la iglesia en la sociedad colom­
biana como perjudicial para la moralidad y el bienestar social. Con el
tiempo, muchos artesanos Democráticos se unieron con los Libera­
les Draconianos y con los elementos descontentos del ejército para
organizar la desafortunada insurrección del 17 de abril contra el con­
junto de reformas23.
El alejamiento en relación con los reformadores, evidente en el
17 de abril, se aceleró en el periodo 1855-68. La similitud más im­
portante entre este y el periodo precedente fue la continua apelación
a los artesanos y el uso de ellos, por los partidos políticos. La natura­
leza oportunista del proceso de reclutamiento generó sentimientos
de explotación política entre los artesanos, quienes percibieron que
sólo sus votos o su servicio como carne de cañón importaba a la elite
política. Los decretos anti-eclesiales del presidente Mosquera, los
cuales amenazaron lo que muchos artesanos veían como la fuente
de una vida “moral”, los alejó aún más. La depresión que afectó a
Bogotá después de la guerra civil de 1859-62 trajo la miseria econó­
mica a todos los sectores sociales, sobre todo al artesanado. Ante la
privación económica, los abusos del tiempo de guerra y la desilusión
política, la Sociedad Unión rechazó el sistema que usaba a los arte­
sanos como herramientas partidistas. En cambio intentó afirmar el
valor y el poder político potencial de los artesanos unidos. Como la
Sociedad de Artesanos, la Sociedad Unión fue una organización
general establecida por artesanos para defender sus intereses parti-
262
David Sowell
culares, los cuales, por 1866, fueron conceptualizados de una forma
más consciente e ideológicamente madura de lo que lo habían sido
en 1847. La Sociedad Unión enfocó sus preocupaciones én el aran­
cel, la necesidad de la educación industrial, la escasez de estableci­
mientos a los cuales los artesanos pudieran acudir por bienestar so­
cial, y en un fuerte rechazo a la manipulación partidista de los arte­
sanos. La Sociedad Unión trató con insistencia de constituir una
organización que pudiera satisfacer las necesidades de protección
mutua, y así aliviar algunas de las presiones económicas que pen­
dían sobre sus miembros en particular y sobre la clase artesana en
general. Ella asumió una posición esencialmente no partidista, pero
tendió a estar al lado de los Conservadores disidentes como Madiedo. La acción política partidista fue rechazada radicalmente por casi
todos los artesanos, pero el golpe de 1867 intentado por Mosquera y
la agitación política subsecuente golpearon la Sociedad Unión, lle­
vándola a su derrumbamiento en noviembre de 1868.
Ninguna organización artesana de amplia base apareció duran­
te las últimas tres décadas del siglo XIX. Agrupamientos políticos
efímeros aparecían periódicamente alrededor de las elecciones. El
curso de acción divergente tomado por la “elite” y por la “masa” de
artesanos durante este periodo apoya la idea de que las experiencias
comunes del periodo de Reformas Liberales que habían modelado la
conciencia de clase del artesanado de la Sociedad Unión habían
cambiado, lo que a su vez llevó a experiencias socioeconómicas nue­
vas. Asociaciones como la sociedad de Socorros Mutuos o la Filan­
trópica, reflejaron los esfuerzos de artesanos que, habiendo mante­
nido su integridad productiva, se ocuparon de sus propias cuestiones
de bienestar social, como lo hicieron las organizaciones de oficios.
Estos artesanos mantuvieron su relación con los bandos partidistas,
sobre todo con los Nacionalistas, quienes se aproximaron más estre­
chamente a su ideología. Con los miembros de la elite del artesana­
do buscando protegerse, y eíi ausencia de movilizaciones amplias, la
masa de artesanos menos exitosos y otros sectores populares fue­
ron dejados sin los medios para expresar sus reclamos socioeconó­
micos. Esto puede ayudar a explicar por qué los únicos incidentes
importantes de acción directa que ocurrieron durante el total de años
cobijados en esta investigación tuvieron lugar durante el periodo 18691904. Puesto que ningún medio institucional estaba disponible para
aliviar las muy reales necesidades de los artesanos de base y los
Artesanos y política en Bogotá
263
pobres urbanos, el motín del pan de 1875 y el motín anti-policial de
1893 intentaron corregir las injusticias que ellos percibían.
Las organizaciones que dominaron los últimos años de este es­
tudio ilustran la discontinua cooperación entre el artesano, el indus­
trial y el trabajador asalariado24. Las sociedades de ayuda mutua
persistieron, pero tendieron a ser eclipsadas por organizaciones como
la Unión Nacional de Industriales y Obreros (UNIO), que reflejó la
compleja naturaleza de la población trabajadora de Bogotá, la cual
ahora se componía de artesanos, pequeños industriales y trabajado­
res asalariados. El grupo intentó formar una coalición de estos sec­
tores, pero las encontradas preocupaciones de industriales y obreros
condenaron el proyecto. Organizaciones como la Unión Obrera
Colombiana (UOC), que representaba a los crecientemente articu­
lados obreros asalariados, reemplazaron la Unión Nacional. Los ar­
tesanos probablemente se identificaron intelectual y socialmente con
los industriales, pero su situación socioeconómica era indudablemente
más semejante a la de los obreros. Los esfuerzos partidistas por
utilizar las organizaciones obreras se intensificaron después del de­
rrumbamiento del quinquenio de Reyes en 1909. Los seguidores Li­
berales de Rafael Uribe Uribe atrajeron a los industriales de la UNIO,
mientras que los Republicanos apoyaron a los nacientes grupos so­
cialistas. Sin embargo, así como había pasado con la Sociedad Unión
en la década de 1860, la manipulación de las organizaciones de obre­
ros por los partidos provocó una fuerte reacción que contribuyó al
desarrollo de una ideología socialista y al rechazo de la política par­
tidista. Estas tendencias aparecieron en la Asamblea Obrera de 1919
y vieron su expresión más poderosa en los congresos Socialistas de
los años veinte. Los Conservadores también hicieron esfuerzos por
movilizar obreros en su nombre, sobre todo en el clerical Círculo
Obrero que intentó oponerse a la influencia de ideologías “extranje­
ras”. Esta organización hizo poco más que las anteriores moviliza­
ciones informales de obreros impulsadas por los católicos, pero de­
mostró que las fuerzas Conservadoras no abandonarían sin disputa
los obreros a los Liberales y otras corrientes.
Entre 1832 y la década de 1920 la organización de los artesanos
bogotanos tuvo lugar dentro de un sistema político dinámico que les
posibilitó perseguir las metas relevantes para su sector social. Re­
chazando un análisis que trataría a los artesanos como los únicos
responsables de su propio destino organizativo, no tengo la intención
264
David Sowell
de sugerir que las particulares condiciones socioeconómicas de los
artesanos no afectaron su actividad política, sólo que ellas no fueron
el precipitante inicial de esos esfuerzos. En reacción a las presiones
provenientes de lo alto de los grupos partidistas, los artesanos se
aprovecharon de la apertura política para perseguir numerosos obje­
tivos originados en su particular posición social y económica, los
cuales, con sólo unas excepciones, difirieron de aquellos expuestos
por los partidos políticos. El periodo anterior al decenio de 1870 se
caracterizó por una experiencia más homogénea del artesanado, así
como por las amenazas a muchas ocupaciones en la forma de com­
petencia extranjera, y por las apelaciones de los partidos a los arte­
sanos para que apoyaran sus proyectos específicos. Durante este
periodo, los intereses colectivos de los artesanos se expresaron a
través de organizaciones de amplia base. Cuando la clase artesana
se fragmentó después de la década de 1860, la actividad colectiva
tendió a reflejar los intereses de los fragmentos de la población arte­
sanal y no del conjunto del sector artesano. Las sociedades de ayu­
da mutua y las acciones directas caracterizaron estos años. Como
una nueva población de obreros asalariados surgió en los primeros
años del siglo XX, y como los pequeños industriales reemplazaron a
los artesanos como los productores más prominentes, los artesanos
que habían conservado su estatus independiente fluctuaron, encua­
drándose políticamente con los obreros o con los industriales en los
grupos de coalición. Los artesanos estuvieron inicialmente del lado
de los industriales, hombres que a menudo venían de las filas del
artesanado. Con el tiempo, sin embargo, los artesanos desarrollaron
fuertes vínculos con los obreros asalariados, en la medida que los
dos grupos compartían futuros poco prometedores. Éste fue el caso
sobre todo cuando los industriales cayeron víctimas de las tácticas
partidistas tradicionales y cuando el socialismo surgió como una al­
ternativa a la “política al uso.”
Durante el último tercio del siglo XIX, especialmente, el estatus
intermedio de los artesanos dentro de la sociedad bogotana estuvo
claramente en peligro. Una constante experiencia de clase, sujeta a
presiones partidistas y socioeconómicas, nutrió la acentuación del
carácter popular de la política a mediados del siglo XIX. En la medi­
da que las elites retrocedieron ante el espectro de los melistas arma­
dos que desafiaba su autoridad, los partidos Conservador y Liberal
sólo reclutaron tímidamente a los artesanos. La clase artesana, ha-
Artesanos y política en Bogotá
265
hiendo perdido su cohesión, sólo podía emprender una acción frágil
y descoordinada. Sólo hasta los primeros años del siglo XX los arte­
sanos participaron de nuevo en organizaciones de gran envergadura
que intentaron forjar alianzas de clase.
Los líderes del artesanado como José Leocadio Camacho, José
Antonio Saavedra o Emeterio Heredia fueron personajes centrales
en la relación entre los partidos políticos y las organizaciones artesanas. Ellos actuaron como intermediarios: su persistencia como líde­
res dependió de su capacidad para negociar en beneficio de los inte­
reses de los dos lados. Los partidos buscaban seguidores fieles; como
patrones potenciales ellos tenían que ofrecer algún tipo de beneficio
a los artesanos a cambio de sus servicios como clientes. Para los
artesanos, la atención a sus intereses socioeconómicos específicos
era el precio que esperaban de los partidos en canje por su apoyo.
Muchas de las quejas que los artesanos expresaron provinieron del
incumplimiento de los políticos a sus promesas electorales. Fue fun­
ción de los líderes del artesanado buscar objetivos consistentes con
las necesidades del más amplio sector artesano y aportar votantes
los días de elección. Los líderes como Camacho -quien mantuvo su
preeminente importancia durante casi cincuenta años- expresaron
de forma consistente las preocupaciones de los artesanos de base.
Por contraste, la caída de Heredia de su papel de dirigente en las
Sociedades Democráticas después del decenio de 1850 probable­
mente se debió a su incapacidad para reconocer las tendencias más
conservadoras entre sus compañeros artesanos y a su compromiso
ardiente con la política partidista aún después del golpe de Meló.
Aunque él vivió durante los años 1880, después de 1857 fue incapaz
de movilizar grandes cantidades de artesanos. Los líderes, entonces,
fueron hombres que lograron satisfacer los intereses de los auspiciadores políticos consiguiendo votos, pero que también satisfacían
los intereses de los artesanos clientes representando sus necesida­
des ante los partidos. El éxito de un líder parece no haber radicado
en la satisfacción de las necesidades del artesanado, sino en la de­
fensa de tales intereses en sus tratos con los partidos.
266
David Sowell
Una perspectiva comparativa
La actividad política de los artesanos en la Bogotá del siglo XIX
estuvo ligada al forcejeo de los partidos por el predominio político y
a las presiones socioeconómicas sobre ese grupo social. A lo largo
de América Latina los artesanos urbanos se esforzaron por mante­
ner su estatus como productores independientes contra las amena­
zas que se originaban en el abandono de las políticas económicas
coloniales, la creciente competencia de los productos extranjeros y
la emergencia de la producción industrial nativa. La definición de la
cultura política nacional proveyó variadas oportunidades a los arte­
sanos para expresar sus intereses sociales, económicos y políticos.
Es posible pensar que las voces de los artesanos fueron más audi­
bles durante las aperturas políticas creadas por la competencia en­
tre individuos, partidos o regiones que pretendían el poder. Cuando
la rivalidad por el poder fue apasionada, como a menudo sucedió en
Ciudad de México, Santiago o Lima, la alianza de los artesanos ofre­
cía a las elites políticas un arma adicional a ser empleada en su
forcejeo por el predominio político. La actividad política autónoma
parece haber sido muy frecuente alrededor del periodo de Refor­
mas Liberales. Hacia finales del periodo estudiado, los artesanos
estuvieron ligados a los primeros momentos de las organizaciones
obreras modernas, pese a que incluso a veces las voces de los indi­
viduos ideológicamente más resueltos estuvieron perdidas.
La geografía y el ritmo del cambio estructural de la economía
dieron forma de distintas maneras a las vidas de los artesanos. El
aislamiento físico de la capital colombiana protegió a los artesanos
bogotanos de la directa e inmediata competencia con los bienes pro­
ducidos en las naciones industrializadas de la región Atlántica Nor­
te. Los altos costos del transporte protegieron a los artesanos de
Bogotá, Quito, Córdoba, La Paz y otras innumerables ciudades, de
productos industriales menos caros, aún mucho tiempo después que
los liberales habían bajado las tasas arancelarias. Los artesanos que
vivieron en las áreas costeras fácilmente alcanzadas por las manu­
facturas extranjeras, como Buenos Aires o Río de Janeiro, sufrieron
una competencia más abrupta que aquellos que vivían en el menos
accesible interior25. El buque de vapor y el ferrocarril se equipara­
ban a la fábrica como amenazas a la producción artesanal en Amé­
rica Latina. Cuando estas tecnologías bajaron los costos del trans­
Artesanos y política en Bogotá
267
porte, las barreras del aislamiento geográfico se vieron reducidas.
De hecho, podemos avanzar la idea de que el perfil de la población
trabajadora urbana fue profundamente afectado por la reducción de
los costos de transporte así como por la rebaja en los aranceles,
aunque se requiere una investigación considerable para verificar la
hipótesis.
Aquellas áreas de América Latina que fueron más temprana y
completamente integradas en el mercado mundial han sido objeto de
una atención académica notoriamente mayor que los países como
Colombia, Guatemala o Perú, cuyas historias económicas del siglo
XIX reflejan probablemente la experiencia más común en América
Latina. Un ritmo más lento de desarrollo económico o la falta de
demanda para los artículos de exportación tienen correlación con
cambios menos rápidos en las estructuras sociales urbanas y rura­
les. Recíprocamente, una ciudad como Buenos Aires, con una eco­
nomía fuerte, considerables empresas industriales, seguras conexio­
nes de transporte a Europa y Estados Unidos y una creciente pobla­
ción, tenía, a finales del siglo XIX, un perfil profesional notablemente
distinto del que había tenido al iniciar esa centuria. La estructura
social de Quito, más típica de la América Latina urbana de 1900,
cambió menos en el curso del siglo que su contraparte argentina.
Los artesanos que habían sido parte de la estructura gremial
colonial entraron en el siglo XIX con una herencia distinta a la de los
artesanos que habían laborado en ausencia de gremios. En Ciudad
de México y Lima, donde los gremios parecen haber sido más fuer­
tes, los conflictos entre los dueños y los jornaleros dificultaron la
expresión cohesionada de los artesanos26. En estas ciudades, los
artesanos calificados sirvieron a una clientela enriquecida por las
minas, las haciendas, las arcas administrativas y las actividades co­
merciales. Los artesanos agremiados habían filtrado las relaciones
con sus colegas menos adinerados. En Ciudad de México, según un
relato, los artesanos propietarios “construyeron una barrera ideoló­
gica” para mantener la separación entre ellos y los menos próspe­
ros27. En el periodo nacional los artesanos se entramparon en tales
ciudades en una situación paradójica puesto que la abolición de los
gremios permitió a jornaleros establecer sus propios talleres y apro­
vecharse de las nuevas oportunidades económicas, pero al mismo
tiempo minó los mecanismos proteccionistas de los gremios en un
momento de crecimiento de la competencia. Los agentes económi-
268
David Sowell
eos cohesivos fueron reducidos y las influencias divisivas aumenta­
das para algunos artesanos urbanos en el periodo nacional tempra­
no28.
En centros urbanos geográficamente remotos donde los gre­
mios habían sido débiles, como Bogotá, la probabilidad de una acti­
tud cohesionada ante las amenazas económicas parece haber sido
mayor. Por contraste, en el puerto de Buenos Aires, cuya estructura
económica se había desarrollado al ritmo de una economía exporta­
dora, muchos artesanos en oficios que se beneficiaban del sistema
comercial internacional fueron por consiguiente proteccionistas me­
nos evidentes. Los esfuerzos españoles por establecer una fuerte
estructura de gremios cayó víctima de la discordia gremial interna y
de la competencia entre aquellos bien posicionados para aprove­
charse de la economía Atlántica y aquellos que prefirieron la protec­
ción económica.29Así, cuando las autoridades españolas abrieron el
puerto de Buenos Aires al comercio libre en 1809, la reacción del
artesanado fue relativamente tenue30.
La liberalización económica de mediados del siglo XIX provocó
la ampliación de la actividad política de los artesanos de América
Latina. En Lima, los artesanos, que antes habían estado divididos
debido a diferencias económicas relacionadas con lo gremial, co­
operaron para obtener la aprobación de la Ley de Artesanos de
1849, que levantó una barrera arancelaria efímera alrededor del país,
reforzando el menguado poder económico de los gremios, e incre­
mentando la capacidad política de las organizaciones artesanas31.
Los artesanos en Bolivia hicieron eco del llamado del Presidente
Manuel Isidor Belzú para aumentar las tasas arancelarias en apoyo
de políticas económicas “nacionalistas”32. En Buenos Aires, donde
el liberalismo económico se volvió la norma política comenzando el
periodo nacional, los artesanos, por contraste, hicieron pocos recla­
mos a favor de aranceles proteccionistas, aunque sus colegas de las
ciudades interiores laboraron infructuosamente por tales medidas.33
Estos esfuerzos raramente alcanzaron la intensidad del forcejeo de
los artesanos de la Sociedad Democrática de Bogotá, pero cierta­
mente representaron una respuesta común de los artesanos ante
programas económicos similares.
Significativamente, el periodo de Reformas Liberales llevó fre­
cuentemente a los artesanos a la arena política como peones o alia­
dos de las fuerzas políticas de las elites. Los liberales chilenos, que
Artesanos y política en Bogotá
269
habían sido inspirados por los eventos de 1848 en Europa reclutaron
a los artesanos en la Sociedad de la Igualdad, un grupo que se de­
rrumbó en tres años34. Paul Gootenberg y Jorge Basadre rastrearon
un dinámico proceso de reclutamiento en el Perú, que, sin embargo,
acabó en el abandono de los artesanos a finales de la década de
1850 y en su exclusión del régimen político hasta finales del siglo35.
Extrañamente, los artesanos mexicanos parecen haber estado in­
móviles durante el periodo de reformas, quizás porque el régimen
político mexicano había sido cerrado por lo menos parcialmente a
las voces no pertenecientes a la elite a principios de la década de
1830, aunque se expandió ciertamente un poco durante el proceso
de reformas. O quizás para otras agrupaciones, como el anarquis­
mo, intereses distintos desviaron su atención de los eventos en la
arena política. Numerosos relatos atestiguan el rol político de los
artesanos en los años anteriores a la revolución. En todo caso, es
necesaria más investigación sobre el artesanado mexicano del siglo
XIX,36 una afirmación que es válida para otros países36.
A lo largo del mundo Occidental los artesanos asumieron un
papel importante en la transición de los movimientos de trabajadores
artesanos a los asalariados. Logic o f Solidarity de Michael Hanagan sugiere que el militantismo obrero (medido por la actividad huel­
guística) a finales del siglo XIX en Francia fue más grande en mo­
mentos en los cuales o los artesanos fueron amenazados por el cam­
bio tecnológico o los artesanos y los obreros industriales forjaron
coaliciones para la acción conjunta. Las situaciones dominadas sólo
por obreros industriales estuvieron menos inclinadas a la militancia37. La tradición asociacionista de los artesanos, junto con la de­
fensa de los medios de subsistencia amenazados, lo cual produjo
coaliciones entre artesanos y obreros, también es visible en la histo­
ria obrera de Estados Unidos.
Sin embargo, mientras que la historia obrera europea y de Esta­
dos Unidos toma esto como algo casi dado, recientes estudios del
periodo de transición de los movimientos obreros del artesanado al
proletariado en América Latina tienden a ignorar estas visiones. Por
ejemplo, Peter Blanchard reconoce las contribuciones de las socie­
dades de ayuda mutua artesanales al movimiento obrero peruano,
pero plantea que la ideología anarquista, no las organizaciones basa­
das en el artesanado, fueron las que estimularon su temprano mili­
tantismo. Blanchard reconoce a la Sociedad de Artesanos de la Unión
270
David Sowell
Universal su importancia en la rápida reincorporación de los artesa­
nos al régimen político en la década de 1890 y sugiere que las aper­
turas políticas son claves en la expresión de los intereses de clase
del artesanado, pero no logra incorporar plenamente a los artesanos
en su estudio del movimiento obrero peruano38. Peter DeShazo in­
cluso da menos importancia a los artesanos en el temprano movi­
miento obrero chileno, aunque las condiciones que él describe hayan
generado la actividad política de los artesanos en muchos otros paí­
ses39. Los artesanos argentinos, tanto nativos como inmigrantes, fue­
ron fecundos en la formación de las organizaciones obreras en el
Buenos Aires de finales del siglo XIX, aunque el ritmo de la indus­
trialización de esa ciudad disminuyó rápidamente su influencia.
Varios estudios recientes de historia obrera colombiana sugie­
ren que los artesanos jugaron un papel más importante en el siglo
XX de lo que se ha reconocido hasta ahora. Los estudios de Mauri­
cio Archila sobre el periodo 1910-30 subrayan la presencia artesanal en la mano de obra urbana y en las organizaciones obreras de
Bogotá, Cali y Medellín. Archila sugiere que la mentalidad del arte­
sanado modeló los movimientos obreros durante los años veinte,
aunque Gary Long sostiene que esta influencia continuó hasta fina­
les de la década de 1940. Long, especialmente, siguiendo el análisis
de Herbert Braun, sugiere que la ideología de los pequeños produc­
tores, de Jorge Eliécer Gaitán, atrajo sistemáticamente a los artesa­
nos urbanos, quienes constituían una proporción significativa de sus
seguidores. La piedra angular ideológica de Gaitán, que “ningún in­
dividuo debe trabajar para otro” coincidía perfectamente con la pre­
misa del republicanismo artesano del siglo XIX y con la ideología de
los artesanos de la Francia del siglo XX40.
El reconocimiento de la continuidad del influjo del artesanado
en la mano de obra del siglo XX de América Latina y en el campo de
las actividades organizadas emprendidas por esos obreros, demanda
una reconsideración del moderno movimiento obrero. El énfasis en
el obrero industrial, que estructuró la temprana historiografía obrera,
contenía un prejuicio europeo y estadounidense. Los estudiosos de
esas áreas del mundo, que experimentaron temprana y plenamente
la industrialización, se enfocan legítimamente sobre el complejo cir­
cundante del obrero industrial como un medio de entender las con­
secuencias económicas, políticas y sociales de la industrialización.
En América Latina, los estudios de la fuerza de trabajo industrial se
Artesanos y política en Bogotá
271
volvieron tanto una medida de la “modernización” -es decir, de cuánto
había “progresado” el área-, como un medio por el cual los críticos
marxistas podían condenar la dinámica estructural debida a ese “pro­
greso”. Los analistas de la escuela de la dependencia, especialmen­
te Bergquist, han corregido este prejuicio interpretativo dirigiendo la
atención parcialmente hacia el obrero del sector exportador, con lo
cual hace un reconocimiento claro a la estructura obrera, definida
por el lugar de América Latina en la economía mundial41. Una sínte­
sis de estas dos escuelas de pensamiento, enfocando tanto a los
obreros del sector exportador como industrial, como Reid Andrews
ha sugerido, ofrece una más completa comprensión de la historia
obrera del siglo XX latinoamericano42. A esto igualmente contribuye
el creciente reconocimiento de la importancia de los trabajadores
domésticos e informales en la población trabajadora de América
Latina43. Los contornos de una historia obrera que incorpora las ac­
tividades públicas, las vidas privadas y las condiciones de trabajo de
los obreros de la exportación, el proletariado industrial, los trabaja­
dores domésticos y los obreros informales son ahora visibles.
Ese estudio no está sin embargo completo sin el artesano. La
mayoría de regiones de América Latina no fueron transformadas
totalmente ni por la industrialización ni por el impacto de relaciones
económicas dependientes. Los artesanos continúan siendo miem­
bros importantes de la sociedad urbana y rural. Los pequeños pro­
ductores son visibles en cada ciudad de la región, haciendo una
contribución sustancial a la economía urbana. La herencia artesana de pensamiento independiente tiene connotaciones políticas im­
portantes, aunque raramente recibe la atención que merece. Para
abreviar, los artesanos persisten como importantes -aunque no nu­
m erosos-, elementos de la sociedad latinoamericana. Sus vidas y
sus actividades organizadas tienen una importancia histórica y
contemporánea.
272
David Sowell
N otas
1 La relación entre los cambios en los modos de producción y la actividad polí­
tica en la Francia del siglo XIX está ilustrada en William H. Sewell Jr., “Uneven
Development, the Autonomus of Politics, and the Dockworkers of NineteenthCentury Marseille”, American Historical Review, 93:3, (June 1988), 604-37.
2 El extenso uso de peticiones como forma de expresar una “ideología popular”
en el periodo revolucionario de Estados Unidos es discutido en Ruth Bogin, “Petitioning and the New Moral Economy of Post-Revolutionary America”, William
andMary Quarterly, 3rd series, 45:3 (July 1988),391-425.
3· AC, Senado, Proyectos Negados, 1846, V, folios 118-26; Agustín Rodríguez et
al., H.H. Senadores (Bogotá: Imprenta de Nicolás Gómez, Mayo 5, 1846); AC,
Informes de Comisiones, 1847, X, Folios 229-41r; Saturnino González et al.,
Representación al Congreso Nacional (Bogotá: Impresa por Manuel de J. Barrera,
1868); AC, Senado, Memoriales con informes, 1903, IV, 24-40r, 49; Los Hechos,
Abril 23, Mayo 10, 20, 27, 1904.
4· Muchos artesanos, La reforma de la tarifa de aduana i la cámara de represen­
tantes; El Renacimiento, Diciembre 4,1886; El Orden, Diciembre 15,1887.
5 AC, Senado, Proyectos Negados, 1850, V, 43-49r; AC, Cámara, Proyectos de
leyes negados, informes de comisiones, 1851, VI, 404-73; González, Representa­
ción.
6· El Día, Mayo 26, 1842; Julio 17, 1843.
7 El taller modelo de la década de 1890 culminó esos esfuerzos. Ver Diario de
Cundinamarca, Octubre 12, 1881; y El Progreso, Marzo 11, 1897.
8 Ver, por ejemplo, Melitón Angulo Heredia, Informe del secretario de la Socie­
dad de Socorros Mutuos (Bogotá: Imprenta de Gaitán, Febrero 6, 1873).
9 Robert Louis Gilmore y John P. Uarrison, “Juan Bernardo Elbers and the
Introduction of Steam Navigation on the Magdalena River”, HAHR, 30:3 (Agosto
1948), 335-59; Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810a
1930 (Bogotá: Editorial Santafe, 1955), 216.
10· Un artesano, Al señor Jeneral Santos Gutiérrez (Bogotá: s.e., Junio 29,1863);
Agapito Cabrera, Dios, libertad i trabajo (Bogotá: s.e., Junio 18, 1863).
11 Por ejemplo, Ramón Jiménez et al., La situación (Bogotá: s.e., Octubre 6,
1868); Diario de Cundinamarca, Agosto 2, 3, 1876.
12· La Alianza, Diciembre 10, 1866, p. 1.
13 Unos artesanos que no serán sino simples espectadores de los hechos ulterio­
res, Elfruto que los artesanos hemos cojido de las revoluciones pasadas (Bogotá:
s.e., Octubre 19, 1863); Un compañero de Rodríguez Leal, Los derechos del pue­
blo, (Bogotá: s.e., Julio 26, 1863).
14· “El Artesano de Bogotá”, El Núcleo, 1858.
15 Jacques Ranciére advierte contra la idealización del trabajo y los trabajadores
en el estudio de las actitudes sociales del pasado, sugiriendo que muchos artesanos
glorificaron el trabajo para reforzar su propio concepto de sí mismos. Ver su
artículo “The Myth of the Artisan: Critical Reflections on a Category of Social
History”, ILWCH, N° 24 (Fall 1983), 1-16.
16 Estos pensamientos están articulados en numerosas peticiones de artesanos,
pero más claramente en La Alianza.
Artesanos y política en Bogotá
273
17 William Marion Gibson, The Constitutions o f Colombia (Durham, NC: Duke
University Press, 1948), 120, 162, 204, 227, 316. En el periodo 1853-1865, el
Estado de Cundinamarca concedió el derecho al voto a todos los hombres mayores
de veintiún años; después de 1865 fue requerido el alfabetismo a todos los votantes
del Estado. Ver también Recopilación de leyes y decretos del Estado Soberano de
Cundinamarca, 1857-1868 (Bogotá: s.e., 1868), 145-46, 355.
18 Todos los observadores de Colombia durante el siglo XIX están de acuerdo
sobre este punto. Muchos, sin embargo, divergen sobre las causas del conflicto.
Para interpretaciones representativas, ver Charles W. Bergquist, Labor in Latin
America: Comparative Essays on Chile, Argentina, Venezuela, and Colombia (Stan­
ford, CA: Stanford University Press, 1986), 291-94 y Frank Safford, “Bases of
Political Alignment in Early Republican Spanish America”, en New Approaches to
Latin American History, ed. por Richard Graham y Peter Smith (Austin: Universi­
ty of Texas Press, 1974), 71-109.
19· Helen Delpar, Red Against Blue: The Liberal Party in Colombian Politics,
1863-1899 (University: The University of Alabama Press, 1981), 98-109,
126-27.
20· Hobart Spalding, Jr., Organized Labor in Latin America: Historical Case
Studies o f Workers in Dependent Societies (New York: Harper & Row, 1977); Julio
Godio, El movimiento obrero de América Latina, 1850-1918 (Bogotá: Ediciones
Tercer Mundo, 1978), 15-16.
21 Juan Felipe Leal y José Woldenberg, “Orígenes y desarrollo del artesanado y
del proletariado industrial en México: 1867-1914”, Revista Mexicana de Ciencia
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(México DF: El Colegio de México, 1979), 2-33. Los notables trabajos sobre la
historia obrera mexicana de Hart prestan bastante atención a los grupos anarquis­
tas del siglo XIX, pero fallan en aprehender las complejidades de la actividad
organizativa de los artesanos. Ver John M. Hart, “Los obreros mexicanos y el
Estado, 1860-1931”, Nexos, 4:37 (1981), 21-27; JohnM. Hart, Anarchism and the
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24 Para un proceso comparable en Ecuador, ver Alan Middleton, “Division and
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41 Charles W. Bergquist, Labor in Latin America y “Latin American Labour
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perialism”, Labour/Le Travail 25 (Spring 1990), 189-98.
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U nos artesanos lib erales desen gañados. Unos artesanos a sus compañeros. B ogotá:
s.e., s.f.
U nos artesanos que no serán sim ples espectadores de los h echos ulteriores. El fruto
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Unos católicos sin desfraz de artesanos. No hai peor sordo que el que no quiere oir.
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U nos desterrados. Gratitud i justicia. Bogotá: Imprenta del N eo-G ranadino, A bril 3,
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A m enos que expresamente se diga, todos los periódicos se publicaron en Bogotá. Sólo
aquellos años citados en el texto son inclu idos en la lista. D os periódicos diferentes
con el m ism o nom bre son co lo ca d o s en orden cron ológico.
A lcance a la G aceta O ficial, 1853
La A lian za , 1 8 6 6 -6 8
La A m érica, 1848
La A m érica , 1 8 7 2 -7 4
El A m igo de los A rtesanos, 1849
E l C on tem p orán eo, 1911
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En este libro se reconstruye la actividad política de los artesanos en
Bogotá desde la década de 1830 hasta la de 1910 y se analizan sus
metas, sociales, económicas y políticas, a través de su activa
participación en el sistema político colombiano. Los cambios en la
economía nacional originaron múltiples fuerzas que amenazaron a los
artesanos, muchos de los cuales sufrieron una aguda crisis económica
o se proletarizaron debido a la pérdida de su nicho económico, antes
aislado y protegido. Las relaciones sociales de los artesanos fueron
afectadas por los cambios en su función productiva y en el ambiente
económico general del país. Como resultado, fueron redefinidas las
relaciones con otros miembros de su clase, así como con los individuos
de otras clases. La evolución de la economía bogotana del último tercio
del siglo XIX acentuó las diferencias en el seno de los artesanos, lo que
representó el eclipse de su protagonismo social y político. A principios
del siglo XX, artesanos independientes, obreros vinculados a las
emergentes empresas industriales, trabajadores asalariados y otro tipo
de obreros, constituían la población trabajadora de la ciudad. Esta
división de los trabajadores, claramente visible en la década de 1910,
coincidió con la sustitución gradual de los artesanos, como líderes del
movimiento laboral colombiano, por obreros ligados a la producción
industrial, los sistemas de transporte y la producción de café.
El estudio de la historia de los artesanos ilumina los fundamentos de las
sociedades contemporáneas. Sin desatender las peculiaridades de las
historias nacionales, la investigación sobre los artesanos -u n sector
social definido por un modo de producción común a muchas
sociedades- posibilita un análisis comparativo. Por lo demás, los
gobiernos latinoamericanos del siglo XIX impusieron la misma política
económica y la mayoría de naciones siguió una trayectoria económica
similar. Considerando la naturaleza de la producción artesanal, las
políticas económicas comunes y los itinerarios de desarrollo económico
similares, el estudio de los artesanos latinoamericanos ofrece
resultados prometedores, como se demuestra con esta magistral
investigación de David Sowell sobre los sectores artesanales de
Bogotá.
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