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Apuntes Mercantil III

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Derecho Mercantil III
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DERECHO MERCANTIL II
REFERENCIAS ABREVIATURAS LEGISLATIVAS
CC: Código Civil.
CCom: Código de Comercio.
CMR: Convenio Transporte Internacional de Mercancías de Ginebra.
LCA: Ley del Contrato de Agencia.
LCGC: Ley Condiciones Generales de la Contratación.
LCS: Ley 50/1980 de Contrato de Seguro.
LCTTM: Ley Contrato Transporte Terrestre Mercancías.
LDC: Ley Defensa de la Competencia.
LDCU: Ley General de Defensa Consumidores y Usuarios. (RDL 1/2007)
LEC: Ley 1/2.000 de Enjuiciamiento Civil.
LES: Ley 2/2011 de Economía Sostenible.
LGVBC: Ley Garantías en las Ventas de Bienes Consumo.
LMSRP: Ley 26/2006 de Mediación de Seguros y Reaseguros Privados.
LMV: Ley del Mercado de Valores de 1.988.
LOCMin: Ley Ordenación del Comercio Minorista.
LOE: Ley 38/1.999 sobre Ordenación de la Edificación.
LOTT: Ley Ordenación de los Transportes Terrestres.
LSI: Ley 33/2.002 de Servicios de la Sociedad de la Información y Comercio
Electrónico.
LSF: Ley 39/2003 Sector Ferroviario.
RCGC: RD 1828/1.999 por el que se aprueba el Reglamento Condiciones
Generales de la Contratación.
RGTT: Reglamento General Transporte Terrestre.
RSF: Real Decreto 2387/2004, por el que se aprueba el Reglamento Sector
Ferroviario.
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TEMA I.- EL CONTRATO MERCANTIL
1. Introducción. El contrato mercantil como acto integrante de la
actividad profesional del empresario. Fisonomía del contrato mercantil
moderno.
El contrato como vehículo jurídico al servicio de la circulaci ón de bienes y servicios
es uno de los instrumentos más significativos y más antiguos del tráfico económico: de ahí
la importancia que la contratación ha tenido en el Derecho mercantil
La función del contrato es, en definitiva, la misma en el tráfico civil y en el
mercantil. De hecho, las normas reguladoras del contrato como fuente de obligaciones
están en el CC, como bien establece el art. 50 CCom. En nuestro ordenamiento
jurídico no existe una unificación de obligaciones y contratos, la mayoría de los
contratos regulados en el CCom lo están también en el CC. Por eso es necesario
hacer una distinción entre contratos civiles y mercantiles.
El contrato mercantil ha de concebirse como acto profesional
del
empresario, y partiendo de esta idea se ponen de relieve dos aspectos importantes:
a) que no es preciso reconducir el contrato al ámbito exclusivo del comercio y del
comerciante, sino que ha de ser integrado en el ejercicio profesional de una actividad
económica (comercio, industria, servicios); y b) el contrato mercantil como expresión
genuina del tráfico de mercado en una de las instituciones más permeables a las
nuevas ideas y a los cambios del sistema económico. Estos cambios no solo han
determinado la aparición de nuevas figuras jurídicas que exigen un tratamiento
específico, sino que han afectado a la propia estructura del contrato y a los principios
de autonomía de la voluntad de las partes y de libertad de forma.
2.
Características del régimen general de los contratos mercantiles.
El CCom recoge ciertas reglas especiales en relación con los contratos.
A. Perfección de los contratos mercantiles.
En principio, el encuentro de la declaración de voluntad dirigida a la celebración
del contrato, comprensiva de todos los elementos esenciales (oferta), y la declaración
dirigida al proponente con la finalidad de concluir el contrato de acuerdo con la
propuesta realizada (aceptación), determina la perfección en los términos recogidos en
el art. 1.262 CC. Pero el proceso de formación del consentimiento puede presentar
particularidades:
a) Un primer aspecto a destacar es el relativo a la utilización por el empresario de
la publicidad, una cuestión que tradicionalmente no se había considerado como
determinante de la existencia de una verdadera oferta de contrato, sino más bien
como una invitación al cliente para que sean ellos los que realicen las ofertas. En la
actualidad, sin embargo, se percibe en el ordenamiento jurídico un cierto cambio de
orientación; así sucede en el art. 61.2 de la LDCU, en la que se quiere significar la
importancia que para el consumidor, como la parte más débil en el contrato, pueden
tener los términos de la promoción a la hora de formar su voluntad de contratar,
estableciendo que el empresario queda vinculado en los términos de la
promoción publicitaria. En el mismo sentido se expresa el art. 9 LOCMin que viene a
disponer que la exposición de artículos en establecimientos comerciales impone a su
titular la obligación de venderlos, a menos que expresamente se advierta que no están
a la venta o esté claro que forman parte de la instalación o del decorado.
b) Otro aspecto a considerar es el relativo a la llamada contratación entre
ausentes. La formación del consentimiento no plantea problemas entre presentes o
entre ausentes que pueden comunicarse oralmente de forma simultánea, pero no
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sucede lo mismo cuando ha de mediar un cierto tiempo entre las declaraciones de
voluntad contractuales (oferta y aceptación).
En este punto, la regulación tradicional en nuestro Derecho, mantenía
posiciones distintas en el CCom y el CC. Mientras el art. 1.262 CC mantenía la
llamada teoría del conocimiento, el art. 54 CCom mantenía una postura próxima a la
llamada teoría de la expedición.
Actualmente, las nuevas exigencias que han establecido los contratos
celebrados a través de medios informatizados o automáticos, y las consideraciones
críticas de la doctrina, han conducido a una nueva regulación. La LSI modificó los arts.
1.262 CC y 54 CCom, de manera que, unificó el tratamiento establecido en ambos
Códigos, se dispone hoy día que “hallándose en lugares distintos el que hizo la oferta
y el que la aceptó hay consentimiento desde que el oferente conoce la aceptación, o
desde que, habiéndola remitido al aceptante, no puede ignorarla sin faltar a la buena
fe”. El legislador, de forma más o menos acertada, se adhiere a la denominada teoría
del conocimiento. De esta forma se trata que la perfección del contrato no quede al
arbitrio de quien pudiendo haber conocido la aceptación de su oferta, no ha llegado a
tener conocimiento de ella debido a su propia conducta.
En nuestro Derecho cabe entender, por tanto, que el medio técnico utilizado no
es impeditivo a los efectos de llevar a cabo actos de contratación. Cosa distinta es que
lo previsto en el art. 54 CCom sea o no generalizable a todos aquellos casos en los
que el contrato se realice entre ausentes.
En relación con la contratación entre ausentes, pero con una significación
especial y propia he de tenerse en cuenta los contratos a distancia, cuya regulación se
ha realizado en nuestro ordenamiento por la obligada transposición de lo establecido
en la Directiva 97/7/CE. Cabe destacar dentro de esta regulación: la exigencia de una
puntual información precontractual al consumidor sobre el contenido y funcionamiento
del contrato; la necesidad de que exista consentimiento expreso, así como la
prohibición de realizar envíos no solicitados; la concesión al consumidor de un derecho
de desistimiento del contrato completamente libre y en condiciones que facilitan su
ejercicio; y el establecimiento de una serie de normas especiales en materia de
ejecución del contrato. Cabe señalar que en la contratación electrónica realizada
mediantes comunicaciones telefónicas deberá precisarse el inicio de cualquier
conversación con el consumidor o usuario la identidad del empresario y la finalidad
comercial de la llamada; así como que las técnicas de comunicación que consistan en
un sistema automatizado de llamada sin intervención humana o el telefax requiere del
consentimiento previo del consumidor o usuario. Según el CCom el lugar donde se
entienden celebrados los contratos entre ausentes es el lugar donde se hizo la oferta.
En cuanto al momento se asimila al contrato entre presentes.
c) En tercer lugar, cabe señalar que existen supuestos especiales de
perfección de los contratos mercantiles; de acuerdo con la estimación de la doctrina
tradicional, pueden considerarse como tales los relativos a la contratación por medio
de agente o corredor y la contratación en pública subasta.
En el primer supuesto el art. 55 CCom establece que cuando intervenga el
agente o corredor los contratos quedarán perfeccionados cuando los contratantes
acepten su propuesta. Se parte de la idea de que el agente o corredor actúa como
mero intermediario que aproxima a las partes, sin poder alguno de representación.
El segundo supuesto se refiere, fundamentalmente,
a
las
subastas
voluntarias utilizadas por el empresario para vender sus productos. El proceso de
formación del contrato es el siguiente:
1º El anuncio de subasta no es una mera invitación para que se realicen ofertas, sino
una verdadera oferta pública e irrevocable a favor de quien ofrezca el precio más
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alto en las condiciones establecidas; 2º la declaración de los postores es una
declaración de voluntad contractual; 3º el remate o adjudicación al mejor postor es
normalmente un acto de ratificación del contrato perfeccionado.
B. La forma de los contratos mercantiles.
El sistema de contratación mercantil se inspira como el civil en el principio de
libertad de forma. Según el art. 51 CCom los contratos mercantiles serán válidos y
producirán obligación y acción en juicio, cualquiera que sea la forma y el idioma en
que se celebren, con tal de que conste su existencia por alguno de los medios que el
Derecho civil tiene establecidos. No obstante el art. 52 CCom exceptúa de lo
dispuesto en el artículo anterior a aquellos contratos que con arreglo al CCom o a
Leyes especiales estén sometidos a una determinada forma o solemnidad.
De ahí no puede derivarse que la formalidad sea un requisito de validez, pues,
en base al propio art. 52, será preciso en cada caso considerar el alcance dado a la
formalidad establecida en relación a la validez y eficacia del contrato.
Cabe señalar que en la realidad del tráfico actual, se advierte un creciente
reconocimiento del requisito de forma en beneficio de la seguridad jurídica, la mayor parte
de las veces como protección de la parte más débil del contrato, normalmente el
consumidor.
C. La prueba del contrato mercantil.
La nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, la Ley 1/2.000 (LEC, en adelante) será
las que deberá tomarse en consideración en esta materia (arts. 281 y ss). La nueva
regulación procesal ha ampliado considerablemente los medios de prueba, y a unque
no ha derogado expresamente los artículos del CCom, habrá de entenderse que lo
están en la medida en que deban ser considerados contrarios a ella.
Es necesario destacar como medios de prueba de importancia fundamental en
el tráfico mercantil los libros de comercio. A su lado figura también la factura como
otro medio de prueba de las obligaciones mercantiles; destacando tal aspecto la
LOCMin y la LEC.
D. Interpretación en los contratos mercantiles.
Según el art. 50 CCom, en orden a la interpretación de los contratos
mercantiles rigen las normas generales establecidas
en
el
CC,
aunque
atemperadas con algunas específicas del CCom, que atendiendo a las exigencias
del tráfico vienen a establecer fundamentalmente lo siguiente: a) en materia mercantil
se ha de huir de interpretaciones que siendo aparentemente lógicas conduzca a
resultados contrarios a las exigencias del propio comerci o (art. 57), los contratos han
de interpretarse de buena fe dando a las cláusulas contractuales el sentido que tienen
en la vida del tráfico; b) si en la interpretación de los contratos se originasen dudas
que no puedan resolverse aplicando las normas legales o los usos de comercio, se
deberá decidir la cuestión a favor del deudor (art. 59).
Ha de tenerse también en cuenta las normas que sobre la interpretación de los
contratos sometidos a condiciones generales establece la Ley de Condiciones
Generales (LCGC, en adelante). En el caso de contratos celebrados con
consumidores, son igualmente específicas dos consideraciones: a) por un lado el
contenido de la forma, promoción y publicidad de los productos forma parte del
contenido del contrato, aunque no figure expresamente en él; b) de otro lado, el
régimen de integración del contrato, conforme al principio de buena fe objetiva, en
beneficio del consumidor.
E. Contratos con cláusula penal.
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El art. 56 CCom establece que en el supuesto de que en el contrato mercantil
se fijare una pena de indemnización contra el que no lo cumpla, la parte perjudicada
puede exigir el cumplimiento del contrato o la pena prevista; pero que utilizando
una de estas acciones quedará extinguida la otra, salvo pacto en contrario. Es una
disposición que condicionada por los pactos establecidos debe ser completada con lo
dispuesto en el CC sobre las obligaciones con cláusula penal. Hay que indicar que la
cláusula penal no establece una obligación alternativa para el deudor, que no puede
eximirse del cumplimiento pagando la pena, a menos que se le haya concedido esa
facultad; y, en segundo lugar, que representa una valoración objetiva del perjudicado
que causa el incumplimiento, siendo en principio una opción alternativa para el
acreedor, quien puede exigir el cumplimiento del contrato o la pena.
F. Normas generales de los contratos con consumidores.
Con carácter general en relación con los contratos con los consumidores
conviene advertir una vez más que la LDCU ha establecido
una serie
de
disposiciones generales: a) por un lado, que en la contratación con consumidores
debe constar de forma inequívoca su voluntad de celebrar el contrato, o, en su
caso, de poner fin al mismo; b) y por otro lado, que en los contratos de prestación de
servicios o de suministros de bienes, de tracto sucesivo o continuado se prohíben
cláusulas de duración excesiva, o que establezcan limitaciones que obstaculicen
o excluyan el derecho del consumidor a poner fin al contrato; el consumidor podrá
ejercer su derecho a poner fin al contrato en la misma forma en que lo celebró, sin
ningún tipo de sanción o cargas onerosas o desproporcionadas,
debiendo
establecerse expresamente el procedimiento a través del cual puede hacerlo. Al propio
tiempo se establece que no se podrá hacer obligatoria la comparecencia personal del
consumidor y usuario para realizar cobros, pagos o trámites similares, debiendo
garantizarse, en todo caso, la constancia del acto realizado.
Es interesante poner de manifiesto que los contratos con consumidores
aparecen como núcleo central de una serie de prácticas comerciales cuya deslealtad
ha sido tipificada por la Ley 29/2.009. Esto no quiere decir que no haya que distinguir
entre esas prácticas y el régimen de relaciones contractuales que se entablen, pero sí
que puede haber una proyección de estas prácticas sobre el funcionamiento del
contrato, sobre todo en determinados supuestos de las llamadas
ventas
promocionales (ventas multinivel, ventas en pirámide y ventas con obsequio o prima)
cuya regulación está en el LOCMin. En cualquier caso estamos ante una materia
sometida a la necesaria adaptación de nuestro Derecho a la Directiva 2.011/83/UE
sobre derecho de los consumidores.
G. El régimen de los contratos a distancia celebrados con consumidores.
Regulados los contratos a distancia dentro de la LOCMin, la LDCU hace una
regulación expresa de estos contratos, no identificados con cualquier contrato
celebrado entre ausentes, considerando como tales los celebrados con los
consumidores y usuarios en el marco de una actividad empresarial sin la presencia
simultánea de los contratantes, siempre que la oferta y la aceptación se realice de
forma exclusiva a través de una técnica cualquier de comunicación a distancia, y
dentro de un sistema de contratación a distancia organizado por el empresario.
El régimen de estos contratos además de unas normas generales sobre el uso
de medios de contratación electrónica, establece importantes disposiciones en
defensa de los intereses de los consumidores: 1º sobre
la
información
precontractual y su confirmación escrita; 2º sobre la necesidad del consentimiento
escrito; 3º sobre la prohibición de realizar envíos no solicitados; 4º sobre el
reconocimiento al consumidor de un derecho de desistimiento en condiciones muy
favorables. Asimismo se establecen normas que afectan: 1º al plazo de ejecución; 2º a
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los efectos de la falta de ejecución del contrato por el empresario; 3º a la posibilidad de
sustituir el bien o servicio contratado; 4º al pago mediante tarjetas de crédito.
Hay que decir, no obstante, que este régimen quedan exceptuados: a) las
ventas automatizadas, b) las realizadas en subasta, salvo las celebradas por vía
electrónica, c) los contratos sobre servicios financieros, d) los contratos realizados con
operadores de telecomunicaciones, e) los celebrados para la construcción de bienes
inmuebles.
El Gobierno, en este momento, prepara un Anteproyecto de reforma para modificar
la LDCU y otras leyes complementarias para adecuarlos a la Directiva 2.011/83/UE.
H. El régimen de los contratos celebrados fuera del establecimiento mercantil.
La Ley 26/1991, sobre Contratos celebrados fuera de los Establecimientos
Mercantiles, incorporó a nuestro ordenamiento la disciplina de la Directiva comunitaria
de 20 de diciembre de 1.985; pasando a regularse en los arts. 107 y ss LGCU.
El régimen de los llamados contratos celebrados fuera del establecimiento
mercantil es aplicable a todos los contratos y ofertas de contrato que tengan lugar
fuera del establecimiento del empresario, bien sea en un medio de transporte público,
en la vivienda del consumidor o en su lugar de trabajo, siempre que la visita del
empresario no responda a un requerimiento previo del consumidor. Se excluyen
diversos supuestos por razones diversas: el importe de la operación inferior a 48.08€ o
la naturaleza de su objeto (contratos de construcción, venta y arrendamiento de
inmuebles, contratos de seguro, valores mobiliarios…), por entender que se dan en
ellos circunstancias en virtud de las cuales ha de estimarse que no es necesaria la
protección que se establece.
Se trata de contratos en los que el empresario aborda inesperadamente al
consumidor que se ve abocado a manifestar su declaración de voluntad contractual de
forma inmediata en presencia de aquél o de su representante. De ahí que se
produzcan algunas situaciones abusivas, que la Ley trata de corregir a través de dos
instrumentos fundamentales: a) la facultad que se concede al consumidor de
revocar su propia voluntad contractual, a través del desistimiento del contrato; y b)
la obligación a cargo del empresario de documentar formalmente el contrato y el
propio derecho de desistimiento.
Respecto a la facultad de revocación, el consumidor puede revocar su
declaración de voluntad, sin alegar causa alguna, dentro de los siete (7) días
siguientes a contar desde la recepción del bien o del documento del desistimiento, si
la entrega del documento es posterior a la entrega del producto contratado, o a contar
desde la celebración del contrato si su objeto es la prestación de servicios (art. 110).
Nos encontramos ante un supuesto de perfección diferida del contrato, entendiéndose
que el contrato no estará realmente perfeccionado hasta que, transcurrido el plazo de
revocación, ésta no se haya ejercitado.
En cuanto a los requisitos formales, se establece que el contrato o la oferta
de contrato deberá formalizarse por escrito en doble ejemplar, acompañados de un
documento de revocación, e ir fechados y firmados de puño y letra por el consumidor
(art. 111). Se prevé, incluso, la posibilidad de que el consumidor invoque la nulidad del
contrato o de la oferta si se incumplen estos requisitos formales (art. 112). Interesa
resaltar que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea tiene declarado que, al
amparo de la Directiva la nulidad del contrato a favor del consumidor puede ser
declarado por un órgano jurisdiccional nacional aunque no haya sido invocada por el
consumidor cuando no haya sido informado sobre su derecho de revocación.
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Responden por el incumplimiento de las obligaciones que la Ley impone el
empresario principal y quienes como agentes independientes intervengan en la operación
(mandatario, comisionista o agente en nombre propio) (art. 113).
3. Régimen general de las obligaciones mercantiles.
Los contratos mercantiles generan obligaciones mercantiles que, en defecto de
un sistema peculiar, están sometidas a las disposiciones generales del CC. El CCom
establece también algunas reglas que ofrecen diferencias concretas frente a la
regulación civil. Estas divergencias, no obstante, no son suficientes en relación con el
significado especialmente objetivo y económico de las obligaciones mercantiles,
obligaciones propias de un tráfico en masa en el que lo que prevalece no es el
carácter personal de la obligación, sino la garantía que ofrece su cumplimiento.
A diferencia de otros Códigos, en nuestro CCom vigente no se ha consagrado
la solidaridad como un principio propio de las obligaciones mercantiles. No puede
ignorarse, sin embargo, que en la práctica es frecuente que las deudas mercantiles se
concierten con carácter solidario, los supuestos de responsabilidad solidaria están
aumentando por vía legal, y que la propia jurisprudencia aplica el principio de
solidaridad a supuestos en los que, sin haberse pactado expresamente la
responsabilidad solidaria, puede deducirse.
En cualquier caso, las peculiaridades propias de las obligaciones
mercantiles consagradas en el CCom son las siguientes:
a) En relación con el cumplimiento de las obligaciones, el CCom establece, por
un lado, que no se reconocerán términos de gracia, cortesía u otros que bajo cualquier
denominación difieran el cumplimiento de las obligaciones mercantiles, salvo que las
partes hayan establecido o se apoyen en una disposición terminante de derecho (art.
61). Esta norma, que trata de garantizar la rapidez y la seguridad de las transacciones
mercantiles, implica una derogación del art. 1124.3 CC. Por otro lado, el CCom.
dispone que las obligaciones que no tuvieren término prefijado por las partes o por las
disposiciones del propio Código serán exigible a los diez (10) días después de ser
contraídas si solo producen acción ordinaria y al día siguiente si llevan aparejada
ejecución (art. 62); contrasta así esta disposición con la exigibilidad de las obligaciones
puras del art. 1113 CC y excluye también la facultad concedida a los Tribunales para
fijar plazo a las obligaciones que no lo señalaren.
b) También en relación con la mora del deudor la disciplina del CCom (art. 63)
difiere con la disciplina civil. Frente a lo que dispone el art. 1100 CC, el CCom
establece que en los contratos que tuvieren señalado un plazo para su cumplimiento
los efectos de la morosidad comenzarán al día siguiente de su vencimiento sin
necesidad de interpelación alguna; mientras que si la obligación no tiene término, ni
legal ni convencional, exige que la interpelación o reclamación previa se realice
necesariamente ante un juez, notario u otro oficial público. Conviene recordar además
las normas que sobre pago a los acreedores se establece en la LOCMin y por el Real
Decreto Ley 4/2.013, de medidas de apoyo al emprendedor y de estímulo del
crecimiento y de la creación de empleo. La nueva legislación trata de impedir que
plazos excesivamente dilatados sean utilizados para proporcionar al deudor una
liquidez adicional a expensas del acreedor, así como disuadir de los retrasos en los
pagos; la nueva ley vino a desplazar a aquellos usos de comercio que venían
consagrando plazos de pago excesivamente dilatados. Con la reforma de 2.013, se ha
consumado la adaptación total de nuestro derecho a la directiva comunitaria; los
aspectos regulados son los siguientes: 1) el plazo de pago que debe cumplir el
deudor si no se ha fijado plazo de pago en el contrato será de 30 días naturales
contados después de la fecha de entrega de las mercancías o de la prestación del
servicio; o de 30 días desde la fecha de verificación, si se ha establecido un
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procedimiento de verificación. Estos plazos podrán ser ampliados por las partes,
siempre que no se superen los 60 días naturales. 2) Se incorpora la previsión
relativa a los calendarios de pago y cómo se calculan los intereses en caso de
que algún plazo no se abone en la fecha pactada. 3) El tipo legal de interés de
demora al que el deudor estará obligado, y que será la suma del tipo de interés
aplicado por el Banco Central Europeo a su más reciente operación de financiación
más 8 puntos porcentuales. 4) En el caso de mora el acreedor tendrá derecho a
cobrar del deudor una cantidad fija de 40€ que se añadirá en todo caso y sin
necesidad de reclamación expresa a la deuda principal. Además tendrá derecho a una
indemnización por todos los costes de cobro debidamente acreditados. 5) Se realiza
una regulación expresa de lo que se consideran cláusulas y prácticas abusivas
contrarias a la regulación establecida y se declaran nulas.
c) En materia de prescripción el CCom prevé igualmente una serie de normas
especiales. El ritmo más acelerado y rápido del tráfico mercantil exige lógicamente
unos plazos de prescripción más cortos; de ahí que, aunque se hace un llamamiento
expreso a las normas de Derecho civil respecto a la prescripción de las acciones para
las que no se prevé un plazo propio, se establece una serie de normas dirigidas a
señalar plazos especiales de prescripción, en los arts. del 942 al 954. Pero sobre todo
interesa destacar que el sistema de interrupción de la prescripción establecido en
el CCom (art. 944) no coincide con el del CC (art. 1.973), omitiéndose en aquél toda
referencia a la reclamación extrajudicial por el acreedor como causa de interrupción de
la prescripción y añadiéndose, en cambio, a la interpelación judicial
y
al
reconocimiento de deuda la renovación del documento en que se funde la deuda.
Peculiaridades que no rigen, sin embargo, en el caso de las acciones cambiarias, y
que la jurisprudencia está tratando de corregir, reconociendo que también la
reclamación extrajudicial interrumpe la prescripción en el ámbito del Derecho
mercantil, en aras del principio de igualdad.
4. Especialidades de la contratación mercantil moderna.
A. Contratación con condiciones generales: características, función económica y
naturaleza jurídica de las condiciones generales.
Las exigencias del tráfico mercantil no permiten actualmente una discusión
minuciosa de los contratos mercantiles para adaptarlos a los intereses concretos y
específicos de cada uno de los contratantes; por el contrario, esas exigencias fuerzan
a estipular “contratos tipos” de contenido rígido y predeterminado que se repiten
uniformemente, en los que la voluntad de una de las partes cumple una función
secundaria respecto al contenido.
Estos contratos uniformes se realizan a través de cláusulas o condiciones
generales que se aplican a una pluralidad de contratos y se caracterizan por su
predisposición y su imposición por una de las partes contratantes, no pudiendo
la otra parte influir en su contenido. Se produce una forma de contratar que si bien
puede ofrecer ventajas por su rapidez, su utilización puede determinar importantes
abusos en perjuicio para la otra parte.
Dos son en el sentido indicado los problemas fundamentales que plantean
las condiciones generales de la contratación: a) el determinar su naturaleza jurídica
para explicar la razón de su obligatoriedad; y b) el de establecer sistemas de control
aptos para evitar los abusos.
Respecto a la primera cuestión, cabe señalar que frente a la postura
tradicionalmente normativista prevalece ahora la consideración de la naturaleza
estrictamente contractual de las condiciones generales de la contratación cuando no
estén dictadas por una autoridad pública investida de poder normativo. En efecto, las
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condiciones generales de la contratación no tienen la consideración de Derecho
objetivo cuando son formuladas singularmente por el empresario en el ejercicio de su
libre y autónoma voluntad por muy grande que sea su dominio sobre el mercado, o
incluso si son formulas por los empresarios en ejecución de contratos previos de
coalición, cartel o sindicación, aunque sean manifestación de un Derecho corporativo.
Las condiciones generales obligan sencillamente cuando han sido aceptadas en cada
caso concreto por el adherente.
Por lo que afecta al establecimiento de sistemas de control para evitar abusos,
cabe señalar que dada la naturaleza contractual de las condiciones generales y la
forma especial de producirse el consentimiento (la simple adhesión de uno de los
contratantes), es fundamental garantizar el justo equilibrio de los intereses de ambas
partes. De ahí que en los distintos ordenamientos se hayan buscado vías para corregir
de alguna manera la situación de desigualdad en que se encuentran las partes
contratantes. Con esa finalidad se han habilitado tres tipos de control sobre las
condiciones generales: a) un control de incorporación, que funciona en el ámbito de
la formación del acuerdo y que va encaminado a garantizar que las condiciones
generales sean aceptadas en cada caso concreto por la parte más débil; b) un control
de interpretación, a través del cual se consagra el principio contra proferentem, es
decir, la interpretación no puede favorecer los intereses de la parte que impone las
condiciones generales; y c) un control de contenido, que es el más importante si se
tiene en cuenta que, aún conocidas y formalmente aceptadas las condiciones, el
contratante más débil no haya sido suficientemente libre para contratar si quiere
obtener los productos ofrecidos, a través de este control se trata de que puedan ser
declaradas ineficaces aquellas cláusulas que sin ser necesariamente contrarias a
normas imperativas resulten abusivas, sean sospechosas de abuso, o bien que
causen un perjuicio desproporcionado a la parte más débil.
B. Régimen jurídico de las condiciones generales de la contratación.
El régimen jurídico de las condiciones de la contratación aparece recogido en la
Ley 7/1.998. La LCGC no ofrece la mejor regulación que hubiera sido deseable. Su
sistema de control no es el más completo y eficaz. No obstante se afrontan sus
aspectos fundamentales:
a) El concepto de condiciones generales recogido en el LCGC (art. 1) responde
al criterio general antes señalado, que tiene en cuenta su predisposición e imposición,
así como el hecho de que están previstas para aplicarse a una pluralidad de contratos.
El concepto responde además a la consideración de la naturaleza contractual, así
como a la necesidad de corregir las desigualdades entre las partes contratantes.
Desde un punto de vista subjetivo la LCGC puede aplicarse
aunque
el
predisponente no sea un empresario mercantil, y que el adherente no tenga por
qué ser un consumidor. Y desde el punto de vista objetivo se justifica que queden
excluidos de la aplicación de la Ley determinados contratos por el ámbito en el que se
desarrollan o por estar sometidos a una regulación especial; aparte de la exclusión de
las condiciones generales que provenga de una disposición legal o administrativa.
b) Por lo que toca al régimen de control de las condiciones generales, la Ley ha
previsto, tal como se ha señalado anteriormente, un control de incorporación al
contrato, exigiendo que para que realmente obliguen al adherente las condiciones
generales tienen que haber sido aceptadas contando con su consentimiento y
comprensión. Para ello exige que se haya informado expresamente al adherente
sobre las condiciones y que se le haga entrega de un ejemplar de las mismas,
debiendo ajustarse las cláusulas a criterios de transparencia, claridad,
concreción y sencillez. Si el contrato no debe formalizarse por escrito bastará con
que las condiciones se anuncien en sitio visible dentro del lugar donde se celebre el
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negocio, o se garantice al adquiriente la posibilidad de conocer su existencia y
contenido.
Se prevé además un régimen especial para los casos de contratación
telefónica o electrónica, en el que se impone un deber especial de información
previa de todas y cada una de las cláusulas de las condiciones generales, y un deber
de confirmación documental una vez celebrado el contrato.
La LCGC establece asimismo un control de interpretación de las mismas,
consagrando, de un lado, el principio contra proferentem, en el sentido de que las
dudas de interpretación se resolverán a favor del adherente, y de otro el principio de
prevalencia de las condiciones particulares sobre las generales, a menos que las
últimas sean más favorables para el adherente.
La LCGC establece finalmente un control de contenido que plantea más
problemas. Serán nulas de pleno derecho las condiciones que contradigan, en
perjuicio del adherente, lo dispuesto en esta ley o en cualquier otra norma imperativa o
prohibitiva, salvo que en ella se establezca un efecto distinto para la contravención.
Añadiéndose que serán nulas las condiciones abusivas cuando el contrato se haya
celebrado con los consumidores. El problema en este caso es que la protección que
formalmente se concede al adherente no consumidor resulta claramente insuficiente.
Debe advertirse, por otra parte, que tanto la no incorporación de las
condiciones generales al contrato, como su nulidad, podrán ser instadas por el
adherente, generándose los efectos propios del principio de conservación del negocio.
Por lo que se refiere a los instrumentos procesales de control, la Ley
establece junto a la acción individual, las llamadas acciones colectivas que
atribuyen legitimación activa a aquellas instituciones y asociaciones que tienen
representación de los intereses afectados (incluido el Ministerio Fiscal) contra
cualquier profesional que utilice las condiciones generales o contra el que las
recomiende públicamente o manifiesta su voluntad de utilizarlas. Dichas acciones son
la acción de cesación, la acción de retractación y la acción declarativa. Estas acciones
han sido declaradas con carácter general imprescriptibles. La eficacia del control
de las condiciones generales se complementa en la LCGC con el deber de información
y de control de cumplimiento de sus normas que se atribuye a Notarios
y
Registradores.
c) El Registro de condiciones generales es el aspecto más innovador y
discutible de la ley. Este Registro se integra en la estructura jurídica del Registro de la
Propiedad y Mercantil y su organización ha sido recogida en el Reglamento aprobado
por el RD 1.828/1.999 (RCGC, en adelante), como una sección del Registro de Bienes
Muebles. El Registro de Condiciones Generales tiene por objeto la inscripción de las
cláusulas contractuales que tengan el carácter
de
condiciones
generales,
inscripción que en principio es voluntaria. Conviene advertir, no obstante, a efectos
de la regulación de esta materia que son varios los artículos del RCGC que han sido
declarados nulos por el TS.
C. Regulación de las cláusulas abusivas en los contratos celebrados con
consumidores.
La LCGC no solo regula las condiciones generales de los contratos, sino que
incorporó la Directiva comunitaria de 5 de abril de 1.993, modificando la LDCU. Dicha
modificación afectó al art. 10 de la citada ley, introduciendo un nuevo art. 10 bis y dos
disposiciones adicionales; la primera de las cuales recogía un listado minucioso de
cláusulas abusivas. Ambos preceptos fueron modificados por la Ley 44/2.006 de
Mejora de la Protección de los Consumidores y Usuarios, y en el momento actual la
regulación las condiciones generales y cláusulas abusivas en los contratos celebrados
con consumidores tiene su régimen específico en los arts. 80 y ss de la LDCU.
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Conviene señalar al respecto que con esta regulación se está protegiendo a los
consumidores no solo contra las condiciones generales de los contratos, sino también
frente a aquellas estipulaciones que no hayan sido negociadas individualmente, aun
cuando no sean condiciones generales, y también frente a todas las prácticas no
consentidas expresamente, precisándose el hecho de que una cláusula aislada, o
ciertos elementos de ella, se hayan negociado individualmente no excluirá la
aplicación de las normas sobre cláusulas abusivas al resto del contrato, y que el
empresario que afirme que una determinada cláusula ha sido negociada
individualmente asumirá la carga de la prueba.
También en estos supuestos se realiza la protección a través de un control de
incorporación al contrato, de unas normas generales de interpretación y de un control
de contenido que en este caso responde verdaderamente a un sistema de protección
específica. Se consagra una cláusula general de protección frente aquellas cláusulas
abusivas que en contra de la buena fe causen, en perjuicio del consumidor, un
desequilibrio importante de los derechos y obligaciones que se deriven del contrato,
destacando además que el carácter abusivo de las cláusulas se apreciará teniendo en
cuenta la naturaleza de los bienes y servicios objeto del contrato, y todas las
circunstancias que concurran en él. A esta cláusula general se une una enumeración
muy pormenorizada de supuestos de cláusulas abusivas que se estructuran en
diferentes tipos: cláusulas abusivas por vincular en contrato a la voluntad del
empresario (art. 85); por limitar los derechos básicos de los consumidores (art. 86); por
falta de reciprocidad (art. 87), sobre garantías (art. 88), que afectan al
perfeccionamiento y a la ejecución del contrato (art. 89); sobre competencia y derecho
aplicable (art. 90). Se declara así mismo la nulidad de las cláusulas abusivas, que se
tendrán por no puestas, resaltándose el poder moderador del juez en caso de
subsistencia del resto del contrato. La protección se completa con el régimen de
acciones de cesación reguladas en los arts. 53 y ss.
D. Contratación electrónica.
La importancia que las nuevas tecnologías ofrecen al desarrollo del comercio
electrónico tiene una manifestación especial en el ámbito de la contratación mercantil.
En la contratación electrónica conviene aludir a las siguientes cuestiones.
Habida cuenta de que se trata de una contratación entre ausentes, es
necesario destacar que el reconocimiento de la validez del contrato electrónico, más
allá de constituir una especialidad en relación con el modelo de la perfección del
contrato como contratación entre ausentes, está vinculado a la exigencia de una serie
de garantías imprescindibles.
En cuanto a la normativa es preciso tener en cuenta: en el ámbito internacional,
la Ley Modelo de la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil
Internacional sobre Comercio Electrónico, y en el ámbito europeo la Directiva
2.000/31/CE. En cuanto a nuestro Derecho, la contratación electrónica está regulada
en la LSI, cuyo objeto es la incorporación a nuestro Derecho de la citada Directiva, así
como la Ley 56/2.007 de Medidas de Impulso de la Sociedad de la Información, cuya
finalidad, que aquí nos interesa, ha sido la de impulsar el uso de la factura electrónica,
el uso de medios electrónicos en todas las fases de los procesos de contratación, y a
garantizar una interlocución electrónica de los usuarios y consumidores con los
empresarios que prestan servicios de especial importancia (suministro eléctrico, agua,
gas, seguros…).
En la LSI, se regula la prestación de servicios de la sociedad de la información
y se establecen las obligaciones y el régimen de responsabilidad de los prestadores de
los servicios de la referida sociedad, aparte de una serie de disposiciones que regulan
las comunicaciones comerciales por vía electrónica, entre las que destaca la
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prohibición de realizar comunicaciones comerciales no solicitadas, y
asimismo el régimen de la contratación por vía electrónica.
se
prevé
Los principios generales a los que responde la contratación por vía electrónica
en nuestro Derecho ofrecen dos aspectos fundamentales: a) por un lado, se
reconoce que los contratos celebrados por vía electrónica producirán todos los efectos
previstos por el ordenamiento jurídico cuando concurran el consentimiento y lo demás
requisitos necesarios para su validez; b) y por otro, se establece también que para que
sea válida la celebración de contratos por vía electrónica no será necesario el previo
acuerdo de las partes sobre la utilización de tal medio, añadiendo que la
información en soporte electrónico tendrá la misma consideración que si constara por
escrito. Todo ello sin perjuicio de reconocer que los contratos, negocios o actos
jurídicos en los que la Ley determina ciertos requisitos de forma para su validez, se
regirán por su legislación específica (art. 23 LSI).
Por lo que se refiere al régimen jurídico de estos contratos, la ley establece con
carácter general que los contratos por vía electrónica se regirán por lo dispuesto en
ella, por los CC y CCom y por las restantes normas civiles o mercantiles sobre
contratos, en especial, las normas de protección de los consumidores y usuarios, y de
ordenación de la actividad comercial. Como normas específicas fundamentales, aparte
de las normas generales, se prevén una serie de obligaciones de información previa al
inicio del procedimiento de contratación y otras posteriores a la celebración del
contrato. De estas obligaciones podrá ser dispensado el prestador de servicios si así lo
acuerdan previamente las partes contratantes siempre que ninguno de ellos tenga la
consideración de consumidor.
Por lo demás, la protección del consumidor, aparte de las normas técnicas
específicas, está presente de modo especial en el régimen de la contratación
electrónica, estableciéndose expresamente al respecto que los contratos celebrados
por esta vía en los que intervenga un consumidor se presumirán celebrados en el
lugar en que éste tenga su residencia habitual; mientras que los celebrados entre
empresarios o profesionales, en defecto de pacto, se presumirán celebrados en
el lugar en que esté establecido el prestador de servicios (art. 29).
La prueba de la celebración de estos contratos está sometida a las reglas
generales y en su caso a lo establecido sobre firma electrónica. El soporte electrónico
será reconocido como prueba documental (art. 24). Las partes pueden pactar que un
tercero archive las declaraciones de voluntad que integran los contratos electrónicos;
este archivo no podrá tener una duración inferior a 5 años.
Un aspecto importante de la contratación electrónica lo constituye la fi rma
electrónica como instrumento seguro de atribución de la emisión de un mensaje por
una persona determinada: el titular de la firma. La firma electrónica, regulada por el
Real Decreto ley de 17 de septiembre de 1.999, ha sido objeto de nueva regulación
por la Ley 59/2.003 con el objetivo de incorporar la nueva normativa europea, y
generalizar la confianza en las transacciones telemáticas.
En la ley solo a la firma electrónica reconocida se le otorga la equivalencia
funcional con la firma manuscrita, considerando como tal a la firma avanzada basada
en un certificado reconocido y generada mediante un dispositivo seguro. De lo que se
trata, evidentemente, es de crear una situación de apariencia basada en un sistema de
garantías formales y de obligaciones que permite establecer una presunción iuris
tantum de que un mensaje electrónico ha sido enviado por una persona determinada,
con las consecuencias que ello deriva en orden a su imputación y responsabilidad.
Los dos aspectos centrales de la regulación de la ley son los certificados
electrónicos y los prestadores de servicios de certificación. Debe resaltarse que la
prestación de servicios de certificación no está sometida a autorización previa y se
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realiza en régimen de libre competencia, aunque se vincula a un sistema de control y a un
régimen de sanciones administrativas.
Los prestadores de servicios deberán cumplir una serie de obligaciones impuestas
en la Ley y están sometidos a determinadas normas especiales de responsabilidad,
imponiéndoseles la habilitación de un sistema de garantías mínimas.
Consideración especial dentro del contenido de la ley merece la regulación de
los certificados electrónicos de personas jurídicas. En relación con ellas, los datos de
creación de firma solo podrán ser utilizados en las relaciones que mantenga la
persona jurídica con las administraciones públicas o en la contratación de bienes y
servicios que sean propios o concernientes a su giro o tráfico ordinario; sin perjuicio de
las limitaciones adicionales que la persona jurídica pueda imponer por razón de la
materia o de la cuantía y que deberán figurar, en todo caso, en el certificado
electrónico.
5. Contratación internacional.
El contrato internacional es aquel cuyos elementos muestran conexión con más
de un ordenamiento jurídico, planteando fundamentalmente el problema de los
conflictos de leyes como un tema propio del Derecho internacional privado. Pero
desde un punto de vista más general, hay aspectos de su régimen jurídico que
interesan al Derecho Mercantil.
Por un lado, los propios Estados han ido unificando sus propios sistemas,
siendo las manifestaciones más claras de esta unificación el Convenio de Viena y el
Convenio de Roma, ambos de 1.980. En el ámbito europeo es preciso tener en cuenta
el Reglamento (CE) 593, y la Directiva 2.008/52/CE. Últimamente se ha trabajado
sobre la posibilidad de una unificación europea de las obligaciones y contratos en un
esfuerzo cada vez más amplio. Incluso existe un grupo de expertos para un marco
común de referencia en el Derecho contractual europeo.
Por otra parte, la propia práctica del comercio internacional ha favorecido,
como lex mercatoria, la formación de los principios UNIDROIT sobre contratación
internacional elaborados en el seno del Instituto Internacional para la Unificación del
Derecho Privado, y los usos y prácticas uniformes, elaborados por los propios
operadores económicos consignando una serie de cláusulas contractuales y términos
que facilitan la negociación. En relación con esta materia, la Cámara de Comercio
Internacional ha desarrollado una importante labor de recopilación y difusión de estos
usos y reglas uniformes, cuya manifestación más importante son los llamados
INCOTERMS (International Chamber y Comerce Trade Terms).
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TEMA II.- EL CONTRATO DE COMPRAVENTA Y CONTRATOS AFINES.
1. Significado y características de la compraventa mercantil.
La compraventa no solo ha sido tradicionalmente uno de los principales
instrumentos de la actividad comercial en la que se encuentra el núcleo de la
formación histórica del Derecho mercantil, sino que continúa teniendo una importancia
decisiva en la actividad económica actual como contrato base del tráfico comercial.
Comerciar es fundamentalmente comprar y vender con lucro. La relevancia de la
compraventa en el tráfico actual supone tanto que sobre este contrato se han
proyectado las peculiaridades que determinan el moderno contrato mercantil,
mostrando, de un lado, la aparición de nuevas formas (distintas al modelo tradicion al)
y, de otro lado, la incidencia que sobre él tienen actualmente las normas de protección
del consumidor y algunas destinadas a la ordenación del mercado.
A. Nociones generales y régimen jurídico.
A pesar de la excepcional importancia del contrato de compraventa, el CCom ni
lo define, ni ofrece una regulación completa del mismo; de ahí la necesidad de acudir a
las disposiciones del CC. El art. 1445 CC define la compraventa diciendo que “es aquél
contrato por el que uno de los contratantes se obliga a entregar a otro una cosa
determinada, y éste a pagar por ella un precio cierto en dinero o signo que lo
represente”. Podemos afirmar que tanto la compraventa mercantil como la civil se
presentan no como un contrato traslativo, sino, meramente, obligatorio. El vendedor se
obliga a entregar la cosa vendida, pero no transmite directamente su dominio. La
propiedad de la cosa vendida solo se adquiere cuando se añade al contrato la
tradición o entrega de aquélla (arts. 609 y 1095 CC). Partiendo de esta idea, podemos
afirmar que la compraventa mercantil ofrece características especiales, tanto para su
calificación mercantil, como para ciertas peculiaridades en la conclusión y contenido.
a) Carácter mercantil de la compraventa y su regulación.
El art. 325 CCom establece que “será mercantil la compraventa de cosas
muebles para revenderlas bien en la misma forma en que se compraron o bien en otra
diferente, con ánimo de lucrarse en la reventa”. Dice el art. 326 CCom No se reputarán
mercantiles las compras de efectos destinados al consumo del comprador o de las
personas por cuyo encargo se adquieren. El elemento intencional aparece así como
determinante de la calificación del contrato, independientemente de que sean o no
comerciantes quienes lo realicen; en la práctica, sin embargo, salvo que la
compraventa se integre en un tráfico profesional en el que el comprador se dedique
habitualmente a revender con lucro los objetos que compra, no es fácil determinar la
existencia de ese elemento intencional, de ahí la problemática de la distinción.
El contenido de estos preceptos y el silencio del CCom sobre la mercantilidad
de la reventa, ha conducido a que cierto sector doctrinal y jurisprudencial estime que
nuestro Código no admite la mercantilidad de la reventa. La idea no es tan clara si se
tiene en cuenta que el CCom regula la compraventa de mercaderías
en
establecimiento abierto al público. En cualquier caso, ha de tenerse en cuenta que en
nuestro Código determinadas compraventas no adquieren carácter mercantil aunque
el comprador tenga propósito de reventa lucrativa; como ocurren con determinadas
compraventas realizadas por artesanos, agricultores y ganaderos (art. 326).
En cuanto a su regulación, la compraventa mercantil no solo está regulada por las
normas de carácter dispositivos establecidas en el CCom y CC, sino que han de tenerse a
la vista también aquellas normas que, orientadas a la protección de determinados
intereses en el mercado, se proyectan en muchas ocasiones sobre la reventa y tiene
carácter imperativo; como son las normas de LDCU y la LOCMin.
b) Conclusión del contrato.
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En esta materia rigen las normas generales o comunes a los contratos que se
perfeccionan por el mero consentimiento (contratos consensuales). Ha de advertirse,
no obstante, que algunas modalidades contractuales que se dan en el tráfico plantean
ciertos problemas sobre el proceso de formación del contrato. Debe llamarse la
atención sobre las siguientes modalidades: a) las ventas realizadas por medio de
agentes o viajantes de comercio en las que se aplica la cláusula “salvo aceptación
de la casa”, que ha planteado cierta discusión sobre sus efectos en relación con la
perfección; la utilidad de esta cláusula se da cuando, gozando el agente de facultades
representativas, puede hablarse de un contrato perfecto pero sometido a condición
suspensiva potestativa impropia, de tal forma que el negocio se considera
perfeccionado, pero el vendedor se reserva la posibilidad de confirmar las condiciones
y circunstancias de la operación. b) Supuesto distinto es el que se da en el contrato
con cláusula “salvo venta”, tradicionalmente propio de las ventas a distancia. En
estas ventas, lo que quiere el vendedor es reservarse la posibilidad de vender a otra
persona el mismo objeto en tanto no tenga conocimiento de la aceptación por el
comprador; es cláusula puede plantear problemas en relación con las disposiciones
que establece su regulación propia.
c) Elementos reales.
Los elementos reales son la cosa objeto del contrato y el precio que se paga
por ella.
Por lo que se refiere a la cosa, no es dudoso que el objeto ordinario de las
ventas mercantiles sean las cosas muebles, las denominadas mercaderías. Más al
lado de ellas existen otras cosas muebles, corporales o no, como el dinero, los
metales preciosos, los títulos de crédito, e incluso ciertos derechos, como son los de
propiedad industrial. Pero también los inmuebles pueden constituir objeto del
tráfico mercantil.
En cuanto al precio, rigen todavía las disposiciones del CC en el sentido de
que ha de ser cierto y expresado en dinero o signo que lo represente, así como que su
señalamiento no puede quedar al arbitrio de uno de los contratantes. Pero el
cumplimiento de estos requisitos no excluye que puedan darse ciertas notas propias
del precio de la compraventa en el tráfico mercantil. Por ejemplo, es posible y cada día
más frecuente que sea una de las partes quien determine el precio, “Ventas a precio
fijo” donde el comprador tan solo puede decidir si compra o no al precio establecido
por el vendedor. Por otra parte, las ventas pueden ser a precio firme, no sometido a
variación, o a precio variables; más en cualquier caso, una vez f ijado el precio o su
sistema de variación, las partes quedan sometidos a él y no pueden discutir la justicia
intrínseca del mismo. No puede rescindirse un contrato de compraventa mercantil
por causa de lesión.
Interés especial tiene también conocer estos otros datos: a) el régimen especial
de la determinación del precio, y el de las cláusulas abusivas sobre la determinación
del precio a las compraventas celebradas con consumidores y previstos en los arts.
60.2 y 85.10 LDCU. b) Las limitaciones que pueden restringir o anular por disposición
legal o por injerencia del poder público la fijación convencional de los precios. c) La
posición mantenida expresamente en relación con la compraventa internacional de
mercancías, en las que en aras de facilitar la celebración del contrato se considera que
en los casos que exista un contrato válido y no se haya determinado el precio se
entenderá, salvo indicación contraria, que las partes han querido referirse al que
generalmente se está percibiendo en el momento de la celebración del contrato para
ese tipo de mercancías.
B. Contenido del contrato.
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Como contrato bilateral sinalagmático, la compraventa genera obligaciones y
derechos recíprocos para ambos contratantes, que constituyen el contenido del
contrato.
a)
Obligaciones del vendedor.
El vendedor tiene como obligación fundamental la de entregar la cosa vendida en
el tiempo y lugar pactados “poniéndola en poder y posesión del comprador” (arts.
1445, 1461 y 1462 CC). Al vendedor le corresponde, realizar todos los actos
necesarios para que el comprador pueda tomar posesión de la cosa vendida.
Esto no quiere decir que entrega y puesta a disposición sean una misma cosa. Es
preciso distinguir entre entrega y puesta a disposición. Se trata de una distinción que
está claramente recogida en el CCom (arts. 338 y 339), cuando la entrega haya de
realizarse en lugar distinto del establecimiento del vendedor, la puesta a disposición
del comprador exige el envío o remesa de los efectos vendidos al punto o lugar de
entrega, y en el supuesto de que el lugar sea el propio establecimiento del vendedor,
éste cumplirá si tiene los géneros vendidos a disposición del comprador el día
señalado en el contrato. Esta distinción tiene gran interés en materia de transmisión de
la propiedad y del riesgo en la compraventa.
En cuanto al cumplimiento de la obligación de entrega, cabe destacar además: a)
que el lugar será el pactado en el contrato, presumiéndose, si nada se ha pactado, que
será el establecimiento del vendedor; b) que si no se ha establecido plazo para la
entrega, el vendedor deberá tenerla a disposición del comprador dentro de las 24
horas siguientes al contrato (art. 337); y c) que el vendedor no estará obligado a
entregar la cosa si el comprador no le paga el precio, salvo que se haya pactado su
aplazamiento, o si aun existiendo aplazamiento descubre que el comprador es
insolvente (arts. 1466 y 1467 CC). De no darse excepciones, el retraso del vendedor
en la entrega da derecho al comprador para exigir el cumplimiento o la rescisión, con
indemnización, en ambos casos, de los perjuicios que se le hayan causado (art. 329).
La obligación de entrega, como obligación principal del vendedor, determina las
demás obligaciones del mismo: a) la obligación de conservar la cosa vendida con la
diligencia normal de quien está obligado a darlas (art. 1094 CC); b) la obligación del
vendedor de responder por saneamiento de la cosa vendida. El
vendedor,
lógicamente, responde frente al comprador de la posesión legal y pacífica de la cosa
vendida (art. 345) y de los vicios y defectos ocultos (art. 342).
El saneamiento por evicción se produce en los términos en que está previsto en el
CC, pero no estará de más señalar que la evicción es poco frecuente en las ventas
mercantiles, pues en estas ventas se produce una prescripción de derecho a favor del
comprador respecto de las mercancías adquiridas (arts. 464 CC y 85 CCom).
Mayor interés tiene la obligación de saneamiento por vicios o defectos ocultos,
obligación cuya finalidad consiste en garantizar que el vendedor entregue al
comprador la posesión de una cosa útil. Regulada esta obligación en el CC, se quiere
significar que, salvo pacto en contrario, el vendedor responde de los vicios o defectos
que tenga el objeto vendido aunque los ignore, pero no de los que estén a la vista ni
de los que no lo están, si el comprador es un perito que por razón de su profesión
debía conocerlos fácilmente. En toda esta materia, la peculiaridad de la compraventa
mercantil se refiere al establecimiento de un plazo breve de 30 días, a contar desde la
entrega para que el comprador denuncie la existencia del vicio o defecto (art. 342
CCom). Se trata de un plazo de denuncia para poder ejercitar las acciones que el CC
establece en estos casos; un plazo que la doctrina y la jurisprudencia considera de
caducidad y no de prescripción, transcurrido el cual, por tanto, el comprador perderá
todo derecho contra el vendedor. Por otro lado, en los supuestos que contemplamos,
el comprador podrá optar entre desistir del contrato abonándosele los gastos que pagó
o rebajar el precio una cantidad a juicio de peritos (art. 1486 CC).
17
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Los vicios ocultos son distintos a los vicios o defectos aparentes de calidad o
cantidad regulados en el art. 336 CCom; y de los cuales también responde el
vendedor, sin que su responsabilidad por unos excluya su responsabilidad por los
otros. El citado artículo establece que si la mercancía se recibe embalada o enfardada,
la denuncia del vicio aparente debe hacerse dentro de los 4 días siguientes a su
recibo; en otro caso, la denuncia deberá hacerse al tiempo de recibir las cosas o de
rehusar su recibo. Estos defectos facultan al comprador para optar por la rescisión del
contrato o por su cumplimiento en ambos casos con la indemnización de los perjuicios,
aunque el vendedor, para evitar reclamación, puede exigir en el acto de entrega que
se haga el reconocimiento de las mercancías a contento del comprador.
Varias consideraciones generales pueden hacerse en torno a estos supuestos
de incumplimiento defectuoso: a) la primera de ellas es poner de manifiesto que en
nuestro Derecho se distingue su tratamiento respecto a lo que sería un incumplimiento
total por entrega de cosa distinta; b) la segunda consiste en resaltar el carácter
dispositivo de las normas establecidas, lo que da lugar también a las llamadas
garantías comerciales. Ha de advertirse, no obstante, que han de preverse los abusos
que puedan darse, y sobre todo tener en cuenta las normas imperativas que sobre
garantías que se deben ofrecer al consumidor, según la LDCU y LOCMin.
El régimen de responsabilidad del vendedor por vicios o defectos de los bienes
vendidos recibió una regulación especial, en los casos de ventas de bienes de
consumo entre personas que venden en el marco de su actividad profesional y los
consumidores, a través de la Ley General en las Ventas de Bienes de Consumo
(LGVBC), con la que se trató de incorporar a nuestro Derecho la Directiva 1999/44/CE.
Esta ley cuyos preceptos imperativos se han incorporado a la LDCU ha consagrado la
obligación del vendedor de entregar al consumidor un bien que sea conforme con el
contrato de compraventa en los términos que en ella se establecen. Puede decirse que
se ha unificado el tratamiento de todos los supuestos de entrega defectuosa, en los
que existiendo un aparente cumplimiento, ésta no satisface el interés del comprador, y
ha concedido al comprador consumidor una serie de derechos y acciones que
racionalizan el tratamiento que los vicios ocultos, los defectos de cantidad o calidad, o
la prestación distinta tienen en el CC o CCom. En efecto, en caso de falta de
conformidad se concede al consumidor, en cascada, primero un derecho de
separación o de sustitución, y segundo un derecho a la rebaja en el precio y a la
resolución del contrato.
b)
Obligaciones del comprador.
En toda compraventa el comprador asume la obligación de pagar el precio y de
recibir la cosa.
La obligación de pagar el precio ha de cumplirse en el lugar y tiempo fijados
en el contrato y, en su defecto, en el tiempo y lugar en que se haga entrega de la cosa
(art. 1.500 CC). En este último supuesto, el comprador estará obligado a pagar el
precio una vez que se dé por satisfecho con las mercancías puestas a su disposición o
cuando se haya realizado el depósito correspondiente de las mercancías en caso de
que demore el recibo de los mismo o lo rehúse sin justa causa (arts. 332 y 339 CCom).
La demora en el pago del precio constituirá al comprador en la obligación de pagar el
interés legal, y el vendedor tiene un derecho preferencial sobre los géneros vendidos,
en tanto estén en su poder, para obtener el pago del precio con los intereses
moratorios (arts. 340 y 341). Hay que destacar el interés que tiene la aplicación del art.
1170 CC, relativo a los medios de pago, dado al extraordinario uso que se hace en el
comercio del pago mediante efectos mercantiles. También interesa resaltar que las
cantidades entregadas por vía de señal se reputarán, salvo pacto en contrario, dadas
en cuenta del precio y en prueba de ratificación del contrato (art. 343 CCom).
18
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En cuanto a la obligación de recibir la cosa comprada, se recoge de forme
implícita en el art. 332 CCom, que establece que en el caso de que el comprador
rehusare sin justa causa el recibo de los efectos comprados, como en el de simple
demora, se faculta al vendedor para que deposite judicialmente las mercancías,
pudiendo optar en el caso de rehúse injustificado por la rescisión del contrato o por el
cumplimento del mismo. El comprador no está obligado, sin embargo, a admitir
entregas parciales, aunque puede aceptarlas quedando consumada la venta en cuanto
a los efectos recibidos, sin perjuicio de su derecho a pedir por el resto el cumplimiento
del contrato o su rescisión (art. 330).
C. La transmisión de la propiedad y de los riesgos en la compraventa mercantil.
El carácter consensual de la compraventa determina dos fases en ella: la de
perfección y la de entrega. Si ambas fases se suceden sin solución de continuidad
por el vendedor, como ocurren en las ventas entre presentes con recepción inmediata
de la cosa, es muy claro que al constituirse el comprador en propietario, soporta desde
ese mismo momento las consecuencias de la pérdida o deterioro. El problema surge
cuando entre la perfección y la entrega existe un periodo de tiempo, surgiendo la duda
de quién ha de soportar el riesgo del deterioro o pérdida de las mercancías durante
ese periodo, cuando no exista, claro está, culpa del vendedor. La perfección del
contrato de compraventa se produce cuando las partes se ponen de acuerdo sobre la
cosa y el precio (carácter consensual) aunque ni la una o la otra se hayan entregado.
Dos han sido los sistemas que han determinado las distintas soluciones
legislativas: el germánico “res perit domino”, y el romano “res perit emptori”. En nuestro
Derecho, la compraventa mercantil ha recibido un tratamiento propio.
Si se tiene en cuenta que en nuestro sistema la compraventa no tiene efectos
traslativos si no va acompañada de la tradición o entrega, resulta lógico establecer que
los riesgos se transmiten al comprador desde el momento de la entrega; en tal sentido
el art. 331 CCom dice: “la pérdida o deterioro de los efectos antes de su entrega por
accidente imprevisto o sin culpa del vendedor dará derecho al comprador para
rescindir el contrato”.
Pero al propio tiempo, si la entrega es un acto bilateral que no depende de la
simple voluntad del vendedor y exige la colaboración del comprador, puede suceder
que el vendedor ponga las mercancías a su disposición sin que se realice la entrega,
por razones no imputables al vendedor. En estos casos el vendedor ha cumplido su
obligación principal, de ahí que disponga el art. 333 CCom que “los daños y
menoscabos que sobrevinieran a las mercaderías, perfecto el contrato y teniendo el
vendedor los efectos a disposición del comprador en el lugar y tiempo convenido, será
de cuenta del comprador, salvo en los casos de dolo o negligencia del vendedor”.
Aunque parezca que si, los artículos 331 y 333 no son en realidad
contradictorios, sino que conducen a una regulación armonizada del riesgo en la
compraventa mercantil, manteniendo una posición semejante a la de la Convención de
Viena de 1.980.
El art. 334 CCom regula tres supuestos especiales de transmisión del riego en
los cuales los y daños y menoscabos que sufran las mercaderías, por caso fortuito,
será de cuenta el vendedor: venta hecha por número, peso o medida, venta en la que
el comprador tenga la facultad de reconocer y examinar la cosa; y venta con condición
de no hacer la entrega hasta que la cosa vendida adquiera las condiciones estipuladas
2. Compraventas especiales.
Es preciso contemplar las peculiaridades que, sin modificar la naturaleza del
contrato de compraventa, han sido introducidas por el desarrollo de la actividad
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comercial; tratándose, en no pocos casos, de peculiaridades determinadas por
exigencias del tráfico.
Ventas especiales en razón del lugar de celebración o del lugar de entrega.
A. Compraventa en feria o mercado y venta ambulante o no sedentaria.
Recogidas en el art. 83 CCom. Su regulación destaca de modo principal el
carácter esencial del término: en caso de ventas al contado que deban cumplirse en el
mismo día de su celebración o a lo más en las 24 horas siguientes, pasados estos
términos sin que ninguno de los contratantes haya reclamado su cumplimiento, el
Código prevé su nulidad, quedando los gajes, señal o arras en favor de la parte que
las hubiere recibido.
Estas ventas conectan con lo que en el momento actual representan las
llamadas ventas ambulantes. Ventas sometidas al control de los Ayuntamientos,
dentro de la competencia de las CCAA, dedicándole la LOCMin tres de sus preceptos.
B. Compraventa de plaza a plaza.
Son, en cierto sentido, las ventas más notables en la práctica de los negocios.
El tráfico internacional y gran parte del interior se hace con la obligación para el
vendedor de remitir las mercaderías; por lo que hay que señalar la especial
significación que el transporte tiene sobre el contrato de compraventa como elemento
necesario de la entrega y sus consecuencias sobre la transferencia del riesgo.
En el ámbito internacional, las ventas de plaza a plaza pueden quedar
sometidas a las normas de la Convención de Viena. Si bien, el carácter dispositivo de
estas normas determina el interés que ha de concederse a los pactos convencionales
y la importancia que ha de darse a las Reglas Uniformes elaboradas por la Cámara de
Comercio Internacional.
Se trata de reglas de interpretación recogidas en los llamados INCOTERMS,
las cuales no son exclusivas del transporte marítimo y tienen un claro valor
contractual, dependiendo su aplicación de la voluntad de las partes.
En cuanto al tráfico interior, nuestro CCom no regula la venta con expedición, lo
que no excluye que tenga eficacia las normas sobre la incidencia de la entrega ya
vistas.
En relación con las ventas de plaza a plaza, es preciso señalar que, si bien,
van normalmente acompañadas de la realización de un contrato de transporte y
de un contrato de seguro sobre las mercancías, el funcionamiento de estos no
interfiere en las relaciones entre comprador y vendedor.
Ventas CIF: se considera consumada en el puerto de embarque. El vendedor se obliga
a iniciar el transporte contratando el flete y el seguro cuyos importes se incluyen en el
precio de la venta
Ventas FOB: el vendedor se obliga a situar la mercancía a bordo del buque, momento en
el que se produce la transmisión de la propiedad al comprador.
Ventas especiales en razón a la determinación del objeto vendido
C. Compraventa sobre muestras y sobre calidad conocida en el comercio.
El art. 327 CCom regula estas ventas en las que la determinación del objeto se
hace a través de la muestra o señalando una calidad conocida en el comercio.
Estamos, pues, ante contratos perfectos cuya peculiaridad reside en la forma en la que
se determina el objeto; y el comprador no podrá rehusar el recibo de los géneros
si fueran conformes con la muestra o calidad determinada.
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D. Venta a ensayo o a prueba y venta ad gustum.
El art. 328 CCom se refiere a aquellos otros casos en los que los géneros no se
tienen a la vista, ni pueden clasificarse por una calidad conocida en el comercio, o
aquellos en los que el comprador, por pacto expreso, se ha reservado la facultad
de ensayar el género contratado. En ambos se da la peculiaridad de que al celebrar
el contrato no se puede hacer una delimitación clara del objeto y de sus cualidades.
Son dos los distintos supuestos contemplados en el art. 328: a) por un lado, los
casos en los que la indeterminación es tal que el comprador queda en total libertad
para liberarse el contrato (ventas ad gustum); b) por otro lado, en los que el ensayo
que se reserva el comprador supone la comprobación de determinadas circunstancias,
y solo si no se reúnen puede rescindir el contrato. Si bien, hay que advertir que, en
estos casos, se trata más bien de contratos sometidos a una condición suspensiva.
En todo caso, en relación con estas ventas ha de tenerse en cuenta la
regulación que sobre el desistimiento realiza el art. 10 LOCMin, que dispone que
cuando en el ejercicio de un derecho previamente reconocido se proceda a la
devolución de un producto, el comprador no tendrá obligación de indemnizar al
vendedor por el desgaste o deterioro debido exclusivamente a su prueba.
Ventas especiales en razón al proceso de formación del contrato.
Se refiere a ventas realizadas a través de distintos medios o procedimientos
que facilitan la formación del consentimiento. Para todas ellas, además de su
regulación específica, se prevén sistemas de control por parte de las Administraciones
públicas correspondientes.
E. Venta a distancia.
Las ventas a distancia están reguladas en el LOCMin, si bien ha sido objeto de
varias reformas con el objeto de darle cabida a la regulación existente en materia de
protección de los consumidores, así como adaptarla a la regulación europea.
La nueva regulación entiende las ventas a distancia como un sistema de
contratación organizado por el vendedor para promover la venta de sus productos, en
el que se da cierta forma de agresión comercial sobre los compradores. Por ello, la
normativa exige como necesario para el envío el consentimiento previo de la parte a la
que se dirige, ofreciéndose además la oportunidad de oponerse a la recepción. Se
impone la obligación a las empresas que practican la venta a distancia de comu nicar al
Registro de ventas a distancia de la Comunidad Autónoma en el plazo de tres meses
el inicio de su actividad.
La regulación establece un régimen de protección del comprador que abarca
los siguientes aspectos.
a) Al momento de la formación del contrato.
Se deberá constar de forma inequívoca que se trata de una oferta de contrato,
y se configura un deber de información previa de sobre los aspectos más relevantes
del contrato, incluido el plazo de validez de la oferta.
Se destaca la necesidad de que exista consentimiento expreso del comprador,
sin que la falta de respuesta de éste pueda considerarse como aceptación,
prohibiéndose los envíos no solicitados, de forma que el receptor no quedará obligado
a la devolución, ni al pago, ni deberá indemnizar por los daños o deméritos sufridos en
caso que decida devolverlos (arts. 41 y 42).
b) A la ejecución del contrato.
Son fundamentales las normas sobre el plazo de ejecución del pedido y las que
prevén la protección del comprador en caso de no ejecución del contrato por no estar
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disponible el objeto (art. 43). Se protege, además, al cliente contra el abuso en el
cobro mediante la utilización del número de una tarjeta de crédito, sin que ésta
hubiese sido presentada directamente o identificada electrónicamente, pudiendo el
titular anular el cargo (art. 46).
La protección del comprador se refuerza a través de un derecho especial de
desistimiento que puede ejercerse libremente sin necesidad de alegar causa alguna,
sin penalización, ni sometimiento a formalidad alguna (art. 44).
El comprador, en el momento de la ejecución del contrato, deberá recibir
información escrita de todos los datos necesarios para el ejercicio de sus derechos
(art. 47).
F. Venta automática.
Según la LOCMin se entiende por venta automática la forma de distribución
detallista en la que se pone a disposición del consumidor el producto o servicio para
que éste lo adquiera mediante el accionamiento de cualquier tipo de mecanismo y
previo pago de su importe (art. 49.1). Estas ventas plantan el problema sobre la forma
en que se realiza la manifestación de voluntad contractual y la necesidad de evitar
abusos. De ahí el control técnico a que se somete la instalación de las máquinas y la
necesidad de que figure en ellas información relativa al producto (tipo y precio), al
comerciante, y sobre la máquina: tipo de monedas que admite, instrucciones para la
obtención del producto y acreditación de que cumple con la normativa técnica. Todas
las máquinas deben permitir la recuperación automática del importe cuando no se
facilite el artículo solicitado. Cuando las máquinas estén instaladas en un local
destinado al desarrollo de una empresa o actividad privada, los titulares responderán
solidariamente del cumplimiento de las obligaciones específicas.
G. Ventas en pública subasta.
Se entiende por ventas en pública subasta aquellas ventas en las que se oferta
pública e irrevocablemente la venta de un bien a favor de quien ofrezca dentro del
plazo concedido al efecto el mejor precio a partir de un mínimo previamente fijado (art.
56 LOCMin).
La regulación de estas ventas en lo que se refiere a las relaciones de la
empresa subastadora con los clientes está inspirada en la necesidad de proteger a
estos últimos contra los abusos que puedan producirse. Dichas normas
fundamentalmente se refieren a: 1º la obligación de hacer la oferta de manera que no
se pueda inducir a error sobre las cualidades del objeto subastado; 2º la empresa
subastadora solo podrá exigir fianza a los licitadores cuando se haya hecho constar en
los anuncios de la subasta; 3º la formalización escrita de la operación de venta y
adjudicación; 4º la irreivindicabilidad de los bienes adquiridos; 5º la responsabilidad
solidaria de la empresa junto con el titular del bien subastado.
Ventas especiales en razón a que se difiere el pago del precio o las prestaciones
de ambas partes.
H. Venta a plazos.
Se trata de ventas en las que, aun realizándose la entrega del objeto, el pago
del precio queda diferido por fracciones generalmente iguales y periódicas. Son
contratos de gran difusión en el comercio moderno, en los que para soslayar el riesgo
de insolvencia del comprador se ha acudido a distintas cláusulas, como el “pacto de
reserva de la propiedad ”. Es un contrato formal de contenido parcialmente obligatorio.
Para evitar los abusos se ha regulado la materia, especialmente destacable es
la Ley de Venta a Plazos, que tiene normas de carácter imperativo, regulando los
contratos de ventas a plazos de bienes muebles corporales no consumibles e
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identificables, excluyéndose, no obstante, las compraventas a plazos de bienes que se
destinen a la reventa al público.
En cuanto al aplazamiento del precio, no es necesario un desembolso inicial, ni
tampoco que el pago del precio difiera en varios plazos, pudiendo serlo solo en uno,
siempre y cuando su duración sea superior a 3 meses.
En lo relativo a su régimen jurídico, la venta a plazos ofrece las siguientes
peculiaridades:
1º Las que vinculan la eficacia de la venta a la obtención del crédito correspondiente.
2º Las que regulan la llamada facultad de desistimiento del contrato en un régimen
especial, pero sin necesidad de alegar causa alguna.
3º Las que prevén el pago anticipado, total o parcial, del precio, sin que se le puedan exigir
los intereses no devengados.
4º Las normas que regulan el incumplimiento del comprador. Previéndose que si el
comprador se demora en el pago de dos plazos o el último de ellos, el vendedor puede
optar por exigir el pago de todos los plazos pendientes o la resolución del contrato con
la consiguiente restitución recíproca, aunque el vendedor puede deducir el 10% en
concepto de indemnización.
En caso de que el vendedor opte por exigir judicialmente el cumplimiento de los
plazos, se le concede al juez una facultad moderadora para que con carácter excepcional
y por justas causas señales nuevos plazos o altere los convenidos.
En caso de incumplimiento del deudor, la ley ofrece un sistema de garantías al
acreedor, que se hace efectivo a través del Registro de Venta a Plazos de Bienes
Inmuebles, y el establecimiento de un procedimiento especial para la venta en
subasta. En caso de procedimientos concursales, el acreedor goza además de una
posición de privilegio sobre los bienes comprados si el contrato consta en documento
público o está inscrito en el citado Registro.
3. Compraventas internacionales.
La compraventa como instrumento de cambio es también una institución central
en el comercio exterior, y es objeto de consideración preferente en el proceso de
unificación del Derecho mercantil, necesario para evitar los posibles conflictos de leyes
derivados de la disparidad de ordenamientos nacionales. Esta unificación se lleva a
cabo por una doble vía: a) con la elaboración de una legislación uniforme; b) y a través
de la redacción de contratos tipos y condiciones de venta dentro de los distintos
sectores del tráfico internacional.
Respecto a la legislación uniforme, el proceso unificador en materia de
compraventa se ha concretado en las normas recogidas en la Convención de Viena, la
cual limita su campo de aplicación a los contratos de compraventa de mercaderías
entre partes que tengan sus establecimientos en Estados diferentes, cuando éstos
haya ratificado la Convención, siendo indiferente la nacionalidad de las partes, y el
carácter civil o mercantil de las mismas o del contrato.
No se aplican las normas del Convenio a las compraventas de mercaderías
para uso personal familiar o doméstico, ni tampoco a las realizadas en subastas
públicas judiciales, ventas de valores mobiliarios, efectos de comercio y dinero, ni las
de buques, embarcaciones, aeronaves y electricida d. Tampoco a la compraventa de
empresas, inmuebles o derechos incorporales.
La Convención establece el carácter dispositivo de sus normas, pudiendo las
partes excluir su aplicación de forma expresa o tácita pero real y consciente, o
introducir excepciones o modificaciones. El régimen de la compraventa está regulado
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en la Convención de forma muy detallada, fundamentalmente por lo que se refiere a la
formación del contrato, a las obligaciones asumidas por las partes, y a la transferenci a
del riesgo, quedando fuera de su regulación lo relativo a la validez del contrato, así
como sus efectos sobre la propiedad de la mercaderías y la responsabilidad del
vendedor por la muerte o lesiones que las mercancías causen a una persona. Sus
normas responden a la idea de facilitar la finalidad económica del contrato a través de
la satisfacción de los intereses de las partes, de acuerdo con la buena fe, sin que se
vean afectadas, ni la seguridad, ni la rapidez del tráfico económico; de ahí su
extraordinario interés en nuestro ordenamiento como criterio inspirador del régimen del
contrato.
4. Otros contratos afines a la compraventa.
A. El contrato de permuta.
Junto a la compraventa mercantil, el CCom regula el contrato de permuta, al
que solo dedica un precepto (art. 346). Se trata de un contrato de escasa relevancia
en el tráfico mercantil, aunque no puede desconocerse que su utilización ha alcanzado
cierta relevancia en la vida económica de las últimas décadas.
La permuta se perfila actualmente como un instrumento importante en la
política agraria y del suelo; además está presente en las denominadas “operaciones
de permuta financiera”, donde se intercambian obligaciones de pago; y es también un
instrumento de operaciones en el comercio internacional. Es necesario destacar la
importancia de la permuta en el desarrollo urbanístico, con una cierta generalización
de los contratos de cesión de solares para su construcción.
Tres consideraciones fundamentales pueden hacerse sobre el contrato de
permuta: a) el hecho de que en defecto de una definición en el CCom se estará ante lo
dispuesto en el art. 1538 CC; b) su regulación como permuta mercantil queda referida
a las normas de la compraventa mercantil en cuanto le sean aplicables; c) la
mercantilidad de la permuta debe determinarse de acuerdo a lo dispuesto en el art.
325 CCom.
B. La transferencia de créditos.
A continuación de la compraventa y la permuta, el CCom
transferencia de créditos no endosables, ni al portador.
regula
la
El CCom (arts. 347 y 348) recoge los requisitos fundamentales de dicha cesión,
que no está sometida a formalidad alguna, ni necesita del consentimiento del deudor;
es suficiente con poner en su conocimiento la transferencia para que el deudor quede
obligado con el nuevo acreedor y solo será legítimo el pago que se haga a éste. El
cedente responderá de la legitimidad del crédito y de la personalidad con que hizo la
cesión, pero no de la solvencia del deudor a no mediar pacto en contrario.
Dos observaciones deben hacerse sobre la cesión de créditos mercantiles: a)
el específico tratamiento que la cesión merece cuando se produce dentro de un
contrato de factoring; y b) el interés de los proyectos de regulación que en relación con
el tráfico internacional está realizando la Comisión de la ONU. La contemplación de
estos supuestos pone de manifiesto la distinta consideración que merece la cesión
según se realice dentro de un tráfico profesional, o entre particulares, o el tratamiento
especial que merecen los créditos concedidos a consumidores.
C. El contrato estimatorio.
Se conoce como contrato estimatorio aquel por el que una de las partes
(tradens) entrega a otra (accipiens) determinadas cosas muebles cuyo valor se estima
en una cantidad cierta, obligándose el accipiens a procurar la venta de dichas cosas
dentro de un plazo y a devolver el valor estimado de la cosas que venda y el resto de
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las no vendidas. Dada la ausencia de regulación especial en nuestro Derecho, se
habrán de aplicar, por analogía, algunas normas generales de la compraventa.
Este contrato responde a determinados intereses de las partes, el minorista
accipiens se abastece sin necesidad de desembolsar el importe de la mercancía, mientras
el tradens distribuye sus productos aprovechando la infraestructura del accipiens.
Hay que destacar que la entrega de la cosa no produce la transmisión de la
propiedad, sino la atribución de un poder exclusivo de disposición sobre el objeto,
debiendo responder por la pérdida o deterioro.
TEMA III.- LOS CONTRATOS DE COLABORACIÓN.
1. El contrato de comisión.
A. Concepto.
Prototipo de los que llaman los economistas relaciones de agencia, por los
conflictos de intereses que pueden surgir entre quien encomienda a otro una gestión
(principal) y el encargado de ejecutarla (agente), la comisión es jurídicamente la forma
mercantil del mandato. Se trata de un mandato cualificado por la naturaleza comercial
del acto u operación que constituye su objeto, y en el plano subjetivo, por ser
comerciante el comitente o el comisionista (art. 244 CCom).
B. Comisión y representación.
El Comisionista actúa por cuenta ajena, por cuenta del comitente. El art. 245
CCom autoriza a superponer a la relación de comisión o mandato mercantil otra de
apoderamiento, pudiendo el comisionista contratar “en nombre propio o en el de su
comitente”. En plazas alejadas entre sí, la seguridad de las contrapartes exige reforzar
la certidumbre de las relaciones de responsabilidad y representación. Por ello, es
relevante que el comisionista quede obligado directamente con su cocontratante; y,
por esa razón, para excluir el compromiso propio y generar la vinculación directa de su
representado, “el comisionista que actúa en nombre ajeno deberá manifestarlo y, si el
contrato fuera por escrito, expresarlo en el mismo o en la antefirma, declarando el
nombre, apellido y domicilio del comitente”. Pero ni siquiera de ese modo queda
eliminada la responsabilidad del comisionista; porque, siendo la existencia del poder
una cuestión de hecho, “quedará el comisionista obligado con la persona con quien
contrató, mientras no pruebe la comisión” (art. 247). El CCom le atribuye una
responsabilidad directa, sin imponerle la necesidad de declarar quién es el comitente.
C. Analogías y diferencias con otras figuras jurídicas.
La actuación en nombre propio y la índole comercial del encargo distinguen la
comisión del mandato. El mandato tiene carácter gratuito frente al normalmente retribuido
de la comisión (salvo pacto en contrario, eso sí).
De otro lado, la comisión consiste en contratar, es decir, realizar actos jurídicos,
mientras el arrendamiento de servicios es la realización de actos materiales. El
arrendamiento tiene además como contraprestación un precio cierto, que no es
esencial en la comisión.
En relación con el contrato estimatorio el accipiens goza de un poder exclusivo
de disposición de la cosa, por lo que puede vender a corto plazo. En la comisión el
poder de disposición del comisionista puede ser limitado por el comitente, siendo la
autorización de éste último necesaria para vender.
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lOMoAR cPSD| 213 082 9
D. Objeto y formación del contrato.
La comisión puede tener por objeto cualquier acto de comercio (art. 244),
aunque su vinculación original con el tráfico a distancia ha determinado que sus r eglas
estén pensadas principalmente para la realización de operaciones de compraventa y
transporte de mercancías. Ese origen explica que, aún siendo un mandato consensual,
en la esfera mercantil se entienda la comisión tácitamente aceptada “ siempre que el
comisionista ejecute alguna gestión en el desempeño del encargo que le hizo el
comitente” (art. 249). Tal consentimiento de facto se por supuesto entre ausente,
porque, de otro modo, el comisionista que quiera rehusar a un encargo estará obligado
a comunicarlo al comitente por el modo más rápido posible, debiendo confirmarlo, en
todo caso, por el correo más próximo al día que recibió la comisión (art. 248)
E. Contenido del contrato.
Cumplir el encargo, rendir cuentas y abstenerse de dar contrapartida son las
obligaciones principales del comisionista, que tiene, al mismo tiempo, el derecho a
percibir la remuneración pactada, así como quedar indemne en sus propios intereses
por el desempeño del encargo.
a) Cumplimiento del encargo.
El comisionista desde que acepta el desempeño del encargo está obligado a
cumplirlo (art. 1718 CC), salvo que la comisión exija provisión de fondos y el comitente
no ponga a su disposición la suma necesaria (art. 250 CCom). Las reglas que regulan
el cumplimiento son estrictas:
1º Quien acepta la gestión deberá desempeñar la comisión por sí mismo, aunque se
entiende que la subcontratación de todo o parte del encargo es posible porque no
afecta al original; manteniendo el comisionista que subcontrató
su
completa
vinculación jurídica frente al comitente. Cosa distinta es que el comisionista trate de
colocar al tercero en su posición, lo que el art. 261 CCom
prohíbe, salvo
consentimiento del comitente, mientras el art. 1.721 CC lo permite salvo prohibición
expresa.
2º El comisionista deberá seguir las instrucciones del principal (art. 254) sin proceder
en ningún caso contra su disposición expresa (art. 256), consultando, si es posible,
todo lo no previsto y actuando según le dicte “la prudencia y sea más conforme al uso
del comercio” (art. 255); pero aún así deberá comunicar siempre al comitente con la
frecuencia necesaria las noticias que interesan al buen éxito de la negociación (art
260), observando lo que las leyes y reglamentos establezcan (art. 259).
3º El patrón de diligencia propio de este contrato obliga al comisionista a dar
preferencia a los intereses del principal, cuyo negocio debe cuidar precisamente “como
propio”. El respeto a las condiciones de mercado cierra el modelo o patrón de
actuación, al prohibir al comisionista contratar operaciones a precios o en términos
más onerosos que los corrientes en la plaza (art. 268).
4º El incumplimiento de cualquiera de las prescripciones legales hace responsable al
comisionista de la indemnización de daños y perjuicios que su conducta ocasione al
comitente.
b) Obligación de rendir cuentas.
Implícita en toda actuación por cuenta ajena y reconocida por la jurisprudencia,
tal obligación se sanciona expresamente en el mandato: “todo mandatario está
obligado a dar cuenta de sus operaciones y abonar al mandante cuanto haya
recibido…” (art. 1720 CC). Esta regla general se extiende también a la comisión
mercantil, aunque al regularla en el CCom obligue solo al comisionista a “ rendir, con
relación a sus libros, cuenta especificada y justificada de las cantidades que percibió
para la comisión, reintegrando al comitente, en el plazo y forma que éste le prescriba,
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el sobrante que resulte a su favor” (art. 263). El CCom hace responsable al
comisionista de las mercaderías o efectos que recibiere y de la conservación de los
que tenga en su poder, exonerándole únicamente de responsabilidad en los supuestos
de caso fortuito, fuerza mayor, transcurso del tiempo o vicio propio de la cosa (arts.
265 y 266), además de hacerle correr con los riesgos del numerario (art. 257).
No obstante, el comisionista no responde de la solvencia del comprador.
c) Prohibición de hacer de contraparte.
La posibilidad de que el comisionista encargado de una operación comercial
realice el encargo actuando como parte contraria de su comitente, haría correr el grave
peligro de que el comisionista antepusiese su interés al de su principal. De ahí la
prohibición de la llamada “autoentrada” del comisionista que es una regla que el CCom
enuncia rotundamente diciendo que “ningún comisionista comprará para sí ni para otro
lo que se le haya mandado vender, ni venderá lo que se le haya encargado comprar,
sin licencia del comitente” (art. 267).
d) Pacto de garantía.
En la comisión de compraventa, el agente no responde de la solvencia del
comprador ni de su retraso en el pago del precio. Si bien, esta obligación de medios,
puede transformarse en una obligación de resultado cuando se añada al contrato el
pacto de garantía. El art. 272 CCom dice “si el comisionista percibiere sobre una venta
además de la comisión ordinaria, otra, llamada de garantía, correrán de su cuenta los
riesgos de la cobranza, quedando obligado a satisfacer al comitente el producto de la
renta en los mismos plazos pactados por el comprador ”. Esta cláusula añadida no es
plenamente autónoma respecto de la comisión simple, no la transforma en un contrato
de seguro, ni tampoco en una fianza, pero si es un pacto útil que amplía la
responsabilidad del comisionista.
e) Privilegio del comisionista.
De modo semejante a la facultad de retención prevista a favor del mandatario
en el art. 1730 CC, el art. 276 CCom señala que “los efectos que se remitieren en
consignación se entenderán obligados al pago de los derechos de comisión,
anticipaciones y gastos que el comisionista hubiere hecho por cuenta de su valor y
producto”. En consecuencia el CCom atribuye al comisionista un especial privilegio
compuesto por dos piezas: a) ningún comisionista podrá ser desposeído de los efectos
que recibió en consignación, sin que previamente se le reembolse de sus
anticipaciones, gastos y derechos de comisión; y b) por cuenta del producto de los
mismos géneros deberá ser pagado el comisionista con preferencia a los demás
acreedores del comitente, salvo la especial responsabilidad de los gastos
de
transporte señalados en el art. 375 CCom.
F. Obligaciones y derechos del comitente.
Pueden resumirse en las siguientes:
a) El pago de la comisión.
Como este contrato no suele ser gratuito, deberá pagarse la comisión pactada
o, en otro caso, la que corresponda “con arreglo al uso y práctica mercantil de la plaza
donde se cumpliere” (art. 277). No señala este texto ni el tiempo ni la forma de pago,
que suele ser un porcentaje de las operaciones realizadas.
b) Mantener indemne al comisionista.
Esta obligación se materializa proporcionando al comisionista los fondos
necesarios para desempeñar la comisión (art. 250); o, en otro caso, reembolsando los
anticipados por aquél mediante cuenta justificada, al contado y con interés legal. Esta
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obligación se completa indemnizando, si es necesario, al comisionista por los daños y
perjuicios.
c) Garantía del comitente.
Los derechos del comitente sobre los efectos que por su cuenta se encontraren
en poder del comisionista están garantizados en caso de concurso, por el derecho a
obtener la separación de los mismos de la masa, en la forma reconocida a su favor por
la Ley Concursal.
G. Extinción de la comisión.
Además de las causas generales (transcurso del plazo, cumplimiento del encargo,
imposibilidad sobrevenida), interesan las específicas de este contrato:
a) La revocación del encargo. Puede hacerse en cualquier momento, poniéndolo en
conocimiento del comisionista y haciendo frente el comitente a las resultas de las
gestiones practicadas “antes de haberle hecho saber la revocación” (art. 279). Por otro
lado, si el comisionista tiene otorgados poderes inscritos en el Registro Mercantil, la
revocación no tendrá efectos frente a terceros hasta su inscripción en el mismo.
b) La muerte o inhabilitación del comisionista (art. 280). No sucede en el caso de
muerte o inhabilitación del comitente (a diferencia del art. 1732 CC en relación al
mandato), lo que muestra una tendencia mayor en el ámbito comercial a la
conservación del contrato (aunque naturalmente los herederos del comitente podrán
revocarlo).
2. El contrato de mediación.
A. Concepto y régimen jurídico.
Los mediadores son personas que colaboran en la actividad de los empresarios
mercantiles sin estar ligadas a ellos por un vínculo jurídico permanente y estable. La
colaboración del mediador se presta a través del llamado contrato de mediación o
corretaje. La finalidad del contrato de mediación es la de poner en relación entre sí a
las partes que han de celebrar un futuro contrato. El contrato de mediación es aquel
por el que una de las partes se obliga, a cambio de una remuneración, facilitar la
celebración de un determinado contrato entre la parte y un tercer que habría de buscar
al efecto. Una característica de la actividad del mediador es su independencia.
El carácter mercantil se deriva de la naturaleza de los contratos que promueve
o facilita. El CCom, al declarar libre la mediación en las operaciones mercantiles,
sanciona el carácter mercantil de la actividad y con ello confiere ese mismo carácter al
contrato en virtud del cual se desarrolla esa actividad mediadora.
La mediación no debe identificarse con la comisión, aunque tenga con ellas
ciertas afinidades, pues, el mediador se obliga a realizar un encargo, su actividad no
es jurídica, sino material (aproximación de los futuros contratantes), aunque es posible
que junto a la mediación concurra un mandato expreso. Por otra parte, se diferencia
del contrato de agencia en que el encargo que se recibe no es continuado y estable,
sino esporádico, y en que el mediador no actúa en interés exclusivo de la parte que le
encomendó la mediación. Tampoco puede confundirse con el arrendamiento o
contrato de obra, porque el mediador no se compromete u obliga a conseguir un
resultado, sino sencillamente a desplegar su actividad.
En cuanto al contenido y efectos, a falta de una regulación legal, habrá que
estar a lo estipulado por las partes y, en su defecto, a los usos de comercio y normas
del contrato de comisión que pueden ser aplicadas por analogía.
3. El contrato de agencia.
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A. Regulación legal.
Con la aprobación de la Ley 12/1.992 del Contrato de Agencia, por imperativo
de la Directiva CE 86/653, se ha dotado este contrato de una amplia regulación que se
aplica no solo a los agentes dedicados a la compra o venta de mercaderías, sino
también a todas aquellas personas que realicen cualesquiera actos u operaciones de
comercio por cuenta ajena, aunque con la salvedad de lo
establecido
por
disposiciones especiales, pues la LCA no ha derogado determinados estatutos jurídicosprofesionales ciertas categorías especiales de agentes a los que esta regulación le será
de aplicación supletoria. Esta regulación debe completarse con el RD 330/1999, por el
que se establece un certificado oficial de profesionalidad para los agentes comerciales.
B. Concepto y caracteres.
El contrato de agencia puede definirse como aquel contrato por el que una
persona natural o jurídica (agente) se obliga frente a otro (principal) de forma
continuada o estable y a cambio de una remuneración, a promover exclusivamente
actos u operaciones de comercio por cuenta ajena, o a promoverlos y concluirlos por
cuenta y en nombre ajenos, como intermediario independiente sin asumir el riesgo de
tales operaciones, salvo pacto en contrario.
De esta definición, cabe extraer las siguientes características: a) el agente es
un empresario que actúa como intermediario independiente, por lo que no incluya a
los representantes y viajantes de comercio, que se encuadran dentro de la figura de
los dependientes, así como tampoco a las personas vinculadas por una relación
laboral con el empresario. b) La actividad del agente se dirige a promover y concluir
actos u operaciones de comercio, excepto las que se efectúen en mercados
secundarios oficiales o reglamentados de valores. c) El agente actúa por cuenta y en
nombre del empresario, no asumiendo el riesgo de las operaciones que promueve o
contrata; representa al principal y está facultado para promover las operaciones, pero
solo podrá concluirlas en su nombre cuando tenga expresamente atribuida esta
facultad. d) Se trata de una colaboración estable o duradera, pudiendo establecerse el
contrato por tiempo determinado o indefinido. e) El contrato de agencia es siempre
remunerado. f) Se trata de un contrato consensual, aunque las partes pueden
compelerse a formalizarlo por escrito
C. Régimen jurídico del contrato.
A. Derechos y obligaciones de las partes.
Ambas partes están sometidas a un deber genérico de lealtad y buena fe.
El Agente tendrá las siguientes obligaciones: 1º ocuparse de la promoción
y, en su caso, de la conclusión de las operaciones que se le hubieren encargado;
debiendo ejecutar el encargo por sí mismo o por medio de sus dependientes, aunque
puede actuar por medio de subagentes cuando tenga autorización expresa del
principal. 2º Comunicar al principal cuanta información disponga tanto con respecto a
la gestión de los actos u operaciones que promueva, como en relación de la solvencia
de los terceros. 3º Desarrollar su actividad atendiendo las instrucciones que reciba del
principal. 4º Recibir en nombre del principal cualquier clase de reclamación sobre
defectos o vicios de calidad o cantidad, como consecuencia de las actividades
promovidas. 5º Rendir cuentas, obligación que se desprende del deber de actuar de
buena fe, y de la regulación que le impone el deber de llevar una contabilidad
independiente para cada empresario por cuya cuenta actúe. 6º Por acuerdo de las
partes, puede establecerse la prohibición de que el agente actúe para otros
empresarios competidores del principal; este pacto de exclusividad puede acordarse
incluso en un tiempo posterior a la terminación del contrato, debiendo, en este caso,
limitarse a una zona geográfica, grupo de clientes o determinada clase de bienes o
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servicios, para que sea válido. Por otra parte, el agente tendrá derecho a percibir una
remuneración por el encargo y la facultad de exigir al cliente el reconocimiento y
depósito de los bienes vendidos, así como el derecho a efectuar el depósito judicial.
Entre las obligaciones del principal destacan: 1º Poner a disposición del
agente, con antelación suficiente y en cantidad apropiada, los muestrarios, catálogos,
tarifas y demás documentos para el ejercicio de su actividad. 2º Procurar al agente
todas las informaciones necesarias para la ejecución del contrato de agencia y, en
particular, advertirle, desde que tenga noticia o previsión de ello, de que el volumen va
a ser sensiblemente inferior al que el agente hubiera podido esperar. 3º Satisfacer al
agente la remuneración pactada conforme al sistema escogido, que podrá consistir en
una cantidad fija, una comisión, o una combinación de ambas. 4º Debe comunicar al
agente, en un breve plazo, la aceptación o rechazo de la operación notificada, así
como, en su caso, la ejecución total o parcial o la falta de ejecución de la operación.
B. Duración del contrato.
El contrato de agencia podrá pactarse por tiempo determinado o indefinido. Si
no se hubiera estipulado una duración determinada en el contrato, se entenderá que
ha sido pactado por tiempo indefinido. En los contratos por tiempo determinado, las
partes podrán acordar un régimen de prórrogas sucesivas, pero si no lo hubieran
hecho y, sin embargo, continuaran ejecutando el contrato una vez concluido el plazo
inicialmente previsto, se entenderá que dicho contrato se ha transformado en uno de
duración indefinida.
C. Extinción del contrato.
El contrato de agencia se extingue por las causas generales aplicables a todos los
contratos, destacando entre ellas el cumplimiento del término pactado.
Si el contrato se hubiera acordado por tiempo indefinido, las partes podrán
denunciar unilateralmente el contrato en cualquier momento; eso sí, la denuncia
deberá ejercitarse de conformidad al postulado general de la buena fe, lo que se
traduce en la exigencia de dar un preaviso (por escrito), aunque este no será
necesario si se produce un incumplimiento por la otra parte.
La extinción se producirá por la muerte o declaración de fallecimiento del
agente, pero no del principal, donde seguirán en su posición los herederos.
D. Indemnizaciones al término del contrato.
La ley establece un régimen especial de indemnizaciones exigibles por el
agente una vez finalizado el contrato que comprende, por una parte,
una
indemnización de carácter general por la clientela y, por otra parte, una indemnización
de carácter específico por los daños y perjuicios causados.
La indemnización por clientela requiere que el agente haya aportado nuevos
clientes al principal o incrementado sensiblemente las operaciones con la clientela
preexistente y, además, que su actividad anterior continúe produciendo ventajas
sustanciales para el empresario. La cuantía de esta indemnización no podrá exceder,
en ningún caso, del importe medio anual de las remuneraciones percibidas por el
agente durante los últimos 5 años.
Sin perjuicio de la anterior, el agente tendrá derecho a exigir una indemnización
por los daños y perjuicios causados por la resolución unilateral del contrato de agencia
de duración indefinida, siempre que la misma no permita al agente amortizar los
gastos. Por tanto, esta indemnización se configura como una compensación por las
inversiones no amortizadas impuestas por el principal al agente.
La LCA contempla una serie de supuestos en los cuales no existe el derecho a
ninguna de las indemnizaciones: a) cuando el contrato se hubiese extinguido por
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causa del incumplimiento por el agente de sus obligaciones; b) cuando se hubiese
cedido el contrato a un tercero, con consentimiento del principal; c) cuando sea el
propio agente el que resuelva unilateralmente el contrato, salvo que sea como causa
imputable al principal, o se fundara en la edad, invalidez o enfermedad grave del
agente.
La acción del agente para reclamar estas indemnizaciones prescribirá al año.
La competencia para el conocimiento de las acciones derivadas de este
contrato corresponde al juez del domicilio del agente, siendo nulo cualquier pacto en
contrario.
El pacto postcontractual de no competencia será válido si se limita a una zona
geográfica, o grupo de clientes y clase de bienes o servicios, y su duración no excede
de dos años.
4. Los contratos de distribución.
A. Concepto y notas comunes.
Los contratos de distribución son aquellos en los que el productor o fabricante de un
bien o el proveedor de un servicio, acuerda con el distribuidor el suministro regular de
los mismos para su reventa en una zona determinada. Estos contratos se utilizan
también como una técnica de integración empresarial en la medida en que, a través de
ellos, los distribuidores ponen sus establecimientos al servicio de los fabricantes o
proveedores.
Estos contratos, a pesar de sus múltiples manifestaciones, tienen una estructura
común y se caracterizan fundamentalmente por las siguientes notas: 1º Son contratos
de colaboración celebrados entre empresarios independientes, generalmente un
fabricante y varios comerciantes, para la implantación de una red de venta o
distribución de los productos o servicios. El distribuidor actúa por cuenta propia y, por
lo tanto, asume el riesgo empresarial de las operaciones en que interviene,
característica que lo diferencia del contrato de agencia. 2º Son contratos mercantiles,
de duración continuada y habitualmente de adhesión, por lo que le será aplicable la
LCGC. 3º Son contratos intuitu personae, o basados en la confianza, aunque no puede
decirse que sean personalísimos. 4º Son contratos que conllevan la mayor parte de las
veces una cesión de derechos sobre bienes inmateriales (marcas, rótulos, logotipos…)
5º Se trata de fórmulas contractuales nuevas y carentes de regulación legal, si bien su
frecuente utilización en la práctica les ha permitido alcanzar una tipificación social que
justifica su tratamiento diferenciado.
La nota esencial que permite agrupar estos contratos dentro de una categoría y
diferenciarlos de otros negocios estriba en su común causa negocial. La finalidad
esencialmente perseguida por estos contratos no es solo favorecer un intercambio
planificado de prestaciones entre dos empresarios, sino integrar al distribuidor en el
seno de una estructura denominada canal o red de distribución, dentro de la cual
actuarán con independencia, aunque sometidos a unos mismos
criterios
y
restricciones impuestos por el productor o fabricante, que, de este modo, consigue
mantener el control de la distribución sin emplear recursos propios; a su vez, los
distribuidores ven holgadamente compensadas las restricciones que sufren a la hora
de organizar su negocio al participar del renombre y de la clientela del titular de la red.
B. Principales modalidades.
Dentro de la categoría de los contratos de distribución pasamos a
aquellas modalidades de mayor implantación en la práctica:
31
enumerar
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1º El contrato de compra en exclusiva, por el cual el distribuidor, a cambio de prestaciones
especiales, se obliga a adquirir los bienes o servicios que va a comercializar solamente al
proveedor o persona que éste designe.
2º El contrato de distribución autorizada, por el cual el proveedor se obliga a
suministrar al distribuidor determinados bienes o servicios para que éste los
comercialice, directamente o a través de su propia red, como distribuidor oficial en una
zona geográfica.
3º El contrato de distribución selectiva, por el cual el proveedor se obliga a vender
los bienes o servicios objeto del contrato únicamente a distribuidores seleccionados
por él, que no gozan de exclusividad territorial, mientras que el distribuidor se obliga a
revender dichos bienes o servicios solamente a consumidores finales, respetando las
instrucciones del proveedor y prestando, en su caso, asistencia técnica a los
compradores.
4º El contrato de distribución exclusiva, por el cual el proveedor se obliga a vender los
bienes o servicios especificados en el contrato únicamente a un distribuidor dentro de una
zona geográfica determinada para que éste los revenda en dicha zona.
5º El contrato de franquicia comercial, por el cual el titular de un sistema especial de
comercialización de bienes o servicios (franquiciador) cede
al
distribuidor
(franquiciado) el derecho a explotar en su propio beneficio dicho sistema bajo los
signos distintivos y la asistencia técnica permanente del titular, a cambio de una
compensación económica y del compromiso del distribuidor de ajustarse en todo
momento a las pautas de actuación establecida.
C. Contenido del contrato. Especial consideración del pacto de exclusiva.
Además de las obligaciones principales que se contienen en las anteriores
definiciones, existen otras obligaciones complementarias. Así, el proveedor estará
obligado a remitir puntualmente las mercancías, aplicar descuentos o pagar cánones
por el volumen de ventas alcanzado por el distribuidor y procurar que los distribuidores
respeten las zonas de venta establecidas. El distribuidor estará obligado, por ejemplo,
a comprar una cantidad mínima de productos, mantener unos determinados niveles de
stocks, promover las ventas, realizar publicidad de dichos productos, respetar las
marcas y signos distintivos del proveedor y no invadir los territorios asignados a otros
distribuidores. Por otra parte, hay que señalar la ilicitud de la cláusula contractual que
faculta al proveedor a imponer el precio de reventa, por resultar contraria al principio
de libertad de empresa. A estos efectos, hay que distinguir entre los precios de tarifa o
recomendados, que no resultan vinculantes para el distribuidor, y los precios fijos, que
son aquellos que no se pueden aumentar o disminuir.
El pacto en exclusiva, supone una obligación de no hacer respecto del tipo de
prestación objeto del contrato, es decir, se trata de una obligación negativa consistente
en no realizar con terceros contratos semejantes al pactado en
exclusiva.
Normalmente, la cláusula de exclusiva se incorpora como un pacto accesorio que no
altera la naturaleza del contrato fundamental. En otro orden de cosas, dicha cláusula
puede afectar al proveedor (exclusiva de venta), al distribuidor (exclusiva de compra y
reventa) o a ambos (exclusiva recíproca).
La exclusiva estipulada a favor del proveedor impedirá al distribuidor adquirir las
mercancías objeto del contrato a otro proveedor. A cambio de la asunción de esta
obligación, el distribuidor recibirá diversas compensaciones como un mejor precio,
asistencia técnica o la posibilidad de utilizar los signos distintivos del proveedor.
La exclusiva a favor del distribuidor consiste en que el proveedor se compromete
a no vender las mercancías o servicios objeto del contrato a otro distribuidor dentro del
territorio delimitado en el contrato. Entre las peculiaridades de esta modalidad está la
necesidad de determinar la zona asignada al distribuidor.
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El pacto de exclusiva despliega sus efectos solamente entre las partes
contratantes y sus herederos, de modo que será ineficaz frente a terceros. De modo
que ni el proveedor ni el distribuidor podrán impedir que un tercero no integrado en la
red comercialice dentro la zona de exclusiva el mismo producto que haya sido
adquirido en otro territorio (comercio paralelo). Pero si este tercero que realiza el
comercio paralelo trata de aprovecharse de la reputación o prestigio del distribuidor
incurrirá en competencia desleal.
D. La terminación de los contratos de distribución y el régimen indemnizatorio.
Los contratos de distribución se extinguen por las causas generales previstas en el
ordenamiento jurídico y, especialmente, por el cumplimiento del plazo de vigencia
establecido. En defecto de plazo, se entenderá por tiempo indefinido, aunque cabrá el
desistimiento unilateral con arreglo a los principios de la buena fe. La muerte de cualquiera
de las partes no será causa de extinción, ya que los mismos no se celebran intuitu
personae, sino en función de las condiciones que presenta la empresa distribuidora.
La ausencia de una regulación específica de este contrato tiene especial trascendencia
en el momento de su extinción, principalmente en los contratos de duración indefinida,
donde destacan dos cuestiones principales: la necesidad de preaviso, y el derecho a
reclamar una indemnización por la clientela conseguida.
En relación a la indemnización por clientela, la doctrina consideró aplicar por
analogía la LCA, si bien el TS ha declarado que hay que diferenciar ambos contratos y
que la indemnización por clientela no es aplicable si no se ha
establecido
expresamente en el contrato de distribución. No obstante, cabrá la indemnización por
clientela cuando ésta se haya conseguido exclusivamente por el esfuerzo del
distribuidor y no por la influencia de la marca.
En relación al preaviso, la resolución unilateral por cualquiera de las partes debe
acogerse al deber de buena fe, lo que exige un preaviso o notificación con una
antelación razonable.
E. La aplicación de la normativa de la competencia a los contratos de distribución.
Los contratos de distribución han tenido una gran atención del Derecho de la
competencia, donde se denominan generalmente “acuerdos o restricciones verticales”. La
creación de redes de distribución produce una ordenación de los mercados intermedios
que incrementa el riesgo de incurrir en prácticas contrarias a la libre competencia.
La denominación de acuerdos verticales se aplica a aquellos que se adoptan por
operadores económicos que no están situados en el mismo escalón productivo, como
puede ser el concertado entre un fabricante (proveedor) y un mayorista o minorista
(distribuidor). Estos acuerdos, a diferencia de los horizontales o carteles, presentan la
característica de que no compiten directamente entre sí. Sin embargo, dichos
acuerdos comportan una serie de limitaciones de la liberta de actuación de los
distribuidores, tales como el otorgamiento de exclusivas de venta en un territorio o la
imposición de condiciones comerciales en materia de aprovisionamiento, precios de
reventa, publicidad, etc., que se consideran restrictivas de la competencia y, en
consecuencia, prohibidas por el art. 101.1 del Tratado de Funcionamiento de la UE,
así como en el art. 1 Ley Defensa de la Competencia. Para tratar de mitigar el rigor de
esta prohibición se ha establecido como contrapeso, tanto en el Derecho comunitario
como en el nacional, un sistema de exención legal para aquellos acuerdos verticales
que contribuyen a la mejora de la producción o la distribución, o al fomento del
progreso técnico o económico, pues permiten que los consumidores se beneficien de
ellos y no suponen una eliminación total de la competencia.
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TEMA IV.- EL CONTRATO DE CUENTA CORRIENTE.
1. Concepto y caracteres.
La cuenta corriente es un contrato bilateral en cuya virtud dos personas que
se hallan en relación permanente de negocios, de los que dimanan créditos
recíprocos, establecen su inexigibilidad separada, sustituyéndola por un sistema de
compensación automático, con liquidaciones periódicas y consiguiente fijación de
saldo, acreedor para uno y deudor para el otro.
Su objeto no es otro que los créditos (por tanto, deudas) que se anotan en la
cuenta, los cuales conforman las remesas y tienen carácter o valor pecuniario
patrimonial. La tipología de créditos que será llevada a cuenta queda al arbitrio de las
partes, pudiendo pactarse de forma expresa la anotación de todos los créditos que
dimanen de cualesquiera operaciones o únicamente de algunas de ellas. En ausencia
de pacto expreso, o tácito, debería entenderse que están adscrito a la cuenta todos los
créditos y pagos derivados de la relaciones negociales básicas, sin que ello suponga
la imposición a los cuentacorrentistas de una obligación de generar créditos, sino la de
anotar en ella los que efectivamente se generen.
Se plantea, qué tipología de créditos son incluibles si partimos de la finalidad
compensatoria global propia de este contrato. La opinión generalizada es que solo son
anotables los créditos derivados de prestaciones dinerarias valorables en dinero,
susceptibles de compensación y efectuados a título de contrapartida.
La causa del contrato posee una doble dimensión. La primera se encuentra en
la recíproca concesión de crédito entre las partes, que unas veces activará la posición
del cuentacorrentista como acreedor y otras como deudor; estos créditos serán
inexigibles hasta el momento pactado y determinado, que significará el cierre y
liquidación del saldo de la cuenta corriente. La segunda se fundamenta en la adopción
de un sistema de pagos por saldo diferenciador cómodo, que evita el traspaso
monetario, las liquidaciones y pagos repetidos con la oportuna y necesaria búsqueda
de financiación y que proporciona seguridad, agilidad y solvencia a las continuas
relaciones económicas entre los cuentacorrentistas.
Es un contrato accesorio o auxiliar en el sentido que se inserta en el marco
de una relación contractual de mayor trascendencia, estable, de tracto continuo y con
motivación económica independiente, cuya ejecución facilita y agiliza. Por efecto de la
relación principal, sus protagonistas van realizando a lo largo del tiempo y con carácter
recíproco prestaciones patrimoniales.
La perdurabilidad es otro carácter importante, siendo cláusula normal entre
las partes la fijación del período de duración del mismo, lo que no impide que quede
delimitada por los usos o voluntad tácita de las partes. A pesar de ello, la cuenta podrá
ser cerrada periódicamente a fin de conocer y confrontar los estados contables o para
liquidar el período en curso. Este carácter duradero permite que ambas partes puedan
disponer de recursos monetarios que, de no existir este pacto, deberían destinar al
pago puntual de una concreta deuda.
Es un contrato oneroso pues, aunque de él no deriva la obligación de efectuar
prestación recíprocamente, sí existe para ambas la parte de renunciar a la inmediata
exigibilidad del pago de las prestaciones que realicen por efecto del contrato principal. Se
ha afirmado, incluso, que la onerosidad del contrato estriba en que responde al provecho
de ambas partes.
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Es un contrato consensual y es frecuente que surja de forma tácita y
espontánea por evolución de una práctica, habitual entre quienes se hallan vinculados
por relación permanente de negocios.
La llevanza paralela entre los contratantes de una documentación contable
adecuada que refleja su estado de cuentas y la necesidad de que se intercambien
prestaciones generadoras de crédito (remesa) para que la cuenta funcione, son
exigencias naturales de la ejecución, pero no elementos esenciales. Por tanto, no es
un contrato formal ni real.
Se trata de contrato atípico, carente de regulación legal (no quiere decir, sin
embargo, que sea desconocido para nuestros textos legales).
Su mercantilidad obedece a razones históricas, ya que nación de la práctica
mercantil de la Edad moderna y como derivación de la generalización de las técnicas
de contabilidad por partida doble.
2. Función económica y diferencia con figuras afines.
En relación a la función económica, ya hemos adelantado algunos de sus
rasgos. Se trata de evitar un flujo continuo y recíproco de fondos monetarios entre
personas que están en permanente relación de negocios. Para alcanzar este objetivo,
el trasiego de dinero se sustituye por una anotación en cuenta en espera de que otro
movimiento de signo contrario, cancele o reduzca el montante anterior. La
comprobación periódica de los apuntes y la consiguie nte fijación de un saldo que se
satisface o se constituye en la partida de un nuevo periodo, son derivaciones naturales
de la mecánica operativa. Mediante el oportuno pacto y para evitar situaciones de
desequilibro puede establecerse que los saldos devenguen intereses a cargo del que
sea deudor en cada momento.
Se logra, en definitiva, economía de tiempo y de numerario, así como un
aumento de la productividad de los capitales.
Además, se simplifica la satisfacción de los créditos al lograrse mediante un
único crédito fijado al cierre de la cuenta y materializado en el saldo de la misma.
No hay que olvidar, por otro lado, la función de garantía que cumple este
contrato, por cuanto la extinción de las deudas propias contribuye a la satisfacción de
los propios créditos en virtud de la compensación.
Ya sea de manera expresa o vía tácita, es conveniente distinguir el contrato de
cuenta corriente mercantil de la simple situación de cuenta corriente y del contrato de
cuenta corriente bancaria. La primera consiste en una pura relación de negocios que
los que en ella implicados pueden tener un efecto legal de compensación, al existir
deudas vencidas, líquidas y exigibles recíprocas. La llamada cuenta corriente bancaria
si es, en cambio, una figura contractual, cuya diferencia con la cuenta corriente
ordinaria o comercial reside en que en aquella no está previsto que los contratantes
pueden ser acreedores o deudores recíprocos. En la cuenta corriente bancaria el
acreedor es solo uno: el cliente si son cuentas de pasivo, o el Banco si lo son de
activo. Un saldo negativo constituye para la cuenta corriente bancaria una situación
anómala que tanto la legislación bancaria como las estipulaciones contractuales
contienen disposiciones para poner fin a estas situaciones que, sin embargo, en la
cuenta corriente ordinaria constituyen prácticamente la razón de su misma existencia.
3. Efectos del contrato.
El hecho de que los créditos derivados de prestaciones patrimoniales que un
contratante realiza a favor de otro pasen a constituirse en partidas que se han de
anotar en la cuenta, en espera de su eventual compensación y consiguiente
liquidación, es efecto inherente a la relación contractual no carente de repercusiones
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jurídicas que pueden incluso afectar al interés de terceros ajenos a la operación, sobre
todo cuando alguno de los contratantes está afectado por una situación concursal. Ello
explica la atención que doctrina y jurisprudencia han dispensado a este contrato.
El punto crucial estriba en determinar qué efecto produce sobre el crédito que
pasa a integrarse en la cuenta y sobre la relación jurídica que lo genera el hecho de
que en ejecución de las previsiones contractuales tengan reflejo en aquella.
El negocio jurídico del que dimana la remesa no se ve afectado por la
existencia de la cuenta corriente, ni por el hecho de que en ella pase a asentarse el
crédito derivado de la misma. La anotación, incluso confirmada del crédito en la
cuenta, no equivale a la conformidad con la prestación de que deriva. Si ésta nace, por
ejemplo, de la entrega de una mercancía en el marco de una compraventa, el
comprador podrá reclamar, por ejemplo, por vicios o defectos ocultos y realizar un
contrasiento o una retrocesión. En definitiva, la inclusión de un crédito en la cuenta
corriente no significa el cierre de los mecanismos de autotutela del crédito y de la
relación jurídica subyacente, que da vida al contrato y a la cuenta corriente.
Por lo que se refiere al crédito, su reflejo en la cuenta no representa
probablemente, frente a un parecer muy extendido en la doctrina y mayoritario en la
jurisprudencia, una extinción novatoria del mismo. El crédito derivado de la remesa y la
consiguiente obligación de atenderlo subsisten en su pura y genuina naturaleza; lo
único que se ha alterado es su exigibilidad, que queda sujeta a la condición de que,
desde la fecha de su inclusión en la cuenta hasta la próxima liquidación no se
produzca una relación crediticia de signo opuesto entre los mismos protagonistas que
los cancele por compensación. Novación y compensación son dos medios de extinción
de las obligaciones que no deben confundirse.
Si se admite como correcta esta construcción del fenómeno, habrá que concluir
que en el supuesto de insolvencia declarada por cualquier contratante solo puede
representar un anticipo del momento de la liquidación, con la consiguiente exigibilidad
del saldo si es a favor, o su inclusión en la masa pasiva. La actual Ley Concursal
establece la prohibición de compensar créditos y deudas del concursado a partir de la
declaración del concurso.
El anterior planteamiento, como hemos apuntado, no es uniformemente
seguido por la doctrina y jurisprudencia. Pues se puede también considerar que en
virtud de los requisitos de compensabilidad del art. 1196 CC, antes de la declaración
del concurso se habrán extinguido los créditos por operar la compensación de forma
automática.
Sin embargo, es opinión de la Cátedra, que los créditos que se insertan en un
contrato de cuenta corriente no son exigibles sino hasta el momento de liquidación de
la cuenta, momento en el que se compensan entre sí y se produce la novación por el
saldo de liquidación.
4. Liquidación de la cuenta y extinción del contrato.
Es de esencia a la cuenta corriente el ser un contrato de tracto continuo,
llamado a prolongarse en el tiempo. Sin perjuicio de ello, suele ser frecuente que las
partes realicen la periódica comprobación de sus respectivos apuntes y el ajuste o
conciliación del saldo. El asunto se complica si además de los importes generados por
las remesas se incorporan los intereses pactados. En cualquier caso, producido el
acuerdo, el saldo resultante, será objeto de cancelación mediante un pago único, o
bien pasará a integrar la primera partida de un nuevo periodo.
La extinción del contrato no se produce por el cierre, salvo que sea definitivo. No
suele venir precedida de pacto expreso, sino que coincide normalmente con el cese de
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las relaciones comerciales que dieron lugar a su nacimiento o con la desaparición de
alguna de las partes.
Además, la cuenta corriente puede extinguirse por las causas generales de
extinción de los contratos.
TEMA V LOS CONTRATOS DE OBRA. EL DEPÓSITO MERCANTIL. EL
CONTRATO DE EDIFICACIÓN.
1. El contrato de obra en general.
A. Noción, caracteres y objeto del contrato de obra.
Carente de denominación y regulación consolidada en nuestro ordenamiento,
la doctrina y la práctica entienden por contrato de obra (o de arrendamiento de obra)
aquél en que una de las partes (empresario o contratista), con organización y medios
propios y a cambio de un precio, se compromete por encargo de otra (principal,
comitente o dueño) a obtener un determinado resultado (una obra material o un
servicio) del que el principal se aprovecha y disfruta.
a) Es, por tanto, un contrato bilateral y sinalagmático al que concurren,
respectivamente, el principal o dueño de la obra, que formula el encargo haciendo
suyo el resultado, y el contratista o empresario, que acepta la ejecución del encargo,
gestiona su consecución, entrega el resultado y percibe el precio. Ha de advertirse que
cuando el principal es la Administración pública, el contrato adquiere
matices
especiales que lo desplazan al ámbito del Derecho administrativo.
b) Es, esencialmente, un contrato de duración o de tracto sucesivo, pues desde
que se formula y acepta el encargo hasta que se remata la obra encomendada
transcurre un plazo, diferenciándose en este aspecto de la compraventa.
c) Su carácter mercantil deriva de que el contratista o empresario está respaldado
por una organización de recursos materiales y personales de los que ha de valerse
para lograr el resultado. Cuando la ejecución de la obra no precisa de esa
organización instrumental, el contrato permanece en el ámbito del Derecho común. Así
sucede cuando se concierta con un profesional (arquitecto al que se encarga plano,
abogado individual contratado para realizar una herencia…), un artista o un artesano.
e) Cuando el contrato accede al rango mercantil, es usual que desaparezca el intuitu
personae, que, en cambio, acompaña a los que se mantienen en el Derecho privado
común.
Su objeto es la consecución del resultado que el principal encarga y el
contratista o empresario se compromete a conseguir y entregar en las condiciones y
características estipuladas o en las normales en el tráfico. Esta prestació n puede ser
de lo más variada.
B. El problema de la legislación aplicable.
El CCom no contempla el contrato de obra. Regula una de sus manifestaciones
más característica, cual es el transporte. Pero, en la medida en que éste constituye
una especia bastante singular, no es posible generalizar su normativa al amplio
número de figuras insertas en el tronco común del contrato de obra. Ese tronco común
habrá de buscarse en el llamado arrendamiento de obra que regula el CC (arts. 1588 a
1600). Pese a tan dislocada ubicación sistemática, es forzoso hallar allí el único
tratamiento legal genérico de la figura.
Pese a regularse en el CC, no parece presentar graves problemas su
calificación como contrato mercantil, cuando se inserte en una
organización
empresarial.
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En cualquier caso, no puede olvidarse la importancia incidencia de la Ley de
Ordenación de la Edificación, que incide sobre la configuración del contrato de obra,
complementando, desarrollando y supliendo la escueta regulación del CC, así como
también modificándola.
C. Clases.
Existe una amplia variedad de modalidades de revestir el contrato, y todas
responden a la idea esencial y definitoria del mismo: la realización por el empresario o
contratista de una obra de cuyo resultado se adueña el principal a cambio del pago de
la retribución correspondiente. En efecto, puede suceder:
a) Que la obra consista en la creación de una res nova, dotada de identidad y
autonomía respecto a los elementos empleados para su elaboración. Esta apreciación
es válida tanto para el sector mobiliario como inmobiliario, admitiendo para este último
la lógica preexistencia del terreno sobre el que se asienta. Un problema común
concierne al suministro de materiales. El art. 1588 CC mantiene el carácter de contrato
de obra con independencia de quien proporcione los materiales. Esta regla no vale
para el ámbito mercantil, sobre todo cuando el encargo se proyecta en bienes que el
contratista fabrica en serie y vende sobre muestras o catálogos. En tal caso se estaría
ante una compraventa. Solo la fabricación “a medida”, según especificaciones, más o
menos precisas, mantienen los esquemas del contrato de obra por empresa. Cabe
citar que, a falta de acuerdo expreso, los materiales los proporciona el contratista.
b) Que se trate de la reparación, modificación o acondicionamiento de cosas
preexistentes. Aquí habrá que diferenciar si la cosa que se ejecuta se entrega el
contratista o permanece en poder del principal. La relevancia de la diferencia puede
incidir sobre el momento de perfección; además se producirá una ampliación de las
obligaciones del contratista por la responsabilidad ex recepto sobre los objetos que le
son consignados para su reparación, si bien, cuenta con el derecho de retención,
previsto en el art. 1600 CC.
c) Consideración independiente merece el caso en que la obra tiene como soporte
la persona del principal (un traslado, juego, operaciones médicas…). En tales
supuestos, y en relación con la responsabilidad prevista en el art. 1596 CC, el deber
de custodia debe entenderse sustituido por una obligación de mantener a la persona
en las imprescindibles condiciones de confort y seguridad.
d) En el tráfico moderno cada día es más frecuente la celebración de contratos de
obra, que tienen como objeto la obtención de un resultado inmaterial o intangible
(asesoramiento contable, diseños de campañas publicitarias, planificación de un
terreno para un proyecto urbanístico…). Aunque en muchos de estos casos, la
actuación del contratista comporta la elaboración y entrega de un bien mueble donde
se refleja el resultado de la obra (los planos, documentos, proyectos…), no es menos
cierto que este elemento material, por sí mismo, es solo el soporte físico en que se
plasma el encargo. Para juzgar la correcta realización de la obra, no habrá que
atender a la forma y al valor de la presentación, ni siquiera al número de ejemplares
entregados, sino a la calidad y grado de acabado del producto intelectual, artístico o
científico que aparece plasmado. Además, es frecuente que el contenido de las
obligaciones se complete con una llamada cláusula de confidencialidad.
e) Finalmente, pueden considerarse contratos de obra, los llamados “llave en mano”,
que acumulan a cargo del contratista una variedad de prestaciones, diversas en su
contenido y naturaleza, pero que se armonizan y complementan danto lugar a otro
resultado distinto de aquellas y que es el que se eleva a objeto del contrato (v. gr. la
construcción, instalación y montaje de un edificio para su explotación como hotel).
D. Forma.
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La variedad de figuras que ampara la categoría dificulta una conclusión
terminante sobre la forma. En general, y salvo disposición contraria de ley, el contrato
responde a la regla de la consensualidad como único requisito para su
perfeccionamiento. Más eso no impide que el uso haya consagrado otras exigencias
para su eficacia que relegan el mero consentimiento a la fase de los llamados tratos
preliminares o negociaciones para la celebración del contrato, carentes de fuerza
vinculante salvo mala fe probada. Así, por ejemplo, en las reparaciones sobre muebles
está extendida la idea de que su perfeccionamiento va unido a la entrega de la cosa.
En la construcción de un buque, un complejo industrial o una maquinaria son
supuestos en los que el uso ha consagrado la forma escrita como requisito natural
para su validez, habida cuenta que la ejecución comporta acuerdos precisos sobre la
cosa, el precio y el plazo.
E. Contenido del contrato: obligaciones del contratista o empresario.
Las obligaciones del contratista pueden considerarse resumidas en la ejecución
y entrega de la obra comprometida en las condiciones y plazo convenidos. Si bien,
este simple enunciado contrasta con las múltiples vicisitudes que pueden aparecer en
la ejecución. La primera de ellas concierne al suministro de materiales, en primer lugar
habrá que estar a lo pactado por las partes, en caso de silencio, parece evidente que,
salvo uso probado en contra, los ha de suministrar el contratista. Si, por pacto o
costumbre, los proporciona el principal, el contratista está obligado a denunciar
eventuales defectos de calidad, ya que si advertido el principal insiste en su
incorporación, quedará exonerado de responsabilidad (art. 1590 CC).
La obra ha de ser ejecutada según las instrucciones del principal, salvo
inexistencia o insuficiencia, en cuyo caso el empresario habrá de ajustarse a las
llamadas “reglas del arte”. De mediar instrucciones, más o menos concretas, incumbe
al contratista un deber semejante al indicado respecto a los materiales: examinar y
asesorar sobre su viabilidad, quedando exento de responsabilidad solo si el principal
insiste en la ejecución.
Para evitar discusiones sobre calidad de la obra, es normal establecer el
sometimiento al dictamen pericial, designando bien personas concretas o entidades
públicas o privadas que dictaminen sobre la adecuación de la misma. El art. 1598 CC
contiene dos reglas al respecto: “cuando se conviene que la obra se ha de hacer a
satisfacción del propietario se entiende reservada la aprobación, a falta
de
conformidad, al juicio pericial correspondiente”, y “si la persona que ha de aprobar la
obra es un tercero, se estará a lo que éste decida”. De no mediar intervención de un
tercero, quedaría determinar el plazo con que cuenta el principal para denunciar vicios
o defectos, ya sean aparentes u ocultos. En tal caso, habrá que estar a lo pactado o,
en su defecto, se debería realizar una aplicación analógica del CCom o el CC.
En materia de calidad es frecuente que para robustecer la posición del
principal, se articule un sistema de garantías de buen funcionamiento, prestada por un
tercero, que se compromete al pago de una indemnización.
El plazo para efectuar la entrega es otro elemento de gran trascendencia, por
ello es frecuente establecer cláusulas sobre ello. Los efectos de la falta de pacto en
esta materia, son los que, con carácter general, señala la legislación mercantil o civil.
Las partes pueden incorporar cláusula penal sancionadora del incumplimiento, cuyo
posible rigor podrá ser atemperado por los tribunales. Con todo, hay un amplio campo
abierto de disputa, especialmente en cómo afecta a la fecha de entrega las posibles
variaciones en el proyecto realizadas durante la ejecución, y en qué medida el
principal puede mantener su exigencia de responsabilidad cuando el retraso es por
caso fortuito, fuerza mayor o acto de un tercero. En tal sentido, es de gran utilidad la
previsión del art. 1105 CC “nadie responderá de aquellos sucesos que no hubieran
podido preverse, o que, previstos, fueran inevitables”.
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F. Obligaciones del principal.
La esencial es el pago del precio, como complementaria, con esa ambigua
naturaleza de derecho-deber, está la recepción de la obra.
Respecto al precio, habrá que estar a lo acordado al celebrar el contrato, con
independencia de que haya mediado presupuesto previo. A falta de fijación por las
partes, se atenderá a los usos, las tarifas o, en su caso, lo fijará el juez o un tercero, si
las partes llegan a un acuerdo para su designación. Del mismo modo que, la
indeterminación sobre el momento de satisfacerlo debe interpretase como tácito
acuerdo que se abonará a la entrega de la obra (art. 1599 CC).
El supuesto menos problemático es el ajuste a tanto alzado o precio cerrado,
que supone que la obra se realiza a riesgo y ventura del empresario o contratista,
quien asume el alza o baja de los elementos de la obra (materiales, mano de obra,
transportes…). A este respecto el art. 1593 CC dice que no podrá pedirse aumento de
precio salvo cambio en el plano que produce aumento de la obra siempre que hubiere
dado su autorización el propietario. En cualquier caso, no siempre el contratista
muestra su predisposición a correr con el riesgo de fluctuación de los precios, de ahí la
frecuente incorporación de las llamadas “fórmulas polinómicas”, a través de las cuales
se pretende configurar en qué grado las fluctuaciones de costo de los elementos
inciden en el precio de la obra. Conviene precisar que nuestra jurisprudencia se
declina por entender que la regla general en materia de obras es la de precio abierto.
Otro extremo se refiere a los plazos de pago. Nada tiene de extraño que se
establezca un calendario de pagos, si bien, debe constar expresamente en el contrato. En
este caso, se deberá distinguir entre la ejecución de obra por unidades, de la culminación
de la obra por fases.
La otra obligación del principal es la recepción de la obra a su terminación y
previo aviso del empresario. Si no está totalmente terminada o hay posibilidad de
entrega, ni deber de recepción. El principal tiene derecho, antes de la recepción, a la
verificación de la obra, por lo que, aunque no se haya pactado, tendrá derecho a
contra con un breve plazo para efectuar la verificación. Si el principal retrasa la
recepción y con ello el pago, incurrirá en responsabilidad por mora.
G. El juego de las garantías.
Tanto el pago diferido hasta la entrega, como su anticipación total o parcial,
significan que, alguna de las partes, durante la ejecución mantiene frente a su
oponente una posición acreedora. Para mitigar estos efectos, la mejor solución está en
articular alguna garantía en beneficio del acreedor.
Si se trata del contratista, su condición de propietario de la obra mueble puede
representar garantía suficiente; si el objeto del contrato es reparar la cosa, podrá,
además, esgrimir el privilegio del art. 1600 CC, que le faculta a retenerla en prenda
hasta que se le pague. Tratándose de inmuebles tendrá los privilegios propios del
acreedor refraccionarlo.
Por lo que respecta al principal, en el supuesto en que él sea quien proporciona
los materiales, tendrá la garantía que deriva de su condición de propietario de la obra
por efectuarse sobre cosa propia. Mayores dificultades plantea el supuesto cuando los
materiales los proporciona el contratista; para orillar este inconveniente, es frecuente
el pacto por el que se establece que el contratista adquiere los materiales como
representante del principal.
H. Supuestos de resolución anticipada del contrato.
La configuración del contrato como de tracto sucesivo, origina la posible
aparición de acontecimientos o circunstancias que impidan la normal ejecución del las
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prestaciones recíprocas previstas en su celebración y la consiguientes necesidad de
liquidar la relación contractual. Entre los más importantes, hay que destacar:
a) El desistimiento unilateral del principal es siempre posible, cualquiera que sea la
circunstancia que lo motive. Sus efectos están contemplados en el art. 1594 CC: “el
dueño puede desistir, por su sola voluntad, de la construcción de la obra aunque se
haya empezado indemnizando al contratista de todos sus gastos, trabajo y utilidad que
pudiera obtener de ella”. En la liquidación deberán tenerse en cuenta los gastos ya
realizados que fueran irrecuperables y el llamado beneficio industrial esperado.
c) La pérdida o deterioro de la obra antes de su entrega por accidente imprevisto,
salvo morosidad, está prevista en los arts. 1589 y 1590 CC, haciendo recaer
íntegramente sobre el contratista las consecuencias del siniestro en lo que se refiere al
trabajo incorporado. Queda a salvo el supuesto en el que la pérdida obedezca a
defecto de calidad en el material suministrado, en cuyo caso, deberá indemnizar al
ejecutante de su trabajo si, advertido del riesgo, insistió en su utilización.
I.
El subcontrato: concepto y caracteres.
Con esta denominación se conoce aquella figura en que el contratista inicial
encarga la ejecución de determinadas unidades de obra, o incluso su totalidad, a otros
empresarios, bien por mayor especialización, por acumulación de encargos, o bien por
la simple razón de que por las condiciones de su contrato con el principal le resulte
más favorables esta modalidad.
La primera cuestión a dilucidar es la distinción respecto de figuras afines. No
hay subcontrata cuando el empresario o contratista se vale de personal laboral
vinculado a su organización por una relación de servicios. Tampoco la hay en el caso
de la llamada concurrencia de contratistas, que se produce cuando, por la complejidad
o magnitud de la obra, el mismo contratista concierta contratas con varios empresarios
para que ejecuten, por separado, distintas partes de una obra. Tampoco es
subcontrato el supuesto de la llamada cesión de la obra, que supone el cese y
liquidación del anterior contratista y la contratación de uno nuevo que continúe la
ejecución del encargo.
La subcontratación supone la ejecución de una obra por empresario distinto al que
recibió el encargo principal, uniéndole con aquel y no con este una relación contractual.
La regla general en el contrato de obra mercantil es que, salvo prohibición expresa
del principal, el contratista puede libremente subcontratar, pero será responsable frente al
principal de la gestión de los subcontratistas.
2. El depósito mercantil.
A. Consideraciones generales. Normativa aplicable.
El depósito ha constituido siempre una operación importante en el tráfico
mercantil. Uno de los cauces justificadores del lucro mercantil es la adquisición de
mercancía en una época de abundancia para colocarla en el mercado en otra época
de escasez. Para ello es imprescindible proveer a su custodia y sufragar los gastos de
su conservación. Con este fin, el titular de los géneros necesitados de salvaguarda
puede obtener este servicio en el mercado a través del contrato de depósito, el cual
puede celebrar con un depositario ocasional o bien con una entidad o compañía con
organización y medios idóneos para esta labor. En ambos casos, el contrato tendrá
carácter mercantil (art. 303 CCom): en el primero, como auxiliar, preparatorio o
consiguiente a una operación de otra naturaleza (compraventa, por ejemplo); y en el
segundo, como operación comercial directa a través de un depositario.
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El contrato de depósito está regulado en el CCom y en el CC. Además el propio
CCom, contiene una remisión a las condiciones generales incorporadas a estatutos y
reglamentos de los Bancos, compañías de depósito y de crédito, que regirán el
contrato, en primer lugar, aplicándose, en defecto de pacto, las disposiciones del
CCom y con carácter supletorio, las normas del Derecho común.
B. El depósito ordinario: concepto, régimen jurídico y obligaciones de
partes.
las
El depósito es un contrato bilateral y real por el que una persona (depositante)
entrega a otra (depositario) una cosa mueble para que la custodie y se la restituya a él
mismo o a la persona que designe. En el ámbito mercantil, la bilateralidad del contrato
es incuestionable por cuanto a las obligaciones de custodia y restitución “a demanda”,
que pesan sobre el depositario, se contrapone el derecho a percibir retribución, salvo
que se pacte la gratuidad. La onerosidad del depósito mercantil, salvo disposición
contraria, es lo que lo diferencia del depósito civil.
El carácter real aparece recogido en el art. 305 CCom, el cual establece que la
perfección se produce con la entrega de la cosa.
La cosa ha de ser un bien mueble de no inmediato consumo. Si se trata de
cosa fructífera, el depositario cuidará del percibo de los frutos en el momento de su
sazón.
La obligación de custodia, que en principio asume el depositario, salvo que
expresamente se haya autorizado a otra persona, constituye el eje del contrato de
depósito. Esta obligación se extiende a la vigilancia sobre la correcta conservación del
objeto depositado, procurando no solo evitar su exposición a riesgos o menoscabos,
sino también de poner remedio a las averías que provengan de la naturaleza o vicio de
las cosas, de las que, además, debe dar cuenta al depositante. Por lo que concierne a
la responsabilidad, el régimen es el típico de las obligaciones ex recepto, el depositario
no responde de daños derivados del caso fortuito o fuerza mayor, pero sí la incumbe la
carga de la prueba de haber desplegado la debida diligencia.
El depositario deberá, además, devolver la cosa con sus aumentos.
El depositante, por su parte, estará obligado a entregar el objeto a custodiar al
depositario y a abonar, en su caso, la retribución convenida, conforme a lo pactado en
el contrato o, en su defecto, conforme a los usos de la plaza en la que el depósito se
hubiere constituido. En la práctica, los depositarios suelen tener tarifas fijadas en
función de la naturaleza de la obligación que asumen. El depositante asumirá,
igualmente, en defecto de norma, por aplicación del art. 1779 CC, la obligación de
reembolsar al depositario los gastos efectuados para la conservación de la cosa, con
la indemnización, en su caso, de los eventuales perjuicios.
C. Los depósitos especiales.
Nuestro ordenamiento conoce modalidades de depósito respecto de las que
establece algunas disposiciones que el uso o los contratantes suelen completar con
previsiones específicas. Son los llamados depósitos especiales.
a) El depósito cerrado en el que se entrega al depositario un recipiente o envoltorio
en cuyo interior se alojan cosas en cuya conservación está interesado el depositante.
En este caso, la obligación y responsabilidad del receptor se concreta en la
incolumidad del continente, pero no de su contenido.
b) El depósito colectivo se produce cuando varias personas entregan a un único
depositario distintas partidas de cosas genéricas (grano, vinos, minerales…) de
calidad similar, autorizándolo para mezclarlas o confundirlas en un depósito unitario.
En tal caso, obviamente, el depositante no puede pretender la devolución de los
mismos objetos que depositó, sino otros tantos de la misma especie y calidad. Del
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mismo modo, los daños o averías que sufran los géneros afectarán a todos los
depositantes en proporción a su interés.
c) Mayores problemas dogmáticos presenta el depósito irregular. En él, el depositario
puede disponer en su beneficio del objeto del depósito, por cuanto se hace dueño de
lo que se le entrega. Su deber de restitución consiste, como en el colectivo, en
devolver otro tanto de la misma especie y calidad, pero no tendrá que extraerlo del
depósito conjunto, sino de su patrimonio. En esta categoría se alinean los depósitos
bancarios en sus modalidades usuales: cuentas corrientes, imposiciones a plazo… La
facultad de disposición conferida al depositario incide sobre el sistema de retribución,
no siendo extraño que se invierta el del depósito ordinario; de modo que sea el
depositario quien retribuya al depositante.
d) El depósito administrativo, regulado en el art. 308 CCom, es el relativo al depósito
de títulos, valores, efectos o documentos que devenguen intereses.
D. Los depósitos en almacenes generales.
Entre los depósitos especiales está el depósito en almacenes generales. Se
entiende por almacenes generales de depósitos, establecimientos dedicados al
almacenaje, conservación y custodia de mercancías, que proliferan en zonas donde suele
acumularse aquellas (aduanas, puertos, centros comerciales…)
El ámbito objetivo es todo tipo de bienes muebles, corporales, determinados,
identificables y dotados de valor económico en sí mismos, excluyéndose los que
sufran merma o destrucción durante el periodo de depósito y los que tengan algún tipo
de garantía real. El depósito puede responder a las modalidades de ordinario o a la de
colectivo.
Como singularidad más importante de la figura están los
resguardos,
expresivos de la especie y cantidad de las mercancías y que son representativos o
equivalentes de las mismas, de tal forma que su transmisión equivale a la entrega de
la posesión de las mercancías depositadas. Los almacenes generales de depósito,
expendedores de los resguardos, son meros tenedores físicos, servidores de la
posesión.
En el supuesto de que el depositante no abone al depositario los gastos que
hubiere realizado este último para la conservación de la cosa y la indemnización por
perjuicios, en su caso, nacerá un derecho de retención de la cosa.
E. Extinción del contrato.
El depósito concluye cuando la cosa objeto del mismo es restituida al
depositante. En circunstancias normales, la facultad de solicitar la restitución la ostenta
el depositante en cualquier momento, pero no faltan ocasiones en que se establece un
plazo. Parece, no obstante, que el depositante tendrá siempre opción a prescindir del
plazo antes de su término si precisa de las cosas depositadas. El único efecto que
esta situación produciría es la obligación de retribuir al depositario por toda la duración
prevista al contratar. La renuncia del depositario a continuar con el depósito supondrá
la extinción del contrato.
La pérdida o destrucción de la cosa pone fin al contrato, sin perjuicio de las
responsabilidades que puedan derivarse.
3. Contrato de edificación.
A. Los contratos sobre construcción de edificios. Concepto, régimen jurídico y
clases.
El contrato de edificación, según el art. 1544 CC, se concreta en la realización,
por el contratista o constructor, de un edificio en sí mismo considerado, a favor del
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comitente o promotor, a cambio de un precio cierto. Debiendo ese edificio cumplir las
condiciones que exige el art 2 de la Ley sobre Ordenación de la Edificación (LOE). Es
el concepto de edificio lo que está sometido a un gran debate doctrinal; si bien, habrá
que destacar el carácter permanente que debe tener el concepto de edificio, quedando
excluidas las edificaciones provisionales.
En cuanto a los sujetos intervinientes hay que distinguir:
a) El promotor o persona que decide, impulsa, programa y financia las obras de
edificación, sea persona física o jurídica.
b) El constructor, es aquella persona que, en el marco de un contrato celebrado con el
promotor, asume el compromiso de ejecutar, con medios humanos y materiales,
propios o ajenos, las obras o parte de ellas, con sujeción al proyecto y al contrato,
percibiendo a cambio el precio correspondiente.
La complejidad de los procesos de edificación ha generado la participación de
otros sujetos que si bien no son parte del contrato, son parte fundamental en la
obtención del resultado. Así, el proyectista o agente que por encargo del promotor
redacta el proyecto; el director de obra o agente que dirige el desarrollo de la obra
conforme al proyecto; el director de la ejecución de la obra, agente que formando parte
de la dirección asume la función técnica de dirigir la ejecución material de la obra; las
entidades y laboratorios de control de calidad de la edificación; los suministradores de
productos; o los propietarios y usuarios.
La LOE respeta el esquema contractual creado por la práctica en el sector de la
construcción, admitiendo implícitamente las siguientes figuras:
a) El contrato de redacción del proyecto, celebrado entre el promotor de la edificación
y el proyectista. Es claramente un contrato de ejecución de obra en el que el promotor
asume el papel de principal y el proyectista el de contratista o ejecutor.
b) El contrato de construcción o ejecución del edificio es, probablemente, de mayor
enjundia. Consiste en la ejecución del proyecto, o sea en l levarlo a cabo. Sus
protagonistas son el promotor y el constructor, que equivalen a principal y contratista.
La LOE contiene algunos preceptos de interés, en caso de silencio de los contratantes.
Así, presume que el comienzo de la ejecución coincide con el llamado replanteo previo
del que debe levantarse el acta correspondiente, firmada por los contratantes. La
terminación se concreta con la recepción de la obra, minuciosamente regulada en el
art. 6 LOE con indicación de momento, forma, contenido y efectos. Entre las
obligaciones del contratista figura la designación de un jefe de obra “ que asumirá la
representación técnica del constructor”, y entre sus facultades la de celebrar
subcontratos “dentro de los límites establecidos en los contratos”.
c) La dirección de obra es objeto de un doble contrato que celebra el promotor con el
director de obra (v gr. Arquitecto), de una parte, y con el director de la ejecución (v gr.
Aparejador) de la obra, de otra. Ambos forman parte de la dirección facultativa y
mientras las funciones del director de la obra parecen concretarse en el control de lo
ya realizado por el constructor en ejecución del proyecto y de las órdenes que del
propio director dimanan, el director de la ejecución controla más directamente el
propio desarrollo de la obra en su progresión cotidiana
d) El contrato de permuta de solar por edificación futura. Esta modalidad no constituye
un tipo específico de contrato, sino una diversidad de formas contractuales distintas,
que se caracterizan por el hecho de que el titular de un solar enajena su propiedad o
un derecho de vuelo a un tercero a cambio de una contraprestación futura en especie,
o mixta, consistente en la entrega de determinados pisos o locales de construcción
futura.
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e) En el sector de la construcción es muy frecuente la figura del subcontrato. El hecho
de que sea frecuente la subcontratación en cascada repercute sobre la seguridad de
los trabajadores y la solidez de la obra. Por ello, la Ley 32/2006 ha establecido ciertas
limitaciones, entre ellas; la exigencia de una serie de requisitos de calidad o solvencia
a las empresas, y el refuerzo de las garantías en relación con la acreditación de la
formación en prevención de riesgos laborales de sus recursos humanos. Se prohíbe al
tercer subcontratista que subcontrate los trabajos que hubiera contratado con otro
subcontratista o trabajador autónomo, y se imponen exhaustivos deberes de
información a la autoridad laboral y a los representantes de los trabajadores.
B. El régimen legal de responsabilidad.
Un tema que aborda la LOE con pormenor y profusión es el de las
responsabilidades y garantías de cada interviniente en el proceso de la edificación. El
régimen tradicional venía representado por el art. 1591 CC, donde se consagra la llamada
responsabilidad decenal de arquitectos y constructores por vicios en la edificación.
El art. 17 LOE establece una responsabilidad aplicable “ sin perjuicio de sus
responsabilidades contractuales”. Por tanto, no parece derogable ni modificable por los
interesados. En ésta se establecen tres posibilidades: a) los daños en elementos
estructurales que comprometen directamente la resistencia y estabilidad del edificio se
establece una garantía de diez años; b) durante tres de ellos se responde por los
derivados de vicios o defectos que afecten a la habitabilidad; c) por último, el
constructor responde durante un año de los vicios o defectos que afectan a la
terminación o acabado.
En materia de distribución de la responsabilidad se sigue, en principio, la regla
de la independencia: cada agente responde “ personal e individualizadamente” de los
daños causados por él, sus empleados y subcontratistas, sin perjuicio de la facultad de
repetir. Esta regla tiene dos excepciones: “el promotor responderá solidariamente con
los demás agentes intervinientes ante los posibles adquirientes de los daños
materiales en el edificio ocasionados por vicios o defectos de construcción ”; y “cuando
no pudiera individualizarse la causa… o quedase probada la concurrencia de culpa…,
la responsabilidad se exigirá solidariamente”.
La responsabilidad no es objetiva y debe exigirse dentro de los plazos
establecidos en el art. 18 LOE. Para evitar los efectos de eventuales insolvencias de
los responsables, la LOE establece la obligación de adoptar una serie de garantías por
daños materiales ocasionados por vicios o defectos de la construcción, susceptibles
de ser constituidas mediante seguros de daños materiales o seguro de caución.
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TEMA VI.- EL CONTRATO DE TRANSPORTE TERRESTRE. EL
TRANSPORTE DE MERCANCÍAS Y VIAJEROS POR CARRETERA.
1. El contrato de transporte.
A. El transporte. Consideraciones generales.
El transporte ha constituido y sigue siendo un elemento esencial en el desarrollo
de la civilización, que ha estado presente en el nacimiento de muchas instituciones
mercantiles, como el seguro mutualista o las primitivas sociedades. En sociedades
basadas en su propia capacidad productiva el transporte aparece como la única
solución para la permuta y el comercio de los excedentes del autoconsumo. La misma
expansión de soluciones jurídicas trasnacionales tiene su primitivo antecedente en las
grandes rutas comerciales, en las prácticas constantes de mercaderes al margen de
legisladores nacionales.
En la actualidad esta función se cumple de igual forma, desempeñando un papel
relevante desde el punto de vista económico y jurídico. La importancia económica y
social del transporte justifica una reseñable intervención administrativa en el
establecimiento de un marco jurídico del transporte, que se acusa especialmente en el
transporte aéreo y terrestre, quizá por la consideración de algunas de sus modalidades
como servicio público o servicio de interés general. Este carácter o tinte ius publicista
no siempre se coordina adecuadamente el Derecho mercantil, reguladoras de una
actividad esencialmente privada.
Buena muestra de este carácter ius publicista son la Ley de Ordenación de los
Transportes Terrestres (LOTT) y su Reglamento de desarrollo (RGTT). Estas
disposiciones han supuesto un importante avance en la transición legislativa de un
sistema de intervención administrativa a un liberal en régimen de competencia, con la
reforma operada por la denominada Ley Omnibus, dictada a colación de los mandatos
impuestos por la CEE. Esta reforma y la producida por la Ley de Economía Sostenible,
ha configurado los siguientes principios básicos sobre los que se sustenta el régimen
jurídico del transporte: a) unidad de mercado; b) libertad de empresa; c) armonización
de las condiciones de competencia entre los diferentes modos y operadores; d)
reserva al Estado de la planificación del sistema de transportes en cuanto al diseño de
la red, las restricciones al acceso y las medidas de fomento complementariedad y
competencia entre medios de transporte garantía de los derechos de los operadores y
usuarios, en especial los derechos de igualdad en el acceso a los mercados de
transporte, participación, queja y reclamación; e) gestión eficiente por parte de los
operadores y de las Administraciones públicas; f) coherencia entre los niveles de
inversión y calidad de servicio y las necesidades y preferencias de los usuarios; g) y
fomento de los medios de transporte de menor coste ambiental y energético y de la
intermodalidad.
La importancia de las normas de Derecho público ordenadores del transporte
confrontaba con la escueta disciplina que contenía el CCom, sobre el contrato
mercantil de transporte terrestre, y la cual ha sido derogada por la Ley sobre el
Contrato de Transporte Terrestre de Mercancías, cuyo objeto es la regulación del
transporte terrestre de mercancías tanto por carretera como por ferrocarril, si bien
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constituye la referencia analógica de cualquier tipo de transporte si regulación
específica, así como los que se conciertan en el marco de una operación logística.
Esta reforma del Derecho privado del transporte terrestre no ha obedecido a la
necesidad de adecuar nuestro ordenamiento al Derecho comunitario, sino a una
decisión política tendente a la revisión del régimen jurídico privado al nuevo modelo de
liberalización de la actividad. Se trata de adecuar nuestro Derecho al régimen
internacional, fundamentalmente al Convenio de Ginebra de 1956 y a las reglas
uniformes CIM.
B. Concepto, caracteres y clases de transporte.
En el contrato de transporte, una persona (porteador) se obliga, a cambio de un
precio, a trasladar mercancías o personas, bajo su responsabilidad, de un lugar a otro
y en el tiempo previsto.
El traslado, elemento esencial del contrato, sin el que el mismo carecería total y
absolutamente de sentido, debe hacerse en el caso de los pasajeros, sin que sufran
lesiones ni ningún perjuicio en su persona o su equipaje, y en el caso de las
mercancías, en el estado en que se recibieron por el porteador.
El contrato de transporte constituye un arrendamiento de obra y no de
servicios, de manera que aunque la prestación de desplazamiento constituye el objeto
central del contrato de transporte, el transportista no se compromete a efectuar una
actividad, sino que asume una obligación de resultado.
El resultado es indivisible, con independencia de que el transporte lo lleve a
cabo el propio porteador o un tercero. Destaca el carácter fungible del contrato,
admitiéndose la posibilidad de que el porteador contratante lleve a cabo la prestación o
recurra a terceros con esta finalidad. Es, por otro lado, un contrato oneroso, de
carácter consensual.
Mención especial merece el objeto transportado, que deberá ser necesariamente
bienes de carácter material. De ahí que el envío o transmisión de noticias por vía
telegráfica, telefónica o radiofónica no constituye transporte.
La naturaleza mercantil del contrato derivará de la concurrencia de alguna de
estas dos circunstancias: a) que tenga por objeto mercaderías o efectos de comercio;
b) que sea comerciante el porteador, dedicándose a efectuar
habitualmente
transportes para el público. Es decir, predicamos la mercantilidad bien por su carácter
accesorio o auxiliar de una operación mercantil, o bien porque constituye una actividad
empresarial, en sí misma, para el porteador.
En el contrato de transporte mercantil se aplicará preferentemente las normas
mercantiles, siendo de aplicación subsidiaria la legislación civil. Las condiciones generales
de la contratación ocupan un papel destacado en el ámbito del transporte, especialmente
en el de mercancías por carretera.
El condicionado general de contratación del transporte de mercancías por
carretera ha sido aprobado por la Orden FOM/1882/2012, norma que declara la
aplicación y exigibilidad del condicionado contenido en el Anexo, con independencia
de las características del transporte o de la tipología de la mercancía, salvo que las
partes pongan otra cosa en las condiciones particulares pactadas. Debe tenerse en
cuenta, por otro lado, la imperatividad que se impone a determinadas condiciones
generales, concretamente las del art. 2.3 y las reglas especiales que se contienen en
los arts. 3 a 6 de la citada norma.
Se han generalizados diversos criterios para clasificar los
contratos
de
transporte, pero la división más importante es la que diferencia en función del medio
empleado: marítimo, fluvial, aéreo, ferroviario o por carretera, sin excluir la especial
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situación que deriva del empleo en un mismo contrato de varios medios (transporte
multimodal) o de la participación de varios porteadores (transporte combinado).
2. El contrato de transporte terrestre de mercancías.
A. Concepto y régimen jurídico.
El art. 2.1 LCTTM lo define como aquél por el que el porteador se obliga frente
al cargador, a cambio de un precio, a trasladar mercancías de un lugar a otro, y
ponerlas a disposición de la persona designada en el contrato, utilizando para ello
medios mecánicos con capacidad de tracción propia. Definición que se puede hacer
extensiva al contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera y por
ferrocarril.
La especialidad en el transporte de viajeros está, obviamente, en el objeto
transportado, las personas.
B. Elementos personales del contrato.
El entramado subjetivo de los diversos contratos de transporte puede ser de mayor
o menor complejidad en razón de la aparición de todos los roles posibles, y también de
que nos encontremos ante transporte de personas o cosas. Así podemos distinguir entre:
a) Porteador o transportista. Es el empresario que asume la obligación de realizar el
transporte, normalmente, en nombre propio, sin perjuicio de la posibilidad de ejecutarlo
con sus propios medios o de que contrate con terceros la realización del mismo. Se
presume, iuris tantum, que el contrato ha sido celebrado en nombre propio. La
calificación de un sujeto como porteador es independiente de la realización de la
prestación, mereciendo dicha consideración, igualmente, aquel sujeto que lleve a cabo
el traslado, aun cuando no haya celebrado el contrato.
Hay que tener presente, que el porteador contractual, quien celebró el contrato
con el cliente, se compromete frente al cargador a lograr el resultado del transporte,
teniendo éste último acción, en principio, exclusivamente frente al
porteador
contractual. Así cuando el porteador contractual contrate con otro porteador ( efectivo)
la realización del porte o viaje, tendrá frente a este porteador la responsabilidad propia
de un cargador, sin que este previsto legalmente que el cargador real pueda ejercitar
acción alguna frente al porteador efectivo. Queda claro, en consecuencia, como la
noción jurídica de porteador no viene supeditada a la posesión de los medios de
transporte, sino a la posición jurídica que le sujeto asume en el contrato de transporte.
Por otro lado, no existe óbice legal a la participación de varios porteadores, un una
única operación de transporte.
b) Cargador o remitente. Es la persona que contrata en nombre propio la realización
del transporte y frente al cual el porteador se obliga realizarlo. Es indiferente, en este
sentido, el título que lo vincule con las mercancías transportadas, así como la relación
que le une al destinatario.
c) Consignatario o destinatario. Es la persona a quién se han de entregar las
mercancías o efectos transportados. Puede ser el mismo cargador o persona distinta.
La posición jurídica del consignatario, como tercero que irrumpe con derechos y
obligaciones en un contrato no convenido por él, es muy discutida; se habla, al efecto,
de contrato a favor de tercero de derechos ex lege. Pero la verdad es que estamos
ante un caso de sucesión contractual previsto en el momento de concertar el traslado.
La figura se asemeja a la prevista en el art. 1162 CC, es decir, una persona autorizada
para recibir la prestación concertada por otro. El destinatario permanece, en
consecuencia, ajeno a la relación jurídica que une a porteador y cargador, hasta que
solicita la entrega de los efectos, momento en el que sustituye al cargador en la
posición de acreedor. Por este motivo, por el mero hecho de ser designado en el
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contrato como destinatario, no asume obligación alguna frente al porteador, de tal
forma que está facultado para aceptar o rehusar la entrega, sin que ello afecte de
ningún modo al pacto entre porteador y cargador.
d) Expedidor. Es el tercero, en sentido estricto, ajeno al contrato de transporte, que
por cuenta del cargador hace entrega de las mercancías al transportista en el lugar de
expedición de las mismas. Su función se limita a contribuir a la correcta ejecución del
contrato de transporte, asumiendo obligaciones que corresponderían al cargador y que
son accesorias.
e) Otras empresas y organismos auxiliares del transporte. Junto a los indicados,
hay que señalar:
- La agencia de transporte. Que se define como empresario auxiliar de transporte
cuya función consiste en intervenir en la contratación del transporte por carretera,
realizando actividades de gestión, información, oferta y organización del mismo,
mediando con plena responsabilidad entre cargadores y transportistas y pudiendo
actuar en la contratación de otros medios de transporte. La agencia de transporte debe
contratar en nombre propio tanto con el demandante del servicio como con el
transportista que vaya a realizarlo (art. 19 LOTT).
- Los transitarios son los intermediarios u organizadores de las operaciones de
transporte internacional por cualquier medio. Actúan en nombre de los propietarios de
la mercancía, aportando sus conocimientos y experiencias, así como su gran
capacidad de oferta de servicios de transporte a precios más ventajosos a los
establecidos. Además, gestionan los seguros de transporte, tramitan la documentación
aduanera, etc. El transitario solo puede realizar funciones en relación con transportes
internos, cuando entraña la continuación de un transporte internacional cuya gestión
se les haya encomendado.
- Los almacenistas-distribuidores son empresarios que realizan actividades
auxiliares o complementarias del transporte por carretera, al recibir en depósito
mercancías para operaciones de recogida y distribució n. Celebran con las empresas
de transporte contratos de depósito y de transporte de a domicilio.
- Las empresas de Verificación de conformidad prestan un servicio auxiliar a medio
camino entre el transporte y el negocio para el que el transporte es parte de la entrega.
Si el transportista tiene que comprobar el estado de embalaje y el número de bultos, la
compañía de verificación de conformidad, comprueba la identidad técnica de las
mercaderías con aquellas que se ha comprometido a expedir. Por ejemplo, en la
compraventa internacional de cualquier mercadería de calidad, especie o técnica
determinada que solo es comprobada en destino, las empresas de verificación de
conformidad realizan esa comprobación en origen. Su trabajo consiste en inspeccionar
las mercancías antes de su expedición para comprobar que cumplen con las normas
de calidad y seguridad del país de destino.
3.
El contrato de transporte terrestre de mercancías por carretera.
A. Consideraciones previas: régimen jurídico y sujetos intervinientes.
La referencia principal en el establecimiento del régimen jurídico aplicable al
contrato de transporte terrestre de mercancías en la LCTTM, una prolija y minuciosa
norma, que da seguridad jurídica al sector y legaliza muchos de los conflictos jurídicos
tradicionales de la institución.
Este régimen legal jurídico privado se acompaña de las normas de Derecho
público directamente aplicables a esta rama de la actividad económica. Esto es la
LOTT y el RGTT, la Ley del Sector ferroviario (LSF) y su Reglamento de desarrollo, así
como la Ley Omnibus y la LES. Hay que tener en cuenta, además, lo previsto en la
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Orden FOM/1882/2012, por la que se aprueban las condiciones generales de contratación
de los transportes de mercancías por carretera.
El actual régimen legal responde a un proceso de liberalización común a
muchas otras ramas de la economía y que en el ámbito del transporte comenzó con la
LSF; liberalización que implica la necesidad de un nuevo marco legal para las
relaciones contractuales que vayan dándose ya en un nuevo escenario de apertura a
la libre competencia.
La normativa española se encuadra en el marco de los instrumentos
internacionales sobre la materia: el Convenio de Transporte Internacional por carretera
(CMR) y las Reglas Uniformes CIM/1999 (RUCIM). La norma resulta de aplicación
exclusiva al contrato de transporte de mercancías, excluyéndose al contrato de transporte
de pasajeros, siendo aplicable a las mercancías que se transporten en supuestos de
transportes mixtos, si ésta no tiene la consideración de equipaje o, como dice el legislador,
no guarde relación alguna con los pasajeros.
La LCTTM extiende su ámbito de aplicación al transporte fluvial mientras no
exista regulación específica, y de forma supletoria al postal que esté fuera del marco
del servicio postal universal. También al de auxilio y rescate en carretera y al realizado
en bicicleta.
Dos cuestiones son destacables. Por un lado, la regulación es común para
los contratos de transporte terrestre, tanto por carretera como por ferrocarril. Por otro
lado, hay que tener en cuenta que estamos ante una regulación de carácter dispositiva
para las partes contratantes, excepto en lo relativo al orden público y determinados
contenidos que se establecen como imperativos, como son las normas relativas a la
responsabilidad y la prescripción de las acciones. Por ello el margen para la
autonomía de la voluntad es relativamente amplio.
Llama la atención la mención expresa al transporte en el ámbito de la
operación logística de contenido más amplio, estableciendo el legislador, el
sometimiento a la LCTTM, en lo relativo a derechos, obligaciones y responsabilidades
relacionados con el transporte.
La Ley define a los sujetos que pueden formar parte del contrato, señalándose
la presunción de contratación en nombre propio para los habituales contratantes o
intermediarios. Además se hace mención expresa a los porteadores efectivos, aunque
se echa en falta la regulación de su régimen de responsabilidad.
Si que realiza una regulación bastante más detallada del contrato de transporte
acumulativo o con porteadores sucesivos.
B. La documentación del contrato.
El contrato de transporte es un contrato consensual y como tal su
documentación, de una u otra forma, no es esencial a su existencia. Cuestión distinta
es la exigencia administrativa de que todos los envíos que se efectúen en el ámbito
nacional vengan documentados por escrito, siendo válido a estos efectos la carta de
porte, documento que se emite como acto de carácter probatorio de la conclusión y
contenido del contrato, así como de la recepción de las mercancías en origen, o
prueba en contrario. La ausencia o irregularidad de la carta de porte no producirá la
inexistencia o nulidad del contrato.
El carácter consensual del contrato no obsta que, por voluntad de los contratantes,
la carta de porte deba ser extendida cuando una de las partes así lo solicite, pudiendo el
solicitante, en caso de no emitirse, considerar a la otra parte desistida del contrato.
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Además existen supuestos en los que la expedición es obligatoria ex lege,
como es el caso de los contratos de transportes continuados celebrados con un
trabajador autónomo económicamente dependiente.
En la carta de porte distinguimos tres tipos de contenidos: a) el obligatorio:
con indicativos como fecha y lugar de expedición, sujetos, mercancías con indicación
de su naturaleza, número y cantidad, así como el tipo de embalaje que precisa, y el
precio; b) el contenido facultativo o aquél que las partes quieran reflejar como
resultado de acuerdos; c) y aquél que por exigencia de la legislación especial aplicable
al tipo de mercancías u otras circunstancias deba quedar reflejado en la carta de porte.
La omisión de alguna de las menciones de carácter obligatorio no privará de eficacia a
la carta de porte en cuanto a las incluidas.
La carta de porte se emitirá una vez el porteador haya recibido las mercancías
y haya verificado las condiciones en las que las mismas se encuentran. Se trata de un
examen limitado y externo, centrado en comprobar las condiciones de embalaje o la
apariencia de las mercancías entregadas por el cargador. Conforme a lo establecido
en el art. 25 LCTTM el porteador hará constar en la carta de porte, de forma motivada,
los defectos y dudas que se deriven del mencionado examen, así como si se ha
podido realizar o no esta verificación. Si en la carta no se hace mención alguna, se
presume que las mercancías y embalajes se encuentran en el estado y condición y
tienen las marcas y signos descritos en dicho documento; por tanto, se establece en la
carta una presunción iuris tantum del estado de las mercancías. Si bien esta ausencia
de anotaciones no implica la falta de reservas por el porteador. El porteador puede
hacer constar en la carta la imposibilidad de medios para verificar la mercancía.
Se establece la obligación de emitir una carta de porte para cada envío (art. 10)
y se prevé la posibilidad de emitir tantas cartas como vehículos particip en en el
transporte, si así lo solicitan porteador o cargador. Deberán emitirse tres ejemplares
originales de la carta de porte, que irán signados por el cargador y el porteador, sin
que esta exigencia sea obstáculo para la emisión de cuantas copias se consideren
conveniente por las partes.
Es válida la carta de porte electrónica, como la firma electrónica de la carta,
pues la LCTTM, en cuanto la forma, la permite en cualquier medio que resulte
adecuado para la acreditación de la identidad del firmante.
El legislador consagra la responsabilidad de porteador y cargador por los
gastos y perjuicios que se deriven de la inexactitud o insuficiencia de los datos que les
corresponda hacer constar en la carta de porte.
C. Contenido del contrato.
La LCTTM es especialmente prolija en la regulación de los derechos y
obligaciones de las partes, así como de los destinatarios.
El porteador responde de la idoneidad del vehículo utilizado para el transporte,
idoneidad referida a las circunstancias y tipo de mercancías, según la información
suministrada por el cargador. El vehículo será puesto a disposición del cargador en el
lugar y tiempo pactados, y la Ley prevé que el porteador ha desistido del contrato por
no poner a disposición del cargador el vehículo. El porteador podrá
exigir
indemnización por paralización del vehículo ajena a él, por un tiempo superior al
establecido.
El cargador deberá entregar al porteador las mercancías en el tiempo y lugar
pactados, o en defecto de pacto, en el establecido por los usos o relaciones
comerciales anteriores.
La obligación de adjuntar la carta de porte o poner a disposición del porteador
la documentación referente a la mercancía, así como de informar de todos los trámites
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que el porteador tiene que efectuar antes de llevar a cabo la entrega, son obligación
del cargador, siendo responsable de los daños producidos por la ausencia o
irregularidad de la documentación o información antes referida.
El art. 24 aclara los deberes de información que el cargador tiene para el caso
de mercancías peligrosas, así como las posibilidades de actuación que tiene el
porteador en el caso de que no sea informado correctamente, y su obligación de
comunicación inmediata en caso de haber actuado según sus posibilidades.
Salvo que la normativa establezca cosa distinta, las operaciones de
acondicionamiento de carga y descarga de la mercancía se
atribuyen,
respectivamente, a cargadores y destinatarios, salvo que el porteador las asuma.
Destaca la imperatividad a los servicios de paquetería y pequeños envíos de
que las operaciones de carga y descarga serán por cuenta del porteador, salvo pacto
en contra, pero la estiba y desestiba será en todo caso del porteador.
Una vez le han sido entregadas las mercancías, pesa sobre el porteador el
deber de guarda y conservación, y, como es lógico, de realizar el transporte en las
condiciones pactadas, por la ruta convenida o por la que considere más idónea,
debiendo entregar las mercancías en las condiciones en las que las recibió. Con
carácter previo, según establece el art. 25, el porteador deberá realizar un examen
externo de las mercancías, en el momento en que se hace cargo de las mismas,
comprobando, además, la exactitud de lo mencionado en la carta; deberá hacer
mención en la carta de porte, de forma motivada, de las objeciones o defectos que
aprecie, o, en su caso, de la imposibilidad o carencia de medios para verificar la
mercancía.
Si existen sospechas fundadas de falses en torno a la declaración del cargador,
el porteador podrá verificar tanto el peso, medidas, como el contenido de los bultos,
siendo de su cuenta los gastos que se originen en caso de que la declaración del
cargador sea cierta. Estas actuaciones se llevarán a cabo por el porteador en
presencia del cargador o sus auxiliares, o, en caso de que no sea posible, ante Notario
o con asistencia del Presidente de la Junta Arbitral del Transporte o persona por él
designada. Este hecho deberá hacerse constar en la carta de porte o en el acta que se
levante a tal efecto.
El porteador puede rechazar los bultos que estén mal acondicionados o mal
identificados, sin la documentación necesario, o si su naturaleza o características no
coinciden con las declaradas por el cargador. De igual forma, el porteador podrá supeditar
el traslado de la mercancía a la aceptación por el cargador de las reservas hechas en la
carta de porte.
No siendo posible realizar el transporte en las condiciones pactadas es
necesario y así provee la Ley un procedimiento de comunicación y actuación. El art. 31
establece, en este caso, el deber del porteador a solicitar instrucciones al cargador
(aunque lo lógico sería solicitarlas a quien tuviera la facultad de disposición sobre la
mercancía). A falta de instrucciones, el porteador actuará adoptando las medidas que
considere oportunas, siguiendo para ello criterios de razonabilidad y proporcionalidad
para asegurar el buen fin de la operación.
Sí que se comunicará y se le solicitarán instrucciones al titular del derecho de
disposición sobre la mercancía, por parte del porteador, cuando ésta corra riesgo de
perderse o sufrir graves perjuicios (art. 32 LCTTM).
Los gastos que se puedan ocasionar al porteador por todo lo relacionado con la
comunicación, y la solicitud y ejecución de instrucciones, correrán a cargo de la
persona emita las instrucciones, salvo culpa del porteador. El porteador podrá, ante
mercancía de determinada naturaleza o en determinado estado, solicitar ante la Junta
Arbitral de Transporte o ante el órgano judicial, la venta de la mercancía sin esperar
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lOMoAR cPSD| 213 082 9
instrucciones, quedando el producto de la venta a disposición de quien corresponda
deduciéndose los gastos ocasionados.
Las mercancías deberán ser entregadas en los plazos previstos.
Las mercancías tienen que ser puestas a disposición del destinatario en el
mismo estado en el que se recibieron, atendiendo a lo establecido en la carta de porte
(art. 34). El legislador es consciente de que en el momento de la entrega pueden
producirse desavenencias, por lo que establece que éstas serán resueltas mediante la
designación de perito, de común acuerdo o judicialmente, o por la Junta Arbitral de
Transporte, sin que ello impida recurrir a la vía judicial .
El destinatario puede ejercer los derechos que se derivan del contrato de
transporte tras la solicitud de la entrega de las mercancías, o tras el momento en que
debieran haber llegado. Si bien, antes de hacer valer sus derechos, está obligado a
hacer efectivo el pago del transporte y los gastos, o, si hubiesen discrepancias, a
prestar caución suficiente (art. 35).
En el pago del precio del transporte, el legislador consagra la presunción legal
de que el mismo se realiza a portes pagados, pago que deberá efectuarse en el
momento en el que la mercancía haya llegado al lugar de destino y haya sido puesta a
disposición del destinatario, todo ello salvo previsión contraria en el contrato. Ahora
bien, cuando se pacte que sea el destinatario el encargado del preci o, estará obligado
a hacerlo tras aceptar la mercancía, y si no lo hiciera será responsable subsidiario
el propio cargador.
Se observa como en la ley se favorece el cobro del precio y los gastos de
transporte por parte del porteador. Así el art. 40 recoge la posibilidad que tiene el
porteador de no entregar la mercancía si el obligado al pago, no lo hace o no presta
caución suficiente, teniendo en tal caso que depositar las mercancías judicialmente o
ante la Junta Arbitral de Transporte, y pedir su enajenación para la obtención de lo
debido, en un plazo legal de diez días. En el art. 41 se realiza una remisión a la Ley
3/2004 de Medidas de Lucha contra la morosidad en las operaciones comerciales,
entrando en juego un mayor interés del dinero a pagar por el que incurra en mora.
Este mismo artículo establece que serán nulos aquellos pactos que sean abusivos en
perjuicio del porteador.
D. Las mercancías: depósito y enajenación.
El porteador, cuando el transporte o entrega no sea posible, podrá descargar
las mercancías por cuenta de quien tenga derecho sobre ellas, teniendo que hacerse
cargo de su custodia. También podrá depositarlas confiándolas a un tercero o bien
depositarlas ante el órgano judicial o Junta Arbitral de Transporte que corresponda,
supuesto que considerará al transporte concluido (art. 44).
En cualquiera de
ante el órgano judicial o
mercancías sin esperar
mercancía. Si bien, los
jurídicos indeterminados
actuación del porteador.
los casos señalados, es posible para el porteador solicitar
ante la Junta Arbitral de Transporte, la enajenación de las
a recibir instrucciones de quien tenga derecho sobre la
distintos supuestos se establecen en base a conceptos
(“excesivos gastos”, “plazo razonable”) que dificultan la
E. La responsabilidad del porteador.
a) El fundamento de la responsabilidad.
El art. 46 LCTTM establece como imperativo el régimen de responsabilidad
previsto para el porteador. Contempla tres supuestos o causas determinantes de la
responsabilidad del transportista. Así el porteador responderá por pérdidas (totales o
parciales), averías y retrasos. Se establece un sistema de responsabilidad de carácter
contractual. El art. 48 establece una serie de causas de exoneración, diferenciando
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entre causas privilegiadas y ordinarias; y el art. 49 se establece un elenco, numerus
apertus, de presunciones de exoneración.
El sistema de responsabilidad parte de una idea central: la responsabilidad por
culpa con inversión de la carga de la prueba, consecuencia de lo cual ante un perjuicio
el porteador es responsable a no ser que demuestre la concurrencia de una
causa exoneratoria. Además responderá por sus auxiliares, sean dependientes o
independientes. Es importante, en transporte ferroviario, a estos efectos, que la ley
considere como auxiliares del porteador a los administradores de la infraestructura
ferroviaria sobre la que se realiza el transporte. Esta responsabilidad es indisponible
por las partes, que si podrán pactar unas condiciones más gravosas para el porteador.
El porteador
que las recibe (en
también durante el
llevar a cabo dichas
tendrá la obligación de guardar y custodiar las mercancías desde
origen) hasta que las entrega (en destino); será responsable
período de carga y descarga, siempre que sea el encargado de
operaciones.
El porteador es responsable por pérdida (total o parcial) de las mercancías,
posibles averías o menoscabos, así como también por el retraso. Del incumplimiento
de otras obligaciones derivadas del contrato de transporte, responderá según las
reglas generales de responsabilidad contractual, cuando no haya sido regulado de
forma específica al respecto.
Las causas de exoneración de la responsabilidad se basan en la prueba de que
el daño causado es imputable al cargador o al beneficiario. Igualmente la ley incluye
una serie de presunciones iuris tantum que corresponden al porteador.
b) La limitación de la responsabilidad del porteador.
La responsabilidad del porteador se halla limitada en cuantía. El importe habrá
de ser calculado de forma diferente, según estemos ante una indemnización por
pérdidas o indemnización por averías. Para el caso de pérdidas, se toma como
referencia el valor de la mercancía en el momento y lugar de origen. En caso de
averías, el cálculo se realiza por la diferencia entre el valor de la mercancía como la
recibió y el de la misma averiada. El problema está en establecer el valor de la
mercancía averiada, pues puede llegar al total de la mercancía si estamos ante una
avería que la deja totalmente inservible, a tal efecto, el art. 54.2, equipara la avería que
haga absolutamente inútil la mercancía con la pérdida total.
También se equiparan a pérdida total de las mercancías otros dos casos muy
concretos: a) cuando la parte no entregada convierta en inservible a la que sí se
entregó; b) y el trascurso del tiempo de plazo establecidos en la ley (20 días de la
fecha pactada, o 30 a falta de pacto) sin que se haya procedido a la entrega.
Se establece un límite cuantitativo. El art. 57 toma como referencia el Indicador
Público de Renta de Efectos Múltiples/día, cuyo tercio por cada kilogramo bruto de
mercancía no debe ser superado a efectos indemnizatorios.
En caso de retraso, la indemnización no podrá superar el precio del transporte,
aunque suele ser habitual que el daño causado supere dicho precio. Aún surgiendo la
obligación de indemnizar por varios conceptos, no cabrá cantidad total indemnizatoria
superior a la suma debida en caso de pérdida total de las mercancías.
Todos los límites son superables si así se pacta, pues, como se dijo, son nulos
que aminoran la responsabilidad del porteador, pero no los que la aumentan.
Además de la indemnización, la ley concede el derecho de recuperar una serie
de cantidades a la que también tiene que hacer frente el porteador, como son el precio
y gastos del transporte y los gastos de salvamento, razonables y proporcionados (art.
58). La recuperación de la mercancía perdida implica la posibilidad implica la
posibilidad de recuperarla si la reaparición se produjera en el período de un año,
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debiéndoselo solicitar al porteador que dará acuse de recibo, y debiendo reembolsar,
en tal caso, las cantidades determinadas en la carta de porte y la indemnización
recibida; deduciéndole lógicamente los gastos resarcibles y la indemnización por
retraso.
En caso de ausencia de aviso o instrucciones, o en caso de reaparición de la
mercancía después de un año desde el pago de la indemnización, el porteador podrá
disponer de la mercancía.
El régimen de reservas al que el destinatario ha de acogerse en orden a ser
indemnizado establece la necesidad de manifestación por escrito, en el momento de la
entrega, si es una pérdida o avería manifiesta, siendo en caso contrario el plazo que
opera el de 7 días. Se da una presunción iuris tantum de conformidad a lo establecido
en la carta de porte cuando no se haga reserva alguna.
La reserva se hace innecesaria cuando porteador y destinatario revisen
conjuntamente la mercancía y estén de acuerdo sobre el estado y las causas que lo
han motivado. Es de destacar el juego de responsabilidad establecido entre los
porteadores contractual y efectivo, pues hecha la reserva ante cualquiera de ellos,
surte efecto frente al otro, siempre y cuando el que recibió la manifestación de reserva
lo comunique al otro, pues la falta de comunicación le hará responder de los daños y
perjuicios que ésta cause.
Se observan dos regímenes diferentes (art. 61) en referencia a la superación
de los límites indemnizatorios expuestos. Por un lado una sustitución de la posible
indemnización legal, por una superior cantidad declarada como valor de la mercancía
y que conllevará un suplemento en el precio del transporte. Y otra que viene a dar la
posibilidad al cargador de declarar en la carta de porte el montante de un interés
especial en la entrega de la mercancía, que le permitirá reclamar, además de la
indemnización legal, una cantidad adicional.
Todo lo expuesto en cuanto a limitación o exclusión de la responsabilidad del
porteador, e inversión de la carga de la prueba, y que supone un indudable beneficio para
el mismo, deja de tener aplicación desde el momento en que éste actúe de forma dolosa o
según la propia ley: “con una infracción consciente y voluntaria del deber jurídico asumido
que produzca daños que, sin ser directamente queridos, sean consecuencia necesaria de
la acción”.
F. La prescripción de acciones.
La regulación de la prescripción de acciones siempre es imperativa. Las
reclamaciones derivadas del contrato de transporte tienen un plazo general de un año.
Ahora bien, para el caso de actuaciones dolosas o con dolo eventual del porteador, el
plazo se amplía un año más (arts. 78 y 79).
Ante pérdida parcial, avería y retraso el plazo dará comienzo desde la entrega
al destinatario. En situación de pérdida total comenzará a los 20 días desde el plazo
convenido para la entrega, o transcurridos 30 días desde que el porteador se hizo
cargo de la mercancía cuando no se pactó plazo alguno.
Se establece un plazo para el resto de los casos no contemplados, que será de
3 meses desde la celebración del contrato de transporte o desde el día en que la
acción pudiera ejercitarse en caso de que fuera posterior a los 3 meses.
Por ser plazos de prescripción, y no de caducidad, podrán ser interrumpidos,
estando a lo establecido en el CCom, con carácter general, para los contratos mercantiles.
Entre porteadores el plazo de prescripción de la acción de regreso es de un
año, plazo que comenzará a computarse desde el momento en que se fijara la
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indemnización, o en su ausencia, a partir del momento en que el porteador que ahora
acciona contra otro efectuó el pago.
4. Transporte internacional de mercancías por carretera. Aproximación al
régimen jurídico.
El transporte internacional de mercancías se regula en el Convenio de Ginebra
de 1.956 (CMR), modificado por el Protocolo de Ginebra de 1.978. Con independencia
del domicilio o nacionalidad de las partes el CMR se aplica, con carácter imperativo al
transporte internacional de mercancías por carretera, cuando el mismo tenga por
origen y destino dos países distintos, siendo al menos uno de ellos parte del Convenio.
Su ámbito objetivo se limita a aspectos parciales del contrato de transporte:
documentos del transporte y cuestiones conexas, derechos de porteadores y
cargadores o destinatarios, y el régimen de responsabilidad del porteador por
pérdidas, averías o retrasos.
Quedan excluidos de su ámbito de aplicación los transportes funerarios,
postales y de mudanzas. Merece especial mención, a fin de delimitar el ámbito de la
norma, la regulación del denominado transporte superpuesto, consistente en el
traslado del vehículo de transporte a bordo de otro medio de transporte (un barco o un
tren, por ejemplo), siempre que las mercancías no hayan sido descargadas del primer
vehículo y cargadas en el segundo.
Las partes del contrato son las mismas que en el transporte nacional. Como el
contrato de transporte nacional de mercancías por carretera estamos ante un contrato
consensual, sin que la ausencia, irregularidad o pérdida de la carta de porte afecte a
su existencia o validez. Ello no impide que, en la mayoría de los supuestos, el contrato
se documente en una carta de porte cuyo tratamiento jurídico es idéntico al del
transporte nacional.
El contenido del contrato se asemeja considerablemente al establecido en la
normativa nacional.
No alude el Convenio, por voluntad de sus redactores, a los sujetos a los que
compete la carga y descarga de las mercancías, quedando la materia reservada al
pacto entre las partes y, en su defecto, supletoriamente, al Derecho nacional.
El régimen de responsabilidades también es similar al nacional. El art. 31 de la
norma establece que las acciones de responsabilidad prescribirán en el plazo de un
año, salvo que se deban a dolo o culpa equivalente, en cuyo caso será de tres años).
5. Transporte de personas por carretera: régimen nacional e internacional.
El hecho de que la prestación del porteador se proyecte sobre una persona
atribuye a este contrato características diferenciales frente al transporte de cosas: en
él no cabe hablar de entrega, ni al comienzo ni al final del contrato, y no existen las
figuras del consignatario ni del cargador.
El contrato de transporte de viajeros por carretera puede ser definido como
aquel acuerdo de voluntades por el que una de las partes (transportista) se obliga
mediante precio a trasladar a la otra persona (viajero) y a su equipaje de un lugar a
otro en las condiciones pactadas, incólume y de forma segura.
Se trata de una modalidad o subespecie del contrato de obra, pues el
transportista no solo se compromete a llevar a cabo su actividad de forma diligente,
sino también a la consecución del resultado.
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El régimen jurídico del contrato de transporte de viajeros por carretera se
regula, sin perjuicio de las disposiciones autonómicas, en sus respectivos ámbitos, por
la LOTT y su Reglamento.
Dicho régimen difiere según estemos ante transportes regulares (efectuados
conforme a itinerarios, calendarios y horarios preestablecidos) o discrecionales (no
responden a dichos criterios de prefijación). Deberá tenerse en cuenta, además, en el
caso de los transportes regulares, su carácter permanente o temporal, así como su
uso general (de demanda colectiva) o especial (destinado a grupos específicos).
Junto al régimen previsto en la LOTT y el RGTT, hay que tener en cuenta el
elenco de disposiciones legales comunitarias destinadas a establecer el régimen
jurídico aplicable. Así como en el ámbito internacional, ha de tenerse en cuenta el
Acuerdo de Dublín de 1982 y el de Bruselas de 2002.
Los sujetos del contrato son el porteador y el viajero. El primero asume la
obligación de trasladar incólume al segundo de la partida al destino, con las normales
condiciones de comodidad, ambiente, rapidez…, pactadas en el contrato. El viajero
asume, por su parte, la obligación principal de abonar el precio, junto a las secundarias
de cuidar el uso del vehículo, tomar las precauciones normales de seguridad en su
propia persona, etc.
El contrato de transporte de personas es un contrato consensual, aunque en
la práctica se suele expedir un documento, el billete, título de legitimación activa del
pasajero, y medio probatorio del contrato. Aunque, existe la posibilidad de que el
contrato de transporte sea total y absolutamente consensual, sin expedición de
documento ad probationem (transporte discrecional).
El elemento precio tiene un matiz especial, pues salvo en el caso de los
transportes privados, en los públicos habrá de determinarse conforma a tarifas fijadas
por la Administración (arts. 66 y ss. RGTT). No cabe la menor duda del carácter
oneroso del contrato de transporte de viajeros, sin perjuicio de que existan casos de
carácter gratuito (transportes interesados, de cortesía…). El transporte interesado bien
puede equipararse al oneroso, por el interés del porteador; los otros plantean
problemas en orden a la determinación de una posible
responsabilidad
del
transportista en caso de daños, la cual habrá de ser ejercitada por los trámites de la
responsabilidad extracontractual, sin perjuicio de la prevista en las normas de
circulación y el resarcimiento que pueda obtenerse por los seguros obligatorios.
Los contratos de transporte de viajeros se entenderán convenidos conforme a
las cláusulas del contrato tipo establecido por la Administración a través de la
expedición del billete (art. 24 LOTT). Estas cláusulas o condiciones tienen carácter
supletorio en el transporte discrecional, donde prevalece el pacto entre las partes.
Con excepción de los supuestos donde entre pasajero y porteador no medie
relación extracontractual alguna (transporte discrecional o regular de uso especial), la
responsabilidad del porteador tendrá carácter contractual, subjetivo e ilimitado, donde solo
podrá exonerarse en supuestos de fuerza mayor o de culpa de un tercero. Este régimen
general posee dos importantes excepciones: a) la derivada del régimen de responsabilidad
objetivo establecido en el RDL 8/2004 (sobre responsabilidad civil y seguros en la
circulación de vehículos a motor); b) y la prevista en la LDCU.
La responsabilidad del porteador alcanza tanto los daños personales (lesión,
muerte…), como los materiales y morales, tanto por el accidente como por retraso,
cancelación o interrupción injustificada. Paralelamente a lo que sucede en el
transporte de mercancías con la obligación de custodia, rige aquí una obligación de
vigilancia.
Mención especial merece el sistema de responsabilidad consagrado en el
Reglamento (UE) 181/2011, aplicable a los servicios regulares indeterminados, donde
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se establece de forma imperativa las medidas compensatorias y asistenciales que
habrán de prestarse en caso de lesiones o muerte del viajero, así como en los
supuestos de incumplimientos contractuales. Régimen jurídico que presta especial
atención a las condiciones especiales de los viajeros con movilidad reducida.
Normalmente, el transporte de viajeros obliga al porteador a conducir también
su equipaje en la misma expedición. La responsabilidad por daños el equipaje estará
limitada, salvo casos de dolo o declaración del valor, a un máximo de 14.5 € por
kilogramo de peso (art. 3 RGTT). No parece que este régimen sea aplicable a los
bultos de mano, salvo que el viajero pueda demostrar que los daños se debieron a
negligencia del porteador.
No debemos olvidar la obligación que pesa sobre el porteador de suscribir seguros
obligatorios que den cobertura a los daños ocasionados a los pasajeros.
6. Transportes terrestres especiales. El contrato de mudanza.
La LOTT clasifica los transportes en ordinarios y especiales (art.
66),
atendiendo a la especificidad de su objeto o de su régimen jurídico. En concreto,
considera transportes especiales, aquellos en los que por razón de su peligrosidad,
urgencia, incompatibilidad con otro tipo de transporte, repercusión social u otras
causas similares están sometidos a normas administrativas especiales, e incluso a
autorizaciones específicas. La enumeración legal se considera un numerus apertus,
siendo todo aquel que sea regulado de forma específica por una norma de carácter
administrativo. En cualquier caso, se consideran transportes especiales, el de
mercancías peligrosas, productos perecederos que hayan de ser transportados a baja
temperatura dirigida, el de personas enfermas o accidentadas y el funerario.
El contrato de mudanza es una modalidad de contrato de transporte terrestre
de mercancías con unas características diferenciales derivadas
del
objeto
transportado, de sus obligaciones accesorias y de una regulación especial de las
mismas. Además, es un contrato normalmente con consumidores. La especialidad de
la mudanza conlleva la aplicación preferente de sus normas frente a la general del
transporte terrestre de mercancías.
Es aquel por el que el porteador transporta, carga, descarga y traslada una
serie de objetos enumerados en la propia norma: mobiliario, enseres y sus
complementos (art. 71 LCTTM). Los lugares desde y hacía donde se transportan
también son especificados a modo de lista cerrada: vivienda, local de negocio o centro
de trabajo; si bien se trata de un numerus apertus.
El legislador prevé la posibilidad de acordar prestaciones complementarias,
tales como preparación, armado, desarmado, embalaje y desembalaje de los objetos a
transportar. Por ello, cabe plantearse qué operaciones pueden catalogarse como
complementarias, entre ellas el almacenaje.
La exigencia de documentación del contrato es habitual en los contratos con
consumidores, como una medida más que garantiza su información precontractual y,
por ello, la mejor formación de su voluntad contractual. El contrato de mudanza va a
tener en muchas ocasiones como cargador al destinatario final. Así la documentación
que la norma establece como obligatoria, es el presupuesto que el porteador ha de
presentar por escrito al cargador, antes de la mudanza, y en el que debe constar:
servicios que se prestarán, coste de los mismos, coste del presupuesto, precio total de
la mudanza y especificación de inclusión o no de los gastos que supongan los trámites
administrativos o permisos que sean necesarios. Llama la atención del coste del
presupuesto, pues la LDCU establece la gratuidad de éste.
El inventario de bienes objeto de mudanza es una opción, que al ser exigida
por alguna de las partes habrá de ser cumplida.
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Al señalar las obligaciones del porteador (art. 74), se puede observar cierta
contradicción con lo establecido en el art. 71, pues en éste se configura la operación
de carga y descarga como una obligación esencial o consustancial al contrato de
mudanza mientras que las operaciones complementarias serán pactadas por las
partes; mientras en el art. 74 se ponen al mismo nivel, debiendo de ser asumidas por
el porteador a falta de pacto expreso.
Como deber de información, por parte del porteador, se establece que tendrá
que poner en conocimiento del cargador las normas administrativas que sean
aplicables al traslado pactado, así como informar sobre la posibilidad de concertar un
contrato de seguro que cubra el riesgo de daños, el cual no liberará de responsabilidad
al porteador. Este deber de información es vital para el porteador, pues su
incumplimiento conlleva la no aplicación de las reglas de limitación de su
responsabilidad. En cuanto a las causas y presunciones de exoneración de
responsabilidad, son, junto con algunas específicas, aplicables la generales del
contrato de transporte terrestre de mercancías por remisión expresa (art. 75). Se prevé
la posibilidad de que el legitimado para reclamar demuestre que el daño no fue
causado por los riesgos excluyentes de la responsabilidad del porteador. Por otro lado
se establece que cuando el daño haya sido ocasionado por causa imputable al
porteador, su responsabilidad se limita en la medida en la que su culpa ha contribuido
a la causa.
El limite de indemnización del porteador por daños o pérdidas es superior al
señalado por la ley para el contrato por transporte, tomando como referencia de nuevo
el Indicador Público de Renta de Efectos Múltiples/día y su relación con el metro
cúbico de carga. Es interesante observar como se excluyen de este límite los daños
que sufre el cargador en bienes de su propiedad, distintos de los transportados; para
los que habrá responsabilidad ilimitada.
La acción por pérdida o avería queda condicionada a que el cargador
manifieste por escrito sus reversas el porteador o a sus auxiliares, distinguiendo entre
averías aparentes que deberán manifestarse en el acto, o no aparentes, para la que se
establece un plazo de 7 días.
7. El contrato de transporte con porteadores sucesivos o cumulativo.
Este tipo de contrato, a diferencia de otras modalidades como puede ser el
transporte con reexpedición, el transporte múltiple, o el transporte unitario con
subtransporte, en las que se observa la existencia de una pluralidad de transportista,
implica que existe un contrato único asumiendo cada uno de los transportistas la
responsabilidad por la ejecución íntegra del mismo, aun cuando su intervención directa
se limite a una parte del trayecto. El art. 64 LCTTM establece que el contrato ha de
documentarse en una sola carta de porte, en la que además ha de haberse dispuesto
la ejecución de los diversos trayectos por cada uno de los obligados. Por la
conformación de esta modalidad de contrato, se está ante un tipo de responsabilidad
solidaria, aunque en ningún momento la norma lo explicita. Por otro lado será el propio
art. 64 el que matice este tipo de responsabilidad en el sentido de hacer desplegar su
eficacia siempre y cuando se den unos requisitos claramente expuestos: la obligación
surge para el segundo y siguientes porteadores a partir del precios momento en que
se les hace entrega material de la mercancía y de la carta de porte.
Una vez fijado esto se establece una nueva limitación al ejercicio de la acción
derivada del contrato. Así, la responsabilidad solidaria opera siempre y cuando se
cumpla además la siguiente condición: solo podrá dirigirse la acción contra un
porteador que no sea el primero o el último, en el caso en que el daño causado a la
mercancía se haya producido en el trayecto por él llevado a cabo. Esto será en
muchas ocasiones de difícil prueba por parte del cargador o del destinatario, máxime
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si no se hicieron las reservas oportunas por los distintos porteadores, por lo que la
legitimación pasiva en cuanto a una posible responsabilidad solidaria quedaría
reducida al primero y al último de los porteadores por limitación legal. En conclusión, la
responsabilidad que con tan meridiana claridad parecía tener un carácter solidario,
pierde eficacia y efecto de protección para el acreedor del contrato.
El porteador frente al que se haya entablado la reclamación y se haya visto
obligado a pagar una indemnización según lo establecido en la LCTTM, tendrá
derecho a repetir contra el resto de porteadores. El porteador sobre el que se ejerce el
derecho de repetición no podrá formular protesta o promover discusión porque el
porteador frente al que en primer término se presentó la reclamación pagará cuando la
indemnización fuera fijada judicial o arbitralmente, habiéndole informado del proceso y
de su derecho a intervenir en éste.
TEMA VII.- EL CONTRATO DE TRANSPORTE TERRESTRE: EL
TRANSPORTE DE MERCANCÍAS Y VIAJEROS POR FERROCARRIL. EL
TRANSPORTE MULTIMODAL
1. El transporte por ferrocarril: del monopolio a la liberalización.
El elevado coste de las infraestructuras de transporte y de los propios vehículos
han servido como fundamento, hasta prácticamente el año 2005, a la consideración
del transporte ferroviario como servicio público, explotado en régimen de monopoli o
por la empresa pública RENFE.
La pérdida de competitividad del sector y las políticas comunitarias orientadas a
la creación de un mercado único ferroviario europeo provocaron un importante cambio,
y generaron la adopción de un considerable número de disposiciones legales cuya
finalidad era la liberalización del sector. Se planteaba la necesidad de contar con una
industria ferroviaria competitiva y potenciar su uso en el transporte de mercancías,
siendo necesario acabar con el monopolio y con la consideración de transporte
público. Para ello se hacía imprescindible separar, por un lado, la infraestructura, por
otro el servicio, y, por último, el control, pues no puede olvidarse que la concepción
clásica de servicio público vulnera las exigencias establecidas por el Derecho
comunitario de libre competencia.
Se pretende, por otro lado, lograr la convivencia perfecta entre la liberalización
del sector y las garantías en cuanto a la seguridad y calidad en la prestación de los
servicios de transporte ferroviario, pretendiendo que todo esto no genere una
elevación de los costes que han de satisfacer los viajeros.
La primera norma en tal sentido fue la Directiva 91/440/CEE, que impuso la
separación contable entre infraestructuras y servicios. A la que siguieron dos
Directivas más en el año 1995, las que no tuvieron el efecto deseado, por lo que en el
año 2001 se aprobó el primer paquete ferroviario, formado por cuatro Directivas que
tenían como objetivo primordial la regulación de las infraestructuras ferroviarias y
facilitar que las empresas pudieran acceder a ellas en condiciones de igualdad,
transparencia y objetividad.
En el mismo año se elaboró el Libro Blanco “La política europea del transporte
de cara al 2010”, lo que originó el segundo paquete ferroviario en 2004, con tres
Directivas y un Reglamento, cuyo objetivo era la consecución de un espacio europeo
ferroviario integrado. Finalmente se aprueba un tercer paquete en 2007, centrado en la
consecución de la apertura del mercado.
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En nuestro ordenamiento jurídico, el hito en la materia lo constituye la Ley
39/2003 del Sector Ferroviario (LSF) y su Reglamento, el Real Decreto 2387/2004
(RSF). Sin que podamos olvidar la Ley de libre prestación de servicios ni la LES, así
como el Real Decreto-Ley 12/2002 y el Real Decreto-Ley 4/2013.
A pesar de la liberalización que se consigue con las disposiciones citadas y,
especialmente, con la LSF, no se puede dejar de reseñar el importante elenco de
facultades que la misma atribuya a la Administración. Así a la Dirección General de
Ferrocarriles se le encomienda el otorgamiento de licencias y las labores de
inspección. A la Administración de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF), que ha
reemplazado a RENFE en la administración y gestión de infraestructuras, construcción
de otras nuevas y adjudicación de la capacidad de infraestructuras.
RENFEoperadora, será el organismo público encargado de la prestación del servicio. El
Comité de Regulación Ferroviaria será el organismo encargado de garantizar la
pluralidad de operadores, controlar el mercado y resolver los conflictos que puedan
surgir en el mismo.
2. El contrato de transporte de mercancías por ferrocarril.
A. Régimen jurídico nacional del transporte de mercancías por ferrocarril.
Hasta 2009 no existía un tratamiento uniforme del contrato de transporte de
mercancías por ferrocarril, lo que provocó que las disposiciones de carácter
administrativo regulasen aspectos relacionados con el contrato que analizamos.
El porteador es una persona a la que se imponen determinados requisitos
precisamente establecidos en la LSF. Así, la actividad de las empresas ferroviarias se
condiciona a la obtención de la correspondiente licencia (art. 44 LSF), previa
acreditación del cumplimiento de los requisitos establecidos en el art. 49 y ss LSF. Se
prevén igualmente las consecuencias del incumplimiento de las mencionadas
exigencias, que se concretan en la suspensión y, en casos de gravedad, la pérdida de
la licencia. No hay que olvidar tampoco la referencia que el legislador realiza al
cumplimiento de las adecuadas medidas de seguridad en la ejecución del transporte.
Sentada esta base de especialización por el medio utilizado para el transporte
no se va a reproducir el régimen jurídico que en relación al transporte de mercancías
por carretera aplicable al realizado por ferrocarril, sino que se va a poner de relieve
aquellas especialidades.
La primera especialidad está en el art. 33 LCTTM, respecto de los plazos de
entrega de las mercancías. Así frente al criterio que rigen en el transporte por carretera
(acuerdo expreso o en su defecto diligencia del porteador y razonabilidad del plazo),
en el transporte ferroviario el legislador establece de forma expresa el plazo máximo,
salvo que las partes hayan establecido expresamente otro plazo. El plazo legal puede,
además, ser modificado por el porteador, en los casos en el que existan líneas con
diferente ancho de vías, por mar o por carretera, cuando no exista conexión ferroviaria,
o cuando concurran circunstancias extraordinarias.
La segunda especialidad está en el art. 47 LCTTM que regula los supuestos de
responsabilidad del porteador, contemplando tanto los daños ocasionados por éste,
como los que se deriven de actuaciones de sus auxiliares o dependientes. Este
régimen será de aplicación preferente al previsto en el RSF (arts. 91 a 94).
C. El contrato de transporte internacional de mercancías por ferrocarril.
La regulación se contiene en el Convenio de Berna de 1980, modificado por última
vez por el Protocolo de Vilna (1999).
Este Protocolo se divide en varios cuerpos normativos. El primero establece la
organización internacional de los transportes por ferrocarril. El segundo sobre
privilegios e inmunidades de la organización. Le siguen los Apéndices A y B, relativos
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al contrato de transportes de viajeros y su equipaje ( Reglas CIV) y de Mercancías
(Reglas CIM). Las Reglas CIM presentan una importante similitud con las normas
sobre transportes de mercancías por carretera (Convenio CMR), resultando de
aplicación al contrato de transporte ferroviario de mercancías.
Se aplican a los contratos onerosos y al transporte internacional, es decir
donde la recepción y entrega se produce en dos países distintos y alguno uno de ellos
es miembro del Convenio.
Las Reglas CIM son normas de carácter imperativo, que solo podrán ser
alteradas en los supuestos previstos en las mismas. De hecho, cualquier cláusula que
las contravenga será considerada nula. Esto no es óbice para que el transportista
pueda asumir obligaciones y responsabilidades superiores a las previstas en ellas.
El contrato se documenta, ad probationem, del estado y circunstancias de las
mercancías cuando el porteador las recibe en la carta de porte, con arreglo a un
modelo uniforme. Como en el transporte internacional por carretera la carta de porte
hace fe de las condiciones del contrato de transporte y de la recepción de las
mercancías por el transportista, así como del estado de las mismas y de su embalaje,
debiendo tenerse en cuenta el derecho de comprobación inicial que asiste al porteador
(derecho, que no obligación, a diferencia de la CMR).
En cuanto al contenido del contrato, antes de iniciarse el transporte, las Reglas
imponen junto a la obligación de emitir y entregar la carta de porte, la de entrega de
las mercancías al porteador, remitiendo a la voluntad de las partes la determinación de
a quien compete la carga y descarga y estableciendo que a falta de pacto corresponde
al transportista. Se imputa al expedidor la responsabilidad por cualquier daño que
pueda ocasionarse al transportista la carga defectuosa, así como por los daños o
defectos en el embalaje.
No se obliga al transportista a verificar el estado de las mercancías. Si lo hace,
tendrá derecho a efectuar en la carta de porte las reservas que estime. Se consagra,
en este sentido, el derecho del expedidor a exigir que se compruebe la mercancía en
aquellos casos en los que efectúe la carga, previéndose que el porteador solo podrá
negarse sino posee los medios para ello. Los gastos, en tal caso, serán de cuenta del
expedidor, debiendo dejar constancia en la carta.
El transporte deberá llevarse a cabo en los plazos previstos en el art. 16, salvo que
las partes hayan acordado otros distintos, o que el transportista fije plazos suplementarios
si se dan las circunstancias previstas en el precepto citado. Sobre el expedidor recae el
cumplimiento de las obligaciones o formalidades aduaneras.
La entrega al destinatario de las mercancías y de la carta de porte deberá
efectuarse conforme el art. 17. Entregada la mercancía el destinatario podrá exigir la
comprobación de los efectos en destino sin considera que no se encuentran en las
condiciones consignadas por el cargador, autorizándole a rechazar la mercancía,
incluso después de haber aceptado la carta y pagados los gastos. Tratándose de
daños no aparentes, el plazo para pedir la comprobación es de 7 días. Ello, sin
perjuicio de levantar un acta de comprobación.
Las Reglas CIM regulan de forma detallada el procedimiento que ha de llevarse
a cabo cuando se plantean impedimentos para realizar el transporte o para efectuar la
entrega. En el primer caso, se prevé la posibilidad de que el transportista transporte
las mercancías modificando el itinerario o consulte el derechohabiente al respecto. De
no recibirse instrucciones en un plazo razonable, el transportista adoptará las medidas
más favorables a los intereses de quien tenga que disponer de las mercancías.
Cuando existan impedimentos en la entrega se impone al transportista la
obligación de comunicarlo sin demora al expedidor, pidiéndole instrucciones, salvo que
éstas se hayan consignado en la carta de porte.
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El art. 22 contempla tres importantes derechos del porteador: a) resarcirse de
los gastos que le ocasiones el incumplimiento de las obligaciones; b) poner las
mercancías a depósito de un tercero; c) proceder a la venta de los ef ectos, conforme a
las normas del lugar donde se hallen, cuando la naturaleza de la mercancía o su
estado lo justifique o cuando los gastos de custodia sean desproporcionados en
relación con su valor. El importe de la venta, deducidos los gastos, se pondrá a
disposición del derechohabiente.
Las reglas CIM consagran, en términos semejantes al Convenio CMR, la
responsabilidad del porteador por pérdidas, averías o retrasos. Por otro lado, no
cualquier daño va a ser indemnizable, se parte de daños de cierta entidad, de tal forma
que el transportista no responderá de las mermas normales y tolerables en el
transporte por ferrocarril. Tampoco será responsable si prueba que concurren las
causas de exoneración previstas en el art. 23, es decir, que sean culpa del
derechohabiente o circunstancias que el transportista no ha podido evitar.
La determinación de la cuantía de las indemnizaciones y, por tanto, la limitación
de la responsabilidad del porteador, se establece de forma detallada en función del
hecho determinante de la responsabilidad: pérdida en el art. 30, avería en el 32,
retraso en el 33. Se tomarán en consideración el valor de las mercancías en el
momento en que el porteador las recibe, salvo declaración de interés o declaración de
valor. El cualquier caso, el porteador pierde el derecho a beneficiarse de las
limitaciones cuando se pruebe que el daño se ha ocasionado por un acto u omisión
cometido por el transportista de forma intencionada o temeraria.
El tratamiento de la regulación de la legitimación para el ejercicio de acciones
se realiza en las Reglas de forma más profusa que en el Convenio CMR. La
competencia judicial se determina por sumisión de las partes a la jurisdicción de un
Estado miembro del COTIF o, en su defecto, conforme a las reglas del art. 46 . Una vez
ejercitada la acción no podrá accionarse por la misma causa entre las mismas partes,
salvo que la sentencia no pueda ejecutarse en el Estado que se pretende accionar.
No se refiere el legislador internacional al recurso al arbitraje como mecanism o
de resolución de conflictos en el transporte de mercancías por ferrocarril, lo que ha
sido interpretado por la doctrina como una prohibición. Sin embargo, la Cátedra no
comparte esta opinión, por no entender el silencio como una prohibición legal.
3. El transporte de viajeros por ferrocarril: régimen nacional e
internacional.
El transporte de viajeros por ferrocarril posee un régimen jurídico complejo, en el
que conviven normas internacionales (Reglas Uniformes CIV) y comunitarias
(Reglamento 1371/2007, sobre derechos y obligaciones de los viajeros por ferrocarril).
Así, por imperativo legal del art. 4 del Reglamento, la celebración y ejecución de un
contrato de transporte y el suministro de información y billetes se regirán por las
disposiciones de las Reglas CIV. Igualmente se acogerá a las citadas reglas el
régimen de responsabilidad respecto de los pasajeros y sus equipajes.
Por otro lado, habrá que tener en cuenta la LSF, en todo lo que no contradiga a
la normativa comunitaria. El Reglamento 1371/2007 se ha constituido en la norma
fundamental en la materia.
El contrato es aquél por medio del cual el transportista se compromete a
transportar al viajero, así como, en su caso, a su equipaje y vehículo, al lugar de
destino y a entregar a estos objetos en dicho lugar. Es un contrato consensual,
adquiriendo el billete valor ad probationem, de tal forma que la falta, irregularidad o
pérdida del mismo no afecta a la validez ni a la eficacia del contrato. El billete hará fe,
salvo prueba en contrario, de la conclusión y contenido del contrato. Las personas que
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porten el título de transporte están legitimadas para utilizarlo, eximiendo de esta
obligación a los menores de 4 años, motivo por el cual se debe conservar el billete. La
LSF califica como infracción leve viajar sin título, usarlo de forma indebida o viajar en
lugares diferentes al especificado en el documento. Las Reglas CIV prevén la
posibilidad de pagar un sobreprecio en caso de no presentar el título válido, indicando
que la negación a pagarlo podrá excluirlo del transporte.
Distinto del billete es el talón de equipaje que, salvo prueba en contrario, hace
fe de la facturación del mismo y de las condiciones de su transporte. Su pérdida
tampoco afecta a la existencia o validez de los acuerdos sobre equipajes facturados.
En orden al equipaje, se prevé que el viajero solo podrá llevar consigo los bultos
de mano así como animales vivos, salvo que puedan molestar o incomodar a los
viajeros o puedan causar un daño, debiendo facturar el equipaje que le permitan las
condiciones generales del contrato.
Es obligación de la empresa la información sobre las condiciones del viaje,
sobre todo lo concerniente a horarios y tarifas; así como el establecimiento de los
mecanismos que permitan tramitar reclamaciones a los viajeros. La entrega del
equipaje deberá efectuarse contra entrega del correspondiente talón y, en su caso,
contra el pago de los gastos que graven el envío. En caso contrario, el transportista no
está obligado a la entrega a no ser que el viajero justifique su derecho, pudiendo el
transportista exigir una fianza.
El viajero asume como obligación fundamental abonar el precio del billete y
conservar el título de transporte; además deberá mantener un comportamiento
correcto y someterse a los controles de seguridad correspondientes. El art. 9 CIV
contempla la posibilidad que queden excluidos durante el viaje aquellos viajeros que
representen un peligro para la seguridad, o para el buen funcionamiento de la
explotación, así como aquellos que incomoden de manera intolerable a los demás
viajeros. Los viajeros expulsados no tendrán derecho a la devolución de lo pagado.
El legislador comunitario ordena la aplicación del régimen de responsabilidad
previsto en las Reglas CIV. Establece la responsabilidad del transportista por los
daños resultantes de la muerte, lesiones o cualquier otro daño sobre el viajero,
causado por un accidente en relación a la explotación ferroviaria. Se prevén tasadas y
objetivas las causas de exoneración de la responsabilidad fundadas en circunstancias
ajenas a la explotación ferroviaria que no se hayan podido evitar o
cuyas
consecuencias no se hayan podido obviar, a comportamientos del propio viajero o de
un tercero, igualmente inevitables.
Las acciones por responsabilidad se disciplinan conforme el régimen previsto en
el CIV. Se trata de una responsabilidad contractual que prescribe a los 15 años.
En cuanto al incumplimiento de horarios, solo contemplan supuestos de demora
irrazonables que impide la continuación del viaje en el mismo día, señalando que el
porteador solo podrá exonerarse cuando concurran circunstancias que no ha podido
evitar o impedir, por culpa del viajero o de un tercero que no se ha podido evitar. En
estos casos se limita a exigir el cómputo de los daños y gastos razonables de
alojamiento y comunicación, remitiendo al Derecho nacional el resarcimiento de otros
posibles daños. En relación a la demora, si el retraso es superior a 70 minutos, el
viajero tendrá derecho al reintegro y la conducción hasta el destino final por vía
alternativa.
4. El contrato de transporte multimodal.
La LCTTM regula el denominado transporte multimodal (arts. 67 a 70). Se
define como aquél celebrado por el porteador y el cargador, para trasladar las
mercancías por más de un modo de transporte, siendo uno de ellos el terrestre, y con
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independencia del número de porteadores que intervengan. Lo relevante no es como
se lleve a cabo el transporte, sino como se ha concertado. Por otro lado, no es
necesaria la concurrencia de varios porteadores.
La doctrina critica su ubicación sistemática, así como la carencia de un tratamiento
uniforme a nivel internacional. Hay que ser consciente que la LCTTM no regula el marco
jurídico, sino la regulación del contrato de transporte multimodal. Se considera aplicable al
transporte multimodal la normativa propia de cada modo de transporte. La protesta por
pérdidas, avería y retraso se realizará según la normativa aplicable con independencia del
régimen de responsabilidad.
El régimen supletorio aplicable en aquellos supuestos en los que no pueda
determinarse la fase en la que se produjeron los daños, será el establecido en LCTTM.
TEMA VIII.- CONTRATOS Y MERCADOS FINANCIEROS.
1. La economía financiera y su regulación.
A. El dinero y la contratación financiera.
El dinero sirve, ante todo, como unidad de cuenta o medida con la que se
calcula el valor de bienes y servicios. En segundo término, el dinero tiene valor de
cambio o adquisitivo: es algo que se acepta a cambio de bienes y servicios o, dicho de
forma sencilla, en un medio de pago; y, por eso, sirve como depósito de valor.
Junto al dinero legal y de pleno poder liberatorio (moneda o papel), existe el
dinero bancario, que representa la mayor parte de la masa monetaria existente en las
economías desarrolladas. Más reciente es la existencia y utilización del llamado dinero
electrónico, esto es, de otro medio de pago caracterizado por que su valor o importe
se “almacena” en un soporte electrónico y va reduciéndose conforme se utiliza.
La generalización del dinero y el paso a una economía dineraria desarrollada,
abre el camino a la economía financiera. Los contratos financieros se caracterizan
por ceder y transmitir financiación, esto es, dinero o el derecho a obtenerlo, a
cambio de conferir, a quien lo proporciona, ciertos derechos patrimoniales. A
esos derechos patrimoniales se les denomina activos (derechos) financieros, y a las
correspondientes obligaciones, pasivos financieros.
La contratación financiera articula, pues, la cooperación entre sujetos que
precisan financiación y sujetos que pueden concederla. Debiendo distinguirse de otras
contrataciones financieras, como la contratación de servicios financieros, la
contratación secundaria o derivativa de activos financieros y la contratación de
derivados.
B. Los mercados financieros.
La contratación financiera (sea primaria, accesoria, secundaria o derivada) es
el resultado del despliegue de la autonomía de la voluntad de los sujetos interesados
en realizarla. Ahora bien, el mercado financiero, al igual que sucede con el mercado de
bienes y servicios, no es único, pudiendo distinguirse una pluralidad de ellos en
función de distintos criterios:
a) Según la clase de contratación se distinguen entre: a) mercados principales,
primarios o de emisión; b) mercados complementarios, que incluye a los mercados
de servicios financieros, a los mercados secundarios, y a los mercadosderivados.
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b) En atención a las características de financiación contratada, los mercados
principales puede ser objeto de distintas clasificaciones:
- Se diferencia entre mercados de dinero y mercados de capital. Los
mercados de dinero se orientan a la captación de financiación a corto plazo, mientras
los de capital lo hacen a medio o largo plazo.
- De mayor importancia es la distinción entre mercados intermediados y los
mercados no intermediados. En estos últimos la contratación se realiza de forma
directa entre oferentes y demandantes (mercado de valores p. ej.), mientras que en lo
primeros existe un tercer que capta los recursos y después los cede (mercado
crediticio p. ej.).
- En atención a cómo se realiza la contratación financiera se diferencian los
mercados organizados y los no organizados. Existe mercado organizado cuando
existe un conjunto de medios materiales y personales predispuestos para facilitar la
oferta y la demanda. En el no organizado el encuentro entre oferta y demanda se
produce al margen de una organización específica.
C. Función económica de la contratación y de los mercados
financieros.
Aunque la teoría económica asigna múltiples objetivos al sistema financiero,
basta con señalar que la función básica es la de suministrar recursos dinerarios a
aquellos sujetos, públicos o privados, que lo requieran para atender a sus
necesidades, utilizando los que, en un momento determinado, no precisan otras
entidades o sujetos. Ello no es baladí, pues el sistema financiero amplia la capacidad
del sistema económico para generar bienes y servicios, esto es, para satisfacer las
necesidades de sus integrantes.
El cumplimiento eficiente de esta función exige la concurrencia de ciertas
condiciones o presupuestos. Desde un punto de vista cuantitativo los mercados
precisan de profundidad, amplitud y flexibilidad. Desde un punto de vista cualitativo
requiere transparencia y competencia.
Junto a su función básica o intrínseca, el sistema financiero desarrolla otros
dos cometidos de gran importancia: a) el control de la inflación y la estabilidad de
precios, a través de determinadas actuaciones; mediante la adquisición de activos por
el Banco Central (aumento de liquidez), o su transmisión (reducción de liquidez). b) El
papel que juega en el régimen general de pagos entre los diferentes operadores
económicos, relegando a los pagos en efectivo a un papel casi residual, con el
consiguiente incremento de la seguridad y el ahorro de gastos.
D. Regulación de los mercados financieros.
a) Fundamentos de la regulación.
Un mercado financiero eficiente es el resultado, no siempre plenamente
conseguido, de una acción normativa que haga posible la concurrencia de aquellas
premisas necesarias para el cumplimiento de las funciones que se le asignan.
Aunque es difícil sentar criterios generales, dadas las diferencias entre los
mercados, si puede considerarse objetivo básico de toda esa regulación es la
protección y potenciación de la actividad financiera. La labor del ordenamiento
consistirá en crear ciertas condiciones de seguridad que reduzcan a límites aceptables
los riesgos de los inversores y los costes de las operaciones.
En segundo lugar destaca el conjunto de disposiciones que definen el estatuto
y regulan las actividades de las entidades financieras . En tercer lugar, deben citarse
las normas que atienden a la regulación de las relaciones que se conciertan entre las
partes y, especialmente, a los aspectos técnicos del establecimiento y funcionamiento
de los mercados organizados que resultan decisivos para garantizar la seguridad
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jurídica y la eficiencia económica de las transacciones que en ellos se realizan. Puede
citarse un último bloque, de carácter administrativo, referido a los entes públicos
encargados de supervisar y controlar el cumplimiento de las normas anteriores y la
actuación de las entidades financieras (Banco Central y CNMV).
Estas disposiciones tienen, en la mayoría de los casos, carácter coactivo o
imperativo, esto es, no se ponen a disposición sino que se imponen a los sujetos a los
que afectan. El sistema financiero y los mercados financieros se constituyen, así, en
un sector regulado en el que la autonomía de la voluntad y la libertad de empresa
encuentran, además de los límites del licitum agere, otros derivados de su necesaria
adecuación al interés general o público consistente en un adecuado desenvolvimiento
de la actividad y de los mercados financieros; una y otra se sujetan, por ello, a una
supervisión administrativa, y se ejercitan en un marco organizado por normas
imperativas, cuya violación determina la existencia de infracciones y sanciones
administrativas.
b) Fuentes de la regulación.
La regulación de los mercados financieros se lleva a cabo mediante un sistema de
fuentes ciertamente complejo. Por una parte, a medida que las relaciones e intercambios
económicos desbordan los ámbitos estatales, se acentúa la tendencia hacia una
regulación supraestatal. Así ocurre con la Unión Europea, en la que, al margen del hito
fundamental que supone la unificación de las divisas y la política monetaria, se han
alcanzado otros logros de gran importancia.
Pero, sin duda, en la medida en que los mercados siguen teniendo una base
estatal, es la legislación nacional la que presenta una mayor importancia y peso
regulador. Entre sus características más sobresalientes se destacan:
a)
la
concurrencia competencial con una normativa autonómica; b) el recurso de la potestad
reglamentaria; c) la existencia de reglas privadas; d) y la existencias de sectores
normativos diferenciados, pudiendo destacarse, el Derecho del Mercado de valores.
c) Entes administrativos con competencias en la materia: el Banco de España y
la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
- El Banco de España.
Naturaleza y régimen jurídico. Integrado en el Sistema Europeo de Bancos
Centrales, se configura como una entidad de Derecho público, con personalidad
jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de sus fines, actúa con
autonomía de la Admón. General del Estado, desempeñando su función administrativa
con arreglo al régimen jurídico de las Administraciones Públicas y sometido al
ordenamiento jurídico privado en sus demás actuaciones.
Su singularidad más importante es su doble condición institucional, por un lado
es un ente integrado en la Admón. del Estado; por otro es parte del Sistema Europeo
de Bancos Centrales.
Funciones. Está la ejecución de las orientaciones e instrucciones de la política
monetaria del Banco Central Europeo. También ha de apoyar la política económica
general del Gobierno español y promover el buen funcionamiento y estabilidad del sistema
financiero.
- La Comisión Nacional del Mercado de Valores.
Naturaleza y régimen jurídico. Es un ente de Derecho público, con personalidad
jurídica propia y plena capacidad pública y privada. Actuando en su función administrativa
con arreglo al régimen jurídico de las Administraciones Públicas y sometido al
ordenamiento jurídico privado en sus demás actuaciones.
67
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Funciones. Le compete la supervisión y control de los mercados de valores,
debiendo velar por su transparencia, la correcta formación de precios y la protección
de los inversores. Está facultado para la concesión o tramitación de las autorizaciones
requeridas para determinadas actividades. Tiene atribuida la facultad para que los
mercados dispongan de información suficiente (disclosure), correspondiéndole llevar
diferentes registros públicos, así como publicar o difundir los hechos o informaciones
que puedan afectar a determinados valores y su precio. Se le atribuyen las
competencias de supervisión, inspección y sanción.
Al igual que el Banco de España, la Comisión podrá dictar, para el desarrollo y
ejecución de normas generales, y si cuenta con la habilitación expresa, disposiciones
reglamentarias denominadas circulares.
2. La actividad crediticia y las entidades de crédito.
A. Noción y clases de entidades de crédito.
La actividad crediticia es aquella modalidad de actividad financiera que realizan
ciertas empresas especializadas (entidades de crédito), consistentes en la captación
de fondos del público, mediante depósitos, préstamos u otros contratos que comportan
la obligación de su restitución, y en el empleo de los fondos conseguidos en la
concesión de créditos por cuenta propia.
Nuestro ordenamiento reserva en exclusiva esa importante actividad a los bancos,
cajas de ahorro y las cooperativas de crédito, que pueden calificarse como entidades de
crédito en sentido estricto o material. Junto a ellas, cabe hablar de otras entidades de
crédito en sentido amplio o formal.
a) Entidades de crédito en sentido estricto (entidades de depósito).
-
Bancos.
El elemento diferenciador es su condición de sociedad anónima. El titular de la actividad
crediticia es, en este caso, una persona jurídica. Su constitución requiere una específica
autorización administrativa.
-
Cajas de ahorro.
Son entidades de crédito que ofrecen una acusada singularidad derivada de su
origen y naturaleza fundacional.
En cuanto a la estructura de su capital, deben crearse con un fondo dotacional
mínimo, para solventar, o al menos, paliar las limitaciones que su peculiar naturaleza
impone a las eventuales exigencias de una mayor capitalización. Se establece una
atribución de derecho de voto en proporción al porcentaje de las cuotas respecto del
patrimonio neto; su regulación establece que la cuantía de las cuotas no puede
superar el 50% del total del patrimonio. La rigidez de la estructura de capital de las
Cajas de ahorro y la crisis económica han conllevado que algunas cajas hayan
recurrido a los llamados Sistemas Institucionales de Protección (SIP).
Los órganos de gobierno de las Cajas de Ahorro son la Asamblea General, el
Consejo de Administración y las Comisiones de inversión, de retribuciones y
nombramiento, de control y de la obra benéfico-social. Deberán contar además con un
Director General.
En cuanto el régimen aplicable a sus resultados, una vez atendidas las reserv as y
provisiones que, legal o estatutariamente, correspondan y, en su caso, satisfechas
otras asignaciones obligatorias, el sobrante ha de destinarse a obras benéfico-sociales
-
Cooperativas de crédito.
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Pueden clasificarse en dos grandes grupos: a) las cooperativas de crédito agrícola, las
más numerosas e importantes, que pueden utilizar la expresión de cajas rurales; b) las
cooperativas de crédito no agrícola: de carácter industrial y urbano, atienden a las
necesidades de financiación gremial y profesional
b) Otras entidades de crédito. Los establecimientos financieros de crédito.
En estas interesa sobre todos los establecimientos financieros de crédito. Son,
como los bancos, sociedades anónimas especiales. Su característica distintiva está en
que tienen vedada la posibilidad de financiarse con depósitos, al tiempo que su
actividad principal consiste en ejercer las actividades siguientes: a) concesión de
préstamos y créditos; b) factoring; c) arrendamiento financiero y actividades
complementarias; d) emisión y gestión de tarjetas de crédito; y e) concesión de avales,
garantías y suscripción de compromisos similares.
B. Régimen jurídico de las entidades de crédito.
El ordenamiento jurídico ha de proteger los intereses privados que concurren
en el desarrollo de la actividad crediticia. Pero es evidente que el interés de su
correcto funcionamiento no es solo privado, sino también general o público.
Por ello, junto a las normas que regulan las relaciones privadas, existen otras
públicas o administrativas que persiguen que se den las condiciones precisas para
alcanzar esos intereses generales. Entre ellas las normas que reservan la actividad
crediticia a las entidades ya vistas, o las que establecen su regulación específica
tendente a preservar su estabilidad, solvencia y liquidez esenciales.
Esta legislación, muy copiosa y fragmentada, puede resumirse como sigue:
a) Creación y registro.
La creación de las entidades de crédito está sujeta a
autorización
administrativa del Ministro de Economía y Competitividad, previo informe del Banco de
España. La autorización es reglada, sujeta a condiciones que tratan de asegurar que
la entidad nazca con garantía de futuro. Una vez autorizada, deberá constituirse e
inscribirse tanto en el Registro Mercantil, como en un registro administrativo especial,
cuya llevanza corresponde al Banco de España.
Cabe citar que en atención al principio comunitario de reconocimiento de
entidades financieras (pasaporte comunitario) se podrán abrir en España sucursales
de entidades de crédito autorizadas en otro Estado miembro de la Unión Europea, así
como la prestación de servicios de éstas no requerirá autorización previa.
b) Periodo de tutela.
Tras la constitución se inicia un periodo variables durante el cual las entidades
de crédito tienen limitadas determinadas actuaciones o decisiones con el propósito de
extremar las cautelas en las fases iniciales.
c) Normas de solvencia.
Con el fin de garantizar la solidez necesaria en el mercado de crédito, se exige
unos niveles determinados de capital principal, que deben representar al menos un 9%
de la suma total de sus exposiciones y riesgos.
Hasta que la exigencia de capital principal no esté cumplida, las entidades de
crédito están sujetas a determinadas restricciones relativas al reparto de dividendos,
dotaciones, retribuciones… Son también significativas las limitaciones cuantitativas y
cualitativas que pueden imponerse a algunos actos o inversiones.
d) Propiedad y control.
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Conviene recordar que ningún banco podrá contar hasta pasado cinco años
desde su constitución con ningún accionista que supere el 20% de su capital, salvo
que sea otra entidad de crédito. Por otra parte, se impone a quienes alcancen una
participación igual o superior al 5% el deber de comunicarlo a la entidad, así como las
adquisiciones que superen dicho porcentaje están sometidas a la autorización del
Banco de España.
e) Administración y gestión.
La regulación vigente limita la potestad de autoorganización administrativa de
las entidades de crédito, imponiendo una configuración plural y colegiada del órgano
de gobierno. Igualmente, con la legislación vigente, se puede denegar la autorización
administrativa, impedir el nombramiento de Altos Cargos, u originar el cese de
aquellos ya nombrados.
f) Obligaciones de información.
Las entidades de crédito están obligadas a informar extensa y detalladamente
al Banco de España con el objetivo de éste tenga en todo momento un conocimiento
cabal de la situación económica, patrimonial y financiera de la entidad. También están
sujetas a los deberes contables del empresario.
g) Supervisión e inspección de las entidades de crédito.
Corresponde al Banco de España la supervisión e inspección de las entidades
de crédito. Se sirve a tal efecto tanto del análisis de la información que están obligadas
a suministrarles, como de la que puedan recabar. Esta labor se complementa con
inspecciones que permiten corregir anomalías o irregularidades, así como detectar
infracciones.
h) El Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB): la reestructuración
y resolución de las entidades de crédito.
El FROB es una entidad, creada en 2009, que goza de personalidad jurídica
propia y que cuenta, para el cumplimiento de sus funciones, con financiación del
Estado, amén de la que pueda captar de los mercados con garantía de éste. Su
régimen jurídico se recoge en la Ley 9/2012, correspondiendo su gobierno y
administración a una Comisión Rectora formada por 9 miembros designados por el
Banco de España y el Ministerio de Economía y Competitividad.
Su función es la de gestionar los procesos de reestructuración financiera y
patrimonial de las entidades de crédito.
i) La Sociedad de Gestión de Activos.
Es una entidad instrumental destinada a adquirir los activos de aquellas
entidades que lo precisen en el marco de un proceso de reestructuración o resolución.
Esta Sociedad tiene como objeto exclusivo la tenencia, adquisición, gestión y
enajenación de los activos que las entidades en procesos de restructuración y
resolución le hayan transferido.
j) El Fondo de Garantía de Depósitos.
Este Fondo es una entidad dotada de personalidad jurídica pública, con plena
capacidad para el desarrollo de sus fines en régimen de Derecho privado, a las que deben
adherirse todas las entidades de crédito. La función principal del Fondo es garantizar la
devolución de los depósitos constituidos en entidades de crédito, hasta la cantidad máxima
de 100.000€ por depositante.
k) Régimen sancionador.
El Banco de España no solo supervisa e inspecciona, también sanciona las
infracciones cometidas por las entidades de crédito. Las infracciones se clasifican en
70
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muy graves, graves y leves, y las sanciones se imponen, tras
el oportuno
procedimiento administrativo instruido por el Banco de España, bien por el Banco de
España, por el Ministro de Hacienda o por el Consejo de Ministros, según la gravedad
de la infracción. Se permite una doble sanción penal y administrativa por unos mismos
hechos.
3. Los contratos bancarios.
A. Concepto, clasificación y caracteres.
Puede considerarse como contrato de crédito o bancario aquel que se inserta y
mediante el que se desarrolla la actividad típica y específica de intermediación
crediticia. En definitiva, el contrato bancario es el concluido por una entidad de crédito
en el desarrollo de su actividad característica.
Los contratos bancarios se han clasificado tradicionalmente entre contratos u
operaciones bancarias activas o pasivas, según se articulen en una u otra fase de la
actividad crediticia. A éstas se unían un tercer grupo conocidas como neutros o
accesorios. Según la Cátedra esta terminología debe cambiarse, siendo preferible
hablar de contratos u operaciones de financiación, contratos u operaciones de
captación de pasivos y de servicios bancarios de pago, de custodia o garantía.
Pueden subrayarse ciertos caracteres que son generales o comunes a la
mayor parte de los contratos bancarios, interesando señalar: a) son contratos de
empresa y deben ser considerados mercantiles; b) en la mayor parte de los casos son
contratos atípicos; c) normalmente se conciertan utilizando condiciones generales de
contratación predispuestas por las entidades de crédito; d) son contratos de duración e
intuitu personae, que vinculan estrechamente a las partes y en los que juega una
función esencial las exigencias de la buena fe. En relación es este último las entidades
tienen ciertos deberes o prestaciones accesorias, destacando el deber de
documentación y contabilización, y el deber de secreto o de no revelación de datos.
B. Regulación de los contratos bancarios. Criterios de política legislativa.
Nuestra legislación carece de una regulación general de los
diferentes
contratos bancarios, por lo que la autonomía de la voluntad y el acuerdo entre partes
ocupan un lugar central, aunque obvias exigencias prácticas hacen que la contratación
bancaria se realice utilizando, casi siempre, condiciones generales predispuestas por
las entidades de crédito. Al mismo tiempo, el cliente puede ser considerado por la
legislación como consumidor y, por tanto, beneficiario de una especial protección,
recogida tanto en la LCGC como en la LDCU. Junto a las normas generales de
protección, el legislador ha establecido otras específicas:
A. La preocupación por la transparencia del mercado, ha conducido a la promulgación
de determinadas normas que regulan el hacer de las entidades de crédito,
concretamente en los denominados deberes de información y publicidad de las
entidades de crédito, cuyo contenido puede resumirse en:
- En lo relativo a información precontractual las entidades deben facilitar
gratuitamente y con la suficiente claridad toda la información necesaria a sus clientes
para que puedan tomar una decisión.
- Por lo que respecta a la información contractual, las entidades de crédito
deben hacer entrega al cliente de un ejemplar del documento donde se formalice la
prestación o servicio. También harán constar la equivalencia entre la suma de todos
los intereses, comisiones y gastos pagados por el cliente y un tipo de interés efectivo
anual, expresando la denominada Tasa anual equivalente (TAE), esto es, el precio
efectivamente satisfecho por la financiación obtenida.
71
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- En lo relativo a la transparencia e información de las condiciones que
practican, las entidades de crédito deben poner a disposición de los clientes los tipos
de interés, gastos y comisiones que aplican a sus servicios.
- En materia de publicidad deben ajustarse a criterios específicos que
garanticen su claridad y veracidad.
- En relación con el eventual servicio de asesoramiento bancario o financiero
que pueden prestar a favor de sus clientes se requiere que se informe expresamente
al cliente sobre el hecho de que se está contratando dicho servicio y su coste.
- En materia de servicios bancarios vinculados, se exige que las entidades
informen expresa y claramente sobre la posibilidad de contratarlos o no de forma
separada y de los costes.
B. Por otro lado, profundizando en la política de defensa del consumidor o usuario, se
han establecido distintas regulaciones específicas, en síntesis:
- La Ley 16/2011 de Contratos de Créditos al Consumo.
- Ley 2/2011 de Economía Sostenible (LES).
- Ley 22/2007 protección de consumidores de servicios financieros
comercializados a distancia.
- Ley 2/2009 por la que se regula la contratación con los consumidores de
préstamos o créditos hipotecarios y de servicios de intermediación para la celebración
de contratos de préstamo o crédito.
TEMA IX.- LOS CONTRATOS BANCARIOS (I).
1. Contratos de financiación.
A. Noción general y clases.
Dentro de las operaciones de activo, es decir, de operaciones de colocación e
inversión de los recursos de que disponen, las operaciones de financiación se
caracterizan por suponer la concesión de crédito a terceros de manera directa, en
términos bilateralmente negociados y sin mediar suscripción o adquisición de valores
por parte de la entidad de crédito.
Los contratos de financiación (u operaciones activas) pueden clasificarse según
varios criterios: a) según su destino, pueden ser de crédito consuntivo p ara la
satisfacción de necesidades de índole personal o familiar, o de crédito productivo o
empresarial, que a su vez pueden ser de explotación o de inversión. b) en atención al
sector al que se dirigen o destinan se diferencian las operaciones realizadas con el
sector público o el sector privado y el exterior. c) en función de la moneda puede
hablarse de operaciones de moneda frente a operaciones de divisas. d) por el plazo de
vencimiento o devolución se clasifican a corto (hasta un año), medio (uno a tres años)
y largo plazo (más de tres años).
Analizaremos las operaciones activas en función de su
naturaleza,
distinguiendo entre el préstamo, la apertura de crédito y el descuento, que son las
modalidades básicas. Junto a ellas, están otras figuras contractuales más modernas,
como el leasing o el factoring.
2. El contrato de préstamo.
A. Consideración general.
Desde antaño, el préstamo simple o mutuo ha sido un contrato ampliamente
utilizado, hasta el punto de ser objeto de atención por el legislador mercantil que le
72
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dotó de una regulación ad hoc1, distinta de la común o general contenida en el CC.
Pero, en la medida en que la financiación se ha ido concentrando en torno a entidades
especializadas, el contrato de préstamo, civil o mercantil, se ha ido sustituyendo por el
préstamo bancario.
B. El contrato de préstamo mercantil y el préstamo bancario. Notas definitorias
y caracteres.
El art. 311 CCom vincula el carácter mercantil del préstamo a una doble
circunstancia: a) que una de las partes sea comerciante; b) y que las cosas prestadas
hayan de destinarse a actos de comercio. El TS declaró que los préstamos bancarios
tendrán, en todo caso, carácter mercantil, aunque se hagan a favor de personas
ajenas al comercio. El carácter mercantil del contrato reside en la intervención de un
empresario del mismo: el préstamo será mercantil cuando se realice por quien tenga
como objeto de su actividad la concesión de préstamos.
El préstamo mercantil ofrece los siguientes caracteres: a) es un contrato real,
que exige para la perfección la entrega de la cosa prestada; b) unilateral, porque solo
genera obligaciones para el prestatario; c) traslativo de dominio, porque las cosas
prestadas salen de la propiedad del prestamista para ser adquiridas por el prestatario;
d) y no formal, si bien la forma escrita es necesaria en los préstamos con interés.
En el caso del préstamo bancario, los anteriores caracteres se acomodan a las
exigencias de la moderna financiación crediticia. Por un lado, el contrato se configura
de hecho por las partes como un contrato consensual y bilateral, no siendo habitual
que la entidad de crédito entregue el objeto del préstamo, sino más bien que lo ponga
a disposición del cliente mediante la acreditación del importe a su favor. Por otro lado,
en cuanto a la forma, se documenta siempre por escrito.
C. Objeto del contrato.
El mutuo mercantil puede recaer sobre dinero, valores y especies o cosas
fungibles distintas del dinero y de los valores, lo que permite que pueda hablarse de
préstamo de mercaderías, valores y dinero. El préstamo bancario de dinero es el que tiene
mayor importancia práctica.
D. Efectos del contrato.
De acuerdo con la tesis real y unilateral del préstamo, el prestamista no
asume obligación alguna, puesto que la entrega del dinero o cosa fungible pactada
no es consecuencia del contrato, sino condición para su existencia. Si el préstamo se
configura como consensual y bilateral, el prestamista está obligado a entregar el objeto
del préstamo.
Las obligaciones del prestatario son las siguientes:
- La obligación de restitución de lo prestado. Estando obligado a devolver al
prestamista otro tanto de lo recibido, en el lugar y tiempo pactados o, en defecto de
pacto, pasados 30 días, a contar desde la fecha del requerimiento notarial en el que se
le exija la devolución (art. 313 CCom). El contenido de esta obligación varía según el
objeto del préstamo.
i) Cuando es dinero el art. 312 CCom distingue dos supuestos: a) las deudas
de cantidad o suma, que son la regla general, se cumplen devolviendo una cantidad
igual a la recibida, con arreglo al valor legal que tuviere la moneda al tiempo de la
devolución, pudiendo ser de otra divisa; b) las deudas de moneda específica, para el
caso de que se pactado la devolución en una divisa concreta, deberá devolverse en
igual cantidad o número de unidades de la misma especie que se recibieron.
1
Ad hoc: para esto, para un fin particular.
73
lOMoAR cPSD| 213 082 9
El CCom sigue el denominado sistema nominalista, es decir, debe devolverse el
mismo número de unidades recibido con independencia del incremento o disminución
del poder adquisitivo. Ello no quiere decir que no pueda este sistema derogado
contractualmente.
ii) Cuando se refiere a la obligación de restitución en las otras clases de
préstamo, preocupa al legislador la eventualidad de la desaparición o extinción de los
valores o especie que constituya el objeto, estableciendo que en los préstamos de
crédito o, en general, de valores, pagará el deudor devolviendo otros tantos de la
misma clase e idénticas condiciones o sus equivalentes si aquellos se hubiesen
extinguido, salvo pacto en contrario. En los préstamos en especies o de mercaderías,
deberá devolver, de no mediar pacto en contrario, igual cantidad de la misma especie
o calidad, o su equivalente en metálico si se hubiere extinguido la especie debida.
- La obligación de pagar intereses. El préstamo retribuido obliga al prestatario a
satisfacer el interés remuneratorio o precio del uso del dinero ajeno que se haya
pactado. Aunque para el CCom el préstamo es un contrato naturalmente gratuito, pues
los intereses solo son debidos si se pactan por escrito, en la práctica es siempre, salvo
caso excepcional, retribuido u oneroso.
El CCom define interés a “toda prestación pactada a favor del acreedor”,
pudiendo así distinguir entre interés nominal o teórico que se asigna en estrictos
términos financieros a la financiación, y el real o efectivo, que se satisface tras la
adición de comisiones u otros gastos repercutibles, y que la regulación administrativa
obliga a expresar mediante el cálculo y expresión de la denominada tasa anual
equivalente (TAE).
La legislación mercantil y la administrativa en lo referente al préstamo bancario
autorizan a pactar el interés “sin tasa ni limitación de ninguna especie”. Pero esta
libertad en la tasa o tipo de interés está matizada por la Ley de Represión de la Usura
de 1.908, que declara nulo todo contrato de préstamo que estipule un interés
notablemente superior al normal del dinero y manifiestamente desproporcionado.
El interés puede ser fijo o variable.
La obligación de satisfacer el interés es accesoria de la principal de restitución.
De ahí que desaparezca cuando se extinga la principal.
- Otras obligaciones derivadas del contrato. Con el fin de asegurarse frente al
riesgo de insolvencia sobrevenida del prestatario, es muy frecuente que el préstamo
se garantice personal (firmas o avales de terceros) o realmente (con prendas o
hipotecas). Además en los préstamos bancarios de cierta entidad suelen imponerse
determinadas obligaciones al prestatario mediante las que se regula su conducta y
trata de controlarse su situación económica y financiera (proporcionar información,
auditarse, asegurar determinados bienes o activos…), cuyo incumplimiento determina
en algunos casos una revisión al alza del pago de los intereses o la facultad para la
resolución anticipada del contrato.
E. Intereses de demora.
Distintos de los intereses remuneratorios son los intereses moratorios o de
demora que se ligan al incumplimiento del contrato. Cuando los deudores se demoren
en el pago de sus deudas después de vencidas, deberán satisfacer desde el día
siguiente al vencimiento el interés pactado o, en su defecto, el legal (art. 316 CCom.).
El art. 317 establece “los intereses vencidos no pagados no devengarán
intereses”, prohibiendo de esta manera el anatocismo. Aunque se autoriza a los
contratantes a capitalizar los intereses líquidos no satisfechos que, como aumento de
capital, devengarán nuevos réditos, siempre que se pacte de forma expresa. La regla
tiene como límite la interposición de una demanda, tras la que no se podrá hacer
nuevas acumulaciones de capital. El préstamo civil se diferencia en que no es posible
74
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la capitalización de los intereses y solo devengan los intereses legales desde que son
judicialmente reclamados.
Según la Cátedra el régimen legal de los intereses moratorios debe
considerarse Derecho dispositivo, dentro de los límites que impone la Ley de
Represión de la Usura.
F. Extinción del contrato de préstamo.
Por lo común el préstamo se extingue por el cumplimiento de las obligaciones
contraídas por el prestatario. En la práctica, los contratos configurados como
bilaterales suelen incluir un surtido repertorio de cláusulas que permiten su resolución
anticipada, la cuales, siendo, en principio, válidas, deben analizarse no solo desde la
perspectiva del pacta sunt servanda 2, sino también a la luz de las exigencias de la
buena fe y de las nuevas orientaciones de política legislativa en materia de
contratación bancaria, particularmente en los casos en que el cliente puede ser
considerado “parte débil” del contrato.
G. Préstamos especiales.
A. Préstamo con garantía de valores. Al contrato de préstamo se añade o superpone
en esta ocasión una específica garantía real.
B. Préstamo sindicado. Estamos ante préstamos donde la posición de prestatario la
asumen varias entidades de crédito. De estos préstamos debe destacarse: a) la
importancia que asume la estructuración y preparación de la operación (es decir, la
formación del sindicato de entidades), labor que es desarrollada por el banco “ director”
de la operación; b) en el clausulado asume particular importancia la delimitación de la
posición contractual de cada una de las entidades participantes, existiendo numerosas
y detalladas obligaciones complementarias; c) es también de relieve la labor del banco
agente, coincidente o no con el director, el cual desarrolla por mandato de las
entidades participantes la tarea de procurar la correcta ejecución del contrato y, en
general, efectuar el seguimiento de la relación con el cliente hasta su terminación.
C. Préstamo participativo. Consiste en una financiación ligada a situaciones de
dificultad o de especial apoyo a la entidad receptora. Sus características básicas son:
a) la entidad prestamista percibe un interés variable que se determina en función de la
evolución de la actividad de la empresa prestataria; b) se consideran legalmente como
patrimonio neto a los efectos del régimen legal de reducción de capital y liquidación de
sociedades; c) en punto a la prelación de créditos, los participativos se sitúan después
de los acreedores comunes; d) las amortizaciones anticipadas deben compensarse
con un aumento de fondos propios de igual cuantía, incremento que no puede provenir
de la actualización, ni de la revalorización de activos.
3. La apertura de crédito.
A. Concepto. Función económica y naturaleza jurídica.
La apertura de crédito, que se menciona pero no se regula en el CCom, es un
contrato por el que la entidad de crédito se obliga, durante un cierto plazo y hasta una
determinada cantidad, a poner a disposición del cliente la suma o sumas de dinero que le
demande y a realizar otras prestaciones pactadas en el contrato.
La función económica es asegurar al cliente la disponibilidad (no disposición)
de una cierta suma o crédito de la que podrá hacer uso, durante el tiempo pactado, en
el modo y cuantía que precise. Por ello, le caracteriza una mayor flexibilidad y
elasticidad que el préstamo.
2
Pacta sunt servanda: Los Pactos deben ser observados. Regla jurídica que enseña que lo estipulado por
las partes, ya verbalmente, ya por escrito, debe ser fielmente guardado y cumplido.
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Goza de una propia naturaleza jurídica, sin confundirse con el préstamo. Se
trata también de un contrato definitivo, en la medida que vincula a las partes desde su
conclusión sin que sea precisa ninguna manifestación posterior de voluntad. Los actos
de utilización son meros actos de ejecución o de cumplimiento de la obligación ya
asumida en el contrato.
B. Clases.
La apertura de crédito puede ser simple o en cuenta corriente. Es simple
cuando se concede al acreditado el derecho a disponer por una sola vez, en un acto o
en varios, de la disponibilidad o crédito. Es en cuenta corriente cuando, además de
disponer, el cliente puede, durante el plazo de vigencia, realizar reintegros o
reembolsos, de manera que se recree o reitere en el tiempo la disponibilidad.
Desde otro punto de vista, suele diferenciarse entre aperturas de crédito
propias o a favor del contratante e impropias o a favor de un tercero, la cual es poco
frecuente en la práctica.
Como ocurren en el préstamo, la apertura de crédito suele garantizarse con
garantías personales o reales. En los supuestos de mayor riesgo se suele recurrir también
a la sindicación.
C. Efectos del contrato.
La apertura de crédito es un contrato inequívocamente consensual (no real) y
bilateral, generador de obligaciones para ambas partes.
- Obligaciones de la entidad. Viene obligada a poner a disposición del cliente las
cantidades o a realizar las prestaciones que éste le exija dentro de los límites
cuantitativos, modales y temporales pactados. Toda operación que sobrepase el
montante inicialmente convenido será facultativa para la entidad. El crédito deberá
utilizarse en la manera o modo previstos en el contrato. En la práctica, las entidades
de crédito abren los créditos por períodos de corta duración, por lo
general
prorrogables tácitamente previa liquidación y pago o adeudo en cuenta de la comisión
e intereses devengados. Nada impide la existencia de créditos a largo plazo.
- Obligaciones del acreditado. El acreditado asume normalmente en la apertura
de crédito tres obligaciones: a) la de satisfacer a la entidad las comisiones pactadas
que, como regla general, son la apertura y la de no disposición; b) la de reintegrar a la
entidad el saldo que a su favor arroje la cuenta de crédito al tiempo de su cancelación
y liquidación, debiendo señalar si la amortización puede ser total o parcial; c) la de
satisfacer los intereses que se devenguen.
D. Extinción del contrato y liquidación de la cuenta.
La apertura de crédito se extingue por las causas establecidas en el contrato. A las
ya vistas en el préstamo, quizás deba añadirse que cabe aceptar el desistimiento unilateral
en los supuestos, poco frecuentes, de contratos por tiempo indeterminado, siempre que se
realice con las exigencias de la buena fe, requiriendo de un plazo de preaviso.
Concluido el contrato, procede que el acreditado cumpla la obligación de
reintegrar a la entidad el saldo que, en su caso, resulte a su cargo. En ese momento
asume una gran importancia el llamado “pacto de liquidez”, por el que la entidad puede
fijar o liquidar unilateralmente la cantidad adeudada por el cliente. Esta práctica
bancaria, que encontró desde antaño respaldo normativo y jurisprudencial, se
encuentra en la actualidad regulada por el art. 572 LEC que la admite en relación con
contratos formalizados en póliza o escritura pública.
4. El contrato de descuento.
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A. El descuento. Concepto, función económica y naturaleza jurídica.
Al igual que la apertura de crédito, el descuento es un contrato que, a pesar de
su importancia económica, carece de regulación legal. Puede definirse como aquel
contrato por el que una entidad crediticia anticipa a un cliente el importe de un crédito
pecuniario no vencido que éste tiene contra un tercero, con deducción de un interés o
porcentaje y a cambio de la cesión del crédito mismo “salvo buen fin”.
La finalidad es esencialmente crediticia. Para el cliente representa la posibilidad
de anticipar el importe de sus créditos frente a terceros, permutando un activo (el
crédito) por otro más líquido. Para la entidad de crédito el descuento representa, al
mismo tiempo, un eficaz instrumento de concesión de crédito, el medio acaso más
apto para la movilización e inversión rápida, segura y a corto plazo de los capitales
recibidos en depósito, pues respalda la concesión del crédito a su cliente con la
adquisición del derecho que ostenta frente al tercero. Pero, además, sin esperar a su
vencimiento, la entidad puede a su vez movilizarlos, obteniendo fondos líquidos
mediante su nuevo descuento con otras entidades o con el Banco de España
(redescuento).
Concebido el descuento como una operación crediticia no cabe asimilarlo con
la compraventa ni la cesión de créditos. Se trata de un contrato autónomo, con
fisonomía propia y distinta, que no permite su identificación con ninguna otra figura
jurídica.
B. Clases de descuento.
Tradicionalmente, el descuento se ha referido a créditos incorporados a títulos,
especialmente cambiarios (pagaré y, sobre todo, letra de cambio), pues éstos han sido
durante mucho tiempo los instrumentos típicamente descontables. En la actualidad, el
descuento cambiario ha perdido parte de su importancia, no solo porque la han
perdido los títulos cambiarios, sino también porque se han ido generalizando los
descuentos de crédito.
Existen las llamadas “líneas de descuento”, muy frecuentes en la práctica, en la
que la entidad de crédito se obliga frente a sus clientes a descontar todos los créditos que
se le remitan, dentro de unas características determinadas, hasta el límite fijado.
C. Caracteres y efectos del contrato.
Aunque nada impide que se formalice verbalmente, en la práctica se recurre a
la suscripción de las correspondientes pólizas o escrituras. Conforme a su actual
configuración práctica y a los principios generales del ordenamiento, el descuento
puede caracterizarse como un contrato consensual (no real), bilateral (genera
obligaciones para ambos) y oneroso (cada uno de los contratantes obtiene una ventaja
o beneficio patrimonial).
La principal obligación de la entidad de crédito es la de entregar o poner a
disposición del cliente el importe de los créditos descontados con la deducción
correspondiente al interés pactado o convenido. A cambio de esta financiación el
cliente ha de ceder o transmitir la titularidad del crédito que ostenta contra el
tercero. Esa transmisión no se hace en pago, sino para pago, y, por lo tanto, el tercero
se convierte en deudor de la entidad de crédito. Ahora bien, la obligación del cliente de
restitución a la entidad de crédito del importe descontado está condicionada al impago
del crédito cedido, de modo que la entidad solo podrá exigir a su cliente la devolución
de lo anticipado si el tercero no paga al vencimiento. Por el contrario, si el crédito se
paga, el cliente se libera de cualquier responsabilidad frente a la entidad de crédito.
De ahí la peculiar situación en que se encuentra la entidad de crédito
descontante: por una parte no está obligada a actuar contra el deudor del crédito,
y por otra parte, debe realizar todos los actos necesarios para la conservación del
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crédito descontado. Por lo general, ante el impago por parte del tercero, las entidades
de crédito hacen uso de la cláusula “salvo buen fin”, es decir, exigen directamente de
su cliente la devolución del importe anticipado, reintegrándole, una vez obtenido aquél,
en la titularidad del crédito con el tercero.
D. Extinción del contrato.
El descuento se extingue al vencimiento del crédito descontado, bien por el
pago realizado por el deudor, bien, en caso de impago, por el reintegro del cliente a la
entidad de crédito de la cantidad recibida más los gastos. El pago o reintegro deberán
ser totales. La entidad de crédito no está obligada a admitir pagos parciales.
La acción de la entidad de crédito contra el deudor por razón del crédito está
sometida, en orden a la prescripción, a las normas inherentes a la naturaleza del
crédito mismo. La prescripción de la acción de la entidad de crédito contra el cliente
descontatario es a los 15 años.
Como en los demás contratos de crédito pueden preverse causas de
vencimiento anticipado del contrato que, en principio, conceden a la entidad de crédito
la facultad de exigir la restitución inmediata de los importes anticipados.
5. El contrato de factoring.
A. Noción general.
Es un contrato en virtud del cual un empresario (por lo general una PYME)
asigna los créditos comerciales que ostenta frente a su clientela a otro empresario
especializado (sociedad de factoring), la cual se compromete, a cambio de una
comisión o precio, a prestar un conjunto de diversos servicios relacionados con ellos.
La entidad de factoring se encarga, en primer lugar, de gestionar el cobro de
los créditos que le son asignados y de llevar su contabilidad ( servicio administrativo o
de gestión). Además, y previa solicitud, es habitual que la sociedad de factoring
financie los créditos que le son transmitidos, anticipando su importe antes del
vencimiento, con deducción del correspondiente interés ( servicio de financiación). Por
último, suelen cubrir el riesgo de insolvencia de los clientes del empresario, abonando
a éste el importe de los créditos cedidos que resulten impagados (servicio degarantía)
La relación de factoring está gobernada por el llamado principio de globalidad,
por el cual el empresario se obliga a ceder la totalidad o categorías previamente
determinadas de los créditos que se originen en su actividad profesional. Pero ello no
implica que todos los créditos se beneficien por igual de todas las funciones
desarrolladas por la sociedad de factoring. Los servicios de financiación y garantía
suelen limitarse a los aprobados por la propia sociedad de factoring.
En la práctica, la asignación de los créditos a la sociedad de factoring se
canaliza a través de una transmisión o cesión de créditos, de carácter limitado o plen o,
según lo exija la naturaleza de los servicios requeridos por el cliente.
Se pueden incluir los créditos futuros o no nacidos que puedan originarse en la
actividad empresarial del cedente
Existe una regulación especial que permite la transmisión o cesión de los
créditos en masa. Si bien, se trata de una figura contractual atípica, cuyo régimen de
contratación queda remitido a lo que libremente convengan las partes.
6. El contrato de arrendamiento financiero (leasing).
A. Concepto, clases y naturaleza jurídica.
La operación de leasing requiere tres partes: a) el empresario, usuario o
arrendatario que precisa determinados bienes para su actividad; b) el fabricante o
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vendedor de los bienes en cuestión; c) y la sociedad de arrendamiento financiero o
arrendadora que intermedia en la operación prestando la oportuna financiación al
empresario. A estos efectos, la sociedad de arrendamiento financiero adquiere en
nombre propio el bien, siguiendo las instrucciones del empresario, para después
cederle su uso a cambio de una contraprestación consistente en el pago de cuotas
periódicas. El contrato se suele completar con una opción de compra, ejercitable al
término del plazo.
El leasing presenta en la práctica distintas modalidades. Según la naturaleza
del bien puede ser mobiliario o de equipo e inmobiliario. Cabe asimismo diferenciar
entre leasing de amortización total y parcial, según las cuotas cubran o no la totalidad
de los costes de la inversión realizada. Distinto del leasing propiamente dicho es el
llamado leasing operativo o renting, que en realidad
no
se
diferencia
sustancialmente de un negocio formal de arrendamiento, pues la sociedad de renting
corre con el riesgo de la inversión para ceder los bienes a empresarios por cortos
períodos de tiempo.
En cuanto a su naturaleza jurídica, según la Cátedra no cabe calificarlo como
un arrendamiento, pues la función de contrato no es ceder el uso, sino financiar la
posibilidad de explotarlo o disfrutarlo. Menos aún cabe considerarlo como una
compraventa a plazos, pues la adquisición del bien por el usuario es meramente
eventual y no se produce en todos los casos, aunque no cabe negar que, en el leasing
de amortización total, se producen efectos similares a la compraventa a plazos.
Tampoco puede reputarse como un comodato o préstamo de uso, pues este tipo
negocial exige la gratuidad. Por ello, se estima que el contrato de leasing es un
contrato sui generis3, de carácter financiero, cuya especificidad radica en que la
financiación se presta indirectamente, mediante la realización de la inversión por un
tercero, y su explotación por el interesado.
B. Contenido y extinción del contrato.
El contrato de leasing carece de regulación sustantiva propiamente dicha,
aunque diversas disposiciones han disciplinado algunos aspectos de su régimen
jurídico, por lo que habrá de estarse, ante todo, a los pactos concluidos entre las
partes, pudiendo, en su defecto, aplicarse analógicamente las disposiciones que
regulan los contratos con los que presenta mayor afinidad, aunque no afectan a la
validez jurídico-privada de los contratos que las ignoren, condicionan, por el contrario,
el disfrute de sus ventajas fiscales, factor decisivo en muchos casos.
Por lo que se refiere al contenido obligacional, la primera obligación de la
entidad de leasing en la de concluir el contrato de compraventa de acuerdo con las
instrucciones del usuario. La entidad compra el objeto, por cuenta e interés del
usuario, por lo que, aunque conserva la titularidad, no responde de los vicios. Además,
durante la vigencia del contrato, el cliente debe satisfacer lógicamente las cuotas
pactadas, destinar el bien cedido al uso previsto y cuidarlo y conservarlo
diligentemente, corriendo en todo caso con el riesgo de su pérdida o deter ioro. En
garantía del cumplimiento de esta obligación, los contratos suelen reservar un derecho
de inspección a favor de la sociedad de leasing. La responsabilidad frente al usuarios
por los vicios del bien adquiridos corresponde al fabricante vendedor.
El legislador ha apreciado la conveniencia de robustecer la posición jurídica de
las entidades de leasing, permitiendo inscribir en el Registro de Bienes Muebles
determinados bienes de tal carácter. En el caso de leasing inmobiliario, el derecho de
la entidad de leasing sobre el bien cedido podrá acceder al Registro de la Propiedad.
El leasing que tenga por objeto bienes muebles, tiene que tener una duración
mínima de dos años para poder disfrutar de determinadas ventajas fiscales.
3
Sui generis: de su género, específico, propio.
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Frente al incumplimiento del cliente, la entidad de leasing, además de las
acciones declarativas o ejecutivas que le correspondan, podrá declarar resuelto el
contrato e instar al juez, a través de un breve procedimiento especial, la recuperación
de los bienes cedidos, sin perjuicio del derecho del cliente a plantear
otras
pretensiones.
Frente al embargo del bien cedido por parte de un acreedor del cliente, la
entidad de leasing, como propietaria, podrá interponer la tercería de dominio. En los
supuestos de concurso, la Ley Concursal extiende la recuperación de los bienes
cedidos al régimen de los acreedores con garantía real.
En la extinción del contrato por terminación del plazo pactado, ha de recordarse
que el usuario puede optar por la adquisición del bien pagando el precio previamente
establecido. Si no ejercita esa opción, cabe que las partes concluyan otro contrato de
leasing, o simplemente, el cesionario restituya el bien a la entidad financiera.
TEMA X.- LOS CONTRATOS BANCARIOS (II).
1. Contratos de captación de pasivos.
A. Consideración General.
En un sentido extenso, las operaciones de pasivo son todas aquellas que
permiten a las entidades de crédito la captación de recursos, propios o ajenos.
Centrándonos en la financiación ajena o de terceros, cabe distinguir entre la obtenida
en el mercado de valores (operaciones pasivas crediticias) y las obtenidas mediante la
captación de ahorros o fondos de la clientela a través de los denominados contratos
de captación de pasivos, entre los que destaca el depósito.
Ahora bien, no todos los depósitos sirven para la captación de pasivos, ni procuran
fondos. Esto queda reservado para los depósitos bancarios de uso.
2. Los depósitos bancarios de uso.
A. Concepto y naturaleza jurídica de los depósitos de uso.
Son depósitos abiertos de dinerario (art. 307.3 CCom) que, por definición,
permiten a la entidad de crédito el uso o disponibilidad del objeto del depósito, con la
consecuencia de que el dinero entregado pasa a ser de la entidad de crédito,
surgiendo para ésta la obligación de devolver, otro tanto, cuando lo solicite el
depositante o cuando se cumpla el plazo pactado.
Su naturaleza jurídica es la del depósito irregular, caracterizado por ciertos
matices que refuerzan su propia especificidad. Por un lado, en todo depósito bancario
de uso está más presente la finalidad de custodia, pues las medidas legales de
defensa del ahorro permiten que los depositantes puedan disponer del tantumdem.
Por otro lado, no puede desconocerse que el uso o disponibilidad que se concede al
depositario, lejos de ser un elemento accidental, es un elemento esencial, cumpliendo
así la función de obtención de capital productivo.
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B. Titularidad del depósito.
La titularidad de los depósitos de uso puede ser individual o colectiva, en caso
de que se constituya por una o por varias personas. El depósito colectivo puede ser
indistinto (o solidario), o bien conjunto (o mancomunado). En caso de fallecimiento de
un titular indistinto, el supérstite podrá seguir disponiendo del depósito, salvo pacto en
contrario. Cuestión distinta al de la legitimación para actuar es el da la propiedad de su
saldo, donde la pluralidad de depositantes legitima una presunción de cotitularidad
sobre el objeto del depósito que decaerá ante prueba en contrario. Pues es diferente
un depósito con varios cotitulares o uno con un solo titular y varias autorizadas para
disponer de los fondos.
La restitución del depósito puede quedar condicionada por el llamado pacto de
compensación entre cuentas, en cuya virtud la entidad de crédito puede compensar
los saldos deudores que el cliente mantenga con ella.
C. Clases de depósitos de uso.
En atención a los términos y condiciones, se diferencia entre:
a) Los depósitos a la vista. Comportan para la entidad de crédito la obligación de
devolver la suma depositada a petición del depositante, en el momento mismo en que
éste la exija. Normalmente lo es también en cuenta corriente, esto es, es un depósito
que admite que la suma aumente o disminuya. El contrato, por lo general de tiempo
indefinido o tácitamente renovable, da lugar a liquidaciones periódicas de intereses.
b) Los depósitos a plazo. En los depósitos o imposiciones a plazo fijo (IPF) la
restitución de la suma solo procede al vencimiento del plazo pactado. El plazo y la
ausencia de ingresos y abonos acercan esta modalidad al mutuo, pues, en realidad,
no son sino una forma de inversión. Estas circunstancias determinan que se den unos
intereses más elevado que en los depósitos a la vista o que se habiliten fórmulas para
obtener mayor rentabilidad, existe una remuneración del depósito vinculada al
incremento que experimente algún valor o índice
bursátil
(depósitos-bolsa,
depósitos estructurados…). Al mismo tiempo, con la finalidad de dar liquidez a las
imposiciones, las entidades de crédito pueden emitir unos resguardos o certificados
que incorporan el derecho a la devolución o restitución del capital depositado
(certificados de depósito).
3. Servicios bancarios. Servicios de pagos.
A. Consideración general. La compensación bancaria.
Junto a la función crediticia, la banca ha diseñado la forma de intervenir o
mediar en los pagos, evitando, por razones de seguridad y economía, el empleo de
numerario en las transacciones. Tan importante es esta labor de intermediación que
las entidades de crédito han tenido que crear mecanismos o sistemas que faciliten,
bajo la dirección y supervisión del Banco de España, la liquidación entre ellas de las
numerosas operaciones en que intervienen. El sistema tradicional de compensación
bancaria era el constituido por las denominadas cámaras de compensación bancaria,
asociaciones que, modernamente, han sido sustituidas por el Sistema Nacional de
Compensación Electrónica. Sistema, supervisado por el Banco de España, que
aplica, con gran ventaja, las técnicas informáticas y electrónicas a la realización y
compensación de pagos. El sistema español de compensación y liquidación bancario
se completa con el denominado Target-2 Banco de España para los grandes pagos en
euros, tanto para operaciones nacionales como transfronterizas, con liquidación en
tiempo real. El Sistema Nacional de Compensación Electrónica está abierto a todas
las entidades de crédito operantes en España, pero no a los establecimientos
financieros de crédito.
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4. La cuenta corriente bancaria.
A. Concepto. Función económica y caracteres.
Mediante este contrato, ampliamente difundido actualmente, la entidad de
crédito asume la prestación del servicio de caja del cliente; esto es, se convierte en su
cajero para todas las operaciones delimitadas en el acuerdo, y procede por cuenta del
mismo, a modo de un mandatario o comisionista, tanto a efectuar pagos como a recibir
cobros. Este servicio, se realiza cada vez más “a distancia”, ya sea mediante la
utilización de cajeros automáticos o a través de nuevos canales de comunicación entre
la entidad de crédito y el cliente (banca telefónica y electrónica).
Así concebida, no cabe confundir la cuenta corriente bancaria con la mercantil,
pues falta en ella tanto la recíproca concesión de crédito, cuanto la suspensión de la
exigibilidad de las obligaciones de las partes hasta la fecha de liquidación que
caracterizan a la mercantil; así como también su función económica es diferente.
Tampoco se confunde con el depósito a la vista, pues en ésta no son de esencia los
servicios de caja, y la autorización de descubiertos son privativos de la cuenta
corriente bancaria.
La cuenta corriente bancaria carece de regulación jurídica, aunque sus rasgos
aparecen bien definidos en la práctica, y pueden aplicarse supletoriamente las normas
del mandato y la comisión mercantil. Se trata de un contrato consensual y no real. No
es un contrato formal, aunque suele hacerse por escrito. Es un contrato bilateral.
B. Derechos y obligaciones de las partes.
El cliente debe pagar las comisiones que, como precio de los servicios
prestados, le cargue la entidad de crédito, así como aportar los fondos suficientes para
que aquélla pueda realizar los pagos que procedan. Si se realizan pagos si contar con
los fondos suficientes, la entidad de crédito podrá cobrar intereses por el descubierto;
si bien, estos deben ser proporcionados, sin que, en caso de ser el cliente consumidor,
pueda sobrepasar una tasa anual de 2.5 veces el interés legal del dinero. La entidad
puede exigir la cobertura o pago del descubierto en cualquier momento, sin necesidad
de respetar el plazo establecido en el art. 313 CCom, salvo que, por las circunstancias
del caso pueda deducirse la concesión de un aplazamiento.
La entidad de crédito deberá, a petición del cliente, entregarle los librostalonarios de cheques que precise, anotar los movimientos producidos e informarle
sobre la situación de la misma cuando lo solicite. La entidad de crédito, en el
desempeño de su servicio de caja, deberá actuar con la diligencia exigible a una
organización empresarial especializada, respondiendo en caso contrario por los daños
y perjuicios que ocasiones.
Como en el caso de los depósitos, la titularidad de la cuenta corresponder
puede corresponder a una o varias personas, siendo en este último caso conjunta
(mancomunada) o indistinta (solidaria). En las cuentas mancomunadas tanto la
titularidad como la atribución de responsabilidad es conjunta, en la indistinta,
cualquiera de sus titulares puede dar instrucciones por separado y todos responderán
solidariamente ante la entidad. En ausencia de pacto, aunque existen dudas, la
Cátedra se decanta por presumir la mancomunidad.
En cuanto a la extinción, puede señalarse que la cuenta corriente se establece
normalmente por tiempo indefinido, pudiendo ser resuelta unilateralmente, mediante
un preaviso.
5. Tarjetas bancarias.
A. Noción y clases de tarjetas. Las tarjetas de pago.
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Las tarjetas emitidas por las entidades de crédito pueden ser de distintas
clases o, mejor aún, cumplir diferentes funciones. La primera función que puede
cumplir una tarjeta bancaria es la de permitir el acceso y operar en los cajeros
automáticos de la entidad o de otras entidades que están conectados mediante una
red de transmisión de datos. La tarjeta de cajero automático cumple la función de
permitir un funcionamiento automatizado del servicio de caja.
Distintas son las tarjetas de pago que, con independencia de permitir el acceso
a cajeros automáticos, pueden ser utilizadas como medios de pago, esto es, como
sustitutivos del dinero. La tarjeta bancaria de pago es siempre un documento de
legitimación nominal, y su uso requiere que el titular exhiba la tarjeta y se identifique
como el propietario ante la persona a quien pretende pagar una prestación o servicio.
Esta persona debe cerciorarse que el portador es el titular o autorizado por el banco. A
ello le sigue la firma por el cliente.
B. Naturaleza y régimen jurídico.
Estamos ante una pluralidad de relaciones jurídicas carentes de regulación positiva
que, seguramente, no pueden reconducirse a una única figura o modalidad contractual.
Las tarjetas bancarias de pago pueden ser de débito o crédito. En la tarjeta de
débito el adeudo se produce en tiempo real o en brevísimo tiempo; mientras la de
crédito permite su utilización aunque se carezca de disponibilidad, de manera que la
liquidación se resuelve en una financiación al cliente, en una operación que le devenga
intereses. En la práctica es usual que las tarjetas de pago funcionen indistintamente
como de débito o crédito, según disponga o no de fondos. Es también habitual que la
tarjeta se conceda por un período de tiempo determinado (caducidad) y que su empleo
se prorrogue tácitamente mediante el envío de un nuevo ejemplar. Obviamente, la
cancelación injustificada obliga a indemnizar por daños y perjuicios causados al
cliente. Las tarjetas bancarias de débito solo pueden utilizarse cuando la entidad
cuenta con la correspondiente previsión.
Junto al emisor y cliente están los denominados establecimientos adheridos o
asociados, que son los empresarios o profesionales que, en virtud de acuerdo con el
emisor, aceptan el uso de la tarjeta para el pago de sus prestaciones.
Ha de tenerse en cuenta, la posible y usual participación de una cuarta parte en
el complejo entramado de relaciones que suscita la utilización de la tarjeta, y es el
propietario o titular tanto de la marca que ampara la tarjeta (Visa, 4B, Red6000) cuanto
los sistemas informáticos y electrónicos que permiten su funcionamiento. En este
caso, las tarjetas constituyen el objeto de una franquicia.
C. Pérdida o sustracción de la tarjeta.
La pérdida o sustracción de la tarjeta bancaria plantea, como ocurre con los
documentos de legitimación, el problema de su indebida utilización, y con ella la
cuestión de relativa a sus consecuencias jurídicas. Con independencia a las de índole
penal que puedan recaer sobre el que la sustrae o realiza el uso abusivo, debe tenerse
en cuenta que el titular de la tarjeta está obligado a custodiarla y usarla diligentemente.
En caso de pérdida, deberá ponerlo inmediatamente en conocimiento de la entidad
emisora, la cual deberá proceder a las instrucciones operativas que correspondan para
que se denieguen posteriores transacciones. La Ley 16/ 2009 de Servicios de Pago,
impone a las entidades emisoras determinados deberes para garantizar la seguridad
técnica al uso de las tarjetas, así como limita la responsabilidad de los titulares en los
supuestos de fraude en la cantidad máxima de 150€.
6. La transferencia bancaria.
A. Concepto y naturaleza jurídica. El giro.
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La transferencia es una orden de traspasar una determinada cantidad de dinero
de una cuenta bancaria a otra, normalmente de diferente titular . En el caso de
transferencias internas, o entre cuentas de la misma entidad, la operación se reduce a
cargar o adeudar la suma del cliente ordenador y abonarla o acreditarla en la del
cliente beneficiario. Cuando la transferencia se realiza entre cuentas de entidades
distintas (transferencia externa), puede ocurrir que las dos tengan o no relaciones de
cuentas entre sí; en el primer caso, la transferencia se transmite de entidad a entidad,
y luego éstas liquidarán entre sí en la forma establecida ( transferencia directa); en el
segundo caso, las entidades entrarán en relación por medio de una tercera que será
normalmente el banco central del país que se trate (transferencia indirecta).
La naturaleza jurídica de la transferencia es discutida, quizás por la pluralidad
de supuestos y relaciones que en ella se comprenden impiden una calificación unitaria.
La relación entre la entidad de crédito y el cliente que ordena la transferencia puede
calificarse como un mandato.
La difusión de las cuentas corrientes bancarias y de las transferencias ha
disminuido la importancia del contrato de giro. Se habla de giro cuando la entidad de
crédito u otra especializada recibe una determinada suma, por lo general no muy
cuantiosa, de un cliente para ponerla a disposición de otra persona, por lo común en
efectivo, en un lugar distinto.
B. El régimen jurídico.
La entidad de crédito ha de ejecutar la transferencia de conformidad con las
instrucciones del cliente (art. 254 CCom), desplegando la diligencia y la celeridad que
resulta exigible en la prestación de un servicio profesional retribuido, respondiendo por
daños y perjuicios que se puedan ocasionar. El cliente ordenante viene obligado a abonar
la comisión que corresponda (art. 277 CCom). La Ley 16/2009 de Servicios de Pago
establece otras obligaciones concretas para las entidades que intervienen en las
transferencias en o entre Estados de la Unión europea.
7. Servicios de custodia. Depósitos de custodia.
A. Concepto y contenido.
Los depósitos bancarios de custodia son aquellos en que el depositante
persigue una típica y exclusiva finalidad de custodia. Son depósitos regulares, en los
que el banco no puede usar ni disponer de las cosas depositadas, como ocurre con los
depósitos realizados en cajas o paquetes cerrados.
El más importante era el que tenía por objeto títulos valores, especialmente
acciones, y que solía denominarse depósito transmisible de valores o depósito de
efectos en custodia. La multiplicación creciente de la riqueza mobiliaria confirió auge a
este depósito, aparte de ser un depósito remunerado, facilitaba a las entidades de
crédito la posibilidad de controlar indirectamente el voto de importantes paquetes de
acciones en las juntas generales de grandes sociedades anónimas. A su vez, los
clientes titulares se liberaban de sus tareas de gestión y administración. En este
depósito, a la obligación de custodia se unía la de administrar los valores depositados.
En la práctica los depósitos de custodia tradicionales han perdido gran parte de su
importancia, habiendo sido sustituidos por otras figuras contractuales como la
administración de valores y el servicio o alquiler de cajas de seguridad.
8. Servicio de cajas de seguridad.
A. Noción general.
Su finalidad es la de poner a disposición de los clientes, a cambio de una
compensación dineraria, el uso individual de un determinado comportamiento o caja
en los locales acorazados que las entidades construyen y mantienen.
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La naturaleza jurídica del contrato es discutida. En general predomina la tesis
del arrendamiento de la cosa, pero la jurisprudencia es contradictoria. La Cátedra
considera más acertado catalogarlo como un contrato mixto de arrendamiento de cosa
y depósito, o, mejor aún, un contrato atípico y sui generis.
Dada su atipicidad, se regirá por lo acordado por las partes y, en su defecto,
por las normas reguladoras del tipo de contrato que más se asemeje. Debe
considerares un contrato consensual, no siendo preciso para su perfección la entrega
o introducción de la cosa, ni su formalización por escrito.
La entidad de crédito se obliga a custodiar o vigilar las cajas, debiendo
responder de la idoneidad de los locales en que estén instaladas. El cliente soporta la
carga de una doble prueba: sobre el contenido y sobre el valor de los objetos
introducidos en la caja. La entidad de crédito debe facilitar al cliente el uso de la caja el
tiempo y en la forma determinada. El cliente, además de pagar lo pactado, debe
utilizar la caja de forma diligente.
9. Garantías bancarias. El crédito documentario.
A. Avales bancarios y nuevas modalidades de garantías.
Las entidades de crédito, además de exigir muy frecuentemente garantías para
asegurar en su beneficio las relaciones establecidas con sus clientes, también reali zan
la función o servicio de garantizar a éstos frente a terceros. Se trata de la prestación
de una garantía por la que las entidades reciben una contraprestación. Estas garantías
pueden encajar en figuras típicas como la fianza, si bien han ido surgiendo en el tráfico
nuevas formas de garantías.
B. El crédito documentario.
A. Noción general y fuentes reguladoras.
El crédito documentario trata de evitar o disminuir los riesgos comerciales en el
tráfico de mercancías entre distintas plazas. En las compraventas a distancia el
comprador no decide el envío si no tiene garantizado el cobro. Esta desconfianza se
intenta solucionar mediante la intervención de una entidad de crédito que satisface el
precio recibiendo a cambio los documentos representativos de las mercancías.
No existe una regulación positiva del crédito documentario. Aunque existen
distintas normas privadas reguladoras, las cuales se han unificado en el Congreso de
Viena de 1933.
B. Naturaleza jurídica y efectos.
Existen dos distintas relaciones obligacionales: la del banco con su cliente y la
del banco con el beneficiario. El fundamento de la primera está en un mandato de
crédito que obliga al banco a pagar. En las segundas estamos ante una figura atípica.
El banco no garantiza, ni subsidiaria ni solidariamente, el cumplimiento del
comprador, ni tampoco asume la obligación del cliente como propia. El compromiso de
la entidad bancaria es un elemento que se integra en la operación, debido a la
exigibilidad del vendedor, el cual no accede sin la entrega previa del importe.
Los efectos son:
- En la relación del banco con el cliente que da la orden. El banco se obliga
a poner a disposición del beneficiario el importe del crédito o a realizar la prestación
correspondiente; así como a retirar y recoger los documentos correspondientes,
verificando su conformidad, debiendo destacarse su actuación, pues de ésta depende,
en gran medida, la salvaguarda y satisfacción de los intereses del comprador. El
banco tiene una responsabilidad limitada, pues si los documentos están en regla y son
conforme a los términos y condiciones del crédito, el banco no asume responsabilidad
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alguna en cuanto a su exactitud, autenticidad o validez. También quedan exentos los
bancos de responsabilidad por retrasos o pérdidas que puedan sufrir en su tramitación
cualquier despacho, carta o documento.
El cliente se obliga frente al banco a darle las instrucciones para realizar la
operación y abonarla la comisión pactada y los gastos suplidos. Para la seguridad del
cumplimiento de estas obligaciones el banco puede exigir una garantía.
- En relación entre el banco y el beneficiario. Solo surgen obligaciones para
el primero. El banco queda irrevocablemente obligado frente al beneficiario a pagarle
el precio de las mercancías contra la entrega de los documentos exigidos. Esta
obligación es directa y autónoma.
C. Transferencia y extinción del crédito.
Las Reglas permiten la transferencia del crédito, siempre que se haga constar
expresamente que es transferible, entendiéndose por tal que el ordenante puede
instruir al banco emisor para que el crédito pueda ser utilizado, en todo o en parte, por
uno o varios terceros, a los que éste cede el crédito con la finalidad de pagarles. Salvo
que se estipule otra cosa, el crédito solo puede ser transferido una vez.
El crédito documentario se extingue, además de por su ejecución o
cumplimiento, si no se satisficieran las condiciones exigidas por el ordenante dentro
del plazo establecido.
TEMA XI.- EL MERCADO DE VALORES (I): ORGANIZACIÓN. LA
INVERSIÓN COLECTIVA.
1. El mercado de valores.
A. Consideración general.
A diferencia del mercado de crédito, el mercado de valores es indeterminado. Entre
los que facilitan y obtienen recursos no se interpone entidad alguna. La financiación se
realiza directamente, sin intervención de entidad de crédito, lo que plantea dificultades: en
primer término, de encontrar la contrapartida adecuada en ausencia de una entidad
especializada en ofrecerla; en segundo término, de las operaciones convenidas que no
descansan en la solvencia de unas entidades especializadas, reguladas y supervisadas.
La solución a estos problemas puede abordarse por demandantes y oferentes
de forma individualizada mediante los acuerdos y pactos. Pero la operación individual
negociada resulta insuficiente para satisfacer las exigencias de una economía
desarrollada. Por ello resulta necesario crear medios o sistemas que faciliten el
encuentro de oferta y demanda de recursos financieros, y que permitan su transmisión
en condiciones que hagan innecesaria la siempre compleja, lenta y costosa
negociación individual.
Estos mecanismos son los denominados mercados de valores, con cuya
existencia y organización se trata de suplir las ventajas de la intermediación de las
entidades de crédito como las limitaciones de la contratación tradicional. Al mayor
riesgo de las operaciones, se responde mediante una difusión de información
(disclosure) suficiente para que, sin negociación previa, se entreguen y obtengan
recursos financieros entre partes que no son entidades financieras ni crediticias, lo
que, en definitiva, determina un nuevo mercado que se denominará mercado
primario de valores. Por su parte, la necesidad de dar liquidez a los inversores se
afronta, mediante el recurso a la contratación de mercado secundario, esto es,
mediante la transmisión de los correspondientes activos financieros a terceros
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interesados en adquirirlos, subrogándose en la posición de sus primitivos titulares o
financiadores originales, transmisión que tampoco descansa en la negociación previa.
Pero, para que ello sea posible, se requiere, en primer término, que la
información relevante sobre los activos financieros y sus emisores sea objeto de
permanente actualización. En segundo lugar, es preciso que los activos financieros
reúnan determinadas características de tipicidad, homogeneidad y transmisibilidad que
permitan su adquisición de forma impersonal, masiva, segura y económica. Si bien, es
esencial la actuación de las entidades financieras especializadas, no en la
interposición crediticia, sino en la búsqueda y localización de “posiciones que puedan
casarse” (unir la oferta y la demanda), dando al funcionamiento de mercados
organizados. El problema es particularmente agudo en el caso del
mercado
secundario hasta el punto de que su adecuado funcionamiento no solo exige la
presencia de esas entidades, sino también, crear auténticas organizaciones
especializadas (mercados organizados) que permiten concertar y realizar de manera
continuada en el menor tiempo posible un número ingente de operaciones concluidas
entre personas no solo ausentes, sino que ni siquiera se conocen o identifican. Ello, a
su vez, exige una normalización muy acusada de las reglas de la contratación.
Como puede comprenderse es necesaria la existencia de un marco jurídico, el cual
está compuesto por la Ley del Mercado de Valores de 1.988 (LMV) y demás regulación
que la desarrolla.
2. Instrumentos financieros.
A. Concepto, caracteres y clases.
El art. 2 LMV fija sus límites objetivos de aplicación al establecer que quedan
comprendidos en su ámbito los “instrumentos financieros”, categoría que comprende tanto
los “valores negociables” como los “instrumentos financieros derivados”.
Los valores negociables son “cualquier derecho de contenido patrimonial,
cualquiera que sea su denominación, que, por su configuración jurídica propia y
régimen de transmisión, sea susceptible de tráfico generalizado e impersonal en un
mercado financiero”. En base a esta definición reúne las siguientes características:
a) Son derechos de contenido patrimonial que se atribuyen a quienes han
entregado o prestado recursos financieros. Son en definitiva, activos o derechos
financieros.
b) Han de ser negociables. Esta negociabilidad supone algo más que la mera
transmisibilidad propia de los derechos patrimoniales, y puede identificarse con la
circunstancia de estar asistidos por un particular régimen jurídico que haga
especialmente segura y rápida su transmisión. Ese régimen jurídico puede atribuirlo
bien la plasmación de los derechos en un documento o bien en un registro.
c) Han de agruparse en emisiones. Por emisión se entiende el conjunto de
valores negociables procedentes de un mismo emisor y homogéneos entre sí por
formar parte de una misma operación financiera o responder a una unidad de
propósito. Homogeneidad, que excluye la singularidad, pero no está reñida con la
existencia de diferencias en aspectos de naturaleza accesoria.
d) La pluralidad y homogeneidad determinan, en unión de la negociabilidad, la
mercabilidad de los valores.
Son muchos los derechos o activos que pueden calificarse como valores
negociables, pudiendo clasificarse en base a los siguientes criterios: a) por la
naturaleza del emisor, pueden ser valores públicos o privados; b) según la
nacionalidad del emisor, pueden ser españoles o extranjeros; c) por su constancia o
representación pueden ser cartáceos o registrales; d) en atención a su plazo pueden
ser a corto o largo plazo (inferior o superior a un año); e) según su contenido pueden
ser derecho de crédito o derecho de índole participativa.
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La LMV extiende su ámbito objetivo a los “instrumentos financieros derivados”.
Estos son los contratos a plazo, los contratos de opción, los acuerdos de tipos de
interés a plazo, los contratos de permuta y otros contratos de instrumentos financieros
derivados cuyo subyacente sean valores negociables, divisas, índices o cualquier otro
tipo de bien o referencia de naturaleza financiera. La LMV también considera
instrumentos financieros tanto a los contratos de derivados financieros que no son
objetos de negociación en un mercado financiero (p. ej. fraps y swaps), cuando a los
contratos derivados de cualquier tipo, incluso no financieros, que se negocien o sean
susceptibles de hacerlo bajo aquél régimen.
3. Las empresas de servicios de inversión y otras entidades relacionadas
con el mercado de valores.
A. Concepto y clases de empresas de servicios de inversión. Referencia a su
régimen jurídico.
La LMV define las empresas de servicios de inversión como entidades
financieras cuya actividad principal consiste en la prestación a terceros de servicios de
inversión. Los distintos servicios de inversión y servicios auxiliares que realizan estas
entidades han de recaer sobre los derechos y contratos que se insertan en el ámbito
objetivo de la regulación del mercado de valores.
En atención a ámbito de actuación, la LMV distingue estos tipos de empresas:
a) Las Sociedades de valores: son aquellas empresas de servicios de inversión
que pueden operar profesionalmente tanto por cuenta ajena como por propia, y
realizar todos los servicios de inversión y auxiliares previstos en la ley.
b) Las agencias de valores: son empresas de servicios de inversión con un
ámbito de actuación más limitado, pues no pueden negociar por cuenta propia, ni
asegurar la suscripción de emisiones y ofertas públicas de venta, ni conceder créditos
o préstamos para inversiones en valores.
c) Las sociedades gestores de carteras: son empresas de servicios de
inversión con objeto aún más limitado, cuyo objetivo es la gestión de carteras de
inversión y el asesoramiento en materia de inversión, así como la prestación de
servicios auxiliares.
d) Las empresas de asesoramiento financiero: son personas físicas o jurídicas,
exclusivamente dedicadas al asesoramiento en cuestiones de inversión o servicios
auxiliares.
Por otra parte, la LMV permite a determinadas entidades realizar las
actividades propias de las empresas de servicios de inversión, como ocurre con las
entidades de crédito y las empresas de servicios de inversión autorizadas en otro país
de la UE. Así como las empresas de servicios de inversión pueden designar agentes
para la promoción y comercialización de estos servicios.
Aparte de lo señalado, ninguna persona o entidad puede desarrollar de
modo habitual ninguno de los servicios de inversión, ni de los auxiliares (excepto el
asesoramiento de empresas y la realización de informes de inversión). Asimismo, la
comercialización de los servicios de inversión y captación de clientes solo podrá
realizarse, directamente o por medio de agentes, por las entidades autorizadas.
La violación de la reserva de actividad constituye una infracción
administrativa sancionable de acuerdo con la LMV, pero además la Comisión Nacional
del Mercado de Valores (CNMV) está facultada para realizar advertencias públicas
sobre la realización de conductas prohibidas, requerir a los autores el cese e imponer
al efecto multas coercitivas.
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Para asegurar el adecuado desarrollo de sus funciones, el legislador regula
de modo completo y detallado a las empresas de servicios de inversión. Las
empresas, una vez constituidas, podrán solicitar y obtener, si cumplen los requisitos
exigidos, su admisión como miembros de los mercados secundarios oficiales.
B. Los fondos de garantía de inversiones.
Se destinan a proteger los intereses de los inversores en determinadas situaciones
de crisis o dificultad, contribuyendo con ello a la confianza y buen funcionamiento general
de los mercados de valores. Debe destacarse que, en ningún caso, las actividades de las
empresas de asesoramiento están cubiertas por estos fondos.
La normativa establece un único fondo de garantía de inversiones de carácter
obligatorio al que han de adherirse todas las sociedades y agencias de valores, así
como las sociedades gestoras de carteras.
Cuenta con un patrimonio separado, pero, a diferencia del Fondo de garantía
de depósitos de las entidades de crédito, carece de personalidad jurídica,
encomendándose su representación y administración a una sociedad gestora, que
tendrá forma anónima, quedando sujeta al control y supervisión de la CNMV, y cuyo
capital se distribuirá entre las empresas de servicios de inversión adheridas, en la
misma proporción en que efectúen las aportaciones.
Su finalidad no es cubrir el riesgo implícito en toda inversión, sino cubrir o
asegurar a los inversores frente a situaciones que afectan a las empresas con ocasión
de la prestación de servicios de inversión. La garantía consiste en el reembolso o
restitución al cliente del efectivo o valores entregados, fijando el límite en 100.000€. La
ejecución de la garantía implica la subrogación del fondo en los derechos que los
inversores tengan frente a la empresa de servicios, por el importe satisfecho.
4. Los mercados primarios y secundarios de valores.
A. Concepto y clases.
La constitución y emisión de nuevos valores negociables y su suscripción y
adquisición por los inversores pueden realizarse de manera singularizada y
bilateralmente negociada o en régimen de mercado. En el primer caso queda sujeta a
las disposiciones normativas comunes; por el contrario, las realizadas en régimen de
mercado resultan jurídicamente más complejas: por un lado, la relación contractual
que ligan a los inversores con el emisor no discurre por los cauces habituales de
contactos y negociaciones directas, sino que se utiliza la técnica de la oferta ad
incertam personam; por otro lado, se somete a una legislación especial del mercado
de valores. Surge así el denominado mercado primario de valores.
Los mercados secundarios de valores son aquellos en que se transmiten
activos ya constituidos y en circulación. En oposición a los mercados primarios, no son
mercados de emisión, sino de negociación. Su función esencial es facilitar la liquidez
de las emisiones e inversiones ya realizadas, concentrando la oferta y la demanda y
articulando mecanismos de negociación y liquidación que hagan jurídicamente segura
y económicamente eficiente la transmisión de los valores de que se trate.
Los mercados secundarios pueden ser objeto de múltiples clasificaciones. En
función de los activos negociados pueden ser los mercados de valores en sentido estricto
(valores negociables) o de otros activos o contratos financieros. En función del grado de
institucionalización, pueden ser organizados o no organizados. La Ley hace mayor
hincapié entre mercados regulados ( mercados secundario oficiales) y no regulados. La
Ley no fija un numerus clausus de mercados oficiales.
B. Las bolsas de valores.
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- Constitución y administración. La LMV respetó la existencia de las cuatro bolsas
preexistentes (Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia), que se rigen y administran, bajo
la supervisión de la CNMV, por su respectivo titular, la denominada Sociedad Rectora.
Sus estatutos, modificaciones y la designación de los componentes de su Consejo de
Administración y del Director General requieren la previa aprobación de la CNMV.
- Miembros del mercado. La condición de miembro, es decir, de sujeto habilitado para
operar en el mismo, se reserva a las sociedades y agencias de valores, a las
entidades de crédito y a las empresas de servicios de inversión y de crédito.
- Objeto de la negociación en bolsa. El legislador ha mostrado, acaso por su condición
de herederas de las históricas bolsas de comercio, una cierta preferencia por las
bolsas de valores al permitir que se negocien en ellas todas aquellas categorías de
valores negociables y otros instrumentos financieros que, por sus características,
resulten aptos en el reglamento del mercado. Además podrán negociarse en bolsa los
instrumentos financieros previamente admitidos a negociación en otro mercado
secundario oficial.
- Sistema de contratación. El sistema de interconexión bursátil (SIBE) . Como mercado
organizado requiere del establecimiento de normas o reglas para que la contratación
de cada grupo homogéneo pueda desarrollarse con seguridad y rapidez. Existen
diferentes sistemas de contratación, destacando el SIBE, de ámbito estatal, donde se
negocian aquellos valores que determine la CNMV entre los que estén previamente
admitidos a negociación. La gestión del SIBE corresponde a la Sociedad de Bolsas.
- Liquidación de operaciones. Los mercados organizados también se caracterizan por
ordenar y asegurar la liquidación de las operaciones previamente concluidas mediante
el establecimiento de sistemas multilaterales de compensación y liquidación, y cuya
dirección puede desarrollarse por el organismo rector correspondiente o asignarse a
una entidad independiente y especializada, que es la denominadas Sociedad de
Gestión de los Sistemas de Registro, Compensación y Liquidación de Valores.
C. El mercado de deuda pública en anotaciones.
El mercado de deuda pública en anotaciones apresta sistemas modernos y
eficaces de suscripción, negociación y liquidación para los valores públicos, principalmente
del Estado (bonos, letras del tesoro…)
A pesar de su importancia, no ostenta, sin embargo, la exclusiva negociación
de la renta fija pública, pues los mismos pueden negociarse en el mercado secundario.
El Mercado de deuda pública en anotaciones se rige por la LMV, y corresponde
al Banco de España la condición de órgano rector del Mercado de deuda pública.
D. Los mercados de futuros y opciones.
Son contratos de derivados, que se caracterizan por tener o basarse en
subyacentes homogéneos, sean o no financieros, con la consecuencia de que sus
correspondientes derivados puedan ser objeto de normalización y negociación en
mercados organizados especializados.
5. Normas de conducta.
A. Consideración general.
La LMV dedica su título VII al establecimiento de un conjunto de normas
encaminadas a disciplinar la actuación en los mercados valores. Son normas de
naturaleza pública, por lo que su eventual incumplimiento comporta una infracción que
conlleva la correspondiente sanción administrativa, con independencia de la
responsabilidad civil que resulte.
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Las normas de conducta obligan a cuentas personas o entidades relacionadas con
los mercados de valores. Suelen ser normas de contenido genérico que se desarrollan
mediante la formulación de códigos de conductas y de los denominados reglamentos
internos de conducta, siendo éstas normas de naturaleza privada, aunque su
incumplimiento puede dar lugar a imposición de sanciones.
En base a las normas recogidas en la LMV cabe distinguir entre:
a) Normas de conducta aplicables a quienes prestan servicios de inversión. La
Ley contempla la relación entre un cliente, normalmente inversor, y una entidad
especializada y establece una serie de normas que tratan de asegurar el cumplimento
de los deberes de diligencia, transparencia y lealtad.
b) Normas de conducta aplicables a los emisores de valores negociados.
Constituye obligación de las entidades emisoras contribuir a la correcta fijación del
precio de los valores por ellas emitidos, suministrando al mercado información
constantemente actualizada. Además de comunicar hechos relevantes están sujetos,
durante las fases de estudio o negociación, a precisos deberes de sigilo y
confidencialidad.
c) Normas de actuación exigible a cualquier persona que actúe en los mercados
de valores o que ejerza actividades relacionadas con ellos. Está prohibida la utilización
de información privilegiada, lo cual puede ser inclusivo motivo de infracción penal (art.
285 CP). Se prohíbe provocar en beneficio propio o ajeno una evolución artificial de las
cotizaciones y, en definitiva, preparar o realizar prácticas que falseen la libre formación
de los precios en el mercado. Así mismo, existe la obligación de denunciar a la CNMV
las operaciones que puedan contener o implicar indicios de utilización de información
privilegiada o de falseamiento de la libre formación de precios.
6. Régimen de supervisión, inspección, intervención y sanción
A. Consideración general.
El mercado de valores es un sector regulado, un ámbito en el que, junto a los
intereses privados, existen otros generales o públicos para cuya protección y defensa
se establece un conjunto de normas imperativas. Pero de poco servirían esas normas
sino se completan con un régimen de supervisión y sancionador. La CNMV tiene
encomendada, salvo determinados supuestos cuya competencia será de las CCAA o
del Banco de España, la supervisión e inspección de la actividad de las entidades
relacionadas con el mercado de valores.
7. La inversión colectiva.
A. Noción general.
Junto a los inversores individuales existen otros inversores que se denominan
institucionales. Son personas jurídicas o entidades (fondos de pensiones, compañías
de seguros…) que además de su finalidad propia, invierten de manera habitual y
significativa en los mercados de valores. Una manifestación particularmente destacada
de la inversión institucional es la inversión colectiva, protagonizada por entidades cuya
exclusiva razón de ser es la de agrupar capitales de diferentes sujetos para invertirlos
y gestionarles de manera conjunta y profesional. Su régimen se establece en la Ley
35/2003 de Instituciones de Inversión Colectiva.
La inversión colectiva ha de realizarse imperativamente por medio de las
entidades configuradas al efecto por la ley, por las denominadas instituciones de
inversión colectiva, que han de revestir la forma de sociedad de inversión o de fondo
de inversión. Su gestión y administración se confía a las sociedades gestoras de
instituciones de inversión colectiva.
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B. Referencia al régimen jurídico de las instituciones de inversión colectiva.
La constitución de las entidades de inversión colectiva está sujeta
a
autorización previa por parte de la CNMV, que solo podrá denegarse por
incumplimiento de los requisitos establecidos. Obtenida la autorización se podrá
constituir el fondo mediante una o varias aportaciones, lo que se documentará en un
contrato o escritura pública. Tras ello el fondo se inscribirá en el registro administr ativo
de la CNMV y, en su caso, pues es potestativo, en el Registro Mercantil. Si es una
sociedad mercantil habrá que estar a su régimen, siendo en tal caso la inscripción en
el Registro Mercantil obligatoria y constitutiva.
Preocupa especialmente la trasparencia, por lo que se prevén las siguientes
obligaciones: a) deberán confeccionar y publicar para su difusión un documento que
contenga la información fundamental y básica para el inversor, un folleto completo, así
como informes anuales, semestrales y trimestrales; b) con anterioridad a
la
suscripción, deberá entregarse gratuitamente el documento informativo básico y el
último informe semestral; c) deben hacer públicos los hechos o informaciones
relevantes, dando conocimiento a la CNMV; d) la adquisición y pérdida de una
participación significativa (que superen el 20, 40, 60, 80 o 100%) debe comunicarse a
la CNMV de forma trimestral.
La ley vigente se fundamenta en el principio general de libertad en la definición
de la política de inversión. Deben respetar los principios que la aseguran y que deben
presidir las inversiones, esto es: a) el principio de liquidez, en cuya virtud las
instituciones deben tener liquidez suficiente para atender el derecho de reembolso; b)
el principio de diversificación del riesgo; y c) el principio de previa definición del perfil
de inversión, que permite concretar las características de
las
acciones
o
participaciones que se ofrecen como objeto de inversión al público que las suscribe,
por ello, la ley exige que el perfil de inversión se refleje en los folletos e informes.
Igualmente se establece un régimen de disolución, modificaciones estructurales
y traspaso de participaciones y acciones.
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TEMA XII.- MERCADO DE VALORES: (II) OPERACIONES Y CONTRATOS.
1. Operaciones del mercado primario y similares.
A. Las ofertas públicas de suscripción de valores negociables.
Las ofertas públicas de suscripción de valores negociables, que son las
operaciones que, en rigor, definen y constituyen el mercado primario, se asientan,
como ya hemos señalado, sobre una doble base: a) por un lado, la aplicación de una
regulación especial, imperativa, que, mediante la difusión por el emisor de toda la
información relevante, permite prescindir de la negociación del contrato de suscripción
de valores; b) y por otro, la utilización de una particular fórmula contractual, la oferta ad
incertam personam4.
A. Registro administrativo de la oferta.
Se aplica a las ofertas públicas de suscripción definidas como
toda
comunicación a personas en cualquier forma o por cualquier medio que presente
información suficiente sobre los términos de la oferta y de los valores que se ofrecen,
de modo que permita a un inversor decidir la adquisición o suscripción de estos
valores. Las ofertas públicas de suscripción están sujetas a estos requisitos:
a) No precisan autorización administrativa, pero deberán cumplirse los requisitos
de idoneidad.
b) La aportación y registro en la CNMV de los documentos que acrediten la
sujeción del emisor y de los valores al régimen jurídico aplicable.
c) La aportación y registro en la CNMV de los estados financieros del emisor,
preparados y auditados de acuerdo con la legislación aplicable.
d) La aportación, aprobación y registro en la CNMV de un folleto informativo sobre
la oferta proyectada, así como su publicación.
El folleto constituye la piedra angular del régimen administrativo de las ofertas
públicas de suscripción, pudiendo definirse como el documento cuya finalidad es
4
Oferta ad incertam personam: la oferta va dirigida al público en general.
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recoger una información completa y razonada sobre el emisor y los valores que se ofrecen
con el objeto de que los posibles suscriptores puedan hacerse una imagen fiel del emisor y
un juicio fundado sobre la inversión que se les propone. Su emisión corresponde siempre
al emisor.
Cuestión de interés es la determinación de la responsabilidad en que se puede
incurrir por falsedades, inexactitudes u omisiones en la elaboración del folleto. Con
independencia de que puedan derivarse responsabilidades administrativas o penales
(art. 190 CP), no ofrece dudas de que el cumplimiento de las obligaciones informativas
que el folleto implica puede dar lugar a responsabilidad civil de carácter contractual.
Esta acción civil prescribe a los tres años.
La comisión ha de autorizar el folleto y verificar que el resto de documentación
reseñada cumple los requisitos de contenido y forma establecidos, antes de
incorporarlos a los correspondientes registros oficiales. El registro no implica
recomendación de la suscripción o adquisición de los valores, ni pronunciamiento
sobre la solvencia de la entidad, pero es condición necesaria para el ofrecimiento
público, así como para la suscripción de los valores ofertados.
Se excluyen de la aplicación del régimen legal las ofertas dirigidas
exclusivamente a inversores cualificados, a menos de 50 personas físicas o jurídicas
de un mismo Estado, así como aquellas otras que se refieran a valores con nominal
igual o superior a 100.000 € o que requieran una inversión mínima de ese importe y,
en fin, aquellas ofertas de cuantía inferior a 5.000.000€. Igualmente el Gobierno podrá
exceptuar total o parcialmente del cumplimiento de los requisitos establecidos en
función de la naturaleza del emisor, la cuantía de la misión o de la naturaleza o
número de inversores.
B. Ejecución y desarrollo de la oferta.
La oferta pública o en régimen de mercado, se trata de una oferta contractual,
una declaración de voluntad susceptible de convertirse en contrato por contener el
conjunto de la futura reglamentación y ser definitiva (en otro caso se estará ante una
invitatio add offerendum), y que se dirige a una pluralidad de destinatarios cuya
concreta identidad de desconoce.
La oferta pública, salvo la aplicación del régimen de registro y verificación,
puede formularse y realizarse en los términos que se tengan por conveniente, sin más
limitaciones que las generales. La oferta pública es completa y definitiva, debe
considerarse irrevocable.
La oferta, claro está, debe ser puesta en conocimiento de sus destinatarios. La
aceptación de la oferta debe ser puramente adhesiva, sin implicar alteración o
modificación alguna, amén de formularse en tiempo y forma. La aceptación debe
considerarse irrevocable. Es frecuente que la cuantía de las aceptaciones supere la
oferta, por ello constituye un elemento esencial de la oferta el establecimiento de un
sistema de adjudicación de los valores entres los inversores, que deberá quedar
previamente definido. En la práctica, los más frecuentes son el de prorrateo, el
cronológico y el de subasta. La concurrencia de la oferta y las aceptaciones determina
la formación o perfección de los contratos, desplegando sus efectos típicos, que son,
por un lado, la emisión y entrega de los valores y por otro el desembolso.
B. Oferta pública de venta de valores.
Las transmisiones derivativas de valores negociables se realizan en los
mercados secundarios, sean éstos organizados o no. Sin embargo, en algunas
ocasiones interesa a sus titulares transmitirlos en régimen de oferta pública.
La LMV define la oferta pública de venta de valores como: “ toda comunicación
a personas en cualquier forma o por cualquier medio que presente información
suficiente sobre los términos de la oferta y de los valores que se ofrecen de modo que
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permita a un inversor decidir la adquisición o suscripción de estos valores ”. No tendrán
la consideración de oferta pública las ofertas de valores dirigidas exclusivamente a
inversores cualificados, las dirigidas a menos de 150 personas por Estado miembro, la
dirigidas a inversores que adquieran valores por un mínimo de 100.000€, y las ofertas
cuya valor nominal sea de, al menos, 100.000€ o cuyo importe total sea inferior a
5.000.000€.
C. Ofertas públicas de adquisición de valores.
A. Concepto, finalidad y naturaleza jurídica.
Las ofertas públicas de adquisición (OPAs) son las dirigidas a todos los
accionistas de una sociedad o a los titulares de otros valores que puedan dar derecho
a una suscripción o adquisición para adquirir la totalidad o parte de unas u otros. Pero
la OPA, en la práctica, además de ser una herramienta para adquirir acciones, es
utilizada como medio para lograr o incrementar el control de sociedades anónimas,
con la anuencia del órgano de administración (OPAs amistosas) o sin ella (hostiles).
No cabe confundir la OPA con la oferta pública de suscripción o de venta,
aunque participe de la misma naturaleza contractual. La realización de una OPA de
acciones admitidas a negociación en bolsa precisa de la autorización de la CNMV,
tanto si se trata de una OPA voluntaria como obligatoria.
B. Clases de OPA. Las OPAs obligatorias. Fundamentos y supuestos.
Junto a las OPAs voluntarias, que constituyen el ejercicio reglado de una
facultad, existen supuestos en que su formulación resulta obligatoria. Las OPAs
obligatorias se refieren siempre a sociedades cuyas acciones se negocian en una
bolsa de valores, y su fundamento radica en el deseo legislativo de proteger a los
accionistas, especialmente a los minoritarios.
Los supuestos concretos, legalmente definidos, de OPAs obligatorias son:
a) OPAs obligatorias por toma de control de la sociedad afectada. Toda
persona física o jurídica que alcance el control de una sociedad cotizada está obligada
a presentar una OPA por la totalidad de las acciones u otros valores a un precio
equitativo en el plazo máximo de un mes. Tienen la obligación de presentarla toda
persona que haya alcanzado un porcentaje de derecho de voto igual o superior al 30%
b) OPAs por exclusión de cotización. Cuando una sociedad acuerde la
exclusión de sus acciones de la negociación en los mercados oficiales españoles,
deberá promover una oferta pública de adquisición dirigida a todos los valores
afectados por la exclusión. La oferta debe dirigirse a todos los titulares de las acciones
de la sociedad cotizada, formularse como compraventa y a un precio no inferior al
aplicar las normas de valoración previstas. La CNMV podrá dispensar de la obligación
de formular esta OPA en los supuestos en que se presente otro procedimiento
equivalente.
C. Obligaciones de los órganos de administración y dirección.
Cuando la OPA de un tercero se considere inconveniente u hostil, los órganos
de dirección y administración podrán alentar la presentación de otras ofertas
competidoras. Fuera de estos supuestos, los órganos de administración y dirección de
la sociedad afectada no podrán emprender actuaciones que puedan impedir el éxito de
la oferta, salvo que tenga la autorización de la junta general de accionistas.
D. Medidas de neutralización.
De forma inversa, la ley, para proteger los intereses de los accionistas, permite
la suspensión o eliminación de ciertas cláusulas estatutarias o parasociales que
puedan comprometer el éxito de las OPAs. La junta general de accionistas podrá
acordar la suspensión o ineficacia de las cláusulas o pactos que limitan la
transmisibilidad o restrijan el derecho de voto de las acciones.
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E. Compraventas forzosas.
Cuando como resultado de una OPA el oferente posea valores que represente
al menos el 90% del capital que confiere derecho de voto, podrá exigir de los restantes
titulares de valores su venta a un precio equitativo, siempre y cuando se haya
reservado este derecho en el folleto explicativo de la OPA. En los mismos casos, e
inversamente, los titulares pueden exigir del oferente la compra de sus valores a dicho
precio. El plazo será de tres meses.
F. Infracciones y sanciones.
Las personas y entidades que promuevan una OPA están sujetas al régimen
de supervisión, inspección y sanción de la LMV. Además de las correspondientes
sanciones administrativas, quienes incumplan la obligación de formular una OPA, no
podrán ejercer los derechos políticos derivados de ninguno de los valores de la
sociedad cotizada. Además serán nulos los acuerdos adoptados por los órganos de
una sociedad cuando para su constitución ha sido necesario computar los valores
cuyos derechos políticos estén suspendidos. La CNMV está legitimada para el
ejercicio de las acciones de impugnación en el plazo de un año.
2. Admisión, suspensión y exclusión de valores negociables de la
negociación en mercados secundarios oficiales.
A. Admisión a negociación.
La admisión a negociación de valores negociables en un mercado secundario
oficial y su consecuente conversión en negociados no es cosa baladí, en cuanto
supone su incorporación a una estructura que, si no asegura, si facilita la contratación
y liquidez.
a) El art. 32 LMV establece que la admisión de valores a negociación en los
mercados secundarios oficiales se producirá a solicitud del emisor, y requerirá la
verificación previa por la CNMV del cumplimiento de los requisitos y del procedimiento
establecido en la ley y reglamento de desarrollo.
Con carácter general se establece un régimen común para todos los mercados,
cuyo objetivo es, por una parte que se cumplan determinados requisitos de idoneidad
y, por otra, que se disponga de la información necesaria para que puedan adoptarse
las decisiones de forma fundamentada. Tras la verificación de la CNMV, será preciso
también el acuerdo del organismo rector del mercado de que se trate.
b) La admisión de valores a un mercado secundario oficial origina numerosas
obligaciones para las entidades emisoras. La imposición de esas obligaciones
persigue, por una parte, mantener informado al mercado sobre la situaci ón y
circunstancias de los emisores y, por otra, asegurar, en lo posible, su buen gobierno,
en aras de la mayor protección de los inversores.
Conviene destacar el deber de notificar la adquisición o transmisión de una
participación significativa de acciones cotizadas a la propia sociedad emisora y a la CNMV
(art. 53 LMV), entendiendo por tal cualquiera que suponga alcanzar o perder determinados
porcentajes de participación. El porcentaje se reduce al 1% cuando el afectado tenga su
residencia en un paraíso fiscal o en un territorio que carezca de órgano supervisor de los
mercados de valores.
B. Suspensión de la negociación.
La negociación de valores admitidos en un mercado secundario oficial puede
ser suspendida por la CNMV cuando concurran circunstancias especiales que puedan
perturbar el normal desarrollo de las operaciones sobre los mismos o aconsejen dicha
medida en protección de los inversores. La suspensión puede acordarse de oficio, a
instancia de organismo rector o del emisor, y no implica la pérdida de la
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transmisibilidad del valor o que éste no pueda enajenarse, sino que su transmisión no se
beneficia del régimen jurídico típico del mercado.
C. Exclusión de la negociación.
La admisión a negociación es una condición o situación reversible. En algunos
casos, la exclusión es forzosa para el emisor. La Ley faculta a la CNMV para que de
oficio o a propuesta del organismo rector correspondiente, pueda excluir de la
negociación a aquellos valores que no alcancen los requisitos de difusión, frecuencia o
volumen de contratación que reglamentariamente se establezca, así como a aquellos
otros cuyo emisor no cumpla las obligaciones que le resulten aplicables.
La exclusión puede responder también a la voluntad del emisor que, por
razones diversas, desee optar por retirar el valor de la negociación en el mercado. Al
contrario de lo que ocurre con la admisión, la exclusión reduce o dificulta la liquidez de
los valores que se trate, por ello, la Ley obliga a la realización de una oferta pública
para su adquisición, salvo en aquellos supuestos en que mediante otro procedimiento
equivalente se asegure la protección de los legítimos intereses de los afectados, la
CNMV dispensará de tal obligación de promover la OPA.
3. Operaciones del mercado secundario oficial.
A. Definición y clases.
Para que pueda cumplir su función, la transmisión de los valores admitidos en
un mercado secundario oficial se sujeta a unas normas especiales contenidas en la
LMV y disposiciones que la desarrollan. Este régimen trata de acentuar la seguridad y
bajo coste de las transacciones sobre valores admitidos a negociación, lo que se
consigue mediante la predisposición de la información necesaria para realizarlas y la
normalización o encauzamiento de las operaciones y consecuente limitación de la
autonomía negocial. El legislador impone un régimen jurídico ad hoc, porque no solo
tutela los intereses particulares, sino también los generales conectados a la existencia
y correcto funcionamiento del mercado.
Vital importancia tienen las normas contenidas en el art. 36 LMV que tratan de
definir el ámbito de aplicación de ese régimen especial. En tal sentido, solo las
compraventas y otros negocios onerosos más característicos o frecuentes en cada
mercado se les aplican este régimen.
Las operaciones de mercado pueden clasificarse en atención a diversos
criterios. Así, según el mercado en que se realizan puede hablarse de operaciones
bursátiles, operaciones del Mercado de deuda, operaciones de derivados…; el RD
1416/1991 las clasifica en ordinarias y extraordinarias. En todo caso, las operaciones
de mercado tienen la consideración de públicas.
B. Compraventas.
A diferencia de lo que ocurre con otras operaciones, la LMV no ha regulado de
manera singular la compraventa de valores admitidos a negociación; no obstante de
su articulado cabe deducir un conjunto de reglas que en unión de las propias del
Derecho de obligaciones y las específicas sobre negociación y contratación, permite
tratar los rasgos esenciales de su régimen jurídico:
a) Perfección y efectos de las operaciones. En orden a la perfección se
consideran contratos consensuales, con la especialidad de que la oferta y la
aceptación se realizan “en el mercado”, de acuerdo con los sistemas de contratación
establecidos, produciendo los efectos típicos de obligar a la “entrega” de los valores o
efectos negociados y al pago del precio. La entrega o traditio que determina la
transmisión debe entenderse referida a la inscripción de la operación en el registro
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correspondiente. En cuanto al riesgo debe ser soportado por el adquiriente desde el
momento de su perfección.
b) Obligatoriedad de la contratación por medio de los miembros del mercado . Las
compraventas ordinarias deben realizarse con la participación de, al menos, una
entidad que ostente la condición de miembro del correspondiente mercado.
c) Libertad y tipicidad de la negociación. Vigente el principio de la autonomía de
la voluntad, la Ley, para alcanzar los objetivos propios de los mercados secundarios,
ha reservado al Gobierno y al Ministerio de Economía y Competitividad amplias
facultades normativas.
d) Ejecución de las operaciones mediante sistemas de
compensación
y
liquidación multilaterales. La compensación y liquidación multilaterales
ofrecen
evidentes ventajas de economía y rapidez, y además contribuyen al buen fin de las
operaciones, pues permiten el establecimiento de modalidades colectivas de garantía.
e) Seguridad jurídica de las transacciones. Las operaciones de mercado y, en
particular, la compraventa se benefician de las normas que, en aplicación del régimen
propio de las anotaciones en cuenta, proporcionan una mayor seguridad
al
adquiriente, reduciendo los riesgos de la transmisión.
C. Préstamo de valores.
La LMV regula con alcance general el préstamo de valores. Sus rasgos
fundamentales son: a) el Ministerio de Economía y Competitividad y, con su
habilitación expresa, la CNMV podrán fijar límites al volumen de operaciones de
préstamo o a sus condiciones; b) el prestamista o prestatario deben ser una empresa
de inversión o entidad de crédito; c) se requiere la constitución obligatoria de las
garantías que determine la CNMV.
La operación de préstamo deberá ser comunicada tanto al organismo rector como
al sistema de compensación de que se trate, y naturalmente inscrita en el correspondiente
registro de anotaciones.
D. Operaciones dobles y operaciones con pacto de recompra.
El art. 6 RD 5/2005 establece que podrán ser reconocidas por el organismo
rector correspondiente, como operaciones de mercado secundario, las operaciones
dobles y las operaciones con pacto de recompra.
Por operaciones dobles se entienden aquellas en las que se contratan, al
mismo tiempo, dos compraventas de sentido contrario o cruzadas de valores de
idénticas características y por el mismo importe nominal, pero con distinta fecha de
ejecución. Las operaciones con pacto de recompra son aquellas en que el titular de los
valores los vende, conviviendo simultáneamente la recompra de valores de idénticas
características y por igual valor nominal, en una fecha determinada.
4. Contratos de servicios de inversión.
A. Consideración general.
La contratación financiera, en general, se lleva a término en los mercados
primarios y secundarios de valores, en particular, precisa de la prestación de una serie
de accesorios o auxiliares que se denominan servicios de inversión y que pueden ser
prestados por empresas constituidas a tal fin, o por entidades financieras habilitadas
para ello.
B. Administración de valores.
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lOMoAR cPSD| 213 082 9
La Administración de valores es un servicio de inversión, prestado
generalmente por sociedades o agencias de valores, que consiste en la llevanza de la
gestión burocrática o administrativa de valores.
La labor del administrador comprende el ejercicio por cuenta del titular de los
derechos económicos de que disfruten los valores, pero no el cumplimiento de
obligaciones, ni el ejercicio de derechos de otro signo. El administrador no está
obligado a desembolsar dividendos pasivos, si no cuenta con provisión de fondos; y no
está facultado para hacer uso de los derechos políticos. En ningún caso podrá el
administrador enajenar o disponer de los valores.
C. La ejecución de órdenes, la comisión de compra o venta de valores.
Normalmente las transmisiones de valores no se conciertan por los propios
interesados, sino por medio de intermediarios profesionales a los que se reserva la
actuación directa en el mercado. El contrato que liga a compradores o vendedores con
el intermediario se entiende que responde a la naturaleza del contrato de comisión.
A la comisión de compra o venta de valores se le aplican las normas del CCom,
pero ha de tenerse en cuenta que su conexión con un mercado organizado determina
la existencia de diversas especialidades:
a) La comisión u orden de compra o venta solo puede darse a las empresas de
servicios de inversión o demás entidades autorizadas que ostenten la condición de
miembros del mercado en que vaya a realizarse la operación. En caso de darse a un
tercero (v. gr. empresa de inversión que no sea miembro del mercado), a la comisión
le antecede un mandato.
b) El miembro del mercado que recibe una comisión de compra o venta está
obligado a aceptarla, deviniendo en una comisión o contrato forzoso. El comisionista,
podrá exonerarse si no se le acredita la titularidad de los valores ha vender, o no se le
hace la provisión de fondos para comprar, o, en caso de operaciones a plazo, no se le
constituyan las garantías.
c) Además de la posible responsabilidad contractual, la comisión está sujeta al
régimen sancionador establecido en la LMV.
d) La formulación del encargo u orden viene normalmente facilitada por su
tipificación, consuetudinaria o escrita, de naturaleza reglamentaria o privada. Las
órdenes pueden cursarse por escrito, vía telefónica o telemática.
e) En el desempeño del encargo, el comitente debe actuar con la diligencia y
lealtad exigibles a quien realizar, como labor profesional y remunerada, una gestión en
interés y por cuenta de un tercero.
f) La comisión o remuneración es libre, aunque no puede sobrepasar las fijadas
en las tarifas que las empresas de servicios de inversión han de establecer, publicar y
comunicar a la CNMV.
g) La comisión de compra o venta de valores es, a diferencia de la comisión
mercantil común, una comisión de garantía, pues el intermediario responde ante el
cliente del buen fin de la operación, esto es, de la entrega de los valores o del pago del
precio.
D. Gestión de carteras de inversión.
Es un contrato por el que el gestor (que ha de ser una empresa de servicios de
inversión o una entidad asimilada) se obliga a administrar una cartera o conjunto
determinado de valores negociables e instrumentos financieros pertenecientes a un
tercero, a cambio de una contraprestación que remunera sus servicios.
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Su naturaleza jurídica es la de un mandato o comisión. Se rige por los pactos y por
las disposiciones de los Códigos en la materia, aunque no debe olvidarse la aplicación de
la LMV.
La obligación fundamental del gestor es administrar el capital confiado con las
instrucciones recibidas. En todo caso, la gestión debe poder considerarse discrecional:
sujeta por un lado a las instrucciones del cliente, pero con la posibilidad para el gestor
de tomar decisiones. El gestor tiene una obligación de actividad o medios, no queda
obligado a un resultado, sino a desplegar la diligencia exigible. También está obligado
a rendir cuentas de su gestión, manteniendo informado al cliente.
La obligación principal del cliente es remunerar al gestor conforme a lo
pactado. El cliente está obligado a mantener indemne al gestor de los gastos y
desembolsos que haya efectuado.
El contrato suele pactarse por tiempo indefinido, y en caso de que
desee resolverlo unilateralmente debe realizar un preaviso.
alguno
TEMA XIII.- LOS CONTRATOS DE SEGURO
1. El contrato de seguro en general.
A. Introducción.
La existencia humana está constantemente amenazada por una serie de
riesgos que acechan a la propia persona y a sus bienes. Ante esta situación, las
personas pueden adoptar una actitud pasiva, o bien activa o de búsqueda de
soluciones que permitan evitar o disminuir sus efectos perjudiciales. Así surgen las
técnicas de prevención que pese a su evolución no han logrado la desaparición total
de los riesgos, por ello se han buscado otros mecanismos como el desplazamiento del
riesgo hacia otras personas o entidades. Esta transferencia del riesgo puede realizarse
de dos maneras: mediante la asociación de las distintas personas que
están
expuestas, de modo que cuando una de ellas sufre el siniestro las demás contribuyen
a su reparación (seguro mutuo); o bien a través del traspaso del riesgo a una persona
que se compromete a asumirlo en su totalidad, a cambio, claro está, de un precio.
Característica esencial del seguro moderno es la realización de la actividad por un
empresario especializado.
Desde un punto de vista jurídico, se puede definir el Derecho del seguro como
el conjunto de normas que regulan las operaciones de seguro y la actividad
aseguradora en todos sus aspectos y manifestaciones. Desde esta perspectiva existe
un Derecho público del seguro, que comprende las normas sobre el control
administrativo de la actividad aseguradora; y de un Derecho privado del seguro, que
abarcaría las normas que regulan el contrato de seguro (que será la que veremos).
B. Regulación legal.
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lOMoAR cPSD| 213 082 9
El contrato de seguro está regulado en la Ley 50/1980, de Contrato de Seguro
(LCS) la cual ha modernizado la normativa del contrato de seguro y ha resuelto la
polémica cuestión de la unificación del Derecho contractual de seguros. En su elaboración
se tomaron en cuenta las Directivas de la UE sobre armonización.
C. Concepto y caracteres del contrato de seguro.
El art. 1 LCS define el contrato de seguro como “ aquel por el que el asegurador
se obliga, mediante el cobro de una prima y para el caso de que se produzca el evento
cuyo riesgo es objeto de cobertura, a indemnizar, dentro de los límites pactados, el
daño producido al asegurado o a satisfacer un capital, una renta u otras prestaciones
convenidas”. Por consiguiente, a la luz de nuestro Derecho positivo, es posible
formular un concepto unitario del seguro, basado en la idea que la finalidad esencial
del seguro consiste en reparar mediante el pago de una indemnización el daño sufrido.
En consecuencia, podemos definir el contrato de seguro como aquel contrato por el
que una persona (asegurador) se obliga, a cambio de una prestación pecuniaria
(prima), a indemnizar a otra (asegurado), dentro de los límites convenidos, los daños
sufridos por la realización de un evento incierto.
Presenta las siguientes características: a) es un contrato sinalagmático o
bilateral, del que nacen obligaciones para ambos contratantes; b) es un contrato
oneroso, porque ambas partes persiguen una ventaja patrimonial; c) es un contrato de
tracto sucesivo, porque, por lo general, conlleva prestaciones sucesivas; d) es un
contrato aleatorio, porque el pago efectivo de la prestación depende de un suceso
incierto; e) es un contrato de adhesión, en la medida que el asegurado se somete a las
condiciones generales establecidas por el asegurador; f) es un contrato de buena fe,
en el que las partes deben comportarse con lealtad recíproca.
D. Elementos del contrato.
Aunque no difieren de los generales establecidos en el art. 1261 CC, presentan
ciertas particularidades.
A. Elementos personales.
Las partes contratantes son el asegurador y el tomador del seguro.
- El asegurador es la parte que se obliga a soportar el riesgo e indemnizar el daño
a cambio de un precio.
La actividad aseguradora se reserva, con carácter exclusivo, a las entidades
privadas que adopten la forma de sociedad anónima, mutua, cooperativa o mutualidad
de previsión social y a las de Derecho público que tengan por objeto la realización de
operaciones de seguro en condiciones equivalentes a las privadas, que hayan sido
autorizadas por el Ministerio de Economía y Competitividad y estén inscritas en el
Registro Especial de Entidades de Seguros. El ejercicio de la actividad aseguradora
está sometido a supervisión y control por parte de la Dirección General de Seguros y
Fondos de Pensiones (DGSFP) del Ministerio de Economía y Competitividad.
Los aseguradores son auxiliados por otros empresarios que reciben el nombre
de mediadores de seguros, cuya actividad se regula en la Ley 26/2006 de Mediación
de Seguros y Reaseguros Privados (LMSRP). La mediación es aquella actividad
mercantil consistente en la presentación, propuesta o realización de trabajos previos a
la celebración de un contrato de seguro o reaseguro, o en la formalización de dichos
contratos, así como la actividad posterior de asistencia al tomador, asegurado o
beneficiario. Su ejercicio también está supervisado y bajo el control de la DGSFP. Los
mediadores de seguros podrán contratar auxiliares externos, que realizarán
fundamentalmente labores de captación de clientela.
Los mediadores de seguros se clasifican en: a) Agentes de seguros, que son
las personas físicas o jurídicas que promueven la realización de contratos de seguro
para una (agentes exclusivos) o varias compañías (agentes vinculados u operadores
101
lOMoAR cPSD| 213 082 9
de banca-seguros); b) Corredores de seguros son las personas físicas o jurídicas
que realizan la actividad de mediación de forma independiente e imparcial y no
mantienen vinculación con ninguna entidad, estando vinculado con el asegurado por
un contrato de comisión, y no podrá percibir de las entidades retribución alguna
distinta a las comisiones. Las actividades de agente y corredor son incompatibles entre
sí; c) Corredores de reaseguros son las personas físicas o jurídicas que realizan la
actividad de mediación en reaseguros.
- El asegurado es el titular del interés objeto del seguro, esto es, la persona
que se encuentra amenazada por un riesgo y quiere cubrirse mediante un seguro.
- El tomador del seguro es la persona que contrata con el asegurador y firma
con él la póliza del seguro. Por lo general suele coincidir tomador y asegurado (en
nombre propio), en caso de no coincidir (por cuenta ajena), las obligaciones que
derivan del contrato corresponden al tomador del seguro, salvo aquellos que por su
especial naturaleza deban ser cumplidos necesariamente por el asegurado.
- El beneficiario es un tercero a favor del cual se estipula el seguro y, por
consiguiente, queda legitimado para percibir la indemnización.
B. El riesgo.
Concebido el seguro como contrato de indemnización, su causa irá ligada a la
función indemnizatoria. En efecto, el seguro se estipula para que una parte indemnice
a la otra los daños que pueda producir la realización de un evento incierto. Desde ese
punto de vista, el riesgo constituye un presupuesto de la causa contractual y se
convierte en un elemento esencial del mismo, de modo que el contrato será nulo si, en
el momento de su conclusión, no existe el riesgo o ya se producido el siniestro. Sin
riesgo no puede haber seguro.
La práctica del seguro ha consagrado el principio de la especialidad o
determinación del riesgo consistente en que solo quedan cubiertos aquellos riesgos
que aparecen especificados en la póliza.
Hay riesgos que no resultan asegurables por razones técnicas o jurídicas.
Desde el punto de vista jurídico, el carácter de elemento causal propio del riesgo,
excluye la posibilidad de asegurar riesgos que recaigan sobre una actividad ilícita o
sobre intereses contrarios a la moral o el orden público, así como los causados por
mala fe del asegurado o de cualquier interesado. Desde el punto de vista técnico, las
dificultades para asegurar un determinado riesgo provienen normalmente de la
dimensión del mismo y de su carácter excepcional o esporádico, porque éstas impiden
una base estadística que sirva de soporte al seguro y permita calcular la prima, así se
excluyen los llamados riesgos catastróficos (guerra, acciones terroristas, terremotos…)
C. El interés.
El objeto del seguro es el interés que tiene el asegurado en el bien expuesto al
riesgo. Por interés ha de entenderse la relación económica existente entre un sujeto y
un bien, la cual tiene un valor cuya disminución o pérdida habrá de ser compensada
por la indemnización del seguro. Así pues, no son las cosas o personas las que se
aseguran, sino los intereses que tenemos sobre las mismas.
Para que un interés resulte asegurable deberá reunir las siguientes
características: a) ser subjetivo; b) tener un valor económico-patrimonial; c) y ser lícito.
La falta de un interés genera la nulidad del seguro. Igualmente, sobre un mismo bien
pueden recaer varios intereses que se pueden asegurar separadamente; así, por
ejemplo, sobre una vivienda pueden recaer los intereses del propietario, del
arrendatario o del acreedor hipotecario.
102
lOMoAR cPSD| 213 082 9
El interés asegurado tiene necesariamente un valor económico que en unos
seguros se determina después del siniestro atendiendo a criterios objetivos (valor
real), y en otros se determina conforme a baremos o cantidades fijas, establecidas
legal o convencionalmente (valor a tanto alzado). No hay que confundir el valor del
interés que se asegura con la llamada suma asegurada, que representa la medida en
que queda cubierto por el seguro el interés asegurable. La suma asegurada se
establece en la póliza y sirve para el cálculo de la prima y la determinación de la
indemnización, puesto que opera como límite máximo. Cuando coincidan el valor del
interés y la suma asegurada se está ante un seguro pleno (está obligado a
indemnizar todo el daño efectivamente sufrido por el asegurado). Si la suma
asegurada es superior al valor del interés, habrá sobreseguro, lo cual es peligroso
para el asegurador, porque puede constituir un incentivo para la provocación del
siniestro; de ahí que la Ley establezca dos medidas: a) una que, cuando la suma
asegurada supere notablemente el valor del interés asegurado, cualquiera de las
partes pueda exigir la reducción de dicha suma y, consecuentemente la de la prima; b)
y otra, que en caso de existir mala fe del tomador o asegurado, el contrato será
ineficaz. En un caso de siniestro total en un sobreseguro sin mala fe por parte del
asegurado el asegurado tiene derecho a cobrar el valor real del interés asegurado .
Cuando la suma asegurada es inferior al valor del interés da lugar al infraseguro o
seguro parcial; en este caso, de producirse el siniestro, el asegurador deberá resarcir
el daño tomando en cuenta la proporción existente entre la suma asegurada y el valor
del interés, aunque las partes podrán convencionalmente excluir la reglaproporcional.
D. La prima.
Se denomina prima a la contraprestación que paga el tomador del seguro o
asegurado por el desplazamiento del riesgo al asegurador. Tiene también la
consideración de elemento esencial del contrato, de forma que no habrá seguro si no
se paga la prima. La regla de que la prima es indivisible significa que el asegurador no
queda obligado a devolverla ni total ni parcialmente aunque se resuelva el contrato
antes de plazo.
E. Conclusión y documentación del contrato.
La ley determina que el contrato de seguro y sus modificaciones o adiciones se
consignarán por escrito, pero no exige explícitamente esa forma para la validez del
mismo. Eso permite sostener que se trata de un contrato consensual en el que la
forma escrita cumple una mera función instrumental, dirigida a la prueba y no a la
existencia del contrato, todo ello sin perjuicio de que las partes puedan acordar que el
seguro no tomará efecto hasta que no se firme o, incluso que se retrotraiga al
momento que se presentó la solicitud.
La solicitud de seguro no vincula al solicitante, pero la proposición de seguro hecha
por el asegurador vincula a éste por un plazo de 15 días.
Si en el momento de la conclusión del contrato de seguro no existe el riesgo o
ya había ocurrido el siniestro, el seguro será nulo.
La Ley 22/2007 de Comercialización a Distancia de Servicios Financieros
regula de forma detallada esta forma de contratación estableciendo las siguientes
obligaciones a cargo del asegurador: a) registrar la oferta y celebración del contrato en
un soporte duradero; b) informar previamente al tomador de las condiciones, de la
existencia de un derecho de desistimiento, la duración contractual mínima, la lengua y
la forma de tramitación de las reclamaciones; c) Comunicar las condiciones
contractuales en papel o soporte duradero antes de que la otra partes asuma cualquier
obligación.
El asegurador está obligado a entregar al tomador del seguro la póliza o un
documento de cobertura provisional.
103
lOMoAR cPSD| 213 082 9
El contenido de la póliza viene sustancialmente determinado por la ley, que
exige que se redacte en cualquiera de las lenguas españolas oficiales en el lugar
donde se formalice, a elección del tomador, así como debe constar en la póliza, como
mínimo, los siguientes datos: a) identificación de los contratantes; b) identificación del
interés asegurado o concepto que se asegura; c) determinación del riesgo cubierto; d)
designación de los objetos asegurados y su situación; e) la suma asegurada; f) importe
de las primas, fecha de vencimiento y lugar de pago; g) duración del contrato; h)
nombre de los agentes mediadores que intervengan.
Las pólizas pueden extenderse en forma nominativa, a la orden o al portador. La
póliza no puede considerarse un título valor, sino un mero título de legitimación.
F. Contenido del contrato.
Comprende los derechos y obligaciones de cada una de las partes durante las
distintas fases de la vida del seguro, incluyendo la etapa precontractual.
A. Obligaciones del tomador.
a) Deber de declarar el riesgo. Generalmente se rellena un cuestionario
elaborado por el asegurador, estará exento sí el asegurador no le presenta ningún
cuestionario. Si el tomador incurre en reticencia, el asegurador podrá resolver el
contrato en el plazo de un mes haciendo suyas las primas correspondientes al seguro
en curso. Si se produjera el siniestro antes de que el asegurador pueda resolver el
contrato, se reducirá la indemnización en la proporción correspondiente a la diferencia
entre la prima convenida y la que se hubiera aplicado de haberse conocido la
verdadera identidad del riesgo, a menos que el tomador hubiera actuado con dolo o
culpa grave
b) Pago de la prima. Se paga anticipadamente y es indivisible. La prima puede
ser única o periódica (anual, semestral…), si bien, no hay que confundir esto con el
fraccionamiento del pago de la prima. Los efectos del impago dependerán de la
modalidad de la misma y de la actitud del tomador del seguro. El impago de la prima
única o de la primera de las periódicas por culpa del tomador permite al asegurador
resolver el contrato o bien exigir el pago por vía ejecutiva y, si en ese tiempo se
produce el siniestro, el asegurador queda liberado del pago, salvo pacto en contrario.
El impago de las primas sucesivas producirá la suspensión de la cobertura del seguro
una vez transcurrido el plazo de gracia de un mes, y si el asegurador no reclama el
pago dentro de los 6 meses siguientes el contrato quedará extinguido. Si pese al
impago, el contrato no ha sido resuelto o no se ha extinguido, la cobertura volverá a
tener efecto a las 24 horas del día en que el tomador pague la prima.
c) Otros deberes que exige la ley son: a) dar cuenta al asegurador de los
demás seguros que celebre sobre los mismos riesgos e intereses y de las
circunstancias que impliquen una agravación o aumento del riesgo; b) comunicar la
realización del siniestro, en el plazo de 7 días, y transmitir toda la información
disponible sobre el mismo, así como tomar todas las medidas posibles para aminorar
el daño.
B. Obligaciones del asegurador.
a) La principal obligación es ofrecer una garantía frente al riesgo. Esta
obligación se mantiene abstracta durante el contrato y se materializa solo cuando se
produce el siniestro.
b) La indemnización del daño. El asegurador asume la obligación fundamental
de indemnizar el daño causado por el siniestro, al término de las investigaciones
necesarias para establecer la existencia y naturaleza del mismo.
Para que surja la obligación de indemnizar deben concurrir los siguientes
presupuestos: a) existencia de un contrato de seguro válido cuya cobertura esté en
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lOMoAR cPSD| 213 082 9
vigor; b) el acaecimiento de un evento que esté expresamente contemplado entre los
riesgos asegurados y no figure en los excluidos; c) producción de un daño al interés
asegurado; d) la presencia de un nexo causal entre el evento y el daño.
Constatados estos presupuestos, la cuantía de la prestación dependerá del
daño sufrido y de la suma asegurada.
El asegurador deberá cumplir su prestación en el modo y forma previstos en la
póliza. Normalmente el pago se hará en dinero, pero, cuando la naturaleza del seguro
lo permita, el asegurador puede optar por la indemnización en especie, reparando o
reemplazando los bienes dañados por el siniestro. La ley quiere que el asegurador
proceda rápidamente al pago de la indemnización y para ello establece la obligación
de pagar el importe mínimo en el plazo de 40 días, y una penalización por demora.
c) Otras obligaciones son la imposición al asegurador de un deber de
información, previo a la conclusión del contrato, o la entrega de la documentación al
contratante.
G. Duración del contrato, prescripción y fuero judicial.
La ley, salvo casos excepcionales (seguro de automóvil, p. ej.) no fija el tiempo
de duración de los contratos de seguro, dejando esta cuestión al arbitrio de las partes,
pero exigiendo que se haga constar en la póliza. Se establece un plazo máximo de
duración de 10 años aplicable a todas las modalidades de seguro, salvo los seguros
de vida. Terminado el plazo de vigencia de un contrato éste podrá prorrogarse una o
más veces por un periodo de tiempo no superior a un año, si así se establece
expresamente; las partes pueden oponerse a la prórroga mediante una comunicación
escrita con dos meses de antelación.
El contrato de seguro se extingue por: vencimiento del término, realización de
un siniestro que motive el pago de la indemnización, cesación del riesgo, acuerdo
entre las partes, resolución unilateral motivada por incumplimiento, alteración de la
naturaleza de las cosas o de las circunstancias del riesgo, y concurso o liquidación del
asegurador.
Las acciones que se derivan del contrato de seguro prescriben a los 2 años si
se trata de un seguro de daños, o a los 5 años si es de personas. El fuero judicial está
determinado por el domicilio del asegurado, siendo nulo todo pacto en contrario.
H. Modalidades del seguro.
La LCS se refiere únicamente a dos modalidades de seguro: los seguros contra
daños y los seguros de personas.
2. Seguro de daños.
A. Concepto y clases.
Bajo esta denominación genérica, la LCS regula 9 modalidades de seguro:
incendios, robo, transportes terrestres, lucro cesante, caución, crédito, responsabilidad
civil, defensa jurídica y reaseguro.
Todos ellos son seguros de indemnización objetiva en los que el importe de la
indemnización se determina después del siniestro en función del daño patrimonial
sufrido. En los tres primeros (seguros de cosas en sentido estricto) el interés
asegurado recae sobre cosas concretas y determinadas; en los otros (seguros de
patrimonio) el interés afecta al patrimonio general del asegurado.
Pero además de estos tipos concretos regulados en el LCS, existen otros
regulados en normas especiales como los seguros agrícolas, de automóviles…
B. Disposiciones especiales en materia de seguros contra daños.
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a) El interés asegurable y el principio indemnizatorio. El objeto del seguro está
constituido por el interés que el asegurado tiene en la cosa expuesta al riesgo y, por
ello, la ley asegura que el seguro contra daños será nulo si, en el momento de su
conclusión, no existe un interés del asegurado a la indemnización del daño. Aún con
esta prohibición nada impide asegurar intereses futuros, siempre que se posponga
la entrada en vigor del contrato.
En el seguro de daños el interés cobra una especial relevancia porque se basa en
el principio indemnizatorio, según el cual el seguro no puede ser nunca objeto de
enriquecimiento para el asegurado.
b) Transmisión de la cosa asegurada. La LCS establece la transmisión
automática del contrato de seguro si se procede a la venta o cesión de la cosa
asegurada, siendo en estos casos solidariamente responsables el adquiriente y el
anterior titular o sus herederos del pago de las primas vencidas. A estos efectos se
impone al asegurado la obligación de comunicar por escrito al adquiriente la existencia
de un seguro sobre la cosa transmitida, así como comunicar también la transmisión al
asegurador.
Sin embargo, considerando que las cualidades personales pueden tener una
influencia decisiva en las circunstancias contractuales, se concede a ambos la facultad de
resolver el contrato. El asegurador podrá rescindir el contrato dentro de los 15 días
siguientes a contar del conocimiento del seguro.
c) Posición de los acreedores con garantía real, y privilegiados. La Ley
establece un sistema de protección del interés de los acreedores hipotecarios,
pignoraticios o privilegiados sobre los bienes afectos al pago de sus créditos cuando
éstos están asegurados, consistente en extender sus derechos sobre las
indemnizaciones que satisfaga el asegurador, de modo que el asegurador no podrá
efectuarlas sin el consentimiento expreso de estos acreedores. A estos efectos el
tomador del seguro deberá comunicar al asegurador la constitución de la hip oteca,
prenda o privilegio.
Además, el asegurador deberá notificar a los citados acreedores el impago de
las primas por parte del tomador o asegurado, para que aquellos puedan hacerlas
efectivas para mantener vigente el contrato de seguro. En este caso el contrato de
seguro no será oponible frente a los acreedores hasta transcurrido un mes desde que
se les comunicó el hecho que motivó la extinción.
d) Liquidación del siniestro y valoración del daño. Como consecuencia del
principio indemnizatorio, para proceder a la liquidación del siniestro es preciso
determinar previamente los daños realmente sufridos y la cuantía de la
indemnizaciones que correspondan. Esta determinación se hace a través del
procedimiento establecido en el art. 38 LCS:
- Una vez acaecido el siniestro y notificado en tiempo y forma al asegurador, el
tomador del seguro o asegurado deberá comunicar por escrito al asegurador, en el
plazo de 5 días, la relación de los objetos asegurados existentes en el momento del
siniestro, la relación de los salvados y una estimación de daños. Si las partes llegan a
un acuerdo sobre el importe y forma de pago se cumplirá la prestación de inmediato.
- Si no hay acuerdo en el plazo de 40 días, cada parte designará un perito para
que realicen la valoración de los daños. En el caso de que los peritos lleguen a un
acuerdo, levantará un acta conjunta en la que se fijará el importe de la indemnización.
De no lograrse el acuerdo, se nombrará un tercer perito por consenso o vía judicial.
Los peritos emitirán su dictamen en el plazo señalado por las partes o, en su defecto,
en el de 30 días a contar desde la aceptación del nombramiento del último perito. El
dictamen de los peritos se emitirá por unanimidad o por mayoría y vinculará a las
partes salvo que sea impugnado judicialmente. Si el dictamen fuera impugnado
judicialmente, el asegurador deberá abonar el importen mínimo de la indemnización
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lOMoAR cPSD| 213 082 9
fijado por los peritos en el plazo de 5 días. Los gastos de tasación pericial se pagarán
por mitad entre asegurador y asegurado.
- Si el asegurador demora el pago de la indemnización devenida inatacable y el
asegurado tuviera que reclamarlo judicialmente, la indemnización se verá
incrementada con el interés previsto en el art. 20 LCS y las costas procesales.
e) Subrogación del asegurador. Consiste en el ejercicio por el asegurador de
los derechos y acciones que corresponden al asegurado contra el causante del daño.
Es una acción típica de los seguros de daños, ya que en los seguros de personas la
Ley excluye la subrogación. Las razones que justifican la subrogación son, de un lado,
impedir que el responsable del siniestro quede impune y, de otro, el evitar que el
asegurado se enriquezca mediante el ejercicio simultáneo de las acciones de daño y
de seguro, así como la necesidad de estimular la prevención frente al riesgo, sin que
quepa alegar en su contra que supone un enriquecimiento del asegurador.
El asegurador no podrá subrogarse contra el propio asegurado, contra las
personas por quienes responder civilmente según el art. 1903 CC, ni parientes o personas
que convivan con él. Si bien, estas exclusiones no tendrán efecto si la responsabilidad
procede una conducta dolosa o es un seguro de responsabilidad.
C. Seguro de responsabilidad civil.
Es aquella modalidad de seguro por la que el asegurador cubre el riesgo de
que el asegurado tenga que indemnizar a un tercero los daños y perjuicios causados
por un hecho previsto en el contrato de cuyas consecuencias sea civilmente
responsable conforme a derecho.
El riesgo que se asegura consiste en la posibilidad de que el asegurado incurra
en responsabilidad civil a consecuencia de alguna de sus actuaciones. El evento
dañoso (realización del riesgo) se producirá en el momento mismo en que el
asegurado realice la actuación generadora de responsabilidad civil, mientras que el
siniestro solo se producirá cuando la víctima presente una reclamación judicial o
extrajudicial, porque, hasta ese momento, no surgirá la obligación del asegurador de
reparar el daño causado ni por consiguiente entrará en juego la garantía del seguro.
Otras peculiaridades de esta modalidad de seguro son:
- Se imponen al asegurado, además de la obligación de pagar la prima y el
deber de notificar el siniestro, otros tres deberes específicos: ceder al asegurador la
dirección jurídica frente a la reclamación judicial o extrajudicial, abstenerse de
reconocer en cualquier forma su responsabilidad, y cooperar con el asegurador en las
cuestiones relacionadas con el siniestro;
- Se impone al asegurador el pago directo a la víctima del daño. El perjudicado o
sus herederos tendrán acción directa contra el asegurador, sin perjuicio del derecho
del asegurador a repetir contra el asegurado, en caso de conducta dolosa. Por ello, el
asegurado está obligado a manifestar al tercero perjudicado o a sus herederos la
existencia del contrato de seguro y su contenido.
La Ley establece la obligatoriedad de contratar un seguro de responsabilidad
civil para el ejercicio de aquellas actividades que el Gobierno determine en razón de su
especial peligrosidad: automóvil, riesgo nuclear, caza, perros peligrosos…
3. Seguros de personas.
A. Concepto y disposiciones especiales de los seguros de personas.
Los seguros de personas tienen como finalidad la cobertura de riesgos relativos
a la persona humana. Unas veces el riesgo consiste en la posibilidad de un evento que
afecte a la existencia misma del asegurado (seguro de vida), mientras otras consiste
en la posibilidad de que el asegurado sufra una lesión corporal (seguro de accidentes)
o un quebranto a su salud (seguro de enfermedad). Con carácter general, la LCS
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establece dos concretas prescripciones: a) que el contrato puede celebrarse con
referencia a riesgos relativos a una persona o grupo de ellas, que deberá estar
definido por alguna característica común extraña al propósito de asegurarse; b) el
asegurador, aún después de pagada la indemnización, no podrá subrogarse en los
derechos que en su caso correspondan al asegurado contra un tercero como
consecuencia del siniestro, a excepción de lo relativo a gastos de asistencia sanitaria.
B. Seguro de vida.
Es aquel en que el asegurador, a cambio de una prima única o periódica, se
obliga a satisfacer al tomador del seguro o a la persona que este designe, un capital o
una renta cuando el asegurado fallezca o alcance determinada edad.
Las principales modalidades de seguro de vida son: a) el de muerte, en el que
la obligación del asegurador está subordinada al fallecimiento del
asegurado
(obligación a término incierto); b) el seguro para el caso de sobrevivencia, estando la
obligación del asegurador subordinada al hecho de que el asegurado continúe con
vida a una determinada edad o fecha (obligación condicional); c) y el seguro mixto,
que combina los dos anteriores.
El seguro de vida presenta las siguientes particularidades:
a) En relación con la perfección del contrato. La Ley concede al tomador el
derecho a la resolución unilateral del contrato sin indicación de los motivos y sin
penalización alguna en el plazo de 30 días a partir de la entrega de la póliza o
documentos. Si la contratación es a distancia se estará a lo reglado en la Ley 22/2007.
b) En cuanto a los elementos personales. Hay que destacar la especial
regulación de las figuras del asegurado y del beneficiario. El asegurado es la persona
sobre cuya vida o cabeza se establece el seguro, el cual puede ser el tomador o un
tercero; en caso de ser personas distintas se necesitará consentimiento de ambos, el
del asegurado puede ser expreso o presunto. El beneficiario es la persona a favor de
la cual se contrata el seguro y, por consiguiente, la que habrá de percibir del
asegurador el capital o renta asegurados. Ocupa una posición jurídica singular porque,
aunque no es parte del contrato, adquiere un derecho propio. El beneficiario debe
designarse en la póliza, ya sea nominativamente o bien determinándolo de algún
modo (mis herederos, mi cónyuge…),
el tomador puede modificar la designación del
beneficiario sin el consentimiento del asegurador, salvo que en la póliza se haya
designado al beneficiario con carácter irrevocable.
c) La prima del seguro de vida. Se calcula técnicamente sobre la base
estadística de tablas de mortalidad. Ahora bien, como el riesgo no es constante, sino
que aumenta a medida que transcurre el tiempo y se acerca la muerte, las primas se
establecen en función del riesgo y deberán ser más elevadas con el paso del tiempo.
Aunque en la práctica se ha generalizado un sistema de pago de una prima uniforme
durante toda la vigencia del contrato.
La reducción del seguro consiste en que la falta de pago de la prima una vez
transcurrido el plazo previsto en la póliza (que no podrá ser superior a dos años) en
lugar de la resolución del contrato, producirá la reducción del seguro. Con la reducción
del seguro continúa en vigor, pero solo el importe que corresponda a la reserva
matemática del contrato, según la tabla de valoración que aparece en la póliza. El
rescate de la póliza consiste en la facultad del tomador de denunciar el contrato
percibiendo del asegurador el importe de la correspondiente reserva matemática.
También es práctica generalizada que los aseguradores concedan anticipos a cuenta
de la suma asegurada hasta un determinado porcentaje. El tomador también podrá
ceder o pignorar la póliza en cualquier momento, siempre que no haya sido designado
beneficiario con carácter irrevocable.
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d) Indisputabilidad de la póliza. Transcurrido el plazo de un año u otro inferior
establecido en la póliza, el asegurador no podrá impugnar el contrato por causa de
reticencia o inexactitud en la declaración del riesgo efectuada por el tomador o
asegurado, salvo si actuaron con dolo. La inexactitud sobre la edad del asegurado solo
dará derecho a la resolución del contrato cuando la verdadera edad excediera los
límites de admisión establecidos por aquél; en otro caso, si la prima pagada fuera
inferior a la que correspondería la prestación se reducirá en proporción, y si fuera
superior, el asegurador devolverá el exceso.
e) Pago de la indemnización. En los seguros de vida, como la indemnización se
determina anticipadamente, no suelen existir problemas en cuanto a la liquidación del
siniestro. El asegurador debe cumplir su prestación tan pronto como el propio
asegurado o beneficiario justifiquen el hecho determinante.
En el seguro de muerte, el asegurador solo se libera de la obligación si el
fallecimiento del asegurado tiene lugar por alguna de las causas excluidas en la póliza.
La muerte del asegurado causada de forma intencionada por el beneficiario le privará
del derecho a la indemnización. Por otra parte, y salvo pacto en contrario, el
asegurador está obligado al pago de la indemnización por suicidio siempre que éste se
produzca una vez transcurrido el plazo de un año. La muerte del asegurado causada
intencionalmente por el beneficiario le privará del derecho a la indemnización, salvo
pacto en contrario.
4. Reaseguro.
A. Concepto de reaseguro.
Es una modalidad de seguro que cubre el riesgo que asumen los aseguradores
al estipular los contratos de seguro directo con sus clientes. La LCS define al
reaseguro como aquel contrato por el que una de las partes (reasegurador) se obliga a
reparar, dentro de los límites establecidos, el daño patrimonial sufrido por la otra parte
(reasegurado o asegurador directo) a consecuencia del pago de una indemnización
derivada de un contrato de seguro. Por tanto, se puede encuadrar en la modalidad de
seguros de daños.
El reaseguro cumple una función técnico-económica de la mayor importancia,
puesto que permite a las entidades aseguradoras asumir un mayor número de
operaciones al fraccionar y repartir los riesgos y sumas aseguradas con otras
entidades de la misma naturaleza en la medida necesaria para que no resulte
técnicamente peligros hacer frente a la masa de riesgos directamente cubiertos a sus
asegurados.
B. Contenido del contrato.
La LCS apenas contiene normas dedicadas al reaseguro. Esto se explica
porque se trata de un contrato que se celebra siempre entre aseguradores, es decir,
entre profesionales del sector, que no necesitan ni una detallada reglamentación ni
una especial protección. Impera el principio de la autonomía de la voluntad y, por
consiguiente, este tipo de contratos se regirán por los pactos estipulados y, en su
defecto, por el Derecho consuetudinario sentado por los usos. Estos usos han dado
lugar a cuatro principios básicos: a) el principio de suerte común; b) el principio de
cuenta corriente, c) el principio de pago simultáneo o al instante de los siniestros, d) el
principio de sometimiento al arbitraje.
El reaseguro debe consignarse por escrito en documento firmado por ambos
contratantes. Pero el documento no suele denominarse póliza, sino convenio o tratado.
El funcionamiento interno del reaseguro es similar al del contrato de seguro. El
asegurador directo o reasegurado está obligado a: a) ceder al reasegurador la parte de
la prima que le corresponda en función del riesgo asumido; b) permitir al reasegurador
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el acceso a su documentación; c) comunicar al reasegurador los reaseguros que
concierte sobre el mismo riesgos y las modificaciones de interés. Por su parte el
reasegurador está obligado fundamentalmente a indemnizar al reasegurado el daño
patrimonial que éste sufra al tener que indemnizar los siniestros ocurridos; si el
asegurador directo tuviera que realizar pagos anticipados o pagos mínimos a cuenta,
el reasegurador quedará obligado en los mismos términos.
Al no existir relación entre los contratos de seguro y reaseguro, que son
completamente autónomos entre sí, el asegurado carecerá de acción directa contra el
reasegurador y, salvo pacto expreso en contrario, solo podrá dirigirse contra él en el
caso de que la compañía aseguradora con la que contrató el seguro entre en
liquidación, en cuyo caso el asegurado gozará de un crédito privilegiado sobre el saldo
acreedor que presente la cuenta del asegurador directo con sus reaseguradores.
TEMA XIV.- LAS GARANTÍAS DE LA CONTRATACIÓN MERCANTIL
1. Introducción.
A. Concepto, régimen y clases de garantías.
El pacto o estipulación de garantía es aquel cuya causa típica se identifica y
agota en dicha finalidad: su razón de ser es solo el servicio al derecho que garantiza.
Por lo que debe de distinguirse de otros negocios que pueden utilizarse con motivo o
finalidad de garantía, como la venta o depósito en garantía.
Las garantías suelen diferenciarse en personales y reales.
2. Garantías personales.
A. Consideración general.
B. El contrato de fianza.
A. Concepto y carácter mercantil.
El art. 1.822 CC lo define como aquel por el que una persona (fiador) se obliga
a pagar o cumplir por un tercero en el caso de no hacerlo éste.
La fianza será mercantil cuando venga a asegurar el cumplimiento de un
contrato que pueda ser considerado mercantil, aunque el fiador no sea comerciante.
B. Conclusión del contrato.
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A diferencia de la fianza civil, la fianza mercantil deberá constar por escrito, sin
lo cual no tendrá valor ni efecto. Esta exigencia queda cumplida si la declaración
escrita es recogida en póliza o escritura pública, como si lo es en documento privado.
La fianza puede ser espontánea y prestarse sin consentimiento y aun sin
conocimiento del deudor. El afianzamiento mercantil será gratuito, salvo pacto en contrario.
C. Objeto de la fianza.
Es el mismo que el de la obligación principal garantizada. No puede ser distinto
ni más extenso. El fiador puede obligarse a menos, pero no a más que el deudor
principal, tanto en la cantidad como en lo oneroso de las condiciones. No obstante, no
solo comprenderá la obligación principal, sino también las accesorias.
Pueden afianzarse toda clase de obligaciones, pecuniarias o no, siempre que sean
válidas, tanto si son presentes o futuras.
D. Efectos del contrato.
a) La fianza obliga al fiador a pagar o cumplir la obligación principal en caso de
no hacerlo el deudor. Ahora bien, el fiador no puede ser compelido a pagar al acreedor
sino después de producida la constitución en mora o incumplimiento del deudor, es
decir, de manera subsidiaria y tras haber hecho excusión de todos sus bienes. El
fiador garantiza al acreedor solo en caso de insolvencia del deudor; pero para que el
fiador pueda oponerse al pago debe hacer uso del beneficio de exclusión, quedando
sometido a una doble carga: de oponerlo o expresarlo por vía de excepción y, sobre
todo señalar los bienes del deudor que sean suficientes para cubrir la deuda. No
obstante, el beneficio de exclusión no constituye un elemento esencial del contrato de
fianza y no se podrá ejercitar en los supuestos establecidos en el art. 1.831 CC, esto
es: a) cuando el fiador haya renunciado expresamente a ello; b) cuando sea
fianza solidaria; c) en caso de concurso del deudor, d) cuando éste no pueda ser
demandado judicialmente en España.
b) Por lo que se refiere a la cofianza, puede ser mancomunada o solidaria. Si
es mancomunada, la obligación se divide entre todos, y el acreedor no puede reclamar
a cada cofiador, sino la parte que le corresponda; existiendo el beneficio de división,
análogo al de excusión. La fianza solidaria determina la inexistencia del beneficio de
excusión.
E. Extinción de la fianza.
La obligación del fiador se extingue al mismo tiempo que la del deudor, así
como por las mismas causas que las demás obligaciones. Esto quiere decir que, junto
al supuesto más común de extinción (pago), caben otros, menos frecuentes, en los
que puede producirse la liberación del fiador (v. gr. por condonación de la obligación,
confusión entre acreedor y fiador…)
La fianza puede estar condicionada a un plazo de vigencia o cumplimiento
determinado. Si no se hubiese fijado plazo y fuese retribuida, la fianza despliega sus
efectos hasta la completa extinción de las obligaciones. Si fuese gratuita, el fiador
podrá al cabo de 10 años ejercitar la acción de relevación de fianza de conformidad
con el art. 1843.5 CC.
C. Las “garantías a primer requerimiento o a primera demanda”.
Es una nueva forma de garantía. Se trata de una declaración o estipulación que
puede insertarse en cualquier contrato y que tan solo persigue un pago o cumplimiento
inmediato tan pronto como el beneficiario lo reclame en los términos y condiciones
previstos en el contrato. Pretende que el pago por parte del fiador no se vea impedido
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o demorado por pretextos relativos a la relación entre el acreedor y el deudor, sin que
la obligación del fiador pierda su accesoriedad.
Es una fianza que la que se limitan las excepciones que el fiador puede oponer
al acreedor.
Concebida como un tipo especial diferenciado, se fundamenta en el principio
de autonomía de la voluntad y en la libertad de contratación.
La fianza a primer requerimiento puede ser tanto solidaria como subsidiaria,
siendo esta última posibilidad la habitual en la práctica en la que, normalmente, se
exige que el requerimiento del acreedor al garante justifique o acredite que se ha
producido un incumplimiento por parte del deudor.
D. Las cartas de patrocinio.
Son documentos usados en el moderno tráfico mercantil que asumen
precisamente la forma de misivas o cartas, mediante los que su emisor tiende a
facilitar la concesión de crédito por parte del destinatario en favor de un tercero o
“patrocinado” que suele ser una sociedad dependiente o controlada por el autor de la
carta. Como regla general implican la vinculación del emisor como fiador solo en
supuestos excepcionales.
El la práctica, el contenido es muy variado, pues incluyen declaraciones de muy
distinto alcance. En las cartas de conformidad o conocimiento ( awareness) el redactor
manifiesta al destinatario la existencia de ciertos hechos, normalmente referidos a su
posición de control o dominio. En las llamadas de permanencia o mantenimiento
(stand by) el patrocinador indica su intención de mantener un determinado status quo
en relación con el patrocinado. En ocasionas a unas y otras se añaden determinados
compromisos o garantías.
En caso de incumplimiento, frente al destinatario, el emisor responderá por los
daños y perjuicios causados.
3. Garantías reales.
A. Consideración general.
La legislación hipotecaria del siglo XIX establecía una clara y rígida separación
entre la prenda y la hipoteca. Donde la prenda quedaba constituida como un derecho
real de garantía que recae sobre bienes muebles, mientras que la hipoteca grava los
bienes inmuebles. Esta construcción ha sufrido profundos cambios, los cuales se han
concretado en una serie de hitos que deben ser brevemente comentados:
a) La proliferación de la riqueza mobiliaria, y su aprovechamiento y utilización
como objeto de garantía provocó la incorporación de tales derechos a ciertos
documentos (títulos valores). La prenda cambiaria y la prenda de acciones son los
ejemplos más destacados de esta ampliación de objetos susceptibles de prenda.
b) Por otra parte, el desarrollo técnico y económico fue poniendo de manifiesto la
ineficiencia de la prenda cuando tiene por objeto bienes-capital, pues la desposesión
asegura el derecho del acreedor, pero priva al deudor de un activo productivo. El
Derecho ha utilizado dos vías distintas, pero complementarias, para evitar la
desposesión:
-
En unas ocasiones, el título valor o la creación del equivalente sobre la cosa o
de los derechos sobre la cosa, el expediente técnico que permitió separar la
disposición y el uso o posesión de la cosa, y, en concreto, atribuir el derecho
de garantía al acreedor sin merma de la utilización de la cosa.
112
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-
En otras ocasiones, la naturaleza del bien, su fácil identificación y sus
características permitían dar un paso más y prescindir de la traditio,
sustituyendo la aprehensión material por la anotación registral.
c) El último paso en la evolución ha constituido en la representación de ciertos
derechos de carácter financiero que denominamos valores negociables, mediante
anotaciones en cuenta que, igualmente, se inscriben en un registro. Con ello, se ha
producido una doble corrección en el proceso de transformación de las garantías
reales: por un lado, ha disminuido el uso y la importancia de la prenda sobre títulos;
por otro, se ha compensado el deslizamiento del centro de gravedad del sistema de
garantías reales hacia la hipoteca como derecho fundamental y prototípico.
B. Contrato de prenda.
A. Noción y clases de prendas mercantiles.
No existe en el CCom reglas generales sobre el contrato de prenda, pero esta
omisión legal no es bastante para reputar inadmisible que la prenda tenga carácter
mercantil, siendo pertinente atribuírselo a las prendas constituidas en garantía de
obligaciones mercantiles, como a las que tenga por objeto cosas mercantiles.
Puede distinguirse dos clases de prendas mercantiles: prendas de títulos y prendas
registrales.
B. Prenda de títulos: prenda cambiaria, prenda de acciones y prenda de títulos
representativos de mercancías.
La prenda cambiaria y la prenda de acciones constituyen los ejemplos más
significativos de pignoración de documentos creados al efecto de incorporar determinados
derechos. La pignoración de la letra de cambio está en declive, sin embargo la pignoración
de acciones está en pleno uso, pero conviene recordar que la progresiva sustitución de los
títulos-acciones por anotaciones en cuenta determina que se configure como una prenda
registral.
En la prenda de títulos representativos de mercancías se aprecia una mayor
estabilidad. La constitución en prenda de los resguardos emitidos por los almacenes
generales de depósito está expresamente prevista en el art. 196 CCom, que faculta al
acreedor no satisfecho que tenga en prenda un resguardo para “requerir a la
compañía para que enajene los efectos depositados, en cantidad bastante para el
pago”, con preferencia sobre las demás deudas del depositante. Por su parte, la
prenda de conocimiento de embarque y otros títulos de transporte se utiliza
especialmente en las operaciones de crédito documentario.
Como los títulos representativos de mercancías pueden ser nominativos, a la
orden o al portador, la constitución de la prenda seguirá en cada caso distintos modos.
Si son títulos al portador, bastará con ponerlos en posesión del acreedor; si son a la
orden, deberá hacerse un endoso; y si son nominativos, será necesaria la notificación
al emisor del título.
La ejecución de la prenda constituida sobre las mercaderías representadas por
estos títulos tiene lugar mediante el ejercicio del derecho a obtener su entrega y la
subsiguiente venta en subasta pública notarial.
C. Prendas registrales: prenda de participaciones sociales y prenda sin
desplazamiento de la posesión.
Son prendas que no implican la desposesión del objeto pignorado, ni tampoco
la de un equivalente documental o título que pueda crearse o utilizarse al efecto. Son
prendas en las que la afección del bien no se fundamenta en la posesión, sino en el
cumplimiento de ciertas formalidades y la inscripción o anotación del derecho e n el
registro pertinente.
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Las participaciones sociales no pueden incorporarse a títulos negociables, ni
estar representadas mediante anotaciones en cuenta. El carácter inaprensible o
inmaterial de las participaciones sociales no impide su constitución en garantía de
prenda, si bien deberá realizarse mediante la anotación en el libro registro de socios,
con lo que debe resaltarse la particularidad meramente privada.
La prenda sin desplazamiento se reguló por la Ley de 16 de diciembre de
1954 y ofrece singular importancia en el campo de la actividad mercantil, permitiendo
su constitución sobre máquinas y demás bienes muebles y sobre mercaderías y
materias primas almacenadas, así como cosechas esperadas o explotaciones
pendientes. Esta prenda se constituirá en escritura pública, o en póliza intervenida
cuando se trate de operaciones bancarias, y, en todo caso, será inscrita en el Registro
de Bienes Muebles. Una vez constituida, la ley otorga al deudor un amplio conjunto de
obligaciones, hasta el punto de considerarlo como depositario, no pudiendo enajenar,
ni trasladar los bienes sin el consentimiento del acreedor. El titular del bien tiene la
consideración de depositario del mismo a todos los efectos.
D. La prenda de valores representados por anotaciones en cuenta y admitidos a
negociación en un mercado secundario oficial.
No hay impedimento alguno para admitir que las partes puedan convenir la
constitución de una prenda sobre valores admitidos a negociación en un mercado
secundario oficial para garantizar cualquier obligación válida. La prenda de valores
cotizados se constituye como un tipo negocial autónomo con los siguientes caracteres:
a) Esta prenda solo recae sobre valores negociables representados por
anotaciones en cuenta, pues solo los documentados pueden ser objeto de
negociación en un mercado secundario oficial.
b) Su característica más acusada es justamente su condición registral, a la
que la ley anuda efectos importantes, como es su oponibilidad a terceros.
c) El acreedor garantizado de esta prenda goza el ius retentionis y el ius
praelationis.
d) El ius distrahendi se ve asistido por un procedimiento particularmente
ventajoso. Además del procedimiento extrajudicial, el acreedor dispone de
un procedimiento especial que, salvo pacto contrario, no exige ni la
notificación al deudor, ni la presencia notarial, no la doble subasta con
carácter previo a la adjudicación.
E. Prendas financieras.
Se trata de una serie de contratos con función directa (prenda) o indirecta
(dobles y operaciones con pacto de recompra) de garantía que pueden calificarse de
especiales por cuanto se les dota de un régimen privilegiado de constitución y
ejecución, para así facilitar y asegurar en mayor medida determinadas operaciones
financieras exclusivamente protagonizadas por entidades públicas,
organismos
rectores de mercados y entidades financieras.
Las garantías financieras articuladas en forma de prenda deben constar por
escrito, pero sin que sea exigible otra formalidad para su validez y eficacia, incluso
frente a terceros. Han de tener por objeto dinero, derechos de crédito, valores
negociables, instrumentos financieros y cualquier derecho directo o indirecto sobre
estos activos. La ejecución (ius distrahendi ) podrá realizarse mediante compensación
o utilización del efectivo, venta privada o apropiación de los valores, instrumentos
financieros o derechos dados en garantía.
C. Contrato de hipoteca.
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Este contrato tampoco ha sido recogido en el CCom. Pero la realidad ha venido
a demostrar tanto la compatibilidad entre el tráfico mercantil y el inmobiliario cuanto la
conveniencia de adaptar en ciertos extremos el régimen hipotecario común a
necesidades o situaciones que suelen presentarse en el desenvolvimiento de la
actividad empresarial. Nacieron así determinados tipos de hipotecas que, por su
vinculación con el tráfico mercantil y por satisfacer sus exigencias, bien pueden
denominarse mercantiles.
El ejemplo más destacado en la hipoteca mobiliaria, que tiene por objeto bienes tan
mercantiles como las aeronaves, maquinaria industrial, propiedad industrial o el mismo
establecimiento mercantil en su conjunto.
Junto a la anterior, pueden citarse la hipoteca en garantía de cuentas corrientes de
crédito, que es una hipoteca de máximo; y la hipoteca en garantía de títulos endosables y
al portador, que se constituye unilateralmente a favor de sus tenedores presentes o
futuros. Una y otra se rigen por lo establecido en la normativa hipotecaria.
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