Subido por Luis García Román

ES0A802V DOSSIER A.L. VEGA

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MODÈLE :
Déclaration sur l’honneur de non-plagiat
Je soussigné(e), Luis García Román,
régulièrement inscrit·e à l’Université de Toulouse-Jean Jaurès, n° étudiant : 21815277,
année universitaire : 2018-2019.
Certifie que le document joint à la présente déclaration est un travail original, que je n’ai ni
recopié ni utilisé des idées ou des formulations tirées d’un ouvrage, article ou mémoire, en
version imprimée ou électronique, sans mentionner précisément leur origine et que les citations
intégrales sont signalées entre guillemets. Conformément à la charte des examens de
l’Université de Toulouse-Jean Jaurès, le non-respect de ces dispositions me rend passible de
poursuites devant la commission disciplinaire.
Fait à Toulouse , le : 18/05/2019
Signature
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En el ensayo que vamos a trabajar, escrito por la académica Nelly Richard, se proponen una serie de
alternativas metodológicas y epistemológicas por parte de la crítica feminista contra los modelos
heteronormativos y canónicos, con el fin de explorar y desarrollar nuevos enfoques analíticos y
propuestas pragmáticas que desliguen a la mujer del papel que actualmente se le ha impuesto en
prácticamente todos los ámbitos de nuestra sociedad moderna; pero no son solo los orígenes y las
herramientas del poder falocéntrico dominante a los que se dirigen las argumentaciones de Richard,
sino también, y casi de forma más central en el texto, a los grupos feministas que tienen como deber
el llevar a cabo esta lucha por la subversión estructural de una sociedad de carácter patriarcal y
neocolonial. Se ponen en el centro del debate los conflictos surgidos dentro del heterogéneo grupo
de teóricas y activistas, a través de los cuales se discute sobre la efectividad o la autoridad que les
otorgan sus respectivas posiciones socio-económicas, su raza o incluso su pertenencia geográfica. Y
es en este punto a partir del cual se plantea la contradicción por excelencia entre aquellas teóricas
postestructuralistas que verían en corrientes científicas como la semiótica una vía ideal para
encontrar los huecos y las fallas que se dan en el proceso discursivo, generador de moldes
construidos con fines distintivos, y aquellas que, por el contrario, tenderían hacia un
posicionamiento de corte materialista, basado enteramente en el valor de la experiencia y
desechando por completo el carácter lingüístico de las formas de opresión como punto de partida
para promover una lucha revolucionaria fructífera (Richard, 1996; p. 735)
Entre la oposición que emerge de entre estas dos visiones antagónicas, Richard encuentra un
defecto en aquella que defiende el feminismo esencialista, al dotar de cierto carácter utópico e
irrealizable a la pretensión que estas persiguen y, según la cual, podría construirse un espacio de
lucha sin necesidad de que esta estuviese mediada por el cauce de la lengua. En cierto modo, existe
una necesidad recíproca entre la experiencia y la representación de la misma, primordial per se para
que esa noción empírica no quede fértil y pueda, de manera utilitarista, ser procesada y tomada
como base para todas aquellas mujeres que viven de igual manera una situación marginal; como la
propia autora afirma, aquello que existe previamente a su codificación lingüístico-semiótica está
sumido en el silencio y, por ende, puede ser susceptible de convertirse en un vacuo intento sin miras
a alcanzar una trascendentalidad práctica. Esta noción es, además, asociada de forma recurrente a la
naturaleza de lo latinoamericano; quizá a causa de los prejuicios, convertidos en estigmas
indisociables por parte de la crítica feminista latinoamericana de los poderes coloniales eurocentristas que, evolucionando desde las formas de opresión material que se desarrollaban en los
tiempos imperialistas han pasado a implantar unos modelos nuevos de dominación basados en otro
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imperio, no de virreyes, sino del logos avasallador. Así pues, el panorama que se vive en el
continente americano en relación a esta problemática es doblemente contradictorio, ya que ambas
perspectivas –La de Norte a Sur y su viceversa– convierten en axiomas rígidos sus respectivas
propuestas ontológicas al no tener en cuenta, ni las aproximaciones ultrateoricistas norteamericanas
ni las esencialistas latinoamericanas, la naturaleza líquida –hablando en términos baumanianos– de
las sociedades modernas y la multilateralidad de sus actores constitutivos. Si realizamos una
comprobación sobre el origen etimológico de la palabra “experiencia”, y a pesar de correr el riesgo
pecaminoso hacia ese textualismo que precisamente se critica en parte del artículo, vemos que
proviene del vocablo latino experientia, que a su vez significaría “ensayo” o “prueba”: “No sería
entonces la plenitud sustancial del dato biográfico-subjetivo que preexiste al lenguaje sino el modo
y la circunstancia en las que el sujeto ensaya1 diferentes tácticas de identidad y sentido” (Ibid., pp.
738-739); pues es justamente esta definición la que Richard sugiere tener más presente a la hora de
valorar los juicios empíricos que cierta parte del feminismo latinoamericano pretende absolutizar
bajo cierta capa misticista que nos conduciría, antes que a un movimiento revolucionario
potencialmente transformador, a un producto ideológico que estaría más cercano del realismo
mágico de García Márquez.
Una de las aristas principales que surge de esta discusión es el de la propia escritura, proceso
por el cual se eternizan, en negro sobre blanco, los modelos discursivos; partiendo de la
imparcialidad que se refleja en el lenguaje, revestida de una neutralidad que brilla por su ausencia,
Richard propone de nuevo alejarse de los extremismos metodológicos y aboga por la puesta en
práctica del dialogismo entre los factores femeninos (cuerpo) y masculinos (logos) que operan en
dichas estructuras, alejándose así, una vez más, de las propuestas deterministas e irrealizables que
pretenden aislar la esencia de la mujer de la contaminación masculina (Ibid., p. 736). Decía Georges
Sorel2 que la completa desaparición del capitalismo conllevaría, al mismo tiempo, la disolución del
propio movimiento sindicalista que él mismo propugnaba, al carecer este de un “enemigo a batir”;
de un modo similar, las teorías de la lingüista Julia Kristeva, citadas en el ensayo de Richard,
propugnan un desarrollo continuista, de carácter dialéctico, entre los dos estratos que conforman el
lenguaje para tener la capacidad de subvertirlos y de desmontar los modelos canónicos que internan
el sistema semiótico y que implique, al mismo tiempo, una perspectiva transversal y acaparadora
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Modificación tipográfica propia para ponerlo en relación con la referencia anterior a la cita.
Teórico francés que desarrolló las bases ideológicas del sindicalismo revolucionario en su obra Reflexiones
sobre la violencia.
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que incluya la multiplicidad subjetiva contextual y situacional del conjunto social femenino (Ibid.,
pp. 740-741). Este giro teórico serviría, además, para confrontar con la actividad capitalista –
siempre de la mano de su inseparable compinche machista– que encuentra un campo de cultivo en
el mundo editorial, promoviendo literaturas de consumo rápido que se aprovechan y banalizan las
representaciones femeninas con fines lucrativos; sin embargo, la crítica literaria procedente de la
academia posiblemente haya propiciado –o, cuanto menos, no evitado– este suceso, ya que la
conflictividad hermenéutica que generaban no correspondía con su idiosincracia (Gallego, 2018; p.
2). Como complemento que sirva para profundizar en el análisis de la noción que hemos decidido
abordar en nuestro comentario, haremos referencia al epígrafe del ensayo coescrito por la argentina
Maria Luisa Femenías y la cubano-estadounidense Ofelia Schutte, titulado Feminismo filosófico y
teoría de género en América Latina, en el cual se hace referencia a la importancia que el feminismo
teórico le ha otorgado a la noción etnorracial en cuanto al abordaje de las deficiencias en materia de
política social, económica y de reconocimiento histórico-cultural que han sufrido las mujeres
pertenecientes a las minorías étnicas por encontrarse en una encrucijada discriminatoria múltiple.
Recordemos cómo Richard resaltaba la necesidad de hacer hincapié en el enfoque sintético
entre los trabajos que llovían desde la academia y el sentido pragmático-empírico que el activismo
feminista pretendía llevar a cabo; y para que esta propuesta teórica llegase a buen puerto, una de las
necesidades básicas que se debía de tener en cuenta era aquella que implicase una transversalidad
analítica suficiente para abarcar una pluralidad subjetiva que, al mismo tiempo, aunase sus
particularidades contextuales. Hablábamos en las páginas anteriores sobre la paradójica verticalidad
de las investigaciones sobre dicho conflicto, debido a lo cual las instituciones académicas
norteamericanas se convertían en tutoras y convertían en “conejillos de Indias” a las agentes
implicadas en la problemática social latinoamericana; por ello, es absolutamente necesario
actualizar dicho enfoque exógeno para que el dominio de producción teórica se circunscriba al
espacio que irradia esta desigualdad: “Los textos sobre estas cuestiones se producen por lo general
en centros hegemónicos, por lo que es sumamente importante que este tipo de discusiones
resguarden el eje sur-sur” (Femenías; Schutte, 2011; p.11). Esta disyuntiva, que sigue teniendo una
vigencia y repercusión actuales de gran magnitud, tiene sin embargo un origen que se remonta al
establecimiento de las instituciones coloniales, que se siguieron manteniendo durante los periodos
de independencia posteriores. Tal es así que, como afirman Femenías y Schutte en el texto, esta
herencia se perpetúa incluso en las dinámicas de los Estados contemporáneos: “Sin embargo,
factores sociales, culturales, económicos, de dependencia política estructural, etc., inciden al punto
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de que el Estado moderno ha llegado a ser un conjunto de “promesas”, patrimonio de la “conquista
y la colonización blanca”, que los análisis producidos en las últimas décadas han venido a
iluminar.” (Ibid., p. 13). Por consiguiente, tomaremos algunos de los fragmentos que aparecen en el
relato de la escritora puertorriqueña Ana Lydia Vega, el baúl de Miss Florence, gracias a los cuáles
podremos ilustrar dicha problemática, ya que la trama del texto se encuadra en la época en la que
las colonias de ultramar exhalaban sus últimos estertores. Ya en los primeros compases del relato
podemos atisbar algunos de los aspectos segregadores inherentes a la sociedad que sirve como
escenario de los hechos que se narran; en el primer párrafo del diario, que la protagonista recupera
en un tiempo posterior y que comienza a leer para rememorar su estancia en una hacienda
puertorriqueña, se describe cómo la procedencia y la raza de la misma sirven como aliciente para
que se le apliquen ciertos tratos de favor, a pesar de que su condición socio-económica no tenga una
especial relevancia dentro de la estratificación clasista impuesta. En este mismo fragmento, además,
queda muy claro cuales son los oficios típicamente destinados a la población negra del lugar,
comúnmente asociados a labores serviciales, como iremos también constatando a medida que
avanza la acción (Vega, 1997; p. 7)
Esta transcurre entre los años 1856 y 1859, periodo en el que Puerto Rico sigue manteniendo
el estatus de colonia española bajo el reinado de Isabel II, en La Enriqueta, una hacienda situada en
la ciudad de Arroyo que sirvió como escenario real para la instalación de la primera línea
telegráfica, ideada por el conocido inventor Samuel Morse. Será gracias a este y al apoyo que le
brindará Mr. Lind, otro de los personajes que aparecen en la trama, que EE.UU consiguiera
establecer esta primera conexión entre ambas potencias (De Quesada, 2017; p. 8), siendo una de las
primera piedras que pondrían en su camino para llegar al desenlace final ya por todos conocido. El
carácter metaficcional que de esta forma Ana Lydia Vega le imprime al texto le servirá para
visualizar, en cierto modo, una de las principales causas por las cuales la sociedad puertorriqueña
viene sufriendo los abusos compartidos entre varias potencias extranjeras a lo largo de su historia.
Razón esta que tiene una estrecha relación con la opresión colateral –intensificada por los factores
(género-raza-clase) de los que hablamos anteriormente– de las mujeres que vivían en sus propias
carnes esta situación: “Porque, a pesar de que la independencia política tiene doscientos años, el
colonialismo subsiste debido a la estratificación étnorracial naturalizada de la sociedad” (Femenías;
Schutte, 2011; op. cit., p. 14). La modificación tipográfíca que vemos en la cita anterior pretende
resaltar la importancia que implica el revestimiento determinista y axiomático que envolvía estas
prácticas, normalizándolas hasta el punto de evolucionar hacia un dogmatismo de ardua
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confrontación por parte de los movimientos deconstructivistas posmodernos y de las teorías
feministas y que, además, no solo implica un proceso de normalización, sino que estimula incluso la
potenciación al atravesar las relaciones estructurales de poder los sistemas sexo-genéricos, para
revestirlos con una argamasa doblemente difícil de quebrar (Soriano, 2016; p. 2). Dispuestos a
dirigir nuestra perspectiva ateniéndonos al enclave caribeño, resulta clave llegados a este punto
aplicar la noción de la que Richard habla en su ensayo con respecto a la localización situacional,
que permite resaltar la especificidad del caso concreto al que nos referimos. De esta característica se
hacen eco también Femenías y Schutte cuando ponen en tela de juicio el concepto de racialidad
como punto de desencuentro entre algunas de las diferentes ramas del feminismo teórico. De esta
forma, la etnia estaría determinada por el influjo de una doble balanza en la que, a un lado, tenemos
la implicación económica derivada de las prácticas esclavistas y, por otro lado, la variable cultural
por la cual se despoja de valor tradicional e histórico a todo aquello que no forma parte o no
proviene de la influencia blanca euro-procedente (Femenias; Schutte, 2011; op. cit., p. 16). Junto al
ejemplo del cochero negro que hemos puesto en evidencia al principio, donde se vería reflejado el
primer vínculo referido a la relación de vasallaje de los afro-descendientes debido a cuestiones
socio-económicas, encontramos otro elemento que ilustra de igual manera la vertiente cultural que
entra en la ecuación despreciativa cuando la propia Miss Florence hace referencia a la pureza
cromática de los colonos llegados directamente desde la metrópoli, en detrimento de aquellos que,
por cuestiones de mestizaje –no solo étnico sino también cultural–, se asemejan más a la población
autóctona de la isla (Vega, 1997; op. cit., p. 7)
Es precisamente a través del personaje protagonista de la narración, Miss Florence, que
podemos observar cómo la intersección entre los factores que producen la subordinación de unos
personajes sobre otros tiene, en este caso, algunas particularidades interesantes que pueden ser
estudiadas desde las propuestas que se describen en los textos que hemos seleccionado en nuestro
corpus. De una forma extremadamente hábil, Ana Lydia Vega introduce a este personaje y juega con
la desubiación que sufre una mujer blanca europea que ejerce una profesión de valor secundario, en
un escenario en el que la estratificación de clase establece una jerarquía fuertemente marcada y
segregadora. Cumple así, por tanto, con dos de las tres premisas que la llevarán a vivir ciertos
episodios desagradables durante la trama, siendo la categoría de raza la única que comparte con el
resto de personajes para los que trabaja. Y es entonces cuando se produce un fenómeno al cual
hacen referencia Femenías y Schutte en el ensayo citado que tiene que ver con la generización de la
raza como resultado de este proceso interseccional de marcadores valorativos: "La intersección de
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normas de dominio racial, clase y género muestra cómo el “género” es racializado y la “raza”
generizada, ilustrando también la fuerza del impacto económico de clase, que tiene como uno de sus
efectos “blanquear” a los afrodesdendientes más exitosos, a menos que ellos rechacen tales
identificaciones” (Femenías; Schutte, 2011; op. cit., p. 15). Al contrario que en el ejemplo que se
utiliza en la cita para ejemplificar esta fagocitación recíproca que se produce entre raza y género, lo
que nos encontramos en este caso es la misma dinámica pero con el resultado de “oscurecer” la
condición de la protagonista; si bien es cierto que de una forma más difuminada que no llega a
equiparar de forma plena y absoluta el estatus de Miss Florence al de las sirvientas
afrodescendientes que también trabajan en la hacienda de Mr. Lind y Miss Susan, se percibe
igualmente que la voluntad de la protagonista se ve anulada en diversas ocasiones como resultado
de esta combinación de circunstancias. Y a pesar de esto, Miss Florence se mueve de forma
ambivalente entre ambos roles, adoptando su papel de blanca europea cuando se trata de
relacionarse con los empleados afrodescendientes de La Enriqueta o de emitir juicios sobre la
población negra de la isla, y sufriendo los desprecios y abusos de poder cuando es el binomio
género / clase el que le marca a fuego el estigma de inferioridad entre las clases pudientes que
monopolizan los recursos del territorio y disponen del control de las vidas que en él habitan.
A lo largo de los capítulos que van entrelazando la trama, Miss Florence se enfrenta a
diversas situaciones que irán provocando poco a poco el devenir de toda una serie de
posicionamientos personales y reflexiones acerca de su verdadera identidad y de la condición que
construye las relaciones que establece con los personajes con los que se relaciona en la isla,
provocando este proceso una transformación gradual que se materializará hacia el final del relato.
Uno de los capítulos que más no ha llamado la atención y que nos sirve de nuevo para ejemplificar
esta característica es aquel que tiene por título Confidencias; en él, Miss Florence se dispone a dar
un paseo por los alrededores de la hacienda de la familia Lind con el médico francés René
Fouchard, con el que comienza a desarrollar una actitud confidente y cordial. Por iniciativa del
propio Fouchard, y alegando este que prefería coger un atajo que les condujese hasta el mar donde
normalmente acababan su recorrido, se adentran ambos en los barracones en los que se encuentran
las viviendas de los esclavos que trabajan en La Enriqueta. La incomodidad y el desagrado de Miss
Florence se hacen plausibles cuando es consciente de que deberá enfrentarse, en primera persona, a
la desagradable situación en la que se encuentran los trabajadores que mantienen con su sangre y su
sudor las posesiones de sus dueños. Sin embargo, un pequeño detalle del comienzo de la narración
resulta curioso y deja entrever una peculiaridad de los motivos que llevan a la protagonista a
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adoptar esta actitud: “Obediente a los decretos de Miss Susan, yo jamás habría franqueado el seto
de enredaderas del jardín para tomar el sendero del ‘batey’, como llama Charlie a la plazoleta de
tierra donde se alzan las viviendas de los negros.” (Vega, 1997; op. cit., p. 31). Es preciso recalcar
aquí la información que nos proporciona una mirada atenta a la selección de las palabras que Ana
Lydia Vega pone en boca de su personaje para estimular la apreciación crítica por parte del lector.
En este caso, se refleja cómo vuelve a ser el sesgo de clase el que reprimía una posible voluntad por
parte de Miss Florence a descubrir las condiciones deplorables en las que los esclavos desarrollaban
su vida cuando no se encontraban bajo las órdenes de los hacendados. La insistencia que muestra el
doctor Fouchard, cambiando totalmente de registro y enfatizando los hechos para que su
acompañante abra los ojos frente a la realidad provoca en esta una fuerte reacción emocional y
existencial, entre el temor y lo epifánico, de una situación que revela la cruel verificación que se
esconde tras los muros de la Enriqueta, de la que ella forma parte del “inventario” sin ser
plenamente consciente (Braham, 2010; p. 453)
El uso metonímico y romantizador que sirve para la homogeneización de la mujer es el que
pretende representar Ana Lydia Vega a través de sus prácticas literarias3 , con el objetivo de crear un
mundo ficticio que implique, al mismo tiempo, la superposición y traslocación de los personajes
implicados en la trama para alterar las posibles interpretaciones del lector. Esta lectura feminista y
anti-racista implícita en los textos de la puertorriqueña incita a una deconstrucción soterrada de las
narrativas que fomentan un inexistente y estéril espíritu crítico, proponiendo una variedad de
escenografías y situaciones que visualizan las implicaciones que tiene la retroalimentación fáctica
de las estructuras opresivas de la sociedad, entre las que se encuentran la clase, el género y la raza.
En un artículo sobre la repercusión de la obra de Ana Lydia Vega, escrito por Efraín Barradas de la
Universidad de Massachusetts, se pone en entredicho la utilización de algunos personajes
arquetípicos que utiliza la escritora puertorriqueña, afirmando que tienden hacia un “populismo
literario” que pretende captar a la comunidad lectora boricua del mismo modo que lo hacen los
textos romantizadores de los que Richard hablaba al final de su ensayo (Barradas, 2019; p. 552);
pero si tenemos en cuenta que el trasfondo de dichos escritos y los mecanismos hermenéuticocríticos que promueve no pretenden quedarse en la epidermis interpretativa, podremos concluir que
el ejercicio se dirige en pro de una visualización de los reportes existentes entre la experiencia y la
representación de la problemática feminista a través del cauce artístico que permite la literatura y el
la práctica contra-archivística que hemos estudiado a lo largo de nuestro curso universitario.
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Recordamos el uso sarcástico que remarca este aspecto en el título del fragmento: Apuntes para un novelón romántico
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Bibliografia:
- BARRADAS, Efraín, La necesaria innovación de Ana Lydia Vega: preámbulo para lectores
vírgenes, Revista Iberoamericana, [S.l.], p. 547-556, dic. 1985. ISSN 2154-4794. Disponible en:
http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/view/4069. Fecha de
acceso: 17 mayo 2019
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LXXVI, Núm. 231, Abril-Junio 2010, 443-457. Recuperado en: https://revistaiberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/6724/6900
- DE QUESADA, Eugenio, El Telégrafo español en Ultramar: Cuba y Puerto Rico, Recuperado
en: http://www.rahf.es/wp-content/uploads/2017/12/Art%C3%ADculo-El-Tel%C3%A9grafo-enlas-colonias-de-Ultramar-de-Eugenio-de-Quesada-para-la-Historia-del-Correo-enEspa%C3%B1a-TEXTO.pdf
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328875451_Claves_para_pensar_las_literaturas_latinoamericanas_del_siglo_XXI/citations
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Caribeña, PO Box 23322, San Juan, Puerto Rico, 1997. ISBN 0-8477-3669-5. Recuperado en:
https://revistas.upr.edu/index.php/ceiba/article/view/7172/5821
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