Voces Hace noches que no logro dormir. Es como si mi cuerpo careciera de los atributos naturales y necesarios que convierte la oscuridad en un viaje eléctrico que se proyecta en fugaces imágenes. Es el instante que mas anhelo, el propio universo en negativo, reflejando y materializando los finísimos haces de luz que se superponen y modifican, en un confluente creativo que estalla tras el encuentro de millones de electrolitos, y así traducir esto en ese sueño que no logro concebir. Tengo la suerte que donde yo habito, la cantidad de ellos sea menor de la que acusa el resto. Sospecho igualmente, que es esto lo que resquebraja la continuada fluidez, natural y propiamente ritmada, del dormir y el estar parcialmente conectado. Es la permanencia de esos tantos, o el aumento de los mismos, lo que me mantiene en constante estado de alerta, no por temor, solo por precaución. Aun así, mi cuerpo se rigidiza, se tensa ante la sola sensación de su presencia. Por momentos distingo sus sonidos que penetran por mis canales perceptivos, haciendo eco del cantar de lo siniestro. Permanezco al asecho. Algo me inquieta. Tal vez se trate del ensordecedor zumbido que éstos emiten y que yo diviso como una fuerte vibración. El cosquilleo se hace cada vez mas intenso. No puedo moverme, quiero pedir ayuda, no logro emitir sonido, el nudo en mi garganta crece a gran velocidad, obstruyendo el paso del componente vital. Horrorizada y tomada por el pánico, comienzo a sacudirme. Nada siento caer. El zumbido comienza a hacerse cada vez mas intenso, mas patente, más punzante. Es como si millones de agujas penetraran por mi cuerpo y se clavaran deseosas de imprimir una evidencia. Logro dilucidar algo de ese sonido, mi memoria retroactiva pone entre mis pensamientos la palabra chillido. Mientras las hipótesis circulan a gran velocidad, el resto de mi cuerpo se agita temeroso en su quietud. Dirijo una de mis extremidades hacia donde siento ese misterioso cosquilleo. Acerco cuidadosamente hasta mi nuca una de mis yemas. Registro grandes cantidades de durezas. Me desespero. Apretando y rodeando esa zona con los extremos, logro sacar un puñado. Puedo ver como huyen despavoridos impulsados por sus numerosas patas, casi con la misma desesperación que yo. Quiero gritar. No logro hacerlo. Sin embargo, ellos lo hacen y con mas fuerza cada vez. Observo como se esconden, como se repliegan, formando un círculo con su propio cuerpo, cubriéndose tras la dureza de su estructura, su fortaleza corpórea. No logro contarlos, son millones colonizando mi integridad. Escucho sus chillidos como agudos gritos que perecieran formar parte de su cobertura. Se protegen mediante un torrente vomitivo de palabras, uno encima del otro, como un pisoteo lingüístico, o una escalada en paralelos sin intersección posible. Cada segundo que pasa, aumentan en cantidad y volumen. Caen gotas de mis ojos, no logro frenear ni con golpes este frenetismo, ellos no lo sienten, siquiera lo perciben. Siento como se mueven sus patas rápidamente, como se agitan sus antenas. Veo como se enrollan sobre si mismos, para protegerse del chillido del otro quizás, o para silenciar lo impenetrable de las demás durezas. Se reproducen a ritmo muy acelerado, como en serie. La oscuridad obra como aliada para permitir que esos seres caminen impunes recorriendo todo mi cuerpo. Puedo sentir como arrancan mi piel, como lidian desesperados mis partes, desgajando cada recoveco. Ya penetraron hasta lo más profundo. Puedo ver cómo se desmoronan perforados mis pedazos. Puedo sentir cómo arrasan violentamente mi arraigo a la tierra. Mis hojas caen, mis raíces se secan, ya sin fuerzas me desplomo sobre el suelo húmedo: cadena de vida y de muerte.