Está allí, lo veo, me habla - COMUNICACIÓN Y CULTURA (cátedra 1)

Anuncio
Está allí, lo veo, me habla
Eliseo Verón
Verón, Eliseo. Il est là, je le vois, il me parle, en Communications N°38 “Enonciation et
cinéma”, 1983, Paris.
Noticiero Televisivo
Este trabajo presenta una primera aproximación al dispositivo de enunciación propio de
un texto audiovisual bien determinado: el noticiero televisivo. Se trata de explorar un
dominio nuevo con todos los riesgos que esto implica: objeto familiar a la experiencia
cotidiana de millones de personas, el noticiero televisivo revela una complejidad
enorme a partir del momento en que, habiendo atrapado en video algunos ejemplares de
su especie (que se encuentra lejos de estar en vía de extinción), se examina su estatuto,
su estructura de conjunto, sus modos de construcción y de funcionamiento, sus
variantes, la combinatoria específica de las materias significantes y el cruzamiento de
géneros discursivos que lo caracterizan.
A todo esto se agrega lo difícil de limitarse al estudio de un corpus constituido
únicamente por noticieros televisivos. Como sucede siempre en los casos en los que uno
se interesa en los discursos sociales, la descripción necesita un decurso comparativo: el
análisis trabaja sobre los desvíos interdiscursivos, y la economía discursiva propia de un
tipo dado de discurso no es reconocible más que por el estudio de sus invariantes (y de
sus posibles variaciones), definiendo su especificidad y por lo tanto su distancia frente a
otros tipos de discurso1. Si el criterio del trabajo sobre los desvíos se formula aquí como
principio metódico, se impone, me parece, por la naturaleza de los objetos: los discursos
sociales se interdeterminan. Comprender la estructura y el funcionamiento del noticiero
televisivo exige comprender su lugar entre los soportes de la información. Una primera
dimensión de la especificidad del noticiero televisivo es por lo tanto reconocible por el
análisis de las propiedades discursivas que derivan del soporte significante: se puede así
1
Acerca de la noción de les desvíos inter-discursivos, ver mi libro A produçao de sentido, Sao Paulo,
Editora Cultrix, 1981.
comparar, en el universo del discurso de la información, el noticiero televisivo con la
prensa escrita y la radio2.
Pero para avanzar en la determinación más global de sus propiedades, la cuestión del
campo de variaciones posibles es ineludible, y la necesidad de un decurso de orden
transcultural se impone. Debido a esto, las reflexiones que siguen, si bien conciernen
sobre todo a las modalidades de funcionamiento del noticiero televisivo en Francia, se
basan al mismo tiempo sobre un primer análisis comparativo entre los noticieros
televisivos franceses y los noticieros vespertinos nacionales de Brasil, observaciones
(menos sistemáticas) de noticieros de las grandes cadenas americanas y de las cadenas
nacionales de Italia3. Desde este punto de vista, el noticiero plantea algunos problemas
particulares muy diferentes de aquellos que afronta la semiología del cine: a diferencia
de un film que, producido en condiciones económicas, sociales y culturales específicas,
transita luego por el mundo entero, la circulación de noticiero televisivo está
culturalmente clausurada: su producción y su reconocimiento permanecen encerradas en
un mismo contexto nacional.
A estas dos dimensiones concernientes a su especificidad (restricciones significantes del
soporte en el interior del universo discursivo de la información y campo de variaciones
de su estructura a través de los diferentes contextos socioculturales), es necesario
agregar la del tiempo: es evidente que a lo largo de la historia de la televisión en los
países industriales las informaciones televisadas se han transformado profundamente (y
por otra parte estamos en Francia, desde la elección presidencial, en un período de
cambio rápido inducido por la nueva situación política)4.
Estas dimensiones (que no son las únicas en juego) no serán abordadas directamente en
este trabajo, consagrado esencialmente a circunscribir algunas de las operaciones
discursivas que definen el dispositivo de enunciación del noticiero televisivo. Si las
evoco, no es sólo para invitar al lector a una cierta indulgencia en consideración a la
Ver mi libro Construire l´événement. Les medias et l’accident de Three Mile Islands, París, Ed. De
Minuit, 1981. (Versión española: Construir el acontecimiento. Buenos Aires, Gedisa, 1987)
3
El análisis de las informaciones televisivas en Brasil ha sido realizada en Octubre de 1980 en el
Departamento de comunicación de la Pontificia Universidade Católica de Río de Janeiro. Agradezco aquí
a mis colegas y amigos, el Dr. Cándido Mendes (presidente del Conjunto Universitario Candido Mendes,
que ha hecho posible mi viaje), Miguel Pereira (director del Departamento de comunicación) y Roberto
Amaral (entonces presidente de la Associaciao Brasileira de Ensino e Pesquisa em Comunicacao). Si bien
en el marco de estas reflexiones no se abordará directamente este material, la investigación realizada en
Brasil me ha permitido controlar mejor lo que tengo para decir respecto al noticiero televisado en Francia.
4
Un primer estudio de la evolución histórica de las informaciones televisadas en Francia ha sido llevado a
cabo por Hervé Brusini y Francis James, “Information et Politique: le journalisme de télévision en
2
complejidad
del dominio estudiado, sino también para recordarle la estrategia de
aquello que llamo la teoría de los discursos sociales: la descripción de un conjunto de
propiedades discursivas no es pertinente si no es realizada a la luz de hipótesis
(explícitas o implícitas) sobre las condiciones de producción y de consumo de los
discursos (por otra parte, no sabríamos qué describir). El análisis de los discursos
sociales no puede ser de ninguna manera un análisis “inmanente”; por lo tanto, no se
trata en absoluto de una simple transferencia de conceptos ( o de modelos) lingüísticos:
si, como en el caso de los lingüistas, el analista de los discursos habla de enunciación,
será necesariamente, en el curso de su camino, llevado a transformar profundamente el
contenido y el alcance de este concepto. Por otra parte, si quiere ser otra cosa que la
última versión de una lectura intuitivo-interpretativa de los objetos culturales, el análisis
de los discursos no puede fundarse sobre la simple recomposición de un decurso
sociológico cualquiera: si la sociología aporta al análisis de los discursos los útiles para
localizar en el funcionamiento social los objetos discursivos que le interesan,
permanece siempre ajena a los instrumentos indispensables para la descripción de la
producción de sentido. Es inevitablemente en este espacio estrecho, en esta situación
incómoda, en donde una teoría de los discursos sociales (o, si se quiere, una
sociosemiótica) debe trabajarse en este momento5.
Pragmática y sociosemiótica
Considerando lo anterior, puede ser útil distinguir el decurso que inspira las reflexiones
de la problemática que se ha desarrollado estos últimos años bajo el nombre de
“pragmática”. Es necesario recordar desde el comienzo que el uso de este término tal
como se ha producido recientemente en Francia6, es el último de una serie de empleos
muy diversificados. Si en algunos de sus usos la problemática que este término recubre
tiene escasa relación con el desarrollo de la lingüística (como, por ejemplo, en la
tradición de la “human communication theory” en los EEUU7 o en el contexto de la
France”, tesis del tercer ciclo en la Universidad de París I, acompañado de un montaje de video,
“Information televisée: l´histoire d´un changement”.
5
Cf. A produçao de sentido, op. cit.
6
Ver entre las publicaciones recientes: François Recanati, La transparence et l´enonciation. Pour
introduire a la pragmatique, París, Seuil, 1979; Oswald Ducrot, “Analyse de textes et linguistique de
l´enonciation” en Les mots du discours, París, Minuit, 1980; et les numeros de Communications (“Les
acte de discours”, N°32, 1980) et de Langages (“La pragmatique, N°42, mai 1979)
7
Un solo ejemplo típico: Alfred G Smith, Communication and culture, New York, Holy,Rinehart &
Winston, 1966. Esta antología, que reunió una cincuentena de textos americanos clásicos, está organizada
en cuatro secciones: “Theory of human communication”, “Syntactics”, “Semantics” y “Pragmatics”.
teoría de la “Escuela de Palo Alto” inspirada en los trabajos de Gregory Bateson 8), en
otras, por el contrario (como el caso de Francia), la “pragmática” puede ser considerada
como una suerte de “lingüística expandida”. ( Es por otra parte la vocación primera de
este término, concebido para designar el último tablero de un tríptico en que los dos
primeros (la sintáctica y la semántica) han sido los más reivindicados (excepto por los
lógicos) por los mismos lingüistas.)
Intentemos enumerar las principales diferencias entre lo que llamo aquí una “teoría de
los discursos” o sociosemiótica, y la “pragmática” entendida como “lingüística
expandida”.
La primera diferencia es trivial. Surgida de un decurso de origen lingüístico, esta
pragmática focalizada sobre los “actos del lenguaje” no se interesa más que en la
materia lingüística: es evidente que los problemas de enunciación en la imagen
audiovisual, por ejemplo, no le conciernen, algo que no podría reprochársele. La
sociosemiótica, por el contrario, en la medida en que encuentra su punto de partida en
los discursos sociales tal como se dan a la experiencia, está obligada a afrontar el hecho
de que estos son siempre “paquetes” constituidos por materias significantes
heterogéneas. Desde este punto de vista, la sociosemiótica está más próxima a la
pragmática americana, que se ha interesado desde hace mucho tiempo en los problemas
planteados por las materias translingüísticas: los factores paralingüísticos en la palabra
(parole) (acento, entonación, énfasis, etc.) tanto como los fenómenos de la gestualidad
(en la proxémica y la kinésica, por ejemplo), han sido muy tempranamente asociados
con una concepción anglosajona del objeto de la “pragmática de la comunicación”9.
Las diferencias significativas entre la sociosemiótica y la pragmática de los “actos del
lenguaje” deben por lo tanto ser aquellas que conciernen a la manera de abordar el
campo de estudio que les es común: la materia lingüística.
Así, la pragmática lingüística trabaja (como lo han hecho siempre los lingüistas) sea
sobre los enunciados, sea sobre las frases, que son ejemplos imaginarios, es decir que
han sido producidos por el analista mismo en el ejercicio de su propia competencia
Varias obras de la “Escuela de Palo Alto” existen ya en francés. Ver sobre todo la obra de Gregory
Bateson, Vers une ecologie de l´ esprit, 2 vol., París, Seuil, 1977 y 1980; Paul Watzlawick, J. H. Beavin y
D.D. Jackson, Une logique de la communication, París, Seuil, 1972 (cuyo título original era: “Pragmatic
of human communication”, y también Paul Watzlawick y J. Weakland (eds.), Sur l´interaction, Palo Alto
1965-1974, París, Seuil, 1981.
9
Los textos de (o sobre la) kinésica y proxémica americanas son raras en francés. Habían sido
presentadas hace mucho tiempo por Julia Kristeva y Paolo Fabbri, en un número de Langages (“Pratiques
et langages gestuels”, N°10, juin 1968). Ver en La nouvelle communication, París, Seuil, 1972, la
presentación de Yves Winklin, los textos de Birdwhistell y de Hall y la abundante bibliografía.
8
lingüística. Estos enunciados o esas frases son, por consecuencia y por definición,
recortadas de todo contexto discursivo y de todo contexto situacional reales . El
resultado de este modo de trabajo ha sido reproducir, en el interior de la pragmática, un
fenómeno bien conocido y ampliamente observado en lingüística: para cada ejemplo
cuyo análisis quiere mostrar el carácter improbable o “desviante” de su empleo en tal o
cual circunstancias (y los ejemplos de este tipo son siempre un aspecto importante, de
una manera implícita o explícita, de las demostraciones pragmáticas), se puede imaginar
una situación (o un contexto discursivo) en el que su empleo deviene posible. La
problemática de los análisis de los discursos es extraña a la pregunta de la aceptabilidad,
la improbabilidad o la rareza de una expresión, de un enunciado, de una frase, de un
enunciado conversacional: esta pregunta no se formula, dado que el análisis de los
discursos parte de corpus efectivamente situados10. El objetivo de la sociosemiótica es
rendir cuenta de las condiciones de producción (o de reconocimiento) de esos discursos,
y no de aplicarles un criterio cualquiera de “normalidad” de empleo. A veces, la
pragmática lingüística apela a fragmentos de textos situados, pero esto no parece
cambiar nada en su decurso: el análisis hecho es indiferente a la naturaleza del texto o el
fragmento tomado, y el ejemplo situado ocupa la misma función que los ejemplos
imaginados, a saber: ilustrar los mecanismos pragmáticos independientemente de los
contextos discursivos, de los tipos de discurso y de toda otra consideración “externa”.
Dicho de otra manera: el discurso situado no es abordado sino como un lugar de
manifestación de la pragmática de la lengua en la cual está escrito.
La pragmática lingüística se ha interesado de más en más en la enunciación; ella
formula, al mismo tiempo, hipótesis sobre las situaciones de enunciación que pueden
corresponder a tal o cual empleo de los fragmentos que analiza. Supera así, sin duda, la
problemática de la lingüística clásica. Pero si ésta última imaginaba sus frases, el
pragmático imagina sus fragmentos y las situaciones (o el contexto discursivo
inmediato, por ejemplo: pregunta/respuesta) en las cuales pueden funcionar
razonablemente. Para encuadrar sus fragmentos, el pragmatista es llevado, por una
parte, a imaginar situaciones de enunciación cada vez más complejas (que no son por
tanto menos arbitrarias), y por otra parte a introducir un conjunto de reglas y de
principios de socialidad cuyo estatuto, origen y validez cultural permanecen inciertos.
10
N. del T. Ver la definición de discurso situado en Verón, E. Para una semiología de las operaciones
translingüísticas.
Es su política de añadiduras, si puede decirse (consecuencia de su estatuto de
prolongación de una problemática que era desde la partida sintáctico-semántica), la que
permite distinguir mejor la pragmática lingüística del análisis de los discursos sociales.
La pragmática postula una significación primera (significación “literal” que resulta de
un primer acto “locutorio” o “proposicional”) a la cual vienen a agregarse otros sentidos
como otros tantos niveles adicionales. El movimiento conceptual de la pragmática
lingüística opera así según una línea de fuga que, a partir de la “significación literal”, se
dirige hacia otros sentidos, hacia otros niveles de funcionamiento (hacia lo implícito,
hacia los actos que se han llevado a cabo produciendo tal o cual enunciado, etc.)11. El
movimiento de la sociosemiótica es exactamente el inverso. Parte de los discursos
sociales (discurso político, publicidad, información, literatura, conversaciones en
contextos cotidianos o institucionales determinados, etc.), intenta comprender sus
propiedades y sus modos de funcionamiento en el seno de una sociedad dada, y
considera que su estatuto de objetos sociales sobredetermina los otros niveles de
sentido. Si, para tomar su fuerza teórica, la pragmática parte de una significación literal
que va a superar, para la sociosemiótica las “significaciones literales” son el resultado
(el residuo, podría decirse) de un enorme dispositivo social: la “significación literal” es
aquel sentido que queda cuando se ha logrado neutralizar todos los otros aspectos del
funcionamiento del discurso. El pragmatista constata que “a menudo comunicamos, por
un enunciado, otra cosa que aquella que este significa literalmente”, y se interroga
entonces: “Cómo llegamos a hacerlo?”12. La sociosemiótica pretende que producir un
sentido distinto de aquel que se significa literalmente es el estado natural, si puede
decirse, de la discursividad social, y que un enunciado que no significa sino su sentido
literal es muy probablemente un objeto que no existe más que en condiciones
extremadamente excepcionales y que son, también, sociales. Tomemos el caso de los
enunciados con función asertiva explícita: no es más que en virtud de un contrato social
extremadamente complejo que se puede lograr no hacer, con un enunciado, ninguna otra
cosa que denotar. Y no es seguro que se logre verdaderamente. Las instituciones
especializadas en la tarea de controlar los sentidos distintos de los de la denotación son
aquellos que llamamos instituciones científicas. Y como estas instituciones producen
discursos y no enunciados, su tarea es muy difícil. Es posible que los únicos que logren
11
Ver las fuentes citadas en la nota 6 y también J.-L. Austin, Quand dire c´est faire, París, Seuil, 1970 y
John Searle, Les actes de langage, París, Hermann, 1972.
12
F. Recanati, “Presentation”, en “Les actes de discurs”, Communications N°32, 1980, p.9.
producir “significaciones literales” sean los lingüistas: entre los discursos sociales, en
efecto, el de los lingüistas es el único discurso conocido en donde se encuentran
enunciados fuera de contexto.
La mayoría de los investigadores interesados en los fenómenos discursivos acuerdan
actualmente en que el discurso no es una suma de frases, que no es tampoco reducible al
mecanismo recursivo de la puesta en secuencia de enunciados. La sociosemiótica
pretende que el mismo principio vale para el plano de la enunciación: los discursos
sociales no son una suma de “actos de lenguaje”.
El eje Y-Y: la mirada y el régimen de lo real
El primer período de la historia de las informaciones televisadas en Francia parece
haber sido dominado por una ideología de la inmediatez del acontecimiento tal como es
dado por la imagen: entusiasmo por el directo y el reportaje, en el marco de una
estrategia consistente, para el periodista, en “estar, lo más rápido posible, allí donde las
cosas pasan”. Hacia mediados de los años 60, este periodismo de “terreno” se
transforma y deja poco a poco lugar a una nueva concepción: el “estudio” toma cada
vez más importancia, y con él el comentario y la reflexión sobre los acontecimientos:
hacen su aparición los periodistas especializados. Reportaje y examen son las dos
grandes etapas de la evolución de las informaciones televisadas en Francia, tal como lo
han remarcado Brusini y James 13.
Entre la explosión de la ORTF en 1974 y finales de 1980 asistimos, en el marco de las
prolongaciones de este “periodismo de examen”, a lo que ha sido a menudo llamado la
“personalización” de la información (fenómeno ya bien conocido en los Estados
Unidos, con la figura legendaria de Walter Cronkite): los principales presentadores de
los noticieros televisivos se convierten en “vedettes”: Yves Mourousi (TF1, 13 hs.),
Patrick Poivre d´Arvor (Antenne2, 20 hs.) y sobretodo Roger Gicquel, presentador de la
edición de las 20 hs. de TF1, la de mayor audiencia en el país14.
La llegada, a fines de 1980, de un nuevo director de información a la primera cadena,
Jean-Marie Cavada, produce agitaciones que parecen reanimar la vieja polémica entre el
13
H. Brusini y F. James, op. cit.
No se me acusará de sexismo, espero, por el hecho de que a lo largo de este artículo hablo del
presentador del noticiero en masculino. Sobre el plano en el que me sitúo, la descripción me parece
válida ya el presentador sea hombre o mujer. Por otra parte, el vedettismo en la información televisada se
14
“periodismo de reportaje” y el “periodismo de examen”. Estando en baja el índice de
audiencia del noticiero de Roger Gicquel, las críticas se multiplican: habla demasiado,
sería necesario que deje mayor lugar a las imágenes. Habiendo rechazado, se dice,
cambiar su estilo, Roger Gicquel es finalmente apartado.
Su reemplazante, Jean Lefèvre, toma sus funciones el 16 de febrero de 1981. Esa noche,
los telespectadores descubren que los decorados del estudio han sido completamente
transformados para señalar el cambio; Jean-Marie Cavada aparece en el comienzo del
noticiero para introducir al nuevo presentador. Ocupa así, por un breve instante, la
posición correspondiente al presentador del noticiero: hablando para presentar al nuevo
presentador, él me (nos) mira. Esta condición fundamental de su enunciación no es
reproducible en una transcripción escrita de sus palabras. Jean-Marie Cavada mira el ojo
vacío de la cámara, lo que hace que yo, el telespectador, me sienta mirado: él está allí,
lo veo, me habla. El noticiero televisivo ha finalmente optado por constituirse alrededor
de esta operación fundamental, que se ha convertido así en una de las marcas del
género, en tanto que índice del régimen de real que le es propio: los ojos en los ojos 15.
Llamamos a esta operación el eje Y-Y16.
Es necesario subrayar enseguida que este eje no es indispensable para marcar la función
referencial, no ficcional, de un discurso audiovisual17. En la fórmula clásica del film
documental por ejemplo (conjunto de imágenes comentadas por una voz en off, estando
a menudo los temas separados por intertítulos), no existe. Esta fórmula ha sido durante
largo tiempo utilizada para construir las “informaciones cinematográficas” anteriores al
advenimiento de la televisión, y a sido adaptada por esta última en la primera época.
Pero a partir del momento en que la mirada del presentador-enunciador sobre el
telespectador deviene el pivote alrededor del cual se organiza el noticiero televisivo,
toda una serie de operaciones discursivas es posible por medio, precisamente, de los
desvíos en relación con este eje. Estas operaciones estarán por lo tanto marcadas por el
hecho de que el presentador desliza su mirada hacia otra cosa que a mí: en ciertos
momentos, cesa de mirarme. La puesta en suspenso momentáneo del eje de la mirada
adquiere así el estatuto de un conector: ella marcará una transición, una articulación
ha producido principalmente alrededor de figuras masculinas. En la dos grandes cadenas, que una mujer
ocupe el lugar de presentador principal de un noticiero es un fenómeno relativamente reciente.
15
Se mantiene la denominación francesa original “Y-Y”: “les yeux dans les yeux”= “los ojos en los ojos”
16
He “robado” el título del artículo de Sylvie Blum en el que abordaba la cuestión: Sylvie Blum, “Les
yeux dans les yeux”, en Le Monde diplomatique, mayo, 1981, p. 19.
17
Debería decirse: de un discurso audiovisual en imágenes animadas, de tipo corriente. Porque la pantalla
telemática y el videotexto plantean problemas semióticos enteramente nuevos.
mayor en la puesta en secuencia del noticiero. En virtud de su posición central, el eje YY llega a contaminar las imágenes mismas: los momentos en que las imágenes de un
reportaje invaden la totalidad de la pantalla chica borrando el estudio, son los momentos
en los que él no me mira.
El eje Y-Y encuentra su forma acabada cuando el presentador no tiene ya la necesidad
de bajar la mirada hacia sus papeles, ya que el texto desfila delante de sus ojos18: es el
caso de Francia, en la actualidad, de la casi totalidad de los presentadores. En este
contexto, la lectura franca de una hoja de papel se convierte, en cambio, en signo de
excepcionalidad: el presentador nos lee un despacho de último minuto, un despacho
“que acaba de llegar”. Los presentadores de los noticieros televisivos en Italia dan
mucho más la impresión de leer los papeles que tienen sobre la mesa; el eje Y-Y no es
por lo tanto anulado, ya que el movimiento intermitente de la mirada hacia abajo
deviene poco significante: se podría decir que, en este caso, no reenvía más que a sí
mismo: el acto de lectura. En consecuencia, todo deslizamiento de la mirada fuera de
este eje puede tomar a cargo operaciones de transición o de articulación. Dicho esto, es
evidente que la posición de enunciación no es exactamente la misma en un caso que en
el otro. Cuando un texto de la información existe y es significado por los papeles sobre
la mesa (o por los movimientos de la mirada, incluso si los papeles no aparecen en
pantalla), se puede repertoriar toda una serie de variantes que van a modular
diferentemente a la vez la relación con el espectador y la relación con la información.
Lectura sostenida, con movimiento de la mirada hacia lo alto, para reencontrar al
telespectador o, por el contrario, mirada sostenida retomando de tiempo en tiempo la
lectura. En un caso como en el otro, el presentador puede significar que sigue su texto, o
bien al contrario, marcar más o menos explícitamente (por la mirada, por un cambio en
su equilibrio postural, por lo gestual y también, más a menudo, por una alteración del
ritmo de emisión de la palabra) que él agrega, en un momento dado, un comentario o
una evaluación que le pertenece, que no están manifiestamente en el texto. Cuando no
hace salidas “fuera” de texto, lo que significa una relación literal con aquello que lee, el
presentador se aproxima a una variante del modelo ventrílocuo, del cual hablaré más
adelante19.
El dispositivo, llamado “prompteur”, permite el desfile del texto que el presentador tiene que leer,
dando la impresión de mirar directo al objetivo de la cámara.
19
No hablo por el momento sino acerca del presentador principal. Las relaciones que se instauran en el
interior entre este presentador y otros periodistas se tratarán más adelante.
18
Por supuesto, el eje Y-Y aparece también en los géneros audiovisuales diferentes del
noticiero, pero parece siempre asociado a un movimiento de referenciación, a una
operación destinada de alguna manera a deficcionalizar el discurso. Esto es confirmado
por las consecuencias que su irrupción
trae consigo en un film de régimen
explícitamente ficcional. En un film de ficción, en efecto, la mirada de un personaje
hacia la cámara (cuando no forma parte, por supuesto, de un encadenamiento
campo/contracampo) produce un desarreglo, una ruptura mayor de la diégesis: el
espectador, sumergido en el voyeurismo cómplice del relato, es sorprendido de golpe
por una mirada proveniente de la imagen20.
Lo que nos autoriza a considerar que el eje Y-Y es una suerte de caución de
referenciación partiendo de que se ha convertido en una marca de identificación del
discurso de la información (y de su figura soporte, el periodista) es su modo de
funcionamiento en otro géneros audiovisuales próximos al noticiero, como, por
ejemplo, los magazines de información. Muy a menudo, una emisión de tipo magazine
es tratada, en su conjunto, como un “tema” y bajo la forma clásica del documental
(imagen+sonido+música+voz en off); sin embargo, es introducida y clausurada por un
presentador que, instalado en el estudio, nos mira y nos habla. Es posible que esta
imagen del estudio, incluso cuando está de hecho registrada, permanezca asociada a la
idea del “directo” (porque el estudio del noticiero televisivo, pertenece al “directo”) y
que por consecuencia esa aperturas y cierres de emisión que, por otra parte, están
construidas bajo una forma ella misma extraña al eje Y-Y, estén allí para dar un “toque
de directo” al magazine. Si esta hipótesis es correcta, el eje Y-Y se habría convertido en
la actualidad en una marca compleja: operación enunciativa, sería al mismo tiempo
meta-operación de identificación de un tipo de discurso por el peso de su movimiento de
deficcionalización: una especie de “prueba” del anclaje del discurso en lo real de la
actualidad.
Existen emisiones que, por su propia naturaleza, son lugares de encuentro de dos juegos
de discursos bien diferentes: la información y la política (como por ejemplo el Gran
Debate y Cartas sobre la mesa, en el curso de la reciente campaña presidencial). El eje
Y-Y funciona entonces, en un primer nivel, como marca de identificación de los roles:
el periodista guarda el privilegio del contacto directo con el telespectador, él da
explicaciones, abre y cierra la emisión mirándonos; el hombre político mira al periodista
Ver el análisis de Jean-Paul Simon, Le filmique et le Comique, París, Albatros, 1979, cap.2 “Sobre el
sujeto de la enunciación cinematográfica”
20
a quien se dirige cuando responde a las preguntas. Pero en otro plano, hay momentos
(poco frecuentes) en que el hombre político mira él también directamente a la cámara.
Marca así un cambio importante en su posición de enunciación: lo que tiene para decir
en ese momento es suficientemente importante o grave por lo que rechaza la mediación,
el relevo del periodista: por un corto instante, se dirige directamente a los franceses.
Así, en esta situación de enunciación particular que es el diálogo entre el periodista y el
hombre político, el deslizamiento de la mirada de este último hacia la cámara es un
operador comparable a la itálica en la escritura: subraya la importancia, el “peso de
verdad” atribuido por el enunciador a una cierta frase. Es por lo que este deslizamiento,
en el caso del hombre político, debe ser raro: como la itálica, su pertinencia tiende a la
excepcionalidad de su empleo. El caso del presentador del noticiero es exactamente el
inverso: definiendo el eje Y-Y su posición de enunciación “normal”, no dispone de esta
“itálica visual”: no puede significar más que apartándose del eje. Entonces, estos
desvíos no pueden funcionar, en el caso del periodista, como operadores de énfasis21.
La aparición de los hombres políticos en la televisión pasa la mayor parte del tiempo
por el relevo de los periodistas; se trata casi siempre, por lo tanto, del dispositivo
dialógico del que hablé. En Francia, hay dos excepciones principales: las “alocuciones
del presidente de la República” (muy practicadas por Valéry Giscard D´Estaing), y las
emisiones de lo que se denomina la “campaña oficial” en tiempos de elecciones. El
primer caso plantea problemas que no puedo desarrollar aquí; el enunciador político se
posiciona frente a las instituciones y no directamente en el marco de la lucha política. El
segundo caso (las emisiones de la “campaña oficial”) se caracteriza por el hecho de que,
a menudo, la mediación del periodista ha desaparecido: el candidato se dirige
directamente a los telespectadores, instaurando el eje Y-Y. Se coloca así en una
posición que habitualmente no es la suya, en la posición propia del periodista. Esto
puede explicar el efecto de artificialidad extrema que resulta de esta emisiones
“oficiales” en el contexto de una campaña en la que el hombre político, por otra parte,
está constantemente pasada por el relevo de los periodistas. Esto me parece una prueba
indirecta del funcionamiento del eje Y-Y en el discurso de la información, a la vez
21
Ejemplo simple, se ve, de una diferencia que señala la frontera entre dos juegos de lenguaje (el discurso
político y la información) tal como se practican en lo audiovisual. Llamo aquí “discurso de la
información” a aquel discurso de los medios que construye el objeto actualidad. La diferencia (en mi
opinión, profunda) entre el discurso político y el discurso de la información, es analizado en un trabajo en
preparación, tratando sobre las estrategias discursivas en el curso de la reciente campaña presidencial.
Agrego que los medios (en este caso, la televisión) no son un juego de lenguaje, sino un lugar en el que se
juegan una variedad de juegos diferentes.
caución de referenciación y operador de identificación de género; si en el movimiento
de énfasis, en el efecto excepcional de la “itálica” conserva aún su valor de anclaje, el
eje Y-Y parece afectar la credibilidad del discurso político cuando el enunciador se
instala en esta posición: el hombre político se pone en posición de informarnos, cuando
nosotros sabemos que nos quiere persuadir.
El eje Y-Y produce su efecto de deficcionalización en otras dos modalidades de su
aparición: los programas de variedades y las transiciones realizadas por las locutoras.
Ciertas emisiones de variedades se encuentran próximas a un régimen puramente
ficcional: cuadros puestos en secuencia por un montaje más o menos clásico. Pero hay
otros que instauran el eje Y-Y, cuando un presentador o animador articula el conjunto y,
con el micrófono en la mano, mira a cámara para anunciar los números, hacer
comentarios o dialogar con tal o cual estrella. Parece que esta segunda variante
contiene, en relación a la primera, un grado menor de ficcionalización, resultado del
empleo del eje Y-Y: este último indica sea que la emisión es en directo, sea que ha sido
registrada en presencia de un “verdadero” público. En un caso como en el otro, en el
“interior del género variedades”, la emisión está marcada como más cercana a lo “real”.
En cuanto a la locutora, fenómeno absolutamente desconocido en muchos países, es aún
una figura importante en la televisión francesa (aunque se habla de tiempo en tiempo de
su desaparición). En relación con las propiedades del eje Y-Y, la locutora es un caso
interesante. Ella no forma parte, propiamente hablando, del discurso de la información,
y sin embargo, su posición de enunciación es comparable a la del periodista, excepto
que la actualidad de la que nos habla es aquella de la institución misma: los programas
de la cadena. Entre dos “porciones” de audiovisual, ella produce también, “los ojos en
los ojos”, el enganche del discurso a un cierto real, en este caso, aquél del soporte
mismo, el de la televisión en tanto lugar de producción de discurso.
Podría decirse que el eje Y-Y funciona por lo tanto como un operador de realización
(por oposición a desrealización o a irrealización). Su función es la de neutralizar al
máximo (en el noticiero televisado) o de atenuar (en otros contextos) ese estatuto
ficcional que es el “estado natural” de todo discurso22. El efecto aparentemente opuesto
que el eje Y-Y produce cuando el enunciador político se instala allí no me parece
contradecir esta descripción. Se debe a que el eje posee este valor de caución el hecho
“...el lenguaje es, por naturaleza, ficcional; para intentar tornarlo inficcional, es necesario un enorme
dispositivo de medidas...”, Roland Barthes, La chambre claire, París, Cahiers du Cínema/Gallimard/Seuil,
1980, p.134.
22
de que en el contexto del discurso político sea descalificado; se debe a que el eje es
reconocido como posición de enunciación referencial de la información el que devenga
incompatible con otras propiedades del juego del discurso político23.
La voz de los hechos
Si la función referencial del noticiero reposa sobre el encuentro insistente de la mirada
del periodista y la del telespectador, ¿qué es lo que viene a organizarse, a tomar forma
alrededor de este eje?
Retornemos al 16 de febrero de 1981 para escuchar lo que esa noche Jean-Marie Cavada
tenía para decirnos, mirándonos, al introducir el nuevo presentador del noticiero:
...algunas palabras para decirles que, en el mundo agitado en el que vivimos, vamos a
aprovecharnos de la confianza que ustedes nos acuerdan para profundizar nuestro
propósito, que hasta este momento no ha resultado tan mal, y para renovar cierta
propuesta de información. Se trate de miembros nuevos de nuestro equipo cuyos rostros
van a ver y con los cuales ustedes van a familiarizarse, o bien de aquellos que han
sabido hasta el momento captar vuestra confianza, los reportajes que verán en nuestros
noticieros o en nuestros magazines les mostrarán sobre todo un mundo concreto, es
decir desembarazado de a priori. Pensamos, en efecto, que es el mejor servicio que
podemos brindarles.
A continuación otro propósito. Pues bien, es el de mostrarles la verdadera vida de los
otros franceses además de ustedes que nos miran, o bien la verdadera vida de los otros
pueblos distintos del francés.
En fin, la información que les ofreceremos debe ser lo más completa posible. Ella se
consagrará por lo tanto a rendirles cuenta de la actualidad a través de reportajes más
numerosos. Cuando los hechos no hablen por sí mismos, pues bien, nuestro equipo
intentará explicarlos analizándolos.
En fin, cuando se debatan opiniones contradictorias acerca de un acontecimiento, las
reproduciremos con el fin de que ustedes lo juzguen por sí mismos.
Es necesario agregar que este valor de “realización” no es una propiedad natural o intrínseca del eje YY: es el resultado de la evolución histórica del discurso audiovisual, y del hecho de que el eje ha sido
privilegiado por el discurso de la información. Una vez que se ha de este modo constituido (se trata de un
hecho histórico) produce efectos (en el discurso político, por ejemplo).
23
Si el presentador moderno, como e intentado mostrarlo en otra parte, produce
implícitamente en cada una de sus presentaciones, en cada uno de sus comentarios, una
verdadera teoría acerca de lo real de la actualidad y de la manera en que se debe hablar
de ella, es más raro encontrar, en el interior mismo del noticiero, un discurso
explicitando la ideología que acompaña la práctica de “construir el acontecimiento”24.
Claro está que, como cada vez que nos encontramos frente a un contenido ideológico
explícito, es necesario cuidarse de imaginar que la ideología refleja correctamente la
práctica. Si los propósitos de Jean-Marie Cavada son interesantes, se debe a que son
sintomáticos.
Se observa enseguida que el fragmento está enteramente organizado, en su enunciación,
alrededor de la pareja nosotros/vosotros, que sirve a la construcción, en la palabra, del
vínculo entre el enunciador y el destinatario. Pero es necesario indicar, en la apertura,
una marca extremadamente importante, debido a que es la huella de una de las reglas
constitutivas del juego de la información. Hay un primer “nosotros” que abarca en una
sola entidad al enunciador y al destinatario, que no van a diferenciarse sino a
continuación. En efecto, no son sólo los periodistas los que viven “en un mundo
agitado”, sino todos nosotros. Por consecuencia, esta primera frase contiene dos
“nosotros” con valor muy diferente, uno que designa “nosotros, los hombres” (que
vivimos en este mundo agitado) y otro que, acotando radicalmente su alcance, designa
al enunciador en tanto representante de una categoría, los periodistas de TF1:
...algunas palabras para decirles (1) que en el mundo agitado en el que vivimos (0),
vamos a aprovecharnos de la confianza que ustedes (1) nos (1) acuerdan...
Nosotros (1) / Vosotros (1) marca la diferenciación entre el enunciador y el destinatario,
en la situación de enunciación dada, y Nosotros (0) subraya, desde el comienzo, que el
enunciador puede producir una entidad que lo incluye, con sus destinatarios, en un
colectivo más global. Si Nosotros (1) es, en la terminología de Benveniste, un “nosotros
exclusivo”, el discurso de la información se caracteriza precisamente por este “acceso
fácil” a un colectivo más amplio, a un “nosotros inclusivo”. No es el caso de otros
juegos de discurso; especialmente no es el caso del discurso político, que podría ser
24
Ver el análisis de un texto de Roger Giquel, en Construire l´évenement, op. cit., p.77.
caracterizado por una gran dificultad de acceso al “Nosotros” inclusivo25. En el discurso
de las informaciones televisadas, este Nosotros (0) es asociado sistemáticamente al
fantasma de “francés medio”. He aquí la aparición explícita de este fantasma (lo que es
raro) en una frase de Roger Giquel en el noticiero de la noche del 10 de diciembre de
1980:
Estamos todos fichados. Ustedes y yo. El francés medio está fichado...
Este Nosotros (0) es por lo tanto la huella, en el plano de la palabra, de un dispositivo
mucho más amplio que torna posible la identificación del telespectador con la figura del
presentador. Volveré sobre esto.
Debido a que este fragmento tiene el estatuto de un metadiscurso ideológico sobre la
información, encontraremos lo esencial en su contenido. Este último aborda los dos
grandes aspectos del discurso de la información: el enunciado y la enunciación. JeanMarie Cavada nos habla, en efecto, de una parte de lo real que el noticiero “nueva
fórmula” nos va a mostrar, y por otra parte de aquellos que nos lo van a mostrar, los
presentadores-enunciadores.
En lo que concierne a lo real de la actualidad, el fragmento responde a una ideología
extremadamente clásica: este real es simplemente definido como un en-sí, como lo real
tal como es; es concreto, desembarazado de a priori, resumiendo: es verdadero, la
“verdadera vida”. Lo que puede ser objeto de discusión son las opiniones y no los
hechos. En este caso, encontrar lo real consiste en mostrarnos todas las posiciones en
conflicto. La información que nos brinda este real, en fin, está caracterizada como un
servicio.
En segundo lugar, lo real nos es brindado esencialmente por la imagen: este real se nos
va a mostrar mediante “reportajes más numerosos”. En el momento de la llegada de
Jean-Marie Cavada a TF1 se había hablado precisamente de un noticiero televisivo “a la
americana”, y es esta ideología la que parece notarse en su propósito.
En tercer lugar, consecuencia del privilegio acordado a las imágenes, el rol de la palabra
es definido como secundario, de alguna manera, como un último recurso: se
interpretará, se buscarán explicaciones, en los casos excepcionales en que los hechos
“no hablen por sí mismos”.
Acerca de la distinción entre el “nosotros” inclusivo y el “nosotros” exclusivo ver Emile Benveniste,
Problèmes de linguistique générale, París, Gallimard, 1966, en particular el cap. XVIII, p.25 ss.
25
Es destacable este curioso desplazamiento de la función parlante: los periodistas hablan
lo menos posible; son los hechos, es decir las imágenes, quienes se encargan de esto.
Salvo excepciones. Habría imágenes mudas, hechos obstinados en su silencio, que
obligarían a los periodistas, casi a su pesar, a tomar la palabra para hacer aquello que un
hecho digno de ese nombre debe hacer: explicarse, interpretarse a sí mismo. ¿Vuelta
atrás de la ideología, regreso al “periodismo de reportaje” de los años 50 y 60? ¿Habrá
sonado el final para el periodismo reflexivo, que examina e interpreta los
acontecimientos?
Seguramente no, y esto por dos razones. En primer lugar, porque estas declaraciones no
corresponden a un cambio en la práctica de construcción del noticiero: Jean Lefèvre no
hablaba menos que Roger Gicquel, y en el noticiero existen tantos análisis, comentarios
e interpretaciones como antes. En segundo lugar (y esto es lo más importante) porque,
en este fragmento, hay un tercer tema que engloba al conjunto y que se marca por una
cierta insistencia: en dos momentos, en efecto, es cuestión de confianza:
...vamos a aprovecharnos de la confianza que ustedes nos acuerdan para profundizar
nuestro propósito (...) Se trate de miembros nuevos de nuestro equipo cuyos rostros van
a ver y con los cuales ustedes van a familiarizarse, o bien de aquellos que han sabido
hasta el momento captar vuestra confianza...
La confianza aparece así como una suerte de condición previa sobre la que reposa el
funcionamiento del discurso de la información. A continuación del “nosotros” inclusivo
que al comienzo del fragmento nos designa a todos, periodista y telespectadores
confundidos, el “nosotros” de los periodistas se desprende del “vosotros” de los
telespectadores para ser inmediatamente vinculado a la confianza.
Familiaridad de un rostro. Confianza. ¿Pero de dónde viene este tema de la confianza?
¿Por qué será tan importante otorgar confianza a los presentadores del noticiero si los
hechos “hablan por sí mismos”, y aquello que los periodistas tienen para decirnos no es
más que un complemento destinado a suplir, llegado el caso, la elocuencia de los
hechos? En la inestabilidad de una relación, que se demuestra precaria, entre dos temas,
el texto deviene síntoma.
Una cuestión de cuerpo
Observando más de cerca, lo que Jean-Marie Cavada hizo en su presentación fue
proponer una cierta disposición de los tres órdenes fundamentales de la significación
que, trasladados al soporte audiovisual, intervienen en la construcción del noticiero
televisivo.
Estos tres órdenes son exactamente aquellos definidos en la semiótica de Ch. S. Peirce.
La palabra, es decir el lenguaje (el símbolo, en la terminología de Peirce), la imagen, es
decir el orden de la analogía (el icono), y el contacto, es decir, la confianza (el índice)26.
La ideología contenida en el texto de Cavada está sujeta a la jerarquía que establece
entre esos tres órdenes, y al rol enunciativo que atribuye a cada uno. Mediando una
verdadera identificación entre el significante y el referente, la función referencial,
denotativa, es reservada a las imágenes: son “los hechos mismos”. La palabra ocupa un
lugar metadiscursivo evaluado como secundario: ella comentará los hechos cuando sea
necesario. Y el soporte del conjunto, el fundamento mismo de la relación entre el
enunciador y el destinatario, es ese contacto que se instaura entre ellos en el eje de la
mirada: la confianza. Si la importancia acordada a las imágenes recuerda una vieja
ideología sobre el discurso de la información, la importancia atribuida a la confianza
muestra bien que el “periodismo de reportaje” en televisión ha concluido, y que JeanMarie Cavada habla en 1981.
La cuestión de la confianza concierne a la dimensión del contacto, es una cuestión de
cuerpo. Pone en juego lo que he designado en otro lugar como la capa metonímica de
producción de sentido, cuyo aporte primero es el cuerpo significante27. Metonímica
porque los reenvíos significantes son producidos por relaciones de vecindad: parte/todo,
delante/detrás, fuera/dentro, centro/periferia. Desde el punto de vista genético, esta capa
es la más arcaica en la producción de sentido; es por lo tanto anterior a la emergencia
del principio de analogía, gracias al cual va a construirse el orden de lo imaginario: en el
“estadio del espejo” el niño reunirá los fragmentos de su cuerpo en una imagen28. En
fin, el orden metonímico del cuerpo significante y el orden analógico de los iconos
entran en composición con el principio de la arbitrariedad del leguaje, en el momento de
26
Acerca de la distinción icono/índice/símbolo, ver los textos de Peirce traducidos al francés, Écrits sur le
signe, Paris, Ed. du Seuil, 1978, y también el número 58 de Langages consagrado a Peirce, junio de 1980.
27
Ver mi artículo “Corps signifiant”, en Sexualité et Pouvoir, París, Payot, 1978.
28
Jacques Lacan, “Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je”, en Écrits, Paris, Ed du
Seuil , 1966, p. 66-100.
la emergencia de la palabra. He intentado mostrar que si en esta composición de los tres
órdenes el inconsciente encuentra su estructura, es el cuerpo quien le provee su materia
significante. Si hablo de composición, se debe a que las relaciones entre esos tres
órdenes son complejas y su integración por el sujeto imposible: no existe un “código”
para pasar de uno a otro29. Por lo tanto, la mirada es una bisagra entre el orden
metonímico del cuerpo significante y el orden analógico de la imagen: la mirada es a la
vez un operador de formas y un operador de desplazamientos. Y para el sujeto
plenamente constituido, soporte del orden simbólico, la imagen de un cuerpo es a la vez
un icono investido por significaciones analógicas y una red de reenvíos metonímicos, un
haz de relaciones que definen el contacto.
Este orden del contacto, propio del cuerpo significante, está hecho de acercamientos y
alejamientos, de proximidades y distancias. En ausencia del lenguaje, esta dimensión
del contacto es la condición fundamental de todo intercambio: aquellos que tienen
relación con perros o gatos lo saben bien. La confianza (o, por el contrario, el temor, la
huida o el ataque) se construye por reenvíos metonímicos que ponen a prueba la
posibilidad del intercambio. En ausencia del lenguaje, los intercambios son
esencialmente
encadenamientos
complejos
de
relaciones
de
simetría
y
complementariedad que dibujan las “figuras” de la topología de los contactos30. Existe
una experiencia simple para hacer surgir esta dimensión del trabajo del cuerpo
significante que, en nuestros intercambios ordinarios, raramente traspasa el umbral de la
conciencia: tomen cualquier emisión de televisión en que haya un diálogo entre varias
personas, un debate o una mesa redonda, dejen correr la imagen apagando el sonido: en
la pantalla no queda otra cosa que el ballet de las figuras metonímicas del contacto. Si
miran la emisión en “cámara lenta” con la ayuda de una videograbadora, el efecto será
aún más fuerte.
Poner en movimiento esta dimensión del contacto es esencial al gato para obtener su
leche31, pero también es esencial para construir el noticiero televisivo: esto es lo que nos
ha dicho Jean-Marie Cavada en su presentación.
Es necesario subrayar que en el curso del proceso por el cual la sociedad industrial se ha
mediatizado, la aparición progresiva de los soportes tecnológicos ha permitido el
“Corps signifiant”, loc. Cit.
Los conceptos de “simetría” y de “complementariedad” han sido ampliamente elaboradas por Gregory
Bateson; cf. Vers une écologie de l´esprit, op. cit.
31
Gregory Bateson y D.D. Jackson “Some varieties of pathogenic organization” en Disorders of
communication, vol. 42:270-290 (1964).
29
30
traspaso de los tres órdenes del sentido en el discurso de la información a escala de la
sociedad entera, pero este traspaso ha tenido lugar en el orden inverso del orden
genético recorrido por el sujeto: la prensa ha producido la mediatización de la letra; han
seguido la imagen y la voz. Y es sólo con el advenimiento de la televisión que se puede
hablar verdaderamente de mediatización del cuerpo significante en la información. Una
modalidad exitosa de esta mediatización ha sido, en Francia, la obra de Roger Gicquel.
Para evaluar mejor el alcance de este trabajo sobre el cuerpo que caracteriza la posición
de enunciación de los actuales presentadores del noticiero televisivo, alcanza con
compararla con otra históricamente anterior, pero que aún subsiste en buen número de
países: la modalidad, que llamo del presentador ventrílocuo32. El cuerpo del presentador
está allí, el eje Y-Y también, pero la dimensión del contacto está reducida a la mirada.
La gestualidad está anulada, la postura del cuerpo relativamente rígida (a menudo no se
ven las manos del presentador), la expresión del rostro fijada en una suerte de “grado
cero”. La palabra está despojada de todo operador de modalización: el texto dicho (o
leído) es estrictamente descriptivo (“factual”, como se dice). El espacio que rodea al
presentador es también reducido al mínimo. Así, el presentador es un soporte neutro, un
punto de pasaje del discurso de la información que, de alguna manera, “habla por su
boca”. Es evidente que en el caso del presentador-ventrílocuo lo verosímil de la
información está fundado en aquello que es dicho y aquello que es mostrado: el cuerpo
significante no interviene aún en la producción de lo real de la actualidad.
En el caso del presentador moderno, el encuentro de las miradas se convierte en el eje
que soporta la construcción del cuerpo mediatizado del enunciador. El orden
metonímico se despliega entonces en un sistema gestual complejo. Los operadores de
este sistema son, podría decirse, de doble filo: si por un lado modalizan la palabra, lo
que es dicho, por otro construyen el vínculo con el telespectador. La gestualidad de
Roger Gicquel creaba una distancia frente a aquello que decía, y por eso mismo
establecía el contacto con el espectador. La distancia que él abría con sus gestos en lo
que respecta a su propia palabra, y por lo tanto en lo que respecta a las informaciones
que brindaba (distancia reforzada por numerosos operadores lingüísticos: “se dice
que...”, “no se sabe muy bien...”, “parece...”, etc.), le permitía construirse como lugar de
identificación del espectador. Ya que es esta distancia calculada la que engendra la
32
Esta expresión ha tomado forma en el curso de las discusiones con mis amigos de Río.
confianza, es decir, la creencia. Es esto en lo que era “moderno”, Jean Lefévre y los
otros no han hecho más que seguirlo.
He allí, por lo tanto, aquello de lo que habla entonces el texto de Jean-Marie Cavada: en
el noticiero televisivo actual, la referenciación producida por las imágenes y el
comentario provisto por las palabras se apoyan ambos en una red metonímica: allí se
construye un cuerpo, la mirada nos lo brinda.
La pantalla en la pantalla
Esta distancia calculada tiene consecuencias sobre el sitio que me es reservado a mí,
telespectador. Por esta distancia, en efecto, mi posición frente a la información es
homóloga a la posición del presentador: somos los dos, de alguna manera, los
destinatarios. De igual modo que yo recibo las noticias que me transmite, él las ha
recibido en su momento. Su circunspección me dice el trabajo de interpretación a
emprender y las precauciones a tomar: la actualidad es a menudo compleja, no siempre
se sabe bien; brevemente: es necesario prestar atención. Es evidente que el contacto
encierra esta invitación implícita a hacer como él, lo que automáticamente deja las dos
posiciones (la suya y la mía) comparables: como yo, él intenta comprender. Luego de
una presentación general del acontecimiento, anuncia la llegada de las imágenes, y su
mirada se aleja entonces de la mía: tanto para él como para mí las imágenes van a
aparecer. Él ha captado mi mirada con la suya, y el dispositivo está listo para que yo
termine por tomar su mirada en la mía, y tomarlo por otro-yo: frente a una pantalla
chica, lugar de manifestación de los hechos, víctima de las mismas dificultades y las
mismas preocupaciones que provoca la actualidad (grave) del mundo. Todo está listo,
en suma, para la identificación. O casi.
Porque la puesta en escena del presentador es inseparable de otro aspecto: la
“expansión” del espacio del estudio. Ya lo he dicho: en el modelo ventrílocuo el espacio
que rodea al presentador está reducido al mínimo, la imagen es plana. Es consecuencia,
en ese caso no existe espacio transicional entre la enunciación del presentador y lo real
“exterior” que nos llega con las imágenes; cada vez se produce un “salto” de una a la
otra. El trabajo sobre el cuerpo, por el contrario, es acompañado de una ampliación del
espacio: la imagen adquiere una profundidad, el estudio encuentra una arquitectura, los
movimientos de la cámara se multiplican. La construcción del cuerpo significante y la
dilatación del espacio del estudio van juntas. Hay dos razones para esto; por una parte,
si el cuerpo del presentador deviene significante, necesita un volumen en donde
desplazarse; por otra, este espacio en que los paneles, las mesas, los ángulos se
multiplican, está hecho para ser habitado: asistimos así al fenómeno, ahora común, de
la multiplicación de los periodistas.
Nos hemos habituado, en efecto, a esta proliferación de figuras de enunciación que son
otras tantas “rúbricas” encarnadas: especialistas en política interior, en la actividad
sindical, en la situación internacional, en economía, en ciencia y tecnología, en
deportes, etc. La característica del presentador general (que puede llamarse, por esta
razón, el metaenuciador) es el de sobrevolar esos títulos: introduce todos los
acontecimientos importantes, toma a cargo las transiciones, hace el cierre con una
reflexión final. Es el dador de la palabra.
Es, pues, este dispositivo el que permite acabar el proceso de identificación. Dado que,
si en esta panoplia de especialistas cada dominio de la realidad encuentra una voz
autorizada, quiere decir que el presentador, siendo un metaenunciador, no es un
especialista. Es por esto que va a plantear a los especialistas, a propósito de cada
acontecimiento importante, las preguntas que se hacen cada uno de los otros: el
metaenunciador es la figura misma de la Doxa. Por eso, él es como yo.
Se ve cuán ilusorio sería querer analizar la enunciación en términos de “actos de
lenguaje” aislados, sin tener en cuenta el tipo de discurso en que aparecen y su contexto
discursivo: una de las propiedades fundamentales de la posición enunciativa del
metaenunciador del noticiero no es producida en su propio discurso, es una repercusión
sobre su enunciación de otros actos de enunciación tomados a cargo por otros
enunciadores. La palabra del metaenunciador, considerada en sí misma, no es ni
especializada ni no especializada: son las otras palabras, especializadas, las que son
dadas por el presentador principal no especializado. No es porque este último realiza el
acto de lenguaje “hacer una pregunta” que se marca como no especializado: los
periodistas especializados pueden naturalmente hacer preguntas a un invitado, por
ejemplo, sin afectar en nada su rol de especialistas.
En el marco que acabo de describir (y sólo en este marco), la recuperación de mi mirada
puede ser verdaderamente acabada. Veamos como:
Plano 1. El metaenunciador, mirándome y solo en la pantalla, me presenta los aspectos
fundamentales de un acontecimiento.
Plano2. El metaenunciador llega a la pregunta que va a formular al especialista: su
mirada se desprende de mí y se desliza hacia este último, que se encuentra fuera de
campo.
Plano 3. El especialista se encuentra solo en la pantalla. No me mira; dirige su mirada
hacia el metaenunciador cuya voz en off se escucha en el momento de formular la
pregunta o de hacer un comentario que “abrirá” el turno de palabra del especialista.
Plano 4. Formulada la pregunta o finalizado el comentario, el especialista se vuelve
hacia la cámara: su mirada va del presentador principal a mí. Y, mirándome, comienza
su respuesta.
Este dispositivo es, podría decirse, el “modelo canónico” de la transición entre el
metaenunciador y el especialista; ha sido ampliamente aplicado, y lo es aún, sobre todo
en TF1. Debido a esto mi mirada, capturada por la del metaenunciador, se pone en
movimiento en el interior del espacio del estudio: de repente, me encuentro en el lugar
del metaenunciador: él le ha formulado al especialista la pregunta que yo le hubiera
hecho, y es a mí a quien este último responde. Confortablemente sentado en el sillón del
presentador, yo puedo escuchar aquello que la voz autorizada tiene para decirme sobre
el acontecimiento. Incluso puedo mirar la realidad de frente, es decir tal como ella se
muestra en la pantalla chica. En este caso, en TF1, una realidad dramática, plena de
suspenso y de repercusiones. Pero no hay de que inquietarse: estoy en el estudio, y el
estudio, lejos de lo real, es el lugar de la reflexión.
Este modelo canónico puede sufrir toda una serie de transformaciones. En Antena 2,
una modalidad diferente ha sido aplicada durante mucho tiempo33. La mirada del
telespectador es también allí captada por el presentador, ya que el noticiero se organiza
alrededor del eje Y-Y; la distancia del presentador frente a las informaciones es también
producida por el trabajo del cuerpo. Pero, en un momento dado, el trayecto se detiene.
Concretamente, el plano4 es diferente: una vez formulada la pregunta del
metaenunciador, el especialista no se vuelve hacia mí,
continua mirando al
metaenunciador a lo largo de toda su respuesta o su comentario. Esta modalidad tiene
por efecto mantenerme a distancia: no acabo mi identificación con el metaenunciador;
yo los miro (a ellos, los periodistas) como un espectáculo.
En la actualidad, en que la información televisada atraviesa un período de cambios, el
modo de articulación de las miradas en el interior del espacio del estudio es fluctuante, y
33
Ver Construir el acontecimiento, op. cit.
el noticiero de Antenne 2 se ha aproximado en este aspecto a la modalidad habitual de
los noticieros de TF1, y que he llamado “canónica”. Por el contrario, otro aspecto del
dispositivo destinado a construir el sitio reservado al espectador se ha desarrollado y
reforzado, tanto en TF1 como en Antenne 2, es el inicio de una estructura en abismo: la
pantalla en la pantalla.
En TF1, las pantallas se instalan detrás del presentador, como en una cabina de control.
Esto torna posible un nuevo tipo de transición, por el cual el cuerpo mismo del
presentador funciona como el relevo que nos hace pasar del estudio a lo real. He aquí
una secuencia tipo que ha sido producida en numerosas ocasiones en el noticiero de
TF1, cuando Jean-Claude Narcy era su presentador:
Plano 1: Situado en el eje Y-Y, el metaenunciador nos habla de un acontecimiento. Nos
explica que está en conexión con otro periodista que se encuentra allí (“en el lugar”) y a
quien va a formularle preguntas. Detrás suyo, el panel con las pantallas donde puede
verse al corresponsal esperando la conexión.
Plano 2: Girando en su asiento, el presentador nos da parcialmente la espalda para
dirigirse a aquel que aparece en las pantallas.
Plano 3: Es sólo entonces que, por agrandamiento progresivo de una de las pequeñas
pantallas o mediante un corte, lo real que estaba “más allá” invade enteramente la
pantalla (la nuestra) y el presentador desaparece.
En este tipo de articulación el cuerpo del metaenunciador se convierte literalmente en el
pivote que nos permite deslizarnos del estudio a lo real: este cuerpo hace un giro de 180
grados y arrastra así mi mirada hacia una pantalla chica que es la duplicación de la mía;
su cuerpo en el acto de mirar una pantalla de televisión es la imagen especular
recuperada de mi propio cuerpo.
En otras modalidades (A2 de mediodía) la red interna de las miradas es mucho más
complicada: varios invitados y periodistas se encuentran simultáneamente presentes
alrededor de una mesa redonda, y la posición del presentador principal se distingue de
las de los demás por el hecho de que tiene detrás un monitor de televisión. Llamemos
E1 a la pantalla en nuestro puesto de telespectadores, y E2 a esa otra pantalla que
aparece en la primera, detrás del metaenunciador, una imagen “en segundo grado”.
Se torna posible de esta manera toda una combinatoria:
E1: Plano próximo del presentador que habla mirándonos (eje YI
Y)
E2: Plano general del conjunto de invitados alrededor de la mesa.
E1: Plano aproximado del presentador que habla (eje Y-Y)
II
E2: Primer plano del rostro de un invitado que escucha.
E1: Plano próximo del presentador (fuera del eje Y-Y) que hace
una pregunta a uno de los periodistas especializados que están
III
alrededor de la mesa.
E2: Plano del periodista-destinatario que escucha al presentador.
E1: Plano aproximado del presentador que escucha (fuera del eje
IV
Y-Y).
E2: Plano de un invitado, o de un periodista especializado, que le
habla
E1: Plano aproximado del presentador que, mirándonos (eje Y-Y),
Prepara la transición a las imágenes concernientes a un evento
V
determinado
E2: Comienzo de las imágenes en cuestión.
E1: Continuación de las imágenes en cuestión.
E1: Plano aproximado del presentador que habla mirándonos (eje
VI
Y-Y).
E2: Misma imagen que en E1, multiplicándose en abismo al Infinito.
Mediante estos ejemplos, se ve bien la riqueza de la combinatoria enunciativa que este
dispositivo permite obtener, por la puesta en juego de varios ejes simultáneamente.
Ubicado en el otro extremo del eje Y-Y, estoy en posición de destinatario frente al
metaenunciador, pero veo otros receptores que están fuera de este eje y quienes, de un
momento a otro, pueden devenir destinatario (I y II). Dejado fuera del eje Y-Y, yo miro
el intercambio que se instaura descompuesto en dos imágenes (III y IV). Como en el
ejemplo de articulación que hemos visto en TF1, el presentador puede, en el caso (V),
entablar un diálogo con alguno que se encuentra fuera del estudio, en alguna parte de lo
real, y que aparece en la imagen E2. Pero aquí el presentador no se vuelve a mirar la
pantalla que vemos detrás de suyo: el mira otra pantalla, que tiene delante. En esta
modalidad, por consecuencia, el cuerpo del metaenunciador se encuentra en el centro de
un eje cuyas extremidades son dos pantallas: aquella que yo miro “en segundo grado” y
que veo detrás de él, y aquella que él mismo mira, que muestra las mismas imágenes
que la otra y que se encuentra casi donde yo estoy, delante del presentador, ya que el
centro del eje no es otra cosa que la pantalla de mi aparato en la que veo, en “primer
grado”, al presentador. El eje se desvanece cuando las imágenes vienen a situarse en su
centro, es decir cuando invaden E1 y desalojan, de alguna manera, el cuerpo-relevo del
presentador. Y luego se regresa al estudio. Se ve bien hasta qué punto el espacio de este
último, con el cuerpo significante del metaenunciador como pivote, se ha convertido en
el soporte fundamental del discurso: red de líneas de fuerza trazadas por la trayectoria
de las miradas, lo real viene a ocupar puntos determinados de esos ejes, dividido,
cortado en porciones de pantallas chicas. Esta división no se recompone sino en y por el
cuerpo del metaenunciador, constituyendo el eje al otro extremo del cual yo me
constituyo a mí mismo como espectador. El elemento común a estas diferentes
modalidades de puesta en abismo, se ve, es que el dispositivo de enunciación del
noticiero televisivo logra poner ese cuerpo enunciativo que nos dice las informaciones
en relación con lo real, relación homóloga de aquella que mi cuerpo mantiene con el
soporte de ese discurso: en todas sus variantes, el dispositivo nos dice la misma cosa: lo
real para él, presentador, es idéntica a lo que es para mí, para nosotros: una pantalla de
televisión.
Extraordinario logro que muestra al mismo tiempo en qué consiste el trabajo de
producción de real de los medios informativos: el peso de verdad de la imagen se mide
en su capacidad de exhibir las propiedades de su soporte: más que una imagen es una
imagen-televisiva, más resulta creíble. ¿Cuáles son las imágenes más reales, más
verdaderas, más “desembarazadas de a priori”, del aterrizaje de la nave espacial? Son,
seguramente, aquellas que han sido captadas por las numerosas cámaras que la nave
misma tenía sobre la espalda, bajo las alas, por todos lados.
Nosotros somos, todos, cuerpos: nos damos calor los unos a los otros. La realidad tiene
de más en más esta apariencia de pequeña pantalla.
Traducción de Sergio Moyinedo para uso de la cátedra “Comunicación y Cultura”.
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. UNLP.
Descargar