Leyendas precolombinas La montaña de maíz

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Leyendas precolombinas
La montaña de maíz
Los dioses se preguntaron lo que podrían comer los
hombres.
Leyendas Aztecas
El Sol y la Luna
El primer Sol, el Sol del Tigre, nació en 955 a.c. Pero al final de un
largo período de 676 años, el Sol y los hombres fueron devorados por
los tigres.
El segundo Sol era el del viento. Él fue llevado por el viento y todos los
que vivían sobre la tierra, y quienes se colgaban de los árboles para
resistir
a
la
tempestad
se
transformaron
en
monos.
Vino a continuación el tercer Sol, el sol de la Lluvia. Una lluvia de
fuego se abatió sobre la tierra, y los hombres se transformaron en pavos.
El cuarto Sol, el sol de Agua, fue destruido por las inundaciones. Todos
los que vivían en esta época se transformaron en peces.
El agua recubrió todo durante 52 años.
Pensativos, los dioses se reunieron en Teotihuacan: - Quién se va a
encargar ahora de traer la aurora sobre la tierra? El Señor de los
Caracoles, célebre por su fuerza y su belleza, hizo un paso adelante:- Yo
seré el sol, dijo él.- Alguien más?
Silencio.
Todos miraron al Pequeño Dios Sifilítico, el más feo y desafortunado de
los dioses, y decidieron:- Tú.
El Señor de los Caracoles y el Pequeño Dios Sifilítico se retiraron a las
montañas, que hoy son las pirámides del Sol y de la Luna. Allá, en
ayunas, meditaron.
Luego los dioses formaron un inmensa hoguera, contemplaron el fuego
y los llamaron.
El Pequeño Dios Sifilítico tomó impulso y se tiró a las llamas. Resurgió
enseguida después y se elevó, incandescente, en el cielo
El Señor de los Caracoles miró la hoguera ardiente, el seño fruncido.
Avanzó, retrocedió, se detuvo, dio varias vueltas. Como no se decidía,
exasperados, los dioses lo empujaron. Pero antes de que se elevara
en el cielo, los dioses, furiosos, lo abofetearon y le pegaron en la
cara con un conejo, tanto que le retiraron su resplandor.
Fue así que el arrogante Señor de los Caracoles se volvió la Luna.
Las manchas de la Luna son las cicatrices de su castigo.
Pero el Sol resplandeciente no se movía.
El gavilán de obsidiana voló hacia el Pequeño Dios Sifilítico y le
preguntó:- Por qué no te mueves?
Y respondió, él, el menospreciado, el purulento, el jorobado, el cojo:Porque yo quiero la sangre y el reino.
Este quinto Sol, el Sol del Movimiento, iluminó a los toltecas e iluminó
a los aztecas. Tenía garras y se alimentaba de corazones humanos.
Un día, Quetzalcoatl encontró una hormiga roja en los
alrededores de Teotihuacan. La hormiga llevaba un
grano de maíz.
Muy interesado, Quetzalcoatl le preguntó dónde ella lo
había encontrado. En un primer momento, la hormiga
hizo como si nada pasara y prosiguió su ruta. Pero
frente a la insistencia del dios ella respondió que lo
había extraído de la "Montaña de Nuestra
Alimentación" y lo invitó a seguirla.
Pero Quetzalcoatl era demasiado grande para entrar en
este lugar como las otras hormigas. Entonces él debió
recurrir a la magia y se transformó en hormiga negra.
La hormiga roja lo esperaba en el interior, y lo guió
hasta el lugar donde se encontraban montones y
montones de maíz.
Después ella lo ayudó a recoger suficientes granos para
compartir con los otros dioses. El gran Quetzalcoatl le
agradeció y se fue.
Quetzalcoatl llevó el maíz a los otros dioses quienes,
más tarde, lo dieron a comer a los hombres. El alimento
era bueno. Había necesidad de más maíz, pero era una
tarea fatigante transformarse en hormiga para llevar los
granos poco a poco.
Quetzalcoatl intentó llevarse la "Montaña" entera pero
no tuvo éxito. Los dioses pidieron entonces la ayuda al
adivino Oxomo y su mujer Cipactonal para que ellos
adivinen la suerte. Ellos le revelaron que si Nanahuatl
lanzaba el rayo, la "Montaña de Nuestra Alimentación"
permanecería abierta. Los Tlatocas (dioses de la lluvia)
descendieron y comenzó a llover mientras que
Nanahuatl lanzó el rayo sobre la "Montaña" que se
abrió, dejando libres los granos de nuestra alimentación:
maíz, judías... que los dioses aportaron a la humanidad.
El robo del fuego
Hace mucho tiempo, no se conocía el fuego, y los hombres debían
comer
sus
alimentos
crudos.
Los Tabaosimoa, los Ancianos, se reunieron y discutieron sobre la
manera de obtener alguna cosa que les procuraría el calor y les
permitiría cocer sus alimentos.
Ayunaron y discutieron... y vieron pasar por encima de sus cabezas una
bola de fuego que se sumergió en el mar pero que ellos no pudieron
alcanzar.
Entonces, fatigados, los Ancianos reunieron personas y animales para
preguntarles si alguno de ellos podía aportarles el fuego.
Un hombre propuso traer un rayo de sol a condición de que sean cinco
para ir al lugar donde salía el sol. Los Tabaosimoa aprobaron la
proposición y pidieron que los cinco hombres se dirigieran hacia el
oriente mientras que ellos, llenos de esperanza, continuarían suplicando
y
ayunando.
Los cinco partieron y llegaron a la montaña donde nacía el fuego.
Esperaron la llegada del día y se dieron cuenta que el fuego nacía sobre
otra montaña, más alejada. Retomaron entonces su camino.
Llegados a la montaña, en un nuevo amanecer, vieron el fuego nacer
sobre una tercera montaña, aún más alejada. Prosiguieron así hasta la
cuarta, después la quinta montaña donde, desalentados, decidieron
regresar, tristes y fatigados.
Contaron esto a los Ancianos quienes pensaron que jamás podrían
alcanzar el Sol. Los Tabaosimoa les agradecieron y se volvieron a poner
a reflexionar sobre lo que podrían hacer.
Es entonces que apareció Yaushu, un Tlacuache sabio, y él les relató un
viaje que había hecho hacia el oriente. Había percibido una luz lejana y
quiso verificar lo que era. Se puso a marchar durante noches y días,
durmiendo y comiendo apenas.
Debió suplicarle mucho pero al fin el viejo le permitió quedarse a
condición de que no toque nada. Yaushu se sentó cerca del fuego e
invitó al viejo a compartir su pinole.
Este vertió un poco sobre el leño, tiró algunas gotas por encima de su
hombro, después bebió el resto. El viejo le agradeció y se durmió.
Mientras que Yaushu lo escuchaba roncar, pensaba la manera de robar
el fuego.
Se levantó rápidamente, tomó una brasa con su cola y se alejó. Había
hecho un buen pedazo del camino cuando sintió que una borrasca venía
sobre él y vio, frente a él, al viejo encolerizado.
Él lo reprendió por tocar y robar una cosa que no le pertenecía; lo
mataría.
Inmediatamente él tomó a Yaushu para quitarle el tizón pero aunque
éste lo quemaba no lo soltaba. El viejo lo pisoteaba, le trituraba los
huesos, lo sacudía y lo balanceaba.
Seguro de haberlo matado, se vuelve a vigilar el fuego. Yaushu rodó,
rodó y rodó... envuelto en sangre y fuego; llegó así delante de los
Tabaosimoa que estaban orando.
Moribundo les dio el tizón. Los Ancianos encendieron los leños.
El Tlacuache fue nombrado "héroe Yaushu".
Lo vemos aún hoy marchar penosamente por los caminos con su cola
pelada.
Tlacuache: Mamífero arborícola.
Pinole: Bebida alcohólica a base de maíz.
La noche del quinto día pudo ver que en la entrada de una gruta ardía un
fuego de madera de donde se elevaban grandes llamas y un torbellino de
chispas.
Sentado sobre un banco un hombre viejo miraba el fuego. Era grande y
llevaba un taparrabo de piel, los cabellos blancos y los ojos
horriblemente brillantes. De tanto en tanto alimentaba esta "rueda" de
luz con leños.
El Tlacuache contó cómo él permaneció escondido detrás de un árbol y
que, espantado, él hizo marcha atrás con precaución. Se dio cuenta que
se trataba de alguna cosa caliente y peligrosa.
Cuando él hubo acabado su relato, los Tabaosimoa pidieron a Yaushu si
él podía volver y traerles un poquito. El Tlacuache aceptó, pero los
Ancianos y su gente debían ayunar y orar a los dioses haciendo
ofrendas. Ellos consintieron pero le amenazaron de muerte si éste los
engañaba.
Yaushu
sonrió
sin
decir
una
palabra.
Los Tabaosimoa ayunaron durante cinco días y llenaron cinco sacos de
pinole que dieron al Tlacuache. Yaushu les anunció que estaría de
regreso en otros cinco días; debían esperarlo despiertos hasta
medianoche y si él moría, les recomendó de no lamentarse por él.
Portando su pinole, él llegó al lugar donde el viejo hombre contemplaba
el fuego.
Yaushu lo saludó y fue solamente a la segunda vez que él obtuvo una
respuesta. El viejo le preguntó lo que hacía tan tarde en ese lugar.
Yaushu respondió que era el emisario de Tabaosimoa y que buscaba
agua sagrada para ellos. Estaba muy fatigado y preguntó si podía dormir
antes de retomar su camino la mañana siguiente.
Los Huicholes y el maíz
Los huicholes estaban cansados de comer cosas que no les gustaban.
Querían alguna cosa que pudieran comer todos los días, pero de
maneras diferentes.
Un joven huichol oyó hablar del maíz y de sus famosos mets, unas
tortillas, los chilaquiles y la sopa de tortilla que se preparaba con este
cereal.
Pero el maíz se encontraba muy lejos, al otro costado de la montaña.
Eso no lo desalentó y se puso en marcha.
Al cabo de poco tiempo vio una hilera de hormigas y como él sabía que
ciertas de ellas eran las guardianas del maíz, las siguió.
Pero cuando el joven se durmió, las hormigas, sin ningún problema, se
devoraron todas sus vestimentas, dejándolo sólo con su arco y sus
flechas.
Sin ropas y hambriento el huichol se puso a lamentar. Fue entonces que
un pájaro se posó sobre un árbol próximo. El joven apuntó su arco sobre
él, pero el pájaro le regañó y le dijo que ella era la Madre del maíz. Lo
invitó a seguirla hasta la Casa del Maíz donde ella lo autorizaría a tomar
todo lo que él buscaba.
En la Casa de Maíz se encontraban cinco bellas doncellas, las hijas de la
Madre del Maíz: Mazorca Blanca, Mazorca Azul, Mazorca Amarilla,
Mazorca
Roja
y
Mazorca
Negra.
Mazorca Azul lo encantó con su belleza y su dulzura. Se casaron y
volvieron
a
la
villa
Huichol.
Como él no tenía aún casa, durmieron un tiempo en un lugar dedicado a
los dioses.
Leyendas Incas
El lago Titicaca
Hace mucho tiempo, el lago Titicaca era un valle fértil poblado
de hombres que vivían felices y tranquilos.
Nada les faltaba; la tierra era rica y les procuraba todo lo que
necesitaban. Sobre esta tierra no se conocía ni la muerte, ni el
odio, ni la ambición. Los Apus, los dioses de las montañas,
protegían a los seres humanos.
No les prohibieron más que una sola cosa: nadie debía subir a
la cima de las montañas donde ardía el Fuego Sagrado.
Durante largo tiempo, los hombres no pensaron en infringir
esta orden de los dioses. Pero el diablo, espíritu maligno
condenado a vivir en la oscuridad, no soportaba ver a los
hombres vivir tan tranquilamente en el valle.
Él se ingenió para dividir a los hombres sembrando la
discordia.
Les pidió probar su coraje yendo a buscar el Fuego Sagrado a
la cima de las montañas.
Entonces un buen día, al alba, los hombres comenzaron a
escalar la cima de las montañas, pero a medio camino fueron
sorprendidos por los Apus.
Después, como por encantamiento, la casa de los recién casados se
llenaba cada día de espigas que la decoraban como flores.
Las gentes venían de todas partes porque Mazorca Azul les ofrecía
espigas
a
manos
llenas.
La bella esposa enseñó a su marido a sembrar el maíz y a cuidar los
cultivos. Enterándose qué delicias ofrecía este nuevo alimento, los
animales intentaron robarle. Mazorca Azul enseñó a las gentes a colocar
fuego alrededor de los cultivos para espantar a las bestias en busca de
espigas
tiernas.
Los Ancianos cuentan que Mazorca Azul, después de haber enseñado
todo lo que ella sabía, se molió ella misma y es de esta forma que los
hombres conocieron el excelente atole, una bebida caliente que se
prepara con granos de maíz.
Mazorca: espiga de maíz.
Éstos comprendieron que los hombres habían desobedecido y
decidieron exterminarlos. Miles de pumas salieron de las
cavernas y se devoraron a los hombres que suplicaban al diablo
por ayuda. Pero éste permanecía insensible a sus súplicas.
Viendo eso, Inti, el dios del Sol, se puso a llorar. Sus lágrimas
eran tan abundantes que en cuarenta días inundaron el valle.
Un hombre y una mujer solamente llegaron a salvarse sobre
una barca de junco.
Cuando el sol brilló de nuevo, el hombre y la mujer no creían a
sus ojos: bajo el cielo azul y puro, estaban en medio de un lago
inmenso. En medio de esas aguas flotaban los pumas que
estaban ahogados y transformados en estatuas de piedra.
Llamaron entonces al lago Titicaca, el lago de los pumas de
piedra.
Manco Capac
Huarcuna
En las tierras que se encuentran al norte del lago Titicaca, unos
hombres vivían como bestias feroces.
El hijo del Sol, Túpac Yupanqui, "el Hombre de todas las
virtudes", como lo llamaron los Huravicus (hombres del saber)
de Cuzco, celebraba su victoria sobre la indomable tribu de los
Pachis
No tenían religión, ni justicia, ni ciudades. Estos seres no
sabían cultivar la tierra y vivían desnudos. Se refugiaban en
cavernas y se alimentaban de plantas, de bayas salvajes y de
carne cruda.
Inti, el dios Sol, decidió que había que civilizar estos seres. Le
pidió a su hijo Ayar Manco y a su hija Mama Ocllo descender
sobre la tierra para construir un gran imperio.
Ellos enseñarían a los hombres las reglas de la vida civilizada
y a venerar su dios creador, el Sol.
Pero antes, Ayar Manco y Mama Ocllo debían fundar una
capital.
Inti les confía un bastón de oro diciéndoles esto:
- Desde el gran lago, adonde llegarán, marchen hacia el norte.
Cada vez que se detengan para comer o dormir, planten este
bastón de oro en el suelo. Allí donde se hunda sin el menor
esfuerzo, ustedes construirán Cuzco y dirigirán el Imperio del
sol.
La mañana siguiente, Ayar Manco y Mama Ocllo aparecieron
entre las aguas del lago Titicaca. La riqueza de sus vestimentas
y el brillo de sus joyas hicieron pronto comprender a los
hombres que ellos eran dioses. Temerosos, los hombres los
siguieron a escondidas.
Ayar Manco y Mama Ocllo se pusieron en marcha hacia el
norte. Los días pasaron sin que el bastón de oro se hundiera en
el suelo.
Una mañana, al llegar a un bello valle rodeado de montañas
majestuosas, el bastón de oro se hundió dulcemente en el
suelo. Era ahí que había que construir Cuzco, el "ombligo" del
mundo, la capital del Imperio del Sol.
Ayar Manco se dirigió a los hombres que los rodeaban y
comenzó a enseñarles a cultivar la tierra, a cazar, a construir
casas, etc...
Mama Ocllo se dirigió a las mujeres y les enseñó a tejer la lana
de las llamas para fabricar vestimentas. Les enseñó también a
cocinar y a ocuparse de la casa...
Es así que Ayar Manco, devenido Manco Capac, en compañía
de su hermana Mama Ocllo se sentó en el trono del nuevo
Imperio del Sol. A partir de este día, todos los emperadores
Incas, descendientes de Manco Capac, gobernaron su imperio
con su hermana devenida en esposa.
Todo el imperio estaba ahí para festejar su triunfo.
Pero un suceso nefasto se produjo: el cóndor de las alas
gigantescas, cobardemente herido y sin fuerzas, cayó de la
montaña más alta de los Andes, tiñendo la nieve con su sangre.
El Gran Sacerdote, viéndolo morir, anunció que se aproximaba
el fin del reinado de Manco Capac, primer Inca fundador del
Imperio; que otras gentes vendrían con inmensas piraguas para
imponer su religión y sus leyes.
Pero ese día la fiesta continuó
Se hizo venir a una bonita cautiva que iba a ser entregada al
Inca. Su corazón estaba lleno de amargura porque había sido
alejada del ser que ella amaba y se la obligaba a cantar
alabanzas al vencedor.
De repente, ella se puso a temblar viendo que su novio se
encontraba allí, también prisionero del Inca.
La noche comenzó a caer sobre las montañas, y la suite real se
detuvo en Izcuchaca.
De pronto la alarma cundió en el campamento.
La bonita cautiva, la joven mujer destinada al serrallo del Inca,
fue sorprendida huyendo con su amante, a quien mataron al
defenderla.
Tupac Yupanqui ordenó la muerte para la esclava infiel. Y es
con alegría que ella escuchó la sentencia, deseando más que
nada en el mundo reunirse con el amante de su corazón y
porque ella sabía que la tierra no era la patria del amor eterno.
Desde entonces, en el lugar donde fue inmolada la cautiva,
sobre el Palla Huarcuna situado en la cadena de montañas entre
Izcuchaca y Huaynanpuquio, se puede ver una roca que tiene la
forma de una india con un collar alrededor del cuello y un
turbante de plumas sobre la cabeza. Se afirma que nadie puede
pasar la noche en el Palla Huarcuna sin ser devorado por el
fantasma de piedra.
Los hermanos Ayar
Leyendas Mayas
Sobre la montaña Pacaritambo (doce leguas al noroeste de
Cuzco) aparecieron los hermanos Ayar, después del gran
diluvio que había desvastado todo.
La Creación del Mundo
De la montaña llamada "Tampu Tocco" partieron cuatro
hombres y cuatro mujeres jóvenes, hermanas y esposas de ellos
a la vez.
Eran Ayar Manco y su mujer Mama Ocllo; Ayar Cachi y
Mama Cora; Ayar Uchu y Mama Rahua y finalmente, Ayar
Auca y su esposa Mama Huaco.
Antiguamente, no había sobre la tierra ningún hombre, ningún
animal,
ni
árboles,
ni
piedras.
No había nada. Esto no era más que una vasta extensión
desolada y sin límites, recubierta por las aguas
En el silencio de las tinieblas vivían los dioses Tepeu,
Gucumats y Huracán. Hablaban entre ellos y se pusieron de
acuerdo sobre lo que debían hacer.
Hicieron surgir la luz que iluminó por primera vez la tierra.
Viendo el estado de las tierras y la pobreza de la gente, los
cuatro hombres decidieron buscar un lugar más fértil y
próspero para instalarse. Llevaron con ellos a los miembros de
diez Ayllus (organización inca que agrupaba diez familias) y se
dirigieron hacia el sudeste.
Pero un primer altercado se produjo entre Ayar Cachi, un
hombre fuerte y valiente, y los demás. Sus hermanos lo
celaban y quisieron matarlo. Con ese plan, le ordenaron volver
a las cavernas de Pacarina (se llama así, en quechua, al lugar
de los orígenes) a buscar semillas y agua.
Ayar Cachi entró en la caverna de Capac Tocco (ventana
principal de la montaña "Tampu Tocco") y el sirviente que lo
acompañaba cerró con una gran piedra la puerta de entrada...
Ayar Cachi jamás pudo salir de allí.
Los siete hermanos y hermanas restantes, seguidos de los
ayllus, prosiguieron su camino y llegaron al monte Huanacauri,
donde descubrieron un gran ídolo de piedra con el mismo
nombre. Llenos de respeto y de temor frente a este ídolo,
entraron al lugar donde se lo adoraba
Ayar Uchu saltó sobre la espalda de la estatua y quedó
enseguida petrificado, haciendo parte en delante de la
escultura.
Aconsejó a sus hermanos de seguir el viaje y les pidió que se
celebre en su memoria la ceremonia del Huarachico, o
"iniciación de los jóvenes".
En el curso del viaje Ayar Auca fue también convertido en
estatua de piedra, en la Pampa del Sol. Ayar Manco,
acompañado por sus cuatro hermanas, llegó a Cuzco donde
encontró buenas tierras; su bastón se hundió con facilidad pero
no pudo retirarlo sin esfuerzos, lo cual era una buena señal.
Entusiasmados conr el lugar decidieron quedarse allí.
Ayar Manco fundó entonces una ciudad, en nombre del
creador Viracocha y en nombre del Sol. Esta ciudad fue Cuzco
(ombligo, en quechua), la capital del Tahuantinsuyo (imperio
de las cuatro provincias).
Después el mar se retiró, dejando aparecer las tierras que
podrían ser cultivadas, donde los árboles y las flores crecieron.
Dulces perfumes se elevaron de las selvas nuevas creadas.
Los dioses se regocijaron de esta creación. Pero pensaron que
los árboles no debían quedar sin guardianes ni servidores.
Entonces ubicaron sobre las ramas y junto a los troncos toda
suerte de animales.
Pero éstos permanecieron inmóviles hasta que los dioses les
dieron
órdenes:
-Tú, tu irás a beber en los ríos. Tú, tu dormirás en las grutas.
Tu marcharás en cuatro patas y un día tu espalda servirá para
llevar cargas. Tú, pájaro, vivirás en los árboles y volarás por
los aires sin tener miedo de caer.
Los animales hicieron lo que se les había ordenado.
Los dioses pensaron que todos los seres vivientes debían ser
sumisos en su entorno natural, pero no debían vivir en el
silencio; porque el silencio es sinónimo de desolación y de
muerte. Entonces les dieron la voz.
Pero los animales no supieron más que gritar, sin expresar ni
una
sola
palabra
inteligente.
Entristecidos, los dioses formaron consejo y después se
dirigieron a los animales: - Porque ustedes no han tenido
conciencia de quiénes somos, serán condenados a vivir en el
temor a los otros. Se devorarán los unos a los otros sin ninguna
repugnancia. Escuchando eso, los animales intentaron hablar.
Pero sólo gritos salieron de sus gargantas y sus hocicos.
Los animales se resignaron y aceptaron la sentencia: pronto
serían perseguidos y sacrificados, sus carnes cocidas y
devoradas por los seres más inteligentes que iban a nacer.
El Dorado
El rey de Guatavita cayó profundamente enamorado de una
bonita mujer joven de la tribu vecina.
La esposó y tuvieron una hija.
Pero el rey se consagró mucho a su función, dejándose ir al
libertinaje, engañando y olvidando a su esposa. Ésta,
sintiéndose abandonada se desesperaba.
Sin embargo, los dos esposos amaban profundamente a su hija.
Un día, en una gran fiesta, la reina se enamoró de un bello y
joven guerrero. Enamorados uno del otro, comenzaron a
exhibirse mofándose de la vigilancia del rey.
Estos encuentros ilegítimos terminaron por ser conocidos por
aquel que no tardó en sorprenderles.
El guerrero fue hecho prisionero y sometido a terribles
torturas, hasta que se le quitó el corazón antes de empalarlo.
Esa misma noche se organizó una gran fiesta en honor de la
soberana.
En el curso de la comida se le ofreció un plato refinado, el
corazón de un animal salvaje. La reina lo miró con
desconfianza, después se dio cuenta con horror que estaba ahí
un pedazo de su amante.
De repente, el ambiente festivo dejó lugar a un gran silencio
cuando resonó el grito de terror de la reina. El tinte pálido
como una muerta y el corazón magullado, fue a buscar a su
hija antes de hundirse precipitadamente en las tinieblas. Sin
reflexionar un solo instante, se tiró en la laguna sagrada de
Guatavita.
Los sacerdotes se apresuraron a transmitir la noticia al monarca
ebrio que, loco de dolor, corrió a la laguna comprendiendo
cuánto amaba a esta mujer y cómo ella lo había hecho feliz
antes.
El corazón lleno de llanto, ordenó a los sacerdotes recuperar el
cuerpo de su esposa. Éstos revelaron que la reina vivía feliz en
una casa submarina con una serpiente que estaba enamorada de
ella.
Angustiado, el rey reclamó que le trajeran al menos a su hija.
Los sacerdotes la trajeron y pudieron constatar que ella no
tenía más los ojos. Entonces el padre decidió devolverla a su
madre.
El rey inconsolable perdonó a su esposa prometiéndole
ofrendas para que ella tuviese en el más allá la dicha que había
conocido tan brevemente a su lado.
Los sacerdotes, los intermediarios entre los hombres y la diosa
de las aguas (la antigua reina), vivían en el borde de la laguna
esperando su próxima aparición, una noche de luna llena.
Los chibchas hicieron de la laguna de Guatavita (formando un
círculo casi perfecto) un lugar de culto donde se le hacía
ofrendas de figuras de oro y esmeraldas a la diosa tutelar. Ella,
en forma de serpiente, surgía de las aguas para recordar al
pueblo la promesa de tesoros que se le había hecho. Las
ofrendas se hicieron más y más numerosas a fin de calmar el
dolor del rey.
Pero la ceremonia tuvo luego otro objetivo. Era un acto
político-religioso que se realizaba para la consagración de un
nuevo Zipa (rey de Bacatá, actual Bogotá)
Los días que precedían a la ceremonia, el rey y su pueblo
comenzaban un período de ayuno y abstinencia. Durante este
período confeccionaban máscaras y ricas vestimentas,
arreglaban sus instrumentos de música y preparaban los mets
de la chicha (alcohol de maíz) para el gran día.
Los pueblos vecinos se unían a la fiesta y todos, por un tiempo,
olvidaban sus penas y sus llantos. Después venía el momento
tan
esperado.
Antes de que despuntara el alba, todo estaba listo para
comenzar la procesión hacia la laguna sagrada al son de
tambores y flautas. La multitud, engalanada de bellos atavíos y
sus joyas entonaba canciones. Después seguía el cortejo real
escoltado por los guerreros portando arco, flechas y lanzas.
A algunos metros de la laguna, el rey descendía de su
palanquín y se dirigía hacia la barca real, marchando sobre las
capas que ubicaban bajo sus pies los guerreros y los
cortesanos. Sobre la barca recubierta de capas y de flores no
tomaban lugar más que los miembros más meritorios de la
corte, dejando libre la plaza central para el monarca. Tan
pronto como se ubicaba al centro de la barca el rey dejaba caer
su capa roja mostrando a todos su cuerpo recubierto de polvos
de oro.
La barca real se alejaba lentamente mientras que la multitud, la
espalda vuelta a la laguna, o la cabeza baja hacia el suelo para
no ofender, hacía oír sus plegarias y cánticos. En medio de la
laguna, el Zipa apuntaba su mirada hacia el oriente, esperando
el sol. Cuando el cielo se teñía de rojo, el rey murmuraba
plegarias. Y al momento cuando el sol surgía y bañaba de luz
la barca real, el monarca levaba los brazos al cielo lanzando un
grito de alegría repetido enseguida por toda la multitud.
Pronunciando aún unas plegarias, el Zipa tiraba al fondo de la
laguna las admirables esmeraldas y los objetos de oro, después
se sumergía él mismo en las aguas sagradas. Resurgía
purificado y la barca regresaba a la ribera mientras que la
multitud permanecía cabeza baja o de espaldas a la laguna.
El rey marchaba de nuevo sobre las capas hasta su palanquín
que lo llevaba hasta su morada. Una vez el ritual y la
consagración del Zipa acabados, comenzaba la fiesta que
terminaba en la ebriedad.
El relato de este fastuoso ceremonial llega hasta nuestros oídos
por el conquistador español Sebastián de Benalcázar quien,
obsesionado por el oro, hizo la leyenda de El dorado
Los Primeros Hombres
Los dioses quisieron crear nuevos seres capaces de hablar y de
recolectar lo que la tierra podría ofrecerles. Pero estas nuevas
criaturas debían ser capaces de rendir homenaje a sus
creadores.
Es así que formaron el cuerpo del primer hombre con lodo. Lo
modelaron con minuciosidad, sin olvidar ningún detalle.
Desgraciadamente, el resultado fue deplorable: sin dientes, los
ojos vacíos, sin ninguna gracia, estos muñecos no podían
mantenerse de pie y se desintegraban bajo el agua.
Sin embargo, el nuevo ser tenía el don de la palabra, una voz
armoniosa, jamás oída en este mundo. Pero no tenía conciencia
de lo que decía.
A pesar de todo, los dioses decidieron que estos seres frágiles
vivirían. Deberían luchar para sobrevivir, multiplicarse y
mejorar su especie, esperando que unos seres superiores no los
reemplazaran.
Las nuevas criaturas fueron fabricadas en madera para que
ellas pudieran marchar bien derechas sobre la tierra.
Se unieron entre ellas y tuvieron hijos. Pero estos seres no
tenían sentimientos. No podían comprender que debían su
presencia sobre la tierra solo a la voluntad de los dioses.
Deambularon sin saber a dónde iban, tales muertos vivientes.
Cuando hablaban no había ninguna emoción en sus voces
Vivieron muchos años hasta que los dioses decidieron
condenarles a muerte: una lluvia de cenizas se abatió sobre
estos seres imperfectos.
Después el agua fluyó tanto que alcanzó las cimas de las
montañas
más
elevadas.
Todo
fue
destruido.
Los dioses crearon entonces nuevos seres. Pero ellos no
correspondieron tampoco a sus esperanzas. El pájaro Xecot
Covah les reventaba los ojos, mientras que el felino Cotzbalam
los destripaba. Los sobrevivientes afrontaron las acusaciones
de todos los seres y objetos que se creían sin alma: las piedras
de moler, las marmitas, los cántaros, los perros, todos se
quejaban de los malos tratos que habían recibido y
amenazaban ahora a los hombres.
Éstos tuvieron miedo, huyeron, subieron sobre los techos que
se desplomaron. Entonces se refugiaron en los árboles. Pero las
ramas se rompieron. Intentaron encontrar refugio en las grutas;
pero las paredes se derrumbaron.
Los pocos sobrevivientes se transformaron en monos. Es por
eso que los monos son los únicos animales que evocan la
forma de los primeros seres humanos de la tierra Quiché.
Entonces los dioses se reunieron una vez más a fin de crear un
nuevo ser hecho de carne y hueso, y dotado de inteligencia.
Esta vez se sirvieron del maíz; modelaron su cuerpo con esta
pasta blanca y amarilla y les introdujeron pedazos de madera
para que sean más rígidos.
Rápidamente, los nuevos seres humanos hicieron prueba de
inteligencia: comprendieron el mundo que los rodeaba. Estos
seres se llamaban Balam Quitzé, Balam Acab, Ma Hucutah e
Iqui Balam.
Entonces los dioses interrogaron al primero de ellos:
- Habla en tu nombre y de los otros, y dinos cuáles son tus
sentimientos. Eres consciente de tus poderes?
Balam Quitzé les respondió: - Ustedes nos han dado la vida y
gracias a eso sabemos lo que sabemos, somos lo que somos;
hablamos, marchamos y comprendemos lo que nos rodea.
Sabemos ya dónde reposan los cuatro rincones del mundo, los
cuales marcan los límites de todo lo que nos rodea.
Pero los dioses no apreciaron que los nuevos seres sepan tantas
cosas. Faltaba que conocieran sólo una parte del mundo que
los rodeaba. Sólo una parte de lo que existía les sería revelada
y no deberían comprender todo. Faltaba limitar el campo de
sus conocimientos a fin de reducir su orgullo. Sino sus hijos
percibirían aún mejor las realidades del mundo hasta saber
tanto como los dioses, y creerse dioses ellos mismos.
Faltaba remediar este peligro que sería fatal para el orden
fecundo
de
la
creación.
Entonces los dioses limitaron el campo de sus conocimientos.
A fin de que estos seres no estuviesen solos, los dioses crearon
las mujeres. Durmieron a los hombres y ubicaron cerca de
ellos a las mujeres, desnudas y apacibles.
Cuando se despertaron, vieron con alegría lo bellas que eran.
Para distinguirlas les dieron nombres que evocaban la lluvia
según las estaciones.
Las parejas se formaron y tuvieron hijos que comenzaron a
poblar la tierra.
Ciertos entre ellos eran más dotados que otros. Por esta razón
los dioses los eligieron para que fueran Adoradores y
Sacrificadores, sacerdotes en las funciones más elevadas.
Los primeros seres engendrados eran tan bellos como su
madre, tan fuertes como su padre y supieron adivinar el
misterio de sus orígenes.
Es así que Balam Quitzé y los otros ancianos fueron los
generadores de los seres humanos que vivieron, se
desarrollaron y formaron las tribus del Quiché. Estos primeros
hombres se propagaron sobre la tierra, en la región del oriente
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