Mis botas reverberan metálicas sobre la acera de la ciudad. El sonido no me es extraño, existe el cemento de donde vengo, lo que resulta fascinante es el coro de ecos que mis pisadas despiertan, sonidos que se filtran a través del pasillo de cristal y acero. Si golpeo fuertemente y escucho con atención, puedo oír el eco ir y venir tres veces a lo largo de la calle antes de perderse en el ruido de fondo de la ciudad. El juego resultaba divertido, hasta que la camioneta de reparto rugió a su paso. Debo parecer un palurdo, o peor, un turista barato. ¿Quién si no estaría paseando por la zona baja un miércoles por la noche con un puñado de bolsas blancas de la compra, una gorra de béisbol y estas botas? Menos mal que al menos pagué con dinero. Los cajeros de los almacenes podrían pensar que había robado la tarjeta de crédito. No me importa lo que piensen acerca de donde provino el dinero, siempre que no lancen sus guardias de seguridad sobre mí. Eso lo complicaría todo. Podría pasar por turista. Únicamente viajo a la ciudad dos veces al año para recoger consumibles, alimentos y material indispensable. En mi camino de vuelta hacia el metro, chequeo mentalmente mis compras. Sería asqueroso darme cuenta a medio camino de casa de que me había olvidado de algo. Cinco pares de téjanos, me gusta la tela, y un par de chinos, ya que me hacen pasar por alguien decente. Tres camisas blancas, cinco camisas de franela, agujas, botones. Puedo resultar un estereotipo andante, pero puedo coser mis propios botones, gracias, de todas las formas y colores. Un buen jabón, desodorante y colonia: el truco de oler a humano. La gente no es estúpida. Incluso aunque no lo sepan, pueden oler a un depredador, y caer presa del pánico. El truco está en el camuflaje. No únicamente aspecto, sino también olor y sonido. Por este motivo me tomé la molestia de llenar la ultima bolsa con patatas fritas y hamburguesas. ¿Quién espera ver a un vampiro acarreando comida basura? Dos manzanas más hasta la estación, 45 minutos bajo tierra, otras ocho manzanas hasta el aparcamiento donde dejé mi furgoneta, una Chevy del 69. Odio dejarla tan lejos: tiene todo lo que necesito, pero se podría decir que no esta fabricada para conducir por la ciudad. No posee frenos ABS, ni dirección asistida, y podría estar construida de hierro colado. Una vez atropellé a un jodido hombre lobo con ella a 90 kilómetros por hora, y pareció como si hubiera pasado sobre un pequeño bache. Yo los llamo hombres lobo, y no porque crea que esos peludos bastardos prefieran llamarse así, sino porque cuando veo a uno babeando a la luz de la luna, pienso ¡Joder, un hombre lobo!, y no ¡Joder, un Lupino!. El muy jodido dejó una marca en mi parachoques. Una manzana más. Se me está dando bastante bien, considerando todo. Soy el único Gangrel que conozco con un trabajo estable. No es demasiado, trabajo de guarda de noche en un parque forestal. Me hubiera gustado acabar con un trabajo mejor