La Devoción a la Virgen María según los dogmas marianos Devoción sustentada en sus cuatro dogmas de fe: Inmaculada Concepción, Madre de Dios, Siempre Virgen y Asunción al Cielo Roberto O'Farrill Corona S. E. Salvador González Morales Obispo Auxiliar, Vicario General y Moderador de la Curia Prot. Núm: 121/2021 La Devoción a la Virgen María Según los Dogmas Marianos Autor(a): Editorial: Roberto O' Farrill Corona ******* NIHIL OBSTA T Pbro. Dr. Rogelio Alcántara M. Censor Eclesiástico IMPR IMA TUR Pbro. Lie. AlarvZglIez Aguí lar Canciller j + Salvador González Morales ■•Obispo Auxiliar, Vicario General Moderador de la Curia 3 de febrero de 2021 Nota Importante para la publicación: Toda obra es responsabilidad de su autor y/o editor y expresa en las diversas temáticas que trata, el pensamiento y la opinión del mismo. En el presente caso, el Nihil Obstat (“Nada Obsta"), bajo la responsabilidad del Censor Eclesiástico, indica que no se han encontrado frases o afirmaciones contrarias al Magisterio de la Iglesia. Al solicitarse la aprobación o el “Imprimatur” se expresa el deseo de estar en sintonía con el Magisterio de la Iglesia o bajo su normativa, por lo que si, por accidente o alguna otra razón, se publicara algo contrario al mismo Magisterio de la Iglesia, se entiende de antemano la buena disposición a la corrección correspondiente. La aprobación o licencia para editar una obra vale para el texto original, pero no para sucesivas ediciones o traducciones del mismo (cfr. c. 829) Durango 90 | Col. Roma | Alcaldía Cuauhtémoc | CDMX (55) 5208-3200 | 3150 | Fax 5208-5350 www.arquidiocesismexico.org.mx Prólogo Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel Nuestra fe en Cristo está íntimamente unida a su Madre. Así lo dispuso el Padre Celestial, por obra y gracia del Espíritu Santo. Así lo aclamábamos, con fervor y entusiasmo, junto con los jóvenes del Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana: ¡Todo a Jesús por María! ¡Todo a María para Jesús! Aprecio mucho que Roberto O’Farrill nos presente, en este librito, una profunda y bien cimentada doctrina sobre los cuatro dogmas de fe referentes a la Virgen María. Está muy documentado lo que nos ofrece, y por tanto es muy confiable. Le agradecemos profundamente su servicio y pido al Espíritu Santo que lo ilumine y lo fortalezca en su fe. Prefacio Padre Rogelio C. Alcántara Director de la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de México Los dogmas no son invención de la Iglesia Católica, son verdades contenidas en las Sagradas Escrituras y la Tradición, que la Iglesia siempre ha creído y proclamado, solemnemente, en un momento determinado de la historia. Por ejemplo, siempre se creyó que la Virgen María es Inmaculada, pero no se afirmaba con precisión cómo, en qué grado, de qué manera. La proclamación del dogma explicó, aclaró y confirmó esta verdad, que estuvo siempre en el depósito de la fe. Para proclamar un dogma “por solemne juicio, o por su ordinario y universal magisterio” (Dz 1792) y proponerlo a los fieles como objeto de fe (cf. CEC 1842), la Iglesia examina: el culto que se rindió al misterio que se desea proclamar, la fe de los creyentes —Sensus fidei—, el estado de la teología al respecto, las dificultades que se debaten, el sentir común de los Padres de la Iglesia, el acuerdo con la analogía de la fe y la anterior enseñanza del Magisterio. Todo esto lleva tiempo, a veces, siglos de maduración teológica, hasta que llega un momento en que se hace necesario, no sólo aclarar el tema, sino exponerlo solemnemente. Entonces, es cuando se proclama un dogma. Hasta ahora, son cuatro los dogmas proclamados sobre la Virgen María: su Maternidad divina, Virginidad perpetua, Inmaculada concepción y Asunción a los cielos en cuerpo y alma; pero podrían proclamarse otros, como el ser Mediadora de todas las gracias y Corredentora. Fomentar la devoción a la Virgen María, a partir de las verdades de fe proclamadas por la Iglesia, es un magnífico ejercicio de piedad, que en este libreto nos propone nuestro buen amigo Roberto O’Farrill. Por lo que deseamos que su esfuerzo por difundir la devoción a nuestra Santa Madre, por este medio, dé mucho fruto. ¡Enhorabuena, Roberto! y ¡que la devoción a la Inmaculada Virgen, Madre de Dios, Asunta a los cielos, salve nuestra Patria y conserve nuestra fe! El Ave María La devoción y el culto a María estan indisolublemente vinculados a la fe en Cristo, pues encuentran su fundamento en el designio del Padre, en la voluntad del Salvador y en la acción inspiradora del Espíritu Santo, pues la Virgen, habiendo recibido de Cristo la salvación y la gracia, de un modo anticipado en el momento de su concepción, por ser elegida para ser la Madre del salvador, está llamada a desempeñar un papel relevante en la redención de la humanidad. Así, con nuestra devoción a María reconocemos el valor de su presencia en nuestra vida y acudimos a su mediación para obtener todo tipo de gracias sabiendo que contamos con su maternal intercesión para recibir del Señor cuanto necesitamos para alcanzar la salvación eterna. La devoción mariana ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María, que en cada uno de sus elementos expresa la correcta devoción. • Al decir “Dios te salve, María”, repetimos el saludo del arcángel san Gabriel, pues es Dios mismo quien, por mediación de su ángel, saluda a quien será la madre de su divino Hijo; y por nuestra parte, recogemos el mismo saludo a María y se lo dirigimos con tanto amor como el que Dios le dirigió a través del Arcángel, con el amor que Dios encuentra en ella. • Al mencionar “Llena eres de gracia, el Señor es contigo”, las palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente ya que María es llena de gracia porque Dios está con ella, la inhabita, y la gracia que la inunda es la misma vida de Dios. • Al proclamar “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”, hacemos nuestro el saludo de Isabel, quien movida por el Espíritu Santo, es la primera de todas las generaciones que la llaman bendita por haber creído en el cumplimiento de la Palabra de Dios y porque así vino a ser madre de los creyentes, para que todos recibamos a Jesús, fruto de su vientre. • Al pedir “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros”, le confiamos nuestras vicisitudes y peticiones, pues como madre de Dios y madre nuestra, ora para nosotros como oró para sí misma: “Hágase en mí según tu palabra”; y así nos confiamos, con ella, a la voluntad de Dios. • Al invocar “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, le pedimos que interceda por nosotros ante el Señor, nos reconocemos pecadores, nos ponemos en sus manos en el hoy de nuestras vidas y le confiamos desde ahora el momento de nuestra muerte para que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo, y para que nos acoja, como madre nuestra, para conducirnos a Jesús, al Cielo. La Devoción según los dogmas marianos Los dogmas de fe marianos, definidos por la santa Iglesia Católica desde siglos, son dogmas que ningún cristiano puede negar, ni en conjunto, ni considerado en singular, sin incurrir en herejía. Para expresar nuestro amor a la Virgen María, y para presentarle un desagravio por las ofensas de quienes niegan sus dogmas, es recomendable rezar diariamente cinco veces el Ave María; la primera tal como es, y las otras cuatro, sin modificar en manera alguna ni agregando nada a la oración original, sino pronunciando al término de cada una, una breve jaculatoria que menciona cada uno de los dogmas marianos, con estas palabras y de la siguiente manera: Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Ruega por nosotros, santa María Inmaculada, concebida sin pecado original. Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Ruega por nosotros, santa María, Madre de Dios. Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Ruega por nosotros, santa María, siempre Virgen. Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Ruega por nosotros, santa María, asunta al cielo en cuerpo y alma. La santa Madre de Dios, y madre nuestra, estará muy alegre al recibir nuestras palabras en esta devoción tan sencilla, aunque sustentada en los dogmas de fe. Inmaculada concepción El dogma de la Inmaculada Concepción de María declara que por una gracia especial de Dios, ella fue preservada de todo pecado desde que fue concebida por sus padres san Joaquín y santa Ana; dogma de fe que fue proclamado por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 mediante la bula Ineffabilis Deus que expresa: “Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra lo que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia”. La inmunidad de toda mancha de la culpa original conlleva también la completa inmunidad de todo pecado; de manera que la proclamación de la santidad perfecta de María preservada de toda mancha de pecado, tiene también como consecuencia en ella la inmunidad de la concupiscencia, que es la tendencia desordenada que procede del pecado e inclina al pecado. La preservación del pecado original, concedida a la Virgen por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, constituye un favor divino de gracia que María obtuvo ya desde el primer instante de su existencia, un privilegio exclusivo de la Virgen María, como lo enuncia explícitamente la encíclica Fulgens corona, de 1953, en la que el papa Pío XII establece que es un “privilegio muy singular que nunca ha sido concedido a otra persona”. El dogma de la Inmaculada Concepción es calificado expresamente en su proclamación como “doctrina revelada por Dios”, de la que el papa Pío IX añade que debe ser “firme y constantemente creída por todos los fieles”. En consecuencia, quien no la hace suya, o conserva una opinión contraria a ella, “naufraga en la fe” y “se separa de la unidad de la Iglesia”. La Constitución Apostólica sobre la Iglesia, Lumen Gentium, en su párrafo 56 enseña que “el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de un oficio tan grande”. Además de estar libre del pecado original, durante su vida estuvo libre de todo pecado personal, como confirma el Catecismo de la Iglesia Católica cuando expresa: “Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida” (numeral 493). Madre de Dios El dogma de la maternidad divina refiere que la Virgen María es verdadera Madre de Dios, dogma solemnemente definido por el Concilio de Éfeso en el año 431 por el papa san Clementino (422432) y confirmado por los concilios universales de Calcedonia, en el año 451, y el segundo concilio de Constantinopla, del año 553. En el concilio de Éfeso se estableció que Jesús es una persona divina, no dos personas; que Jesús tiene dos naturalezas, por lo que es Dios verdadero y Hombre verdadero; que María es madre de persona divina encarnada y que por lo tanto es Madre de Dios, no desde toda la eternidad sino en el tiempo a partir de la encarnación. María es madre de la naturaleza humana y, por tanto, es madre de Dios en cuanto hombre, y ella es verdaderamente madre porque contribuyó en todo en la formación de la naturaleza humana de Cristo, como toda madre contribuye a la formación del hijo de sus entrañas; y que María es verdaderamente madre de Dios porque ella concibió y dio a luz a la segunda persona de la Trinidad según la naturaleza humana que él asumió. Es decir, que el origen divino de Cristo no le proviene de María, pero al ser Cristo una persona de naturaleza divina que asume una naturaleza humana, María es tanto madre del hombre, como Madre de Dios. La maternidad divina de María se refiere sólo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, asumió la naturaleza humana y entonces María, por su consentimiento lo concibió y lo dio a luz. Ella es la Madre del Verbo encarnado, que es Dios. Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, la del Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana. El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma en la constitución Lumen Gentium: “Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia tan extraordinaria aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas” (53). El Catecismo de la Iglesia Católica señala que “aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios, Theotokos” (495). Siempre Virgen El dogma de la Perpetua Virginidad determina que María fue virgen antes, en y después del parto; es decir, que su virginidad es perpetua. Esta es una verdad de fe que surge del testimonio de las Sagradas Escrituras que contienen la afirmación explícita de una concepción virginal en el orden biológico, por obra del Espíritu Santo, en profusas referencias a que ella es “la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo” (Cf. Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23); una verdad que la Iglesia ha hecho suya desde las primeras formulaciones de la fe. La virginidad perpetua de María se proclamó formalmente en el concilio de Letrán, del año 649, convocado por el papa Martín I, con el texto: “Si alguno, de acuerdo con los Santos Padres, no confiesa que María Inmaculada es real y verdaderamente Madre de Dios y siempre Virgen, en cuanto concibió al que es Dios único y verdadero -el Verbo engendrado por Dios Padre desde toda la eternidad- en estos últimos tiempos, sin semilla humana y nacido sin corrupción de su virginidad, que permaneció intacta después de su nacimiento, sea anatema”. Las varias definiciones solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos han sostenido la virginidad perpetua de María, como el concilio de Calcedonia, del año 451, que en su profesión de fe afirma que Cristo “en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, fue engendrado de María Virgen, Madre de Dios”; el tercer concilio de Constantinopla, del año 681, al proclamar que Jesucristo “nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios”; los concilios ecuménicos Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdu-nense II, que declararon a María “siempre virgen”, subrayando su virginidad perpetua; por el texto de la definición del dogma de la Asunción, año 1950, en el que la virginidad perpetua de María es aducida entre los motivos de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste; y el concilio Vaticano II que destaca el hecho de que María, “por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 63). Mediante una sencilla fórmula que sintetiza la virginidad perpetua de María, la tradición de la Iglesia ha establecido, en síntesis, que ella es virgen “antes, durante y después del parto”, afirmando, con la mención de estos tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen. Antes del parto, porque la concepción de Jesús se relaciona íntimamente con el misterio de su Anunciación (cfr Lc 1,26-28); durante el parto, porque aunque esta afirmación se halla contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a María ya en los orígenes de la Iglesia, como en los tiempos actuales lo confirmó el concilio Vaticano II al afirmar que el Hijo de María “no menoscabó su integridad virginal, sino que la santificó” (Lumen gentium, 57); y después del parto, porque no existen motivos para pensar que la voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en el momento de la Anunciación (cf. Lc 1, 34), haya cambiado posteriormente. Asunción a los cielos El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte” (Constitución Dogmática Lumen Gentium 59). Este Dogma fue proclamado por el papa Pío XII, el 1° de noviembre de 1950, mediante la Constitución Munificentisimus Deus: “Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”. Al definir el dogma, Pío XII quiso reafirmar que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una afirmación de fe milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando entra con su cuerpo en el cielo. La definición del dogma excluye definitivamente toda duda y exige la adhesión expresa de todos los cristianos, y por lo tanto, la bula Munificentissimus Deus afirma: “El consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la asunción corporal de la santísima Virgen María al cielo es una verdad revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los hijos de la Iglesia” y presenta la Asunción como consecuencia de la unión de María a la obra redentora de Cristo afirmando: “Por eso, de la misma manera que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de esta victoria, así la lucha de la bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal”. La Asunción es, por consiguiente, consecuencia de la lucha que comprometió el amor generoso de María en la redención de la humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz. La Tradición de la Iglesia también ha visto en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción de María, que forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo, como san Germán de Constantinopla: “Era necesario que la madre de la Vida compartiera la morada de la Vida”. Esta devoción a la Virgen María según los dogmas marianos, puede rezarse con la intención de presentarle nuestro amor y devoción o con la intención de desagravio por las ofensas de aquellos que niegan sus dogmas de fe. Aunque este libreto está sujeto a Derechos de Autor, puede reproducirse libremente, sin alterar su contenido en manera alguna, para su difusión. Informes acerca [email protected] de este libreto: www.verycreer.com |