LA NARRACIÓN 1) Antes de que su padre lo llamara, Carlos Fenoll salió de la trastienda y nos saludó. Miguel me volvió a presentar como Aurelio y aquello me hizo reverenciarle desde ese momento. Nunca me llamó Chino. Hasta ese fatídico día, hasta aquella maldita vez en que todo cambió: “Déjalo Chino”, me dijo Miguel cuando quise leer unos versos míos delante de sus amigos escritores. Pero todavía faltaban muchos años para que aquel desastre ocurriera. En efecto, Carlos nos convidó. Con permiso de su padre cogió tres bollos del escaparate y salimos de la tahona relamiéndonos. Rosa Huertas, Mala luna. 1.a. Identifica el tipo de narrador el texto. Justifica tu respuesta. 1.b. ¿Qué orden siguen los hechos relatados?. 2) - No os preocupéis: saldré del Tártaro sin volver la cabeza ni una sola vez. Orfeo, pues, emprendió el camino hacia la luz seguro de que Eurídice lo estaba siguiendo y volvió a cantar al son de su lira. Durante el trayecto por el Tártaro, Orfeo no se giró ni una sola vez para mirar a Eurídice. Pero, cuando ya estaban muy cerca de la superficie de la tierra, y la luz de aquel día de verano empezaba a iluminar la gruta, Orfeo sintió un miedo incomprensible. De pronto, le aterró la posibilidad de que Hades lo hubiese engañado. ¿Y si Eurídice no estaba a sus espaldas? Movido por un terror incontenible, Orfeo volvió la cabeza, y en ese mismo instante acabó todo: una mirada bastó para que Eurídice se hundiera a toda velocidad en las profundidades del Tártaro. Nadie podría describir la pena que sintió Orfeo al comprender que el rey Hades le había arrebatado a Eurídice por segunda vez y para siempre. Sus mejillas quedaron arrasadas por las lágrimas, su pelo se volvió blanco de repente, y el mundo perdió para él todos sus colores y aromas. En los años que siguieron, su voz solo pudo entonar canciones tristes. Así, abandonado a la melancolía, fue haciéndose viejo y llegó la hora de su muerte. Las musas lo enterraron en un hermoso valle a la sombra del Olimpo, donde los ruiseñores se reúnen desde entonces a cantar. Orfeo no puede oírlos pero no le importa porque ahora es feliz: está en la orilla de los muertos, junto a Eurídice, y ya no tiene miedo de perderla. Orfeo en el infierno. 2.a. Identifica el tipo de narrador. Demuéstralo extrayendo un ejemplo del texto. 2.b. Clasifica los personajes de este fragmento según su importancia o participación en la historia y según su verosimilitud. 2.c. Indica el tiempo del relato: interno y externo. 2.d. ¿En qué orden se cuentan los hechos de este texto? Justifica tu respuesta. 2.e. Según la estructura interna de la narración, ¿a qué parte pertenece este fragmento? Justifica tu respuesta. 3) Un vecino de Alicante halla a un ladrón dormido en su sofá frente a la televisión EL PAÍS, Valencia. Un vecino de Alicante sorprendió en su casa a un ladrón dormido en el sofá de su salón frente a la televisión encendida, ante la que se había acomodado tras consumir varios platos de comida, según fuentes policiales. Al principio, el propietario de la vivienda creyó que se trataba de uno de sus hijos por lo que decidió arroparlo con una manta. Entonces se dio cuenta de su error inicial. Según la versión oficial, el detenido, de 23 años, comió algunos alimentos de la casa que acababa de asaltar y luego se quedó dormido. El País, 4 de enero de 1999. 3.1. ¿Es un texto narrativo? Justifica tu respuesta. ¿De qué tipo de narración se trata? 3.2. ¿Cómo es el narrador de este texto? Justifica tu respuesta. 3.3. Señala las características lingüísticas de la narración con ejemplos del texto. 3.4. Indica el tiempo del relato: interno y externo. 4) Determina cómo es el narrador de los siguientes fragmentos según el punto de vista que adopta. 4.1.) Fortunata habría deseado que su marido se durmiese y la dejase en paz. Pero no parecía él dispuesto a hacerle el gusto en esto. Presentábase aquella noche bastante locuaz, lo que le disgustó mucho, pues pocas veces se había sentido con menos ganas de conversación. A poco de acostarse, observó que su marido, sentado frente a la mesa donde estaba la luz, sacaba del bolsillo un paquete, después otro, objetos envueltos en papeles, y los ponía frente a sí, como un hombre que se prepara a trabajar. Fortunata y Jacinta, Benito Pérez Galdós. 4.2.) Teníamos un tío abuelo, hermano de don Agustín, el padre de mi madre, que era una maravilla de locura, de raro saber, inventiva y gracia. ¡El tío Vicente! Nunca me cansaré de recordarle y extraer de él sustancia y materia continuas para mi poesía teatral, ya lírica o dramática. Rafael Alberti, La arboleda perdida. 4.3.) De nuestro don Manuel me acuerdo como si fuese cosa de ayer, siendo yo niña, a mis diez años, antes de que me llevaran al colegio de religiosas de la ciudad catedralicia de Renada. Tendría él, nuestro santo, entonces unos treinta y siete años. Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir. 4.4) Tito encendió el cigarrillo de Sebas y después el suyo; miraba a Lucita un momento en la luz de la llama. Sopló la cerilla y volvía a sentarse junto a Lucí. Paulina dijo: - ¿Qué te pasa, Luci? - Nada, ¿por qué? - No hablas. - Tengo una pizca de mareo. Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama. 4.5. Decidí no esperar más para dejar el mesón y preparé de inmediato el hatillo con mi muda – otra ropa no poseía ni poseo- que, con mi escribanía, viene a construir todo mi equipaje. Quise despedirme de Carlota, pero Ambrosia, una de las viejas mestizas que trabajan en las cocinas, me dijo que no era posible verla. Estaba muy turbada y me pareció entender que el enfado de los mesoneros contra mi persona era el único motivo de su actitud. Dejé por fin el mesón para dirigirme al galeón de doña Ana, donde estaba seguro de ser bien acogido. José María Merino, Las lágrimas del sol. 4.6 ¿Quién no será capaz, en un solo momento de su vida- como tú-, de encarnar al mismo tiempo el bien y el mal, de dejarse conducir al mismo tiempo por los hilos misteriosos, de color distinto, que parten del mismo ovillo para que después el hilo blanco ascienda y el negro descienda y, a pesar de todo, los dos vuelvan a encontrarse entre tus mismos dedos? No querrás pensar en todo eso. Tú detestarás a yo por recordártelo. Tú quisieras ser como ellos, y, ahora, de viejo, casi lo logras. Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz. 5) 1.1. Señala la estructura interna del texto: divídelo en partes. Indica también qué orden siguen los acontecimientos. A la medianoche, una turba tumultuosa, animada con todas las voces de un motín y todos los alaridos de una bacanal, invadía las calles de San Bernardino. Llegó a la plazuela de Afligidos y la ocupó casi toda. El callejón de la Cara de Dios contenía más de trescientas personas; y la algarabía era tan grande, que no se podían distinguir claramente las voces pronunciadas por los más exaltados. Al llegar al patio hubo un instante de vacilación, de terrible sorpresa. Una doble fila de soldados apuntaba a la multitud que, confiada en su fuerza, no puedo resistir un movimiento de terror, retrocediendo al ver que se la recibía de aquella manera. En el mismo instante sonó un tiro y cayó un soldado. Hizo fuego sin reparo la tropa, y una descarga nutrida envió más de veinte proyectiles sobre la muchedumbre. La confusión fue entonces espantosa: avanzó la tropa; retrocedieron los paisanos, no sin disparar bastantes tiros y agitar las navajas, armas para ellos más seguras que el trabuco. Benito Pérez Galdós, La Fontana de Oro. 6) Determina qué tipo de estructura ha elegido el autor a la hora de ordenar los hechos que conforman la narración. 6.1. Contuvo un instante la respiración, clavó las uñas en la palma de sus manos y dijo, muy rápido: “Estoy enamorado de ti”. Vio que ella enrojecía bruscamente, como si alguien hubiera golpeado sus mejillas, que eran de una palidez resplandeciente y muy suaves. Aterrado, sintió que la confusión ascendía por él y petrificaba su lengua. Deseó salir corriendo, acabar: en la taciturna mañana de invierno había surgido ese desaliento íntimo que lo abatía siempre en los momentos decisivos. Unos minutos antes, entre la multitud animada y sonriente que circulaba por el Parque Central de Miraflores, Miguel se repetía aún: “Ahora. Al llegar a la avenida Pardo. Me atreveré. ¡Ah, Rubén, si supieras cómo te odio!”. Y antes todavía, en la iglesia, mientras buscaba a Flora con los ojos, la divisaba al pide de una columna y, abriéndose paso con los codos sin pedir permiso a las señoras que empujaba, conseguía acercársele y saludarla en voz baja, volvía a decirse, tercamente, como esa madrugada, tendido en su lecho, vigilando al aparición de la luz: “No hay más remedio. Tengo que hacerlo hoy día. En la mañana. Ya me las pagarás, Rubén”… 6.2. Acabo de cumplir veinticuatro años, y de enterrar a mi último esposo de seis que he tenido en otros tantos matrimonios, en espacio de poquísimos años. El primero fue un mozo de poca más edad que la mía, bella presencia, buen mayorazgo, gran nacimiento, pero ninguna salud. Había vivido tanto en sus pocos años, que cuando llegó a mis brazos ya era cadáver. Aún estaban por estrenar muchas galas de mi boda, cuando tuve que ponerme luto. El segundo fue un viejo que había observado siempre el más rígido celibatismo; pero heredando por muertes y pleitos unos bienes copiosos y honoríficos, su abogado le aconsejó que se casase; su médico hubiera sido de otro dictamen. Murió de allí a poco, llamándome hija suya, y juró que como a tal me trató desde el primer día hasta el último. El tercero fue un capitán de granaderos, más hombre, al parecer, que todos los de su compañía. (…) El cuarto fue un hombre ilustre y rico, robusto y joven, pero jugador tan de corazón, que ni aun la noche de la boda durmió conmigo porque la pasó en una partida de banca. Diome esta primera noche tan mala idea de las otras, que lo miré siempre como huésped en mi casa, más que como precisa mitad mía en el nuevo estado. Pagome en la misma moneda, y murió de allí a poco de resulta de haberle tirado un amigo suyo un candelero a la cabeza, sobre no sé qué equivocación de poner a la derecha una carta que había de caer a la izquierda. (…) El quinto que me llamó suya era de tan corto entendimiento, que nunca habló sino de una prima que él tenía y que quería mucho. La prima se murió de viruelas a pocos días de mi casamiento, y el primo se fue tras ella. Mi sexto y último marido fue un sabio. Estos hombres no suelen ser buenos muebles para maridos. Quiso mi mala suerte que en la noche de mi casamiento se apareciese una cometa, o especie de cometa. Mi esposo calculó que el dormir con su mujer sería cosa periódica de cada veinticuatro horas, pero que si el cometa volvía, tardaría tanto en dar la vuelta, que él no le podría observar; y así, dejó esto por aquello, y se salió al campo a hacer sus observaciones. La noche era fría, y lo bastante para darle un dolor de costado, del que murió. Todo esto se hubiera remediado si yo me hubiera casado una vez a mi gusto, en lugar de sujetarlo seis veces al de un padre que cree la voluntad de la hija una cosa que no debe entrar en cuenta para el casamiento. (…) José Cadalso, Cartas marruecas. 7) Identifica los narradores que aparecen en este texto. Identifícalos en el texto. ¿Por qué crees que el autor ha elegido esta técnica? Qué joven es, clavado que no tiene ni diecinueve años, debe haberse recibido de enfermera hace muy poco. A lo mejor viene para traerme la cena; le voy a preguntar cómo se llama, si va a ser mi enfermera tengo que darle un nombre. Pero en cambio vino otra, una señora muy amable vestida de azul que me trajo un caldo y bizcochos y me hizo tomar unas pastillas verdes. También ella me preguntó cómo me llamaba y si me sentía bien, y me dijo que en esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las mejores de la clínica, y es verdad porque dormí hasta casi las ocho en que me despertó una enfermera chiquita y arrugada como un mono pero muy amable, que me dijo que podía levantarme y lavarme pero antes me dio un termómetro y me dijo que me lo pusiera como se hace en estas clínicas, y yo no entendí porque en casa se pone debajo del brazo, y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido, pero los chicos son así, en la casa tanto trabajo y después duermen a pierna suelta aunque estén lejos de su mamá que no ha cerrado los ojos la pobre. El doctor De Luisi entró para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está grandecito, y me hubiera gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle bien la cara y ponerla en su sitio nada más que mirándola de arriba abajo, pero no había nadie en el pasillo. Casi enseguida salió del doctor De Luisi y me dijo que al nene iban a operarle a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las mejores condiciones para la operación, a su edad una apendicitis es una tontería. Le agradecí mucho y aproveché para decirle que me había llamado la atención la impertinencia de la enfermera de la tarde, se lo decía porque no era cosa de que mi hijo fuera a faltarle la atención necesaria. Después entré en la pieza para acompañar al nene que estaba leyendo sus revistas y ya sabía que lo iban a operar al otro día. Como si fuera el fin del mundo, me mira de un modo la pobre, pero si o no me voy a morir, mamá hacedme un poco el favor. Al Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los seis días ya estaba queriendo jugar al fútbol. Ándate tranquila que estoy muy bien y no me falta nada. Sí, mamá, sí diez minutos queriendo saber si me duele aquí o más allá, menos mal que se tiene que ocupar de mi hermana en casa, la final se fue y yo pudo terminar la fotonovela que había empezado anoche. La enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo; me dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas gotas con gusto a menta; me parece que esas gotas hacen dormir porque se me caían las revistas de la mano y de golpe estaba soñando con el colegio y que íbamos a un picnic con las chicas del norma como el año pasado y bailábamos a la orilla de la pileta, era muy divertido. Me desperté a eso de las cuatro y media y empecé a pensar en la operación, no que tenga miedo, el doctor de Luisi dijo que no es nada, pero debe ser raro la anestesia y que te corten cuando estás dormido, el Cacho decía que lo peor es despertarse, que duele mucho y que por ahí vomitas y tenéis fiebre. El nene de mamá ya no está tan garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un poco de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó de golpe en la cama cuando me vio entrar y escondió la revista debajo de la almohada. La pieza estaba un poco fría y fui al subir la calefacción, después traje el termómetro y se lo di. “¿Te lo sabes poner?”, le pregunté y las mejillas parecía que iban a reventársela de rojo que se puso. Julio Cortázar, El perseguidor y otros relatos. 8) La descripción aparece frecuentemente dentro de textos narrativos. En el presente texto separa las partes narrativas de las descriptivas. Yo no había entrado nunca en la habitación donde mi tío trabajaba, porque Juan me inspiraba cierta prevención. Fui una mañana a buscar un lápiz, por consejo de la abuela, que me indicó que allí lo encontraría. El aspecto de aquel gran estudio era muy curioso. Lo habían instalado en el antiguo despacho de mi abuelo. Siguiendo la tradición de las demás habitaciones de la casa, se acumulaban allí, sin orden ni concierto, libros, papeles y las figuras de yeso que servían de modelo a los discípulos de Juan. Las paredes estaban cubiertas de duros bodegones pintados por mi tío en tonos estridentes. En un rincón aparecía, inexplicable, un esqueleto de estudiante de Anatomía sobre un armazón de alambre, y por la gran alfombra manchada de humedades se arrastraban el niño y el gato, que venía en busca del sol de otro de los balcones. El gato parecía moribundo, con su flácido rabo, y se dejaba atormentar por el niño abúlicamente. Vi todo este conjunto en derredor de Gloria, que estaba sentada sobre un taburete recubierto con tela de cortina, desnuda y en una postura incómoda. Juan pintaba trabajosamente y sin talento intentando reproducir pincelada a pincelada aquel fino y elástico cuerpo. A mí me parecía una tarea inútil. En el lienzo iba apareciendo un acartonado muñeco tan estúpido como la misma expresión de la cara de Gloria al escuchar cualquier conversación de Román conmigo. Gloria, enfrente de nosotros, sin su desastrado vestido, aparecía increíblemente bella y blanca entre la fealdad de las cosas, como un milagro del Señor. Un espíritu dulce y maligno a la vez palpitaba en la grácil forma de sus piernas, de sus brazos, de sus finos pechos. Una inteligencia sutil y diluida en la cálida superficie de la piel perfecta. Algo que en sus ojos no lucía nunca. Esta llamarada del espíritu que atrae en las personas excepcionales, en las obras de arte. Yo, que había entrado sólo por unos segundos, me quedé allí fascinada. Juan parecía contento de mi visita y habló de prisa de sus proyectos pictóricos. Yo no le escuchaba. Carmen Laforet, Nada.