Subido por lkatiuska

2 HONOR THE TEACHER

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Sinopsis
Toda historia tiene dos versiones. Emma confesó su amor por William en Honor Student. Ahora, es
hora de que leas desde la perspectiva oscura y retorcida de este intricado personaje.
No hay nada que él no hará para protegerla.
HISTORIA DE AMOR ERÓTICA (✓) /FUERTE CONTENIDO SEXUAL (✓) /BDSM (✓)
Honor #2
Índice
Sinopsis
1
2
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4
5
6
7
8
9
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Sobre la Autora
1
Traducido por Flochi
—Maldición —murmuré para mí cuando gotas de agua corrieron por mi rostro. Había pasado mi noche
con Angela y ahora estaba retrasado. Agarré una toalla de mano y acaricié mi cara seca mientras miraba
mi reflejo. Iba a ir contra todo lo que defendía por estar con una mujer casada.
No porque pensara que era moralmente incorrecto, sino porque no me gustaba compartir. De hecho,
odiaba compartir. Ella me aseguró que su matrimonio estaba casi terminado y ella y su marido apenas
reconocían la existencia del otro, y mucho menos dormir juntos. No le creí, pero nunca vi que lo que
teníamos fuera algo a largo plazo. La estaba usando tanto como ella me usaba a mí.
Me deslicé en mi habitación y agarré un par de pantalones vaqueros oscuros de mi cajón. Una
pequeña foto ondeó hasta el suelo. La recogí, evitando a propósito la imagen cuando la metí entre medio
de la ropa. Pensar en lo que tuve con Abby era muy doloroso. Ella había sido todo para mí.
Habría dedicado mi vida alegremente a ella, a nuestra familia pero ella desgarró esos sueños. Cerré
de golpe el cajón, cerrándolo más fuerte de lo que pretendía, causando que los objetos de encima se
agitaran. Pasé mis manos a través de mi cabello y me abrí camino al armario, agarrando una camisa azul y
poniéndomela. Estaba emocionado de regresar al trabajo. Enseñar siempre había sido una de mis pasiones
y parte de eso se debía a Abby. Ella fue mi profesora de matemáticas en la preparatoria cuando nos
conocimos. Ella me mantuvo enfocado. Sin embargo, no me di cuenta de mi sueño hasta la universidad,
cuando di tutorías a otros. Por supuesto, no tenía que trabajar. Mi padre era un prominente director de la
industria del cine. Me gustaba cuidar de mí mismo, y por mucho que odiara admitirlo, me hacía sentir
conectado a Abby, aunque cualquier conexión que hayamos tenido hace mucho tiempo haya sido cortada.
Me serví una taza de café y bajé las escaleras al primer nivel del edificio. Era un almacén que se
había vuelto un espacio de vida. No era llamativo y dominante como la mayoría de las casas costosas del
vecindario, pero me daba el espacio que necesitaba. Un apartamento sencillo no iría con mi estilo de vida.
Me subí al auto y lo encendí mientras esperaba que las gigantes puertas de muelle se elevaran detrás de
mí. Mi teléfono sonó y no pude evitar gruñir cuando vi que era Angela.
—¿Sí? —grité, sin molestarme en ocultar la irritación de mi voz.
—Pasé un increíble momento anoche —ronroneó. Claro que sí. La follé hasta que no pudo ponerse de
pie. Puse mis ojos en blanco. Se acercó muy desesperada, una calidad extremadamente poco atractiva en
una mujer.
—Sé que lo pasaste bien —contesté, con frialdad.
—¿Cuándo te veré de nuevo? —preguntó, prácticamente rogando. Revisé mi reloj y sonreí.
—Antes que lo sepas. —Reí para mí mismo. No me había molestado en decirle a Angela que iba a
empezar un nuevo trabajo en la escuela donde ella trabajaba como secretaria. Había recibido una llamada
a principios de semanas que una profesora de nombre señora Gibbs tuvo que tomar licencia por razones
médicas. Fui contratado para hacerme cargo de su clase, Cultura y Sociedad Estadounidense. Apenas podía
esperar para ver la mirada en la cara de ella.
—Mmmm… eres un chico malo —bromeó. La verdad es que ella no tenía idea.
Las cosas que hice con Angela ni siquiera se ubicaban en la escala de lo depravado. Para ella fue un
despertar, pero para mí una manera de pasar la noche.
—No tienes idea —respondí sinceramente.
Tamborileé mis dedos en el volante, a medida que me aburría de la conversación.
No era culpa de Angela. Nadie mantenía mi interés de la manera que Abby lo había hecho. Mi estilo
de vida era radicalmente diferente desde que estuve con ella. No fue hasta después que Abby y yo nos
separamos de una vez por todas que me di cuenta quién era realmente. Era un dominante. Necesitaba el
control absoluto en todos los aspectos de mi vida. Tal vez Abby era en parte culpable por ese lado, pero
muy profundamente sabía que siempre había estado destinado a vivir este estilo de vida.
2
Traducido por LizC
Entré en la Universidad Kippling justo a tiempo. No tenía un primer período de clases, pero quería
tener una oportunidad para repasar las lecciones de la señora Gibbs antes de sumergirse en la mía. Me
despedí de Angela y me dirigí al edificio principal. No podía borrar la sonrisa satisfecha de mi cara cuando
entré en la oficina.
Angela se puso de pie y el pánico se apoderó de su rostro. Sonreí en su dirección, pero volví mi
atención a otra mujer que ya estaba en el mostrador. Intercambié palabras con ella, siempre mirando por
encima de su hombro a Angela quien se veía pálida y nerviosa.
Cuando me dirigí hacia mi sala, oí la puerta de la oficina abrirse detrás de mí. El sonido de sus
tacones sobre el suelo reflejaba el de su latido frenético, estoy seguro.
—¿William? —llamó en un susurro. No me detuve, no me volví para mirarla.
—Buenos días, Angela —le respondí mientras me abría camino por el pasillo. Me detuve frente a mi
salón de clase para desbloquear la puerta.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó mientras ella me seguía al interior—. ¡No puedes estar aquí!
Ella estaba en pleno proceso de derrumbarse a toda regla. Dejé caer mi bolsa al suelo y di la vuelta
para encararla. Ella retrocedió contra la pared, su respiración se detuvo. Me acerqué, mi nariz casi tocando
la de ella.
—Tú no me dices qué hacer. Voy a continuar y hacer lo que carajo me plazca. ¿Entendido?
Yo estaba apretando mi mandíbula, tratando de contener algunas de las palabras más duras que
habían pasado por mi cabeza. Metí su cabello detrás de su oreja y pasé un dedo por encima de la línea de
su mandíbula. Ella asintió, en estado de shock total. Ella no esperaba que reaccionara de la manera que lo
hice. ¿Por qué debería? En lo que a ella se refería, estábamos haciendo un poco de juego de roles. No tenía
idea de hasta qué punto estaba metido en el estilo de vida realmente. Yo nunca la había llevado escaleras
arriba. Nunca le había mostrado en dónde realmente me gusta jugar.
—L-lo siento —farfulló. Por un momento, sentí pena por ella. Tomé una respiración profunda y pasé
las manos por mi cabello.
—Yo soy el que debería disculparse. Fue injusto de mi parte no advertirte. ¿Me perdonas? —Le sonreí
tímidamente y casi pude ver su corazón derretirse ante mis ojos.
Su expresión de sorpresa cambió a una sonrisa y supe que la tenía exactamente donde yo había
querido que estuviera. Angela era un libro abierto. Era una mentirosa y una tramposa, como todas las otras
mujeres que he encontrado.
—¿Podemos reunirnos esta noche? —preguntó, inclinándose hacia mí, pidiéndome en silencio que la
bese. Me aparté, volviéndome a recuperar mi bolso.
—Te lo haré saber.
Me acerqué a mi escritorio y no me volví a ver su reacción. Ya sabía que era de decepción y era
exactamente la respuesta que había querido de ella. Después de unos segundos, la puerta se cerró y ella
se había ido. Solté una respiración profunda. Necesitaba encontrar una verdadera sumisa. Alguien que
supiera mejor que no debía hablar de nuevo conmigo. Alguien que aceptara mi palabra como ley y no
pusiera en duda lo que hiciera.
Cada movimiento que hacía, cada palabra que decía era deliberada. Desafortunadamente para
Angela, mi corazón no era un factor en nuestro arreglo. Yo era frío y despreocupado. Los pensamientos se
desvanecieron cuando varios estudiantes entraron en el salón. Agarré mis notas y me preparé para la
clase.
El día comenzó con relativa facilidad. Estaba meditando de nuevo las cosas para el momento en que
comenzó el período siguiente. Los estudiantes se presentaron y se dirigieron a sus asientos. Me senté
mirándolos durante unos minutos, girando una regla en mis manos mientras ellos charlaban ociosamente
sobre las fiestas. La clase debería haber comenzado pero les di un momento o dos para sentarse. Cuando
me paré a hablar, una rezagada en solitario se dirigió a la clase. Ella apartó la mirada y se deslizó en su
asiento en la parte trasera de la sala. Parecía avergonzada y algo en ella me intrigó. La forma en que su
largo cabello oscuro enmarcaba su cara y ella inocentemente mordiéndose el labio me hizo otras cosas.
Ésta era diferente. Lo noté desde el momento en que nuestros ojos se encontraron. Ella no tenía un plan
oculto. Ella no parecía buscar joder a todo el mundo por el mayor bien de sí misma.
—Ahora que estamos todos aquí me gustaría presentarme. La señora Gibbs estará fuera por un par
de meses por asuntos médicos. Mi nombre es el señor Honor —expliqué. Varias de las chicas se rieron y
murmuraron entre sí. Yo podría tener a cualquiera de ellas si quisiera, pero no quería a ninguna de ellas.
Eso era una mentira. Miré de nuevo hacia la chica de cabello oscuro. Tenía las mejillas sonrojadas y ella
rápidamente miró hacia abajo a los papeles que tenía delante. Una perfecta sumisa pura.
Hice todo lo posible para mantener mi mente en la tarea en cuestión durante el resto del período.
Cuando había terminado, no podía vaciar la habitación lo suficientemente rápido. Quería hablar con ella.
Quería oírla hablar.
—Tú, ven aquí un momento. —Señalé en dirección a ella. Me instalé en el borde de mi escritorio
mientras esperaba a que ella recogiera sus cosas. Tomé una regla y distraídamente le di una sacudida en
mis manos. Sus ojos miraban fijamente mis dedos. Si tan sólo ella supiera lo que yo quería hacer con estos
dedos.
—¿Sí? —preguntó, su voz apenas audible. ¿Estaba nerviosa o estaba asustada? Debería estarlo.
Debería dejar esta clase y nunca mirar hacia atrás si ella sabe lo que le conviene.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunté, desesperado por oírla hablar de nuevo. Ella no respondió por un
momento y tuve que contener la risa. ¿Realmente la asustaba tanto? Su rostro era de un rojo profundo
ahora. Dejé que mi mente divague, pensando en cómo se verían sus otras mejillas de ese color.
—Emma. Emma Townsend —respondió con voz temblorosa. No pude contener mi sonrisa por más
tiempo.
—Emma… —Su nombre se sintió dulce en mis labios y quise saber cómo sería decirlo en
circunstancias muy diferentes—. Por favor trata de llegar a clase a tiempo. Llegar tarde no será tolerado. La
próxima vez habrá consecuencias.
Era fácil deslizar en mi posición de dominante con ella. Demasiado fácil. Tendría que hacer un
esfuerzo extra para evitarla. Incluso como un maestro del control, sabía que sería muy difícil de hacer. No
estaba en condiciones de estar en control de una persona tan dulce.
—Sí, señor. —El sarcasmo mordió sus palabras, pero aun así sonó adorable. Quería oírselo decir de
nuevo. Quería oírla gemir esas palabras.
—Vaya a clase, señorita Townsend.
Nuestros ojos se encontraron y le supliqué en silencio que se fuera. No sabía cuánto tiempo más
podría fingir que no estaba fantaseando acerca de ella inclinada sobre este escritorio. Ella debe haber
recibido mi mensaje porque se volvió y se fue inmediatamente. Tal vez simplemente era más que buena
aceptando órdenes.
No podía esperar a que el día finalizara. Mi cremallera se tensó de sólo de pensar en Emma. Podía oír
su voz como una canción melódica ardiendo en mis pensamientos. Agarré mi trabajo y salí del salón de
clases. Mi teléfono sonó en mi bolsillo. Lo saqué y rápidamente respondí.
—¿Qué?
Inmediatamente me arrepentí de contestar.
—¿Cómo fue tu primer día? —preguntó Angela, obviamente, más allá de nuestra disputa de temprano
en el día. ¿Cómo fue mi primer día? Sinceramente, no podía recordar nada antes de ella. Mis pensamientos
estaban consumidos por Emma.
—¿William?
—Un soplo de aire fresco —le respondí mientras salía por la puerta de atrás y me dirigía a mi auto.
—¿Quieres celebrar?
Ella se rio y el sonido me recordó las uñas en una pizarra.
—Estoy agotado.
Puse mis llaves en el encendido y levanté la vista justo a tiempo para ver a Emma cruzar el
estacionamiento. Su camisa era blanca y abrazaba las curvas de su cuerpo. Sus pantalones cortos dejaban
poco a la imaginación. Todo en lo que podía pensar era en envolver esas piernas tan largas a mí alrededor.
Sólo mirarla me ponía duro. No es algo que sucedía muy a menudo para mí.
—Oh, vamos. No tienes que hacer ningún trabajo —se quejaba ella. Embebí los últimos segundos de
Emma antes de que ella se metiera en su viejo auto destartalado antes de responder.
—En mi casa. En una hora —respondí y colgué el teléfono antes de que ella pudiera responder.
Vi como los autos salían del estacionamiento, asegurándome de deslizarme a un par de autos detrás
de Emma. Su vehículo parecía que podría romperse en cualquier momento. Al menos eso es lo que me dije
a mí mismo para justificar seguirla a su casa. Nos abrimos paso hacia el lado pobre de la ciudad antes de
que ella girara a un corto camino de entrada hasta su casa. Era pequeña y no muy bien cuidada. La idea de
una criatura tan hermosa viviendo en una vivienda de tales abismales condiciones me daba náuseas. Pisé
el acelerador y me dirigí de nuevo al otro lado de la ciudad. Logré mi vistazo en su mundo. Eso es todo lo
que quería. Me prometí a mí mismo después de ver dónde vivía que mantendría mi distancia, pero, ¿cómo
podría ahora? ¿Ahora que vi que merece mucho más? Estaba obsesionándome con alguien que ni siquiera
conocía. Nadie me había hecho enloquecer tanto desde mi ex. Me estremecí ante la idea. Este no era el
hombre que era. No me importa las personas. Yo las uso hasta que encuentro a alguien nuevo. Nada había
cambiado. Emma es sólo una distracción. Un juguete nuevo y brillante que no puedo tener, por lo que la
deseo. Maldición, la deseo más que nada.
Hice mi camino de vuelta por la ciudad hasta mi casa. Estacioné en el interior de la bahía del garaje
grande y miré el reloj. Angela estaría aquí en veinte minutos. Agarré mis cosas y me dirigí a la siguiente
planta. Agarrando una botella de debajo del mesón central, rápidamente me serví una copa. Me pasé las
manos por el cabello y rápidamente me serví otro. Un ligero toque en la puerta me sacó de mi ensoñación.
Me recompuse antes de abrirla.
—¿Feliz de verme? —ronroneó Angela mientras sus ojos se deslizaban por mi cuerpo. Ya quisiera ella.
Forcé una sonrisa. Emma era algo que yo nunca podría tener y tenía que dejar de pensar en ella tan pronto
como sea posible. Incluso yo tenía suficiente moral como para no corromper a una criatura tan inocente.
Me volví hacia el mesón central y bebí otro rápido trago antes de dirigirme a mi dormitorio. No tuve que
decir una palabra. Yo sabía que ella estaba siguiéndome como un cachorro perdido.
Cerré la puerta detrás de ella y comencé a deshacer mi cinturón. Ella se mordió el labio y yo tuve que
apartar la mirada. Angela me estaba usando para escapar de su realidad y yo estaba haciendo lo mismo.
Sólo quería sentir algo, cualquier cosa.
Le desabroché la cremallera y me liberé de mi bóxer. Angela de inmediato se puso de rodillas y
empezó a trabajar. Mirando hacia abajo a la parte superior de su cabeza, su masa de ondas rubias me
distrajo y empecé a perder mi erección.
—¿Ocurre algo? —preguntó ella, mirándome. Envolví mis dedos en su cabello y forcé su boca de
nuevo en mí. Traté de vaciar mis pensamientos y disfrutar de mí mismo. Empujé su cabeza con más fuerza
contra mí y cerré los ojos.
Destellos de Emma cruzaron por mi mente. Sus dientes clavándose en su labio inferior. Los labios de
un ángel. Su largo cabello oscuro enmarcando su rostro perfecto. Agarré el cabello de Angela con más
fuerza en mi puño mientras me ponía dolorosamente más duro. La empujé más profundo. Ella no se
resistió. Ella abrió la garganta y me dejó deslizar más adentro. Tomándome por completo.
Cuando me vine, me mantuve quieto, me tensé con fuerza contra sus labios mientras dejaba escapar
un gemido largo y profundo desde el fondo de mi garganta. Miré hacia Angela quien tenía una sola lágrima
corriendo por su rostro, pero llevaba una gran sonrisa orgullosa. Recogí mis pantalones y salí de la
habitación. Angela me siguió rápidamente, su cabello un lío con nudos.
—¿Quieres salir? —preguntó mientras pasaba sus dedos por su melena enmarañada. Me serví un
trago y lo bebí rápidamente.
—Te veré mañana —le respondí con frialdad mientras volvía a beber otro. La decepción nubló la
habitación mientras ella lentamente se acercaba a la puerta y salía. Me serví otro trago y pasé las manos
por mi cabello. ¿Qué diablos me estaba pasando? Me dirigí a la sala de estar con mi bebida en la mano.
Instalándome en uno de los sofás, levanté mi portátil y empecé a buscar Emma Townsend. No fue difícil de
encontrar.
La primera red social en la que hice clic mostró un perfil completo de ella, con fotos. La visión de ella
me hizo ponerme inmediatamente duro otra vez. Hice clic en su biografía. Tenía un pequeño número de
amigos. Unos pocos deseos de cumpleaños felices en su página que respondió recientemente también.
¿Era su cumpleaños? Pensé en ella sentada sola. Me pregunté si tenía amigos en casa, si su familia le
estaba lanzando una fiesta. Quería ver la felicidad en su rostro. No sé si es el alcohol o mi comportamiento
cada vez acosador, pero me estaba tornando nauseabundo. Bebí mi trago de golpe y cerré mi portátil.
3
Traducido por Flochi
Desperté tarde en mi sofá. Me levanté y rápidamente agarré mis cosas. Mirando mi reloj, supe que si
me apresuraba, podría llegar al trabajo antes que Angela. Ella era la última persona que quería ver. Bueno,
casi un segundo lugar. Me desabroché la camisa y me dirigí a la habitación para agarrar una limpia.
Me apresuré al trabajo, esperando que nadie fuera capaz de oler el persistente aroma a alcohol sobre
mí. Evité la oficina, sabiendo que tan pronto como Angela me viera no me dejaría en paz.
Mi aula se encontraba vacía y me tomé un momento para arreglarme y quitarme la camisa. Cuando
me volví hacia la puerta, pude haber jurado que vi el hermoso rostro de Emma mirándome. Pero tan pronto
como apareció, se había ido. Me hundí en el asiento y apoyé la cabeza en mis manos. ¿Qué había en ella?
Apenas la conocía y ya había vuelto mi mundo completamente fuera de su eje. Estaba empezando a sentir
de nuevo y eso me asustaba. No estaba en posición de preocuparme por nadie más. En especial alguien
que ni siquiera conocía.
El alcohol de la mañana seguía y sentí que mi primera clase nunca comenzaría. A medida que los
estudiantes comenzaron a entrar en el aula noté que Emma se encontraba entre ellos. Tuve que apartar la
mirada para que ella no me viera sonreír. ¿Se había tomado mi advertencia en serio? Parte de mi quiso que
haya llegado tarde para tener una excusa para mantenerla luego de clases. Me alegró que no llegara tarde.
Tanto como quería estar a solas con ella, sabía que era lo mejor para ella. Me permitiría fantasear pero eso
era lo más lejos que podía ir.
—Tomen sus asientos. Es tiempo de una prueba sorpresa. —La sala soltó un gemido colectivo. Si una
prueba era la peor parte de su día, podían considerarse afortunados. La verdad era que no estaba seguro si
podía luchar fuera de esta resaca el tiempo suficiente para enseñarles algo.
Me senté en mi escritorio e intenté hacer algo que mantuviera mi mente ocupada lejos de ella.
Estaba funcionando en su mayor parte hasta que alguien dejó caer un libro de texto estrepitosamente en el
suelo de madera. Mis ojos se encontraron inmediatamente con los de ella. Me sostuvo la mirada esta vez,
sin bajarla.
Se estaba mordiendo el labio y di gracias por encontrarme sentado y ser capaz de ocultar mi
creciente necesidad por ella. Me lamí los labios y sus mejillas se enrojecieron. Inmediatamente empecé a
remover los papeles de mi escritorio. Tendría que aprender a estar en presencia de ella sin dejar que me
afectara. No era nada más que un profesor para ella. Si sólo supiera las cosas que podría enseñarle.
El tiempo pasó volando y la clase terminó antes de darme cuenta. Tuve cuidado de no encontrarme
con su mirada cuando dejó su examen y se dirigió a la salida del aula. Mierda.
Esperé a que los corredores se vaciaran antes de dirigirme al baño de hombres. Me salpiqué agua fría
en la cara y evité mi reflejo.
No podía sacarla de mi cabeza. Me puse incómodamente duro contra la cremallera. Deslicé mi mano
bajo la cintura de los pantalones y me acomodé. El más mínimo contacto causó que una onda de choque
atravesara mi cuerpo. Quise que fuera la mano de ella. Quise sentirla contra mí. Me apreté con más fuerza
mientras palpitaba contra mis dedos.
El repentino sonido de risas ahogadas hizo eco a través de las paredes. Me retiré de mi fantasía y
salpiqué más agua en mi rostro. Las risitas se hicieron más fuertes y me di cuenta que provenían del cuarto
de baño contiguo. Salí al pasillo y escuché por un momento. El tenue aroma a marihuana llenaba el aire.
—Chicas —grité en un tono de mando. Las risitas cesaron inmediatamente. Luego de un momento de
susurros, la puerta finalmente se abrió. Casi me caigo cuando vi a Emma mirándome fijamente. Pareció
asustada pero rápidamente dio paso a otro ataque de risa. No sé qué me molestó más, su flagrante
desprecio por ella misma o el hecho de que se reía en mi cara. Apreté la mandíbula mientras intentaba
desesperadamente no deslizarme en mi mentalidad dom—. ¿Emma? ¿Crees que esto es gracioso? —
Entrecerré mis ojos hacia ella y esperé una respuesta. Dejó de reír y sacudió la cabeza negando, perdiendo
el equilibrio. La agarré del brazo y la llevé hacia mi aula, esperando que nadie la viera. ¿Estaba intentando
arruinarse la vida?—. Eres afortunada de que no tenga clases en este período. —La empujé dentro del aula
y cerré la puerta, asegurándome de poner la persiana sobre la ventana. Se puso sobria de inmediato.
Parecía asustada.
No quería que me tuviera miedo. Necesitaba calmarla. Ella no era mi preocupación. Si arruinaba su
vida no tenía nada que ver conmigo. Pasé mis manos a través de mi cabello y me tomé un segundo para
calmarme. Agarré mi regla y la hice girar en mis manos, intentando decidir a dónde ir desde aquí. Se
mordió el labio mientras miraba la regla con nerviosismo. ¿Ella sabía lo que quería hacerle con eso?
—Deja de morderte el labio —dije con enojo y golpeé la regla contra el escritorio. Pegó un salto ante
el sonoro chasquido, causando que se mordiera el labio con más fuerza. Un fino rastro de carmesí manchó
su labio hinchado. Mierda. Había hecho que se lastimara. Estaba realmente asustada de mí.
—Lo siento —dijo en voz baja a la vez que sus dedos se tocaban el labio. ¿Ella lo sentía? Yo fui el que
causó que se lastimara y se estaba disculpando. Caminé hacia ella lentamente, sin querer alarmarla.
Necesitaba estar cerca de ella, hacerla sentir a gusto. Levanté mi mano y lentamente pasé mis dedos sobre
sus labios ensangrentados.
—Respira —susurré, inclinándome más cerca. Me atraía como un imán y no era un hombre lo
bastante fuerte para resistir.
Permanecimos cerca el uno del otro dolorosamente, en tanto el tiempo pareció detenerse en su
presencia. No podía estar seguro pero creo que ella lo sintió también.
De repente el sonido de una llamada rompió el hechizo. Saqué el teléfono de mi bolsillo. Angela me
estaba llamando para hacer planes para la noche. Apenas podía escucharla por el encima del martilleo de
mi corazón en presencia de Emma. La observé mientras me miraba. Sus mejillas ligeramente con un toque
sonrosado a la vez que se mordía el labio en un hábito nervioso.
Entrecerré mis ojos y ella rápidamente lo liberó de entre medio de sus dientes. Una sumisa natural.
Me puse duro nuevamente ante el pensamiento.
Ella se dio la vuelta y vagó por la sala permitiéndome un momento de privacidad para terminar mi
llamada. Dejé a Angela saber que no estaba de humor para hacer nada. No con ella al menos.
Me acerqué discretamente detrás de Emma, que estaba mirando algunos afiches que colgaban en la
pared.
—Deberías ir a tu siguiente clase —susurré en su oído mientras bebía de fragancia a flores. No se dio
la vuelta para enfrentarme.
—Entonces, ¿no estoy en problemas? —preguntó. Si no lo supiera mejor, pensaría que había
decepción en su voz.
—No dije eso. —No pude evitar sonreír. Respiró profundamente y asintió con la cabeza.
—Sí, señor —contestó mientras agarraba sus libros y se dirigía de regreso a corredor. Pasé mis manos
por mi cabello y me reí de mí mismo. ¿Qué carajo estaba haciendo? ¿Qué carajo me estaba haciendo ella?
Deslicé mi mano dentro de la cintura de mis pantalones y me acomodé. Sabía exactamente lo que me
estaba haciendo. Salí al corredor para aclararme la cabeza. Emma estaba hablando con algunas amigas,
sin duda las que la dejaron ser pillada, al final del pasillo.
—Vayan a clases, señoritas —grité. Sus amigas rápidamente se dispersaron pero Emma se detuvo
para mirarme. Sus brillantes ojos verdes se trabaron en los míos antes de darse la vuelta para dirigirse a su
siguiente clase. Regresé a la sala. Necesitaba conseguir un control sobre mí mismo antes de hacer algo que
lamentaría.
Que ella lamentaría. Balanceé una pila de papeles de mi escritorio, enviándolos a volar a mí
alrededor. Si a Emma le gustaba, ya no sería así una vez que descubriera la clase de hombre que
realmente era.
Era incapaz de acercarme a alguien. La usaría y cuando ella se acercara demasiado, la lastimaría. Lo
había hecho innumerables veces antes a incontables mujeres. La diferencia radicaba en que esas mujeres
no eran mejores que yo.
Mentían, engañaban, y me usaban tanto como yo las usaba a ellas. Emma no era como ellas. No se
merecía ser tratada de esa manera y no estaba seguro que fuera posible tratarla de manera diferente.
Incluso si pudiera, ¿qué diría cuando viera el tipo de cosas que realmente me gustaban hacer? Se
disgustaría. Pasé mis manos por mi cabello y las golpeé contra el escritorio. Me había acercado lo
suficiente, demasiado de hecho. Necesitaba que ella supiera que aquello no podría ir a ninguna parte. No
era estúpido. Había estado con una buena parte de mujeres. Sabía lo que estaba pasando en la mente de
ella. Ella me quería, pero quería más de mí de lo que podía darle.
Las siguientes clases pasaron dolorosamente lentas. A medida que el día terminaba, me dirigí al
corredor, observando como todos salían.
Entonces la vi y todo lo demás pareció desvanecerse en el fondo. Emma estaba mirándome
directamente mientras sus amigas se aferraban a su lado. Estaban haciendo planes para salir a ver
películas esa noche. Emma estuvo de acuerdo con ella y le lancé una rápida sonrisa antes de deslizarme de
regreso a mi sala para agarrar mis cosas. Si yo le gustaba, ya no sería así luego de esta noche.
4
Traducido por LizC
Hice mi camino a casa a través de la afluencia del tráfico mientras Something I Can Never
Have resonaba a través de los altavoces del auto. Una vez más, me sentí solo. Cualquier felicidad que
había sentido en los últimos días se había ido.
Emma nunca me miraría de ninguna manera que no sea un profesor después de esta noche.
Me abrí paso por las escaleras y rápidamente me serví un trago. Me lo bebí y repetí el ritual unas
cuantas veces más antes de agarrar el teléfono y llamar a Angela.
—Sabía que no podías resistirte a mí —ronroneó ella. Mi estómago se revolvió. Realmente necesitaba
sacar tiempo la próxima semana para encontrarme un sumisa pero, por esta noche, Angela serviría para lo
que necesitaba.
—¿Quieres salir?
Ella no respondió de inmediato y yo contemplé colgar.
—¡Sí! —gritó prácticamente y me di cuenta que salir con ella para algo que no era más que una
mierda pública le iba a crear más falsas esperanzas. No me importó.
—Genial. Ven aquí en unas pocas horas. La película empieza a las ocho.
—¿Quieres que vaya más temprano? ¿Tal vez tener un poco de diversión en primer lugar? —preguntó.
Pensé en ello. No tenía ninguna razón para no seguir durmiendo con Angela, sobre todo porque tenía la
intención de hacer que Emma nunca quisiera mirarme de nuevo.
—No puedo. Tengo algunas cosas que atender primero. —Mentí. Terminé la llamada y me serví otro
trago. Mis sueños no son tan vacíos como mi conciencia parece ser. La canción se reprodujo una y otra vez
en mi cabeza, burlándose de mí. Tenía que recordarme a mí mismo por qué yo no quería enamorarme de
Emma. Aparte de protegerla de mí, tenía que protegerme de mí mismo.
Me dirigí a mi habitación y abrí el cajón de mi tocador. Escondido entre la ropa había una foto de mi
ex esposa, Abby. Una vez ella fue la mujer más hermosa del mundo para mí, pero ahora lo único que sentía
era odio cuando la miraba. Había elegido el dinero por encima de mí, por encima de nuestra familia. Mis
ojos empezaron a desdibujarse ante los recuerdos repentinos que inundaron mi cabeza. Nunca más.
Deslicé la foto en el cajón una vez más y me preparé para la noche.
Después de una ducha rápida, me tomé un par de tragos más. Tomé el ascensor hasta el piso
siguiente para recordarme a mí mismo quién era yo. La habitación era oscura y poco atractiva, un parque
infantil para un Dom. Tal vez traería a Angela hasta aquí. Quién sabe, tal vez ella no se opondría a ello y si
lo hiciera, ¿a quién le importa? Era una moneda de diez centavos de la docena.
Escuché el eco del timbre en todo el edificio. Hice mi camino de regreso a mi piso principal y abrí la
puerta. Angela estaba radiante. Agarré mi billetera y la conduje fuera antes de que pudiera tratar de insistir
en un rapidito.
—¿Qué vamos a ver? —preguntó mientras colocaba su mano en mi muslo. Miré hacia abajo a su
mano, y luego hacia ella. Echó hacia atrás su brazo rápidamente. Necesitaba calmarme. ¿Por qué estaba
tan tenso? Tal vez un rapidito no hubiera sido una mala idea.
—Slash —dije, evitando su mirada.
—Bueno, puede que tengas que abrázame fuerte si me da miedo. —Podía escuchar la esperanza en
su voz. Tal vez esto era una mala idea.
Nos detuvimos en el teatro unos diez minutos antes de las previstas. Pagué por nuestros billetes y
nos dirigimos al interior. El teatro seguía vacío, así que elegí un lugar en la fila de atrás para que yo pudiera
ver como todo el mundo entraba. Justo antes de que las luces se apagaran, vi a Emma. Ella llevaba un
vestido negro ajustado y unos tacones sensuales. Llevaba el cabello enroscado y lo único que podía pensar
era envolver mis dedos en él. Las luces se apagaron y las previstas comenzaron a reproducirse en la
pantalla. Angela se acurrucó más cerca de mí y yo no la aparté. Era agradable tener el contacto, aunque
me hubiera gustado que fuera con alguien más.
La película no fue tan terrible como yo había pensado que sería. Después de un rato, estuve inmerso
en la trama, ansioso por ver lo que sucedería a continuación. Noté cierta conmoción en la parte delantera
cuando Emma se puso de pie y trató de abrirse paso entre la multitud. Era ahora o nunca. Agarré a Angela
y me deslicé fuera por la puerta de atrás en el pasillo. La tiré contra la pared y comencé a besarla. Ella no
protestó. Jugueteé mi camino por su cuello mientras ella me golpeaba juguetonamente en el pecho. A
medida que mis labios se encontraron con los suyos, abrí los ojos para mirar más allá de ella y mi mirada
inmediatamente cayó sobre Emma.
Ella se mordió el labio y por un momento, deseé no haber venido. Me moría de ganas por poner mis
labios sobre los suyos. Parecía herida y sabía sin ninguna duda que ella había sentido lo que yo había
querido. Desapareció en el baño y aproveché el tiempo para salir de allí. Había visto lo suficiente para
saber que yo no era digno de su tiempo.
5
Traducido por LizC
Llevé a Angela a mi casa y le dije que tenía una migraña. Ella se ofreció a quedarse y cuidar de mí,
pero le aseguré que iba a dormir la borrachera. Después de que ella se fue, comprobé la hora. La película
estaría terminando ahora. Me serví una copa. No podía sacarla de mi mente. Estaba empezando a
asustarme. Ella me recordó quien solía ser. Antes de que Abby hubiera destruido todo lo que yo era. Abby
fue mi profesora de matemáticas en la escuela secundaria. Era la imagen de la perfección. Me hizo
preocuparme por mí mismo, mi futuro. Me enamoré de ella rápidamente. Sabía lo fácil que era para alguien
vulnerable caer por alguien en una posición de poder sobre ellos. Tenía que tener cuidado de no hacer eso
a Emma. Mira lo que me hizo. Perdí a la única persona que había amado por la codicia. Mi padre le pagó
para romper mi corazón y ella mordió el anzuelo. Lo más triste era que nuestro hijo por nacer se había
perdido en el proceso. Me serví otro trago y lo bajé de golpe.
Estaba demasiado dañado para ser algo para alguien alguna vez. Apenas conocía a Emma, pero ella
había despertado en mí sentimientos que no había sabido que todavía era capaz de tener. No podía ser
alguna vez esa persona de nuevo. Pero quería ser esa persona de nuevo. Tomé mi teléfono y me desplacé a
través de los contactos. Apreté el botón de llamada y espere una respuesta.
—William, ¿qué estás haciendo? No me puedes llamar tan tarde. —El tono de pánico silencioso de
Angela me hizo volver a la realidad. Ella no estaba preocupada por cómo me sentía. No sentía mariposas
ante el sonido de mi voz. Yo no era nada para ella. El sentimiento era mutuo. Colgué el teléfono y lo arrojé
en el sofá. Tenía que salir de este maldito lugar.
Tomé las llaves y algo de dinero, y me dirigí escaleras abajo hasta mi auto. Tenía que recuperar el
control de mí mismo. Necesitaba que me recordaran lo que era. Conduje toda la ciudad hasta las afueras
de la misma. En un centro comercial de mala muerte que llevaba mucho tiempo olvidado para la mayoría,
algunos autos salpicaban la plaza de estacionamiento. Giré detrás del edificio y estacioné mi auto. Mientras
caminaba por el estacionamiento oscuro, puse el seguro a mi auto y entré. El vestíbulo principal tenía una
luz tenue y tres mujeres se sentaban sobre sus talones, con la cabeza gacha, en una fila en la recepción.
—Señor Honor. Qué placer verlo, señor. —La pelirroja ronca detrás del mostrador me dio la
bienvenida. Asentí educadamente mientras mis ojos danzaban sobre las mujeres arrodilladas—. ¿Lo de
siempre, señor? —preguntó, y mis ojos se dispararon a encontrarse con los suyos. Asentí y me dirigí de
nuevo al pasillo débilmente iluminado. Estaba en mi elemento. Sentí de nuevo completo en el interior de
estas paredes. Me detuve frente a la puerta tres. Una bombilla roja brillaba justo encima del marco. Respiré
hondo y entré. Rápidamente me desabroché la camisa y la deslicé fuera, cayendo sobre un banco en la
esquina, seguida por mi bajo camisa. Me quité los zapatos y los calcetines y los deslicé debajo del banco
también. Estaba listo. La puerta se abrió unos minutos más tarde y una pequeña morena enmarcó el
interior. Inmediatamente me dejé caer de rodillas, descansando sobre los talones.
—Buen chico —me elogió. Tomé una respiración profunda y relajada. Mi vida se nutría de tener el
control y cuando me sentía perdido entregaba ese control a otra persona. Era terapéutico.
Ella caminó alrededor de mí, su dedo recorriendo mis hombros. Trazó las líneas del tatuaje tribal que
se abría paso por mi brazo.
—¿Sabes lo que hace un buen maestro, William? —preguntó mientras se dirigía a la parte delantera
de mí. Yo no contesté, no la miré—. Puedes responder.
Respiré profundamente y pensé en la pregunta.
—No creo que lo sepa, ya no —le respondí con honestidad. Ella se inclinó y agarró mi barbilla en su
mano, tirándola hacia arriba hacia ella.
—Respeto —dijo ella simplemente y soltó mi cara. Se acercó a las cadenas que colgaban de la
esquina de la habitación—. Ven —dijo. Me puse de pie y miré al suelo mientras me dirigía a ella. Me agarró
del brazo izquierdo y lo bloqueó en su lugar por encima de mi cabeza—. Tú me respetas como tu Señora y
me das el control sobre ti. —Agarró mi otro brazo y lo levantó por encima de mi cabeza—. Yo te respeto y
nunca te haría nada que no quieras —continuó mientras ajustaba las esposas en su lugar—. No todo el
mundo entiende este estilo de vida, William y no todo el mundo está hecho para él —explicó mientras
desabrochaba la hebilla de mi cinturón y tiraba de él lentamente hacia ella. Se inclinó más cerca para que
yo pudiera sentir su aliento en mi oreja—. Tú sí.
Durante la siguiente hora, se burló y jugó conmigo hasta que recordé lo que era tener un control total
incluso cuando yo estaba impotente en las manos de otro. Nuestras sesiones nunca iban más allá de eso.
Ella me empujaría al borde del placer sin tener que dejarme caer por el borde. Me sentí renovado y como si
tuviera un mejor conocimiento de quién era una vez más. Ver las cosas desde la perspectiva de un sumiso
me hacía un mejor dominante.
6
Traducido por Flochi
Me desperté como un hombre nuevo. Me levanté y me dirigí al gimnasio en 32nd Street para
empezar la mañana. Mi mente se había aclarado esta noche, luego del trabajo, empezaría a tomar
aplicaciones para una nueva sumisa oficial. Había probado suerte en el mundo de las citas pero fue más
una molestia que otra cosa. Seguía sosteniendo mucho resentimiento hacia Abby y no tenía la mentalidad
correcta para nada más que una relación dom/sub. Emma oficialmente había sido quitada de cada
pensamiento consciente. También Angela por lo que importaba. Al menos, esa es la mentira que me dije.
Corrí a través de las duchas del vestuario y me dirigí a la cafetería de la esquina por algo para
desayunar. Hice mi pedido a la pequeña mesera rubia. No había nada extraordinario en ella. Era atractiva,
sí, pero parecía cansada. Sin embargo, algo en ella me llamó la atención. Mientras inclinaba la cabeza para
llenar mi taza con café, me di cuenta quién era. Se veía muy diferente al no estar arrodillada desnuda en
medio de un hall de entrada, pero estaba seguro que era ella. Cuando volvió a mirarme sus mejillas
estaban rosadas y supe que ella también me había reconocido.
—Gracias —dije mientras ella terminaba.
—De nada, señor —respondió con una sonrisa malvada y se volvió para dirigirse detrás del
mostrador. Quizás no tendría que pasar a través de un proceso de aplicación después de todo.
7
Traducido por LizC
Hice mi camino al trabajo temprano. Necesitaba ver a Emma y asegurarme que no sentía nada por
ella.
Ella desató algo dentro de mí que todavía no había saldado a lo largo de Abby. Eso era todo. Eso es lo
que me dije a mí mismo durante toda la mañana. También quería calibrar su reacción hacia mí después de
la escena en el cine. Quería saber que a ella no le importaba.
Angela estaba intentando su más duro esfuerzo por arrinconarme para que pudiéramos hablar. No
había nada de qué hablar. No podía darle lo que ella necesitaba y ella no podía darme lo que yo necesitaba.
No estaba siquiera seguro de qué era eso.
Cuando llegó la hora de la clase de Emma, me senté en mi escritorio, girando mi regla por costumbre.
Vi la clase entrar lentamente y no hubo ni rastro de ella. Por un momento, había pensado que ella iba a
llegar tarde para que así yo la retuviera después de clase. Empujé rápidamente ese pensamiento a un lado.
Al final tuve que empezar la lección.
Mi estómago se retorcía en nudos. Sólo quería saber que ella estaba bien. Decidí que iba a saltarme
las últimas clases del día. Necesitaba más tiempo. Mi cabeza todavía no estaba bien y Emma, presente o
no, me estaba jodiendo sin posibilidad de reparación.
Cuando iba de camino a mi oficina mis ojos se clavaron en primer lugar en Angela, quien estaba
sonrojada y girando su cabello mientras ella me observaba. Le sonreí educadamente, demasiado
consciente del olor a flores que consumía el aire que nos rodeaba. Emma. No había forma de escapar de
ella. Entablé una pequeña charla con Angela y rápidamente me volví para entrar en la oficina.
—Te perdiste mi clase. Ven a verme después de que hayas terminado —le dije, clavando mis ojos en
Emma. Mi mirada cayó a la venda rosada alrededor de su brazo. Sabía que si ella vino a mi clase es porque
entendía lo que iba a suceder. Una parte de mí esperaba que ella me odiara y no se presentara. Justo en
ese momento, un ligero golpe traqueteó a través de la puerta—. Entre —llamé. Emma abrió la puerta y
entró. Comencé a desabrochar el botón de mi camisa, quedándome en mi camiseta negra. La doblé y la
puse en el respaldo de mi silla—. ¿Qué pasó? —le pregunté, mirando hacia abajo a su mano vendada.
—Tuve un accidente —respondió con nerviosismo, mordiéndose el labio. Si ella no quería esto habría
corrido para ahora. Ella estaba gritando por disciplina, para que alguien tome el control de su vida.
—Te vi en el cine ayer. Eso fue… —dije mientras mis ojos danzaban arriba y abajo de su cuerpo.
—Incómodo —contestó ella, terminando mi frase. Yo no pude evitar reír.
—Inesperado —le corregí. Otra mentira.
—Señorita Townsend, ¿recuerda lo que le dije de llegar tarde a mi clase? —pregunté, sentándome en
el borde de mi mesa y esperé su respuesta. Después de un momento, hice un gesto para que se acercara.
Ella colocó sus libros en un escritorio en la primera fila.
—Yo… realmente lo siento. Ha sido una mañana loca y… —comenzó a explicar. No tenía tolerancia
para las excusas. La agarré rápidamente e incliné su cuerpo sobre mi escritorio. Llevé mi mano abierta
hacia abajo con fuerza a través de su trasero. Antes de que ella pudiera protestar, la llevé de nuevo. Me
incliné sobre ella, cubriendo su cuerpo con el mío.
—Shh… necesitas disciplina —susurré mientras frotaba suavemente su trasero. Ella se relajó por
debajo de mí. Me tomé un momento para obtener el control sobre mi respiración. Me puse de pie
nuevamente y di un golpe, esta vez con más fuerza—. No tienes auto-control —seguí. Ella se agarró al
borde de la mesa mientras yo seguía castigándola. Ella lo estaba disfrutando—. Necesitas a alguien que te
enseñe cómo ser una buena chica. Alguien que te castigue cuando te equivoques.
Estaba luchando por no venirme ante la sola idea de follarla. Nadie nunca me ha hecho sentir tan
fuera de control mientras está completamente en control. Mierda. Me froté suavemente sobre ella donde le
había pegado. Ella empujó contra mi mano mientras dejaba que mis dedos se sumergieran entre sus
piernas. Ella quería más. La golpeé una última vez. Ella jadeaba pesadamente mientras yacía tumbada en
mi escritorio. Era hermosa.
—Ve a clase —jadeé. Se quedó inmóvil durante un momento. Di la vuelta a la mesa y empecé a
ponerme de nuevo mi camisa. Después de un momento, recuperó la compostura y se puso de pie. Volví a
rodear la mesa y agarré sus libros, sosteniéndolos para ella. Ella los tomó, incapaz de mirarme a los ojos y
salió de la habitación tan rápido como pudo.
Me senté en el borde de mi escritorio para recuperar el aliento. Estaba equivocado. No había forma
de olvidar a Emma. Ella se había abierto paso en cada fibra de mi ser y yo no podía tener suficiente de ella.
8
Traducido por LizC
Todo lo que había sucedido en los últimos días se había evaporado. Mis pensamientos consumidos
con Emma. Me prometí que no la tocaría. Me prometí a mí mismo que no la lastimaría, pero ahora era
inevitable. He perdido por completo el control de mí mismo y me sentí increíble y devastado al mismo
tiempo. Ya había olvidado mi última lección. Respeto. Si respetara a Emma la habría dejado vivir su vida
libre de mí.
Me abrí paso por el pasillo para salir por el día, perdido en mis propios pensamientos culpables.
—¡William! —llamó Angela desde fuera de la oficina.
—Mierda —maldije en voz baja—. No es un buen momento, Angela —le dije, comprobando mi reloj
para demostrarle que estaba apurado.
—Sólo tomará un minuto. Déjame caminar contigo hasta tu auto.
Ella se unió a mi lado y continuamos hacia el estacionamiento.
—Mira, lamento lo de la otra noche —comenzó. Mis ojos siguieron rápidamente el aroma de flores que
llenó el aire. Emma estaba sentada en la acera, hojeando sus libros de texto.
—No lo sientas —dije fríamente. No me importaba. Angela incluso ni siquiera registraba en la escala
de las cosas que me importaba una mierda. Ahora mismo, lo único que quería saber es por qué Emma
estaba sentada en la acera pareciendo triste y olvidada. ¿Dónde estaba su auto? ¿Lo había chocado? ¿Así
es cómo se lesionó el brazo?
—No quiero que estés enojado conmigo, William. —Angela parecía verdaderamente preocupada por
mis sentimientos. Demasiado poco, demasiado tarde.
—Estoy bien. Todas las cosas buenas deben llegar a su fin —le dije y le di un ligero beso en la mejilla.
Ella me miró fijamente por un momento, su expresión en blanco. Luchó por recuperar la compostura antes
de que ella sonriera y entrara en el interior de su auto. Esperé a que ella se fuera antes de regresar a
través del estacionamiento hacia Emma, quien estaba profundamente absorta en su libro.
—¿Sin aventón? —pregunté, sorprendiéndola.
—Mi tía es un acierto o fallo cuando se trata de responsabilidad.
Se veía como si quisiera decir algo más, pero se detuvo en seco. ¿Ella vive con su tía? Quería saber
más. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Por qué no estaba conduciendo su propio auto? ¿Qué diablos le había
pasado en el brazo?
—Yo nunca fallo.
Sus ojos verdes ardían en los míos. Ella mirándome era un espectáculo para la vista.
—Vamos. Te llevaré a tu casa.
Me volví y me dirigí de nuevo al otro lado del estacionamiento. No le di la oportunidad de pensar en
ello. Quería estar a solas con ella para así poder saber más.
Abrí la puerta para ella y tomé sus libros. Parecía que estaba cuestionándose si debía o no ir conmigo.
Una parte de mí deseaba que ella hubiera dicho que no. Así es. Huye de aquí. Pero no corrió. Se deslizó con
delicadeza en el asiento delantero. Tiré sus libros en el asiento de atrás y me deslicé a su lado. Estaba
involucrándome demasiado profundo con ella y yo lo sabía.
Salí a toda velocidad de la plaza de estacionamiento, tratando de poner la mayor distancia entre
nosotros y los ojos curiosos lo más posible.
Al llegar a la luz, me di cuenta que no llevaba el cinturón de seguridad. Los pensamientos de su brazo
lesionado y el vehículo desaparecido llenaron mi cabeza. Me incliné sobre ella, aspirando el delicioso aroma
de las flores cuando agarré el cinturón de seguridad y tiré de él a través de su cuerpo.
—No me gustaría que salieses herida. —Tuve que sonreír ante esas palabras saliendo de mi boca
después de haberla inclinado sobre mi escritorio y haberle pegado—. ¿Qué ocurrió? —le pregunté, mirando
hacia abajo a su vendaje rosado.
—Larga historia —contestó, apartando la mirada. No tenía paciencia para los juegos. Ya estaba
enojado lo suficiente de que incluso me importara.
—¿Qué ocurrió? —pregunté de nuevo, esta vez con irritación en la voz. No estaba preguntando,
estaba exigiendo una respuesta.
Ella suspiró profundamente.
—Bebí un poco la noche anterior. Tiré una foto y accidentalmente me corté tratando de limpiar el
desorden —explicó sosteniendo su mano en alto—. No es gran cosa.
Sus palabras estaban llenas de sarcasmo. Llevé el auto a un lado de la carretera y antes de que ella
pudiera decir nada, me había desabrochado el cinturón de seguridad y estaba frente a ella. Una abeja
atraída por el dulce néctar de una flor. Mi boca se cernía sobre ella mientras su respiración se aceleraba.
—No me hables de esa manera. Me molesta demasiado y tú no quieres ver lo que hago cuando estoy
molesto.
Estaba más que enfadado. La miré fijamente durante un largo momento antes de correr suavemente
la yema del pulgar sobre su mejilla y hacia abajo sobre su labio inferior. No podía estar enojado con ella.
Había un millón de cosas que podría estar con ella, todo lo que quisiera.
—Tú no quieres esto —susurré en voz baja, advirtiéndole.
—Sí, sí quiero —susurró ella. Deslicé mi mano por su cuello y de vuelta en su largo cabello espeso. No
pude detenerme. Necesitaba sentirla.
—No tienes idea de en qué te estás metiendo —contesté. Se humedeció los labios y los dejó
entreabierto poco a poco. Ya no tenía control sobre mí mismo.
—Por favor —rogó y mi cuerpo dio paso a los deseos carnales. Apreté mis dedos con fuerza en su
cabello y empujé mis labios con fuerza contra los de ella. Deslicé mi lengua lentamente en su interior y ella
empujó contra ella con la suya. Gimió en voz baja mientras sus manos comenzaban a explorar mi cuerpo.
Ella arqueó la espalda hacia mí y pronto no sería capaz de detenerme de follarla aquí a lo largo de la
concurrida calle.
—No podemos hacer esto aquí. —Luché para recuperar el aliento. Esperaba que no me pidiera que la
llevara a casa.
—¿Dónde? —preguntó mientras empujaba sus labios contra los míos de nuevo. Mierda. Capturé su
labio inferior entre mis dientes.
—Mi casa. —Me aparté de ella para ganar la compostura. Mantuve los dedos entrelazados en su
cabello, tirando suavemente—. Tengo que explicarte algunas cosas antes de que esto vaya más lejos —le
advertí. Se mordió el labio y asintió—. No tienes idea de lo que eso me provoca.
Solté su cabello y regresé de nuevo a la carretera. Tal vez sólo estaba tratando de ser mi sumisa.
Tal vez no era más que atracción física. Yo podría satisfacer esas necesidades para ella, ¿cierto? ¿A
qué riesgo? Si yo era el que salía herido en el proceso, y no ella, podría vivir con eso. Era un mal karma que
me debía de innumerables indiscreciones. Valdría la pena, para estar con ella.
9
Traducido por Nanvargas.b
Nos detuvimos frente a mi almacén unos minutos más tarde. Ella parecía asustada y me di cuenta
que debí haberle advertido que no vivía en un hogar normal. Nos detuvimos en el interior y la gran puerta
de muelle se cerró detrás de nosotros, encapsulándonos en la oscuridad. Salí y rápidamente rodeé hacia su
lado del auto y abrí su puerta. No podía esperar más. Necesitaba sentirla contra mí.
Esto es lo que ella quiere, me dije. La saqué del auto apretando su espalda contra el frío metal. Mis
manos vagaron por su espalda. Agarré su culo y tiré su cuerpo apretado contra el mío. Quería que sintiera
lo mucho que la deseaba. Mis labios rozaron los suyos.
—Puedes decir que no en cualquier momento —le recordé.
Ella arqueó sus caderas contra mí y luché por no tirarla en el capó del auto y follarla aquí mismo.
—¿Entiendes? —pregunté, respirando con dificultad. Ella asintió, su respiración rápida y superficial.
Deslicé mi mano hacia arriba y la envolví en su cabello, tirando con dureza—. ¿Entiendes? —Mis labios
rozaron su oreja y sentí su cuerpo estremecerse contra mí.
—Sí —ronroneó en mi oído. Una vez más, empujé mis caderas contra ella.
—Sí, ¿qué? —Quería que fuera perfecto. Quería que ella fuera mía, completamente.
—Sí, señor. —Sus palabras me atravesó como la electricidad. Mordí suavemente su oreja.
—Buena chica. —Me obligué a apartarme de ella—. Sígueme. —Un millón de pensamientos rondaban
por mi cabeza, todos ellos de Emma. Tomé su brazo en mi mano e hicimos nuestro camino por las
escaleras, porque no quería romper la conexión física entre nosotros. Esto era lo que ella quería. No
pensaba en mí día y noche, como si fuera de ella. Quería la única cosa que podía darle. Quería perder el
control. Pero no la había recogido en el club. No podía saber lo que estaba pidiendo de mí. Tenía que
explicarle las cosas. Tuve esta conversación antes. A veces se da y quieren jugar, otras se iban y nunca
miran atrás. ¿Qué iba a hacer si ella se iba? ¿Y si escapa? El pensamiento me hizo sentir mal.
Saqué mis llaves y rápidamente abrí el cerrojo, empujando la puerta, abriéndola de par en par.
Quería que ella viera que no vivía en un almacén abandonado. Lo había hecho mi hogar. Era cálido y
acogedor. Las paredes de un color marrón rico con obras de arte repartidas por todos lados.
—¿No es lo que esperabas? —pregunté, esperando algún tipo de seguridad, alguna señal de que
estaba bien. Ella asintió, una pequeña sonrisa asomando en la comisura de su boca. Se relajó visiblemente.
Cerré la puerta detrás de ella, bloqueándola. Y de mala gana, solté su brazo.
Entré en la cocina, sus pasos resonando detrás de mí. Se detuvo en el lado opuesto de la isla y vio
como busqué alrededor en los armarios. Saqué una botella de whisky y dos vasos pequeños. Ella me miró
con curiosidad a medida que los llenaba. La verdad era que no era para ella. Necesitaba el coraje líquido
para evitar estrecharla en mis brazos y decir cosas que me lamentaría más tarde, rompiéndole el corazón.
—Oh, no puedo —dijo con el ondeo de sus delicados dedos. Deslicé uno de los vasos hacia ella.
—Vas a necesitar esto. —Sonreí cerrando de nuevo mi bebida, esperando que no se diera cuenta el
ligero temblor de mis manos. Quería lanzarla sobre la isla y abrirme paso en ella justo aquí mismo. Tal vez
un día, pensé. Hoy no. Tomó su copa y la bebió rápidamente, haciendo una mueca mientras pasaba sus
labios. Rellené los vasos.
—Tengo un gusto muy particular —le dije mientras agitaba el líquido marrón en mi vaso antes de
tomarlo. Ella bebió el suyo, esta vez su expresión inmutable. Echó un vistazo alrededor de la habitación.
—Me gusta tu sabor. —Ella colocó su cabello detrás de la oreja.
—Eso no es lo que quise decir. —Sonreí ante su inocencia a medida que rellenaba los vasos—. Me
gusta tener el control —expliqué, esperando que ella lo entendería—. Pero nunca haré nada que no quieras
que haga. —Pude ver su retirada ligeramente. Caminé alrededor de la isla y con cautela puse mi mano en
su cuello, deslizando los dedos por encima de su pecho, deteniéndome justo antes de llegar a sus pechos.
Su cuerpo respondió arqueando la espalda hacia mi mano.
Quería obligarme a parar pero la atracción hacia ella era demasiado grande.
—Entiendo. —Su voz resonó con una falsa confianza. Era comprensible, estaba nerviosa. Se mordió el
labio.
—Si entendiste no deberías seguir mordiéndote el labio así. —Mi cuerpo involuntariamente empujado
contra el de ella. Sus manos se abrieron camino a mi pecho y comenzó a hurgar con los botones de mi
camisa. Oh, Dios. ¿Cómo no había notado la inocencia en ella antes? Sabía que no era como las otras,
pero…—. ¿Alguna vez has hecho esto antes? —pregunté mientras intentaba tragar el nudo que se estaba
formando en mi garganta. Busqué en sus ojos, con la esperanza que la había leído mal.
—No es un hábito en mí dormir con los profesores —respondió, el sarcasmo tiñendo sus palabras.
Detrás de eso, había nerviosismo.
—Eso no es lo que quise decir. —Me di cuenta que entendía, pero no quería decir las palabras.
—No —susurró, mirando hacia abajo en los botones abrochados todavía de mi camisa. Me aparté de
ella, necesitando espacio entre nosotros. Ni siquiera había pensado en el hecho de que era virgen. Muy
pocos a su edad lo son. Hice mi mejor esfuerzo para ocultar el horror en mis ojos a medida que la
recordaba inclinada sobre mi escritorio. No debo haber tenido éxito porque ella inmediatamente cruzó los
brazos sobre su pecho, su rostro labrado con el rechazo. Quería protegerla, hacer que esa expresión triste
se desvaneciera.
—Mírame —le rogué. Ella no se movió, mirando fijamente a sus pies—. Mírame —dije de nuevo, un
poco más dominante. Extendí la mano vacilante y le alce la barbilla con los dedos. Ella no se echó hacia
atrás con mi tacto. Cuando sus ojos se encontraron con los míos me quedé helado, no quería decir lo que
iba a decir. Tomé una respiración profunda y forcé las palabras salir de mi boca—. No puedo hacer esto. —
Las palabras escocieron y ella se estremeció. Mi mente corría con el terrible error que había cometido,
dejándome ceder a lo que sentía por ella.
Las lágrimas brotaron de sus ojos y reflejaron de vuelta al monstruo en el que me había convertido.
Ella pasó junto a mí, en dirección a la puerta. No tenía derecho a tratar de detenerla.
—Encontraré el camino a casa. —Su voz se quebró bajo su tristeza. La seguí, agarrando su brazo y la
obligué a mirarme a la cara. Necesitaba saber que no era su culpa. Necesitaba saber que era un monstruo
y que debería estar agradecida de que no fuera más allá. Ella tembló bajo mis dedos a medida que las
lágrimas comenzaban a caer lentamente por sus mejillas. Me quedé helado. No podía encontrar las
palabras para decirle lo que sentía. Era un cobarde. Ella se soltó de mi agarre y salió de mi apartamento.
No la perseguí. La dejé ir.
10
Traducido por Nanvargas.b
Caminé de regreso a la isla con ganas de olvidar todo lo que había sucedido. Corromper a Emma era
un nuevo nivel de bajeza. Me serví una copa. A medida que el líquido ardía en mi garganta, tomé otro trago
enseguida. Pensé en Emma, afuera, sola. No puedo dejarla allí sola. No después de lo que acababa de
hacerle.
Agarré mi portátil y rápidamente busqué su nombre. Me detuve en su página del sitio de red social
que había encontrado el otro día. Examiné su información y vi su número. Marqué su número, no
permitiéndome segundos para pensarlo.
—Ven a recogerme —dijo, la tristeza aún evidente en su voz. Obviamente no había esperado que
fuera yo en el otro extremo.
—¿Dónde estás? —pregunté, con ganas de correr hacia ella, para consolarla. Era egoísta.
—Como si te importara. —Estaba enojada y las palabras escocieron. No podía dejarla por ahí y no
había manera de que llegara a casa. No después de lo que acababa de hacer con ella.
—Sólo quería asegurarme que llegaste a salvo a casa. —Luché para ocultar la frustración en mi voz.
Por mucho que quería asegurarme de que estaba a salvo, quería verla a la vez. Era un lobo tras un
cervatillo herido. Ni siquiera yo podía dejar de hacerle daño.
—No voy a irme a casa. Voy a salir —dijo entre dientes y la línea se cortó. La había rechazado y se iba
a buscar consuelo en los brazos de otra persona. Maldije en voz baja, apretando mi teléfono con tanta
fuerza que los nudillos se me pusieron blancos.
Me dirigí de nuevo a la cocina por otra copa. ¿Por qué me importa lo que hace y con quién lo hace?
La había rechazado y la había dejado ir. Era una criatura vil ante sus ojos. Eso es lo que había querido.
Mi teléfono sonó y sentí la tristeza irse. Cambió de idea. Tomé el teléfono y lo sostuve en alto para
leer el identificador de llamadas. Es Angela. Mi corazón se hundió. Me serví otro trago mientras pensaba en
contestarle. Pronto, el apartamento se llenó de silencio.
Rápidamente le marqué a Emma de nuevo. Necesitaba saber que estaba bien y que no iba a hacer
nada estúpido por mi culpa. Sonó tres veces antes de que una voz respondiera, pero no era Emma.
—Hola —preguntó una mujer. Apenas podía oírla con el ruido sordo de la música en el fondo.
—¿Está Emma allí? —pregunté, con la esperanza de tener el número correcto.
—Ella está justo aquí. Deberías venirte. Estamos en Rapture. —Ella se rio, arrastrando las palabras. Oí
la voz de un hombre en el fondo y podría haber jurado que pronunció el nombre de Emma.
—Tal vez —le contesté y terminé la llamada. Sabía que no debía ir, pero Emma obviamente tenía una
baja tolerancia para el alcohol, como es evidente por su mano lesionada. No podría vivir conmigo mismo si
se aprovechaban de ella. ¿Podría vivir conmigo mismo si era yo el que se aprovechaba de ella? No quería
saber la respuesta. Tomé las llaves y me fui tras ella. Sólo necesitaba saber que estaba bien.
Me senté en el estacionamiento del club, tratando de convencerme de que no tenía derecho a su
atención. Si me iba con ella, todo el mundo me vería. No sería capaz de mostrar de nuevo mi rostro en la
universidad. Agarré la manija de la puerta. Justo en ese momento Emma salió tropezando del club. Di un
suspiro de alivio. Tomé mi teléfono y volví a remarcar.
—¿Qué? —preguntó con amargura. Me merecía su ira, pero no lo hace más fácil de tomar.
—Parece como si hubieras bebido mucho —dije, frustrado por su falta de auto-control. Viniendo de
mí, era risible. Salí de mi auto y me apoyé en él, observándola. Sus ojos rápidamente escanearon el
estacionamiento, viniendo a descansar sobre mí. No pude evitar sonreír.
—Puedo cuidar de mí misma, pero gracias por tu preocupación —espetó con rabia.
—Te daré un aventón. —Traté de ocultar la creciente frustración en mi voz.
—Bien —respondió antes de colgar. Caminó hacia mí y mi sonrisa se hizo más amplia. Quería tomarla
en mis brazos justo allí, pero en su lugar, abrí la puerta del pasajero.
11
Traducido por LizC
Ella parecía incómoda. Sus brazos se enrollaban firmemente alrededor de su cintura.
—¿Te divertiste? —Odiaba ver cuán autodestructiva era realmente. Me hizo mal.
—Me lo pasé muy bien —gruñó de vuelta. Ella no se encontraría con mi mirada—. ¿A dónde vamos?
—De regreso a mi casa. Tienes que comer algo.
Necesitaba recuperar la sobriedad. No podía ir a casa devastada y deprimida. Tenía que protegerme.
Al menos, eso es lo que me dije a mí mismo. Sabía que realmente quería asegurarme de que estaba
bien. Casi había irrumpido en ese club, la carrera podía irse al infierno. Incluso con el leve zumbido de
alcohol corriendo por mis venas, sabía que estaba dispuesto a arriesgar todo por ella.
—Tengo que llamar a mi tía. Si ella llega a casa y yo no estoy allí… —Sacó su teléfono de su bolsillo.
Estiré la mano, colocando mi mano sobre ella antes de que pudiera marcar.
El tacto de su piel contra la mía, por insignificante que fuera, envió un zumbido eléctrico a través de
mi cuerpo. Sus ojos se abrieron como platos. Ella también lo había sentido. Tragué saliva, empujando lo que
sentí más profundamente.
—Envíale un mensaje. Dile que te vas a quedar en casa de una amiga. No se verá que estés saliendo
con tu profesor —le dije. Sus ojos se quedaron fijos en los míos. Ella asintió y retiró de mala gana la mano.
Rápidamente escribió un mensaje y metió el teléfono en su bolsillo. Conducimos en silencio durante el
resto del corto trayecto en auto a mi casa.
A medida que nos deteníamos en el interior, me senté por un momento, contemplando mi próximo
paso. Darle algo de comer, luego llevarla Ella no es de tu incumbencia, no tienes de qué preocuparte.
Estaba decidido a no hacerle daño de nuevo.
Salí del auto y esperé a que se uniera a mí. Hice un gesto hacia los escalones, colocando mi mano
sobre la parte baja de su espalda mientras la guiaba al piso de arriba. Mi pulso se aceleró al sentir los
músculos de su espalda.
Cuando entramos, tuve la precaución de poner un poco de distancia entre nosotros. Rápidamente me
puse a prepararle algo de comer. ¿Qué comen los ángeles? Pensé mientras ella se acomodaba en un
taburete de la barra al otro lado de la isla central.
Tomó su sándwich, ignorando su vaso de agua. Empujé el vaso más cerca.
—Gracias —dijo en voz baja. Me pasé las manos por el cabello, tratando desesperadamente de no
centrarme en su boca mientras ella comía. Agarré mi botella de licor y llené mi vaso. Comió en silencio a
medida que me observaba deslizar más y más lejos.
—Lo siento… por lo de antes.
Tenía los ojos fijos en su comida.
—Yo soy el que debería disculparse —contesté, sacudiendo la cabeza—. Nunca debería haberte traído
aquí. No puedo hacerte esto.
Decir las palabras en voz alta se sintió como un puñal en mi pecho. Tomé otro trago. Ella se apartó
del mostrador y se dirigió hacia la puerta.
—Ya has dicho eso. —Su voz fue pequeña y estaba a punto de perder el control de nuevo. La seguí,
sin permitirme pensar en las consecuencias. Ella abrió la puerta y yo la empujé cerrándola detrás de ella.
Tenía que explicarme. No podía dejar que pensara que algo de esto era su culpa. La había cazado
como un animal.
Se volvió lentamente hacia mí. Estaba lo suficientemente cerca para sentir el calor de su cuerpo. Una
sola lágrima se deslizó por su mejilla. Soy un animal jugando con su comida.
—No dije que no te deseo, dije que no puedo.
Sequé las lágrimas con mi pulgar. Ella no se apartó de mí. Su expresión cambió de querer escapar al
deseo puro. Tomó mi mano entre las suyas y la sostuvo contra su cara. Ella también lo sentía.
—No quieres esto —susurré mientras ella se acercaba. Sus manos dejaron las mías y poco a poco
comenzó a desabrochar los botones de mi camisa. Esta vez, con las manos firmes. Empujó la camisa de mis
hombros, dejándola caer al piso. Agarré la parte inferior de mi camiseta y la saqué por mi cabeza. Mis ojos
nunca se apartaron de los suyos. Comencé a deshacer mi cinturón a medida que sus manos se deslizaban
por mi pecho. Lo doblé en mis manos y desabroché el botón, dejando que mis vaqueros colgaran bajo en
mis caderas—. Estás siendo una chica muy mala.
El atisbo de una sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
Podía oír el nerviosismo en su voz. Tomé su mano sana y la bajé hasta mi cremallera. Empujé contra
ella para que así pudiera sentir lo mucho que la deseaba. Ella abrió la boca, pero no se apartó. Me incliné
más cerca de su oído, dejando que mis labios rozaran en su contra.
—Voy a castigarte.
12
Traducido por LizC
Su mano se flexiona contra mí y casi me caigo de rodillas con su toque. Empecé a oscilar lentamente
contra ella mientras su mano se mueve delicadamente sobre mí.
—Esa es suficiente diversión para ti. Ahora es mi turno.
Quería dominarla. Quería hacerla sentir cosas que nunca había imaginado. Quería que se soltara y
darle placer a través de mí. La llevé a mi dormitorio en el otro extremo del piso.
—Aquí, yo estoy a cargo. Aquí me perteneces.
Sus ojos oscilaron sobre la cama.
—Vamos a tomar las cosas con calma al principio.
Caminé hacia ella lentamente, rogando para que no huya. Deslicé mis manos a ambos lados de su
cara y poco a poco me incliné para besarla. Ella no se apartó de mí. Después de un momento, su cuerpo se
relajó contra el mío, sus labios abriéndose, dándome entrada. Sus manos se levantaron, y trazó los dedos
por mi estómago. La agarré rápidamente. No estaba dispuesto a no tener un control total y absoluto.
—No puedes tocarme a menos que yo te lo diga. ¿Entiendes?
Ella entendió por completo. Sacrificándose al lobo voluntariamente.
Mi boca encontró la suya una vez más y retomamos donde lo habíamos dejado. Deslicé mis dedos
bajo el dobladillo de su camisa. Ella jadeó en voz alta ante mi tacto, pero no me detuvo. Estaba esperando
a que huyera en cualquier momento, pero no lo hizo. Retiré mi boca de la suya para mirarla mientras poco
a poco rodeaba su estómago con mis dedos. Su cuerpo vibró debajo de mí. Tiré de la camiseta por encima
de su cabeza y di un paso hacia atrás para devorar todo de ella. No estaba usando sujetador. Eso era un
regalo inesperado. Cruzó los brazos sobre el pecho, tratando de esconderse.
—Mueve tus brazos. Quiero verte.
Me arrepentí de mi tono, pero ella hizo lo que le pedí. Sus brazos cayeron, de mala gana, a los
costados. Se mordió el labio inferior entre los dientes mientras miraba al suelo.
—Mírame —ordené. Sus ojos se encontraron con los míos, poniendo todo mi cuerpo en llamas. Me
acerqué a ella, como una abeja a una flor.
Seguí la parte superior de sus pantalones vaqueros con mis dedos, permitiéndoles sumergirse
ligeramente fuera de la vista. Su mirada no se apartó de la mía mientras me acercaba lentamente,
permitiendo que mis labios rozaran la delicada piel de su cuello. Se estremeció debajo de mí cuando la
exploré un poco más con mi lengua. Me dirigí a sus pechos, deslizando mi boca sobre uno de sus pezones
mientras iba abriendo el botón de sus vaqueros. El sonido que escapó de su boca era el ruido más erótico
jamás pronunciado. Levanté la vista hacia ella, mientras repetía la acción de golpeteo con la lengua. Se
estaba desasiendo lentamente y al borde del éxtasis. Sus dedos se enrollaron en mi cabello y tiró con
suavidad.
—Mala chica —le regañé—. Sé cómo podemos arreglar eso.
Había estado muriendo por este momento. No me gustaba cuando alguien rompía las reglas, pero
sabía que lo que vendría después sería pura felicidad. Lamí mis labios ante la vista de ella, jugando con la
correa en mis manos.
—Acuéstate.
Hice un gesto hacia la cama. Ella no vaciló ni un segundo. Deslizó su cuerpo más allá del mío,
asegurándose de rozar su pecho desnudo contra el mío. Se arrastró por la cama, acostándose en el centro.
No podía apartar la mirada. La seguí, arrastrándome sobre la parte superior de su cuerpo, cuidando de no
apoyar ningún peso sobre ella. Deslicé el cinturón lentamente por su estómago y ligeramente por encima
de su pecho.
—Dame tus manos.
Ella las colocó frente a mí. Poco a poco enrollé el cinturón alrededor de ellas y las empujé por encima
de su cabeza, asegurándolas a la cabecera. Quería sentir sus manos sobre mí, pero no podía. No podía
dejar que nadie me toque. Me dolería demasiado en la ausencia de sus manos.
—Así está mejor —le susurré al oído. Tracé pequeños besos por su mandíbula dejando un rastro de
piel de gallina tras ellos. Mi boca encontró la de ella rápidamente. Esto me lo podía permitir. Su lengua
empujó contra la mía y mis caderas involuntariamente se arquearon contra ella en respuesta. La tenía justo
donde la quería y ella me tenía a mí.
Deslicé mis manos más abajo, empujando sus pantalones vaqueros, cuidando de dejar sus bragas en
su lugar. No queriendo forzar demasiado las cosas y demasiado pronto. Pensé en el hecho de que no le
había dado una palabra de seguridad. No quería asustarla. Si ella me decía que parara, lo haría, sin
dudarlo. Me cerní aún más sobre ella, besando mi camino a su pecho, con especial atención a sus pezones
endurecidos. Ella comenzó a jadear, su pecho subiendo y bajando con fuerza debajo de mis labios.
—Shhhh… —susurré contra ella provocando piel de gallina bajo mi aliento. Deslicé mi mano más
abajo, frotando sobre la delicada tela de sus bragas. Se derritió bajo mi toque. Un profundo gemido escapó
de su garganta. Me detuve inmediatamente—. Te lo advertí.
Sonreí cuando se vio dolida, anhelando que la tocara de nuevo. Me levanté de encima.
—Date la vuelta —le ordené pero ella no se movió—. ¡Ahora! —siseé.
Se volcó sobre su estómago. Y lentamente, deslicé los pantalones por sus caderas y los arrojé al otro
lado de la habitación. Mis manos habían estado ansiando volver a tocarla. Deslicé mis manos sobre su
trasero mientras me esforzaba por no venirme ante la mera visión de ella. Dejé que mis dedos se
sumergieran entre sus piernas haciendo que su aliento se detuviera. Cuando tomó otro respiro, llevé mi
mano hacia abajo a través de su trasero. Ella chilló por el contacto repentino.
—Shhh… —le advertí, probándola. Llevé mi mano de nuevo hacia abajo. No hizo ningún sonido y no
pude evitar sonreír con orgullo. Froté sobre la marca color rosa y la besé suavemente. Le di un manotazo
por última vez. Permaneció en silencio. Me incliné sobre ella y susurró a su oído—. Buena chica.
Abrí la cremallera de mis pantalones y me los quité, ansioso por estar más cerca de ella.
—Ahora tú consigues una recompensa.
Bajé mi cuerpo sobre ella, colocándome entre sus piernas. Empujé contra ella y para mi sorpresa, su
cuerpo empujó contra el mío.
—¿Me deseas? —pregunté, casi sin poder hablar.
—Sí —jadeó ella y mis caderas se flexionaron contra ella.
—Sí, ¿qué?
Necesitaba oírselo decir.
—Sí, señor —gimió. Tuve que apartarme de ella. No sería capaz de evitar acabar en ella si no lo hacía.
—Aún no —le respondí, obligándome a dejarla. Ella tiró del cinturón que ataba sus manos—. Date la
vuelta —comandé.
No vacilé esta vez. Le di la vuelta para enfrentarla. Esperé a que la sorpresa la albergara cuando me
viera desnudo, acariciándome a mí mismo.
—Abre las piernas —le ordené. Ella movió sus piernas lentamente—. Más amplio —grité, un poco más
duro de lo que quería. Lo hizo, sus ojos nunca dejando mi mano. Busqué en sus ojos alguna señal de miedo,
algún signo de arrepentimiento. No había ninguno.
Me arrastré sobre ella, posicionándome entre sus piernas. Me froté sobre sus bragas, reflejando la
acción de mi otra mano. Ella empujó contra mis dedos. Sus ojos se cerraron. Empecé a acelerar mi ritmo.
—Mírame. —Mi voz era baja y salió como un gruñido. Abrió la boca, pero no hizo ningún sonido.
Me incliné y rocé mis labios sobre la cara interna de su muslo. Se retorció debajo de mis labios.
Sostuve sus piernas en su lugar mientras deslizaba mi boca a lo largo del borde de su ropa interior. Los
moví a un lado y poco a poco empecé a tentarla con mi lengua. Su cuerpo se arqueó y empujó contra mí.
Deslicé mi dedo dentro de ella, preparándola para mí. Seguí trabajando en ella con mi lengua mientras
movía mi dedo con mayor rapidez. A medida que sus caderas estabilizaban su ritmo con mi dedo, deslicé
otro dentro de ella. Podía sentir sus paredes apretándose alrededor de mí mientras sus dulces jugos
llenaban mi boca. Su cuerpo se estremeció debajo de mí cuando el puro placer la atravesó. Me retiré,
lamiendo los jugos de mis dedos mientras me arrastraba a lo largo de la longitud de su cuerpo.
—Sabes increíble. Quiero que pruebes lo increíble que eres.
La besé con fuerza, obligando mi lengua dentro de su boca. Sabía que se iba a resistir, pero no me
importó. Aquí, yo estaba a cargo. Aquí, eran mis reglas. Ella luchó contra mi boca mientras empujaba
contra mí. Empujé mis caderas con más fuerza contra ella. Se resistió contra mí, ahora devolviendo mi
beso, con fuerza. Enrollé mis dedos en sus delicadas bragas amarillas y tiré, haciendo que se desgarren en
mis dedos. Me presioné contra ella, dejándola sentirme en su entrada. La besé, moviéndome
dolorosamente lento. Su cuerpo se tensó a mí alrededor. Me contuve a la espera de que se relajara un poco
más. La besé despacio, con ternura, hasta que sentí que se tornaba más a gusto, meciendo lentamente sus
caderas hacia las mías.
—¿Duro? —pregunté, no queriendo lastimarla más de lo que sabía que lo haría. Si no aquí en el
dormitorio, entonces más tarde, cuando se diera cuenta de qué clase de hombre que soy.
—Sí —gimió, arqueando su parte inferior hacia mí. Empujé una y otra vez hasta que estuve
totalmente dentro de ella.
Tiró del cinturón y me alegré de haberla asegurado firmemente. De repente me detuve,
aquietándome dentro de ella a medida que me quedaba sin aliento. Me salí de ella cuando la confusión se
apoderó de su rostro. Tomé un condón del cajón a mi lado e hizo un rápido trabajo al ponerlo en su lugar,
deseando desesperadamente estar dentro de ella una vez más.
—Si me pongo demasiado rudo, necesito que me lo digas —le advertí. Ella se mordió el labio y
asintió, pero necesitaba oírselo decir. Para asegurarme que entendía—. ¡Respóndeme! —le ordené. Empujé
contra ella, burlándome de ella.
—Sí, señor —gimió. No pude controlarme más cuando las palabras se derramaron de sus labios. Entré
en ella totalmente, necesitando sentirla a mí alrededor. Me deslicé entre nuestros cuerpos, frotándola,
desesperado por sentir sus paredes contraerse alrededor de mí otra vez. No tomó mucho tiempo. Se
resistió contra mí mientras yo seguía el ritmo, queriendo asegurarme que estaba complacida. Se me
ocurrió que había pasado mucho tiempo desde que había puesto el placer de otra persona antes que el
mío. Ella se tensó alrededor de mí y yo empujé con más fuerza, buscando mi liberación a tiempo con la de
ella.
Me desplomé sobre ella, estirándome hasta desatar perezosamente sus manos.
13
Traducido por Magdys83
Me salí de ella y empecé a ponerme los pantalones, pasando mis manos a través de mi cabello. ¿Qué
había hecho? Me permití robar una mirada hacia ella. Ella yacía desperdigada en mis antes sábanas
blancas, frotando cautelosamente sus muñecas. La pequeña salpicadura carmesí arruinando la visión de un
ángel. Agarré su ropa y se la lancé, sin querer ver lo que había hecho por más tiempo.
Tomé la pequeña pieza rasgada de tela que alguna vez fueron sus bragas y las deslicé en mi cómoda.
Dejé la habitación sin mirar hacia atrás a ella. Se merecía algo mejor.
Serví una bebida y la tragué rápidamente, pasando una mano bruscamente a través de mi cabello.
Me daba asco. Justo cuando me regodeaba en mi propia autocompasión, dos delicados brazos se enrollaron
alrededor de mi muñeca. Mi estómago se torció ante el contacto íntimo. Quería disculparme con ella,
implorar su perdón pero las palabras no salían.
—No —fue todo lo que pude manejar.
—¿He hecho algo mal? —preguntó. Sus palabras me atravesaron. ¿Cómo podía pensar que había
hecho algo mal? ¿Qué clase de jodido monstruo era yo? No podía respirar. Me bebí otro trago. Mi mente
corriendo a medida que en mi cuerpo reinaba el entumecimiento—. Me voy a ir. No vivo lejos de aquí.
Su voz amortiguada en comparación con mis propios pensamientos mientras me maldecía.
El siguiente sonido que escuché fue el sonido de la puerta principal cerrándose y Emma se había ido.
Era medianoche y estaba tan enfrascado en mi propia miseria que la dejé marcharse.
Sin pensarlo dos veces, la perseguí. Entré en mi auto y me dirigí hacia la carretera principal. Me tomó
sólo un momento el verla, un perfecto ángel caído caminando entre nosotros los indignos humanos. Mis
faros creando un halo angelical alrededor de ella. Me odié por rondarla. Me dije que era por ella. No era
seguro para ella estar fuera a estas horas de la noche. La verdad era que, para ella era menos seguro estar
conmigo.
—Entra —grité pero empezó a caminar más rápido—. Entra —grité de nuevo.
—Vete a la mierda —me gritó, su cara llena de indignación. Frené el auto en seco, mi furia
empezando a desbordarse. Salté fuera del auto, usando sólo mis pantalones vaqueros. Ella se detuvo,
mirándome como si la hubiera asustado, debería—. ¡Déjame en paz! —Me empujó pasándome a un lado.
Apreté mis puños y fui detrás de ella.
—¡Vamos! —dije, agarrando su brazo y empujándola hacia el auto. ¿Por qué estaba siendo tan
condenadamente terca? ¿No sabía qué clase de hombres estaban en estas calles? Yo era de estas calles.
Abrí la puerta y esperé. Ella dejó de luchar contra mí y se deslizó dentro, derrotada. Cerré su puerta y
emprendí el camino alrededor del auto. Apretando mi mandíbula, azoté la puerta detrás de mí. Ella saltó
con el sonido. Tomé un respiro hondo, tratando de recuperar el control. No quería asustarla—. No debería
haber dejado que te fueras —dije, intentando sonar relajado.
—¿En cuál oportunidad? —preguntó, sus palabras llenas de odio. Apreté firmemente el volante,
tratando de mantener la calma.
—No soy bueno para ti, Emma. —Ella me miró, sosteniendo brevemente mi mirada. Tenía la
esperanza de que pudiera ver el arrepentimiento en mis ojos.
—Sí, lo entiendo. No me quieres. —Estaba al borde del llanto. Sus palabras duelen. Era como ser
abofeteado en la cara. Algo que merecía.
—¿No te quiero? —No lo pude evitar pero reí, enigmáticamente—. Emma, acabo de tenerte. —No
tenía idea de cuán desesperadamente la deseaba. Quería más de ella de lo que nunca me permitiría tomar
—. ¿Es eso lo que querías para tu primera vez? ¿Una persona atándote? ¿Follándote y humillándote? —
Estaba asqueado conmigo mismo.
—Eso no es obviamente lo que me imaginaba, pero yo… lo disfruté —respondió tímidamente. Sus
palabras viajaron a través de mí, agitando algo primitivo dentro de mí.
—Sé que lo hiciste. —Se mordió el labio y metió su cabello detrás de su oreja. ¿Qué coño estoy
haciendo?
—No es como si no pudiéramos intentarlo de nuevo. —Su cara se enrojeció. Tragué duro. No podía
dejar que cometiera este error de nuevo. Negué con la cabeza. Ella agarró de la puerta, preparada para
correr.
—¡Emma! —Mi voz salió con pánico, agarré su brazo, desesperado por evitar que saliera—. No quería
decir que no quiero volver a hacerlo, es sólo que no puedo darte lo que quieres. Lo que pasó allí es todo lo
que sé. Nunca habrá nada más que eso conmigo. No me acerco a las personas. No me preocupo por las
personas —mentí. Era un maldito mentiroso y cobarde.
—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué no me dejas caminar a casa? —Ella podía ver a través de
mí.
—No lo sé —respondí, dejando su brazo deslizarse de mis dedos. Sabía lo que ella quería escuchar.
Un maldito cobarde.
—Buenas noches, señor Honor. —Se retiró discretamente en la oscuridad.
—William —grité detrás de ella, queriendo mostrarle que tenía razón sobre mí, que en el fondo en
algún lugar ella había penetrado. Que había algo diferente en ella. Algo especial.
—¿Qué? —preguntó, dando media vuelta hacia mí.
—Mi nombre es William. Por favor, entra en el auto. No es seguro aquí para ti. —Nunca me perdonaría
si algo le pasara. Ella se quedó parada ahí, decidiendo qué destino sería peor—. Por favor. —Mi pulso se
aceleró mientras ella dio un paso más cerca del auto.
Conducimos en silencio a través de la ciudad mientras la llevaba a la casa de su tía. Disfruté los
últimos minutos de oler el perfume de flores que persistía alrededor de ella. Su casa estaba vacía y oscura,
pero a Emma no parecía importarle. Supongo que la dejaba por su cuenta no pocas veces.
—Gracias —susurró mientras salía. No podía verla. Probablemente sería el motivo de años de terapia
para ella.
Di marcha atrás en la calle, subiendo la radio para ahogar mi propia conciencia.
—En verdad extraño tu cabello en mi cara, y la forma en que sabe tu inocencia.
Un nudo se formó en mi garganta, apagué la radio y regresé a casa en silencio. No podía darle nada
más que dolor.
14
Traducido por Magdys83
Desperté en el sofá, estirando el brazo para alguien que no estaba ahí. No me podía dormir en mi
cama solo. Pasé mis dedos a través del cabello y tropecé en la cocina, sirviendo una taza de café. Miré
alrededor por mi teléfono y me di cuenta que lo había dejado anoche en mi auto. Cuando abrí la puerta, un
diminuto pedazo de papel revoloteó hacia el piso. Lo recogí y lo giré entre mis dedos. Lo leí. Mientras las
palabras se hundían, lo dejé revolotear en el suelo. Corrí a toda velocidad hacia mi auto e inmediatamente
comencé a llamar a Emma. Su teléfono sonaba hasta la saciedad. Corrí por las escaleras, agarrando la nota
mientras me puse la ropa. Necesitaba asegurarme de que estaba bien. Si algo le pasaba por mi culpa, no
sería capaz de vivir conmigo mismo.
Llegué cruzando la ciudad en tiempo record. La calzada de Emma estaba vacía. Llamé para estar
seguro pero no respondió. Golpee en la puerta, esperando que estuviera bien. La puerta se abrió y ella
estaba parada, viéndose un poco impactada y absolutamente deliciosa. No estaba usando nada más que
una camiseta demasiado grande. Tuve que dedicar un momento para recuperar mi compostura.
—¿William? —Mi nombre sonaba dulce en sus labios.
—¿Estás bien? —Busqué en su cara por alguna señal de dolor.
—Estoy bien —dijo mientras caminaba hacia la cocina. Entré de mala gana, no quería que nadie me
viera—. ¿Qué pasa? —preguntó mientras preparaba su desayuno.
—¿Por qué no respondiste a mi llamada? —Estaba cada vez más frustrado con su actitud calmada.
¿Me estaba ignorando a propósito?
—Iba a hacerlo tan pronto como comiera algo. —Sostenía la espátula para mostrarme que en realidad
estaba ocupada—. ¿Por qué estás aquí? ¡Si mi tía estuviera en casa llamaría a la policía! —La vi sacar un
plato adicional, así que sabía que tenía razón en que no había nadie más en casa. Su camiseta se levantó
cuando alcanzó la despensa, revelando sus pequeñas bragas de algodón. Sentí que me endurecía. Me
aclaré la garganta.
—Estacioné calle abajo. ¿Ha venido alguien por aquí? ¿Alguien que pareciera extraño? —No pareció
tomar mi apremio con seriedad.
—Sólo tú —bromeó. Puse los ojos en blanco y tomé el plato adicional de comida de su mano—. ¿Por
qué? ¿Estás buscándome alguien? —preguntó. Intenté no parecer demasiado preocupado. Pasé mis manos
a través del cabello y deje salir un suspiro hondo.
—No puedo dejar de pensar en ti. —Sus ojos se encontraron con los míos y no podía pensar en otra
cosa. Ella se ruborizó y esquivó la mirada—. Mírame. —No tenía idea de cuan absolutamente perfecta era.
Cuando sus ojos se encontraron con los míos no podía dejar de tocarla. Acaricié su mejilla con el dorso de
la mano. Ella no retrocedió. Mordió su labio y esa fue mi perdición. Encontré sus labios con los míos. Mis
dedos se mezclaron por todo su cabello.
—No podemos —gimió mientras besaba un sendero hasta el hueco de su garganta. La giré,
flexionando su cuerpo sobre la mesa. Las bragas de algodón asomando por debajo de su camiseta.
—Mejor me enseñas tu habitación antes de que te folle aquí mismo. —Tracé la línea de su ropa
interior con la punta del dedo.
—Bien —jadeó.
—Buena chica —susurré en su oído antes de dar marcha atrás y dejarla ponerse en pie. La seguí por
el estrecho pasillo, ansioso por tocarla de nuevo. Estaba embriagado por su belleza. No podía resistir por
más tiempo la fuerza que tenía sobre mí.
Mientras alcanzaba la puerta, no podía detenerme más. La levanté y llevé adentro, pateando la
puerta cerrando detrás de nosotros. Ella envolvió sus brazos a mí alrededor y por una vez, no retrocedí
ante su toque. La recosté en la cama y empecé a desvestirla. Me veía con grandes ojos de ciervo,
mordiendo su labio mientras me esperaba para que la tocara de nuevo. La tomé la longitud de sus piernas
mientras desataba el cinturón. Ella era la perfección.
—No tienes ni idea de las cosas que quiero hacerte. —Las palabras quemaban cuando salían de mis
labios. En verdad no tenía idea de las cosas que corrían a través de mi mente. Luchaba internamente por
no convertirme en esa persona para ella, pero no había nada que quisiera más. Ella llegó hasta mí, dejando
a sus dedos descender por mi estómago. Evidentemente sabía que estaba rompiendo una de mis reglas.
Tomé sus muñecas en mi mano y las obligue a volver a la cama, dejándolas descansar arriba de ella—. Me
gusta cuando luchas. —Mis palabras salieron en un gruñido. Ella corcoveó sus caderas contra la mía. La
agarré más duro, obligando a sus manos a estar arriba de su cabeza. Sumiso perfecto. Rápidamente
aseguré el cinturón alrededor de sus muñecas y dediqué un momento a admirarla—. Eso está mejor.
Sonreí mientras una mueca divertida jugueteaba en su cara. Pasé la punta de mis dedos por la
longitud de su cuerpo. Cuando alcancé sus caderas las apreté firmemente y la empujé hacia el borde de la
cama. Ella jadeó por el movimiento repentino. Solo deseaba poder ver su expresión cuando la volteara
sobre su estómago. Su cuerpo se plegaba en la cadera mientras sus piernas colgaban por el borde de la
cama. Rápidamente bajé mis pantalones y tomé mi tiempo lentamente para desprender sus bragas de su
trasero, dejándolas caer al piso alrededor de sus rodillas.
Llevé mi mano sobre su trasero. Ella sujetó las cobijas en sus puños y lloriqueó. La metí de nuevo,
esta vez entrando en ella antes de que pudiera recuperar el aliento. Ella gimió. No la detuve. Serpentee mi
mano en su boca y dejé que su grito se amortiguara en mis dedos. Empujé en ella rápidamente, sin
compasión. Su cuerpo se puso rígido debajo de mí. Me aseguré que escuchara cuan complacido estaba con
ella. Su lengua corrió a través de la longitud de mis dedos. La mordí suavemente en el lóbulo de su oreja
mientras mis dedos se deslizaban en su boca y ella los chupaba suavemente. Me moví al ritmo de su boca,
empujándola más lejos mientras mi otra mano la agarraba del cabello. La sentí empezar a apretarse a mí
alrededor y yo estaba peligrosamente cerca de correrme.
—¡Emma! —Una voz le gritó desde el otro extremo de la casa. Apreté mi mano firmemente sobre su
boca mientras su cuerpo temblaba debajo de mí. Me deslicé dentro de ella dolorosamente despacio y se
quedó quieta, escuchando.
—Shh… —susurré en su oreja mientras su cuerpo finalmente se quedaba inmóvil debajo de mí—.
Terminaremos esto más tarde. Realmente necesitas conseguir tu propio lugar. —Rápidamente desaté sus
manos y empezó a vestirse. Yacía inmóvil ante mí. Empujé sus bragas por sus muslos, seguidos de besos.
—Ve a ver lo que quiere antes de que venga aquí. —Dejó de mala gana la cama. Sus ojos fijos en mi
pecho—. Terminaremos esto más tarde —le prometí mientras la veía girar y salir. Me puse la camiseta y
caminé hacia la ventana de la habitación. Ya estaba abierta. Tenía que recordar eso. Le di un vistazo al
retrato de ella que parecía ser de hace uno o dos años. Estaba sonriendo y sentada en el sol, su largo
cabello oscuro colgaba perfectamente alrededor de su cara. La deslicé en mi bolsillo antes de trepar afuera
y dirigirme hacia la calle donde estaba mi auto.
Me senté con las manos en el volante, apretándolo firmemente, tratando de convencerme de irme. Mi
teléfono vibró en mi bolsillo.
«Esta es una mala idea».
Mi corazón cayó en mi pecho mientras leía las palabras. Llegué demasiado lejos para negarme a ella
por más tiempo.
«Es demasiado tarde para eso. ¿Estás sola?»
Esperaba que no se alejara. Todavía podía sentirla contra mi piel. No podía imaginarme no sentir eso
de nuevo.
«Estoy en mi auto».
Ella no dijo que no. Necesitaba verla.
«¿Dónde estás?»
En la tienda de comestibles cerca de mi casa.
«Voy para allá».
No podía conducir lo suficientemente rápido para acercarme a ella. Mi obsesión por ella me estaba
haciendo enfermar. No había otra manera ahora, ella iba a salir lastimada y sería por mis manos. Si tenía
algún sentimiento en lo más mínimo debería conducir por otro lado.
Entré en el estacionamiento de la tienda de comestibles y busqué su auto. Estaba haciendo más y
más difícil el respirar.
15
Traducido por Nanvargas.b
Tan pronto como la vi, no podía apartar los ojos de ella. Me miró con expectación. Sabía que el daño
ya estaba hecho. No la merezco.
—¿Estás bien? —pregunté, caminando lentamente, esperando que ella no me evitara.
—Estoy bien
Solté el aliento, no sabía que lo estaba sosteniendo, tomé su rostro entre mis manos. La besé
suavemente en la frente. Me di cuenta que algo estaba molestándola, pero estaba bastante seguro que no
era yo.
—Sacaré tus cosas. Espera en mi auto. —Apreté mi quijada mientras pensaba en lo que debe haber
ocurrido entre Emma y su tía. Agarré el bolso y me dirigí a mi auto, obligándome a que no me importe.
Sabía que ella estaba teniendo dudas sobre nosotros. Sus mensajes reproduciéndose en mi mente.
—¿Encontraste todo? —preguntó a medida que deslizaba su bolso en el asiento trasero. Asentí, no
quería que viera la rabia que hierve bajo la superficie. Me sentía enfermo que alguien le hiciera daño. Metí
su cabello detrás de la oreja. La ironía de mis pensamientos sin pasarme por alto. Tenía la esperanza de
que un día confiaría en mí. Quería saber por qué estaba siendo tan autodestructiva. Siempre había sido
bastante imprudente con mi propia vida, pero no podía soportar verla destruir la suya. Tal vez eso es todo
lo que estaba mal con ella, una manera de destruirse a sí misma.
Viajamos en silencio. Ella miró por la ventana a toda la gente en las calles. La cara de Emma parecía
triste y como si estuviera a un millón de kilómetros de distancia. Puse mi mano sobre su pierna para
consolarla. Podría haber dicho algo para hacerla sentir mejor, pero las palabras me fallaban. Estaba tan
perdido preguntándome por qué me molestaba tanto. No me gusta ver a ninguna mujer haciéndose daño.
Por lo menos, no fuera de la habitación. Esto era diferente y esta mierda me asustaba. He tenido problemas
para convencerme que la atracción que tenía era puramente física, pero ver sus emociones tristes y
apartadas había despertado algo dentro de mí que no sabía que era capaz de sentir.
Mi mente se trasladó rápidamente a la nota. Si alguien quería hacerme daño, estaba seguro que les
había dado muchas razones. Si querían hacerle daño a Emma, dejo que el pensamiento se desvanezca.
Cuando llegamos a mi casa el aire está completamente saturado con su tristeza. Puse mi mano en la
parte baja de su espalda mientras nos guio por la escalera oscura. Ella no habló y no iba a presionarla. No
tenía derecho a preguntarle qué estaba pasando. Me excuso a mi habitación para agarrar algo para que se
lo ponga. Necesitaba un momento para pensar. Rastrillé mis manos por el cabello tratando de averiguar lo
que podía hacer para ayudarla a apartar su mente de lo que debe estar sintiendo. Podría quitarle su dolor.
Podría hacerle olvidar. Pero, ¿quién se va a llevar mi dolor? Salí de mi habitación con una nueva resolución.
Quería que ella no sintiera nada de lo que sentía en ese momento. También quería que supiera que estaba
haciéndome daño. Su ligero rechazo anterior aún escocía.
Salí de mi habitación y me dirigí hacia ella.
—Quiero mostrarte algo. —Ella no respondió. Sus ojos estudiando la sala cavernosa—. Vamos.
La convencí. Sus ojos se posaron de nuevo en mí, pero en realidad no me miraba. Caminé lentamente
hacia el otro lado de la sala. El suave sonido de sus pies acolchado detrás de mí en el suelo de madera era
el único sonido que podía oír por encima del latido de mi corazón palpitando en mis oídos.
Llegamos a las puertas del ascensor y tomé una respiración profunda antes de abrirlo. Si salía
corriendo de mí ahora sería mi perdición. Entré. Ella dudó por un momento y luego se unió. Subimos en
silencio, uno al lado del otro al piso de arriba.
Se abrieron las puertas a la gran sala oscura. Envolví mis brazos alrededor de su cintura y la guie
hacia delante, rogándole en silencio que no corra. Sentí su cuerpo tensarse bajo mis dedos. Quería que se
sintiera a gusto. Quería que se presentara ante mí totalmente para poder olvidarse de la tristeza y
simplemente sentirse atendida.
—¿Qué es esto? —preguntó, su voz más fuerte de lo que esperaba.
—Aquí es donde juego. —Sentí un escalofrío involuntario correr a través de la longitud de su cuerpo.
16
Traducido por Nanvargas.b
Mi mano se deslizó por su cuerpo hasta su garganta. Podía sentir la sangre pulsando a través de la
fina piel de su cuello mientras me inclinaba más cerca para inhalar el aroma de las flores flotando desde su
cabello. Después de todo, había empezado a sentir de nuevo. Quería estar con ella, compartir esto con ella.
Mi mente pensó en sus mensajes y la amenaza que había recibido. Estaba perdiendo el control y maldita
sea, lo odiaba.
Volvió la cabeza lentamente hacia mí, su cálido aliento soplando en mi cara.
—Quiero hacerte daño. —Nunca me había sentido tan abierto, tan crudo. Ella no corrió, no se apartó.
—Tal vez quiero ser herida.
Las palabras me sorprendieron. Me puse rígido contra ella, preguntándome si lo había soñado. Mi
cuerpo respondió, mi boca encontrando la suya. Deslicé mi mano en su cabello y empujé sus labios con
más fuerza contra los míos, sin poder tener suficiente de su dulce sabor. Quería beber tanto de ella como
sea posible antes de que se diera cuenta que no era nada más que un error. Mis propios pensamientos me
cortaban como un cuchillo.
—Ponte de rodillas —jadeé y ella obedeció inmediatamente, dejándose caer delante de mí. Sus ojos
flotaron hasta los míos, a medida que esperaba con expectación. Empecé deshaciendo mi cinturón,
observándola. Ella no se movió, no miró hacia otro lado. Me desabroché los pantalones y lentamente bajé la
cremallera—. Tómame en tu boca.
Mi mano se deslizó de nuevo en su largo cabello sedoso. Sus manos se deslizaron dentro de mi bóxer
y lentamente, tiró hacia abajo hasta que estuve desnudo frente a ella. Me observó, sin saber qué hacer.
Envolví mi mano libre alrededor de mí y empujé hacia delante, la punta de mi miembro contra sus cálidos
labios entreabiertos. Sus ojos se clavaron en los míos una vez más y su lengua empujó lentamente en mi
contra. Era incapaz de no mostrar lo mucho que la deseaba. Empujé de nuevo las caderas. Esta vez, sus
labios se abrieron y me permitió deslizarme fácilmente dentro de su boca caliente. Su lengua se arremolinó
y rodeó por mi longitud a medida que continuaba empujando dentro de ella. Me lamí los labios, con ganas
de saborearla igual. Ella comenzó a moverse más rápido, sus ojos sin apartarse ni un segundo de los míos.
Estaba totalmente en control, pero impotente ante ella. Había hecho cosas para mí que ninguna otra mujer
había hecho. La ansiaba.
—Detente.
La palabra salió de mi boca entrecortada e insegura. Ella no respondió al principio. Agarré más
apretado su cabello, sosteniendo su espalda. Tiré suavemente, y ella lentamente se puso de pie. No podía
dejarme ir, no podía confiar en mí mismo para dejarla ir. Llevé mi mano libre y la deslicé hacia abajo sobre
la curva de su cadera, sumergiéndola entre el vértice de sus muslos.
Su respiración escapó entrecortada.
—Por favor —rogó y casi me corro con el sonido de su voz. Me abracé con fuerza a su cabello, sin
querer dar más de lo único que tenía. De control.
—Me gusta cuando ruegas.
Levantó el pecho y cayó rápidamente a mis palabras. Comencé a caminar hacia atrás en dirección a
la pared, con los ojos fijos en la otra. Su espalda chocó contra la pared y ella dejó escapar un pequeño
gemido. Solté su cabello y agarré el dobladillo de su camisa, tirando hacia arriba más o menos por encima
de su cabeza. Mis dedos se desaceleraron al descubrí el botón de sus vaqueros y la solté.
—Vas a necesitar una palabra de seguridad.
Me incliné más cerca, dejándola sentir mi aliento en sus labios. Sus ojos se abrieron como platos.
—¿Una palabra de seguridad? —Ella parecía no entender.
—En caso de que quieras que me detenga.
Un pequeño atisbo de sonrisa surgió en su cara. Sabía que detenerse era la última cosa que quería,
pero no tenía idea de lo que estaba por venir.
—No creo que… —empezó a decir, puse un dedo sobre sus labios para evitar que pensara en eso.
—Es solo por si acaso —la tranquilicé. Mi respiración salía entrecortada y no sabía cuánto tiempo más
podía continuar esta conversación.
—Flor —dijo rápidamente, su palabra no tan segura. No pude evitar reír. Había asociado durante
mucho tiempo el olor de las flores con su hermoso cuerpo.
—Flor —repetí. Mis labios se encontraron con los suyos, con avidez. Su cuerpo respondió, empujando
contra mí. Sus manos cayeron a mi cintura y comenzó a tirar de mi cinturón. Agarré sus muñecas y empujé
sus manos sobre su cabeza. Me incliné más cerca, capturando su labio inferior entre los dientes, tirando
suavemente—. Ahora empieza la verdadera diversión.
Ya había roto demasiadas mis reglas. Necesitaba recuperar mi poder. Tiré de sus brazos por encima
de su cabeza, buscando las esposas de metal que había arriba. Deslicé sus muñecas dentro de ellas y las
apreté lo suficiente para mantenerla cautiva. Me aparté de ella de mala gana, con ganas de admirar la
belleza de su cuerpo. Soñé con cómo se vería así encadenada contra mi pared. Era mejor de lo que
esperaba. Perfección, sumisión pura.
—Te ves increíble.
No podía ocultar la sonrisa de mi cara. Ella me miraba, esperando. Sentí como si pudiera ver en las
profundidades de mi alma. Saqué un pequeño pañuelo de mi bolsillo trasero y volví a su contra. La besé
suavemente mientras le ataba el pequeño trozo de tela sobre sus ojos. Me aparté, con ganas de más. Vi
como ella tiró suavemente contra las restricciones, su pecho subía y bajaba pesadamente.
—¿William?
Mi nombre escapó de su lengua como la seda. Salí de mi trance y me apoyé lo suficientemente cerca.
Sabía que ella sentía el calor de mi cuerpo.
—Paciencia —le susurré al oído, arqueando su cuerpo a mis palabras. Pasé los dedos suavemente por
la parte interior de su muslo. Ella tembló bajo mi toque. Cuando llegué a su tobillo, me estiré sobre él
suavemente, tirando de sus piernas más amplias. Agarré un grillete unido al suelo y la aseguré a su
alrededor. Hice lo mismo con la otra pierna. Me tomé mi tiempo corriendo la punta de los dedos a lo largo
de la parte interior de sus piernas, deteniéndome en el vértice de sus muslos—. Esto me pertenece ahora.
Ella estaba húmeda, así que utilicé sus fluidos para introducir mis dedos dentro de ella, a medida que
jadeaba.
—Dime que me perteneces. —Su respiración se tornó más desigual pero ella no respondió—. ¡Dime!
—susurré, mi mandíbula apretada. Necesitaba escuchar las palabras.
—Te pertenezco.
Ella gimió, sus caderas tirando contra mis dedos. Me reí en voz baja, preguntándome qué había
hecho para merecerla.
—Buena chica.
Respiré contra su cuello a medida que dejaba un rastro de besos por su clavícula. Me moví más bajo,
su espalda arqueándose, y llegué a su pecho. Rodeé su pezón con la lengua y luego ligeramente mordí con
mis dientes. Ella gritó, luchando por liberarse. Esperé, con la esperanza de no oírla pronunciar la palabra de
seguridad. Ella no dijo nada, así que seguí besando mi camino por su estómago, agarrando sus caderas
firmemente en mis manos. Llegué al pequeño estante junto a mí y tomé uno de mis juguetes favoritos. Lo
encendí y comencé a tararear lentamente. Lo coloqué ligeramente contra su piel, su cabeza se sacudió
hacia abajo. Podía sentir como su pulso se aceleraba. Me deslicé hasta su estómago y alrededor de su
pecho. El pezón se tornó apretado.
—¿Has jugado alguna vez con uno de estos antes? —pregunté. Se mordió los labios y negó con la
cabeza. La idea de ser su primera de muchas experiencias me excitaba como ninguna otra cosa. Me
arrastré de nuevo por su abdomen. Sus músculos se tensaron a medida que le hacía cosquillas. Mantuve
mis ojos en su cara mientras lo dejaba rozar contra su sexo mojado. Se apoyó en las restricciones, la
sensación siendo demasiado para ella—. Shhh… —le susurré al oído, esperando que no se haga daño a sí
misma. Me moví lentamente de ida y vuelta. Sus caderas comenzando a mecerse, igualando el ritmo.
Rondé mis labios por encima de ella, respirando su jadeo tranquilo—. ¿Quieres que te haga venir? —Su
respiración se detuvo por una fracción de segundo.
—Sí.
Ella gritó, inclinándose hacia delante. Me aparté, incapaz de darle ningún tipo de control sobre la
situación. Deslicé el juguete más rápido, moviéndose sin esfuerzo en su propio jugo.
—¿Sí, qué? —pregunté mientras su cuerpo se retorcía contra él.
—Sí, señor.
Su gemido escapó bajo y entrecortado. Saqué el juguete de vuelta, sin querer que se corriera tan
rápido. Ella abrió la boca para protestar y deslicé el juguete en su interior. Ella se echó hacia atrás, su
cabeza apoyada contra la pared. Apreté mi cuerpo contra el de ella queriendo que sintiera lo que me hacía.
El calor irradiando por su entrada.
—Más profundo.
Lo hice, embistiendo contra su boca con el juguete. Y ella dejó pasarlo aún más profundo de lo que
esperaba en su boca. Tomó toda la longitud. Me aparté poco a poco y luego tracé un rastro hacia abajo
sobre su pecho palpitante. Ella estaba tan ansiosa. Cuando llegué a su sexo, lo dejé vagar donde más lo
necesitaba mientras empujaba contra ella, deslizándolo dentro de sí. No iba lento o suave. Pero su cuerpo
empezó a corcovear a medida que sus paredes se apretaban alrededor de mí, llevándome más profundo
dentro de ella.
Saqué el juguete y agarré a sus caderas, sosteniendo todavía.
—No te detengas —suplicó, incapaz de recuperar el aliento. Sacudí mis caderas hacia ella y me
apretó con fuerza.
—Dime lo que quieres. —Necesitaba oírselo decir.
—Te quiero a ti.
Estaba desesperada por su liberación.
—¿Quieres que te folle? —pregunté mientras lo introducía y la penetraba con dureza.
—Sí —gritó.
—Pídelo bien —dije con mis dientes sobre la concha de su oreja.
—Por favor —rogó y empujó contra mí.
—Por favor, ¿qué? —pregunté, apartando mi cuerpo del suyo, casi retirándome por completo. Tuve
que obligarme a mantener algún tipo de distancia entre nosotros.
—Por favor, fóllame.
Sus palabras me desarmaron. Empujé hacia el interior duro. Un gemido escapó de sus labios y gruñí
en respuesta, capturando sus labios en los míos. Quería saborear cada parte de ella mientras se acercaba
al clímax. Su cuerpo se sacudió y se apretó a mí alrededor finalmente. Mantuve el ritmo, con ganas de
disfrutar cada gota de su placer. Llegué duro dentro de ella a medida que entraba imposiblemente
profundo dentro de ella.
Después, me agaché y liberé sus tobillos. Ella los unió de inmediato. Al menos, si se va ahora sabe lo
que echará de menos. Me puse de pie, admirando su belleza un último momento, antes de sacar la tela de
sus ojos. Miré más allá de ella mientras desataba sus muñecas.
—Gracias —susurró. Encontré mis pantalones y le di la espalda mientras me los ponía. Me sentí vacío.
Caminé hacia el ascensor, el sonido de sus pies en el piso de madera resonando en la distancia. Bajamos al
piso en silencio. Era tan increíblemente egoísta. Sabía que tenía dudas sobre mí, pero igual me persiguió.
Aunque, nunca tuvo elección. Era vulnerable y triste, y sabía exactamente qué decir para conseguir salirme
con la mía. Me sentía enfermo.
Al llegar a mi espacio de vida, ella se dirigió hacia el cuarto de baño. Sin duda queriendo limpiar
cualquier rastro de mí en su cuerpo. Tomé su teléfono del mostrador y comencé a hojear los ajustes
distraídamente. Mi teléfono sonó y lo saqué de mi bolsillo para recuperarlo.
Un pedazo pequeño de papel doblado vino con él. Lo lancé sobre el mostrador y miré mi teléfono.
Angela era la última persona con la que quería hablar pero sabía que si la ignoraba ella sólo podría
aparecer. Caminé hacia la sala de mi casa, tratando de poner un poco más de distancia entre Emma y yo.
—¿Qué? —espeté, sin importarme lo que ella sintiera.
—¿Qué está mal? —preguntó y no sabía cómo responder. Había demasiadas respuestas a esa
pregunta.
—Vamos a empezar con la nota —susurré, tratando de mantener mi voz baja.
—William, no sé de lo que estás hablando. —Parecía confundida y herida. No iba a dejarla escapar.
—No soy el único que podría salir herido si alguien se entera de nosotros —amenacé. Y la oí aspirar
una bocanada de aire sorprendido.
—William, te lo juro. No hice nada —me suplicó que le creyera. Emma caminó lentamente por delante
de mí a la cocina. Me pasé las manos por el cabello, deseando tener la fuerza para mantenerla fuera de mi
jodido mundo. Ya no tenía el control de nada. El que me había enviado la nota se aseguró de eso. Le di la
espalda a Emma y bajé la voz.
—No es una maldita broma. Si lo has hecho lo averiguaré. —Colgué, sin querer escuchar más de sus
excusas. Si no era de ella, tenía problemas mucho más grandes en mis manos. Me acerqué a la nevera,
abriéndola para tomar una cerveza.
—¿Qué está mal? —preguntó Emma. Qué ingenua. Mi mundo se estaba desmoronando a mí alrededor
y me la iba a llevar conmigo. Era un monstruo. Cerré la nevera y saqué la tapa de la botella. Ella me miró
con expectación.
—Esto es lo que está mal. Por eso he ido a verte esta mañana.
Levanté la nota y esperé a que ella dijera algo, cualquier cosa. Sus ojos se desplazaron sobre el trozo
de papel.
—¿Qué tiene esto que ver conmigo? —preguntó, la confusión retorciendo su cara—. Era aquella
mujer, ¿cierto? Con la que te vi en el cine. —Me miró, sin poder ocultar el dolor de sus ojos—. ¡Tenemos que
llamar a la policía!
Negué con la cabeza y tomé otro trago de mi cerveza. Tenía que haber otra manera de salir de esto.
—No es así de simple.
¿No entiende que si la policía comenzaba a cavar alrededor de ella arruinaría su vida?
—¿De qué estás hablando? Ella amenazó tu vida —estaba gritando. Este era un lado de ella que
nunca antes había visto.
Estaba preocupada por mí. Tal vez estaba preocupada por sí misma. Tomé otro trago mientras
pensaba en más opciones.
—Ella parecía no saber nada de ti —la tranquilicé. Pareció confundida por mis palabras, pasándose las
manos por el cabello anudado.
—Mierda —murmuró, tratando de liberar sus dedos. Sonreí y abrí un cajón en la isla y saqué un
cepillo de pelo de color rosa, un recordatorio de Abby. Mis pensamientos nunca fueron a ella.
—Gracias.
—Tenemos que encontrarte un lugar seguro para que puedas ir esta noche.
Mi estómago se revolvió ante la idea de que se fuera, pero sabía que era lo mejor para ella.
—¿Por qué no me puedo quedar aquí? —preguntó mientras se cepillaba los últimos enredos de su
cabello. Quería quedarse—. No importa —continuó rápidamente, colocando el cepillo en el mostrador y
poniéndose de pie. Tuve que tragar saliva antes de explicar.
—No es que no quiera que te quedes. Me gustaría poder encerrarte y nunca dejarte ir. —Tuve que
evitar la sonrisa en mi cara. Tenía muchas ganas de hacerlo—. El último lugar donde debes estar es
conmigo. —Las palabras dolieron cuando cruzaron mis labios. Caminé alrededor de la isla y puse mis
manos en sus mejillas, acariciando su rostro con mis pulgares. Mi cuerpo se iluminó con la electricidad
entre nosotros—. ¿Por qué piensas tan poco de ti misma?
Sus ojos se abrieron como platos y ella no contestó por un momento.
—¿Por qué estás tan distante? —respondió y yo contuve la respiración, todas las razones cruzaron mi
mente.
—Eso no tiene nada que ver contigo, Emma.
Mantuvo los ojos fijos en los míos. Su mano se levantó lentamente y apoyó suavemente sus dedos
contra mi pecho. Luché contra la tentación de apartarla. Tomé la mano de su rostro y la puse encima de
ella, y la mantuve firme en mi contra. Mi pulso se aceleró.
—Tú eres la única persona que alguna vez ha hecho que mi corazón se acelere así.
No miré hacia otro lado. Ella necesitaba saber eso. Eran probablemente las palabras más sinceras
que jamás había pronunciado. Tomé mi otra mano y coloqué su cabello castaño detrás de su oreja. Tragué
saliva para las próximas palabras que tenía que decir—. Tienes que irte. No es tema de debate.
Mantuve mi voz baja y dominante. No podría alzarme si ella empujaba más lejos. No sería capaz de
hacer que se vaya.
17
Traducido por Flochi
Emma llamó a una de sus amigas y le dejó un mensaje dejándolas saber que quería salir. Me
apresuré en prepararnos algo de comer. Hice espaguetis mientras ella me observaba, sin decir nada.
Comimos juntos, en silencio por lo que se sintió como una eternidad. El pensamiento de que ella se fuera
pesaba en mi corazón. Emma fue la primera en romper el silencio.
—Esto es increíble —dijo mientras sorbía un fideo largo. No pude evitar reírme. Con la punta de mi
pulgar limpié algo de salsa que había quedado en la comisura de su boca. Sin pensarlo, lamí mi dedo. Un
acto increíblemente íntimo. Se me quedó mirando y me sentí debilitarme bajo su mirada.
—Come —dije con una sonrisa, dejando que mi mente olvidara todo lo demás. Su teléfono sonó
sacándome de mi ensueño.
Ella lo tomó, apartando su mirada de la mía.
—Es Becka —dijo antes de responder. Agarré nuestros platos y los llevé al fregadero, maldiciéndome
por dejar a alguien entrar.
—Mi tía y yo tuvimos una pelea. Yo sólo… no puedo regresar ahí por un tiempo. —Mi corazón dio un
vuelco mientras escuchaba sus palabras. Supe que estaba mintiendo respecto a su razón pero también
había verdad en lo que decía—. Gracias Becka, realmente lo apreciaría. —Volvió a poner el teléfono sobre el
mostrador mientras yo terminaba de enjuagar los platos—. Ella dijo que puedo quedarme. —Sus palabras
me atraviesan. No quería que fuera pero supe que ella necesitaba estar tan lejos de mí como le fuera
posible. Yo no era bueno para ella, no era bueno para nadie. Cerré el agua y me di la vuelta para mirarla.
Agarré su bolso del mostrador y abrí la puerta, esperando que me siguiera.
—Puedes llamarme si necesitas algo —dije mientras nos dirigíamos a mi auto.
Quería que me llamara. Quería escuchar su voz nuevamente, pero esto estaba empezando a sentirse
como una despedida. Abrí la puerta para ella y esperé a que entrara. Para mi sorpresa, me besó
suavemente en la mejilla, dejando que su boca perdure. Debería odiarme. Yo fui la razón por la que puede
estar herida. No pude detenerme. Necesitaba sentirla. Volví mi cabeza y capturé su boca con la mía. Su
cuerpo se relajó contra el mío, ajustándose perfectamente contra mí. Me retiré, maldiciéndome por lo que
hice.
—Tenemos que irnos. —Se inclinó otra vez hacia mí pero se detuvo. Bien. Finalmente entendió que yo
era la causa de todo esto—. Voy a arreglar esto. —No dije todas las otras cosas que quise. Ese “voy a
arreglar” probablemente significaba que no la vería otra vez.
Ella asintió y se bajó en el asiento. Suspiré y cerré la puerta.
Manejamos en silencio a la casa de su amiga.
El GPS daba indicaciones por encima de los sonidos atenuados de Kings of Leon en la radio. Nos
detuvimos calle debajo de la casa de su amiga.
—Vendré por ti lo más pronto que pueda —dije, sin estar seguro si escuchó mi voz vacilar. No tenía
idea con cuánta fuerza lucharía por permanecer alejado de ella. Sonreí débilmente hacia ella, intentando
tranquilizarla.
—Lo sé —dijo en voz baja a la vez que salía del auto. Un nudo se había formado en mi garganta y fui
incapaz de decir algo más.
Se quedó allí, mirándome. Dejé mis ojos fijos en la carretera y me fui, mirándola a través del espejo
retrovisor hasta que ya no pude verla más.
Pasé mi mano a través de mi cabello y golpeé el volante, causando que el auto se desviara
ligeramente hacia el otro carril.
—¡Mierda! —Había perdido el control. Estaba peligrosamente cerca de doblar como un castillo de
cartas encaramado peligrosamente en el borde de un acantilado. Abatido por una inocente. Me reí ante la
ironía de todo ello. Me había metido con algunas de las más confabuladoras y manipularas mujeres del
planeta pero Emma me puso de rodillas.
¿Qué consigue ella a cambio? Puse su vida en peligro. Fui l único lugar que sabía que podía darme
consuelo. Un lugar en el que podía torturarme sin ser juzgado. Un lugar en el que podía ser torturado por
otros.
Giré en la siguiente calle y aceleré cruzando la ciudad hasta la plaza comercial en decadencia y al
parecer abandonado. Primero me detuve en una gasolinera junto al camino y compré una botella grande de
bourbon. A medida que me detenía en el estacionamiento y me dirigía a la parte posterior del edificio tuve
pensamientos de ella. Se estaría riendo y divirtiéndose con su amiga. Estaría pensando en mí, en nosotros.
Abrí la botella y tomé un largo trago. Me quedé mirando la parte posterior del edificio intentando pensar en
nada, en nadie más. Tomé otro trago largo. Mis venas empezaron a calentarse mientras el alcohol nadaba a
través de mí. Tomé mi teléfono y empecé a escribir. Quería que ella me empujara por encima de la cornisa,
acabar con todo.
¿Tienes alguna idea de lo que quiero que hagas ahora?
Envié el mensaje y di otro largo trago de la botella. Unos pocos segundos más tarde, mi teléfono
vibró.
¿Quién eres? Es difícil distinguir entre mis admiradores.
Mis ojos se entrecerraron en el teléfono. Supe que estaba bromeando, pero ella no tenía idea cuánto
me desgarraban esas palabras. Eso fue todo, ese fue el empujón que necesitaba.
No es gracioso. Puedo pensar en algunas maneras de castigarte más tarde.
Presioné enviar y lancé le teléfono en el asiento a mi lado. Volví a beber y cerré la botella antes de
salir del auto.
El edificio se encontraba en calma y nadie del exterior sabía lo que sucedía detrás de estas paredes.
Un lugar como este requería invitación. La había recibido luego de conocer a una mujer en el bar no lejos
de aquí. Ella me hizo darme cuenta de lo que necesitaba.
Entré en el oscuro edificio, viendo a las mujeres sentadas en sus rodillas esperando que alguien se
acercara y las robara. Mi mirada cayó en J, la recepcionista que siempre me recibía con una cálida sonrisa.
Era un delito menor, y no tenía excusas.
—Buenas noche, señor —repicó como una campana. Le mostré una rápida sonrisa, sin querer
emprender una charla. El alcohol me estaba poseyendo en este momento y sólo quería estar adormecido—.
¿Lo de siempre? —Sus labios se curvaron en una sonrisa malvada. Asentí, y me di la vuelta para regresar al
pasillo estrecho—. ¿Señor? —dijo tras de mí. Me detuve, volviéndome para mirarla—. Si está dispuesto a
algo diferente… —Su voz se fue apagando. Hizo un gesto hacia las chicas que se sentaban pacientemente,
esperando—. O quizás. —Se mordió el labio mientras con un dedo trazaba el borde de su escote,
sumergiéndolo debajo del cuello bajo de la blusa. Me di la vuelta y continué bajando por el pasillo. Puse mi
mano en el pomo de la puerta tres y me tomé un minuto para tranquilizarme. Había bebido más de lo que
me había dado cuenta y me estaba golpeando con más fuerza de la que esperaba. Entré y me quité a
camisa, sacándome los zapatos al mismo tiempo. Me tambaleé pero conseguí mantener mi equilibrio
mientras terminaba de prepararme. La puerta chirrió y me puse de rodillas. El peso del mundo
manteniéndome abajo. El sonido de tacones altos repiqueteó en el suelo duro.
—No esperaba verte tan pronto —dijo mientras caminaba a mi alrededor. No alcé la mirada. Todo lo
que veía eran sus pies en unos tacones imposiblemente altos y sus medias negras.
—¿Necesitas otra lección? —Había diversión en su voz y eso me irritó jodidamente. Se agachó más
cerca de mí desde atrás, su aliento cálido en mi oído—. Quizá hoy te enseñe algo de disciplina —ronroneó.
Mi labio tembló. Su mano tiró perezosamente de mi hombro mientras doblaba frente a mí—. Quizá hoy te
enseñe tu dolor. —Sus dedos sujetaron mi barbilla, inclinándome hacia arriba para mirarla. Mi mano salió
disparada y agarró su muñeca antes de poder pensar en lo que estaba haciendo.
—Tengo más dolor del que puedes darme —dije con los dientes apretados. Sus ojos se agrandaron
con sorpresa mientras la obligaba a mirar profundamente en los míos. La sostuve con firmeza mientras me
ponía de pie. Ella se hundió hasta que sus rodillas tocaron el suelo, balanceándose hacia atrás hasta que se
apoyó sobre sus talones. Me quedé cerniéndome sobre ella, su muñeca apretada en mi asidero. Luego de
un momento de silencio, ella habló.
—Sí, amo. —Las palabras enviaron un escalofrío a través de mi cuerpo. La liberé y agarré mis ropas,
poniéndomelas rápidamente.
Salí del edificio, sin hacer contacto visual con nadie mientras salía. Me incliné, apoyando las manos
sobre mis rodillas cuando alcancé el frío aire de la noche. Quise vomitar; estaba tan disgustado conmigo
mismo. Me tambaleé de regreso al auto y me deslicé dentro, agarrando la botella de alcohol. Tomé un largo
sorbo y esperé a que el ardor pasara antes de recoger mi teléfono.
«Esperándolo».
El texto que no había esperado ver de Emma brillaba en la pantalla. Se merecía algo mejor. Di otro
trago antes de escribir la respuesta.
«Lamentarás haber dicho eso».
Supe que no lo tomaría como la advertencia que había previsto. No era lo bastante fuerte para
apartarla. Tomé otro trago, mirando a la botella medio llena. Dejé que mi cabeza cayera sobre el asiento
mientras arrancaba el motor y me permitía perderme en la música.
“Quiero tomar mi amor y odiarte hasta el final” sonó por los altavoces. Cerré mis ojos, deslizándome
más profundo en mi tristeza. Mi teléfono sonó y casi tuve miedo de recogerlo.
«Te extraño».
Repetí las palabras una y otra vez en mi cabeza. ¿Qué pensaría ella de mí ahora? Estaba enfermo.
«Emma, no lo hagas».
Presioné enviar y esperé que se enojara. No podía soportar que ella sintiera algo como eso, pero ella
lo necesitaba. Necesitaba odiarme.
19
Traducido por Flochi
Me senté solo, con la botella en mi mano, escuchando una canción deprimente tras otra. Las paredes
que había construido para mantener a todos fuera se estaban desmoronando a mi alrededor. Ya no podía
adormecer el dolor que sentí con el alcohol o una aventura de una noche. No tenía otra opción más que
enfrentarme a ello.
Mientras estaba sentado, perdido en mi dolor auto-inducido, mi teléfono brilló a la vida. Había
habilitado el seguimiento en el teléfono de Emma, puramente por su seguridad. Al menos, esa es la
mentira que me dije.
Independientemente de mis excusas, ella iba a dejar la seguridad de la casa de su amiga y se estaba
dirigiendo a la parte más transitada de la ciudad. Gruñí mientras mi ira empezaba a hervir. La había
mandado lejos por su propia seguridad y ella se estaba poniendo en más peligro. ¿Ella no tiene ningún
sentido de supervivencia en absoluto?
Arranqué el auto del estacionamiento y seguí el pequeño punto brillante. Ella sin saberlo se estaba
acercando a mí. Sólo me tomó un momento localizar el convertible rojo cereza. Me deslicé en el interior del
club y me dirigí al extremo más alejado de la barra. Tomó cada onza de mi poder de voluntad no ir a su
lado. Ella estaba rodeada de hombres y con las ropas que llevaba puesta, no era una sorpresa. La observé,
intentando convencerme de que no era mía para preocuparme pero la nota había tomado esa decisión por
mí.
Ella estaba en peligro, y ya sea que ella lo tomara en serio o, yo tenía que hacerlo. Saqué mi teléfono
y marqué su número.
—Chica mala —dije mientras la escuchaba respirar hondo en el teléfono.
—Solo salimos por unas cuantas copas. ¿Cómo tú…? —Su voz se fue apagando. Se mordió
nerviosamente el labio inferior.
—Deja de morder tu labio antes de que te doble encima de la barra y te castigue justo aquí. —No
pude evitar reírme ante mis propios pensamientos retorcidos. Me mentía a mí mismo sobre protegerla, y al
mismo tiempo, quería torturarla. Me quedé mirando más allá de la pequeña rubia que se había metido
entre nosotros. Esperé.
La mirada de Emma escaneó el bar hasta que finalmente cayó sobre mí. Sus mejillas ardieron con
enojo. Supe que estaría molesta de que estuviera aquí. No me importaba.
—¿Cómo lo supiste? —Su rostro pareciendo como si estuviera intentando resolver un problema en su
cabeza. Sonreí.
—Activé el GPS en tu teléfono. —Le hice un gesto al bartender para que llenara mi bebida, sabiendo
que iba a necesitarlo.
—¿Tú qué? —Estaba enojada. Por encima de su hombro, Becka me había notado y la escuché decir mi
nombre en el receptor. Me di la vuelta rápidamente, intentando parecer menos obvio a quién estaba
mirando.
—Nos vamos ahora. —Quería llevarla de regreso a mi casa. Sería más seguro que este club.
—Estaré fuera por un par de horas más —contestó y el teléfono quedó muerto. ¿Cómo no podía
entender que estaba intentando protegerla? Miré la barra en dirección a ella. Becka estaba abrazándola y
por encima de la música, pude escucharla ordenando otra ronda de bebidas. Apreté la mandíbula mientras
resistía la urgencia de agarrarla y sacarla de este sitio. Le envié un mensaje rápido antes de ordenar otra
bebida.
«Última oportunidad».
La vi mirar su teléfono y encogerse de hombros antes de darse la vuelta. Mi estómago se apretó. Un
hombre se acercó detrás de ella y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. Casi rompí el vaso en mi
mano. Su nombre era Jeff y estaba en una de mis clases. Ella miró por encima de su hombro, sonriendo. El
dolor me desgarró mientras observaba su intercambio de cumplidos con él. Sus manos permanecieron
sobre su cuerpo. Le escribí rápidamente una advertencia, esperando que ella terminara este jueguito.
«Mataré al maldito si pone sus manos sobre ti otra vez».
No sabía con cuánta seriedad se tomaría mi amenaza, pero dije en serio cada palabra. No miró en mi
dirección. Tomada de la mano con su nuevo amigo, caminaron a la pista de baile y empezaron a moverse
uno contra el otro.
Sus manos se movieron posesivamente sobre su cuerpo.
Sentí el calor elevarse en mi cuerpo mientras pensaba en cómo lo haría pagar.
—¿Quieres bailar? —La rubia bonita se había inclinado más cerca y finalmente me permití mirarla.
Sonrió y pasó sus dedos por mi pecho. La agarré por la muñeca y la retiré de mi cuerpo. Se veía rechazada.
La tiré hacia mí por lo que su cara estuvo a centímetros de la mí. Me pregunto qué pensará Emma. Me
pregunto si se sentirá de la manera que me siento con alguien más tocándola. La rubia se acercó, llenando
el vacío entre nosotros—. Pareces un hombre que sabe lo que quiere —susurró en mi oído.
Emma se había dado la vuelta y nuestros ojos se encontraron por un breve momento.
—No eres tú. Lo siento —susurré en sus oídos. Emma ya había reanudado su baile. Aparté a la rubia
de un empujón suavemente para poder deslizarme por detrás de ella. Ella se marchó, rechazada. Supe
exactamente cómo se sentía. Me dirigí al exterior, dejando que el frío aire de la noche me apartara del
retumbe de la música y el igualmente rápido latido de mi corazón. Fui a trompicones a mi auto, buscando
refugio. No podía dejarla aquí, sin saber cómo llegará a casa y si estará a salvo. Si estará sola.
Me senté por unos minutos haciendo un poco de búsqueda en mi teléfono para encontrar más sobre
Jeff mientras esperaba. Sólo me tomó un minuto localizarlo como uno de los nuevos amigos de Emma en la
página social de ella. Leí su información, miré a trasvés de las fotos. Es impresionante toda la información
que las personas están dispuestas a dar, sin pensarlo a fondo. Pensé en lo sencillo que sería para
cualquiera amenazarme para averiguar lo mismo de Emma. En pocos minutos, puedes descubrir dónde
vivía alguien, a dónde les gustaba pasar el rato y con quién. Un torrente de luz llegó de la parte frontal del
edificio, llamando mi atención. Emma salió como un ángel saliendo de las puertas del cielo. Estaba mirando
su teléfono, ajena a mi presencia. Esperé, esperando que nadie la siguiera. Nadie lo hizo. Las puertas se
cerraron lentamente tras ella mientras se dirigía a la calle y empezaba a caminar hacia su casa, sin
preocuparse por los peligros que acechaban en la oscuridad.
Sentí la ira elevarse en mi interior una vez más.
Arranqué el auto detrás de ella. No me miró mientras me detenía detrás de ella y eso me desgarró
por dentro.
—Entra jodidamente al auto. —No me importó cómo sonaba. Todo lo que me importaba era su
seguridad. Se detuvo pero siguió sin mirar en mi dirección—. No me hagas repetirlo —advertí, esperando
que supiera que hablaba en serio. Se mordió el labio inferior y entró, sin mirar en mi dirección. Conduje en
la noche, queriendo poner tanta distancia entre nosotros y el club como fuera posible. Me estaba matando
por dentro y ella era ajena a ello, o simplemente no le importaba. Ese pensamiento hizo que mi enojo se
magnificara. Conducimos en silencio. El único sonido fue el clic de su cinturón de seguridad cuando
aceleramos por la oscura carretera.
Me detuve dentro del garaje de bahía de mi edificio, sin esperar a que la puerta se cerrara
completamente detrás de nosotros antes de salir y cerrar la puerta de golpe con fuerza. No podía pensar
sensatamente, no podía garantizar su seguridad conmigo. Pasé mis manos a través de mi cabello y subí al
siguiente piso, sin esperarla.
Esperé en la cima de las escaleras mientras contaba cada paso que ella daba, cerrando la brecha de
espacio entre nosotros. Bajó la mirada al suelo mientras pasaba y se dirigía al interior. Cuán apropiado fue
verla sólo momento antes salir de la luz, y ahora ella me seguía hacia la oscuridad.
20
Traducido por LizC
Seguí caminando, cerrando la puerta detrás de mí. No dije nada, ni miré hacia ella. Caminé hacia el
lado opuesto de la sala hasta el ascensor y esperé a que se abrieran las puertas. Quería tomarla por
sentado.
Escuché, contando los pasos que dio en todo el piso de madera antes de tomar su lugar a mi lado.
El trayecto hasta el siguiente nivel fue insoportablemente largo. No miró en mi dirección, ni hizo
ningún intento de tocarme. Cuando las puertas se abrieron de nuevo salí al piso oscuro.
—Ven aquí —dije, mirando hacia atrás en ella. Ella vaciló, pero dio un paso adelante.
—¿Qué estás pensando? —preguntó ella. Quiso sonar confiada, pero su voz la traicionó, vacilando en
sus palabras. Sonreí al pensar en la cantidad de respuestas que había a esa pregunta.
—Estaba pensando… no sé sí confío en mí contigo en este momento. —La miré fijamente, calibrando
su reacción. No la habría culpado si huía. Si supiera algo de mí, sabría que iba a ser tomado en serio.
Quería hacerle daño. Siempre quería hacerle daño por la forma en que me hacía sentir. No quería sentir
nada. No quería ser herido de nuevo, pero aquí estaba yo sufriendo. Más que nada, no quería que ella
tenga que sentir nada de ese dolor. Era una tortura y después de su demostración esta noche no pude
evitar pensar que ella disfrutaba infligiéndome con él.
Ella se mordía el labio y me miraba fijamente. No había corrido, ni me miraba con disgusto. Estiré la
mano y usé mi pulgar para liberar su labio de sus dientes.
—Confío en ti. —Sus palabras salieron más fuerte y su voz fue firme. Sabía que lo decía en serio. El
pensamiento me hizo sentir enfermo. Estaba llevando al corderito de grandes ojos al matadero y ella venía
de buena gana.
—No dirías eso si tuvieras alguna idea de lo que pensaba hacerte esta noche. —Estaba siendo
brutalmente honesto con ella. Dio un paso hacia mí y todos los músculos de mi cuerpo se pusieron rígidos.
No tenía ningún sentido de auto-preservación. Yo no tenía fuerza de voluntad para mantenerme
alejado de ella.
—Castígame. —Su voz apenas un susurro. Mis ojos se dispararon a los de ella a medida que los
estudiaba—. Castígame —repitió. Poco a poco llegó hasta mí, sus dedos arrastrándose lentamente por mi
pecho y estómago. Miré hacia abajo a sus dedos y de vuelta a ella.
—¿Recuerdas la palabra de seguridad? —le pregunté, deseando que entienda qué tipo de eventos
había planeado para ella. Tragó saliva.
—Flor —susurró ella.
Agarré sus muñecas con fuerza, siendo incapaz de mantenerme alejado por más tiempo. La empujé a
través de la habitación. Mis ojos recorrieron la sala, tratando de decidir exactamente cómo quería
castigarla. Me detuve frente a uno de mis favoritos. Tenía una gran inclinación en un lado y dos más
pequeñas en el otro.
—Inclínate hacia delante. —No podía mirarla a los ojos. No con los pensamientos que estaban
corriendo por mi cabeza.
Me miró fijamente sin poder hacer nada, sin saber qué debía hacer. Yo le di la vuelta y la empujé
hacia abajo sobre el dispositivo, su cuerpo inclinándose sobre la parte superior del mismo. Me hundí hasta
las rodillas y aseguré sus tobillos en las correas de cuero en cada pendiente. No iba a perder el tiempo
haciéndolo sensualmente. Llegué hasta el otro lado de ella y halé sus brazos hacia el suelo, también
asegurándolos. Ella me miró indefensa, pero yo no encontré su mirada.
—William, lo siento. —Estaba al borde de las lágrimas. Eso solo me hizo enojar aún más.
—No tanto como que vas a estarlo. —Me moví de nuevo detrás de ella, sin querer sus ojos sobre mí
por más tiempo. Ella podía ver más allá de las paredes que había construido en mi interior. Eso me
asustaba.
Me quité el cinturón de los pantalones y no perdí tiempo haciéndola sentir el dolor que yo había
sentido toda la noche. Me descargué sobre su espalda y ella tiró contra las restricciones. Esperé, pero
ninguna palabra de seguridad apareció. Le pegué de nuevo. No gritó, dejando apenas escapar un gemido.
Le pegué de nuevo, sin molestarme en tranquilizarla o consolarla. Una vez más. Otra vez. Mi adrenalina
corría por mi cuerpo y estaba en un plano diferente de existencia. Una vez más. Otra vez.
—Detente —gritó. Golpeé de nuevo. Otra vez—. Por favor —gritó, esta vez más fuerte. Ella no utilizó
la palabra de seguridad y yo no me detuve.
—¿Tienes alguna idea de lo que quería hacerte en ese club? ¿Alguna idea de lo que quería hacer con
ese chico que tenía sus manos sobre ti? —Golpeé una vez más, cuidando golpear un lugar diferente que el
anterior.
—Lo siento —sus palabras salieron ahogadas—. Por favor… —Pude oír el llanto en sus palabras. Dejé
que el cinturón resbalara entre mis dedos, golpeando con fuerza en el duro piso de madera, resonando a
nuestro alrededor.
Le había hecho daño. Rápidamente desaté sus restricciones y me dirigí frente a ella para deshacer
sus muñecas. Su cabeza colgó en derrota frente a mí. Levanté su barbilla, inclinando su rostro hacia el mío.
Limpié las lágrimas manchando sus mejillas hinchadas con mi dedo y rápidamente la levanté en mis
brazos. La cargué hasta el ascensor, queriendo llevarla lo más lejos posible de este lugar. Ella hundió su
rostro en mi cuello y empezó a sollozar en silencio.
—¿Por qué no utilizaste la palabra de seguridad? —le pregunté mientras sus ojos se encontraban con
los míos. Sentí que mis entrañas se retorcieron al verla en tanto dolor.
—No quería molestarte —susurró contra mí. Me sentí mal por su confesión. Hasta este momento
pensé que no le importaba. ¿Cómo iba a importarle? Ahora estaba poniéndose en peligro para
complacerme. Animal.
La llevé a mi cuarto de baño. La senté, asegurándome dejarla firme sobre sus pies antes de abrir el
agua y dejarla correr.
—¿Qué estás haciendo? —No sabía cómo responder a eso. Quería que ella se lavara cualquier residuo
de mí. Quería que se sintiera entera otra vez. Pura.
—Pensé que un baño te hará sentir mejor.
Ella me miró aturdida por un momento antes de tropezar hacia delante y colocar su mano sobre mi
pecho. No me aparté. Me merecía cualquier molestia o dolor que pudiera infligirme.
—Por favor, no te vayas. —Su voz estaba llena de tristeza. Una solitaria lágrima se deslizó por su
mejilla rosada. La barrí a un lado, deseando que fuera así de fácil deshacerse de todo su dolor.
Se empujó hacia delante, su boca encontrando la mía, con avidez. No pude resistirme a ella. Por un
momento, cedí. Sus labios tornándose hambrientos, deslizando su lengua más allá de la mía. Me aparté,
deseando nunca haber actuado en base a mis sentimientos por ella.
—Ve a bañarte. Te sentirás mejor.
Apagué mis emociones, no queriendo sentir nada más. Salí, cerrando la puerta detrás de mí,
escuchando sus sollozos ahogados en el fondo de mi mente.
Había arruinado su vida en el corto tiempo que la había conocido. Me mentí a mí mismo, diciéndome
que la estaba ayudando, protegiéndola. La única persona de la que necesitaba protección era de mí. No
podía controlarme cuando estaba a su alrededor. Todos mis pensamientos conscientes se nublaban y eran
consumidos por ella.
Me dirigí a mi dormitorio. Dejándome caer en el borde de mi cama, me pasé las manos por el cabello.
Tenía que protegerla de mí. Tenía que corregir todos los errores que había hecho. Tomé mi teléfono y llamé
a un viejo amigo. Una de las pocas personas a las que consideraba como tal.
—Necesito que me hagas un favor. —No perdí mi tiempo con bromas. Si lo estaba llamando, él sabía
que era algo serio.
—Jesucristo, William. ¿En qué te metiste ahora? —preguntó Stephen, riendo para sus adentros.
Stephen y yo éramos viejos amigos de la universidad. Yo le ayudé a salir de algunas situaciones y aún me
debía.
—Necesito que investigues algo para mí. —Le expliqué la situación con la nota y Emma y toda la
mierda en la que me había involucrado.
Él suspiró y la línea colgó en silencio durante unos minutos.
—Voy a ver qué puedo averiguar sobre éste Jeff y luego te contacto. William, ¿estás seguro…? —Su
voz se detuvo y no tuvo que terminar la frase para yo saber exactamente de quién estaba hablando.
—Estoy seguro —le dije, sin querer siquiera querer entretener el pensamiento de ella con otra
persona. La puerta dejó escapar un fuerte chirrido detrás de mí. Me di la vuelta para ver a Emma, sin llevar
nada puesto—. Llámame si te enteras de algo. Me tengo que ir.
No pude dejar de mirarla. Ella era la perfección absoluta.
—Emma —suspiré, esperando que se diera la vuelta y huyera de mí. Caminé lentamente hacia ella,
deteniéndome a unos pasos de distancia.
—¿Estás enojado conmigo? —preguntó y una risa sádica se me escapó.
—¿Cómo podría estar enojado contigo? —Sabía que debí haberme detenido. Debí haberla mandado a
volar por su propio bien, pero estaba atraído por ella. Di un paso adelante, besándola suavemente en la
frente—. Estoy enojado conmigo mismo. —Me merecía el dolor por el que me estaba haciendo pasar—.
Vístete. Te llevaré a casa.
Me obligué a apartarme de ella. Me volví hacia mi armario y saqué una camiseta y uno de mis
pantalones vaqueros para que ella se lo ponga.
—Pero… dijiste que no era seguro para mí. —Ella tomó la ropa y la sostuvo sobre su cuerpo. Yo no fui
lo suficientemente fuerte como para apartarla.
—No es seguro para ti conmigo. —Me dolió decirlo, pero ella tenía que entender. Dio un paso hacia mí
y tuve que extender una mano para detenerla. Si se acercaba más, perdería el control. Quería tenerla en
todas las formas posibles, poseerla. Ella no se movió y no pude evitar la decepción que se apoderó de mí.
Me pasé las manos por el cabello, frustrado—. Puedes tener la cama, me quedo con el sofá.
Salí de la habitación, obligándome a dejarla allí sola. Empujé la idea de estrellarla contra la pared y
follarla de la manera que ella quería que hiciera. Mi pene palpitó ante la idea. Fui al baño y eché agua fría
en mi cara. En el camino de vuelta al sofá, tuve que esforzarme para no ir hasta ella.
Me quedé despierto durante horas, pensando en ella. Pensando en su cuerpo desnudo envuelto en
mis sábanas. Pensando en mis manos vagando por su suave piel. Entonces pensé en las manos de Jeff
sobre su cuerpo en el club. La ira hirvió dentro de mí.
La oí dando vueltas en la cama. Me dije que necesitaba asegurarme de que estaba bien. Me acerqué
a la puerta que estaba entreabierta y miré en su interior. Ella daba vueltas, enredándose a sí misma en las
sábanas. En su rostro vi que parecía sentir dolor, pero su cuerpo se retorcía como si estuviera en medio de
la pasión. Me puse duro. Sus ojos se abrieron de golpe y se clavaron en los míos mientras se mordía el
labio.
—Fue solo una pesadilla —dijo ella, luchando por estabilizar su respiración. Si se trataba de una
pesadilla, sabía que me involucraba. Salí de la habitación sin decir una palabra.
Me dirigí a la cocina y agarré mi teléfono. Envié a Stephen un texto rápido para ver si encontró algo
fuera de lo normal. Me serví una copa mientras esperaba, mirando a la puerta de mi dormitorio. No se oía
nada, estaba seguro que se había vuelto a quedar dormida. Mi teléfono se iluminó.
«Nada importante. Presentaron una denuncia contra él el año pasado. Parece que se puso
un poco agresivo con una mujer, pero nunca llegaron a nada con eso».
Tragué saliva tratando de evitar que la bilis se subiera a mi garganta. Tomé otro trago largo y agarré
mis llaves. Ya le había advertido a ella que lo mataría si él la tocaba de nuevo.
A medida que me dirigía al club, recorrí el estacionamiento para ver quiénes estaban todavía por ahí.
Reconocí el auto de Jeff de sus fotos en línea. Era increíble la cantidad de información que había dejado en
línea. Miré el reloj. El club estaba a menos de una hora del cierre. Estacioné a unos espacios de distancia y
me dirigí a su vehículo. Quería esperarlo. Quería mirarlo a los ojos cuando lo lastimara por tocarla. No podía
correr el riesgo. Si alguien sabía de nosotros, ella nunca sería capaz de escapar de ello. Escapar de mí.
Probé la puerta del lado del conductor. Bloqueada. Fui a la puerta de atrás, mirando alrededor para
asegurarme que no hubiera nadie cerca. Estaba solo. Tiré de la manija y la puerta se abrió. Sonreí por lo
fácil que lo hizo para mí. Extendí la mano y abrí la puerta principal, deslizándome en el interior. Abrí el capó
y me dirigí a la parte delantera del auto. Di una última mirada alrededor antes de inclinarme dentro y
aflojar la línea de freno.
Me deslicé dentro de la casa en silencio, esperando que ella no se hubiera despertado mientras yo no
estaba.
21
Traducido por Jenn Cassie Grey
Me paré en la cocina en mis boxers esperando que el café se preparara. Estaba nervioso por saber si
ella se había despertado la noche anterior para descubrir que ya no estaba. Me obligué a no encender las
noticias para ver si Jeff había estado envuelto en algún horrible accidente por conducir ebrio. Tan trágico
como pudiera ser. No sentía nada de lástima por él. Si ella hubiera visto la mirada en sus ojos cuando la
tocó. La misma que antes se había reflejado en mis ojos miles de veces, estaba seguro.
La escuché moverse unos minutos más tarde y me apresuré, vertiendo el café. Me giré para mirarla
mientras escuchaba que se estaba acercando. Pasé una mano por mi cabello tratando de apartar el
pensamiento de lo hermosa que se veía en mi camiseta demasiado grande y nada más. Miró hacia el piso y
acomodó su cabello detrás de su oreja.
—El café huele bien —dijo rompiendo el hechizo. Le tendí una taza de café y tomé la mía
apresuradamente, vertiendo otra—. ¿No dormiste? —preguntó, sin acusarme.
—Tenía mucho en qué pensar. —Mis ojos danzaron sobre ella.
—Lamento todo lo de anoche. —Se veía triste y culpable. Me pregunté si yo me veía culpable.
—Yo te lastimé y tú me pides disculpas —me reí por la ironía—. Emma, no soy bueno para ti. Supe lo
que estaba haciendo desde el primer momento en que te vi. Debería haberlo parado. No debería haberlo
dejado ir tan lejos.
—Te deseaba tanto como tú me deseabas a mí —dijo con voz baja. No comprendía. No entendía lo
peligroso que era para ella. Para lo que sabía, maté a alguien la noche anterior porque la había tocado.
Dejé caer de golpe mis manos sobre el mostrador que estaba en medio de nosotros. Brincó por el sonido
fuerte.
—Te asusto. Bien. Quizás ahora te mantendrás lejos de mí. —Las palabras quemaban en mi garganta
mientras las decía. No podía imaginar no volver a tocarla de nuevo. No estar ahí para protegerla. ¿Pero
quién la protegería de mí?
—No quieres decir eso. —Caminó alrededor de la barra, cerrando la distancia entre nosotros.
—Es por tu propio bien, Emma.
Quería, que por una vez en su vida, pensara sobre su propia seguridad. Se detuvo, sin dar un paso
más cerca. Sus ojos miraron a través de mí mientras buscaba por alguna verdad en mis palabras. Sin decir
otra palabra se giró e hizo su camino hasta el baño. Caminaba más rápido de lo que me habría gustado.
Estaba triste. Quería correr tras ella, abrazarla. No lo hice.
En lugar de eso, fui a mi habitación y me vestí. Cuando regresé el ambiente estaba lleno de
arrepentimiento. Cuando Emma salió del baño, estaba usando las ropas del club. Sabía que finalmente
había entendido. Finalmente había sido capaz de alejarla.
No hablamos. Tomé mis llaves y ella me siguió detrás hasta mi auto. Abrí la puerta y la miré
deslizarse dentro. Hizo una mueca de dolor mientras su trasero tocaba el asiento y se acomodaba lejos de
mí.
—Emma… —suspiré.
—No —me cortó. No podía culparla. No traté de hablar con ella de nuevo. Estaba enfermo de alejarla
constantemente y solamente traerla de vuelta por mis necesidades egoístas.
El viaje a la tienda de comestibles donde su auto estaba aparcado pareció demasiado corto. Al
instante en el que puse el auto en el estacionamiento, abrió la puerta y cerró de un portazo detrás de ella.
No merecía nada más. Lo sabía.
—Emma —la llamé, tratando de convencerme que tenía que asegurarme que estaba bien. Me ignoró,
excavando en su bolso por sus llaves. El bolso se cayó de su agarre, desparramando su contenido por todo
el suelo—. Mierda, Emma. —Salí y me apresuré a su lado ayudándola a recoger sus cosas—. Solo estoy
tratando de protegerte.
Estaba bastante frustrado con ella. ¿Por qué carajos no podía entender que estaba tratando de
protegerla? Lágrimas comenzaron a deslizarse por su cara. Mierda. Limpié sus lágrimas con el dorso de mi
mano. Dejé que mi pulgar se deslizara a través de su labio inferior. Dios, ella era tan follable aun cuando
estaba triste.
—¿Al hacer daño? —preguntó, con su barbilla temblando.
—No quise lastimarte. No usaste la palabra de seguridad.
Me arrepentí de mis palabras en cuanto salieron de mi boca. ¿De verdad acababa de culparla? Ella no
conocía nada mejor. Debí haber sido más cauteloso.
—No estoy hablando de eso. Estoy hablando de ahora.
—Te mereces algo mejor. —Esa fue la cosa más honesta que alguna vez le había dicho.
—¿Qué hay acerca de la nota? ¿Qué pasa si alguien viene buscándome?
No era una mujer extraña tratando de manipularme y sabía que eso era exactamente lo que ella
estaba tratando de hacer. También sabía que tenía razón. Alguien podría ir a buscarla. No dejaría que eso
pasara.
—Hoy me voy a hacer cargo de eso.
Esperé que ella supiera que lo decía enserio. Estaría a salvo mientras se mantuviera alejada de mí.
No respondió. Tal vez había entendido. Se metió en su auto y se alejó manejando. Esperé, pensando en
cómo haría todo esto bien.
22
Traducido por Jenn Cassie Grey
Manejé de regreso a mi casa sintiéndome vacío. Cada segundo que pasaba sin ella se sentía como
una eternidad. Odiaba lo débil y fuera de control que me había convertido. Me estaba arriesgando,
haciendo cosas sin dudar o planear. Como lo que le hice a Jeff. Por mucho que quería sentirme culpable, no
podía. La emoción simplemente no venía. Me dije a mi mismo que estaba protegiéndola. Nadie la estaba
protegiendo a ella de mí
Tan pronto como llegué a casa, me despojé de mis ropas y corrí a una ducha fría. Dejé que el agua
corriera sobre mí como si pudiera lavar mis pecados. Ni siquiera el océano tenía agua suficiente para hacer
eso. Me lavé como si fuera posible, frotando más fuerte de lo necesario hasta que mi piel ardía como fuego
contra el jabón. Aun así no fue suficiente. El dolor empalidecía en comparación con el dolor que le había
causado. Al dolor que le causaría. Dejé que mi mano bajara, acariciándome al pensar en ella. Era tan
inocente, tan confianzuda. Nunca le di una razón para confiar en mí, pero lo hizo. Apreté más fuerte,
permitiéndome que una punzada de placer ondulara a través de mi cuerpo antes de detenerme. No me
merecía ningún tipo de alivio. Incliné mi espalda y golpeé la pared permitiéndome, sentir en cambio el
dolor que merecía.
Bombeó a través de mí, palpitando por mi brazo hasta mi pecho. Se sintió bien. Se sintió real. Se
sintió merecido.
Dejé que el agua corriera helada antes de salir y secarme. Encendí la televisión mientras iba a mi
habitación por ropas limpias. Regrese con el sonido de las noticias. Acababan de contar una historia de un
accidente por un conductor ebrio en la madrugada. Sonreí, pero duró poco cuando dijeron que iba a estar
bien. Por ahora. Además mencionaron a un sospechoso de juego sucio pero por el nivel de alcohol en su
sangre no se lo tomaron muy enserio. Aun así, tenía que tener un plan solo por si las dudas.
Tomé mi teléfono y le mandé a Angela un mensaje. Necesitaba encontrarme con ella cara a cara para
ponerle fina todo esto. No iba dejar que lastimara a Emma. Merecía cualquier clase de dolor que me trajera,
pero Emma era inocente. La había manipulado y usado para mi propia conveniencia.
Mientras esperaba a que me respondiera, busqué por internet para hacer arreglos para después de la
graduación. Sabía que no iba a ser posible llevarme a Emma antes de que terminara el año sin antes
decirle la verdad sobre Jeff. Solo tendría que arriesgarme y esperar lo mejor. Si algo sucediera antes de eso,
solo tendría que hacer lo que sea necesario para mantenerla segura. Cualquier cosa que sea.
Estaba exhausto. Pasé toda la noche pensando en ella. Incluso cuando me las arreglaba para caer
dormido por el cansancio, su cara perseguía mis sueños. Podía olerla. Probarla en mis labios. Era una
adicción de la que no quería cura. La pronunciación de su nombre hacía que mi cuerpo se tensara y que mi
polla se endureciera. Su retorcido sentido de preservación y su falta de cualquier disciplina solo hizo que la
ansiara mucho más.
Esperé ansioso a que llegara. Necesitaba otra solución. Tomé sus libros y los dejé sobre su escritorio.
Se sentía como una eternidad desde que la había mirado a los ojos. Desde que había roto su corazón y la
había alejado. Me incliné contra mi escritorio, mi sangre tronando en mis orejas mientras mi corazón se
aceleraba. Mientras ella entraba por la puerta, sus ojos encontraron los míos y por un segundo el mundo se
detuvo y giró más rápido al mismo tiempo. Girando fuera de control y orbitando alrededor de nosotros. El
momento duró poco hasta que uno de mis estudiantes se acercó a hacerme una pregunta sobre el último
trabajo. Le respondí rápidamente y me giré hacia ella pero había desaparecido. Como un hermoso
espejismo. Mis ojos escanearon la habitación frenéticamente hasta que reposaron sobre ella.
Tenía una sonrisa en su rostro pero no me miró. Luché por mantener mi compostura y comenzar la
lección. Preparé preguntas para enganchar a la clase y también para mantenerme apartado de fantasear
con ella. Hice algunas preguntas, siempre mirando en su dirección. Ella continuaba evitando mi mirada y
aparentaba que no estaba escuchando.
—Emma… ¡Emma! —la llamé, rompiendo su ensoñación. Se veía avergonzada mientras sus ojos se
alzaron hacia mí y la clase la veía expectante.
—¿Qué? —preguntó sin ocultar su molestia conmigo. Lo merecía pero no me gustaba. Suprimí la
urgencia de regañarla, de decirle que necesitaba ser castigada. No tenía derecho de decirle nada en
absoluto.
—¿Quién exigía castigo a los rebeldes del norte de Inglaterra y es conocido como “El Hostigador del
Norte”?
La miré, sin permitirle que apartara la mirada. Quería que escuchara la palabra “castigo” y pensara
en mí. Cuando sus mejillas se volvieron rosas, supe que lo había hecho. Su cerebro buscó una respuesta.
Una respuesta que sabía que no conocía desde yo había tenido su libro todo el fin de semana. Si pensaba
en mí, y en castigo podía poner dos y dos juntos. Sus ojos brillaron cuando hizo eso.
—¿William el Conquistador? —respondió con una sonrisa. Había usado William el Conquistador como
mi nombre de contacto cuando programé mi número en su teléfono.
—Eso es correcto, señorita Townsend. —Le regresé la sonrisa—. Buena chica.
Me aseguré que sus ojos estuvieran mirando a los míos mientras lo decía. Sabía lo que esas palabras
podían hacerle. Mordió su labio mientras se sonrojaba. Estreché mis ojos hacia ella, mirando su boca. Su
preciosamente follable boca. Liberó su labio inmediatamente.
Caminé lejos de ella y continúe con mis preguntas. Mis pensamientos nunca la dejaron. Pasé mi mano
sobre el borde del escritorio donde sus dedos le habían agarrado, sosteniéndola fieramente mientras la
castigaba. Mi mano acarició la hebilla de mi cinturón, lo que me hizo ganarme otra mirada lujuriosa. Mi
polla se retorció y tuve que acomodarme discretamente.
El tiempo pasó volando y antes de que lo supiera la clase se estaba vaciando. Luché contra la
urgencia de pedirle que se quedara, sabiendo que si se lo pedía lo haría. Querría complacerme. Lamí mis
labios y miré en su dirección a tiempo para verla mirarme sobre su hombro. Se veía triste. Y sabía que yo
era la razón de eso.
No pensé en nada más por el resto del día. Quería quitarle su dolor. El dolor que yo le había causado.
Hice mi camino hasta mi auto y esperé a que saliera. Ella se veía pequeña hablando con sus amigos
antes de que se sentara en su auto sola. No pude resistirme en mandarle un mensaje. Quería que supiera
que había estado pensando en ella.
«Eres increíblemente hermosa, incluso cuando estás triste».
Sonrió y sentí que mi estómago se encogía. Su cara se relajó nuevamente y sabía que la estaba
mirando.
«¿Es por eso que me rompiste el corazón?»
Sus palabras cortaron a través de mí causando un desgarrador dolor.
«Daría cualquier cosa para borrar todo el dolor que te he causado».
La miré mientras una sonrisa aparecía en sus labios.
«Hubo algún dolor que disfrutamos».
No tenía idea de lo que me estaba haciendo. Solamente leyendo sus palabras me puse duro,
dolorosamente. Tomé una profunda respiración y luché contra la urgencia de tomarla en su auto.
«Vete a casa Emma».
Angela estaba caminando hacia mi auto y necesitaba tiempo para estar a solas con ella. Para
amenazarle. Miré atrás hacia Emma quien estaba mirándome.
«¡Ahora!»
Le di una dura mirada pero tenía que enfocarme en Angela. Salí de mi auto y la saludé, tratando de
no atraer la atención hacia nosotros. Emma pasó volando frente a nosotros, acelerando sin cuidado a
través del estacionamiento. Escribí rápidamente, deseando poder ir detrás de ella.
«Baja la velocidad».
Se detuvo en el semáforo, esperando para que cambiara. Tragué el bulto en mi garganta mientas
esperaba. Cuando cambió se aseguró que entendiera lo triste que estaba. Me encogí mientras su auto se
alejaba dando tumbos en medio del tráfico.
—Así que… —dijo Angela, sus ojos estrechándose.
—¿Por qué carajos hasta estado evitando mis llamadas?
Estaba furioso. Más por Emma que casi se había se había auto-destruido frente a mis ojos.
—Yo n-no he… —replicó Angela en un tono bajo, buscando en el estacionamiento por alguien que
podría estar escuchando.
—Necesitamos hablar en algún otro momento. Por ahora no quiero verte. No quiero siquiera escuchar
que digas mi nombre. Te arrepentirás si lo haces. —Bajé mi voz así nadie escucharía pero me aseguré que
mantuviera su filo. Ella no respondió solamente asintió mientras jugaba con su collar. Se dio la vuelta e hizo
su camino hasta su auto.
23
Traducido por Magdys83
No desperdicié un segundo. Necesitaba asegurarme de que Emma llegó a casa a salvo. Conduje a su
lugar, asegurándome de que nadie más estaba en casa. El auto de Emma no estaba allí. Me estacioné en la
calle y caminé detrás de su casa, encontrando desbloqueada la ventana de su dormitorio. Sonreí por lo
descuidada que realmente era en lo que a su seguridad se refería. Me deslicé adentro de la ventana y
esperé ansiosamente a su llegada. No pasó mucho tiempo. En el minuto, escuché el sonido de la puerta del
garaje levantándose y bajando. La escuché cuando se ocupaba de sus asuntos, ignorante de lo que podría
estar acechando a la vuelta de la esquina. Mientras ella caminaba por el pasillo, sentí que mi pulso se
aceleraba al tiempo con sus pasos.
La puerta se abrió.
—¿Así que disfrutas del dolor? —le pregunté. Estaba demasiado sorprendida. No respondió. Sus ojos
se clavaron en los míos como si tratara de averiguar si realmente estaba allí—. Cierra la puerta. —Ella entró
y deslizó la puerta que se cerró detrás de ella. Se recostó contra ella y sus ojos parpadearon hacia la
ventana—. Si Angela sabe de ti, no va a decir o hacer nada al respecto —dije, tratando de aliviar algo de su
preocupación. No iba a dejar que nadie la lastimara. Nadie. Si fuera lo suficientemente fuerte para
mantenerme alejado, lo haría. Ella se veía confundida—. Está casada. La última cosa que quiere es que su
marido sepa que le gusta follar a otros hombres —le expliqué.
Su expresión cambió a herida y me maldije por revelarle más de lo que pretendía. Ella miró a sus
pies, mordiéndose el labio con nerviosismo.
—Realmente, no era mi tipo. Me gusta mi mujer toda para mí. —Di un paso más cerca de ella y
levanté su barbilla con mis dedos—. Respira, Emma. —Como si mis palabras fueran su orden, ella contuvo
un aliento desigual. Dejé que mis manos se deslizaran sobre su cuerpo. Tracé su mandíbula mientras la otra
exploraba su cintura. La dejé deslizarse más abajo, acariciando su cadera. Ella dejó escapar un gemido
entrecortado y seguí adelante, pasando mis dedos por su muslo y enganchando mi mano por debajo de su
rodilla. La saqué rápidamente y presioné mi longitud contra ella. Dejé que mis labios siguieran desde su
rostro hacia su oreja—. Echo de menos tu sabor en mis labios. —Ella se relajó, la retuve allí por la presión
de mi peso contra ella. Gimió en mi oído. Casi me perdí con el sonido. Dejé que mi pulgar se deslizara sobre
su labio inferior mientras ella los separaba. Empujé mi dedo adentro y le dio la bienvenida con su lengua—.
Debería irme.
—No. —Sus palabras en donde entró en pánico y llena de deseo.
—He tratado de mantenerme lejos de ti, Emma, pero no puedo. Consumes todos mis pensamientos.
Después de la graduación deberíamos irnos de aquí por un tiempo. —Ella pareció vacilante. Presioné mi
frente contra la suya, inhalando su aroma floral.
—¿A dónde? —Su voz era tranquila.
—A cualquier sitio. No importa. Sólo… lejos de aquí. Quiero despertar con tu sonrisa. —La miré a los
ojos, esperando a verla feliz. Ella me sonrió. Me estaba muriendo por su aceptación—. Di que sí.
—Sí, señor. —Sonrió y presioné mis labios contra los suyos, queriendo saborearla, sentir su felicidad.
—Sé una buena chica. —Sabía cómo la afectarían esas palabras. Podía verlo en sus ojos. También era
una advertencia. Sabía que ahora estaba demasiado involucrado con ella. No podía resistir empujarla; no
podía ser responsable por lo que haría si alguna vez me dejaba.
Me obligué a irme, así no nos atraparía su tía. No podía arriesgarme cuando estábamos tan cerca de
ser capaces de estar juntos. Me mantuve ocupado por el resto de la noche, planeando nuestra próxima
escapada y el final del año escolar. Sentí como si tuviera el control de nuevo. Una sensación que extrañaba
mucho.
Busqué sitios interminables pero siempre volvía a uno. El perfil de Emma. Me gustaba repasar sus
fotografías. Ella se veía tan triste, tan rota. Quería cambiar eso. Quería hacerla sonreír siempre, sentir
felicidad, sentir placer.
Esa noche me quedé dormido en su rostro mientras caía en el sofá. No quiero dormir solo en mi
cama. Una sensación que me molestaba tanto como me consolaba. Soñé con ella toda la noche. Nos
fuimos juntos a donde nadie nos conocía. Ella estaba a mi lado a donde quiera que iba.
—Eres hermosa. —Sus mejillas se volvieron rosadas bajo el elogio—. Tengo algo para ti. —Se sentó en
silencio, esperando pacientemente. Saqué una caja de terciopelo que había escondido en un cajón y se la
tendí, hundiéndome en mi rodilla—. Ábrela. —La tomó en sus dedos delicados y lentamente abrió la bisagra
superior. Sus ojos brillaron con emoción—. ¿Puedo? —pregunté, tomando la caja de su mano. Me miró
mientras sacaba el lazo de cuero de la caja y lo ponía alrededor de su cuello—. Mía. —Se sentó más alto en
sus tacones.
A la mañana siguiente, todo en lo que podía pensar era en verla. Ya no podía mantenerme alejado.
Conduje al trabajo más temprano de lo normal, ansioso de capturar un vistazo de Emma. Mi corazón estaba
corriendo como una estampida de caballos salvajes.
Localicé inmediatamente su auto. Ella estaba sentada adentro, sus ojos buscando a su alrededor. Le
envié un mensaje para hacerle saber que estaba allí.
«¿Deseosa de aprender, señorita Townsend?»
Una sonrisa se extendió por su rostro.
«Eres un gran profesor».
«Hay tantas cosas que me gustaría enseñarte, Emma».
La vi salir de su auto y dirigirse hacia el edificio. Me tomó cada onza de auto control para no correr
detrás de ella. En su lugar, la vi. Vi sus dedos deslizarse por su cabello. Vi a sus caderas mecerse
suavemente mientras caminaba. Vi cuando desaparecía de vista. Mi teléfono sonó y mi corazón saltó en mi
garganta, pero no era de Emma. Era de mi padre. Él estaba fuera en una locación rodando una película y
quería que revisara su propiedad. Tragué duro y apreté la mandíbula. Eso era todo lo que le importaba a mi
padre, sus cosas. Nunca preguntó cómo estaba. Tuvimos un entendimiento de que nos quedaríamos fuera
de la vida del otro. Eso fue después de que se aseguró que yo había perdido lo único que había querido
hace algunos años. No respondí. Agarré mis pertenencias y me dirigí al interior.
Mi aula estaba vacía como siempre en la mañana. Saqué mi computadora portátil y empecé a buscar
vuelos a California. Tal vez podría matar dos pájaros de un tiro y sacar a Emma de allí. Estaba en el lado
completamente opuesto del país.
Tocaron a la puerta y rápidamente cerré mi computadora.
—Adelante —grité. La puerta se abrió lentamente y Tracy entró. Ella estaba en la misma clase que
Emma. Su cabello era color rubio dorado y largo. Su piel tenía un bronceado profundo—. ¿Qué puedo hacer
por usted, Tracy? —Se mordió el labio mientras cerraba la puerta detrás de ella. Una acción que captó
inmediatamente mi atención. Ella se acercó más, cerrando la distancia entre nosotros.
—Me estaba preguntando si había algo que pueda hacer para ayudar a mejorar mi nota. Tal vez…
¿algún crédito adicional? —Sus dedos trazaron el cuello de su blusa. Extendí mi mano sobre el escritorio y
froté la superficie. Ella sonrió seductoramente mientras cambiaba su peso de un pie al otro. Me levanté y
rodeé el escritorio, caminando hacia ella. Sus ojos nunca dejaron los míos mientras su sonrisa se
ensanchaba. No me detuve, pasé por enfrente de ella hacia la puerta y la abrí.
—Sugiero que estudie y haga sus tareas —dije, devolviéndole cortésmente la sonrisa. Ella hizo un
mohín pero dejó de mala gana la habitación. Di un portazo detrás de ella y me recosté en ella, pasando mis
manos por mi cabello bruscamente. Estaba acostumbrado a que me tiraran los tejos. Eso no era nada
nuevo. No estaba acostumbrado a rechazar a alguien.
El resto de la mañana pasó rápidamente y pronto estaba ansioso a la espera de Emma. Los
estudiantes entraron en línea, platicando durante algunos minutos antes de tomar sus asientos. Emma no
estaba entre ellos. Cerré la puerta y empecé la lectura. Eché un vistazo hacia la puerta y la vi. Ella sonreía
y sabía lo que quería.
—Señorita Townsend, véame después de clases. —Sus mejillas ardían rojas. Me alegró que había
planeado algo que no me obligaría a distraerme de ella—. Todos, quiten las cosas de sus escritorios para el
examen del capítulo. —Este trabajo de cierre de fin de año ya no significaba gran cosa, pero era importante
mantenerlos a raya. Rodee mi escritorio y me senté, esperando que los papeles fueran a la fila de atrás.
Envíe un mensaje de texto rápido a Emma.
«Sé cómo castigarte».
La miré mientras leía sobre su teléfono, entonces sus ojos se dispararon para encontrarse con los
míos. Ella mordió su labio y sentí que mi cuerpo se ponía rígido mientras otras partes de mi reaccionaban.
«Desliza el teléfono entre tus piernas y déjalo ahí».
«Ahora».
Ella vaciló pero hizo lo que le dije, deslizando el teléfono entre sus muslos. De nuevo envié un
mensaje y vi cómo sus ojos se abrieron como platos. Sus manos agarraban el borde de su escritorio
mientras que el placer vibraba a través de ella. No pude evitar sonreír, deslizando mi mano bajo el
escritorio para frotarme. Golpee para enviar de nuevo y vi caer su boca abierta, sus ojos rogándome por su
dulce liberación. Lamí mis labios, deseando probar los suyos. Envié otro y otro, presionando más duro
contra mí mientras crecía incómodamente rígido.
Tocaron a la puerta y sus ojos se dispararon salvajemente hacia ella. Aclaré mi garganta, haciendo mi
mejor esfuerzo por no sonar excitado.
—Adelante —Me ajusté para esconder mi creciente excitación y me incorporé, esperando a que se
abriera la puerta. Nada podía prepararme para el dolor desgarrador que se hundió en la boca del estómago
—. Abby. —Estaba en la incredulidad. La mujer que había ocasionado todo mi dolor entraba sin prisa como
si el mundo le perteneciera.
—Will —dijo con frialdad. El sonido de su voz me hacía sentir enfermo. Me puse de pie en un salto y
rápidamente la acompañé afuera, esperando conseguir alejarla lo más posible de Emma. Eché un vistazo
sobre mi hombro. Emma se veía dolida, como si supiera exactamente quién era, pero eso no era posible.
Cerré la puerta detrás de nosotros y pasé mis manos por el cabello.
—¿Qué quieres? —Me aseguré de que entendiera que no estaba feliz de verla. Ella sonrió un poco.
—¿Cómo estás? —preguntó.
—¿Qué coño te importa? ¿Cuándo te ha importado alguna vez? —repliqué, la ira corriendo a través de
mis venas. Quería lastimarla. Quería hacerla rogar que me detenga. Ella tragó duro y se acercó más. Las
puntas de sus dedos recorrieron mi mandíbula. Cerré los ojos, dejándome disfrutar su toque por un breve
momento antes de agarrar su muñeca y apartarla.
—¿Me extrañaste? ¿Nos extrañaste en absoluto? —Se veía confundida. No tenía idea de cuánto dolor
me había causado. Posiblemente era más retorcida y jodida de lo que alguna vez lo fui.
—¿Por qué estás realmente aquí? —Estaba destrozado con mis propias palabras. Ella y yo sabíamos
por qué estaba realmente aquí. La puerta se abrió y los estudiantes empezaron a serpentear a nuestro
alrededor. Estábamos allí de pie en silencio, mientras ellos seguían con sus vidas. Me encerré en mi
pasado, torturado.
El pasado y el futuro colisionaron una vez que Emma caminó a través de la puerta. Sus ojos buscando
los míos.
—Emma, podemos discutir tu tardanza otro día. —Sabía que tendría que explicarle todo. Abby la miró
y después sus ojos permanecieron bloqueados en los míos.
—No. Ella puede quedarse. Me gustaría conocer a la mujer que está follando con mi esposo. —Abby
era dura y cruel. No muy diferente del hombre en que me había convertido. Emma agarró su estómago
como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Quería envolver mis brazos a su alrededor. Ella se
me quedó mirando con impotencia, suplicándome en silencio que le diga que todo era una mentira—. Oh,
¿ella no lo sabía? —dijo Abby con una risa. Me enfoqué en su garganta. Quería estrangular la risa de ella.
—Ve —espeté, haciendo señas para que regresen al aula. Eché un vistazo por el pasillo para
asegurarme de que nadie había visto el intercambio. No podía haber ningún testigo, sólo en caso de que no
todos dejaran la habitación. Los ojos de Emma se dispararon en los míos, dolidos. Me odiaba a mí mismo en
ese momento. Ambas se dirigieron hacia el interior y esperaron por mí.
—No estoy aquí para arruinar tu diversión, Will. Sólo vengo por lo que es mío —explicó, recostándose
contra mi escritorio. Agarré mi cinturón, queriendo inclinarla sobre él y suplicarme que la perdonara.
—No te debo nada. —Me esforcé para mantener mi voz baja, así nadie se alarmaría.
—Lo siento. ¿Dijo usted que era su esposa? —La voz de Emma estaba agitada.
—Ex esposa —respondí antes de que Abby pudiera abrir la boca. Ella asintió lentamente pero podía
decir que estaba teniendo problemas para procesar la nueva información. Hace sólo unos momentos
estaba al borde del éxtasis, ahora su corazón estaba siendo aplastado. Los ojos de Abby quemaron en los
míos. Tuve que apretar mis puños para no reaccionar. Abby, una vez una de las mujeres más hermosas del
mundo ante mis ojos, ahora parecía un animal gruñendo. Se puso fea por la codicia.
—¿Realmente quieres que tu pequeño secreto salga a la luz? —Sus ojos bailaban entre nosotros—.
Imagina lo que los otros profesores dirían. Imagina… lo que tu padre diría. —Era tan enferma y retorcida
como lo había sido en aquella época. No se preocupaba por mi o por mi felicidad. Yo no me preocupaba por
mí, pero no dejaría que lastimara a Emma.
—¿Es esto lo que quieres? —Emma se esforzó por sonar más segura. Abby le sonrío pero volvió hacia
mí.
—Sabes lo que quiero, pero dado que no va a pasar, un par de millones podrían cubrirlo. ¿No lo crees,
Will? —Su sonrisa se ensanchó pero sus ojos estaban muertos.
—¿De dónde demonios va a sacar ese dinero? —replicó Emma, sin dejar que Abby ignorara su
presencia.
—Bien —respondí, entrecerrando mis ojos. Abby se enderezó, sintiendo como si hubiera ganado—.
Luego, te vas de una maldita vez de mi vida. Y nunca más quiero verte.
—Tienes mi número. —Me guiñó un ojo, pero era para que Emma lo viera. Ella empujó entre nosotros
y se fue.
Le eché un vistazo a Emma. Sus ojos abiertos en conmoción. Me acerqué a ella pero levantó una
mano enfrente de mí.
—No —dijo. La palabra era como las uñas en un pizarrón. Me esforcé por no inclinarla.
—Fue hace mucho tiempo.
—¿Qué tanto? Acabas de salir de la universidad y ella… ¿qué edad tiene? —Un millón de preguntas
más acechaban detrás de sus ojos.
—Ella era mi profesora de matemáticas en la preparatoria.
—Y tú… ¿te casaste con ella? —Hasta en su tristeza… era hermosa. Me acerqué a ella.
—La amaba —confesé. En ese entonces sabía cómo sentir. Es por eso que Abby era capaz de
lastimarme tanto. Emma parecía que estaba a punto de derrumbarse bajo el peso de mis secretos. Se
recostó en el escritorio detrás de ella para apoyarse, después se empujó para pasarme. Agarré su brazo,
deteniéndola.
—Necesito salir de aquí. —Con sus ojos llorosos y yo sabía que estaba usando toda su fuerza para no
dejarme ver cuán dolida estaba.
—Iré contigo. —Busqué en sus ojos por un momento antes de liberar su brazo. Tenía que asegurarme
que entendiera. No podía perderla. No voy a perderla. Agarré mis cosas y salí al estacionamiento para
esperarla. Nadie podía vernos salir juntos.
Mientras ella venía por la puerta, observé cada movimiento. Ella estaba triste, su cabeza colgando,
sólo levantó la vista hacia mí por un segundo para encontrarse con mi mirada. Viéndola en su espejo. Tenía
que hacerla entender. Tenía que hacer que me crea sin importar lo que cueste. Nadie se va a interponer
entre nosotros. Ni la escuela, ni Jeff y definitivamente, ni la jodida Abby. Emma era mía. Ahora que la tenía
nada nos iba a separar. Nada.
25
Traducido por Magdys83
Mientras nos deteníamos en mi casa, mi corazón empezó a acelerarse. ¿Y si cambiaba de opinión? ¿Y
si me decía que me fuera a la mierda y nunca me acercara de nuevo a ella? Golpee el botón en mi visera y
se abrió la puerta del estacionamiento. Ella metió su auto lentamente. Vi a mi alrededor en la calle vacía y
me metí después de ella, cerrando la puerta detrás de nosotros.
Salí de mi auto y la vi salir lentamente. Me dirigí a las escaleras, deteniéndome para que ella se
acercara. Mientras lo hacía, me acerqué con ella por detrás de mí. Cada paso se sentía como si estuviera
más cerca de perderla. Abrí la puerta y la dejé pasar delante de mí. Ella vio a su alrededor como si nunca
hubiera estado allí antes. Como si todo fuera diferente. Tragué duro.
—Te diré todo lo que quieras saber. —Busqué sus ojos, tratando desesperadamente de descubrir lo
que estaba pensando.
—¿Todavía la amas? —Su voz tembló bajo el peso de sus palabras.
—No lo sé. —Mentí. Sabía que la odiaba más que a nada en este planeta. Lo que no sabía era lo que
sentía por Emma. Me sentía atraído por ella. Quería desesperadamente devorar cada parte de ella como el
fuego. Lo que no sé es si eso era amor. Había sido mucho tiempo desde que sentí algo por alguien además
de odio.
Me acerqué a ella. Su espalda se enderezó mientras me estiraba para colocar la palma de mi mano
en su mejilla. Podía sentir el calor elevarse de su piel delicada. Ella se apoyó en mi mano, cerrando sus
ojos. Mía. Sabía exactamente lo que tenía que decir para retenerla. Estaba escrito por toda su carita triste.
—Sé que te amo más. —Las palabras me asustaron mientras las decía, una emoción que no anticipé.
Sus ojos se abrieron de golpe y buscaron en mi rostro, tratando de descubrir si me había escuchado
correctamente—. Te amo. No estaba seguro de que fuera posible que de nuevo alguien más me importara,
pero no puedo negar lo que siento por ti. —Un lobo exhibiéndose alrededor con ropa de oveja, provocando
a jugar al ciervo. Me incliné lo suficientemente cerca que podía sentir su calor—. Respira —susurré. Lo hizo
como le dije. Sus ojos siguieron buscando en los míos y sin hablar—. ¿Qué más quieres saber? —Traté de
esconder la frialdad en mi voz.
—Creo que dijiste todo lo que necesitaba escuchar. —Sus palabras me derritieron. Sonreí y la besé,
desesperado por sentirla. Había una pasión nueva en ella que yo quería. Quería todo lo que pudiera darme.
Envolví ms dedos en su cabello y tiré, sosteniéndola contra mi boca mientras dejaba que la otra se
deslizara por la curva de su columna vertebral. Su cuerpo se derritió contra el mío. Ella se empujó contra
mi pecho, sus manos subiendo a mi cuello. La dejé tocarme. Ella necesitaba saber que yo estaba allí y que
no iba a ir a ningún lugar—. Hazme el amor —jadeó.
La levanté y la llevé a mi habitación. Todavía no podíamos ir al piso de arriba. Era demasiado pronto.
Tenía que volver a empezar con ella más lentamente. Nos quitamos la ropa y las lanzamos a un lado.
—¿Estás segura que esto es lo que quieres? —No tenía que preguntar. Sabía por la forma en que me
besó, la mirada en sus ojos. Le pregunté por su beneficio. Ella necesitaba sentir el control a pesar de que
era una mentira.
—Sí, señor —gimió. La besé, necesitando probarla. Obteniendo lo que quería, dándole lo que ella
necesitaba.
—¿Qué quieres que te haga?
—Bésame… aquí. —Sus dedos se envolvieron en mi cabello y tiró, guiándome hacia sus pechos.
Arqueó su espalda, empujando en mi boca. Ella estaba amando el control, el poder. ¿Cómo podría no
gustarle? No había una sensación más grande. Ni siquiera el amor. Tracé pequeños círculos sobre ella,
dejando deslizar a mis dientes en su pezón. Ella gimió en voz alta. El sonido vibró en su pecho, contra mis
labios.
—¿Dónde más? —jadeé, levantando la vista hacia su rostro, retorcido con placer. Ella agarró mi
cabello y me guio más abajo. Lamí mi camino hacia su estómago, hundiendo mi lengua en su ombligo.
Mantuve mis ojos en ella, viéndola morder su labio y esforzándose por mantener el control.
—Por favor —suplicó mientras respiraba contra su sexo. Rogándome. Pura perfección sumisa. El que
ella tenga el control era una ilusión. La besé en el interior del muslo. Su espalda arqueada de nuevo. Sonreí
contra su piel. Lentamente, me acerqué, deteniéndome un momento antes rozar mi lengua a través de su
centro. Ella empujó contra mí, casi perdiendo el control. Lamí una y otra vez mientras sus caderas se
movían con el ritmo de mi boca. Deslicé un dedo en su humedad caliente mientras seguía. Ella cerró el
puño en las sábanas, tratando de evitar despegarse de la tierra. Deslicé otro e incrementé mi velocidad.
—Córrete para mí —ordené. Su cuerpo obedeció inmediatamente, apretándose a mi alrededor. Ella
gimió mientras rodeó sus caderas, follando a mis dedos. A medida que su cuerpo empezó a calmarse me
subí encima de ella, empujando mi polla contra su entrada—. Me perteneces, Emma. —Se me quedó
mirando con las mejillas sonrojadas. Impulsé mis caderas así rozaría en sus pliegues. Ella jadeó cuando la
réplica de placer disparó a través de ella—. Dímelo —empujé, deslizándome lentamente dentro de ella.
—Te pertenezco —respiró. Me empujé duro en ella, reclamando lo que era mío. Mío.
—Chica buena. —Respiré en su oído, dejando mis dientes rozar el lóbulo de su oreja. Sus manos
hicieron un trazo por mi espalda, sus uñas raspando mi piel. Me moví más rápido, más duro.
—Te amo. —Su voz era mi perdición. Mi cuerpo tembló y convulsionó mientras ella se apretaba
alrededor de mi polla. Me derramé dentro de ella, mi Emma.
Me relajé contra ella, rozando el cabello de su piel besada por el sudor. Nada más importaba. La tenía
y no iba a dejar que nadie me la quitara.
26
Traducido por LizC
Mantuve mi posición encima de ella mientras escuchaba su respiración tornarse más tranquila y
lenta. Finalmente, se hizo más pesada y sabía que ella se había dormido debajo de mí. La besé suavemente
en la frente y me deslicé fuera de la cama. Agarré mis pantalones y me los puse, mirando hacia atrás en
Emma, quien no se había movido.
Me acerqué a la cocina y me serví un vaso de bourbon antes de llamar a Stephen.
—Tenemos un problema. —Arremoliné mi bebida en el vaso antes de ingerirla de un trago,
disfrutando del ardor.
Stephen suspiró pesadamente en mi oído.
—Está de vuelta. —No era una pregunta. Simplemente estaba pronunciado su peor temor.
Me serví otro trago, asintiendo para mí.
—Está de vuelta. —Bebí de nuevo mientras mis ojos se quedaban fijos en la puerta de la habitación,
escuchando cualquier sonido proveniente de Emma.
—No puedes dejarla destruir todo lo que tengo. Todo lo que tienes. —Sabía que tenía la atención del
alcalde.
—Es por eso que llamé. —Acerqué la botella a mi boca.
—Estaré allí en diez minutos.
Oí la línea cortar. Arrojé mi teléfono en el mostrador y apoyé la cabeza en mis manos. Emma gimió en
su sueño. Me dirigí de vuelta a mi habitación y miré. Ella seguía durmiendo pacíficamente a medida que mi
mundo empezaba a desmoronarse a mí alrededor. Suspiré y cerré la puerta del dormitorio lentamente.
Stephen llegó justo a tiempo. Lo dejé entrar y le di un gesto hacia la habitación, de modo que supiera
que debía hacer silencio. Le expliqué mi relación con Emma y él me miró con desaprobación, pero no lo
dijo.
—¿Por qué está de vuelta? ¿Es por dinero? ¿Va a decir algo? —Él estaba en pánico. Podía simpatizar
con él. Esa noche en nuestro hotel hace unos años atrás colgaba fresca en mi mente.
A Abby siempre le ha encantado el poder que tenía sobre mí. Al menos, el poder que ella pensaba
que tenía sobre mí. A decir verdad nunca he sido alguien de escuchar a los demás. Había conocido a
Stephen en el décimo grado. Estaba muy metido en la cocaína para adormecer el dolor, o la falta de
sentimientos. Me la pasaba en un parque a unas cuadras de mi casa, vendiendo algo de coca a un lado. La
miseria ama la compañía. Stephen estaba paseando a su perro un día cuando este se soltó. Lo vi
precipitarse a través del parque. Salté de la vieja mesa de picnic de madera y lo perseguí. Pasamos juntos
casi todos los días después de eso. Compartí mis drogas y él me dio alguien con quien hablar. Para hablar
realmente.
Cuando empecé a ver a Abby, él se puso celoso y distante ya que me la pasaba todo mi tiempo libre
con ella. Una noche, me llamó a altas horas, llorando y balbuceando incoherentemente. Me preocupaba
que se hubiera metido en alguna cosa mala, así que le pedí a Abby que me llevara a un hotel en el que él y
yo a menudo nos quedábamos cuando nos íbamos de juerga.
—Espera en el auto. —La miré por un momento para asegurarme que lo hiciera. Abby se vio
aterrorizada, en parte se debió probablemente a las drogas. Ella asintió y yo salí del auto y me dirigí a
través del estacionamiento oscuro. Vi a Stephen a medida que él salía de las sombras. Sus ropas estaban
torcidas y estaba al borde de una completa crisis.
—Amigo, ¿qué mierda está pasando? —le pregunté mientras él me miraba con terror. Abrió la puerta
y yo entré, escaneando el estacionamiento antes de cerrar la puerta detrás de nosotros. Allí estaba. El
comienzo de nuestro fin. En el centro de la cama doble yacía una chica. Llevaba el cabello anudado y
enredado. Su piel lucía de un gris pálido—. ¿Qué carajo hiciste?
Apenas podía hablar. Tenía la boca muy seca. Corrí al lado de la chica y puse mis dedos en su cuello.
Al principio no sentí nada. Lo miré fijamente, los ojos de él fijos en los míos.
—Mierda. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué es? —Él estaba perdiendo el control de sí mismo.
—Creo que sentí algo. —Allí estaba, un pequeño retumbar sordo debajo de las yemas de mis dedos—.
Tiene que ir al hospital.
Su mano voló de su boca a través de su cabello. Salté de la cama hacia él, apoyándolo contra la
pared.
—¿Qué crees que va a decir? —Clavé mis ojos en él, esperando que estuviera lo suficientemente
sobrio como para escuchar—. ¿En dónde crees que ella va a decir que estaba? ¿Con quién estaba?
Sabía que no había nada que la detuviera de implicar a Stephen. Él era débil y no le llevaría nada de
tiempo cantar mi nombre como un canario. Sus manos cayeron a los costados cuando lo pensó. Se quedó
mirando en la nada. Retrocedí, apartándome de él lentamente y me volví hacia la cama. Le aparté el
cabello del rostro a la chica y tomé una almohada. Ella no luchó, no se movió en absoluto. La sostuve allí
sobre su boca y esperé. Desafortunadamente, ese fue el momento en que Abby decidió a buscarnos. Se
detuvo en la puerta, aterrada, y drogada. Su cuerpo presionado firmemente contra la madera antes de
deslizarse de vuelta a la oscuridad. Asentí hacia Stephen y fui tras ella.
Cerré la brecha entre nosotros rápidamente. Cuando llegaba a su auto fui capaz de agarrarla por la
muñeca y girarla frente a mí. Su espalda estaba contra la puerta mientras miraba mis ojos en estado de
shock. Por primera vez no vio nada devolviéndole la mirada. Yo estaba mucho más allá de lo que la cocaína
podría haberme drogado alguna vez. Estaba en control.
No fue fácil, pero fui capaz de convencerla de que yo podía ayudarla a cambio de su silencio. Dejé
pistas alrededor de modo que incluso los más negligentes de los padres serían capaces de averiguar que
llevaba una aventura con mi maestra. Mi padre, predecible como siempre mordió el anzuelo. Ofreció a Abby
dos millones de dólares para no verme de nuevo. Ella lo aceptó sin dudarlo. En realidad me había gustado
Abby.
Ella mantuvo su palabra y nunca le dijo nada a nadie. Desapareció de mi vida y Stephen y yo fuimos
a la universidad. Finalmente a Abby se le acabó el dinero y su adicción a la coca solo aumentó. Ella me
encontró y pidió más. Era un patético y triste desastre. No le daría más dinero. En su lugar, me ofrecí a
cuidar de ella si se quedaba conmigo.
Funcionó durante unos meses. Su hábito había disminuido hasta solo drogarse una o dos veces a la
semana. Finalmente pudimos conseguir dejar en el pasado todo lo que había sucedido. Una noche ella se
hizo una prueba de embarazo y resultó positiva. Fuimos directamente a Las Vegas y nos casamos y ella juró
no tomar ninguna droga de nuevo.
Tres semanas más tarde la encontré en el baño, encajada entre el inodoro y la bañera. Estaba fría y
sudorosa y sus muslos estaban manchados de sangre.
No pudo resistirse a las drogas. Y yo no la había visto desde entonces. No hasta hoy.
Miré a Stephen en su traje de chaqueta y su cabello perfectamente peinado. Había dejado el pasado
donde pertenece para convertirse en un alcalde muy respetado.
—Quiere dos millones —le digo mientras nos sirvo a ambos una bebida. Stephen la bebió
rápidamente, jadeando mientras ardía en su garganta. Le hice señas para que se una a mí en la sala de
estar. Nos sentamos, mirándonos el uno al otro durante unos minutos.
—Puedo ayudar, pero, Jesucristo… ¿dos millones? —Su rostro se contrae mientras trata de llegar a un
plan—. ¿Cómo podemos hacer que se vaya?
La puerta de la habitación chirrió y ambos nos dimos la vuelta para ver a una Emma preocupada
usando nada más que una camisa. Se dirigió hacia la sala de estar, ajena a nuestra presencia. Me puse de
pie y sus ojos se encontraron con los míos, luego fueron a Stephen.
—Esta es Emma —digo, dando a Stephen una mirada dura. Emma tiró de su camisa mientras se
sonrojaba de un hermoso color rosa—. Emma, este es el alcalde Locklin.
—Un placer —dijo Stephen, tratando de no mirarla fijamente.
—Voy a… —Su voz se apagó, con vergüenza. Ella se fue de nuevo a mi dormitorio y cerró la puerta.
Me volví a Stephen, mi expresión tornándose seria.
—Ella no puede saber —susurré. Stephen asintió. Sabía las consecuencias si alguien se enteraba. La
puerta se abrió de nuevo—. Emma —la llamé para que se uniera a nosotros.
—Mierda —murmuró y se mordió el labio a medida que venía a mi lado. Saqué su labio de sus labios
con mi dedo pulgar.
—Siéntate. —Ella se sentó en el sofá.
—Emma. —El alcalde asintió hacia ella a modo de saludo.
—Alcalde Locklin —contestó ella, agachando la cabeza de modo que él no viera su vergüenza.
—Por favor, llámame Stephen —respondió él y ella comenzó a relajarse.
—Stephen —repitió. Me senté a su lado y puse mi mano en su rodilla. Mía.
—Stephen es un viejo amigo mío de la universidad. También me debe un favor, lo cual lo hace digno
de confianza. —Le sonreí a ella, tratando de hacerla sentir más cómoda.
—Bueno, ¿cómo propones deshacernos de tu ex esposa? —preguntó Stephen casualmente, sin tener
cuidado de sus palabras. Le lancé una mirada de advertencia cuando sentí a Emma deslizarse a un lado
junto a mí—. ¿Qué carajo? —gritó Stephen en estado de pánico.
Sacudí a Emma, orando que se despertara.
—¡Emma! —La sacudí. Ella se tensó pero no abrió los ojos—. ¡Busca un poco de agua! —le grité a
Stephen. Él corrió a la cocina y llenó un vaso, volviendo con él hasta mí. Eché un poco de agua en su cara y
sus ojos empezaron a revolotear.
—¿Qué pasó? —preguntó ella, mirando a su alrededor, confundida.
—¿Eres narcoléptica? —preguntó Stephen, viéndose realmente asustado.
—No —respondió ella, tirando de su camisa. Puse mi mano sobre su hombro para calmarla.
—No nos referíamos a deshacernos de ella de ese modo. —Tuve que contener la risa. Era
exactamente lo que queríamos decir—. Solo tenemos que encontrar la manera de hacer que no vuelva una
y otra vez, una vez que se le haya pagado. —Froté su rodilla, tratando de asegurar que ella me creyera.
Miró a Stephen.
—Claro, bueno, necesitamos negociar los términos y hacer que tu abogado hable con ella. ¿Estás
seguro que esto se trata de dinero y no de alguna clase de venganza? —preguntó, sus ojos fulminándome.
—No, no. Ella fue la que me rompió el corazón, ¿recuerdas? —Lo miré furioso. Él estaba diciendo
demasiado.
—Sí, lo sé. Solo necesitaba asegurarme que no hubiera nada más que pudiera surgir después. —Se
puso de pie y yo me levanté del sofá—. Debería ser un arreglo bastante sencillo. ¿Estás seguro que quieres
pagarle? Siempre puedes dejarla decir lo que quiera. No es como si necesitaras el trabajo de profesor.
Me pasé las manos por el cabello y asentí. Sabía que él estaba realmente preguntando si yo pensaba
que ella iba a llegar hasta el final. Si ella soltaría todo.
—Sabes que no puedo dejar que esto se haga público. Nunca escucharía el final de esto por parte de
mi padre.
—Te ayudaré en todo lo que pueda. Te debo demasiado —respondió Stephen, tendiendo la mano. Las
estrechamos y el alcalde hizo un gesto a Emma cortésmente antes de salir. Lo seguí y cerré la puerta.
—¡Podías haberme advertido que tenías compañía! —Ella me golpeó juguetonamente en el brazo.
—Podías haberme advertido que te desmayabas con tanta facilidad. De haber sucedido en el
dormitorio, habría pensado que te maté. —Mi mente regresó al hotel.
—Lo siento. —Ella miró hacia abajo a sus pies. Me acerqué, llevándola a mis brazos y apretándola con
fuerza—. ¿Puedo preguntarte algo?
Tomé una respiración profunda, mis brazos tensándose.
—Pregunta.
—¿Qué hiciste por el alcalde para que sienta que te debe? —Levantó la vista y me miró.
—Si no fuese por mí, nunca habría conseguido pasar la universidad. Fui su tutor, lo ayudé a mantener
el rumbo. —Le sonreí y la apreté más cerca.
—Y yo aquí pensando que lo ayudaste a enterrar a una prostituta o algo así —bromeó ella. Me reí y
permanecí sobre ella.
—No, las prostitutas muertas no comenzaron a apilarse hasta después de que él se convirtió en
alcalde.
Se mordió el labio y me dio una palmada juguetona en el pecho.
—¿De dónde vas a sacar la cantidad de dinero que está pidiendo con el sueldo de un profesor? —
preguntó ella. La solté y pasé las manos por mi cabello. Ella estaba haciendo demasiadas preguntas.
—Mi padre. De hecho, él es la razón por la que ella y yo no duramos en primer lugar. —Negué con la
cabeza—. Abby comenzó a darme clases privadas en mi último año. Yo era más de salir con mis amigos y
meterme en problemas. No tomaba mis calificaciones en serio. Una noche, una cosa llevó a la otra. Te
ahorraré los detalles, pero mi padre se enteró de que nos estábamos viendo. Fue a Abby y le ofreció dinero
para permanecer lejos de mí. —Me quedo mirando fijamente a la pared—. Ella lo tomó y nunca miró hacia
atrás. Para colmo de males, empezó haciendo alarde de un tipo nuevo en la ciudad. Dondequiera que fuera
los veía juntos. No fue hasta la universidad cuando ella me llamó y me rogó que fuera a verla. Salimos
durante unos meses. —Miré hacia el suelo—. Corrimos a Las Vegas en un capricho y nos casamos. Todo era
perfecto otra vez hasta que me enteré de que mi padre le había pagado. Me rogó que me quedara con ella,
pero no pude. Ahora quiere hacer mi vida miserable. —La miré a los ojos para medir su reacción.
—Lo siento mucho. —Ella dio un paso más cerca, pero puse mi mano en alto para detenerla.
—No quiero que me tengan lástima, Emma. Eso fue hace mucho tiempo atrás. Solo quiero a esa perra
fuera de mi vida de una vez por todas.
—Entonces, si tu padre es rico, ¿por qué estás trabajando como profesor?
—No lo sé. Hice de tutor durante la universidad y realmente lo disfruté. Había algo realmente
gratificante al ver esa expresión en el rostro de alguien cuando entiende algo nuevo. —Sonreí—. Además,
me gusta estar en control, pero estoy seguro que ya te has dado cuenta de eso. No quiero volver a salir
lastimado así nunca más. —Paso mis dedos a lo largo de su mandíbula y le doy una palmada juguetona en
su trasero con la otra mano.
—¡Ay! —Ella saltó y empujé su cuerpo contra el mío.
—Creo que he respondido suficientes preguntas por hoy. —Corrí mi pulgar por su labio inferior.
Pasamos las próximas horas en la cama juntos.
—Ve a tomar un largo baño agradable. Voy a prepararnos algo de comer. —Le di un beso rápido en la
frente y me dirigí a la cocina para preparar algo de comer.
—¡Eso huele delicioso! —dijo mientras se sentaba en la isla de la cocina y retorcía su cabello mojado
en un moño.
—Gracias. —Coloqué un plato delante de ella. Ravioli de queso en salsa de hongos. Uno de mis platos
favoritos. La observé limpiar su plato, aunque apenas puedo soportar comer un bocado.
—¿No tienes hambre? —preguntó, sacándome de mis pensamientos.
—Solo estaba pensando en cómo el dinero cambia a las personas. —Mentira. El dinero no cambia a
las personas. O eres bueno o eres malo, generoso o codicioso, dominante o sumiso. Sus cejas se fruncen
mientras ella piensa en ello.
—No te haría eso. No soy ese tipo de persona. No soy ella —dijo, poniendo su mano sobre la mía. Ella
pensaba que yo estaba hablando de Abby. Entrelacé mis dedos con los suyos y le di un apretón. Después
de un momento, ella soltó mi mano y se fue al dormitorio. Volvió a aparecer con su teléfono celular
presionado a su oído.
27
Traducido por Vanehz
—¿Tía Judy? No voy a estar en casa esta noche.
Me sonrió. Terminó la llamada y bajó el teléfono, levantando una ceja hacia mí. Se giró y caminó
hacia el elevador. Entró y desapareció tras las puertas.
Me levanté de mi banca y llevé los platos al lavabo. Agarré el bourbon y tomé serví una rápida bebida
mientras pensaba en Emma sola, escaleras arriba. Sonreí y vacié mi copa, bajándola otra vez sobre el
mostrador. Caminé hacia el elevador. Mi pulso empezando a acelerarse a medida que me acercaba. Las
puertas se abrieron y me di un minuto para que mis ojos se ajustaran. Entonces la ve. Desplegada sobre la
mesa y esperando por mí. La perfección. Empecé a desabrochar mi cinturón y bebí en su belleza.
—Ciertamente sabes cómo hacerme sentir mejor —dije, mientras deslizaba mis pantalones sobre mis
caderas. Pasé la siguiente hora torturando y probándola hasta que quería gritar.
—Dilo —susurré en su oído mientras me cernía sobre ella. Tiró contra las restricciones—. ¡Dilo! —
ordené.
—Te amo —gimió.
Me introduje en ella y gritó ante el repentino dolor. No desaceleré. Necesitaba esto y ella estaba
deseosa de dármelo.
—Te amo —susurré en su oído. Su cuerpo pulsaba y se apretaba a mi alrededor. Me introduje en ella
otra vez. Otra vez. Terminé cayendo lánguidamente encima de ella. Tracé besos sobre su rostro mientras
desataba sus muñecas. Una vez libre, sus brazos se envolvieron alrededor de mi cuello y sostuve mi boca
contra la suya.
Mi teléfono sonó en la oscuridad. Sus brazos me apretaron más fuerte.
—Tengo que responder. Puede ser mi abogado.
Sus brazos se relajaron y fui capaz de levantarme. Respondí al teléfono mientras la veía liberar sus
tobillos.
Mi abogado divagó en mi oído acerca de los beneficios. La vi deslizarse en sus ropas. Era
simplemente demasiado excitante cuando se las quitaba. Puse mi mano en la parte pequeña de su espalda
y la conduje al elevador.
—Me importa una mierda el dinero. La quiero fuera de mi vida.
Pasé mis manos a través de mi cabello.
—Si el dinero no la mantiene lejos, encontraré una solución más permanente. —Salimos del elevador
y Emma se dirigió al baño. Suspiré, aliviado por tener algo de privacidad.
—No hay nada que le impida regresar por más. No puedo ayudarte si no me dices qué está pasando.
—El señor Daniels estaba rogándome. Rechiné mis dientes.
—¿Para qué carajo te pago?
Gruñí y tiré el teléfono sobre el sofá. Me hundí, descansando mi cabeza en mis manos.
No oí a Emma acercándose. Sentí el sofá hundirse a mi lado y su mano frotando mi espalda. Me
enderecé y agarré su muñeca.
—No —siseé. Ella me miró como si la hubiera apuñalado en el corazón. Ella se echó hacia atrás y se
deslizó por el sofá.
—Está bien —susurró—. Hay muchas cosas en tu mente.
Sacudí mi cabeza. Estaba alejando a la única persona que quería proteger.
—Sé que no es justo para ti y lo estoy intentando, pero es difícil para mí estar cerca de la gente —
expliqué. Tampoco era seguro para mí acercarme a la gente. No para ellos de cualquier forma.
—Estoy aquí, sin importar el tiempo que haga falta. No voy a ninguna parte. —La miré a los ojos y
asentí—. Así que, ¿qué te dijo tu abogado?
Su rostro triste con preocupación.
—Él no cree que deba pagarle. Piensa que debería renunciar a mi trabajo.
Alejé la mirada, preguntándome si podría cambiar las cosas ¿Podría?
—¿Qué quieres hacer?
Se inclinó más cerca pero aún mantenía una razonable distancia entre nosotros.
—No sé. No quiero darle ni un jodido centavo más, pero no quiero dejar mi trabajo. Ella gana de
cualquier manera.
Lancé mis manos al aire. Debí haber dejado que se pudriera en aquel piso de baño. Hubiera muerto
pronto de no ser porque creí que el bebé podía ser salvado.
Sabía qué debía hacer pero no estaba seguro de poder encararla y no poner mis manos sobre ella.
Agarré mi teléfono y paseé por el piso mientras llamaba.
—Te conseguiré el jodido dinero, pero si alguna vez vuelvo a ver tu cara, o si te acercas a Emma voy
a matarte. —Quería decir cada palabra.
—Vas… yo… tú… no lo dices en serio.
Estaba al borde de las lágrimas. Si iba a hacerla llorar quería hacerlo en persona para poder ver.
Colgué el teléfono y me dirigí a mi habitación para recoger mis zapatos y mi chaqueta. Iba a ponerle fin a
esto ahora.
—¿A dónde vamos?
Al infierno, fue lo primero que cruzó mi mente. Emma estaba fuera del sofá y caminando hacia mí.
—Tú te quedas aquí. —No estaba de humor para debatir. Acuné su rostro en mis manos y traté de
suavizar mi expresión—. Voy a ir a pagarle a Abby y a sacarla de nuestras vidas.
La besé suavemente en la frente, sosteniéndola un segundo extra solo en caso de que fuera la última
vez. Quería matar a Abby. Quería asegurarme de que nunca fuera un problema otra vez.
—¿Has pensado ya dónde iremos después de la graduación? —pregunté, tratando de dirigir sus
pensamientos a otra parte. Ella pareció confundida—. ¿Qué?
—¿Todavía quieres ir?
Debió haber asumido que solo se lo pedí a causa de la nota. No tenía idea del otro esqueleto en mi
armario.
—Por supuesto. ¿Por qué no habría de hacerlo? Solo elige algún lugar cálido. Te quiero desnuda tanto
como sea posible. —Sonreí traviesamente y me giré para irme—. No le abras la puerta a nadie —le advertí
y cerré con llave.
Sabía que no podría matar a Abby, al menos no ahora. Habría dejado una pista, empezando con mi
abogado que se dirigía a mi puerta delantera. Yo habría usado un aproximamiento diferente.
Llamé a Stephen y le dije que me alcanzara. Moví el auto de Emma a la esquina mientras esperaba,
solo en caso de que alguien se detuviera por allí. Llegué momentos después y caminamos por la avenida.
Grupos se formaban, esperando para entrar en los clubes. Donde había fiesteros, había drogas. Aparqué y
caminé hacia dos jóvenes vagando en la esquina de una tienda de licores.
—¿Oigan, les queda? —pregunté con un asentimiento. Uno de los chicos caminó detrás de mí,
buscando a alguien que pudiera estar lo suficientemente cerca para oír. Regresó y asintió a su compañero.
—Sí, hombre. ¿Cuál necesitas?
Sequé mi nariz para hacerlo más creíble. Había hecho esto muchas veces en el pasado y sabía cómo
jugar el juego.
—Engánchame una bola ocho.
Hicimos nuestro intercambio y lo metí en mi bolsillo rápidamente y me dirigí al auto de Stephen.
—¿Qué demonios? ¿Qué estás haciendo?
Estaba aterrado. No esperaba algo diferente de Stephen. Era yo el que siempre cuidaba de ambos.
—Voy a matarla con benevolencia —dije, dándole una mirada dura.
Partimos y no dijo otra palabra. Le envié un mensaje de texto a Abby y conseguí la ubicación del
encuentro. Sabía que sería un hotel ya que ella aún vivía en California. Cuan conveniente. Su mensaje de
regreso decía que estaba en el Motel Seaside. Estaba solo a algunas calles. Había estado allí una vez o dos,
antes.
Aparcamos en el estacionamiento mientras mi teléfono sonaba.
Era Emma.
—¿Qué pasa? —pregunté, mirando por encima a Stephen, quien pretendía estar distraído con algo
fuera del auto.
—¡Angela está aquí! —susurró con pánico.
Mierda. Probablemente vio mi auto escaleras abajo y pensaba que la estaba evitando.
—¿Tu auto está abajo? ¿Cómo tú…?
—Stephen me recogió. Él quería ir conmigo para el intercambio de dinero. Solo quédate en el interior
y en silencio. Ella se irá pronto.
Esperaba que no me cuestionara más. Stephen y yo estábamos en este lío juntos y no terminaría de
esa forma.
—Está bien. ¿Y qué hay de mi auto? —Podía oír a alguien tocando la puerta en el fondo.
—Lo moví antes de irme. Está estacionado al otro lado del edificio. Emma, lamento todo esto.
Esperé por una respuesta, apretando mi mandíbula.
—No te preocupes —dijo, y después de un momento, la línea murió. Stephen me miró por la
confirmación de que íbamos a seguir con esto. Asentí y salí del auto.
Entré por una de las puertas laterales y me dirigí a la habitación 213. Abby respondió, apoyándose
coquetamente contra la puerta, llevando una falda corta y un top blanco apretado. Sin sujetador. La miré
de arriba abajo y ella me sonrió antes de sostener la puerta abierta de par en par para qué entrara.
—Te he extrañado —ronroneó. Podía decir que había estado bebiendo. No me giré o respondí. Se
acercó por detrás de mí y deslizó su mano a mi alrededor, bajándola por mi estómago.
—¿Me trajiste algo?
Sabía que estaba ansiosa de poner sus manos sobre el dinero. No traje nada.
—Por supuesto que lo hice.
Me giré lentamente y saqué la coca de mi bolsillo.
—Por los viejos tiempos.
Sonrió. Levantó sus manos para negarse, pero mordió su labio y sabía que no tomaría mucho
persuadirla.
—Vamos, Abby.
Caminé más cerca.
—Si más no recuerdo, tú y yo tuvimos muy buenos momentos.
Sonrió y apartó el cabello de su rostro.
—¿Solo una probada? —pregunté, levantando una ceja. Ella rio y asintió con la cabeza.
—Buena chica.
Hice mi camino al vestidor y empecé a cortar líneas. Abby puso algo de música baja y nos estaba
sirviendo una bebida. Tomé mi copa y saqué un billete de cien dólares de mi billetera. Lo enrollé entre mis
dedos y se lo entregué.
—Las damas primero.
Rio y lamió sus labios, mirando en mis ojos. Sonreí de vuelta y acerqué más el billete a ella.
Lo tomó, como un niño excitado en Navidad. Sabía que una vez que lograra que empezara, no sería
capaz de parar. Ella miró de vuelta a mí una última vez, antes de desaparecer la línea tras ella. Se sentó,
tocando su nariz con la punta de los dedos mientras sus ojos revoloteaban.
—Gracias —dijo, mientras me pasaba el billete.
—No hay nada que no haría.
Sonreí. Ella no tenía idea. Tomé el billete de su mano. Había cometido al menos nueve crímenes ya,
hoy. Uno más no cambiaría nada. Mis pensamientos destellaron en Emma. La vi sonriendo, mordiendo su
labio. Cerré mis ojos y me incliné, esnifando mi línea rápidamente.
—¡Sí! —Abby envolvió sus brazos alrededor de mi cuello desde atrás—.Había extrañado esto. Nos
había extrañado.
No dije nada. Sostuve el billete sobre mi espalda para ella. Lo tomó sin vacilación. Su siguiente línea
se había ido en un instante mientras me hacía otro trago.
—Tu turno.
Sostuve mi bebida para señalar que ya estaba en medio de mi propia fiesta. Ella hizo pucheros,
sacando su labio inferior como una niña.
—Un vicio a la vez.
Bromeé y bebí de mi vaso.
—Sírvete.
Se encogió de hombros e hizo el siguiente para mí. Mientras se paraba, tambaleó hacia atrás, apenas
atrapándose antes de caer. La tenía donde la necesitaba.
—Me tengo que ir —dije, revisando mi reloj.
—Oh… no puedes dejarme aquí toda sola.
Sonaba desesperada. Patética. Cruzó la habitación, sacudiendo sus caderas y haciendo su mayor
esfuerzo para lucir sexy.
—La diversión está solo comenzando.
Sus brazos se envolvieron en mi cintura.
—Te lo compensaré. Ordenaré servicio de habitación. Cualquier cosa que quieras.
Un testigo para verte viva y sola. Sonrió ampliamente, incapaz de negarse a algo gratis. La guie al
teléfono y marqué por ella, pero le dejé hacer la orden. Sabía que nada le pasaría esta noche, pero era
importante cubrir todas las bases. Esperé hasta que colgó antes de dejar algo de dinero en su vestidor,
junto al resto de cocaína.
—¿No estás olvidando algo? —llamó tras de mí.
Me giré para ver sus dedos deslizarse sobre su pecho.
—Tomará algunos días juntar el dinero. No esperarás que cargue dos millones de dólares en mi
bolsillo ¿No?
Mordió su labio, luchando por enfocarse.
—Entonces. ¿Te veré otra vez? —preguntó, pasando su mano a través de su cabello.
—Lo que sea que tome.
Sonreí y me fui rápidamente, sabiendo que no sería capaz de resistirse a las drogas. Además dejé
suficiente dinero extra para conseguir más, si sobrevivía a esta noche.
Hice mi camino al auto de Stephen.
—¿Bien? —preguntó, sonando más en pánico que antes.
—Me ocupé de ello —dije, mientras conducíamos en el tráfico. Lucía como si hubiera visto un
fantasma.
—Tú no… —su voz falló, incapaz de decir las palabras.
—Está viva… por ahora —dije. No preguntó nada más, solo me llevó a casa.
28
Traducido por Vanehz
Encontré a Emma agazapada en el sofá. Deslicé mis brazos bajo ella y la levanté del sofá para
llevarla a la cama. Se estiró y bostezó.
—Shh… —susurré.
—¿Qué hora es? —preguntó, mirando alrededor.
—Pasadas las tres de la mañana.
La bajé en el centro de mi cama.
—¿Cómo fue todo? —Tiró las mantas sobre ella mientras me miraba quitarme la ropa. Pensé cómo
responder.
—Tiene el dinero. Todo está controlado.
Así era. Con el dinero que le di, Abby podía dar combustible a su adicción. Me deslicé en la cama tras
Emma, presionando mi cuerpo contra el suyo. Se relajó contra mí y derivó en el sueño momentos más
tarde. No fui tan afortunado. Me quedé despierto por otra hora o así, trazando la línea del hueso de su
cadera mientras me preocupaba qué pasaría a continuación. Cuando me dormí, tuve horribles pesadillas de
una vida sin Emma. Ella descubriendo mis secretos y nunca queriendo estar cerca de mí otra vez.
Temprano en la mañana, desperté con el sonido de mi teléfono vibrando contra la madera de la
mesita de noche. Me deslicé fuera de los cobertores y me puse mis jeans. Agarré el teléfono y fui a la
cocina para hacerme algo de café.
—¿Sí? —pregunté, frotando mis ojos por el sueño.
—Estoy preocupado de que este plan tuyo falle.
Stephen estaba en pánico y su voz sonaba como si hubiera dormido peor de lo que yo lo hice, sin la
coca para hacer sus pensamientos correr.
—Funcionará —dije, en voz baja mientras Emma giraba en la esquina. Puse mi dedo en sus labios
para mantenerla en silencio. Ella sonrió y fue a la alacena para conseguir una tasa para su café de la
mañana.
—¿Y si no lo hace?
Estaba suplicándome como un niño para que le diga que todo iba a estar bien. Ese monstruo en su
closet no era real, pero yo era el monstruo.
—Tienes mi palabra de que será resuelto —le aseguré. Emma alcanzó el azúcar que descansaba en el
mostrador frente a mí. Lo alejé fuera de su alcance y le di una sonrisa diabólica. Me hizo una mueca. Se
estiró otra vez y otra vez lo alejé. Levantó su cuerpo de modo que sus pies dejaron el sueño y se estiró otra
vez. Cerré la brecha entre nosotros, presionándome contra su espalda—. Te llamo después —dije a Stephen
y colgué. Bajé el teléfono y deslicé mis dedos por sus costados, agarrando sus caderas y tirando de ella
hacia mí.
Sus dedos agarraron el borde del mostrador. Lentamente metí mis dedos en sus bragas y las bajé. Me
incliné sobre ella y susurré en su oído.
—No te sueltes.
Presioné contra su entrada, lentamente dejándome deslizar dentro de ella. Me moví lentamente
contra ella. Aferrando los huesos de sus caderas. Gimió en voz baja.
—¿Te gusta cuando te follo lento y suave? —pregunté, diciendo las palabras a la par con mis
empujes.
—Sí, señor —gimió y su espalda se arqueó, permitiéndome ir más profundo. Lo hice—. Ahh… —
exhaló. Deslicé mi mano hacia arriba por la longitud de su columna y enredé mis dedos en su cabello,
tirando hacia atrás suavemente. Empecé a moverme más rápido, llenándola completamente—. Te sientes
tan bien dentro de mí.
Sus palabras ardían. Mi chica buena rogaba ser follada. Sus paredes se apretaban a mi alrededor,
enviándonos a ambos sobre el borde del éxtasis. Continué meciendo mis caderas hasta que el último
estremecimiento de placer rasgó a través de su cuerpo. Solté su cabello y descansó su cabeza sobre el
mostrador, exhausta. Retrocedí y admiré la hermosa vista. Traje mi mano hacia abajo por su espalda. Gritó
y arqueó su espalda. Rápidamente hundí mis dedos entre sus piernas y froté ligeramente sobre su
humedad. No había acabado con ella aún. Volví a apoyarme sobre ella y gentilmente mordí el lóbulo de su
oreja.
—Mmmm…
El sonido de deseo escapando de sus labios.
—Esto —dejé un dedo deslizarse dentro de ella y retrocedí—, me pertenece. —La froté lentamente en
pequeños círculos, una y otra vez.
—Sí. —Sus dedos se mantuvieron apretados en el borde del mostrador.
—Dilo. —Dejé mi dedo deslizarse de vuelta en su interior. Empujó hacia atrás contra mí, ansiosa de
más.
—Te pertenece —gimió.
Reí ante su repentina timidez.
—Tu coño me pertenece. —Deslicé un segundo dedo dentro de ella—. Dilo —susurré en su oído.
—Mi coño te pertenece.
Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Sonreí y deslicé mi otra mano alrededor de su cintura. La
froté por delante con una mano mientras la follaba con mis dedos por detrás con la otra mano. Se apretó
alrededor de mí, jalándolos más profundo mientras jadeaba, desmoronándose otra vez.
Agarré sus caderas separándolas del mostrador. Se inclinó contra él, soportándose a sí misma.
Deslicé su taza de café por encima de ella.
—El azúcar está en el mostrador. —Sonreí y fui a mi habitación para vestirme para el día.
La mañana pasó sin contratiempos. Angela no se había mostrado a trabajar hoy y muy poca gente
hablaba sobre el accidente de Jeff. Cuando llegó la hora de la clase de Emma, sentí como si el mundo ya no
peleara contra nosotros. La miré entrar en mi aula como un ángel que acabara de salir de las puertas del
cielo. Mi cielo. Me mezclé con los alumnos, respondiendo preguntas sobre la graduación por unos minutos,
pero mis pensamientos nunca la dejaron. La miré en cualquier momento posible, incluso tomándome un
momento para oler su dulce esencia en mis dedos. Un golpe vino a la puerta e inmediatamente miré a
Emma. Fue golpeada por el pánico. Pasé mis manos a través de mi cabello, preguntándome qué terminaría
mi hermosa fantasía. ¿El accidente de mi pasado, el choque de Jeff? ¿Angela, Abby?
Caminé hacia la puerta y me hice a un lado, viniendo a toparme con Angela. Era el menor de todos
mis males.
—¿Qué? —pregunté mientras pasaba mis manos a través de mi cabello otra vez.
—¿Puedo quedarme contigo? ¿Por unos días? —preguntó, metiendo su cabello nerviosamente tras su
oreja.
—Quédate con tu esposo.
No estaba de humor para esto.
—William… —su voz falló y no dijo nada más.
—Ni siquiera vengas a mi casa otra vez. No eres bienvenida allí.
Le advertí y regresé a mi aula. Continué mi lectura donde la había dejado, no dejando que mi mirada
cayera sobre Emma por mucho tiempo.
No se quedó después de clases. Hubiera querido que lo hiciera pero sería estúpido arriesgar lo que
teníamos cuando estaba tan cerca de ser capaz de estar con ella para siempre. Pasé a través de las últimas
entumecedoras clases sin un inconveniente.
Cuando el día finalmente llegó a su fin, no podía esperar para estar cerca de ella, por tocarla. Fui a mi
auto y escaneé el estacionamiento. Estaba justo deslizándose en su asiento. Saqué mi teléfono y le envié
un rápido mensaje.
«¿A dónde te diriges?»
Entré en mi auto y esperé.
«Casa».
«¿La mía?»
«Mi tía va a empezar a hacer preguntas si no me aparezco de vez en cuando».
Mientras mis ojos bailaban sobre sus palabras, Angela hizo su camino al lado de mi auto. Apreté mi
mandíbula, debatiéndome entre si llevarla arriba en querer quedarse conmigo, solo para poder deshacerme
de ella.
—Esto está empezando a bordear el acoso —dije, medio en broma.
—William, no trato de causarte ningún problema. Necesito ayuda. Ya no puedo quedarme con mi
esposo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Miré a Ema conducir sin mirarme. Mi corazón se hundió. Había
tenido suficiente de Angela molestándola.
—Ese no es mi problema.
Apreté mi mandíbula, tragándome las cosas que realmente quería decirle. Una lágrima escapó de su
ojo y su mandíbula tembló.
—Por favor, si nunca te importé para nada…
Rogaba. La fulminé con la mirada y su boca se cerró de golpe. Dio un silencioso paso hacia atrás de
mi auto y lo puse en marcha. La dejé parada sola en el lugar. Le envié un mensaje de texto a Emma, para
asegurarme de que no se hubiera hecho una idea equivocada.
«Angela no significa nada para mí. Lo sabes ¿cierto?»
«Emma, por favor, respóndeme».
«Maldición, respóndeme».
No respondió. Hubiera estado alegre de escucharla gritarme y gritarme a que me ignorara
completamente. Todo pareció colisionar junto a la vez. Tenía que verla, hacerlo correcto. Conduje hasta su
casa, estacionándome en el camino fuera del lugar.
Hice mi camino hacia la parte trasera de la casa así podría colarme en la ventana de su habitación,
pero ahí estaba ella, bronceándose al sol.
—Vas a quemar ese lindo trasero pequeño tuyo —dije, tomando la vista de ella descansando sobre su
estómago, pequeños retazos de tela cubriendo la mayor parte de sus partes privadas. Mía. Saltó ante el
sonido de mi voz y se volteó sobre su espalda.
—¿Qué estás haciendo aquí?
No trató de ocultar la irritación de su voz.
—No respondiste. Me preocupé.
Puso sus ojos en blanco. Me puso los jodidos ojos en blanco.
—Tú no me respondiste más temprano y no me ves actuando como una acosadora —siseó con enojo.
Sentí como si sus palabras fueran una bofetada en el rostro.
¿Un jodido acosador? ¿Era eso lo que era para ella?
—¿Estás enojada conmigo? —pregunté, hundiéndome sobre mis rodillas. Necesitaba hacer lo correcto
—. Ella no significaba nada para mí. Está tratando de lidiar con sus propios sentimientos. No quiere
quedarse con su esposo.
—No me importan sus problemas maritales. Ella atrajo eso sobre sí misma —disparó en respuesta.
Tragué duro. Estaba celosa.
—Muy bien.
—No estoy enojada contigo pero tienes que entender que todo esto es demasiado nuevo para mí. No
estoy exactamente segura de qué estamos haciendo aquí, pero sé que verte con Angela me asustó —
explicó.
No quería perderme. Me incliné más cerca, pasando mi mano sobre su lado y sobre la parte pequeña
de su espalda. Necesitaba tocarla, sentir que era real. Que aún estaba conmigo.
—No tienes nada de qué preocuparte. —Busqué sus ojos para que entendiera—. Nunca te heriré,
Emma. Lo prometo. No volveré a hablar con ella si eso es lo que quieres.
Estaba sobre mis rodillas rogándole que se quedara conmigo.
—No, confío en ti. Lo siento, solo me puse un poco celosa al verlos juntos. —Exhaló. Presioné mis
labios contra los de ella, dejando mi mano envolverse en su cabello. Me envolví alrededor de ella con
fuerza y apreté, queriendo no dejarla ir nunca.
—Pensé que ibas a dejarme —confesé. En ese momento me di cuenta de lo que ella significaba para
mí. Nunca podría, estaría sin ella.
—No voy a ninguna parte, William. —Se apartó para mirarme a los ojos—. Te amo.
La besé otra vez, queriendo beber sus palabras.
—Te amo demasiado, Emma.
Oí un ruido dentro de la casa. Ambos miramos en esa dirección.
—¡Vete! Te llamo después —dijo, besándome rápidamente. Me fui, no queriendo arriesgarme a ser
atrapado.
Caminé hacia mi auto y me senté por unos minutos, pasando mis manos a través de su cabello. Esta
chica iba a volverme jodidamente loco. No podía tener suficiente de ella. La deseaba más de lo que
necesitaba el aire que respiro. Mi teléfono se iluminó y vibró en el asiento junto a mí.
«Mi tía se fue por la noche».
Sonreí, y salí del auto, mirando alrededor para asegurarme de que nadie me viera. Caminé a su
puerta delantera y me deslicé dentro. Podía oír el agua corriendo de la ducha en el pasillo. Hice mi camino
hasta la puerta. Agarré la cortina de la ducha y lentamente la retiré, revelando la espalda de Emma,
goteando con agua. Inmediatamente me puse duro.
—Eres tan hermosa… —dije, mientras frotaba una mano sobre la parte delantera de mis jeans. Sonrió
sobre su hombro.
—¿Crees que podrías lavar mi espalda por mí? —preguntó, mordiendo su labio.
Sonreí y empecé a quitarme mi ropa. Entré tras ella, presionando mi longitud contra ella. Me estiré y
tomé la esponja de baño de ella y lentamente la deslicé hacia abajo por su cuello. Su cabeza cayó a un lado
y pasé la esponja hacia abajo sobre sus hombros, haciendo círculos hacia abajo por su pecho y sobre sus
pechos. Jadeó un rasgado aliento, causando que me moviera contra su trasero. Lo deslicé más abajo, por
su vientre y entre sus piernas. Ella gimió, poniendo sus manos sobre la pared en frente para sostenerse.
—Separa las piernas —ordené.
Deslicé la esponja contra ella, asegurándome de que mis dedos se rozaran contra ella. Jadeó,
empujando hacia atrás contra mi mano. Pasé la esponja hacia abajo por la longitud de sus piernas y me
aseguré de enjabonar cada parte de su cuerpo. Regresó el favor enjabonando mi cuerpo también. Sus
manos deslizándose sobre mi pecho y sobre los músculos de mi estómago. Trazó la forma en V de músculos
que conducía hacia abajo a mi miembro. La miré mientras sus ojos me devolvían la mirada, lavándome
hasta limpiarme.
Nos enjuagamos y salimos. Esperé que Emma me alcanzara una toalla mientras miraba mi propio
reflejo en el espejo. No reconocía a la persona en que me convertía pero no la odiaba tampoco. Empezamos
a secarnos y mi mirada cambió a ella.
—¿Qué? —preguntó, sus mejillas de una encantadora tonalidad rosa.
—Eres hermosa —dije, envolviendo mi toalla alrededor de mis caderas. Me estiré y tomé la de ella.
Empecé lentamente a secar las gotitas de agua que corrían por su piel. Sonrió y cerró los ojos, confiando en
mí completamente. Terminé pasándola por su cabello—. Perfecta —exhalé. La besé en la mejilla y envolví la
toalla alrededor de ella, metiéndola hacia adentro—. ¿Has pensado sobre a dónde quieres ir después de la
graduación?
Quería arrastrarla de este lugar.
—Bueno… —Caminó pasándome hacia su habitación—. ¿Estaba pensando en tal vez las Carolinas?
Dejó caer su toalla y agarró un par de bragas de su cajón.
—Estaba pensando fuera de los Estados.
La observé deslizar la prenda interior hacia arriba por sus piernas.
—No sé si eso sea una buena idea.
Me dio una mirada de reojo. Esa no era la respuesta que había anticipado.
—De acuerdo. ¿Qué tal la costa este? —pregunté, deslizando mi mano por su estómago desde atrás,
trazando besos por su hombro.
—Eso suena bien.
Echó su cabeza hacia atrás y besé su cuello mientras su mano buscaba tras ella. Envolvió sus dedos
en mi cabello, tirando gentilmente. Dejé mi mano correr más abajo, metiendo un dedo bajo la cinturilla de
sus bragas.
—¿William? —Se giró para mirarme—. ¿Confías en mí?
Era una pregunta cargada de significado. Lo hacía. No con todos mis secretos sino con mi corazón.
—Sí —susurré, buscando sus ojos. Se giró para darme la cara, colocando sus manos en mi pecho y
empujándome lentamente hacia atrás en su cama. Sintiendo el colchón tocar mis piernas, me senté,
mirando hacia arriba en sus hermosos ojos verdes.
Metió sus dedos en sus bragas y lentamente las deslizó hacia abajo por sus piernas. Estaba a
centímetros de mí cuando se inclinó y no pude resistir la urgencia de probarla. Me incliné hacia adelante,
succionando uno de sus pezones en mi boca y pasando mis dientes por él. Gimió, dejando a su cuerpo caer
sobre el mío, una pierna a cada lado de mi cuerpo. Colocó una mano a cada lado de mi rostro, mirándome
mientras sus caderas empezaban a mecerse contra mi dureza.
—Oh, Dios —agarré su trasero y la moví más duro. Su humedad deslizándola contra mi sin esfuerzo.
Sus ojos se cerraron y estaba jadeando pesadamente—. Mírame. —Obedeció—. Te amo.
—Te amo —gimió mientras su cuerpo empezaba a corcovear contra el mío—. Ohh…
La moví más lento y la sostuve apretadamente contra mí, evitando que se viniera.
—No aún.
Empujé su cabello húmedo de su rostro para poder ver su hermosamente sonrojado rostro.
—Oh, Dios… por favor.
Rogaba. Amaba cuando rogaba. Su mano se hundió entre nosotros y empezó a tocarse a sí misma.
Dejé que mis caderas empezaran a mecerse otra vez.
—Quiero probarte.
Miré hacia abajo a su mano y de vuelta a sus ojos. Levantó su mano y pasó sus húmedos dedos a lo
largo de mi labio. Metió la punta de uno de sus dedos en mi boca y dejé salir un lento gruñido que retumbó
en mi pecho. La levanté y descansé su espalda en la cama en un rápido movimiento. Rápidamente
encontré su pezón y succioné mientras ella arqueaba la espalda, empujando hacia adelante en mi boca.
Besé mi camino hacia abajo por su estómago, posicionándome entre sus piernas. Dejé a mi lengua
hundirse en su humedad y ella se empujó a sí misma contra mi boca.
—William.
Gimió mi nombre y nunca sonó tan dulce. Gemí de vuelta en su interior, deslizando un dedo en ella
mientras pulsaba y corcoveaba contra mis labios. Me arrastré por la longitud de su cuerpo y entré en ella
mientras continuaba viniéndose, llevándome a mi propio orgasmo. Me relajé contra ella, luchando para
tomar aliento mientras pasaba mi dedo por su ceño.
—¿Qué? —preguntó.
—Es solo que no puedo creer la suerte que tengo.
Agarró mi rostro y tiró mis labios hacia los suyos.
30
Traducido por Vanehz
La sostuve por horas mientras la miraba dormir. Aún no podía creer que tenía la suerte suficiente
para compartir cama con ella.
Cerca de las tres de la mañana, le di un beso de despedida y le dejé una nota para que supiera que
estaba pensando en ella.
Te extraño.
Te amo, William
No pude dormir cuando fui a casa así que reservé un vuelo para Emma y para mí a California. Fui
capaz de programarlo para la noche de la graduación.
Los siguientes días volaron relativamente sin problemas. Me las arreglé para evitar a quienes trataran
de empezar con Emma y conmigo. Robé momentos privados con Emma siempre que podía. Incluso
encargué una llave para que ella pudiera venir a verme siempre que necesitara hacerlo. Lo cual hacía
frecuentemente.
Estaba ansioso por que el día terminara y ser capaz de envolver mis brazos alrededor de Emma.
Mientras abría la puerta a mi lugar, una pequeña pieza de papel voló hasta el piso.
Antes de matarte, quiero que la veas morir.
Caminé dentro, la furia burbujeando en mi interior. Coloqué la nota en el mostrador, sirviéndome una
bebida y mirándola fijamente. No sabía qué hacer. No sabía si podría protegerla. Hice mi camino hasta el
sofá y me senté, descansando mi cabeza en mis manos. Esto era lo que me merecía, lo sabía, pero Emma
no pidió nada de esto. Oí la llave deslizarse dentro del cerrojo de la puerta. Quería correr hacia ella y
empujarla lejos, pero no tenía la fuerza suficiente. Sabía lo que necesitaba hacer. Sabía que esto solo nos
pondría a ambos en más peligro.
—¿Qué está mal? —preguntó mientras corría hacia mi lado, cuidadosa de mantener distancia entre
nosotros. Tomé un profundo aliento y sostuve la nota hacia ella. Se merecía conocer el peligro que traje
hasta sus pies. Lo leyó cuidadosamente, entonces dejó caer el papel de sus dedos.
—Oh, Dios mío —susurró, sus manos cubriendo su boca. Asentí pero no podía obligarme a mirarla.
—Tenemos que llamar a la policía. —Su voz era alta y aguda y sabía que estaba al borde de entrar en
shock. Entrecerré mis ojos. Era demasiado tarde para ir a la policía. Había hecho demasiado.
—Me encargaré de esto —dije, y me puse de pie, determinado a poner fin a esto de una vez por
todas. Emma saltó sobre sus pies y se puso a sí misma en mi camino, colocando su mano sobre mi pecho.
Miré hacia abajo a sus delicados dedos y entonces de vuelta a ella. Retrocedió, dando un paso hacia atrás.
—No puedes ir más allí. ¡Harás algo de lo que te arrepentirás! —Estaba en pánico y preocupada por
mí, más que por Abby. Suavicé mi expresión, no queriendo preocuparla. No queriendo que supiera de lo
que era capaz.
—No voy a hacerle nada. Solo quiero poner fin a esto de una vez por todas. —Trabé mis ojos con los
suyos, rogando que confiara en mí. Necesitaba solucionar esto o nunca seríamos capaces de estar juntos.
Mordió su labio y se hizo a un lado—. Bloquea la puerta. No dejes que nadie entre en esta maldita casa. No
me importa si está en llamas. ¿Entiendes?
Asintió y me siguió para asegurar la puerta detrás de mí.
Conduje al hotel en donde me había encontrado con Abby hace solo unos días. Toqué varias veces
antes de que respondiera.
Su rostro estaba pálido y delgado, sus ojos parecían muertos y sin vida. Empujé la puerta para abrirla
más y se tambaleó hacia atrás para que pudiera entrar.
—¿Realmente piensas que puedes amenazarme y luego huir? —pregunte, siseando con rabia. Me
miró en shock y mareada. Se tropezó con sus propios pies hacia mí. El olor de licor flotaba a través del aire.
Miré alrededor y vi que había caído en la tentación de comprar más drogas. El polvo desperdigado en casi
todas las superficies en la habitación—. ¿No fuiste tú? —pregunté, sin esperar respuesta. Frotó sus brazos
como si estuviera fría, pero la habitación estaba era calurosa.
—Quieres… —su voz se desvaneció. Empujé, pasándola e hice mi camino fuera de la habitación.
Saqué mi teléfono y le envié un mensaje de texto a Emma.
«¡No es Abby! ¡Voy en camino!»
Respondió inmediatamente.
«¡¡¡¡Angela está aquí!!!!»
Por supuesto, tenía sentido.
«¡NO la dejes entrar!»
Me apresuré a mi auto y conduje tan rápido como podía para llegar al lado de Emma. Era una broma
enferma el que jugaran conmigo. Llegué a casa en tiempo record, volé hacia las escaleras mientras mi
teléfono sonaba.
—Él… él está en el edificio. Creo que él… él la mató… ¡no vengas aquí!
La voz de Emma estaba en shock mientras hablaba. Hice mi camino hacia la puerta.
—Emma, cálmate. Respira. Nadie está aquí.
—¡William! —Emma gritó tras la puerta. No había tiempo de reaccionar. Algo duro vino fuertemente a
través de mi rostro, causando que me tambaleara. Me recuperé rápidamente y esquivé, conectando con el
rostro del hombre. Se tambaleó hacia atrás pero se estabilizó antes de caer escaleras abajo. Noté algo en
las escaleras que conducían al tercer piso. Era un cuerpo. Justo entonces el hombre voló otra vez,
golpeándome fuerte en el estómago. Me doblé hacia abajo, luchando por respirar. Moví mi brazo, mi codo
golpeándolo fuerte en las costillas. Lo agarré por el cabello y lancé su rostro hacia abajo sobre mi rodilla,
rompiendo su nariz. La sangre brotó de su rostro mientras sus brazos volaban salvajemente hacia mí.
Quería matarlo, patearlo, mi pie viajando directamente a su pecho, enviándolo a volar al rellano de abajo.
No se movió otra vez así que me agarré a su lado para verificar a Angela, ver si ciertamente estaba
muerta. Alejé su cabello de su rostro y dejó salir un pequeño gemido.
—¡Está viva! —grité a Emma.
—Lo siento —susurró Angela y sus ojos estaban llenos de arrepentimiento y dolor—. Descubrió lo de
nosotros.
Miré detrás de mí al hombre que yacía sin moverse en el rellano de abajo. Volví a mirarla y asentí. SU
esposo no estaba listo para darle su esposa a nadie más. Marqué a la policía y les dije una diluida versión
de lo que había pasado. Entonces le envié un mensaje de texto a Emma.
«Ve al tercer piso y espérame. No hagas el menor ruido».
Esperé unos minutos antes de ayudar a Angela a entrar. Estaba golpeada y herida, pero sabía que iba
a estar bien. Cerré la puerta tras nosotros, solo en caso de que su esposo recuperara la conciencia. Quería
acabarlo, pero eso tendría que esperar un momento diferente. Los policías llegaron en cuestión de minutos
y ambos les dimos nuestras versiones de lo que había pasado. En tanto les concernía, su esposo era un
hombre muy celoso quien pensaba que ella dormía con todos. No tomó mucho tiempo para que lo
encerraran y se llevaran a Angela para ser revisada. Me serví una bebida y envié un mensaje de texto a
Emma.
«Baja, a menos que quieras que yo suba».
Sonreí ante la idea de que acababa de pasar gran parte de una hora en ese piso, sola. Oí la puerta
del elevador abrirse y me giré para verla. Corrió a través de la sala tan rápido como sus pies podían
llevarla.
Envolví mis brazos alrededor de ella y la levanté del piso.
—Shh… —Pasé mi mano por su cabeza—. Se acabó. —Se alejó de mí—. Se acabó —repetí, mirando en
sus ojos. Se relajó, apoyando su frente contra la mía.
—Estaba muy preocupada.
—Era el esposo de Angela. Los policías se lo llevaron. Lo tomaron como nada más que un esposo que
sospechaba que su esposa lo engañaba. Ahora estamos a salvo.
Besé su frente, deseando alejar sus miedos.
—Ella sabe —su voz era suave y podía decir que se sentía como si hubiera hecho que me
descubrieran.
—Ella no sabe quién estaba aquí. Hasta donde sabe fue un rollo de una noche y te fuiste antes de
que ella despertara.
Sacudí mi cabeza.
—¿Cómo está?
—Se la llevaron al hospital para hacer algunas tomografías, pero va a estar bien.
Froté su espalda por un momento antes de tomarla en mis brazos y llevarla a la cama.
31
Traducido por Flochi
No podía estar más orgulloso de Emma, cuando la vi cruzar el escenario para recibir su diploma. Su
piel brillaba de felicidad. La ceremonia fue aburrida y me estaba muriendo por ser capaz de tocarla.
Luego de que los diplomas fueran entregados y todos aplaudieran, los estudiantes fueron a
encontrarse con sus familiares y amigos. Me mezclé en la multitud, dirigiéndome hacia ella. Estaba
entablando una conversación sobre los viajes luego de la graduación cuando me acerqué detrás de ella,
asegurándome de rozar su trasero con mi mano. Sentí a su cuerpo ponerse rígido contra mi toque y sonreí
mientras me apartaba, perdiéndome en la multitud.
—Buenas noches, señor —llamó una voz detrás de mí cuando alguien tocó mi brazo. Me di la vuelta y
no pude evitar que mi mandíbula se abriera anonadada.
—J., ¿qué estás…? —No pude formar la oración. Mis ojos se lanzaron a todas partes, encontrando a
Emma todavía charlando con sus amigos.
—Conozco a algunas personas fuera del club. —Ella sonrió y tragué saliva con fuerza, obligándome a
sonreírle.
Pasé la mano por mi cabello y bajé la voz.
—Nadie puede saber —dije, mi tono serio. Ella asintió con rapidez y se inclinó hacia mí.
—Tu secreto está a salvo conmigo. —Me guiñó un ojo.
—Fue un placer verte —dije educadamente y volví a retroceder en la multitud. Ella asintió y se dio la
vuelta alejándose.
Emma abrazó a sus amigos y empezó a caminar en mi dirección. Sonrió rápidamente y luego se
detuvo, cara a cara con J. Contuve la respiración mientras observaba el intercambio entre ellas. Emma no
me había visto hablarle, ¿cierto? Solo hablaron unos minutos antes de que J la estrechara en un abrazo. Mi
estómago se apretó cuando finalmente lo entendí. Ella era Judy, la tía de Emma, quien la había hecho llorar
innumerables veces y la trató como si fuera nada. Sentí la temperatura de mi cuerpo elevarse mientras el
enfado traspasaba mi cuerpo.
Me dirigí al auto y me senté allí varios minutos, contemplando irme y no regresar. Las cosas habían
pasado de complicadas a jodidas. Judy estaba en mi lista de personas que quería eliminar de la vida de
Emma por haberle hecho daño, pero ella sabía uno de mis secretos. Algo por lo que Emma nunca me
perdonaría. Encendí el auto, conduje y me dirigí por la carretera a la pizzería en la que había planeado
encontrarme con Emma.
Ella ya se encontraba allí, esperándome. Salí y me deslicé en el asiento del pasajero de su auto. La
besé duro, necesitando sentirla contra mi cuerpo. Sin saber cuánto tiempo sería capaz de aferrarme a ella.
—Dios, te amo. —Presioné mi frente contra la suya, inhalando su intoxicante aroma—. ¿Estás lista? —
pregunté, conteniendo la respiración. Ella asintió y no desperdicié tiempo en salir y llevar las maletas por
ella.
Me siguió, deslizándose en el asiento del pasajero en mi auto. Entrelazamos nuestros dedos y nos
dirigimos al aeropuerto.
Llegamos a primera hora de la tarde al aeropuerto de Los Ángeles. Sostuve la mano de Emma
mientras nos abríamos paso hacia el reclamo de equipaje. No había sido capaz de romper la conexión física
entre nosotros durante todo el viaje. Envolví mis brazos alrededor de ella, estrechando su cuerpo
ruborizado contra el mío. Mía. Era adicto a ella. A su tacto, a su aroma. Nadie nos molestó. A nadie le
importó que estuviéramos juntos. Éramos simplemente otra pareja en vacaciones. La saqué a través de la
ansiosa multitud para tenerla a solas.
El sol brillaba y esperamos afuera a que llegara nuestro auto. Divisé a mi chofer un momento
después, sosteniendo un cartel con mi nombre. Le sonreí a Emma y la llevé hacia allí.
—Vamos.
Nos deslizamos dentro, sin dejar espacio alguno entre nosotros. Emma estaba sonriendo de oreja a
oreja.
—¿Qué? —pregunté, sonriéndole. Su felicidad era contagiosa.
—Nada —dijo, pero su sonrisa nos disminuyó. Apreté su mano. Esto era felicidad. Esto era amor. Ella
era mía y era perfecta. Estaba asombrada por los alrededores. No pude quitar mis ojos de ella—. ¿Has
estado aquí antes? —preguntó. Tragué saliva y solté una risotada nerviosa.
—Mucho. —Volvió a sonreír y hundió su cuerpo contra el mío. Envolví un brazo alrededor de ella. No
quería que este momento terminara. Tenía muchos esqueletos, muchos secretos. Un día ella saldría
huyendo de mí. Sin embargo, hoy no era ese día. Hoy ella era mía.
Abandonamos la carretera principal y supe que quedaban segundos para que alcanzáramos la casa
de mis padres. No pude evitar el nerviosismo que sentí, incluso sabiendo que ellos se encontraban al otro
lado del mundo.
El auto se detuvo en los portones y el conductor tecleó el código de acceso.
—¿Dónde estamos? —preguntó Emma, girando el cuello para ver afuera. La estreché contra mí.
Rodeamos la montaña en el centro del camino y el auto finalmente se detuvo. El chofer vino a nuestra
puerta y la abrió para nosotros.
—Adelante —dije, sus ojos llenos de emoción. Reacio, la solté con un beso en la frente y se deslizó
por el asiento y salió al sol. Salí detrás de ella y esperé su respuesta.
—Esto es impresionante —susurró. Tomé su mano.
—Vamos.
—Nuestras cosas… —Hizo un gesto al maletero del auto.
—Las traerán para nosotros —le aseguré, llevándola hacia la puerta. Se detuvo en el interior,
asimilando los alrededores. Era tal y como lo recordaba. Los suelos eran de mármol blanco con una enorme
araña colgando encima. Adelante había dos enormes escaleras idénticas. Era completamente desmesurado
—. ¿Abrumador? —le pregunté cuando sus ojos observaban el salón. Asintió con una risita—. Supuse que
después de las últimas semanas nos vendría muy bien unas vacaciones agradables. Vamos. Quiero
mostrarte nuestra habitación. —Nos dirigimos al piso de arriba por la escalera de la derecha hacia mi
habitación en la cima. Abrí la puerta y la dejé pasar. Pasó una mano a lo largo del poste de la cama y sentí
a mis pantalones estirarse en respuesta.
—¡Tan hermosa! —Envolví mis brazos alrededor de su cintura desde atrás.
—Tú eres la cosa más hermosa en esta casa. —Besé su mejilla suavemente. Necesitaba esto.
Necesitaba que cada momento con ella fuera perfecto antes de que todo se derrumbara alrededor de
nosotros. La empujé sobre la cama juguetonamente y me eché encima de ella. Tracé su mandíbula con un
dedo a la vez que me sonreía. Echaré de menos esto. Miré la pared en la cabecera de la cama.
—¿Qué? —preguntó, siguiendo mis ojos para ver lo que estaba mirando. La besé.
—Solo estaba tratando de averiguar cómo atarte a los postes. —Alguien se aclaró la garganta detrás
de nosotros.
—Sus pertenencias, señor —anunció el chofer con irritación en su voz. Asentí hacia el hombre—.
¿Desean algo para el almuerzo? —preguntó. Bajé la mirada a Emma y volví a mirar a la puerta.
—No, gracias. Saldremos para el almuerzo. ¿La cena sigue para las ocho? —El hombre asintió y salió
del cuarto. Emma ladeó la cabeza a un lado. Salí de encima de ella, reacio, y le tendí la mano. Ella la tomó
y la saqué de la cama—. ¿Hambrienta? —pregunté, envolviendo mis brazos alrededor de su espalda.
Mía.
—Mucho —dijo, agarrándose el estómago. Nos dirigimos al garaje donde estaba mi convertible.
Gracias a Dios que mi madre no permitía que papá se deshiciera de mis cosas.
—¿Te gusta? —le pregunté y me sonrió de oreja a oreja. Toqué la alarma y ella asintió, y se deslizó en
el asiento.
Manejamos por la ciudad con el techo abajo, empapándonos con el sol de la tarde. La llevé a uno de
mis restaurantes favoritos en La Bella. Escogimos una mesa junto a la ventana delantera, disfrutando de la
libertad de ser capaz de estar en frente de todo el mundo.
—Podría acostumbrarme a esto —dijo y fruncí el ceño preguntándome qué había hecho para
merecerla. Preguntándome si el dinero la cambiaría de la manera en que lo hizo con Abby. Estudió mi
expresión y rápidamente empezó a explicarse—: Quiero decir, ser capaz de estar en público contigo. Es
bonito. —Alcanzó mi mano. Intenté parecer más relajado pero no pude dejar de pensar en lo que haría
cuando el otro zapato cayera.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Sé que todo esto es… divertido, pero en realidad puede destruir la vida de alguien si lo permites. —
La verdad era que, dinero o no, yo había puesto varios clavos en nuestro ataúd.
—William, mírame. Ni siquiera sabía que esta parte de tu vida existía. No me importa nada de esto. Te
amo. —Estaba tratando de consolarme. El dinero era una cosa.
¿Qué pasaba con el club, las muertes, las drogas? Tragué saliva y regresé la atención a mi comida.
—¿Confías en mí? —preguntó, sus ojos llenos de preocupación.
—Por supuesto que sí —le aseguré, pero sabía que ella no tendría otra opción más que dejarme
eventualmente.
—No soy ella —dijo en voz baja. Retiré mi mano de la de ella y la pasé a través de mi cabello.
—Salgamos de aquí. Quiero mostrarte algo. —No quería hablar sobre Abby. Esta vez quería que se
tratara de nosotros. Ella sonrió y lanzó la servilleta en su plato.
—¿A dónde vamos? —preguntó. Me puse de pie y tomé su mano, agarrando algo de dinero de mi
bolsillo y lanzándolo en la mesa.
—Es una sorpresa.
32
Traducido por Flochi
Manejamos fuera de la ciudad bulliciosa por una carretera montañosa y boscosa. La cima estaba
cerca y el cabello de Emma se arremolinó en su rostro a medida que la radio resonaba.
—Casi llegamos —grité. Me lanzó una sonrisa y apretó mi mano. Me encantaba abrirme a ella de esta
manera, dejándola entrar. Solo me hubiera gustado poder contarle todo. Salimos de la carretera principal a
un camino de tierra. Tras unos minutos de árboles, llegamos a un claro. Estacioné el auto—. Vamos —dije,
saliendo y dirigiéndome hacia ella. Tomé su mano y la atraje a mi lado. Nos paramos en el borde de una
enorme colina, con vistas a la ciudad debajo.
—¡Esto es hermoso! —dijo con suavidad. Envolví mis brazos alrededor de ella por detrás y la abracé.
—Aquí es donde vengo para estar solo. Nunca antes había traído a alguien aquí. —Me relajé contra
ella, remitiendo este momento al recuerdo. Pronto eso sería todo lo que tendría.
—Es asombroso. Gracias por traerme aquí. —Le di la vuelta para poder mirarla a los ojos.
—Sé que tengo algunos serios problemas de confianza, pero estoy trabajando arduamente para
superarlos. Espero que puedas ver eso. —Sus brazos se enroscaron alrededor de mi cuello.
—Te amo, William. No voy a ir a ninguna parte. Ninguna cantidad de dinero en el mundo se podría
comparar a este momento justo aquí. —¿Y qué tal las mentiras? ¿Y si las manos con las que te toco
también han quitado la vida de muchos?
La estreché y besé su cabeza.
Si no hacía todo lo que pudiera para detenerlo, ella iba a dejarme. Ella no lo sabía todavía. Lo único
con lo que no había contado era su tía. No había manera de evitar el desastre que estaba por llegar.
Necesitaba un plan. Presionó sus labios en mi cuello deteniendo todos mis pensamientos. Empujé mis
caderas contra ella. Sus labios fueron subiendo hasta mi oído enviando escalofríos por todo mi cuerpo.
—Si no te detienes ahora, voy a tener que follarte aquí mismo —dije, pero ya supe que eso iba a
pasar. Me mordió juguetonamente el lóbulo de la oreja. Agarré sus caderas con fuerza y la giré, bajando su
cara sobre el capó de mi auto. Tenía que recordarle quién tenía el control. Sus manos se extendieron
impotentes contra el metal caliente mientras yo me desabrochaba el cinturón. Se quedó perfectamente
quieta, esperándome. Alcé su falda y deslicé sus bragas a un lado.
Ya se encontraba húmeda para recibirme. No me tomaba mucho tiempo prepararla para mí. Empujé
dentro de ella a la vez que daba un grito. La follé con fuerza y sin piedad. Era mía para hacer lo que
quisiera, cuando quisiera. Y ella adoraba jodidamente eso.
Regresamos a la casa de mis padres mucho más relajados. El sol se estaba poniendo y pronto sería
hora de la cena.
Mi teléfono sonó y contemplé ignorarlo hasta que vi el identificador de llamadas. Se trataba de mi
madre. Tragué saliva y contesté la llamada.
—¿Sí? —Le eché un vistazo a Emma, quien miraba el paisaje.
—William, ¿por qué no nos dijiste que ibas a venir al pueblo? —preguntó mi madre.
Ella sabía la razón. Si hubiera sabido que ellos estarían allí, no habría venido.
—Pensé que estaban en una locación.
—Tu padre levantó la filmación temprano. Está muy emocionado de verte.
Mentira. Mi padre y yo nunca nos llevamos bien. Siempre me trató como una carga y mi madre nunca
intervino.
—Tengo que irme —dije y terminé la llamada. Emma se quedó callada por el resto del paseo. Me
alegró. Sólo quería ir a buscar nuestras cosas y salir volando de la ciudad tan pronto como fuera posible.
Me detuve en la casa y marqué el código de seguridad en el teclado. El mayordomo de mi padre
estaba esperando junto a la puerta cuando llegamos. Le lancé las llaves de mi auto y tiré de Emma detrás
de mí. Nos dirigimos a las escaleras y cerré la puerta de la habitación detrás de nosotros.
—¿Qué está mal? —preguntó, poniendo sus manos en mi pecho. Bajé los ojos hacia éstas y luego a
ella pero no las quitó del lugar. Apreté la mandíbula pero tenía muchas otras cosas en mi mente.
—No sabía que iban a venir. Podemos irnos ahora mismo si quieres, ¿conseguir un cuarto de hotel? —
Me pasé las manos a través del cabello.
—¿Quién? —preguntó, sonando temerosa.
—Mis padres. —La miré fijamente, esperando que entendiera.
—Oh —musitó y sus manos cayeron de mi pecho—. Sólo llévame a casa.
Ella se dio la vuelta.
—Oye. —La agarré por el brazo y la obligué a mirarme—. No quise molestarte —dije, sin molestarme
por cambiar mi tono. Se retiró de mi agarre, bullendo con enojo.
—Si no querías que nadie supiera de mí, ¿para qué me trajiste a tu casa?
—No sabía que vendrían. Mi padre se suponía que estaría en Irlanda en el set durante las próximas
semanas. —¿Por qué ella estaba tan molesta? Se cruzó de brazos—. No es que esté tratando de
esconderte, Emma. Sólo no quería someterte a mi padre. No es un buen hombre.
Me miró de arriba abajo y me di cuenta lo estúpido que sonó eso viniendo de alguien como yo.
—¿William? —llamó mi padre desde el piso de abajo. Me tensé.
—Te amo, Emma. No estoy avergonzado de ti. —La tomé por el brazo y la saqué de la habitación
hacia el descansillo.
—Ahí estás —gritó mi padre.
Se rio pero salió hueco y vacío, al igual que mi corazón.
—Papá —dije, vacilando en la palabra a medida que salía de mi boca.
—¿Quién es tu amiga? —Le sonrió como un animal salvaje. Me di cuenta que estaba clavando mis
dedos en las caderas de Emma. Probablemente, más tarde tendría cardenales.
—Esta es Emma, mi novia. Emma, este es mi padre. Gerald Honor. —Ella lo miró por un momento
antes de darse cuenta quién era él. Todos conocían a mi padre. Era un muy exitoso director de cine.
—Es un placer conocerlo. —Emma sonrió.
—Estoy seguro que lo es —contestó arrogantemente.
—Bueno, ven abajo y saluda a tu madre. Estará feliz de verte. —Sólo entonces, mi madre apareció.
—¡William! —gritó y me tendió los brazos. Bajamos la gigante escalera y le di un largo abrazo.
—¿Quién es esta, querido?
—Mamá, esta es mi novia, Emma. Emma, esta es mi madre, Martha —expliqué. Emma sonrió y le
tendió la mano.
—Es un placer conocerte, Emma. —Mi mamá le sonrió y le estrechó la mano.
—Suficiente de esto. Vamos a cenar —dijo mi padre, alejándose de nosotros. Le di a Emma una
mirada de disculpas y ella me sonrió dulcemente.
Nos sentamos en la mesa del comedor y esperamos a que nos sirvieran. Varios camareros trajeron
nuestros platos de comida. Nadie habló.
—Esto luce asombroso. —Emma le sonrió a la mujer que había puesto un plato frente a ella. La mujer
le sonrió de regreso pero pronto su sonrisa desapareció cuando atrapó la mirada de mi padre.
—Eso es todo —le dijo él con frialdad y ella miró al suelo a la vez que rápidamente se dirigía de
regreso a la cocina. La lanzó a Emma una mirada fulminante y ella bajó la mirada a su plato. Quise saltar
sobre la mesa y estrangularlo. Mía.
—Así que, ¿cómo se conocieron? —preguntó mi madre, a la vez que tomaba un sorbo de vino de su
vaso. Deslicé mi mano debajo de la mesa y le froté la rodilla a Emma. Si ella no lo había descubierto
todavía, mis padres tenían una relación parecida a la nuestra.
—En Kippling —respondí, mis ojos centrándose en los de mi padre. Sostuvo su vaso en el aire por un
momento, tomando un sorbo rápido y bajándolo con fuerza.
—Bueno, creo que es lindo. ¿No lo crees, Gerald? —Mi madre estaba rogándole silenciosamente que
sea agradable. Los ojos de él bailaron ida y vuelta entre nosotros. Apretó la mandíbula firmemente.
—Supongo que debería ir por la chequera —dijo él fríamente y comenzó a cortar su carne. Sostuve la
rodilla de Emma con firmeza, intentando que permaneciera en calma. Comenzó a golpear ésta
repetidamente y supe que estaba mordiéndose la lengua. Deslizó la mano debajo de la mesa y la puso
sobre la mía, frotándola suavemente.
—Eso no va a ser necesario, señor Honor. Yo, a diferencia de algunos, no pongo el dinero sobre el
amor. —Emma me sonrió diabólicamente y le sonreí ene respuesta. Ella no se doblega ante nadie, menos
yo.
—Con que jugando duro con la pelota, ¿verdad? ¿Qué tomará, dos… tres millones? —Sonrió
tristemente. Emma se empujó hacia atrás, dejando la servilleta en su plato.
—Me disculpo, pero tengo que excusarme, señora Honor. —Ella asintió comprensivamente hacia mi
madre que parecía lista para llorar ante el brusco intercambio.
—Ella no es tu jodida esposa y no le volverás a hablar así de nuevo. —Miré a mi madre que se hundió
en su silla. Dejé la mesa y corrí al lado de Emma.
Ella ya estaba en la habitación.
—Emma. —Estaba metiendo las cosas en su bolso y a punto de perder la compostura.
—Sácame de aquí. —Sus lágrimas comenzaron a caer. La rodeé con mis brazos y la atraje a mi pecho.
—Lo siento mucho. —La mecí, intentando calmarla.
Alguien llamó suavemente a la puerta.
—Por favor, no te vayas así, William. No te hemos visto en años. —Mi madre parecía derrotada.
—Ella no es Abby. —Estreché a Emma en mis brazos.
—Lo sé. —Mi madre sonrió, pero sus ojos estaban llenos de tristeza. Volvió su atención a Emma—. Mi
William es un chico especial. Por favor, cuida bien de él. —Se dio la vuelta para marcharse, cerrando la
puerta detrás de ella. Pasé los pulgares por las mejillas de ella para limpiar sus lágrimas.
—Salgamos de aquí. —La besé en la frente.
Manejamos a través de la ciudad en silencio.
Emma seguía disgustada pero se veía cada vez menos enojada a medida que poníamos distancia
entre nosotros y mis padres. Odiaba a mi padre pero se sintió bien enfrentarme a él.
No era un chico ingenuo. Era hijo de mi padre. Defectos y todo. Sólo esperaba que Emma nunca me
mirara de la manera en que mi madre miraba a mi padre.
Cuando llegamos a nuestro cuarto, Emma se acurrucó en una bola en la cama. El día de hoy había
sido emocionalmente agotador. Me deslicé detrás de ella y la besé en el hombro.
—¿Estás bien? —pregunté cuando no habló. Asintió. Le di la vuelta para que me mirara, buscando sus
ojos.
—¿Qué está mal?
—Mi estómago. —Suspiró y se frotó el vientre con una mano. La miré por un momento.
—Correré a la tienda y conseguiré algo para eso. —La besé rápidamente y me marché. Cuando llegué
al vestíbulo, me apoyé contra la pared intentando calmar los pensamientos corriendo a mil.
¿Podía estar embarazada? Mi mente corrió pensando en todas las veces que habíamos estado juntos.
No habíamos usado condones en cada oportunidad.
Me maldije. Esto no era algo de lo que tuviera que preocuparme con ninguna de las otras. Siempre
me aseguré de que tuvieran control de natalidad. Luché para mantener la compostura mientras iba a la
gasolinera de la carretera a conseguir una prueba de embarazo.
Para cuando regresé a nuestro cuarto, Emma se había quedado dormida,
—Emma —susurré, despertándola de su sueño.
—¿Qué? —Se dio la vuelta y se frotó los ojos.
—Levántate.
—No estoy de humor. —Ondeó una mano y enterró la cara en la cobija. ¿Qué demonios?
—Levántate ahora. —Casi estaba gruñendo. La empujé al baño y encendí la luz. Ella retrocedió por el
repentino brillo. Dejé la prueba de embarazo con un golpe sobre el mostrador.
—¿Qué es eso? —preguntó, su voz sonando asustada. No me importó. Me pasé las manos por el
cabello y luché por mantener la calma.
—Es una prueba de embarazo.
—Pero yo no… quiero decir… no puedo estarlo. —Estaba tartamudeando y al borde de las lágrimas.
Estaba asqueado por la culpa. Era sólo cuestión de tiempo que Emma descubriera el tipo de persona que
era yo realmente. Traer a un bebé a esa situación era una cagada, incluso para mí.
—Ahora —grité. Ella se sobresaltó y agarró la prueba. Hizo tal y como le dije.
Después de regresar la prueba al mostrador ella pasó a mi lado empujándome. Unos segundos
después, escuché la puerta de la habitación abrirse y siendo cerrada con un portazo.
Se había ido. No fui tras ella, simplemente me quedé mirando al espacio y esperé que pasaran cinco
minutos para poder leer los resultados.
El tiempo prácticamente se detuvo. Fui a la sala de la habitación y comencé a vaciar el minibar de
todo su contenido. Había perdido la cuenta de cuántas bebidas tomé cuando regresé a los tumbos al baño.
Fue difícil descifrar si había una línea o dos con la visión doble que estaba teniendo. Cerré los ojos y me
tranquilicé. Cuando volví a abrirlos, quedó completamente claro. Una línea.
Ella no estaba embarazada. El alivio me traspasó pero rápidamente se vio reemplazado por la culpa.
Yo la había alejado. Estaba tan preocupado por todos los demás que terminé siendo quien lo destruyó todo.
Me hundí en el suelo y me revolqué en mi autocompasión hasta que me desmayé.
Desperté agarrotado y desconsolado. Me puse de pie rápidamente y comprobé la hora.
Apenas habían pasado unas horas. Conecté le teléfono e hice una búsqueda de Emma. Su GPS la
ubicaba en el aeropuerto. Mi estómago se retorció con nudos. Llamé para reservar un vuelo pero no tenían
nada disponible por lo que hice planes para usar el jet privado de mi padre. Llamé a mi madre y le aseguré
que estaba bien.
—Arregla las cosas con ella, William —me alentó mi madre.
—Si ella me perdona. Gracias, mamá —dije y colgué, dirigiéndome hacia el avión.
No intenté llamar a Emma. Tenía que verla cara a cara. Necesitaba verla, incluso si esa era la última
vez.
33
Traducido por LizC
No llegaría a la ciudad sino en un par de horas después de Emma. Miré el reloj constantemente,
tratando de evitar llamarla. El vuelo pareció durar una eternidad.
Cuando finalmente llegamos al aeropuerto revisé la ubicación Emma. La ubicaba en un lugar que no
reconocí. Conduje tan rápido como pude a través de ciudad. Cuando estaba a sólo unos minutos de
distancia, intenté llamarla.
—Ella no quiere hablar contigo. Perdiste tu oportunidad —dijo la voz de un hombre.
La línea se cortó. Sentí como si alguien me hubiera apuñalado en el corazón. Ella estaba con otro
hombre. Volví a llamar, tratando de pensar en otra cosa que mi Emma en los brazos de algún otro.
No hubo respuesta. Estaba muriendo. Golpeé el botón de rellamada. Sonó dos veces antes de ella
contestar.
—¿Qué? —dijo arrastrando las palabras con ira—. ¿Qué sucede contigo?
Él gruñó. No podía pensar con claridad.
—¿Qué está mal conmigo? ¿Estás borracha?
—Oye, si necesitas una camisa o algo puedo buscarte una de las mías —retumbó una voz masculina
en el fondo.
—¿Quién carajo fue ese? —grité, exigiendo una respuesta.
—Mi amigo —espetó en respuesta.
—Estoy a cinco minutos. ¡Ven afuera ahora!
—¿Cómo hiciste…? —Su voz se detuvo.
—Ten —dijo la voz masculina, muy cerca del teléfono. Muy cerca de mi Emma.
—Gracias —le respondió ella.
—Creo que deberías acostarte. —Su voz sonó tan nítida y clara que sabía que él estaba
prácticamente encima de ella.
—Estoy bien. —Sonó en pánico—. ¡Dije que estoy bien! ¡Aléjate de mí! —gritó ella.
Giré el auto, estacioné y abrí la puerta del edificio en que ella se encontraba. Esta golpeó fuerte
contra la pared. Agarré al hombre que estaba tirado encima de Emma y lo estrellé contra la pared.
Su cabeza cayó hacia atrás y chocó contra ella.
—¿Señor Honor? —dijo Jeff arrastrando las palabras, confundido. Me aparté y le di un puñetazo tan
fuerte como pude. La sangre roció de su nariz.
Agarré su camisa y atraje su cara a la mía.
—Si alguna vez la lastimas de nuevo, voy a matarte. —Lo miré a los ojos para asegurarme de que él
supiera que lo decía en serio. Lo habría matado allí mismo si no fuera por Emma. Me volví y tendí la mano a
Emma. Ella deslizó sus dedos en los míos. Agarré sus cosas y la saqué a la calle. Tan pronto como llegamos
a la acera se tambaleó hacia delante, vomitando por todo el suelo.
—Bueno, supongo que sabes que no estás embarazada —dije en voz baja. Me miró durante un largo
minuto.
—Lo sabía desde el principio —respondió ella con ira.
Abrí la puerta del auto.
—Vámonos.
Ella se deslizó y esperó a que me uniera a ella.
—Sólo llévame a mi auto.
Miré hacia ella, pero ella miraba por la ventana. Pisé el acelerador y nos dirigimos al otro lado de la
ciudad. No iba a dejar que se vaya sin tener la oportunidad de explicarme.
34
Traducido por Flochi
La llevé a mi casa. Ella estaba enojada pero tenía que cuidar de ella. Le busqué una toalla y abrí el
agua para que ella pudiera darse una agradable ducha caliente. Mientras ella se limpiaba, le hice un
emparedado para ayudarla a absorber el alcohol.
Comió en silencio, apenas mirando en mi dirección. Cuando terminó, llevé su plato a la cocina. Se
sentó en el sofá con las rodillas pegadas a su pecho. Tomé el asiento a su lado.
—Quiero irme a casa.
—Dame una oportunidad para explicar —dije, intentando ocultar mi pánico. Me fulminó con su
mirada. Tragué saliva, intentando con fuerza no mostrarle lo enfadado que me ponía eso.
—¿Qué hay para decir?
—Sé que te mereces algo mejor que yo. —La miré y esperé una respuesta. No dijo nada—. ¿Puedo
sostenerte? —pregunté, desesperado por sentirla contra mí. Ella no se movió. Me deslicé más cerca,
envolviendo mis brazos en torno a ella. Sé que no estaba contenta conmigo pero no se apartó. La recosté y
suspiré, intentando encontrar las palabras indicadas. Aparté su cabello del rostro—. Abby estaba
embarazada. —Su cuerpo se puso rígido contra mí.
—¿Qué? —Se retorció en mi contra, pero no se apartó.
—Nos acabábamos de enterar. —Sonreí por cómo eso me hizo sentir.
—Tienes un… —Sacudí la cabeza antes de que pudiera terminar ese pensamiento.
—Ella tomó el dinero, ¿recuerdas? No tenía lugar en su vida para mí y nuestro… —Mi voz se apagó.
Las drogas y el dinero fueron la perdición de mi mundo—. Siento no haberte dicho. Yo sólo… no podía. —
Una solitaria lágrimas escapó de mi ojo. Ella la limpió con su pulgar.
—Lo siento tanto —dijo ella en voz baja. Pasé las manos por mi cabello. No podía perder también a
Emma.
—¿Tú lo sientes? Emma, maldita sea, arruiné tu vida en el corto tiempo que te he conocido.
—William, todos tienen un pasado. El mío tampoco es tan grandioso pero te hizo lo que eres hoy. El
hombre que amo. —Su mano se deslizó a través de mi pecho hacia mi corazón.
—¿Todavía me amas? —No podía ver cómo era eso posible.
—Más que nada. —Sonrió mientras sus ojos vagaban hacia su mano sobre mi pecho—. Te pertenezco
—dijo en voz baja. Agarré su mano y la sostuve con fuerza contra mí.
—Te amo más que nada, Emma. No quiero volver a sentirme de la manera en que lo hice cuando
pensé que te había perdido para siempre. —Ella sonrió y se inclinó para darme un beso. Presioné mis labios
contra los suyos. Mía—. Cásate conmigo.
Fin
Siguiente Libro
Emma ha encontrado el amor de su vida, pero sus oscuros secretos podrían cambiarlo todo. Con un
accidente horrible y la pérdida de otro ser querido, la estudiante debe convertirse en el maestro.
A medida que los secretos comienzan a desentrañarse, ¿podrá mirar más allá de ellos o tendrá que
dejar a William y comenzar una vida nueva nuevamente?
Honor #3
Sobre la Autora
Teresa Mummert es una “esposa del ejército” y una madre cuya pasión en la vida es escribir.
Nacida en Pennsylvania, vivió en una pequeña ciudad antes de seguir a su marido en su carrera militar a
Louisiana y Georgia.
Ha publicado “Undying Love Vampire Series”, “Honor Series”, “White Trash Series”, y “Breaking Sin”.
También contribuye en la SocialSex.Org.
Echa un vistazo a su sitio web para muestras y actualizaciones: TeresaMummert.com
Saga Honor:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Honor Student
Honor Thy Teacher
Honor and Obey
Honor and Betray
Defending Her Honor
Sin Título
Créditos
Moderadoras
Flochi y LizC
Traductoras
Flochi
Jenn Cassie Grey
LizC
Madgys83
Nanvargas.b
Vanehz
Corrección, recopilación y revisión
LizC
Diagramación
marapubs
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