SOLDADO DESCONOCIDO Yamil Díaz Gómez A Riverón, Veleta y Williams, mis hermanos del Club adiós adiós lucero de mis noches dijo un soldado al pie de una ventana me voy pero no llores alma mía que volveré mañana. M. GARABITO (El soldado») ÁLBUM DE FAMILIA DEL SOLDADO DESCONOCIDO ÁLBUM DE FAMILIA DEL SOLDADO DESCONOCIDO Yo soy el muerto. Mi casa muerto a muerto se disuelve. Soy la añoranza, que vuelve. Yo soy el tiempo, que pasa. El álbum: sólo una brasa que a la derrota se afilia. Cuando a la eterna vigilia siento que salgo de viaje, yo soy mi propio equipaje, yo soy mi propia familia. Yo no esperé en el abismo hasta el último minuto para vestirme de luto por la muerte de mí mismo. Acaso algún exorcismo podrá librarme de mí: alguien que me diga si aún vago por los andenes o adónde han ido los trenes con aquel niño que fui. ¿A dónde van con su historia los padres? ¿Habrá un recinto más largo que el laberinto de un cadáver sin memoria? Ah, se nos quedó la gloria en la última estación. Volver es pura ilusión: apenas nos entusiasma que otros dedos de fantasma nos rocen el corazón. Rozar la madre. Tan alta. Tan alta y sola se mece; la amara, si yo no fuese una página que falta. El desamor que me exalta en mí se tiende: barrunta. Si apenas una pregunta perdurará de este hoy; si de alguna forma soy también ese que me apunta, si otra bala, otra asechanza, hoy me disputan el mundo, mientras el azar —rotundo— ha puesto en una balanza cuál álbum (cuál añoranza) cerrará de un estampido; si al final de lo perdido ni a mí mismo me he encontrado, no hay modo de ser soldado sin ser un desconocido. FÁBULA DE LOS ABUELOS A Tatica, en San Luis Sin advertir en lo oscuro al guardián de la campana, mi abuela abrió su ventana para que entrara el futuro. Vibró el jardín, al conjuro de alguna voz juglaresca: —Viajemos por donde crezca la hierba. Mi serenata será un carrusel de plata en tu piel, cuando amanezca. Vamos, la lluvia te lega espigas tras este muro y, cerca, aguarda el futuro por tu crisol de andariega. (Es sólo un niño que riega luz al doblar de la esquina). Ella saltó —cristalina— en un tañer disparejo. En tanto, frente al espejo se agolpaba la neblina. Y mis abuelos, centellas de resplandor blanquecino, cruzaban por su camino con un rebaño de estrellas. Él: domador de doncellas. Ella: voz en la espesura. Ella: mitad aventura y almendra la otra mitad. Ella y la felicidad con una misma estatura. Caminaban, tan humanos como un temblor de cristales, sin percibir que a raudales brotábamos de sus manos. Pecaban. Ya muy cercanos al pez, alzaron un puente donde se volvió torrente su canto violento y puro, predicando que «el futuro es un niño transparente». Caminaron. En sus hombros retoñaron las campanas, desenterrando lejanas voces entre los escombros. Profetizaron asombros. Desangraron la rutina. Tan blandos en su resina —tan abuelos en lo oscuro— cantaron porque «el futuro juega al doblar de la esquina». Llegan. Distante, el relieve devela un jardín, la puerta y una ventana cubierta por redondeles de nieve. Entre los dos vientres llueve cuando aparecen resacas solares tras las hamacas y —al fondo— un árbol camina. Inventan una colina. No caben en sus butacas. Sus párpados de fragancia mortecina hoy redescubren la esquina: siempre a la misma distancia. Sonríen tenues, con ansia de esfumarse en su colina. Mientras tanto, la neblina se deshace ante el espejo. Y el futuro, ya muy viejo, juega al doblar de la esquina. UNA PEDRADA A DESHORA Tic. Reloj adentro: el mar. Reloj afuera: el naufragio. Reloj adentro el presagio de abrirse de par en par. Reloj afuera: escuchar una pedrada a deshora y saber rumbo a la aurora dos piececitos despiertos. Reloj de brazos abiertos sin importarle la hora. Sus ojos de manantial correteaban por la acera; le imaginé una escalera en el vientre de metal. Reloj adentro: coral. Y su canto era más tierno cuando llegó aquel invierno en que íbamos —sin permiso— a inventar un pasadizo para llegar a lo eterno. Iba a ganar las apuestas hoy el bribón. Y lo encuentro con una herida en el centro, con una pared a cuestas, con un adiós sin respuestas que nos atrapa voraz. El pecho: acero fugaz. Ojos de campanas llenos. Él, con un brazo de menos y con un sueño de más. Lo echaron. Mudez de agujas. Donde estaba el minutero ahora no hay más que un madero en que se sientan las brujas. Se apagaron las burbujas al fondo de mi carcaj. Tic-ansia, tic-soledad, tic-esplendor sin retoño. Reloj cruzando el otoño. Y un hondo silencio. Tac. BELLA DURMIENTE, EL TIEMPO, UNA CANCIÓN De sueño el patio, la lira. De sueño el agua, la alfombra, y yo —que soy una sombra— con mi adarga de mentira. Sólo en ti existo. Respira sólo en ti mi cuerpo ausente. De sueño el sol, el poniente desde el que te ruego yo que no despiertes, que no despiertes, Bella Durmiente. Soy la sombra que titila dentro de ti. Tú, mi faro. Yo encuentro luces de amparo al fondo de tu pupila. Los sueños pasan en fila. Los cuentos duermen afuera. Mas ¿de qué sirve la espera, si con un siglo no basta para poner en un asta tu voz, como una bandera? Soy una sombra que huye por misteriosos peldaños cuando —al doblar de cien años— tu despertar me destruye. Se alza el párpado: diluye mi corazón en el viento. Despiertas, y hay un lamento que no repica en tu aldaba. Se acaba el sueño. Se acaba lo único hermoso del cuento. LET IT BE A los muchachos del 71 Ringo-Sur, Harrison-Este, Paul-Oeste, Lennon-Norte. Y un árbol como resorte, un árbol casi celeste. Quién nos viera: frágil hueste de embusteros y ladrones vagando por los rincones de un árbol vivo y exacto. La adolescencia era un pacto entre duendes y gorriones. Gajos —entonces pequeños, adolescentes también— hoy vigilan el andén por donde vuelven los sueños. Bajamos —nombrados dueños de bosques y lejanías, con Lennon como mesías— por una senda secreta, a deshacer el planeta en menos de siete días. Blasfemar en los portales de iglesias y monasterios; pintar en los cementerios nuevos puntos cardinales. Improvisar madrigales; usar máscaras de buitre. Pernoctar en el salitre: ser novios de las gaviotas. Y llenar de palabrotas algún que otro pupitre. Ya no llevaba ninguno el corazón a babor, ni un campanario interior anunciaba el desayuno. Quién nos viera: cada uno rifando sus continentes, náufragos en las pendientes de un árbol marchito ya. Alguien nos perdonará haber sido adolescentes. CASI ALONDRA ¿Y tú, mi novia primera —casi alondra, casi beso—, que inundabas mi regreso sin sospecharlo siquiera? Tu risa de entonces era casi anuncio de un convite, y hoy tu imagen se repite caminando sobre el mar, invitándome a sacar al amor de su escondite. CON LOS OJOS DE TU ABUELO 24 de octubre de 1998 24 de julio de 2000 Padre, te me fuiste al viento con tu voz y tu camisa, para esconderme la risa más allá del firmamento. Y en este juego violento de llevar tu pantalón, me has hecho trampas, bribón, pues sé desde el primer guiño que, con un cuerpo de niño, has vuelto a mi corazón. ¡Pero qué modo perfecto de abandonar tu escondrijo! Así: vestido de hijo y hablando en otro dialecto. Tu verso puro y directo no dijo cuánto te quise, mas tu mirada me dice que —deshaciendo las huellas— vienes a cobrarme aquellas travesuras que te hice. Ay, hijo, siempre que miras con los ojos de tu abuelo, ¡cuán poco cabe mi anhelo en tu mundo de mentiras! Tu boca, cuando suspiras, lleva a mi padre en la punta. Viejo, ¿cuál hilo nos junta por sobre todas las muertes? Hijo, ¿por qué me conviertes el mundo en una pregunta? QUE VOLVERÉ MAÑANA Me voy. Me voy. No reproches. Dame refugio en tu voz cuando digo: «adiós, adiós», ay, lucero de mis noches. Tus lágrimas no derroches; enciende tu luz más bella, pues —cuando vuelva mi huella buscándote en la penumbra— sabrás que sólo me alumbra el cadáver de una estrella. Yo soy un rostro. Me pierdo. Naufrago en cada ventana. Y, al pasar, se me desgrana tu luz: recuerdo a recuerdo. Yo soy un rostro. Me pierdo al fondo de la calleja; pero hay una candileja que brilla desde el hogar, porque un caballo de mar te cuelga de cada ceja. No llores más, ángel mío: no escucho ya la corneta sino una risa secreta que escondiste en el rocío. Me has puesto en el aire un río, Lucero, y nada me aterra: ni el tajo que me destierra, ni la paz que me negaron, ni estos hombres que olvidaron por qué se van a la guerra. POSTALES DE ANTAÑO I (GLOSANDO A NAVARRO LUNA) Vienes del amanecer con los párpados tan rojos que te buscan nuevos ojos desde mi rostro de ayer. Porque tu signo es tejer una trampa al aguacero, me convierto en prisionero del agua muda, remota, y otra vez tú —gota a gota— ca-es des-de mi som-bre-ro. Yo perdido en la emboscada que le trazaste a la lluvia; pero ahora ha sido la lluvia quien te trazó una emboscada. Y lloverá en tu mirada eternamente, mujer. Tu signo será caer lenta sobre mis despojos. Como ha llovido en tus ojos no he visto nunca llover. II Yo soy el organillero. Cruzo la lluvia también. En mi órgano va un tren cantándole al aguacero. Asomas. Yo en el alero. Yo detenido en tus pies. Yo con el pecho al revés. Y —cuando te desdibujas— me voy, regando burbujas, por el camino del pez. III Salgo en busca de universos donde alumbrar mi garganta, pues una mujer me espanta desde violines dispersos; pero el autor de estos versos se ha marchado entre saetas. Si dejara en las secretas ventanas de mi acertijo la tenue voz que nos dijo: «El sol se rompe en siluetas». Ah, si volviera al acecho de un rojizo amanecer ahora que una mujer se abre en dos sobre mi pecho. Ah, si bajara del techo a bordo de una piragua con su pincel, con su fragua, para tejer mis reversos. Pero el autor de estos versos se ha perdido bajo el agua. IV Deshila el encantador ante Sierpe la mudez, y ella lo sueña otra vez alquimista, vendedor de asombros... oye un rumor y asoma. Tonto fakir: piensa que para subir le basta con una pauta, como si fuera la flauta quien la obligara a salir. V I wanna hold your hand Es la última postal, donde te vas para nunca, donde se ha quedado trunca la campanada final. Tu voz —un manso animal— vuelve, gris, a su rebaño. Algo cambia de tamaño, se hace perpetuo y feroz, cuando nos dicen adiós en las postales de antaño. No más ingenuas promesas de encontrar a Peter Pan; los iris se apagarán detrás de nuestras cabezas. No más huidas traviesas entre duendes y luceros. No llenarás de jilgueros la Calle de los Pregones. No mandarás tus pezones burlando a los mensajeros. ÚLTIMAS CARTAS DE CYRANO I ¿Duermes, Roxana? Me hundo, pues ya tu voz no me ampara bajo el balcón que separa las dos mitades del mundo. Lejos de ti, vagabundo, oigo correr los cerrojos, Roxana, sin más antojos que cobijarme en tu sueño, porque yo soy más pequeño cuando tú cierras los ojos. II Tú gobiernas el ocaso. Tú eres todo mi destino. Tú me trazas un camino debajo de cada paso. Tarde lo sé: ni mi brazo, ni un beso, ni tu campana, ni Eva, ni la manzana, ni Dios, ni mi empuñadura, ni el amor, ni la locura... Sólo tú existes, Roxana. ÚLTIMA CARTA DE CYRANO DE BERGERAC Tus manos que sigilosas tejen, Roxana, mi suerte, laten igual que la muerte dentro de todas las cosas. Callo mi amor. Y te posas en mi hombro derruido. Callo mi amor, y es sonido tu esplendor, que me lacera como si la muerte fuera no más que un leve zumbido. ¿Qué improvisado estandarte para del tiempo cubrirte? ¿Qué lluvia para dormirte? ¿Qué sol para no quemarte? Saberte, asirte, añorarte… (trabalenguas de lo inerte). ¿Qué voz para detenerte cuando, vencida, te apartas?, si al final todas las cartas van a manos de la muerte. Palabras. Como el invierno retornan a tu balcón. Son hermosas porque son escritas desde el averno. Son el adiós sempiterno. Muerte, detén tu fluir porque lo triste no es ir donde tu verbo retumba, sino llevarse a la tumba tantas cosas por decir. DÉCIMA VIDA DÉCIMA VIDA con(tra) Xavier Villaurrutia Vida, de pronto te llamo. De pronto me siento lleno de tu miel y tu veneno. Te odio. Te olvido. Te amo. Estoy —en cada reclamo— tan deseoso de ti que al llamarte es como si mi voz no fuera mi voz, y algún heraldo de Dios te hablara a través de mí. De pronto me siento inmune. Ya tengo tu misma edad, mirando la inmensidad que nos separa. O nos une. Quiero que tu voz me acune: al gritar tú con mi grito, el cielo es un manuscrito que habla del ser, del no ser... y al fin aprendo a leer tu nombre en el infinito. Vida, ¡qué lleno el abismo! Vida, ¡qué falsa es la nada, porque tú escribes en cada estrella algún aforismo! La pregunta de mí mismo se esfuma: yo la respondo. Vida, ¡qué cielo tan hondo! Vida, ¡qué luz tan violenta! Vida, por fin me doy cuenta de que eres dulce, en el fondo. Cuando estás en otra parte —en el polvo, en el estruendo, en alguien que va pidiendo permiso para tocarte—, Vida, me atrevo a buscarte en cada constelación. Tu aliento es mi corazón; mi nombre a tu nombre junto. (Aunque a veces me pregunto: ¿no serás una ilusión?). Cuando alguien desde una cruz calladamente me nombra, tú llenas toda mi sombra, tú llenas toda mi luz. Me cubres con tu capuz mientras te miro pasar: Vida, ¡tú pones el mar y mil canciones sin dueño en cada labio pequeño que no te puede besar! Ven. Cúbreme con tu aliento; hablemos el mismo idioma. Ven Inundando De Aroma agua, fuego, tierra, viento... Ven. Déjame en testamento esa mano seductora. Jugando, llegó tu hora. Jugando, desapareces. Y ya es mentira que a veces desde una cruz, alguien llora. Y aunque de pronto te olvido porque, jugando, te escondes —y te odio si no respondes a dónde va lo vivido—, no apagues este latido, esta levedad suprema. Ven. Ya sé la estratagema: tu mano contra el dolor. Vida, hablemos del amor hoy que tu mano me quema. Vida, tu mano es un puerto, mi dicha, el llanto de otro. Vida, tu mano es un potro, es un lirio en el desierto. Los que no te han descubierto, ¿qué saben de la alegría? Tu mano es la travesía hacia lo que nadie cree, porque en tu mano se lee que eres virgen todavía. Hoy que tu mano me toca, me prendes como un lucero. Hoy que de pronto te quiero, a mi lado hay quien te invoca —ya calcinada la boca— hablando por una herida. Y al soldado, y al suicida, al poeta y al cobarde se les está haciendo tarde para comprenderte, Vida. Pero es, para mí, temprano porque ya rocé tus dedos y —a pesar de tantos miedos— hoy vengo a pedir tu mano. Dentro de mí se oye un piano. Vida, al fin te descubrí y ahora tu mano pedí contra el humo y la marisma porque, a pesar de ti misma, yo sigo creyendo en ti.