EL PROFETA DEL PARAISO AL HÉSPERO No sabe qué es la luz quien no ha visto estos montes de poniente al invierno andaluz ebrios de grana. Antonio Carvajal Héspero, abuelo y artífice del jardín de las Hespérides y estrella vespertina, fue agraciado con el don de la abundancia, derramada desde el cesto de Démeter, por haber logrado que la diosa, peregrina desesperada a la búsqueda de Perséfone, se detuviera y bebiera el agua del consuelo en las fuentes del poniente. Desde entonces, las fanegas de trigo, el caldo de las viñas y el frescor del agua de sus arroyos, repartida en caces por los cauchiles, se abren para el poeta como las puertas de un paraíso entre el del origen, en el Edén y el de las postrimerías en el milenio de los bienaventurados, inundados de la ebriedad grana por los cuernos del carnero en los montes del Salar. Un paisaje y un paisanaje como “Frutos escogidos” para un infante que siente con el corazón; en él encuentra matices de la verdad primera, de la edad dorada y traza peldaños para escalar hacia el futuro. Si nos hacemos niños entraremos en el paraíso por el orificio de la cerradura del amor celeste que nos invita a ser infantilmente, irradiando la inocencia como propio olor de evieternidad o presente eternizado. José Antonio García Aguilera en estos frutos ofrecidos nos embriaga con leche alba, con el pálpito que alienta en el niño, que queda quedo en formas poéticas, limpias imágenes de aquel ayer, hoy nuevo día: “donde hay niños hay edad de oro” (Juan Ramón Jiménez). Atraído por los misterios del libro celeste, escritos en piedra, lee como el joven Wieland los reinos del cosmos, del mineral al vegetal, de éste al animal y, distanciado y a la cabeza el del hombre que, con el don espiritual recibido “ha podido contemplar lo interno de las criaturas” y “el arca de la nueva alianza… ha quedado abierta ante sus ojos” (Novalis). El material memoria marcha en progresión creciente hacia la perfección por un camino de catástrofes que aterrorizan al Ángelus Novus en su mirar retrospectivo sobre la línea del progreso. Cada reino sigue su ritmo de manera que si aquélla, la perfección, no se alcanzó hogaño, con seguridad se logrará con los años. En el abrazo de la inocencia (tiempo) con el lugar, Salar, fascinados mutuamente la naturaleza ofrecida y el entendimiento transparente, se gesta el canto para poner en nueva lengua, la del poema, ese largo banzo en la escala que conduce del mineral al vegetal y al animal hacia su más cercana humanización, y al poeta hacia superiores cotas de divinización. “Y las piedras, olvido muerto y memoria callada, brotan como zumo de granadas: blanda luz líquida”. La mirada del artista “con recuerdos en sus alforjas”, logra materializarse en el canto, en las miradas prístinas del inocente, en imágenes que atacan al tropel de los sentidos, como manzanas olorosas que se mecen en el curso sombreado y sosegado de las acequias, derramando el perfume del paraíso… ¡Y no son barjuletas, sino perillas de por San Juan! El poema es el núcleo del sentido en la aventura mortal del conocimiento pues, ¡tan alta vida espero, en tanto que no muero! Además, ya sabemos que “la poesía es el primero y el último de todos los conocimientos” (W. Worsworth) y que el poeta, para ser ojo del sol, antes debió tomar su forma (Plotino). Si la materia es el traje temporal y efímero del espíritu, éste, en sus progresiones y regresiones a lo largo del camino teleológico de la historia, deja ruinas, testimonios que quedan del imperio que fue. Y éstas ya no son textos sagrados de la naturaleza celeste, sino fragmentos más o menos atractivos del incendio en que ardieron las mayores bellezas de sus tiempos. Todo resto despide rayos, enciende iluminaciones y revelaciones que nos enmarcan en arquitecturas y artes de otras épocas y otras sensibilidades. El poeta también lo es del “Occidente, cerrado al canto fúnebre del alba” (César Vallejo), de las nubladas tormentas de relámpagos aturdidores y rayos estremecedores, armas enhiestas y caballos negros que nos introducen en amenazantes habitaciones del viento y el silencio donde se agazapan los horrores de las pasadas tinieblas: Ángelus Novus de Klee, trasmutado y desencajado. Poemas que son “pathoformes”, portando hasta nosotros desde la distancia brumosa y arcaica las pasiones ardientes de su vivir misterioso (A. Warburg), o imágenes dialécticas (W. Benjamin): en capas, como sucesivas pieles de la serpiente del tiempo, formando constelaciones de sentido, caminos de sirga hacia el paraíso futuro: Villa romana del Salar, Cerro Gabino y El Jarrón nos multiplican los ángulos y niveles de visión. Cada época crece sobre los fascinantes detritus de mundos anteriores, y sobre un mismo lugar se superponen las ansias y deseos, las más hermosas creaciones y las más terribles acciones, pathos eternizado como parte que queda del todo que pasa. En estos ámbitos del poniente granadino se resume y condensa el vivir de otras edades, sus aspiraciones al nuevo mundo, recién gestado en el antiguo paraíso reencontrado. Pero el poeta también es profeta, el profeta del Héspero y como tal, se distingue de los demás mortales por la potencia de su imaginación (B. Spinoza), que se manifiesta en la agilidad, limpieza y apertura de su verbo equilibrado y fecundo, en el manjar de su poesía, capaz de huir de lo cotidiano con sus recreaciones imaginarias, brillando como luciérnagas: la Encantá, el chilanque, el Bañuelo, la piedra escrita, la higuera, el imperio de la luz… y que logran henchir los moldes que repujan el verbo divino por la singularidad del mensaje, labrado con elementos de nuestro mundo pero readaptados a su peculiar visión, proyectando un nuevo sentido hacia el futuro: la sangre derramada colma el cáliz del dolor, y allí transustancia en rayo del cuerno del cordero o lucero vespertino, Héspero, con cuyos destellos granas se tiñe, metamorfoseado al alba en Venus o estrella matutina (Héspero es Fósforo) y engalanado con los tonos sonrosados de la resucitada Aurora. El molino tritura la mies del poniente en Salar para que el lector reciba su harina y su aceite, su pan y su vino, su aliento espiritual y su sagrada unción nacida del amor del amante, admirado, enamorado y ardido para acrecer al amado. José A. González Núñez. Venta del Pulgar, en la festividad de San Ramón 31 de agosto de 2015.