La fábula del murciélago Se cuenta que hace mucho tiempo hubo una trifulca entre los mamíferos y las aves, estas dos especies entraron en una guerra y ambos bandos no se podían ni ver. Todos, conociéndose bien, tomaban parte por algún bando, sin embargo el murciélago dudaba mucho y su cobardía hacía que no se decida por alguno. Cuando el murciélago estaba con los mamíferos plegaba sus alas y se hacía pasar por un roedor. Lo contrario sucedía cuando estaba con las aves, pues ahí el murciélago desplegaba sus alas y se hacía pasar como una más de ellas. Hasta que un día ambos bandos lo descubrieron y desde ese día, el murciélago se vio obligado a salir solo de noche, ya que nunca más tuvo lugar ni con las aves ni con los mamíferos. La fábula del cuidador y el aceite Una vez en un pueblo muy lejano, una persona recibió la misión de alumbrar un faro. Para ello, las personas que lo contrataron, le proporcionaban una vez al mes aceite para que cumpla esa misión. Todo parecía sencillo y simple de hacer y el cuidador empezó a trabajar. A los pocos días de empezar, una vecina del pueblo le pidió aceite para calentar su casa pues hacía mucho frío, a lo cual el cuidador aceptó. Luego, unos días después, un señor necesitaba aceite para su lámpara, pues su casa estaba era muy oscura y no podía ver casi nada dentro de ella, el cuidador también accedió a tal petición. Por último, otro señor le pidió que le diera un poco de aceite para aceitar su rueda del coche, el cuidador, al igual que los anteriores, accedió al pedido porque consideraba que todos eran pedidos justificados y causas nobles. Casi unos días antes de fin de mes, el faro se apagó por falta de aceite y como consecuencia de esto varios barcos encallaron en los acantilados. Sus jefes lo despidieron de inmediato diciéndole: “Se te dio el aceite por una sola razón: queríamos que mantengas el faro ardiendo”. La fábula del sapo Se realizó una competencia de Sapos. El objetivo era llegar a lo alto de una Montaña. La expectativa fue tal, que se juntó una gran multitud en las gradas. A las pocas horas de iniciada la competencia, los avances eran muy pobres, entonces la multitud creyó que nadie lograría alcanzar la cima, se comenzó a escuchar: “¡Qué pena! Esos sapos no lo van a conseguir. ¡No lo van a conseguir!” Había uno que seguía con el mismo empeño del principio y continuaba subiendo en busca de la cima. La multitud continuaba gritando: “¡Qué pena! Tampoco ese sapo lo va a conseguir. ¡No lo va a conseguir!” Muchos sapitos volteaban a ver las gradas, luego al objetivo y se daban por vencidos, pero había un sapito que seguía y seguía tranquilo con igual fuerza. Pasaron horas de competencia, casi todos desistieron, pero ese sapito, siguió y pudo llegar a la cima con todo su esfuerzo. Todos los que se habían dado por vencidos quisieron saber la clave de su éxito. Al acercarse a felicitarlo y preguntarle cómo había conseguido llegar a la cima. Descubrieron que era sordo. 1