Homilía en el Cantamisa del P. Miguel Ángel Ramírez Flores, MG “No te dejaré ni te abandonaré” (Hb 13, 5) Estimado P. Miguel Ángel, Estimados hermanos sacerdotes, Estimadas familias Ramírez Flores, Delgadillo Ramírez, León Vadillo Queridos amigos en Cristo, Me siento muy honrado de que Miguel Ángel me pidiera concelebrar con él y predicar en su Primera Misa Solemne. Es una vieja tradición que un sacerdote recién ordenado le pida a uno de los clérigos mayores que predique la homilía en esta Misa especial. Es sin duda un honor y un privilegio, además que es la primera vez que lo hago. Gracias, Miguel, por tu amistad y confianza, a lo largo de estos años y desde que fuimos compañeros en el Seminario Mayor de Misiones Extranjeras y en el apostolado de la Pastoral Universitaria en la UIC. Ayer Mons. Eduardo Muñoz Ochoa, obispo auxiliar de esta Arquidiócesis de Guadalajara impuso sus manos sobre la cabeza de Miguel Ángel y por medio de la oración consecratoria lo ordenó sacerdote. Ese es el gesto que cambió la vida de Miguel Ángel para siempre, para toda la eternidad. La imposición de manos como ritual esencial de ordenación es una línea ininterrumpida que nos viene desde los Apóstoles. Como sacerdote, Miguel Ángel tiene ahora la facultad de ser Otro Cristo cuando realiza el ministerio litúrgico y sacramental, como el de consagrar el pan y vino en verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. Él ha recibido el poder de perdonar los pecados o llevar a muchas personas a las aguas de la regeneración por medio del bautismo. Él dará consuelo a los enfermos e instrucción a los necesitados. El ya no sólo es un misionero, es ahora un sacerdote, que actúa en la persona y cabeza de Cristo. A veces podemos ver al sacerdote de una manera moderna: como una persona bastante agradable que dice y hace cosas buenas en medio de un mundo a veces no tan agradable. Pensamos en el sacerdote como si fuera un embajador de la buena voluntad de la Iglesia Católica. Sin embargo, él es más que eso. El sacerdote es aquel que ofrece el sacrificio de Jesús y a la vez el sacrificio de sí mismo. Cuando Miguel Ángel celebre la Santa Misa, será el mismo Cristo que se sacrifica en la Cruz, trayendo al mismo Cristo para que de vida en plenitud a cuantos desean recibirlo. Sin embargo, él no debe olvidar nunca que, aun siendo sacerdote, el sigue siendo ser humano, con su naturaleza caída, con sus flaquezas, debilidades, y tentaciones. Él no deja de ser una vasija de barro que lleva un tesoro de gracia dentro de sí. Él mismo necesita la salvación, la gracia y el auxilio de Jesús, como cualquier fiel cristiano. El sacerdote es más eficaz y más fuerte cuando recuerda que es Jesús quien salva y que él es solo el instrumento de su gracia para dar vida al mundo. En cierto sentido, Dios elige a sus sacerdotes, no porque sean tan maravillosos, sino por su debilidad. Esto no significa que no tenga talentos. Los tiene y vaya que son muchos. Todos ustedes conocen también su alegría, su entusiasmo, su dedicación. Así que todos sus dones los ha de poner al servicio de Cristo y del Reino, de la Misión. Pero como sacerdote ha de aprender a vaciarse de sí mismo, porque ya no se pertenece, ya es propiedad del Señor, ha sido consagrado a Él, sus manos han sido ungidas , su espíritu ha sido en él derramado para ser Otro Cristo en la tierra. De esta manera, Dios puede realizar por medio de él todas las maravillas sobrenaturales que deben realizarse. En la debilidad del sacerdote, el poder de Dios se manifiesta. Miguel Ángel ha recibido y ha desarrollado abundantes dones humanos como su integridad, su inteligencia, un corazón para los demás y una fe profunda en la realidad de lo sobrenatural. Pero eso no es lo que lo convertirá en un buen sacerdote. Será la medida en que él traerá a muchas personas hacia Jesús. Lo hará cuando suene el teléfono a las dos de la mañana, y sea del hospital en el que le piden llevar la misericordia de Jesús a un moribundo, cuando tenga que sentarse en algún confesionario por horas y atender desinteresadamente y por puro amor a muchos pecadores atribulados. Esto es lo que irá moldeando su corazón a la manera de Cristo, un Cristo misionero sí, pero siempre unido al misterio de la cruz. Y si Miguel Ángel lo entiende de esta manera y reza su oficio litúrgico y cumple con su deber ministerial y se abandona en su debilidad a aquél Jesús que lo llamó y permite que Jesús trabaje a través de él sin ser un obstáculo, sin interponerse en el camino de la Gracia entre las almas y Dios, entonces lo será no sólo un buen sacerdote misionero, sino que será un santo sacerdote del Señor, porque se dirá de él como decían de Jesús : "¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. Porque no tendrá favoritismos ni juzgará con criterios torcidos, sino que será todo para todos a fin de ganarlos a todos para el Señor Jesús. San Francisco de Asís dijo una vez que si se encontraba con un santo y con un sacerdote en el camino, respetaría al santo, pero besaría las manos del sacerdote, porque en estas manos recibimos y compartimos los misterios del amor de Dios. Cuando los sacerdotes creemos que el ministerio se trata de nuestra propia ambición y nuestro logro, que la gente está ahí para servirnos y no al revés, entonces somos la causa de un grave escándalo y sobre todo de un daño grave en el Cuerpo de Cristo. Aceptar el don del sacerdocio es renunciar, sacrificar los propios sueños y proyectos individualistas, es dejar a tras todo egoísmo. Es el ofrecimiento de tu vida, no por un programa o iniciativa de acción, ciertamente no por una Diócesis o en este caso por un instituto como lo es Misioneros de Guadalupe, sino por el Señor Crucificado. Mientras el Señor colgaba de la Cruz, en perfecta obediencia a la voluntad del Padre, ofreció hasta su último aliento a aquel en quien había depositado su confianza. Sin embargo, antes de que empieces a sudar frío y acobardarte por todo lo que implica ser sacerdote y la idea de todo esto, recuerda, según San Francisco, has sido llamado a la Ordenación, no a la canonización; así que todavía tienes tiempo para trabajar en esto último. Te invito a que no dejes nunca de dar gracias por el don del sacerdocio, porque el sacerdocio no es tu propiedad, sino del Señor. Y haz como San Juan, ama mucho, mucho, mucho a la Madre del Señor, acogiéndola en tu corazón. Ella te enseñará a amar mucho, mucho a su Hijo, a su Iglesia y la cruz del sacerdocio. Que Santa María de Guadalupe sea siempre tu estandarte misionero, de servir a todos con alegría y con santa paz. Amén y gloria a Dios.