La última treta de Israel para fragmentar y desempoderar al pueblo palestino Por Joost Hiltermann | 12/11/2021 | Palestina y Oriente Próximo Fuentes: MERIP [Foto: Activistas israelíes y palestinos ante la sede de la Fundación Al-Haq en Ramala para denunciar la decisión israelí de declarar "terroristas" seis organizaciones palestinas de DDHH (Abbas Momani/AFP via Getty Images)] Traducción del inglés para para Rebelión de Loles Oliván Hijós Se suele reconocer a Al Haq, primera organización palestina de derechos humanos, haber establecido la norma referencial de la investigación y la defensa independiente de los derechos humanos. Hoy es, sin duda, una de las principales organizaciones de la sociedad civil en Palestina. Fundada en 1979 y siendo una de las organizaciones de derechos humanos más antiguas del mundo, Al Haq ha ido ganando prestigio, tal y como narró magistralmente en 2021 Lynn Welchman en su magistral crónica «Al Haq: A Global History of the First Palestinian Human Rights Organization». Se ha labrado una reputación de investigar rigurosamente e informar de manera imparcial sobre los delitos cometidos por Israel en los territorios palestinos ocupados, y ha impulsado el relevante debate sobre la responsabilidad de la comunidad internacional de garantizar el respeto del derecho internacional por parte de Israel. Lo ha hecho a pesar de las duras realidades de una sostenida ocupación militar y de la turbulenta época que siguió a los Acuerdos de Oslo de 1993 –la llegada de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a los Territorios Ocupados y el establecimiento de la Autoridad Palestina (AP). El personal de Al Haq ha sufrido de manera intermitente acoso, restricciones de movimiento y detenciones administrativas (encarcelamiento sin procedimiento legal), a manos del gobierno israelí, que ha falseado cargos equívocos, como la pertenencia a una u otra facción política palestina. El actual director de Al Haq, Sha’wan Jabarin, ha sufrido múltiples detenciones administrativas, así como una paliza que estuvo a punto de resultar fatal. Este tipo de acoso se ha convertido en normal, casi rutinario, para la organización. Pero nada habría podido preparar a Al Haq para la indignante decisión que tomó en octubre el nuevo ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, de designar a la organización y a otras cinco como grupos “terroristas” susceptibles de ser suprimidas y duramente castigadas en virtud de la ley antiterrorista de Israel. Silenciar las voces palestinas ¿Por qué Gantz ha actuado contra estas seis organizaciones y por qué ahora? Es tentador sugerir que, en el caso de Al Haq, la designación de terrorismo forma parte de la intención del Estado israelí de ocultar los crímenes de su ocupación a la opinión pública internacional para que la exposición de los mismos no debilite aún más la posición de Israel en el mundo. [1] Pero eso no explicaría ni el momento ni la inclusión de organizaciones cuya misión, estrictamente hablando, no es el trabajo de los derechos humanos. Las otras cinco organizaciones son Defense for Children International-Palestine, Addameer Prisoner Support and Human Rights Association, Bisan Center for Research and Development, la Union of Agricultural Work Committees y la Union of Palestinian Women’s Committees. Para Israel, o al menos para su ministro de Defensa, lo que ha impulsado esa designación es la combinación de necesidad y oportunidad moldeada por la visión derechista del mundo de Gantz, por su interpretación de los intereses nacionales israelíes y por su percepción de las amenazas que la sociedad palestina representa para Israel. A pesar de los esfuerzos internacionales por dar cabida a dos nacionalismos en Israel-Palestina, el mero desequilibrio del apoyo externo a las dos partes ha permitido a Israel, como cuestión de prioridad estratégica, erradicar progresivamente incluso la posibilidad de que el nacionalismo palestino se exprese de manera organizada. Para impedir la emergencia de un Estado palestino independiente viable, Israel debe dirigir todas sus energías a fragmentar y desempoderar a la población palestina y silenciar las voces palestinas de los Territorios Ocupados. Los palestinos, por supuesto, se resisten a este plan. Su última línea de defensa es su presencia física en la tierra y su determinación de quedarse pase lo que pase, una noción a la que se refieren como sumud, una tenaz firmeza frente a circunstancias muy adversas. “Yo soy Samed”, escribe Raja Shehadeh, cofundador de Al Haq, en uno de sus primeros libros. El nacionalismo palestino se ha configurado parcialmente en la historia moderna por su interacción con el sionismo y el Estado de Israel. Sus diferentes manifestaciones reflejan la desmembración de la sociedad palestina desde la desposesión de la Nakba en 1948. En esa época surgió el movimiento nacional palestino y su liderazgo que se estableció en el exilio afirmando representar y combatir en nombre de todos los palestinos. Después de 1967 las realidades de los Territorios Ocupados exigieron un enfoque diferente y algo más práctico y fundamentado para los palestinos de Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Oriental. Tuvieron que enfrentarse a las realidades del autogobierno local. En respuesta, los palestinos crearon una sofisticada y compleja red de organizaciones de la sociedad civil profundamente arraigadas en todos los aspectos de sus vidas cuyo efecto fue fusionarse como una administración casi estatal, al menos en el ámbito del bienestar social. Estas instituciones han prestado los servicios que la potencia ocupante se ha negado a prestar para, de hecho, “administrar mejor” que el gobernante militar de los territorios, tomando prestada una noción gramsciana. La alianza entre estas instituciones de la sociedad civil y las facciones del movimiento nacional palestino ha estado marcada tanto por la contestación como por la cooperación. La AP, de manera típicamente autocrática, ha intentado controlar la sociedad dejando a las organizaciones un escaso margen de autonomía. Las organizaciones locales, con algunas excepciones, se adhirieron al discurso nacionalista pero sabían que una asociación demasiado estrecha con las facciones políticas comprometidas con la resistencia armada las expondría a la represión israelí, comprometiendo con ello su contribución a la construcción de una sociedad más fuerte. La solución de Al Haq consistió en insistir en una identidad, una misión y un modus operandi no partidistas, instruyó a su personal para que se adhiriera a cualquier punto de vista político que quisiera pero dejando su posiciones políticas en la puerta de la oficina. Según mi experiencia, el personal de Al Haq abrazaba puntos de vista que abarcaban todo el espectro de la política palestina pero respetaban el mandato y lo mantuvieron firmemente como clave para la credibilidad y la eficacia de la organización. Acusar a Al Haq de ser un brazo del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), como sostiene espuriamente Gantz, es tan absurdo como afirmar que está afiliado a Hamás o a cualquier otra facción política palestina. Al Haq no es la única en este enfoque no partidista; es la norma entre muchas ONG palestinas. Hay algunos grupos e instituciones que se identifican más con una u otra línea política pero en este sentido la sociedad civil palestina no es diferente del resto. La diferencia radica en el contexto. La sociedad civil palestina opera bajo una ocupación militar israelí promovida para impedir cualquier desafío organizado a su propio proyecto nacionalista. Los imperativos de Israel alimentaron la confusión sionista en la retórica y en la política de la resistencia armada con la oposición no violenta. Es significativo que dicha oposición incluya cualquier crítica no partidista a la ocupación militar israelí, especialmente cuando –como han hecho Al Haq y Addameer– estas organizaciones recurren a la Corte Penal Internacional de La Haya presentando informes amicus. El éxito de la labor de estas organizaciones hace que la designación de terroristas que hace Israel se vea bajo una nueva luz. Tras los Acuerdos de Oslo la AP se convirtió en la autoridad internacionalmente reconocida en los territorios, la supuesta predecesora de lo que sería el primer gobierno de un eventual Estado independiente. Sería exagerado caracterizar a la AP, algunos lo hacen, como poco más que el brazo securitario de Israel en Cisjordania, aunque ha fracasado en su propósito secundario de ser un bloque de construcción nacional. En cuanto a su objetivo principal – gobernar el territorio y prestar servicios–, la ineptitud, la corrupción, la represión, el creciente desapego de la población y la resistencia a celebrar elecciones han convertido a la AP en una institución muy despreciada. Israel ha considerado durante mucho tiempo a la AP como un instrumento para controlar a la población palestina. En la medida en que ya no sirve para ese propósito, las organizaciones no gubernamentales y los comités de asistencia popular pueden llenar el vacío y adquirir una renovada importancia. Facciones políticas rivales como el FPLP, pueden también hallar que sus voces de oposición tienen más peso a medida que la AP pierde su posición en la sociedad palestina. Inadvertidamente, Israel ha dado al FPLP –antes una reliquia política– más relevancia de la que ha tenido en décadas. El grupo sigue teniendo un atractivo popular en parte porque no es la AP, que obtiene su núcleo de apoyo de Fatah, y sigue teniendo capacidad de movilizar a sus seguidores. Aprovechar la oportunidad de la complacencia internacional Los aliados occidentales de Israel acogieron con satisfacción la destitución del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu en las elecciones de marzo de 2021. El nuevo gobierno, a pesar de incluir por primera vez un partido árabe israelí, está probablemente tan a la derecha como el de Netanyahu y parece igual de decidido a afianzar la ocupación. Sin embargo, su ministro de Asuntos Exteriores, Yair Lapid, podría parecer, al menos a quienes no conocen este contexto, una figura más moderada y, por tanto, aceptable. El temor a que la frágil coalición de gobierno israelí se deshaga por sus múltiples diferencias internas y vuelva a la crudeza de los años de Netanyahu está silenciando las críticas internacionales a la represión israelí tras la revuelta popular palestina que se extendió por Israel y los Territorios Ocupados de abril a junio de este año. La expansión de los asentamientos sigue avanzando; los derechos de los prisioneros se revierten tras la fuga de la cárcel; la reconstrucción se retrasa en Gaza, devastada –una vez más– por un implacable ataque aéreo de 11 días en mayo de 2021. La respuesta internacional se limita a señalar con el dedo y poco más: es la oportunidad perfecta, desde la perspectiva del gobierno israelí, para reprimir a los críticos de la ocupación y de la AP, incluida a una institución tan respetada como Al Haq [2]. El desprestigio injustificado por estar asociada con el FPLP se basa en supuestas pruebas secretas y en la pereza: Israel lleva décadas reciclando y lanzando la misma acusación contra las organizaciones de la sociedad civil palestina. La complacencia internacional hace posible que esta artimaña se repita una y otra vez. “Estas acusaciones nunca se han substanciado en el pasado”, declaran con la boca llena los donantes europeos de la organización [3]. Cierto. ¿Pero entonces, qué? ¿Quién está dispuesto a enfrentarse a Israel? El nuevo gobierno de Israel ha declarado que a falta de un proceso de paz viable quiere “reducir” el conflicto, es decir, dorar la jaula en la que encierra a los palestinos permitiendo cierto desarrollo económico a cambio de calma. Es una nueva reiteración del proyecto de Israel para acabar con el nacionalismo palestino. Y a pesar del apoyo que profesan las naciones occidentales a una solución de dos estados, todas ellas han aceptado la realidad de que los deliberados intentos de Israel por impedirla la han convertido en algo completamente irrelevante. Incluso si la presión de la Casa Blanca –que no es un hecho– obligara a Gantz a cambiar de rumbo, el daño ya está hecho. La designación de terrorismo ha arrojado una sombra duradera sobre la sociedad palestina y la noción de construcción de instituciones hacia un futuro mejor, enviando una advertencia a todas las organizaciones similares de que podrían ser el próximo objetivo. Si el pasado sirve de guía, los gobiernos donantes suspenderán la financiación y pondrán en marcha costosas e inútiles investigaciones que no aportarán nada. Teniendo en cuenta estos antecedentes, puede que haya llegado el momento de dar una respuesta más contundente pero no hay muchos motivos para el optimismo. Sin embargo, aunque Israel sigue avanzando en su intento de impedir que emerja un Estado palestino viable está empujando a la población a un enfoque alternativo basado en sus derechos en todo el territorio de Israel-Palestina. Las ideas de las organizaciones palestinas de derechos humanos y de ayuda popular son especialmente adecuadas para este escenario. Y después de todo, los palestinos siguen con su sumud. Notas: 1.- Miembros del antiguo personal de Al Haq que viven fuera de Palestina emitieron una declaración firmada en protesta por la designación. 2.- El gobierno de Netanyahu investigó las mismas acusaciones en 2020 y no tomó medidas. “Borrell: No Proof of EU-Funded NGOs Working with Palestinian Terror Groups”, Jerusalem Post, 2 de julio de 2020. 3.- Portavoz de la Unión Europea, “Israel/Palestina: Declaración del portavoz sobre la inclusión de seis organizaciones palestinas en la lista de organizaciones terroristas”, 28 de octubre de 2021. Joost Hiltermann trabajó para Al Haq en la década de1980. Dirige el Programa de Middle East and North Africa en The International Crisis Group. Fuente: https://merip.org/2021/11/israels-latest-effort-to-fragment-and-disempower-the-palestinians/ Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.