EL DESAFÍO DE UN CURRÍCULO EVANGELIZADOR A LA IDENTIDAD CATÓLICA DE LOS COLEGIOS DE IGLESIA +Héctor Eduardo Vargas Bastidas, sdb Obispo de San José de Temuco Presidente Área Educación de la CECH 1. Premisas para un Proyecto Curricular a) La vida y realidad de los jóvenes, como punto de partida Nuestro compromiso de educar a los jóvenes en la fe choca a menudo contra un obstáculo: a muchos jóvenes no les llega ni nuestro mensaje ni nuestro testimonio. Entre nosotros y la mayoría de ellos hay una distancia, que muchas veces es física, pero que es sobre todo psicológica y cultural. Eliminar distancias, hacernos cercanos, aproximarnos a ellos, ponernos en atenta escucha de sus demandas y aspiraciones, son para nosotros opciones fundamentales que preceden a cualquier otro paso en un curriculum evangelizador El camino de la evangelización en contexto escolar empieza con la valorización del patrimonio que todo(a) joven lleva dentro de sí, y que un verdadero educador sabe descubrir con inteligencia y paciencia. Utilizará oportunamente la razón y su sensibilidad pastoral para desenterrar el deseo de Dios, a veces sepultado, pero no del todo muerto en el corazón de los jóvenes. Pondrá en acción su carga de comprensión y afecto procurando hacerse querer por ellos. Esta acogida crea una circulación de recíproca amistad, estima y responsabilidad, hasta el punto de suscitar en él y la joven la conciencia de que su persona, tiene un valor y un significado que supera cuanto él había imaginado. Esto pone en movimiento las mejores energías y disponibilidad juvenil a la propuesta educativo-pastoral. La acogida, entonces, cala más hondo cuando lo que implica al joven no es sólo una persona, sino todo un ambiente educativo lleno de vida y de propuestas. Nuestros diversos espacios y acciones destinados a los alumnos(as), deberían caracterizarse por ser al mismo tiempo “casa” que acoge, “parroquia” que evangeliza, “escuela” que prepara para la vida y “patio” donde encontrarse como amigos y vivir en la alegría. No es tanto una estructura específica, sino el clima de relaciones marcadas por la confianza y el espíritu de familia, la alegría y la fiesta, acompañadas por compromisos y trabajos, las expresiones libres y múltiples del protagonismo juvenil, así como presencia amiga de animadores, que saben hacer propuestas que responden a los intereses del alumnado y al mismo tiempo, sugieren opciones de valores y de fe. b) Promover un contexto educativo pertinente Es por ello que las escuelas católicas están llamadas a realizar la comunidad educativa y pastoral. Ella involucra, en clima de familia, a jóvenes y adultos, a padres y madres de familia y a los educadores de tal manera, que ésta pueda transformarse en una auténtica experiencia de Iglesia, reveladora del plan de Dios. En consecuencia la acogida a los grandes valores del proyecto educativo católico cala más hondo, cuando lo que involucra al y la joven no es sólo una persona, sino todo un ambiente lleno de vida y de propuestas. De este modo, los grupos asociativos, los movimientos eclesiales, las oportunidades externas para variados servicios solidarios, catequísticos y evangelizadores, las experiencias misioneras, las expresiones libres y múltiples del protagonismo juvenil, así como la fraterna presencia de educadores cercanos, que saben hacer propuestas que respondan a los intereses de los jóvenes y al mismo tiempo sugieren opciones de valores y de fe, constituyen características claves desde las cuales iniciar o continuar el camino de educación humana y cristiana de una comunidad educativa católica, del cual el curriculum debe hacerse cargo. En este contexto, la enseñanza y el aprendizaje representan los dos términos de una relación que no es sólo entre un objeto de estudio y una mente que aprende, sino entre personas. Tal relación no puede basarse en relaciones sólo técnicas y profesionales, más bien debe nutrirse de estima recíproca, confianza, respeto, cordialidad. El aprendizaje que se realiza en un contexto donde los sujetos perciben un sentido de pertenencia, es muy diferente de un aprendizaje realizado en un entorno de individualismo, de antagonismo o de frialdad recíproca, y por lo tanto, el rechazo a una educación e instrucción de masa, que hacen manipulable la persona humana o la reducen a número. c) El desafío de la educación integral Educar es mucho más que instruir. El hecho que la Unión Europea, la OECD y el Banco Mundial pongan el acento en la razón instrumental y la competitividad, que tengan una concepción puramente funcional de la educación, como si ella tuviera que legitimarse sólo si está al servicio de la economía de mercado y del trabajo, reduce fuertemente el contenido pedagógico de muchos documentos internacionales, algo que también encontramos en numerosos textos de los ministerios de la educación. La escuela no debería ceder a esta lógica tecnocrática y económica, incluso si se encuentra bajo la presión de poderes externos y está expuesta a intentos de instrumentalización por parte del mercado, y esto vale mucho más para la escuela católica. Hoy se pide a los sistemas escolares de promover el desarrollo de las competencias, no sólo de transmitir conocimientos. El paradigma de la competencia, interpretado según una visión humanística, va más allá de la adquisición de conocimientos específicos o habilidades. Concierne todo el desarrollo de los recursos personales del estudiante y crea un vínculo significativo entre la escuela y la vida. Es importante que la educación escolar valorice no sólo las competencias relativas a los ámbitos del saber y del saber hacer, sino también aquellas del vivir junto a los demás y del crecer en humanidad. No se trata de minimizar las solicitudes de la economía o la gravedad de la desocupación , sino de respetar la persona de los estudiantes en su integridad, desarrollando una multiplicidad de competencias que enriquecen la persona humana, la creatividad, la imaginación, la capacidad de asumirse responsabilidades, la capacidad de amar el mundo, de cultivar la justicia y la compasión. Lo anterior, sin embargo, no es el fruto de una mera pedagogía, voluntad, sensibilidad social y estrategia, sino una profunda convicción de fe. En efecto, toda comunidad educativa que anhela volcarse a la evangelización de la juventud, deben estar convencida que Dios ama a los jóvenes. Tal es la fe que ha de estar en el origen de su vocación y que motiva su vida y todas sus actividades pastorales. En virtud de esta gracia, ningún joven puede quedar excluido de nuestra esperanza y de nuestra acción, sobre todo si sufre pobreza, derrota y pecado. Tenemos la certeza de que en cada uno de ellos Dios ha depositado el germen de su vida nueva. Esto nos impulsa a procurar que sean conscientes de tal don y a trabajar con ellos para que desarrollen ha vida en plenitud. 2. El proyecto curricular, como expresión de la identidad de la escuela Acerca de su naturaleza: Se ha dicho que vivimos en la sociedad del conocimiento, pero la escuela católica desea promover la sociedad de la sabiduría, a ir más allá del conocer para educar a pensar, a ponderar los hechos a la luz de los valores, a educar para la asunción de responsabilidades y de compromisos, al ejercicio de una ciudadanía activa. El currículo debe ayudar a reflexionar sobre los grandes problemas de nuestro tiempo, no eludiendo aquellos en que se pone más de manifiesto el dramatismo de las condiciones de vida de buena parte de la humanidad, como son la desigual distribución de los recursos, la pobreza, la injusticia, los derechos humanos negados. La pobreza implica una atenta consideración del fenómeno de la globalización y pide una visión amplia y articulada de la pobreza, de sus diversas manifestaciones y de sus causas. Por ello es de la naturaleza de la escuela católica, que deriva uno de los elementos más expresivos de la originalidad de su proyecto educativo, y por ende de su propuesta curricular: la síntesis entre cultura y fe. En efecto, el saber, considerado desde la perspectiva de la fe, llega a ser sabiduría y visión de vida. El esfuerzo para conjugar razón y fe, si llega a ser el alma de cada una de las disciplinas, las unifica, articula y coordina, haciendo emerger en el interior mismo del saber escolar la visión cristiana del mundo y de la vida, de la cultura y de la historia. En el proyecto educativo de la escuela católica no existe, por tanto, separación entre momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos del concepto y momentos de la sabiduría. Todo esto exige un ambiente caracterizado por la búsqueda de la verdad, en el que los educadores, competentes, convencidos y coherentes, maestros de saber y de vida, sean imágenes, imperfectas desde luego, pero no por eso un reflejo del único Maestro. En esta perspectiva, en el proyecto educativo cristiano todas las disciplinas contribuyen, con su saber específico y propio, a la formación de personalidades maduras. El fin último de la escuela católica, -en vista de la cual ha de organizarse el curriculum-, se propone conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida, y así, a la vivencia de la alianza con Dios y con los hombres. Lo hace colaborando en la construcción integral de la personalidad de los alumnos, teniendo a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal referencia. al hacerse progresivamente explícita e interiorizada también curricularmente, le ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la vida como Él lo hace, a elegir y amar como Él, a cultivar la esperanza como Él nos enseña, y a vivir en Él la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Por la fecundidad misteriosa de esta referencia a Cristo, la persona se construye en unidad existencial, o sea, asume sus responsabilidades y busca el sentido último de su vida. Situada en la Iglesia, comunidad de creyentes y de la cual la comunidad educativa es signo, logra con libertad vivir intensamente la fe, anunciarla y celebrarla con alegría en la realidad de cada día. Como consecuencia, maduran y resultan connaturales las actitudes humanas que llevan a abrirse sinceramente a la verdad, a respetar y amar a las personas, a expresar su propia libertad en la donación de sí y en el servicio a los demás para la transformación de la sociedad. De este modo, los principios evangélicos se transforman en normas educativas, motivaciones interiores y, en metas finales de la escuela católica. Se da de este modo, una compenetración entre los dos aspectos. Lo cual significa que no se concibe que se pueda anunciar el Evangelio sin que éste ilumine, infunda aliento y esperanza, e inspire soluciones adecuadas a los problemas de la existencia del hombre; ni tampoco que pueda pensarse en una verdadera promoción del hombre, sin abrirlo a Dios y anunciarle a Jesucristo. Acerca de su concepto Para el Pontificio Consejo de la Cultura, el currículo representa el instrumento a través del cual la comunidad escolar explicita las finalidades, los objetivos, los contenidos, las modalidades, para conseguirlos en manera eficaz. En el currículo se manifiesta la identidad cultural y pedagógica del Colegio. Su elaboración es una de las tareas más arduas, porque se propone definir los valores de referencia, las prioridades temáticas, las opciones concretas. Para la escuela católica, reflexionar sobre el currículo significa profundizar los propios elementos de especificidad, el peculiar modo de ser servicio a la persona a través de los instrumentos de la cultura, para que lo que se proyecta pueda ser efectivamente adecuado a su misión original. El proyecto curricular de la escuela católica pone en el centro a la persona y su búsqueda de significado. A partir de este valor de referencia, las distintas disciplinas constituyen importantes recursos y asumen un valor más pleno si saben proponerse como medios no tanto de instrucción, cuanto de educación. Desde este punto de vista, los contenidos no son indiferentes, como tampoco puede ser indiferente el modo de presentarlos. La composición cada vez más multicultural de las aulas es un desafío para la escuela, que debe ser capaz de repensar los contenidos de su enseñanza, los modos de aprendizaje, la propia organización interna, los roles, las relaciones con las familias y el contexto social y cultural de origen, comprometiéndose a favorecer el diálogo y el intercambio cultural y espiritual. El rol de la disciplinas La escuela es un lugar que introduce a los saberes y a la dimensión de la investigación científica. Una de las principales responsabilidades de los educadores, es acercar las jóvenes generaciones al conocimiento y a la comprensión de las conquistas del conocimiento y sus aplicaciones. Pero sin olvidar que no hay verdadera ciencia que pueda descuidar sus consecuencias éticas, y no hay verdadera ciencia que aleje de la transcendencia. Ciencia, ética y transcendencia no se excluyen recíprocamente, se conjugan para una mayor y mejor comprensión del hombre y de la realidad del mundo. De hecho, comienzan a surgir científicos que junto con reconocer que la ciencia nos aporta grandes cosas, descubren a su vez los límites de la ciencia, y comienzan a preguntarse por el origen último de las cosas, es decir, una vez más vuelve esa pregunta existencial. Entonces, la religiosidad tiene que regenerarse de nuevo en este gran contexto y encontrar así nuevas formas de expresión y de comprensión. La ciencia por sí sola, en la medida que se aísla y se hace autónoma, no cubre la totalidad de nuestra vida. En efecto, si bien es cierto que nuestra capacidad intelectual y de conocimiento ha crecido, no lo ha hecho en el mismo grado nuestra grandeza como persona, ni nuestra potencia moral y humana. En la enseñanza de las disciplinas, entonces, la prospectiva metodológica compartida y promovida por los profesores es la de la correlación dinámica de las diversas ciencias en un horizonte sapiencial. El estatuto epistémico de cada una de las ciencias posee una identidad propia de contenido y metodológica, pero no presta atención solamente a las condiciones “internas” relativas a su correcto funcionamiento; las disciplinas no son una isla habitada por un saber distinto y circunscrito, sino que se relacionan en modo dinámico con todas las otras formas del saber, cada una de las cuales expresan algo de la persona y de la verdad. Un buen proyecto curricular, entonces, sabe entretejer lecciones teóricas con momentos de testimonio, o con la presentación de experiencias de vida a la luz de la visión de la fe, o con prácticas de participación y de asunción de responsabilidades. Los distintos momentos hacen referencia el uno al otro: las lecciones nacen de los espacios abiertos por la experiencia de la vida, el saber se hace experiencia, y ésta adquiere la fuerza de propuesta cultural, de anuncio. De este modo, al proponerse promover entre los alumnos la síntesis entre fe y cultura a través de la enseñanza curricular, la educación católica parte de una concepción profunda del saber humano en cuanto tal, y no pretende en modo alguno desviar la enseñanza y los aprendizajes del objetivo que le corresponde en la educación escolar, superior o no formal. En este contexto se cultivan todas las disciplinas con el debido respeto al método particular de cada una. Sería erróneo considerar estas disciplinas como simples auxiliares de la fe o como medios utilizables para fines apologéticos. Ellas permiten aprender técnicas, conocimientos, métodos intelectuales, actitudes morales y sociales que capaciten al alumno para desarrollar su propia personalidad e integrarse como miembro activo en la comunidad humana. Presentan, pues, no sólo un saber que adquirir, sino también valores que asimilar y en particular verdades que descubrir. Dentro de esta forma de concebir la integración fe-cultura, es que nace la responsabilidad de la educación católica de consagrarse sin reservas a la causa de la verdad, distinguiéndose por su libre búsqueda de toda la verdad acerca de la naturaleza, del hombre y de Dios. Nuestra época, en efecto, tiene necesidad urgente de esta forma de servicio desinteresado que es el de proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre. En la medida en que las diversas materias se cultivan y se presentan como expresión del espíritu humano que, con plena libertad y responsabilidad busca el bien, ellas son ya en cierta manera cristianas, porque el descubrimiento y el reconocimiento de la verdad, orienta al hombre a la búsqueda de la Verdad total, que es Dios. El maestro, preparado en la propia disciplina, y dotado además de sabiduría cristiana, trasmite al alumno el sentido profundo de lo mismo que enseña y lo conduce, trascendiendo las palabras, al corazón de la verdad total. Este saber, sin embargo, no es único ni uniforme, menos aún en la cultura actual, en donde el saber aumenta a diario y se incrementa la especialización del conocimiento. Por lo tanto, la investigación en la educación católica busca lograr la necesaria integración de todo el saber, como una tarea permanente y siempre perfectible. Iluminados por la filosofía y la teología, los constructores del currículo de un proyecto educativo católico, deben esforzarse constantemente en determinar el lugar que le corresponde y el sentido de cada una de las diversas disciplinas, en el marco de una visión de la persona humana y del mundo iluminada por el Evangelio, y, consiguientemente, por la fe en Cristo-Logos como centro de la creación y de la historia. De este modo, el curriculum de la escuela católica no sería un ambiente de aprendizaje completo, si todo cuanto el alumno aprende, no se convirtiera también en ocasión de servicio a la propia comunidad. Cuando los estudiantes tienen la oportunidad de experimentar que cuanto aprenden es importante para su vida y para la comunidad a la cual pertenecen, su motivación cambia. Es oportuno que los enseñantes propongan a los estudiantes ocasiones para experimentar la repercusión social de cuanto están estudiando, favoreciendo en tal modo el descubrimiento del vínculo entre escuela y vida, y el desarrollo del sentido de responsabilidad y ciudadanía activa. De esta manera, Es importante que la educación escolar valorice no sólo las competencias relativas a los ámbitos del saber y del saber hacer, sino también aquellas del vivir junto a los demás y del crecer en humanidad. Esto puede favorecer un espacio valioso para abrir el corazón y la mente, al misterio y a la maravilla del mundo y de la naturaleza, a la conciencia y a la autoconciencia, a la responsabilidad por la creación, a la inmensidad del Creador. Si no es indiferente el cómo un alumno aprende, no lo es tampoco el qué. Es importante que los educadores en sus disciplinas, sepan seleccionar y proponer a la consideración de los alumnos los elementos esenciales del patrimonio cultural acumulados en el tiempo y el estudio de las grandes cuestiones que la humanidad debió y debe afrontar. De lo contrario, se corre el riesgo de una enseñanza orientada a ofrecer sólo lo que hoy se considera útil, porque lo requiere una contingente demanda económica o social, pero que se olvida de lo que para la persona humana es indispensable. Urge entonces la selección y construcción de un modelo curricular, que considerando tanto lo esencial del oficial, como lo más arriba expresado, permita la elaboración de Planes y Programas propios, y la selección de modelo pedagógico, cuyas características permitan a cada sector de aprendizaje, la elaboración de proyectos curriculares de aula que lo hagan posible la planificación de la educación buscada. Buscamos una planificación que logre desarrollar e internalizar virtudes humanas y teologales, y valores cristianos a través de los contenidos de las ciencias. Se trata que las ciencias pasen de sus contenidos, del solo dato, a los significados más profundos, encaminándose en la búsqueda apasionada de la verdad última de sí mismas, que es el Sumo Bien, en donde está la unidad y plenitud de la persona humana, síntesis perfecta entre donde fe y razón. Finalmente, y sin perjuicio de lo anterior, es necesario señalar que la validez de los resultados educativos de las instituciones católicas, no se mide en términos de eficacia inmediata: en la educación cristiana, además de la libertad del educador y de la libertad del educando, colocados en relación dialogal, se debe tener en consideración el factor de la “gracia”. Libertad y gracia maduran sus frutos según el ritmo del espíritu, que no se mide sólo con categorías temporales. La gracia, al injertarse en la libertad, puede guiarla hacia su plenitud que es la libertad del Espíritu. Cuando colabora consciente y explícitamente con esa fuerza liberadora, los centros católicos de formación, se convierten en levadura cristiana del mundo. BIBLIOGRAFÍA CONCILIO VATICANO II, Declaración Gravissimum Educationis. Roma 1965. SAN JUAN PABLO II, Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae, sobre las Universidades Católicas. Roma. SAN JUAN PABLO II, “Iuvenum Patris” CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA “Educar ayer y hoy, una pasión que se renueva”. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, “La Escuela Católica”. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACION CATÓLICA, “La Escuela católica, en el umbral del tercer milenio”; CONGREGACIÓN PARA A EDUCACIÓN CATÓLICA, “Educar juntos en la escuela católica”. CELAM, V Conferencia General, Aparecida. PONTIFICIO CONSEJO PARA LA CULTURA, “Para una Pastoral de la Cultura”. CONGREGACIÓN SALESIANA “Educar a los jóvenes en la fe”, Cap. Gral. XXIII