docx Porciuncula

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Historia de la Porciúncula
La palabra “porciúncula” atiende a que se una “porción” o parte diminuta de algo mayor, en este
caso era una capillita dedicada a Santa María de los Ángeles, propiedad de un monasterio
benedictino y cedida para que Francisco la habitara.
Se encuentra a 5 km de Asís, en Italia.
Varios hechos significativos
La pequeña capilla de la Porciúncula fue donde San Francisco de Asís fundó la Orden de los Frailes
Menores en el 1209, confiándola a la protección de la Virgen Madre de Cristo y fue donde vivió
San Francisco con sus primeros hermanos.
Así mismo, fue en este lugar donde el 28 de marzo de 1211 Clara de Favarone de Offreduccio,
recibió el hábito religioso de manos de San Francisco, dando inicio a la Orden de las Damas Pobres
(Clarisas).
En el 1216, en una visión, Francisco obtuvo de mismo Jesús la indulgencia conocida como "la
indulgencia de al Porciúncula" o "el Perdón de Asís", la cual fue aprobada por el papa Honorio III.
Es el lugar donde san Francisco reunía cada año a sus frailes en los capítulos (reuniones generales)
y dónde murió san Francisco.
Significado de La Porciúncula
Extraído de: http://www.franciscanos.org/joergensen/juanjoergensenp11.html
En una noche de julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del
bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34
años, ya era conocido y amado por miles de personas. Doce años más tarde y solo 22 meses
después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverelo" se
consideró siempre el jefe de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios
todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del
Señor: "a menos que hagan penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo
doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado.
Difícilmente le daba algún momento de su atención a Dios.
Aquella noche el Señor le dijo al poverelo: "Francisco, ¿quién puede hacerte mayor bien, el amo o
el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero. Le
preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz
por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde entonces,
cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y
exclamaba: "¡El amor no es amado!".
Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde
había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja
capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). Por su devoción
a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de
vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la
Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a Él, en la vida nueva de santa
pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo.
Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una
canasta de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a
una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta
contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de
su alma el gritaba: "¿Quién eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable
gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi
cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera cómo, hacer más por amor a ti!. Repetía: "Señor ten
misericordia de mi que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le
dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía, ardía
en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos.
Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.
De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto
entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos, Señor
Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz
redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante arriba
del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos
ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y
Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido al
escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso
Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo
te ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a
esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e indulgencias
de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigió con un confiado amor a María,
refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza
humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entonces Jesús miro a María, y Francisco se
alegró al ver a Ella sonreír a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concédele a Francisco lo
que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi
Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció
dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y
agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salió con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia,
donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a
preocuparse, ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida.
Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San
Pablo y a los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra
Señora de los Ángeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad,
unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le conceda
recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer
un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, ¿podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Qué significa eso de almas, Francisco?
Ahora Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al
Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria
petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que
todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo recibido la
absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en
el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande
Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel
instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora:
"Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mí mismo, lo pido en nombre de Aquel que
me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inocencio III, estaba convencido que
Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el
Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea
concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presentes al escuchar esta innovación
revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las
cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo no
cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo más posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser
válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche,
hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajó la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a
salir. Pero el Papa le llamó: "¿Adónde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta
indulgencia". Francisco se volvió hacia él y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre
su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es Él quien hará su obra manifiesta. No
necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el
notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)
Francisco escuchó estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia,
que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo compartió
esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora
de los Ángeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2,
porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la
fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de
Nuestra Señora de los Ángeles).
En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció
Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la
indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí
presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos
sus pecados».
Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo
fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo
de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los
peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.
Más tarde los obispos de Asís y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran
Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno
de los más famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Más tarde Gregorio XV hizo
extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa
Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día.
Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae
aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día.
Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado
«Indulgencia de la Porciúncula». Sin embargo, a partir de
Condiciones para obtener la indulgencia
El Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las
prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.
Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
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Testimonio de Simone Weil, hija de Israel, fascinada por Cristo: «Mientras estaba sola en la
capillita románica de Santa María de los Angeles, incomparable milagro de pureza, donde san
Francisco rezó tan a menudo, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a
arrodillarme» (Autobiografía espiritual).
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