CAPÍTULO 1.

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CAPÍTULO 1.
Aisha estaba paseando por los jardines de palacio. Siempre le había gustado
pasear, le ayudaba a olvidarse de las muchas responsabilidades que conlleva el ser
la hija del rey. De vez en cuando, salía de la Alhambra con un libro en la mano y se
sentaba a leer a la sombra de algún árbol en al medio del campo.
Después de que su padre, el rey Bishr, tomara posesión de la Península Ibérica se
fueron a vivir allí.
Ambos se sorprendieron del buen estado en el que se conservaba aquello.
A Aisha no le gustaba su padre, era un hombre demasiado ambicioso. Había
llegado hasta tal punto que quiso reconquistar España y Portugal. De hecho lo
consiguió, pero como todo, eso había tenido un precio. La muerte de su madre.
Almenos murió con dignidad, combatiendo-. Pensaba Aisha.
Esto supuso un duro golpe para ella, estaban muy unidas. Quizá algo más de lo que
suele ser normal entre madre e hija. Una lágrima resbaló por su mejilla al
recordarla, y odió con más fuerza al rey por haber contemplado impasible cómo ella
moría sin hacer nada por ayudarla.
De pronto, un ruido interrumpió sus pensamientos y la hizo mirar a su alrededor,
buscando de dónde había salido. Venía de aquella arboleda que había al fondo del
jardín, pero pensando que había sido algún pájaro revoltoso continuó su camino sin
darle mucha importancia.
Poco después lo volvió a escuchar y curiosa, fue a ver qué era. Le sonaba demasiado
extraño; para que fuera un pájaro tendría que haber sido enorme.
Ya estaba más o menos en el centro de la arboleda cuando algo saltó tras ella, y
antes de que le diera tiempo ni siquiera a pestañear alguien le había inmovilizado
los brazos y tapado la boca para que no chillara. Pero ¿Quién se había atrevido a
algo semejante?
«Sea quien sea, es rápido.» Pensó ella, lejos de estar asustada. Siempre había sido
demasiado curiosa, y eso le había traído problemas en bastantes ocasiones.
Aisha se revolvió, intentando liberarse. Como vio que no podía, lo primero que se le
ocurrió fue soltar una patada hacia atrás. Así lo hizo, pero con una fuerza que le
sorprendió a ella misma.
La otra persona, pillada por sorpresa, no pudo evitar soltar a la princesa en un
movimiento reflejo que le llevó a agarrarse la espinilla derecha. Aisha, sin dudarlo
un momento echó a correr en busca de un guardia.
-¡Espera, no llames a nadie por favor!- una voz dulce le había hablado por la
espalda, y ella no pudo evitar girarse.
Vio a un chico de su edad, con el pelo más o menos largo, moreno. Sus ojos eran de
un color azul muy oscuro y tenía una mirada tan profunda como el mar. No parecía
mal chico.
Tras unos segundos de observación mutua, Aisha se decidió a hablar.
-¿Quién eres?
Él se había quedado hipnotizado por la belleza de la princesa. Sus rasgos arábigos,
su tez ligeramente morena, el pelo marrón oscuro liso y por debajo de los hombros
recogido en una media coleta hecha con dos pequeñas trenzas y sus ojos marrones
de mirada alegre ahora con gesto serio por las circunstancias. Tardó un poco en
contestar.
-Yo… lo siento, perdona, no tenía intención de atacarte, pero esque tuve miedo de
que me descubrieran y… bueno, da igual. Me llamo Ángel ¿Y tú?- Mientras
hablaba, se había ido acercando hasta quedar frente a ella.
-Yo soy Aisha-. Dijo, dando un paso atrás, aún desconfiada.
-¿Eres la princesa?- Se sorprendió- no esperaba que fueras tan guapa…
Automáticamente se arrepintió de lo que había dicho, pero ella no pareció
tomárselo muy mal. Sonrió y le respondió.
-Ni yo que tú fueras tan atrevido. Te veo interesado en quedarte aquí en palacio. Si
no, no habrías saltado este muro tan alto, ¿No? Puedes presentarte a las pruebas
para guardia que se hacen dentro de tres días. Por lo visto nos falta personal.
-Bueno, yo…- no sabía qué contestar, y Aisha se dio cuenta de ello.
-Ven, vamos a hablar con mi padre. Puedes quedarte aquí hasta que se celebren las
pruebas, se te proporcionará una habitación y comida. De todas formas, tienes tres
días para decidir si te quedas o no. Si al final decides no presentarte te tendrás que
ir.
-¿Y tu crees que tengo probabilidades para pasar las pruebas? Nunca fui muy
bueno en el deporte.
-Depende…- Aisha sonrió enigmáticamente y le hizo un gesto para que la siguiera.
Condujo a Ángel por arcos, hermosos patios y muchos pasillos. Todo estaba
decorado con yeserías y frases del Corán, al estilo islámico; todo tal y como lo
dejaron los árabes antes de irse de la Península Ibérica.
Era bonito, a su manera. Al fin y al cabo eran otra cultura y otra religión. Pensaba
Ángel.
La verdad, le tenía miedo al padre de la princesa por los rumores que circulaban
fuera del castillo. Además de miedo, le había empezado a coger asco cuando supo
que todo el que quisiera trabajar para él debía de ser musulmán.
Él, siendo cristiano, estaba dispuesto a mentir y hacerse pasar por musulmán con
tal de que no lo obligaran a convertirse. Si, sabía de sobra que iba a hacer un
pecado muy grande, y eso lo inquietaba.
Su familia siempre había sido muy religiosa, y aunque él no tenía una fe plena sí
que le preocupaba cometer un pecado de tal magnitud.
Quizás esa sería la prueba más difícil de las que se sometería en un tiempo.
Se dio cuenta de que Aisha le había dirigido una fugaz mirada. Sus ojos se habían
encontrado unos segundos, unos segundos que a Ángel le hicieron sentir un
agradable cosquilleo en las tripas. ¿Acaso se estaba enamorando de ella? Nunca
había sentido algo así.
Se había ruborizado, y esperó que ella no se hubiera dado cuenta. Pero Aisha,
perspicaz, sí que lo había hecho.
Apenas había sido un momento, pero lo había visto, y se dio cuenta de que lo que él
le había dicho unos minutos atrás, entre los árboles, no había sido un simple
cumplido.
Realmente él pensaba que era guapa…
No, aún no-.Pensó la princesa. Tan sólo tenía dieciséis años y aún una larga vida
por delante. Ya habría tiempo para enamorarse.
Aisha nunca había sido como las demás chicas de su edad. A ella no le interesaba el
amor, pero si embargo estaba muy comprometida con temas ecológicos y solidarios.
Su mayor deseo, su sueño imposible era la paz mundial. Sabía que eso era muy
difícil, algo casi imposible.
Pero cuando ella sucediera a su padre en el trono lucharía por establecer la paz y la
igualdad entre su pueblo, lucharía por lo imposible hasta hacerlo realidad.
Y lo conseguiría, sería querida por todos y bajo su mandato nacería un reino que
estaría unido durante muchas décadas. Pero eso no podía saberlo, todavía faltaba
bastante para que ocupase su lugar como soberana.
Lo que más le preocupaba ahora era la reacción que tuviera su padre al ver que
traía a alguien para presentarse a las pruebas.
Desde que empezó a organizar todo esto él sólo estaba mucho más nervioso de lo
normal, y tenía unos cambios de humor muy bruscos, demasiado bruscos para su
edad. Aisha sabía que su padre estaba enfermo y que la causante de esta
enfermedad había sido su codicia.
No se fiaba de nadie y había perdido a todos sus amigos. Se había vuelto loco con la
obsesión por el dinero y la creciente preocupación por el ya acostumbrado desprecio
con el que lo trataba su hija.
Con el tiempo se había vuelto un viejo ermitaño a quien no le gustaba nadie y sin el
apoyo de su única hija. Tenía miedo de morir solo.
En estos pensamientos andaba Aisha cuando miró casi inconscientemente a Ángel
hacía apenas unos segundos. Cuando se percató de lo que estaba haciendo quiso
apartar sus ojos. Pero él ya se había dado cuenta y la miraba fijamente, incluso
después de que ella apartara su mirada.
Por supuesto, ella no imaginaba lo que a su nuevo amigo se le pasaba por la cabeza,
sus preocupaciones por sus creencias y sus pensamientos en un nuevo sentimiento
que comenzaba a germinar con fuerza dentro de él. Quizás con demasiada fuerza.
CAPÍTULO 2.
Se detuvieron ante unas puertas que Aisha empujó, descubriendo lo que había tras
ellas.
Era una estancia grande y lujosa, muy bien iluminada por grandes ventanales
orientados a los cuatro puntos cardinales, recibiendo así la luz del sol durante el
día y de la luna por la noche. Cuando había plenilunio, toda la habitación se
iluminaba con una luz casi fantasmal.
Había tapices en las paredes y alfombras por el suelo. Apenas estaba amueblada;
un par de estanterías con extraños frasquitos y algún que otro papel arrugado.
También había algunos libros de brujería que llamaron la atención de Ángel.
¿Acaso creía ese hombre que ese tipo de cosas funcionaba? Era un poco absurdo.
En la pared de la derecha había un expositor con espadas y dagas de tiempos
remotos, verdaderas reliquias de museo. Y al fondo, sentado en una silla de
respaldo alto, decorada con rubíes, esmeraldas, terciopelo y oro estaba el rey Bishr,
que portaba muy solemnemente una gran corona.
A Ángel le dio la sensación de estar metido en un cuento de la edad media. Con un
rey medio loco, su trono y su corona, una bella princesa y los guardias que se
mantenían al margen de la escena, en la puerta. Él parecía sobrar allí.
-Hola.- Saludó Aisha, el desprecio dibujado en su mirada.
-Buenos días, hija. ¿Quién viene contigo?
-Es… un amigo. Viene para presentarse a las pruebas.
Ángel se había quedado un poco atrás, tímido. Jugueteaba con una pulsera de cuero
que llevaba atada a la muñeca casi sin darse cuenta.
Aisha, experta conocedora del lenguaje corporal interpretó este gesto como que el
chico estaba nervioso. Acertaba.
El rey se levantó y se acercó a él, le sostuvo la mirada hasta que Ángel la bajó.
Cuando esto ocurrió lo rodeó, evaluándolo. Volvió a dar otra vuelta alrededor de él
y, cuando estuvieron otra vez cara a cara habló:
-Puede valer. ¿Cómo te llamas, chico?
-Ángel.
-¿Eres musulmán?
-No, señor.
-¿Entonces cristiano?
-Bueno…-comenzaba la mentira.-Mi familia es cristiana, pero nunca fui bautizado.
-De acuerdo, entonces sólo tendrás que aprender a ser un buen musulmán. Aisha te
ayudará y te enseñará todo lo que has de saber.
-¿Yo?¿Por qué?-Intervino ella, poco contenta con la decisión de su padre.
-Porque te lo digo yo y punto. ¿Prefieres que lo haga yo personalmente?
-No, lo haré yo. Pero que conste que no lo hago porque tú me lo hayas ordenado,
sino porque quiero.-No quería dar muestra ni de la más mínima sumisión, le
sostuvo la mirada, desafiante. Y haciendo un gesto al chico dio media vuelta y salió
de la sala.
_._._._._._
Antes de poner la mano en el picaporte y abrir la puerta de entrada a su
habitación, la princesa se giró y le hizo una pregunta un tanto comprometida a
Ángel, otra vez llevada de su eterna curiosidad.
-¿De verdad no has sido bautizado?
Se dio cuenta de que allí alguien podía oírlos y cortó al chico antes de que pudiera
empezar a hablar.
-Espera, hablamos dentro. Aquí nos puede escuchar alguien, en este castillo las
paredes tienen oídos…
Mientras hablaba había abierto la puerta y entrado, seguido de un sorprendido
Ángel. ¡Aquello parecía un apartamento! Los muebles eran lujosos, las paredes
estaban pintadas de colores suaves: lavanda, melocotón, rosa chicle, verde pastel…
El suelo era de tarima. En el baño de mármol blanco.
Había una habitación central que contaba con una cama, mesilla, sofá, un
escritorio con su correspondiente silla, dos o tres alfombras repartidas por los
espacios vacíos y alguna que otra estantería con montones de peluches alojados en
ellas. En la pared que estaba más libre de muebles habían dibujado con pintura
violeta, el color preferido de Aisha, un signo de la paz de dimensiones enormes.
Había también una televisión bastante grande que ella no utilizaba mucho, porque
la mayoría de las veces se ponía a leer o a hablar por el Messenger con sus amigas
marroquíes.
De cada una de las cuatro esquinas de la habitación salía una puerta; la primera
daba a un vestidor enorme en donde la princesa guardaba todas sus prendas y se
vestía cada mañana.
La segunda estaba cerrada también, conducía a un lujoso baño con un montón de
espejos, lavabos impecables y brillantes de cerámica blanca, un tocador en cuyos
cajones la princesa guardaba maquillaje, pulseras, colgantes, pendientes y alguna
que otra cinta para el pelo. También había una gran bañera. Colgado de una
percha, junto a la toalla, había un olvidado niqab que no se había vuelto a poner
desde que se instalaron allí. Prefería los vaqueros y las camisetas y sudaderas que
vestían los europeos.
La tercera puerta dejaba entrever una sala muy bien iluminada. Las paredes
estaban completamente ocultas por las estanterías que había por toda la
habitación, llenas de cientos de libros. En el centro, una gran mesa con varias
sillas. Encima de ella había un ordenador portátil y varios tomos, papeles y dibujos
esparcidos por toda la superficie de esta. A la princesa le gustaba mucho dibujar
también.
Finalmente, la cuarta puerta eran unos grandes ventanales que llegaban desde el
techo hasta el suelo y que podían moverse hacia un lado para poder pasar a un
espacioso balcón desde el que se veía el campo andaluz. Había un par de tumbonas
y un sillón de mimbre en donde a la princesa le gustaba relajarse en verano.
Muchas noches salía allí fuera a mirar las estrellas. No le importaba si hacía frío,
ella nunca tenía.
Cerrando la puerta tras ella, se volvió a dirigir al asombrado chico.
-¿Y bien?- Una gata salió corriendo hacia ella. La cogió en brazos, y mientras le
acariciaba el lomo la saludó- ¡Hola Lina!
-Guau, esto es enorme.
-Si, es como si tuviera mi propio apartamento. Me encanta. Y además puedo cerrar
con llave. Pero no era eso lo que te preguntaba.
-¿Esa gata es tuya?
-Me la regaló un amigo de Marruecos. Cuando me la dio me dijo que la cuidara con
todo el amor que jamás le daría a él. Estaba un poco enfadado porque hacía
semanas que me estaba lanzando indirectas de que yo le gustaba, y cuando por fin
me lo dijo yo me negué. Él se lo tomó mal, pero poco a poco se le ha ido olvidando.
Oye, no quiero resultar pesada, pero ¿¡quieres dejar de contestarme con evasivas!?
-Ya, bueno… la verdad es que sí que fui bautizado.
-¿Entonces por qué le has dicho que no a mi padre?
-No te ofendas, pero no quiero convertirme al islam.
-Eres listo. Así mi padre no podrá obligarte.
-Pero sí a aprender vuestra religión.
-Y a mí a enseñarte…
Silencio incómodo entre los dos, acompañado de alguna que otra sonrisa tímida.
De repente se escuchó un grito desgarrador, desesperado. Venía de un torreón que
había no muy lejos de allí. Aisha reconoció la voz y sin pensarlo dos veces abrió la
puerta de un golpe seco y echó a correr en dirección a donde había salido aquel
ruido.
CAPÍTULO 3.
Ángel tardó un poco en reaccionar, pero cuando lo hizo salió a correr detrás de la
princesa, seguido de la gata negra, que también había reaccionado rápido al ver a
Aisha correr. Subieron escaleras y atravesaron algún que otro pasillo corto.
Finalmente llegaron a una especie de terraza que estaba en el nivel más alto de la
torre. Aisha llegó primera. Al ver a su amiga llorando desconsoladamente fue hasta
ella y la abrazó. No sabía qué era lo que le había pasado, pero debía de haber sido
algo muy fuerte para que ella estuviera así.
Hana miraba hacia las almenas que coronaban el torreón y balbuceaba cosas
incoherentes.
-Yo… él… no me hizo caso… ha sido culpa mía, seguro… yo no…
Aisha no entendía nada de lo que le decía la chica. Viendo que Ángel se había
asomado al borde de las almenas para ver si veía lo que había puesto así a su
amiga le preguntó.
-Ángel…
-Hay… parece un cuerpo, allí abajo. Creo que es de un chico, aunque desde aquí no
se ve muy bien.- Dijo, alarmando a la princesa.
-Es mi novio- intervino Hana, destrozada.- No he sido capaz de convencerle de que
no saltara…
Volvió a echarse a llorar. Aisha no podía creerse nada de todo aquello. ¿Por qué se
había suicidado?
-Aisha… ha sido por mi culpa… si hubiera conseguido convencerle…
-Nada de eso, no quiero escuchártelo más, ¿Vale? No ha sido culpa de nadie más
que de él.
-Habrá que llamar a alguien ¿No?- Ángel intentaba ayudar.
-Sí, toma- dijo, sacándose el móvil del bolsillo y volviendo a abrazar a Hana.- Busca
el número de un amigo de mi padre que es juez. Sabrás cuál es por el nombre. Él
dará la orden del levantamiento del cadáver.
Ángel se dio cuenta de que Aisha tenía los ojos vidriosos y la voz algo distinta.
Pensó que era normal, seguramente ella también conociera al novio de su amiga.
Buscó el número en la agenda del móvil. Efectivamente, el contacto llevaba la
palabra “juez” junto al nombre.
Mientras Ángel hablaba por el móvil de la princesa, esta le pidió a Hana que le
contara lo que había pasado. Paraba de vez en cuando, interrumpida por el llanto,
pero al final consiguió contarlo todo.
-Estábamos los dos juntos, me… me besó como nunca antes lo había hecho.- Cerró
los ojos con fuerza, deseando estar dondequiera que él estuviese.
“Entonces yo le pregunté que a qué venía aquello… me contestó algo extraño que
no conseguí entender en ese momento, me dijo que me cuidara mucho, que me
quería y que pensara en él. Después…- volvió a abrir los ojos para mirar al sitio
desde donde él había saltado. Tuvo que retirar la mirada de aquel lugar.-…se subió
allí. Por mucho que le dije no conseguí convencerle de que se bajara. Intenté incluso
hacerlo bajar por la fuerza… pero él me dijo que no se lo hiciera más difícil y saltó”
Se le quebró la voz y no pudo hablar más. A la princesa también le caían lágrimas
por las mejillas. Lo que le había contado su amiga la había hecho llorar también a
ella, era demasiado para un corazón tan joven como el de las dos amigas.
Justo cuando Hana terminó de contar lo que había sucedido también Ángel
terminaba su conversación con el juez. Se dirigió a la princesa.
-Aisha.-La aludida levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.- Me ha dicho que
enseguida viene, que bajemos y lo esperemos allí.
Aisha no sabía lo que hacer, si Hana veía el cuerpo sin vida de su difunto novio
empeoraría, no podía dejar que eso sucediera. Entonces se le ocurrió una idea. Se
secó las lágrimas, y recobrando algo de entereza le contestó.
-De acuerdo, pero antes vamos a dejar a Hana en mi cuarto.
-¡No! ¡Quiero verlo por última vez!
-Hana, no quiero que te pongas peor de lo que ya estás. Lo mejor será que te quedes
en mi habitación.
-Aisha, no puedo… ¿No lo entiendes? Por favor.
-Si, te entiendo perfectamente, y precisamente por eso no pienso dejarte que bajes
con nosotros.
Hana no contestó, ya no le quedaban fuerzas para replicar. Aisha la cogió de la
mano y la acompañó hasta donde se tenía que quedar.
_._._._._._
Nada más irse la princesa, lo primero que hizo Hana fue meterse en el cuarto de
baño. Se lavó la cara con agua muy fría, aguantando unos segundos la respiración
con la cara sumergida en el agua que contenían sus manos. Repitió el proceso dos o
tres veces más.
Luego se enfrentó a su imagen en el espejo. Estaba horrible, tenía los ojos
hinchados y enrojecidos de llorar. El maquillaje negro que perfilaba sus hermosos
ojos verdes había resbalado por sus mejillas con las lágrimas, tintándolas del
mismo color y afeando su rostro.
Buscó desmaquillante en el tocador de la princesa y se quitó todo el maquillaje de
la cara. Borró las líneas negras de sus mejillas, el brillo de sus labios y el color en
sus párpados. Se sonrió a sí misma y se vio ridícula, aunque esto la animó un poco.
Trató de serenarse, aún frente al espejo. Después salió del cuarto de baño y se
tumbó en la cama de Aisha. No tenía ganas de nada, así tumbada, parecía que las
paredes se le venían encima.
Cerró los ojos y escuchó. Oía su voz, sus palabras bonitas y después… silencio. Un
silencio atronador, insoportable. Volvió a abrir los ojos y se topó con el techo blanco
de la habitación de la princesa.
De nuevo esas palabras…
“Cuídate mucho, amor. No dejes que nadie te haga daño y acuérdate siempre de mí
con cariño, por favor. Te quiero mucho. No me olvides.”
Pensó en salir fuera. No, no tenía ganas de levantarse. ¿Y si llamaba a la princesa
y le pedía que trajese helado? ¿Y por qué esas repentinas ganas de helado? Volvió a
echarse a llorar, le había venido a la cabeza la imagen de su novio.
¿Cuánto tardarían en volver? Miró su reloj. Las dos y media, no tenía hambre.
Entonces se acordó de algo, ¿Y ese chico que venía con Aisha? ¿Sería su novio?
¿Novio? Nuevas lágrimas.
¿Cuándo vendrán?
_._._._._._
Un poco más tarde, después de haber dejado a su amiga, se reunió con Ángel en
donde habían quedado con el amigo de su padre.
Aún no había llegado, y Ángel aprovechó para preguntarle a la princesa qué era lo
que le había contado su amiga. Antes de repetir la historia, la princesa se lo llevó
hasta un sitio desde donde se veía el patio, pero unas plantas tapaban el cadáver.
No podía verlo. Allí se lo contó todo.
Cuando llegó el juez, Aisha tuvo que repetir de nuevo la historia. Éste dio la orden
del levantamiento y unos forenses que había traído consigo metieron el cuerpo en
una furgoneta para llevarlo a hacer la autopsia. Una tarea desagradable, pensó la
princesa. No se explicaba cómo había gente a la que le gustaba hacer ese tipo de
cosas.
Por fin había terminado todo. Miró el reloj. Las dos y media. ¿Ya? No tenía mucha
hambre, pero esa mañana no había desayunado. No le apetecía nada, pero sabía
que tenía que comer algo. Le propuso a Ángel ir a comer y éste aceptó.
Mientras comían hablaron de muchas cosas, Ángel se sorprendió de lo culta que era
ella, pero no era para extrañarse, habiendo visto la biblioteca que tenía en su
cuarto.
Terminaron de comer. No hacía mucho que se conocían, pero parecían amigos de
toda la vida. A mitad de camino hasta la habitación de la princesa se dieron la
vuelta para ir otra vez a la cocina. Aisha sabía cómo era su amiga y que
seguramente se le había antojado helado. Vainilla con virutas de chocolate, su
preferido. Conocía a la perfección el modo de pensar de Hana, no en vano se
conocen desde que tenían uno o dos años. Siempre se habían mantenido juntas, las
mejores amigas. Eran capaces de comunicarse sin palabras, y parecía que tenían
telepatía. Lo que pensaba una, lo pensaba la otra; eran muy parecidas pero a la vez
muy distintas.
Llegaron a la puerta de su cuarto. Aisha entró primero, seguida de Ángel. Vio a su
amiga dormida encima de su cama, exhausta. A la princesa también le costaba aún
asimilar lo que había sucedido, no terminaba de creérselo.
Si se quedaban allí podían despertar a Hana. La princesa dio a elegir a Ángel.
-¿En el balcón o en la biblioteca?
-Me da igual, lo que tú prefieras.
-Entonces al balcón. Espérame allí, tengo que pasar por la biblioteca a por unos
libros que nos pueden ayudar. Siéntate donde tú quieras.
-Vale.
Aisha cogió los libros y se reunió con su amigo en el balcón. Se había sentado en
una tumbona. Aisha se sentó en la otra.
Comenzaban las clases.
CAPÍTULO 4.
Las clases transcurren con normalidad. Serían aburridas de no ser por ella, piensa
Ángel. Le encanta su sonrisa. En lo que iba de tarde, le había explicado cómo y
cuándo rezan los musulmanes y algunos de los pasajes más importantes del Corán.
En los dos días que restaban tenía planeado hablarle sobre las ciencias, las
matemáticas, la astronomía, la arquitectura y algo de historia del islam.
Terminaría sabiendo todo lo que un musulmán tiene que saber.
De vez en cuando no podían evitar mirarse; cruzaban sus miradas durante
segundos, y después volvían a los libros.
La puerta corrediza se abrió, dejando pasar a Hana, que por fin se había
despertado tras cuatro horas dormida. Llevaba en una mano el helado que ellos le
habían traído antes y que la princesa había dejado en el congelador, y en la otra
una cuchara. Aisha sonrió al ver a su amiga y se levantó para llegar a ella.
-¡Buenas tardes! Veo que has encontrado el helado.
-Sí, tenía hambre…
-¿Te sientas con nosotros? Le estaba explicando algunas cosas del Corán.
-Vale.
Hana escogió el sillón de mimbre, la princesa volvió a sentarse en la tumbona.
La chica los observaba atentamente, prestando atención a las explicaciones de
Aisha. Un poco más tarde preguntaría el porqué su amiga le explicaba aquellas
cosas, Aisha le contó lo que su padre había ordenado, omitiendo que lo que Ángel le
había dicho al rey era mentira. El chico agradeció con la mirada ese pequeño
detalle y, una vez satisfecha la curiosidad de Hana, continuaron con las
explicaciones.
Esas miraditas… si, realmente se notaba que había química entre ambos. De vez
en cuando se evadía, su mente volaba hacia lo sucedido horas antes.
Lo había estado meditando, y había decidido no pensar más en ello. Lo mejor sería
olvidarse, y, por mucho que le doliera, aceptar lo que había pasado y seguir
adelante. De nada serviría pasarse las horas llorando. Iría al entierro y cerraría
con llave aquel horrible capítulo de su vida.
Se distrajo mirando un pájaro que se había posado en el borde de la barandilla del
balcón. Picoteaba unas migas que seguramente Aisha hubiera dejado allí a
propósito. Era muy bonito.
Se imaginó que tenía alas y que podía volar como ese pájaro. Que podía escapar de
los problemas e irse a un sitio lejano. Le gustaba la idea…
la voz de su amiga la trajo de vuelta a la realidad. Sí, ella siempre había dicho que
Hana tenía mucha imaginación. Es verdad, además tenía cierta tendencia a soñar
despierta.
Se levantó, y cantando una alegre canción volvió a entrar a la habitación sin decir
nada a los chicos.
Estos, sorprendidos, siguieron con la mirada a Hana y quedaron sus ojos fijos en la
puerta cuando ella salió. Poco después fue Aisha la que habló.
-¿Qué piensas? Digo, de ella.
-Me ha dejado sorprendido, no esperaba esa alegría después de la muerte de su
novio.
-Ya, yo pienso lo mismo. Pero ella es fuerte, seguro que lo supera rápido.
Hana volvió a salir al balcón, interrumpiendo la conversación. Canturreaba,
ordenador en mano. Tenía una voz muy bonita. Sonrió a la pareja y volvió a
acomodarse en el sillón de mimbre. No tardaron mucho en oírla teclear, Aisha
sonrió en su mente, su amiga verdaderamente era una adicta al Messenger.
CAPÍTULO 5.
Por fin había llegado el esperado día de las pruebas. Ángel se había levantado muy
temprano, mucho más de lo habitual.
La tarde anterior terminó las clases con Aisha. Aisha… su nombre le sonaba como
un soplo del más dulce viento. ¿Era eso estar enamorado? Sí, y era precioso. No
podía dejar de pensar ni un momento en ella, y ahora que se habían separado tras
tres días juntos, los minutos se le hacían eternos.
Una vez le dijeron que a los dieciséis todavía no se podía saber lo que era el amor,
que era imposible enamorarse tan pronto. Ahora esa afirmación le parecía absurda,
estúpida.
Ya se acercaba la hora en la que debía de estar fuera de la Alhambra para
someterse a las pruebas, pero antes debía de hacer una cosa muy importante. Se
vistió corriendo y se encaminó hacia la puerta que lo llevaría fuera de palacio.
Tenía hambre, aún no había desayunado. Da igual, le urge mucho más lo que ha de
hacer. No puede aplazarlo más, se siente culpable y con remordimientos. Tiene que
pedir perdón.
_._._._._._
No podía dormir. Era extraño, pero no había podido dejar de pensar en él, ahora
que habían terminado con las clases echaba en falta estar con su nuevo amigo. Pero
¿Por qué no podía sacárselo de la cabeza? No lo entendía.
Daba vueltas y más vueltas sobre el colchón pero no conseguía conciliar el sueño.
Los rayos del sol veraniego ya asomaban alegres y cálidos por el ventanal de su
habitación. Resignada, se levantó y miró el reloj. Era muy temprano, seguramente,
nadie estaría levantado a esa hora.
Se sorprendió pensando otra vez en Ángel.
Confusa, se dirigió al cuarto de baño y se miró en el espejo. Tenía ojeras. Pocas,
pero se veían. Se lavó la cara y se dirigió al tocador, sacó el maquillaje para dejarlo
encima del mueble que sujetaba el lavabo.
Fue al vestidor, y después de un montón de pruebas, se decidió por unos vaqueros
pitillo, una camiseta, una sudadera y unas Converse negras. Volvió al cuarto de
baño, se recogió el pelo en su habitual media coleta, se pintó la raya de los ojos, se
echó sombra en los párpados tras ponerse el maquillaje y finalmente se pintó los
labios con brillo. Ya está, perfecta. Sonrió, mostrando sus blanquísimos dientes,
cogió el portátil y salió al balcón.
Ya fuera, puso música de su grupo favorito y se sentó en el sillón de mimbre. Algo
más tarde bajaría a desayunar, ahora no tenía mucha hambre. Seguramente Hana
se pasaría a por ella antes de bajar a la cocina.
_._._._._._
Ángel empujó la puerta para entrar. Había pasado por delante de varias ermitas e
iglesias de barrio, pero él se había dirigido directamente a la catedral.
Nada más entrar, mojó los dedos en agua bendita y se santiguó, haciendo la señal
de la santa cruz sobre su pecho. Llegó a los últimos bancos y los pasó de largo. Se
detuvo frente al altar, tras el primer banco y se arrodilló en señal de respeto hacia
su señor.
«Por favor, Señor, perdóname por esto que estoy a punto de hacer. Voy a mentir,
voy a fingir que soy musulmán. Pero quiero que sepas que yo creo en Ti, sólo en Ti,
el Señor todopoderoso que habita en los cielos. Sé que voy a cometer pecado, y si
has de castigarme, lo afrontaré con todas las consecuencias, sólo yo soy el culpable
de esto que voy a hacer.
Por eso quiero que tengas en consideración los motivos por los que lo hago y que me
perdones. Prometo rezar todos los días, no voy a olvidar mis orígenes ni mi
verdadera religión. Por favor, igual que tu hijo perdonó a todos los que le habían
hecho daño en la cruz antes de morir, te ruego, aquí postrado ante Ti que me
perdones tú también.»
Tras rezar dos o tres padrenuestros y otros tantos ave marías se levantó y se fue de
allí. Ahora se sentía mejor. ¿Le habrían echado en falta en la Alhambra? Miró el
reloj. No, aún faltaban un par de horas. Si no se daba prisa, no estaría listo para
asistir a tiempo a las pruebas. Ahora iba más confiado, más seguro de sí mismo. Se
había quitado un buen peso de encima, al menos había pedido perdón.
Entre paso y pensamiento, llegó al palacio y entró para dirigirse a su habitación.
Pasando por un pasillo, se sorprendió al escuchar las voces de Hana y la princesa.
Como no quería que lo viera, retrocedió hasta el cruce con otro pasillo y allí, pegado
a la pared, esperó a que las dos amigas pasaran de largo. Hana se dio cuenta de
que estaba allí y miró hacia él. Ángel le dirigió una mirada y la chica enseguida
supo que no quería que Aisha lo viera allí. Antes de que la princesa pudiera mirar,
señaló algo que había visto un poco más adelante y siguió hablando, desviando la
atención de Aisha.
_._._._._._
Hana se había pasado a por ella un par de horas antes de que empezaran las
pruebas. Habían estado un rato hablando mientras que la amiga de la princesa se
maquillaba y después habían bajado a desayunar.
Comenzaron a recorrer los pasillos que llegaban al comedor, hablaban nerviosas
sobre las pruebas que comenzarían en un rato. Aisha estaba contenta, veía una
gran mejoría en Hana desde que habían enterrado a su novio.
Caminaban por un pasillo principal. Cuando llegaron a una esquina de la que
partía otro corredor, la princesa notó un comportamiento extraño en su amiga. Vio
cómo giraba la cabeza en dirección a algo que le había llamado la atención, pero
cuando ella quiso hacer lo mismo Hana se lo impidió cambiando de tema y
señalando a Lina, que las había seguido y adelantado y ahora las esperaba en la
puerta del comedor.
Tras unos segundos de confusión, Aisha contestó al comentario de su amiga sin
demasiado interés. Entraron, y en un momento en que Hana bajó la guardia, se
giró rápidamente para saber qué había sido lo que su amiga no había querido que
viera. Sólo alcanzó a ver una fugaz sombra que se perdía por los pasillos.
Cuando se volvió, se topó de frente con la cara preocupada de Hana. Todo aquello
era muy extraño…
CAPÍTULO
6.
Hana se encuentra en las gradas. Ese día tocaban las pruebas físicas, al día
siguiente por la mañana comenzarían las mentales y por la tarde las de reflejos,
serían dos días duros para los participantes.
Tanto ella como la princesa, que estaba sentada en la tribuna de jueces, tenían los
ojos puestos en un corredor en concreto. Sorprendidas, veían cómo Ángel superaba
sin dificultad los obstáculos y resistía la carrera sin dar muestras de cansancio.
Antes de empezar el maratón se han explicado las normas a los participantes y
también el modo en que los jueces deberán escoger. Cinco cada uno, el fallo se
comunicaría a última hora de la tarde del tercer día, para darles tiempo de
descansar.
Los treinta que consiguieran llegar a la meta pasarían a la otra fase, los que no, se
irían del palacio esa misma tarde. Los jueces eran tres: Aisha, el rey Bishr y el
coronel Zamir, el cargo más alto del ejército del rey.
Quedaban ya menos de cuarenta corredores, y el amigo de las dos chicas iba de los
primeros. Ya casi llegan a la meta. Uno, dos, tres… y treinta. Se acabó la prueba,
ya no puede cruzar la meta nadie más, no tarda en oírse un pitido que lo confirma.
-Ahora se cogerán los nombres de todos aquellos que han pasado la prueba y se
servirá una abundante cena para los participantes. Después, todos los que no lo
hayan conseguido, se marcharán de palacio.- Anunció el coronel.
Aisha, que vio la cara que ponían algunos, pensó que seguramente habría alguien
que no tuviera dónde pasar la noche alzó la voz y añadió:
-Los que lo deseen podrán quedarse aquí una última noche, pero por la mañana
tendrán que partir.
Zamir y el rey se miraron, sorprendidos ante el inesperado gesto de la princesa,
pero no dijeron nada.
Seguidamente, Aisha fue a las gradas a buscar a su amiga. Mientras tanto, los
corredores ya se encaminaban al comedor provisional que se había instalado fuera
del castillo.
-¿Has visto a Ángel? No sabía de esas habilidades.- Dijo Hana, aún sorprendida por
la resistencia mostrada por el chico.
-Sí, lo he visto. ¿Vamos a ver si podemos hablar con él?
-Ok.
Ambas se dirigieron a la entrada de la carpa que hacía de comedor. Nada más
llegar, un guardia les cortó el paso.
-Buenas tardes, princesa. Hola Hana. No podéis pasar, hay que dejar descansar a
los chicos
-Anda, Alí déjanos pasar, por favor…
-Lo siento, Aisha, tengo órdenes estrictas.
El guardia era amigo de la princesa, se conocían desde que empezaron a ir al
colegio. Él combatió junto con el ejército en la guerra librada entre los españoles y
portugueses y los marroquíes.
Cuando todo terminó, fue premiado por sus grandes hazañas, era muy reconocido
en el ejército y se rumoreaba por ahí que pronto llegaría a quitarle el puesto al
mismísimo Zamir.
-Vaya, entonces nos iremos. Muchas gracias de todas formas.
Aisha le sonrió y se dio la vuelta para volver a entrar en el castillo, Hana la siguió.
_._._._._._
Ángel se sentó solo, apartado del resto. Lo consideraban demasiado tímido,
demasiado poco hablador. Un par de veces había intentado conversar con alguno de
los participantes, pero no había conseguido que el otro se interesara por lo que le
decía.
¿Esa era Aisha? Creía haber visto a la princesa en la puerta de la carpa. El corazón
comenzó a latir tan fuerte que parecía que se le iba a salir del pecho, miró mejor.
Sí, era ella. Se la veía muy contenta hablando con aquel guardia, esa sonrisa…
tenía que averiguar qué relación tenía con él.
Se sorprendió a sí mismo con estos pensamientos. ¿Pero qué estaba haciendo? Él
era amigo de la princesa, nada más. Sí, le gustaría que fueran algo más que eso,
pero todavía tendría que conquistarla, cosa que veía muy difícil.
Ya se iba. ¿Habría venido a hablar con él? No, seguro que no.
CAPÍTULO 10.
Esta mañana la princesa había salido de su habitación antes de lo habitual. No le
dijo nada a nadie, prefería estar sola. No era capaz de dejar de pensar en él, en el
abrazo del día anterior.
No lo había pensado, era como si ese gesto no hubiera salido de ella. Le gustaba
tanto…
Pero, ¿Y él? ¿La quería él a ella? No estaba segura, pero cuando se separaron creyó
ver una extraña expresión en la cara del chico. Él se había apresurado en esconder
su sorpresa, pero una vez más, Aisha se había dado cuenta.
La luz de un sol madrugador arrancaba destellos en el colgante de plata que Ángel
le regalara el día anterior. Sonrió y se llevó una mano al escote, en donde se
encontró con el frío tacto del metal, contrastando en su color con la piel morena de
la princesa. Era muy bonito, se había llevado una gran sorpresa.
¿Por qué le había hecho ese regalo? Era extraño, pero al fin y al cabo eran
amigos, ¿No?
Si, sólo amigos…
Aisha por fin atravesó las últimas puertas, las que le llevarían fuera del castillo, a
una libertad temporal que pensaba aprovechar. Se dejaría las cosas claras a sí
misma.
Entonces se acordó de que a él le tocaba hacer guardia hoy fuera. ¿Habrá
comenzado su turno ya? ¿Estará por aquí?
_._._._._._
Ángel estaba aburrido y tenía frío. Hoy le tocaba fuera. No le gustaba nada aquel
nuevo sistema rotatorio, se habría quedado con gusto dentro.
Además, allí nunca pasaba nada. Era una vida monótona que Ángel aborrecía. Era
todo tan tranquilo. ¿Pero quién iba a querer atacar aquello? ¿Para qué? ¿Para
destronar a un rey enfermizo? Era absurdo, algo sin sentido.
Precisamente por esa monotonía adoraba esas conversaciones con la princesa, eran
momentos mágicos, pero lamentablemente cortos. Estaría toda la eternidad con ella
si pudiera.
Nunca había conocido a nadie con esa pasión por la literatura y la cultura, con ella
podía hablar de todo. Desde distintos autores y libros hasta de baloncesto y sus
cantantes favoritos. En cuanto a esto último tenían unos gustos muy parecidos.
Es perfecta, cree que no habría podido escoger a nadie mejor para enamorarse.
Aunque no fue precisamente él el que tomó esta decisión.
Se había fijado en que últimamente ella le trataba de una forma distinta. Por
ejemplo, el inesperado abrazo de ayer. No, quizás estaba imaginando demasiado y
tan sólo era un gesto de agradecimiento.
De todas formas, sí que había cambiado sutilmente su comportamiento hacia él.
Le gustaba tanto aquella chica… era especial. Le encantaban sus alegres ojos
marrones, y se moría por besar sus labios perfectos. Además estaba ese toque del
perfume de azahar. Olía muy bien, y sabía que a ella le encantaba esta flor.
También estaba al tanto de sus pequeñas salidas de la Alhambra, de sus ratos de
soledad y lectura a la sombra de alguna encina. En el fondo era muy romántica,
aunque ella no se diera cuenta.
Por un momento cruzó los dedos y deseó con todas sus fuerzas que apareciera por
allí.
_._._._._._
Aisha suspiró y miró a su alrededor. Normalmente no había guardias, pero cuando
los había ella se apresuraba en esconder su libro (que hoy no había traído) y fingir
que buscaba a alguien, como si hubiera quedado con alguna amiga.
Descubrió una figura sentada cerca de la puerta y le dio un vuelco el corazón. Era
él, estaba pensativo, con la mirada puesta en el infinito.
En la cara de Aisha se dibujó una sonrisa maliciosa. Había tenido una idea.
Dio un par de pasos hasta que él quedó de espaldas a ella, y sigilosa, comenzó a
caminar hacia él. Justo cuando estuvo detrás acercó su cara hasta que sus labios
quedaron a la altura del oído de su amigo.
-¡Hola!- Susurró.
-¡Aaay! No veas que susto me has dado…
Él había girado la cara hasta que sus ojos quedaron a la misma altura, sus labios a
escasos centímetros.
En ese mismo momento el tiempo se paró para ambos. Quedaron el uno prendado
de los ojos del otro. Estaban muy cerca.
El olor a azahar de Aisha impregnaba dulcemente a Ángel, estaban tan cerca que
cualquiera de los dos podría haber salvado la ínfima distancia que separaba sus
labios.
Cerrar los ojos y acercarse a ella, besarla. Era lo único en lo que Ángel era capaz de
pensar en ese momento; a Aisha le pasaba lo mismo. Sin embargo, fue ella misma
la que interrumpió aquel mágico momento.
Apartó un poco su cara y desvió la mirada, incapaz de continuar mirándolo a los
ojos. Se sentía estúpida. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué no lo había besado?
-Ángel yo… -no quería hacerle daño, era un momento muy delicado y no sabía qué
decir, confusa- me… me tengo que ir. Hasta luego.
El chico no contestó, no le salían las palabras. Se limitó a mirarla mientras se
adentraba en el campo con paso firme y decidido. Probablemente mucho más firme
y decidida de lo que en realidad se sentía.
Ángel se arrepintió de no haberla besado sin darle tiempo a reaccionar, a que
cambiara de opinión en el último momento. Pero ya era tarde para lamentarse.
Así se quedó un rato, observándola. Ella sentía los ojos de él clavados en su
espalda, pero no se sentía con el valor suficiente como para mirar hacia atrás.
De repente, saliendo de su nube de confusos pensamientos, Ángel se dio cuenta de
que algo pasaba. Aisha se había dado la vuelta y le había hecho un gesto para que
fuera tras ella. Después había echado a correr hacia algo que sólo ella podía ver
desde aquel punto algo más elevado del terreno.
Él no perdió un segundo, se levantó y echó a correr tras ella. Cuando llegó al
pequeño montículo miró alrededor pero no la vio. Volvió a mirar, esta vez con más
atención. Ahora sí la encontró. Estaba agachada detrás de un matorral observando
a un hombre que no parecía muy peligroso tirando por la cuerda de un cachorro.
«Pobre animal, como siga así va a acabar ahorcándolo»
Cuando ella vio que Ángel se aproximaba le hizo gestos para que fuera hasta allí
sin hacer ruido y se agachara junto a ella.
Así lo hizo.
-¿Estás loca? ¿Qué se supone que haces?- Susurró. Por un momento pareció haberse
olvidado de lo ocurrido hace unos minutos.
-No me fío de ese hombre.
-Ya, pobre perro…
-Calla un momento.-Cortó Aisha, se había dado cuenta de lo que el dueño del perro
iba a hacer.
Como éste veía que su perro no le hacía caso había empezado a pegarle. Cada vez
que el animal gemía de dolor, a la princesa se le encogía el corazón. Ángel se dio
cuenta de que estaba llorando.
-Aisha… ¿Estás bien?- Preguntó, preocupado.
-No puedo más, voy a ir a pararle.
Secándose las lágrimas intentó levantarse, pero una oportuna mano de Ángel en su
antebrazo consiguió frenarla.
-¡No! ¿Estás loca?- Repitió.
-Tengo que ir. No puedo soportar esto.
-¿Pero a ti qué te pasa hoy?
De nuevo se miraron a los ojos. Esta vez la mirada de Aisha era desafiante, a pesar
de las nuevas lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Ángel terminó cediendo y
soltó a la princesa, desviando la mirada.
-Lo siento, va contra mis principios -dijo, firme.
Antes de levantarse, dio un pequeño beso en la mejilla a su amigo. Después, caminó
los metros que lo separaban de su objetivo.
Cuando llegó, se situó junto al perro, poniendo su cuerpo de forma que la mano de
su dueño no pudiera volver a alcanzarle. El hombre, atónito, aún tardó un poco en
bajar la mano.
-Muchacha, quítate de ahí.
-No pienso moverme hasta que no deje de maltratarle.
-Quítate.
-No. –La princesa le sostenía la mirada, decidida, sin miedo. –Si va a hacerle daño
a él me lo tendrá que hacer a mí también.
«¿¡Pero qué hace!?» Ángel escuchaba la conversación aún agachado detrás del
arbusto.
-Señorita, se lo digo por última vez. Apártate del perro.-En la mirada del hombre se
veían dibujadas la rabia y la furia.
La princesa no contestó. El dueño del perro, viendo que ella no se iba a apartar la
cogió de los hombros, y en un ataque de locura la zarandeó. Aisha se mantuvo
firme, sin moverse de al lado del animal. Levantó la mano para darle una bofetada,
pero de nuevo una voz a sus espaldas lo interrumpió.
-¡Suéltela! ¡No se atreva a tocarla!
Era Ángel, que había saltado de su sitio y, corriendo hasta el hombre, le había dado
un fuerte empujón. El dueño del perro se tambaleó, soltando a la princesa para
terminar cayendo sobre la tierra no muy húmeda.
Viendo que el chico iba armado, lanzó una mirada furiosa a Aisha, que ahora lucía
una sonrisa victoriosa en su cara, luego miró al perro y volvió a enfocar sus ojos
hacia Ángel.
-Vete.-Ordenó éste último.
No hizo falta más. El hombre echó a correr, perdiéndose entre los árboles y dejando
atrás a aquella extraña pareja y a su mascota.
Una vez hubo desaparecido, los dos amigos se miraron con alivio, contentos, y se
fundieron en un fuerte abrazo.
Otra vez ese cosquilleo que tanto gustaba a ambos. Pero esta vez se había
intensificado. Como pasó ayer con aquel abrazo inesperado o como antes, cuando
estuvieron a punto de besarse.
«Tengo que decírselo pronto» Pensó Aisha.
«Tengo que decírselo pronto» Pensó Ángel.
Pero no. Nuevamente ninguno de los dos dijo nada. En ese momento sonó el móvil
de la princesa, rompiendo la magia. En su pantalla aparecía un nombre: “Hana”.
«Qué oportuna…»
-¿Si?
-¿Qué haces? Llevo buscándote toda la mañana y no apareces por ningún ladoHana, al otro lado de la línea reñía cariñosamente a su amiga.- ¿Acaso te has
metido debajo de alguna piedra?
-Qué exagerada eres. ¿Qué hora es? Seguro que te acabas de levantar y no me has
encontrado ni en mi cuarto ni en la biblioteca y me has llamado.
-Vaya, eres buena- dijo, sorprendida- ¿Qué tal si te haces detective? Son las doce
menos veinte. Seguro que estás con tu angelito de la guarda- bromeó.
Aisha miró por un momento a Ángel mientras reía.
-Si…
-¿Interrumpo algo?- Preguntó, pícara.
-No… no, sólo hablábamos.- Esta afirmación provocó una punzada en el corazón de
Ángel.
-Aaaah…
-¿Quieres algo?
-No, sólo te llamaba para ver dónde estabas.
-Ya íbamos para allá.- Respondió Aisha, intentando finalizar la conversación.- ¿Me
esperas en mi cuarto?
-De acueeerdo…
-Besitos.
-Te quiero, guapa.
La princesa colgó y se metió el móvil en el bolsillo de su pantalón vaquero. Viendo
la expresión interrogante de Ángel se apresuró a explicarse.
-Quería saber dónde estaba, dice que me estaba buscando. Ya sabes lo cotilla que
es, no he querido contarle nada.
-Ya, mejor que no se entere.
-¿Qué no se entere de qué?-Sonrisa traviesa.
Aisha dejó pillado a su amigo, que no sabía qué contestar. Dijera lo que dijese podía
meter la pata. Y no quería hacerlo, no podría soportar que ella se enfadase con él.
-Pues...- se había sonrojado.
-Tranquilo, sólo quería pillarte- rió Aisha.- ¿Qué hacemos con él?
-No sé… creo que me lo podría quedar yo. Es apenas un cachorro y además es muy
bonito.
-Sí, no sé cómo puede haber gente tan cruel por el mundo.
-Oye, tú has estado muy bien, te has mantenido firme en todo momento.
Aisha hizo un gesto, quitándole importancia.
-Tampoco podía dejar que le pegara.
Ángel cogió al animal, que no se había movido desde que la princesa apareciera en
escena, aterrorizado.
Fueron todo el camino de vuelta bromeando, corriendo el uno detrás del otro e
incluso jugando con la nueva mascota de Ángel.
Cuando llegaron a la habitación de Aisha, se encontraron con Hana, que aburrida
de esperar había terminado encendiendo el ordenador para conectarse al
Messenger.
Hana notó un cambio en la pareja, parecía que tenían mucha más confianza que
antes. Pero no les dijo nada, no fuera a meter la pata.
Poco después Ángel se fue corriendo. Aún no había terminado su turno y no quería
jugarse el puesto. Las dos chicas reían por la mala memoria de su amigo, que se
había acordado hace un momento y había echado a correr.
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