“El Pasajero Portugués”

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“El Pasajero Portugués”
Un cielo gris plomizo, barrido por el viento gélido y la lluvia fina y pertinaz
que calaba hasta la médula de los huesos fueron los encargados de dar la
bienvenida al pequeño pesquero. Durante todo el día anterior habían tenido
que esperar fuera de la desembocadura para poder entrar en el puerto;
cuando había temporal, la barra se convertía en un paso infranqueable para
una embarcación. Ni el piloto más atrevido habría desafiado al oleaje que
podía empujar a cualquier barco contra la mole pétrea del Espigón, contra el
Semáforo, donde con toda seguridad acabaría deshecho contra las rocas, o
tal vez con un poco de suerte, arrastrados hacia la pequeña playa de la Otra
Banda a resguardo del río, donde inexorablemente su quilla encallaría en la
arena para hacerle compañía a los pocos restos que quedaban de un barco de
aprovisionamiento que muchos años atrás, durante la época del Protectorado
Español, había tenido la mala fortuna de atollar en aquellos traicioneros
bancos, dejando como testimonio del accidente una solitaria caldera;
cubierta totalmente de algas, lapas y demás criaturas marinas de esas que
convierten en habitáculo permanente cualquier roca o resto de algun
naufrágio, que aparecía y desaparecía de la vista junto con la marea.
El “São Antonio” era un barco pesquero que faenaba habitualmente en
aquella zona y en ocasiones atracaba en el puerto de Larache para
aprovisionarse de agua y alimentos e incluso a veces vendía sus capturas en
la lonja de dicho puerto. Manuel Lopes el patrón, conocía bien el acceso a la
desembocadura, por esa misma razón había decidido el día anterior que era
mucho mejor quedarse fuera, manteniendo el barco alejado de la costa para
evitar que las olas lo empujasen contra las rocas y esperar a que amainase
un poco el temporal, para realizar entonces la maniobra de entrada al
amparo.
Esta vez el barco venía a Larache a avituallarse, pero también estaba
cumpliendo una misión que podía llegar a ser extremadamente peligrosa.
Cuatro días atrás habían recogido a un pasajero muy especial. Desde un
carguero en alta mar, había transbordado un personaje que un par de años
atrás había protagonizado junto con un puñado de hombres valientes una de
las aventuras más extraordinarias que conmocionarían al mundo entero por
aquellos días.
La fecha de la noche del 21 al 22 de enero de 1961 aún permanecía viva en la
memoria de mucha gente, especialmente en la de aquellos que desde el exilio
o la clandestinidad luchaban por la libertad de sus países en contra de dos
de los más temidos dictadores de la época: Francisco Franco y Antonio de
Oliveira Salazar, en España y Portugal respectivamente. Aquel día un grupo
de 24 españoles y portugueses, pertenecientes al DRIL - Directorio
Revolucionario Ibérico de Liberación -, llevaron a cabo una acción que hasta
entonces no había tenido precedentes en la historia. El secuestro de un
trasatlántico con bandera portuguesa como medida de presión contra las
cruentas dictaduras que atenazaban a sus países.
Viajando en calidad de pasaje, un comando armado bajo las órdenes de José
Fernández comandante de la marina del ejército republicano español y del
capitán del ejército portugués Henrique Galvão, se apoderaron del “Santa
María”, barco de pasajeros de 609 pies de largo, con una tripulación de 353
miembros y capacidad para 1.078 viajeros, a la una y media de la madrugada.
En el transcurso de la acción muere de un disparo un oficial portugués.
El primer secuestro político de la historia enarboló la consigna de acabar
con las dictaduras de Franco y Salazar. Como hombre de Estado, el general
anti-salazarista Humberto Delgado – exiliado en Brasil - y como ideólogo de
la oposición republicana en el exterior, el exiliado gallego en Venezuela Xosé
Velo Mosquera.
Lisboa, base del transatlántico, pidió ayuda a los gobiernos norteamericano
e inglés y fue el Departamento de Marina de los EEUU quien pasó a
coordinar una amplia operación de búsqueda y captura. El barco, que cambió
su nombre por el de “Santa Liberdade”, consiguió mantenerse sin ser visto
durante tres días y tres noches mientras la flota holandesa de las Antillas
realizaba vuelos de reconocimiento; además y desde la base de Puerto Rico –
bajo las órdenes del vicealmirante Smith – salieron los destructores
norteamericanos Wilson y Damato. La persecución del “Santa Liberdade”
sirvió también como maniobra de contención de la armada de guerra
brasileña y de las intenciones de hundir el barco que declararon los
gobiernos español – enviaron el Canarias – y portugués.
El general Humberto Delgado asumió públicamente la responsabilidad de la
acción y solicitó la no intervención. Los EEUU evitaron pronunciarse sobre el
hecho y el viernes, 27 de enero de 1961, el presidente Kennedy informó de
que el barco había sido localizado a 600 millas al norte de la desembocadura
del Amazonas, que no había dado órdenes de abordaje y que los
destructores Gearing y Vogelgesang tenían como misión acompañar al
transatlántico.
Comenzó entonces una finísima trama de negociaciones con emisarios
norteamericanos y brasileños que culminó con la realización de un encuentro
a bordo entre los representantes del comando - Fernández que utiliza el
nombre de Sotomayor, Galvão y Velo, cuyo seudónimo era Xunqueira de
Ambía – y las autoridades estadounidenses que concluyó con la entrada en
Recife, después de que Janio Quadros, recién nombrado presidente de
Brasil, les concedió el derecho de asilo.
El pesquero enfiló el canal de navegación en dirección al puerto surcando
con su proa las aguas del río Lukus que bajaban turbulentas y teñidas de un
color parecido al del café de zurrapas con leche, como consecuencia del
temporal de lluvias que había estado azotando la zona durante casi toda una
semana. Manuel bajó al camarote que hacía al mismo tiempo las funciones de
dormitorio, comedor y sala de recreo para la tripulación y le ordenó a su
misterioso pasajero que se ocultase en un compartimento secreto que
previamente le había mostrado y que normalmente era utilizado para ocultar
tabaco y licor de contrabando, que servían como una fuente extra de
ingresos para aquellos hombres que muy apenas podían mantener a sus
familias con los ingresos de la pesca. Tendría que estar allí durante unas
horas, hasta que los aduaneros revisaran el barco o bien hasta que Manuel
consiguiera sobornarlos – un hecho más que frecuente - para evitar la
inspección. Si los pescadores tenían problemas para mantener a sus familias,
los aduaneros no los tenían menores y la mayoría de las veces un par de
billetes, unas cuantas botellas y unos cartones de tabaco eran más que
suficientes para dejarlos contentos y que de esta forma hicieran la vista
gorda. Solamente se trataba de que fuera “día de suerte” y que no estuviese
de guardia algún novato con ganas de ganarse la consideración de sus
superiores o bien algún oficial superior, en cuyo caso la tajada del soborno
tendría que ser mayor
El escondite era bastante amplio y aunque un poco incomodo, había
suficiente aire como para poder pasar allí unas cuantas horas. El pasajero se
acomodó en el interior y Manuel volvió a colocar los paneles de madera que
ocultaban el escondrijo tras de las literas y subió al puente para concluir
con la maniobra de atraque. Solamente Manuel y su cuñado Joaquín que
también formaba parte de la tripulación del pesquero conocían la verdadera
identidad del pasajero. Para el resto de la tripulación se trataba de una
persona con ciertos problemas legales que necesitaba desembarcar en
Larache. El patrón les había prometido que una vez que arribasen a puerto y
el viajero hubiera desembarcado seguro, tendrían una buena recompensa
por su silencio. Manuel confiaba en todos ellos, eran buenos hombres
esforzados trabajadores que le habían acompañado en su faena durante
muchos años, pero los secretos son mejores secretos cuando son pocos los
que los comparten, así que había decidido que nadie excepto Joaquín
conocería quién era realmente aquel hombre.
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