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Ordenanzas y Convenios

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CONVENIOS
Y ORDENANZAS
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EL BAUTISMO
La autoridad
Los convenios que hacemos
con Dios
Las bendiciones prometidas
Un presbítero poseedor del
Sacerdocio Aarónico (o cualquier poseedor del Sacerdocio
de Melquisedec) puede efectuar
la ordenanza si lo aprueba el
líder local del sacerdocio.
Dicho poseedor del sacerdocio
ofrece la oración bautismal que
aparece en las Escrituras y procede a sumergir por completo
bajo el agua al individuo que
se bautiza.
Hacemos convenio de:
1. Nos da el derecho de ser
miembros de la Iglesia de
Cristo.
• Entrar en el redil de Dios.
• Tomar sobre nosotros el
nombre de Jesucristo.
• Ser testigos de Jesucristo.
• Siempre guardar los mandamientos.
• Llevar las cargas los unos de
los otros.
• Manifestar la determinación
de servir a Dios hasta el fin.
• Manifestar por nuestras
obras que nos hemos arrepentido de nuestros pecados.
2. Si somos dignos, el Señor
promete:
• Derramar su Espíritu
sobre nosotros.
• Redimirnos de nuestros
pecados.
• Levantarnos en la primera
resurrección.
• Otorgarnos la vida eterna.
• Prepararnos para recibir el
Espíritu Santo y así una
remisión completa de los
pecados.
Véase 2 Nefi 31:17–21; Mosíah
18:8–10; D. y C. 20:37; Artículo
de Fe Nº 4.
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CONVENIOS
Y ORDENANZAS
EL DON DEL ESPÍRITU SANTO
La autoridad
Los convenios que hacemos
con Dios
Las bendiciones prometidas
Un poseedor del Sacerdocio de
Melquisedec, con la autorización del líder local del sacerdocio, puede conferir el don del
Espíritu Santo mediante la oración y la imposición de manos.
A fin de tener el derecho de
recibir el don del Espíritu Santo,
debemos cumplir con los convenios del bautismo, proseguir
en la humildad y la fe y en toda
forma ser dignos de la compañía constante del Espíritu Santo
(véase el Artículo de Fe Nº 4).
1 Se nos confirma como
miembros de La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de
los Últimos Días.
2. Recibimos el derecho o privilegio de gozar de la compañía
constante del Espíritu Santo,
lo cual nos permite recibir
continuamente inspiración,
manifestaciones divinas,
dones espirituales y orientación provenientes del Espíritu
Santo. Al recibir el don del
Espíritu Santo, también recibimos bendiciones gracias a que
Él da testimonio de Jesucristo
y de las verdades divinas, nos
provee de guía espiritual y de
amonestaciones y nos permite
discernir el bien del mal.
3. El poder del Espíritu Santo
nos santifica y limpia, de
modo tal que nacemos de
Dios a medida que continuamos en fe. Mediante este bautismo de fuego y del Espíritu
Santo, los corazones y deseos
individuales se limpian y los
espíritus se purifican. La
recepción del Espíritu santo es
el punto culminante del proceso del arrepentimiento y del
bautismo (véase 2 Nefi 31:13,
17; 3 Nefi 27:20).
4. Sabemos que el don del
Espíritu Santo es la llave que
abre la puerta a todos los
dones espirituales que se
encuentran en la Iglesia,
entre ellos los dones de profecía y revelación, de sanidad, de hablar en lenguas y
de traducción e interpretación de lenguas.
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CONVENIOS
Y ORDENANZAS
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LA SANTA CENA
La autoridad
Los convenios que hacemos
con Dios
Las bendiciones prometidas
Un presbítero poseedor del
Sacerdocio Aarónico (o cualquier poseedor del Sacerdocio
de Melquisedec) puede administrar la Santa Cena si lo aprueba
el líder local del sacerdocio. Las
oraciones de la Santa Cena han
sido reveladas en las Escrituras.
Hacemos convenio de:
1. El Señor nos perdona los
pecados de los que nos arrepentimos.
• Renovar nuestros convenios
bautismales.
• Comprometernos nuevamente a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo,
recordarle siempre y guardar
Sus mandamientos. El
momento de tomar la Santa
Cena es uno de introspección, arrepentimiento y
renovada dedicación.
2. El Señor promete que siempre podremos tener Su
Espíritu con nosotros.
Véase 3 Nefi 18:28–29;
Moroni 4–5; D. y C. 20:75–79;
27:2; 46:4.
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CONVENIOS
Y ORDENANZAS
RECIBIR EL JURAMENTO Y CONVENIO DEL SACERDOCIO
La autoridad
Los convenios que hacemos
con Dios
Las bendiciones prometidas
Un poseedor del Sacerdocio de
Melquisedec con la autoridad
para efectuar la ordenación
puede ordenar al Sacerdocio de
Melquisedec a los miembros
varones dignos, mediante la oración y la imposición de manos.
Los poseedores del sacerdocio
hacen convenio de:
Los poseedores del sacerdocio
dignos reciben las siguientes
promesas:
• Recibir de buena fe y con
sincera intención el
Sacerdocio Aarónico así
como el de Melquisedec
(véase D. y C. 84:33).
• Cumplir con todas las responsabilidades relacionadas
con los oficios del sacerdocio
a los que son llamados, y
magnificar así sus llamamientos.
• Enseñar la palabra de Dios y
obrar con todas sus fuerzas
para llevar adelante los propósitos de Dios (véase
Jacob 1:19).
• Obtener conocimiento sobre
el Evangelio (véase D. y C.
107:31).
• Prestar servicio al consolar y
fortalecer a los santos de
Dios (véase Mosíah 18:8–9).
• Ser obedientes y “estar diligentemente atentos a las
palabras de vida eterna”
(D. y C. 84:43).
• Escuchar y seguir las revelaciones del Señor, viviendo
“de toda palabra que sale de
la boca de Dios” (vers. 44).
Véase también élder Carlos E.
Asay, Liahona, enero de 1986,
págs. 35–37.
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1. “…son santificados por el
Espíritu para la renovación
de sus cuerpos”
(D. y C. 84:33).
2. “Llegan a ser los hijos de
Moisés y de Aarón, y la descendencia de Abraham”
(vers. 34).
3. Llegan a ser miembros de “la
iglesia y reino, y los elegidos
de Dios” (vers. 34).
4. Reciben el reino del Padre y
“todo lo que mi Padre tiene
le será dado” (vers. 38).
5. Reciben la plenitud y la gloria del Padre y llegan a ser
“dioses, sí, los hijos de Dios”
(D. y C. 76:58).
6. Se les advierte que cualquiera
que rechace este convenio y
que “lo abandone totalmente, no recibirá perdón de
los pecados en este mundo
ni en el venidero” (D. y C.
84:41).
El presidente Marion G. Romney,
de la Primera Presidencia, hizo el
siguiente comentario acerca de
D. y C. 84:41: “No creo que se
refiriera aquí al pecado imperdonable precisamente, aunque
estoy diciendo que quienes recibimos el sacerdocio y comprendemos qué es lo que supone,
pero no magnificamos nuestros
llamamientos, perderemos algo
que no podremos recobrar”
(véase Liahona, septiembre de
1974, pág. 38).
CONVENIOS
Y ORDENANZAS
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LA INVESTIDURA DEL TEMPLO
La autoridad
Los convenios que hacemos
con Dios
Las bendiciones prometidas
La investidura del templo es
una dádiva de poder y bendición espiritual proveniente de
los cielos. Está constituida por
el recibir instrucciones y ordenanzas de salvación y por el
hacer convenios administrados
por los oficiales autorizados sólo
en los templos que han sido
dedicados (véase D. y C. 95:8;
97:14; 109:13–15).
Hacemos convenio de:
1. “Con la aceptación de cada
convenio y la asunción de
cada obligación, se pronuncia una bendición prometida” (Talmage, La Casa del
Señor, pág. 90).
Se considera que la investidura
del templo es la continuación y
culminación de los convenios
contraídos al bautizarse. Los
convenios del templo incluyen
“pruebas mediante las cuales se
puede saber cuál es nuestra disposición y aptitud para la rectitud” (John A. Widtsoe, Program
of the Church of Jesus Christ of
Latter-day Saints, pág. 178).
“…observar la ley de absoluta
virtud y castidad, ser caritativo,
benevolente, tolerante y puro;
consagrar su talento y medios a
la propagación de la verdad y el
ennobleciendo de la raza
humana; mantener su devoción
a la causa de la verdad, y procurar en toda forma contribuir a
la gran preparación a fin de que
la tierra quede lista para recibir
a su Rey, el Señor Jesucristo”
(James E. Talmage, La Casa del
Señor, pág. 90).
2. El profeta José Smith enseñó
que la investidura fue diseñada para darnos “un concepto comprensivo de nuestra
condición y verdadera relación con Dios”(Enseñanzas del
Profeta José Smith, pág. 400),
para “preparar a los discípulos
para sus misiones en el
mundo” (pág. 336), para
impedir que seamos vencidos
“por estas maldades” (pág.
316) y para permitirnos
“alcanzar la plenitud de las
bendiciones que se han preparado para la Iglesia del
Primogénito” (pág. 237).
3. El presidente Gordon B.
Hinckley dijo en la oración
dedicatoria del Templo de
Vernal, Utah: “Rogamos que
lo visites, y que Tu Santo
Espíritu more aquí con el fin
de hacerlo santo para todos
los que entren por sus puertas” (“We Thank Thee for
This Sacred Structure,” Church
News, 8 de noviembre de
1997, pág. 4). Por medio de la
investidura del templo, podemos procurar “la plenitud
del Espíritu Santo” (D. y C.
109:15). Se considera a las
ordenanzas del templo un
medio de recibir inspiración
e instrucción por el Espíritu
Santo y de prepararse para
regresar a la presencia de Dios.
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CONVENIOS
Y ORDENANZAS
EL MATRIMONIO CELESTIAL
La autoridad
Los convenios que hacemos
con Dios
Las bendiciones prometidas
Un oficiante del templo que
tiene el poder sellador del sacerdocio invoca convenios que
han de ser válidos por el tiempo
y toda la eternidad. El matrimonio celestial tiene que ver con
una ceremonia que se efectúa
en el santo templo (véase
D. y C. 131:1–3; 132:18–19).
Las parejas que prometen vivir
la ley del matrimonio celestial:
1. Marido y mujer recibirán la
vida eterna en el mundo
venidero, la gloria del reino
celestial (véase D. y C. 88:4;
Moisés 6:59).
• Hacen convenio, en amor
puro, de mantenerse fieles el
uno al otro y a Dios por toda
la eternidad.
• Hacen convenio de limitar
sus expresiones íntimas y sus
relaciones sexuales al vínculo
matrimonial.
2. Se convertirán en dioses con
todo poder y heredarán “tronos, reinos, principados,
potestades y dominios”
(D. y C. 132:19).
• Se comprometen a vivir de
modo tal que contribuya
a una vida familiar feliz y
exitosa.
3. Obtendrán la exaltación en
el grado más alto de la gloria
celestial (véase D. y C.
131:1–4).
• Hacen convenio “de fructificarse, multiplicarse y henchir
la tierra (véase Génesis 1:28).
Uno de los propósitos principales del matrimonio celestial en esta vida es el de
crecer y madurar mediante el
ser partícipes del poder creador de Dios al criar una
familia en rectitud. Los
padres establecen una asociación con Dios al participar
en la procreación de cuerpos
mortales que sirven para
recibir a los hijos espirituales
de Dios” (en Ludlow,
Encyclopedia of Mormonism,
tomo II, pág. 859).
4. Llegarán a conocer a Dios el
Padre y a Jesucristo (véase
D. y C. 132:48–50).
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