desde el fondo CUESTION SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL Reflexiones sobre la dimensión ético-política en la intervención profesional Gustavo Parra ______________________________________________________________________ El presente trabajo tiene como objetivo aportar algunas reflexiones en torno a la intervención del trabajador social. Cotidianamente los trabajadores sociales somos confrontados con múltiples y diversas situaciones en nuestro ejercicio profesional y en muchas ocasiones la intervención queda anclada en los requerimientos burocráticos-institucionales o en la inacción ante la complejidad de las problemáticas a atender. La discusión sobre la intervención del trabajador social aparece como un tema recurrente en el colectivo profesional, y este hecho no constituye un acontecimiento casual, muy por el contrario, se encuentra íntimamente ligado a la propia esencia de la profesión. Desde allí podemos comprobar que la discusión sobre la intervención profesional presenta una gran variedad de perspectivas de análisis, así como un terreno de infinitas posibilidades de aproximación a la profesión y sus fundamentos. En este sentido, es nuestra intención realizar una primera aproximación a la complejidad del Trabajo Social centrándonos fundamentalmente en la intervención profesional. En primer lugar abordaremos algunos elementos que nos permitan caracterizar a la práctica del Trabajo Social y desde allí avanzar en el análisis de las relaciones entre cuestión social y Trabajo Social. Para posteriormente, realizar algunas reflexiones en torno a las dimensiones ético-políticas de la intervención profesional. Concluyendo con algunas características sobre la actual configuración de la cuestión social y los desafíos que son colocados al profesional en su intervención cotidiana. Aproximaciones a la intervención profesional La profesión de Trabajo Social surge con un importante componente “ejecutivo”, característica que la diferenciará de otras disciplinas sociales contemporáneas en el momento de su institucionalización y que al mismo tiempo le brindó una particular impronta. Es decir, el carácter práctico e interventivo del Trabajo Social constituyen su núcleo fundante y es, por lo tanto, constituyente de su ethos profesional. Ya en los antecedentes del Trabajo Social profesionalizado, es decir en los denominados “reformadores sociales”, se encontraba presente la idea de intervenir sobre la realidad social para producir algún tipo de modificación sobre la misma, es decir algún tipo de reforma. Es claro que esta modificación se centraba fundamentalmente en el sujeto, como principal responsable de su situación de indigencia y miseria, acompañada de un carácter moralizante y moralizador de hábitos y costumbres. Estos elementos se relacionan íntimamente al carácter conservador con que surge la profesión y al recurso científico que brindaba la matriz de pensamiento positivista. Posteriormente nos detendremos en el análisis de estos componentes moralizantes y moralizadores en la profesión. En el proceso de institucionalización y desarrollo de la profesión, tanto en su matriz norteamericana como europea, si bien con distinciones entre sí, permanece la idea de reforma y cambio a través de la intervención profesional, sea a través de la asistencia social con un fuerte componente individual y de carácter reintegrador y reformador del carácter, sea en su versión anticapitalista romántica apuntando a la acción social, comprendida como promoción, prevención y cura frente a los procesos sociales que el capitalismo había instaurado (Parra, 1999:68). Pero más allá de estas diferencias se presenta como rasgo común el pensamiento conservador como base ideológica de la profesión en el momento de su institucionalización. El conservadurismo, en cuanto un estilo de pensar y actuar en la sociedad capitalista, modeló el tradicionalismo profesional e implicó una “cohesión tanto de las interpretaciones de Centro de Documentación /18 desde el fondo la sociedad como del campo de los valores norteadores de la acción” (Iamamoto, 1996:98). De este modo podemos comprender que la intervención profesional en sus orígenes priorizó tanto el recurso al conocimiento teórico para la realización de tipologías y clasificaciones de sociopatologías y de procedimientos formales de prácticas, como al mismo tiempo a través de la intervención se promovían procesos de naturalización, normalización y moralización de comportamientos y “problemas sociales”, orientados al disciplinamiento, el control social y el ajuste/adaptación de los individuos al modo de ser y pensar capitalista. Así, a partir de estas reflexiones, podemos comprender que la aprehensión del Trabajo Social en su complejidad necesariamente implica el análisis y la profundización de la realidad social en la cual surge y se desarrolla la profesión. Es decir, si la intervención del trabajador social se desarrolla en la compleja trama de las relaciones sociales, su práctica profesional no constituye una actividad aislada, ni abstracta, ni superestructural, ni ajena a los determinantes económicos, históricos, políticos, culturales y sociales, ni exterior a la dinámica de las políticas sociales, ni al papel del Estado, ni a las instituciones sociales y, fundamentalmente, no es ajena a los sujetos socio-históricos a quienes va dirigida nuestra intervención. No existe posibilidad de pensar la práctica o la intervención profesional desconectada de estas determinaciones más amplias de la sociedad, de lo contrario se constituiría en una práctica idealizada o abstracta sin sustento material. Por lo tanto resulta necesario: “...aprehender la profesión como un producto histórico, como una especialización del trabajo colectivo que adquiere intelegibilidad en la historia social de que es parte y expresión” (Iamamoto,1996:89). A partir de esta perspectiva de análisis y entendiendo la centralidad que la intervención profesional tiene en el Trabajo Social, avanzaremos en algunas reflexiones que nos permitan comprender y aprehender su complejidad. Cuestión Social y Trabajo Social Un camino sumamente fructífero para la comprensión del Trabajo Social y de su práctica profesional la encontramos en las relaciones que podemos establecer entre cuestión social y Trabajo Social. Y esto, por que entendemos que en la cuestión social se encuentra el fundamento y justificación de la profesión y de su práctica. Existe una amplia bibliografía que se ha dedicado a analizar las relaciones entre cuestión social y Trabajo Social, no es nuestra intención centrarnos nuevamente en este análisis, sino simplemente realizar unas breves referencias que nos permitan contextualizar teóricamente en qué bases se asienta nuestra profesión y su intervención. Entendemos por cuestión social la expresión de las desigualdades inherentes al desarrollo del sistema capitalista, manifestación de las relaciones sociales y producto de la relación entre capital y trabajo. La eclosión de la cuestión social, a mediados del siglo XIX, y teniendo como marco un intenso proceso de urbanización e industrialización, demandó una intervención desde el Estado, diferente a la tradicional caridad o filantropía, o al reiterado recurso a la represión y la violencia. En otros términos, entendemos que la cuestión social es: “manifestación de las desigualdades y antagonismos políticos, económicos y culturales anclada en las contradicciones propias del desarrollo capitalista y poniendo en jaque el poder hegemónico de la burguesía, atentando contra el orden social establecido” y que como consecuencia de ello “generó múltiples estrategias del poder instituido para enfrentarla, callarla, naturalizarla, disminuirla o incorporarla” (Parra, 1999:81-82). Por otra parte, Iamamoto nos brinda nuevos elementos que nos permiten aprehender con mayor profundidad el dinamismo de la cuestión social en el marco del desarrollo del capitalismo: “Cuestión social aprehendida en cuanto el conjunto de las expresiones de las desigualdades de la sociedad capitalista madura, que tiene una raíz común: la producción social es cada vez más colectiva, el trabajo se vuelve más ampliamente social, en cuanto la Centro de Documentación /19 desde el fondo apropiación de sus frutos se mantiene privada, monopolizada por una parte de la sociedad” (1998:27). A partir de estos análisis, y existiendo un consenso generalizado entre los teóricos del Trabajo Social, podemos comprender que el Trabajo Social surge y se desarrolla en cuanto profesión como una de las formas de enfrentar las consecuencias de la cuestión social. De esta manera, diversos autores coinciden en señalar que la configuración históricamente determinada que adquiere la cuestión social es el molde en el cual se desarrolla y legitima la intervención del trabajador social. De este modo, la comprensión del papel de la profesión y de la intervención profesional puede ser aprehendida desde una nueva perspectiva al considerar la configuración de la cuestión social, la cual no es estática, sino en cuanto manifestación de las desigualdades del capitalismo se nos presenta como compleja y en permanente movimiento. Así el Trabajo Social, como profesión inscripta en la división social y técnica del trabajo, es expresión de necesidades sociales creadas en el complejo movimiento de las relaciones sociales del capitalismo, institucionalizándose fundamentalmente para la implementación de políticas sociales y, en menor medida, para su formulación en el enfrentamiento a la cuestión social (Iamamoto, 1996:89). De este análisis se desprende que las vinculaciones entre la cuestión social y la profesionalización del Trabajo Social son complejas, tanto por que la cuestión social adquiere configuraciones diferenciales históricamente, como también el Trabajo Social históricamente ha reforzado y legitimado particulares formas de intervención ante lo social. Pero podemos destacar que el Trabajo Social históricamente se constituye en una de las diversas formas de enfrentar la cuestión social, en ocasiones como una cuestión de policía, en otras como una cuestión política. Reafirmando estas ideas, Iamamoto nos plantea que el Trabajo Social “tiene en la cuestión social la base de su fundación en cuanto especialización del trabajo” (1998:27). Es decir, la demanda histórica del Trabajo Social en cuanto profesión se encuentra en las particulares configuraciones que adquiere la cuestión social. El proceso de institucionalización de la profesión como su expansión, y la actual intervención del profesional se vinculan íntimamente con las configuraciones de la cuestión social, no como telón de fondo de la intervención sino en cuanto constituyente de la práctica profesional. Por otra parte queremos destacar que el Trabajo Social se profesionaliza y se institucionaliza en un proceso de rupturas y continuidades, principalmente de sus formas previas de intervención o antecedentes. De este modo, y siguiendo el análisis de Netto, la profesión buscará en “supuestos basamentos científicos” la legitimación en cuanto profesión y práctica, y la diferenciación con las prácticas realizadas por la caridad y la filantropía. Nos referimos a una “supuesta base teóricocientífica”, y siguiendo el planteo del autor, puesto que predominan “las concepciones que hipotecan la configuración profesional a una especie de ‘madurez científica’ del Trabajo Social en comparación con sus llamadas protoformas”, al mismo tiempo que se desconsidera “el surgimiento de una configuración profesional a partir de demandas histórico-sociales microscópicas” (1992:83). Es decir, la búsqueda de estos seudo fundamentos científicos en la intervención hacen perder de vista las reales demandas que son colocadas en el escenario social, político y económico, en la medida que la sociedad es analizada como un hecho, parcializada y atomizada en sus múltiples manifestaciones y los comportamientos sociales parametrados en el pensamiento doctrinario conservador. Según el planteo de este autor, la intervención profesional no es dependiente del sistema de saber, sino “de las respuestas con que contempla demandas histórico-sociales determinadas; el peso de los vectores del saber sólo se precisa cuando se inserta en el circuito que atiende y responde a estas últimas” (Netto, 1992:83-84). A partir del análisis de Netto podemos entender que el Trabajo Social realizó una apropiación acumulativa de diferentes matrices teóricas-culturales, en muchos casos contrapuestas, considerando que esta sumatoria permitía brindar un carácter científico a la profesión, al mismo tiempo que generando modelos de intervención Centro de Documentación /20 desde el fondo formal-abstractos (caso individual/grupo/comunidad), elementos que contribuían a la diferenciación con la intervención de la caridad y filantropía. Pero este recurso acumulativo y orgánico a estas seudo bases científicas y la inexistencia a un referencial teórico que abordara la totalidad y la historicidad de la realidad social, no permitieron que se llevaran adelante modificaciones sustanciales en la intervención profesional en comparación con la práctica filantrópica. Si por un lado encontramos este recurso a la seudo-cientificidad, por otra parte debemos considerar que, en el estadio del capitalismo monopolista la cuestión social –en cuanto expresión de las desigualdades estructurales del sistema capitalista- es fragmentada en las denominadas problemáticas sociales, y por lo tanto, reducidas a un conjunto de variables, susceptibles de ser modificadas. Y de este modo, la intervención profesional es reducida a meras acciones de tipo burocrático-administrativas. La heterogeneidad de las situaciones que recibe el profesional en su intervención cotidiana y frente a las cuales debe dar respuestas, múltiples refracciones de la cuestión social, se vinculan con relaciones económicas, políticas, culturales, biográficas, etc. Frente a la complejidad de estas situaciones los modelos formal abstractos son desbordados e incapaces de resolverlas. De este modo, la fragmentación de la cuestión social en problemas sociales, y la posibilidad de responder a las demandas que se le presentan al profesional sólo es posible a través de la desvinculación mediante procedimientos burocráticoadministrativos (Netto, 1992:90-91). Ahora bien, en su desarrollo histórico podemos identificar que el componente ejecutivo de la profesión –fundante de la misma-, resultó en que muchos trabajadores sociales limitaran su práctica a meras actividades de tipo empirista o pragmático. Es así que el “hacer” se convirtió en el campo privilegiado de la profesión y el “saber” utilizado exclusivamente desde una perspectiva instrumental, directamente orientado a ese “hacer”. Los procesos de burocratización y rutinización de la práctica profesional, acompañados generalmente de tipologías, estratificaciones y rotulaciones de los sujetos con los cuales se trabaja, han conducido a peligrosos equívocos dentro de la profesión, tales como confundir áreas de intervención con la propia profesión o estandarizar modelos de intervención basándose en métodos prescriptivos, las tan conocidas y demandadas “recetas”. Estos procesos no permiten que el trabajador social alcance una identificación con su intervención, asumiendo como propio el ideario ideológico-político de las instituciones, consolidando de este modo una identidad alienada y una práctica alienadora, en la que el profesional toma los objetivos institucionales como los objetivos del Trabajo Social. Estos elementos, aún presentes en la práctica de muchos profesionales, resultan sumamente preocupantes tanto para el desarrollo teórico-práctico de la intervención profesional como para la consolidación del Trabajo Social como disciplina con estatuto científicoacadémico. La dimensión ético-política de la intervención profesional Otro de los elementos que consideramos contribuyen a comprender que el Trabajo Social y su intervención profesional se encuentran en el análisis de sus dimensiones éticas y políticas. O en otros términos, ¿de qué modo lo ético y lo político forman parte de la intervención profesional?. Partimos, en primer lugar, por considerar que la práctica profesional constituye una praxis, es decir, siguiendo el planteo de Kosík: “La práctica es, en su esencia y generalidad, la revelación del secreto del hombre como ser onto-creador, como ser que crea la realidad (humano-social), y comprende y explica por ello la realidad (humana y no humana, la realidad en su totalidad). La praxis del hombre no es una actividad práctica opuesta a la teoría, sino que es la determinación de la existencia humana como transformación de la realidad” (1996:240). De este modo entendemos que la praxis se produce históricamente, a partir de ella el hombre supera su animalidad y puede establecer una relación con el mundo en su totalidad, en la medida que el mismo hombre participa del proceso de creación de esta Centro de Documentación /21 desde el fondo realidad humano-social. Considerando la intervención profesional como praxis, podemos comprender que la misma constituye una actividad propiamente humana, es decir esencialmente ontológica, expresión del ser social. Por lo tanto, es creación y transformación de la realidad humano-social y al mismo tiempo objetivación del ser social. Este análisis de la intervención profesional como praxis nos permite comprender que la misma tiene una intencionalidad éticopolítica, es decir que es teleológica, por valores y proyectos; no existen prácticas inocentes, asépticas o ingenuas. A partir de estos elementos consideramos pertinente hacer algunas consideraciones en torno al concepto de ética, para poder avanzar en sus relaciones con la intervención del trabajador social. Barroco nos plantea que frecuentemente confundimos ética y moral, moral y moralismo; y que por lo tanto resulta necesario recurrir a las bases filosóficas y a sus distintas concepciones sobre estos conceptos. La reflexión sobre la ética nos conduce a indagar sobre el significado de valores, es decir, “preguntarnos el porqué de la elección de valores y para dónde me lleva esta elección” (Barroco, 1996:75). Generalmente la moral es concebida desde una perspectiva negativa, puesto que aparece como restricciones a la libertad y desde allí se señala un conflicto entre “deber” y “libertad”. Para el pensamiento conservador el conflicto entre deber y libertad no existe en cuanto tal, puesto que la libertad es comprendida como el mantenimiento del orden y la autoridad y el deber la preservación de esta libertad. De este modo la moral representa los valores que han sido legitimados por la tradición y las costumbres, y el deber el cumplimiento de estos valores que tienen su origen en las instituciones que son base de la sociedad: la familia, la Iglesia, las corporaciones, etc. Así el conflicto moral es ubicado en el incumplimiento de estos valores asegurados y legitimados por la tradición y las costumbres. Tal como expresa Barroco: “La función de la moral, en este caso, es la de moralización de la sociedad, esto es, de su adecuación a principios y normas que no deben ser cambiados” (1996:72). También encontramos que, desde la perspectiva de una ética individualista, los valores son absolutizados comprendiendo que la norma debe garantizar los límites para la libertad individual, la cual dentro de esos límites pasa a ser absoluta. En esta línea, el otro se convierte en un límite a mi libertad, constituyéndose en una moral fundada en el individualismo donde la norma debe garantizar la no interferencia en la libertad del otro (“la libertad de uno empieza donde termina la libertad del otro”). Este breve recorrido por algunas de los fundamentos de la ética tiene como objetivo analizar cómo ciertas concepciones éticas han influido en el Trabajo Social; desde sus orígenes conservadores, la ética profesional fue parametrada en concepciones metafísicas e idealistas. De este modo el capitalismo y las desigualdades sociales, inherentes al mismo, son tomadas como un hecho, siendo funciones del trabajador social integrar a los individuos y atenuar los excesos de la explotación del trabajo. Además de naturalizar la sociedad, a partir de los principios y valores de la filosofía metafísica se promovían reformas parciales de individuos, grupos y comunidades a partir de la concepción de “persona humana” y del “bien común” (Iamamoto, 1996:98) Así podemos comprender que por un lado la profesión recurrió al recurso teórico para diferenciar su intervención de la caridad y la filantropía, pero al no hacer uso de una teoría social que considerara la totalidad cae en un seudo-cientificismo, al mismo tiempo que su intervención frente a la cuestión social fue fragmentada, parcializada y de este modo convertida en instrumentaciones burocratico-administrativos. Al mismo tiempo esta intervención utilizó la moralización como un recurso fundamental, anclado en la moral conservadora. A la visión ahistórica de la sociedad se suma una perspectiva de libertad abstracta y aislada del individuo, unida a las ideas de obediencia a la autoridad y sumisión al orden establecido (Iamamoto, 1996:99). Ahora bien, una perspectiva que considere la historicidad, la totalidad, que busque aprehender no sólo la apariencia fenoménica sino la esencia y que se encuentre pautada en la libertad debe Centro de Documentación /22 desde el fondo “contraponerse a todo valor que exprese cualquier tipo de explotación del hombre por el hombre, así como indicar valores que signifiquen la explicitación de la esencia humana, históricamente desarrollada: la sociabilidad, la universalidad, la consciencia, la objetivación y la libertad” (Barroco, 1996:76). De esta manera los valores de “deber” y “libertad” son comprendidos en cuanto expresiones de necesidades objetivas, es decir presentes en la realidad y producto del proceso de organización de la vida en sociedad, por lo tanto expresan necesidades ontológicas. Así la moral pasa a ser una construcción del hombre en relación con su libertad y el deber la responsabilidad frente a las elecciones morales, lo cual implica la libertad como posibilidad de elección consciente (Barroco, 1996:77). En el capitalismo, la libertad es colocada como un valor fundamental. Pero si bien existe una consciencia de la capacidad de ser libre, basada en un discurso sobre la libertad y la igualdad (formal y jurídica) al mismo tiempo existen impedimentos objetivos para su realización por la contradicción inherente a este sistema, la desigualdad económica. La manera de resolver el conflicto entre la consciencia de la libertad y la imposibilidad de realizarla es el recurso al idealismo o a la metafísica, haciendo asumir resignadamente el destino de cada uno e imponiendo una moral referida a valores ahistóricos y conservadores. Tal como expresáramos en otro trabajo (Parra, 1999), el Trabajo Social en sus orígenes surge con un carácter conservador y antimoderno en sus propuestas, en la medida que con su intervención se oponía radicalmente al proyecto de la modernidad entendido como proyecto emancipador del hombre y comprometido con la libertad de todos los individuos. Ahora bien, es durante el Movimiento de Reconceptualización que estos principios éticos, basados en el pensamiento conservador son cuestionados, criticados y abandonados, el “deber misionero” es dejado de lado y reemplazado por una visión voluntarista de la acción, sobreestimando el papel de la acción de los sujetos y de las fuerzas subjetivas en el proceso de cambio, sobrevalorando idealizadamente las posibilidades revolucionarias de la profesión, que en este caso es confundida con militancia política (Iamamoto, 1996:99-100). Este recorrido nos permite comprender que las acciones del trabajador social fueron constituidas en torno a idealismos, la “ayuda” en su versión conservadora o, la “concientización” en su versión revolucionaria (debiendo señalar que hay diferencias sustanciales entre ambas) y que han parametrado las intervenciones del trabajador social. Asimismo es necesario señalar que pese a existir una escasa reflexión teórica sobre la ética profesional, los comportamientos morales están presentes en la intervención cotidiana de los trabajadores sociales, a través de las elecciones de valores como de sus consecuencias ético-políticas en la intervención. A partir de una perspectiva que considera al hombre como un ser histórico-social, que a través de su actividad creadora se produce a sí mismo en la relación con otros hombres, podemos comprender que “es capaz de crear, anticipar objetivos, hacer elecciones y dar respuestas, creando y recreando la vida social”. De este modo, la libertad significa “la defensa de la autonomía y de la plena expansión de los individuos sociales, lo que conduce a la defensa de los derechos humanos y al rechazo de las arbitrariedades y todos los tipos de autoritarismo.” (Iamamoto, 1996:102-103) Es así que se nos presenta a los trabajadores sociales el desafío de construir una ética profesional asentada, no en valores ahistóricos, ideales o metafísicos, sino en valores fundamentales para el ser humano en cuanto sujeto histórico, político y social constructores de la realidad social. Desafíos frente a la nueva cuestión social Actualmente, cuando hacemos referencia a la nueva cuestión social, estamos denominando de forma contemporánea la nueva configuración de desigualdades y antagonismos que el actual estadio del capitalismo produce. Es decir, es expresión de los procesos y modificaciones estructurales y coyunturales de la dinámica social, económica y política producto de las políticas neoliberales, implementadas en los Centro de Documentación /23 desde el fondo países del capitalismo avanzado en la década del 80 y en los países periféricos en los 90. El modelo neoliberal, tiene como objetivo fundamental la estabilidad monetaria resaltando la necesidad de mantener una tasa “natural” de desempleo, fundamental para el crecimiento y dinamización de las economías capitalistas y la reducción del gasto social. Para ello resulta necesario restituir el papel central del mercado, limitar la intervención del Estado a un papel mínimo, promover las privatizaciones de empresas estatales, controlar la inflación, y sobre todo, alcanzar la eficiencia económica. En América Latina, el programa neoliberal fue ejecutado desde la década de los 90 y ajustándose a las premisas del Consenso de Washington. Siguiendo el análisis realizado por Stewart (1998), el intervencionismo estatal en la región fomentó un fuerte proceso de industrialización, el cual fue sumamente dependiente del financiamiento y la tecnología extranjera. Proceso que estuvo acompañado de procesos inflacionarios, una fuerte dependencia del financiamiento externo y que provocó un crecimiento del endeudamiento. Hasta la década del setenta el financiamiento externo tuvo la forma de inversión directa, a partir de la crisis petrolera tomó la forma de créditos bancarios (Stewart, 1998:34). En el caso argentino, y siguiendo el planteo de Lluis (1998), al orden industrializadorinclusivo, teniendo a la industria como principal factor de dinamismo de la economía nacional y el sistema de políticas sociales basado en la condición de asalariado, le siguió un orden concentradorexcluyente, caracterizado por la concentración del ingreso y el capital y la exclusión de amplios sectores de la población del mercado de trabajo y de los beneficios sociales. La fuerte dependencia de los gobiernos latinoamericanos con las instituciones financieras internacionales: Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional (por causa del endeudamiento), hizo que los mismos, con ritmos diferenciales, incorporaran y ejecutaran las planificaciones que el BM y el FMI prescribían para la región. El conjunto de medidas propuestas por el Consenso de Washington, conocido como Nuevo Modelo Económico (New Economic Model), implicó una reducción del papel del Estado en la economía y un mayor protagonismo del mercado, como nuevo y casi exclusivo regulador de las relaciones sociales; asimismo la eliminación de protecciones locales permitió la incorporación de productores o inversionistas extranjeros. Se presuponía que este conjunto de medidas, especialmente la nueva distribución de prioridades del gasto público mejoraría la distribución del ingreso. El “ajuste estructural” implementado, trajo como consecuencias un considerable aumento de la pobreza y el empeoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones históricamente pobres; un sostenido aumento del desempleo y del subempleo; un deterioro de los sectores medios; la precarización de las relaciones laborales y la protección social. De este modo, se concentró la distribución de la riqueza, generando sociedades fuertemente duales. El nuevo modelo ha priorizado lo económico sobre lo social. El Estado mínimo, asegura condiciones de igualdad en torno al acceso básico a la educación, la salud y justicia, lo cual permitiría la corrección de las desigualdades y la movilidad social, la focalización del gasto público social, dirigido a los más pobres, para que los sectores medios se incorporen plenamente al mercado y un protagonismo de la sociedad civil, lo cual lleva a una nueva filantropía, la refilantropización de la asistencia ahora también con características empresariales. Las políticas sociales pierden su carácter universal y pasan a ser focalizadas, resolviendo exclusivamente aquellas necesidades básicas que no pueden ser resueltas en el mercado, pero debiéndose acreditar la condición de “pobre”. Tal como nos plantea Grassi (1999:3-4), el “ajuste estructural” orientado a reducir el gasto fiscal (y dentro de éste el gasto social) y a aumentar su eficacia y eficiencia, llevó a que las políticas sociales fueran orientadas por: la privatización y la focalización. La privatización de la seguridad social, el arancelamiento de servicios educativos y de salud, más allá de los servicios básicos de cobertura universal; y la focalización de las Centro de Documentación /24 desde el fondo políticas sociales dirigidas a la asistencia de la pobreza para enfrentar las consecuencias del ajuste. La transformación del Estado hacia un Estado mínimo, unido a procesos de reestructuración productiva, nuevas relaciones en torno al trabajo, pérdida de las protecciones sociales, aumento del desempleo, profundos avances en el desarrollo tecnológico, y sobre todo con la hegemonía absoluta del “mercado” como único regulador de las relaciones sociales, acompañado del descrédito de antiguas instituciones medias representativas (partidos políticos, sindicatos, etc.) agudizan los procesos de atomización, fragmentación y de individualismo negativo de la sociedad. Este conjunto de elementos ha generado nuevos fenómenos sociales como el de “exclusión social” y de “vulnerabilidad social”, o en términos de Castel de “desafiliación”. En síntesis, podemos concluir que la instalación del nuevo modelo socioeconómico, el neoliberalismo, ha modificado sustancialmente la estructura social, económica, política y cultural de los países latinoamericanos. La cuestión social adquiere una nueva configuración: agudización de la pobreza estructural, procesos de empobrecimiento, los nuevos procesos denominados de exclusión social y de vulnerabilidad, las nuevas desigualdades, las nuevas características que adquieren las políticas sociales, focalizadas y sectorializadas; acompañado este proceso de una reestructuración productiva, flexibilización laboral, crecimiento del desempleo y subempleo. El panorama se presenta complejo y heterogéneo. Tal como afirma Iamamoto: “Estos nuevos tiempos reafirman, pues, que la acumulación de capital no es compañera de la equidad, no rima con igualdad” (1998:18). De este modo, si hemos planteado que el Trabajo Social se estructura como una respuesta frente a la cuestión social, la nueva configuración que adquiere la cuestión social nos presentan un escenario sumamente diferente para la intervención que históricamente el trabajador social ha construido. El desarrollo del Estado de Bienestar, si bien con sus particularidades regionales, con una extensiva red de servicios sociales sustentado por políticas sociales de tipo universal se encontraban en la base de la intervención del trabajador social. Rozas (1997:31)nos plantea que existía una relación funcional entre capitaltrabajo y protección social para enfrentar la cuestión social, al mismo tiempo que se reproducía esta relación funcional entre políticas sociales y la intervención del Trabajo Social. La nueva configuración de la cuestión social, nos coloca a los trabajadores sociales frente nuevos e instigantes desafíos en la intervención profesional. Y esto por que los trabajadores sociales nos encontramos insertos en esta nueva dinámica social y económica, atravesados por la nueva cuestión social, tanto en cuanto trabajadores como en cuanto profesionales que debemos desarrollar una intervención. Frente a la nueva configuración de la cuestión social, Rozas (1997) nos plantea que en el debate argentino contemporáneo podemos distinguir tres perspectivas diferentes para enfrentar el desafío de la intervención profesional frente a la nueva cuestión social: una perspectiva basada fundamentalmente en la construcción de modelos de gestión social, con un carácter técnico-operativo, es un aggiornamiento de las posturas tecnocráticas que el Trabajo Social desarrolló en la década del 60. Esta postura significa una nueva funcionalidad entre las políticas sociales y las demandas actuales. La segunda postura, que nos plantea Rozas, busca su fundamentación en la especificidad de la profesión; desde la particularidad del Trabajo Social, la posibilidad de construir una estrategia de intervención. Esta perspectiva fortalece el análisis endógeno de la profesión y la intervención profesional se construye en la fragmentación y parcelamiento de los problemas sociales derivados de la antigua cuestión social; la realidad es de este modo fragmentada y parcializada. Por último, una tercera postura, que promueve el conocimiento riguroso de las teorías sociales para poder construir mediaciones que posibiliten argumentar e intervenir en la nueva dinámica de la cuestión social. Es decir, el análisis teórico y científico de la realidad social unido a la dimensión ético-política, permitirá construir mediaciones teórico-prácticas que Centro de Documentación /25 desde el fondo posibiliten recrear la intervención profesional. En esta misma línea de análisis, las reflexiones de Iamamoto refuerzan la necesidad de aprehender la realidad social en su complejidad y la creatividad del profesional para la construcción de novedosas propuestas de intervención profesional, que permitan superar antiguos lastres del pasado conservador del Trabajo Social y al mismo tiempo contribuyan al compromiso ético-político con los derechos y la libertad de todos los sujetos. Tal como nos plantea: “En fin, ser un profesional propositivo y no sólo ejecutivo” (Iamamoto, 1998:20). Es común escuchar de parte muchos colegas ciertas frases hechas, tales como: “Atendemos la urgencia”; “Sólo trabajamos con el emergente”; “Hacemos lo posible dentro de los límites de la institución”. Esta frecuente y común “urgencia” en la atención de las demandas, sea por parte de los usuarios o por parte de las instituciones, ha hecho que muchos trabajadores sociales caigan en una peligrosa trampa realizando una apropiación del discurso burocráticoinstitucional y adquiriendo una falsa convicción en relación con la teleología de la intervención profesional. La intervención profesional es de este modo comprendida y ejercida limitándose a la estricta organización burocrática institucional y aprisionada bajo el rótulo del “emergente” o la “urgencia”. De tal manera que el “emergente” acaba convirtiéndose en el fin último de la intervención y las prácticas adquieren características de rutinarias, repetitivas, mecánicas, anteponiendo la urgencia de las demandas, lo inmediato, antes que su complejización y problematización. Sin lugar a dudas el Trabajo Social interviene y desarrolla su práctica a partir del “emergente”, la “urgencia” o la demanda “inmediata” pero de ningún modo podemos limitar la intervención profesional a estas situaciones exclusivamente, ni mucho menos abordarlas de forma aislada o descontextualizada de las múltiples determinaciones sociales, económicas, políticas, históricas y culturales. Detrás de dichas urgencias existen sujetos histórico-sociales, portadores de demandas y verdaderos protagonistas de estas situaciones “emergentes”; sujetos que no pueden ser identificados exclusivamente por una situación de necesidad o de carencia, sino como portadores de una “experiencia social”, mucho más rica y compleja que el mero acceso o concesión de un bien o servicio. El desafío del Trabajo Social en la contemporaneidad se vincula al fortalecimiento de una intervención profesional sólidamente fundamentada, en una permanente lectura y análisis de la realidad social, que permita superar prácticas burocráticas y rutinarias. Las posibilidades de innovación, de transformación se encuentran en la misma realidad, en el carácter contradictorio del capitalismo; tal como plantea Iamamoto, no están colocadas como posibilidades de trabajo, “cabe a los profesionales apropiarse de esas posibilidades y, como sujetos, desarrollarlas transformándolas en proyectos y frentes de trabajo”(1998:21) Desde esta perspectiva los profesionales del Trabajo Social tenemos el compromiso y la responsabilidad de construir nuestra práctica profesional sustentada en un análisis crítico de la realidad social en la cual intervenimos, en la comprensión de la vida cotidiana de los sectores populares y promoviendo la participación activa de estos sectores, en el compromiso éticopolítico en nuestra práctica, en el desafío de construir una sociedad democrática. Entendiendo que: “Sociedad democrática es aquella en la cual ocurre real participación de todos los individuos en los mecanismos de control de las decisiones, habiendo por lo tanto, real participación de ellos en los rendimientos de la producción. Participar de los rendimientos de la producción envuelve no sólo mecanismos de distribución de ingreso, sino sobre todo niveles crecientes de colectivización de las decisiones principalmente en las diversas formas de producción”. (Vieira, 1992:13) La real efectivización de una sociedad democrática, el real ejercicio de los derechos sociales, la concreción de la igualdad, aún está pendiente, nosotros en cuanto trabajadores sociales, desde nuestra práctica profesional podemos contribuir para este proceso, superando las perspectivas fatalistas (nada es posible hacer) o mesiánicas (los trabajadores Centro de Documentación /26 desde el fondo sociales transformaremos la sociedad), pero si con una participación activa, teóricamente sustentada que nos permita la lectura permanente de la realidad y la construcción de mediaciones que contribuyan al real ejercicio democrático y a la consolidación de una ciudadanía activa, a través de estrategias de acción viables asentadas en los valores fundamentales del ser humano como sujeto histórico, social y político. _____________________. Servicio Social y División del Trabajo. Biblioteca Latinoamericana de Servicio Social. São Paulo, Cortez, 1997. BIBLIOGRAFIA KOSIK, Karel. 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