Subido por Andrés López

PARRA Dimensión ético-politica del TS

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CUESTION SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL
Reflexiones sobre la dimensión ético-política en la intervención profesional
Gustavo Parra
______________________________________________________________________
El presente trabajo tiene como objetivo
aportar algunas reflexiones en torno a la
intervención
del
trabajador
social.
Cotidianamente los trabajadores sociales
somos confrontados con múltiples
y
diversas situaciones en nuestro ejercicio
profesional y en muchas ocasiones la
intervención queda anclada en los
requerimientos burocráticos-institucionales
o en la inacción ante la complejidad de las
problemáticas a atender.
La discusión sobre la intervención del
trabajador social aparece como un tema
recurrente en el colectivo profesional, y este
hecho no constituye un acontecimiento
casual, muy por el contrario, se encuentra
íntimamente ligado a la propia esencia de la
profesión. Desde allí podemos comprobar
que la discusión sobre la intervención
profesional presenta una gran variedad de
perspectivas de análisis, así como un
terreno de infinitas posibilidades de
aproximación a la profesión y sus
fundamentos. En este sentido, es nuestra
intención
realizar
una
primera
aproximación a la complejidad del Trabajo
Social centrándonos fundamentalmente en
la intervención profesional.
En primer lugar abordaremos algunos
elementos que nos permitan caracterizar a
la práctica del Trabajo Social y desde allí
avanzar en el análisis de las relaciones entre
cuestión social y Trabajo Social. Para
posteriormente, realizar algunas reflexiones
en torno a las dimensiones ético-políticas de
la intervención profesional. Concluyendo
con algunas características sobre la actual
configuración de la cuestión social y los
desafíos que son colocados al profesional
en su intervención cotidiana.
Aproximaciones a la intervención
profesional
La profesión de Trabajo Social surge con
un importante componente “ejecutivo”,
característica que la diferenciará de otras
disciplinas sociales contemporáneas en el
momento de su institucionalización y que al
mismo tiempo le brindó una particular
impronta. Es decir, el carácter práctico e
interventivo del Trabajo Social constituyen
su núcleo fundante y es, por lo tanto,
constituyente de su ethos profesional.
Ya en los antecedentes del Trabajo Social
profesionalizado, es decir en los
denominados “reformadores sociales”, se
encontraba presente la idea de intervenir
sobre la realidad social para producir algún
tipo de modificación sobre la misma, es
decir algún tipo de reforma. Es claro que
esta
modificación
se
centraba
fundamentalmente en el sujeto, como
principal responsable de su situación de
indigencia y miseria, acompañada de un
carácter moralizante y moralizador de
hábitos y costumbres. Estos elementos se
relacionan
íntimamente
al
carácter
conservador con que surge la profesión y al
recurso científico que brindaba la matriz de
pensamiento positivista. Posteriormente nos
detendremos en el análisis de estos
componentes moralizantes y moralizadores
en la profesión.
En el proceso de institucionalización y
desarrollo de la profesión, tanto en su
matriz norteamericana como europea, si
bien con distinciones entre sí, permanece la
idea de reforma y cambio a través de la
intervención profesional, sea a través de la
asistencia social con un fuerte componente
individual y de carácter reintegrador y
reformador del carácter, sea en su versión
anticapitalista romántica apuntando a la
acción
social,
comprendida
como
promoción, prevención y cura frente a los
procesos sociales que el capitalismo había
instaurado (Parra, 1999:68).
Pero más allá de estas diferencias se
presenta como rasgo común el pensamiento
conservador como base ideológica de la
profesión en el momento de su
institucionalización. El conservadurismo,
en cuanto un estilo de pensar y actuar en la
sociedad
capitalista,
modeló
el
tradicionalismo profesional e implicó una
“cohesión tanto de las interpretaciones de
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la sociedad como del campo de los valores
norteadores de la acción” (Iamamoto,
1996:98).
De este modo podemos comprender que la
intervención profesional en sus orígenes
priorizó tanto el recurso al conocimiento
teórico para la realización de tipologías y
clasificaciones de sociopatologías y de
procedimientos formales de prácticas, como
al mismo tiempo a través de la intervención
se promovían procesos de naturalización,
normalización
y
moralización
de
comportamientos y “problemas sociales”,
orientados al disciplinamiento, el control
social y el ajuste/adaptación de los
individuos al modo de ser y pensar
capitalista.
Así, a partir de estas reflexiones, podemos
comprender que la aprehensión del Trabajo
Social en su complejidad necesariamente
implica el análisis y la profundización de la
realidad social en la cual surge y se
desarrolla la profesión. Es decir, si la
intervención del trabajador social se
desarrolla en la compleja trama de las
relaciones sociales, su práctica profesional
no constituye una actividad aislada, ni
abstracta, ni superestructural, ni ajena a los
determinantes económicos, históricos,
políticos, culturales y sociales, ni exterior a
la dinámica de las políticas sociales, ni al
papel del Estado, ni a las instituciones
sociales y, fundamentalmente, no es ajena a
los sujetos socio-históricos a quienes va
dirigida nuestra intervención. No existe
posibilidad de pensar la práctica o la
intervención profesional desconectada de
estas determinaciones más amplias de la
sociedad, de lo contrario se constituiría en
una práctica idealizada o abstracta sin
sustento material.
Por
lo
tanto
resulta
necesario:
“...aprehender la profesión como un
producto
histórico,
como
una
especialización del trabajo colectivo que
adquiere intelegibilidad en la historia
social de que es parte y expresión”
(Iamamoto,1996:89).
A partir de esta perspectiva de análisis y
entendiendo la centralidad que la
intervención profesional tiene en el Trabajo
Social, avanzaremos en algunas reflexiones
que nos permitan comprender y aprehender
su complejidad.
Cuestión Social y Trabajo Social
Un camino sumamente fructífero para la
comprensión del Trabajo Social y de su
práctica profesional la encontramos en las
relaciones que podemos establecer entre
cuestión social y Trabajo Social. Y esto, por
que entendemos que en la cuestión social se
encuentra el fundamento y justificación de
la profesión y de su práctica.
Existe una amplia bibliografía que se ha
dedicado a analizar las relaciones entre
cuestión social y Trabajo Social, no es
nuestra intención centrarnos nuevamente en
este análisis, sino simplemente realizar
unas breves referencias que nos permitan
contextualizar teóricamente en qué bases se
asienta nuestra profesión y su intervención.
Entendemos por cuestión social la
expresión de las desigualdades inherentes al
desarrollo
del
sistema
capitalista,
manifestación de las relaciones sociales y
producto de la relación entre capital y
trabajo. La eclosión de la cuestión social, a
mediados del siglo XIX, y teniendo como
marco un intenso proceso de urbanización e
industrialización,
demandó
una
intervención desde el Estado, diferente a la
tradicional caridad o filantropía, o al
reiterado recurso a la represión y la
violencia.
En otros términos, entendemos que la
cuestión social es: “manifestación de las
desigualdades y antagonismos políticos,
económicos y culturales anclada en las
contradicciones propias del desarrollo
capitalista y poniendo en jaque el poder
hegemónico de la burguesía, atentando
contra el orden social establecido” y que
como consecuencia de ello “generó
múltiples estrategias del poder instituido
para enfrentarla, callarla, naturalizarla,
disminuirla o incorporarla” (Parra,
1999:81-82).
Por otra parte, Iamamoto nos brinda nuevos
elementos que nos permiten aprehender con
mayor profundidad el dinamismo de la
cuestión social en el marco del desarrollo
del
capitalismo:
“Cuestión
social
aprehendida en cuanto el conjunto de las
expresiones de las desigualdades de la
sociedad capitalista madura, que tiene una
raíz común: la producción social es cada
vez más colectiva, el trabajo se vuelve más
ampliamente social, en cuanto la
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apropiación de sus frutos se mantiene
privada, monopolizada por una parte de la
sociedad” (1998:27).
A partir de estos análisis, y existiendo un
consenso generalizado entre los teóricos del
Trabajo Social, podemos comprender que el
Trabajo Social surge y se desarrolla en
cuanto profesión como una de las formas de
enfrentar las consecuencias de la cuestión
social. De esta manera, diversos autores
coinciden en señalar que la configuración
históricamente determinada que adquiere la
cuestión social es el molde en el cual se
desarrolla y legitima la intervención del
trabajador social.
De este modo, la comprensión del papel de
la profesión y de la intervención profesional
puede ser aprehendida desde una nueva
perspectiva al considerar la configuración
de la cuestión social, la cual no es estática,
sino en cuanto manifestación de las
desigualdades del capitalismo se nos
presenta como compleja y en permanente
movimiento. Así el Trabajo Social, como
profesión inscripta en la división social y
técnica del trabajo, es expresión de
necesidades sociales creadas en el complejo
movimiento de las relaciones sociales del
capitalismo, institucionalizándose fundamentalmente para la implementación de
políticas sociales y, en menor medida, para
su formulación en el enfrentamiento a la
cuestión social (Iamamoto, 1996:89).
De este análisis se desprende que las
vinculaciones entre la cuestión social y la
profesionalización del Trabajo Social son
complejas, tanto por que la cuestión social
adquiere configuraciones diferenciales
históricamente, como también el Trabajo
Social históricamente ha reforzado y
legitimado
particulares
formas
de
intervención ante lo social. Pero podemos
destacar
que
el
Trabajo
Social
históricamente se constituye en una de las
diversas formas de enfrentar la cuestión
social, en ocasiones como una cuestión de
policía, en otras como una cuestión política.
Reafirmando estas ideas, Iamamoto nos
plantea que el Trabajo Social “tiene en la
cuestión social la base de su fundación en
cuanto especialización del trabajo”
(1998:27). Es decir, la demanda histórica
del Trabajo Social en cuanto profesión se
encuentra
en
las
particulares
configuraciones que adquiere la cuestión
social. El proceso de institucionalización de
la profesión como su expansión, y la actual
intervención del profesional se vinculan
íntimamente con las configuraciones de la
cuestión social, no como telón de fondo de
la intervención sino en cuanto constituyente
de la práctica profesional.
Por otra parte queremos destacar que el
Trabajo Social se profesionaliza y se
institucionaliza en un proceso de rupturas y
continuidades, principalmente de sus
formas previas de intervención o
antecedentes. De este modo, y siguiendo el
análisis de Netto, la profesión buscará en
“supuestos basamentos científicos” la
legitimación en cuanto profesión y práctica,
y la diferenciación con las prácticas
realizadas por la caridad y la filantropía.
Nos referimos a una “supuesta base teóricocientífica”, y siguiendo el planteo del autor,
puesto que predominan “las concepciones
que hipotecan la configuración profesional
a una especie de ‘madurez científica’ del
Trabajo Social en comparación con sus
llamadas protoformas”, al mismo tiempo
que se desconsidera “el surgimiento de una
configuración profesional a partir de
demandas
histórico-sociales
microscópicas” (1992:83).
Es decir, la búsqueda de estos seudo
fundamentos científicos en la intervención
hacen perder de vista las reales demandas
que son colocadas en el escenario social,
político y económico, en la medida que la
sociedad es analizada como un hecho,
parcializada y atomizada en sus múltiples
manifestaciones y los comportamientos
sociales parametrados en el pensamiento
doctrinario conservador. Según el planteo
de este autor, la intervención profesional no
es dependiente del sistema de saber, sino
“de las respuestas con que contempla
demandas histórico-sociales determinadas;
el peso de los vectores del saber sólo se
precisa cuando se inserta en el circuito que
atiende y responde a estas últimas” (Netto,
1992:83-84).
A partir del análisis de Netto podemos
entender que el Trabajo Social realizó una
apropiación acumulativa de diferentes
matrices teóricas-culturales, en muchos
casos contrapuestas, considerando que esta
sumatoria permitía brindar un carácter
científico a la profesión, al mismo tiempo
que generando modelos de intervención
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formal-abstractos
(caso
individual/grupo/comunidad),
elementos
que contribuían a la diferenciación con la
intervención de la caridad y filantropía.
Pero este recurso acumulativo y orgánico a
estas seudo bases científicas y la
inexistencia a un referencial teórico que
abordara la totalidad y la historicidad de la
realidad social, no permitieron que se
llevaran
adelante
modificaciones
sustanciales en la intervención profesional
en comparación con la práctica filantrópica.
Si por un lado encontramos este recurso a la
seudo-cientificidad, por otra parte debemos
considerar que, en el estadio del capitalismo
monopolista la cuestión social –en cuanto
expresión de las desigualdades estructurales
del sistema capitalista- es fragmentada en
las denominadas problemáticas sociales, y
por lo tanto, reducidas a un conjunto de
variables, susceptibles de ser modificadas.
Y de este modo, la intervención profesional
es reducida a meras acciones de tipo
burocrático-administrativas.
La
heterogeneidad de las situaciones que
recibe el profesional en su intervención
cotidiana y frente a las cuales debe dar
respuestas, múltiples refracciones de la
cuestión social, se vinculan con relaciones
económicas,
políticas,
culturales,
biográficas, etc. Frente a la complejidad de
estas situaciones los modelos formal
abstractos son desbordados e incapaces de
resolverlas. De este modo, la fragmentación
de la cuestión social en problemas sociales,
y la posibilidad de responder a las
demandas que se le presentan al profesional
sólo es posible a través de la desvinculación
mediante procedimientos
burocráticoadministrativos (Netto, 1992:90-91).
Ahora bien, en su desarrollo histórico
podemos identificar que el componente
ejecutivo de la profesión –fundante de la
misma-, resultó en que muchos trabajadores
sociales limitaran su práctica a meras
actividades de tipo empirista o pragmático.
Es así que el “hacer” se convirtió en el
campo privilegiado de la profesión y el
“saber” utilizado exclusivamente desde una
perspectiva instrumental, directamente
orientado a ese “hacer”.
Los procesos de burocratización y
rutinización de la práctica profesional,
acompañados generalmente de tipologías,
estratificaciones y rotulaciones de los
sujetos con los cuales se trabaja, han
conducido a peligrosos equívocos dentro de
la profesión, tales como confundir áreas de
intervención con la propia profesión o
estandarizar modelos de intervención
basándose en métodos prescriptivos, las tan
conocidas y demandadas “recetas”. Estos
procesos no permiten que el trabajador
social alcance una identificación con su
intervención, asumiendo como propio el
ideario
ideológico-político
de
las
instituciones, consolidando de este modo
una identidad alienada y una práctica
alienadora, en la que el profesional toma los
objetivos institucionales como los objetivos
del Trabajo Social.
Estos elementos, aún presentes en la
práctica de muchos profesionales, resultan
sumamente preocupantes tanto para el
desarrollo
teórico-práctico
de
la
intervención profesional como para la
consolidación del Trabajo Social como
disciplina
con
estatuto
científicoacadémico.
La dimensión ético-política de la
intervención profesional
Otro de los elementos que consideramos
contribuyen a comprender que el Trabajo
Social y su intervención profesional se
encuentran en el análisis de sus
dimensiones éticas y políticas. O en otros
términos, ¿de qué modo lo ético y lo
político forman parte de la intervención
profesional?.
Partimos, en primer lugar, por considerar
que la práctica profesional constituye una
praxis, es decir, siguiendo el planteo de
Kosík: “La práctica es, en su esencia y
generalidad, la revelación del secreto del
hombre como ser onto-creador, como ser
que crea la realidad (humano-social), y
comprende y explica por ello la realidad
(humana y no humana, la realidad en su
totalidad). La praxis del hombre no es una
actividad práctica opuesta a la teoría, sino
que es la determinación de la existencia
humana como transformación de la
realidad” (1996:240). De este modo
entendemos que la praxis se produce
históricamente, a partir de ella el hombre
supera su animalidad y puede establecer
una relación con el mundo en su totalidad,
en la medida que el mismo hombre
participa del proceso de creación de esta
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realidad humano-social. Considerando la
intervención profesional como praxis,
podemos comprender que la misma
constituye una actividad propiamente
humana, es decir esencialmente ontológica,
expresión del ser social. Por lo tanto, es
creación y transformación de la realidad
humano-social y al mismo tiempo
objetivación del ser social.
Este análisis de la intervención profesional
como praxis nos permite comprender que la
misma tiene una intencionalidad éticopolítica, es decir que es teleológica, por
valores y proyectos; no existen prácticas
inocentes, asépticas o ingenuas.
A partir de estos elementos consideramos
pertinente hacer algunas consideraciones en
torno al concepto de ética, para poder
avanzar en sus relaciones con la
intervención del trabajador social.
Barroco nos plantea que frecuentemente
confundimos ética y moral, moral y
moralismo; y que por lo tanto resulta
necesario recurrir a las bases filosóficas y a
sus distintas concepciones sobre estos
conceptos. La reflexión sobre la ética nos
conduce a indagar sobre el significado de
valores, es decir, “preguntarnos el porqué
de la elección de valores y para dónde me
lleva esta elección” (Barroco, 1996:75).
Generalmente la moral es concebida desde
una perspectiva negativa, puesto que
aparece como restricciones a la libertad y
desde allí se señala un conflicto entre
“deber” y “libertad”. Para el pensamiento
conservador el conflicto entre deber y
libertad no existe en cuanto tal, puesto que
la libertad es comprendida como el
mantenimiento del orden y la autoridad y el
deber la preservación de esta libertad. De
este modo la moral representa los valores
que han sido legitimados por la tradición y
las costumbres, y el deber el cumplimiento
de estos valores que tienen su origen en las
instituciones que son base de la sociedad: la
familia, la Iglesia, las corporaciones, etc.
Así el conflicto moral es ubicado en el
incumplimiento de estos valores asegurados
y legitimados por la tradición y las
costumbres. Tal como expresa Barroco:
“La función de la moral, en este caso, es la
de moralización de la sociedad, esto es, de
su adecuación a principios y normas que no
deben ser cambiados” (1996:72).
También encontramos que, desde la
perspectiva de una ética individualista, los
valores son absolutizados comprendiendo
que la norma debe garantizar los límites
para la libertad individual, la cual dentro de
esos límites pasa a ser absoluta. En esta
línea, el otro se convierte en un límite a mi
libertad, constituyéndose en una moral
fundada en el individualismo donde la
norma debe garantizar la no interferencia en
la libertad del otro (“la libertad de uno
empieza donde termina la libertad del
otro”).
Este breve recorrido por algunas de los
fundamentos de la ética tiene como objetivo
analizar cómo ciertas concepciones éticas
han influido en el Trabajo Social; desde sus
orígenes conservadores, la ética profesional
fue
parametrada
en
concepciones
metafísicas e idealistas. De este modo el
capitalismo y las desigualdades sociales,
inherentes al mismo, son tomadas como un
hecho, siendo funciones del trabajador
social integrar a los individuos y atenuar los
excesos de la explotación del trabajo.
Además de naturalizar la sociedad, a partir
de los principios y valores de la filosofía
metafísica se promovían reformas parciales
de individuos, grupos y comunidades a
partir de la concepción de “persona
humana” y del “bien común” (Iamamoto,
1996:98)
Así podemos comprender que por un lado
la profesión recurrió al recurso teórico para
diferenciar su intervención de la caridad y
la filantropía, pero al no hacer uso de una
teoría social que considerara la totalidad cae
en un seudo-cientificismo, al mismo tiempo
que su intervención frente a la cuestión
social fue fragmentada, parcializada y de
este modo convertida en instrumentaciones
burocratico-administrativos. Al mismo
tiempo esta intervención utilizó la
moralización como un recurso fundamental,
anclado en la moral conservadora. A la
visión ahistórica de la sociedad se suma una
perspectiva de libertad abstracta y aislada
del individuo, unida a las ideas de
obediencia a la autoridad y sumisión al
orden establecido (Iamamoto, 1996:99).
Ahora bien, una perspectiva que considere
la historicidad, la totalidad, que busque
aprehender no sólo la apariencia
fenoménica sino la esencia y que se
encuentre pautada en la libertad debe
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“contraponerse a todo valor que exprese
cualquier tipo de explotación del hombre
por el hombre, así como indicar valores
que signifiquen la explicitación de la
esencia
humana,
históricamente
desarrollada:
la
sociabilidad,
la
universalidad,
la
consciencia,
la
objetivación y la libertad” (Barroco,
1996:76).
De esta manera los valores de “deber” y
“libertad” son comprendidos en cuanto
expresiones de necesidades objetivas, es
decir presentes en la realidad y producto del
proceso de organización de la vida en
sociedad, por lo tanto expresan necesidades
ontológicas. Así la moral pasa a ser una
construcción del hombre en relación con su
libertad y el deber la responsabilidad frente
a las elecciones morales, lo cual implica la
libertad como posibilidad de elección
consciente (Barroco, 1996:77).
En el capitalismo, la libertad es colocada
como un valor fundamental. Pero si bien
existe una consciencia de la capacidad de
ser libre, basada en un discurso sobre la
libertad y la igualdad (formal y jurídica) al
mismo tiempo existen impedimentos
objetivos para su realización por la
contradicción inherente a este sistema, la
desigualdad económica. La manera de
resolver el conflicto entre la consciencia de
la libertad y la imposibilidad de realizarla
es el recurso al idealismo o a la metafísica,
haciendo asumir resignadamente el destino
de cada uno e imponiendo una moral
referida
a
valores
ahistóricos
y
conservadores.
Tal como expresáramos en otro trabajo
(Parra, 1999), el Trabajo Social en sus
orígenes surge con un carácter conservador
y antimoderno en sus propuestas, en la
medida que con su intervención se oponía
radicalmente al proyecto de la modernidad
entendido como proyecto emancipador del
hombre y comprometido con la libertad de
todos los individuos.
Ahora bien, es durante el Movimiento de
Reconceptualización que estos principios
éticos, basados en el pensamiento
conservador son cuestionados, criticados y
abandonados, el “deber misionero” es
dejado de lado y reemplazado por una
visión voluntarista
de la
acción,
sobreestimando el papel de la acción de los
sujetos y de las fuerzas subjetivas en el
proceso de cambio, sobrevalorando
idealizadamente
las
posibilidades
revolucionarias de la profesión, que en este
caso es confundida con militancia política
(Iamamoto, 1996:99-100).
Este recorrido nos permite comprender que
las acciones del trabajador social fueron
constituidas en torno a idealismos, la
“ayuda” en su versión conservadora o, la
“concientización”
en
su
versión
revolucionaria (debiendo señalar que hay
diferencias sustanciales entre ambas) y que
han parametrado las intervenciones del
trabajador social.
Asimismo es necesario señalar que pese a
existir una escasa reflexión teórica sobre la
ética profesional, los comportamientos
morales están presentes en la intervención
cotidiana de los trabajadores sociales, a
través de las elecciones de valores como de
sus consecuencias ético-políticas en la
intervención. A partir de una perspectiva
que considera al hombre como un ser
histórico-social, que a través de su actividad
creadora se produce a sí mismo en la
relación con otros hombres, podemos
comprender que “es capaz de crear,
anticipar objetivos, hacer elecciones y dar
respuestas, creando y recreando la vida
social”. De este modo, la libertad significa
“la defensa de la autonomía y de la plena
expansión de los individuos sociales, lo
que conduce a la defensa de los derechos
humanos y al rechazo de las
arbitrariedades y todos los tipos de
autoritarismo.” (Iamamoto, 1996:102-103)
Es así que se nos presenta a los trabajadores
sociales el desafío de construir una ética
profesional asentada, no en valores
ahistóricos, ideales o metafísicos, sino en
valores fundamentales para el ser humano
en cuanto sujeto histórico, político y social
constructores de la realidad social.
Desafíos frente a la nueva cuestión social
Actualmente, cuando hacemos referencia a
la nueva cuestión social, estamos
denominando de forma contemporánea la
nueva configuración de desigualdades y
antagonismos que el actual estadio del
capitalismo produce. Es decir, es expresión
de los procesos y modificaciones
estructurales y coyunturales de la dinámica
social, económica y política producto de las
políticas neoliberales, implementadas en los
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países del capitalismo avanzado en la
década del 80 y en los países periféricos en
los 90.
El modelo neoliberal, tiene como objetivo
fundamental la estabilidad monetaria
resaltando la necesidad de mantener una
tasa “natural” de desempleo, fundamental
para el crecimiento y dinamización de las
economías capitalistas y la reducción del
gasto social. Para ello resulta necesario
restituir el papel central del mercado,
limitar la intervención del Estado a un papel
mínimo, promover las privatizaciones de
empresas estatales, controlar la inflación, y
sobre todo, alcanzar la eficiencia
económica.
En América Latina, el programa neoliberal
fue ejecutado desde la década de los 90 y
ajustándose a las premisas del Consenso de
Washington. Siguiendo el análisis realizado
por Stewart (1998), el intervencionismo
estatal en la región fomentó un fuerte
proceso de industrialización, el cual fue
sumamente dependiente del financiamiento
y la tecnología extranjera. Proceso que
estuvo
acompañado de procesos
inflacionarios, una fuerte dependencia del
financiamiento externo y que provocó un
crecimiento del endeudamiento. Hasta la
década del setenta el financiamiento
externo tuvo la forma de inversión directa, a
partir de la crisis petrolera tomó la forma de
créditos bancarios (Stewart, 1998:34). En el
caso argentino, y siguiendo el planteo de
Lluis (1998), al orden industrializadorinclusivo, teniendo a la industria como
principal factor de dinamismo de la
economía nacional y el sistema de políticas
sociales basado en la condición de
asalariado, le siguió un orden concentradorexcluyente,
caracterizado
por
la
concentración del ingreso y el capital y la
exclusión de amplios sectores de la
población del mercado de trabajo y de los
beneficios sociales.
La fuerte dependencia de los gobiernos
latinoamericanos con las instituciones
financieras internacionales: Banco Mundial
y Fondo Monetario Internacional (por causa
del endeudamiento), hizo que los mismos,
con ritmos diferenciales, incorporaran y
ejecutaran las planificaciones que el BM y
el FMI prescribían para la región. El
conjunto de medidas propuestas por el
Consenso de Washington, conocido como
Nuevo Modelo Económico (New Economic
Model), implicó una reducción del papel
del Estado en la economía y un mayor
protagonismo del mercado, como nuevo y
casi exclusivo regulador de las relaciones
sociales; asimismo la eliminación de
protecciones
locales
permitió
la
incorporación
de
productores
o
inversionistas extranjeros. Se presuponía
que
este
conjunto
de
medidas,
especialmente la nueva distribución de
prioridades del gasto público mejoraría la
distribución del ingreso.
El “ajuste estructural” implementado, trajo
como consecuencias un considerable
aumento de la pobreza y el empeoramiento
de las condiciones de vida de las
poblaciones históricamente pobres; un
sostenido aumento del desempleo y del
subempleo; un deterioro de los sectores
medios; la precarización de las relaciones
laborales y la protección social. De este
modo, se concentró la distribución de la
riqueza, generando sociedades fuertemente
duales.
El nuevo modelo ha priorizado lo
económico sobre lo social. El Estado
mínimo, asegura condiciones de igualdad
en torno al acceso básico a la educación, la
salud y justicia, lo cual permitiría la
corrección de las desigualdades y la
movilidad social, la focalización del gasto
público social, dirigido a los más pobres,
para que los sectores medios se incorporen
plenamente al mercado y un protagonismo
de la sociedad civil, lo cual lleva a una
nueva filantropía, la refilantropización de la
asistencia ahora también con características
empresariales.
Las políticas sociales pierden su carácter
universal y pasan a ser focalizadas,
resolviendo
exclusivamente
aquellas
necesidades básicas que no pueden ser
resueltas en el mercado, pero debiéndose
acreditar la condición de “pobre”. Tal
como nos plantea Grassi (1999:3-4), el
“ajuste estructural” orientado a reducir el
gasto fiscal (y dentro de éste el gasto social)
y a aumentar su eficacia y eficiencia, llevó
a que las políticas sociales fueran orientadas
por: la privatización y la focalización. La
privatización de la seguridad social, el
arancelamiento de servicios educativos y de
salud, más allá de los servicios básicos de
cobertura universal; y la focalización de las
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políticas sociales dirigidas a la asistencia de
la pobreza para enfrentar las consecuencias
del ajuste.
La transformación del Estado hacia un
Estado mínimo, unido a procesos de
reestructuración
productiva,
nuevas
relaciones en torno al trabajo, pérdida de las
protecciones
sociales,
aumento
del
desempleo, profundos avances en el
desarrollo tecnológico, y sobre todo con la
hegemonía absoluta del “mercado” como
único regulador de las relaciones sociales,
acompañado del descrédito de antiguas
instituciones
medias
representativas
(partidos políticos, sindicatos, etc.)
agudizan los procesos de atomización,
fragmentación y de individualismo negativo
de la sociedad. Este conjunto de elementos
ha generado nuevos fenómenos sociales
como el de “exclusión social” y de
“vulnerabilidad social”, o en términos de
Castel de “desafiliación”.
En síntesis, podemos concluir que la
instalación
del
nuevo
modelo
socioeconómico, el neoliberalismo, ha
modificado sustancialmente la estructura
social, económica, política y cultural de los
países latinoamericanos. La cuestión social
adquiere
una
nueva
configuración:
agudización de la pobreza estructural,
procesos de empobrecimiento, los nuevos
procesos denominados de exclusión social y
de vulnerabilidad, las nuevas desigualdades,
las nuevas características que adquieren las
políticas
sociales,
focalizadas
y
sectorializadas; acompañado este proceso
de una reestructuración productiva,
flexibilización laboral, crecimiento del
desempleo y subempleo. El panorama se
presenta complejo y heterogéneo. Tal como
afirma Iamamoto: “Estos nuevos tiempos
reafirman, pues, que la acumulación de
capital no es compañera de la equidad, no
rima con igualdad” (1998:18).
De este modo, si hemos planteado que el
Trabajo Social se estructura como una
respuesta frente a la cuestión social, la
nueva configuración que adquiere la
cuestión social nos presentan un escenario
sumamente diferente para la intervención
que históricamente el trabajador social ha
construido. El desarrollo del Estado de
Bienestar, si bien con sus particularidades
regionales, con una extensiva red de
servicios sociales sustentado por políticas
sociales de tipo universal se encontraban en
la base de la intervención del trabajador
social. Rozas (1997:31)nos plantea que
existía una relación funcional entre capitaltrabajo y protección social para enfrentar la
cuestión social, al mismo tiempo que se
reproducía esta relación funcional entre
políticas sociales y la intervención del
Trabajo Social.
La nueva configuración de la cuestión
social, nos coloca a los trabajadores
sociales frente nuevos e instigantes desafíos
en la intervención profesional. Y esto por
que los trabajadores sociales nos
encontramos insertos en esta nueva
dinámica social y económica, atravesados
por la nueva cuestión social, tanto en cuanto
trabajadores como en cuanto profesionales
que debemos desarrollar una intervención.
Frente a la nueva configuración de la
cuestión social, Rozas (1997) nos plantea
que en el debate argentino contemporáneo
podemos distinguir tres perspectivas
diferentes para enfrentar el desafío de la
intervención profesional frente a la nueva
cuestión social: una perspectiva basada
fundamentalmente en la construcción de
modelos de gestión social, con un carácter
técnico-operativo, es un aggiornamiento de
las posturas tecnocráticas que el Trabajo
Social desarrolló en la década del 60. Esta
postura significa una nueva funcionalidad
entre las políticas sociales y las demandas
actuales.
La segunda postura, que nos plantea Rozas,
busca
su
fundamentación
en
la
especificidad de la profesión; desde la
particularidad del Trabajo Social, la
posibilidad de construir una estrategia de
intervención. Esta perspectiva fortalece el
análisis endógeno de la profesión y la
intervención profesional se construye en la
fragmentación y parcelamiento de los
problemas sociales derivados de la antigua
cuestión social; la realidad es de este modo
fragmentada y parcializada.
Por último, una tercera postura, que
promueve el conocimiento riguroso de las
teorías sociales para poder construir
mediaciones que posibiliten argumentar e
intervenir en la nueva dinámica de la
cuestión social. Es decir, el análisis teórico
y científico de la realidad social unido a la
dimensión ético-política, permitirá construir
mediaciones
teórico-prácticas
que
Centro de Documentación /25
desde el fondo
posibiliten
recrear
la
intervención
profesional.
En esta misma línea de análisis, las
reflexiones de Iamamoto refuerzan la
necesidad de aprehender la realidad social
en su complejidad y la creatividad del
profesional para la construcción de
novedosas propuestas de intervención
profesional, que permitan superar antiguos
lastres del pasado conservador del Trabajo
Social y al mismo tiempo contribuyan al
compromiso ético-político con los derechos
y la libertad de todos los sujetos. Tal como
nos plantea: “En fin, ser un profesional
propositivo y no sólo ejecutivo”
(Iamamoto, 1998:20).
Es común escuchar de parte muchos
colegas ciertas frases hechas, tales como:
“Atendemos la urgencia”; “Sólo trabajamos
con el emergente”; “Hacemos lo posible
dentro de los límites de la institución”. Esta
frecuente y común “urgencia” en la
atención de las demandas, sea por parte de
los usuarios o por parte de las instituciones,
ha hecho que muchos trabajadores sociales
caigan en una peligrosa trampa realizando
una apropiación del discurso burocráticoinstitucional y adquiriendo una falsa
convicción en relación con la teleología de
la intervención profesional.
La intervención profesional es de este modo
comprendida y ejercida limitándose a la
estricta
organización
burocrática
institucional y aprisionada bajo el rótulo del
“emergente” o la “urgencia”. De tal manera
que el “emergente” acaba convirtiéndose en
el fin último de la intervención y las
prácticas adquieren características de
rutinarias,
repetitivas,
mecánicas,
anteponiendo la urgencia de las demandas,
lo inmediato, antes que su complejización y
problematización.
Sin lugar a dudas el Trabajo Social
interviene y desarrolla su práctica a partir
del “emergente”, la “urgencia” o la
demanda “inmediata” pero de ningún modo
podemos limitar la intervención profesional
a estas situaciones exclusivamente, ni
mucho menos abordarlas de forma aislada o
descontextualizada de las múltiples
determinaciones sociales, económicas,
políticas, históricas y culturales.
Detrás de dichas urgencias existen sujetos
histórico-sociales, portadores de demandas
y verdaderos protagonistas de estas
situaciones “emergentes”; sujetos que no
pueden ser identificados exclusivamente
por una situación de necesidad o de
carencia, sino como portadores de una
“experiencia social”, mucho más rica y
compleja que el mero acceso o concesión
de un bien o servicio.
El desafío del Trabajo Social en la
contemporaneidad
se
vincula
al
fortalecimiento de una intervención
profesional sólidamente fundamentada, en
una permanente lectura y análisis de la
realidad social, que permita superar
prácticas burocráticas y rutinarias. Las
posibilidades
de
innovación,
de
transformación se encuentran en la misma
realidad, en el carácter contradictorio del
capitalismo; tal como plantea Iamamoto, no
están colocadas como posibilidades de
trabajo, “cabe a los profesionales
apropiarse de esas posibilidades y, como
sujetos, desarrollarlas transformándolas en
proyectos y frentes de trabajo”(1998:21)
Desde esta perspectiva los profesionales del
Trabajo Social tenemos el compromiso y la
responsabilidad de construir nuestra
práctica profesional sustentada en un
análisis crítico de la realidad social en la
cual intervenimos, en la comprensión de la
vida cotidiana de los sectores populares y
promoviendo la participación activa de
estos sectores, en el compromiso éticopolítico en nuestra práctica, en el desafío de
construir una sociedad democrática.
Entendiendo que: “Sociedad democrática
es aquella en la cual ocurre real
participación de todos los individuos en los
mecanismos de control de las decisiones,
habiendo por lo tanto, real participación de
ellos en los rendimientos de la producción.
Participar de los rendimientos de la
producción envuelve no sólo mecanismos
de distribución de ingreso, sino sobre todo
niveles crecientes de colectivización de las
decisiones principalmente en las diversas
formas de producción”. (Vieira, 1992:13)
La real efectivización de una sociedad
democrática, el real ejercicio de los
derechos sociales, la concreción de la
igualdad, aún está pendiente, nosotros en
cuanto trabajadores sociales, desde nuestra
práctica profesional podemos contribuir
para este proceso, superando las
perspectivas fatalistas (nada es posible
hacer) o mesiánicas (los trabajadores
Centro de Documentación /26
desde el fondo
sociales transformaremos la sociedad), pero
si
con
una
participación
activa,
teóricamente sustentada que nos permita la
lectura permanente de la realidad y la
construcción
de
mediaciones
que
contribuyan al real ejercicio democrático y
a la consolidación de una ciudadanía activa,
a través de estrategias de acción viables
asentadas en los valores fundamentales del
ser humano como sujeto histórico, social y
político.
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