Subido por Karen Valle Villagómez

Rafael Pérez Gay

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Los rápidos de Tlalpan
Rafael Pérez Gay
Las tardes en la avenida de Tlalpan son siempre iguales, la urbanización uniformó brutalmente su paisaje y despojó a los peatones de
lugares para pasar el rato, puntos imprescindibles de observación De
cualquier forma, en la esquina del hotel Las Flores, cerca, muy cerca
de la estación General Anaya del Metro, uno espera el momento
reporteable de las ardorosas entradas y salidas por su puerta esmerilada
rumbo al paraíso. Nada. Hoy todos eligieron el cine y el cafecito
oculto Todo lo que pasa es el convoy anaranjado del Metro, la alambrada contra suicidas, los peseros, el ruido de la calle por donde pasan
los coches rompiendo el aire y el vocerío del Metro Paciencia, ya
llegarán, o saldrán Taxis, vendedores ambulantes, más peseros, ajetreo urbano. Dónde está la cachondería, nos hemos quedado sin parejas calientes y arriesgadas dispuestas a todo. Nada Delfines, lo hemos
perdido todo, ya nadie coge un sábado a las seis de la tarde en un
hotelito de Tlalpan, inmejorable lugar para el amor. Absolutamente
nada. Tortas —de queso de puerco—,yugos —con dos huevos y en vaso
grande—, revistas —de amor, sexo y violencia—, periódicos y chácharas
a granel.
Ahí están !Al fin!, la primera pareja !Felicidades! Ya era hora. Ya
lo decía, es el tiempo impeturbable de los encuentros clandestinos, la
aventura secreta de los hoteles de paso, el pasaje directo a los placeres
prohibidos, el viaje cachondo a la intimidad. Sus vidas moteleras descansan en la excitación que provoca el secreto y la fuerza de la-lujuria-que-todo-lo-vence, el sueño amoroso contra advertencias y ame-
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ASÍ HABLA LA CRÓNICA
nazas Hay tres opciones para los pioneros de la tarde: primero, que
sean novios atrevidos y con una calentura insoportable, segundo,
que sean adúlteros convencidos de que el sexo no sólo consiste en la
seriedad reproductora, tercero, amigos ocasionales dispuestos a fracasar en su primer encuentro desnudo De última hora, la cuarta. esposos cansados —de la monotonía de la cama conyugal. Me inclino por
la segunda opción. Ella. gordana, metida en un vestido verde oscuro,
camina más segura que nunca de la mano de su pareja, sonríe, abre su
bolsa, busca algo Él: nervioso, delgado, alto, chamarra azul, voltea
insistentemente a medida que se acercan a la puerta esmerilada por
donde se pierden
No todo se ha perdido. Dos volkswagen. Un tránsito tupido cubre
la avenida de Tlalpan, se enciende el alumbrado. Cuatro risas, abrazos dentro de los coches, último retoque al rimel que se corrió. Salen
dos. Disimulo, pasos veloces, bromas, dudas la fiesta de la calentura.
Más tarde entiendo los motivos de la espera• El Finisterre, el Montreal,
el Jardines de Churubusco, algunas calles más adelante, le han hecho
la vida imposible a este hotelito chaparrón con fachada de mosaicos,
ventanas para la calle y curva para automóviles. Es posible que su
desventaja —al margen de las comodidades interiores— empiece en el
nombre de Las Flores. Los hoteles y moteles eficaces transportan y
sugieren desde el principio, siempre deben tener algo de abolengo,
tranquilidad viajera que aísle a sus huéspedes. Si pretenden el éxito
deben llamarse, por ejemplo, Beverly, con su sabor magnate a
California, el Paraíso, estupendo por obvio; La Maga, pésimo también por obvio, el Cid, que evoca gestas corporales de excepción,
sobrepoblado por habitantes ganosos de Coyoacán, la Del Valle,
Mixcoac, San Ángel —nomás no balconees—; el Benidorm, insuperable por lo que trae de venida y dormida ¿ciudad española?
Y siguen llegando, ya el cronista no se da abasto. Hay un verdadero embotellamiento en el túnel de acceso para los coches. Ahora son
sobre todo motorizados. Habrán dudado de los moteles carreteros y
prefirieron la rapidez de las zonas céntricas Los moteles de las afueras, se sabe, son peligrosos aunque seguros por lejanos, fuera del
alcance de los fatales encuentros fortuitos en la entrada del hotel.
—¿cómo te va, que haciendo?—. Pues nada, aquí nomás Por eso, desa-
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fiando asaltos terribles, descomposturas automotrices, algunos eligen
la distancia segura de la carretera a Cuernavaca Tienen estos paraísos
lejanos, son caros y los satisfechos regresos por la carretera provocan
largos silencios entre los amantes, cosa que a la larga lleva a la separación definitiva.
Tlalpan a las siete y cuarto• las luces amarillas y la noche cubren a
los que siguen llegando; hay poca visibilidad, bultos y movimientos
rápidos, coches que salen de la curva placentera de salida del hotel y
se pierden con dirección desconocida. El expendio de camitas, único
refugio de la calle y punto de observación, deja escapar del local la
voz del príncipe, su último éxito•
"¿Es que vamos a amarnos siempre así? ¿De prisa y a escondidas?"
Lascivos, libidinosos, concupiscentes, lúbricos, nerviosos incontinentes, disimulados, satisfechos, llegan todavía algunos a pie y otros
en coche. Por la puerta de cristales esmerilados salen los pioneros
—que ahora son, además los más rápidos Antes de dar cl primer paso
hacia la noche, ella, se echa el pelo húmedo hacia atrás y se acomoda
el vestido verde —ahora más claro de los hombros, casi orgullosa El,
en cambio, pasa por el momento más difícil del día, camina como si
se hubiera robado algo —a lo mejor sí—, tenso, con pasos lentos pero
excesivamente abiertos, voltea hacia atrás tres veces. Ya en la esquina
recupera la tranquilidad, pasan frente al expendio de camitas —y frente a mí—, antes de cruzar la calle, al pie de un semáforo, ella le da un
beso libre y clandestino a un tiempo.
La Jornada, 3 de enero de 1985.
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