A. EDAD ANTIGUA Históricamente, el aborto, como hecho punible, es desconocido por los salvajes, entre los cuales, tan lícito es a una mujer destruir el fruto de sus entrañas, como el cortarse los cabellos. Hay que llegar hasta el Zend-A vesta para encontrar las primeras prohibiciones a este respecto. Letourneu menciona la isla de Formosa, donde se imponía el aborto por utilidad pública y donde las mujeres no concebían antes de los treinta y seis años, habiendo sacerdotisas especializadas para procurar el aborto a las que quedaran en cinta antes de esa edad. En el antiguo Derecho Romano no hay disposiciones sobre el aborto, es decir, el delito de aborto fue extraño, y durante el Reino y en los principios de la República, la simplicidad y austeridad de las costumbres impedían, no solo su realización, sino hasta el pensar en este como crimen. El Estado estaba fuertemente basado en el individuo, de manera que privarle de él era debilitarlo. El aborto sin embargo, aunque oculto al principio, se fue generalizando como una medida práctica para borrar las huellas de uniones ilegítimas. De ahí que en la época del imperio, con la corrupción de las costumbres y el libertinaje femenino, las mujeres romanas practicaban con frecuencia el aborto, extendiéndose más y más. Según Ovidio, las Patricias abortaban a menudo, para castigar al marido o para que las semejanzas físicas con el amante de turno no revelaran el adulterio Los pueblos paganos no consideraron delictuoso el hecho de que una mujer se causara su propio aborto, ni el de que lo ocasionase un tercero con su consentimiento, pues entendían ellos que el feto no era más que una parte de las entrañas maternas, y por lo tanto la embarazada podía destruírselo o consentir que otro se los destruyera, sin que se incurriera en un atentado que reclamase represión penal. Con el mismo criterio con que se prescindía de sancionar la auto lesión, debía dejarse impune el aborto realizado o consentido por la abortada. En Grecia, en los primeros tiempos Aristóteles permitió el aborto solo cuando se excediese el término marcado a la población. Hipócrates señalaba los medios para practicarlos y los peligros que de él provenía; pero Liturgo y Solóm impusieron una pena pecuniaria para reparar los daños que se le ocasionaban a la familia. En Gortyna ciudad Griega, el aborto provocado en la mujer era castigado por considerarse una ofensa a la patria potestad. En Roma, en sus principios, y por mucho tiempo fue impune, ya que el feto era considerado como parte del cuerpo de la mujer; pero esto era con la mujer soltera y no con la casada, pues entonces era considerado como una ofensa al marido. Sin embargo, hombres de Estado vieron en el aborto un peligro; ya que esto tenía como consecuencia la disminución de la población. Alrededor del año 200 de la era Cristiana comenzó a castigarse en el derecho romano el aborto propio o consentido por la abortada, pero solo cuando ésta, era casada y no con el fin de proteger la vida intrauterina del ser humano, sino el derecho que tenía el marido a su descendencia. Es la doctrina cristiana quien equipara o mejor dicho compara el aborto con un homicidio, pero deberán pasar varios siglos más para que se teorice y poder localizar el momento en que ocurre la animación del feto. Entre los siglos XVII y XVIII el feto adquiere su autonomía gracias a los descubrimientos científicos, y después de 1789, ingresa en la esfera pública. Durante la Post Revolución Francesa, será el Estado quien decida que hay que privilegiar la vida del "futuro ciudadano, trabajador y soldado, con respecto a la de la madre", quien será castigada con severidad por abortar. Este planteo, duró hasta los años 70 del pasado siglo, en donde el movimiento feminista comienza a realizar un trabajo y lucha de concientización y de barricada nuevo: la lucha por los derechos de las mujeres y su capacidad para decidir qué hacer con su cuerpo. En este sentido vemos que esta problemática ha estado presente, de diferentes maneras y con diferentes características en la historia de las sociedades humanas. Se reconoce que existe un corte principal que identifica un antes y un después y que se produce en el siglo XVIII: anticipado por los descubrimientos científicos y por los conocimientos médicos del siglo XVII, se manifiesta en pleno siglo de las Luces, ratificado por las nuevas instancias que surgen de la Revolución francesa y con la decidida consolidación de los Estados nacionales. Todo esto tuvo repercusiones no sólo en la práctica del aborto. Con la aparición del cristianismo comienza a esgrimirse un nuevo tipo de razones en el cada vez más complejo tema del aborto, estas son las “razones morales”. Ciertamente que se utilizaron argumentos religiosos- morales contra el aborto antes del cristianismo. En el famoso juramento hipocrático, un texto de probable origen Pitagórico escrito en torno al siglo V a.C., se rechaza el aborto de modo tajante, estableciendo lo siguiente: “No administraré a nadie un fármaco mortal, aunque me lo pidiere, ni tomaré la iniciativa de una sugerencia de este tipo. Asimismo, no recetaré a una mujer un pesario abortivo; sino, por el contrario, huiré y practicaré mi arte de forma santa y pura”. Hipocrático no adquiría auténtica vigencia como código ético de la profesión médica hasta la aparición del cristianismo. Los antiguos cristianos vieron pronto en el Juramento Hipocrático un magnífico ejemplo de moral exigente y elevada y le dieron una difusión enorme, sacándolo de los reducidísimos círculos que hasta entonces había estado vigente. Es con el inicio de la época del cristianismo, que comienza a verse en el aborto un verdadero delito, ya que el cristianismo consideró al aborto como un pecado capital al creer que la vida humana se inicia desde la concepción, y que ésta era obra de Dios y que por ende debía atribuírsele un alma inmortal, no estando sujeta a los hombres la decisión sobre la continuidad vital del nuevo ser creado. Sin embargo, la interpretación teológica fundada en la doctrina canónica, obra de San Sebastián, San Bacilito y Sixto V, se asignaba castigo en los casos en el que el embrión fuera expulsado con posterioridad a la animación, es decir, cuando penetraba el alma en el cuerpo. El Derecho Canónico, imbuido en las teorías anímicas, distinguió la muerte del feto vivificado con alma, y el feto en la que no se residía esta. Para establecer la distinción, se decía que el embrión se animaba de seis a diez semanas después de la concepción -según el sexo- de tal manera que se convertía en feto animado o el feto adquiría el alma a los cuarenta días después de la concepción en el caso de los varones, y a los ochenta días en el caso de las mujeres. Puede decirse entonces que el aborto no significaba problemas morales en las sociedades antiguas, la única regulación que era muy estricta en esas sociedades, desde Mesopotamia hasta la Europa Medieval, era el derecho de propiedad del hombre sobre el fruto del vientre de la madre. En los primeros documentos cristianos, la discusión sobre el aborto se centraba en dos aspectos: Se consideraba pecaminoso el aborto cuando se utilizaba para ocultar el pecado sexual como la fornicación o el adulterio En qué momento ocurría la hominización o infusión del alma en el feto, predominando durante mucho tiempo la creencia que la hominización ocurría tardíamente, como se ha mencionado anteriormente, opinión vertida por Aristóteles y sustentada por San Agustín. En las ciudades antiguas el aborto era considerado una práctica normal de regulación del nacimiento. El aborto ha sido utilizado desde épocas muy antiguas como un método de control natal. No planteaba problemas morales en las sociedades antiguas. Es a partir de los escritos de los primeros cristianos que el aborto se convierte en un asunto Durante los primeros seis siglos de la cristiandad, los teólogos no lograron ponerse de acuerdo sobre este punto y en diferentes áreas geográficas regían diferentes opiniones. Mientras una minoría opinaba que la hominización ocurría en el momento de la fecundación, la mayoría opinaba que no, sosteniendo el punto de vista de Aristóteles. Las contradicciones sobre el momento en que ocurría la hominización no fueron resueltas sino a partir de los escritos de San Agustín, en que la teoría de la hominización tardía predominó, siendo convertida en doctrina oficial de la Iglesia Católica durante el siglo XIX, quedando oficializada la opinión de San Agustín, afirmando que "el aborto es homicidio solo cuando el feto se ha formado".