Subido por Estefany Limo Quispe

Historia-6-Agustin-de-Hipona

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6 Agustín de Hipona
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Breve biografía
Acción de su madre
Leyenda del encuentro con un niño junto al mar
” Confesiones”
“La ciudad de Dios” (De civitas Dei)
Lucha contra herejías
Concepción histórica diferente a los griegos
¿Qué semejanza hallas entre la alegoría del Carro Alado y la “De Civitas Dei” (Teniendo
en cuenta que Agustín era seguidor de Platón)
Que ambos plantean ideas muy importantes e interesantes para el futuro de los
ciudadanos y como arreglar soluciones mediante casos como en estos casos que
estamos sufriendo es decir la semejanza es la importancia de sus ideas para sus lectores
que se informan de sus ideas o de su información importante e interesante de aprender
para todos nosotros.
¿De qué manera la “Ciudad de Dios” nos puede ayudar para mejorar nuestro mundo en
esta pandemia?
De manera informática y con la fe para que así nos dé grandes soluciones de ayuda que
son soluciones de mejoramientos ante casos graves como estamos viviendo todo este día
de grave muertes.
Breve biografía
Agustín de Hipona, conocido también como san Agustín, es un santo, padre y doctor de la
Iglesia católica. Después de su conversión, fue obispo de Hipona, al norte de África y
lideró una serie de luchas contra las herejías de los maniqueos, los donatistas y el
pelagianismo.
El «Doctor de la Gracia» fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio y,
según Antonio Livi, uno de los más grandes genios de la humanidad. Autor prolífico,
dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y teología, siendo Confesiones y La
ciudad de Dios sus obras más destacadas.
Nacimiento, infancia y adolescencia
San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, una antigua ciudad en el norte
de África sobre la que se asienta la actual localidad argelina de Souk Ahras, situada
entonces en Numidia, una de las provincias del Imperio romano.
Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano y su madre, la futura santa
Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de mujer cristiana, de piedad y bondad
probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aun bajo
las circunstancias más adversas.
Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el
joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante
en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo «el hijo
de las lágrimas de su madre”. En Tagaste, Agustín comenzó sus estudios básicos, y
posteriormente su padre lo envió a Madaura a realizar estudios de gramática.
Agustín destacó en el estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura,
especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Sus primeros triunfos tuvieron
como escenario Madaura y Cartago, donde se especializó en gramática y retórica. A los
diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el
espíritu de especulación y así se dedicó de lleno al estudio de la filosofía, ciencia en la
que sobresalió. Durante esta época el joven Agustín conoció a una mujer con la que
mantuvo una relación estable de catorce años y con la cual tuvo un hijo: Adeodato.
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de la conversión de Agustín al
cristianismo. Empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo
Ambrosio, quedando admirado de sus prédicas y su corazón. Fue Ambrosio de Milán
quien le hizo conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso. Por medio
de estos escritos se convirtió al cristianismo. Entonces decidió romper definitivamente con
el maniqueísmo.
Esta noticia llenó de gozo a su madre, que había viajado a Italia para estar con su hijo, y
que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el
bautismo. En vez de optar por casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió
vivir en ascesis; decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos
neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano y al filósofo Mario Victorino, pues Los
platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal.
El 24 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, fue bautizado en Milán por el santo
obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresó a África, pero antes de embarcarse, su madre
Mónica murió en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Ya como obispo, escribió libros que lo posicionan como uno de los cuatro principales
Padres de la Iglesia latinos. La vida de Agustín fue un claro ejemplo del cambio que logró
con la adopción de un conjunto de creencias y valores.
Fallecimiento
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos de
Genserico sometieron la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su
cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia 725, a Pavía, a la basílica de
San Pietro in Ciel d'Oro, donde reposa hoy.
La leyenda del encuentro con un niño junto al mar
Una tradición medieval, que recoge la leyenda, inicialmente narrada sobre un teólogo, que
más tarde fue identificado como san Agustín, cuenta la siguiente anécdota: cierto día, san
Agustín paseaba por la orilla del mar, junto a la playa, dando vueltas en su cabeza a
muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad.
De pronto, al alzar la vista ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena. Le
observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y
vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. El niño hace esto una y otra vez,
hasta que Agustín, sumido en una gran curiosidad, se acerca al niño y le pregunta: «
¿Qué haces?» Y el niño le responde: «Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a
poner en este hoyo». Y san Agustín dice: « ¡Pero, eso es imposible!». A lo que el niño le
respondió: «Más difícil es que llegues a entender el misterio de la Santísima Trinidad».
La leyenda se inspira al menos en la actitud de Agustín como estudioso del misterio de
Dios.
Concepción del tiempo
San Agustín expresa de manera paradójica la perplejidad que le genera la noción de
tiempo: « ¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Sí debo explicarlo ya no lo
sé”. A partir de esta perplejidad, ensaya una fecunda reflexión ontológica sobre la
naturaleza del tiempo y su relación con la eternidad. El hecho que el Dios cristiano sea un
Dios creador, pero no creado se desprende que su naturaleza temporal es radicalmente
distinta de la de sus criaturas. De acuerdo con la respuesta que dio a Moisés, Dios se
define a sí mismo como:
Y dijo Dios a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY», y añadió: «Así dirás a los Israelitas: “YO
SOY me ha enviado a ustedes”».
Éxodo, 3,14
Decir esto equivale a definirse a sí mismo prescindiendo de cualquier calidad, lo que
equivale a prescindir del cambio. Por lo tanto, Dios está fuera del tiempo mientras que los
seres humanos son entidades estructuralmente temporales.
Influido por el neoplatonismo, Agustín separa el mundo de Dios (eterno, perfecto e
inmutable), del de la creación (dominado por la materia y el paso del tiempo, y por tanto
mutable). Su análisis le lleva a la asimetría del tiempo. Esa asimetría procede del hecho
de que todo aquello que ya ha pasado nos es conocido porque lo hemos experimentado y
nos es fácil rememorarlo de forma presente, algo que no sucede con un futuro que está
por acontecer. Para san Agustín, Dios creó el tiempo ex nihilo a la par que el mundo19 y
sometió su creación al discurrir de ese tiempo, de ahí que todo en ella tenga un principio y
un fin. Él, en cambio, está fuera de todo parámetro temporal.1620
"Mido el tiempo, lo sé; pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no
se extiende por ningún espacio; ni mido el pretérito, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo
que mido?”.
(Confesiones, XI, XXVI, 33)
Agustín rechaza la identificación de tiempo y movimiento. Aristóteles define el tiempo
como un recurso aritmético para medir un movimiento. Agustín sabe que el tiempo es
duración, pero no acepta que esta se identifique con un movimiento espacial. La duración
tiene lugar en nuestro interior y es fruto de la capacidad para prever, ver y recordar los
hechos del futuro, presente y pasado. Agustín llega a la conclusión de que la sede del
tiempo y de su duración es el espíritu. Es en el espíritu que se hace efectiva la sensación
de duración (larga o corta), de discurrir del tiempo, y es en el espíritu donde se mide y
compara la duración del tiempo. Lo que se llama futuro, presente y pasado no son sino
expectación, atención y recuerdo del espíritu, que tiene la facultad de prever aquello que
llegará, fijarse en él cuando llega y conservarlo en el recuerdo una vez ha pasado.
“Y más propiamente acaso se diría: “Tres son los tiempos, presente de las cosas
pasadas, presente de las presentes y presente de las futuras”. Porque estas tres
presencias tienen algún ser en mi alma, y solamente las veo y percibo en ella. Lo
presente de las cosas pasadas, es la actual memoria o recuerdo de ellas; lo presente de
las cosas presentes, es la actual consideración de alguna cosa presente; y lo presente de
las cosas futuras, es la actual expectación de ellas”.
(Confesiones, XI, XX, 26)
Pecado original
Agustín enseñó que el pecado de Adán y Eva era un acto de insensatez seguido de
orgullo y desobediencia a Dios. La primera pareja desobedeció a Dios, quien les había
dicho que no comieran del Árbol del conocimiento del bien y del mal (Gen 2:17). El árbol
era un símbolo del orden de la creación. El egocentrismo hizo que Adán y Eva comieran
de él, por lo que no reconocieron ni respetaron el mundo tal como fue creado por Dios,
con su jerarquía de seres y valores.
No habrían caído en el orgullo y la falta de sabiduría, si Satanás no hubiera sembrado en
sus sentidos "la raíz del mal". Su naturaleza estaba herida por la concupiscencia o la
libido, que afectaba la inteligencia y la voluntad humana, así como los afectos y deseos,
incluido el deseo sexual. Agustín utilizó el concepto estoico de las pasiones de Cicerón
para interpretar la doctrina de Pablo del pecado original y la redención.
Algunos autores perciben la doctrina de Agustín como dirigida contra la sexualidad
humana y atribuyen su insistencia en la continencia y la devoción a Dios como resultado
de la necesidad de Agustín de rechazar su propia naturaleza altamente sensual como se
describe en las Confesiones. Agustín declaró que "para muchos, la abstinencia es más
fácil que la perfecta moderación".
Lucha contra las herejías
Según Agustín, la herejía es la mala comprensión de la fe, por lo que es un problema de
carácter racional, aunque no todo error lo es. En su tratado Herejías distingue 88, pero las
principales que tuvo que lidiar fueron: el maniqueísmo, el donatismo, el pelagianismo y el
arrianismo.
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La lucha contra la doctrina de los maniqueos ocupa una parte importante dentro de
sus obras apologéticas porque muchos creyeron que las enseñanzas de Mani
arrojaban luz sobre la Escrituras. Con la cantidad de evangelios apócrifos, el
maniqueísmo logró que muchos cristianos mantuviesen un dualismo entre estas
dos creencias. Agustín redactó uno de sus principales textos anti-maniqueos al
obispo Fausto. Agustín critica la doctrina de esta herejía diciendo que
representaba una distorsión de origen exterior al mensaje cristiano.
El donatismo fue una amenaza interior. Tras el Edicto de Tesalónica, un grupo de
creyentes arropados por el obispo Donato se separaron de la Iglesia a la que
acusaban de ser condescendiente con los lapsi. Esta lucha era prioritaria por
razones doctrinales y políticas ya que su carácter beligerante ponía en riesgo a la
Iglesia católica del norte de África. El donatismo es como un exceso de fe puesto
que no admite en la Iglesia a los que en las persecuciones renegaron de la fe,
separando así la institución de los seguidores.
El pelagianismo planteaba un problema de interpretación racional acerca del valor
de las acciones realizadas por el creyente como mérito para ganarse la salvación.
Agustín acusó al pelagianismo de no creer en el amor gratuito de Dios. La
salvación para él no es un merecimiento exclusivo de la voluntad del hombre a la
hora de realizar buenas obras, sino que también juega un papel muy importante la
gracia. Agustín no logró hacer desaparecer al pelagianismo en vida, aunque sus
aportaciones en este tema fueron decisivas durante el Concilio de Éfeso, un año
después de su muerte.
San Agustín intenta demostrar que se debe conciliar la libertad humana con la
intervención de Dios, que no coacciona al individuo, sino que la ayuda. La acción del
individuo ejerce con libertad, enmarcando la moral individual en una moral comunitaria. El
proceso histórico del ser humano se puede explicar mediante la lucha dialéctica, el
conflicto, entre las dos ciudades del mundo, que llegarán al final a la armonía.
La ciudad de Dios
La ciudad de Dios es uno de los libros más importantes del pensador. Es principalmente
una obra teológica pero también de profunda filosofía. La primera parte del libro busca
refutar las acusaciones paganas de que la Iglesia y el cristianismo tuvieron la culpa de la
decadencia del Imperio Romano y más particularmente del saqueo de Roma. Predice el
triunfo de un Estado cristiano sostenido por la Iglesia y defiende la teoría de que la historia
tiene sentido, es decir, que existe la Providencia divina para las naciones y para los
individuos.
Conforme avanza el libro, se convierte en un vasto drama cósmico de la creación, caída,
revelación, encarnación y eterno destino. Según Agustín, las visiones de clase y
nacionalidad eran triviales comparadas con la clasificación que en verdad importa: si uno
pertenece al «pueblo de Dios».
Desde la creación, en la historia coexisten la «ciudad terrenal» (Civitas terrea), volcada
hacia el egoísmo; y la «ciudad de Dios» (Civitas Dei), que se va realizando en el amor a
Dios y la práctica de las virtudes, en especial, la caridad y la justicia. Ni Roma ni ningún
Estado es una realidad divina o eterna, y si no busca la justicia se convierte en un magno
latrocinio. La ciudad de Dios, que tampoco se identifica con la Iglesia del mundo presente,
es la meta hacia donde se encamina la humanidad y está destinada a los justos.
El cristiano que se siente llamado a ser habitante de la ciudad de Dios y que ordena su
vida de acuerdo con el amor Dei no puede evitar ser a la vez ciudadano de un pueblo
concreto. Sea cual sea este pueblo, no podrá identificarse nunca de forma plena con la
ideal ciudad de Dios, motivo por el que el cristiano permanecerá estructuralmente
escindido entre dos ciudadanías: una de carácter estrictamente político, que es la que lo
vincula con una ciudad o un estado concreto; y otra que no puede dejar de ser
parcialmente política, pero que en buena parte es también espiritual. “La verdadera
justicia no existe, excepto en esa república cuyo fundador y gobernante es Cristo”.
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