Sor Juana Inés de la Cruz, la luminosidad femenina Por/ By

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Sor Juana Inés de la Cruz, la luminosidad femenina
Por/ By Yolanda de la Torre
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz,
vivió en un tiempo donde el término feminismo, acuñado durante el siglo XIX y afianzado durante
el XX, estaba muy lejos de cocinarse. Sin embargo, a través de su vida y obra podemos considerarla
como una precursora del feminismo contemporáneo que encontró en sus textos una fuente para
esparcirse por todo el mundo, y una intelectual a la altura de grandes autores del barroco literario
como Luis de Góngora, Miguel Ángel de Quevedo y Calderón de la Barca.
Primeros pasos y un golpe de fortuna
Hija natural de Pedro Manuel de Asbaje y Vargas-Muchaca e Isabel Ramírez de Santillana, Juana
Inés nació en San Miguel Nepantla, en el Estado de México, en 1651. Aprendió a leer y escribir a
los tres años y pronto se volvió una asidua visitante de la biblioteca de su abuelo, Pedro Ramírez,
cuyas fincas, tras su muerte, quedaron a cargo de la madre de la pequeña Juana Inés. La vida de la
niña Juana transcurrió plácidamente en las propiedades de su abuelo entre Amecameca, Yecapixtla,
y Panoaya, y rodeada de libros en los que Juana Inés conoció la obra de los filósofos griegos y
romanos, y aprendió todo lo que pudo sobre teología.
Tras la muerte de su abuelo, Juana, con apenas ocho años de edad, fue enviada a la Ciudad de
México para vivir con sus tíos, María Ramírez y Juan de Mata, quienes disfrutaban de una posición
privilegiada. Años más tarde, siendo una jovencita, conoció a la virreina, doña Leonor Carreto,
Marquesa de Mancera, quien la invitó a formar parte de las damas de la corte del virrey Antonio
Sebastián de Toledo. Juana Inés pronto se convirtió en una protegida de doña Leonor. Para una
mujer más interesada en el conocimiento que en la obediencia, la dulzura y el silencio, como lo era
Juana Inés, ésta fue una oportunidad dorada para rozarse con lo más selecto de la intelectualidad
novohispana en las fastuosas tertulias de la corte, que congregaban a teólogos, matemáticos,
filósofos y humanistas. En estas fiestas, ella se desenvolvía con elegancia, acierto y erudición.
Una joven poeta en la corte
Durante su estancia en la corte, como dama de compañía de la virreina, Juana Inés comenzó a
escribir sonetos y elegías. En breve, corrió su fama como mujer sagaz, brillante y luminosa. En
estos años con la nobleza, continuó sus estudios y aprendió latín en pocas lecciones. El amor por el
conocimiento era mayor que las comodidades y los lujos, así que compartió con fray Núñez de
Miranda, confesor del virrey, la decisión de convertirse en monja para seguir con su aprendizaje,
pues en aquella época, las mujeres tenían vedado el ingreso a la Real y Pontificia Universidad de
México, una de las primeras instituciones de educación superior durante el virreinato de la Nueva
España.
Juana Inés ingresó a la Orden de las Carmelitas Descalzas, pero está experiencia no duró mucho
tiempo, debido a la austeridad y exigencias de la orden, y a las dificultades que se le presentaron
para compaginar su vida como religiosa y su interés en el conocimiento.
Después de este intento con las Carmelitas, en 1669 fue aceptada en el Convento de San Jerónimo,
cuyos estatutos le permitían estudiar, escribir y recibir visitas, como los atestiguan sus frecuentes
encuentros con la virreina. En San Jerónimo transcurrió el resto de su vida, hasta su muerte en
1695, estudiando asuntos teológicos y escribiendo textos de tradición barroca. En la quietud de su
celda, quizá iluminada con timidez por una vela, nacieron obras tan importantes para la lengua
española como Primero sueño, El divino Narciso y Los empeños de una casa.
Las convicciones de Sor Juana
Vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz están íntimamente entrelazadas con las decisiones que le
permitieron saltarse las trampas de ser mujer en una sociedad donde sólo contaban los hombres;
decisiones como el anteponer el conocimiento al amor , algo insólito si pensamos que hasta hoy se
educa a las mujeres para buscar frenéticamente a un príncipe azul, o como la apasionada defensa a
su derecho de expresión que llevó a cabo en su Carta atenagórica (1690) y en Respuesta a sor
Filotea de la Cruz (1691), esta última dirigida al obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa
Cruz, en respuesta a una misiva donde él recomendaba a la religiosa que dejara las letras humanas y
se entregara a las divinas, esto por atreverse a criticar un sermón del conocido predicador jesuita
Antonio Vieira, involucrándose en una disputa teológica. Esta situación la obligaría a llevar un
silencio forzoso.
No obstante, si bien el derecho al conocimiento y la expresión esgrimidos por sor Juana hoy en día
serían considerados reclamos feministas, también es cierto que ella hablaba por sí misma y siempre
lo hizo dentro de los límites permitidos por la sociedad y las leyes vigentes del siglo XVII, aun
cuando en su obra exaltara, en numerosas ocasiones, el papel de las mujeres y el universo femenino.
Los hombres necios
El ejemplo más claro de la rebeldía de género de sor Juana Inés de la Cruz, aunque algunos
especialistas consideran que se trata más bien de una crítica al comportamiento masculino de la
época, es su famosa redondilla Hombres necios: “Hombres necios que acusáis a la mujer, sin razón,
/ sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis; / si con ansia sin igual / solicitáis su desdén /
¿por qué queréis que obren bien / si las incitáis al mal?”
Resulta revelador que este poema se mantenga vigente en el siglo XXI, en una sociedad como la
nuestra, que ha evolucionado durante más de tres siglos. Quizá por su vigencia se lee en él, como en
toda la obra y la vida de sor Juana Inés de la Cruz, un feminismo resplandeciente y poderoso. Uno
que echó robustas raíces y se extendió, después, por todo el mundo.
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