Subido por Sergio Daniel Soriano Mateus

La paz más allá de los acuerdos territorio participación política y fuerza pública en el posacuerdo

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La paz más allá de los
acuerdos: territorio,
participación política
yfuerza pública en
el posacuerdo
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SANTOS ALONSO BELTRÁN BELTRÁN
PROFESOR UN-ESAP
L
a paz no se consigue con la firma de
los acuerdos entre las guerrillas y el
Gobierno. Aunque esta pareciera una
afirmación simplista. Algunos sectores del poder y orientadores de opinión nacional les confieren a los acuerdos
una capacidad casi maravillosa de eliminar
los conflictos sociales que han azotado el
país, y que se encuentran entre las causas
estructurales de la guerra interna que nos
ha desangrado durante los últimos cincuenta
años. La paz demanda un largo proceso de
reacondicionamiento institucional del Estado que permita honrar los compromisos suscritos. Más y mejor Estado es la condición
necesaria para garantizar la paz que debe
vivirse en los territorios. Hasta ahora nos hemos concentrado mucho en la mecánica de
la negociación, incluidos los sobresaltos de
ánimo de las partes, y hemos descuidado la
necesaria reformulación de la acción estatal.
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La paz demanda un largo
proceso de reacondicionamiento
institucional del Estado que
permita honrar los compromisos
suscritos. Más y mejor Estado
es la condición necesaria para
garantizar la paz que debe vivirse
en los territorios. Hasta ahora
nos hemos concentrado mucho
en la mecánica de la negociación,
incluidos los sobresaltos de
ánimo de las partes, y hemos
descuidado la necesaria
reformulación de la acción estatal.
CONFLICTO Y SOLUCIÓN POLÍTICA
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El orden territorial
Un primer punto que debería preocuparnos,
pero que no tuvo la importancia necesaria en
la Mesa de conversaciones, es el problema del
Ordenamiento Territorial. La organización del
territorio nacional responde a un arreglo de
poder de principios del siglo pasado que solo
ha sufrido muy leves modificaciones. Ni siquiera en la ANC, que produjo la Constitución
de 1991, el tema logró el consenso necesario
para adoptar una reforma profunda que permitiera salir del atolladero que ha producido
un orden territorial anacrónico, inflexible y
con serias fallas de legitimidad institucional
y de representación política. Las recomendaciones de la comisión accidental que se formó
en su momento, durmieron el sueño de los justos y sirvieron apenas para sesudos análisis
de expertos académicos, nunca como norte de
una nueva organización territorial del país.
Así, el orden territorial nunca se sincronizó
con las transformaciones sociales y económicas de las poblaciones generando contendores
territoriales desconectados de las realidades
políticas, simples cascarones vacíos sin capacidad de gestión y articulación entre los diversos niveles del gobierno.
Tal vez lo que ha hecho tan refractario el orden territorial instituido, ha sido su vinculación con la representación política de las entidades territoriales en el nivel nacional. La
relación entre división política administrativa
y circunscripciones electorales aunó los intereses políticos de las elites regionales con el
mantenimiento de una estructura territorial
constante. Los feudos políticos son arreglos
de poder y clientelas que solo se pueden mantener si el orden territorial no se modifica.
La sobrerrepresentación política de algunas
regiones, el desarrollo desigual de otras, la
continuidad de castas y familias en el poder y
en general las brechas económicas, sociales y
políticas de las regiones pueden explicarse por
el bajo dinamismo del orden territorial que ha
permitido la privatización de la representación
política en la Colombia profunda.
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A esta realidad habría que sumarle la existencia de un conflicto armado prolongado que ha medrado en esta incapacidad institucional para garantizar la
gestión del desarrollo nacional y en brindar una participación política equilibrada. La subversión creció en los espacios de inconformismo social que dejaba la falta de acción estatal, se nutrió del descontento social por el centralismo exagerado del poder y la inversión, y se potenció con la mezcla explosiva
entre cultivos ilícitos y abandono del sector agrario. La misma situación puede predicarse de los grupos armados delincuenciales de derecha que vieron en
la captura del poder local para defender sus intereses ilegales, la manera de
consolidarse y luego proyectar la conquista del poder nacional.
La implementación de los acuerdos de paz deberá tocar de alguna manera
este orden territorial o por lo menos diseñar mecanismos y herramientas para
superar la rigidez que lo caracteriza y que, como se ha dicho, ha impedido la
reducción de las brechas políticas, económicas y sociales que han fragmentado el país y que han atizado la guerra. La oportunidad más clara en esta
vía estuvo en expedición de la pasada ley de Ordenamiento Territorial, que, si
bien avanzó en algunos aspectos de asociatividad territorial, no logró tocar la
estructura medular del ordenamiento. Con seguridad, implementar los acuerdos significará ocuparse de diseñar o profundizar la acción de herramientas
que tiendan a solucionar este anacronismo de la división territorial. La clave
puede estar en la profundización del proceso de descentralización para que
lentamente pueda ir moviéndose hacia una lógica de reorganización territorial, que atienda a la socio-geo-historia de los territorios. Por supuesto este ca-
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Tal vez lo que ha hecho tan
refractario el orden territorial
instituido, ha sido su vinculación
con la representación política de
las entidades territoriales en el
nivel nacional. La relación entre
división política administrativa y
circunscripciones electorales aunó
los intereses políticos de las elites
regionales con el mantenimiento
de una estructura territorial
constante. Los feudos políticos
son arreglos de poder y clientelas
que solo se pueden mantener si el
orden territorial no se modifica.
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mino será largo y difícil toda vez que implica
tocar actores con claros intereses políticos,
que no estarán dispuestos a ceder fácilmente
su influencia en las regiones.
La participación y la oposición política
Es un lugar común decir que la democracia
en Colombia ha sido recortada, y que en medio del conflicto armado interno ha marginado de manera violenta a la oposición. La
historia del sistema político colombiano no
solo reafirma esta visión, sino que abunda
en trágicos sucesos históricos de profunda
significación para la historia de la oposición
política democrática. Desde inicios de siglo
XX, la persecución y eliminación física de los
disidentes políticos fue un recurso constante
de las elites en el poder, así fueron invisibilizados, diezmados, cooptados o simplemente
desaparecidos del espectro político nacional
el PSR, la UNIR, el MRL, la ANAPO, la UP,
etc. La implementación de los acuerdos con
seguridad implicará un ejercicio más complejo que la simple legalización de las aspiraciones políticas de las guerrillas mediante la
inclusión de partidos políticos que los representen en el espacio electoral.
De lo que se trata es de construir una cultura
democrática real, cuyo principal objetivo sea
conseguir que las elites reconozcan públicamente la forma ilegal y violenta con la que
se han desarrollado la política y sus alianzas macabras con sectores mafiosos, para
que, desde allí, la dirigencia política nacional
condene abiertamente los métodos violentos
y corruptos de hacerse con el poder que han
utilizado durante prácticamente toda la vida
republicana del país. Un acto de contrición
no es por supuesto la única medida a tomar:
a renglón seguido se deben desarrollar procesos de ambientación en la sociedad colombiana para el inicio de una lucha política
en la que las insurgencias puedan empezar
a ventilar sus expectativas políticas y sus
apuestas en la consecución del poder por la
vía electoral. En esta misma vía se deben
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construir un estatuto de la oposición que dé garantías a las minorías en su
lucha contra el solipsismo del poder en que han caído los sectores dominantes.
Un paso inmediato debería ser construir un gobierno de reconstrucción y reconciliación nacional que permita la entrada de sectores de la izquierda al
gobierno nacional en cargos de relevancia. En este caso, una medida para
construir la tolerancia política que debe arraigarse de manera más profunda
en la cultura política nacional pasa por llamar a la izquierda para que ocupe
cargo claves del gobierno nacional mediante la concertación con partidos y
movimientos de esta tendencia política. En esta iniciativa debe irse más allá
de la acción de cooptación y pragmatismo del gobierno nacional, pero también
más allá del minimalismo burocrático y del maximalismo ideológico de algunos sectores de izquierda. Hasta ahora estos vicios no se han superado y el
gobierno nacional construye de manera unilateral un gabinete que denomina
para la paz, sin ceder en carteras claves para el redireccionamiento del país,
más aún, en la simple vía de la ampliación simplista de su base de aceptación
como proyecto político. Por su parte, en la izquierda no hemos logrado organizar una forma de confluencia en torno a la paz que –más allá de la grandilocuencia retórica del apoyo a los diálogos– se concrete en una plataforma de
diálogo con los sectores del poder en la vía de participar de un gobierno que
incluya a las minorías en los cargos de ejecución de la política publica estratégica del nivel nacional. Las transformaciones estructurales del régimen
político y del sistema electoral deben implementarse, pero no es posible que
en pos de lo importante se olvide lo urgente.
La doctrina militar
El ejército colombiano ha sido construido en el marco de un conflicto armado
interno, prolongado y degradado. Esta situación ha generado un crecimiento
hipertrófico de las fuerzas de tierra, que, además, se han concentrado en el
combate contra la insurgencia como única tarea a desarrollar en su misionalidad como cuerpo armado del Estado. Esta situación se torna aún más compleja cuando se tiene en cuenta que la orientación ideológica mediante la cual
fueron construidas las bases doctrinarias de las fuerzas militares en nuestro
país abreva directamente de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Así pues,
en desarrollo de la Guerra Fría en América Latina, el imperialismo norteamericano orientó desde la Escuela de Las Américas la formación de los militares
como fuerzas de contención contra el avance de los partidos y movimientos de
izquierda, que consideraba solidarios con los intereses soviéticos en la región.
La insurgencia armada, la resistencia política de izquierda y los movimientos
sociales en general fueron incluidos dentro del espectro de enemigos internos
de las democracias y, de contera, de los intereses de los Estados Unidos en la
región. En ese orden de ideas, los militares colombianos fueron un capítulo
más en la construcción de esa dinámica antiinsurgente que mediante el terror
de Estado se ensañó contra todas las organizaciones sociales, políticas y populares que se enfrentaron a las políticas de los gobiernos de turno. Más de
cinco décadas de guerra interna ha formado a los militares colombianos como
una fuerza refractaria a los cambios políticos, hostil a las organizaciones de
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La implementación de los
acuerdos de paz deberá tocar
de alguna manera este orden
territorial o por lo menos diseñar
mecanismos y herramientas
para superar la rigidez que lo
caracteriza y que, como se ha
dicho, ha impedido la reducción de
las brechas políticas, económicas
y sociales que han fragmentado el
país y que han atizado la guerra.
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izquierda y cifrada en el mantenimiento de
sus prerrogativas en desmedro de los intereses de la población colombiana.
Aquí la paz debe comenzar no solo por el
silenciamiento de los fusiles sino por la
transformación radical de la fuerza pública. En este sentido el primer paso debe ser
la reducción del número de efectivos hasta
construir un cuerpo armado para una nación
que no está en guerra exterior ni soporta ninguna amenaza violenta contra su institucionalidad. Una fuerza pública reducida en su
tamaño deberá liberar recursos que deben
ser destinados a nuevos frentes de inversión
social. En segundo lugar, se debería considerar la necesidad de un cambio de la doctrina
militar que desmonte el terrorismo de Estado
como práctica ejercida por los militares y que,
en su lugar, instale un horizonte de formación
militar respetuoso de la democracia y de la
disidencia política. En esa misma línea, debe
operar un redireccionamiento de las funciones de los militares hacia tareas de garantía
de los derechos humanos y el desarrollo social en los territorios. Una fuerza de paz debe
orientarse al desarrollo de la infraestructura
económica y social que la nación demanda
y que el Estado ha negado históricamente a
los territorios. Finalmente, debería pensarse
en la posibilidad que las fuerzas guerrilleras
pudieran hacer parte de algunos mecanismos
de garantía de la seguridad y la convivencia
en las regiones.
La paz es una construcción larga y exigente
que demandará un esfuerzo adicional de la
institucionalidad pública. Más y mejor Estado
será la tarea en los días posteriores al acuerdo.
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