Escuchar los olores Anaga, uno de los nueve reinos en que se dividía la isla de Tenerife antes de la conquista, es descrita en el Diccionario geográfico de Madoz como el espacio que "en el hermoso valle de los Rodeos..., se extiende hacia el NE dividiéndose en varios ramales, de los cuales uno se dirige al N y penetrando en el Océano forma la punta y rocas de Anaga, y los otros dos, prolongándose al E van a formar el cabo de Anaga y la punta o roquete de Antequera, llamada también Anaga... Los cerros del lado del NE se ven cubiertos de bosques en sus dos vertientes, resaltando en ellos los sitios llamados Las Mercedes y Taganana, que pueden rivalizar con lo más pintoresco que se conoce de este género de vistas"1 Anaga es naturaleza en su extrema expresión pues la dureza de su orografía preserva fauna y flora, variable y diversa según la cota en la que nos situemos, tesoro natural formado por los bosques de laurisilva, reliquia del Terciario, laureles, líquenes, sanguinos, brezos, sauces y mocanes, así como viñátigo, faya y naranjo salvaje. Bosques mágicos que auguran la presencia en cualquier momento de Beneharo, el mencey loco, por cualquiera de sus múltiples senderos. Esa magia embelesa a tantos y tantos investigadores a los que atrapó, como es el antropólogo Galván Tudela, al que llega a concentrar su mirada casi con ofuscación y, por qué no, al autor de este relato, compartiendo no solo esa atracción por el espacio sino por sus habitantes, montañeros forjadores de su destino. 1 Madoz, Pascual. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar... Madrid : Imp. del Diccionario, 1845-1850. 16 v. Tom 2, pág 269 [Escriba aquí] Todos, naturales y foráneos, rodeados de riscos de bordes afilados y barrancos profundos, sumidos en un común cuento de fantasía de la mano de Catalina. Con ella daos el salto generacional, de la Anaga vieja con 9 millones de años en su haber a la mirada joven de esa Catalina que todo observa con asombro, los pequeños bancales escalonados en las laderas, los cultivos de Papas y viña en zonas altas, de plátanos y aguacates en las más bajas. Ella nos muestra de manera entrañable y con el uso de los protegidos términos, múltiples labores de gran valor etnográfico, las lavanderas, la pesca de la anguila con la suerte de la tabaiba, y como no, la cocina, sacrosanto lugar donde ejercen la alquimia distintas sacerdotisas: Fátima, Nieves, doña Lourdes, y en La Laguna, María. Territorios vedados a extraños de la mano y sobre todo de la nariz de Catalina, nos recreamos en dulces placeres, helado de beletén, arroz con leche de cabra, torta negra,… Catalina se nos presenta como pitonisa de paladares y sentidos, haciéndonos estremecer y sintiéndonos corresponsables de que trasciendan sus artes alcanzando hasta La Laguna. Catalina nos propone el ritual del comer tras descubrir os tesoros encerrados en la cocina de Fátima: su cofre de aromas, mas amplio y rico que la glotonería dulce de chiquilla. La pesca del mar, siempre presente en Anaga, viejas, salemas, centollos, langosta, con elaboración sencilla, lenta y sabrosa, a la par de como cocina los berros y ñames. La preparación de las carnes, sean conejos o cabras, impregnadas del monte por medio de sus adobos y con guarnición de batatas y, en el traslado a la [Escriba aquí] refinada Laguna el pato, hinojo, comino, cilantro, invitan nuestros sentidos a tan inusual danza de sabores y aromas. En La Laguna descubre la música, de otra manera, distinta a las guitarras violines y timples, el piano, pero necesita vivirla de otra manera, para vencer nuestros miedos, para alejar a Guayota, para disfrutar de Amogoje, el león de piedra. [Escriba aquí]