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Taiwán La isla de las montañas mágicas EL PAÍS Semanal

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2020/3/3
Taiwán: La isla de las montañas mágicas | EL PAÍS Semanal
CUADERNO DE VIAJE ›
La isla de las montañas mágicas
Barbara Celis
Mirador en el Maokong, donde la selva se mezcla con las plantaciones de té. / RAMÓN VAAMONDE
28 OCT 2018 - 00:00 CEST
Taiwán tiene la mayor densidad y número de cumbres del
planeta. Hay 286 montañas de más de 3.000 metros en un
territorio apenas más grande que Cataluña. Caminar por esa
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explosión de naturaleza es una buena medicina contra el estrés
de los urbanitas
SON JÓVENES, volcánicas y están vivas: temblar es parte de su
ADN. Las montañas taiwanesas son un caramelo que atrae a
geólogos de todo el planeta y que puede acabar con la adicción al
asfalto y al estrés de cualquier urbanita, aunque primero haya que
acostumbrarse a los frecuentes terremotos. Superada esa prueba,
aquí no es necesario recitar mantras para encontrarse a uno
mismo. De día hipnotiza el canto de las cigarras: hay 59 especies,
muchas autóctonas, ruidosísimas. De noche es el turno de ranas y
sapos: una treintena de variedades haciendo música new age.
Caminar y escuchar esta explosión de naturaleza puede sanar
cualquier herida interior, da igual que uno sea MacGyver o alguien
más proclive al sillón que al trekking. Por eso en Taiwán lo mejor es
olvidarse de la ciudad y explorar sus montañas, el secreto mejor
guardado de esta isla que China dice que es suya, aunque tenga
desde hace décadas su propio Gobierno democrático, el más
progresista de Asia. Obedeciendo los designios del gigante asiático,
la ONU lo considera un “no país” a cuyos foros no está invitado,
pero hay variedad de opiniones: para la comunidad gay
internacional, esta isla es un hito, una anomalía geográfica que
acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo en un
continente donde criminalizar la sexualidad gay es el pan nuestro
de cada día.
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Uno de los numerosos templos que albergan las montañas de Taiwán. / RAMÓN VAAMONDE
Su esquizofrénica relación con China es lo que de vez en cuando la
convierte en noticia, pero lo realmente extraordinario es su
naturaleza, aunque terremotos y tifones provoquen tantos
sobresaltos como la política internacional. Es el país con la mayor
densidad y número de altas montañas del planeta: hay 286 cumbres
de más de 3.000 metros en un territorio apenas más grande que
Cataluña. Amantes como pocos del senderismo, los taiwaneses, en
un ejercicio de civismo casi exagerado, han llenado sus vertiginosas
cordilleras de caminos tan civilizados que incluso es posible
encontrarse en medio de la jungla a madres con sus carritos de
bebé o a la abuela empujando la silla de ruedas del abuelo. Al fin y
al cabo, la familia es prioridad en una cultura en la que el
confucionismo, que profesa un profundo respeto por niños y
mayores, aún pesa más que el capitalismo salvaje que sí domina
otras facetas de su vida.
En el Museo Nacional del Palacio se exhibe
una de las mejores colecciones de arte
antiguo chino del mundo
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Por eso en el valle de Erziping, en las afueras de Taipéi, es posible
sumergirse en la indómita naturaleza taiwanesa caminando por
una acera. No es una broma. Hay aceras y pasarelas de madera en
muchos de los senderos de Taiwán, por no hablar de sus docenas de
parques naturales, donde siempre existe la posibilidad de caminar
por la selva sin necesidad de ser Tarzán. También se puede jugar a
serlo y perderse entre sus cumbres y esquivar serpientes, osos y
macacos, por ejemplo en la impresionante Garganta de Toroko.
Además, hay senderos silvestres con cuestas empinadas en los que,
tras sortear plantas tropicales, es posible bañarse en una fuente de
aguas termales como las que abundan en el Parque Nacional de
Yangmingshan. Brotan por todo el territorio, algo que ya
impresionó a los japoneses cuando convirtieron Taiwán en su
primera colonia en 1895. Durante 60 años, sus emperadores
utilizaron Beitou, un barrio de Taipéi, para instalarse en vacaciones
y disfrutar de las propiedades médicas y relajantes de estos chorros
de agua caliente cargada de hierro o azufre, a los que la población
local acude como parte de su higiene personal, ya sea en baños
públicos, hoteles o en el corazón de la naturaleza.
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Taipéi de noche. La capital se caracteriza por las calles
rectas y la arquitectura occidental. / RAMÓN VAAMONDE
Teniendo en cuenta su pequeño tamaño, Taiwán tiene una
biodiversidad excepcional: alberga el 1,5% de las especies del
planeta, sobre todo pájaros únicos como la colorida urraca azul de
Formosa y mariposas, que inundan valles y arrozales en primavera.
Por eso entre los entomólogos la isla es conocida como “el reino de
las mariposas”. Hubo un tiempo en el que también la población
aborigen era abundante, pero hoy apenas constituye el 2% de los 23
millones de taiwaneses. En la sensacional costa este, donde aún se
puede saborear la soledad sin tener que pelear por encontrarla,
quedan grupos étnicos como los amis, que han abrazado el turismo
ecológico como forma de supervivencia. En la playa de Niushan
(Montaña de la Vaca) es posible dormir en cabañas de madera
decoradas con los motivos de su tribu entre su gruesa arena negra y
sus montañas afiladas.
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El clima es subtropical, así que entre mayo y noviembre el sol y la
humedad pueden desintegrarte. Eso no impide que en Taipéi
hordas de jubilados se lancen al amanecer a hacer trekking por
cualquiera de las montañas que están en sus propios barrios (hay
en casi todos, excepto en el centro). Caminan cubiertos de arriba
abajo para evitar el sol y los mosquitos, pero suben y bajan
montañas con la agilidad de un adolescente.
El metro de Taipéi llega hasta los pies del
área de Maokong, donde la selva se mezcla
con las plantaciones de té. A las cumbres se
accede tras un trepidante viaje de 30
minutos en teleférico
Sin embargo, el verdadero deporte nacional es el mercado
nocturno. Al caer la tarde florece en pueblos y ciudades. Cuando el
taiwanés no está trabajando —es el sexto país del mundo en que
más horas se trabaja—, parece estar siempre comiendo (se cocina
poco en casa porque la comida callejera es barata) o comprando
(cualquier cosa, siempre que sea económica), y el mercado
nocturno es perfecto para hacerlo todo, incluido socializar. En sus
puestos callejeros suele oler a chou dofu, un plato local de tofu
fermentado que es todo un reto para paladares y olfatos foráneos.
Su capital no puede compararse con otras grandes urbes de Asia
más futuristas, como Tokio, o con más historia, como Bangkok.
Pero atesora algunos de los templos chinos más antiguos, como el
Longshan, donde dioses de tres religiones conviven bajo el mismo
techo. En el Museo Nacional del Palacio se exhibe una de las
mejores colecciones del mundo de arte antiguo chino: medio
millón de piezas acumuladas durante siglos por emperadores de
varias dinastías. Se la arrebató el general Chiang Kai-chek a Pekín
cuando se exilió y montó Gobierno en Taiwán tras perder la guerra
contra Mao.
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Vista de Taipéi desde las montañas que lo rodean. La ciudad está situada en la cuenca de su mismo
nombre, al norte de Taiwán. / RAMÓN VAAMONDE
No obstante, incluso en la ciudad, la naturaleza sigue siendo lo más
impresionante. El metro de Taipéi te lleva hasta los pies del
Maokong, donde la selva se mezcla con las plantaciones de té y a la
que se accede tras un trepidante viaje de 30 minutos en teleférico.
Probar el té local Oolong, caminar por sus senderos, visitar sus
templos y respirar son la receta mágica. Todo lo malo se olvida.
Desde allí las espectaculares vistas de la ciudad demuestran, una
vez más, que en Taiwán lo extraordinario es alejarse lo más posible
del asfalto.
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