Dante et Narcisse ou les faux-monnayeurs de l image Dante y Narciso o los falsificadores de la imagen por Roger Dragonetti Traducción: Adrian Ortiz Introducción En la Divina Comedia no figuran más que dos alusiones al mito de Narciso, una en Infierno (XXX,128) donde los comentadores no ven más que un ornamento retórico, la otra en Paraíso (III,18) tratado en perífrasis, para sugerir un error de visión. Sin embargo nosotros nos atrevemos a afirmar que la sustancia de ese mito esta presente sin cesar en la Divina Comedia. Esta afirmación, que a primera vista puede parecer una de las tantas exageraciones de las cuáles el lector asiduo de Dante y sus comentadores sabe por experiencia que debe aprender a desconfiar. No hay una clave a descubrir en la Divina Comedia precisamente porque la obra no contiene un sentido objetivo que permanezca exterior a sus signos sensibles. Asimismo no es una clave la que nosotros proponemos, sino solamente una de las perspectivas que la palabra simbólica, justamente porque ella es donadora de sentido, no cesando de abrir, a partir de su perspectiva, al lector que interpreta la obra. Es con esta intención que nosotros nos hemos propuesto interpretar la letra y el símbolo de las dos alusiones a Narciso, en la red de sus significaciones contextuales. Y que a ti te castigue, dijo el griego Con la sed, esa agua corrompida Que hace que el vientre se hinche ante tus ojos! Y el falsificador: “Ahora se desquicia tu boca Para mal, como acostumbra y si yo tengo sed y si el humor me hincha, tu estás sediento y tu cabeza sufre, y para que el espejo de Narciso te pongas a lamer, no hay que invitarte.” Los comentadores no quieren ver, en el especchio di Narcisso, más que una simple metáfora del agua fresca y límpida. Nosotros acordamos gustosamente que Maître Adan no tiene la sutilidad mordiente del Griego, aunque es necesario reconocer que, hablar del espejo de Narciso para designar el agua fresca, es expresarse en un estilo poético que da a creer que, al menos este hidrópico ventrudo no está desprovisto de una cierta fineza. Ahora bien, decir a Sinon: “Tú tienes tanta sed que te haría rogar para beber agua fresca”, es de una banalidad tal que la respuesta, que debería normalmente hacer el bucle de la pelea mediante un rasgo final decisivo, cae a pique. Así comprendida, la réplica no ofrece, no tiene ninguna medida común con el sabor del altercado que por otra parte tiene el aspecto de la tensión provenzal, digamos, de un bello trozo de retórica. Es igualmente por esta razón que Benvenuto da Imola explica el interés excesivo que Dante tiene por este espectáculo: “et hic nota, quod aliquando vir sapiens delectatur au-dire tales qui tam eloquenter inter se contendunt. Sunt enim aliqui qui in maledicendo sunt mirabiliter diserti! […]”. Pero lo que es más grave, es que no se le hace justicia al valor poético del verso 128. El espejo de Narciso no podría ser aquí una simple metáfora para designar el agua fresca y límpida, a menos que se atribuya a Dante el peor de los procedimientos retóricos, este que consiste en revestir un pensamiento banal con un bello ornamento. Parecido procedimiento por otra parte estaría en contradicción directa con la doctrina poética expuesta en De vulgari eloquentia sobre las relaciones de conveniencia entre el pensamiento y las palabras (II, I, 9-10). En realidad una idea que se actualiza en una forma poética, sufre una verdadera transmutación, sentido y signo se identifican, mientras que en la interpretación corriente del verso 128, la imagen specchio di Narcisso permanece absolutamente separada del significado de “agua fresca”. Esta separación del fondo y la forma, en el ornatus, es algo característico de la expresión poética defectuosa condenada explícitamente por Dante: “Ad illud ubi dicitur, quo superiora inferioribus admixta profectum adducunt,dicimus verum ese quando cesset discretio remanet, inferiora vilescunt”/ “La afirmación que los casos de menor valor tienen ventaja al mezclarse con las que le son superiores no tienen sentido más que si la melange hace desaparecer toda diferencia entre ellas, como es el caso por ejemplo, cuando fundimos el oro con la plata; pero si la diferencia permanece, las cosas que tienen más valor pierden ventaja”. Entonces, si nos atenemos estrictamente a la doctrina de Dante, el specchio di Narciso no es solamente el agua fresca expresada en términos muy bellos, sino la metamorfosis de esta agua en “espejo de Narciso”. En otros términos, la imagen porta un sentido alegórico al reenviar al nivel de la alusión mitológica. Entonces el poeta que habla de espejo a propósito del agua no habla solamente del agua, sino de una superficie reflejante y firme que reenvía a la imagen de un Narciso apasionado por su sombra. Así el agua fresca y límpida del verso 128 es efectivamente esta agua, pero trasmutada en espejo, un agua transmutada en imagen del agua. A partir de este momento, la respuesta final de Maître Adan, adquiere una profundidad cínica cuyo sentido sería éste: “Tu fiebre te da tal sed que no te harás rogar para lamer una imagen del agua”. Retomando en el presente la interpretación del episodio, nosotros consideramos mostrar cómo su sentido alegórico concuerda con la lectura literal que venimos de proponer del verso 128. ¿Quién es Maître Adan? Un falsificador de moneda cuya falta aparece marcada por una singular gravedad. El mismo confiesa que fue quemado vivo por haber falseado en Romena,8 la moneda que porta la efigie de Juan Bautista (Infierno, XXX, 73-75): Romena es ésa, allí falsifiqué La liga con el sello del Bautista Y por eso mi cuerpo fue quemado Este estudio debería permitirnos extraer no solamente el nivel de profundidad con el que Dante ha retomado el mito de Narciso, sino su repercusión, su resonancia en la obra. Ahora bien, a medida que penetramos en el sentido de los dos fragmentos que vamos a comentar, nos parece que Dante, confrontado al sentido tradicional del mito, le ha dado la dimensión de un símbolo fundamental: el índex de la trampa que amenaza a todo hombre, y sobre todo al poeta, en lo que le es más propio, a saber, la reflexión que tiene su raíz en un cierto deseo, que concierne ya sea al poder reflejante mismo o a sus reflejos. El sentido tradicional del mito de Narciso en la Edad Media, ha sido objeto de un estudio remarcable por parte de Jean Frappier. El autor nota muy justamente que “en la Edad Media ningún espejo ha igualado en prestigio fabuloso, esa fuente brillante como la plata donde se refleja la belleza de Narciso”.9 Sin embargo cualesquiera fuese el interés que los primeros poetas medievales hayan podido tener en la fabula, ya se trate de adaptaciones del cuento extraído de la Metamorfosis, ya se trate del Cuento de Troya, los trovadores o los trovadores corteses, lo que los autores retienen del mito, como lo nota también J. Frappier, “es una banalidad, aunque siempre aprovechable lección de sabiduría. El ejemplo de Narciso, repiten ellos, debe poner en guardia a la vez contra el orgullo y contra las locuras de amor”.10 En El Romance de la Rosa de Guillaume de Lorris, el tratamiento sutil de los motivos del mito permanece, es verdad, limitado al dominio del amor cortés, a sus obstáculos, sus trampas y sus sueños, pero vale la pena notar que el motivo del sueño está presentado en el texto como una peligrosa semejanza que duplica la realidad “sin engañar decevoir”.11 En el fondo de la fuente, las “dos piedras de cristal” (v.1538), que los rayos del sol hacen espejear resplandecer miroiter, reflejan cada uno de ellos la mitad del vergel (v.1571-1574): Eselespejopeligroso oelorgulloso lantes: sobre su espalda. dondeNarcis mirasurostroysusojosbril ldespués cae muerto extendido Jean Frappier igualmente llama nuestra atención sobre el Ovidio Moralizado (compuesto hacia 1316), donde se percibe un cuidado evidente por enriquecer el sentido moral del mito en una traducción alegórica a varias voces. Sin duda, el mito permanece como el símbolo de las vanidades mundanas (vv. 1904- 1909), pero el autor agrega a este tema connotaciones nuevas, de las cuáles una, muy importante, ha sido subrayada por J. Frappier. La muerte revela a Narciso su verdadero rostro, el anverso de su sombra. En el espejo de la corriente infernal, Narciso se ve como “semblante maligno y horrible” (v.1832). Además, entre las tres moralizaciones de la fábula, la segunda lleva sobre la inconsistencia de la belleza mundana de la que las victimas son condenadas a mirarse “[…] ou tenebreus font/ Del infierno y de los abismos” (vv. 1901- 02). En la tercera moralización, los motivos del espejo, la fontana y la sombra se vuelven las imágenes del orgullo. El mireoirs perilleus espejo peligroso detiene a los orgullosos en su reflejo. Más ellos fijan sus pensamientos en este espejo, más aumenta su sed, puesto que el bien que ellos persiguen no es más que “falsa sombra transitoria” (v. 1958). A los numerosos textos citados por J. Frappier agregamos el de la continuación del Romance de la Rosa por Jean de Meun. Su interpretación del mito participa del espíritu metafísico que anima a todo el romance. Jean de Meun opone dos fontanas, ésta que mato a Narciso (vv. 2409 y sgtes.) a otra que es fuente de vida (vv. 20625 - 20626): Celelesvisdemortenivre Mais cete fait les morz revivre. Laprimeraenhebrademuertealosvivos, segunda hace revivir a los muertos. pero la El desarrollo del tema muestra muy bien hacia que polo Jean de Meun orienta las imágenes del mito. Las dos fontanas representan dos figuras del conocimiento en búsqueda de su absoluto. La primera conduce a la verdad, la otra toma la apariencia de la verdad para el que se mira allí (vv. 24425 -30): Ella es sorda, dice él, a las grandes olas por dos conductos agujereados y profundos. Pero ella no produce por si misma,lo sé bien sus conductos ni sus ondas noescosaqueellaposea otra parte. Que no le venga enteramente de La transparencia no es aquí más que la apariencia de una claridad que hurta el rostro de aquellos a los que atrae a su espejo, cegándolos (vv.204-31-38): Puesto que (la damisela) se dice que es aún sin fin Que ella es más brillante que la fina plata Vean que engaños os sirven! Ella es por lo contrario tan perturbante y tan malvada Que cualquiera que ponga allí la cabeza Para mirarse, no vera nada Todos se volverán locos de cólera y de tormento Porque no se reconocerán de ningún modo allí. La otra fontana resplandece en su propia agua, bien que ella se mantiene muy viva, junto a si, con la firmeza de una roca auténtica (vv. 20479-86): Jamás vimos semejante fontana. Porque ella es la fuente de sí misma, […]y se contiene a si misma completamente viva, más solida que la roca natural. Así, Jean de Meun liga el mito de Narciso al peligro de un falso saber. Entonces, directamente es la razón misma, como poder de reflexión, la que aquí esta puesta en cuestión por la fábula. La razón no puede detenerse a si misma, en su búsqueda de los fundamentos de la sabiduría, bajo pena de alterar completamente la luz en el acto que la hace reflejar, separándola de su principio. Esta transposición de la fábula en el dominio del saber, nos aproxima a la interpretación de Dante. Pero veremos que Dante, confrontado como poeta al enigma del mito, como a su obstáculo esencial, arrojará sobre ello una mirada de tal agudeza que hará entrever, a la luz reveladora del poema sacro, la raíz de un error que pone en cuestión el destino del hombre y la suerte de su palabra, a fortiori, cuando esta palabra llame al poeta a testimoniar la verdad del lenguaje. I Hay, en la Divina Comedia solo un episodio en el que se menciona que el nombre de Narciso, el de los falsificadores de moneda, relegados entre los falsarios en el décimo bolgia del Infierno (XXX, 128). Es aquí que Dante ve a un hidrópico con el vientre prominente y los miembros desproporcionados: es Maitre Adan. La imagen obsesiva de las aguas de Casentin no hace más que aumentar la sed que lo devora. A su derecha emplazados, fijados para toda la eternidad, dos sombras: la mujer de Putiphar y Sinon el griego de Troya, cuya fiebre aguda desprende un vapor putrefacto. Maitre Adan y Sinon intercambian golpes en una pelea provocada por el primero, que ha tratado al griego de “falso” fourbe (Infierno, XXX, 121-129). «E te sia rea la sete onde ti crepa», disse 'l Greco, «la lingua, e l'acqua marcia che 'l ventre innanzi a li occhi sì t'assiepa!». Allora il monetier: «Così si squarcia la bocca tua per tuo mal come suole; ché, s'i' ho sete e omor mi rinfarcia, tu hai l'arsura e 'l capo che ti duole, e per leccar lo specchio di Narcisso, non vorresti a 'nvitar molte parole». Y que a ti te castigue ; dijo el griego Con la sed; esa agua corrompida Que hace que el vientre se te hinche ante tus ojos1 Y el falsificador: Ahora se desquicia Tu boca para mal, como acostumbra Si tengo sed y si el humor me hincha Tu estas sediento y tu cabeza sufre Y para que el espejo de Narciso Te pongas a lamer, no hay que invitarte Por instigación de los condes del lugar, Maitre Adan ha falsificado florines que contenían tres quilates de metal vil (Infierno, XXX, 89-90): e' m'indussero a batter li fiorini ch'avevan tre carati di mondiglia». Pues me indujeron a acuñar florines Con tres quilates de metal impuro Según la Cronica de Villani, se comienzan a acuñar los florines de oro de Florencia en 1252. 13. En una cara de la moneda estaba impresa la imagen del Santo Juan Bautista, en la otra el emblema de la ciudad: “e dall´uno lato era la´mpronta del giglio, e dall ´altro il san Giovanni” 14. “y de un lado estaba la impronta del lirio, y del otro la huella de San Juan” El florín falsificado portaba tres quilates de metal vil. Como lo remarca el Anonimo florentino, en el comentario del pasaje, los florines falsificados acuñados sotto il conio del comune di Firenze bajo la acuñación del municipio de Florencia, En consecuencia eran buenos en peso, pero alterados en su aleación 15. Villani subraya, mediante una anécdota, el inmenso prestigio que el florin de Florencia había adquirido en el extranjero. Benvenuto da Imola, en su comentario del episodio, subraya igualmente ese rasgo para poner en valor la gravedad particular del crimen de Maitre Adan: 16 Antes de penetrar más profundamente en el sentido de la falta de Maitre Adan, busquemos primero ubicarla en el interior de un conjuntomás vasto, situándola en la perspectiva del ordenamiento moral del Infierno, tal como es expuesto por Virgilio en el canto XI. Como falsificador de Moneda maitre Adan, pertenece al grupo muy numeroso de réprobos que, de una u otra manera, se hicieron culpables de falsificación. Por otra parte, según la doctrina del canto XI del Infierno, el fraude tiene en común con la violencia que ella presupone la malicia, malizia, la cual tiene como fin la injusticia que daña al prójimo. Dante nos dice que tal malicia atrae la ira del cielo (22-24): D'ogne malizia, ch'odio in cielo acquista, ingiuria è 'l fine, ed ogne fin cotale o con forza o con frode altrui contrista. De todos los males que el cielo detesta La malicia es el peor, y todos ellos tienen un fin semejante Dañar al otro o por la fuerza o por el fraude Santo Tomas hacer observar, en su comentario de la Ética a Nicómaco de Aristóteles, que la malicia se manifiesta en la elección deliberada del mal que se persigue: 17 La malicia es entonces, “consciencia premeditada del mal, y como tal, implica la corrupción del principio espiritual mismo que funda toda virtud sobre el Bien (“Virtus et malitia principium, haec quidem corrumpit, haec autem Salvat”)18. Si la malicia es el efecto de una elección que falsifica el principio espiritual mismo, es que alos ojos del que ella seduce, ella se disimula siempre bajo la apariencia de un bien al cual el perverso da su adhesión. Es por lo que es preciso distinguir, con Santo tomás, la falta ex electione, de la falta a passione ou incontinentia. En este último caso, el incontinente reconoce el mal como tal y entonces ama el verdadero bien, pero le ha faltado la fuerza como para reglar sus deseos sobre la recta razón: He aquí por qué en el canto XI (79-84) Virgilio dice: Non ti rimembra di quelle parole con le quai la tua Etica pertratta le tre disposizion che 'l ciel non vole, incontenenza, malizia e la matta bestialitade? e come incontenenza men Dio offende e men biasimo accatta? ¿acaso no recuerdas el pasaje Donde son tratados en tu Ética Las tres disposiciones a las que el cielo no quiere Incontinencia, malicia y la loca Bestialidad? ¿Y de cómo la incontinencia Ofende menos a Dios y recibe menos castigo? Uno ve mejor ahora por qué la malicia propiamente dicha, opere ella mediante la mentira o por la violencia, “atrae la ira del cielo”. Es que, por una falta tal, Dios mismo es odiado, en primer lugar, en lo que tiene de más próximo a su esencia, a saber la razón. Si ésta vuelve al hombre semejante a Dios, es también por ella que esta similitud, en la malicia, se adultera e su reglejo, este de otro Absoluto.Cautiva de su propia imagen del Biuuen, la razón seduce a su Sombra, se hace semejante a esta Sombra escogiéndose como centro absoluto de las metamorfosis. Este centro, que atrae a su agujero al ser de todas las cosas, extrae una doble semejanza donde nada jamás se presenta, pero se hurta bajo el semblante de un Absoluto. Es entonces bien por su latencia que la malicia es temible. Recordemos entonces la frase de Santo Tomás; “Malum autem latens esi periculosius malo non latente” “Lo malo latente es más malo que lo malo nolatente”. Lo propio de la malicia es que ella no aparece jamás. Por otra parte ella no podría aparecer jamás como tal. Salvo que a partir de esta impotencia radical, la malicia toma forma en una apariencia de ser cuya disimulación es el producto de un arte que disimula su propia falta. El fraude, dice Virgilio, es el mal propio del hombre (Infierno XI, 25-27) Ma perché frode è de l'uom proprio male, più spiace a Dio; e però stan di sotto li frodolenti, e più dolor li assale. Porque el fraude es el mal propio del hombre le displace tanto a Dios, por eso los fraudulentos están también completamente en el fondo y los asalta aún más dolor Pero es por qué el fraude es el mal propio del hombre, se ve claramente, creemos, en los versos siguientes: (Infierno XI, 52-63)_ La frode, ond' ogne coscïenza è morsa, può l'omo usare in colui che 'n lui f ida e in quel che fidanza non imborsa. Questo modo di retro par ch'incida pur lo vinco d'amor che fa natura; onde nel cerchio secondo s'annida ipocresia, lusinghe e chi affattura, falsità, ladroneccio e simonia, ruffian, baratti e simile lordura. Per l'altro modo quell' amor s'oblia che fa natura, e quel ch'è poi aggiunto, di che la fede spezïal si cria; onde nel cerchio minore, ov' è 'l punto El fraude que hiere a la consciencia Puede ser usado contra quien tiene confianza O contra quien no la ha acordado. Este último solamente rompe El lazo de amor que produce la naturaleza Así se permanece en el último círculo Hipócritas, brujos, aduladores Falsarios, ladrones, y simoníacos Rufianes, estafadores y basuras semejantes Por el otro modo se olvida a la vez Al amor que viene de la naturaleza y al que se agrega a él Por el que crea la confianza agregada. Destaquemos aquí al pasar que por medio de la palabra imborsa del verso 54, Dante compara la confianza en una moneda que se embolsa o no, es decir que se acepta o se rehúsa. Volveremos más adelante sobre esto. Por el momento detengámonos en el verso 52 del que el sentido es muy discutido, como lo nota A Masseron20. G. Vandelli comprende que “en el fraude hay siempre el concurso de la razón o de la consciencia que es afectada por el mal que ella concibe”21. Lectura excelente, y que da a pensar que la reflexión que entra en el movimiento del proyecto está siempre alterada en la intención fraudulenta, en el sentido en que ella disloca, necesariamente, la relación natural entre el ser y el aparecer. Y sin embargo, por justa que parezca esta interpretación, el verso no se deja reducir a ello. Se flexiona en un sentido más fundamental que el que L. Pietrobono destaca en su comentario. En efecto, Dante dice: “ogni conscienza”. Entre la consciencia, toda consciencia, y el fraude, el verso establece un lazo de un alcance más vasto, a saber que toda consciencia como tal es mordida por el fraude, en otros términos, que hay en todo hombre algo fundamentalmente falseado de lo que la consciencia lleva las marcas. El verso exige, sin ninguna duda, esta lectura más esencial, confirma por otros pasajes de la Divina Comedia22. En el verso 52 se trataría según L. Pietrobono de un recuerdo de la Falta primera.23. La Falta es la separación, la mordida de Adan ha provocado este quiebre de la razón, es bien por lo que en el paraíso terrestre, la Hipogrifo en su doble naturaleza unida en la unidad del misterio divino, renueva al pie del árbol mutilado el sentido del antiguo decreto, que llama al hombre a preservar la integridad del orden querido por Dios (Purgatorio XXXII, 43-45)24: «Beato se', grifon, che non discindi col becco d'esto legno dolce al gusto, poscia che mal si torce il ventre quindi». Feliz tu Hipogrifoque no arrancas nada Con tu pico de este árbol suave al gusto Porque el vientre enseguida se retuerce de dolor Todo lo que es justo permanece en esta unidad de la que se trata, para el hombre, de conservar la semilla el germen (Purgatorio, XXXII, 48): Si si conserva il seme d´ogni giusto Es que se conserva el germen de todo lo justo, la justicia El gesto simbólico del Hipogrifo vuelve manifiesto lo que obra en toda justicia: la Hipogrifo religa el timón de su carne al árbol desnudado (Purgatorio XXXII, 49-51): E vòlto al temo ch'elli avea tirato, trasselo al piè de la vedova frasca, e quel di lei a lei lasciò legato. Vuelto al timón que él había tirado Enseguida lo lleva al pie del árbol veuf Y lo deja ligado a sus propias ramas El Hipogrifo, puesto que es biforme (96),animal binato (47), nacido del hombre y de Dios, es la mediación que viene a conjuntarlos nuevamente por un nuevo nacimiento del hombre. El Hipogrifo lleva el timon hasta el pie del árbol despojado para devolverle su raíz. El árbol, por su raíz, está ligado en su ser al seno del fundamento que comunica con la fuente. El gesto del Hipogrifo opera la unión: reintegra al árbol el árbol, a su esencia propia.25 Así conjuntado a sí mismo, por su principio, el árbol reencuentra el secreto de su eterno renovación en la prístina claridad de la constelación del Belier. El Hipogrifo viene a unir lo que ha sido separado, la naturaleza y su raíz, el hombre y Dios. El árbol, que es cosa santa, debe permanecer preservado por el hombre. Cualquiera que mutile a este árbol blasfemia contra Dios (Purgatorio XXXIII, 58-60): Qualunque ruba quella o quella schianta, con bestemmia di fatto offende a Dio, che solo a l'uso suo la creò santa. Cualquiera que lo robe o lo dañe Ofende a Dios de hecho por una blasfemia Porque ello crea santo para su uso. Si el árbol como símbolo de la integritas es la Justicia, entonces la mutilación de esta unidad lleva al hombre hacia la falsificación de sus relaciones consigo mismo, con el otro y el mundo. Naturalmente destinada a cumplirse e la unión con Dios, la razón que escoge fundarse exclusivamente sobre ella misma, adultera su verdadero fundamento. Sin embargo, lo veremos más adelante, ella permanece la unidad, pero como espejismo de la unidad perdida. Así, por este quiebre, la razón renueva la Falta primera de la separación de la que todo hombre porta originalmente la marca de la mordida (Purgatorio, XXXIII, 61-63): Per morder quella, in pena e in disio cinquemilia anni e più l'anima prima bramò colui che 'l morso in sé punio. Por haberlo mordido, en pena y en deseo, La primera alma esperó más de cinco mil años A quien ha punido la mordedura sobre si Este giro debería permitirnos integrar el verso 55 a la red de significaciones de la palabra simbólica sobre la mordedura. El verso dice que “toda consciencia esta mordida por el fraude” porque toda consciencia está ya siempre en ruptura, herida como está por la falsificación original. Ahora bien, el falsificador de moneda se llama Maitre Adan. El nombre de este personaje histórico recuerda el del primer hombre, como lo notó ya Benvenuto de Imola: “Iste siquidem magister Adam gerens nomen primi parentis (…)26. “De hecho Maitre Adan lleva el nombre del primer hombre”. Los límites de este estudio no nos permiten hacer el comentario de todo el canto XXX del Infierno, pero por relación a este referencia que venmos de hacer, ¿cómo no ser tocados por estas almas en el círculo en el que Maitre Adan ha sido relegado, frecuentemente mordiendo a los dañados?27 Todos los temas de la Falts original están presentes en los versos precedentes a la aparición del Maitre Adan: el loco (espíritu del mal o demonio, como lo nota L. Pietrobono28), la mordida, la perversión del dritto amore por la falsificación29. El recuerdo del primer hombre en el nombre de Maitre Adan aparece ya menos fortuito. Teniendo en cuenta esta aproximación simbólica para la lectura del episodio, valdría la pena ahora examinar si en el mismo registro de interpretación, la moneda falsa no sería entonces una imagen de la Falta original. Pero antes de entrar en el comentario propiamente dicho del texto, veamos de qué significaciones estaba cargada la moneda en la Edad media. Nicole Oresme en su obra sobre la moneda, nos dice que ella es “instrumento artificial encontrado entre las riquezas naturales que permite más fácilmente las permutas”30. Observemos que la naturaleza permanece siempre como la referencia para una justa apreciación del uso y la materia de la moneda. Sobretodo el oro, como lo nota incluso Nicole Oresme, es un metal dotado en el más alto grado de las cualidades propicias para formar un modelo ideal. Inalterable, en razón de la pureza y de la bondad de la materia. 31, el oro no permite ninguna mixtura en su substancia, lo que hace que para tal metal, la aleación lo vuelve sospechoso e impide reconocerlo fácilmente32. Es interesante notar que Nicole Oresme cita, como ejemplo de lo que viene de decir, la substancia absolutamente pura del florín de oro: “El oro, dice, que no es en absoluto propio ni apto para forjar florines, por lo que tiene de aleación, sean hechos de anillos o de otro tipo de uniones”33. Tenemos ahí un punto firme. La moneda de oro exige entonces que la pureza de su substancia sea preservada contra toda aleación. La aleación no puede más que disminuirla y volverla irreconocible. ¿En dónde se podrá reconocer entonces el valor intrínseco de una moneda pura o compuesta? En el nombre y en la efigie. El sentido del nombre, de acuerdo a Nicole Oresme, habla de la etimología de NOMISMA34. Nicole Oresme hace observar, por lo demás, que la “impresión de una figura o imagen fue instituida “como signo de la verdad de la materia y del peso”35. Sin embargo, si es verdad que el nombre anuncia y significa la bondad de la moneda, no tiene el poder de significar por sí mismo. Ese poder pertenece de derecho a quien recibe la autoridad para autentificar el signo. Es entonces el Príncipe quien detenta la potencia de garantizar la figura monetaria36, es preciso aún que esta potencia se ejerza según la justicia, que impone al príncipe subordinar sus intereses privados a los del bien común, de los que él asume la salvaguarda y le impone no perturbar el orden garantizado por la ley más antigua37. El juego de intercambios monetarios debe estar sometido al mismo principio de firmeza y estabilidad38. Con mayor razón, el Príncipe se vuelve culpable cuando corrompe el sigo alterando la materia misma de la moneda, sea en la proporción de su aleación, sea en la naturaleza de su metal. Si la relación auténtica del signo y de la materia es destruida, el símbolo, pervertido en la ficción, finge una imagen de integridad bajo la autoridad aparente debajo de la cual se refugian todos los abusos del fraude. Ahora bien, tal fraude es la falsificación, no solamente de la verdad de la moneda, sino al mismo tiempo de la moneda de la verdad, lo cual es cosa santa, Y es por ello por lo que, como nos lo enseña Nicole Oresme, se escribía sobre ciertas monedas “el nombre de Dios o de algún santo y el signo de la cruz, manera encontrada y antiguamente instituida, como testimonio de la verdad de la moneda, en materia y peso”39 Es lo que conduce al mismo autor a declarar que los falsificadores no cometen solo mentira y perjuro, falso testimonio, prevaricación, sino incluso un abuso del nombre mismo de Dios según el Mandamiento que dice “no tomarás el nombre de Dios en vano”40. La moneda, portadora del nombre de su integridad, esta entonces también cargada de una significación, a la vez ética y sagrada, que se encuentra inscripta, por otra parte, como lo nota Nicole Oresme, en la etimología de MONETA: Moneda es causa de amonestación, porque ella amonesta a quien defrauda o decepciona haciéndolo o en el metal o en el peso de la misma”41. Corrompiendo el signo de la moneda, la “consciencia mordida por el fraude” sigue la pendiente original de este amor exclusivo de Sí que seduce a todo ser humano. El Príncipe fraudulento, abusando de la moneda, pervierte el orden natural de los valores, porque él se encuentra, por así decir, obligado a hacer pasar la buena moneda por mala y la suya propia por buena. “Maldición a vos que dices el bien diciendo el mal y el mal como si fuese el bien”42. Este texto sagrado que Nicole Oresme dirige a los falsificadores de moneda, nos lleva al corazón de la Falta. Maldición, en efecto, porque aquí, por la metamorfosis de la que la malicia es capaz, la fuente del mal simula la fuente del bien, desaparecida ella misma en una imagen. Si la moneda porta la efigie de su integridad, y a ese título ella lo es igualmente, como signo, la referencia a un orden ético y divino a salvaguardar, que es profundamente adulterado en la falsificación de moneda, es la ley divina misma, la Fuente de la verdad que funda el orden natural de los valores. Nicole Oresme desprende muy bien esta relación. Los efectos desastrosos de la corrupción del nombre de la moneda son tales que perturban la integridad de la Creación donde cada cosa ha sido hecha en medida, peso y número y finalmente constituye la falsificación una derogación de Dios mismo43. Decimos que los falsificadores de moneda, que alteran bajo un signo fiduciario la substancia de la moneda, provocan una verdadera mutación de principio cuyas consecuencias funestas para el conjunto de la comunidad, se propagan a la manera de una enfermedad contagiosa. Y no es sin razón entonces que en la Edad Media se la llamaba morbus numericus44 a esta contaminación señalada como desastrosa, al igual que la peste que no respetaba ningún lugar. Para aprehender mejor el sentido simbólico del episodio del Maestro Adán y, en particular, el del género de deformidad de la que el personaje está afectado, será entonces necesario detenernos en la imagen de las enfermedades empleadas para sugerir el mal causado por la moneda falsa. Plutarco y Aristóteles comparan la cosa pública a un “cuerpo que, a semejanza de la providencia divina y por su beneficio es animado y se hace por equidad soberano (….)”45. Nicole Oresme desarrolla extensamente, a partir de esta similitud, los efectos que provoca sobre este cuerpo (social) el hinchamiento desmesurado de las riquezas abusivas del Príncipe: “El cuerpo, dice él, está mal dispuesto cuando los excesivos humores sobreabundan a un verdadero y miembro real de estos, de tal modo que ese miembro frecuentemente está inflamado y demasiado engrosado, los otros permanecen secos y atenuados, porque tal cuerpo no puede sino en una debida e igual proporción, vivir largamente”46. Si el Príncipe como miembro real de este cuerpo, atrae hacia sí las riquezas de sus súbditos, se vuelve una especie de “monstruo contra natura, como un cuerpo cuya cabeza fuera tan grande y el resto tan débil que no la pudiese sostener”47. Esta desproporción monstruosa del cuerpo de la comunidad es la obra desmesurada del fraude monetario que falsifica el signo de la integridad48. Destaquemos también que Aristóteles en su Ética a Nicómaco, asimila la malicia a una enfermedad como la hidropesía y la tisis”49. La coincidencia es muy sorprendente, y no está excluido que Dante haya podido encontrar en el comentario de Santo Tomás un punto de enganche de su inspiración. Las observaciones precedentes van a permitirnos abordar el comentario del episodio con un rigor más grande del que se ha empleado hasta ahora.50 Teniendo presente en el espíritu que la escena que va a desarrollarse se sitúa en la perspectiva de la malicia latente de donde ha salido el arte fraudulento del primer hombre caído, arte dudoso que el personaje del falsificador de moneda, Maitre Adán, tratado como exemplum en este episodio, del que en suma no hace sino renovar históricamente partiendo de la primera mordida. A esto se agrega que ese mal “propio del hombre” está simbolizado por una serie de imágenes que, por sugerir el morbus numericus se semejan muy cercanamente al género de las que nosotros venimos de citar. Maitre Adán, el falsificador de moneda, está afectado por una “hidropesía pesada” que lo asemeja a un laúd (Infierno XXX, 49-51): Vi a uno a guisa de laúd formado De estar su cuerpo trunco por la ingle En el sitio en que el hombre se bifurca Maitre Adán se asemeja a un laúd sin serlo completamente a causa de esta bifurcación de abajo. El cuerpo del personaje recuerda, en su descripción, a la monstruosidad y a la división de la que habla Nicole Oresme. Uno de los rasgos más marcados de la hidropesía, es la acumulación de una cantidad anormal de líquido seroso en el tejido y en los órganos, de manera que hay más líquido que entra en los vasos sanguíneos del que corre por la sangre. Así la enfermedad impide la transformación normal de los humores de manera que la sangre pueda alimentar a todas las partes del cuerpo. De ello resulta esta desproporción de los miembros de los que algunos se hinchan y otros se atrofian. Ahora bien, es precisamente esta desproporción entre el vientre y el rostro, lo que Dante pone de relieve primero en su retrato del sufriente de hidropesía (52-54): La grave hidropesía que dilata (dispaia, dispersa) Con el maligno humor todos los miembros Y hace que rostro y vientre no concuerden Retengamos entonces que esta desproporción está provocada por el agua corrompida, en tanto que, separada de la sangre, impide la conversión normal de los humores. De ello resulta que esta abundancia de agua estancada, que se corrompe en el cuerpo, lo priva al mismo tiempo del agua nutricia que humidifica los tejidos, de donde esta sed de la que el poeta fija el efecto físico en la actitud llamativa de los labios abiertos, fijados por la sequedad (52-57): La grave hidropesía {…} le obligaba a entreabrir los pobres labios como el ético hace, que sediento uno lleva al mentón, otro hacia arriba Uno entrevé ya que la malicia de Maitre Adán es de aquellas que han pervertido la relación del hombre a la fuente, de donde esta enfermedad del agua, esta hidropesía moral que da la fiebre ética et(h)ique , equívoco que permite a Dante jugar sobre los dos sentidos del término. En todo caso, el mal como la enfermedad del alma provienen de una concepción tradicional de la ética, de la que el poeta ha extraído la substancia de un lenguaje poético: la transposición física cuyo sentido moral es elaborado según un paralelismo minucioso que, al menos a nivel consciente, no parece en absoluto querer dejar al azar de la inspiración. El cuerpo de Maitre Adán es el signo adecuado de una desarmonía monstruosa del alma. Esta discordancia provocada por el morbus numericus, del que hemos destacado ciertas analogías de imágenes en Aristóteles y en Nicole Oresme, se manifiesta en el episodio por una desproporción de miembros, que hace que la hinchazón de la “panza”, no solamente contrasta violentamente con el excesivamente magro aspecto del rostro, sino que los dos parecen estar incomunicados, ya, encontrándose uno respecto del otro en un estado de división puesto en relieve por el verbo dispaia del v.52 51. (La grave idropisi che si dispaia) (dispersa) Este enorme vientre tan vano en su hinchazón, que “resuena como un tambor”52, materializa una pesantez de la que la atracción hacia lo bajo propio de la cupidigia cupidité avidez porta un nombre en la Divina Comedia: es la gravezza gravidez de la loba “cargada de todos los deseos en su caquexia” (Infierno, I,52) {Ed una lupa, che di tutte brame Sembiava carca ne la sua magrezza Y de una loba que de grandes ansias Semejaba repleta en su flacura} Así, Maitre Adán, magro de rostro, pero abundante por lo bajo, porta en su cuerpo los estigmas dobles de los malos deseos sin fondo, de los que vamos a ver ahora que se concretizan para el que sufre de hidropesía, por la tortura de una sed inextinguible. Los cursos de agua de Casentin, paraíso de frescor, devienen para Maitre Adán una obsesión de agua viva, de la que la imagen vana hace renacer sin cesar esta sed que lo reseca, aumentando cada vez más (64-69): Los arroyuelos que de los collados Del Casentino bajan hasta el Arno, Con sus canales frescos y apacibles siempre tengo presente, y no en vano, pues la imagen de ellos me reseca más que el mal que la cara me enflaquece Retengamos este rasgo más que el mal que enflaquece el rostro del falsificador de moneda, es esencialmente la imagen propiamente dicha de las aguas vivas perdidas, las que permanecen, para el que sufre de hidropesía corrupto por su propia agua y paradojalmente resecado por esta sobreabundancia, el verdadero tormento: este de una fascinación que atrae perpetuamente (sempre) el deseo de su propia privación bajo el fantasma de una fuente suprimida en su reflejo. Tal es la ley de contrapasso proferida por Maitre Adán mismo (70-75) La rígida justicia que me acosa Saca ocasión del sitio en que pequé Para arrancarme muchos más suspiros Romena es esa, allí falsifiqué La liga con el sello del bautista Y por eso mi cuerpo fue quemado Por tanto, cualesquiera fuese el tormento infinito del agua viva, maitre Adán está presto a sacrificar fonte Branda para ver, en el Infierno, a sus instigadores (76-78): Más si aquí viese el alma lamentable de Guido y Alejandro o de su hermano por fuente Branda no diera tal vista Los comentadores se preguntan si fonte Branda es la fontana de Sienna situada cerca de la casa de Santa Catalina o la fontana situada cerca de Romena 53. Este deseo de identificación a la letra no es inútil, pero se nos acordará sin duda que, para Date, el lenguaje de la historia no accede a su lugar propio más que cuando devela el sentido de esta historia, en otros términos, cuando el nombre geográfico o histórico simboliza un sitio espiritual. Fonte Branda no es entonces solamente tal o cual fuente, sino esta fuente cuyo nombre le permite al poeta integrar la realidad concreta junto a la fontana más deseable de todas. La proximidad del lugar de la fuente y del lugar de la Falta va a colocarnos sobre la vía del sentido simbólico del episodio. Nosotros lo hemos hecho remarcar antes, la malicia pervierte la relación entre el hombre y la Fuente. Pero lo que es propio del episodio que nos ocupa, es la manera en que esta ruptura habla poéticamente en el símbolo del falsificador de moneda. El mal hídrico de la separación está explícitamente tematizado en el símbolo de la corrupción del agua viva, esta acqua marcia (Infierno XXX, 122) estancada en su superabundancia en el vientre del que sufre de hidropesía. Encadenado a una imagen de una fuente, inmovilizado para siempre delante de ella, Maitre Adán está cegado por esta enorme panza, que le provoca, retomando las palabras del poeta “una clausura delante de los ojos”. ¿Cómo no recordar aquí los versos del Paraiso (XXVII, 121.123) que traducen, pero de otro modo, la ceguera provocada por el mal deseo 54? Oh Concupiscencia que anuda a los mortales Tan profundamente bajo tuyo, que ninguno tiene el poder De sacar los ojos por fuera de tus ondas! Maitre Adán, y no en absoluto Maestro Adano (Infierno, XXX, 61) como él se presenta gustosamente él mismo, sino para hablar según la voz del poeta, mastro Adán (Infierno XXX, 104)55, Adan el artifex, Adán al que estaríamos tentados de llamar el contra-Maitre, porta en él todos los signos de esta enfermedad del alma. Ella se manifiesta ante todo, por esta parálisis de los miembros, que el poeta no cesa de hacer presente a nuestros ojos, la horrible pesadez (Infierno XXX, 52, 106), que fija la estatura del que sufre de hidropesía en una especie de inmovilidad trágicamente grotesca, porque ella es la marca de su impotencia radical. El que sufre de hidropesía, paralizado en su marcha, es absolutamente incapaz de satisfacer su odioso deseo de reencontrar en el Infierno a los verdaderos autores de su infamia: el alma funesta, el anima trista (76) de los condes de Romena. La idea que podría avanzar una onza 56 en cien años, bastaría ya para incitarlo a ponerse en marcha, aún cuando la fosa tuviese once mil millas y no menos de una media milla de largo (Infierno XXX, 82-87) Si fuese al menos ágil aún Como para en cien años avanzar un poco Ya marcharía yo por tal sendero Buscándolo entre esta gente abyecta Aunque la fosa aquí tenga once milla Y no menos de media de ancho Y sin embargo, cualesquiera fuese la enormidad de esta impotencia, ver a los autores de su crimen es más deseable aún que (la vista?) de la fonte Branda (76-78) Pero si aquí viese el alma trista De Guido o de Alessandro o de su hermano La palabra vista, ubicada en la rima, es tratada bajo una forma absoluta. Por otra parte, las hipérboles destinadas a mostrar los límites de la impotencia- la marcha completamente trabada- portan aquí toda su carga de significación a partir de la palabra vista. El deseo de la “vista” no tiene otro igual que la impotencia radical de ver la sombre funesta que Adán quisiera llevar al campo de su mirada. Si seguimos ahora el movimiento del ritmo que interioriza las ficciones, interrogando, siempre a partir de ellas, el lazo que Dante establece entre la imposibilidad de esta vista y su objeto. Este que Adán persigue, es el Príncipe. En el sentido simbólico, comprendemos que el instigador es la causa de la destrucción espiritual del falsificador de moneda, el príncipe de la muerte o de la malicia misma. Nosotros hemos puesto de relieve antes que, para Santo Tomás, uno de los rasgos mas temibles de la malicia es su latencia: la malicia no se muestra jamás, no solamente porque ella se oculta, sino sobretodo porque como negación de la obra, bajo un signo tomado prestado y contradictorio, la malicia es sin rostro, imposibilitada de aparecer como tal. Este al que Maitre Adan persigue como el verdadero autor de la falsificación, el principio del mal preferible a la Fuente que lo altera, se hurta perpetuamente, porque ella no es otra cosa que el rehusamiento de ser, luego del hurtamiento derobade radical. Así, el falsificador porta en sí el principio de su fraude como un vacío hinchado en sueño de lo Absoluto. Esta sombra infernal que Adan persigue en vano con su odio y su deseo, es entonces Maitre Adan mismo, a la mirada del cual escapa para siempre el Falsificador, como el otro de lo Absoluto. ¿No sería mas que por ese motivo que los condes de Romena permanecen para siempre sin rostro en la Divina Comedia 58, si bien es verdad que Dante ha querido sugerir, por esta vía, el mal en su latencia, es decir, la imposibilidad de esta aparición? Suponiendo que el falsificador de moneda no estuviese en absoluto paralizado en su marcha, incluso entonces su visión permanecería sin luz, porque él portaría con él esa panza enorme y vacía que le oculta el rostro y le produce “una clausura delante de los ojos”. ¿Cómo, en efecto, el falsificador de moneda podría ver, con su mirada ciega, el principio que lo ha vuelto ciego?59 La única cosa que el falsificador de moneda experimenta de manera aguda a través de la pesadumbre de su ser, es el sentimiento de una impotencia absoluta (XXX, 81): ¿Más de qué me sirve, puesto que tengo el cuerpo atado? El hidrópico tiene los miembros atados, en razón de la mala composición de sus humores, diríamos, en términos de numismática, en razón de la mala aleación de su complexión. El texto mismo nos invita a efectuar esa relación. La palabra legare tiene un eco del sustantivo lega presente en el mismo pasaje 60. Dante, por la operación poética de la etimología, da a entender que el hidrópico ha falseado el lazo de su ser falseando la aleación de la moneda (73-75); Romena es esa, allí falsifiqué La lega la aleación la alianza, con el sello del Bautista Y por eso mi cuerpo fue quemado En primer término observemos que el falsificador de moneda habla no sobre cualquier moneda sino sobre el florín de Florencia. Nosotros hemos tenido ya ocasión de hacer remarcar, a través de la referencia a los textos de Nicole Oresme y de Aristóteles, cómo la moneda, medida de las cosas, exige, además de la materia preciosa, la rectitud del signo y del sentido, y cómo la alteración de una de estas formas atenta contra el orden ético y religioso de la Justicia. Recordemos igualmente, respecto del florín, la pureza de su metal. Esta moneda de oro auténtico, cuyo alto valor era reconocido por todos, aparece entonces como el signo por excelencia de un alcance universal, símbolo de la medida perfecta 61, porque aquí el signo y el nombre, ligados a una sustancia absolutamente sin mezcla, portan, dan garantía de su integridad. Esta es simbolizada sobre una de sus caras por el lis de Florencia y sobre la otra por Juan Bautista, precisamente quien hizo renacer el espíritu mediante el agua viva. Desde entonces, qué más maravilloso para una imaginación poética como la de Dante, que hacer reflejar, en el símbolo monetario, el ser del símbolo mismo, con sus exigencias de verdad! Ahora bien, algunos pasajes de la Divina Comedia nos muestran que Dante efectivamente acuerda a la moneda el valor de un símbolo fundamental que él transporta al registro espiritual. En Paraíso (XXIV, 83-84), San Pedro, que se declara satisfecho respecto del poeta por su justa comprensión de la Fe, habla en términos numismáticos: ¨…La Alianza y el peso De esta moneda han pasado bien entre tus manos Pero el portador de claves quisiera saber si esta Fe forma parte de la sustancia del poeta (85): Pero dime si tú la tienes en tu cartera Dante responde (86-87): (…) Si, la tengo, tan brillante y redonda Que nada me hace dudar de ella. Habrán observado que la similitud es extraída de todos los elementos que forman el carácter auténtico de la moneda: el peso, la aleación, la alianza, el brillo del metal (su pureza) y su redondez, signo de su perfección. Así, desde el punto de vista poético, la estructura simbólica de la moneda se vuelve signo de una verdad religiosa en una comparación que permite ver claramente la relación entre la figura y su sentido. Inversamente, para que la imagen de la moneda pueda ser asimilada enteramente a la idea de la fe religiosa, es preciso que, de una cierta manera, la moneda fuese efectivamente portadora de una significación ética 62. El florín, medida universal, es el modelo perfecto del símbolo monetario. Instrumento de intercambio incomparable, en razón de su valor intrínseco, el florín de oro, que hace brillar la integridad de esta Justicia, deviene poéticamente, la esencia del signo, En sus relaciones de conveniencia entre materia y forma, se revela como el indicador por excelencia del principio divino de su relación. Degradando la substancia pura del florín de oro, Maitre Adan ha profanado al mismo tiempo, la fuente de la Justicia y falsificado el lazo de amor natural entre los hombres tal como lo ha querido Dios. La Falta ha provocado la perversión del signo, metamorfoseado en ficción el símbolo, intercambiado su rectitud por una apariencia de tal bajo la cual la malicia ha encontrado su abrigo. Esta elección es aún amor, ciertamente, pero el amor que, para retomar aquí una palabra del Purgatorio, “hace aparecer como recta, la vía tortuosa” (X, 3). Se trata entonces de otro amor, éste que el hombre refiere enteramente sobre sí por el giro de una imagen que finge el amor por otro. Así, la razón en su malicia no puede autorizarse más que de un principio falsificado que duplica al Absoluto por vía de un Absoluto ficticio. Falsificando la medida de la Justicia, maitre Adan, engancha a toda la comunidad en una aventura del ser y la apariencia. Es al menos lo que se desprende de las palabras de Sinon (Infierno XXX, 115-117): Si falso hablé, tú falseaste el cuño, Dijo Sinon, “yo expío un solo crimen, Tú en cambio muchos más que ningún otro demonio! Si reconocemos que el falsificador de moneda recuerda por su nombre al primer hombre, luego, las dos falsificaciones que forman la articulación del primer verso se parecen a una sola y misma malicia fraudulenta, que es la Falta original. A partir de lo que los dos versos siguientes, comprendido aquél según el mismo registro de comprensión, significarían que la palabra, pervertida en su Fuente, conlleva, entraña una falsificación ilimitada del lenguaje. Esta falsa moneda de la que Sinon ha hecho uso, ¿no es el producto de quien ha comenzado por falsificar el cuño de la palabra de verdad? No es necesario más para comprender en qué, tal acción subversiva, es la obra de un demonio. Pero volvamos sobre nuestros pasos para examinar más en detalle lo que constituye el carácter inaprehensible de Sinon y lo que representa en el contexto con el falsificador de moneda Maitre Adan. Sinon es anunciado en una breve fórmula, cuya ambigüedad griego de Troya traiciona el carácter doble del personaje inventado por Virgilio (Infierno XXX, 98). El crimen de Sinon, como lo anota P. Renucci, “es por haber sido presentado como un desertor del campo griego, y haber hecho decidir a los Troyanos a llevar a la ciudad el gran caballo de madera imaginado por Ulises” 63. Además, Renucci, llama nuestra atención sobre el hecho que Dante ha ennegrecido considerablemente al personaje por relación a su modelo virgiliano. El Sinon de Dante no es solamente falso por una táctica, sino a semejanza del crimen de Judas, perjuro en un delito de notoriedad universal (118-120): “Acuerdate, perjuro, del caballo, Repuso el de la panza inflada, Tanto peor para vos si todos lo saben. Así, el griego aparece en el episodio bajo la figura universal del simulador que finge, por medio de la palabra, ser lo que no es, y perjuro, porque el lenguaje del que abusa, implica una ofensa respecto de los Dioses. Pero ahora veamos, cuál es la relación entre Maitre Adan y Sinon, y por qué Dante ha querido darle tan largo desarrollo a este altercado que produce tal atracción sobre él que será la causa de violentos reproches por parte de Virgilio. Dante no descubre sino a continuación a los dos réprobos a los que llama, no sin malicia, creemos nosotros, tapini. El término significa, aquí “miserables”, “extraviados” pero ¿se podrá decir a los escuchas de las palabras que Dante no ha retenido también el sentido etimológico que tiene de “oculto” “obscuro”? El apelativo tendría entonces un relieve muy particular cuando uno se imagina la rabia que provoca en Sinon el hecho de ser presentado bajo el nombre del falso griego de Troya y en la intervención irónica de Dante que se pregunta si el furor de Sinon no podría por azar explicarse por esta manera tan obscura de ser nombrado (101) A fuer de ser nombrado tan obscuro A fortiori, diríamos nosotros, si esta presentación “obscura” toma la dimensión de un obscurecimiento de renombre universal, una suerte de gloria al revés. Prosigamos nuestra descripción. Los dos tapini están colocados estrechamente contra 64 Maitre Adan, stretti a`tuoi destri confini, estrechamente confinados a tu derecha, como lo nota Dante. La imagen no es sólo cómica, sino de una habilidad consumada, en el sentido en que ella le permite a Dante salvaguardar la modulación del significado simbólico. Los dos tapini forman una especie de apéndice de la masa ventruda de maitre Adan, apéndice cuya bifurcación responde a lo que se percibe en el bajo vientre del hidrópico. Esta bifurcación simbólica del Ser de maitre Adan se extrae con ventaja del hecho que Sinon, a primera vista no tiene nada que ver con la mujer de Putiphar, la unidad de esa pareja no aparece más que a nivel de la falta común (97-98). Una es la falsa que acusó a José, El otro, Sinon el falso griego de Troya Misma observación para la relación de Maitre Adan con los dos tapini. La respuesta de Maitre Adan, forzado a llamar la atención sobre las dos sombras estrechamente colocadas contra él, da a entender que ellas no tienen ninguna relación con él, que él ignora el origen de tal vecindad. ¿No será que Maitre Adan no termina de reconocer los dos productos de su propia malicia, mientras que ellos dan la impresión de formar con él un solo y mismo personaje? Los dos tapini forman hacen un cuerpo con Maitre Adan. Pero hay otro rasgo para poner de relieve respecto de este desconocimiento: el hidrópico, aunque muy consciente de la incapacidad de sus miembros, tiene todo el deseo de marcharse, cosa que él deniega categóricamente a los dos tapini (94-96): “Así los encontré” respondió, “quietos Cuando a este sitio yo caí llovido, Y no creo se muevan en lo eterno. Sinon y su compañía son, ambos, falsificadores de la palabra. Se sabe que una vez puesta en circulación, la palabra falsa, así como la moneda falsa, se parece tanto a la auténtica que la verdadera se vuelve irreconocible o invisible. Todo entra en el movimiento de un intercambio en el que el signo que porta una garantía borrada, en su legalidad aparente, las huellas de su origen sospechoso, tanto y tan bien que el falsificador de moneda mismo no es capaz de identificar los productos de su artificio. Nos pareció que, situada en el marco de tal esclarecimiento, la escena del altercado tomaba su plena significación. La pelea estalla en el momento en que Sinon se escucha denunciado, a los ojos del mundo, en la actitud de esa latencia. Sinon golpea con el puño la panza de su acusador, cuyo vientre, endurecido por el agua corrompida, suena vacío como un tambor. Respuesta brutal de maitre Adan quien golpea a Sinon en el rostro. El hidrópico, fijado en su pesadez, dispone aún de sus brazos para la venganza (106-118): (…) diciéndole, “Si bien me está vedado mover los miembros bajo tanto peso para este oficio tengo el brazo suelto Ubicados vuelta a vuelta en postura de acusado y de acusador, los dos simuladores no reconocen en la malicia del otro su propia simulación y juegan, por relación al otro, el juego de la verdad. La palabra ver, repetida tres veces por la boca de Maitre Adan, suena como el vacío de la moneda falsa. Sin embargo, todo ocurre como si el falsificador de la “verdad” no viese él mismo la falsedad, esto es tan cierto que en lo más negro de la mentira la finta de la verdad de la palabra permanece en lo verdadero de un modo que recuerda que la primera y la última palabra de todo lenguaje, aún el más corrompido (119-113): El otro le respondió: Cuando te encaminaste Hacia la hoguera, no estabas tan libre Y sí y más al tiempo en que acuñabas.” Y el hidrópico: “En esto no mientes, Más no fuiste testimonio tan verídico Cuando se te demandó en Troya de decir la verdad Se ve que Maitre Adan, el falsificador de la palabra parole verdad, no se reconoce bajo la figura doble del griego de troya: el falsificador del lenguaje language. A esto se agrega que esta fiebre aguda, cuyo vaho punzante se desprende como una emanación de íntimas tinieblas de los dos tapini, impide ver. Sin contar que esta pestilencia recuerda, por contraste, el perfume de la palabra auténtica 65. Interroguemos entonces el enigma de esta figura inaprehensible del fraude, cuyo movimiento de hurtamiento nos es revelado en el contrapunto extremadamente cerrado del ritmo del altercado. Si permanecemos fieles al sentido de la relación que acerca a las dos figuras de la malicia fraudulenta, el falsificador de moneda encontrándose respecto del falsario de la palabra en una relación de principio a efecto, entonces aprendemos por la voz del poema que la “consciencia mordida por el fraude” es tomada en el vértigo de un movimiento circular cuyo principio cegador se ciega sobre los propios efectos, tomando por verdad la moneda de la mentira. Estas dos fases del movimiento de auto fascinación de la consciencia fraudulenta están representadas, en el episodio, por Maitre Adan y Sinon. Maitre Adan, fascinado por el deseo de Sí, prefiere esta Absoluto a la fonte Branda. Aún cuando sea acercado a una imagen de agua fresca, Maitre Adan prefiere a la verdadera fuente y a su reflejo, la visión del príncipe, el otro Absoluto, aun cuando fuese inaprehensible. Sólo este podría apagar la sed del hidrópico cuyo deseo es tan vano como su objeto. En Sinon, por el contrario, la consciencia pervertida, cautiva de su obra en el juego de intercambios, no se siente incluso responsable de esta perversión. La Fuente, suprimida en el lenguaje que la finge, está tan bien rehecha en esta ficción que adquiere un poder autónomo. La verdadera fuente se ha vuelto esta agua como imagen de la cual la consciencia que sueña es capaz de abrevar. De donde la reflexión de Maitre Adan a Sinon (124-129): Y el falsificador de moneda: “Ahora se desquicia Tu boca para mal, como acostumbra Y si tengo sed y los humores me hinchan Tú estás sediento y tu cabeza sufre Y para que el espejo de Narciso te pongas a lamer No habrá para invitarte que decir muchas palabras Uno comprende ahora en qué sentido Sinon es capaz de des-alterarse en el espejo de Narciso. Si Dante une estrechamente en el episodio a estas dos figuras del fraude, el corruptor de la Fuente y el perjuro falsificador de la palabra, es que la suerte de esta palabra está íntimamente ligada a la tragedia de la ruptura original. De la lectura que precede resulta que el specchio di Narcisso no se deja reducir de ninguna manera a una simple metáfora del agua, por lo menos si se reconoce que el episodio debe ser comprendido también en el registro del sentido simbólico del que importa, al exégeta que escucha la modulación en todos sus detalles. La imagen de las aguas de Casentin y la del espejo de Narciso no son idénticas, pero las dos pertenecen al tema de la Fuente perdida, tema cuyo desarrollo progresivo es conducido de tal manera que la imagen de Narciso acaba por explicitar la intención de la primera. Así, Maitre Adan y Sinon forman igualmente una sola y misma figura esclarecida bajo dos ángulos diferentes. La consciencia que primero ve los productos de su malicia termina por no saber reconocerlos más. Este punto culminante de la fascinación del mal por el mal es significado por Dante a través de un elemento sugestivo del mito de Narciso y sirve de elemento final del episodio. Lejos de ser aquí un simple ornamento de retórica florida, la alusión mitológica es, por el contrario, remarcablemente apropiada al sentido mismo de la falta. Porque, en fin, el Sinon culpable de “lamer el espejo de Narciso” acaso ¿No está directa y enteramente concernido por el error de Narciso mismo? Narciso cautivo del espejo toma sus reflejos por la verdad, como Sinon, encadenado a su propia malicia, no reconoce más las mentiras. Los dos están perdidos en un sueño de la realidad. Pero a Dante no le basta con sugerir esta forma aguda de enceguecimiento por medio de la alusión mitológica, el gesto bestial que expresa el verbo leccare inviste a la imagen de un valor hiperbólico que fuerza, por así decir, a la revelación del significado simbólico. Decir que Sinon iría hasta lamer el espejo de narciso, es dar a entender que, en el damnificado damné, el amor de Sí se acaba sobre una relación autique autística absoluta. Sinon el falsificador, sería capaz de lamer su propia inconsistencia sin ver que lamería el vacío. El comentario del episodio querría mostrar que la Falta, que falsifica la razón en su principio, termina sobre una ceguera total, tanto que ella encierra a la razón en un sueño eterno. Pero ¿qué diríamos del espectador cuya mirada sufre el espectáculo? Es también un soñador y en esta medida, Dante, el espectador cómplice, como vamos a ver, es llevado por el sueño de un sueño. Todo el episodio aparece entonces, en el poema, como la proyección dramática del sueño de la razón cautiva de sus propios sueños, y desde entonces radicalmente impotente para arreglárselas por sí misma. Veremos que el final del canto confirma esta interpretación. No hay ninguna duda que la escena, que viene a desarrollarse delante de la mirada de los dos visitantes, ha producido sobre Dante, un efecto de una singular atracción, puesto que es necesario la intervención de Virgilio para arrancar al discípulo de esta pelea brutal y astuta de la que lo menos que puede decirse es que Dante ha tomado en ella un interés excesivo. La palabra atracción attirance es por otra parte muy débil comparada con la confesión de Dante mismo (130-132): A escucharles me estaba muy atento Cuando el maestro dijo: Ten cuidado Que por poco con ti no me querello! La expresión del tutto fissso denota aquí un modo particular de atención aguda, la del espectador inmóvil, cuyo entero ser está capturado por lo que ve y escucha. ¿Qué significa tal cautivación? Benvenuto da Imola entiende que el poeta encuentra placer en escuchar la inventiva verbal, aquella que la malicia frecuentemente se muestra capaz de desplegar 66. Igualmente se alega el odio de Dante respecto del “griego de troya”67, o incluso el recuerdo de la amistad del poeta y de Forese Donati cuyo altercado recordaría el intercambio de sonetos obscenos 68. Pero la intervención brutal y colérica de Virgilio debería permitirnos responder, no solamente por estos motivos, que sin duda son válidos, sino también por la naturaleza de la intención que liga al espectador con los signos de este altercado. Si Virgilio en cólera reprende a su discípulo ¿No es que Dante chupado por las imágenes viene a entretener con ellas una cierta connivencia que ofusca la visión? Lo que por consecuencia implica que el discípulo no está liberado de la Falta que le es dada a ver, puesto que las imágenes de esta Falta continúan, parece, ejerciendo una perturbadora acción sobre el poeta. Sin embargo no confundamos el conflicto íntimo del espectador en lucha con la falta y el espectáculo del daño tal como se le da a ver. En Dante espectador, la absorción de la mirada aquí no es más que un momento crítico en el que la razón retomada por su error, sufre la pendiente que el poeta quiere remontar. Asimismo el carácter dudoso del error que comete el discípulo, se manifiesta en la respuesta de Virgilio, cuyo gesto agresivo es el movimiento de salvaguarda de la recta razón contra el torcimiento que la amenaza. Virgilio aquí se muestra tal como se presenta frecuentemente en la Divina Comedia: el despertador que rompe el círculo de la reflexión maléfica para mantenerla sobre la pendiente de este ensueño que transmuta en sueños los pensamientos de la razón, como se dice en el Purgatorio (XVIII, 145): E´l pensamento in sogno trasmutai Et ma pensé se changea en rêve 69. Y el pensamiento en sueño transmutado Notemos que este tema de la razón que duerme desvelada retorna frecuentemente en el curso del camino espiritual de Dante. Recordemos especialmente las palabras de Beatrice (Paraíso XXIX, 82): Sotto così bel ciel com' io diviso, ventiquattro seniori, a due a due, coronati venien di fiordaliso. Tutti cantavan: «Benedicta tue ne le figlie d'Adano, e benedette sieno in etterno le bellezze tue!». (…) là giù dormendo si sogna Acá abajo, durmiendo se sueña Por otra parte, Dante hace observar que la cupiditas adormece la vigilancia de la razón por una especie de envolvimiento cuyo poder tiene el dulzor del canto de sirenas71. Pero volvamos al texto. La cólera de Virgilio transforma al poeta capturado en espectador vergonzoso (XXX, 133-135): Quand' io 'l senti' a me parlar con ira, volsimi verso lui con tal vergogna, ch'ancor per la memoria mi si gira. Cuando yo lo escuché hablarme con ira Me volví hacia él con tal vergüenza Que esta aún se agita en mi memoria La sorprendente expresión per la memoria mi si gira, no solamente revela la profunda resonancia de la vergüenza sobre el alma del poeta, sino la manera en que la siente aún a la distancia de ese movimiento en el lugar del vértigo de la fascinación provocada por la adhesión de la mirada al error. Sin embargo, si Virgilio es quien muestra las imágenes del Infierno ¿Por qué no le estaría permitido a Dante detenerse en ello para descubrir mejor su sentido? Es que las imágenes le son mostradas únicamente para que él aprenda a desprenderse de ellas, y se détourner apartarse es propiamente el sentido verdadero de las imágenes del Infierno, sentido que surge igualmente aquí en la vergüenza de la mirada dirigida72. Vamos a ver producirse, en la última parte del episodio, una nueva ruptura, en suma análoga a la precedente, sino por su objeto, al menos por sus efectos. Simplemente que el evento interior será explicitado en una comparación de la que importa medir el alcance. ¿Qué ha pasado? Lo siguiente, que Dante, que viene de nacer a la verdad en la vergüenza provocada por Virgilio, desea excusarse por sí mismo en palabras. Ahora bien, esto que, a primera vista, parece lo más natural del mundo, merece los reproches de Virgilio. Pero ¿Por qué entonces? ¿Es que detenerse para “reflexionar” sobre la vergüenza queriendo expresar esto, es aún hacer pantalla a la luz que viene de lo alto? 73. Pero antes de proseguir, veamos en qué lenguaje Dante traduce su perturbación interior (XXX, 136-141): Qual è colui che suo dannaggio sogna, che sognando desidera sognare, sì che quel ch'è, come non fosse, agogna, tal mi fec' io, non possendo parlare, che disïava scusarmi, e scusava me tuttavia, e nol mi credea fare. Y tal es este que sueña su daño Y que soñando desea soñar Deseando que lo que es fuese como si no fuese tal es lo que adivino entonces sin poder hablar más porque desearía excusarme, y me excusaría de hecho, creyendo no hacerlo. Queriendo hablar para excusarse, Dante deja de ver la verdad que habla por sí misma en el silencio de la vergüenza, y no por ese deseo sospechoso de expresión que hace que Dante desconozca esta verdad misma en el momento en que ella se cumple. Debido a esta nueva ruptura del contacto con Virgilio, todo es bañado por una luz ambigua, que impide el discernimiento propio de la mirada asistida. Así Dante, que viene de ser llamado al orden, no puede más que recaer en la reflexión quebrada74. Esta, es asimilada explícitamente a un ensueño en una comparación sutil, si, pero que fija de manera decisiva la impotencia radical de la razón en el hecho de no puede jamás reencontrar por sí misma la luz de la verdad. El durmiente, prisionero del espacio de la semejanza, esta condenado a soñar el mundo de la vigilia. Si alguien sueña su daño deseando que no sea más que un sueño, es de toda evidencia que ese daño aparece en el sueño como una realidad de la vigilia y entonces el soñante revive el mundo del día en este del sueño. Para Dante, que desea excusarse en palabras, el daño es la imposibilidad de hablar, es decir, lo irreal tomado por la realidad. Resulta de ello que lo que es, a saber, la verdad hablando por sí misma a través de la vergüenza, es el hecho real transmutado ahora en algo irreal, puesto que esta verdad, que efectivamente el poeta ha experimentado, es retomada a través de una imagen tramposa cuyo efecto es tal, como dice Dante, que el durmiente “desea lo que es como si no fuese”. Ver o desear “lo que es como si no fuese”, tal es el peligro que amenaza al poeta cada vez que la razón, refluyendo sobre si, pierde contacto con la trascendencia del principio que funda la certeza del discernimiento. En el silencio de la vergüenza, Dante despierto a la verdad comunicado con ella en presencia de Virgilio. Había un encuentro entre maestro y discípulo, conveniencia reencontrada de la visión. Queriendo romper este silencio, Dante rompe al mismo tiempo esta unidad: he aquí por qué Virgilio interviene de nuevo (142-144): «Maggior difetto men vergogna lava», disse 'l maestro, «che 'l tuo non è stato; però d'ogne trestizia ti disgrava. Menos vergënza lava mayor falta Dijo el maestro, “que esa falta tuya, Deponer puedes, pues, toda tristeza. Virgilio recuerda a Dante que la vergüenza es purificadora75, a fortiori si ella excede la gravedad de la falta. Pero ¿qué significa el último verso? ¿Cuál es la tristizia de la que Dante debe liberarse? En el sentido literal, en primer término se trata seguro de la tristeza de no poder excusarse, pero de acuerdo al comentario que hemos dado de este pasaje, la excusa que Dante quiere proferir aparece directamente como una falta, una falta de adhesión a la verdad que habla suficientemente por sí misma. La tristizia entonces es también, y sobretodo, la flexión del deseo de la razón de substituirse al principio replegándose otra vez sobre sí. En este sentido, la tristizia hace eco al anima trista del v.76. La diferencia, es que acá la tristizia se baña en la vergüenza que vuelve a la falta infinitamente menos grave. Porque, en fin, si Dante no arriba a pronunciar las palabras de excusa, ¿no es acaso signo de que él no se abandona verdaderamente a la Falta, en otros términos, que solamente se trata de un residuo de pesadez, de gravezza (ti disgrava, dice Virgilio) de la que el discípulo debe aligerarse para que sus miembros desligados de las ataduras, puedan retomar más libremente su marcha 76? No es menos cierto que la consciencia, originalmente mordida es incapaz, librada a sí misma, de reaccionar contra el mal deseo que atrae hacia lo bajo, bassa voglia. Ahora aprendemos, de Virgilio, que era ese deseo el que animaba la mirada del discípulo frente al espectáculo de la Falta, de donde la última recomendación del Maestro, cuya voz es esta memoria de la Presencia que recuerda a la razón su rectitud original (145-148): E fa ragion ch'io t i sia sempre allato, se più avvien che fortuna t'accoglia dove sien genti in simigliante piato: ché voler ciò udire è bassa voglia» Piensa que yo siempre estaré a tu lado Si ocurre que la suerte aún te conduzca Donde haya gente en semejantes pleitos Querer escuchar eso, es desear bajo. Hemos dicho antes que los dos desfallecimientos de Dante, teniendo los mismos efectos, a saber, la ensoñación de la razón, difieren en su objeto. En efecto, frente al espectáculo del altercado, Dante se ha arriesgado a tomar una imagen por la realidad, por el contrario, en el despertar provocado por Virgilio, el objeto de la reflexión es la verdad que aparece en la vergüenza, y entonces el peligro ha consistido en transmutar realidad en imagen. He aquí lo que nos coloca en mejores condiciones para comprender el episodio del paraíso donde figura otra alusión a Narciso. Si en Infierno, Virgilio es la rectitud de la razón capaz de arrancar al discípulo de la ensoñación de la reflexión separada, en el Paraíso, como veremos, Beatriz es la verdad revelada que saca a Dante de la fascinación de una razón demasiada asegurada en su rectitud y, por esto denuncia un estado más sutil de este narcisismo, por el que la razón del hombre está sin cesar amenazada II La escena ocurre, al comienzo del paraíso (III, 1-33), en el cielo de la luna. Beatriz viene de destruir la opinión errónea del poeta sobre las manchas lunares. Dante ahora se dispone a confesar su reacomodamiento y su nueva convicción (1-6): Quel sol che pria d'amor mi scaldò 'l petto, di bella verità m'avea scoverto, provando e riprovando, il dolce aspetto; e io, per confessar corretto e certo me stesso, tanto quanto si convenne leva' il capo a proferer più erto; Que el sol que arde de amor me calienta el pecho La bella verdad me ha descubierto Probando y volviendo a probar el dulce aspecto Y yo por haberme corregido Y ciertamente tanto como convenía Elevo la cabeza para proferir más cierto Sin embargo, Dante no hablará más. Así el gesto de llevar la vista adelante, primero para confesar, cambia de intención delante de una visión que se impone con tanta fuerza al poeta, que olvida su confesión (7-9): ma visïone apparve che ritenne a sé me tanto stretto, per vedersi, che di mia confession non mi sovvenne. Pero una visión se presenta; que me retiene Junto a ella tan fuertemente para verla Que no me recuerdo más de mi confesión Ahora bien, como vamos a verlo, el sentido de la palabra visione, “lo que se deja ver” (sea en sueños, sea en la realidad) debe ser retenido aquí en su acepción ambivalente porque ella caracteriza a la visión misma. Dante percibe muchos rostros que, como él (6), están prestos a hablar (16): tali vid' io più facce a parlar pronte; tales vi muchos rostros prestos a hablar En el texto, este enunciado termina de desplegar esa aparición de la que el poeta describe el efecto particular que le produce, en una larga y minuciosa comparación (10-16): Quali per vetri trasparenti e tersi, o ver per acque nitide e tranquille, non sì profonde che i fondi sien persi, tornan d'i nostri visi le postille debili sì, che perla in bianca fronte non vien men forte a le nostre pupille; tali vid' io… Tal como en los vidrios tersos y transparentes O en las aguas claras y calmas No suficientemente profundas como para ocultar el fondo Los contornos de nuestros rostros nos vienen Tan ligeros como una perla sobre un frente blanco Vienen menos dulcemente a nuestras miradas Tales como yo… Estando dado que todo ocurre como si la visión tuviese, para el espectador, la inconsistencia de un reflejo, el poeta nos dice que él cayó en el error contrario al de Narciso (17-18): per ch'io dentro a l'error contrario corsi a quel ch'accese amor t ra l'omo e 'l fonte porque yo caí en el error contrario al amor que ocurre entre el hombre y la fuente Creyendo percibir imágenes en el espejo, Dante se vuelve para ver de donde provienen y no viendo nada, retorna los ojos hacia adelante, derecho en la mirada de Beatriz (19-24): Sùbito sì com' io di lor m'accorsi, quelle stimando specchiati sembianti, per veder di cui fosser, li occhi torsi; e nulla vidi, e ritorsili avanti dritti nel lume de la dolce guida, che, sorridendo, ardea ne li occhi santi. Tan súbitamente como los percibí Al Tomarlos por imágenes reflejadas Torné los ojos para ver de qué eran ellas No vi nada, y volviéndolos hacia adelante Derecho en la mirada de mi dulce guía Que sonreía y sus ojos santos resplandecían Antes de abordar el comentario del texto, creemos oportuno precisar algunas nociones para impedir que la ambigüedad de sentido, ya relevada a propósito de la palabra visione, que determina aquí el carácter esencial del episodio, no se preste a confusión. Con ese objetivo nos referiremos al discurso de Beatriz sobre las manchas lunares, porque es fundamental para asegurar una mejor comprensión de todos los elementos del episodio. Comparada con las palabras de Beatriz, la opinión de Dante sobre las sombras de la luna muestran que de entrada la razón, incluso cuando busca conocer científicamente el mundo de los fenómenos, es absolutamente incapaz de aprehender el sentido último de las cosas (Paraíso, II, 52-57)79. Este no es accesible más que en términos de una óptica muy distinta, que es la de las verdades trascendentes. Lo que, a los ojos de Dante, aparecen como sombra o signos obscuros, Segni bui (Paraiso, II, 49), en verdad, revela ser luz también, pero una luz que se diferencia de la parte propiamente luminosa de la luna por un grado de receptividad o de transparencia menor por relación a la virtud propia de ese cuerpo celeste. En otros términos, como está dicho en el texto, es una cuestión de aleación alianza alliage más o menos pura (Paraíso II, 139-148): Virtù diversa fa diversa lega col prezïoso corpo ch'ella avviva, nel qual, sì come vita in voi, si lega. Per la natura lieta onde deriva, la virtù mista per lo corpo luce ome letizia per pupilla viva. Da essa vien ciò che da luce a luce par differente, non da denso e raro; essa è formal principio che produce, conforme a sua bontà, lo turbo e 'l chiaro». Diversas virtudes hacen aleaciones alianzas diversas Con el precioso cuerpo al que ellas hacen vivir En el cual, así como ella vive en ustedes ella se liga Por la naturaleza feliz de la que ella desciende La virtud mezclada con el cuerpo brilla Como el gozo en la pupila vive De allí viene lo que da luz a la luz Parece diferente no de lo denso o lo raro, es un principio formal que produce Conforme a su bondad la perturbación y lo claro El alcance de las palabras de Beatrice respecto al asunto de la sombra comprendida como luz, es tal que vale no solamente para las manchas lunares sino también para todas las “sombras” del Paraíso, que son las almas. Apenas es necesario observar que Dante las presenta siempre como luces que aparecen sobre un fondo luminoso 81. Ese fondo es la medida que vuelve sensible sus diferencias y hace posible su aparición. Además, estas almas, parecidas a cristales o piedras preciosas, se iluminan a la luz divina y dejan pasar sus rayos sin detenerlos, son entonces, lo contrario de lo que se produce en un espejo sellado 82. Desde entonces, es evidente que, cuando Dante simboliza a Dios por medio de un espejo en el que se reflejan las almas del Paraíso, la imagen poética que emplea, no es la de un espejo sellado, sino la de este cuyo fondo permanece, en su misterio, enteramente luz83. El discurso sobre las manchas lunares, un poco gratuito a primera vista, tiene entonces una importancia capital, porque en el umbral del Paraíso, fija el modo de aparición de las sombras o de las imágenes transparentes en los rayos de la luz, lo mismo que define las condiciones de una reflexión, concebida como una acción de iluminación directa de la luz divina a través de la transparencia de los cuerpos celestes, y no ya como reflexión de los rayos producidos por los cuerpos cuya opacidad hace pantalla respecto de esta luz. Vamos a ver que todas estas nociones, tales como ellas vienen de ser explicitadas, están presentes en el episodio, al mismo tiempo que su contrario. Sin embargo resta que, a pesar de la advertencia de Beatrice, Dante continúa proyectando sobre los specchiati sembianti la sombra de su reflexión terrestre, lo que genera el carácter esencialmente ambiguo de esta visión. Entonces es importante que el lector tenga presente en el espíritu los dos registros de interpretación según los cuáles la expresión specchiati sembianti puede ser comprendida. En efecto, según que se aprehenda al espejo sobre la base del modelo terrestre o celeste, specchiati sembianti significará tanto la apariencia de las almas como su aparecer. Aproximemos nos al texto de más cerca. Uno recordará que Dante, transhumanizado, viene de acceder al primer planeta, una suerte de “nube brillante, espesa, sólida y pulida, parecida a un diamante al que golpearía el sol” (Paraíso II, 31-33). “La perla eterna, dijo entonces Dante, nos recibe en ella como el agua recibe un rayo de luz sin abrirse” (Paraíso II 34-36)84. A la evocación de la transparencia del mundo lunar en el Canto II, corresponden las imágenes de las aguas y los vidrios transparentes en la comparación que figura en el comienzo del Canto III. Es por ella que vamos a aprender qué mirada el poeta lanza sobre la transparencia, mejor, la capacidad dde transparencia de esa mirada misma. Ahora bien, ocurre que, reflejada en esta mirada, la transparencia, como lugar de aparición, se transforma en una superficie suficientemente espejeante como para evocar en ella la figura posible de un Narciso. Las imágenes de la comparación muestran cómo, en la mirada del poeta, se forma un medio ambiguo que duda entre la transparencia pura y la de las aguas peligrosamente tranquilas del espejo de Narciso. ¿Se nos concederá que esta ambigüedad se revela igualmente en la manera en que la imagen del vidrio pulido y la de las aguas se articulan en la comparación? Las dos se presentan sin ninguna duda, de acuerdo al texto, como una superficie más o menos especular. Sin embargo Dante, no habla de fondo más que a propósito de estas “aguas claras y tranquilas”, respecto de los vidrios pulidos y transparentes es pasada en silencio. Implícita en la primera, nos atreveríamos a decir virtual, la alusión al espejo terrestre no se actualiza más que en la segunda imagen, como si la transición de una a otra tradujese el movimiento de alteración de la mirada que torna la transparencia pura (simbolizada por la imagen del vidrio) en espectáculo naciente: el de un espejismo vago del que es dicho, en la comparación, que viene desde el fondo más próximo de las aguas inmóviles. Así, cualesquiera fuese el alejamiento del fondo de las aguas, resta lo suficientemente próximo para que su transparencia no se rigidice en espejo cerrado, el de la fontana peligrosa de la que la profundidad hurtada hace nacer en la superficie un fantasma tan claro, tan neto, que su reflejo sobrepasa en verdad al modelo85. En el texto del que nos ocupamos, el espejismo se juega en una transparencia abierta sobre el afuera. La sombra reflejada de rostros es tan evanescente que ella tiende a confundirse con la transparencia misma. De donde la dificultad de discernirlas, que Dante pone de relieve diciendo: “los rasgos de nuestros rostros son reflejados tan débilmente, que una perla sobre un frente blanco no golpea menos rápido nuestras pupilas”. Esta última parte de la comparación ¿cómo le habla al lector? En el sentido que la identidad casi completa de la imagen y de su principio de aparición reduce casi a nada esta diferencia de luz que la mirada del poeta transforma en sombra terrestre. Ahora bien, es precisamente ese “casi a nada de sombra” lo que da a los rostros esta apariencia de inconsistencia, que Dante infiere de su carácter absolutamente ilusorio. Esta reducción de las substancias a su reflejo, o de sus esencias a sus apariencias, se produce seguro enteramente en la mirada del poeta, ¿pero a partir de qué resorte interior? De este que se exterioriza enseguida en el movimiento de los ojos que se apartan. Ese gesto, en la intención de Dante, no es otra cosa que el desencadenamiento de la recta razón que se aparta de las imágenes del espejo terrestre para contemplar el sentido del modelo que las funda. La sanción no se hace esperar: Dante no ve nada y dirige los ojos hacia adelante. Se remarca la rapidez de la escena. Ver, juzgar, apartar los ojos, están, por así decir, reunidos en el movimiento simultáneo de una ojeada. La defensa contra la fascinación de las imágenes se produce con la inmediatez quasi instintiva de un reflejo mental. Este prontitud en la respuesta muestra de entrada cuanto en Dante, la vigilancia del espíritu, frente al espejo se ha vuelto una segunda naturaleza, pero sobretodo, importa señalarlo, hasta qué punto el error de Narciso ha debido ser el hermano enemigo del poeta, el monstruo íntimo contra el cual ha sido necesario que Dante aprenda a volver las armas de una mirada aguerrida. En principio, ¿A quien debe Dante esta ruda escuela de adiestramiento de la mirada? A Virgilio, seguramente, el maestro que ha ejercitado la atención del discípulo sobre el error del que se creía liberado. Se podría decir entonces que llegado al Paraíso, el poeta conoce de allí en más casi instintivamente los giros y las trampas de la fontana de Narciso. Recordamos que en la comparación, los fondi persi de esta fontana son opuestos a los fondos menos alejados de las aguas cuya transparencia abierta es ligeramente espejeante. Para traducir el sentido de persi, los comentadores vacilan entre perso, “obscuro”, y perso, participio pasado de perderé, “perdido”. Pero en los dos casos, la reducción a una u otra significación, disminuye la carga semántica del término y el sentido simbólico del verso. En realidad, Dante, jugando sobre los dos sentidos, pareciera, que une en una sola palabra los dos rasgos fundamentales del espejo de Narciso. ¿Qué son los fondi persi sino el baño, el estaño, el fondo obscuro que se pierde sobre la superficie transparente del espejo de agua? Narciso cautivo del espejo no reconoce su propia sombra. La que él ama toma la apariencia de un rostro desconocido: “quid videat, nescit” “lo que ve no sabe como”, dice Ovidio86. Esta connotación del mito no ha escapado a Dante. En efecto, si releemos la comparación para aprehender más profundamente su alcance a través de la semejanza que ella opera, uno descubre que importa situar la ilusión especular de la que Dante se cree víctima en el esclarecimiento ambiguo de las imágenes vagamente espejeantes de la primera parte de la comparación. Asimilando las sombras de los “specchiati sembianti” a los rayos reflejados de “nuestros propios rostros” (13), Dante obtiene un remarcable efecto simbólico. En este díptico de espejos, las dos imágenes intercambian su reflejo, juegan una en la otra de manera de dar la impresión que las specchiati sembianti se mezclan más o menos con los rostros de los espectadores que reflejan las aguas brillantes. Pero el espectador ¿no es Dante mismo? En todo caso la actitud de su rostro llevado a “a proferer più erto” (II, 16): Talid vid´io più facce a parlar pronte Alli vi muchos rostros prontos a hablar Dándose vuelta para romper con el sortilegio del espejo, Dante nos revela al mismo tiempo hasta qué grado es consciente del error que pervierte tal relación con las imágenes. Narciso, sin saberlo, es el creador de un espacio imaginario donde nada aparece salvo la sombra del espectador mismo, que es una apariencia de nada. Esta sombra que tú ves, dice Ovidio, ella no es nada por sí misma, “nihil habet ista sui”87. En la relación narcisística, la imagen no tiene entonces fondo por si, su profundidad es la trampa de un espejismo de superficies, el fondo obscuro que lo suscita está perdido para la mirada. ¿Identificar la imagen, no es de entrada arrancarse de su impronta para recuperar el verdadero sentido en la recta razón? ¿Y no es acaso lo que Dante pretende realizar mediante todo esto? Bien, ahora aparece que este movimiento que habría debido liberar la mirada del efecto de ilusión de las imágenes, produjo otro error. Cosa extraña, habría entonces un palier para Dante donde la recta razón, haciendo ella misma obstáculo a la mirada, se vuelve su error. Sin embargo, tengamos cuidado! El gesto de volver la mirada ¿ha sido verdaderamente el de la recta razón? Parece que no. Nosotros ya hemos hecho remarcar, a propósito de los fondi persi, que el espejo de Narciso frecuenta las imágenes de la comparación. Pero releamos los versos que la preceden (4-6): e io, per confessar corretto e certo me stesso, tanto quanto si convenne leva' il capo a proferer più erto; y yo, para confesar correcto y cierto tanto como conviene elevaba la cabeza para para hablar Los comentadores observan, justamente, que el hecho de elevar la vista presupone que Dante la había inclinado durante el discurso de Beatrice. Esta actitud generalmente es entendida como signo de alguien que se recoge para escuchar mejor las palabras que le dirigen88. En realidad, el consentimiento “a proferir” ¿no implica ese peligroso retorno sobre sí inherente a toda confesión? Entonces se trata de comprender que, desde el momento en que Dante ha querido reflejarse en las palabras de Beatrice bajando la mirada, ha perdido contacto con la Fuente. Desde entonces, la luz que el poeta va a proyectar sobre las cosas levantando la cabeza, tomará nuevamente un carácter ambiguo. Digamos que la recta razón que quiere reducir la Fe a una imagen de la reflexión terrestre no merece más ese nombre, porque no solamente ella transforma su objeto, que es esencialmente luz, en sombra, sino que separado de la verdadera luz, la recta razón, que debería ser transparencia, se vuelve entonces ella misma esta sombra proyectada sobre las cosas (Paraíso XIX, 64-66). Sin duda Dante ignora ese pasaje insensible de la luz a la sombra, o del ser a su semejanza, sin embargo tiene por real la derechura de la razón, y se vuelve como conviene hacer delante de las imágenes. El poeta, en su ignorancia, entonces ha llevado en avance, sobre la visión, la falsa luz de una mirada ya cautiva de su reflejo, y tal que ha transformado la transparencia en espectáculo. Es bien ese falso movimiento lo que el poeta denuncia como “el error contrario a éste que inflama de amor al hombre por la fuente”. Una lectura superficial daría a creer que este error es diferente del primero. Dante, sin embargo dice error contrario, es decir “error de sentido inverso del precedente”. En efecto, Narciso toma a la imagen por una realidad, Dante a la realidad (que aquí es la transparencia) por una imagen, de donde resulta que, en los dos casos, una visión falsa, causada por el reflujo de la razón sobre sí misma, hace desaparecer la realidad en una imagen. Ya se trate de Narciso o de Dante, los dos, separados de la Fuente, producen una sombra frente a la cual uno se detiene y el otro se aparta, pero en los dos casos, la verdadera luz desaparece. La contrariedad no juega entonces a nivel de la naturaleza del error, sino que deriva de la dirección que toma en uno u otro caso. Los comentadores no dejan de poner de relieve esta oposición, pero no parecen ver que los dos errores, el de Narciso y el de Dante, participan en realidad de la misma esencia. Ahora bien, esto es lo que da al pasaje una significación cuyo alcance es tal que devela retrospectivamente los diferentes estadios de una reflexión fascinante. Dante, defendiéndose contra el error de Narciso, no ha hecho más que revelar de eso otra cara y, por así decir, llevar la falta hasta el final. Que este error sea el contrario al de Narciso finalmente cuenta menos, aquí, que su raíz común. La falta está en el rehusamiento de la luz. Es en la adhesión incondicionada a la luz que viene desde lo alto, donde la razón recupera su verdadero sentido, el de ser ella misma luz, pero únicamente por transparencia89. A falta de esta apertura, la razón es esta sombra que capta Narciso o reenvía a la nada, como le sucede a Dante. He aquí que, al comienzo del Tercer Canto del Paraíso nos es mostrado primero negativamente como el error fundamental de una óptica retrospectiva que pretende reflejar a partir de ella misma, la luz de la Fe. A esos rostros prestos a hablar, a esas verdaderas substancias, Dante ha comenzado por reducirlos a una vana apariencia, para remontar desde esta apariencia a un modelo que no existe sino en el poeta. Para Dante, este remontarse desde la imagen al sentido, es el movimiento legítimo de la recta razón que se interroga delante de los fenómenos y que, por la eficacia de esta duda, busca asegurarse del sentido verdadero de lo que ella ve. Pero justamente, la aparición de las almas no es aquí un fenómeno, en el sentido de una substancia oculta detrás de una imagen engañosa, sino esta substancia misma que se ofrece de frente en su transparencia. Las almas de las que Dante se aparta, son verdaderas substancias (29): “vere sustanze son ciò che tu vedi”. Tomarlas por un simulacro y apartarse, es entonces hacerlas desaparecer. Transpuesto en el vocabulario de la filosofía moderna, el sentido negador de tal gesto del espíritu sería el que convertiría la presencia del Ser o de los seres en “representación”, como si la verdad de la “Presencia” no pudiese ser de alguna manera garantía que por tanto respondiese de la legalidad de la razón. La Presencia, así representada, se vuelve por la razón un espectáculo cuyo objeto es un advenimiento del sujeto. ¿Y que adviene de la “Presencia”? Ella se borra bajo el espejo de la reflexión, que en suma no hace sino volver sobre sí, sin encontrar a nadie. He aquí por qué Beatrice le recuerda a Dante que la aproximación de estas verdaderas substancias no puede cumplirse más que en la abertura de la Fe (31-33): Però parla con esse e odi e credi; ché la verace luce che le appaga da sé non lascia lor torcer li piedi». Pero habla con ellas y escucha y cree Porque la verdadera luz que las contenta No deja a sus pies alejarse de ella El error de Dante entonces es bien esta torsión del trayecto discursivo iniciado en el gesto de bajar la mirada durante el discurso de Beatrice. Lo que muestra que, torcida, la reflexión, que en el estilo del Paraíso es irradiante, podría llevar a la razón a un movimiento de fascinación sin fin propio del sueño. Sin embargo aquí, no se trata de sueño sino de visión. A propósito de la cual hemos hecho remarcar antes dos cosas: primero que es ambivalente, y luego que su medio es apertura sobre el exterior sobre el afuera. Sin duda, una nada de sombra en la mirada del poeta ha bastado para alterar la aparición, pero la visión es al mismo tiempo portadora de verdad, signo tan próximo de su luz, o del fondo, que el poeta responde al llamado de los rostros por el reacomodo espontáneo de la mirada en dirección a los ojos de Beatrice. Alguno se preguntará, quizás, por qué hemos elegido dar tanta importancia a este episodio. En suma esta falsa visión es a penas un desfallecimiento, una sombra que se anula asimismo en la luz: “pueril coto”, dice Beatrice sonriendo por el paso en falso de su amigo, cuyo pensamiento, en su marcha, no se apoya todavía sobre la verdad de un pie bien afirmado (27): Poi sopra ´l vero lo piè non fida- Si, ciertamente, pero ahora importa señalar que ese gesto, como nos lo enseña Beatrice (28), es el de un espíritu habituado a volverse sobre el vacío: Ma te rivolve come suolo a voto He aquí un rasgo que esclarece singularmente el episodio, no solamente por la perspectiva que abre sobre el combate del poeta con la transparencia, sino porque, enviando por medio del mismo movimiento, al pasado del autor, el verso confirma que el error de Narciso, como el de su contrario, han debido ser el monstruo íntimo del poeta. En esta perspectiva, el itinerario espiritual del poeta a través de los tres reinos, se revela entonces como un camino hacia la luz por medio del borramiento progresivo de la sombra , en todos los sentidos que Dante da a este término, es decir tanto el de la imagen opaca como el de la luminosa. Esta sombra, aún entendida como reflejo o diferencia de luz, es aún lo que vuelve posible las imágenes de luz de las almas celestes.90 Pero el poema del Paraíso es la tentativa de reducir al extremo esta desemejanza, para volver cada vez más visible la luz misma en una forma que deshace su propia imagen.91 Dante es ante todo poeta, no lo olvidemos, y esta disagguaglianza desagregación 92, él la ha sentido sobretodo en la palabra poética que arriesga todo el tiempo a rehacer el mundo a semejanza de quien lo sueña. El lenguaje ha sido para él el dudoso escollo, y es para volver a la palabra semejante a la luz del verbo, que ha emprendido el poema sagrado. Del reino de las sombras al de la luz, Dante es el poeta del que se podría decir – interpretando el verso, y no solo según la letra (Paraíso, XVIII, 130=: Ma tu che sol per cancellare scrivi Pero tú que sólo escribes para borrar Nos resta hacer remarcar que en lugar de designar a Narciso por su nombre, Dante emplea una perífrasis de la que sus términos, por su alcance, confieren al mito su más grande apertura (III, 18) A quel ch´accese amor tra l´omo e ´l fonte Quien alumbra el amor entre el hombre y la fuente Se aprehende entonces, por la manera de escoger las palabras, que Dante entiende dar al mito una significación que lleva sobre la relación entre el amor, el hombre y la Fuente. He aquí lo que nos dirige hacia la conclusión. Si se separa este verso de su contexto negativo para reemplazarlo en el esclarecimiento de la rectitud, las palabras amor y fonte, reenviarían a Dios, fuente de todo amor93. En Infierno, es la perversión radical de esa relación la que constituye la materia del episodio que hemos comentado. Dante ha extraído del mito de Narciso el error que conduce al hombre a falsificar su relación natural a las cosas a partir de un deseo alterado por el que “toda consciencia ha sido mordida”. A esta consciencia signada por el fraude original del deseo, Dante la universaliza por medio del ejemplo de un falsificador de moneda, personaje histórico cuyo nombre, recordando al del primer hombre, nos reenvía al sentido alegórico del texto. El efecto producido por la perversión de la relación del hombre a la Fuente se manifiesta en el episodio por la íntima relación que Dante establece entre el tema de la Fuente perdida y el del falsificador de moneda. ¿Cuál es este efecto? La metamorfosis de la Fuente viva en su imagen. En vano el falsificador de la moneda impotente busca, más que satisfacer su sed de agua viva, a ver el principio maléfico o el “fondo perdido” de esta imagen, porque él no es otra cosa que la sombra del falsificador de moneda mismo, aún mejor, su nada disimulada bajo la apariencia vana de un Bien desaparecido. Falsificando el principio, el falsario de la Justicia, o de la integridad querida por Dios, produce bajo la rectitud aparente del signo, la mentira multiplicada al infinito, como la falsa moneda a partir de la falsificación del coin. Pero que se recuerde que, en el episodio, Sinon el griego, inaprensible, representa en el movimiento del fraude el punto culminante de la fascinación que hace que el fraudulento toma sus mentiras por la verdad. Para fijar ese momento decisivo donde el círculo de la malicia encierra al falsificador en su imagen que se vuelve para él la verdad misma, Dante concluye el altercado sobre la alusión al espejo de Narciso. Es que la alusión mitológica resume aquí, en una sorprendente reducción, la esencia de un extravío cuya malicia consiste en reducir la Fuente de toda vida a una imagen de nada, fijando al perverso al Absoluto de esta imagen, como un Narciso perfecto. Dante, el personaje engullido en el espectáculo del error, no está encerrado en su círculo infernal. Para el poeta de la razón desfalleciente, la prueba consiste en atravesar el círculo, en conquistar sobre el error que encadena al hombre a su reflejo, una libertad de la mirada cuyo aprendizaje, por Virgilio, consiste en tornar progresivamente la reflexión, siempre tentada de cerrarse sobre sí, hacia el lugar que le revela su medida. A medida que ella se vuelve visible respecto de su Principio, la razón se muestra capaz también de mostrarlo por medio de la transparencia. Virgilio el despertador simboliza esta derechura natural de la razón abierta a la Presencia cuyo verdadero nombre no se revela finalmente más que en la revelación sobrenatural de la Fe. El error de Narciso ¿es aún posible en este orden? Es evidente que no, al menos en el sentido en el que el poeta nos ha hecho ver la Falta en su estado puro en el episodio del Infierno. Se trata de muy otra fase, sin ninguna duda, pero que no resta menos el eco del error de Narciso. Incluso cuando Beatrice persuade a Dante que ver es interiorizar a la razón en la Fe, incluso entonces, la razón humana es tentada, frente a la transparencia, de representarla, en lugar de presentarse allí. Así, Dante, nos enseña por su experiencia ejemplar, que todo hombre, confrontado a la Fuente, porta en él un Narciso, un falsificador de las imágenes de lo Absoluto. Apartado de la luz, el hombre, como dice Dante (Paraíso XIX, 64-66) no puede más que proyectar sobre todas las cosas la sombra de su nada: Lume non è, se non vien dal sereno che non si turba mai; anzi è tenèbra od ombra de la carne o suo veleno. No hay luz sino del cielo sereno Que no se turba nunca, fuera de esto son la tinieblas O sombra de la carne, o su veneno