Subido por Mario Izurieta

Maestro Ernesto Bustamante

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Ernesto Bustamante
Corría el año 1980 y finalizaba mi medicatura rural, ese servicio social obligatorio
que el Gobierno nacional exigía a los médicos colombianos para certificar su
grado. Viajé desde Córdoba, una de las provincias de la costa colombiana, a
presentarme como aspirante a Neurocirugía en el renombrado Instituto
Neurológico de Colombia. Después de mi entrevista con el director fundador,
Jaime Gómez González MD, me correspondió el turno con quien en ese
momento ocupaba la Dirección Científica del Instituto. Fue ese mi primer
contacto con mi maestro, el Dr. Ernesto Bustamante.
Su figura y sus canas inspiraban respeto y cierto grado de veneración; recuerdo
que esta fue una de las entrevistas más cortas, y preocupado por su brevedad,
salí con la incertidumbre de los resultados.
Luego con los años entendí que más que las palabras, lo que identificaba al
profesor Bustamante, como a muchos de los grandes pensadores, era el silencio
profundamente analítico con el cual estudiaba las diversas situaciones y
determinaba en muy corto tiempo las resoluciones del momento.
De este episodio hace ya 25 años y es el tiempo que el ejercicio neuroquirúrgico
me ha premiado al permitirme estar al lado del Maestro. Son innumerables las
anécdotas al igual que las lecciones de vida, pero para describir al hombre debo
acudir a los hechos que mis recuerdos tienen presente y que permiten mostrarles
a ustedes a un ser humano cálido y hondamente preocupado a lo largo de toda
su vida por una misión: enseñar.
Esas jornadas de aprendizaje inolvidable todas las mañanas en la famosa
reunión de las 7 a.m. del Instituto Neurológico adquirían una gran dimensión
cuando ante una de nuestras intervenciones, el profesor Bustamante solo decía:
“curioso” … Curioso era suficiente para que el residente entendiera que no
estaba satisfecho en la forma en la que había presentado el caso clínico, el
análisis que hacía de la semiología y/o las referencias que utilizaba para explicar
la conducta médica. Curioso, término acuñado en el Servicio de Neurocirugía del
cual soy jefe, es un legado del Dr. Bustamante para decirles a nuestros
estudiantes, residentes y especialistas que hay que seguir investigando pues ha
sido insuficiente la información acaudalada. Curioso… nos hacía entender que
el conocimiento –como la formación y el ejercicio– son dinámicos como
cambiante es la vida descrita en la primera parte de este libro.
Sirva esto para resaltar una de las grandes cualidades del profesor Bustamante:
su envidiable capacidad clínica, admirada por los otros compañeros de
Residencia (hoy todos prestigiosos Neurólogos clínicos) quienes lamentaban
cuando él abandonaba el aula de discernimiento para ingresar a la sala de
cirugía donde sus alumnos quirúrgicos le esperaban ansiosos.
En salas de cirugía reconocimos al cirujano sereno, quien al operar lento y
cuidadoso hacía que los minuteros del reloj avanzaran muy rápido, pues no
repetía un solo paso y sin titubear avanzaba con la pericia del jugador de ajedrez
que sabe que cada peón que mueve va buscando el jaque de la lesión ocupando
espacio o del aneurisma escondido en las tinieblas de la aracnoides
xantocrómica por la antigua hemorragia.
Tengo en mi memoria los videos de muchas cirugías neurovasculares de quien
es considerado el mejor de todos los cirujanos vasculares de América Latina: mi
primera participación en un trabajo de neurocirugía lo hice al lado de los doctores
Bustamante y Gómez, y fue la revisión de 100 casos de aneurisma cerebral
operados bajo el criterio de no intervenir durante la fase de vasoespasmo. Los
resultados de esa época son iguales o superiores a los que hoy tenemos quienes
disfrutamos de la cirugía vascular… Recuerdo cuando empecé mi fellowship en
London, con Drake, viendo a este bárbaro operar aneurismas de territorio
posterior y ratificando con cada éxito o fracaso que durante mis años de
residente la inexperiencia no me había permitido valorar lo suficiente a nuestro
“Drake antioqueño”. Al igual que el canadiense, verlo operar era toda una cátedra
de diáfana técnica quirúrgica y en situaciones procelosas el temple inmutable –
diferente del insensible– restablecía la calma.
La disposición para ayudar y orientar en los momentos más dificultosos en que
nos encontrábamos en cirugía fue uno de los ciclos más fértiles de nuestra
continua formación como especialistas a su lado. Durante horas luchábamos
para controlar el sangrado de una malformación arteriovenosa profunda y
agotábamos todos los recursos hemostáticos, hasta el tradicional control
compresivo que nos permitía una pausa y un respiro… al retirar el material
nuevamente el sangrado y no podíamos encontrar el vaso causante. En esa
ocasión, acudimos al Dr. Bustamante para que nos ayudara, y en dos minutos
solucionó en una forma tan sencilla, lo que nosotros en horas no habíamos
podido hacer… la expertísima claridad del Maestro.
Disfrutaba analizar la historia clínica, cuestionar los hallazgos y como un niño la
parte artesanal y operatoria –total– del acto quirúrgico (nos quejábamos de que
“no soltaba en cirugía”). El mejor premio que podíamos obtener los residentes
en esa época era cuando el Dr. Bustamante permitía que suturáramos la piel, –
que era un reconocimiento a nuestro progreso.
La disciplina del estudio en su constante compañía… cada año que pasa es
mayor el tiempo que le dedica a esta fascinante actividad de descubrir en los
textos lo que no alcanzamos a entender con nuestra razón. Todas las mañanas,
verlo frente a su computador buscando, estudiando y explorando las nuevas
publicaciones se convertía en el mejor retrato que como Jefe de Servicio le podía
mostrar a mis médicos especialistas, residentes y estudiantes. Estas estampas
que cumplen al pie de la letra la simple y profunda sentencia: “El ejemplo forma”.
Siempre actualizado, siempre en la búsqueda de los fundamentos biológicos, y
tratando de encontrar las respuestas a los enigmas e interrogantes que los
científicos se preguntan y que los mantiene, cual sistema reticular, alertas
durante su existencia.
Nos permitió entrar a la intimidad de su hogar y junto con Jeannie formó ese
escaso grupo de parejas radiantes cuya felicidad ilumina con ternura los
candelabros de las pocas reuniones sociales a las que asistían… No tengo duda
de que Jeannie lo manejaba muy bien y él, inteligente, aceptó enamorado este
matriarcado. Ella, sus hijos, nietos y su acogedora finca en Sopó, donde celoso
y hábil cuidaba rosales, eran el remanso de este Maestro de la Neurocirugía
continental. ¿Existirá alguna similitud entre las rosas y los aneurismas
cerebrales? Porque, sin duda, el Dr. Bustamante trasladaba su talante quirúrgico
a sus jardines, que se mantenían hermosos.
La única vez que le vi descompuesto fue cuando despedimos a Jeannie… sereno
y estoico; su ceño expresaba el dolor. Recuerdo que le manifesté a mi esposa
ese día que ojalá no pasara con mi maestro aquello que sucede cuando dos
seres son tan unidos durante toda la vida… cuando parte uno de ellos, la
nostalgia y la melancolía van apagando –sin entender los médicos la razón– las
funciones vitales de quien queda, que en un momento cualquiera parte para
seguir a quien marchó primero.
Todos inquietos lo esperamos en el hospital durante varias semanas… llegó
antes del tiempo calculado, con la mirada triste, y cuando lo vimos acomodarse
nuevamente ante el computador de nuestra vieja oficina de Neurocirugía del
Hospital San Ignacio y empezó con renovado entusiasmo su hábito de escribir,
todos los integrantes de mi servicio agradecimos a Jeannie y sus recuerdos la
fortaleza que dejan los buenos momentos para motivar al Maestro y escribir esta
sensacional obra académica.
Esta es la historia de este bello libro… escrito a los 86 años por el mentor de
varios neurocirujanos y neurólogos del país, quien con mente lúcida, aguda
pluma y estricta rigurosidad científica muestra en los tres capítulos de la obra la
vida con una de las más prolijas actividades intelectuales de nuestro medio y una
valiosa labor en la orientación de muchos de los actuales talentos de las
neurociencias continentales.
Hace unas semanas se reunió el Comité ejecutivo de la Federación
Latinoamericana de Sociedades de Neurocirugía, asociación que le entregó al
profesor Bustamante la más merecida de las distinciones: la Medalla de Oro
como maestro de la neurocirugía latinoamericana. Durante una de las
extenuantes jornadas tuve la oportunidad de revisar esa pieza histórica del libro
de actas de la federación, el cual mantiene intacto su estilo original y se conserva
en el país de quien ocupa la Presidencia de la FLANC. Me fui a la primera acta,
la de constitución, y encontré hermosamente plasmada la firma inconfundible del
Dr. Bustamante como uno de los fundadores del ente continental que une a los
países de Iberoamérica. Qué orgullo ver a Colombia presente en el pensamiento
colectivo latinoamericano e igualmente qué mejor delegado para nuestras
neurociencias que fuese el Maestro el que firmara, hace 45 años, el compromiso
de todos los neurocirujanos colombianos para hacer de esta Federación el más
grande organismo de integración del continente.
Así como está plasmada la firma del Dr. Bustamante en el libro de constitución
de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Neurocirugía, está su sello
en nosotros: sus discípulos. Dispersos en el territorio patrio nos unen las
enseñanzas y el ejemplo con el cual nos formó: la rectitud de su proceder, la
disciplina del estudio y la exploración permanente de los laberintos del
conocimiento para comprender la actividad funcional de este órgano maravilloso
del cual sabemos muy poco: el cerebro.
Despedimos al Maestro explorador con esta obra con la cual regresa a buscar
los fundamentos biológicos de la vida, tratando de descifrar el lenguaje de las
neuronas, y finaliza con dos capítulos donde registra el permiso que la naturaleza
le ha dado a los investigadores, para que retraten en imágenes diagnósticas la
actividad funcional del cerebro enigmático y desconocido.
Decía Bolívar: “La gloria del hombre está en serle útil a los demás…” Es la
trascendencia de los maestros en construir las cadenas del conocimiento y los
eslabones de la sabiduría que el profesor Bustamante durante su vida así edificó.
Sus discípulos guardaremos sus sabias enseñanzas en nuestras mentes, y su
recuerdo con gratitud imperecedera en nuestros corazones.
Nota: El texto corresponde al Prólogo del libro: El sistema nervioso. Desde los
celentéreos hasta el sistema nervioso del hombre, de Ernesto Bustamante
Zuleta. Noviembre de 2005.
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