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Lacan. Estadio del espejo

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98 ESCRITOS I
Freud r e s p o n d e a ambas preguntas pasando nuevamente al t e r r e n o metapsicológico. P r o p o n e un "principio de realidad" cuya, crítica, d e n t r o de su
doctrina, constituye el fin de nuestro trabajo. Pero antes d e b e m o s examinar
q u é a p o r t a n con respecto a la realidad de la imagen y a las formas del conocimiento las investigaciones que, j u n t a m e n t e con la disciplina freudiana, asisten
a la nueva ciencia psicológica. Tales serán las dos partes de nuestro segundo
artículo.
El estadio del espejo como formador
de la función del yo [ j e ]
tal como se nos revela
en la experiencia psicoanalítica 1
(Marienbad, Noirmoutier. Agosto-octubre de 1936.)
Jacques Lacan, "El estadio del espejo como
formador de la función del yo [je] tal como se
nos revela en la experiencia psicoanalítica, en
Lacan, Jacques, Escritos 1, México, Siglo XXI,
2009, pp. 99-105.
La concepción del estadio del espejo q u e introduje en nuestro último congreso, hace trece años, por haber más o meno s pasado desde entonces al uso del g r u p o francés, no me pareció indigna de ser r e c o r d a da a la
atención de ustedes: hoy especialmente en razón de las luces que aporta sobre la función del yo [je] en la experiencia q u e de él nos da el psicoanálisis.
Experiencia de la q u e hay que decir q u e nos o p o n e a toda filosofía derivada
directamente del cogito.
Acaso haya e n t r e ustedes quienes r e c u e r d e n el aspecto del c o m p o r t a m i e n t o de que partimos, iluminado por un h e c h o de psicología comparada :
la cría de h o m b r e , a u n a edad en q u e se e n c u e n t r a p o r p o co tiempo, p e r o
todavía un tiempo, s u p e r a d o en inteligencia i n s t r u m e n t a l por el chimpancé, reconoce ya sin e m b a r g o su imagen en el espejo c o m o tal. Reconocim i e n t o señalado p o r la mímica i l u m i n a n t e del Aha-Erlebnis, en la q u e para
Kóhler se expresa la apercepción situacional, tiempo esencial del acto de inteligencia.
Este acto, en efecto, lejos de agotarse, c o m o en el m o n o , en el control, u n a
vez adquirido, de la inanidad de la imagen, rebota en seguida en el niño en
u n a serie de gestos en los que e x p e r i m e n ta lúdicamente la relación de los
movimientos asumidos de la imagen con su medio a m b i e n t e reflejado, y de
ese complejo virtual con la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo
y con las personas, incluso con los objetos, q u e se e n c u e n t r an junto a él.
Este acontecimiento p u e d e producirse, c o m o es sabido desde los trabajos
de Baldwin, desde la edad de seis meses, y su repetición ha atraído con frecuencia nuestra meditación ante el espectáculo impresionante de un lactante ante el espejo, q u e no tiene todavía d o m i n i o de la marcha, ni siquiera
de la postura en pie, pero que, a pesar del estorbo de algún sostén h u m a n o
I
Comunicación presentada ante el xvi Congreso Internaciona l de Psicoanálisis, en Zurich, el 17 de julio de 1949.
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o artificial (lo q u e solemos llamar unas a n d a d e r a s ), supera en un jubiloso
ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su actitud en una postura más
o m e n o s inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo de la
imagen.
Esta actividad conserva para nosotros hasta la edad de dieciocho meses el
sentido q u e le damos —y q u e no es menos revelador de un dinamismo libidinal, hasta entonce s problemático, q u e de u n a estructura ontológica del
m u n d o h u m a n o q u e se inserta en nuestras reflexiones s o b r e el conocim i e n t o paranoico.
Basta para ello c o m p r e n d e r el estadio del espejo como una identificación en
el sentido p l e n o q u e el análisis da a este término: a saber, la transformación
producida en el sujeto c u a n d o asume una imagen, cuya predestinación a este
efecto de fase está suficientemente indicada p o r el uso, en la teoría, del térm i n o antiguo imago.
El h e c h o de q u e su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser
sumido todavía en la impotencia motriz y la d e p e n d e n c i a de la lactancia que
es el h o m b r e c i t o en ese estadio infans, nos parecerá por lo tanto q u e manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la q u e el yo [je] se
precipita en u n a f o r m a primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la
identificación con el otro y antes de q u e el lenguaje le restituya en lo universal su f u n c i ó n de sujeto.
Esta f o r m a por lo demás debería más bien designarse como yo-ideal,2 si quisiéramos hacerla e n t r a r en un registro conocido, en el sentido de q u e será
también el tronco de las identificaciones secundarias, cuyas funcione s de
normalización libidinal reconocemos bajo ese término. Pero el p u n t o importante es q u e esta f o r m a sitúa la instancia del yo, a u n desde antes de su determinación social, en u n a línea de ficción, irreductible para siempre por el individuo solo; o más bien, q u e sólo asintóticamente tocará el devenir del
sujeto, cualquiera q u e sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las
cuales tiene q u e resolver en c u a n t o yo [je] su discordancia con respecto a su
propia realidad.
Es q u e la f o r m a total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en
un espejismo a la maduració n de su poder, no le es dada sino c o m o Gestalt, es
decir, en u n a exterioridad d o n d e sin d u d a esa f o r m a es más constituyente
q u e constituida, pero d o n d e sobre todo le aparece en un relieve de estatura
2 [Lacan se a t e n d r á en lo sucesivo a la traducción de Idealich p o r moi-ideat,
conceptualizándolo de a c u e r d o con su bipar tición: moi-yo como construcción imaginaria, je - yo c o m o posición simbólica del sujeto, AS]
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que la coagula y bajo u n a simetría que la invierte, en oposición a la turbulencia de movimientos con que se e x p e r i m e n t a a sí mismo animándola. Así esta
Gestalt, cuya pregnancia debe considerarse c o m o ligada a la especie, a u n q u e
su estilo m o t o r sea todavía irreconocible, por esos dos aspectos de su aparición simboliza la permanencia m e n t a l del yo [je] al mismo tiempo q u e prefigura su destinación alienante; está p r e ñ a d a todavía de las correspondencias
que u n e n el yo [je] a la estatua en que el h o m b r e se proyecta c o m o a los fantasmas q u e lo d o m i n a n , al autómata, en fin, en el cual, en u n a relación ambigua, tiende a redondearse el m u n d o de su fabricación.
Para las imagos, en efecto —respecto de las cuales es nuestro privilegio el
ver perfilarse, en nuestra experiencia cotidiana y en la p e n u m b r a de la eficacia simbólica, 3 sus rostros velados—, la imagen especular parece ser el umbral del m u n d o risible, si hemos de dar crédito a la disposición en espejo q u e
presenta en la alucinación y en el sueño la imago del cuerpo propio, ya se trate
de sus rasgos individuales, incluso de sus discapacidades, o de sus proyecciones objetales, o si nos fijamos en el papel del aparato del espejo en las apariciones del doble en que se manifiestan realidades psíquicas, por lo demás heterogéneas.
Q u e u n a Gestalt sea capaz de efectos formativos sobre el organismo es cosa
que p u e d e atestiguarse por u n a experimentació n biológica, a su vez tan
ajena a la idea de causalidad psíquica q u e no p u e d e resolverse a formularla
como tal. No por eso deja de reconoce r q u e la maduración de la g ó n a d a en
la paloma tiene por condición necesaria la vista de un congénere, sin q u e importe su sexo —y tan suficiente, q u e su efecto se obtiene p o n i e n d o solamente al alcance del individuo el c a m p o de reflexión de un espejo. De igual
manera, el paso, en la estirpe, del grillo p e r e g r i no de la f o r m a solitaria a la
forma gregaria se obtiene e x p o n i e n d o al individuo, en cierto estadio, a la acción exclusivamente visual de u n a imagen similar, con tal de q u e esté animada de movimientos de un estilo suficientemente cercano al de los q u e son
propios de su especie. Hechos q u e se inscriben en un o r d e n de identificación h o m e o m ó r f i c a q u e quedaría envuelto en la cuestión del sentido de la
belleza c o m o formativa y como erógena.
Pero los hechos del mimetismo, concebidos c o m o de identificación heteromórfica, no nos interesan menos aquí, p o r c u a n to plantean el p r o b l e m a
de la significación del espacio para el organismo vivo —y los conceptos psico-
3 Cf. Claude Lévi-Strauss, "L'efftcacité symbolique", Revue. d'Histoire des Religions, enero-marzo, 1949 [incluido en Antropología estructural, Buenos Aires,
Eudeba, 1968 ("La eficacia simbólica"), pp. 168-185],
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lógicos no parece n más impropios para aportar alguna luz sobre esta cuestión q u e los ridículos esfuerzos intentados con vistas a reducirlos a la ley pret e n d i d a m e n t e s u p r e m a de la adaptación. Recordemos ú n i c a m e n te los rayos
q u e hizo fulgura r sobre el a s u n to el p e n s a m i e n to (joven entonces y en reciente r u p t u r a de las prescripciones sociológicas en q u e se había f o r m a d o )
de un Roger Caillois, c u a n d o bajo el t é r m i no de psicastenia legendaria, subsumía el mimetismo morfológico en u n a obsesión del espacio en su efecto desrealizante.
También nosotros h e m o s m o s t r a d o en la dialéctica social q u e estructura
c o m o paranoico el c o n o c i m i e n t o h u m a n o 4 la razón q u e lo hace más autón o m o q u e el del animal con respecto al c a m p o de fuerzas del deseo, pero
también q u e lo d e t e r m i n a en esa "poca realidad" q u e d e n u n c i a en él la insatisfacción surrealista. 5 Y estas reflexiones nos incitan a reconocer en la captación espacial q u e manifiesta el estadio del espejo el efecto en el h o m b r e ,
p r e m a n e n t e incluso a esa dialéctica, de una insuficiencia orgánica de su realidad natural, si es q u e atribuimos algún sentido al términ o "naturaleza".
La función del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular de la f u n c i ó n de la imago, q u e es establecer una relación del organismo con su realidad; o, c o m o se ha dicho, del Innenwelt con el Umwelt.
P e r o esta relación con la naturaleza está alterada en el h o m b r e p o r
cierta dehiscencia del o r g a n i s m o en su seno, p o r u n a Discordia primordial
q u e revelan los signos de malestar y la incoordinación motriz de los meses
neonatales. La noción objetiva del inacabamiento anatómico del sistema piramidal, c o m o de ciertas remanencia s humorales del organismo m a t e r n o ,
c o n f i r m a este p u n t o de vista q u e f o r m u l a m os como el dato de u n a verdadera
prematuración específica del nacimiento en el h o m b r e .
Señalemos de pasada que este dato es reconocido como tal por los embriólogos, bajo el t é r m i n o de fetalización, para d e t e r m i n a r la prevalencia de los
aparatos llamados superiores del n e u r o e j e y especialmente de ese córtex q u e
las intervenciones psicoquirúrgicas nos llevarán a concebir c o m o el espejo
intraorgánico.
Este desarrollo es vivido c o m o u n a dialéctica temporal q u e proyecta decisivamente en historia la f o r m a c i ó n del individuo: el estadio del espejo es un
d r a m a cuyo e m p u j e i n t e r n o se precipita de la insuficiencia a la anticipación;
y q u e para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maq u i n a las fantasías q u e se s u c e d en desde una imagen f r a g m e n t a d a del
4 Cf. en este t o m o pp. 116 y 177.
5 [Alusión al texto de A n d r é Bretón, Discours sur lepeu de réalité. TS]
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c u e r p o hasta una f o r m a q u e llamaremos ortopédica de su totalidad —y
hasta la a r m a d u r a por fin asumida de u n a identidad alienante, q u e va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental. Así la r u p t u r a del círculo del Innenwelt al Umwelt e n g e n d r a la cuadratur a inagotable de las reaseveraciones del yo.
Este c u e r p o f r a g m e n t a d o , t é r m i n o q u e he h e c h o también aceptar en
nuestro sistema de referencias teóricas, se muestra r e g u l a r m e n t e en los sueños, c u a n d o la moción del análisis toca cierto nivel de desintegración agresiva del individuo. Aparece entonces bajo la f o r m a de miembros desunidos y
de esos órganos figurados en exoscopia, q u e adquieren alas y armas para las
persecuciones intestinas, los cuales fijó para siempre por la pintura el visionario J e r ó n i m o Bosco, en su ascensión d u r a n t e el siglo d e c i m o q u i n t o al cénit
imaginario del h o m b r e m o d e r n o . Pero esa f o r m a se muestra tangible en el
plano orgánico mismo, en las líneas de fragilización q u e definen la anatomía
fantasiosa, manifiesta en los síntomas de escisión esquizoide o de espasmo,
de la histeria.
Correlativamente, la formación del yo [je] se simboliza o n í r i c a m e n t e p o r
un camp o fortificado, o hasta un estadio, distribuyendo desde el r u e d o interior hasta su recinto, hasta su c o n t o r n o de cascajos y pantanos, dos campos de lucha opuestos d o n d e el sujeto se e m p e c i n a en la b ú s q u e d a del altivo y lejano castillo interior, cuya f o r m a (a veces yuxtapuesta en el mismo
libreto) simboliza el ello de m a n e r a sobrecogedora. Y p a r e j a m e n t e , a q u í en
el plano mental, e n c o n t r a m o s realizadas estas estructuras de obra fortificada cuya m e t á f o r a surge e s p o n t á n e a m e n t e , y c o m o b r o t a d a de los síntomas mismos del sujeto, para designar los mecanismos de inversión, de aislamiento, de reduplicación, de anulación, de desplazamiento, de la neurosis
obsesiva.
Pero, de edificar sobre estos únicos datos subjetivos, y por poco q u e los
emancipemos de la condición de experiencia que hace q u e los recibamos de
u n a técnica de lenguaje, nuestras tentativas teóricas q u e d a r í a n expuestas al
reproche de proyectarse en lo impensable de un sujeto absoluto: por eso hemos buscado en la hipótesis aquí f u n d a d a sobre una concurrencia de datos
objetivos la rejilla directriz de un método de reducción simbólica.
Éste instaura en las defensas del yo un orden genético que responde a los votos f o r m u l a d o s por la señorita Anna Freud en la primer a parte de su gran
obra, y sitúa (contra un prejuicio f r e c u e n t e m e n t e expresado) la represión
histérica y sus retornos en un estadio más arcaico q u e la inversión obsesiva y
sus procesos aislantes, y éstos a su vez como previos a la alienación paranoica
que data del viraje del yo [je] especular al yo [je\ social.
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Este m o m e n t o en q u e termin a el estadio del espejo inaugura, por la identificación con la imago del semejant e y el d r a m a de los celos primordiales
(tan a c e r t a d a m e n t e valorizado p o r la escuela de Charlotte Bühler en los hechos de transitivismo infantil), la dialéctica q u e desde entonces liga al yo [jé]
con situaciones socialmente elaboradas.
Es este m o m e n t o el q u e hace volcarse decisivamente todo el saber hum a n o en la mediatización p o r el deseo del otro, constituye sus objetos en
u n a equivalencia abstracta p o r la rivalidad del prójimo, y hace del yo [je] ese
a p a r a t o para el cual todo impulso de los instintos será un peligro, aun
c u a n d o respondiese a u n a maduración natural; pues la normalización misma
de esa m a d u r a c i ó n d e p e n d e desde ese m o m e n t o en el h o m b r e de un expediente cultural: c o m o se ve en lo q u e respecta al objeto sexual en el complejo
de Edipo.
El t é r m i n o "narcisismo primario" con el q u e la doctrina designa la carga
libidinal propia de ese m o m e n t o revela en sus inventores, a la luz de nuestra c o n c e p c i ó n, el más p r o f u n d o sentimiento de las latencias de la semántica. Pero ella ilumina tanTbién la oposición dinámica q u e trataron de definir de esa libido a la libido sexual, c u a n d o invocaron instintos de
destrucción, y hasta de m u e r t e , para explicar la relación evidente de la libido narcisista con la f u n c i ó n alienante del yo [jé], con la agresividad que se
d e s p r e n d e de ella en toda relación con el otro, a u n q u e fuese la de la ayuda
más samaritana.
Es q u e tocaron esa negatividad existencial, cuya realidad es tan vivamente
promovida por la filosofía c o n t e m p o r á n e a del ser y de la nada.
Pero esa filosofía no la a p r e h e n d e desgraciadamente sino en los límites de
una self-sufficiency de la conciencia, que, por estar inscrita en sus premisas, enc a d e n a a los desconocimientos constitutivos del yo la ilusión de a u t o n o m í a
en q u e se confía. J u e g o del espíritu que, por alimentarse singularmente de
préstamos a la experiencia analítica, culmina en la pretensión de asegurar un
psicoanálisis existencial.
Al t é r m i n o de la empresa histórica de una sociedad por no reconocerse ya
otra función sino utilitaria, y en la angustia del individuo ante la f o r m a concentracionaria del lazo social cuyo surgimiento parece r e c o m p e n s a r ese esfuerzo, el existencialismo se juzga p o r las justificaciones q u e da de los callej o n e s sin salida subjetivos q u e efectivamente resultan de ello: u n a libertad
q u e no se afirma n u n c a tan a u t é n t i c a m e n te c o m o entre los m u r o s de u n a
cárcel, u n a exigencia de compromiso en la que se expresa la impotencia de
la p u r a conciencia para superar n i n g u n a situación, u n a idealización voyeurista-sádica de la relación sexual, una personalidad q u e no se realiza sino en
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el suicidio, u n a conciencia del otro q u e no se satisface sino por el asesinato
hegeliano.
A estos enunciados se o p o n e toda nuestra experiencia en la medida en
que nos aparta de concebir el yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia, c o m o organizado por el "principio de realidad" en q u e se formula el
prejuicio cientifista más opuesto a la dialéctica del conocimiento — p a r a indicarnos q u e partamos de la función de desconocimiento q u e lo caracteriza en
todas las estructuras tan f u e r t e m e n t e articuladas por la señorita Anna Freud:
pues si la Verneinungrepresenta su f o r ma patente, latentes en su mayor parte
q u e d a r á n sus efectos mientras no sean iluminados p o r alguna luz reflejada
en el plano de fatalidad, d o n d e se manifiesta el ello.
Así se c o m p r e n d e esa inercia propia de las formaciones del yo [jé] en las
q u e p u e d e verse la definición más extensiva de la neurosis, del mismo m o d o
q u e la captación del sujeto por la situación da la f ó r m u la más general de la
locura, de la que yace e n t r e los muros de los manicomios c o m o de la q u e ensordece la tierra con su sonido y su furia.
Los sufrimientos de la neurosis y de la psicosis son para nosotros la escuela
de las pasiones del alma, del mismo m o d o q u e el fiel de la balanza psicoanalítica, c u a n d o calculamos la inclinación de su a m e n a z a sobre c o m u n i d a d e s
enteras, nos da el índice de amortización de las pasiones de la civitas.
En ese p u n t o de j u n t u r a de la naturaleza con la cultura q u e la antropología de nuestros días escruta obstinadamente , sólo el psicoanálisis r e c o n o c e
ese n u d o de servidumbre imaginaria que el amor debe siempre volver a deshacer o cortar de tajo.
Para tal obra, el sentimiento altruista es sin promesas para nosotros, q u e
sacamos a luz la agresividad que subyace a la acción del filántropo, del idealista, del pedagogo, incluso del reformador.
En el recurso, q u e nosotros preservamos, del sujeto al sujeto, el psicoanálisis p u e d e a c o m p a ñ a r al paciente hasta el límite extático del "Tú eres eso",
d o n d e se le revela la cifra de su destino mortal, pero no está en nuestro solo
p o d e r de practicantes el conducirlo hasta ese m o m e n t o en q u e empieza el
verdadero viaje.
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