Subido por Renato Garcia

La emigracion visigoda a Europa

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La emigración visigoda y mozárabe a Europa durante los siglos VIII y IX
Alejandro Bañón Pardo
Resumen. El presente artículo estudia la emigración desde Hispania a otras partes de Europa que se
produjo durante y después de la conquista musulmana de la península, a lo largo de los siglos VIII y IX.
El análisis de las fuentes narrativas cristianas y musulmanas que hablan de la conquista se centra en
identificar todas las referencias a huidas, migraciones, desplazamientos y despoblación de ciudades y
territorios protagonizadas por la población local. Tras ello se muestran distintos casos de emigrados de
origen hispánico en Europa, como los hispani del sur de Francia, los intelectuales visigodos del
renacimiento carolingio o los refugiados italianos, para finalizar examinando los indicios indirectos de
diversa índole que sugieren una emigración visigoda y mozárabe a Europa fundamentalmente durante los
siglos VIII y IX.
Palabras clave: emigración; huida; visigodo; mozárabe; conquista musulmana; refugiado; renacimiento
carolingio.
[En] Visigothic and Mozarabic emigration to Europe during the 8th and 9th
centuries
Abstract. This article studies the emigration from Visigothic Spain to other regions of Europe in the
wake of the Islamic invasion, occured during and after the conquest throughout the 8th and 9th centuries.
The analysis of the Christian and Muslim sources that describe the conquest focuses on identifying all the
references to Christian escapes, flights, migrations, displacements and depopulation of cities and
territories. After that the study shows different cases of Spanish refugees in Europe, such as the hispani of
Southern France, the Visigoth intellectuals of the Carolingian Renaissance or the Italian refugees, to
finish with the examination of the different indirect hints that suggest a Visigothic and Mozarabic
migration towards Europe basically during the 8th and 9th centuries.
Keywords: Emigration; flight; Visigothic; Mozarabic; Muslim conquest; refugee; Carolingian
Renaissance.
Sumario: 1. Introducción. 2. La huida de los visigodos en las fuentes narrativas. 3. La emigración
visigoda a Europa. 4. El rastro visigodo en la Europa altomedieval: indicios que sugieren la emigración.
5. Conclusiones. 6. Bibliografía.
Cómo citar: Bañón Pardo, A. (2019) La emigración visigoda y mozárabe a Europa durante los siglos
VIII y IX, en En la España medieval,
1. Introducción
El reino visigodo de Toledo sucumbió a principios del siglo VIII d.C. con rapidez ante la
imparable expansión musulmana. La caída de Hispania ha llamado la atención de los
historiadores desde tiempos muy tempranos debido a su innegable trascendencia histórica1. Con
1
Sobre el fin del reino visigodo y la conquista musulmana de la península, ver el reciente trabajo de García Moreno, España 702719.
1
la toma de Nimes y la caída de Septimania en el 725 los musulmanes habían conquistado la
totalidad del territorio, salvo el pequeño reducto rebelde asturiano.
La conquista debió suponer, cuanto menos, un duro golpe para una población
mayoritariamente cristiana, pese a la tolerancia del islam con las religiones del libro. Los árabes
y beréberes llegados a la península eran muy distintos a la población autóctona, ya que aspectos
como la religión, la lengua, la etnia, la organización social o las costumbres separaban a ambos
grupos. Existió, especialmente entre los nobles y dirigentes locales visigodos, una voluntad de
pacto (además de un evidente interés por conservar sus posesiones y privilegios) con los nuevos
conquistadores, que debió materializarse en acuerdos de sumisión como el pacto de Teodomiro
del 713, y en determinadas zonas de la península la conquista fue relativamente fácil y no
encontró una oposición remarcable. Pese a ello hubo también episodios de enconada resistencia,
como los asedios de Mérida y Huesca o la toma por la fuerza de Tarragona, Narbona y otras
ciudades del este y noreste peninsular. Así pues, como en toda conquista, los episodios violentos
no debieron escasear. La Crónica Mozárabe, escrita probablemente pocos decenios después de
la conquista, retrata de manera exagerada y apocalíptica una Hispania devastada y a unos
habitantes atemorizados ante el saqueo, la destrucción y la violencia que traen consigo los
agarenos2. Todo parece indicar que durante varios años los visigodos dirigidos por el rey Aquila
II y posteriormente por Ardón se hicieron fuertes en la zona de la Tarraconense y Septimania y
resistieron tenazmente las acometidas islámicas3, lo que hizo que la campaña del noreste se
prolongara más de un lustro y revistiera un carácter de especial dureza y severidad.
El escenario de conquista y saqueo de Hispania durante el siglo V protagonizado por
vándalos, suevos, alanos y visigodos, pese a sus múltiples diferencias, pudo asemejarse en cierto
modo a la atmósfera de miedo e inseguridad imperante en época visigoda durante la conquista
musulmana, con fenómenos similares como el saqueo y la destrucción de extensas áreas y
ciudades, el enterramiento de tesoros o la huida de parte de la población, en especial de las
élites, fuera de la península. Pueden encontrarse también ciertas similitudes entre la expansión
musulmana por oriente en el siglo VII y la invasión de la península Ibérica. En Oriente
Próximo, donde, al igual que en Hispania, el éxito de la invasión musulmana se cifró no sólo en
el poderío militar musulmán sino también en los conflictos intestinos y el desgaste del enemigo
(persas y bizantinos llevaban años luchando entre sí), la conquista supuso frecuentemente un
episodio traumático para la población local y hubo migraciones forzosas en Bizancio y Persia4.
Ejemplos de ello son la deportación masiva de los habitantes de Cesarea Marítima o las
migraciones en Armenia y el África bizantina, que implicaron reajustes poblacionales dentro e
incluso fuera de Bizancio, en dirección a Italia y Francia. De la enorme cantidad de emigrantes
bizantinos que llegaron a occidente dan cuenta las numerosas comunidades monásticas
orientales establecidas en Roma en los siglos VII y VIII, dado que gran cantidad de monjes, y
también de sacerdotes y laicos (hubo incluso un papa de origen sirio en la primera mitad del
siglo VIII, Gregorio III), se refugiaron en Italia5. Parece que incluso España se vio afectada por
estos desplazamientos. El episodio de la flota imperial vencida por Teodomiro en el sureste
2 Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, pp. 17-18: “Muza (…), penetra violentamente hasta Toledo (…). Arrasa con la
espada, el hambre y la cautividad no solamente la España ulterior, sino también la citerior hasta más allá de Zaragoza (…). Arruina
hermosas poblaciones, entregándolas al incendio, condena al suplicio a los ancianos y a los potentados, mata a puñaladas a los
jóvenes y niños de pecho, e infundiendo de esta manera en todos el terror, las ciudades restantes se ven obligadas a pedir la paz (…).
Si todos los miembros se convirtiesen en lenguas, aun así jamás pudiera hombre alguno publicar la ruina y los males tan grandes y
sin cuento que afligieron a España”.
3 Coll i Alentorn, “Els succesors de Vititza”, pp. 296-298.
4 Para información sobre la conquista musulmana y su ilación con el centenario conflicto entre persas y bizantinos, ver el reciente
estudio de Soto Chica, Bizantinos, sasánidas y musulmanes. Ver también, del mismo autor, Bizancio y los sasánidas y Bizancio y la
Persia sasánida.
5 Sobre las migraciones a Constantinopla y otras zonas de Bizancio en este periodo y en los siglos VIII y IX, ver Auzépy, “Le role
des émigrés”; sobre los refugiados griegos en Italia y concretamente en Roma, ver Sansterre, Les moines grecs.
2
peninsular entre los años 695 y 702 sería un buen ejemplo, es posible que esta expedición
oriental albergara refugiados que huían de Cartago tras la entrada de los musulmanes en la
ciudad.
Tras la conquista, y pese a que una parte considerable de la población aceptó la dominación
musulmana, algunos visigodos decidirían huir hacia territorio cristiano, tal y como había
ocurrido en oriente. Más adelante los mozárabes harían lo propio a consecuencia del acoso cada
vez más pronunciado contra ellos y la intensificación del proceso de arabización. En la segunda
mitad del siglo VIII y en siglos posteriores se tiene constancia de migraciones de grupos de
cristianos hacia los reductos de resistencia del norte peninsular6. Los focos peninsulares de
resistencia al invasor no fueron los únicos destinos de la población visigoda que huía de los
árabes. Algunos decidieron abandonar la península inmediatamente y refugiarse en otras
regiones de Europa.
El objeto del presente trabajo es pues el estudio de esta emigración visigoda (llevada a cabo
por los visigodos peninsulares que huyeron durante o muy poco después de la conquista) y
mozárabe (protagonizada fundamentalmente a partir de finales del siglo VIII por los cristianos
andalusíes más o menos arabizados) a Europa, fundamentalmente Francia, Italia y Alemania,
como se puede observar (fig. 1), durante los siglos VIII y IX.
Tras describir las referencias a huidas y migraciones de grupos de población en las fuentes
primarias de la conquista musulmana, un planteamiento que no se había abordado hasta ahora
de forma sistemática, la investigación se centra fundamentalmente en dos aspectos. Por un lado,
los emigrados confirmados por las fuentes, en su mayoría anónimos, algunos conocidos, que a
raíz de la entrada de los musulmanes o en un periodo posterior abandonaron la península; por
otro, los diversos indicios de influencia visigótica en el continente que apuntan a posibles
movimientos migratorios. El tema ha sido estudiado fraccionadamente a través de diversas
monografías y artículos de actualidad dispar que se centran en el estudio de los emigrados de
una región concreta o en las evidencias que reflejan la influencia visigoda en Europa y su
probable relación con inmigrantes hispánicos, abundando los estudios sobre los hispani que
marcharon al sur de Francia o a la marca carolingia. El fenómeno de los intelectuales de origen
hispánico presentes en el renacimiento carolingio es también de sobra conocido, al igual que el
de los manuscritos de origen visigótico-mozárabe dispersos por el continente7, siendo sin
embargo necesario un estudio actualizado que analice la emigración visigoda y mozárabe desde
una perspectiva global e integradora, atendiendo también a los indicios indirectos de migración,
que reúna y agrupe las distintas investigaciones para así poder ofrecer una visión lo más amplia
posible en el tiempo y el espacio sobre el desplazamiento de grupos humanos de la península
Ibérica al continente a raíz de la invasión islámica y la primera dominación musulmana. La
metodología de trabajo empleada se basa en el estudio de las fuentes primarias (en especial, las
crónicas y textos que narran la conquista musulmana) y secundarias (todos los artículos y
monografías que abordan en mayor o menor profundidad el tema de los emigrados hispánicos y
la influencia visigoda en Europa). La ponderación y el contraste de los datos obtenidos ha
llevado a la formulación de los principales interrogantes que jalonan el trabajo y a la extracción
de las conclusiones finales.
6 Ver la reciente monografía de García Duarte, Mozárabes en el origen.
7 Como estado de la cuestión podríamos adelantar (se ampliará más adelante) la importante obra de Fontaine, Pellistrandi (eds.),
L’Europe héretière, y los recientes trabajos de Sénac, Gillard y Salrach, sobre los hispani, o de García Turza y D´Ors sobre la
influencia cultural visigoda al norte de los Pirineos y su relación con desplazamientos migratorios.
3
2. La huida de los visigodos en las fuentes narrativas
Las diversas fuentes islámicas y cristianas que narran la conquista de Hispania por los
musulmanes hacen referencia casi todas ellas a episodios de desplazamientos de nativos que
huían de los estragos de la guerra y la invasión agarena. Estas huidas son de distinto tipo, pero
todas coinciden en narrar migraciones de cristianos, pues según las fuentes los judíos
permanecieron en sus ciudades y en ocasiones colaboraron con el invasor.
En primer lugar estarían las fugas de índole militar y político. Así, la anónima Crónica
Mozárabe, redactada a mediados del siglo VIII y por ello prácticamente contemporánea a los
hechos, habla de una huida masiva del ejército visigodo tras la batalla de Guadalete o del Lago,
motivada por la derrota. En el Kitāb al-Taʼrīj de Ibn Ḥabīb, obra del siglo IX, se representa una
conversación entre el califa omeya Suleimán I y Mūsà, tras abandonar éste al-Ándalus, donde
Mūsà, al referirse a los rūmīs (término empleado por los musulmanes para referirse a los griegos
y, por extensión, a todos los cristianos) los describe en su faceta militar como hombres que
corren por las montañas y que no consideran la derrota una vergüenza, caracterización que
podría encajar con la conducta huidiza de parte de las tropas visigodas en Guadalete y después
de dicha batalla. La huida del ejército real es también referida en prácticamente todas las
fuentes, como la Crónica de Alfonso III del siglo IX, con sus distintas versiones, la Crónica del
Moro Rasis, del siglo XIV, basada en la obra perdida Ajbār mulūk al-Andalus del historiador
andalusí del siglo X Aḥmad al-Rāzī y fuente de crónicas posteriores, o la Historia de los hechos
de España de Jiménez de Rada, del siglo XIII. El historiador al-Maqqarī, autor del Nafḥ al-ṭīb,
obra del siglo XVII de gran valor al basarse en algunas obras antiguas desaparecidas, cuenta que
tras la derrota los soldados huyeron en todas direcciones y, tras relatar lo que había ocurrido a
los habitantes de pueblos y ciudades cundió el pánico general. También consigna la dispersión
de los restos del ejército visigodo de Guadalete, junto con los habitantes de Écija, tras una nueva
batalla perdida. El escape de destacados gobernantes, como Rodrigo, al que varias fuentes
presentan vivo tras Guadalete; don Pelayo, que marcharía a Asturias junto con otros nobles
(aunque en realidad parece que ya se encontraba en Asturias desterrado antes de la invasión
musulmana); u Opas, que según la Crónica Mozárabe huyó de Toledo al llegar los musulmanes,
aparece reflejado en numerosos escritos. Las crónicas difieren en lo relativo al destino de
Rodrigo8.
El resto de migraciones serían las protagonizadas por la población civil. El himno mozárabe
Tempore Belli, posiblemente contemporáneo a la conquista, retrata vivamente el terror
producido por los invasores que empuja a los cristianos a huir: “He aquí que la cohorte misma
de los cristianos vuelve la espalda a sus crueles enemigos y, agotada, huye temblando por
pendientes y por parajes impracticables, empujada por un vergonzoso pavor”. Las fuentes
señalan en ocasiones, exageradamente, una espantada masiva de los habitantes de Hispania.
Jiménez de Rada suscribe hiperbólicamente que tras la batalla de Guadalete la tierra se quedó
sin gente, despojada de habitantes, mientras que la crónica anónima Fath al-Ándalus, de
principios del siglo XII, dice que “todos” los cristianos se refugiaron en lugares inaccesibles9.
8 Por orden de citación, la versión de la Crónica Mozárabe empleada en el presente trabajo está tomada de la edición y traducción
de 1870 realizada por Teófilo Martínez de Escobar y disponible en línea con ligeras modificaciones, Martínez de Escobar, “Crónica
de Isidoro”, p. 17; Kitāb al-Taʼrīj, Jarouche, “A conquista de Alandalus”, p. 236; Crónica de Alfonso III, Gil Fernández y otros,
Crónicas asturianas, p. 51; Crónica del Moro Rasis, Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 24; Jiménez de Rada (trad. de
Fernández Valverde), Historia de los hechos de España: “son desbordadas las líneas cristianas (…) y volviendo grupas ante los
obstáculos, (…) el rey Rodrigo y el ejército cristianos son vencidos y perdieron la vida en una huida sin esperanza”, p. 147; Nafh altib, Gayangos, The history of Mohammedan, pp. 273-275; huida de Opas en Crónica Mozárabe, Martínez de Escobar, “Crónica de
Isidoro”, p. 17; sobre la huida o muerte de Rodrigo, ver Crónica Mozárabe, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17;
Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 148; Gil Fernández y otros, Crónicas
asturianas, p. 52; Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, “Romance del rey don Rodrigo”.
9 Por orden de citación, Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia
de los hechos de España, p. 150; Segura González, “Inicio de la invasión”, p. 42.
4
En cuanto a las causas que empujaron a los habitantes a huir, las fuentes señalan
unánimemente la invasión como una de ellas. Algunas crónicas cristianas hacen hincapié en la
crueldad y fiereza de la conquista para justificar la huida, como la Crónica Mozárabe, que
relaciona la huida a las montañas con el terror infundido por los musulmanes en las ciudades. La
mayor parte de las fuentes señalan el miedo producido por la invasión como la principal causa
que motivó los desplazamientos. La importante Crónica del moro Rasis y las obras que copian
su relato, como la portuguesa Crónica General de España de 1344, reflejan cómo el miedo
empujó a los habitantes de Córdoba a marchar a las montañas. Los Ajbār maŷmūʽa, obra
anónima del siglo XI, asegura que al internarse Ṭāriq en España, sus habitantes, aterrorizados,
huyeron hacia Toledo y otras ciudades. El hambre, que apareció probablemente debido a la
conquista por aquellos años, se señala como otra de las causas de las huidas, aunque ya en
tiempos de Witiza hubo hambrunas por las malas cosechas de los años 707 y 709, por lo que la
invasión pudo agravar un escenario de hambre preexistente. La Crónica de Alfonso III señala
que con la llegada de los musulmanes los godos perecieron “parte por la espada, parte por
hambre”, y en la Crónica Mozárabe se dice que Mūsà arrasó la península con la espada, el
hambre y la cautividad10.
En relación al momento en que se produjeron las migraciones, algunas fuentes nos permiten
situarlas en el tiempo, mientras que las referencias que dan otras son más genéricas. Al-Maqqarī
habla de una Algeciras desierta, abandonada por sus habitantes, durante la breve incursión por
tierras andaluzas de Tarīf ibn Mālik en el 710. Casi todos los autores indican que se produjo una
desbandada general en el ejército tras la derrota en la batalla de Guadalete o del Lago en julio
del año 711, como atestigua la anónima Crónica Silense del siglo XII, y otros tantos suscriben
también la huida de muchos habitantes al conocer la derrota y la muerte del rey, como señala el
Fath al-Ándalus: “Ludriq, su rey, fue muerto, y todos los cristianos abandonaron las
poblaciones para refugiarse en montes y lugares abruptos”. La campaña de Ṭāriq en la segunda
mitad del 711 es el escenario en la narración de al-Rāzī de varios episodios de desplazamientos,
fundamentalmente urbanos. La Crónica del moro Rasis nos habla de nobles que huyen por
entonces a las montañas, refugiados en Córdoba y la huida de habitantes de Málaga y Toledo,
acontecimientos que repiten con ligeras variaciones todas las fuentes que basan su relato de esta
fase de la conquista en al-Rāzī, como los Ajbār maŷmūʽa o la Historia de los hechos de España.
Jiménez de Rada especifica que los toledanos huyeron por esta época a Amaya, ciudad que
asegura era receptora de muchos refugiados, a Asturias o a las montañas11.
La llegada de Mūsà en el año 712 aparece reflejada en casi todas las fuentes narrativas de la
conquista, y de nuevo aquí tiene mucho peso el relato de al-Rāzī en lo relativo a las
migraciones. La Crónica Mozárabe hace referencia a la política dura y conciliadora a un tiempo
del caudillo musulmán, presentando unas ciudades rendidas por Mūsà por medio de la astucia y
la seducción, pero cuyos habitantes después “se vuelven atrás temerosos y menospreciados,
huyen de nuevo a las montañas, donde se ven expuestos al hambre y a todo género de muerte”.
La Crónica del moro Rasis narra la toma de Carmona lograda gracias a una estrategia del conde
Urbano/Julián (aliado de los musulmanes), consistente en hacerse pasar los cristianos de Julián
por mercaderes, entrar en la ciudad y abrir las puertas a los agarenos. Sin embargo en otras
versiones del mismo relato, como la de Jiménez de Rada, al-Maqqarī o Ibn 'Iḏārī, se presenta a
estos mercaderes como refugiados cristianos en busca de asilo. Después se relata la toma de
10 Por orden de citación, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 21;
Vindel Pérez, Crónica de 1344, p. 126; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 23; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p.
55; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17.
11 Por orden de citación, Gayangos, The history of Mohammedan, p. 265; “Rodrigo, como no viese auxilio alguno ya para sí,
previniendo la fuga poco a poco durante algunos días, murió peleando. (…) Y luego, todos los militares godos, dispersos y
fugitivos, llegaron casi al exterminio con la espada”, Gómez Moreno y Martínez, Introducción a la Historia, p. 75; Segura
González, “Inicio de la invasión”, p. 42; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 20-22; Jiménez de Rada (trad. de Fernández
Valverde), Historia de los hechos de España, p. 155.
5
Sevilla y la huida de parte de los sevillanos a Beja. Tras ello la narración de al-Rāzī describe la
toma de Mérida y cómo Mūsà dejó marchar a los cristianos de la ciudad que así lo deseaban, en
algunas obras basadas en al-Rāzī, como la de al-Maqqarī o los Ajbār maŷmūʽa, se detalla que
estos emigrados emeritenses partieron hacia “Galicia”, lo que debe interpretarse en un sentido
extensivo que haría referencia al norte peninsular. Se mencionan también desplazamientos bajo
el mandato de ʽAbd al-Azīz, el hijo de Mūsà, pero no hay apenas referencias explícitas a
migraciones bajo el gobierno de los siguientes valíes, entre los años 716 y 726, a pesar de que
durante esos años se efectuaron las violentas campañas del noreste y Septimania, en todo caso
las fuentes podrían hacer referencia a movimientos migratorios que asignan al periodo de Ṭāriq
y Mūsà y que pudieron acontecer o tener continuidad más adelante. Entre el 714 y el 726, o tal
vez poco después, podrían enmarcarse las referencias de la Crónica de Alfonso III a la
emigración de nobles a Francia o la alusión en la Historia de los hechos de España a los godos
que “no habían tenido la posibilidad de huir” y marcharon junto a Pelayo “a escondidas y con
disimulo”. Las fuentes mencionan también la incipiente emigración mozárabe, una vez sometida
al-Ándalus. Jiménez de Rada parece hablar de unos refugiados cristianos que habían huido de la
invasión árabe y vivían “en las montañas de España” (¿Pirineos?) en tiempos de Carlomagno.
La Crónica del moro Rasis habla de una hambruna en torno a mediados del siglo VIII que forzó
a muchas personas a abandonar al-Ándalus, y de migraciones de mozárabes en tiempos de
Abderramán I a causa de la represión. La Crónica de Alfonso III registra a mediados del siglo
IX, en tiempos de Ordoño I, la repoblación de León, Astorga, Tuy y Amaya con gentes llegadas
de al-Ándalus12.
Las migraciones constatadas por las fuentes tienen como protagonistas a integrantes de
diversos grupos sociales. Rara vez se da a conocer el nombre de los fugitivos, éste sería el caso
de los ya mencionados Opas, Pelayo y Rodrigo, junto con el metropolitano de Toledo
Sinderedo, que como constata la Crónica Mozárabe huyó a Roma al llegar los musulmanes. La
Crónica de Alfonso III habla de la huida de la aristocracia visigoda, al igual que la Crónica del
moro Rasis, donde se dice que los nobles “se allegaron á las más fuertes sierras que pudieron
llegar, et fueron y morar muchos de ellos”. En los Ajbār maŷmūʽa, comentando un episodio en
el que el subordinado de Ṭāriq, Mugīṯ al-Rūmī, captura a uno de los principales nobles de
Córdoba, se dice que fue uno de los pocos notables del reino cautivos, ya que el resto o se
habían entregado por capitulación o huyeron a “Galicia”. Jiménez de Rada, comentando la
situación de los que se quedaron, afirma que los obispos que se quedaron tras la invasión, “poco
después” de romper los musulmanes los tratados de capitulación emigraron a Asturias con las
reliquias del antiguo reino. El Chronicon mundi de Lucas de Tuy, obra del siglo XIII, habla de
nobles godos fugitivos que tras ser derrotados perecieron a manos de los bárbaros y los
“franceses”. Los habitantes de las ciudades constituyen el grupo más mencionado por las
fuentes en lo relativo a la migración, ya sea de forma genérica, como en la Historia de alÁndalus de Ibn ʽIḏārī, del siglo XIV, donde se dice, siguiendo e hinchando el relato de al-Rāzī,
que los cristianos “se dirigieron a Tolaitola, y abandonaron las ciudades de al-Ándalus y quedó
tras ellos poca gente”; ya de manera específica al señalarse la huida de los habitantes de
Córdoba, Málaga, Toledo, Mérida o Sevilla13. En cuanto a los nobles visigodos, muchas fuentes
musulmanas señalan exageradamente que al ser llamado Mūsà por el califa para dar cuentas de
12 Por orden de citación, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 23-25;
Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de
España, p. 165; ibidem, p. 171; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 31-33; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p.
65.
13 Por orden de citación, Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17; ibidem, p. 26; Gil Fernández y otros, Crónicas
asturianas, p. 55; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 20; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 27; Jiménez de Rada
(trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 152; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, p. 269; Ibn Idari (trad.
Fernández González), Historias de al-Ándalus, p. 14.
6
sus conquistas, llevó consigo hasta Damasco gran cantidad de nobles y sobre todo doncellas,
abultando enormemente las cifras de prisioneros14.
Un aspecto relevante es el grado de trascendencia de la emigración visigoda según las
fuentes, teniendo en cuenta que algunas tienden a la exageración para agrandar el desastre de la
pérdida de España, o bien para resaltar la fiereza y contundencia de la lucha de los musulmanes
contra el infiel. El himno mozárabe Tempore belli habla de la “cohorte de los cristianos” que
huyen aterrorizados, lo que podría dar a entender que una gran cantidad de personas huyeron.
La Crónica del moro Rasis se muestra así de contundente al hablar de los cristianos restantes de
al-Ándalus: “Et aquel fijo de Muça (…). Lleuó su facienda en tal guisa con los cristianos que
los pusso todos fuera de España, saluo aquellos que (…) se acogieron a las sierras de las
Asturias”. Los Ajbār maŷmūʽa, siguiendo a al-Rāzī, asegura que tras Guadalete, al avanzar
Ṭāriq, los habitantes de Hispania huyeron despavoridos hacia Toledo y otras ciudades,
narración similar a la del Fatḥ al-Andalus, aunque aquí el destino es otro, pues señala que los
cristianos huyeron masivamente de sus poblaciones para refugiarse en montes y lugares
abruptos. Al-Maqqarī dice que con la llegada de las huestes de Ṭāriq, los habitantes se vieron
obligados a “abandonar su llano país” y huir a las montañas. Otras fuentes no describen las
migraciones como una huida generalizada, circunscribiéndola a poblaciones y grupos sociales
concretos. Como hemos visto, es habitual en las crónicas islámicas y cristianas que siguen a alRāzī hablar de huidas de unas ciudades concretas a otras, o bien de ciudades a lugares
montañosos o boscosos, o al norte de la península. En otras ocasiones se especifica que es un
grupo social determinado el que emprende la huida, por lo general nobles o clérigos. La
referencia a despoblados, a la existencia de enclaves deshabitados a causa de la conquista, es
otra forma que emplean las fuentes para mostrar el rastro de una migración. La Crónica de
Alfonso III, al referirse a la repoblación de ciudades del norte peninsular, atestigua que éstas
habían quedado abandonadas en tiempos de la conquista árabe. Jiménez de Rada dice que tras
Guadalete la tierra quedó vacía de gente, mientras que en la Crónica del moro Rasis se nos
presenta una ciudad de Toledo abandonada por sus habitantes. La Crónica General de España
de 1344 hace referencia a la repoblación musulmana tras la anexión de villas que habían
quedado abandonadas. Al-Maqqarī comenta que ya en tiempos de Mūsà los musulmanes
pasaron a vivir en los pueblos que habían sido abandonados por los cristianos. Jiménez de Rada,
al-Maqqarī o Ibn ʽIḏārī, al hablar de la toma de Carmona y la estratagema de Urbano/Julián para
su expugnación, difieren de lo registrado en la Crónica del moro Rasis y podrían dar pistas
sobre la trascendencia de la migración a causa de la conquista. Estos autores presentan a los
cristianos que entran en la ciudad y que a la postre abrirán las puertas al enemigo como
refugiados en busca de asilo, y no como mercaderes. La anécdota es significativa ya que de ser
cierta, si los habitantes de Carmona abrieron las puertas a todo un grupo de personas de fuera
sin dudarlo, pudo ser porque en aquellos días era frecuente la existencia de grupos de migrantes
en busca de cobijo dentro de las murallas de las ciudades. Por el contrario otras importantes
crónicas, como la bizantina-arábiga de mediados del siglo VIII, el Futūḥ Miṣr de Ibn ʿAbd alḤakam del siglo IX o la Crónica de Ibn al-Qūṭiyya de principios del siglo XI INCORRECTO,
NO APARECE EN LA BIBLIOGRAFIA no hacen apenas mención a huidas y migraciones de
la población cristiana ante el avance musulmán15.
14 García Moreno, España 702-719, pp. 472-473.
15 Por orden de citación, Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26;
Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 23; Segura González, “Inicio de la invasión”, p. 42; Gayangos, The history of
Mohammedan, p. 275; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 65; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia
de los hechos de España, p. 150; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 22; Vindel Pérez, Crónica de 1344, p. 148;
Gayangos, The history of Mohammedan, p. 291; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España,
p. 156; Gayangos, The history of Mohammedan, p. 284; Ibn ʽIḏārī (trad. Fernández González), Historias de al-Ándalus, p. 20.
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Las fuentes aportan otros datos sobre cómo se produjeron las migraciones que ayudan a
entender la naturaleza de las mismas. En el Nafḥ al-ṭīb de al-Maqqarī se nos dice que fue
esencial la huida del ejército visigodo tras Guadalete en todas direcciones, porque los soldados
contagiaron el pánico a la población, lo que hizo que las ciudades y fortificaciones del reino
fueran más proclives a entregarse sin oponer resistencia y fomentaría las migraciones
precipitadas FALTA CITA E IDENTIFICAR LA OBRA DE AL-MAQQARI EN LA
BIBLIOGRAFIA. Jiménez de Rada refiere que, tras la batalla de Covadonga, los godos “que no
habían tenido posibilidad de huir, al oír que la mano del Señor no había abandonado a los suyos,
se marcharon junto al príncipe Pelayo a escondidas y con disimulo”, de lo que se infiere que los
musulmanes pudieron poner alguna traba a la emigración cristiana a Asturias en la fase final de
la conquista y poco después de la misma, la anécdota también nos muestra el efecto llamada que
pudo tener Covadonga y la resistencia norteña para los migrantes. El himno Tempore Belli
describe a los cristianos huyendo cansados y temblando ante la terrorífica invasión, aparece aquí
un elemento característico de las migraciones motivadas por la conquista, el del miedo, que
vemos en otros escritos como la Crónica Mozárabe o la Crónica del Moro Rasis. La
descripción de migraciones entre ciudades, algunas seguramente de carácter temporal para
evitar el asedio y el saqueo enemigo, aparece en la Crónica del Moro Rasis al hablarse de la
huida de los habitantes de Toledo a la ciudad cercana conocida como “la Messa”, los Ajbār
maŷmūʽa menciona la huida de los cristianos de Sevilla a Beja tras la toma de aquélla, mientras
que Jiménez de Rada habla de la huida de los nobles cordobeses a Toledo, urbe que según el
arzobispo debido a sus férreas defensas acogió también a cristianos procedentes de “otras
ciudades y fortalezas, que quedaron guarnecidas con pocos defensores”. Jiménez de Rada
menciona además la huida de parte de los habitantes de Toledo a Amaya, ciudad “en la que
mucha gente desesperada había buscado refugio fiada de la fama de sus fortificaciones”. Se
describen también algunos episodios de posible éxodo rural, como en los Ajbār maŷmūʽa donde
se habla de una migración masiva hacia Toledo por parte de los habitantes de Hispania y de
cómo se encerraron éstos en las ciudades del reino. Más habituales son las referencias a huidas
desde ciudades y otros enclaves a lugares inaccesibles y escarpados del campo16.
El destino de las migraciones es referido por la mayor parte de las fuentes narrativas. Un
lugar común es la mención de los lugares escarpados, inaccesibles y agrestes, como montañas y
bosques, que servirían a los emigrados como refugio y escondite, lugares ocultos donde se
refugiarían estas personas atemorizadas para evitar los saqueos y la violencia ligados a la toma
de ciudades y pueblos. Las fuentes más próximas a la conquista hablan unánimemente de la
huida a los montes, en el Tempore Belli se habla de cristianos que huyen “por pendientes y por
parajes impracticables” y la Crónica Mozárabe comenta cómo muchos cristianos de las
ciudades rendidas por capitulación huyeron a las montañas. El Kitāb al-Taʼrīj pone en boca de
Mūsà que los rūmīs (cristianos) eran “cabritos corriendo por las montañas”. Al-Rāzī y las obras
que siguen su relato hablan de numerosas huidas a las montañas, protagonizadas por los nobles
de Hispania, los habitantes de Málaga, los pobladores de la comarca de Rayya o, ya en tiempos
de Abderramán I, la fuga de muchos mozárabes a las sierras debido a la hambruna y la
represión. Al-Maqqarī insiste varias veces en que al llegar los musulmanes los cristianos se
vieron obligados a “abandonar su llano país” y refugiarse en las montañas. El romancero ubica a
Rodrigo en su huida por frondosas montañas, tan desiertas que sólo acogían a un ermitaño:
“métese por las montañas/las más espesas que vía/porque no le hallen los moros/que en su
seguimiento iban”. Las tierras del norte aparecen como otro de los destinos predilectos de los
emigrados a juzgar por las fuentes, que en ocasiones denominan “Galicia” a la zona, aunque
16 Por orden de citación, Gayangos, The history of Mohammedan, p. 273; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia
de los hechos de España, p. 165; Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18;
Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 21; ibidem, p. 22; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 29; Jiménez de Rada
(trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, pp. 153-155; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, p. 23.
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indudablemente deben hacer referencia también al área asturiana. La Crónica de Alfonso III dice
refiriéndose a los nobles supervivientes que “la mayor parte se metieron en la tierra de los
asturianos”. En los Ajbār maŷmūʽa también se comenta cómo los nobles cristianos vivos “o se
entregaron por capitulación o huyeron a Galicia”. Esta obra habla además de la huida de los
habitantes de Mérida a “Galicia” tras caer la ciudad y más adelante hace referencia a Pelayo,
que se había refugiado en “Galicia” con sus hombres. Jiménez de Rada hace referencia varias
veces a la huida de cristianos a Asturias. Otros autores, en fin, asocian las tierras del norte con
su orografía e indican que los visigodos eligieron como refugio estas zonas por ser montañosas
y agrestes, constituyendo una defensa natural que los salvaguardaba de los invasores. Al-Rāzī,
los Ajbār maŷmūʽa, Lucas de Tuy o la Crónica General de España de 1344 hablan de cristianos
que huyen a las montañas y lugares abruptos de Galicia, Asturias y los Pirineos17.
Asturias y el norte peninsular no es, sin embargo, el único destino del que hablan las
fuentes. Algunos cronistas revelan que hubo visigodos que huyeron a los Pirineos, a Francia e
incluso a Italia. La Crónica de Alfonso III dice que “los godos perecieron parte por la espada,
parte por hambre. Pero los que quedaron de estirpe regia, algunos de ellos se dirigieron a
Francia, pero la mayor parte se metieron en la tierra de los asturianos”, lo que nos indica que
según el autor de la crónica parte de la nobleza visigoda se marchó al reino franco. Como ya
hemos mencionado, la Crónica del Moro Rasis asegura que el hijo de Mūsà “pusso todos (los
cristianos) fuera de España” con la excepción de los que se fueron a Asturias, lo que nos lleva a
pensar, pese a lo exagerado de la afirmación, que estas personas “sacadas” de España podrían
haberse refugiado en los Pirineos o fuera de la península. Jiménez de Rada parece constatar la
existencia de refugiados en los Pirineos al hablar, en el contexto de un conflicto con Alfonso II
de Asturias, de una expedición de Carlomagno contra “lo que quedaba de hispanos”,
comentando que el rey franco pudo toparse con refugiados que vivían en los montes pirenaicos,
“cuando llegó a las montañas de España, donde vivían unos pocos que habían escapado a la
matanza…”. Alfonso X, en su Estoria de España, habla de los Pirineos como uno de los lugares
donde los cristianos buscaron refugio. Lucas de Tuy enumera las sierras entre las que buscaron
refugio los godos, nombrando los Pirineos. Además este mismo cronista, en un pasaje un tanto
oscuro, relata que tras la derrota de Guadalete las tropas visigodas “derramados y fuydos, poco
menos, fasta la muerte, peresçieron por cuchillo y fambre. Non solamente por las persecuciones
de los bárbaros fueron gastados, mas tanbién por las armas de los franceses de parte de las
Galias”. Ibn 'Iḏārī comenta que los nobles de Hispania huyeron a Galicia y a “otros países” en
los extremos de la región, afirmación que puede interpretarse como una alusión a personas que
abandonaron la península. Italia y más concretamente Roma aparece como un destino
extrahispánico de los emigrados, pues la Crónica Mozárabe habla de la huida del obispo de
Toledo Sinderedo a Roma18.
3. La emigración visigoda a Europa
Como hemos visto en las fuentes, el norte de Hispania, y más concretamente el área del
noroeste peninsular, fue un destino habitual de los emigrados. No en vano la reconquista se
17 Por orden de citación, Díaz y Díaz, “Noticias históricas”, pp. 448-450; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 18;
Jarouche, “A conquista de Alandalus”, p. 236; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, pp. 20-33; Gayangos, The history of
Mohammedan, pp. 275-276; Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, “Romance del rey don Rodrigo”; Gil Fernández y otros,
Crónicas asturianas, p. 55; Lafuente y Alcántara, Ajbar machmua, pp. 27-38; Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde),
Historia de los hechos de España, pp. 152-165; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26; Lafuente y Alcántara, Ajbar
machmua, pp. 30-38; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, pp. 270-271; Vindel Pérez, Crónica de 1344, p. 140.
18 Por orden de citación, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26;
Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 171; Menéndez Pidal, Primera Crónica, p.
316; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, pp. 270-271; ibidem, p. 269; Ibn 'Iḏārī (trad. Fernández González), Historias de alÁndalus, p. 16; Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17.
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inicia precisamente en el norte y el protagonismo de los refugiados procedentes de diversas
regiones del antiguo reino debió ser muy importante, así como la posterior emigración
mozárabe. La legislación andalusí relativa a los mozárabes favorecía en algunos puntos su exilio
a tierras cristianas, ya fueran peninsulares o no, así, las leyes más benignas prescribían que si los
cristianos rompían el pacto de protección establecido con las autoridades musulmanas debían
abandonar al-Ándalus y marchar a un país cristiano: “y cuando los dimmíes (…) quebrantaren
su pacto, no es lícito por ello matarlos (…), mas es preciso sacarlos en seguridad de la tierra de
los muslimes hasta que puedan refugiarse en el país de los politeístas más próximo”19.
Las fuentes narrativas de la conquista nos hablan como ya hemos visto de migraciones más
allá de la península, en dirección al reino franco: la Crónica de Alfonso III deja constancia de la
partida de algunos nobles godos a Francia y Lucas de Tuy hace una referencia vaga a los
“franceses de las Galias” que habrían perseguido a los derrotados de Guadalete (pasaje del
Tudense que en honor a la verdad es de difícil interpretación). Los Pirineos, como lugar de paso
y al ser un área montañosa, pudo ser un refugio frecuente de emigrados. Estas montañas figuran
en las obras de Jiménez de Rada, que parece hablar de refugiados pirenaicos en tiempos de
Carlomagno, Alfonso X y Lucas de Tuy, los cuales dicen que los que huían de los musulmanes
se refugiaron en estos montes entre otros enclaves, no en vano la resistencia aragonesa nació al
pie de los Pirineos. El refugiado Sorbetanus fundó, a finales del siglo VIII, la villa Surba (la
actual Siresa) en el pirenaico valle de Hecho, en Huesca20. Simonet da cuenta de un monasterio
pirenaico, el de Sasare, que acogió fugitivos de la invasión islámica21. Según la tradición, los
santos Voto y Félix marcharon en torno al año 740 a la peña Oroel, cerca de Jaca, futuro bastión
de la resistencia aragonesa22. La tradición nos habla también de la huida del obispo Bencio de
Zaragoza al norte poco después de la conquista con reliquias y libros23, que serían depositados
en el monasterio pirenaico de San Pedro de Tabernas. A mediados del siglo VIII, durante la
persecución de Abderramán I, las reliquias de los santos Justo y Pastor fueron trasladadas por
cautelosos mozárabes de Complutum al valle oscense de Nocito24.
Más allá de estas montañas, del testimonio de otras fuentes se puede deducir vagamente una
referencia implícita a migraciones extrapeninsulares. Así, la Crónica del Moro Rasis habla
exageradamente de cristianos que fueron sacados de manera masiva fuera de España e Ibn 'Iḏārī
menciona que los nobles visigodos huyeron “a los extremos de la región, como Galiquia y otros
países”, alusión esta última interpretable de diversas formas, pero que puede comportar la
migración a territorios ajenos a la península Ibérica. La Crónica Mozárabe y otras fuentes
aluden a la precipitada huida a Roma del obispo de Toledo Sinderedo25. Italia al este y Francia
19 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 100, citando la obra del jurista del siglo XI al-Māwardī titulada Al-Aḥkām al-sulṭāniyya,
ed. de Enger, p. 253.
20 Gillard, Sénac, “À propos de quelques”, pp. 166-167. Los vínculos transpirenaicos no se vieron especialmente perturbados por la
invasión agarena en el siglo VIII, ver Rouche, “Les relations transpyrénéennes”; Sénac, “Chrétiens et musulmans”.
21 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 65. Pratdesaba i Sala, siguiendo a la historiografía clásica, habla también de huidas de la
población hispanogoda e hispanorromana en dirección a los Pirineos, en especial a las escarpadas zonas de la sierra de las Guillerías,
las sierras de Bellmunt y Torelló o los valles del Montseny, Pratdesaba i Sala, El procés de fortificació, p. 72.
22 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 173; y D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 779. Además, atraerían allí a discípulos
deseosos de iniciarse en el eremitismo y de huir de la dominación islámica, como Benedicto y Marcelo, la afluencia de monjes al
lugar desembocaría en la fundación del monasterio de San Juan de la Peña, y según la tradición en torno al Oroel nació
posteriormente el condado de Sobrarbe, Simonet, Historia de los mozárabes, pp. 190-191. Antes de establecerse supuestamente allí
los santos Voto y Félix, bajo el gobierno de Abd al-Málik (732-734) hubo una expedición musulmana que llegó hasta los Pirineos y
rindió las fortificaciones que unos 200 hombres habían construido en el monte Oroel, ibidem, p. 178, citando al padre Flórez,
España Sagrada, t. XXX, p. 409.
23 D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 778.
24 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 258.
25 Por orden de citación, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55; Tuy (ed. Pujol), Crónica de España, pp. 270-271;
Jiménez de Rada (trad. de Fernández Valverde), Historia de los hechos de España, p. 171; Menéndez Pidal, Primera Crónica, p.
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al norte figuran en las fuentes como los lugares de acogida extrapeninsulares preferidos por los
visigodos que huían de la invasión islámica.
Geográficamente ambos destinos son los más cercanos a la península Ibérica, si descartamos
el norte de África musulmán, por lo que una emigración hacia dichas regiones habría sido la
opción más factible y lógica. Más difícil es saber si, por mar, los posibles migrantes hubieran
podido ir más allá de Italia, en dirección tal vez a Bizancio (como ocurrió en algunos casos de
emigrantes hispanos del siglo V), o si los huidos a Francia pudieron tal vez remontar el país y
alcanzar otras zonas más remotas del continente. Una hipotética emigración a las Baleares no
debería descartarse. Estas islas se encontraban en el siglo VIII al parecer sometidas
nominalmente a los musulmanes, pero no debieron ser ocupadas por éstos y el peso del imperio
bizantino era aún considerable. Dada la cercanía y su condición de islas-refugio en ciertas
épocas, como durante las invasiones bárbaras del siglo V o ante la invasión napoleónica de
España26, tal vez algunos visigodos se refugiaran en este archipiélago. La huida a centros
importantes de poder, o de gran significado simbólico para los migrantes, constituye un patrón
habitual en las migraciones forzosas, de ahí que las fuentes nos hablen de desplazamientos a
Toledo, la capital, ante la invasión musulmana, o de la huida de hispanorromanos como la
familia de Merobaudes a la corte de Rávena en el siglo V. Esta pauta explica también el
desplazamiento de Sinderedo a Roma y nos lleva a pensar en posibles viajes a otros enclaves
importantes de la época. Sin duda debió haber más clérigos que seguirían el ejemplo del obispo
de la importante sede toledana, aparte de los numerosos prelados de Toledo que debieron
acompañarle, y que ante las perspectivas de una Hispania bajo la égida del islam decidirían
marchar a Roma junto al papa, habida cuenta de las buenas e intensas relaciones de la iglesia
visigoda con la sede romana27.
El camino del norte/noreste emprendido por los emigrantes implica necesariamente su paso
por los territorios dominados hasta el año 720 por Agila II y su sucesor Ardón. Es manifiesta la
escasez de datos relativos a esta última fase de la conquista, junto con el silencio de las fuentes
sobre posibles migraciones en este periodo. Los territorios de la Tarraconense y Septimania
fueron de los más castigados por los musulmanes durante la invasión, y de ellos pudieron partir
muchos emigrantes en distintas direcciones. Al mismo tiempo los mismos migrantes del interior
de Hispania que hubieran decidido huir entre el 711 y el 725 hacia el reino de Agila II y Ardón,
último enclave de resistencia visigoda, o incluso con la intención de alcanzar territorios del
reino franco, serían testigos de los episodios bélicos de la última fase de la conquista. Los
emigrantes procedentes del interior de Hispania que se establecieron en el área de la futura
marca hispánica o en Septimania, junto con los de la Tarraconense que decidieron refugiarse en
los Pirineos o al sur de Francia, integrarían el grupo migratorio que las fuentes carolingias
denominan a partir de la segunda mitad del siglo VIII como hispani.
Los hispani28 eran inmigrantes procedentes de al-Ándalus establecidos en los territorios de
Septimania, otras zonas del sur de Francia y la marca hispánica29 en los siglos VIII, IX e incluso
316; Gayangos, Memoria sobre la autenticidad, p. 26; Ibn 'Iḏārī (trad. Fernández González), Historias de al-Ándalus, p. 16;
Martínez de Escobar, “Crónica de Isidoro”, p. 17.
26 Las islas acostumbran a ser, por su peculiaridad geográfica, depositarias de muchos deportados forzosos, como lo eran Córcega y
Cerdeña en la Antigüedad o las mismas Baleares y Canarias hasta el siglo XX. Por otro lado, los exiliados, refugiados y migrantes
en muchas ocasiones se cobijan en islas. Un buen ejemplo sería el de los obispos católicos africanos que ante la llegada de los
vándalos arrianos se refugiaron masivamente en Cerdeña y Córcega en los siglos V y VI, ver Vicent Ramírez, Deportatio ad
insulam, algo similar a lo que debió ocurrir en las Baleares durante en siglo V, con refugiados como Inocencio o Consencio. Se sabe
que el historiador hispano del siglo V Orosio, huyendo de los germanos, visitó Menorca poco antes de desaparecer.
27 Sobre las relaciones de la iglesia visigoda con Roma en el siglo VII previo a la invasión musulmana, ver Lacarra, “La Iglesia
visigoda”.
28 Sobre los hispani de Cataluña y Septimania ver, por orden cronológico ascendente, Vaissète, De Vic, Histoire générale de
Languedoc, vol I; Cauvet, Étude historique; Miret y Sans, La expansión y dominación; Melchior, Les établissements des Espagnols;
Dupont, “Les invasions musulmanes”; “L’aprision et le régime”; Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”; Abadal, “El paso
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X. Sabemos de su existencia fundamentalmente por diplomas y documentos administrativos
carolingios30 y también por referencias de algunos cronistas e intelectuales del periodo, como
Teodulfo de Orleans. Aunque es difícil saber de dónde procedían exactamente, algunos
estudiosos defienden que fundamentalmente provenían de los actuales territorios de Cataluña y
Aragón31, mientras que otros como Salrach opinan que, pese a que muchos serían habitantes de
zonas de frontera con el islam, una parte vendría de tierras más lejanas del interior de alÁndalus32, algo que confirman las fuentes documentales, que hablan, por ejemplo, de un
emigrado cordobés tardío llegado a Cataluña, de nombre Tirso, que en el 874 disputaba la
autoridad del obispo de Barcelona. Estos emigrantes decidirían abandonar sus lugares de origen
por motivos religiosos (al desear vivir en tierra de cristianos), políticos (conflictos internos
andalusíes) y económicos (malas cosechas y hambrunas en al-Ándalus, fuerte carga
impositiva)33, y añadiríamos también culturales, es decir, abandonos de al-Ándalus por un
fracaso del proceso de arabización, por problemas en la adaptación a una lengua muy diferente,
costumbres extrañas, una estructura familiar diametralmente opuesta a la que conocían, etc.
Los hispani no aparecen reflejados en las fuentes hasta finales del siglo VIII, lo cual no
significa que no se establecieran en el área de Cataluña y el sur de Francia con anterioridad, en
especial durante y poco después de la invasión agarena. Algunos tal vez se refugiarían al
amparo de las montañas pirenaicas, lugar de refugio predilecto según reflejan las fuentes de la
conquista. Cauvet sitúa el poblamiento del sur de Francia por hispani no antes de la segunda
mitad del siglo VIII e identifica dos factores que facilitarían dicha migración: por un lado, las
hambrunas en al-Ándalus de mediados del siglo VIII, unido a la fuerte exacción fiscal,
elementos que forzarían a la gente a emigrar; por otro, los saqueos, devastaciones y el
despoblamiento de la región de Septimania durante la dominación musulmana y después con
Carlomagno. Con la llegada de los carolingios a la zona y gracias a la ayuda de visigodos como
el conde Ansemundo, se produjo la expulsión de todos los musulmanes, incluida la población
civil que habría comenzado a asentarse. Tras el paso de musulmanes y carolingios la región
estaría muy deshabitada, y para remediarlo las autoridades permitirían a los hispani que
abandonaban al-Ándalus por la hambruna y el pesado yugo fiscal islámico sobre los dhimmis34
poblar el territorio. Conviene recordar que Septimania o Gothia había sido la región donde los
visigodos se asentaron inicialmente en el siglo V, y los reyes de Toledo mantuvieron el
de Septimania”; “Notas sobre la locución”; “La pre-Catalunya”; Dels visigots als catalans; Martí, “La integració a”; Barbero de
Aguilera, “La integración social”; Zimmermann, En els orígens; Fontaine, Pellistrandi (ed.), L’Europe héritière y en concreto el
capítulo en esta obra de Riche, “Les réfugiés wisigoths”; Depreux, “Les préceptes pour”; “Les aspects juridiques”; Viader, Larrea,
“Aprisions et presuras”; Gillard, Hispani et aprisionnaires; Salrach, “Europa en la transición”; “Els hispani”; “Défrichement et
croissance”; Riess, Narbonne and its Territory; Sénac, Gillard “À propos de quelques”; Sénac, Charlemagne et Mahomet; Raynaud,
“Gallo-romains, wisigoths”.
29 Pese a la parquedad documental, y contrariamente a la opinión de Gillard y Sénac en “À propos de quelques”, p. 167, no es
prudente afirmar que los hispani no pudieran establecerse en otras regiones del sur de Francia limítrofes con la península, como
Aquitania, la Gascuña o la Provenza, ya que los hispani podrían tal vez ser mencionados implícitamente en las referencias genéricas
que hacen las fuentes a hostolenses que llegarían para cultivar la tierra.
30 Como ejemplos de algunos de estos diplomas carolingios que hacen referencia a hispani de Septimania y la marca hispánica
citamos: el diploma del 793 en el que se confirma en la posesión de unas tierras en la zona de Fontjoncouse al español Juan;
diploma del 2 de abril del 812 de Carlomagno en el que se confirma a 42 hispani como poseedores de unas tierras de Septimania
que habían comenzado a cultivar años antes, adquiridas por aprisio; diploma del 1 de enero del 815 de Ludovico Pío en el que se
mencionan hispani; diploma del 8 de febrero del 816 de Ludovico Pío en el que se menciona a varios nobles emigrados; diploma del
8 de abril del 819 relativo a la fundación de la abadía de Conques por parte de religiosos españoles; diploma del 29 de diciembre del
833 de Ludovico Pío a favor de un hispani y su hijo en reconocimiento a su derecho sobre dos tierras en el área de Valespir,
adquiridas por aprisio; diploma del 19 de mayo del 844 en el que se dota con tierras a seis refugiados visigodos en el condado de
Béziers; diploma del 27 de mayo del 847 en el que Carlos el Calvo reconoce los derechos de varios hispani sobre unas propiedades
adquiridas por aprisio en Septimania; diploma del 7 de julio del 854 de Carlos el Calvo en el que se confirma a varios hijos de un
hispani en la posesión de unas tierras en la diócesis de Elna. Cauvet, Étude historique, pp. 75-127.
31 Abadal, “La pre-Catalunya”, p. 651.
32 Salrach, “Els hispani”, p. 35, ciertamente debía haber migrantes procedentes de zonas de la península más alejadas.
33 Ibidem, pp. 40-43.
34 Cauvet, Étude historique, pp. 46-75.
12
territorio hasta la conquista musulmana, por lo que la zona tenía fuertes lazos con la cultura
visigoda, lo que sería un aliciente para los hispani.
Salrach, por su parte, habla de un goteo incesante y más o menos continuado de migrantes
al noreste peninsular y el sur de Francia durante tres siglos. Establece seis fases en las que dicho
goteo continuo de migración de hispani conllevaría flujos migratorios de mayor envergadura: la
primera en la segunda década del siglo VIII, que sería la más directamente ligada a las
referencias migratorias en las fuentes narrativas glosadas en el capítulo anterior, aquí se
encontrarían los más comprometidos con la resistencia al invasor35; ya durante la dominación
musulmana, identifica un posible desplazamiento de muladíes y mozárabes forzados a raíz de
una excesiva implicación en los conflictos intestinos del al-Ándalus primigenio entre árabes,
beréberes, sirios, etc.; tras ello habría un importante flujo migratorio que nos situaría ya en
tiempos carolingios, tras la expulsión de los musulmanes del sur de Francia y a partir del fallido
intento franco-visigodo de conquista de Zaragoza en el 778, en el contexto de los
enfrentamiento entre francos y musulmanes36 en estos años finales del siglo VIII en el área de
Cataluña y Aragón, que dieron pie a un escenario violento e inseguro de guerra que forzaría a
muchas personas a emigrar a los Pirineos y el sur de Francia; una cuarta fase migratoria
comenzaría en los años 20 del siglo IX y estaría caracterizada por la huida de francófilos al
norte de los Pirineos ante el auge de movimientos indigenistas en Cataluña y el enfrentamiento
entre francos, nativos del noreste peninsular y musulmanes; en los años 40 y 50 del siglo IX
tendría lugar otra fase de migración tanto de habitantes de la marca al sur de Francia por
rebeliones antifrancas y expediciones musulmanas como de mozárabes del interior de alÁndalus ligados al movimiento del martirio voluntario de san Eulogio en dirección el noreste y
Septimania37; finalmente se distingue una sexta fase a finales del siglo IX y principios del X
motivada por la actividad bélica y repobladora del conde Wifredo el Velloso y las campañas de
castigo musulmanas subsiguientes, que habrían podido impulsar nuevas migraciones a Francia.
A mediados del siglo X la frontera se estabilizaría y se frenaría el goteo de emigrantes38.
Un aspecto interesante de estos migrantes es cómo fueron protegidos por los emperadores
carolingios, especialmente en Septimania. Establecidos, en ocasiones por los mismos
gobernantes, en los condados de Narbona, Carcasona, Béziers, Rasez y el Rosellón, fueron
dotados liberalmente con tierras ya desde el siglo VIII y a cambio debían proteger la frontera
ante eventuales expediciones musulmanas, función defensiva para la que además los
emperadores habrían tenido en cuenta el conocimiento del enemigo que tenían estos emigrantes
y su disposición favorable a combatirlo. Estas repoblaciones de hispani también se irían
produciendo al sur de los Pirineos, a medida que se pacificaba la marca hispánica: en Gerona los
35 Recordemos aquí la clara alusión de la Crónica de Alfonso III a los nobles visigodos que huyeron a Francia durante y después de
la conquista, como destino alternativo a Asturias, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 55.
36 Sánchez Delgado asegura que los hispani refugiados ayudaron a los francos a arrebatar Septimania a los musulmanes entre los
años 732 y 768, pese a que otros autores defienden que fue sobre todo la población nativa de Septimania la que ayudaría a los
francos. Sin embargo, pese a la falta de evidencias, no resulta temerario pensar en un asentamiento primigenio de hispani refugiados
en el sur de Francia en la década de los años 20 y 30 del siglo VIII, que lógicamente cooperaría con los francos en la lucha común
contra el invasor, Sánchez Delgado, “El final del regne”, p. 320.
37 La intensificación del proceso de arabización que aconteció en al-Ándalus a finales del siglo VIII, con el emir Hisham I y
posteriormente bajo su sucesor al-Hakam I, conllevó un empeoramiento en las condiciones de vida de los mozárabes que se tradujo
en varias rebeliones a principios del siglo IX y en la aparición del movimiento de los mártires voluntarios de san Eulogio a
mediados de siglo, que fue violentamente reprimido entre los años 850 y 859. A finales del siglo IX la convivencia entre mozárabes
y musulmanes pendía de un hilo, fueron frecuentes los castigos y represiones indiscriminadas contra los cristianos, como la matanza
de los mozárabes de Sevilla del 891, “resulta pues lógico que en medio de estos acontecimientos fueran muchos los cristianos que
decidieran precisamente ahora, aunque no lo hubieran hecho antes, huir del peligro y buscar refugio en los dominios cristianos”,
Martínez Díez, “La emigración mozárabe”, pp. 108-109.
38 Salrach, “Els hispani”, pp. 37-40. Otros autores defienden una migración tardía y descartan que durante o justo después de la
invasión musulmana se produjera una oleada migratoria de importancia (la primera oleada que distingue Salrach), ver Gillard,
Sénac, “À propos de quelques”, p. 166. Sin embargo creemos que una migración temprana debe ser tenida en consideración, como
reacción lógica a la invasión y porque así lo atestiguan las fuentes, por ejemplo las crónicas asturianas del ciclo de Alfonso III que
hablan de una huida de nobles visigodos a Francia, como ya hemos señalado al estudiar las fuentes narrativas.
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nobles emigrados disputarían a los obispos de la ciudad la posesión de villas39, mientras que los
emperadores carolingios “pusieron hogares en Barcelona, Gerona, Ampurias y otras antiguas
ciudades hispano-godas” a los hispani, “llamados hostelenses en las crónicas y documentos de
la época”40. Estos emigrados conformaban grupos de campesinos minifundistas, que serían
mayoría, los hispani minores, y por otro lado estaban los hispani maiores, nobles y potentados,
estos últimos recibían una tierra yerma o una villa despoblada por parte del emperador y en
detrimento de los condes locales, con la obligación de poblar la zona y explotar la tierra, algo
que se llevaba a cabo por el procedimiento, común en la reconquista peninsular, de la aprisio.
Los nobles inmigrantes habitaban las tierras concedidas con sus familiares y dependientes, y al
mismo tiempo esas posesiones hacían las veces de “efecto llamada” para los campesinos que
aún no habían emigrado y para los hispani minores que, desamparados en tierra extraña, se
asociarían con estos paisanos nobles y obtendrían parcelas de tierra en sus nuevos dominios a
cambio de determinadas contraprestaciones41. Las despobladas tierras de la Septimania de la
época, muchas de ellas cultivables, debieron ser muy apetecibles para los campesinos que
llegaban allende los Pirineos, aunque a medida que fue pasando el tiempo, especialmente a
partir del siglo X, los conflictos con la población autóctona por la posesión de las tierras fueron
en aumento. Sin embargo la protección imperial fue decisiva, ya que mediante las numerosas
concesiones los emperadores adquirían un compromiso contractual y de fidelidad con los nobles
emigrados y sus dependientes, debían cumplir las promesas formuladas, que en no pocas
ocasiones incluían exenciones de impuestos, posesión de tierras en semipropiedad y con
derecho a transmitirlas en herencia, posibilidad de adquirir la plena propiedad y el derecho a
ejercer la administración de justicia por los hispani maiores para causas menores42. Los
emperadores debían defenderlos ante cualquier eventualidad, siempre y cuando los hispani
cumplieran con sus obligaciones de explotación de la tierra, repoblamiento y defensa. En
tiempos de Carlos III el Gordo (881-887) un diploma recoge una concesión del emperador al
arzobispo de Narbona donde se habla de todo lo que los descendientes de los refugiados
hispanos debían a la corona43.
La Iglesia jugó en el sur de Francia un importante papel en la acogida de los hispani,
especialmente los cenobios. Una de las tareas de los monasterios benedictinos de la Septimania
en los siglos VIII y IX fue la de acoger a los refugiados, religiosos o no, provenientes de
Hispania. No solo eso sino que algunos religiosos hispani fundaron sus propios centros
monásticos, como Attala y Agobardo, que aparecen en las fuentes francas como visigodos de
origen y que fundarían el monasterio de San Policarpo de Rasès, mientras que otro emigrado,
Nebridius, compañero de Benito de Aniano, haría lo propio fundando el monasterio benedictino
de Lagrasse. Attala y Agobardo fundarían también varias iglesias en la zona, una de ellas de
advocación hispana, San Fructuoso. El monasterio de Arlés fue fundado en el año 778
seguramente por refugiados hispani. Monasterios como Montolieu, Caunes o San Hilario
aparecen en varios diplomas carolingios como centros receptores de hispani minores refugiados
que se habrían hecho con tierras en los contornos monásticos mediante aprisio44.
Aparte de los diplomas francos, algunos autores contemporáneos se refirieron a los hispani.
Teodulfo de Orleans, intelectual hispano del renacimiento carolingio al que nos referiremos más
adelante, fue enviado al área de Narbona en una misión diplomática. En su largo poema
39 Martí, “La integració a l’alou”.
40 Mateu y Llopis, “De la Hispania Tarraconense”, p. 35.
41 Ibidem, p. 45.
42 Ibidem, p. 46.
43 Ibidem, p. 67.
44 Cauvet, Étude historique, pp. 101-110.
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Paraenesis ad judices describe su viaje a Narbona y menciona a los refugiados hispanos que
había en la ciudad a su llegada45. El célebre cronista del periodo carolingio Eginardo, revisor
cuanto menos de los Annales regni Francorum, constata la presencia de emigrantes peninsulares
en el Rosellón y narra el episodio del año 827 de la revuelta del hispani Aizón, que contó con el
apoyo de los musulmanes. Al igual que los diplomas carolingios Eginardo distingue entre gothi
(los nativos de Septimania) e hispani (los habitantes de al-Ándalus y también los refugiados
procedentes de allí).
Es difícil concretar el número de hispani que se asentarían en el noreste peninsular y el sur
de Francia, ante el silencio de las fuentes, que sin embargo nos dan algunas pistas, como la
atención que dedica Eginardo en sus Annales a los hispani del Rosellón, lo que parece indicar
que en dicha región debieron ser numerosos46. Los migrantes no se dirigirían sólo a los entornos
rurales, sino también a los urbanos, a juzgar por la colorida descripción de Teodulfo de una
Narbona repleta de hispani. La repoblación de villas y centros urbanos entrañaba además una
preocupación de los carolingios por defender la frontera, especialmente en zonas de la marca
hispánica47. Las fricciones con los autóctonos fueron muy frecuentes, y contamos con muchos
diplomas tratando el tema de los hispani precisamente por pleitos entre éstos y la población
local, como la protesta ante Carlomagno contestada por el emperador el 2 de abril del 812 de 43
hispani que se quejaban de la confiscación de sus tierras por parte de la nobleza local. La
protección imperial fue siempre la mejor garantía para estos refugiados, y precisamente por ello,
el debilitamiento de la autoridad imperial en Francia y la creciente atomización política a partir
de la segunda mitad del siglo IX hizo peligrar la posición de estos privilegiados, en los siglos X
y XI la llegada de emigrantes se frenó al tiempo que las causas que habían movido a promover
su establecimiento (despoblación, etc.) habían desaparecido, por lo que los conflictos entre
autóctonos y descendientes de hispani aumentaron. Los hispani acabarían integrándose en la
sociedad de la zona, y en el sur de Francia los nobles de origen visigodo se unirían para
defender sus intereses. Siglos después, importantes familias del mediodía como los Villeneuve
harían remontar el origen de su estirpe a un emigrado español del siglo VIII o IX 48.
Abundantes testimonios escritos ponen de manifiesto, pues, que la migración de grupos de
visigodos y mozárabes al noreste peninsular y el sur de Francia constituyó una realidad que,
además, jugó un papel muy importante en el desarrollo de estas regiones. Los nombres de
hispani recogidos por las fuentes son innumerables. El célebre Juan fue un noble visigodo que
abandonó al-Ándalus, cruzó los Pirineos, se unió a los francos y luchó incansablemente contra
el enemigo protegiendo la frontera, logrando una resonante victoria cerca de Barcelona ante los
musulmanes, lo que le valió la concesión en el 793 del predio de Fontjoncouse, que se
encargaría de repoblar con hispani. Estos colonos peninsulares de Juan, algunos de los cuales
serían bucelarios, levantaron una iglesia en honor a santa Leocadia en sus tierras, una santa
hispana muy venerada en Toledo, por lo que tal vez procederían de la antigua capital visigoda o
45 Lampillas, Ensayo histórico-apologético, pp. 124-125; Cauvet, Étude historique, p. 87. El poema dice: “Mox sedes, Narbona,
tuas, Urbemque decoram/Tangimus, occurrit que mihi laeta cohors/Reliquiae Getici populi; simul Hespera turba/Me consanguineo
fit duce laeta sibi”45. En estos versos Teodulfo describe una multitud de godos/hispanos (“Getici populi; simul Hespera turba”), de
los que se declara consanguíneo, que al llegar a la ciudad le recibieron con alegría. Como Hesperia se emplea en ocasiones para
referirse no sólo a España sino también a Italia (y durante mucho tiempo se pensó que Teodulfo era italiano), se han originado
ciertas dudas en torno al significado de los versos del obispo, pero sabiendo a ciencia cierta hoy en día que nació en España, no cabe
duda que al declararse consanguíneo de la turba de Hesperia que le recibe, está hablando de habitantes de la península Ibérica. La
referencia a los “godos” es menos indicativa, pues ciertamente godos habían sido los naturales de Narbona y de toda la antigua
Gothia o Septimania, y es posible que se esté refiriendo con “Getici populi” a los godos naturales de la Narbonense (aunque habla
de los “supervivientes” de los godos) mientras que probablemente cuando se refiere a la “Hespera turba” alude a los hispani
refugiados en el sur de Francia que salían a recibir a su compatriota y protector.
46 Cauvet, Étude historique, p. 89.
47 Ibidem, p. 132.
48 Ibidem, p. 178.
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sus alrededores49. Ya hemos hablado del clérigo cordobés Tirso, y conviene mencionar también
al refugiado aragonés Aznar y Galíndez, que se refugió en los Pirineos catalanes en la década de
los años 20 del siglo IX tras organizar un complot antifranco fallido. Un documento del 834
habla de otro Juan, hispanogodo, que luchaba contra los musulmanes del otro lado de la
frontera50. Los diplomas carolingios nos proporcionan decenas de nombres de hispani, como
Renemirus, Hausemundus, Cicila… que aparecen en el diploma con fecha de 19 de mayo del
844; Sumnold y Riculfo, hijos de Adefonsus, figuran en el diploma del 7 de julio del 854; los
clérigos Attala, Agobardo y Nebridius antes mencionados; o los nada menos que 43 hispani, dos
de ellos con nombres arabizados (Zoleimán, Zate), otros de nombre visigodo (Quintila, Walda,
Atila, Ofila, Witaricus, Theodaldus, Suniefredus…), hispanorromano (Asinarius, Jacentus,
Gabrinius, Christianus…) o vasco (Wasco), que presentaron una queja formal ante Carlomagno
a la que éste daría respuesta el 2 de abril del 81251. En este diploma los hispani lamentan el
despojo de sus tierras tras haberlas estado cultivando desde hacía 30 años, lo que nos indica que
debieron llegar al sur de Francia en torno al 782. La presencia visigoda en el mediodía galo fue
pues de gran importancia y su recuerdo pervivió en la literatura francesa de la Edad Media,
especialmente en cantares de gesta como el cantar de Roldán, donde los musulmanes aparecen a
menudo caracterizados con nombres visigodos52.
La hipótesis de una posible migración en los siglos VIII y IX de visigodos y mozárabes más
allá del sur de Francia, hacia el interior del reino franco, no es descartable. Como ya hemos
visto las crónicas asturianas hablan de una huida de nobles visigodos a Francia, que podría
englobar otros territorios aparte del mediodía, mientras que la Crónica del Moro Rasis e Ibn
ʽIḏārī parecen sugerir una huida a regiones situadas fuera de la península. Desde luego el
camino estaba despejado. La frontera pirenaica era permeable en los siglos VIII y IX y era
posible adentrarse en el imperio carolingio, a pesar de las diferencias religiosas y los puntuales
conflictos bélicos, los habitantes de los reinos cristianos peninsulares podían viajar a Francia sin
mucha dificultad53. El tráfico de personas y objetos entre al-Ándalus y todo el territorio galo fue
regular en estos años, y no se vio en modo alguno paralizado, el comercio se mantuvo, como
prueba el testimonio de Teodulfo de Orleans, que estando en Arlés en torno al 812 nos habla de
la presencia de monedas, joyas, pieles y tejidos de seda procedentes de al-Ándalus. Los judíos
fueron destacados protagonistas en el intercambio de productos entre Francia y la tierra
andalusí, así, en el año 827 Agobardo de Lyon denuncia la venta de un esclavo francés en el
mercado español llevada a cabo por un judío de Lyon, y al año siguiente Luis el Piadoso
confirmaba su protección a Abraham, hebreo de Zaragoza que comerciaba con el imperio
carolingio. En el año 845 el concilio de Meaux condenaba la venta de esclavos en al-Ándalus
que realizaban los judíos franceses. Ibn Jurradāḏbih, geógrafo persa, describe el viaje a
mediados del siglo IX de comerciantes hebreos de la Galia hacia al-Ándalus y otras regiones del
mundo islámico transportando eunucos, esclavos, brocados de seda, piel de castores, abrigos de
piel de marta y armas. También algunos mozárabes se desempeñarían en tareas comerciales más
allá de los Pirineos, como los hermanos de san Eulogio, Álvaro e Isidoro, que en el 848 se
encontrarían negociando en Alemania, episodio que además prueba la presencia de
comerciantes alemanes (a los que Eulogio interrogó para indagar sobre el paradero de sus
49 Ibidem, pp. 141-151.
50 Mateu y Llopis, “De la Hispania Tarraconense”, p. 40.
51 Cauvet, Étude historique, pp. 93-105. El documento es estudiado en profundidad por Sénac y Gillard en “À propos de quelques
Hispani”.
52 Broéns, “Les noms propres”. Aunque el autor prefiere pensar en la centenaria rivalidad entre visigodos y merovingios previa a
la invasión agarena para explicar la aparición de estos nombres visigodos en los cantares de gesta, p. 69.
53 Los ejemplos son abundantes, baste como testimonio el viaje del monje Vicente, del monasterio de Santo Toribio de Liébana, a
Tours, donde se reunió con Alcuino de York en nombre de Beato, Fernández Vega, Beato de Liébana, p. 7; o las embajadas de los
reyes astures, como la de Alfonso II en el 798 con sus emisarios Basilisco y Froila, que viajaron a Toulouse. Para un enfoque
codicológico de la cuestión, ver Miranda García, “Autores carolingios”.
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hermanos) en Zaragoza54. El libre tránsito lo atestigua también el viaje de los monjes francos
Odilardo y Usuardo en el 858 a al-Ándalus en busca de reliquias, y el ulterior viaje de Mancio
en nombre de Carlos el Calvo a Córdoba para comprobar la autenticidad de las reliquias
halladas por los monjes55. Además, hubo embajadas entre el mundo centroeuropeo y al-Ándalus,
aunque no fueran muy frecuentes, como la del emir Mohammed I en el 865 a la corte de Carlos
el Calvo. Ya en el siglo X Juan de Gorze acudió a Córdoba en el año 954 como emisario de
Otón I, y el califa mandó al año siguiente una embajada presidida por el mozárabe Recemundo,
obispo de Iliberri, que fue recibido en Fráncfort por el emperador56.
La arqueología y la numismática proporcionan testimonios fehacientes de las relaciones
entre al-Ándalus y el reino franco, pues se han encontrado muchas monedas musulmanas
emitidas en los siglos VIII y IX en distintas regiones de Francia, al igual que en España han
aparecido monedas carolingias en las regiones de Córdoba, Sevilla y Calatrava la Vieja57. La
presencia de monedas carolingias en al-Ándalus ha sido ligada por algunos autores a envíos de
dinero para los mozárabes efectuados por los emperadores carolingios con el fin de soliviantar a
esta comunidad contra los musulmanes58, en todo caso la relación entre emperadores y
mozárabes la atestiguan intercambios epistolares como la carta del 828 de Luis el Piadoso a los
mozárabes de Mérida59. El intercambio de reliquias entre los cristianos de al-Ándalus y los
francos, o la transmisión de manuscritos, algunos de los cuales viajarían tal vez con los hispani,
reflejan asimismo la frontera abierta entre Francia, al-Ándalus y los reinos cristianos
peninsulares60.
Esta frontera abierta pone de manifiesto que, para los mozárabes andalusíes, Francia no era
un país remoto y extraño, pues entre ambas regiones el trasiego de todo tipo de individuos
(comerciantes, embajadores, peregrinos…) debió ser hasta cierto punto usual, desde luego
nunca insólito, pese a que naturalmente no alcanzaría la intensidad de los siglos VI y VII.
Dichos desplazamientos englobarían también, con un carácter más puntual, movimientos
migratorios de mozárabes hacia Europa, como el de los hispani, pero también rumbo a
emplazamientos más septentrionales, como el interior de Francia o Alemania. La ciudad de
Lyon, en el centro-este de la actual Francia, lejos de los núcleos de asentamiento de hispani del
sur, parece ser que se constituyó como uno de los enclaves donde confluyeron emigrados
visigodos, especialmente clérigos, según García Turza “la ciudad de Lyon parece contar con una
gran colonia de clérigos procedentes de Hispania o de Septimania, en especial durante la etapa
de gobierno del obispo Leidrade, en la segunda mitad del siglo VIII” 61, siendo el más célebre
Agobardo. Ruiz Asencio considera que “fue legión el número de clérigos que abandonó el país
y marchó a Francia, a Suiza, a Italia”62. De posibles refugiados en Alemania tenemos noticia al
menos de san Pirminio, monje benedictino y misionero que predicó entre los pueblos aún no
cristianizados de la zona y fundó varios monasterios, entre ellos el célebre de Reichenau. A
54 Sénac, “Mahomet et Charlemagne en Espagne”, pp. 25-26. Sobre las relaciones entre al-Ándalus y la Francia carolingia, ver
Sénac, Charlemagne et Mahomet; Los soberanos carolingios. Sobre los intercambios comerciales entre al-Ándalus, Francia y otras
regiones occidentales en este periodo ver Manzano Moreno, “Circulation de biens”; Shalem, Islam Christianized; “Des objets en
migration”.
55 Ver Lara Olmo, “El relato del traslado”.
56 Ver Valdés Fernández, “De embajadas y regalos”, p. 26 y ss.; Espinar Moreno, El imperio de Otón I.
57 Sénac, “Mahomet et Charlemagne en Espagne”, p. 26; Martín Escudero, “Monedas que van”, p. 340 y ss.
58 Santos Gener, “Monedas carolingias”, p. 85, citado en Martín Escudero, “Monedas que van”, p. 344.
59 Estas cartas ponen de manifiesto que había comunicaciones fluidas entre los mozárabes y las más altas instancias del imperio
carolingio en el siglo IX, pese a la imposibilidad de conocer más sobre la naturaleza de las mismas debido a la escasez de fuentes,
Sénac, Charlemagne et Mahomet, p. 12.
60 Sénac, “Mahomet et Charlemagne en Espagne”, p. 30.
61 García Turza, “La transmisión cultural hispana”, p. 31.
62 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 153.
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pesar de que sus biógrafos medievales sólo mencionaban un origen geográfico lejano, sin
especificar, Pérez de Urbel afirmó haber demostrado en 1928, tras estudiar la obra de Pirminio
titulada De singulis libris canonicis scarapsus, su origen hispano, basándose en que da muestras
de ser un gran conocedor de la literatura visigoda del siglo VII. Este autor aventura que podría
provenir de la región del Ebro, mientras que otro estudioso de la materia, el padre Jecker,
defiende que procedería seguramente de Septimania63. En todo caso, de ser Pirminio un
refugiado hispano, habría huido de la península tempranamente, durante la invasión musulmana,
pues las fuentes le sitúan en el 718 en territorio franco.
Italia acogió con total seguridad al menos a un emigrado visigodo, y no menor: hablamos de
Sinderedo, obispo de Toledo, la sede episcopal más importante del reino. Como ya hemos visto
su huida aparece reflejada en una de las crónicas más cercanas en el tiempo al momento de la
conquista musulmana, la Crónica Mozárabe, mencionándose también en otras posteriores.
Sinderedo habría partido rumbo a Roma64 bastante pronto, durante la campaña de Ṭāriq. Se sabe
que en el 721 participó en un sínodo romano, y tradicionalmente se ha considerado como suyo
el epitafio que figura en una inscripción de Chiusi, en la Toscana. Le corresponda o no, dicho
epitafio hace referencia a un obispo visigodo que habría huido de la invasión agarena65. La
medrosa marcha de Sinderedo, uno de los principales personajes del reino después del monarca,
debió conmocionar a la población visigoda, algunos autores consideran su marcha una estocada
mortal a la misma existencia del regnum, junto al robo del thesaurus, pues simbolizó el
abandono de su función de uno de los pilares del sistema como era la Iglesia66.
San Próspero de Tarragona, según la tradición67 obispo de dicha ciudad (que pudo haber
sido tomada por Mūsà a la fuerza alrededor del 71368), huiría presumiblemente en dirección a
Roma, como Sinderedo, en los primeros momentos de la invasión, tal vez entre los años 711 y
714. Según Serra Vilaró, Próspero y sus clérigos (los también santos Justino, Procopio, Marcial,
Pantaleón, Jorge y otros anónimos) “fletaron un bajel a fin de salvarse y de salvar el tesoro de su
63 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp. 314-317; Jecker, Die Heimat des Hl. Pirmin, citado en Pérez de Urbel, “La
patria de San Pirminio”, p. 317. No hay acuerdo unánime sobre la procedencia de Pirminio, especialmente fuera de España. Un
posible origen irlandés o anglosajón se postula como una de las alternativas más plausibles a la del origen visigodo, dado que en
estas islas los monjes conocían muy bien la obra de San Isidoro y otros autores visigodos clásicos. Un estudio reciente sobre el
Scarapsus de Pirminio es el de Hauswald, Pirmins Scarapsus, donde no se da por seguro el origen hispano.
64 Según Isla Frez, tras interpretar las palabras de la Crónica Mozárabe, Sinderedo no habría ido a Roma sino al imperio bizantino,
“el cronista nos señala la dirección de su exilio, Romanie patrie sese aduentat. Como el obispo aparece confirmando un concilio en
Roma en el 721 solemos pensar –y suele traducirse- que se dirigió a Roma. Mas lo que el cronista dice es que marchó al territorio
del imperio, pues es el significado habitual del término Romania. Es decir, el metropolitano habría acudido a la otra gran potencia
enfrentada al califato a buscar refugio y es posible también que a solicitar ayuda”, Isla Frez, “Conflictos internos y externos”, p. 634.
Tal vez lo que dice el anónimo cronista sobre Sinderedo pueda interpretarse en ese sentido, pero desde luego su presencia en Roma
en el 721 nos parece decisiva y prueba que el exilio fue en dirección a Roma y no a Bizancio, ver García Moreno, Prosopografía del
reino, p. 123.
65 García Moreno, España 702-719, pp. 342-343 y nota 1163. Para Gil Fernández, Moralejo y Ruiz de la Peña el epitafio hace
alusión a un obispo hispano refugiado anónimo, y no a Sinderedo, Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, pp. 67-68.
66 Arce, Esperando a los árabes, p. 20, citado en Izquierdo Benito, “Toledo, entre visigodos”, pp. 112-113.
67 García Moreno, España 702-719, p. 449 y nota 1539. El autor censura que se hayan aceptado acríticamente las tesis de Serra
Vilaró, que escribió la obra San Próspero de Tarragona y sus discípulos refugiados en Italia en el año 711, y considera que el viaje
de Próspero y sus discípulos no tiene base histórica alguna, al estar basado en “leyendas hagiográficas y textos litúrgicos
altomedievales italianos relacionados con el culto de reliquias de los mártires tarraconenses San Fructuoso y sus compañeros, y de
las de su supuesto portador, un obispo llamado Próspero”. En la nota 1539 considera que los argumentos expuestos por Serra Vilaró
en su libro son imaginarios, y resalta el increíble éxito de una obra con tan poco rigor histórico: “lo que resulta todavía más inaudito
es el crédito del que ha gozado el libro”, comparando el relato de Próspero con el de otras narraciones hagiográficas de los siglos IX,
X y XI “que trataban de probar la autenticidad de unas reliquias no originarias del lugar donde se encontraban, para lo que se
necesitaba inventar la historia de su traslación. Por supuesto que el ejemplo más famoso de estas actuaciones sería la translatio de
Santiago el Mayor; y en muchos casos se trataba de ocultar con dichas leyendas un robo de reliquias”.
68 Tarragona estaría inmersa en un proceso de desurbanización antes de la llegada de los invasores islámicos, aunque aún tendría
vitalidad en los prolegómenos del siglo VIII. Independientemente que se rindiera por pacto o fuera sometida violentamente, parece
claro que tras la conquista la ciudad quedó prácticamente deshabitada, y tuvo que ser colonizada por los musulmanes, Virgili i
Colet, “La questió de Tarraquna”, pp. 14-28. Indudablemente la desolación de la urbe tarraconense tras la invasión es indicio de que
hubo una parte de la población autóctona (la que no murió en el intento) que huyó, no necesariamente por mar (como asegura el
autor al hablar de Próspero y las élites de la ciudad), pero sin duda a lugares cercanos.
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iglesia (…), las reliquias santas de sus patronos Fructuoso, Augurio y Eulogio, los libros
litúrgicos y las cosas más preciosas que poseía su iglesia”69, hicieron un alto en Cáller, Cerdeña,
donde decidirían alterar el itinerario e ir hacia Capodimonte, en la región de Liguria. Este autor
llega a afirmar que una parte considerable del clero de Tarragona acompañaría a Próspero en su
viaje a Italia huyendo de los musulmanes, y que muchos otros emigrarían por mar70. El posterior
culto a san Fructuoso en el área de Liguria y del sur de Francia lo relaciona Serra Vilaró con la
traslación de las reliquias del santo desde Tarragona a Italia y la frontera pirenaica por parte de
Próspero y el clero tarraconense. Los mismos refugiados y portadores de las reliquias de estos
mártires acabarían siendo venerados en estas regiones.
De nuevo en Italia, Ruiz Asencio da cuenta de un refugiado hispano llamado Johannes que
huyó a Lucca, donde llegaría a ser obispo71. Avanzada ya la alta Edad Media, aunque el
fenómeno pudo comenzar antes, los monasterios benedictinos de Montecasino y La Cava dei
Tirreni recibieron monjes mozárabes que trajeron consigo manuscritos72. En la vida de san
Willebaldo se narra cómo al entrar en el monasterio de Montecasino el santo inglés halló en el
740 a un presbítero español llamado Diaperto que le acompañó en su viaje a Roma73. La huida
de Sinderedo a Roma, o la posible fuga de Próspero con destino inicialmente a la ciudad eterna
ponen de manifiesto, en primer lugar, como ocurre con los refugiados del reino franco, el
carácter eminentemente clerical de estos emigrados; y en segundo lugar la posible consideración
que debía tener Roma como “ciudad refugio” para estas personas, al ser el centro del mundo
católico occidental. Algo similar debió ocurrir durante las invasiones del siglo V y hay
constancia de la existencia de multitud de clérigos bizantinos que buscaron refugio en Roma
durante los siglos VII y VIII huyendo de la guerra romano-sasánida, los conflictos confesionales
cristianos y la invasión musulmana74.
El recorrido por el fenómeno de la emigración visigoda a Europa no sería completo sin
hablar de los sabios hispanos del llamado renacimiento carolingio, un movimiento que se nutrió
de intelectuales procedentes de diversas partes de Europa de dentro y fuera del imperio
carolingio. Estos eruditos españoles jugarían un importante papel en la difusión de la cultura
visigótica en el imperio. Es frecuente mencionar al menos a cinco de ellos: Teodulfo de Orleans,
Claudio de Turín, Agobardo de Lyon, Benito de Aniano y Prudencio Galindo o de Troyes.
Añadiremos dos más, pese a las dudas sobre el origen del primero: Esmaragdo de Saint-Mihiel
y Dhuoda. Simonet menciona, sustentándose en Menéndez Pelayo y Mabillon, a un tal abad
Teudemiro, residente en el imperio y que combatió la iconoclastia de Claudio de Turín, el
nombre de este abad “indica origen hispano-gótico o galo-gótico”75, por lo que podría haber
sido otro de los sabios hispanos emigrados. Al igual que otros visigodos con presencia en
Europa, todos estos eruditos, salvo la seglar Dhuoda, fueron clérigos: cuatro obispos y dos
regulares. Algunos autores consideran a estos intelectuales hispani, es decir, ligados a las
oleadas migratorias procedentes de al-Ándalus que llegaron a Cataluña, Aragón y el sur de
Francia a partir de la segunda mitad del siglo VIII76. Sin embargo varios habrían nacido
probablemente en regiones de la futura marca hispánica o en Septimania, por lo que, empleando
69 Serra Vilaró, San Próspero de Tarragona, p. 33.
70 Ibidem, 77-78.
71 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 153.
72 Aillet, “La formación del mozarabismo”, pp. 287-288.
73 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 175; Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 68.
74 Ver Sansterre, Les moines grecs.
75 Simonet, Historia de los mozárabes, p. 294.
76 Salrach, “Els hispani”, p. 44 y ss.; Gillard, Sénac, “À propos de quelques”, p. 164 y nota 3. En esta última obra se define a los
intelectuales carolingios de origen español como “grands Hispani”, nota 3, frente a los hispani desconocidos o anónimos que
aparecen en los diplomas carolingios. Ver Vezin, “Manuscrits présentant des traces”; Castes, Cinq éveques Hispani.
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la terminología de los diplomas carolingios77, no deberían ser considerados hispani, sino más
bien gothi, como oriundos de la antigua Gothia (Septimania) o de la posteriormente incorporada
marca hispánica. Tal sería posiblemente el caso de Claudio de Turín, Agobardo de Lyon, Benito
de Aniano y Dhuoda, que serían gothi, mientras que Teodulfo y Prudencio de Troyes sí podrían
ser considerados genuinos hispani, emigrados a tierras cristianas desde al-Ándalus. Cabe
preguntarse pues hasta qué punto estos sabios hispanos de los tiempos carolingios eran
migrantes forzosos, Teodulfo parece claro que lo fue, ya que él mismo lo reconoce en sus obras,
pero resulta difícil saberlo en los demás casos. Sea como fuere las interacciones de estos
intelectuales con el mundo carolingio, en el que estaban plenamente integrados, se enmarcan
también en la migración de gentes del saber procedentes de la península cuyo rastro puede
seguirse a través de la circulación de manuscritos hispanos por Europa, como veremos más
adelante.
Teodulfo de Orleans78 (750-821) nació a mediados del siglo VIII o puede que antes,
seguramente en Zaragoza a tenor de varias pistas que da en sus obras, en todo caso es segura su
procedencia visigoda. En fecha incierta emigraría a Francia con su familia, donde debió recibir
su formación. El origen visigodo parece claro, a juzgar por varias frases autobiográficas del
autor en sus obras, además, “la personalidad de Teodulfo sólo puede entenderse bien si se tiene
en cuenta que es un visigodo de España procedente del ambiente mozárabe, es decir, arabizado,
y transmisor de la cultura isidoriana”79. Otro rasgo que detectan los especialistas como
típicamente hispano es su iconoclastia, que comparte con otros intelectuales peninsulares del
periodo como Agobardo y Claudio y puede deberse a la influencia musulmana y a la arraigada
iconofobia del cristianismo hispánico desde los tiempos del concilio de Elvira80. Fue nombrado
obispo de Orleans en el año 797, ocupó cargos de mucha relevancia en la corte carolingia,
dedicó su vida a ocupaciones pastorales y educativas, se convirtió en uno de los teólogos más
renombrados de la corte y en el plano literario destacó por sus poesías, himnos y varios tratados
teológicos. Teodulfo es seguramente el sabio hispano más importante del renacimiento
carolingio y una de las luminarias más relevantes de este movimiento cultural junto con Alcuino
de York81.
Benito de Aniano82 (750-821) era hijo del conde de Maguelona Aigulfo por lo que su origen
visigodo es indiscutible. Antes de profesar en la orden benedictina se llamaba Witiza, nombre
común entre los visigodos. Procedía por tanto de Septimania, región que pasaría a estar bajo el
control de los francos poco después de nacer Benito. En sus escritos no se atisban influencias de
los autores clásicos visigodos, que debían serle bastante ajenos. Luchó en alguna campaña
militar carolingia y en la década de los 70 del siglo VIII entró en la orden de san Benito. Fue
esencialmente un reformador monástico, difundió la orden, combatió el adopcionismo y
emprendió una reforma muy importante del monacato carolingio en tiempos de Luis el Piadoso.
77 Salrach, “Els hispani”, pp. 32-34.
78 Ver Liebeschütz, Saxl, Theodulf of Orleans; Freeman, “Theodulf of Orleans”; “Theodulf of Orleans and the Psalm”; Theodulf of
Orleans: Charlemagne’s; Alexandrenko, The poetry of Theodulf; Brommer, Die bischöfliche Gesetzgebung; Noble, “Some
observations”; Treadgold, Renaissances before the Renaissance; Riquer, “Teodulfo de Orleans”; D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”;
Greeley, “Social Commentary”; Freedman, “Theodulf of Orleans”; Gärtner, “Miscellanea-Zu Theodulf”; Semperena, “Teodulfo de
Orléans”; Nelson, “The libera Vox”; Andersson, Ommundsen y otros, Theodulf of Orléans; Babcock, “Ratherius, Bobbio”; Ciocca,
“References to disorder”.
79 D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 774.
80 Ibidem, p. 785.
81 Ibidem, p. 799.
82 Ver Nicolai, Der hl. Benedict; Paulinier, S. Benoit d’Aniane; Foss, Benedikt von Aniane; Puckert, Aniane und Gellone; Dulcy, La
règle de Saint Benoît; Williams, “St Benedict of Aniane”; Winandy, “L’oeuvre monastique”; Schmitz, “L’influence de Saint”;
Molas, “A propósito del ordo”; Rouselle-Estève, “Saint Benoît d’Aniane”; Noble, “The monastic ideal”; Treadgold, Renaissances
before the Renaissance; Grégoire, “Benedetto di Aniane”; Bonnerue, La concordia regularum; Speck, Benedikt von Aniane;
Cabaniss, Benedict of Aniane; Jeria, “San Benito de Aniano”; Claussen, “Benedict of Aniane”.
20
Claudio de Turín83 (fl. 810-827) era casi con total seguridad oriundo de la península,
provenía seguramente de la actual Cataluña y debió conocer al adopcionista Félix de Urgel, con
quien tal vez se formó, pero también es posible que se educara en Lyon bajo el pontificado de
Leidrade. En obras como el Comentario al Génesis se muestra deudor de escritores y exegetas
hispanos. Llamado a la corte en tiempos de Luis el Piadoso, fue nombrado obispo de Turín en el
año 817. Tanto en su acción pastoral como en su faceta de escritor Claudio destacó por sus
obras exegéticas y por una furibunda iconoclastia (fue de los pocos teólogos occidentales de su
época que condenó el culto a las imágenes), esto último le originó problemas, llegando a ser
acusado de hereje por compañeros como Jonás de Orleans.
En cuanto a Agobardo de Lyon84(c.775-840) su procedencia hispana es segura, puede que
naciera en Cataluña o Septimania. En torno a la década de los 80 del siglo VIII parece que se
encontraba en el área de Narbona junto al abad Atala, y hay constancia de su asentamiento en la
ciudad de Lyon alrededor del año 792, donde estudió, al igual que Claudio, en la escuela de los
obispos Adón y Leidrade. En el año 816 fue nombrado obispo de Lyon. Se vio involucrado en
varias conjuras políticas en tiempos de Luis el Piadoso, lo que le valió el exilio. Destacó por sus
posicionamientos antisemitas y su velada iconoclastia, como escritor compuso tratados
apologéticos, combatiendo el adopcionismo, el judaísmo y las prácticas paganas, escribió
también sobre el culto a las imágenes, temas litúrgicos y teoría política.
Prudencio de Troyes85(fl. 835-861) intelectual de época ya más tardía que el resto, nació en
Hispania, seguramente en Aragón, y antes de cambiarse el nombre se llamaba Galindo. Es
posible pues que viviera en territorio musulmán y emigrara a Francia, como Teodulfo. Se educó
en la escuela palatina de Aquisgrán y formó parte de la corte de Luis el Piadoso. En el año 843
fue nombrado obispo de Troyes. Destacó sobre todo como teólogo y filósofo, también escribió
crónicas históricas, escritos hagiográficos y poemas. Mantuvo una disputa con varios eruditos
importantes de la época en torno al tema de la predestinación, defendiendo la teoría de la doble
predestinación.
Dhuoda86(fl. 824-844), la única seglar del grupo, era la esposa del noble carolingio Bernardo
de Septimania e hija posiblemente del vasco Sancho I de Gascuña y de Aznárez de Aragón, por
lo que su origen visigodo es también bastante seguro. Residió toda su vida de casada en Uzés,
en el valle del Ródano, y tuvo dos hijos, Guillermo y Bernardo. Ejerció algunas
responsabilidades administrativas y militares relativas al patrimonio de su marido. Es conocida
83 Ver Comba, Claudio di Torino; Dümmler, “Uber Leben und Lehre”; Bellet, “Claudio de Turín”; Wemple, “Claudius of Turin’s”;
Italiani, La tradizione esegetica; Matter, “Theological freedom”; Cavadini, “Claudius of Turin”; Treadgold, Renaissances before the
Renaissance; Gorman, “The commentary on Genesis”; “From Isidore to Claudius”; van Banning, “Claudius von Turin”; Heil,
“Claudius von Turin”; Allen, “The Chronicle of Claudius”; Boulhol, Claude de Turin; Boucaud, “Factus est homo”; Noble, Images,
Iconoclasm.
84 Ver Chevallard, L’Église et l’État; Marcks, Agobard von Lyon; Bressolles, Saint Agobard; Campos, “Doctrine et action”;
Cabaniss, Agobard of Lyons; Boshof, Erzbischof Agobard; Van Acker, Agobardi Lugdunensis; Treadgold, Renaissances before the
Renaissance; Ward, “Agobard of Lyons”; Heil, “Agobard, Amulo”; Savigny, “L’immagine dell’ebreo”; Rubellin, Église et société;
Langenwalter, Agobard of Lyon; O’Brien, “Locating authorities”; Meens, “Thunder over Lyon”; Pezé, “Amalaire et la
communauté”; Ferrasin, Ordálios e duelos; Caruso, La trattatistica di Agobardo; Sánchez, “La juventud de Agobardo”.
85 Ver Meddeldorf, De Prudentio et theologia; Girgensohn, Prudentius und die; Wilmart, “Le vrai pontifical”; Kahl, “Die
sclavorum ciuitas”; García, “Prudencio Galindo”; Gumerlock, “The tractoria”; Davy, “Urbem impune adeunt”; Pezé, “Deux
manuscrits personnels”; Wielfaert, Prudentius of Troyes.
86 Ver Bondurrand, L’éducation Carolingienne; Fabre, “La Princesse Dhuoda”; Burger, “Les vers de la duchesse”; Cabaniss, “The
Woes of Dhuoda”; Janssens, “L’influence de Prudence”; Marchand, “The Frankish mother”; Cherewatuk, “Speculum matris”;
Mayeski, “A Troublesome Puppy”; “The Beatitudes”; “Mother’s Psalter”; Dhuoda: Nith Century; Claussen, “God and man”;
Cardini, “Dhuoda, la madre”; Riché, “L’éducation religieuse”; Castrillo Llamas, “Concepción. El Liber”; “Fathers of power”;
Nunes, “O dever da”; Merino, La educación cristiana; Godard, Dhuoda. la Carolingienne; Thiebaux, Dhuoda. Handbook;
Stofferahn, “The many faces”; Luff, “Schreiben im Exil”; Martín, “La mujer noble”; “Los salmos bíblicos”; Durrens, Dhuoda,
duchesse; Nelson, “Dhuoda”; Le Jan, “Dhuoda ou l’opportunité”; Sánchez Prieto, “La educación de la mujer”; Gravel y otros,
Dhuoda, belle-fille.
21
por su célebre Liber Manualis, una guía vital que escribió entre los años 841 y 843 para su hijo
Guillermo.
Finalmente Esmaragdo de Saint-Mihiel87(fl. 805-826), de origen incierto, se baraja que pudo
haber nacido en el sur de Francia o en España88. Fue abad del monasterio benedictino de Saint
Mihiel, en la región de Verdún. Durante toda su vida estuvo ligado a la corte carolingia y
participó activamente en la vida política y cultural de la misma. Su obra más conocida fueron
los comentarios que realizó a la regla benedictina, también escribió un libro sobre el monacato y
comentarios exegéticos, además de un extenso comentario de gramática, una guía vital para
Luis el Piadoso y algunas poesías.
4. El rastro visigodo en la Europa altomedieval: indicios que sugieren la emigración
La cultura visigótica, que había sido una de las más brillantes de occidente en la temprana
Edad Media89, pervivió a pesar del derrumbe político: en al-Ándalus por medio de los
mozárabes, en el norte gracias al afán restauracionista de los cristianos y en Europa a través de
los hispani y los sabios españoles del renacimiento carolingio90. La región narbonense, la
antigua Gothia visigoda, que había albergado godos antes que ninguna otra región hispánica,
preciso es señalar que debió jugar también un papel importante en la conservación de la cultura
visigótica en el mundo carolingio, del que muy pronto pasó a formar parte tras el breve lapso de
dominación musulmana. Lo mismo debe decirse de los territorios de la marca hispánica, que en
80 años pasaron de ser visigodos a estar bajo el amparo carolingio91. Aquí la influencia cultural
visigótica no enlaza con posibles episodios migratorios pues el imperio absorbió territorios que
antaño eran visigodos y que pasaron a formar parte del reino franco, el influjo visigótico vendría
del interior del mismo imperio y desde allí se extendería por el resto de regiones.
En cualquier caso la impronta visigoda y mozárabe en Europa podría revelar, en ocasiones,
la presencia de emigrantes. Uno de los ejemplos más claros es el de la circulación de
manuscritos92. Los emigrados, al abandonar su patria, llevarían consigo sus bienes más
preciados, lo que incluiría, en el caso de los clérigos, manuscritos93 con obras de todo tipo,
desde clásicos grecorromanos a biblias, libros litúrgicos y escritos de los padres de la Iglesia,
pasando por obras de las figuras más destacadas de la literatura visigoda de los siglos
precedentes, como san Isidoro de Sevilla. Estos clérigos contribuyeron a difundir la rica cultura
del reino visigodo de Toledo por Europa. Los hispani de la marca hispánica y Septimania
pudieron también llevar consigo manuscritos94. Varios autores defienden el viaje a Italia de san
87 Ver Wilmart, “Smaragde et le”; Leclerq, “Un maître spirituel”; Eberhardt, Via regia; Rädle, Studien zu Smaragd; Holtz,
“(Nouveaux) prolégomènes”; Dubreucq, “Smaragde de Saint-Mihiel”; Willjung, “Zur Überlieferung”; Schütz, Smaragdus von StMichiel; Hauschild, Smaragdus von Saint-Mihiel; Ponesse, “Standing distant from”. Llama la atención la amplia difusión de la obra
de este autor en los reinos cristianos peninsulares durante la alta Edad Media, ver Miranda García, “Autores carolingios”, pp. 31-33.
88 Ponesse, “Smaragdus of St Mihiel”, n. 31. Esmaragdo, en sus comentarios a la regla benedictina, se inspira en reglas monásticas
visigodas como las de san Fructuoso y san Isidoro, ibidem, pp. 27-28.
89 García Moreno, España 702-719, p. 28, “La España de finales del siglo VII superaba con mucho cualquier comparación no sólo
con la Francia merovingia sino también con la propia Italia (…). Es más, el llamado renacimiento carolingio debería mucho a los
cultos hombres de iglesia emigrados de tierras godas, como Teodulfo de Orleans o Benito, antes Witiza, de Aniano”.
90 Sobre la incidencia visigótica en Europa durante la Edad Media, es imprescindible la obra de Fontaine, Pellistrandi (eds.),
L’Europe héretière. Sobre los intercambios culturales entre el mundo carolingio y el mozárabe, ver Fontaine, “Mozarabie
hispanique”.
91 Ver Zimmermann, “Conscience gothique”; Freedman, “L’influence wisigothique”; Duhamel-Amado, “Poids de l’aristocratie”;
Ripoll López, “Las relaciones entre”. Todos son capítulos del libro L’Europe héretière de l’Espagne wisigothique editado por
Fontaine y Pellistrandi. Ver también Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 107.
92 Sobre la circulación de manuscritos, ver Díaz y Díaz, “La circulation des manuscrits”; Universidad de Santiago de Compostela,
Coloquio sobre Circulación.
93 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 154: “Disponemos de testimonios variados que nos muestran que las comunidades
religiosas o los clérigos que emigran lo hacen siempre transportando con ellos los libros que poseen”.
94 Sénac, “Mahomet et Charlemagne”, p. 30.
22
Próspero y sus discípulos en base a manuscritos aparentemente visigóticos que portarían y se
quedarían en Italia, entre ellos el famoso oracional de Verona, que provendría según estos
estudiosos de Tarragona y hoy en día se conserva en la Biblioteca Capitular de Verona95.
Zimmermann afirma que refugiados visigodos se dedicarían a copiar y transcribir manuscritos
en Lucca, depositando una parte de los códices que traían de la península en el monasterio de
Montecasino. En este célebre monasterio y en el de La Cava dei Tirreni monjes mozárabes
depositaron manuscritos hispánicos96. En torno al año 732 unos clérigos que acompañaban al
malhadado obispo de Urgel huyeron de los musulmanes y se refugiaron en tierras francas,
portando dos manuscritos visigóticos del siglo VII en letra semiuncial, que acabarían en la
biblioteca de Autun. Posteriormente llegarían al imperio carolingio, merced a eclesiásticos
exiliados, numerosas obras de clásicos visigodos como san Isidoro, Julián de Toledo, la regla de
san Fructuoso, pasionarios, obras de exégesis bíblica y textos jurídicos como el Liber Iudicum y
la Collectio hispana97. Al parecer san Pirminio, de posible origen hispano como hemos visto,
pudo traer a sus monasterios alemanes códices visigodos sobre los que los monjes harían sus
propias copias, tal sería el caso del codex princeps del Scarapsus o el códice XVIII de
Reichenau. Además, es posible que la célebre coma joánica de la primera epístola de san Juan
pasara de manuscritos visigodos a Reichenau y Saint Gall, y de ahí al resto de Alemania98.
Muchos de estos manuscritos europeos en letra visigótica (un tipo de letra que les debía resultar
extraña y forastera a los carolingios) se perderían tras ser copiados en nuevos códices en la letra
carolina imperante a partir del siglo IX99.
Mateu y Llopis consideraba que varios códices de procedencia hispana de los siglos VII y
VIII debieron ser sacados de la península por visigodos emigrados, a saber: las epístolas de san
Pablo que figuran en el manuscrito latino 6436 de la Biblioteca del Estado de Múnich; los
fragmentos del Liber Testimoniorum de Paterius, que se encuentra en París; el famoso
pentateuco Ashburnham (cuyo origen hispánico es puesto en duda hoy en día); el códice 27 de
la Biblioteca Municipal de Autun, con las Questiones in vetus Testamentum de san Isidoro; el
Augustinus in Psalmos de la Biblioteca Nacional de París; el Liber Iudicum que se encuentra en
la biblioteca vaticana; el manuscrito de Vercelli; la crónica de Eusebio de Lucca; y el oracional
de Verona, de indudable origen hispano100.
El oracional de Verona ha sido estudiado por varios autores101. Se trata del códice LXXXIX
de la Biblioteca Capitular de Verona, el único de la biblioteca en letra visigótica. Fue compuesto
seguramente a finales del siglo VII, y contiene un oracional de la liturgia hispánica. Este texto
muestra un sistema gráfico totalmente formado que lleva a pensar que la visigótica redonda
debió nacer, como muy tarde, en la segunda mitad del siglo VII102. Pese a que es inverificable
que proceda de Tarragona, no hay dudas de que estamos ante un manuscrito que fue redactado
95 Salrach, “Els hispani”, p. 43.
96 Aillet, “La formación del mozarabismo”, pp. 287-288. Sobre estos manuscritos de Montecasino, ver Braga y otros, “Notte e
osservazioni”, citado en Aillet, “La formación del mozarabismo”, n. 8. Sobre los refugiados de Lucca, Ruiz Asencio dice que
Johannes, “que huyó a Lucca, de cuya sede llegó a ser obispo, y que participa con su mano y escritura visigótica, junto a otros 37
escribas, en la copia de ese tan importante códice que es el 490 de la Biblioteca Capitular”, Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”,
p. 153. Se refiere a un manuscrito conservado en Lucca y copiado entre los años 787 y 816 que contiene un antiguo recetario latino.
97 Zimmermann, Écrire et lire, p. 643, citado en Salrach, “Els hispani”, p. 43.
98 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp. 316-317. Ruiz Asencio detalla que san Pirminio aportó 50 manuscritos
visigodos a Reichenau, Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 153.
99 Ruiz Asencio, “Escribas y bibliotecas”, p. 164.
100 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, pp. 28-29.
101 Sobre el oracional, ver Spagnolo, “L’orazionale”; Schiaparelli, “Sulla data”; Robinson, Manuscripts 27 (S. 29); Vives,
Claveras, Oracional visigótico; Lowe, Codices Latini antiquiores, vol. IV; Marchi,“I manoscritti della Biblioteca”; Díaz y Díaz,
“Consideraciones sobre el oracional”; Vivancos Gómez, “El oracional visigótico”.
102 Alturo i Perucho, “La escritura visigótica”, pp. 117-118.
23
en Hispania y que se encontraría ya en Italia, en el área de Pisa, alrededor del año 731,
recalando en Verona años después103. Aunque ciertamente el códice pudo llegar a Italia de
diversos modos, a nuestro juicio lo más probable es que fuera trasladado por un clérigo,
presumiblemente hispano (¿tal vez Sinderedo o algún miembro de su séquito toledano?), a
principios del siglo VIII, durante o poco después de la invasión musulmana.
La difusión de las obras de los grandes epígonos de la literatura visigoda de los siglos VI y
VII por Europa, y sobre todo de los escritos de san Isidoro, es muy significativa. Las
Etimologías alcanzaron tal éxito que se convirtieron en la gran enciclopedia del mundo
medieval. Su difusión fue extraordinaria ya desde el mismo siglo VII, “más allá de los Pirineos,
la influencia de esta obra isidoriana fue inmediata y enorme (…). Hacia el 800 las Etimologías
se encuentran en todos los centros culturales de Europa”104. Aún asumiendo la indudable
importancia de los irlandeses en la difusión de las Etimologías y la existencia de otras vías de
difusión (como la más lógica de un paso a Francia ya en el siglo VII), no se puede descartar que
la diáspora de hombres del saber hispánicos a Europa tras la invasión musulmana contribuyera
en buena medida al éxito europeo de las Etimologías: como sabemos, estos eruditos
abandonaron su patria llevando consigo sus manuscritos más preciados, y entre ellos debía
contarse la más importante obra isidoriana, cuya inmediata popularidad debió convertirla en un
libro conocidísimo entre los sabios y clérigos visigodos de principios del siglo VIII105 y
posteriormente en la comunidad mozárabe. Lo mismo podría decirse del resto de obras, poemas
y epístolas de san Isidoro populares fuera de la Península en la alta Edad Media, cuyos
manuscritos pudieron ser transportados por los emigrados visigodos más cultos a raíz de la
invasión islámica y también por clérigos mozárabes en los siglos VIII y IX.
Obras de autores clásicos visigodos como san Ildefonso, san Julián y san Eugenio de Toledo
o san Braulio y Tajón de Zaragoza, de temprana difusión por el continente, pudieron asimismo
ser transportadas por emigrados a Europa, al igual que reglas de monjes106, ejemplares de la
Colección Canónica Hispana (que por su calidad fue usada para corregir la Colección de
Dionisio el Exiguo y formó parte de la colección pontificia conocida como Adriana, de finales
del siglo VIII107) escritos de autores grecorromanos bien conocidos en Hispania o biblias. En
cuanto a los autores visigodos, sus obras, versos y aforismos eran usados por los escolares
carolingios, en especial Eugenio y Julián de Toledo, como prueba su presencia en glosarios,
florilegios y tratados gramaticales del imperio, estos últimos inspirados en textos escolares
visigóticos que circulaban desde el siglo VIII por Italia108. Parece que manuscritos de la Vetus
Latina Hispana, es decir, una versión de la biblia hispánica anterior e independiente de la
Vulgata de san Jerónimo, se expandieron más allá de los Pirineos en tiempos altomedievales109.
La biblia del siglo IX conservada en la abadía de la Cava en Italia podría proceder de la escuela
caligráfica sevillana, por el tipo de letra visigótica en que está escrita110. Un antiguo fragmento
del sur de Francia denominado Chronica Gothorum, asignado erróneamente a san Julián de
103 Vivancos Gómez, “El oracional visigótico”, pp. 133-134.
104 Díaz y Díaz, San Isidoro de Sevilla, pp. 205-210. Por esta obra nos guiamos en los siguientes párrafos para hablar de la difusión
de las obras isidorianas.
105 Díaz y Díaz, San Isidoro de Sevilla, p. 208. Este autor considera tal hipótesis una posibilidad, aunque menos probable que otros
canales de difusión de la obra más normales, opinión similar le merece el asunto a García Turza, “La transmisión cultural hispana”,
p. 31, que parafrasea a Díaz y Díaz.
106 Ver Díaz y Díaz, “Las reglas monásticas”.
107 Alafont, “Edición crítica de la Colección”, p. 196.
108 Alberto, “Formas de circulación”, p. 24. Ver también Holtz, “Prose et poésie”.
109 Díaz y Díaz, San Isidoro de Sevilla, p. 120. Sobre la Vetus Latina Hispana, ver Ayuso Marazuela, La Vetus Latina; “El
problema de la primitiva”; Gutíerrez, “La Vetus Latina”; Verdejo Sánchez, “El libro del Génesis”; Morano Rodríguez, Glosas
marginales; Ortuño Arregui, “La Vetus Latina”.
110 Mateu y Llopis, “De la Hispania Tarraconense”, p. 30.
24
Toledo, que constituye una versión del Ordo gentis Gothorum que aparece en el ciclo de la
Crónica de Alfonso III, se debió redactar antes del año 800 y constituiría parte de una obra
histórica de mayor magnitud que se habría escrito poco después de la caída de Hispania111, y
pudo ser trasportada por hispani al sur de Francia.
El célebre Liber glossarum, una de las colecciones de glosas más importantes de la Edad
Media y muy usada en época carolingia, tiene un origen discutido. La primera copia que
conocemos de la obra es de finales del siglo VIII o principios del IX y fue compuesta en la
abadía de Corbie, al norte de Francia. Mientras que estudiosos como Lindsay situaron su
confección en el imperio en tiempos del renacimiento carolingio, como sería fácil pensar en un
primer momento en base a las evidencias materiales, Goetz sugirió un origen visigótico que hoy
en día parece bastante aceptado. Según esta teoría, el Liber se habría confeccionado por varios
autores en la España visigótica y en distintas fases, tomándose materiales fundamentalmente
isidorianos y ampliados a lo largo del siglo VII con obras de las bibliotecas del mismo Isidoro,
Braulio, Tajón y Julián de Toledo112. La compilación última y definitiva que llegaría al mundo
carolingio (Díaz y Díaz afirma que el compilador del Liber habría sido un tal Ansileubo) pudo
ser transportada por algún emigrado visigótico: “el compilador pudo ser uno de esos cristianos
que permanecieron en sus viejas sedes manteniendo la tradición isidoriana y que debió emigrar
hacia el norte antes del 750”113. Las primeras copias del norte de Francia son aparentemente
deudoras de dos scriptoria muy ligadas al influjo visigótico: St Riquier y sobre todo Reichenau,
fundado por el ya mencionado san Pirminio, tal vez un refugiado hispano que traería consigo a
la abadía multitud de manuscritos de la península. Un hipotético puente entre la diáspora de
manuscritos visigodos, Reichenau y el Liber glossarum podría ser la obra Hypomnesticon del
pseudo-Agustín, una rara obra apologética anónima contra los pelagianos, del siglo V, que
aparece citada en las Sentencias de Tajón de Zaragoza (lo que atestigua que el Hypomnesticon o
una recensión del mismo circulaba por la Hispania visigótica del siglo VII), primer autor en
referirse a ella, vemos luego esta insólita obra en el catálogo de la biblioteca de Reichenau
(fundado por Pirminio) del siglo VIII, y finalmente es citada una docena de veces en el Liber
glossarum, lo que conduce a consolidar la teoría del origen hispánico del Liber114.
La liturgia mozárabe115 es otro elemento que sirve para seguir el rastro de la influencia
visigótica en Europa. Ya hemos hablado del oracional de Verona, manuscrito visigodo que
contiene un oracional de la liturgia hispánica que debió trasladar a Italia un emigrado poco
después de la conquista agarena. La liturgia visigoda traspasó los Pirineos (a lo que también
debieron contribuir el territorio septimano y la marca hispánica) y llegó al imperio carolingio116.
Por otro lado también nos consta la presencia de ciertos usos y costumbres del cristianismo
hispánico en Europa. Por ejemplo, merced a la figura de san Pirminio, se reflejarían en su
célebre Scarapsus (obra muy difundida entre los monjes y misioneros centroeuropeos)
111 García Moreno, España 702-719, pp. 35-36 y n. 34.
112 Centre National de la Recherche Scientifique, “Final Report Summary - LIBGLOSS”. El origen visigótico lo defienden
Grondeux, Cinato, Liber glossarum digital, sección “Le Liber glossarum”, editores de una reciente versión del Liber glossarum
accesible online: http://liber-glossarum.huma-num.fr, fruto del proyecto LIBGLOSS. Ver también Goetz, Der Liber glossarum;
Lindsay, Glossaria latina.
113 García Turza, “La transmisión cultural”, p. 34. En p. 36 el autor sugiere de nuevo el origen hispano del Liber basándose en la
presencia constante de elementos isidorianos y de otros autores comunes en la España visigótica. Asegura además que la copia en
minúscula carolina de Corbie presenta rasgos paleográficos que muestran una probable copia de un códice hispano, como la
inclusión de elementos paleográficos visigóticos extraños a la letra carolina.
114 Centre National de la Recherche Scientifique, “Final Report Summary - LIBGLOSS”, ver también Grondeux, “Note sur la
présence”, p. 59.
115 Sobre la liturgia mozárabe, ver Pinell, Liturgia hispánica. Sobre el pasionario, ver Riesco Chueca, Pasionario Hispánico.
116 Ver Gros, “Les Wisigoths et les”; Reynolds, “The Visigothic Liturgy”. Sobre las conexiones entre el canto de la liturgia
mozárabe y su contexto europeo altomedieval, ver Levy, “Old Hispanic Chant”, y centrado en el sur de Francia, Rodríguez Suso,
“Les chants pour”; Huglo, “Écritures et notations”.
25
costumbres como la recomendación a los fieles de donar vino, incienso y velas a sus parroquias
o la prohibición de comer animales ahogados o muertos de forma inesperada, que aparecen en el
Liber Ordinum visigótico y parecen ser tradiciones de la iglesia hispana. La consideración de la
ingesta de sangre de animales como una falta moral la refleja igualmente el Scarapsus y por
una carta de Evancio de Toledo sabemos que este escrúpulo era corriente como mínimo en la
región de Zaragoza a principios del siglo VIII117. La costumbre de la unción real con el fin de
sacralizar al monarca, asentada en Hispania desde el reinado de Wamba, se extendió al imperio
carolingio gracias seguramente al influjo de los emigrados visigodos que ocupaban puestos de
responsabilidad en la corte118.
Los santos visigodos alcanzaron difusión en la Europa altomedieval y esto fue debido, al
menos en parte, a refugiados como los hispani del sur de Francia, recuérdese la fundación de
una iglesia en honor a santa Leocadia en el predio de Fontjoncouse del hispani Juan, llevada a
cabo por sus colonos procedentes de al-Ándalus. El imperio carolingio y muy especialmente el
sur de Francia experimentaron la extensión del culto a santos típicamente hispanos como
Vicente, Justo y Pastor, Fructuoso, Cucufate, Félix de Gerona, Leocadia y las Eulalias de
Barcelona y Mérida119. Algunas de las iglesias rurales septimanas dedicadas a santos españoles
aparecieron ya en tiempos del reino visigodo de Toledo120, como es lógico por la pertenencia de
Gothia al reino, pero el culto se desenvolvió principalmente durante la emigración de los
hispani a la Septimania en tiempos de Carlomagno121. Por otro lado, se han hallado reliquias de
santos hispanos de época romana y visigoda en otras regiones de Europa. Aunque menos
esclarecedor por razones obvias, ya que en la Edad Media fue común el tráfico y robo de
reliquias y se han encontrado muchas en lugares distintos a sus ubicaciones originarias, podría
indicar en ocasiones desplazamientos permanentes fuera de la Península de clérigos visigodos y
mozárabes.
Otro indicio indirecto de emigración podría ser la expansión del adopcionismo renacido en
al-Ándalus por el mozárabe Elipando, metropolitano de Toledo, en el siglo VIII y combatido
por Carlomagno. El adopcionismo pudo recoger influencias de la antigua heterodoxia
cristológica oriental y también del islam, y en todo caso su presencia en España y la de otras
corrientes heréticas andalusíes va muy ligada a la dominación musulmana de al-Ándalus y a las
tentaciones renovadoras que produjo la convivencia con el islam predominante, así, sabemos
por el mismo Elipando y Beato de Liébana que el sevillano Migecio trató de explicar la Trinidad
por medio de desacostumbrados procedimientos. El adopcionismo, aparte de llegar a la marca
hispánica por medio de Félix de Urgel, obispo de dicha localidad pero que pudo haber sido un
refugiado de al-Ándalus (hipótesis planteada como interrogante por Epalza y Cutillas Ferrer122,
no pocos autores hacen a Félix al menos amigo y colaborador de Elipando), traspasó
ampliamente las fronteras pirenaicas. Para Serdà i Prats hay una clara relación entre la liturgia
visigoda y el adopcionismo y esta corriente heterodoxa constituía una forma de lucha en defensa
de la idiosincrasia litúrgica y doctrinal visigótica frente a las imposiciones francas y romanas 123.
A juicio de Orlandis, la peor consecuencia del adopcionismo habría sido la extensión por
Europa de un “sentimiento de desconfianza hacia la religiosidad hispánica, y de un modo
117 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp. 315-316.
118 Gil Fernández y otros, Crónicas asturianas, p. 68.
119 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 30. Ver Guerreiro, “Le rayonnement de”; Riesco Chueca, Pasionario
Hispánico; Aillet, Les mozarabes.
120 Griffe, Histoire religieuse, p. 87, citado en Serra Vilaró, San Próspero de Tarragona, p. 80.
121 Ibidem, p. 88, citado en Serra Vilaró, San Próspero de Tarragona, p. 80.
122 Epalza, “Félix de Urgel”, pp. 49-50.
123 Serdà i Prats, “Liturgia y adopcionismo”, p. 213, citado en Perarnau i Espelt, “Feliu d’Urgell”, p. 457.
26
particular hacia su antigua y venerable liturgia”124. Félix de Urgel dejó su impronta en territorio
galo, muriendo en Lyon a principios del siglo IX. El hispano Claudio de Turín fue discípulo de
Félix, y los efluvios adopcionistas de sus creencias se perciben en la radical iconoclastia que
defendía, los también hispanos Teodulfo y Agobardo se inclinaron en el imperio carolingio por
posicionamientos iconoclastas, aunque más moderados. En todo ello podemos ver la tácita
influencia del adopcionismo mozárabe (y por lo tanto indirectamente el influjo teórico islámico
e incluso judío)125 en estos intelectuales hispanos que tuvieron un importante protagonismo en el
mundo cultural y religioso carolingio, pero tampoco puede perderse de vista la ósmosis de la
iconoclastia bizantina que causaba estragos en oriente por esta época ni la iconofobia tradicional
del cristianismo español tardoantiguo y visigodo, ejemplificado en el canon 36 del concilio de
Elvira (Granada) de principios del siglo IV o en la iconoclastia del arrianismo inicial de los
visigodos. El adopcionismo pervivió en al-Ándalus, pues Eulogio y Álvaro de Córdoba lo
combaten bien entrado el siglo IX y en dos manuscritos andalusíes del siglo X que llegaron al
monasterio de Montecasino se refleja cómo Elipando era considerado un autor ortodoxo por
algunos mozárabes126.
La paleografía nos da también pistas acerca del influjo visigodo en el continente. La
escritura visigótica, una de las escrituras nacionales que se derivaron de la cursiva romana y que
se empleaba en Hispania en el momento de la invasión musulmana, aparece en numerosos
manuscritos europeos de los siglos VIII y IX, como el ya mencionado oracional de Verona,
proveniente de la península. Algunas características típicamente visigóticas aparecen en códices
europeos que suponemos copiados de originales hispanos y septimanos y luego plasmados en
ejemplares en letra carolina127. Es significativo que algunos de los códices en visigótica más
antiguos que se conservan se hallen fuera de la península, tal es el caso del oracional de Verona
o del manuscrito francés con las Etimologías copiado en torno al 800 en visigótica y que se
conserva hoy en El Escorial128. También llama la atención la existencia de códices en letra
carolina con correcciones en visigótica, “debidas presumiblemente a manos de hispanos
emigrados”, como el Liber Iudiciorum conservado en París (BN de París, lat. 4667)129. Mateu y
Llopis sugiere un claro paralelismo caligráfico entre la minúscula visigótica y la escritura
beneventana del sur de Italia, reflejo del influjo de aquélla sobre ésta130. La presencia de esta
escritura visigótica en Europa se explicaría por la persistencia goda en la marca hispánica y el
sur de Francia, el influjo de los intelectuales hispanos del renacimiento carolingio y también por
124 Orlandis, “La circunstancia histórica”, p. 1091, citado en Perarnau i Espelt, “Feliu d’Urgell”, p. 472.
125 Epalza, “Félix de Urgel”, p. 37. Ver también, del mismo autor, “Influences islamiques dans”; “sobre el origen islámico”. Sobre
la repercusión del adopcionismo fuera de la península, ver García Villada, “La Iglesia desde la invasión sarracena”, pp. 66-70;
Orlandis, “La circunstancia histórica”. Una revisión bibliográfica sobre la figura de Félix de Urgel aparece en Perarnau i Espelt,
“Feliu d’Urgell”, reseñables son también los trabajos en torno a Félix expuestos en Perarnau i Espelt (coord.), Jornades
internacionals.
126 Aillet, “La formación del mozarabismo”, pp. 306-307.
127 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 29, como el uso del guión con punto sobrepuesto para abreviar palabras.
Pérez de Urbel, Künstle, Dom Morin y Traube ven rasgos y abreviaturas visigóticas en los primeros códices del cenobio de
Reichenau, como la primera versión del Scarapsus o el códice número XVIII, ver Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, pp.
316-317. Otras características serían la abreviatura l con travesaño para uel, la abreviatura de per con línea cortando el caído de la p,
la vocal Í partida por una raya para significar Ín, el frecuente nexo -st o el grupo -tj. La copia más antigua conservada del Liber
glossarum, escrita en la abadía de Corbie entre finales del siglo VIII y principios del IX en minúscula carolina, presenta todos los
indicios paleográficos de haber utilizado un modelo hispánico en letra visigótica, lo que vendría a confirmar el origen español de
esta obra antes referido. Dicho códice contiene peculiaridades de la escritura visigótica como la confusión frecuente a/u, a/o, g/c,
o/u, f/p, g/i, s/r, t/d, u/f o la frecuente presencia de -tj. En el plano fonético hay paralelismos metatésicos (cambio de lugar de sonidos
dentro de una palabra) además de ditologías (repetición innecesaria de sílabas en una palabra o de conjunciones en una frase) y
haplologías (eliminación de fonemas por la reducción de dos grupos de sonidos/sílabas semejantes a uno) habituales en los códices
visigóticos. El manuscrito francés presenta también elementos romances típicos de la visigótica como que por quia, ponte/pons,
pomones, marrubium, herba campestris amara, etc., García Turza, “La transmisión cultural”, pp. 33-36.
128 Ms. Escurialense P.I.8, citado en D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 787.
129 Idem, p. 787. Este manuscrito ha sido estudiado por Alturo Perucho, “El Liber Iudicum”.
130 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 23.
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la “emigración de hispanos huidos tras la conquista árabe”131. Alturo i Perucho asevera que la
existencia de códices transpirenaicos aislados en visigótica a partir del siglo VIII debe estar
motivada por su copia “por copistas exiliados o fuera de su ambiente cultural propio”, aunque
independientemente de este hecho, sugiere un posible origen sudgálico (concretamente
aquitano) de esta escritura, donde hay constancia de manuscritos redactados por escribas de la
región que “nos llevaría, por necesidad, a concluir que la escritura visigótica se habría originado
en el reino visigodo de Tolosa ya a finales del siglo V”132.
Además de los numerosos trientes visigodos de distintas épocas, incluidas acuñaciones de
los últimos reyes, hallados en Septimania (donde había una ceca en Narbona) y otras regiones
de Francia, y de las monedas andalusíes que circulaban por el imperio carolingio, la
numismática muestra también algunas semejanzas entre tipos monetarios visigodos y
extranjeros sobre todo merced a los monogramas cruciformes representativos de nombres de
ciudades que aparecen en monedas hispánicas de la última etapa visigótica. Así, en el sur de
Italia hay monedas lombardas del ducado de Benevento correspondientes al gobierno de
Romoaldo II (c.700-732) con tipos idénticos a los de las monedas de la época de Rodrigo, y un
siglo después, bajo Sico de Benevento (817-832), los lombardos meridionales usaban en sus
monedas el monograma con forma de cruz visigodo133.
El derecho visigodo transmitido a través de los territorios de la marca hispánica y la antigua
Gothia, amén de otras posibles vías de difusión, repercutió levemente en la alta Edad Media
europea y especialmente en el imperio carolingio. El Liber Iudiciorum, la gran compilación
legal de la Hispania visigótica, no sólo ejerció una influencia manifiesta sobre la legislación de
los reinos cristianos peninsulares durante toda la Edad Media sino que también fue conocido en
Francia, como prueba el temprano manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de París
(lat. 4667), y su contenido se difundiría fragmentariamente gracias a las referencias indirectas
de posibles emigrantes como san Pirminio134. Dopsch135 demostró hace ya más de un siglo la
influencia del derecho visigodo en la regulación carolingia del capitular De Villis de finales del
siglo VIII o principios del IX.
Otro aspecto a resaltar es la influencia artística visigótico-mozárabe en Europa. En los
territorios de la marca hispánica y Septimania el estilo arquitectónico visigodo, con elementos
como el arco de herradura, estaba muy presente136. El emigrado hispano Teodulfo de Orleans
promovió la construcción del oratorio de Germigny-des-Prés en el centro-norte de Francia entre
los años 803 y 806, una iglesia con influencias orientales pero que también tiene influjos de la
arquitectura visigoda en elementos como el arco triunfal de herradura. El pequeño ábside de la
antigua iglesia carolingia de Tulle, en el centro de Francia, presentaba también un arco de
herradura.
Finalmente cabe mencionar otros indicios que ponen de manifiesto la huella visigoda en el
continente. La toponimia137, la antroponimia o la arqueología pueden reflejar asentamientos y
131 D’Ors, “Teodulfo de Zaragoza”, p. 786.
132 Alturo i Perucho, “La escritura visigótica”, p. 118.
133 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, p. 23. Ver del mismo autor “Inscripciones cristianas”.
134 Pérez de Urbel, “La patria de San Pirminio”, p. 316. Concretamente en su célebre Scarapsus las palabras de Pirminio sobre la
indisolubilidad del matrimonio recuerdan a una ley de Chindasvinto, y en lo referente a los grados de consanguinidad sigue el
cómputo del Liber Iudiciorum. Además, al hablar de diferentes tipos de supersticiones parece estar bebiendo de la clasificación que
figura en el Liber.
135 Ver Dopsch, “Westgotisches Recht”.
136 Mateu y Llopis, “De la Hispania tarraconense”, pp. 67-69. El arco de herradura aparece ya en miniaturas merovingias y debió
importarse del reino del sur en algún momento de la temprana Edad Media. Sobre la expansión ultrapirenaica de la arquitectura
visigoda y mozárabe ver Puig i Cadafalch, “La frontière septentrionale”; García Romo, Influencias hispano-musulmanas.
137 Ver Billy, “Souvenirs wisigothiques”.
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nombres de lugares y personas de raíz goda, aunque en este campo se ha de ser cauteloso, pues
en lo que respecta a las dos primeras evidentemente los visigodos se asentaron durante tres
siglos en el sur de Francia y los ostrogodos dominaron Italia e Iliria durante un siglo, por lo que
la onomástica puede resultar no concluyente a la hora de tratar de rastrear la emigración
visigoda y mozárabe en estas regiones.
5. Conclusiones
La emigración visigoda y mozárabe a Europa plantea múltiples interrogantes, en buena parte
debido a la poca información que nos dan las fuentes contemporáneas sobre el tema. El análisis
de los testimonios de la conquista en busca de todo vestigio de huida o migración, ya sea dentro
de los límites peninsulares o fuera de los mismos, nos confirma un axioma indiscutible: hubo
migraciones, hubo huidas de población motivadas por la entrada de los musulmanes. Huidas
protagonizadas por élites pero también por gente común y clérigos seculares y regulares, en
ocasiones serían de carácter temporal, por cautela o miedo, en otras más permanente, ora en
dirección a las montañas y los bosques, ora hacia las ciudades o el norte peninsular, acontecidas
en el momento de la invasión o ya durante la temprana dominación islámica, pero en todo caso
se produjo un éxodo poblacional de dimensiones difícilmente cuantificables. Lo sugieren las
fuentes y lo confirma el núcleo de acogida de fugitivos por excelencia: el reino de Asturias, que
no tardaría mucho en emprender una dinámica territorial expansiva impulsada indudablemente
por la presencia de gentes forasteras que no habrían querido someterse a los agarenos. Con
algunas excepciones, prácticamente todas las fuentes narrativas que hablan de la conquista
reflejan desplazamientos, empezando por las más cercanas en el tiempo al suceso, como la
Crónica Mozárabe. En estos textos es obvio que en ocasiones se exagera: los cronistas
cristianos nos pintan un escenario desolador, pues agrandan el desastre de la “pérdida de
España” y prefieren una península desierta por las migraciones y la devastación a reconocer que
muchísimos visigodos se adaptaron a la nueva situación y aceptaron la dominación islámica; las
crónicas musulmanas, por su parte, exageran las huidas para mostrar la fiereza de los piadosos
guerreros islámicos en el “camino de Dios” y la cobardía del enemigo, o para reflejar el
magnífico botín que Ṭāriq y Mūsà habían ganado para el islam: las astronómicas cifras que
consignan las fuentes musulmanas de cautivos visigodos que Mūsà llevó consigo a Damasco
hablan por sí solas. En todo caso, las fuentes cristianas y musulmanas que relatan la conquista
de Hispania, los precedentes de migraciones en el siglo V o las dinámicas migratorias generadas
por la invasión islámica que tuvieron lugar en oriente y el norte de África, la temprana aparición
de nutridos núcleos de resistencia cristianos en el norte, la presencia de hispani y otros
emigrados conocidos en Francia, Italia o Alemania, la influencia visigoda en el continente…
todos son elementos que nos permiten afirmar que hubo un movimiento migratorio forzoso en la
península durante la conquista musulmana y también después, de forma sostenida en el tiempo a
lo largo de los siglos VIII y IX.
¿Qué hay de Europa? La emigración visigoda y mozárabe a Europa aparece testimoniada
tenuemente en las fuentes narrativas. Especialmente significativa es a nuestro juicio la alusión
clara a la huida de nobles visigodos a Francia que hacen los códices del ciclo de la Crónica de
Alfonso III. Sin embargo su existencia nos la viene a confirmar la presencia de visigodos y
mozárabes en sus puntos de llegada: en Francia, en Italia, incluso más al norte, vemos cómo
Septimania y la marca son repobladas por hispani de la más diversa condición social que
marchan de al-Ándalus a partir de los tiempos carolingios, si no antes, vemos a la cabeza de la
iglesia visigoda huyendo a Roma y a sabios de origen hispano alumbrando la corte carolingia,
huellas por todas partes que nos llevan a la pregunta obvia, ¿qué hacen todos estos hispanos
lejos de su hogar, qué es lo que les ha llevado hasta allí?
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Todos estos personajes, atestiguados por las fuentes, echan raíces en Europa y dejan su
impronta visigoda en el continente, pero hay más. Los manuscritos hispanos que circulan en
abundancia a partir del siglo VIII por Europa, o los códices extranjeros que son claramente
copias de aquéllos, prestan una silenciosa confesión al aguzado oído de aquel que esté dispuesto
a escuchar entre los susurros provenientes de alta Edad Media más abismal y remota. Detrás de
este tráfico librario hay hombres, casi siempre eclesiásticos, de tal forma que la circulación
ultrapirenaica de manuscritos hispánicos en esta época nos habla, muchas veces, de personas
que los llevan consigo y que han seguido una misma dirección camino del exilio. El hecho que
los testimonios más antiguos de escritura visigótica se hallen precisamente fuera de la península
no debe pasarse por alto, ni tampoco el influjo de esta escritura en la evolución de otras letras
altomedievales del continente. El éxito isidoriano en toda Europa, si bien se remonta al siglo
VII, creemos que no habría alcanzado semejantes dimensiones sin el concierto de emigrados
visigodos cultos, y debe señalarse aquí la importancia de los eruditos hispanos que se encuadran
en el movimiento cultural del renacimiento carolingio. La liturgia mozárabe, el inusitado y
temprano culto europeo a varios santos hispánicos antes desconocidos en el continente, la
cuestión adopcionista, la numismática, la influencia artística, la toponimia, la antroponimia…
son otros tantos indicios, sino directos de una emigración extrahispánica, sí al menos de la
influencia visigótico-mozárabe en la Europa de la época.
Dicho esto parece probable que los que decidieron abandonar la península no debieron ser
muchos: del testimonio de muchas fuentes, y dejando las hipérboles literarias a un lado, se
infiere que la conquista no fue excesivamente violenta (salvo probablemente en su última fase)
y muchas localidades pactaron con el invasor (aunque también hubo otras que opusieron
resistencia), el cual por otra parte, al menos sobre el papel, debía respetar a los fieles de las
religiones del libro. Nos consta que las comunidades mozárabes en los siglos VIII, IX y X eran
muy nutridas, y si decayeron progresivamente no fue tanto por migraciones al norte como por el
avance militar cristiano, las conversiones al islam (de las que tenemos constancia desde los
primeros años de la conquista) y por la progresiva disolución cultural y religiosa del
mozarabismo ante el imparable proceso de arabización en al-Ándalus. Hubo huidas, sí, con la
invasión, pero muchas serían temporales, como el que se resguarda hasta que pase la tormenta, y
las permanentes se dirigirían frecuentemente a otros puntos del interior de al-Ándalus o en
dirección a Asturias y a los núcleos norteños peninsulares con poca o nula presencia islámica.
Algunos visigodos y mozárabes decidirían cruzar los Pirineos y establecerse en Septimania o en
los territorios de la marca hispánica, sin duda el desplazamiento de los hispani debió ser la
emigración extrapeninsular más numerosa y relevante. Otros habrían viajado más lejos: a
Centroeuropa o a Italia, a raíz de la invasión o en algún momento indeterminado de los siglos
VIII y IX. Habría que subrayar un último aspecto muy relevante: el peso del elemento clerical
en estas migraciones a Europa. Ya hemos visto que en el caso de Bizancio muchísimos monjes
emigraron a Europa y especialmente a Roma a causa de la invasión musulmana. Las pocas
referencias en esta época, más o menos fiables, de diásporas en dirección a Italia o Alemania
están protagonizadas invariablemente por clérigos seculares o regulares. En el imperio
carolingio, como ya hemos mencionado, todos los sabios de origen hispánico (o que suponemos
como tal) eran obispos o monjes, con la excepción de Dhuoda. Desde luego la migración de
clérigos cristianos tiene mucho sentido, pues debió ser este grupo social el que por lógica
llevaría peor la dominación musulmana de un territorio antes confesionalmente católico que se
afanaba por perseguir todo rastro de disidencia religiosa, como prueban las gravosas
persecuciones de judíos en tiempos de Ervigio y Égica. Para muchos eclesiásticos visigodos
debió ser preferible el exilio a vivir, como minoría religiosa molesta y discriminada, entre los
musulmanes.
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