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EDUCACIÓN CATÓLICA

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EDUCACIÓN CATÓLICA
NDC
I. Varios sentidos del término
El término educación católica es susceptible de ser interpretado según diversos significados. Así, podemos
entender como educación católica, ya el pensamiento o la doctrina de la Iglesia católica acerca de la
educación, ya las instituciones educativas de la Iglesia. Pero también podemos referirnos a la educación
católica como a la actividad que realiza la Iglesia para formar a sus propios fieles: en este caso habría que
distinguir entre la educación como proceso de iniciación en la fe o catequesis y la educación cristiana
entendida como proceso educativo global a partir de una visión cristiana de la persona y del mundo.
Especial significación adquieren en este campo los centros superiores de educación y de enseñanza de la
Iglesia en los cuales se pretende, por una parte, la investigación y la divulgación del mensaje de la fe y,
por otra, lá búsqueda de la verdad de las ciencias y de la cultura. Finalmente podemos entender también
como educación católica aquel tipo de acción pedagógica que es realizado por la Iglesia en ámbitos no
escolares o académicos; en este caso se puede hablar de una educación católica realizada a través de los
medios de comunicación social, a través de la acción de los educadores de calle o, finalmente, a través de
obras específicas en los campos de la marginación, de la promoción sociocultural...
II. El pensamiento de la Iglesia sobre educación
La vinculación de la Iglesia a la educación es una realidad que nace casi con los orígenes de la propia
Iglesia. En efecto, ya desde los primeros siglos la Iglesia establece un período de educación en la fe —el
catecumenado—, cuya misión consistía en provocar un cambio radical de la persona y en convertirla a
una realidad nueva y, por lo mismo, en una realidad nueva. Desde entonces la relación entre Iglesia y
educación ha sido una constante que ha tenido su expresión en una triple vertiente: 1) su teología de la
educación, es decir, su doctrina educativa acerca de lo que es y de lo que debe ser la persona; 2) su praxis
educativa propia, es decir, el proceso educador de la fe, ya en el seno familiar, ya en la comunidad de fe,
y, finalmente, 3) sus instituciones educativas, que pretenden educar a la persona entera, en un proceso
en el que se unen los saberes, la cultura y la fe.
Ante todo, la Iglesia católica expresa el pensamiento sobre lo que debe ser la educación, como derecho
fundamental de la persona humana: «todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer
la dignidad de persona, tienen derecho inalienable a una educación que responda al propio fin...» (GE 1).
Educación que, para ser verdadera, ha de proponerse la formación integral de la persona, de manera que
cada niño, adolescente o joven desarrolle «armónicamente sus condiciones físicas, morales e
intelectuales» (GE 1).
1. CARACTERES DE TODA EDUCACIÓN. Acabamos de referirnos tanto al derecho de la persona a ser
educada como al carácter integral de la misma; pero también son apreciadas otras dimensiones; así, la
educación ha de promover «la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las
sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades participará cuando llegue a
ser adulto» (GE 1); la educación, por tanto, tiene una clara proyección social: «hay que prepararlos,
además, para participar en la vida social, de modo que... puedan adscribirse activamente a los diversos
grupos de la sociedad humana, estén dispuestos para el diálogo con lot demás y presten su colaboración
de buen grado al logro del bien común» (GE 1). Una educación que ha de abarcar también la dimensión
sexual de la persona, la conciencia moral y la apertura a la dimensión religiosa, a Dios.
2. EL DERECHO A LA EDUCACIÓN. La Iglesia destaca reiteradamente esta última dimensión y subraya el
derecho de los padres de familia, primeros responsables de la educación de sus hijos, a elegir el tipo de
educación que deseen para ellos, especialmente en las primeras edades de la vida; en este sentido, la
Iglesia suscribe los textos y declaraciones que fundan el derecho de las personas a su educación y que
formulan algunos de los caracteres esenciales de la misma, como, por ejemplo, el art. 26,3 de la
Declaración universal de los derechos humanos. Al mismo tiempo recuerda a los poderes públicos el deber
correspondiente al derecho de los padres: «el Estado está obligado a conseguir que el tipo de educación
que se imparte en los centros estatales respete los derechos de los alumnos y de los padres de familia,
sobre todo en lo que se refiere al sentido de la vida humana y a los valores morales y religiosos»1.
2. EL DERECHO AL PLURALISMO EDUCATIVO. De igual modo hay que resaltar en el pensamiento de la
Iglesia la exigencia del derecho al pluralismo educativo. Frente a un monopolio de la educación por parte
de los estados modernos, la Iglesia mantiene con firmeza el pluralismo escolar como «la coexistencia y –
en cuanto sea posible– la cooperación de las diversas instituciones escolares, que permitan a los jóvenes
formarse criterios de valoración fundados en una específica concepción del mundo, prepararse
activamente en la construcción de una comunidad y, por medio de ella, en la construcción de la sociedad»
(EC 13). Dentro de este pluralismo educativo la Iglesia ofrece su propio proyecto como una «aportación
original en favor del verdadero progreso y de la formación integral del hombre» (EC 15).
III. Los ámbitos de la educación católica
1. LA EDUCACIÓN FAMILIAR. La familia es el ámbito natural de la educación católica. Considerada desde
los primeros siglos del cristianismo como una Iglesia doméstica, la familia asume como tarea y deber
irrenunciables la educación de sus hijos. Los padres, principales educadores de sus hijos (CCE 1653) se
responsabilizan de la creación, en el hogar doméstico, de un ambiente humano y cristiano cuya riqueza
sea capaz de promover el desarrollo, desde el inicio, de una personalidad armónica, ambiente acogedor
«donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma» (CCE 2223),
en una escuela de virtudes o, en expresión del Vaticano II, en escuela del más rico humanismo (GS 52).
Además, esa Iglesia doméstica se torna en ámbito específico de educación de la fe cristiana, pues «los
padres han de ser para sus hijos los primeros educadores de la fe con su palabra y con su ejemplo...» (LG
11). Por eso, la primera catequización ha de realizarse en el seno familiar, aunque luego esa labor sea
secundada por la comunidad eclesial.
Pero la responsabilidad de la familia en la educación católica de sus hijos tiene también otras dimensiones:
dicha educación se realiza de manera continuada y con un carácter de integralidad en las escuelas
católicas. De ahí la responsabilidad familiar en este campo.
Además de gozar de la libertad de elección de centros educativos, los padres católicos tienen el deber de
confiar la educación de sus hijos a las escuelas en las que se imparte una educación católica; pero si esto
no fuera posible, «tienen la obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se organice la debida
educación católica» (CIC 798). De modo parecido, aunque con ciertos matices, es retomada esta idea del
Código por el Catecismo de la Iglesia católica al afirmar: «los padres, como primeros responsables de la
educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias
convicciones (cf GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de
asegurar las condiciones reales de su ejercicio» (CCE 2229).
Pero la educación católica que ha de ejercer la familia es propia e irrenunciable (cf CCE 2221). Por eso,
aunque confíe sus hijos a la comunidad parroquial o a la escuela católica, el hogar debe seguir siendo
ámbito permanente de educación, especialmente en los años difíciles de la adolescencia y de la juventud
(cf CCE 2226).
2. LA ESCUELA CATÓLICA. Pero la educación católica tiene, además, otro ámbito de expresión y de
realización, que llamamos escuela católica o escuela cristiana; es esta un ámbito en el que se manifiesta
sobre todo «la presencia de la Iglesia en la tarea de la enseñanza» (GE 8).
Ya hemos hecho alusión a la constante reivindicación, por parte de la Iglesia, del derecho al pluralismo
escolar. El interés de la Iglesia por la escuela católica es equivalente al interés por una forma de educación
que jamás abandonó. Y esa forma de ejercer la educación católica, aunque vinculada a la familia y a la
comunidad parroquial, presenta unos caracteres que la tornan diferente de la educación familiar o
parroquial.
a) Como la familia, la escuela católica favorece la creación de un ambiente, que el Vaticano II definió como
impregnado de libertad y de caridad, y que se especifica en la comunidad educativa en la que, movidos
por la fe cristiana, todos sus miembros, especialmente los alumnos, se sienten «copartícipes y
responsables como verdaderos protagonistas y sujetos activos del proceso educativo» (DRE 32).
b) Como en la familia, la educación católica que proporciona la escuela está íntimamente unida al único
proceso de maduración de la personalidad del niño y del adolescente, y es a través de ese proceso, vivido
día a día, como se logra unir la educación humana con la educación de la fe, de modo que ambas
realidades se unan en un solo proceso educativo.
c) Pero la escuela católica presenta otros rasgos que la hacen una institución educativa singular y única:
en ella se realiza la unidad, la integración y el diálogo entre la cultura y la fe cristiana. En este aspecto «la
escuela católica encuentra su verdadera justificación en la misión misma de la Iglesia; se basa en un
proyecto educativo en el que se funden armónicamente fe, cultura y vida...» (DRE 34). Esta integración
entre cultura y fe es una tarea que la Iglesia reclama en el mundo de la educación y con la que pretende
responder a uno de los mayores retos de nuestro tiempo: «la ruptura entre el evangelio y la cultura es el
drama de nuestro tiempo», afirmó Pablo VI (EN 20); y Juan Pablo II reclama la aproximación entre la fe y
la razón como una de las exigencias de la nueva evangelización (cf FR 103). Dicha integración o diálogo se
realiza en el conjunto de la educación católica que proporciona la escuela, pero especialmente a través
de la enseñanza religiosa.
3. LA CATEQUESIS DE LA COMUNIDAD CRISTIANA. Podemos entender también la catequesis como una
expresión de la educación católica, aunque en el lenguaje habitual se establezca diferencia entre la
catequesis de la comunidad y la educación llevada a cabo en otras instituciones eclesiales. Pero en la
catequesis, la Iglesia lleva a cabo la educación de la fe de los creyentes a través de un proceso, que consiste
fundamentalmente en una iniciación —en el conocimiento de Cristo y de la historia de la salvación, en la
vida evangélica, en la experiencia cristiana y en la celebración litúrgica y en el compromiso apostólico2—
y que tiende a la incorporación de los fieles a la vida de la comunidad eclesial.
IV. Dimensiones de la educación católica
a) Un solo proceso que integra lo humano y la fe. La educación católica asume la dimensión humana de la
persona y el desarrollo de la personalidad como elemento fundamental. La educación católica parte de la
naturaleza humana y pretende el desarrollo integral de la persona. Objetivos prioritarios son, por tanto,
el desarrollo de las capacidades humanas, la educación de actitudes y de experiencias humanas
fundamentales y la propuesta de valores que posibiliten la madurez personal y el desarrollo de la opción
fundamental del alumno (cf GE 1).
Pero, ciertamente, la educación católica «no persigue solamente la madurez de la persona humana..., sino
que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don recibido de la fe»
(GE 2). Así pues, «en la persona humana se injerta el modelo cristiano, inspirado en la persona de Cristo.
Este modelo, acogiendo los esquemas de la educación humana, los enriquece de dones, virtudes, valores
y vocaciones de orden sobrenatural» (DRE 63). Se trata, por tanto, de un proceso unido al desarrollo de
la propia persona, pero que integra dos realidades: la educación humana y la educación de la fe. Este
proceso de la educación católica puede ser definido «como un conjunto orgánico de factores orientados
a promover una evolución gradual de todas las facultades del alumno, de modo que pueda conseguir una
educación completa en el marco de la dimensión religiosa cristiana, con el auxilio de la gracia» (DRE 99).
Y se trata, como decimos, de un proceso único, no de «dos recorridos diversos o paralelos, sino en
concordancia de factores educativos, unidos en la intención de los educadores y en la libre cooperación
de los alumnos» (DRE 98).
b) Una educación cristocéntrica. La educación católica tiene su centro y su raíz en Cristo, Hijo de Dios y
hermano de los hombres, en su persona, en su mensaje y en su misterio salvador, y hace de los valores
evangélicos la norma fundamental de su proceso educador. Una educación es católica «porque los
principios evangélicos se convierten para ella en normas educativas, motivaciones interiores y al mismo
tiempo metas finales» (EC 34).
El objetivo de toda educación cristiana es «alcanzar la madurez cristiana» y «llegar a ser adultos en Cristo»,
pues «él revela y promueve el sentido nuevo de la existencia y la transforma, capacitando al hombre a
vivir de manera divina, es decir, a pensar, querer y actuar según el evangelio, haciendo de las
bienaventuranzas la norma de su vida» (EC 34). En este texto se destacan tres dimensiones esenciales del
ser humano pensar, querer y actuar—, que son expresión de la realidad cognoscitiva, afectiva y
volitiva/activa de la persona, y que muestran la totalidad del ser humano, arraigado en la persona de
Cristo e influido por su mensaje salvador. De ahí que todo proyecto educativo católico haya de «promover
al hombre integral, porque en Cristo, el hombre perfecto, todos los valores humanos encuentran su plena
realización» (EC 35).
c) Una educación comunitaria y eclesial. La fe cristiana es esencialmente comunitaria; por eso, la
educación católica educa desde la experiencia de la comunidad y para la vivencia de lo comunitario. Este
carácter comunitario significa que, en el proceso educativo, se promueve una intensa experiencia
comunitaria, se descubre la realidad de la Iglesia, comunidad de creyentes, y se logra un profundo sentido
eclesial. Pero la educación comunitaria significa también el desarrollo de la dimensión fraterna de la
persona, la projimidad y la solidaridad con los hombres, hijos de Dios y hermanos entre sí.
d) Conocimiento integral de las realidades de la fe. La educación católica trata de introducir a los
educandos en la realidad nueva de la historia de la salvación y en el misterio de Dios. Otra de sus
características será la de promover el conocimiento y la vivencia de la realidad religiosa, profundamente
arraigada en la intimidad de la persona, pero explicitada en la revelación de Dios a través de la historia de
la salvación. Esta dimensión exige una educación que fomente el conocimiento de las verdades de la fe,
del saber integral de la fe, a partir de la formulación de la Iglesia. En este sentido, la educación católica
promoverá el conocimiento orgánico del hecho y del mensaje cristianos y de la vida y el mensaje cristianos
(cf DRE 74ss., 82ss). Esta dimensión cognoscitiva no significa una educación que fomente sólo el
conocimiento de las verdades de la fe cristiana, ya que esta es una fe histórica, fundada en hechos de
salvación que afectan a la persona entera del creyente.
e) Dimensión moral de la educación católica. Desde la fe cristiana se trata de formar la recta conciencia
de la persona del creyente, de fomentar el respeto y el cumplimiento de las leyes y de aceptar libre y
conscientemente las exigencias éticas propias de todo ciudadano en aras de una convivencia social y civil.
Pero la educación católica fomenta también la búsqueda de un sentido moral de la vida entera, derivado
del centro y de la raíz de la vida cristiana: Cristo; por eso la dimensión moral implica «formar al cristiano
en las virtudes que configuran con Cristo, su modelo, y le permiten colaborar en la edificación del reino
de Dios» (EC 34).
f) Comprometida con la realidad. El cristiano, enraizado en la persona y en el mensaje de Jesús, vive su
vida encarnado en la realidad social, y participa de todas las dimensiones de la misma. Un objetivo esencial
de la educación católica consiste en ayudar al educando a conocer la realidad humana y social, a
comprender el funcionamiento de las estructuras culturales, económicas y políticas, y a valorarlas
críticamente a la luz de la fe católica, arraigada en el evangelio y expresada también en la doctrina social
de la Iglesia.
Este conocimiento y esta capacidad crítica, educados desde la fe, han de mover a los educandos creyentes
a comprometerse en las realidades humanas, a promover los valores fundamentales del Reino —ya que
«amor, justicia, libertad y paz son el santo y seña cristiano de la nueva humanidad» (DRE 89)— y a luchar
por la emergencia y la consolidación de una sociedad nueva, alternativa. Realidad nueva que habrá de
superar los obstáculos del mal, del pecado, radique este en el corazón del hombre o arraigue en las
estructuras de pecado de la sociedad.
g) Integrada con la cultura. Un ámbito de especial interés lo constituye el mundo de la cultura. La
educación católica tratará de promover una aceptación y una acogida positiva de la cultura
contemporánea. Lejos de fomentar una educación religiosa distanciada, reticente o sospechosa en
relación con la cultura de nuestro tiempo, la educación católica procurará, por una parte, la asunción de
todo lo positivo de la cultura contemporánea, en sus expresiones y realizaciones; por otra, tratará de
encarnar la fe en la propia cultura (sin olvidar el conocimiento de la cultura del pasado y del influjo de la
fe cristiana en ella) y de dejarse interpelar, como creyente, por los desafíos y cuestiones que plantea la
cultura de hoy; además, el católico será educado en un sentido crítico de la cultura que recibe, sobre todo
de los medios de comunicación social, aprendiendo a valorarla desde la fe; finalmente, será animado y
entrenado a participar, como creyente, en la creación, difusión y expresión de las diversas formas de vida
cultural.
h) Dialogante con otras cosmovisiones. Finalmente, es necesario subrayar el hecho de que la fe cristiana
no constituye un todo cerrado. El cristianismo convive con otras cosmovisiones, con otros modos de
comprender la vida y el mundo. Y, de igual modo, el cristiano se encontrará cada vez más en proximidad
con miembros de otras religiones, que son expresiones, a su vez, de la única verdad de Dios. La educación
católica ha de fomentar el diálogo con todas aquellas personas, grupos e instituciones que profesan una
visión de la realidad diferente de la suya, que tienen otras respuestas a la pregunta por el sentido de la
vida o que profesan otra religión. La educación a la apertura, la comprensión y el diálogo con el mundo
no creyente –o no cristiano— es un imperativo de su mismo ser católico, es decir, universal. Una
educación católica ha de ser ecuménica y, en este sentido, mostrarse, desde la firmeza de sus
convicciones, abierta, respetuosa, dialogante y fraterna, también con las otras confesiones no católicas.
V. Algunos desafíos a la educación católica
La educación católica ha sido, en ocasiones, criticada por su carácter más o menos cerrado, por ofrecer
una cosmovisión demasiado centrada en las verdades y en los dogmas católicos, restringida a su mundo
eclesial o eclesiástico y poco dada a la confrontación y al diálogo con las realidades del mundo secular.
Los caracteres anteriormente expuestos muestran que una educación católica ha de estar encarnada en
la realidad social y ha de preparar para vivir intensamente, desde la fe católica, un compromiso con ella.
Y esa encarnación en la realidad mundana no ha de limitarse sólo al presente, sino que ha de mirar
también al futuro, ya presente en alguna medida. Por tanto, parece necesario que la educación católica
tenga en cuenta algunos factores nuevos que, presentes ya en la realidad social, actúan a modo de retos
o desafíos para todo creyente; con la Iglesia, el creyente «prestará atención especial a los desafíos que la
cultura lanza a la fe» (DRE 52). ¿Cuáles son algunos de esos desafíos y cómo educar para responder a
ellos?
1. EL MUNDO DE LOS POBRES Y MARGINADOS. Una educación que se funda en el mensaje y en la persona
de Jesús, no puede ser ajena a una realidad urgente y clamorosa: el mundo de los pobres y de los
marginados. La realidad dolorosa de tantas personas y pueblos enteros ultrajados en su dignidad más
elemental, sometidos a la esclavitud de la ignorancia, víctimas del hambre, de la pobreza y de las
enfermedades, provoca una situación de injusticia radical, que actúa no sólo como recordatorio
permanente de una de las exigencias cristianas fundamentales, sino que ofrece un vivo contraste con el
estilo de vida, consumista, liberal y burgués, que caracteriza a muchas de las sociedades en las que las
instituciones católicas desarrollan su acción educadora. Contraste que se convierte en desafío continuo,
dada la creciente sima que se abre cada día entre el Norte y el Sur, entre los ricos y los pobres, entre los
integrados y los marginados.
En este sentido, las instituciones educativas católicas, fieles a su vocación evangélica, han de atender en
primer lugar «a aquellos que están desprovistos de los bienes de fortuna, a los que se ven privados de la
ayuda y del afecto de la familia, o que están lejos del don de la fe» (GE 9). Y esto porque, «dado que la
educación es un medio eficaz de promoción social y económica para el individuo, si la escuela católica la
impartiera exclusiva o preferentemente a elementos de una clase social ya privilegiada, contribuiría a
robustecerla en una posición de ventaja sobre la otra, fomentando así un orden social injusto» (EC 58). La
educación católica no puede evitar una toma de contacto con esta realidad de injusticia, ni puede soslayar
una concienciación realista y arriesgada con respecto a la injusticia y sus causas, ni puede descuidar una
respuesta educativa que sea signo de un compromiso en favor de los pobres y marginados.
2. LA CULTURA POSMODERNA Y SUS CARACTERES. La educación católica se enfrenta a factores nuevos,
quizás aún no explicitados en algunos contextos, pero arraigados ya en la mayor parte de los países
desarrollados. La llamada cultura de la posmodernidad y sus características (el relativismo ideológico y
moral, el culto al presente y a lo momentáneo, el predominio del sentimiento y del subjetivismo, la
búsqueda del placer, la presencia y el valor de todo lo light, la ausencia de un compromiso duradero, la
secularización y la indiferencia religiosa...) pueden llegar a impregnar el ambiente de tal manera que los
niños y los adolescentes respiren los valores de esa cultura y se sientan, en varias de sus dimensiones,
como incapacitados para comprender el mensaje cristiano. Por eso Juan Pablo II afirma que estas
«corrientes de pensamiento relacionadas con la posmodernidad merecen una adecuada atención» (FR
91). Una educación católica que quiera estar al servicio de los creyentes de este tiempo y de esa cultura
debe conocer el reto que le plantea la posmodernidad y arbitrar los medios más adecuados para que su
mensaje y el modo de transmitirlo y asimilarlo no estén desconectados con el modo de pensar, de sentir,
de reaccionar y de vivir de los jóvenes de la cultura de hoy y de mañana.
3. LA INCREENCIA Y LA INDIFERENCIA RELIGIOSAS. Un factor de sobra conocido en nuestra sociedad
occidental lo constituye el hecho de una creciente increencia religiosa. Para ella, el factor religioso ha
dejado de ser algo central en la explicación del conjunto de la vida humana y ha perdido plausibilidad
social. Hoy, el hombre de nuestros días puede, en buena medida, vivir su presente y proyectar su futuro
sin una referencia religiosa. Este desplazamiento social de la religión y de Dios se traduce a nivel individual
en un acrecentamiento del ateísmo práctico o del agnosticismo, aunque a veces estos fenómenos no se
manifiestan como actitud consciente y deliberada, sino que se expresan en una indiferencia religiosa que
puede, en sí misma, no ser contraria, aunque sí ajena a todo planteamiento religioso.
Dicha indiferencia religiosa llega a afectar de alguna manera a los bautizados, a los alumnos católicos,
sujetos de un catolicismo sociológico, «portadores de las impresiones recibidas de la civilización de las
comunicaciones, alguno de los cuales demuestra quizá, indiferencia e insensibilidad». La educación
católica deberá educar el sentido de comprensión de esta indiferencia religiosa, ajena y propia, aceptando
a los alumnos como son, y explicándoles «que la duda y la indiferencia son fenómenos comunes y
comprensibles» (DRE 71); pero, a su vez, invitándoles «a buscar y descubrir juntos el mensaje evangélico,
fuente de gozo y serenidad» (DRE 71). Sólo desde un entusiasmo renovado en la educación del sentido
de lo religioso y de la fe se podrá superar la falta de religión y contribuir a «destruir el muro de la
indiferencia» (DRE 23).
Pero el reto de la increencia tiene su lado paradójico: la emergencia de sucedáneos de lo religioso o la
acentuación de una religiosidad cerrada, monolítica; fenómenos que pueden dar lugar a la proliferación
de las sectas o a la aparición de cierto fundamentalismo religioso. La educación católica deberá aceptar el
reto de estos fenómenos sociales y procurar una educación religiosa abierta, firme y equilibrada.
4. LA ECOLOGÍA Y LA PROMOCIÓN DE LA VIDA. La educación católica se enfrenta también hoy con desafíos
que provienen de hechos socioculturales nuevos, a los cuales antes era más o menos ajena y con los cuales
tiene necesariamente que convivir. Uno es, en el ámbito de la naturaleza y del conjunto de la vida humana,
el valor de lo ecológico, percibido y sentido como reacción ante la amenaza de la degradación del medio
y de su posible destrucción. La fe católica debe tener presente esta dimensión, este valor universalmente
sentido y profesado.
De igual modo ha de educar en el respeto a la vida y en la defensa de la misma en una sociedad en la que,
por una parte, se la proteje y se la cuida, a veces hasta el exceso; pero que, por otra, está intensamente
amenazada. La educación católica ha de aceptar el desafío de la vida y ha de formar en el valor de la
misma y en la defensa de cualquier manifestación de ese maravilloso don de Dios.
5. EL PLURALISMO SOCIOCULTURAL Y RELIGIOSO. Otra de las características de la sociedad presente es el
pluralismo. En nuestro mundo se puede afirmar que ya no hay sociedadesreducto, ámbitos rigurosamente
homogéneos y cerrados, pues, en esta aldea global de la era de la comunicación, los mass media acercan
a nuestra sensibilidad y a nuestra conciencia cualquier realidad, por diferente que sea y por alejada que
esté. La abundante y variada información nos hace vivir en un mundo cada vez más rico, pero también
mucho más plural y hasta contradictorio.
Pues bien, la educación católica deberá asumir estos hechos sociales y, lejos de querer fortalecer la fe de
los creyentes desde posturas más o menos cerradas, deberá iniciar en el diálogo entre las diversas
culturas, entre la fe y la razón; deberá favorecer una educación multicultural, desarrollar el sentimiento y
el compromiso ecuménicos y, desde una comprensión y vivencia profundas de la propia fe, iniciar también
en el diálogo interreligioso.
NOTAS: 1. COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Documentos colectivos del episcopado
español sobre formación religiosa y educación, 1969-1980, Edice, Madrid 1981, 383. — 2 CC 83-92.
BIBL.: CONCILIO VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis momentum, Roma 1965;
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica, Roma 1977; El laico católico, testigo
de la fe en la escuela, Roma 1982; Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, Roma 1988.
Teódulo García Regidor
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