Lección de Escuela Dominical Pastor, Enrique González Iglesia Bautista Trinidad 13 de Noviembre 2011 Lección 9 JUAN 4 Hay dos secciones en este capítulo: (1) El ministerio de Cristo a la samaritana (4.1–42), y (2) el milagro de Cristo al noble (4.43–54). En cierto sentido, ambas experiencias involucraron milagros; porque la transformación de esta pecadora fue tan maravillosa como la sanidad «a distancia» del hijo del noble. I. El ministerio de Cristo a la samaritana (4.1–43) Los samaritanos eran «mestizos», parte judíos y parte gentiles. Como tales, los judíos los consideraban proscritos y los despreciaban. Tenían su propio sistema religioso en Samaria que competía con las demandas de los judíos (véase 4.20–24) y creían en la venida del Mesías (4.25). A Jesús «le era necesario pasar por Samaria» (v. 4) debido a que Dios había planeado que esta mujer pecadora se encontrara con Él y hallara el agua de vida. En la entrevista que se registra vemos las diferentes etapas que la mujer atravesó para llegar a creer en Cristo. A. «Tú, siendo judío» (vv. 1–9). Que un rabí judío le pidiera un favor a una mujer, especialmente una samaritana, la sorprendió. Ella veía en Jesús nada más que a un judío con sed. El pecador está ciego a Cristo y se interesa más en los asuntos de la vida (como sacar agua) que en las cosas de la eternidad. B. «¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob?» (vv. 10–15). En el versículo 10 Jesús le dice que ignoraba dos cosas: el don de Dios (la salvación) y la identidad del Salvador en su presencia. Jesús le habla del agua viva, agua de vida, pero ella lo entiende literalmente. ¡Qué típico del pecador que confunde lo físico y lo espiritual! Nicodemo pensó que Jesús hablaba del nacimiento físico (3.4), e incluso los discípulos pensaron que Él hablaba del alimento literal más tarde (4.31–34). Jesús destaca que las cosas del mundo no satisfacen y los hombres sin Cristo siempre «volverán a tener sed». La parábola en Lucas 16.19–31 lo deja bien en claro: el rico que bebía sediento los placeres físicos de esta vida tuvo sed de nuevo cuando se halló en el Hades. Jesús promete que el agua de vida brotará dentro del corazón y siempre nos refrescará y mantendrá satisfechos: y la mujer, todavía confundida, pidió de esa agua. Fue una respuesta emocional y superficial. C. «Tú eres profeta» (vv. 16–24). Después que manifestó su interés en el agua viva (a pesar de su confusión), la mujer se vio enfrentando sus pecados. La orden de Cristo: «Ve, llama a tu marido», tenía el propósito de despertar su conciencia y obligarla a que afrontara sus pecados. Nadie que esconda sus pecados se puede salvar jamás (véase Pr 28.13). Nótese cómo la mujer trató de cambiar el tema de la conversación. ¡Como los pecadores de hoy que se sienten culpables, empezó a argüir respecto a las diferencias religiosas! «¿Dónde debemos adorar?» «¿Cuál es la verdadera religión?» Jesús destacó que lo importante es conocer al Padre y esto únicamente se puede hacer mediante la salvación, y la salvación viene de los judíos. Ahora Jesús la llevó frente a frente a sus pecados, su deseo de satisfacción y al vacío de su propia vida religiosa. D. «Este es el Salvador del mundo, el Cristo» (vv. 25–42). Sus ojos se abrieron a la Persona de Cristo y sobre la autoridad de su Palabra creyó en Él y recibió la salvación. Demostró su fe al dar testimonio público a la gente del pueblo (y ciertamente conocían su carácter); y ellos también llegaron a confiar en Él. Nótese el testimonio final de estos creyentes: «Este es el Salvador del mundo, el Cristo». Es interesante notar la conducta de los discípulos en este capítulo. Están más preocupados respecto al alimento físico que al espiritual. Cristo estaba cansado (v. 6) y con sed, y seguro que con hambre; pero Él puso las cuestiones espirituales por encima de la comodidad física. Mientras los discípulos fueron a comprar qué comer (algo bueno), Cristo estaba ganando almas (algo mucho mejor). Los discípulos al llegar a Samaria tal vez dijeron: «Nunca podremos ganar a nadie aquí. Esta gente es dura de corazón y enemiga de nuestro pueblo». Pero Cristo les dijo que miraran los campos que ya estaban blancos para la siega. Les recordó que todo el pueblo de Dios debe trabajar unido en el campo, algunos para sembrar, otros para cosechar. Es Dios el que da el crecimiento (1 Co 3.5–9). Pudiéramos notar el ejemplo que Cristo dio como ganador de almas. No permitió que los prejuicios personales o las necesidades físicas le estorbaran. Trató a la mujer en forma amistosa y no la forzó a ninguna decisión. Guió la conversación con sabiduría y permitió que la Palabra hiciera efecto en su corazón. Se relacionó con ella en forma privada y con cariño le presentó el camino de salvación. Captó su atención al hablarle de algo común y a la mano como el agua y la usó a fin de ilustrar la vida eterna. (De la misma manera, en el fresco de la noche, a Nicodemo le habló del viento.) No evadió hablar del pecado, sino que la enfrentó a su necesidad. II. El milagro de Cristo para el noble (4.43–54) Este es la segunda de las siete señales en Juan. Esta señal muestra cómo se salva la persona y los resultados que siguen (véanse las notas introductorias a Juan). Las primeras dos señales ocurrieron en Caná de Galilea. Convertir el agua en vino ilustra que la salvación es por medio de la Palabra. La curación del hijo en este capítulo muestra que la salvación es por fe. El hijo iba a morir y estaba en Capernaum, como a treinta kilómetros de Caná. El hombre quería que Cristo fuera con él, porque no creía que podría curar al muchacho a la distancia (véase una reacción similar en Marta, en 11.21). Jesús no fue con el hombre, sino que en lugar de eso pronunció las palabras: «Ve, tu hijo vive» (v. 50). ¡El hombre creyó a la Palabra! Al hombre le hubiera llevado solamente dos o tres horas regresar a su casa, sin embargo el versículo 52 («ayer») indica que se quedó en Caná un día entero. El muchacho sanó a la una de la tarde y el padre llegó a su casa al día siguiente. Esto demuestra que tuvo fe real en la palabra de Cristo, porque no se apresuró a regresar a su casa para ver lo que había pasado. De esta manera nos salvamos: al poner nuestra fe en la Palabra de Dios. «Cristo lo dijo, yo lo creo; ¡y eso lo resuelve!» Es evidente que el noble se quedó en Caná, atendió algunos de sus asuntos y luego regresó a su casa al día siguiente. Tuvo «gozo y paz en el creer» (Ro 15.13), porque su confianza estaba solamente en la palabra de Cristo. No se sorprendió cuando sus criados le dijeron: «Tu hijo vive». Simplemente les preguntó cuándo sucedió la curación y verificó que fue a la hora en que Cristo había dicho la palabra. El resultado: toda su familia confió en Cristo. «La fe viene por el oír; y el oír por la Palabra de Dios (Ro 10.17). En el versículo 48 Jesús da la razón básica por la cual las personas no creen: quieren ver señales y experimentar maravillas. Tenga presente que Satanás es capaz de realizar señales y milagros para engañar (2 Ts 2.9, 10). Si su salvación se basa en sensaciones, sentimientos, sueños, visiones, voces o cualquier otra evidencia carnal, usted se halla en terreno peligroso. Es la fe en la sola Palabra de Dios que nos da la seguridad de la vida eterna (véase 1 Jn 5.9–13).1 1Wiersbe, Warren W., Bosquejos Expositivos de la Biblia, AT y NT, (Nashville, TN: Editorial Caribe Inc.) 2000, c1995.