LUDI MAGISTER Mis inquietudes al descubrir la soledad del docente en la escuela pública respecto a la relación con algunas familias o alumnado ausente, o que estos simplemente no le otorguen valor a los esfuerzos de muchas personas implicadas -desde contribuyentes hasta cuerpo directivo a maestros- en la ayuda para su presente, me llevaron al origen. ¿Dónde surgió esta profesión que amo? ¿Por qué? ¿Para qué? El descubrimiento me trasladó a Roma, y no a Grecia. Esta última tenía un sistema educativo preponderantemente privado y exclusivo, solo para hijos de familias aristócratas. Salvo algunas instituciones públicas como la efebía que nació con la búsqueda de formación cívica, atlética y militar, y que en épocas de bonanza fue gratuita, pública y obligatoria hasta los Antoninos. No es tras la conquista romana, el transcurso del proceso de “latinización” y la sustitución de formas de gobierno helenísticas cuando comienzan a aparecer las primeras manifestaciones educativas desarrolladas a partir de estos modelos griegos. Ya en el siglo II d.C., la educación siguió siendo principalmente una cosa de ricos. En los que la educatrix y el pedagogus eran esclavos de la familia, siendo quienes se encargaban de estos menesteres. Este tipo de educación estaba orientada al aprendizaje de la lectura y la escritura. Así, podrían diferenciarse del resto. Principio que de algún modo, se sigue manteniendo en el imaginario de la población hasta nuestros días cuando las familias pretenden que sus hijos e hijas estudien. Daría para otra reflexión en otro artículo, desde luego. Por otro lado, estos maestros solían ser griegos, ya que, los romanos padecían un complejo de inferioridad cultural respecto a los griegos y, a pesar de su conquista, respetaban mucho el conocimiento heleno y a sus escritores. El maestro podía ser una persona libre o esclava y su sueldo era muy bajo. A veces le llegaba tarde, pues su sueldo provenía de las familias, lo que le llevaba a realizar textos -además de su labor docente- para subsistir. De hecho, los alumnos podían ponerse de acuerdo para dejar al maestro e irse sin pagarle. Entonces, el maestro tenía que reclamar en los tribunales de la ciudad su cobro. Bien, volviendo a los términos que mantienen poso en la actualidad; la palabra magister se refería al entrenador de gladiadores dentro de las escuelas. También conocidas como ludus. Ludus, a su vez, es juego; no olvidemos que las ceremonias en las cuales los gladiadores ganaban o perdían su reputación o sus propias vidas, se llamaban “juegos”. Aunque ya en el siglo III d.C., estas ludus se reorientaron a otros objetivos más parecidos a los presentes sistemas educativos en lo que se llamaron ludus principalis. Albergando una reglamentación, una estructuración o incluyendo a las mujeres -en Grecia, salvo en Lesbos liderada por la poetisa Safo de Mitilene, no estaba permitido-. Entonces, ya era una educación obligatoria, gratuita y pública para todos y todas -fuera del entorno doméstico, al que estaban relegados los niños y niñas sin recursos- para aprender lectura y cálculo. A este maestro se le llamaba ludi magister. Llegando a estos momentos históricos de la incipiente profesión educativa orientada al saber, me surgió una miríada de similitudes vinculadas con mi experiencia docente, que de algún modo me tranquilizaron. Porque cada lectura que realizaba sobre esta transformación hasta la instauración de un modelo educativo similar al que conocemos en nuestros días, no cejaba ni un instante de ponerme en la piel de aquel maestro griego trabajando en el sistema romano. El abyecto magister buscando alumnos para poder tener viandas cada día. Recibiendo azotes de desprecio por una tarea, en principio, tan noble. O padeciendo el comportamiento irrespetuoso de niños que hacían uso de la relación de poder basada en el sueldo que sus familias pagaban al maestro. O aquel magister romano o griego que en los inicios de aquellas ludus principalis tenía que soportar la correspondencia del pasado con la formación que impartían sus predecesores a los gladiadores para así desprestigiar su labor. Tal vez ahí, comenzaron los primeros rencores o recelos históricos entre comunidad educativa y alumnadofamilias. Podemos recordar los epigramas de Marco Valerio Marcial en el año 94 d.D., en concreto, el final del LXVIII: “Deja marchar a tus alumnos. ¿Quieres, charlatán, recibir por callar lo mismo que recibes por gritar?” Estas divagaciones mías, no dan por sentado la benevolencia y el buen hacer de cualquier maestro del pasado y mucho menos del presente, o la ausencia de docentes megalómanos. Eso es evidente, y cada caso sería digno de analizar; seguro. Pero, también es posible, que muchos docentes al leer esto, sientan una identificación con la disensión maestro con el alumnado-familias que formulo aquí. Incluso, me pregunté por qué, la universidad nunca nos mencionó estas raíces. O al menos, un aviso de lo que podríamos sentir al recibir la indiferencia por nuestra intervención docente. Espero que no fuera una subrepción. Ello crearía docentes poco reflexivos, que no se cuestionan los principios que les enseñaron para este oficio. Por eso, saber que ya hubo desde el primer momento, profesionales de la educación esclavos, maestros sintiendo esa soledad frente a su quehacer eternamente opinable por quienes desconocen sobre su ocupación; me hace comprender, y al menos a mí, me otorga de cierta seguridad. Seguridad para desde la solitud, convertirme en un robinsón que entiende el origen de su oficio y actúa desde la calma. Siempre con la intención de ayudar incluso a quienes no quieren recibir ayuda o tal vez no estén preparados para acogerla. Jorge Moreno Jiménez