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Howard Becker - Cómo fumar marihuana y tener un buen viaje - una mirada sociológica

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howard becker
�ómo fumar
marihuana y tener
un buen viaje
una mirada soc;ológica
traducción de horacio pons
�
siglo veintiuno
� editores
El
autor
Howard Becker, uno de los más destacados exponen­
tes de l,a "segunda escuel,a de Chicago", nació en
Chicago en
1928.
Además de formarse como soció­
logo, trabajó como pianista profesional. En l,a con­
junción de esos dos intereses, orientó sus primeras
investigaciones a explorar el mundo de los músicos
de jazz y del consumo de drogas, con el propósito de
intervenir críticamente en el campo de l,a denomi­
nada "sociología de l,a desviación". En esta línea,
sentó las bases de l,a teoria del etiquetado.
Inicialmente su obra analiza las interacciones sim­
bólicas a l,a luz de las diferencias de raza, estatus y
poder, pero abarca también otras áreas de indaga­
ción, como l,a sociología del arte, l,a práctica de l,a in­
vestigación cualitativa y l,a escritura en las ciencias
socia/,es. Es autor de Trucos del oficio. Cómo
conducir su investigación en ciencias sociales
(2009),
Outsiders. Hacia una sociología de la
desviación
(2009),
Manual de escritura para
científicos sociales. Cómo empezar y terminar
una tesis, un libro o un artículo
(2011), El jazz
en acción. La dinámica de los músicos sobre
el escenario
(2011,
en cowboración con Robert
Fau/Jmer), Para hablar de la sociedad la socio­
logía no basta
(2015) y
Mozart, el asesinato
y los límites del sentido común. Cómo cons­
truir teoría a partir de casos
(2016),
todos publi­
cados por Siglo Veintiuno Editores. También, junto
con B. Geer, E. Hughes y A. Strauss, escribió The
Boys in White. Student Culture in a Medica!
School. Actualmente vive en San Francisco y pqsa.
parte del año en Francia.
"1(/1 grupo editorial
� siglo veintiuno
siglo xxi editores, méxico
CEl'A:l oa /'G.JA 248. fOJEfO DE TEAFEOOS, 04310 M8o00. Of
www.sigloxxiecfüores.com.mx
siglo xxl editores, argentina
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.
ESPAÑA
www.antlYopos-edttorial.com
Becker, Howard
Cómo fumar marihuana y tener un buen viaje: Una mirada socioló­
gica.- 1' ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016.
96 p.; 20 x 13 cm.- (Mínima)
Traducido por Horado Pons / / ISBN 978-987-62g-671-7
i. Marihuana. l. Pons, Horado, trad.
CDD 394.14
Título original: Becoming a Marihuana User. Licensed by The University
ofChicago Press, Chicago, Illinois, U.SA.
© 2015, The University ofChicago Press
© 2016, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de cubierta: Eugenia Lardiés
Impreso en Arcángel Maggio - División Libros // Lafayette 1695,
Buenos Aires, en el mes de agosto de 2016
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina / / Made in Argentina
Índice
¿Cómo hacer preguntas productivas
sobre el consumo de marihuana?
Pablo Semán
9
Prefacio de Howard Becker
a la edición de 2015
21
Cómo fumar marihuana
y tener un buen viaje
31
¿Cómo hacer preguntas
productivas sobre el
consumo de marihuana?
Pablo Semán*
El texto que aquí presentamos con­
densa (en su tema, su abordaje y su forma de
comunicar) todas las propiedades por las que
la obra de Becker, que hasta hace unos pocos
años no era muy conocida en español, resulta
clave para las ciencias sociales. En su autono­
mía como texto, "Cómo fumar marihuana ..."
no sólo vale como un documento histórico
en sí mismo, sino como la puesta en acto de
una forma iluminadora de entender la prác­
tica de las ciencias sociales, algo que se capta
en el diálogo con la producción posterior del
propio autor.
*
Investigador independiente del Conicet y profesor de la
Universidad Nacional de San Martín.
9
Por un lado, Becker demuestra funda­
damente que tornarse un consumidor recrea­
tivo de marihuana no es la expresión de un
rasgo psicológico o de un carácter enfermizo,
sino algo que implica el aprendizaje de for­
mas de fumar para que haga efecto, del reco­
nocimiento de esos efectos y de la posibilidad
de disfrutarlos; en definitiva, de generar una
disposición a ese consumo y que la experien­
cia se vuelva divertida. Más aún: no es un acto
individual, sino el resultado de determinadas
relaciones sociales que habilitan esa activi­
dad y también la constriñen. En ese sentido,
este trabajo -publicado por primera vez en
1953- es parte de un momento histórico en la
formación del pensamiento sociológico. Por
otro lado, demostrando la dimensión social
del acto de fumar marihuana, Becker daba
los primeros pasos de una concepción de lo
social y de la investigación en ciencias sociales
que porta al mismo tiempo sutileza, nitidez
y actualidad, y se entiende incluso mejor en
relación con sus pasos posteriores.
La desviación como resultado
de una relación social
Las prescripciones sociales pueden combatir
el consumo de ciertas sustancias, e incluso ha­
cerlo con alguna eficacia, pero no pueden evi-
10
tar el aprendizaje de la disposición a fumar,
que no es un proceso automático o un efecto
unívoco de esas sustancias; tampoco pueden
eludir una consecuencia de esto: que se abra
una nueva posibilidad de la vida social. Las ob­
servaciones y los análisis de Becker apuntan a
esa realidad nunca tematizada. Esta rotación
ilumina la escena desde el lado del fumador,
del "extraño", algo que en esa época -en que
la discusión pública sobre el uso de marihua­
na no daba el mínimo espacio a la legitimi­
dad y legalidad- sólo parecía concebible si se
daba por sentado el carácter "patológico" de
ese sujeto, como sucede incluso hoy. Cuando
se efectúa este desplazamiento, el investiga­
dor suspende la mirada de la parte de la so­
ciedad que, en función de sus experiencias
y prejuicios, promueve el etiquetamiento de
los usuarios de marihuana como peligrosos,
traumatizados y traumáticos. Este cambio de
perspectiva se relaciona con otro movimien­
to que se registra en textos posteriores de
Becker, que recuperan el impulso de esta in­
vestigación en el contexto de sus estudios so­
bre la desviación.
El fumador de marihuana no es alguien
que sufra una patología psicológica, sino un
desviado desde el punto de vista social. Esto
no quiere decir que sea una persona social­
mente disfuncional, que pone en cuestión
11
una normatividad necesaria -ya sea para
preservar una "salud biológica" o de la co­
munidad-, sino que termina rotulado como
tal en un proceso conflictivo en que ciertos
grupos sociales "crean la desviación al esta­
blecer las normas cuya infracción constituye
una desviación". 1 Las prácticas que se califi­
can como desviadas son variables, pues lo que
una sociedad sanciona otra lo celebra, y tam­
bién son variables las posibilidades de ser san­
cionado y rotulado en una sociedad dada, ya
que no todos los que con su comportamiento
infringen las normas terminan etiquetados
como desviados.
La rotulación de unos sujetos como
desviados es resultado de un proceso esen­
cialmente político en el que las diferencias
de poder explican la capacidad dispar de
los grupos sociales de establecer e imponer
reglas respecto de las prácticas, así como la
capacidad de reaccionar frente a esas impo­
siciones. Ahora bien, en la medida en que
la complejidad social implica la existencia
de una pluralidad de grupos -y por lo tan­
to de reglas y de aspiraciones normativas-,
puede entenderse que en una sociedad no
1 Howard Becker, Outsiders. Hacia una sociología de la
desviación, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, p. 28.
12
haya tantos consensos y el etiquetamiento
sea al mismo tiempo recurrente y central. La
diversidad religiosa, cultural, "étnica" o po­
blacional también puede procesarse de esta
forma y dar lugar a conflictos característicos
de la contemporaneidad.
Por lo general, la sociología (y en es­
pecial la que predominaba en los Estados
Unidos durante los años de formación de
la "escuela de Chicago") oscilaba entre ex­
plicar los fenómenos por causas puramente
individuales o por causas sociales que supo­
nen formas colectivas monolíticas (algo pre­
sente en las nociones de cultura o "valores") .
Ya en textos tempranos como este, Becker in­
troduce el prisma que nos permite ver que
todo el tiempo se están dando procesos de
normativización, infracción, etiquetamiento,
que son modos de operar con el potencial de
divergencia de las prácticas y las reglas que
definen la forma inestable y controvertida en
que rigen y aparecen los valores. Más aún:
debe decirse que la intervención de Becker
contribuye al cuestionamiento de la noción
de cultura como una totalidad homogénea
regida por un conjunto de valores, e inclu­
so de la noción de valor como una instancia
reguladora cuya significación, en vez de ser
disputada por los actores, se presenta como
unívocamente comprensible.
13
sociología funcionalista, que domina­
ba el panorama intelectual en ese momento,
definía los problemas de su campo, pese a su
pretensión de objetividad y distancia científi­
ca, a la par de un sector de la sociedad, aquel
que contaba con los recursos para cuestio­
nar determinadas prácticas. La sociología de
Becker, en cambio, repone el trasfondo de
conflicto y pluralidad que aparece en cuanto
la pregunta por los problemas sociales se apar­
ta del punto de vista de quienes claman por
definir "este es el problema" y se aboca al pro­
ceso que abarca en toda su amplitud las dis­
putas de los actores para impulsar, bloquear,
resistir y superar aquellas definiciones.
La
Un modo de obrar
Pero hay algo más que está presente en este
texto. Si bien estas ideas fueron explicitadas
por Becker mucho más tarde, podemos leer
aquí un giro sobre el tipo de preguntas que
son productivas y las consecuencias que eso
tiene para la forma de investigar. Al retirar
al fumador de marihuana del casillero de lo
extraordinario, Becker deja de preguntarse
por qué se da cierto comportamiento, como
si hubiera una "naturaleza" rara de los suje­
tos que lo facilitara, y comienza a preguntarse
por las condiciones bajo las cuales cualquier
14
persona podría transformarse en un usua­
rio de marihuana y por lo que hace que una
práctica se convierta en "desviada". Así, cuan­
do las preguntas se desplazan del por qué
al cómo, la investigación está obligada a dar
cuenta de un conjunto de condiciones de la
interacción (¿quiénes?, ¿cuándo?, ¿con qué
compañías?, ¿con qué herramientas?, ¿me­
diante qué aprendizajes?) .
Como afirma Becker, aun reconociendo
que se trata de una hipérbole, "quería conocer
todas las circunstancias alrededor de un acon­
tecimiento", "quería conocer las secuencias de
las cosas... cómo una cosa llevaba a la otra'',
esto es, "mucho más de lo que acostumbran
a querer los científicos sociales". No por nada
se exige a sí mismo buscar entender las cosas
de un modo situado. De hecho, afirma que
"todo tiene que estar en un lugar" y reclama al
mismo tiempo "poner dentro todo lo que no
puede quedar afuera": esto equivale a darles el
carácter de parte integrante de las cosas a los
elementos que irresponsablemente llamamos
"contexto" (como si los fenómenos sociales
se dividieran entre una secuencia causal ais­
lable y un espacio indeterminado en que esa
secuencia se inserta) .
De este modo, su concepción de las
exigencias de la investigación obliga al inves-
15
tigador a esforzarse por describir un proceso
complejo en su singularidad. El detalle no es
accidente, sino parte de los hechos. La exigen­
cia derivada del tipo de preguntas que propo­
ne privilegiar Becker implica un compromiso
con el método etnográfico en tanto "descrip­
ción verbal detallada".2
Dentro de ese marco, su obra ironi­
za sobre los modelos de la ciencia experi­
mental y la sociología que busca relaciones
de causa-efecto entre variables aisladas: "La
representación estándar de las ciencias socia­
les contemporáneas es la del valiente cientí­
fico -uso el masculino porque el imaginario
es muy macho- que somete sus teorías a una
prueba empírica crucial y las desecha cuan­
do no están a la altura". Por eso, resalta el va­
lor de la investigación que actúa "ponderan­
do las evidencias obtenidas de la profunda
familiaridad con algún aspecto del mundo,
sistematizando estas ideas con la clase de in­
formación que se podría reunir, verificando
las ideas a la luz de esa información, aten­
diendo a las inevitables discrepancias entre
lo que se esperaba y lo que se ha encontrado,
2 Howard Becker, Para hablar de la sociedad la sociología
no basta, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, p. 27.
16
repensando las posibilidades y obteniendo
más información".3
Considero que esa concepción humilde
de la actividad del sociólogo subyace a su es­
critura, elogiada por su sencillez. Se dirige a
un lector que con su razón y con los elemen­
tos que le da el escrito puede ponerse en el lu­
gar del sociólogo más formado y experimen­
tado: todas las ideas necesarias para entender
la investigación están ahí, en su integridad,
y ningún argumento ha sido sustituido por
una cita. Esa misma concepción se nota en
las premisas sobre el conocimiento sociológi­
co que informan esta obra: si la sociología no
basta para hablar de la sociedad, tampoco es
necesario que el sociólogo se proponga inter­
pretar el mundo desde una autoconferida po­
sición de privilegio universal que provendría
de conocer algo a lo que los demás sólo están
sometidos.
Tal vez por ese motivo la obra de Becker
no ha gozado de gran circulación en el mun­
do de habla hispana, salvo en los últimos años.
A ella se le imputaba cierto "desconocimien-
3 Howard Becker, Trucos del oficio. Cómo conducir su
investigación en ciencias sociales, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2009, p. 94.
17
to del poder", porque se asociaba a las teorías
interaccionistas que parecían reducir todo a
una negociación de sentidos, precisamente a
una interacción cara a cara. Asimismo se cues­
tionaba su carácter microsociológico, ya que
la propuesta de Becker era vista como insen­
sible a los efectos de las estructuras sociales
de distribución del poder que, a espaldas de
los sujetos, imponen efectos en las situaciones
cotidianas.
Sin embargo, esas miradas desconocían
las formas de abordar el poder implícitas en
la obra de Becker. Por un lado, las críticas
imputadas al interaccionismo simbólico ig­
noraban, aunque estuviera expresamente
dicho, que este autor señalaba desde el va­
mos el carácter político de los procesos de
etiquetamiento. Por otro lado, su atención a
la singularidad de los procesos, a su carácter
colectivo, y al hecho de que en todo campo
de actividad se trata de movilizar recursos y
definiciones que resultan de disputas asimé­
tricas (y simultáneamente las generan) lo lle­
va a encontrar los efectos de esas estructuras
como punto de llegada de sus descripciones y
no como confirmación o simple declaración
de un a priori.
Al analizar los mundos del arte, por
ejemplo, Becker demuestra que actuar crea-
18
tivamente exige dialogar o contraponerse
con parámetros estéticos vigentes, proponer
y realizar con recursos que son más o menos
accesibles para el actuante y con los que pue­
da movilizar a su favor. Así, la actividad es­
tética supone confrontarse con un conjunto
asociado de condiciones para un resultado
plausible que obran inercialmente: los pa­
rámetros estéticos, las secuencias de acción
que permiten satisfacerlos o confrontarlos
con éxito, las redes sociales y los recursos
materiales que posibilitan esos desempeños
están dados y el agente debe asumir esa situa­
ción. Allí es donde se encuentran las "estruc­
turas" materiales y simbólicas que resultan
determinantes y que desempeñan el papel
de una hegemonía.4 En el caso de Becker,
se trata de acompañar al agente y la agencia
hasta encontrar sus límites en las estructuras
(estructuras que presuponen a priori las so­
ciologías que delegan un supuesto saber de
los misterios en el sociólogo sacerdote: este
cree que puede contemplar las cosas des­
de una perspectiva externa, encumbrada y
universal) .
4 Howard Becker, "El poder de la inercia", Apuntes de
Investigación, 15, 2009, pp. 99-111. Véase también su
libro Los mundos del arte, Bernal, Universidad Nacional
de Quilmes, 2008.
19
En ese sentido, su lectura de las relacio­
nes de dominación se inscribe en el mismo
proyecto de humildad que su escritura y su
posición epistemológica. Esa conciencia de
los límites históricos de la producción de co­
nocimiento está presente en las reflexiones
del autor al inicio, en el prólogo que incorpo­
ró a la reedición de "Cómo fumar marihua­
na. . . ". Allí donde reconoce que, en cuanto
situación, el uso de marihuana difiere por la
introducción de nuevos cultivos, y allí donde
reelabora la pertinencia general de su posi­
ción, hace intervenir la conciencia adquirida
acerca del poder específico de las sustancias
psicotrópicas: al cambiar en su composición
el porcentaje de sus principios activos, la ma­
rihuana "interviene" en la secuencia de inte­
racción de maneras diferentes. Y si bien eso
no altera la constatación de que sus efectos
deben ser aprendidos socialmente, sí impli­
ca una reflexión acerca de la "agencia" es­
pecífica de las sustancias y su incorporación
al raciocinio sociológico. Lo que las sociolo­
gías pragmáticas contemporáneas pudieron
extraer de, entre otras fuentes, la lectura de
Becker -que las "cosas" también "actúan" y
son parte de los sistemas de interacción so­
cial- es recuperado por el propio Becker en
el papel de investigador que no puede parar
de aprender.
20
Prefacio
Cuando a comienzos de la década de
1950 escribí "Cómo fumar marihuana y tener
un buen viaje", el uso de esta sustancia no era
legal en ningún lugar de los Estados Unidos,
aunque sin duda se la podía consumir. Y mu­
cha gente lo hacía. En la época no era un Mal
Social que mereciera ser tema del curso "Pro­
blemas Sociales" dictado por todos y cada
uno de los departamentos de Sociología. El
delito, la enfermedad mental, las pandillas:
cosas como estas eran problemas sociales.
Pero relativamente pocas personas consu­
mían marihuana y no causaban demasiados
trastornos, de modo que, pese a los esfuerzos
de algunas autoridades, ningún sector de la
opinión pública pedía a gritos que lo libraran
de esa práctica.
Como nadie se preocupaba en exce­
so por el tema, ningún organismo guber­
namental otorgaba fondos a los científicos
21
para que lo estudiaran y casi no había aná­
lisis específicos al respecto. Por otro lado, la
adicción a los opiáceos había dado origen al
"yonqui" [ ''junkie'1, un tipo social cuyo de­
seo vehemente por "su droga" lo llevaba a
cometer delitos. La mayoría de la gente, y
en especial los "expertos", creía que la causa
de las actividades de los yonquis residía en la
depravación moral o la enfermedad mental.
Alfred Lindesmith, un graduado del Depar­
tamento de Sociología de la Universidad de
Chicago perteneciente a la generación pre­
via a la mía, escribió Opiate Addiction ( 194 7),
libro que, en contra de aquella opinión,
atribuía la adicción a los opiáceos al hecho
de que el consumidor se hacía a la idea de
que debía tomar la droga para evitar sínto­
mas físicos intensamente displacenteros. El
problema residía en la interpretación que el
consumidor hacía de los efectos de la absti­
nencia de la droga.
El libro de Lindesmith me abrió una nue­
va perspectiva para pensar la marihuana. Por
mi parte, sabía que esta no causaba ninguno
de esos síntomas adversos, como la adicción.
Y me gustaba la idea de entender la típica ex­
periencia de "tener un viaje" o "estar volado"
[getting high] no como un hecho farmacológi­
camente inducido y sin mediaciones, sino más
bien como resultado de las interpretaciones
22
que los consumidores hacían de esos efectos.
Estos podrían haber sido interpretados de otra
manera y haber dado lugar a una experiencia
diferente. Además, yo sabía dónde encontrar
gente con la cual poner a prueba mis ideas.
Tuve también la suerte de dar con un instituto
de investigación donde trabajaban sociólogos
formados en Chicago que, si bien no podían
ver la importancia de ese proyecto, estaban
dispuestos a pagarme un cargo de tiempo par­
cial para llevarlo adelante.
Hice entonces muchas entrevistas y algu­
nas observaciones informales y no planificadas
y escribí un artículo con la intención de pre­
sentarlo en una revista de sociología. Nadie se
mostró demasiado interesado. Cuando expuse
el trabajo en una reunión de la Midwest Socio­
logical Association, ante no más de una docena
de personas, las preguntas que me hicieron al
terminar demostraron cuánto las desconcerta­
ba el tema. Y yo mismo no veía cómo ampliar
mis descubrimientos para explicar una gama
tanto más amplia de experiencias, cosa que
hice más adelante en un trabajo que terminó
siendo el capítulo 4 de Mozart, el asesinato y /,os
límites del sentido común.•
*
Howard Becker, What about Mozart? What about
Chicago, Chicago
Murder? Reasoning from Cases,
23
Demos un salto adelante hasta media­
dos de los años sesenta. En el ínterin habían
cambiado varias cosas. Los jóvenes de clase
media, en especial los estudiantes universita­
rios, habían empezado a fumar marihuana,
y los adultos estaban preocupados. En 1965,
no bien llegué a la Universidad Northwes­
tern para desempeñarme como profesor,
se arrestó a un grupo de estudiantes de la
universidad por posesión de marihuana, y
empecé a ser muy solicitado como "experto"
en lo que, de pronto, se había convertido en
un "problema real". Este hecho tuvo varias
consecuencias que habrían sido imprevisi­
bles en 1953.
El gran crecimiento de la demanda y
el hecho de que para entonces algunos de
los consumidores contasen con un alto gra­
do de instrucción volvieron inevitable que
entre ellos se contaran algunos emprende­
dores agrícolas dispuestos a realizar peque­
ños experimentos de cultivo e hibridación
de la planta, con el objeto de �onseguir
University Press, 2014 [edición en castellano: Mozart,
el asesinato y los límites del sentido común. Cómo
construir teoría a partir de casos,
XXI, 2016]. [N. de E.]
24
Buenos Aires, Siglo
un producto con mayor contenido de te­
trahidrocannabinol ( THC) , el ingrediente
activo que generaba el deseado efecto psi­
codélico ( expresión más elegante que co­
menzó a utilizarse entonces para hablar de
los "viajes") .
Mi artículo decía que uno debía apren­
a tener un viaje. Los nuevos híbridos, con
mayor concentración de THC, producían
una experiencia más intensa; para todos
aquellos que consumieran la droga de la ma­
nera estipulada resultaría difícil no recono­
cer que "algo pasaba". ¿Significaba eso que
mi idea, después de todo, era errónea? En
su investigación, dos sociólogos británicos lo
consideraron indudable:
der
Un hombre, avezado consumi­
dor de drogas, nos resumió una
de las cuestiones clave. Becker
había señalado que los novatos
tenían que aprender a vivenciar
los efectos. ¿Cuál era la expe­
riencia de este hombre?
"¿¿¿Percibir los efectos??? ¡Guau!
[Risa prolongada.] Los efectos eran
simplemente... ¡ ¡ ¡ PAF! ! ! . .. corno
un martillo en la nuca ... Ese tipo,
25
ese tal Becker, debería cambiar de
,
proveedor. , .
¿Constituye eso una refutación de mi idea?
Creo que no. El razonamiento es el siguien­
te. Mi enunciado original no decía que no
reconoceríamos que algo estaba pasando.
Bien podríamos reconocer que nos da mu­
cha hambre, pero decirnos: "Bueno, ¿qué
novedad es esta? Ya tuve hambre otras ve­
ces, así que no es nada especial". Tal vez
haría falta que alguien nos señalara que es­
tamos comiendo una tercera hamburgue­
sa para aceptar finalmente que sí, quizá la
droga tuvo, después de todo, algún efecto.
De modo que "aprender a tener un viaje", si
bien significa reconocer que algo está suce­
diendo, no significa sólo eso. También signi­
fica ver (entender, inferir: cada cual elija su
verbo) que esto es lo que la droga consumida
hace, lo cual nunca es obvio, porque siempre
son posibles otras interpretaciones. Algunas
de las personas entrevistadas por Lindesmith
*
26
Geoffrey Pearson y John Twohig, "Ethnography through
the looking glass", en Stuart Hall y Tony Jefferson
(comps.), Resistance through Rituals. Youth Subculturas
in Post-War Britain, segunda edición revisada y
aumentada, Londres - Nueva York, Routledge, 2006,
pp. 102-103. [N. de T.]
le dijeron que antes habían sido adictas a la
heroína, pero sin saberlo. ¿No habían sen­
tido en esa oportunidad anterior los sínto­
mas característicos de la abstinencia? Sí, los
habían sentido. Pero habían sufrido un ac­
cidente automovilístico y, desde luego, eso
había vuelto dolorosa la recuperación.
Así incrementada, la nueva potencia de
la marihuana me enseñó que los efectos fisio­
lógicos de una droga eran importantes en el
proceso interpretativo que producía el hecho
de "volarse". Sin embargo, eso no garantizaba
que todo el mundo los interpretara de la mis­
ma manera, por muy obvia que esa interpre­
tación pareciera a otras personas.
La difusión del hábito de fumar mari­
huana entre poblaciones más grandes y va­
riadas generó un segundo resultado. Más
personas podían interpretar los signos pro­
ducidos por la droga fumada; así, la posibi­
lidad de que un nuevo consumidor encon­
trara a alguien capaz de explicar sus actos y
las consecuencias de estos suponía que más
novatos tenían ya una buena idea de lo que
podían esperar, todo un complemento de
ayudas definitorias respecto de lo que iba a
suceder. En esos primeros tiempos, mucha
gente hablaba del desarrollo de una "cultura
de la droga", una elaborada colección de há-
27
bitos personales (por ejemplo, el pelo largo
en los hombres) , creencias políticas (como
una versión vaga del anarquismo, que trae
aparejados la paz y el amor universales) ,
prácticas y nociones sexuales (los precurso­
res de la costumbre actual de casarse sólo
después de uno o dos años de lo que no hace
tanto se habría considerado "vivir en peca­
do") y la marihuana (más que el alcohol)
como la droga predilecta.
Lo que ciertamente alcanzó una am­
plia difusión fue aquello que, con más pro­
piedad, cabría llamar una cultura de la dro­
ga: un corpus de conocimiento vastamente
compartido acerca de lo que era la mari­
huana, cómo consumirla de manera eficaz,
qué experiencias podía producir su consu­
mo, qué resultados deberían disfrutarse,
cuáles podrían requerir algún remedio ad­
ministrado o recomendado por los amigos
-o, para el caso, por otras personas que es­
tuvieran en la misma fiesta-; en otras pala­
bras, el tipo de conocimiento compartido
que justifica el uso de la palabra "cultura"
y que, en términos más o menos generales,
nos ronda cuando bebemos alcohol. Y al
existir esa cultura se reducía la incidencia
de experiencias displacenteras entre los
consumidores, nuevos o viejos, porque a fin
de cuentas las sensaciones desagradables
28
podían reinterpretarse como agradables; po­
dían proponerse remedios para las expe­
riencias que no fuera posible manejar de
ese modo y también minimizarse los mie­
dos a la intervención policial.
La lección de alcance más general para
el pensamiento sociológico es que las sustan­
cias e ideas que intervienen en la creación de
las experiencias de la droga siempre pueden
cambiar, aunque los mecanismos subyacentes
siguen siendo los mismos.
29
Cómo fumar marihuana
y tener un buen viaje
Era demasiado, apenas
había dado unas cuatro
pitadas y ni siquiera podía
largarlo por la boca;
estaba más que volado,
verdaderamente dado
vuelta.
Nota
Este trabajo fue leído durante las se­
siones de la Midwest Sociological Society en
Omaha, Nebraska, el 25 de abril de 1953. La
investigación que sirve de base al documento
se efectuó mientras yo formaba parte del per­
sonal del Chicago Narcotics Survey, un estu­
dio hecho por el Chicago Area Project, Inc.,
con un subsidio del Instituto Nacional de Sa­
lud Mental estadounidense. Hago constar mi
agradecimiento a Solomon Kobrin, Harold
Finestone, Henry McKay y Anselm Strauss,
quienes leyeron y discutieron conmigo ver­
siones tempranas de este texto.
33
Un individuo
será capaz de
consu­
mir marihuana por placer sólo cuando
1. aprenda a fumarla de manera tal que
le produzca efectos reales; 2. aprenda
a reconocer los efectos y relacionarlos
con el consumo de la droga, y 3. apren­
da a disfrutar de las sensaciones que
percibe.
Esta
propuesta,
respaldada
por un análisis de cincuenta entrevistas
a consumidores de marihuana, pone en
entredicho las teorías que atribuyen el
comportamiento a disposiciones pre­
vias y sugiere la utilidad de explicarlo en
términos del surgimiento de motivos y
disposiciones durante el transcurso de
la experiencia.
El consumo de marihuana fue y es ob­
jeto de considerable atención tanto de cientí­
ficos como de legos. Uno de los mayores pro­
blemas que debieron encarar los estudiosos
de la práctica consistió en la identificación de
los rasgos psicológicos individuales que dife­
rencian a sus consumidores de quienes no lo
son y que supuestamente explican ese con­
sumo de la droga. Ese enfoque, habitual en
el estudio del comportamiento categorizado
como desviado, se basa sobre la premisa de
35
que lo más adecuado es explicar la presencia
de un tipo dado de conducta en un individuo
como resultado de algún rasgo que lo predis­
pone o lo motiva a adoptarla.1
Este estudio se ocupa, asimismo, de
explicar la presencia o ausencia del consu­
mo de marihuana en el comportamiento
del individuo. Sin embargo, la premisa ini­
cial es diferente: sostiene que la presencia de
determinado tipo de comportamiento es re­
sultado de una secuencia de experiencias
sociales durante las cuales la persona se for­
ja una concepción del significado de dicha
práctica y adquiere también percepciones y
juicios de objetos y situaciones, todo lo cual
la posibilita y la vuelve deseable. Así, la mo­
tivación o disposición para involucrarse en
la actividad se desarrolla mientras el indivi­
duo aprende a realizarla y no antecede a ese
proceso de aprendizaje. Desde ese punto de
1 Como ejemplos de este enfoque, véanse los siguientes
trabajos: Eli Marcovitz y Henry J. Meyers, "The
marihuana addict in the Army", War Medicine, 6,
diciembre de 1944, pp. 382-391; Herbert S. Gaskill,
"Marihuana, an intoxicant", American Journa/ of
Psychiatry, 102(2), septiembre de 1945, pp. 202-204,
y Sol Charen y Luis Perelman, "Personality studies of
marihuana addicts", American Journal of Psychiatry,
102(5), marzo de 1946, pp. 67 4-682.
36
vista, no es necesario identificar los "rasgos"
que "causan" el comportamiento. Antes bien,
el problema pasa por describir la serie de
cambios en la concepción que la persona tie­
ne de la actividad y de la experiencia que esta
le proporciona.2
Este trabajo procura describir la secuen­
cia de cambios en la actitud y la experiencia
que llevan al consumo de marihuana por placer.
Al contrario de lo que sucede con el alcohol y
con las drogas opiáceas, la marihuana no pro­
duce adicción; la abstinencia no enferma y no
hay un deseo vehemente e inmutable por la
droga.3 El patrón más frecuente de consumo
podría calificarse como "recreativo", ya que es
ocasional, y debido al placer que la sustancia
puede procurar: un tipo relativamente casual
de comportamiento en comparación con el
que se observa cuando se usan drogas adictivas.
La expresión "consumo por placer" pretende
2 Este enfoque tiene su origen en el análisis de los objetos
en George Herbert Mead, Mind, Self. and Society.
Chicago,
University of Chicago Press, 1934, pp. 277-280 [edición
en castellano: Espíritu, persona y sociedad desde el
From the Standpoint of a Social Behaviorist,
punto de vista del conductismo social, Buenos Aires,
Paidós, 1982].
3 Véase Roger Adams, "Marihuana", Bulletin of the New
York Academy of Medicine, 18(11), noviembre de 1942,
pp. 705-730.
37
hacer hincapié en ese carácter no compulsivo
y casual. Al emplearla aquí, también se preten­
de excluir de la consideración los contados ca­
sos en que la marihuana se fuma tan sólo por
su valor de prestigio, corno un símbolo de que
uno es cierto tipo de persona, sin que de su
consumo se derive placer alguno.
El análisis presentado en estas páginas se
concibe corno una demostración de la mayor
utilidad explicativa del tipo de teoría antes es­
bozado, en comparación con las teorías de la
predisposición vigentes hoy en día. La mayor
utilidad puede advertirse en dos aspectos:
1 Las teorías acerca de la predisposición
.
no pueden incluir en su explicación a ese
grupo de consumidores (cuya existen­
cia se admite)4 que no exhiben el o los
rasgos considerados como causa del
comportamiento.
2. Dichas teorías no pueden justificar la gran
variabilidad, en el tiempo, del comporta-
4 Véanse Lawrence Kolb, "Marihuana", Federal Probation,
2, julio de 1938, pp. 22-25, y Walter Bromberg,
"Marihuana: A psychiatric study", Journa/ of the
American Medica/ Association, 110(1), 1° de julio de
1939, pp. 4-12; en especial, p. 11.
38
miento de un individuo dado con referencia
a la droga. En una primera etapa, la perso­
na será incapaz de consumir la droga por
placer; en una etapa posterior será capaz
y estará dispuesta a hacerlo, y más ade­
lante volverá a ser incapaz de consumirla
de ese modo. Estos cambios, difíciles de
explicar dentro del marco de una teoría de
la predisposición o de la motivación, son
fácilmente entendibles si se los ve como
modificaciones en la concepción que el
individuo tiene de la droga; por ejemplo,
eso sucede con la posible existencia de
consumidores "normales".
El estudio intentó llegar a un enunciado ge­
neral de la secuencia de cambios en la actitud
y la experiencia individuales que siempre se
producen cuando el individuo está dispuesto
a consumir marihuana por placer y es capaz
de hacerlo, y que no suceden o no se sostie­
nen de forma permanente cuando no es así.
Esta generalización se enuncia en términos
universales, en procura de que puedan descu­
brirse casos negativos y utilizarlos para revisar
la hipótesis explicativa. 5
5 El método utilizado es el descripto por Alfred R.
Lindesmith, Opiate Addiction, Bloomington (Indiana),
39
Cincuenta entrevistas a consumidores
de marihuana de diversos orígenes sociales
y situaciones actuales en la sociedad consti­
tuyen los datos sobre cuya base se construyó
la generalización y en función de los cuales
esta se sometió a prueba.6 Las entrevistas se
concentraron en la historia de la experien­
cia de la persona con la droga, para detectar
cambios importantes en su actitud al respecto
y en su consumo, así como las razones que
los provocaron. La generalización final es un
enunciado de esa secuencia de cambios en
la actitud, producidos en todos los casos co­
nocidos por mí en los que la persona llegó
a consumir marihuana por placer. Mientras
no se dé con un caso negativo, ese enuncia­
do puede considerarse como una explica­
ción de todos los casos de uso recreativo de
esa sustancia. Se comprueba, además, que los
cambios por los que se pasa del consumo al
no consumo están relacionados con cambios
Principia Press, 1947, capítulo 1. También me gustaría
reconocer el importante papel que la obra de Lindesmith
tuvo en la formulación de mis ideas sobre la génesis del
consumo de marihuana.
6 En su mayor parte, las entrevistas fueron realizadas
por el autor. Conste aquí el agradecimiento a Solomon
Kobrin y Harold Finestone por permitirme utilizar material
de sus investigaciones.
40
Gamb1s rni11 L
similares en la concepción que la persona tie­
ne de la marihuana, y en cada caso es posible
explicar en esos términos las variaciones en el
comportamiento del individuo.
Este trabajo abarca sólo una parte de la
historia natural del consumo individual de
marihuana,7 a partir del momento en que la
persona se muestra dispuesta a probar la dro­
ga. Ese individuo sabe que otros la consumen
para "tener un viaje", pero ignora qué signifi­
ca esto en concreto. Siente curiosidad por la
experiencia, no sabe en qué puede resultar y
teme que sea más de lo que llegue a prever.
En cuanto a los pasos indicados a continua­
ción -si la persona los da todos y adopta las
actitudes desarrolladas en ellos-, harán que
esté dispuesta a consumir la droga por placer
y sea capaz de hacerlo cuando se presente la
oportunidad.
7 Confío en examinar otras etapas de esa historia natural
en otra ocasión.
43
1
Hice como si hubiera
fumado marihuana
muchas veces, y eso. No
quería quedar como un
estúpido frente al tipo.
Mira, es que no tenía ni
la menor idea del asunto,
cómo fumarla o lo que iba
a pasar, qué sé yo.
/
Por lo común, el novato no tiene un
"viaje" la primera vez que fuma marihuana, y
suelen hacer falta varios intentos para inducir
ese estado. Una explicación puede ser que la
droga no se fuma "como es debido'', esto es,
de una manera que aporte la dosis suficien­
te para producir síntomas reales de intoxica­
ción. En su mayoría, los consumidores coinci­
den en señalar que no puede fumársela como
tabaco si uno pretende tener un viaje:
Aspiras un montón de aire y ... No
sé cómo describirlo, no la fumas
como si fuese tabaco: inhalas un
montón de aire, lo llevas bien al
fondo de tu sistema y lo retienes
ahí. Lo retienes ahí todo el tiempo
que puedas.
47
De no utilizarse una de esas técnicas,8 la dro­
ga no producirá efectos y el consumidor no
podrá tener un viaje:
El problema con personas como
esas [que no consiguen tener un
viaje] es sencillamente que no
la fuman como se debe, y eso es
todo. O no retienen el aire el tiem­
po suficiente, o aspiran mucho
aire y poco humo, o al revés o algo
parecido. Hay un montón de gen­
te que no la fuma como se debe,
y entonces, como es lógico, no le
pasa nada.
Si no pasa nada, queda fuera de duda que
para el consumidor resultará imposible ela­
borar una concepción de la droga como algo
que puede usarse por placer, razón por la
cual dejará de lado esa práctica. Para que la
persona termine por ser un consumidor, el
primer paso de la secuencia de hechos que
8 Un farmacólogo señala que este ritual es, de hecho,
una manera de suma eficiencia para llevar la droga
al torrente sanguíneo. Véase Robert Petrie Walton,
Marihuana: America's New Drug Problem, Filadelfia,
J. B. Lippincott Company, 1938, p. 48.
48
�\
deben producirse es aprender a valerse de la
técnica adecuada para fumar, a fin de que su
consumo de la droga genere algunos efectos
en función de los cuales pueda cambiar la
concepción que se tiene de ella.
Como cabría esperar, ese cambio es re­
sultado de la participación del individuo en
grupos en los cuales se consume marihuana;
allí, aprende la manera apropiada de fumar­
la. Esto puede suceder en virtud de una ense­
ñanza directa:
Yo estaba fumando como si fuera
un cigarrillo común y corriente. Él
me dijo: "No, no hagas así". Dijo:
"Da una calada, claro; aspíralo [el
humo] y retenlo en los pulmones
hasta que . . . Un rato".
Le pregunté: "¿Hay un límite de
tiempo para retenerlo?".
Dijo: "No, hasta que sientas que
quieres largarlo, y lo largas". Así
que lo hice tres o cuatro veces.
Muchos consumidores novatos se avergüen­
zan de reconocer su ignorancia y, como fin-
51
gen que ya saben, deben aprender por el
medio más indirecto de la observación y la
imitación:
Hice como si ya hubiera calado
[fumado marihuana] muchas ve­
ces, y eso. No quería quedar como
un idiota frente al tipo. Mira, es
que no tenía ni la menor idea del
asunto, cómo fumarla o lo que
iba a pasar, qué sé yo. Lo observa­
ba como un halcón; no le sacaba
los ojos de encima ni un segundo,
porque quería hacer todo exacta­
mente como él lo hacía. Estudié
cómo lo agarraba, cómo lo fuma­
ba, todo. Después, cuando me lo
pasó, me hice el entendido, como
si conociera perfectamente de
qué iba la cosa. Lo agarré como él
y di una pitada del mismo modo
que él.
Ninguna persona siguió fumando marihua­
na por placer sin haber aprendido una téc­
nica que le aportara la dosis necesaria para
la aparición de los efectos de la droga. Sólo
una vez aprendida esa técnica se volvía facti­
ble que surgiera una concepción de la sustan-
52
cia como un objeto que podía tener un uso
recreativo. Sin esa concepción, el consumo
carecía de sentido y se interrumpía.
53
11
Me estaba embuchando
tanta comida que
todos se reían de mí,
ya sabes cómo es eso.
De a ratos los miraba y
me preguntaba de qué
se reían, ¿verdad?, sin
darme cuenta de lo que
estaba haciendo.
Aun después de aprender la técnica
apropiada para fumar, el novato puede no
llegar a tener un viaje y, por lo tanto, es inca­
paz de formarse una concepción de la droga
como algo que puede consumirse por pla­
cer. Una observación hecha por alguien más
avanzado sugería el motivo de esa dificultad
para tener un viaje y apuntaba al siguiente
paso necesario en el camino que lleva a con­
vertirse en consumidor:
En una entrevista me dijeron: "De
hecho, vi a un tipo que estaba
dado vuelta y no lo sabía".
Señalé mi incredulidad: "¿Cómo
puede ser, viejo?".
El entrevistado dijo: "Bueno, es
bastante raro, te lo reconozco,
57
pero lo he visto. Ese tipo me en­
caró y me dijo que nunca había
tenido un viaje; [era] uno de esos
tipos. . . y estaba completamente
fumado. Y no dejaba de insistir
en que no estaba fumado. Así que
tuve que demostrarle que sí".
¿Qué significa esto? Sugiere que el viaje
está compuesto por dos elementos: la pre­
sencia de síntomas causados por el uso de
marihuana, y el reconocimiento de esos
síntomas y su conexión, por parte del con­
sumidor, con su consumo de la droga. No
basta, entonces, con que estén presentes
los efectos: por sí solos, no desencadenan
automáticamente la experiencia de tener
ese viaje. El consumidor debe ser capaz
de identificarlos en sí mismo y conectarlos
conscientemente con el hecho de haber
fumado marihuana para poder tener en­
tonces dicha experiencia. De lo contrario,
con prescindencia de los efectos concretos
producidos, considerará que la droga "no
le hace nada":
Me imaginé que no me hacía efec­
to o que los demás exageraban sus
efectos en ellos, ¿me entiendes?
58
Pensé que quizá fuera algo psico­
lógico, no sé si soy claro.
Esas personas consideran que todo el asunto
es una ilusión y que el deseo de estar fumado
lleva al consumidor a engañarse y creer que
le está pasando algo, cuando en realidad no
es así. No siguen consumiendo marihuana
porque en verdad sienten que "no les hace
nada".
Por lo común, sin embargo, el novato
tiene fe (una fe nacida de su observación de
consumidores que sí están fumados) en que
la droga generará en verdad una nueva ex­
periencia y sigue probando hasta que eso
ocurre. La imposibilidad de tener un viaje lo
preocupa, y es probable que pregunte a con­
sumidores más avezados o les pida su opinión
al respecto. En esas conversaciones cobra
conciencia de detalles específicos de su expe­
riencia que tal vez no haya advertido o que,
sin dejar de notarlos, no reconoció como sín­
tomas de estar fumado:
La primera vez no quedé volado.
[ . . . ] Me parece que no lo retuve
[el humo] lo suficiente. Probable­
mente lo largué, ¿no?, porque te
59
da un poco de miedo. La segunda
vez no estaba seguro, y él [el com­
pañero de fumata] me dijo, cuan­
do le pregunté por los síntomas o
algo así, cómo iba a saber, claro...
Entonces me hizo sentarme en un
banco. Me senté -creo que era la
barra de un bar- y me dijo: "Deja
colgar los pies'', y cuando me bajé
sentí los pies fríos de verdad, ¿te
das cuenta?
Y empecé a sentirlo. Esa fue la pri­
mera vez. Y después, más o menos
una semana después o algo así, me
pasó en serio. Fue la primera vez
que tuve un gran ataque de risa.
Me di cuenta entonces de que es­
taba realmente fumado.
Uno de los síntomas de estar fumado es la in­
tensa sensación de hambre. En el siguiente
caso, el novato se da cuenta de esto y tiene un
.
. .
viaje por pnmera vez:
No hacían más que matarse de risa
de mí porque estaba comiendo
mucho. Me estaba embuchando
tanta comida que todos se reían de
mí, ya sabes cómo es eso. De a ra-
60
tos los miraba y me preguntaba de
qué se reían, ¿verdad?, sin darme
cuenta de lo que estaba haciendo.
-Bueno, ¿ te dijeron finalmente por qué
se reían ?
-Sí, sí, voy y les digo: "Eh, viejo,
¿qué está pasando?". No hice más
que preguntarles qué estaba pa­
sando y de repente me sentí raro,
ya sabes. "Viejo, estás fumado. Te
volaste con el porro." Y yo: "No,
¿de veras?'', como si no supiera
qué pasaba.
El aprendizaje puede producirse de maneras
más indirectas:
Escuché comentarios al pasar que
hacían otras personas. Alguien
dijo: "Se me aflojan las piernas", y
no puedo acordarme de todos los
comentarios que hacían porque es­
cuchaba con mucha atención para
encontrar alguna pista sobre lo que
supuestamente debía sentir.
61
Ávido entonces por percibir esa sensación, el
novato torna de otros consumidores algunos
referentes concretos de la expresión "estar
fumado" y aplica esas ideas a su propia ex­
periencia. Los nuevos conceptos le permiten
situar los síntomas entre sus propias sensacio­
nes y señalar para sí mismo "algo diferente"
en su experiencia, que conecta con el uso
de la droga. Sólo está fumado cuando puede
hacer esto. En el siguiente caso, el contraste
entre dos experiencias sucesivas muestra con
claridad la importancia crucial de la concien­
cia de los síntomas para estar fumado y des­
taca una vez más el importante papel de la
interacción con otros consumidores a la hora
de adquirir los conceptos que hacen posible
esa conciencia:
-¿ Tuviste un viaje la primera vez que
fumaste ?
-Sí, claro. Aunque, ahora que lo
pienso, supongo que en realidad
no. Quiero decir, esa primera vez
fue algo así corno una borrachera
leve. Estaba alegre, supongo, sabes
de qué hablo. Pero en realidad no
sabía si estaba fumado, ¿entien­
des? Sólo la segunda vez que tuve
un viaje me di realmente cuenta
62
de que entonces sí estaba fumado.
Entonces supe que estaba pasando
algo diferente.
-¿ Cómo lo supiste ?
-¿Cómo lo supe? Si lo que me
pasó esa noche te hubiera pasado
a ti, lo habrías sabido, créeme. To­
carnos la primera canción durante
casi dos horas. ¡ La misma canción!
¡ Imagínate, viejo! Nos subirnos al
escenario a tocar esa canción; em­
pezarnos a las veintiuna en punto.
Cuando terminarnos miré el reloj
y faltaban unos quince minutos
para las veintitrés. Casi dos horas
con una sola canción. Y parecía no
haber pasado nada.
Quiero decir, ya sabes, eso es lo
que te hace. Es corno si tuvieras
mucho más tiempo, o algo así.
Corno sea, viejo: cuando vi eso, fue
demasiado. Me di cuenta de que,
si pasaba una cosa así, debía de es­
tar pasado de rosca. Mira, después
me explicaron que eso es lo que te
hace: tienes una percepción dife­
rente del tiempo, y todo eso. Ahí
entendí cómo era el asunto. En-
63
tonces supe. Corno la primera vez:
probablemente sentí eso, ya sabes,
pero sin saber qué estaba pasando.
Sólo cuando se vuelva capaz de tener un via­
je -en este sentido, un buen viaje- el novato
seguirá usando marihuana por placer. En to­
dos los casos en que el consumo continuó, el
consumidor se había forjado los conceptos ne­
cesarios para explicarse a sí mismo el hecho de
que estaba teniendo nuevas sensaciones causa­
das por la droga. Cabe decir que la condición
necesaria para proseguir esa práctica es no
sólo usar la sustancia de manera tal que pro­
duzca efectos, sino también aprender a perci­
bir estos últimos cuando ocurren. Así, para su
usuario la marihuana cobra sentido corno un
objeto que puede consumirse por placer.
Al aumentar su experiencia, el consu­
midor desarrolla una mayor apreciación de
los efectos de la droga: sigue aprendiendo a
estar volado. Examina con detenimiento las
experiencias sucesivas, busca nuevos efectos y
se cerciora de que los anteriores todavía estén
presentes. Corno resultado de ese proceso se
crea un conjunto estable de categorías para
experimentar los efectos de la droga, cuya
presencia permite al consumidor tener un
viaje sin dificultad.
64
La aptitud para percibir esos efectos
debe persistir para que el consumo continúe;
si se pierde, el consumo de marihuana se in­
terrumpe. Dos tipos de pruebas respaldan
esta afirmación.
1 Las personas que llegan a ser consumido­
.
res muy intensivos de alcohol, barbitúricos
u opiáceos no siguen fumando marihuana,
muy en especial porque pierden la aptitud
de distinguir entre sus efectos y los produ­
cidos por las otras drogas:9 ya no saben si
lo que los droga es la marihuana.
2. En los pocos casos en que el individuo
usa marihuana en cantidades tales que
siempre está fumado, es propenso a
experimentar la misma sensación: que la
droga no le hace efecto, dado que falta el
elemento esencial de una diferencia
9 Véase New York City Mayor's Committee on
Marihuana, The Marihuana Problem in the City of
New York. Sociological, Medica/, Psychological, and
Pharmacological Studies, L.ancaster (Pensilvania), The
Jacques Cattell Press, 1944, p. 13: "Los fumadores han
afirmado reiteradas veces que el consumo de whisky
mientras fuman anula la potencia de la droga. Les
resulta muy difícil ' tener un viaje' cuando beben whisky,
y a eso se debe que se abstengan de tomarlo en el
momento de consumir la ' hierba"'.
67
perceptible entre sentirse fumado y sentir­
se normal . En una situación como esa, es
probable que se abandone por completo
el consumo, pero sólo durante un tiempo,
hasta que el consumidor vuelva a estar en
condiciones de percibir la diferencia.
68
11 1
Sentía, ya sabes, que
estaba chiflado. Me
tomaba a mal todo lo
que la gente me hacía.
No podía sostener
una conversación y la
cabeza me empezaba a
dar vueltas. Y siempre
pensaba, bueno, no sé,
cosas raras,
como escuchar
música de otra
Hace falta un paso más para que el
consumidor, que ya ha aprendido a tener
un viaje, persista en el consumo. Ahora debe
aprender a disfrutar los efectos que acaba
de aprender a experimentar. Las sensaciones
producidas por la marihuana no son automá­
tica o forzosamente placenteras. El gusto por
ese tipo de experiencia se adquiere social­
mente, y en ese sentido no es diferente del
gusto por las ostras o el martini seco. El con­
sumidor está mareado y sediento, siente un
hormigueo en el cuero cabelludo, calcula mal
el tiempo y las distancias, etc. ¿Esas cosas le re­
sultan agradables? No lo sabe a ciencia cierta.
Si va a seguir consumiendo marihuana, tiene
que decidir que sí son agradables. De lo con­
trario, la experiencia de tener un viaje, si bien
es bastante real, resultará a la vez algo desa­
gradable que esa persona preferiría evitar.
71
Los efectos de la droga, cuando se perci­
ben por primera vez, pueden ser físicamente
desagradables o, al menos, ambiguos:
Empezó a hacerme efecto y yo no
tenía idea de qué estaba pasan­
do, qué era, y me sentía muy mal.
Daba vueltas por la habitación, de
un lado a otro, tratando de salir de
eso, ya sabes. Al principio me asus­
tó. No estaba acostumbrado a ese
tipo de sensaciones.
Además, la interpretación ingenua del nova­
to acerca de lo que está pasándole puede con­
fundirlo y alarmarlo aún más, sobre todo si,
como les pasa a muchos, llega a la conclusión
de que se está volviendo loco:
Sentía, ya sabes, que estaba chi­
flado. Me caía mal todo lo que la
gente me hacía. No podía soste­
ner una conversación n i dejar de
divagar. Y siempre pensaba, bue­
no, no sé, cosas de lo más raras,
como escuchar otras cosas en la
música . . . Tengo la sensación de
72
que no puedo hablar con nadie.
Estoy hecho un idiota.
Si el principiante tiene estas típicas experien­
cias iniciales alarmantes y displacenteras, no
seguirá consumiendo, a menos que aprenda
a redefinir las sensaciones como placenteras:
Me la ofrecieron y la probé. Te
diré algo: nunca la disfruté, para
nada. Quiero decir, no era nada
que pudiera disfrutar.
-Bueno, ¿ tuviste un viaje cuando la
probaste ?
-Ah, sí, sentí cosas, decididamen­
te, pero no las disfruté. O sea,
tenía un montón de reacciones,
pero casi todas eran de miedo.
-¿Estabas asustado ?
-Sí. No lo disfruté. Parecía incapaz
de relajarme, ¿entiendes? Y creo
que si no puedes relajarte con
algo, no puedes disfrutarlo.
73
En otros casos, las primeras experiencias tam­
bién fueron claramente displacenteras, pero
aun así la persona terminó por ser un consu­
midor de marihuana. Con todo, esto sucedió
sólo después de que una experiencia poste­
rior le permitiera redefinir las sensaciones
como placenteras:
[La primera experiencia de este
hombre fue sumamente displa­
centera, con distorsión de las re­
laciones espaciales y los sonidos,
una sed atroz y pánico producido
por estos síntomas.] Después de
la primera vez, no volví a probar
por algún tiempo, diría que en­
tre diez meses y un año . . . No era
una cuestión moral; era porque
me había asustado mucho estar
tan fumado. Y no quería volver a
pasar por eso. Quiero decir, mi
reacción fue: "Bueno , si a esto le
dicen estar fumado, no es para
mí". [ . . . ] Así que pasó casi un año
sin que la probase.
Bueno, mis amigos empezaron, y
entonces yo también empecé, de
nuevo. Pero ya no me pasó lo de
antes; cuando volví a probarla no
74
tuve la misma reacción de la pri­
mera vez. [En interacción con sus
amigos pudo encontrar placer en
los efectos de la droga y, a la larga,
se convirtió en un consumidor ha­
bitual.]
En ningún caso el consumo continuará sin
esa redefinición de los efectos como agra­
dables. Lo usual es que la redefinición se
produzca en interacción con consumidores
más experimentados que, en diversos aspec­
tos, enseñan al novato a descubrir placer en
una experiencia que al comienzo es muy
alarmante.10 Es probable que lo tranquili­
cen en cuanto al carácter temporario de las
sensaciones displacenteras y minimicen su
gravedad, sin dejar de hacer hincapié en los
aspectos más disfrutables. Un consumidor
experimentado describe así su manera de
manejar a los recién llegados al consumo
de marihuana:
Bueno, a veces quedan bastante lo­
cos. El tipo común y corriente no
10 S. Charen y L. Perelman, "Personality studies . . .", cit. ,
p. 679.
75
está preparado para eso, y a veces se
asusta un poco. Bueno, tipos como
él saben lo que es estar alegres
[con el alcohol] , y ahora el viaje es
mucho más intenso que cualquier
otro que hayan tenido, y no saben
qué les está pasando. Porque creen
que el viaje no va a terminar, que
van a ir cada vez más lejos, hasta
que pierdan la cabeza o empiecen
a hacer cosas raras, o algo así. En
cierta forma tienes que tranquili­
zarlos, explicarles que en realidad
no están dados vuelta ni nada pare­
cido, que van a estar bien. Hay que
convencerlos de que no tengan
miedo. No dejar de hablarles, tran­
quilizarlos, decirles que está todo
bien. Y contarles tu propia histo­
ria, y eso: "A mí me pasó lo mis­
mo. Después de un tiempo te va a
gustar". Sigues con eso y no tardas
mucho: enseguida se convencen
de que no tienen que estar asusta­
dos. Además, te ven haciéndolo, y
que no te pasa nada horrible, y eso
les da más confianza.
El consumidor más avezado también puede
enseñar al novato a regular con más cuidado
76
la cantidad que fuma, para evitar cualquier
síntoma muy incómodo y disfrutar a la vez
de los agradables. Como última enseñanza al
nuevo consumidor le dice que llegará a gus­
tarle "después de un tiempo". Así, lo instruye
para que considere agradables las experien­
cias ambiguas antes definidas como displa­
centeras. En la siguiente escena, el consumi­
dor veterano es una persona cuyos gustos se
modificaron de esa manera, y la finalidad de
sus observaciones es ayudar a otros a hacer
una redefinición similar:
Una novata tuvo su primera expe­
riencia con los efectos de la mari­
huana, se asustó y se puso histéri­
ca: se sentía "como si estuviera a
medias dentro y a medias fuera de
la habitación" y sufría una serie de
síntomas físicos alarmantes. De los
presentes, uno de los consumido­
res más fogueados dijo: "Está loca
como una cabra, porque está muy
fumada. Yo daría cualquier cosa
por estar así. Hace años que no
quedo volado de esa manera".
En síntesis, una vez desarrollado el gusto por
lo que en épocas anteriores era alarmante y
n
desagradable, esto se convierte en placente­
ro, deseado y buscado. La definición favora­
ble de la experiencia, que uno adquiere de
otros, allana el camino al disfrute. Si eso no
sucede, el consumo no continuará, porque la
marihuana no será para el consumidor algo
que pueda usar por placer.
Además de ser un paso necesario para
convertirse en consumidor, esta es una de
las condiciones importantes de un consumo
continuado. Es bastante común que repenti­
namente los consumidores experimentados
tengan una experiencia displacentera o alar­
mante, que no pueden definir como agrada­
ble, sea porque han consumido una cantidad
de marihuana mayor que la habitual o porque
el producto es de mejor calidad que la espera­
da. El consumidor tiene sensaciones que van
más allá de cualquier concepción que él ten­
ga de lo que es estar fumado, y se ve entonces
en la misma situación que el novato: incómo­
do y asustado. Tal vez atribuya esa situación
a una sobredosis y se limite a ser más cuida­
doso en el futuro; pero puede aprovechar la
oportunidad para replantearse su actitud con
respecto a la droga y decidir que esta ya no
puede aportarle placer. Cuando así sucede, y
no hay a continuación una redefinición de la
droga que la estime capaz de producir placer,
su consumo se interrumpe.
78
La probabilidad de que una redefini­
ción como la que mencionamos se produzca
depende del grado de participación del indi­
viduo en grupos de consumidores. Cuando
esa participación es intensiva, el individuo no
tarda en desestimar su sentimiento contrario
al consumo de marihuana. En el caso que
ahora presentamos, por otro lado, la expe­
riencia fue muy perturbadora y la secuela del
incidente redujo casi a cero la participación
de la persona junto con otros consumidores.
El consumo se interrumpió durante tres años
y sólo se reinició cuando una combinación de
circunstancias, entre las cuales fue importan­
te la reanudación de los vínculos con consu­
midores, posibilitó que se redefiniera la índo­
le de la droga.
Era demasiado, apenas había dado
unas cuatro pitadas y ni siquiera
podía largarlo por la boca; estaba
más que volado, verdaderamente
dado vuelta. Estábamos en el sóta­
no, ¿no?, y ya no podía quedarme
allí. El corazón me latía a toda má­
quina: yo estaba colocado como
nunca; era como si hubiera perdi­
do la cabeza. Entonces me quise ir
del sótano y, en eso, este otro tipo,
que estaba súper loco, me dijo:
79
"No, no me dejes, viejo. Quédate
aquí". Pero no pude.
Salí a la calle y hacía veinte [gra­
dos] bajo cero, pensé que me iba
a morir. Tenía el abrigo abierto y
estaba sudando, transpirando. Me
desmoronaba por dentro . . . Me ale­
jé dos cuadras y me desmayé detrás
de un arbusto. No sé cuánto tiem­
po estuve así. Me desperté y no po­
día sentirme peor -soy incapaz de
describirlo-, de modo que me las
arreglé para llegar al callejón tra­
sero de un bowling. Sí, viejo, y ahí
traté de actuar normalmente, de
jugar al poo� ¿no?, de actuar con
toda normalidad, pero no podía ni
acostarme ni estar parado ni sentar­
me, así que subí y me recosté don­
de se acuestan algunos de los tipos
que acomodan los palos de bowling,
pero no me sirvió de nada. Enton­
ces se dio que fui al consultorio de
un médico; iba a decirle que me sa­
cara de esa calamidad. . . porque el
corazón seguía a toda máquina, sa­
bes. . . Después, durante todo el fin
de semana fue de pálida, en puro
alucine, empecé a ver cosas y vivir
un infierno, ¿no? Toda clase de co-
80
sas anormales.. . Entonces, lo dejé
durante un buen tiempo.
[Fue a un médico y este le dijo que
sus síntomas eran los de una crisis
nerviosa causada por los "nervios"
y las "preocupaciones". Si bien el
hombre ya no consumía marihua­
na, los síntomas reaparecieron
algunas veces y eso lo llevó a sos­
pechar que "todo tenía que ver
con los nervios".] Así que dejé de
preocuparme, ¿entiendes? Y, más
o menos unos treinta y seis meses
después, empecé a fumar de nue­
vo. Apenas algunas pitadas, ya sa­
bes. [En un principio, reanudó el
consumo en compañía del mismo
amigo de fumatas con quien se ha­
bía conectado en el momento del
primer incidente.]
Por ende, una persona no puede empezar a
consumir marihuana de modo recreativo, o
seguir consumiéndola por ese mismo moti­
vo, a menos que aprenda a definir sus efec­
tos como agradables y la droga se torne y siga
siendo un objeto que el individuo concibe
como capaz de producir placer.
83
IV
Aspiras un montón de
aire y
.
.
.
No sé cómo
describirlo, no la fumas
como si fuese tabaco:
inhalas un montón de aire,
lo llevas bien al fondo de
tu sistema y lo retienes
ahí.
En resumen, el individuo podrá con­
sumir marihuana de modo recreativo sólo
después de pasar por un proceso de apren­
dizaje para concebirla como un objeto que
puede usarse con esa finalidad. Nadie se con­
vierte en consumidor sin aprender
1 a fumar la droga de forma que produzca
.
efectos reales;
2. a reconocer los efectos y conectarlos con
el consumo de la droga (en otras palabras,
a tener un viaje) , y
3 . a disfrutar las sensaciones que percibe.
En el transcurso de ese proceso, el indivi­
duo desarrolla una disposición o una mo­
tivación para consumir marihuana que no
87
estaba ni podía estar presente en el mo­
mento inicial, porque implica ( y depende
de) concepciones de la droga que sólo pue­
den forjarse como resultado del tipo de ex­
periencia real antes descripto. Al término
de este proceso, el individuo está dispuesto
a usar marihuana por placer y es capaz de
hacerlo.
En una palabra, ha aprendido a res­
ponder "sí" a esta pregunta: "¿ [Consumir]
es divertido?". La dirección que tome su
consumo posterior de la droga dependerá
de que siga siendo capaz de dar una res­
puesta afirmativa a esa y a otras preguntas
que surgen cuando cobra conciencia de las
implicaciones del hecho de que la sociedad
en su conjunto desaprueba la práctica: "¿Es
conveniente? ¿Es moral?". ( Otro trabajo exa­
minará la serie de cambios de actitud que
se producen a medida que el individuo co­
mienza a tomar en cuenta estas cuestiones
y adapta su consumo a ellas.) Una vez que
el individuo haya adquirido la aptitud de
disfrutar de la droga, el consumo seguirá
siendo posible para él. Las consideraciones
relacionadas con la moral y la conveniencia,
motivadas por las reacciones de la sociedad,
pueden interferir en el consumo e inhibir­
lo, pero este seguirá siendo una posibilidad
en función de la concepción que tenga de la
·�
droga. El acto sólo se torna imposible cuan­
do la aptitud para disfrutar de la experien­
cia de estar fumado se pierde, a causa de un
cambio en la concepción que el consumidor
tiene de la droga, generado por ciertos tipos
de experiencia vividos con esta.
Al comparar esta teoría con las que
atribuyen el consumo de marihuana a mo­
tivos o predisposiciones profundamente
arraigados en el comportamiento indivi­
dual, las pruebas dejan en claro que el con­
sumo de esa droga por placer sólo llega a
darse cuando se despliega el proceso antes
descripto, y no puede existir sin él. Al pa­
recer, esto es así sin que tengan que ver el
carácter de la constitución personal ni los
problemas psíquicos del individuo. Las teo­
rías antes aludidas suponen que las perso­
nas tienen modos estables de respuesta que
predeterminan su manera de actuar en re­
lación con cualquier situación u objeto es­
pecíficos y que, cuando el individuo entra
en contacto con el objeto o la situación en
cuestión, actúa del modo al que lo predis­
pone su constitución.
Este análisis de la génesis del consumo
de marihuana muestra que los individuos
que entran en contacto con un objeto dado
pueden, al principio, responder a él en una
91
gran variedad de maneras. Para que surja la
forma estable de un nuevo comportamiento
en relación con el objeto, debe producirse
una transformación de los significados en
virtud de la cual la persona desarrolle una
nueva concepción a propósito de la índole
de ese objeto.U Y esto sucede en una serie de
actos comunicativos en los que otros señalan
a la persona nuevos aspectos de su experien­
cia, le exponen nuevas interpretaciones de
los acontecimientos y la ayudan a forjar una
nueva organización conceptual de su mun­
do, sin lo cual el nuevo comportamiento no
es posible. Las personas que no logran forjar
el tipo apropiado de conceptualización son
incapaces de adoptar el comportamiento en
cuestión y se orientan hacia alguna otra rela­
ción con el objeto o la actividad.
Así, queda abierta la posibilidad de
un estudio fructífero de cualquier tipo de
comportamiento desde un punto de vista
evolutivo, en términos de cambios en los
significados y los conceptos, su organización
y reorganización y la manera en que cana-
11 Véase Anselm Strauss, "The development and
transformation of monetary meanings in the child",
American Sociological Review, 17(3), junio de 1952,
pp. 275- 286.
92
lizan el comportamiento y, con eso, hacen
posibles algunos actos a la vez que excluyen
otros.
Howard Becker
Universidad de lllinois
93
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