Subido por eduardo zafiro

ORDEN Y LENGUAJE.

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Capítulo 6
Orden y lenguaje
El concepto de orden
La aportación inicial de la arquitectura griega –como ya hemos
dicho– es la delimitación de un territorio propio. Pues bien, esta
aportación va a permitir comprender la arquitectura, como las
otras artes, casi en forma de ciencia. Tiene aquí su origen la distinción entre las artes (arquitectura, escultura, pintura, etcétera)
que se consideran categorías permanentes y absolutas de la actividad humana.
Para cualquiera de ellas se supone que existen algunas reglas
objetivas, análogas a las leyes de la naturaleza, y que el valor de
cada obra particular consiste en adecuarse a ellas. En pintura o
escultura a esta ley le denominamos canon: canon de Policleto,
canon de Lisipo, etcétera. En arquitectura suele llamarse a estas
reglas con el nombre de orden.
Canon y orden son categorías abstractas. El tránsito del orden
(abstracto, ideal) a los órdenes (concretos, reales) se verifica –como enseguida veremos– a través de la construcción arquitectónica, que da lugar al orden dórico, al orden jónico, etcétera.
Se ha escrito que ‘orden’ es «la disposición regular y perfecta
de las partes, que concurren en la composición de un conjunto bello». El orden es la ley ideal de la arquitectura concebida como
categoría absoluta, que actúa a la vez como sistema de control indirecto y como disciplina gramatical para la arquitectura, garantizando su comunicabilidad y transmisibilidad y dando lugar al
que denominamos lenguaje clásico.
El orden como instrumento de control
Decimos que el orden es un instrumento de control de la arquitectura porque pretende regular su proceso a la manera de una regla estructural, delimitando un terreno común sobre el que concentrar las energías y seleccionando poco a poco los resultados y
las soluciones mejores, pero sin que éstas lleguen a producir formas, proporciones o figuras precisas, sino siempre con un margen
de libertad para adaptarse a cada caso particular.
En un sistema emparentado con el pensamiento idealista de
Platón, y a la manera de ideas platónicas, los órdenes no son formas materiales o sensibles, sino reglas ideales que pueden tradu-
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el mundo clásico
cirse concretamente de modos distintos (figura 6.1). Entre ellas y
su realización práctica existe un margen que puede ser colmado
de diferentes maneras por el diseñador.
Este sistema de control por el que algunas decisiones de carácter general sustituyen a un número mucho mayor de decisiones
particulares (control indirecto) produce una economía de pensamiento y una distribución de fuerzas muy rentable, lo que conlleva grandes ventajas prácticas.
Delimita un terreno común sobre el que concretar las energías,
seleccionando poco a poco los resultados y las soluciones mejores. Asegura, por tanto, la colaboración de distintos profesionales sobre los mismos objetos de estudio, permitiendo una profundización de las soluciones que se obtendrían por separado. Y
garantiza un elevado nivel medio de la producción general.
6.1. El orden dórico en
distintos templos
clásicos, según Banister
Fletcher.
orden y lenguaje
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Además, y por todo ello, ofrece a los profesionales y al público un punto de referencia a través del conocimiento de ciertas reglas y proporciones; o sea, tiende a convertirse en un lenguaje.
Su inconveniente es, evidentemente, la limitación de experiencias, pues si las reglas garantizan mayor profundidad en campos
determinados, ello mismo obstaculiza su ampliación; de modo
que si las circunstancias externas cambian, el sistema tiene escasa capacidad de adaptación y entra en crisis.
Concepto constructivo del orden: los órdenes
La trasposición del orden como instrumento de control al orden
como instrumento de comunicación se verifica mediante un elemento fundamental y eminentemente arquitectónico que la hace
viable: el sistema constructivo.
Entendido el orden como regla general, los órdenes serán las
reglas particulares derivadas de aquél: las respuestas particulares
al concepto ideal de orden. El enlace entre uno y otros se verifica
mediante la construcción arquitectónica, particularizada en la arquitectura griega por una manera propia de entender el sistema
trilítico.
Los órdenes clásicos derivan de una interpretación particular
de este sistema estructural, en el que se supone que sus formas son
el resultado de la trasposición a piedra de un proceso constructivo anterior en madera, que armoniza las exigencias estáticas y las
compositivas (figura 6.2).
Si consideramos el templo clásico como el resultado de la evolución de la cabaña sagrada, en su arquitectura aparece ya definida la articulación de un conjunto racional de dos familias constructivas: una vertical y otra horizontal, formada la primera por
una serie de muros o pies derechos que se asientan sobre una plataforma, y sustentan un sistema horizontal formado por el entablamento o techo del recinto y por la cubierta.
Pues bien, los órdenes determinan la sucesión de las diversas
partes del soporte y la cubierta según modelos diferentes que desarrollan la hipótesis de trasposición de madera a piedra.
Así, el fuste estriado, con el que a veces se labra la columna,
recuerda a la antigua talla de la madera.
Así también, el entablamento clásico recordará las familias
constructivas de la viguería de madera, y se compondrá de tres
elementos estructurales que, ordenados de abajo hacia arriba, son:
arquitrabe, friso e imposta. El arquitrabe es el elemento horizontal o viga principal que se apoya en los pies derechos, uniéndolos
y soportando la segunda familia de vigas o viguetas transversales,
cuya cara vista se denomina triglifo, siendo la metopa el espacio
entre viguetas, cubierto ordinariamente por una tapa pétrea o cerámica. El plano formado por triglifos y metopas, o por la tapa
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el mundo clásico
6.2. Evolución
hipotética del orden
dórico a partir de la
choza primitiva, según
William Chambers.
continua común a ambos, se llama friso, siendo la imposta la expresión material de la plataforma de cubrición del recinto. Cuando la imposta es la última, se denomina cornisa y se diferencia de
las demás porque ha de avanzar un poco en saledizo para sustentar la cubierta y permitir la evacuación de las aguas pluviales.
Mas la arquitectura no arranca del terreno, sino que previamente hay que definir un plano horizontal o plataforma sobre la
que alzar el edificio; este plano horizontal, base sobre la que se
asienta la arquitectura es el estilóbato, siendo el estereóbato el
cuerpo sólido o cuerpo basamental que se encuentra bajo él.
Como la unión del muro o de la columna con el techo o con el
suelo acostumbra a ser imperfecta se interponen elementos de conexión o de junta. Como apoyo sobre el estilóbato está la basa.
Y entre columna y entablamento se encuentra el capitel, que au-
orden y lenguaje
6.3. Capitel dórico del
templo de Poseidón en
Paestum.
6.4. Capitel jónico del
templo de Atenea en
Priene, que introduce la
voluta como factor de
direccionalidad.
6.5. Capitel
seudojónico del templo
de Atenea Niké en la
Acrópolis ateniense, con
la voluta angular a
varias caras que
contrapone su isotropía
al orden jónico
direccional
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menta la superficie de contacto entre ambos. El capitel adquiere
tal importancia formal que llega a caracterizar cada uno de los órdenes.
Al pasar de una pieza cilíndrica a otra rectangular es necesario
aumentar el plano de apoyo. Para ello se utiliza una pieza, constante en todos los órdenes, que es el ábaco. A su vez, el equino aumenta la sección curva del fuste de la columna con una especie de
almohadilla de sección parabólica. La unión de ábaco y equino
constituye el capitel dórico, con un interesante juego plástico entre ambos por sus fuertes contrastes de luz (figura 6.3). Inicialmente, si se tiene un muro y no una columna, no es necesario el
equino y sólo se usa el ábaco, resaltando así la lógica constructiva del orden dórico.
Sobre este capitel dórico, la singularidad del orden jónico supone un intento de imprimir a la arquitectura una determinada
direccionalidad mediante la interposición de una lámina enrollada entre ábaco y equino (figura 6.4). Ello, además de sus aspectos decorativos, introduce un importante factor arquitectónico
que rompe con la isotropía del orden dórico, diferenciando entre
los planos frontales y laterales.
Sin embargo, algunos problemas visuales hacen parecer que el
avance jónico es fallido y a veces, para evitarlo, el capitel se deforma haciendo frente a la vez a la fachada y al costado del edificio. Ello puede verse en el templo de Atenea Niké en Atenas, ejemplo de trucaje del jónico en el capitel de la esquina, donde se crea
un híbrido con voluta angular a varias caras, dando lugar a un
nuevo orden seudojónico, también llamado jónico diagonal a cuatro frentes, en contraposición al jónico verdadero (figura 6.5).
Esta renuncia a la direccionalidad en favor de la visualidad supone un paso atrás, pues ve el orden como una mera decoración
escultórica. De hecho el seudojónico es un compromiso ante la
anomalía que para muchos constituía el jónico y prefigura a la
larga el orden corintio y todos sus derivados.
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el mundo clásico
En efecto, si sustituimos el equino por un tronco de cono y lo
esculpimos, obtenemos un capitel que, de nuevo, es adireccional.
Dentro de estos conos esculpidos es importante el denominado
orden corintio, cuyo capitel en forma de canastillo está labrado
reproduciendo las hojas del acanto (figura 6.6). Los zarcillos que
trepan suelen colocarse estratégicamente en las esquinas. Si el zarcillo se transforma en voluta, obtenemos un capitel u orden compuesto, que no es sino una síntesis del corintio y del seudojónico
muy utilizado en la arquitectura romana.
Por su parte, el orden toscano será una síntesis romana de los
órdenes griegos, que mantiene formas del dórico pero sin su rigor
constructivo, teniendo sus proporciones generales y su capitel dórico, en tanto que su entablamento es jónico, o sea, continuo.
En los orígenes del lenguaje clásico, sus fundamentos están
siempre claros: cuando un elemento no es necesario constructivamente, no se utiliza. Sin embargo en periodos posteriores, y como
una evolución del lenguaje sin fundamento constructivo, aparecerán falsos arquitrabes, pilastras con falso equino, y otras muchas interpretaciones de los órdenes meramente lingüísticas.
Se pasa, en definitiva, de un sistema constructivo con aspectos
lingüísticos a un sistema lingüístico con aspectos constructivos, en
el cual la brillante respuesta formal del capitel oculta muchas veces sus orígenes arquitectónicos.
A partir de aquí entramos en una cadena en la que predomina
la clasificación formal de los órdenes: los cinco órdenes de la arquitectura clásica, cadena consagrada especialmente a partir del
Renacimiento, aunque, si queremos basarnos en criterios arquitectónicos, sólo debemos reconocer dos clases de órdenes: orden
direccional y orden adireccional.
El sintagma clásico
Los órdenes determinan los modelos formales para la sucesión de
las diversas partes del soporte y la cubierta. Estos modelos suponen el sintagma canónico de cada orden y permiten diferenciar entre sí los distintos elementos aislados del vocabulario clásico.
Así, el sintagma dórico será la particular manera de articular
en el orden dórico la plataforma, la basa, la columna, el capitel,
el entablamento y el frontón, tanto en el plano vertical como en
sus articulaciones volumétricas (figura 6.7 izquierda). Análogamente se establece el sintagma jónico (figura 6.7 derecha) o cualesquiera otros, de modo tal que todas las piezas componentes de
cada sintagma están relacionadas unas con otras.
Por todo ello, y como reducción del sintagma completo, se establece en la práctica una relación simplificada entre orden y columna, que llega a ser la base práctica del sintagma arquitectónico clásico.
6.6. Capitel corintio del
Coliseo de Roma.
orden y lenguaje
6.7. Los sintagmas
dórico (izquierda) y
jónico (derecha).
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En la columna clásica, la altura está relacionada con el diámetro; y uno y otra, con las medidas del hombre ideal, de modo que,
resaltando este mismo carácter e incluso simbolizando la componente antropológica clásica, en algún caso llegan a emplearse soportes en los que se reemplaza el fuste por una figura humana:
atlante si es masculina y cariátide si es femenina, como las del excepcional pórtico del Erecteión en la Acrópolis de Atenas.
En todo caso, existe siempre la posibilidad de aislar mentalmente el sistema columna-entablamento del edificio en el que está
empleado. Esta posibilidad permite el control indirecto sobre la
composición del conjunto.
Se establece asimismo un diálogo entre la columna y el pórtico, en el que aparece el intercolumnio como ritmo arquitectónico
que vincula ambos y marca el compás o el tempo del edificio. El
intercolumnio o espaciado es la distancia entre cada dos columnas, medida generalmente en módulos o diámetros: picnóstilo
(1,5 d), sístilo (2 d), eústilo (2,5 d), diástilo (3 d) o aeróstilo (4 d),
que marcan los diferentes ritmos arquitectónicos. Estableciendo
una analogía entre los intercolumnios y la terminología musical,
John Summerson compara el diástilo con el adagio, el eústilo con
el andante y el sístilo con el allegro, en tanto que el picnóstilo es
como una empalizada ceremonial.
Un tercer elemento fundamental en el sintagma clásico lo representa la cubierta, generalmente a dos aguas y descansando sobre vigas de madera. El triángulo formado sobre la cornisa es el
frontón, y el fondo de éste, el tímpano; siendo las acróteras los remates que coronan la cúspide y los extremos del frontón, en tan-
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el mundo clásico
to que las antefijas son los elementos cerámicos o escultóricos que
tapan las testas de las tejas cobijas de la cubierta.
Una vez definidos los sintagmas, se pueden abordar los problemas constructivos concretos, pues todas las piezas componentes de la obra están ligadas entre sí, relacionándose el orden y el
edificio entero. Así, basándose en estos sintagmas, la arquitectura griega establece la gramática clásica.
Del sintagma al lenguaje
Con el paso del tiempo, la estructura inicial del orden se transforma. Poco a poco, el orden va olvidando su origen como instrumento de control y adquiere más importancia como lenguaje.
El orden –decíamos– proporciona a diseñadores y público un
punto de referencia; precisamente esta ventaja llevada al extremo
irá despojando poco a poco al orden de su capacidad de control
y convirtiéndolo en mero instrumento de comunicación. Surge así
el lenguaje clásico de la arquitectura, uno de los grandes lenguajes de la humanidad, en el cual articula su expresión la arquitectura en tiempos y lugares muy alejados entre sí
La arquitectura griega contiene potencialmente todos los desarrollos sucesivos del clasicismo, si bien cuando la arquitectura
complicó sus fundamentos tecnológicos y funcionales, se hubieron de ampliar las respuestas lingüísticas.
Ello ocurre ya a partir del siglo iv a.C., cuando el desarrollo de
la arquitectura helenística se acompaña de una gama de elementos que resuelven cualquier problema arquitectónico funcional, y
en la que consecuentemente las columnas, antas, pilares, pilastras,
zócalos, entablamentos y perfiles empiezan a usarse independientemente de las limitaciones propias del orden original.
Así también, si el paradigma clásico responde perfectamente a
las razones constructivas del lenguaje, el paso de la arquitectura
adintelada a la abovedada no impide a los romanos aceptar el repertorio y los principios lingüísticos clásicos, pero cuestiona su
uso como fuente de expresión.
Supongamos –dice Summerson– que proyectamos no un templo, sino una construcción grande y compleja como un teatro o
un palacio: una estructura de varias plantas abovedadas. Parece
que deberíamos descartar los órdenes y buscar una expresión lingüística propia; sin embargo los romanos, lejos de hacer esto al
construir sus anfiteatros, basílicas y arcos de triunfo, aplican los
órdenes del modo más explícito posible, pensando dotar a sus
obras civiles del prestigio de la arquitectura religiosa.
Así pues, Roma toma un tipo de arquitectura muy estilizada
pero muy primitiva estructuralmente, y la combina con edificios
complejos abovedados y de numerosas plantas. Y al hacerlo eleva el lenguaje arquitectónico a un nuevo nivel.
orden y lenguaje
6.8. Duplicación del
orden estructural en el
sistema constructivo de
los edificios romanos, lo
que genera un nuevo
juego lingüístico.
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Pues Roma idea procedimientos para utilizar los órdenes no solamente como enriquecimiento ornamental de sus nuevos tipos de
estructuras, sino como control sobre las mismas, haciendo expresivos y controlando visualmente los edificios a los que han sido
agregados.
Este dualismo entre estructuras portantes y repertorios decorativos lleva a una relativa independencia entre ambos y abre una
serie nueva de relaciones entre columnas, pilastras y arquitrabes,
y los ambientes abovedados.
Las combinaciones que en Roma articulan el sistema de arcos
y bóvedas con el de dinteles determinan distintas experiencias tanto en la República como en el Imperio.
La expresión lingüística más típica de la arquitectura romana
es la duplicación del orden estructural, anteponiendo o superponiendo al sistema mural perforado un segundo sistema adintelado, y simultaneando así dos sistemas constructivos suficientes
cada uno de por sí y estéticamente contradictorios, ya que reposo y dinamismo son los significados opuestos del dintel y del arco
(figura 6.8). De este modo, los romanos incorporan de manera
completa el sistema lingüístico trilítico propio del orden a su sistema constructivo de muros de carga perforados por vanos, haciéndolos trabajar juntos.
Los arcos de triunfo (los de Tito, Septimio Severo o Constantino, en Roma) son muy instructivos desde el punto de vista gramatical, por cuanto muestran con sencillez y simplicidad esta nueva frase clásica, donde al muro paralelepipédico, perforado por
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el mundo clásico
uno o tres vanos, se le adosa el tradicional sintagma columna-entablamento, generando un nuevo juego lingüístico arco-orden.
Este nuevo juego lingüístico se utiliza por primera vez en el Tabularium del Foro Romano (siglo i a.C.), empleándose con gran
frecuencia desde entonces, como puede observarse en un edificio
tan característico como el Coliseo (80 d.C.), donde el muro se halla constituido por varias series de galerías abiertas, cada una enmarcada por una columnata continua de escasa finalidad estructural, pues es tan sólo la representación de la arquitectura griega
tallada en relieve sobre el edificio romano.
A su vez, al haber varias plantas surge la variante de aplicar en
cada una de ellas un orden arquitectónico diferente. Si en alguna
ocasión los griegos habían utilizado en el interior y en exterior de
un mismo edificio dos órdenes diferentes, los romanos no sólo no
tienen inconveniente en superponerlos en la misma fachada, sino
que llegan a convertir esa superposición de órdenes en uno de los
sistemas de expresión lingüística más frecuente en sus monumentos (figura 6.9).
El transcurso del tiempo determina múltiples y más variadas
experiencias.
Este empleo no puramente constructivo de los órdenes adintelados griegos transforma el entablamento en un elemento decorativo más, que los arquitectos romanos tratan con toda libertad,
haciéndolo aparecer alternativamente con todo el relieve de la columna sobre la que descansa y al ras del paramento del muro en
los intercolumnios. Por su parte, los frontones se rompen, se hacen curvos, se alternan los curvos con los triangulares, etcétera.
Todas estas libertades gramaticales van apareciendo poco a
poco en la arquitectura romana y se nos muestran muy sofisticadas en la villa de recreo mandada construir por el emperador
Adriano en Tívoli (130 d.C. aproximadamente), en donde también se observa la unión de columnas alternativamente con piezas
rectas y curvas, como si dobláramos el arquitrabe; o bien se elimina el friso en cuanto expresión exterior de unas vigas transversales inexistentes, resultando así un extraño elemento que parece
mezclar el arquitrabe con la cornisa; o tantos y tantos ejemplos
de fantasía y libertad gramatical que convierten la villa Adriana
en un ejemplo excepcional de las posibilidades de utilización del
lenguaje clásico y de su transformación por razones tanto formales como constructivas.
En todo caso, los sintagmas y las frases arquitectónicas que utilizan el lenguaje clásico de la arquitectura pueden ser aún más
complicados, como veremos al estudiar las formas y maneras en
que se articula dicho lenguaje en el Renacimiento y en el Barroco, cuando los edificios romanos sean medidos y estudiados atentamente para extraer de ellos las fuentes propias de su expresión
gramatical.
6.9. La superposición
de los órdenes dórico,
jónico y corintio en los
tres primeros pisos del
Coliseo.
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