Subido por Tomás Serón Díaz

MINDFULNESS Y NEUROCIENCIAS Revision de

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MINDFULNESS Y NEUROCIENCIAS
Revisión de Literatura Científica Reciente
Ezequiel Newbery
INTRODUCCIÓN
Si bien el concepto de mindfulness ha incorporado varios matices aportados por la ciencia
e investigación occidental, su origen no es actual, sino que se remonta unos 2800 años.
El budismo, una práctica filosófica y religiosa extendida en Oriente, tiene al mindfulness
como su fundamento. Algunos autores como Vicente Simón (2011) creen que el origen de
la práctica podría ser anterior al budismo, pudiéndose ubicar en la tradición Bon Tibetana,
cerca de 17000 años antes de Cristo (Reynolds 2005)
La práctica de mindfulness o atención plena tiene su raíz en la meditación Vipassana, una
técnica desarrollada por la tradición Theravada del Budismo, definida por varios autores
como “estar presente” (Brown and Ryan 2003). Por medio de la misma se entrena la
mente para que experimente la realidad desde la aceptación y no enjuiciamiento de las
experiencias (Cardaciotto, Herbert et al. 2008).
El fenómeno de globalización que se inicia en la última década del siglo XX propicia un
intercambio cultural creciente entre Oriente y Occidente, tornando más accesibles estas
prácticas contemplativas (Simón 2007). Sumado a esto, la eclosión de las terapias de
tercera generación (Hayes and Strosahl 2004) acaban creando el entorno ideal para la
investigación de técnicas relacionadas con la atención plena. Los avances en el campo de
las neurociencias han impulsado en
los últimos años un creciente interés por el
mindfulness (Ricard and Ramos 2009). El presente trabajo recorre los recientes
descubrimientos relativos a la práctica de la atención plena, específicamente en el campo
de las neurociencias y se propone indagar acerca de
si los mismos aportan mayor
claridad a la comprensión de este constructo.
APROXIMACION TEÓRICA
Etimológicamente la palabra Mindfulness corresponde a una traducción al inglés de la
palabra “Sati”, del idioma Pali que, en la mayoría de los casos se refiere al presente y en
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términos psicológicos conlleva el significado de atención o conciencia. Se la traduce
frecuentemente al español como conciencia plena o atención plena, términos que, si bien
se acercan al significado de la palabra original, no alcanzan a definirla en todas sus
dimensiones (Delgado, Rodríguez et al. 2012).
Jon Kabat-Zinn la define como “prestar atención de un modo particular: a propósito, en el
momento presente y sin establecer juicios de valor” (Kabat-Zinn 2009). Sus importantes
aportes a la investigación del mindfulness en contextos de aplicación clínica hacen
hincapié en su incidencia sobre el stress y el sistema inmune.
Para este autor los
componentes básicos de su práctica son la actitud y el compromiso. Desde su perspectiva
atención plena habilita al individuo para relacionarse en forma directa con lo que está
ocurriendo aquí y ahora, en el momento presente, permitiéndole integrar y aceptar
conscientemente las emociones. A partir de su trabajo en colaboración con el Dr. Richard
Davidson, Kabat-Zinn contribuyó al desarrollo de una serie de recomendaciones para la
práctica del mindfulness. Además de la confianza, la constancia y el no esfuerzo,
recomienda una actitud “paciente”, entendiendo que las cosas suceden en un momento
determinado y que no es necesario manipular o acelerar el proceso. Propone además “no
juzgar”, es decir, que el practicante se vuelva un observador que contempla las
experiencias en forma imparcial, sin valoración hacia los estímulos, sean estos internos o
externos. Incluye la “aceptación”, que implica una actitud receptiva que deja fluir los
pensamientos sin imposición de ideas. Finalmente la “mente de principiante” que define
como una actitud del practicante dispuesta a liberarse de expectativas y conocimientos
previos, lo que genera un estado de apertura hacia la realidad.
Con el objetivo de crear un consenso científico entre la enorme disparidad de criterios
recogidos acerca del mindfulness, Bishop et al. (2004) propusieron una definición
funcional basada en dos componentes comunes: la autorregulación de la atención
sostenida en la experiencia presente y una actitud de apertura, curiosidad y aceptación.
Esta integración reconoce al mindfulness como una capacidad metacognitiva capaz de
autorregular la atención sostenida en la experiencia inmediata, lo que facilita un
reconocimiento en tiempo presente de los acontecimientos mentales caracterizado por
una actitud de curiosidad, apertura y aceptación. El grupo Bishop sostiene que el
mindfulness es también un proceso para aumentar el “insight” acerca de la naturaleza de
la propia mente, lo que permite experimentar pensamientos y sentimientos en términos de
su subjetividad y naturaleza transitoria.
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A su vez Cardaciotto (2008) observa que la mayoría de las definiciones de mindfulness
subrayan la existencia de dos constructos clave, a saber, un comportamiento entendido
como “awareness” acompañado de cómo ese comportamiento es conducido, referido
como “aceptación”. Desde este razonamiento define al mindfulness como una tendencia
a estar altamente consciente de las experiencias internas y externas en un contexto de
aceptación y no enjuiciamiento hacia las mismas (Cardaciotto, Herbert et al. 2008)
Algunos autores como Siegel (2007) sostienen que la actitud correcta hacia la práctica del
mindfulness depende de cuatro características: apertura, aceptación, curiosidad y amor.
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Los efectos neurobiológicos del mindfulness, documentados por técnicas de neuroimagen
como el fMRI o el EEG, se han observado en forma de alteraciones tanto funcionales
como estructurales en la materia gris y en la materia blanca, con mayor incidencia en las
áreas relacionadas con la atención y memoria, la interocepción y procesamiento sensorial
o autorregulación incluyendo el control de stress y emociones. A nivel molecular se han
observado incrementos de dopamina y melatonina, modulación de la actividad
serotoninérgica, y un descenso de los niveles de cortisol y norepinefrina (Esch 2014).
Durante los últimos 20 años se ha generado importante evidencia empírica que sugiere
que la práctica del mindfulness contribuye a restablecer el equilibrio emocional,
promoviendo estados de ánimo positivos y actitudes de aproximación por sobre las de
evitación (Simón 2007).
Asimismo se han obtenido resultados significativos en muchos campos de investigación
tanto en la medicina como en la psicología, donde la práctica del mindfulness ha mostrado
ser efectivo en la reducción del stress y ansiedad (S Ramos, M Hernández et al. 2009),
en el tratamiento de la depresión (Teasdale, Segal et al. 2000, Chiesa and Serretti 2011,
Kaviani, Javaheri et al. 2011), y en el tratamiento de la fibromialgia (Bohlmeijer, Prenger et
al. 2010), entre otros.
El progreso de las neurociencias y tecnologías asociadas ha permitido observar los
correlatos neurobiológicos de los pensamientos y las emociones con un significativo grado
de precisión espacio-temporal (Simón 2007). Herramientas como los dispositivos de
neuroimagen han abierto el campo a la investigación de las relaciones entre mente y
cerebro que permiten observar qué ocurre a nivel cerebral durante la práctica del
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mindfulness. Sin embargo, como ocurre en todo nuevo campo de investigación, la
mayoría de los estudio sufren de una baja calidad metodológica y el conocimiento de los
mecanismos que subyacen a los efectos de la práctica del mindfulness está aún en su
infancia (Tang, Hölzel et al. 2015). Es importante señalar, sin embargo, que la nueva
evidencia sugiere que la práctica de la meditación podría generar cambios neuroplásticos
en la estructura y función de las áreas del cerebro relacionadas con la atención,
conciencia de sí y emoción.
Con ese objetivo se han investigado alteraciones en la morfometría del cerebro
relacionadas con la práctica del mindfulness y otros tipos de meditación (Fox, Nijeboer et
al. 2014). También se investigaron correlaciones entre cambios del cerebro y otras
variables relacionadas con el mindfulness, como la reducción de estrés (Hölzel, Carmody
et al. 2011), la regulación emocional (Tang, Lu et al. 2012) y el aumento del bienestar
(Singleton, Hölzel et al. 2014).
Asimismo se han llevado a cabo meta análisis que
incluyeron otras prácticas meditativas además del mindfulness con la finalidad de
investigar las regiones cerebrales en la que se observaba mayor alteración entre
meditadores en diversos estudios. Se encontraron ocho regiones consistentemente
alteradas en meditadores: la corteza frontopolar que los autores asocian con la metaconciencia aumentada que sigue a la práctica de la meditación; las cortezas sensoriales y
la ínsula, áreas que se han relacionado con la conciencia corporal; el hipocampo, una
región asociada a los procesos de memoria; la corteza cingulada anterior (ACC), la
corteza cingulada media y la corteza orbitofrontal, áreas que se relacionan con el self y la
regulación emocional; y el fascículo superior longitudinal y el cuerpo calloso, áreas
involucradas en la comunicación intra e ínter-hemisféricas (Fox, Nijeboer et al. 2014).
Será necesaria mayor investigación para poder discernir claramente el significado de
estos cambios estructurales en el cerebro de los meditadores y en qué modo puedan
éstos
estar relacionados con las mejoras en la afectividad, cognición y función social
reportadas por los mismos (Tang, Hölzel et al. 2015). En este sentido, algunos estudios
han comenzado a relacionar los hallazgos de las neurociencias con variables
psicológicas. Estudios futuros deberán replicar estos resultados para poder comprender
cómo se relacionan los cambios a nivel de la estructura neural con los cambios en el
bienestar y comportamiento de los meditadores.
Los enfoques más actuales acerca del procesamiento sensorial ponen un énfasis especial
en la naturaleza constructivista de la percepción, entendiendo a la misma como un
proceso activo y altamente selectivo. Desde una perspectiva neurofisiológica el
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procesamiento de los estímulos es controlado por influencias arriba-abajo (Engel, Fries et
al. 2001) que dan forma a la dinámica intrínseca de las redes tálamo-corticales, creando
constantemente predicciones acerca de los eventos sensoriales entrantes. Paralelamente,
el procesamiento abajo-arriba corresponde a la información que accede a través de los
órganos sensoriales. Si bien la información de arriba-abajo es, en términos evolutivos,
fundamental para garantizar la supervivencia del individuo permitiendo reconocer,
clasificar y tomar decisiones rápidamente con los datos entrantes, este proceso fuerza
una adaptación a las categorías ya estructuradas en la mente lo que conduce a una
pérdida de información nueva, la cual es filtrada y desechada si no se adapta a alguna de
estas categorías preexistentes. Esto ocurre en parte, porque los procesos de arriba-abajo
están respaldados por una conectividad neural muy potente que limita la percepción de la
información viva que accede a cada momento (Siegel 2007). De acuerdo a Delgado,
Rodriguez et al. (2012), el proceso arriba-abajo incorporaría las creencias en forma de
modelos mentales del bien y del mal, reacciones emocionales intensas, juicios y
corporales derivadas de aprendizajes previos, eliminando las diferencias sutiles de la
experiencia presente y provocando que las personas no sean realmente conscientes de lo
que sucede mientras está sucediendo. Pero estos automatismos del proceso arriba-abajo
podrían ser neutralizados a través de la práctica de mindfulness. En este sentido Siegel
(2007) sostiene que “El mindfulness permite que la mente “discierna” su propia naturaleza
y revele a la persona los conocimientos, las ideas preconcebidas y las reacciones
emocionales que están incrustadas en el pensamiento y en las respuestas reflexivas que
generan estrés interno. Al desidentificarse de los pensamientos y de las emociones y al
darse cuenta de que estas actividades mentales no equivalen al “yo” y de que no son
permanentes, la persona puede dejar que aparezcan y se desvanezcan, como si fueran
burbujas en un cazo de agua hirviendo”. Con la práctica de la atención plena se
desarrollan los cuatro afluentes de la conciencia que permiten al individuo la experiencia
inmediata del aquí y ahora. Según Siegel (2007) estos cuatro afluentes son la sensación o
experiencia sensorial directa, la observación, la conceptualización y el conocimiento. Para
el autor el procesamiento abajo-arriba puede lograrse enfocando la atención en cualquiera
de los ocho sentidos, a saber: loa cinco sentidos convencionales que conectan con el
mundo exterior, la interocepción que conecta con el cuerpo, la visión de la mente que
conecta con los pensamientos, emociones, intenciones, actitudes, conceptos, etc.;
finalmente el relacional que conecta con los demás seres (véase Tabla 1).
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Simon (2007) sugiere que prestando atención plena a cualquiera de estas vías
sensoriales propuestas por Siegel (2007) se puede favorecer la recepción de más
información a nivel prefrontal. Este proceso requiere que la corteza prefrontal dorso-lateral
se active al momento de recibir la información que se privilegia en ese momento. Cuando,
(con la participación de la corteza prefrontal dorso-lateral) se dirige la atención a una de
las vías sensoriales implicando a su vez la metacognición o capacidad de
autoobservación que facilita la comprensión de los procesos mentales en acción, se logra
desconectar el automatismo arriba-abajo con la consecuente flexibilización de la
respuesta. Así el mindfulness permitiría que la mente discierna su propia naturaleza,
revelando las ideas preconcebidas y las reacciones emocionales que están incrustadas
en el pensamiento y generan estrés interno.
Estudios recientes han demostrado que en sujetos que han participado en un programa
de meditación basado en mindfulness existe una desviación de la función cerebral hacia
una dominancia frontal izquierda como respuesta a estímulos emocionales asociados a
una disposición mental más positiva.
Los resultados sugieren que la desviación a la
izquierda de los circuitos reguladores de la emoción guarda una correlación directa con el
grado de fortalecimiento de función inmunológica. Si bien los resultados son muy
prometedores será necesaria más investigación para corroborar estos supuestos
(Davidson, Coe et al. 1999).
COGNICION Y AFECTIVIDAD
Se ha observado que la práctica del mindfulness y otros tipos de meditación incrementa la
irrigación en áreas corticales y subcorticales del cerebro de los practicantes (Khalsa,
Amen et al. 2009, Deepeshwar, Vinchurkar et al. 2014). Otros estudios han evidenciado
un aumento de la conectividad entre distintas estructuras cerebrales a la vez que un
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aumento de la densidad neuronal (Lazar, Kerr et al. 2005, Hölzel, Carmody et al. 2011,
Malinowski 2013).
El estudio de la práctica de atención plena en poblaciones con enfermedades
neurodegenerativas en estadios leves ha arrojado resultados alentadores en la
conservación y recuperación de capacidades cognitivas como la atención, memoria,
fluidez verbal, praxias, cálculo y capacidad de atención entre otras (Newberg, Wintering et
al. 2010, Wells, Yeh et al. 2013, Hernández and Montesdeoca 2015).
En este sentido, aunque los mecanismos de las prácticas meditativas están siendo aun
investigados, son muchos los estudios que sugieren que la meditación podría jugar un rol
importante para la salud cerebral. Xiong y Doraiswamy (2009), considerando estudios
cognitivos, electroencefalográficos y de neuroimagen realizados sugieren que la
meditación podría reducir los niveles de cortisol secretados por factores de stress, lo cual
podría tener un potencial efecto neuroprotector al elevar los niveles de factor neurotrófico
(BDFN). Además, al
producir efectos benéficos sobre los perfiles lipídicos y reducir el
stress oxidativo podría reducir el riesgo de enfermedades cerebrovasculares y
neurodegenerativas. Incluso, sugieren los autores, podría fortalecer los circuitos
neuronales y mejorar la capacidad cognitiva.
Taylor, Daneault et. al. (2012) sugieren que el entrenamiento en mindfulness promueve
cambios en la dinámica funcional de la red neuronal por defecto (DMN), los cuales se
extienden más allá de la práctica en si. La actividad de la DMN se ha asociado con
procesos cognitivos como la visión de escenarios futuros, memoria autobiográfica, etc.,
aunque su hiperconectividad se ha asociado a la rumiación depresiva y al dolor crónico
(Guo, Liu et al. 2014, Kucyi, Moayedi et al. 2014). Alteraciones funcionales de la DMN se
han observado también en pacientes con enfermedad de Alzheimer (Zhou, Greicius et al.
2010). En esta misma línea de investigación, Zeidan, Martucci et al. (2014) introdujeron
evidencia de que la práctica de mindfulness atenúa la ansiedad a través de mecanismos
involucrados en la regulación de los procesos de pensamiento autorreferencial.
Hernández y Montesdeoca (2015) realizaron un estudio longitudinal para demostrar la
efectividad del mindfulness como tratamiento no farmacológico para detener el deterioro
cognitivo en enfermos de Alzheimer. Los resultados obtenidos mostraron su efectividad en
la fase leve de la enfermedad y destacaron una tendencia positiva en la fase avanzada.
Por otra parte, Hernandez y Barrachina (2015) sostienen que el programa basado en
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fMRI de las áreas cerebrales que conforman la red cerebral por defecto
mindfulness que cuenta con mayor evidencia científica en el área de geriatría es el MBSR
(Mindfulness Based Stress Reduction), adaptado por Lantz, Buchalter y McBee (1997)
para enfermos con deterioro cognitivo avanzado con la finalidad de aplacar los trastornos
de conducta y síntomas psicopatológicos asociados a la enfermedad. Las intervenciones
basadas en mindfulness parecen contribuir en el retardo del desarrollo de la enfermedad
de Alzheimer en su fase prodrómica al minimizar los efectos de factores acumulativos
adversos como el stress, la depresión y síndrome metabólico que aumentan las
probabilidades de daño en el hipocampo central (Larouche, Hudon et al. 2015).
Al favorecer estados de ánimo positivos, el mindfulness ha tenido éxito como herramienta
clínica para el abordaje de la ansiedad, e incluso en el trastorno límite de la personalidad.
Richard Davidson y colaboradores (2003) estudiaron la actividad cerebral de un grupo de
sujetos en el marco de un programa de MBSR conducido por J. Kabat-Zinn. Los
meditadores experimentaron un mayor incremento de la actividad cerebral izquierda en
comparación con los no meditadores. Numerosos trabajos de investigación científica
asocian parámetros cognitivo-afectivos como el estado de ánimo positivo, la habilidad
para afrontar situaciones negativas y el predominio del bienestar eudaimónico con una
mayor activación a nivel prefrontal izquierda. (Urry, Van Reekum et al. 2006)
Chiesa y Serreti (2010) observaron, mediante técnicas encefalográficas, un aumento
significativo de la actividad alfa y beta durante la práctica de meditación. Estudios de
neuroimagen mostraron una activación de las cortezas prefrontal y cingulada anterior. La
práctica prolongada de la meditación está asociada con un realce de las áreas cerebrales
relacionadas con la atención.
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Sin embargo los autores aclaran que los diseños
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experimentales de baja calidad hacen difícil establecer con claridad si los resultados son
efectos específicos o no específicos de la práctica del mindfulness.
CONCLUSIÓN:
La investigación psicológica de los últimos veinte años afirma que la práctica del mindfulness
tiene efectos positivos tanto para la salud física
cognitivo y promover el equilibrio emocional.
y mental, además de mejorar el rendimiento
Los importantes avances en el campo de las
neurociencias y el gran desarrollo de las tecnologías de neuroimagen han abierto una nueva
perspectiva de investigación. Nuevos estudios sugieren que la meditación genera cambios tanto
funcionales como estructurales en el cerebro pero los mecanismos que subyacen a estas
observaciones y las relaciones existentes entre ambas vías de investigación carecen aun de
claridad. El desafío presente será alcanzar una mayor rigurosidad metodológica que permita
comprender en profundidad las bases neuronales y moleculares de los cambios cerebrales que
tienen lugar con la práctica de la meditación.
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Mindfulness y Neurociencias
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