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29579 Viajeros en transito

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María Isabel Heraso
Viajeros en tránsito
Una perspectiva diferente
de la muerte
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19 70 / 93 272 04 47.
Primera edición: marzo de 2015
©Ma. Isabel Heraso Aragón, 2015
© Editorial Planeta, S. A., 2015
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.zenitheditorial.com
www.planetadelibros.com
ISBN: 978-84-08-13615-6
Depósito legal: B. 2495 - 2015
Fotocomposición: Víctor Igual
Impresión y encuadernación: Egedsa
El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de
cloro y está calificado como papel ecológico.
Impreso en España - Printed in Spain
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ÍNDICE
Prólogo a la nueva edición ...................................
Prólogo....................................................................
Prefacio, por la doctora Juliana Fariñas
González .........................................................
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1. ¡Buenas noticias! Lo que entendemos
por muerte ¡no existe! .................................... 17
2. Experiencias cercanas a la muerte,
peldaños de conocimiento ............................ 27
3. El poder del pensamiento ............................. 39
4. La importancia del amor en estos momentos 49
5. Cómo dejar las cosas organizadas antes
de irse ............................................................... 59
6. Para un tránsito cómodo y apacible............. 67
7. Expansión de la conciencia ........................... 81
8. ¿Adónde vamos después?............................. 91
9. Prácticas para cambiar de plano mental
voluntariamente ............................................. 109
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10. El gran momento del despegue.................... 119
11. ¿Existe la reencarnación?............................... 127
12. Despedida con «honores» ............................. 137
Conclusiones..........................................................
Pérdida trágica de un ser querido.......................
Apéndice ................................................................
Bibliografía.............................................................
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¡BUENAS NOTICIAS! LO QUE ENTENDEMOS
POR MUERTE ¡NO EXISTE!
Tengo una buena noticia. El concepto que tenemos
de muerte no existe, ¡así es, no existe! Y si lo que
sucede, como vamos a ver, es algo totalmente diferente de lo que normalmente pensamos, ¿por qué
darle el mismo nombre?
¿Cómo pensamos que morimos?
Los más escépticos piensan que dejamos de respirar o se nos para el corazón, a veces entre grandes
sufrimientos. Luego nos meten en una caja, nos entierran y se acabó.
Otros, con más elevadas miras, piensan que igualmente dejamos de respirar, o se nos para el corazón,
y nos morimos, y si hemos sido buenos, vamos al
cielo y, si no, al infierno.
En general, las personas ajenas a la medicina
sólo han visto morir a familiares, lo que les ha ocasionado gran sufrimiento, y preocupados por sus
propias emociones de pérdida, no han percibido
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realmente las vivencias de la persona que se iba.
Si realmente la hubieran observado, se habrían
sorprendido de lo dulce y felizmente que se marchaba.
¿Sabías que mientras nos estamos sintiendo llenos de vida y en absoluto amenazados por la muerte nuestras células, algunas muertas y otras moribundas, están sustituyéndose constantemente?
¿Cómo puede ser que nos sintamos vivos si estamos muriendo a cada rato?
Cada siete años se han renovado todas las células
de nuestro organismo y no queda nada del cuerpo
que había antes. No deja de ser un tránsito. El cuerpo que teníamos hace diez años está muerto.
¿Lloramos por él? ¿Nos aterroriza que nos vuelva
a pasar?
Imagina por un momento que eres un niño y
alguien de más edad te explica el adulto en el que te
vas a convertir. Es un gran tránsito. ¿Se os ocurriría
responder: qué será de mí?, ¿angustiarnos por la
desaparición de ese niño que tiene que dejar de existir para dar paso al adulto?
A todos estos razonamientos seguramente contestaréis: «Bueno, esos tránsitos tienen lugar tan despacio, tan lentamente, que prácticamente no se notan;
se va uno adaptando sin darse cuenta».
Cierto, desde la distancia son exactamente como
los has visto, acontecen poco a poco. Y algo funda18
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mental: no sientes una prevención expresa contra
ellos que te tenga atemorizado.
¿Qué dirías si te cuento que el tránsito que tanto
nos preocupa y nos atemoriza no lo vamos a percibir
más rápidamente que los anteriores? ¿Por qué nos
asustamos de lo que llamamos inapropiadamente
«muerte»? La muerte es solamente el resultado final
de la transformación de nuestra envoltura y no nos
va a pillar dentro, puesto que el tránsito en sí tiene
lugar bastante antes.
¿Es todo cuestión de tiempo para nosotros? Si es
así, entonces tranquilo. Vas a tener ocasión de conocer, en el capítulo 7, al hablar de la dilatación o
expansión de la conciencia, que en los últimos días
de vida aquí, durante períodos largos, estaremos en
planos en los que el tiempo no existe y quizá tengamos más vivencias, descubrimientos y sensación del
paso del tiempo que en el período empleado en la
transformación de niño a adulto.
Los miedos son los que te van a perjudicar.
Pregúntate quién te ha metido esos miedos en el
cuerpo y qué ganancias ha sacado con ello.
En las antiguas creencias no existían esos miedos,
pero algunas de las religiones actuales viven de
nuestros miedos y nuestros complejos de culpa; no
se ahorran detalles macabros como el crujir de dientes, con qué nos vamos a encontrar, y nos ponen frente a un crucifijo, con un Cristo sangrante, sufriente y
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agonizando. Estoy segura de que a Jesucristo le
hubiera gustado tener otra imagen para la posteridad, más en consonancia con la persona amorosa y
optimista que fue.
Mi experiencia con enfermos terminales me ha llevado a asistir a muchas muertes, a veces bastante
largas, durante días o semanas. Mi única preocupación, hasta antes de mi cambio de vida, era que
sufrieran lo menos posible, ellos y sus familias, para
lo cual, llegado el momento, procuraba drogar al
paciente y sedarlo lo más posible. Algunas veces
para que estuviera dormido, y otras, para que no
percibiera la realidad de su entorno; con esto se conseguía, además, que la familia, viéndole tan tranquilo y sin sufrir, respirara aliviada, y todo el trance le
resultara más llevadero.
Esa meta parece a simple vista suficiente, incluso
buena. Sin embargo, tras mi experiencia cercana a la
muerte, las vivencias que había tenido no se parecían
en nada al concepto de muerte que yo veía habitualmente. Entonces comencé a investigar profundamente, no sólo a través de todos los autores que
han escrito sobre la muerte, algunos de los cuales
vamos a ir repasando a lo largo del libro, sino a través
de los nuevos enfermos que requerían mis servicios
como Unidad de Dolor para sus últimos momentos.
Debo decir, para aquellos que no lo sepan, que
dirijo la Unidad de Dolor del hospital San Francisco
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de Asís, de Madrid. Y a partir de aquella experiencia
vivida, creé la Fundación Internacional del Dolor,
que actualmente presido.
Empecé por tomar en serio lo que los pacientes
decían que veían y sentían. Las mismas cosas que
antes me parecían alucinaciones y desvaríos y a consecuencia de las cuales los sedaba, ahora me parecían
información privilegiada que compartía con el enfermo. Este, a su vez, al sentirse escuchado y tomado en
serio, se explicaba mucho mejor. No digo que se sentía más acompañado, porque en realidad no lo necesitaba. En cambio, el hecho de compartir con el resto
de la familia este proceso maravilloso, lejos de entristecer, contagiaba una gran expectación y esperanza
que desembocaba en un desenlace milagroso y tranquilizante que dejaba llenos de paz a todos los familiares y allegados.
¿Sabías que, primero, se hace el tránsito al otro
lado y que, posteriormente, al cabo de unas horas,
incluso un día, terminan las constantes vitales? Pero
¡tú ya no estás dentro del vehículo de tu cuerpo en
esos momentos!
¿Sabías que lo que realmente sientes al irte es una
sensación a la que estás muy habituado? ¿Cuántas
veces te has quedado traspuesto en el sillón viendo
la televisión y has dado unas cabezadas en las que
has sentido una maravillosa sensación de lejanía?
¿Es o no placentero?
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¿Sabías que todos tenemos garantizada la salvación, que no existe el infierno tal y como nos lo han
explicado? ¡Todos vamos al cielo! Pero claro, cada
uno a la clase de cielo que espere.
Todo lo que aquí expongo tiene un fundamento
serio y lo pretendo esclarecer en los capítulos
siguientes.
Los médicos sabemos que existen palabras con
connotaciones negativas que procuramos no nombrar. Pero ¡los tiempos cambian!
Antes, se evitaba decir a un paciente que estaba
«loco», ya que eso significaba reclusión a perpetuidad y otras muchas cosas... Ahora, los pacientes psicóticos tienen un buen pronóstico, con tratamiento
médico y dentro del entorno familiar. Y claro, ahora
nos reímos de esa palabra, «loco», y tranquilamente
podemos decir: «Me estoy volviendo loco», y eso no
significa nada.
Antes, decir a un paciente que tenía cáncer era totalmente inadecuado, pues suponía una sentencia de
muerte a corto plazo. En la actualidad, la mayoría
de los cánceres tienen un buen tratamiento y muchos
enfermos obtienen la curación total. Y claro, ahora
nos permitimos el lujo de decir, por ejemplo: «Tengo
un cáncer en la cara», señalándonos un lunar.
Decir «muerte» todavía nos pone los pelos de
punta y tratamos de no nombrarla. Espero que en
poco tiempo aumente el conocimiento real de lo que
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sucede y entonces nos permitamos decir: «Cuando
me vaya de este mundo, tendré un tránsito agradabilísimo».
¿Qué significado puede tener la palabra «muerte»? A mí me parece que describe perfectamente los
procesos por los que pasa un cuerpo, o «carcasa»,
una vez que deja de estar habitado. Podríamos compararlo con un vaso de cartón con agua abandonado
a la intemperie en verano, que tras evaporarse lentamente el agua y quedarse seco se va deteriorando,
pero para entonces, ¿dónde estará el agua?
Una de las causas de este descubrimiento para mí
fue a través de uno de mis pacientes. Era un hombre
joven, A. R., de unos cuarenta y siete años, que tenía
un tumor cerebral y una gran hipertensión intracraneal, lo que le producía unos dolores insoportables. La familia requirió de mis servicios como
Unidad del Dolor, porque no podía resistir más los
gritos de dolor que profería ese hombre. Su mujer
estaba deshecha, ya que, aparte de su desolación, llevaba varios días sin dormir. Les habían dicho que no
viviría mucho en tal estado, pero el desenlace no se
producía, y el enfermo estaba sufriendo enormemente. Continuamente llamaba a gritos a su «madrina». Su mujer me explicó que esta era quien lo había
criado, pero que había fallecido hacía varios años.
Lo primero que hice fue quitarle el dolor. Cuando
estuvo más tranquilo, después de unas horas, como
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hablaba entre dientes, pedí a la familia que anotara
en un cuadernillo todo lo que decía, pues yo ya estaba empezando a observar.
Al día siguiente, tanto la familia como yo pudimos
percibir que lo que sufría el enfermo era un gran
desasosiego, más que dolor. El paciente no dejaba de
repetir:
—Madrina, por favor, ayúdame, que no puedo,
¡no puedo!
—¿Qué es lo que no puedes? —insistíamos nosotros.
—¡No puedo pasar! ¡No puedo pasar!
Así estuvo toda la tarde y parte de la noche.
Finalmente, de madrugada, exclamó:
—¡Ya he pasado!
Y a partir de ese momento no cesó de dar las gracias a su madrina.
—¡Gracias, madrina! ¡Ya estoy al otro lado, ya he
pasado, qué bien, ya he pasado!
Su semblante estaba radiante, no se quejaba de
ningún dolor, sus constantes se regularizaron y,
poco a poco, a lo largo de la mañana, se fue quedando dormido plácidamente. Se mantuvo así varias
horas, y al llegar la noche se fueron espaciando sus
respiraciones, hasta que cesaron por completo.
Su mujer estaba sorprendida, porque nunca había
imaginado que se pudiera seguir de esta forma el
fallecimiento de un ser querido, ya que pudimos
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reconocer el tiempo transcurrido entre el tránsito al
otro lado y el fallo de las funciones vitales. Luego
tuvimos una larga charla y se sintió muy confortada,
lo cual tiene también mucha importancia, porque
según se viva la pérdida de un pariente cercano, así
se desarrollará el duelo posterior. Un duelo patológico puede acarrear consecuencias en la salud de
quien lo padece.
En este caso real, en el que por supuesto he omitido el nombre del paciente, se puede ver claramente
el proceso de tránsito, de «marcharse», de dejar al
cuerpo abandonado a su extinción, con una diferencia de bastantes horas con el proceso posterior de la
muerte. Esto nos permite ver claramente que aquello
que está dejando de existir no es la persona, sino un
vehículo vacío.
¿No será esta situación la que algunos identifican
como «la mejoría de la muerte»?
Realmente, la muerte le ocurre a «algo» que, en
esos momentos, ya no somos nosotros.
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