CAMINOS DE LOS MUERTOS, SECRETOS DE LOS CUENTOS. Una antropología del Misterio JOSÉ LUIS CARDERO LÓPEZ Die Toten füllten murrend den Raum und Sprachen: Rede zu uns von Göttern und Teufeln, Verfluchter… Carl Gustav Jung. Die Sieben Belehrungen der Toten. Sermo IV. Ediciones 14 de Abril Madrid, octubre 2007 © Todos los derechos reservados 1 Para Mariló y Margarita, con todo mi amor. 2 SUMARIO - Prólogo. - Introducción: Las tradiciones y las leyendas como testigos de otra realidad. - 1. Senderos del bosque, islas del mar: el camino de los muertos. 1.1. 1.2. 1.3. 1.4. - 2. Luces, fuegos y resplandores: testimonios y avisos del Otro Mundo. 2.1. 2.2. 2.3. 2.4. - Los personajes sobrenaturales. ¿Dónde, cómo y por qué se aparecen los muertos? Orden jerárquico de los muertos y estructura social de los vivos El cambio entre los mundos: guías para el Gran Viaje. 4. Lo sagrado y la demarcación cultural del territorio. 4.1. 4.2. 4.3. 4.4. - Apariciones del Otro Mundo. Los Mensajeros: avisos y consejos Los Vigilantes: el ejemplo y el castigo. El Más Allá: un control dinámico de la cultura 3. La división el espacio-tiempo entre los vivos y los muertos según las tradiciones populares. 3.1. 3.2. 3.3. 3.4. - Los “lugares-frontera” Selvas y bosques: Luces, destellos, apariciones y desapariciones Cursos y reservorios de agua: las puertas del Más Allá El Océano de los Muertos, las Islas del Otro Mundo y la Tierra de los Jóvenes Los edificios sagrados como organizadores del territorio cultural Los sistemas religiosos como psicopompos o conductores de los muertos. Capillas, iglesias, cementerios y tumbas Lo sagrado y las fronteras de lo sobrenatural 5. Recursos mágicos y extraordinarios en los cuentos y tradiciones populares. 5.1. 5.2. 5.3. 5.4. Casas que giran y muertos que caminan Las alteraciones del espacio-tiempo. La velocidad y los objetos mágicos. Estados paradójicos. Los vivos, los muertos y los no-muertos. Viajes extáticos, estados modificados de conciencia y otras maravillas, en los cuentos populares. 3 - Conclusión: La reflexión sobre lo Natural y lo Paradójico, como un viaje de ida y vuelta al Ultramundo. - Anexos: - Esquemas y gráficos - Fotografías - Bibliografía 4 Prólogo Con mucha frecuencia y por lo menos en mi caso, los estudios antropológicos suelen empezar provistos de un buen número de razones teóricas y con –casi- todos los requisitos que puede ofrecer un firme propósito investigador. Pero acaban por convertirse, mucho antes de ser definitivamente encarrilados por el rumbo previsto, en algo parecido a un gran viaje. Lo cual no está nada mal, todo hay que decirlo. Porque para aquél que tenga activados, aunque sea en un grado mínimo, sus ojos, oidos, tacto, piel y huesos, a estas alturas de la historia o de lo que de ella quede, es mucho más placentero ese viaje que cualquier sucesión de normativas e intenciones metodológicas, por formales y necesarias que éstas sean o aparenten ser. Así sucedió también cuando comencé a reflexionar sobre esas grandes verdades que encierran –como tesoros escondidos- los textos literarios, las tradiciones y los cuentos. ¿Qué mejor terreno de investigación –me dije- que ese mundo maravilloso en el que las gentes nacen y viven varias veces, donde la muerte no es más que una ligera broma, en el que las casas son de cristal, giran y se desplazan o donde uno puede alcanzar con sólo quererlo, los extremos más lejanos y escondidos del orbe? Con tales pensamientos estaba yo una tarde de verano al borde del Mar Celta o del océano de Barandán –que también así puede llamarse- por donde el santo citado llevó a cabo otro gran viaje hacia los confines del mundo entonces conocido, en una ocasión cuya certidumbre está colocada a caballo entre el relato atestiguado y la pura y simple leyenda. Me encontraba muy cerca de ese paraje al que Ramón Otero Pedrayo calificó, tiempo atrás, como un escalón hacia lo inimaginable: el grande y tenebroso Finisterre. Por el flanco de la verde y suave colina que, pocos metros más allá, se despeñaba hacia las aguas oceánicas, subía un antiguo camino romano, rodeado en todo su trayecto por enredaderas mezcladas con rojas y arrecendentes rosas salvajes. Marché por él durante un rato, siguiendo sus vueltas y revueltas, enfrentadas siempre al océano y al cielo, a cada cual más azúl y brillante. 5 No podía imaginar hasta donde conduciría en sus buenos tiempos aquél hermoso sendero. Tal vez hacia un claro del monte en el que se elevara por entonces algún misterioso y oculto templo a Silvano. Quizá hacia la puerta secreta del mundo de las hadas. En cualquier caso, transcurría sirviendo de mentidero a las invisibles y a veces problemáticas criaturas de las que están llenos ciertos relatos y de las que se habla al abrigo de la lumbre –siempre entre cuchicheos, para que no se enteren- en los cuentos y tradiciones populares. Sin reparar en que, desde alguna escondida espesura de helechos, pudieran espiarme los oscuros y recelosos ojillos de faunos o de duendes, subía yo por aquél camino lleno de sol y colmado de esa quietud propia de las tardes de verano. De pronto, el aire suave y perfumado se conmovió con un ligero temblor, como el que se produce cuando se toca la tersa superficie de un estanque. Algo parecía acercarse a mí desde los parajes más altos y apartados de aquella vía romana. En ese instante, como si hubiese recibido una silenciosa advertencia llegada a la vez de muchas partes y de ninguna, caí en la cuenta de que no todos los seres con los que podría encontrarme en mi viaje iban a mostrarse necesariamente amables o ser favorables a mis propósitos. Allí cerca, sobre una roca extendida y próxima al borde del sendero, aparecieron los inciertos y leves trazos de un petroglifo iluminados por los claroscuros del sol que jugaba entre los árboles. Reproducían la triple espiral, la vieja imagen megalítica del Universo, el Signo de los antiguos relatos. Supe entonces que los romanos, con su camino, tan solo habían querido honrar al remoto poder que aquellos rasgos, grabados en la dura roca granítica, representaban. Siue deus siue dea… Y me acordé de los personajes que solían aparecerse por senderos como éste que yo recorría. Tal como sucedió en la antigua narración que protagoniza uno de aquellos santos innominados, tan frecuentes en el folklore gallego y en el folklore bretón, el cual se paseaba una tarde, igual que yo ahora, por el borde del océano. Mientras el santo meditaba, se le apareció el ánima de quien había sido, en sus tiempos terrenales, un pescador. Afirma la tradición que dicha ánima se presentaba a veces como un esqueleto carcomido, otras como un fuego azulado o como un aire, según los casos. Si 6 era como esqueleto, solía traer entre los dientes una ramita o hierbecilla que masticaba de la misma manera que lo había hecho en vida. El relato no dice en que aspecto se apareció al santo. Pero éste, conociendo que quien venía era uno del Alén –así se llama en Galicia al Ultramundo o Más Allá- le preguntó con toda tranquilidad y como quien no quiere la cosa: “¿Qué tal va hoy esa pesca?” El ánima le mostró toda una multitud de piedrecillas, palitos y ramas que traía consigo, al tiempo que contestaba: “Podía ir mejor. Pero con éste condenado nordés, no hay nada que hacer. Toma éste muxel y cómelo por mi salvación”. Le ofreció entonces una flor de toxo, con sus espinas y todo. El santo la bendijo y la guardó en su zurrón. Y para cuando llegó a su cabaña en medio de los bosques, desde donde se veía el mar, el zurrón albergaba un enorme pez, con las perlas del Profundo brillando todavía sobre su piel plateada. Lo cocinó y se lo comió a la salud del sobrenatural pescador que, desde ese momento, ya no vagó más, ni como esqueleto, ni como luz, ni tan siquiera como un soplo de aire. El mar Celta, océano de Barandán, tiene aguas que cambian de color. Y con sus mudanzas, tornan a colorido o a sombrío todo aquello que está a su alrededor: montes, rocas, cielo y el carácter de las gentes que por allí moran. Los personajes que pueblan los relatos de los que hablaremos son, como los seres del océano, de éste mundo y del otro. En las páginas que siguen, trataremos de sorprender sus caminos y algunos de sus secretos. Solo algunos. Los demás, han de quedar intocados para que puedan cubrirse de rocío las rocas y los toxos verdes y punzantes, para que puedan enredarse algunas almas peregrinas entre las ramas de los árboles montesíos o para que los bardos puedan contar, en versos urdidos con la vieja lengua, mil hazañas de otro tiempo. Seolait for muir, monar ngle, eitir laithe y oidhche…1 1 Navegaron por el mar, un brillante abandono, durante noche y día; Leabhar Ghabhala. 157. 7 Introducción 8 Las tradiciones y las leyendas como testigos de otra realidad. Las tradiciones y las leyendas de todos los pueblos suelen hablar de hechos, de personas y de cosas que parecen unidos por un vínculo mágico, tal como predicaba Anatole Le Braz para las almas viajeras de su tierra bretona, que marchaban juntas como los tallos de hierba o las arenas de las playas. Los acontecimientos que en esas tradiciones se relatan están gobernados por un tiempo cronológico cuyo valor y significado difieren de aquellos a los que estamos acostumbrados en nuestra vida corriente. También los personajes que allí figuran poseen características especiales, no habituales y en muchos casos sorprendentes: pueden variar de sexo, de tamaño o de edad a su antojo, o según aconsejen las circunstancias. Son capaces de atravesar muros espesos y de esfumarse en cuestión de segundos de los lugares en los que están, para aparecer luego a cientos de kilómetros. Y en lo que se refiere a los lugares en sí, aún siendo los que están al alcance de nuestra vista o aquellos en los que nos desenvolvemos cotidianamente, cuando estos extraños seres aparecen, adquieren en un momento tales sitios facultades que antes no tenían: pueden hacerse mucho más grandes, más pequeños o guardar secretos que, en algunos casos, resultan temibles y hasta peligrosos. Como es natural, diciendo esto me refiero a las tradiciones de muchos pueblos diferentes. No a casos singulares o específicos, sino más bien a perspectivas amplias y generales. Porque es en una visión holística en la que pueden mostrarse con mayor claridad ciertos sistemas de caracteres que destacan entre otros y que resaltan en medio de las diversas construcciones y estructuras culturales, que no podríamos recoger en observaciones más reducidas o vinculadas a casos concretos. Se trata, además, de que en esa visión holística puedan ponerse de manifiesto las condiciones o formalizaciones estructurales de los diferentes relatos, tal como indica Vladimir Propp, apuntando que ello es necesario para su estudio histórico 2 y, por otra parte, que desde esa visión o perspectiva general, sea posible reunir un conjunto de estructuras menores funcionantes o partes constitutivas de los relatos, las cuales nos permitan, llegado el caso, obtener una morfología o entidad 2 PROPP, VLADIMIR, Morfología del cuento. Editorial Fundamentos, 8ª ed., Madrid 1992. pág. 27. 9 interpretativa a la que podríamos describir como una especie de clasificación o taxonomía de motivos constitutivos y con la que tal vez podríamos aproximarnos mejor a un entendimiento de esos mecanismos, presentes en todas las culturas humanas, por medio de los cuales es posible, si no transformar la realidad, al menos intentar comprenderla y, sobre todo, interpretarla y ubicarla en el ámbito de las correspondientes cosmovisiones. Otra cosa será reflexionar sobre la necesidad que el ser humano tiene de comprender la realidad mediante tales herramientas culturales. Ello nos llevaría muy lejos y por caminos tortuosos a intentar una explicación acerca de lo que sea –o acerca de lo que nosotros creemos que es- la realidad, ya que ésta casi siempre aparece como una idea, más que como una imagen fija y constante y como una idea –mudable, polifacética, multifuncional- ha de ser entendida. Nada más lejos de lo real, como predicado de la realidad, que una idea fija, inmóvil, de un solo uso. Cualquier ser humano, formando parte de un grupo social o de una colectividad, ha de acceder al desarrollo de sus relaciones multidireccionales ayudándose de los modelos cognitivos o mapas comportamentales y de situación que le han sido suministrados durante los diversos procesos socializadores. Nunca se ve desprovisto de semejantes ayudas, ya que uno de los propósitos principales de la socialización, es, precisamente, el suministro de tales sistemas. Y los modelos cognitivos que serán integrados con una mayor urgencia –aparte de los relacionales o posicionales que informan acerca de la jerarquía y situación dentro del grupo humano de acogida- son, precisamente aquellos que se refieren a la cosmovisión grupal y a las consideraciones que de ella se derivan respecto a las interpretaciones de la realidad. La realidad viene a ser por tanto una idea acerca del mundo. Dicha idea es posible hacerla funcionar de una manera determinada y característica – quizá a través de elementos como los ademanes estéticos, descritos en su momento por Edmund Leach 3- que no sólo confieren al mundo aspectos propios y singulares sino que, además, sirven como un apoyo importante en la construcción de la identidad colectiva. Porque el hecho es que los seres humanos elaboran sus ideas sobre el mundo en tanto que seres sociales. 3 LEACH, EDMUND R., describe los ademanes estéticos en Sistemas políticos de la Alta Birmania. Editorial Anagrama. Barcelona, 1976. pág. 32. 10 Resulta casi imposible hablar por tanto –como suele hacerse con frecuenciade una visión personal de las cosas, ya que, después de tantos años de socialización y adoctrinamiento en el seno de la familia, del sistema educativo y de las instituciones sociales de participación y actividad, esa visión personal no es más que una versión, singularizada si se quiere, aunque bastante menos de lo que comunmente se piensa, de la cosmovisión grupal. Si ello es así, ¿de qué hablamos, entonces, cuando nos referimos a la realidad? Y, por otra parte, ¿por qué en casi todas las culturas se utilizan comunmente esos instrumentos textuales que aparecen recogidos en los relatos míticos, en las tradiciones y en las leyendas? La contestación a preguntas como las precedentes constituyen la materia de una buena parte de muchas teorías sociológicas y antropológicas conocidas. Sobre todo en lo que se refiere a las profundas implicaciones contenidas en la cuestión acerca de la realidad, que nos conecta directamente con un amplio y pluridisciplinar ámbito del campo científico, en donde juegan – entre otras- competencias psicológicas, filosóficas y médicas. Sin embargo, a pesar de tantas ayudas metodológicas y propedéuticas, seguimos sin ponernos de acuerdo en algo, aparentemente tan simple, como la naturaleza o el contenido de eso a lo que se llama realidad En éste sentido existen todavía tendencias a suponer que las teorías y quizá también las experiencias acerca de la realidad han sido objeto de una evolución positiva ocurrida desde las primeras edades del mundo hasta nuestros días. Es decir, que los seres humanos de hace diez mil o cien mil años poseían una percepción de la realidad bien diferente –y por supuesto, inferior- a la nuestra de hoy. Por ejemplo, tomaban la representación gráfica de los animales que ellos mismos dibujaban en las paredes de las cuevas y abrigos, por los animales mismos, tal como afirma Jensen refiriéndose a un trabajo sobre psicología y prehistoria del año 1949, en el que se sustentan ideas como la de que no hay diferencia alguna entre imagen y realidad para los seres humanos de la prehistoria 4. Sin embargo, todos los elementos de juicio derivados de observaciones y análisis culturales nos obligan a caminar en sentido contrario, hacia la consideración de que los sistemas humanos de 4 JENSEN, Ad.E., Mito y culto entre pueblos primitivos, FCE. México, 1998. pág. 9. 11 representación cultural y de coordinación y elaboración cognitivas fueron probablemente entonces –es decir, en momentos cronológicos muy alejados de nosotros- sensiblemente iguales a los nuestros y de que es posible detectar diferencias más sensibles entre los seres humanos pertenecientes a un mismo estrato cronológico que entre aquellos que ocupan estratos cronológicos distintos, por muy lejanos que puedan considerarse. Y en apoyo de esta teoría de la permanencia de elaboraciones míticas y de la capacidad para utilizarlas a lo largo del tiempo, viene precisamente la abundancia de tales instrumentos en cualquier cultura antigua o moderna que observemos. Desde luego, únicamente es posible una referencia técnica en tal sentido, a las culturas que nos han dejado relatos escritos o de las que nos hayan podido llegar directa o indirectamente tradiciones orales con una atribución suficientemente documentada. Pero, precisamente en razón de ésta condensación practicamente universal de mitologías, cosmogonías, instrucciones para el Más Allá, cuentos populares, narraciones y leyendas, algunos de cuyos argumentos y estructuraciones parecen haberse conservado y transmitido hasta nosotros desde tiempo inmemorial, se justifican seguramente las extrapolaciones que puedan hacerse en un momento dado, desde esas culturas mejor conocidas y documentadas, a otras de las que sólo poseemos noticias fragmentarias y de las cuales no nos han llegado tales documentos. Así, lo que denominamos realidad actúa sobre el conjunto de estructuras simbólico-cognitivas configurando una determinada cosmovisión, en la que, de acuerdo con lo que apunta Edmund Leach, existe una parte que es funcionalmente esencial y otra que está compuesta o formada por ademanes estéticos. Para entender los mecanismos de la realidad ambos componentes nos sirven, ya que uno de ellos nos muestra los mecanismos y dispositivos culturales que vamos a encontrar repartidos universalmente, en todas las culturas, mientras que el otro nos ilustra acerca de la manera como cada grupo social resuelve problemas concretos y específicos, confiriendo su peculiaridad a esas soluciones. Podríamos decir que nuestra idea acerca de la realidad nace, precisamente, del juego interactuante de esos dos grandes conjuntos de elementos. 12 Sin embargo, el universo de los mitos y de las leyendas continúa superponiéndose en algunos casos o yuxtaponiéndose en otros a lo que comunmente se conoce como el ámbito de la realidad. La utilización continua de esos recursos que algunos consideran a priori como fantásticos y descabellados, supone cuando menos y para los grupos humanos que lo emplean con asiduidad, que no hay un único acceso posible a los ámbitos del conocimiento, teniendo en cuenta por otra parte que se trata de un método con el que explicar de una manera coherente, convincente y adecuada a la correspondiente cosmovisión del grupo de que se trate, aquellos aspectos más impactantes, controvertidos o misteriosos de dicho ámbito. Muchos de estos recursos mitológicos, legendarios y tradicionales se refieren a grandes temas comunes a todas las culturas humanas del presente y del pasado, como el que atañe a lo inevitable de la muerte, a la existencia del mal o a las manifestaciones de Otro Mundo, el cual parece encontrarse en ocasiones lo suficientemente próximo al nuestro de todos los días como para que sus presuntos habitantes vengan hasta nosotros o las misteriosas fuerzas que actúan en él puedan afectarnos. Las preguntas planteadas acerca de esas preocupaciones profundas y universales difícilmente van a poder ser satisfechas por la ciencia o por la tecnología de cualquier edad de manera suficiente, ya que simplemente sus objetivos son otros y están en cualquier caso subordinados no sólo al avance científico sino a los intereses políticos, económicos y sociales de cada momento histórico concreto. El universo mitológico y legendario cumple por tanto otra misión. Y ésta es, precisamente, la de explicar de una manera satisfactoria todos los enigmas que rodean al ser humano desde el principio de los tiempos. Así ocurre, precisamente, con lo sagrado. Se trate de una fuerza actuante desde el exterior a nosotros mismos o de una reacción interna de nuestra mente ante determinadas influencias llegadas a través de los sentidos y de la experiencia, lo sagrado marca a todos aquellos que toca. Es decir, su poder es el de modificar cualitativamente el ámbito en el cual sucede, ocurre o se manifiesta, de manera que tanto ese ámbito como los seres y objetos que permanecen en él, ya no volverán a ser los mismos desde la epifanía de lo sagrado. Y lo sagrado se relaciona directamente con la esperanza en la otra vida, o con el temor a la muerte y a lo que sucede después de ella. También tiene 13 mucho que ver con la existencia y permanencia del mal entre nosotros. Y con las luchas que se desatan tan a menudo entre los seres humanos para defender una idea, una manera de vivir o de entender el mundo. Toda la cultura humana, incluso en sus versiones que, aparentemente, parecen más alejadas de esas manifestaciones numinosas, está empapada de la influencia de lo sagrado. Y quiero advertir desde ahora mismo que las referencias a lo sagrado y a lo numinoso no pertenecen necesariamente al conjunto institucional de lo religioso, aunque éste haya bebido en las fuentes de lo sagrado o se inspire en su influencia de modo más o menos manifiesto. Conviene separar aquí de un modo claro esos dos campos conceptuales que por otra parte suelen confundirse casi siempre: lo sagrado y lo religioso institucionalizado. Las tradiciones populares, las leyendas y relatos, por su parte, aún pudiendo tener –y con frecuencia lo tienen- un origen en las cosmogonías y en las epifanías de lo sagrado, se manifiestan más bien en ese otro terreno al que podemos llamar desde ahora el ámbito de las posibilidades perdidas. Así, las edades en las que los humanos entendían el idioma de los animales, los tiempos felices en los que no existía la muerte ni el sufrimiento, los remotos períodos que vieron a los dioses descender hasta la tierra o en los que una humanidad atónita y extasiada asistía a prodigios maravillosos como el transcurso relativístico del tiempo, la traslación prácticamente instantánea a distancias inconcebibles o el testimonio de mundos que permanecen, invisibles para todos menos para los elegidos, aquí al lado del nuestro. Todo ese conocimiento, que en una éra feliz tuvieron nuestros remotos antecesores y que, desdichadamente, se ha perdido y del cual permanecen testimonios en los grandes textos sagrados y también en los conjuntos textuales –orales y escritos- transmitidos de generación en generación, ha sido buscado por todo tipo de iniciados y de sociedades secretas y su consecución –real o fantásticaatribuída de vez en cuando a determinados indivíduos misteriosos. Las tradiciones de casi todos los pueblos nos hablan de lo que sucedió en un principio, cuando los dioses crearon la tierra, o cuando ellos mismos o sus enviados lucharon contra la serpiente o dragón primordiales que mantenían aprisionada entre sus anillos la esencia de las cosas. Nos describen aquél mundo del comienzo con palabras a veces veladas y de significado incierto: 14 Los Abuelos: Entonces no había gente, ni animales, ni árboles, ni piedras, ni nada. Todo era un erial desolado y sin límites. Encima de las llanuras el espacio yacía inmovil; en tanto que, sobre el caos, descansaba la inmensidad del mar 5. Cuando en lo alto el cielo aún no había sido nombrado, y, abajo, la tierra firme no había sido mencionada con un nombre, solos Apsu, su progenitor, y la madre Tiamat, la generatriz de todos, mezclaban juntos sus aguas…cuando los dioses aún no habían aparecido, ni habían sido llamados con un nombre…6. Cuando las aguas no descendieron sobre las extremidades de la Tierra, entonces Indra cogió su dardo, y con su brillo hizo salir a las aguas fuera de las tinieblas…Las aguas corrieron para procurar alimentos a Indra, pero Vritra volvía a tomar sus fuerzas en medio de los rios navegables; entonces Indra, con su dardo fatal y potente, mató a Vritra, cuyos pensamientos estaban siempre vueltos hacia él…Indra devolvió la libertad a las aguas que había encerrado Vritra, dormido en las cavernas de la Tierra…7. Estos son tres ejemplos de relatos acerca de lo que, presuntamente, ocurrió en aquellos primeros tiempos. No se trata de extraer de aquí concordancias que, con toda probabilidad, únicamente serían coyunturales. Pero sí podemos recoger la idea-madre de que, en un principio, existía en el cosmos o en el lugar en el que luego aparecería nuestro mundo, una entidad indiferenciada, a partir de la cual, el o los creadores hicieron surgir la realidad a partir de un acto emanado de ellos. El caos, lo indiferenciado, lo todavía sin nombre –aunque en el tercer ejemplo sí se le nombre como Vritra o Vrtra, el dragón primordial- se movió hacia, progresó hasta, lo diferenciado y lo nombrado. Ese es el hecho raíz a partir del cual en numerosas mitologías se construye un relato acerca de lo ocurrido en los primeros tiempos de existencia del mundo. 5 Las leyendas del Popol Vuh. Contadas por ERMILIO ABREU GOMEZ. Espasa Calpe Mexicana, S.A.. 3ª edición, méxico1964. pág. 17. 6 Enuma Elish. Poema babilónico de la Creación. Editado y traducido por FEDERICO LARA PEINADO. Editoria Trotta. Madrid, 1994. pág. 47. 7 Los Vedas.Tercer Adhyaya. Anuvaka VII. Sukta III. Recopilados, según la tradición por Vyasa. Editorial Bergua. Madrid, 2001. pág. 88-89. 15 Nuestro universo ha nacido de ese germen y se expresa mediante las descripciones que engloban tales acontecimientos a los que, desde luego, ningún humano pudo asistir, puesto que todavía no habían sido creados. Pero esas narraciones configuran de tal manera la existencia de las culturas y de las civilizaciones que sobre ellas se asientan, que nada puede considerarse sobre las mismas sin una referencia –explícita o implícita- a tales sucesos míticos. En nuestra propia estructura cultural de origen básicamente judeo-cristiano, todavía continuamos en muchos casos diseñando comportamientos y modelos cognitivos fundamentados en los relatos que aparecen en el Génesis. Temas tales como la caída o la expulsión del paraíso terrenal, no sólo continúan justificando para muchos el comportamiento presente de los seres humanos o la marginación social de amplios sectores de la población, sino que, además, aparecen como mitologemas o modelos cognitivos más o menos expresos en muchas leyendas y relatos populares nacidos en las áreas geográficas más directamente influenciadas por esa tradición. La configuración de la realidad está profundamente afectada por semejantes principios o fundamentos mitológicos. Si convenimos en que una cosmovisión o manera de ver y entender el mundo puede ser considerada – además de como muchas otras cosas- como un Texto a cuya lectura debemos aplicarnos todos, la hermenéutica que hemos de utilizar, tanto aquellos que, inmersos en esa cultura, hayan de vivir en ella o a través de ella, como quienes deseen entender algo acerca de la misma, ha de ser un instrumento adecuado y efectivo para esa comprensión. Semejante instrumento tiene que encerrar la capacidad –o la posibilidad- de examinar los entresijos culturales que se muestran, muchas veces inadvertidos, menospreciados o tratados con indiferencia, en esas manifestaciones que encontramos en los cuentos populares o en los relatos transmitidos –y cambiados, como no- de generación en generación. Los mitos, tradiciones, leyendas y cuentos nos hablan de otra realidad. El universo que describen es un lugar ciertamente extraño, en el que los animales pueden hablar y transmitir mensajes procedentes, por ejemplo, del Más Allá. Mensajes que nos atañen y conciernen directamente a nosotros, los habitantes del mundo normal. Además, podemos encontrarnos también con instrumentos musicales mágicos, que suenan cuando quieren, cuando se 16 reúnen determinadas circunstancias o están presentes ciertas personas. ¿Porqué sucede todo esto y porqué se nos habla de ello, precisamente, a través de los cuentos y relatos populares? Casi todos sabemos distinguir –o creemos saberlo, tras largos años de socialización- entre el espacio cultural de esos relatos y leyendas y la realidad que nos rodea. En verdad, esa capacidad de distinción es lo que, en nuestras sociedades, se espera de una persona adulta y formada. Pero lo que muy pocos conocen es que los elementos de comparación que permiten llevar a cabo ese proceso de discriminación entre leyenda y realidad, son simplemente pautas acordadas, extremos reconocidos a través de un convenio, partes ellos mismos del propio proceso discriminatorio y como él, condicionados ideológicamente. Eso queda oculto a través de las circunstancias concurrentes y queda oculto desde luego de manera intencionada. Por esa razón y según las conveniencias del modo productivo y las necesidades coyunturales –o de más largo alcance- del campo del conocimiento, el aspecto y la distancia socialmente reconocidos entre leyenda y realidad pueden variar significativamente. En este sentido, los ademanes estéticos tienen una gran importancia. Todo el conjunto estructural de mitos y leyendas de una colectividad humana dada se regula y presenta en virtud de ellos. Así se pueden utilizar elementos singulares en explicaciones generales acerca del mundo y de la realidad sin necesidad de desactivar sus partes significativas. En todas las culturas se establece una distancia “leyenda-realidad” que ningún miembro activo y funcionalmente integrado de las mismas debe ignorar ni mucho menos sobrepasar. Y los patrones de este tipo que podamos considerar entre culturas diferentes suelen tener, al menos, un aire familiar. De manera que pueden llegar a funcionar como estructuras significantes incluso cuando se establecen en el ámbito de sistemas culturales ajenos al suyo propio de origen. Las ideas que acerca de realidad y fantasía poseemos y utilizamos cotidianamente los seres humanos pueden distinguirse precisamente por sus ademanes estéticos y utilizarse como referencias tanto de la corporeidad de la cultura, es decir, de su presencia como ente cuasi-físico en el universo humano, como de su expresividad estética dinámica, es decir, de lo que se conoce –muchas veces inapropiadamente- como identidad colectiva. No es lo 17 mismo que establecer la distancia entre mundo real y mundo mítico, desde luego, pero seguramente las estructuras simbólico-cognitivas actuantes en uno y otro caso van a tener y a mantener un aire común. Las tradiciones y las leyendas no forman parte del ámbito de la fantasía, aunque sus pormenores puedan en ocasiones parecer fantásticos en el sentido de desmesurados, extraños o poco habituales, sino del mundo de los mitos. Así, cuando éstos nos relatan la manera en que apareció la muerte o surgió la enfermedad en este mundo, los rasgos de esa narración se aparecen casi siempre ante nosotros como dotados de una cierta peculiaridad y con un aire especial que la hace perfectamente reconocible, aunque no pertenezcamos al grupo humano en el que se manifiesta. Veamos por ejemplo como se explica desde el ámbito mítico y tradicional entre los Nuer de Sudán, la aparición de la muerte, según lo recogió en su momento Evans-Pritchard: El mito narra cómo había existido en tiempos remotos una cuerda que unía el cielo con la tierra, de manera que todo el que se volvía viejo subía por ella hacia Dios y, después de un periodo de rejuvenecimiento en el cielo, volvía a la tierra. Hasta que un día, una hiena –figura apropiada para un mito relacionado con la muerte- junto a lo que se llama en Sudán con el nombre de pájaro-durra consiguieron entrar en el cielo con el mismo método. Dios ordenó que los vigilaran y que no se les permitiera volver a la tierra…pero una noche escaparon deslizándose por la cuerda y, cuando ya les faltaba poco para llegar a la tierra, la hiena cortó la cuerda, la cual fue inmediatamente recogida desde el cielo. Así quedó cortada la comunicación…y los que envejecieron desde entonces, tuvieron que morir 8. A título de ejemplo, podemos comparar éste mito Nuer con otro irlandés en el que se habla de Tirnanoge, un país donde la gente era siempre joven, despreocupada y sana y vivía una vida eterna. Esta tierra de bienaventuranza se ubicaba a menudo en algún sitio del Atlántico. Escuchemos como la describe a sus oyentes, Niam, la hija del rey de Tirnanoge: Es la más deliciosa y renombrada de las comarcas existentes bajo el sol. Abundan allí el oro y la plata y las joyas, la miel y el vino; y los árboles dan frutos y flores y verdes hojas, a un tiempo, durante todo el transcurso del 8 E.E.EVANS-PRITCHARD, La religión Nuer.Taurus Ediciones, 1980. p.27-28. 18 año…El transcurso del tiempo no traerá la descomposición y serás eternamente joven y estarás dotado de una belleza y fuerza que no se marchitará…9. Lo mismo que en el caso anterior, todo el que viaja a ese mundo mágico ve suspendido su tiempo. No envejece, ni sufre los avatares de la gente común. Pero esa condición extraordinaria también se puede perder por un acontecimiento inesperado. En la presente historia de la tradición irlandesa, el héroe regresa del país de la eterna juventud (Timanoge) montado en un corcel blanco con silla de oro. Pero, cuando trata de ayudar a unos hombres que intentan levantar una gruesa piedra, se rompe la silla dorada y el jinete cae por tierra. El corcel se escapa y, en el mismo momento, el jinete comienza a envejecer y a perder sus fuerzas, convirtiéndose en un anciano arrugado. Desde el momento en que se corta el vínculo con el país mágico, el tiempo humano recupera su imperio, detenido hasta entonces 10. La realidad que aparece en los mitos y en los relatos de la tradición muestra un carácter bien distinto a la de todos los días. Su condición principal es –tal como hemos visto en los ejemplos precedentes- un profundo cambio en el decurso temporal y con ello, la desaparición de muchas penalidades de las que nos acompañan en la vida normal: vejez, enfermedad, muerte. Pero el relato mítico cumple un papel mucho más importante que el que tendría como simple cuento. Los hechos maravillosos que, durante una época dorada y ya irremediablemente perdida, estuvieron al alcance de los humanos, significan por sí mismos algo más. En realidad, forman parte de un mecanismo cultural que permite precisamente explicar la existencia y la actuación de los contrarios de tales acontecimientos excepcionales. El hecho milagroso de ausencia de la muerte en un mundo inalcanzable y extraordinario, permite entender mejor en el nuestro ese fenómeno inevitable como una parte de la vida, o cuando menos disponer su actuación dentro de un marco explicativo general, capaz de integrar los fenómenos de modo coherente. Creer en un mundo feliz sin envejecimiento, dolor ni enfermedades, ayuda a entender y a clasificar de 9 ANONIMO, Cuentos populares y leyendas de Irlanda. Espasa Calpe Argentina, S.A. 2ª ed.. Buenos Aires, 1947. p. 11. 10 En el capítulo 5, veremos algunos ejemplos más de relatos y mitos en los que aparece esta suspensión relativista del tiempo. 19 manera más eficaz –en un juego de simbolismos contrarios- nuestro mundo cotidiano. Aquello a lo que llamamos realidad no es otra cosa: explicación y juego simbólico de contrarios. En los mitos y en nuestro mundo de todos los días es necesario disponer los acontecimientos y sus explicaciones en un orden que permita obtener una imágen del mundo acorde con los modelos culturales vigentes. Pero no podemos dejarnos arrastrar por la terrible eficacia simbólicocognitiva de este mecanismo cultural, el cual allana de tal manera las dificultades, que puede anular aquella distancia entre mundo real y mundo mítico de la que hablamos anteriormente, no permitiendo su entendimiento singularizado y, lo que es todavía mas grave, haciendo prevalecer quizá los aspectos más inmovilistas y retrógrados de una determinada manera de ver y entender el cosmos, favoreciendo, en definitiva, el fenómeno de la persistencia de cosmovisiones e incrementando de manera notable la rigidez de su funcionalidad y desarrollo. Las tradiciones y las leyendas son testigos de otra realidad, pero, como en el caso de nuestros deseos, pueden actuar a favor y en contra de nosotros mismos. En los propios mitos y leyendas existen descripciones sobre tales circunstancias: aquellas ocasiones en que el héroe o la heroína, deben elegir entre alternativas que no suelen ser en si mismas demasiado gratas: o bien permanecer con su amado o amada, corriendo el riesgo de que, bajo un disfraz coyuntural utilizado para alcanzar la situación de felicidad, aparezca la verdadera realidad con su pata de cabra o con cola de pez, o bien abandonar esa situación feliz perdiendo en ese caso las oportunidades y posibilidades que encierra. El mundo de los mitos y de los cuentos populares –elementos éstos bien diferentes entre sí, según veremos- permite allanar casi todo tipo de dificultades: rango, educación, posición social o conocimientos. Uno puede pasar por lo que, en la vida real, no es ni tal vez jamás podría llegar a ser. Es como un sueño. De hecho, el mundo onírico y el mundo de los mitos y leyendas están profusamente interconectados, tal como afirman Carl Gustav Jung y su Escuela 11 . Sin embargo, por detrás de ese importante papel de los 11 Véase C.G.JUNG, Métamorphose de l´âme et ses symboles o M.LOUISE von FRANZ, Análisis de los cuentos de hadas 20 sueños y de las metamorfósis del alma en la estructuración de la realidad que a todos y a cada uno de los individuos petenece, yace el imponente constructo simbólico-cognitivo de las tradiciones populares, de las leyendas y de los cuentos. Nada lograríamos con una visión monocorde y aislada del mundo en la que no participasen los elementos extraídos y vueltos a incorporar, procedentes de aquella gran masa de vivencias, esperanzas, deseos y contradicciones que constituye el mundo mítico. Como sucede a menudo en nuestro existir cotidiano, habremos de elegir pronto entre nosotros y ellos y muy posiblemente tambien entre esa parte de nosotros mismos que nos fascina y a la que estamos dispuestos a sacrificar todo aquello que nos reclame y esa otra cara que nos horroriza pero de la que no podemos ni queremos prescindir. Para aliviar esa tensión insoportable, el ser humano ha inventado los mitos, los cuentos, los dioses y los demonios. 21 1. Senderos del bosque, islas del mar: el camino de los muertos. 22 1.1. Los lugares-frontera. Entre la Punta del Raz y la Punta de Van, en el Finisterre de Bretaña, se extiende un gran manto de arena fina y blanca que forma la Baie des Trépassés (bwe an Anaon, en lengua bretona). Por allí, dice la tradición, embarcan hacia el Otro Mundo las almas de los muertos. Algunos marineros de esa comarca costera sienten llamar a su puerta en medio de la noche y saben, entonces, cual ha de ser su cometido. Se dirigen hacia su lancha, cargada ya hasta los topes de ánimas viajeras y la gobiernan, atravesando el temible Raz de Sein, hasta la Isla de Ouessant, donde los invisibles pasajeros descienden, para continuar su camino hacia el Más Allá, hacia la Tierra de los Jóvenes, la Isla Lejana, o el Palacio de Cristal del Otro Lado del Mar, que de todas esas maneras se llama el Ultramundo entre los celtas bretones. El oficio o encomienda de conductor de los muertos suele pasar de padres a hijos en una misma familia. Se les denomina Tremener. Y ese calificativo se conserva todavía hoy, convertido en un apellido común, del que no demasiados conocen la peculiar historia 12. La Baie des Trépasses es uno de los característicos lugares-frontera de los cuales me propongo hablar aquí. Allí confluyen casi todas las condiciones que suelen revestir a semejantes entornos, ya que, además de constituir un auténtico linde entre la Tierra y el Océano salvaje, está configurado también por una gran zona semipantanosa que se origina alrededor de la laguna de Lawal, de la que se dice en las leyendas que recubre los restos de una ciudad sumergida: la ville d´Is. Naturalmente, ese entorno rodeado de un paisaje grandioso del que emana una cierta melancolía, es el escenario privilegiado para todo tipo de manifestaciones sobrenaturales y extraordinarias: luces sorprendentes, apariciones fantasmales, ruidos misteriosos y fenómenos inexplicables, algunos de los cuales no están exentos de riesgo y aún de peligros muy graves para todos aquellos que –conscientes de ello o no- se atreven a desafiarlos. 12 Los precedentes de esta curiosa historia parecen estar en Procopio de Cesarea, historiador bizantino del siglo VI, y referidos a la que él llama isla de Brittia, History of the Wars, VIII, xx, 48-56 (The Gothic War, iv, 20). Ver en PATCH, HOWARD R., El Otro Mundo en la literatura medieval, FCE. Madrid, 1983. pág. 37. Se reproduce esta leyenda en el Anexo 1. 23 Los lugares-frontera pueden ser, por tanto, entidades físicas. Pero sobre todo son además estructuras culturales que con mucha frecuencia coinciden con límites palpables aunque asimismo pueden no hacerlo y reducirse únicamente a prevenciones simbólicas e interdicciones de diversos tipos. En ocasiones, la transición entre el suelo llano y una elevación, la linea invisible que separa ciertos extremos de una construcción o las partes de una estancia, son ámbitos que reunen todas las características de estos lugares liminales. A veces, basta con una simple prohibición de atravesar tal o cual camino, este o aquél claro del bosque, o de abrir un determinado cofre. En los cuentos y tradiciones populares existen numerosos ejemplos de las terribles catástrofes que se pueden desencadenar cuando se incumplen tales mandatos. Porque los lugares-frontera son también, sobre todo y muy especialmente, lugares de encuentro entre dos o más realidades, mundos o universos radicalmente distintos, extraños y por lo general, ajenos entre sí. Ese antagonismo está controlado culturalmente a través de esa ténue divisoria que no siempre se puede transgredir. Si se atraviesa la linde, tal acción va comunmente acompañada de fenómenos muy característicos de alteración del espacio-tiempo, así como de procesos de transformación de la personalidad e incluso de disolución de la misma: cambios en el aspecto físico o en el tamaño, escisión de un único individuo en otros varios, alteraciones en el vestido, en el color o en la longitud del cabello, transformación en animales o en objetos inanimados, etc.. Al atravesar esos lugares también es posible adquirir nuevas propiedades e incluso desarrollar de una manera sorprendente y extraordinaria facultades antes inéditas. Los sentidos corrientes se transforman y entonces es posible, por ejemplo, ver olores o sentir colores, como si los sistemas de integración e interpretación de datos del cerebro afectado hubiesen variado sus objetivos e intercambiado las conexiones de sus circuitos neuronales. Así, por ejemplo, muchos de los fenómenos descritos en relatos como los de Lewis Carrol pueden entenderse muy bien mediante este tipo de explicaciones, lo 24 cual resulta, cuando menos, sorprendente y nos llevaría muy lejos a través de ámbitos culturales y científicos todavía poco explorados en nuestros días 13. Cuando se cruzan las líneas que protegen o delimitan los lugaresfrontera el tiempo cronológico transcurre de manera diferente. Pueden pasar decenas o centenares de años sin que el protagonista lo sospeche siquiera ni cambien en lo más mínimo ni su edad ni su aspecto. Cuando regresa a su punto de partida, observa con sorpresa que nada de lo que dejó atrás –su casa, sus amigos- permanece ya. Es entonces consciente de esa cualidad relativista del tiempo en la zona alterada del lugar-frontera y esa misma conciencia determina muchas veces un envejecimiento súbito y la muerte del individuo objeto de tan extraño fenómeno. La condición paradójica es un elemento fundamental y distintivo de éstos ámbitos. En ellos se borran las diferencias entre los sectores físicos, psíquicos y culturales tan cuidadosamente establecidas por el grupo social en su cosmovisión. Las distancias entre vida-muerte, naturaleza-cultura, masculinofemenino, dentro-fuera y otras semejantes que articulan la mayor parte del desarrollo vivencial de los individuos socializados en grupos o colectividades, van a difuminarse prodigiosamente e incluso a desaparecer en el interior de los lugares-frontera. Y ello nos muestra de una manera práctica cual es el papel que tales ámbitos desempeñan como sistemas de conexión y reductores establecidos entre los distintos aspectos de la realidad, muchas veces antagónicos e inconciliables. De la misma manera que en los relatos míticos, casi todo es posible en esos territorios o lugares fronterizos, aunque no todo esté permitido. También alli existen reglas –y muy rigurosas- acerca de lo que se puede o no se puede hacer o sobre los pasos que es necesario dar para conseguir un determinado objetivo y aquellos otros que jamás se deben acometer en ninguna circunstancia. En realidad, aunque no lo parezca o tengan otra fama, los lugares-frontera son ámbitos extremadamente reglamentados en los que una equivocación en la conducta establecida o la pura y simple voluntad infractora de normas puede conducir a una catástrofe. Y si lo examinamos atentamente 13 Alicia en el país de las maravillas es un relato en el que aparecen continuamente “lugares frontera” (espejos, túneles, madrigueras…) y en el que se describen con detalle los fenómenos físicos y psíquicos que ocurren al atravesar dichos lugares. 25 ello es lógico, ya que, según hemos dicho, en estos espacios extraordinarios han quedado en suspenso prácticamente todas las convenciones y normas reguladoras de comportamiento propias de los grupos sociales. Y esas normas han de ser sustituídas por otras, de ordinario mucho más severas, y con el inconveniente de que no siempre van a ser conocidas. Por eso, los relatos y las tradiciones cumplen, entre otros, el papel de transmitir esas normas y de ilustrar acerca de los comportamientos que se han de mantener en dichos ámbitos. Es necesario conocer asimismo algunos extremos peculiares sobre la naturaleza de los lugares-frontera en lo que se refiere a las entidades o energías que allí pueden morar de una manera más o menos permanente, bien como guardianes o arcontes, o simplemente como seres o fuerzas que por ellos discurren en uno u otro sentido. Porque si bien esos lugares suelen ser considerados casi siempre como de paso, como instrumentos utilizados para la transición o los cambios de estado (por ejemplo, tal como hemos citado, entre la vida y la muerte) también pueden servir como estancias o como recintos de contención para energías que no deben andar sueltas ni en este mundo ni en el otro a causa del peligro destructor o desestabilizador que suponen. Si hemos de hacer caso a la tradición, los druidas conocían semejantes fuerzas y la manera en que podían ser controladas. Ellos solían hacerlo a través del triple signo formado por tres espirales que parten de un punto común, motivo anterior a la civilización céltica y que probablemente perteneció a los propios de la cultura megalítica. Muchos dioses sin nombre –a los que en otro trabajo he denominado como dioses oscuros- residen en esas áreas liminales y, en ocasiones, pueden liberarse y penetrar en nuestro mundo. También pueden ser arrojados a él mediante ciertos ensalmos y oraciones que conocieron sacerdotes y magos de muchas culturas, entre ellas, la egipcia y, según he dicho, tambien los propios druidas. Una de las aplicaciones que la utilización del poder encerrado en semejantes entidades liminales nos muestra es la técnica que los antigüos sabios poseían para transformar las rocas y los árboles de algunos bosques en armas terribles. Rastros de tales poderes quedan en relatos y cuentos que nos hablan de los peligros del bosque. El propio Shakespeare se hace eco de una tradición muy antigua cuando en su Macbeth, las brujas profetizan que el 26 bosque de Birnan avanzará hasta las murallas del castillo donde se refugia el asesino (Nada temas hasta que el bosque de Birnam venga a Dunsinane 14 )y ese acontecimiento prodigioso determinará el final de su poder nefasto. También Tolkien nos habla de los poderes encerrados en los viejos bosques 15. Todo ello no son sino huellas residuales de unos conocimientos que en otro tiempo eran mantenidos por determinados especialistas y que en nuestros días aparecen sólo en los cuentos y leyendas populares como hechos maravillosos e increíbles cuyo auténtico significado hace mucho que se ha perdido. Dioses oscuros, entidades sin nombre, fuerzas y condiciones extrañas, pasos y relaciones entre nuestro mundo y el otro, se muestran en los lugaresfrontera. Pero ¿Cómo són esos lugares y donde podremos encontrarlos? En realidad, son muy abundantes, relativamente fáciles de reconocer y estamos rodeados por su influencia. Los límites entre nuestra realidad –o nuestro mundo- y las otras realidades o mundos coexistentes permanecen casi al otro lado de la tenue burbuja que nos separa, o nos proteje, de ellos. Y una vez más son las tradiciones, los cuentos populares y los relatos a los que con demasiada frecuencia menospreciamos, los que nos informan sobre esos detalles sorprendentes o poco familiares de los tránsitos a través de pasos secretos o de los seres que discurren y se mueven a su través. Pensemos, por ejemplo, en el relato acerca de Melusina, la mujer con cola de serpiente que se refugia por la noche en una habitación de su palacio, prohibiendo a su marido que abra la puerta que la oculta. Éste infringe la prohibición, vé el auténtico aspecto de aquél ser misterioso cuando penetra en lo que, por la propia acción sobrenatural, se ha convertido en un típico lugar-frontera y en consecuencia provoca que su mujer desaparezca para siempre, además de ocasionar otros diversos males con su curiosidad temeraria 16. La leyenda de Melusina –cuyas variantes son comunes en la literatura europea- nos informa acerca de algunas características de esos ámbitos misteriosos. Tal como nos muestra, no tienen por que ser siempre los mismos ni permanecer continuamente revestidos de esa condición. Puede tratarse de estancias o recintos corrientes y absolutamente normales que, en un momento 14 SHAKESPEARE, W., Macbeth, Escena V. TOLKIEN, J.R.R., El señor de los Anillos y Silmarilion 16 MARKALE, JEAN, Melusine, Albin Michel. 15 27 concreto y siempre debido a la actuación o a la simple presencia de una entidad sobrenatural, adquieren ese carácter. El ejemplo clásico del cofre que, según la mitología griega, trae consigo Pandora, puede ser otro ejemplo de recinto, continente o receptáculo paradójico que, con su apertura, se transforma en un lugar-frontera por el que salen todas las calamidades y males del mundo. Sin embargo, por lo general, dichos ámbitos liminales suelen mantener o conservar su condición y encontrarse establecidos de una manera continua y permanente, separando esos mundos o espacios dotados con propiedades contradictorias y regulando mediante normas muy estrictas el paso a su través. En este caso podemos hablar de edificios (iglesias, capillas, monumentos megalíticos) o de recintos vallados y delimitados como es el caso de los cementerios o de algunas tumbas. Pero también de caminos, encrucijadas, bordes, orillas y separaciones físicas o simbólicas. Y de masas de agua grandes, medianas y pequeñas, desde el mismo Océano hasta los ríos, lagos, lagunas, pantanos, estanques y fuentes. Los monjes irlandeses representantes del cristianismo celta –que por sí mismo y por muchos motivos podría ser considerado también como una entidad-frontera- de vez en cuando emprendían, casi siempre por mar, lo que denominaban Viaje por amor de Dios. Se trataba de embarcarse, sin provisiones ni víveres, y dejar que el pequeño coracle, desprovisto de remos y velas, fuese arrastrado por las olas y corrientes siguiendo la voluntad de Dios o el capricho de los elementos. De esta manera, llegaron hasta Bretaña y hasta Galicia algunos santos de los que ni siquiera se conserva el nombre. Así llegó también hasta las costas de Iria Flavia el cuerpo de Santiago. El viaje de estos santos peregrinos estaba repleto de maravillosos sucesos y de encuentros con lugares-frontera a través de los cuales se podía acceder al Más Allá: islas de cristal, islas semovientes, rocas que guardaban la entrada a los infiernos, volcanes y murallas de fuego y otros muchos portentos detalladamente descritos en los relatos, jalonaban las rutas de aquellos aventureros. Quizá uno de los textos más conocidos a este respecto sea El viaje de San Brandan. Como escribe uno de sus cronistas, únicamente el Señor Dios podría permitirse dictar claramente al escriba las aventuras de navegación que a bordo de los navíos de Brendan emprendió éste sobre el inmenso mar, sobre el océano gris 28 y brumoso, sobre el océano de cristal y esmeralda, con rios sin orillas que corren hacia la tierra prometida a los Santos y a los Bienaventurados 17. Se describen en estas líneas algunas de las características más sobresalientes de nuestros lugares-frontera. Y en el examen de ellos debemos tener en cuenta que nada es como parece. Así, observamos su condición de inmensidad, pese a que, en ocasiones, los lugares se hallen circunscritos a espacios aparentemente reducidos o, cuando menos, limitados. También el carácter aventurero que ha de anidar –al menos en una mínima proporción- en quienes pretendan atravesarlos. Y no menos que lo anterior, el aspecto diferente que pueden adoptar los elementos más comunes: cambios de color, de sustancia, de naturaleza, en el agua, en el aire y en todo lo que, en un momento dado, nos rodea. El lugar-frontera no sólo es una puerta o un paso, sino también un recinto dotado con poderes desconocidos y no siempre benéficos. Quizá podríamos decir que es un lugar en el cual el ser humano no es precisamente la medida de todas las cosas. Tan solo es un ente más de los muchos que por allí pululan y atraviesan de parte a parte los infinitos senderos entre los que se establecen ciertos aspectos de la verdadera realidad. Tenemos, por ejemplo, los cementerios. En nuestra cultura son bastante posteriores al asentamiento definitivo del cristianismo y surgieron con la necesidad de mantener unidos tras la muerte a aquellos que, durante su vida, habían constituído una colectividad gobernada por la Iglesia. Muy pronto adquirieron un carácter de territorio sagrado, que se destinaba sobre todo a descongestionar al propio edificio eclesial de tumbas y restos humanos putrefactos. Todos los cristianos deseaban gozar de los méritos acumulados por las reliquias de los santos que se depositaban en el altar mayor de la iglesia durante la solemne consagración del edificio. En ocasiones, era el cuerpo completo de algún bienaventurado el que confería su fama al santuario. En cualquier caso, únicamente los privilegiados podían esperar ser enterrados cerca de esos auténticos depósitos de energía sagrada, por lo que fue 17 CRESTON, RENÉ-YVES, La navigation de Saint-Brendan. Terre de Brume Éditions. Rennes, 1996. pág. 21. (Traducción del francés, J.L.Cardero) 29 necesario habilitar los espacios delimitados y acotados que se convirtieron luego en los cementerios que conocemos hoy 18. Aparte de ser un lugar sagrado, objeto de una consagración especial prevista en los rituales eclesiásticos, en el que según las esperanzas alentadas por la fe cristiana, los cuerpos de los difuntos allí enterrados esperan la resurrección de la carne y la vida perdurable, es sin duda algo más para muchos. La cultura de los pueblos celtas, en la cual la muerte es un simple episodio de la vida y aparece profundamente imbricada con ella, hace del cementerio un lugar de paso entre este mundo y el otro. También es el espacio donde se manifiestan de una manera particular ciertos fenómenos, como la comunicación con los muertos y su presencia mediante apariciones individuales o procesiones fantasmales o en el que se recogen determinadas energías destinadas a ensalmos y encantamientos de diverso tipo 19 . Por estas razones el cementerio constituye en nuestra cultura un ejemplo paradigmático de lugar-frontera en el que confluyen varios aspectos de la relación del ser humano con lo sagrado. Además, la ubicación del cementerio en el extrarradio de las grandes urbes fue una evolución producida a partir de los siglos XVIII y XIX, cuando la congestión de los lugares de enterramiento próximos a las iglesias de mayor devoción amenazaba con producir graves riesgos sanitarios. En este sentido es clásico el ejemplo del cementerio parisino de Los Inocentes, evacuando los restos humanos acumulados durante generaciones hacia los subterraneos o carrières abiertas a causa de la extracción de piedra y arena para la construcción. Medida que se combinó con el establecimiento de nuevos cementerios, más exteriores y ventilados, en terrenos que por entonces se situaban fuera de la aglomeración urbana, como el muy conocido y también parisino del Père Lachaise. Pero con anterioridad a estas medidas, los cementerios estaban situados muy próximos a los núcleos habitados. Y todavía lo están hoy en 18 Ver sobre el particular LAUWERS, MICHEL, Naissance du cimetière. Lieux sacrés et terre des morts dans l´Occident médiéval. Flamarion, 2005. Para los enterramientos en culturas diferentes a la cristiana, ver Les hommes et la mort. Rituels funéraires à travers le monde. Musee de l´Homme. Paris 1977. 19 Tal como ocurre en el caso de la curación del “aire de Morto” en Galicia. Se acude a la tumba del muerto considerado como el causante de dicha enfermedad y, acostándose sobre su sepultura, se le ruega que levante el mal, al tiempo que se trata de recoger la energía de la tumba para facilitar el proceso de curación. Ver LIS QUIBEN, VICTOR, La medicina popular en Galicia.Ed. Akal. p. 67-68. 30 muchas localidades y pueblos pequeños de Europa. Incluso en ciudades más grandes, no es raro encontrarse de vez en cuando los restos de algún viejo camposanto que, perdida ya su función de enterramiento, continúa conservando sin embargo su papel simbólico y representativo como lugarfrontera en el que es posible invocar, de alguna manera, esos rituales cada vez más olvidados, tambien ellos, con el transcurso del tiempo. En los lugares pequeños y recoletos el cementerio es un territorio que conecta la realidad cotidiana con aspectos diferentes de ella –como puede ser, por ejemplo, el cuidado de las sepulturas- o con otros planos existenciales que para los habitantes de esos núcleos poblacionales siguen siendo plenamente actuales y culturalmente significativos. El cementerio suele desempeñar en estos casos un papel representativo de la identidad colectiva, puesto que allí, en sus tumbas, están depositados los restos de los antepasados, con los cuales es posible comunicarse, bien a través de la oración considerada como un elemento de la fe común a vivos y muertos, bien por medio de otras prácticas y saberes no tan ortodoxos. En cualquier caso, el cementerio pasa a ser una estructura culturalmente mucho más evolucionada que un simple depósito de cadáveres o la expresión de un problema sanitario. Se trata de un espacio en el que se lleva a cabo la comunicación y el control de relaciones entre este mundo y el Más Allá, dispuesto en planos de funcionamiento complejo y socialmente vinculados. Pero no es el cementerio el único –ni siquiera el más importante- de los lugares-frontera a los que nos referimos. También tenemos el bosque, con sus leyendas y sus peligros, reales o imaginados, pero siempre bien presentes en los relatos y tradiciones de casi todas las culturas. Allí residieron tiempo atrás las grandes y misteriosas fuerzas que posteriormente fueron divinizadas, convertidas en deidades que ni siquiera tenían forma ya que tan sólo eran presencias que se manifestaban mediante voces y oráculos. Los romanos encontraron muchos de estos bosques sagrados o lucus, reverenciados desde tiempo inmemorial por los pueblos que iban conquistando. En algunos elevaron aras dedicadas a las deidades desconocidas y que representaban a esas fuerzas numinosas. En otros, simplemente dejaron a la naturaleza la misión de construir sus monumentos vegetales en las oscuras umbrías por las que pocos se atrevían a pasar. 31 El bosque –o su expresión mayor, la selva- siempre ha sido un ámbito temeroso, en el que se conjugan las sombras y los extraños juegos de luces en los que intervienen las hojas de los árboles y enramadas con el sol o con la luna. Suele ser un lugar extrañamente silencioso, ya que todos los seres vivos que allí habitan están muy pendientes de sus vecinos o de los extraños que atraviesan los pocos y estrechos senderos que lo cruzan. Es necesario escuchar atentamente, pues ese suave rumor que se oye puede ser la muerte que se acerca a uno, inadvertida y veloz, transportada por la mordedura de una serpiente o de cualquier otra criatura que busca una presa o que intenta defenderse de alguna amenaza invisible, aunque presentida. El bosque es el hogar de divinidades poderosas, como hemos dicho. Son fuerzas que alientan entre el latido de muchas vidas que por allí se desplazan, se esconden o se arrastran. Y también en muchas culturas es el entorno en el que aguardan las almas desencarnadas de los antepasados. Por esa razón, los más avisados evitan circular por él a determinadas horas – especialmente por la noche- para no tener encuentros con los espíritus que casi siempre van a acarrear consecuencias nefastas para la salud y la tranquilidad de los vivos. En nuestras culturas más próximas el bosque es, además, un lugar-frontera que une el mundo profano de los espacios de habitación y residencia humanas con lo sagrado y lo numinoso. Allí habitan seres extraños, paradójicos, en los cuales se difuminan también –como suele ocurrir en todos estos espacios- las características a través de las cuales se clasifican los seres y las cosas. Como veremos en el epígrafe siguiente, es un lugar privilegiado para que en él sucedan cosas extrañas: apariciones misteriosas y no menos misteriosas desapariciones. También tenemos los caminos como ejemplo de estos lugares liminales. Los antiguos reverenciaban los caminos y los colocaron bajo la guarda de divinidades específicas. Hermes, guardián sobre todo de las encrucijadas. O los Lares Viales a quienes sus devotos dedicaban aras para evitar malos encuentros de cualquier tipo. En los cuentos y tradiciones populares, los caminos son territorios en los que suelen aparecerse seres extraños, procedentes de éste mundo o del otro. Cuando marchamos por un sendero y vemos a lo lejos alguien –o algo- que se aproxima, nunca sabemos con certeza que tipo de ser va a reunirse con nosotros. O que tipo de rostro nos mostrará 32 cuando esté bastante cerca y ya no sea posible huir. Porque el camino es también una entrada para ciertas entidades que cazan de día y también por la noche, en esa oscuridad por la que se aventuran sin pensar los incautos y los temerarios. Y, como no, puede ser asimismo una salida. La de alguien que, en una vuelta, detrás de alguna colina o en la espesura de ciertos árboles, simplemente desaparece. Estaba y, de repente, ya no está. Se ha perdido como el polvo que una leve brisa levanta llevándoselo luego consigo o como el grito de algun ave advirtiendo de un peligro que acecha en la distancia. Los caminos son uno de los lugares más característicos para las manifestaciones del Más Allá. Por ellos deambulan las procesiones fantasmales, esas hileras de ánimas que, con el tiempo, han sustituído a las salvajes y desenfrenadas cabalgatas de demonios y espíritus furiosos arrastrados desde el otro mundo. Cuando por las noches, los rugidos de las tempestades obligaban a los escasos viandantes a guarecerse en los abrigos brindados por casas campesinas o por simples cuevas, a la luz de las hogueras que se encendían para cocinar los alimentos y para obtener un poco de calor, se comentaban esos incidentes de camino y se narraban los extraños encuentros con lo sobrenatural y con lo desconocido mantenidos a lo largo de ellos. Todavía hoy, muchos siglos después, algunos trozos del sendero que aún se mantienen al margen de las modernas carreteras y autovías de asfalto, conservan los nombres de algunos viajeros allí desaparecidos o recuerdan fenómenos luminosos y sucesos en los que el misterio se va diluyendo poco a poco con los años. Pero no son únicamente los caminos. También algunos edificios que se levantan a su vera: posadas, castillos, iglesias, capillas o monumentos megalíticos poseen peculiaridares en éste sentido. Algunas piezas y habitaciones como las cocinas y los dormitorios son lugares privilegiados para las apariciones y los fenómenos extraños. Y dentro de ellas, determinados espacios o aberturas: puertas, ventanas, chimeneas, entre otros, pueden ser considerados puntos focales de tales sucesos. ¿Quién no ha oido hablar de una habitación maldita dentro de una casa determinada, o de un hotel? Tal vez en ella se produjeron acontecimientos violentos y desagradables en alguna ocasión y por eso ha quedado contaminada con aquella experiencia. Pero tal vez también, ese suceso dramático o sangriento sólo es un eslabón de una 33 cadena que se extiende años, quizá siglos atrás y es el propio recinto el que expresa así, con esas ocurrencias, su especial condición de lugar-frontera. La toponimia suele ser reveladora al respecto incluso hoy: el collado de los duendes, el río de la luminaria, el bosque de los silbos, el castillo encantado o la casa de la bruja. Cada uno de esos nombres esconde, por decirlo así, el testimonio ya casi perdido de una historia que nos ilustra acerca de una abertura o sobre una grieta instalada de manera más o menos permanente en las cómodas coordenadas y estables referencias de nuestro espacio-tiempo. Casi siempre son sucesos a los que no se concede demasiada atención fuera del ámbito o de la localidad en la que han sucedido. En ocasiones, algunos autores famosos recogen ese testigo casi extinguido de un pasado peculiar y lo hacen figurar en sus relatos: pozos que albergan un secreto siniestro junto a un tesoro, playas solitarias sobre las que aparecen y desaparecen extraños personajes luminosos, habitaciones especiales de casas encantadas en las que el visitante incauto corre un peligro mortal, colinas sobre las que de repente surgen luces de hogueras que no son de este mundo, figuras que aguardan o que vigilan entre las sombras al borde de un camino… Arthur Machen, Algernon Blackwood, M.R. James o el propio Bram Stocker, incluso antes de su inmortal Drácula, pueden ser algunos de nuestros testigos. ¿Qué ponen de relieve estos relatos y testimonios de una realidad ignorada y muchas veces, ya perdida? Entre nosotros, muy cercanos a veces, infinitamente alejados otras, permanecen fuerzas innombrables que están ahí desde el principio del mundo. Están y actúan. Es decir, no se limitan a hacer acto de presencia sino que intervienen –en ocasiones de forma muy activasobre la existencia y el discurrir vivencial de las personas que están a su alcance. Los cuentos y las tradiciones populares muestran en muchos de sus relatos experiencias de ese tipo, en las que alguien se tropieza de repente con un ser extraño. En ocasiones, la propia de la tradición identifica a ese ser mediante la referencia a un oficio o a una ocupación de las que existen en el catálogo simbólico-cognitivo de la colectividad de que se trate. Casi siempre se trata de oficios paradójicos, que están en contacto con elementos clave de la naturaleza o de la comunidad, o próximos a los acontecimientos claves de la vida, como el nacimiento y la muerte: sastres, herreros, parteras, enterradores, saludadores, zahories y muchos otros, cuya referencia pormenorizada 34 suministraría materia casi ella sola para un estudio de los oficios y ocupaciones-frontera, o, cuando menos, ejercidos y practicados en la vecindad de esos lugares-frontera de los que nos ocupamos en el presente trabajo. En relación con lo que acabo de decir, es necesario sin duda mencionar a los santos. Pero no tanto a los que ocupan los lugares oficiales previstos por la hagiografía cristiana, como aquellos otros de los que el propio santoral desmiente su misma existencia y que, casi siempre y en la mayoría de los casos, se han distinguido precisamente por llevar a cabo actividades en las regiones y zonas liminales existentes entre nuestro mundo y el otro. Se trata de personajes en los cuales todo –incluso su propia corporeidad física- permanece envuelto en las sombras del misterio. A menudo se ignora cual ha sido su lugar de nacimiento –salvo referencias vagas y generales a un amplio territorio- y tambien cuales fueron sus actividades con anterioridad a ese golpe o suceso puntual por medio del que, en un momento dado, fueron catapultados hacia la santidad o la fama duradera a través de los siglos. Se sabe, eso sí, de sus combates con algunas entidades malignas, o simplemente extrañas, en momentos especiales de sus vidas: lucha contra el demonio o las fuerzas del mal personificadas en ocasiones en un dragón, milagros extraordinarios, como el de salvar a una ciudad entera de su inminente ruina, o incluso, en sentido contrario, destrucción de una localidad que no les acoge o les rechaza en su predicación o en sus andanzas. De todo esto y mucho más están llenas las vidas de santos como San Jorge, San Dunstan o San Gwenole, por no hablar del extraordinario San Columbano, del mismo San Patricio, patrón de Irlanda o de su colega Santa Brígida, que oculta en su nombre o en el número de personajes sagrados y milagrosos que también, como ella, llevaron esa denominación, nada menos que a la triple diosa céltica Brigit 20 . Como podemos observar a partir de lo dicho, los lugares-frontera, además de su condición paradójica, liminal y de su función de contención de lo extraordinario y lo misterioso –entre otras características menos conocidasllevan consigo también la propiedad de ejercer una influencia y de modificar hasta una cierta distancia todo lo que pueda encontrarse a su alcance. Los 20 Ver en este sentido MARKALE, JEAN, El cristianismo celta. Orígenes y huellas de una espiritualidad perdida. Jose J. de Olañeta Editor. 2001. 35 personajes que se manifiestan a través de estos auténticos transformadores de energía cultural adquieren –si no las poseían antes- cualidades excepcionales tanto en lo que se refiere a las circunstancias de su vida, como en lo que atañe a sus poderes de actuación sobre determinados elementos de la realidad. Se trata de conformar una situación singular dentro de un conjunto de acontecimientos excepcionales, tal como ocurre, por ejemplo, cuando uno de estos santos repite el milagro de los panes y los peces, pero con un único pescado milagroso capaz de renovar su carne a medida que ésta se consume, según sucede con San Corentín, o en la ocasión en que otro de esos protagonistas de lo extraordinario permanece, durante lo que él considera un instante, embelesado por el canto de unas aves recién llegadas a su jardín, mientras para el mundo exterior a ese recinto de conciencia alterada han transcurrido verdaderamente dos o tres siglos. En los lugares-frontera además de acceder a otro mundo, los que por allí atraviesan o aquellos que penetran en el ámbito de su influencia, experimentan una modificación de su percepción, de su conciencia y de los sistemas de integración e interpretación cognitiva que permiten entender el Cosmos humano. Comida, bebida, traslados de un lugar a otro, necesidades o sensaciones diversas, ya no tienen el propósito o el fundamento de antes. Como resultado paradójico, surge la descripción textual de una de tantas experiencias narradas acerca de las propiedades de tales recintos. Muchos de los relatos que sobre ello poseemos son por tanto testimonios de ese milagro. A nosotros nos queda todavía un largo camino cuando pretendemos descifrar los secretos que, aún apenas desvelados, se nos muestran siempre a través de brumas y misterios. 36 1.2. Selvas y bosques: Luces, destellos, apariciones y desapariciones. El bosque es un reducto que en los cuentos y narraciones populares, así como en el folklore de muchos países, sirve como lugar en el que se refugian toda una serie de criaturas extrañas, así como seres paradójicos de diversa índole. También puede ser guarida de los Monstruos y de los Dioses Oscuros y morada más o menos definitiva de los ancestros. Es muy adecuado para ello, por otra parte, puesto que se trata de un ámbito que en cualquier caso permanece casi siempre libre del dominio humano, ya que es muy difícil colonizarlo en su propio ser y para sobreponerse a él es necesario destruirlo mediante rozas, tala de vegetación o apertura de vías de penetración que transformen su suelo salvaje en terreno apto para los cultivos o para la residencia. En la antigüedad, Europa estaba cubierta por enormes y espesos bosques, divinizados por los germanos y los celtas. Los primeros veneraban en ellos sus árboles sagrados. Los segundos, establecían los claros de la selva primigenia –nemeton- como santuarios para sus divinidades polifuncionales. Durante muchos siglos –incluso después de la cristianización- se negaron los celtas a construir edificios de piedra para dedicarlos al culto sagrado. Para ellos, lo numinoso tenía su expresión más pura y avanzada en los calveros o espacios sin vegetación que, de una manera natural, aparecían entre lo más espeso de la maleza. Allí se recogía el muérdago, planta sagrada. Pero esa labor no podía realizarla cualquiera. Eran los druidas quienes se encargaban de penetrar en aquellos espacios consagrados, estando absolutamente prohibido para los demás bajo severas interdicciones. En los bosques crecían también los espíritus de la tierra y se podía – estando capacitado para ello- captar los mensajes que esa energía telúrica, al tiempo mineral y vegetal, emitía continuamente. Pero muchos de los que, imprudentemente, entraban en el bosque, no volvían a salir de él y quedaban apresados entre sus miles de brazos que, como serpientes, les retenían para siempre. Al mismo tiempo, la selva concedía a determinados seres una cualificación especial, tal como ocurría con el misterioso sacerdote de Nemi, guardián de un culto secreto, tal vez relacionado con el de Diana, a través de 37 los espesos bosques y del lago llamado Nemorensis, del que nos habla J.G. Frazer en La rama dorada. Así, nos dice, en la orilla norte de ese lago, cerca del villorrio de Nemi, estaba situado el bosquecillo sagrado y el santuario de Diana Nemorensis o Diana del Bosque. En medio de aquella espesura, una figura rondaba día y noche con una espada desenvainada en la mano, vigilando cuidadosamente a su alrededor, esperando en cada instante ser atacado por un enemigo. Ese vigilante era a su vez el rey y el sacerdote del santuario. Cualquiera que llegara hasta él y lo matara, heredaba su cargo y su preocupación hasta que, a su vez, fuera muerto por otro más agil, más fuerte, o más capaz 21. En ésta historia estudiada por Frazer se nos muestran varias características del poder que reside en el bosque y que puede ser recogido de alguna manera por ciertos practicantes. En primer lugar, tenemos la relación con el culto de Diana, transposición de la antigua Artemisa, representación ella misma de la Diosa Madre de los cultos más primitivos. Esa proyección se lleva a cabo en este caso a través de dos elementos fundamentales: el bosque, la espesura de árboles y maleza, junto con el lago, reservorio de agua profundo y aparentemente en calma, que encierra dentro de sí la energía ctónica. En segundo lugar, la transitoriedad del poder recibido. Se disfruta de él, se soportan sus cargas, pero en todo caso de manera provisional y transitoria. En cualquier momento puede llegar un aspirante que arrebate la corona del poder y del saber, pues uno y otro siempre van unidos. La conciencia de esa interinidad y de la unión de la fuerza y el conocimiento secreto son las claves principales para llevar a cabo una actuación ritual y cultualmente adecuada. En tercer término, el conocimiento que ese poder comporta no se puede transmitir a los demás, o al menos a todos los demás. Cuando otro pretende hacerse con él, su anterior poseedor debe morir, es decir, ha de pasar al Otro Mundo sin revelar su secreto a nadie más que a su sucesor. Y ésta es una de las constantes que se mantienen siempre en relación con el hipotético conocimiento que es posible adquirir en contacto con lo numinoso en cualquiera de sus manifestaciones. El conocimiento plenamente desarrollado, maduro, implica la necesidad de una transición a un nivel distinto: esa 21 FRAZER, J.G., La rama dorada. F.C.E., Madrid, 1993. pág. 23. 38 transición está casi siempre representada por la muerte, sea ésta simbólica o real y verdadera. Y asimismo, únicamente la muerte confiere el conocimiento tan ansiosamente perseguido, el cual, una vez que se consigue, habrá de disfrutarse en otro plano de existencia diferente. Guardián del conocimiento secreto, el bosque es, al mismo tiempo un refugio para todo tipo de seres paradójicos, liminales y desestructurados. Los relatos antiguos y modernos recogen esa circunstancia entre sus líneas o en su texto: espíritus errantes, almas en pena, bandoleros y salteadores, monstruos de dos, cuatro o más patas, criaturas de otra dimensión, pobladores de leyendas y tradiciones como elfos, hadas y gnomos, sicarios y asesinos de diversa ralea y condición… todos ellos y muchos más, unos conocidos, otros totalmente desconocidos, vagan, residen y fluyen a través de las enramadas y los viejos caminos del bosque. En sus oscuras oquedades o en los apartados y ocultos claros donde en otros tiempos se manifestaban Pan, Silvano y demás fuerzas extrañas, mora el misterio, se expresa todo aquello que huye de los territorios delimitados y clasificados por la cultura humana. Sin embargo el bosque fue en edades ya pasadas y continúa siendo en nuestros días uno de los referentes básicos de los sistemas culturales y de los universos simbólico-cognitivos de muchas civilizaciones, entre ellas, la nuestra propia, algunos de cuyos signos difícilmente podrían entenderse sin ese vínculo con el ámbito silvestre 22 . Así, ciertos aspectos del comportamiento relacionados de una manera específica con lo numinoso y lo sagrado, juegan con un sistema de influencias en las cuales todavía aparecen implicadas las relaciones mantenidas antaño en el bosque primordial. El deslizarse de los caminos entre la espesura, la sensación experimentada cuando el sendero que se extiende aparece protegido por una bóveda vegetal y se introduce en la umbría misteriosa de más adelante donde, tal vez, aguarde alguna Presencia. Esa misma sensación se produce en nuestro mundo urbano cuando observamos una perspectiva alargada de arcos, soportales o galerías en 22 Por ejemplo, en Nepal, el bosque juega un papel central en las representaciones religiosas de las poblaciones de aquél territorio. Se asocia a lo Otro, a lo salvaje y peligroso, a los muertos no pacíficos, en oposición con los lugares habitados, domésticos y los ancestros. Ver TOFFIN, GERARD, La forêt dans l´imaginaire des populations de l´Himalaya népalais. En Revue de l´histoire des religions, RHR 2/2005. Nature et sacré. Du Bénin au Népal. 39 ciertos edificios, que adquieren con esas expresiones proxémicas 23 un carácter selvático sagrado, el cual deriva de la expectación y del aguardar que emanan siempre de lo numinoso. Porque si algo no falta en el bosque, es tiempo. Todo él está hecho, fraguado, arropado, en el transcurrir de los siglos y de los milenios. Su vivencia se manifiesta, por tanto, a través de dos acontecimientos, cada uno de los cuales participa de alguna manera en la semi-eternidad de los procesos geológicos y minerales del planeta: el estancamiento y el fluir. Y ambos son también característicos de lo numinoso. ¿Cómo son entonces, visto lo anterior, las criaturas que habitan el bosque? ¿A qué orden clasificatorio y a que mundo pertenecen? ¿Cuáles son las relaciones que mantienen entre sí o con aquellos a los que abordan en su reino? Ante todo, es necesario resaltar un hecho que parece producirse en casi todas las culturas que tienen algo que ver con el bosque. Las criaturas que lo habitan pueden pertenecer, en principio, a cualquiera de los diversos mundos, planos o realidades que confluyen en ese espacio. Pueden ser reales para algunos, imaginarias o ilusorias para otros. En ciertos casos no representan peligro para los humanos, mientras que en otros suponen un riesgo mortal, no sólo para el cuerpo, sino para el espíritu. En ocasiones, su presencia o su encuentro pueden traer consigo suerte y ventura. Sin embargo, en determinados momentos, la proximidad o la influencia de estos seres constituyen un acontecimiento sumamente desagradable y penoso. Veamos lo que nos dice al respecto Walter Scott: La admirable montaña, de vegetación lujuriante, coronada de árboles tan majestuosos y diversos y llena de tan túpidas espesuras, guardaba en sus ocultas cavernas, según la gente de los alrededores, palacios de hadas, raza de criaturas aéreas de una categoría intermedia entre la del hombre y la de los demonios, las cuales, sin ser precisamente enemigas nuestras, debían evitarse cuidadosamente, en atención a sus caprichos y a su carácter irritable y vengativo… Se las llama Daoine Shie, o sea, criaturas de paz…24. 23 24 Es decir, relacionadas con el espacio como distribución socialmente organizada. SCOTT, WALTER, Rob Roy. Editorial Ramón Sopena, S.A. Barcelona, 1966. pág. 272. 40 El famoso escritor de Edimburgo conocía muy bien las tradiciones de su país y las leyendas y relatos mitológicos cuyos protagonistas eran aquellos personajes fantásticos con los que el folklore escocés puebla las Highlands o Tierras Altas, aunque los tenía como ejemplo de lo que las supersticiones y la ignorancia pueden hacer con un pueblo crédulo. No obstante describe muy bien y con detalle a esos habitantes de los bosques y de los dun-shie 25 , no solo en lo que se refiere a Escocia sino también a Bretaña o Armórica, según puede verse en su History of witchcraft and demonology 26. Allí nos dice que en tiempos del Rey Arturo, todo aquél país de Bretaña se hallaba verdaderamente atestado de hadas, que eran cantadas y celebradas por los bardos de la antigua raza celta, por más que estas desaprensivas y hasta cierto punto peligrosas criaturas tuviesen la desagradable costumbre de raptar y de llevarse con ellas a sus etéreos dominios a muchos de cuantos pasaban sin permiso por los senderos del bosque, sin que el sexo, la edad o la condición de los afectados influyese en la determinación de esos extraños seres. El reverendo Robert Kirk, que fue párroco de Aberfoyle, población de la margen izquierda del estuario del Forth en Escocia, allá por el siglo XVII, nos habla también de esos seres a los que llama en general la buena gente o la comunidad secreta, refiriéndose a los sith´s o fairies. Si les denomina buena gente (sluagmaith en gaélico) es, tal como él dice, para prevenirse de sus malas intenciones. Y les atribuye –haciéndose eco de las tradiciones de los lugareños escoceses- una naturaleza que se reparte en igual proporción entre la del hombre y la del ángel, con temperamento inteligente, cuerpos ligeros y cambiantes 27 . Aunque les da residencia en túneles, subterráneos y grietas de la tierra, habla también de su aparición en el bosque y la floresta, progresivamente arrojados de sus habitáculos hacia los páramos más agrestes y salvajes por las labores humanas de roturación y cultivo de las tierras. Son éstos habitantes típicos de los bosques, según la tradición que no difiere mucho de unos lugares del mundo a otros. Pero no son los únicos. Se 25 Especie de túmulos funerarios pertenecientes casi siempre a la cultura megalítica, muy anterior a los celtas, pero asumida por éstos. 26 SCOTT, WALTER, Historia de los demonios y de las brujas. Editorial Glosa, Barcelona, 1976. pág. 93 y s. 27 KIRK, ROBERT, La Comunidad Secreta. Ediciones Siruela. Madrid, 1993. pág. 37 y s. 41 habla también de que en algunos lugares escondidos y poco frecuentados por los seres humanos, pueden habitar ciertas entidades de una naturaleza no del todo aclarada. Cuando las selvas se extendían mucho más que hoy, antes de que la agricultura desbrozase grandes áreas de arboledas y vegetación, residían allí algunas divinidades a las que se adoraba a distancia, sin penetrar demasiado en sus refugios, ya que el encuentro con ellas podía resultar peligroso. El recuerdo de estos dioses se conserva todavía en las leyendas y costumbres de muchos pueblos. Así en Eurasia, como en la India, aparece el Señor de los animales, una divinidad poco conocida representada en el caldero de Gundestrup que se encontró en Dinamarca, tocada con unos grandes cuernos de cérvido y que en ocasiones puede ser asociada al dios céltico Cernunnos. No obstante, de vez en cuando estos dioses adoptan un carácter mucho menos bucólico y se convierten entonces en una especie de vampiros que tratan de absorber la energía vital de sus víctimas, tal como relata Algernon Blackwood 28 . Desdichados aquellos que los encuentren en su camino y no sepan –o no puedan- huir a tiempo. En el bosque se refugian asimismo fieras y monstruos. Lobos, osos, zorros y perros asilvestrados encuentran su guarida en lo más espeso de sus apartados retiros y aunque ese hábitat no es el más apropiado para dichas especies animales, que por lo general necesitan áreas elevadas y despejadas para avistar mejor a las presas, sí resulta serlo para las necesidades y objetivos de la tradición popular, que integra en el bosque y en la espesura a éstas y otras figuras del imaginario colectivo. Allí están ubicadas también entidades como los lobishomes, licántropos, hombres lobo o werewolf, de tanta raigambre en el folklore de nuestros países. El bosque aparece como la representación típica del Más Allá en muchos textos literarios, desde las novelas del ciclo artúrico hasta los cuentos populares y en él existen por tanto criaturas y seres de condiciones muy distintas, de pelaje real o imaginario, de este mundo y del otro 29 . Muchas dimensiones se cruzan e interrelacionan en ese ámbito, reservorio de 28 BLACKWOOD, ALGERNON, Los sauces. En Antología de cuentos de terror. 3. De Arthur Machen a H.P.Lovecraft. Alianza-Taurus. Madrid, 1988. pág. 182 y s.. 29 Debemos recordar que, según Plinio, en su Historia Natural, en ese ámbito se llevan a cabo ritos de canibalismo y licantropía como una parte de la iniciación de los guerreros. Allí se producen también las transformaciones en lobo de ciertos individuos. Además, en el bosque viven, entre otras criaturas extraordinarias, los ogros, protagonistas de tantas historias. 42 elementos y sistemas mitológicos que pueden ser luego perfectamente integrados en la elaboración de leyendas, consejas, relatos y tradiciones de muy diverso tipo. Y en este sentido, las relaciones que todas esas criaturas y entidades puedan establecer entre ellas o con los habitantes del mundo exterior al bosque, son importantes para entender en su conjunto el funcionamiento y el sentido de dicho entorno. Así, Perceval el Galés, héroe del Cuento del Grial de Chrétien de Troyes, crece en el bosque. Pasa sus primeros años viviendo en una yerma floresta solitaria y aislado del resto del mundo, acompañado únicamente por su madre, por algunos labradores que con su trabajo cubren las necesidades de esa reducida familia y por visitantes esporádicos. Es el hijo de la dama viuda, descendiente de una familia caballeresca de la que apenas se nos dan algunas escasas noticias 30 . Pero, según manifiesta el relato, tanto la madre de Perceval como su padre parecen tener una naturaleza peculiar, pues ella procede de las ínsulas del mar –que suelen representar al Más Allá en la mitología celta- y el padre resulta ser el Rey Pescador, monarca tullido por una herida infligida en medio de las piernas. Por su parte, el propio Perceval es el tercero de sus hermanos, es decir, el nacido en tercer lugar, que es condición de muchos héroes tocados por lo sobrenatural y lo extraordinario, según puede comprobarse en los datos suministrados por las tradiciones céltica e indoeuropea más antiguas 31. Por lo tanto el bosque es también, además de lo que se ha dicho, un lugar de iniciación para ciertos individuos destinados a empresas o hazañas que requieren una preparación y un cuidado especiales, que han de recibirse en soledad, apartados del mundo. No se adquieren allí la ciencia o el conocimiento profanos, sino el Saber sagrado, esotérico, impartido bien por personajes del Ultramundo o por sus enviados. Y esta condición del bosque como recinto iniciático lo pone asimismo directamente en relación con lo numinoso, pues únicamente en las proximidades de ese mysterium tremendum et fascinans de lo sagrado es posible recibir aquellas enseñanzas especiales o, cuando menos, permitir que el espíritu se disponga para su llegada. 30 CHRETIEN de TROYES, Perceval o El Cuento del Grial. Espasa Calpe, S.A.. Madrid, 1961. Para ver un desarrollo más pormenorizado de estas y muchas otras referencias mitológicas acerca de los relatos de la Materia de Bretaña, consultar PHILIPPE WALTER, Perceval. Le pecheur et le Graal. Éditions Imago, Paris 2004. 31 43 Hablamos de aquellos que residen en el bosque, bien porque es su hábitat natural o porque han sido forzados de alguna manera a vivir allí, apartados y excluidos del resto del cosmos humano. Pero también tendremos que hablar de aquellos otros que, sin verse obligados a una permanencia en dicho ámbito, desean atravesarlo y perderse en sus entrañas. En ocasiones, los caminos que se adentran en el bosque se parecen a enormes fauces que están allí, en el límite, en la frontera de los mundos, aguardando a los incautos que se dejen devorar y deglutir en el inmenso y lóbrego intestino vegetal que les acecha. Porque existen gentes que escogen el bosque para retirarse del mundo, para practicar una ascesis rigurosa de separación y de catarsis, para encontrar los resonadores adecuados que les permitan acceder a un nivel distinto de conciencia. El bosque, con su ausencia de memoria, con su carácter de inmensidad y pluralidad, permite esa revelación y el posible despertar a una nueva vida para todos aquellos que desean dejar atrás su existencia anterior. Muchos personajes de los cuentos que viven en el bosque poseen un carácter féerico y extraordinario que les permite, por ejemplo, pasar del estado de vivos al de muertos –o cuando menos a una situación de vida suspendidaregresando posteriormente a la de partida sin demasiados problemas, como en el caso de la abuela de esa popular heroína del cuento de Charles Perrault llamada Caperucita Roja, que es devorada por el malvado lobo del bosque y, más tarde, rescatada del vientre de aquél monstruo y devuelta a este mundo, con lo que, desde luego, se hace justicia, pero con lo que se demuestra también la condición paradójica de ciertos personajes de los cuentos, teniendo presente sobre todo que dichos personajes son, en realidad, encarnaciones de arquetipos que fueron transmitidos a lo largo de la tradición desde remotas edades. En el bosque residen curiosas criaturas capaces de conectar este mundo y el otro, de vincular nuestra realidad cotidiana con otra ajena, de actuar como catalizadores para experiencias relativistas en las que el tiempo y el espacio se confunden, se dilatan o se contraen hasta extremos inconcebibles para aquellos que observan el proceso desde fuera. Tenemos aves cantoras que adormecen con sus trinos mágicos, frutas que inducen sueños letárgicos y provocan incluso la muerte aparente, lugares aparentemente inocuos por los que se atraviesa y de los que se puede salir totalmente transformado, seres 44 con el aspecto de animales comunes y corrientes pero que no sólo pueden hablar y entenderse con los seres humanos sino que son capaces de conseguir metas aparentemente imposibles de la manera más sencilla, objetos maravillosos que se trasladan ellos mismos y trasportan a sus dueños con velocidad prodigiosa, así como muchas otras cosas. Todos estos instrumentos mágicos y circunstancias extraordinarias son, seguramente, los disjecta membra de algún antiguo saber perdido y arrebatado por los siglos o por el transcurrir del tiempo. Ya no quedan de él más que débiles testimonios que recuerdan acontecimientos prodigiosos que tuvieron lugar en el Otro Mundo, en el Paraíso, en la Tierra de Nunca Jamás o en el Avalon de los relatos artúricos. Pero el bosque es un lugar de paso para muchos de esos poderes, un ámbito que encierra entre sus millones de brazos entrelazados el misterio de un tránsito que en ocasiones es ansiosamente buscado, pero que en muchas otras puede ser impuesto a sus protagonistas. Hablamos, así, de apariciones y desapariciones misteriosas que ocurren en el bosque. De seres que entran pero no vuelven a salir, aunque tal vez puedan hacerlo en alguna otra manera diferente, ni siquiera soñada o concebible para nosotros. El bosque, como hemos dicho, es el lugar de los caminos que se adentran en la espesura, que se introducen en una masa vegetal densa y poblada que, en sí misma, es todo un universo. Autores como M. R. James nos hablan en sus relatos de ciertos personajes capaces de deslizarse a través de esas líneas de fuerza determinadas por los caminos del bosque, para presentarse junto al descuidado caminante y manifestarse en su proximidad, o tal vez sería mejor decir, en el interior de su cabeza, de sugerirle su presencia desaconsejada, insidiosa, un punto hostil. Lo que nos lleva a pensar en la naturaleza proteica de estas criaturas culturales que pueblan los relatos y tradiciones de muchos pueblos y de cómo, a través de complejos míticos, se van ordenando y constituyendo los parámetros más importantes de una identidad colectiva. Lo extraño tiene su asiento entre las enramadas de los bosques en medio de las cuales existen pasos que conducen hacia mundos diferentes y quizá también absolutamente ajenos. Aquellos que se introducen en ellos de forma voluntaria pueden obtener un conocimiento secreto y tal vez algún poder extraordinario, pero asimismo pueden ser arrebatados por algún torbellino 45 inexplicable que los traslade hacia dimensiones inimaginables o hacia otras realidades coexistentes con la nuestra que suelen permanecer invisibles. Quienes franquean los límites, abordan un entorno cuyas coordenadas no acostumbran a figurar en los mapas, pero que sí puede estar minuciosamente descrito en los prontuarios básicos de las culturas a las que pertenecen las relaciones que constituyen ese ámbito. Así, por ejemplo, el bosque puede albergar los fantasmas de algunos seres que abandonaron éste mundo de forma violenta, siendo ahorcados o ejecutados, bien por sus crímenes o por alguna venganza. El mundo de tales espíritus encolerizados y ansiosos suele verse desde arriba, como si colgasen de las ramas más altas de ciertos árboles manchados de sangre. Así observan ellos a los incautos que invaden su recinto maldito y lleno de rencor. Descienden desde aquella elevación para actuar contra los invasores de su mundo, los cuales empiezan por sentir un extraño desasosiego venido de las alturas de ese reino vegetal aparentemente inofensivo y no sería raro que terminasen ellos mismos colgados de las ramas siniestras si no consiguen huir antes del peligro, invisible, pero no por eso menos real. Además, si con la madera de esos árboles habitualmente utilizados en ejecuciones y que suelen ser bien conocidos en su entorno (el árbol del ahorcado, el árbol de las ejecuciones o de la sangre, el roble del juez y otras denominaciones por el estilo) se modelan o confeccionan ciertas figuras, éstas pueden servir como transmisores de maldiciones e incluso de muertes 32 . Claro está que casi nadie cree en tales cosas, hasta que se tropieza con ellas. Entonces pueden empezar a ocurrir problemas muy graves. Las advertencias que nos llegan desde los entornos misteriosos de las otras realidades que en un momento dado coinciden con la nuestra cotidiana, están asimismo previstas en el ordenamiento cultural de los diferentes grupos sociales y aparecen también en los cuentos y tradiciones populares. Quien no conoce, por ejemplo, las instrucciones que de manera minuciosa y detallada, se refieren a la manera correcta de penetrar en el bosque y de transitar por él para no perderse o para alcanzar un determinado objetivo cual puede ser un tesoro –que casi siempre oculta el acceso a un conocimiento secreto o 32 Véanse, sobre el particular, es decir, sobre estos especiales fantasmas boscosos, los magníficos relatos de M. R. JAMES, Cuentos de fantasmas, Editorial Siruela, Madrid, 1996. 46 escondido- un recinto (castillo, fortaleza, edificio mágico) o tal vez una situación esperada o pretendida con mayor o menor fundamento. También existen enseñanzas codificadas acerca de comportamientos mantenidos con respecto a las criaturas que pueden habitar por esos recintos y sobre las actitudes que han de tomarse frente a situaciones generadas por ellas o por el incumplimiento de las normas previstas en tales situaciones. Así, son innumerables los casos que se relatan sobre personas de condición humilde que han visto como los trozos de madera arrancados a un árbol colocado en un lugar especial del bosque se transformaban en lingotes de oro, con la condición de que se guardase algún secreto exigido a cambio del extraordinario regalo. Pero, bien por curiosidad o por codicia, tal vez a causa de la envidia o de la simple y pura malevolencia, esos mismos elementos de riqueza se vieron más tarde cambiados en cenizas. Lo que nos indica que los dones sobrenaturales y las dádivas otorgadas por los seres extraordinarios que habitan en los bosques se conceden a cambio de algo o exigen comportamientos especiales y, en cualquier caso, suponen un trueque que no siempre va a ser favorable ni a cubrir las expectativas despertadas. Después de todo, múltiples y etéreas criaturas deambulan por la tierra, invisibles, en la nocturna paz o en la vigilia 33 , se dice cuando es necesario reconocer que se ha transitado por ciertos bosques y se han tenido por allí encuentros de los que es preferible no hablar demasiado o ha sido uno testigo involuntario de determinadas reuniones celebradas en el retiro de los campos oscuros. En ocasiones, sin embargo, tal como he apuntado anteriormente, los testigos no son en modo alguno involuntarios, sino que ellos mismos buscan y buscan en medio de las sombras, por entre lo más espeso de los árboles. Tratan de encontrar las huellas de seres especiales que por allí pasaron o que en esas espesuras tienen su morada. Porque ¿No ocurre con frecuencia que cuando uno vaga por determinados sectores del bosque, le parece, de pronto, que atraviesa una frontera invisible? Pues en ese mismo instante se encuentra dentro del ámbito de caza –así podría llamarse con toda propiedad- de ciertas entidades poco inclinadas a la clemencia con los curiosos. Y los árboles ya no se muestran entonces distribuidos caóticamente, sino ordenados de acuerdo 33 M.R.James afirma que esta cita es de John Milton: Millions of spiritual creatures walk the earth/ Unseen, both when we wake and when we sleep. Ver o.c. nota 29, pág. 142. 47 con ciertas reglas, cuyo sentido comienza a abrirse paso en la aturdida sesera del intruso, aunque quizá entonces ya sea demasiado tarde para que ese conocimiento le vaya a ser de ninguna utilidad. La selva y el bosque –dos etapas a veces coincidentes, a veces distantes, de la misma entidad- pueden absorber al paseante descuidado, pero también pueden regalarle con la mejor música de los dioses. Véase sino el ejemplo de Nietzsche con su Zarathustra. Se trata en éste caso, desde luego, de una aparición genial, recibida a través de las nieblas vagas y temerosas que se deslizan como serpientes entre los árboles. Sin embargo, en ocasiones, los dioses se comportan de una manera más insidiosa, ocultando sus fuentes y el sendero que conduce hasta sus moradas, disfrazando la realidad de misterio y sorprendiéndonos con fenómenos inexplicables. Muchas veces reside alli la justicia certera e inmisericorde de lo numinoso. De manera que todo aquél culpable de un crimen oculto debe guardarse de transitar por las soledades del bosque, de día o de noche, pues la presencia o ausencia de luz solar –o, llegado el caso, de luminarias artificiales- no supone diferencia alguna en el desarrollo de estas cuestiones, y bien pudiera ser que recibiese algún golpe llegado de quien sabe donde. Hemos de preguntarnos, además, que es lo que sucede en ciertos claros y recintos apartados, protegidos por árboles centenarios y por la maleza que los une, haciendo el avance dificultoso y, en ocasiones, hasta imposible. Allí, cuando sale la luna –también ocurre bajo la aparentemente debil, aunque en realidad muy poderosa, luz de las estrellas- el espacio acotado aguarda la llegada de algunos seres. Si alguien suficientemente preparado se coloca en el centro de tales lugares selváticos y concentra su pensamiento en eso que ha de venir hasta él, podrá ser testigo de la manifestación de entidades que con frecuencia se ocultan bajo la forma de grandes lobos. Y quizá sea capaz de dominarlas o, al menos, de dialogar con ellas. Cualquier otro huiría horrorizado ante la presencia de los que acuden, porque en verdad su aspecto es terrible. Pero si lo hace así, cometerá un gran error. Probablemente el último de su vida. ¿Cómo se debe actuar entonces? Con la seguridad que proporcionan, precisamente, el Saber y el Conocimiento. La inmovilidad y la concentración son las claves para que aquél o aquellos que llegan proporcionen las 48 respuestas que se buscan con tan extraña actividad nocturna. Se puede salir con bien de una visita semejante a los misterios del bosque siempre y cuando sea posible presentar una garantía suficiente para ello ante los que cuidan y vigilan en el trayecto. Y eso lo sabían muy bien los antiguos pobladores de nuestros territorios. Por eso divinizaron a esas fuerzas desconocidas y temibles señalando mediante monolitos y rocas talladas el camino para llegar hasta ellas. En uno de sus relatos, Arthur Machen nos habla de las experiencias, no demasiado tranquilizadoras, que ciertos exploradores sufrieron muy a su pesar cuando, en alguna de sus aventuras, llegaron a levantar el velo que oculta los misterios terribles que permanecen ahí mismo, a nuestro lado y que de vez en cuando se manifiestan entre nosotros, siendo apresuradamente cubiertos con una leve capa de pseudo-racionalidad por los practicantes de las ciencias y de las religiones contemporáneas. Una muestra de estos misterios es la estatua blanca representando a un fauno o sátiro, la cual fue encontrada –según el relato de Machen- en un lugar del bosque que había sido escenario de ciertos sucesos en los que el Mal –en una forma apenas reconocible para nuestras mentes humanas- se había manifestado. La escultura llevaba una inscripción en latin y estaba dedicada a Nodens, el terrible dios de las Profundidades. Fue erigida por un tal Flavius Senilis, con motivo de las nupcias que vio bajo la umbría 34 . Ello tal vez nos lleve a ser conscientes de la auténtica naturaleza de ese crisol de mundos que es el bosque y de la pluralidad de seres que por allí transitan en su ir y venir, en su aguardar o en su fluir. Porque, en su seno, nada de lo que permanece puede ser cambiado. Y todo aquello que cambia, puede, tal vez, ser obligado a permanecer. 34 MACHEN, ARTHUR, El Gran dios Pan, en “Antología de cuentos de terror”, 3. De Arthur Machen a H.P. Lovecraft. Alianza Editorial-Taurus, Madrid, 1988. pág. 71 y s. 49 1.3. Cursos y reservorios de agua: las puertas del Más Allá. En muchas culturas, los lagos, estanques, pantanos, fuentes y cursos de agua en sus más diversos aspectos y condiciones, han sido divinizados o, cuando menos, puestos bajo la tutela de algún númen. Son, según distintas tradiciones, lugares de residencia de seres como las ninfas y las ondinas o los dragones y serpientes que, de una manera o de otra, representan la sabiduría antigua y perdida de las edades anteriores del mundo. El agua es, por su propia naturaleza, creadora y purificadora. Su ausencia determina por lo general la extinción de la vida y grandes dificultades para la existencia misma de la cultura humana, aun cuando el agua pueda estar presente no sólo en forma física sino tambien de manera simbólica, como ocurre con muchos pueblos que habitan en desiertos o en eriales prácticamente desprovistos de ella. Sin embargo, incluso en las circunstancias más adversas en este sentido, cada ser humano lleva dentro de sí una poderosa corriente de agua: la que se mueve en sus venas, arterias y tejidos, esto es, la sangre y la linfa, recuerdos permanentes del Océano primordial del que todos procedemos. Pero ciertas formas que el agua puede adoptar –aparte de la sangre, objeto, como sabemos, de tantas formulaciones de lo sagrado- son particularmente apreciadas. Así ocurre, por ejemplo, con el agua celeste, el agua de lluvia, sagrada por su procedencia y obra atribuída a los dioses. En muchas culturas, las gruesas gotas de lluvia caídas durante las tormentas se consideran especialmente prolíficas y según muchas creencias, pueden originar seres vivientes como ranas y sapos. Además, los reservorios naturales de esas aguas venidas del cielo, cuales son los estanques, pozos, fuentes e incluso esos pequeños charcos que suelen quedar sobre las rocas, están habitados por seres encantados y extraordinarios que pueden conceder sus dones o, llegado el caso, castigar a los intrusos y a los incrédulos. Manuel Murguía recoge en sus estudios sobre etnología y folclore de Galicia muchas de estas creencias populares, posiblemente restos de otras mucho más 50 antiguas, pero que todavía se conservan hoy bajo sincretismos de santos y santas de la hagiografía cristiana 35. Las fuentes, pozos y láminas de agua, así como los ríos, son elementos sagrados para la mayoría de las culturas. La falta de agua, ocurrida sobre todo en el principio de los tiempos, es uno de los motivos mitológicos extendidos universalmente, desde las antiguas civilizaciones de la India –donde los Veda recogen la lucha ancestral entablada entre Indra y el dragón primitivo Vrtra que mantenía retenidas las aguas primordiales- hasta la mitología nórdica, en la cual la serpiente Jormungand domina sobre las aguas del océano y rodea a la Tierra con sus anillos. Quizá sean estas tradiciones el origen de muchas leyendas posteriores de dragones que viven en la profundidad de los lagos y que encontramos repartidas por todo el mundo, desde América hasta Asia, pasando por Europa y por Africa 36. En cualquier caso, los lagos y reservorios de agua, así como rios y fuentes, se consideran como entornos extraordinarios a los que muy bien podríamos integrar en el amplio grupo de lugares-frontera. Como tales, cumplen las condiciones más importantes que les hemos atribuído en páginas precedentes. Es decir, son moradas de seres cuyas características pueden reputarse de paradójicas y liminales y asimismo son lugares de comunicación entre mundos, universos o planos distintos de la realidad. Un ejemplo clásico de estas circunstancias que rodean a dichos lugares lo encontramos, por ejemplo, en el relato que describe los trabajos de Hércules o Heracles en la mitología griega. Como es sabido, en el sexto de esos trabajos se le encomendó una tarea aparentemente imposible: exterminar las aves que en enorme número infestaban las orillas y las aguas del lago Stymphalos. Tales aves, consagradas al dios Ares, tenían el pico, las patas y las alas de durísimo bronce. Además, atacaban a los humanos que se aproximasen al borde del lago y envenenaban los alrededores con sus deyecciones ponzoñosas. De vez en cuando, en bandadas organizadas, atacaban los poblados cercanos y mataban a hombres y animales mediante descargas de sus plumas metálicas. 35 MURGUIA, MANUEL, Mitología popular gallega, en Galicia, 1993. Por citar dos ejemplos de entre muchos, citare el Dragon del Lago, criatura que, según se dice, habita en un enorme lago situado en el centro de Africa o la Hidra de Lerne, monstruo mitológico serpentiforme con nueve cabezas, al que Hércules dio muerte en el segundo de sus trabajos. 36 51 Hércules no podía acercarse demasiado a aquellas aguas malditas porque sus riveras eran pantanosas y no podían soportar su peso. Entonces acudió a Hephaistos –ese artesano que solucionaba muchos problemas a los dioses griegos y, en ocasiones, también a los humanos- el cual confeccionó unas gigantescas castañuelas de bronce –en otras versiones se habla de un enorme tambor o de una gran trompeta- con cuyo ruido atronador consiguió asustar a las aves que levantaron el vuelo y fueron entonces eliminadas una por una mediante los certeros flechazos del héroe. Aquí tenemos un ejemplo claro que nos muestra varias de las carácterísticas extraordinarias predicadas de los lagos. En primer lugar, la condición de los seres que allí habitan. Los pájaros de Symphalos son, desde luego, extraordinarios por varios motivos: están compuestos de piezas metálicas y atacan a los seres humanos devorando su carne y envenenando las cosechas. Además, se reproducen con el fin de organizar sus ataques. Poseen por tanto las condiciones que en otro trabajo he descrito para los Monstruos 37 . Desde el lugar-frontera en el que residen intentan una lucha sin tregua contra la humanidad, sólo finalizada de manera favorable para los hombres gracias a la intervención casi milagrosa de un héroe al que, por otra parte, ayudan con su técnica –o con su magia- las potencias divinas. En segundo término, observamos el propio carácter de esas aves que representan de una manera matafórica a las criaturas del Otro Mundo. Por lo general, las aves y pájaros suelen ser figuraciones de distintos seres del Más Allá en muchas culturas; pueden incluso mostrarse como imágenes del alma o del espíritu que abandona el cuerpo y así lo observamos por ejemplo en el Egipto faraónico con el ba, que aparece en tumbas y papiros del Libro de los Muertos o de los Textos de las Pirámides. Los pájaros de Stymphalos podrían ser tal vez en este caso las encarnaciones de malos espíritus procedentes del mundo inferior, contra los que se enfrenta el héroe luminoso o dotado con las armas proporcionadas por la parte benévola de lo sagrado. En tercer lugar –casi como corolario de lo anterior- tenemos la condición paradójica del entorno lacustre en sí. Rodeado por terrenos pantanosos que impiden el acceso normal (no se puede pasar por allí ni a pié ni en barca según 37 CARDERO, J.L., Monstruos, Muertos y Dioses Oscuros. 52 se preocupa de indicar el texto del mito) los obstáculos que se presentan describen un ámbito que conocemos asimismo a través de otras muchas leyendas, a caballo entre la tierra y el agua, entre lo fijo y lo fluyente, en donde se producen fenómenos extraños que tienden a borrar las diferencias y clasificaciones tan cuidadosamente establecidas por la cultura humana. En las profundidades de los lagos se encuentra, según algunas tradiciones, la entrada a los infiernos. Es por tanto un camino por el que se introducen las almas de los condenados y por el que asimismo salen los demonios y demás espíritus malignos dedicados a tentar y atormentar a los humanos. En ocasiones, estos seres malvados toman el aspecto de dragones o de serpientes y se dedican a sembrar el terror en los territorios circundantes, exigiendo incluso un tributo anual a los pobladores, que éstos pagan por lo general con el sacrificio de una doncella o de un joven. De esa terrible y desagradable circunstancia suelen ser liberados por algún paladín que, con su valor y astucia, termina con la maldita bestia subacuática. Después de la cristianización, tales paladines fueron sustituidos por santos o por eremitas de una piedad sin par que eliminaban la maldición invocando a Cristo o exhibiendo el signo de la cruz ante las mismas fauces del monstruo 38. Pero resulta muy interesante observar el proceso de sincretización que el cristianismo llevó a cabo en muchos de estos lugares acuáticos, que eran venerados y temidos desde la más remota antigüedad. Uno de los ejemplos paradigmáticos es el que corresponde al llamado Purgatorio de San Patricio, un lugar situado en la pequeña Station Island, dentro del Lough o Lago Derg, en el Condado de Donegal, Irlanda. Patricio realizó allí varios milagros. En primer lugar, expulsó a todas las serpientes que vivían en Station Island, incluída una de gran tamaño en la que se encarnaba el mismo diablo. La sangre vertida por aquellos monstruos tiñó las aguas del lago que, desde entonces, se denominó dearg (rojo). Como es sabido, la cristianización de Irlanda acarreó grandes y enconadas disputas e incluso combates con los druidas que, aunque por aquellos años ya habían perdido casi todo su primitivo poder, lucharon denodadamente contra los misioneros enviados por Roma para convertir a los habitantes de aquél 38 Tal como hizo San Columbano con la criatura monstruosa que habitaba en las aguas del Loch Ness, en Escocia. 53 territorio. En esas batallas –dialécticas y físicas- salían sistemáticamente como perdedores, pues nada podían sus artes mágicas, según indican las viejas crónicas, contra la palabra y la fuerza del cristianismo. Después de uno de aquellos combates, a los druidas y a San Patricio se les concedió el privilegio de poder contemplar, a través de una cueva que allí había, las penas del Purgatorio y los castigos que los pecadores sufrían en ese lugar de padecimiento. Desde ese momento memorable el lugar fue consagrado como santuario y recibió a miles de peregrinos. Hoy día se conserva y es un centro penitencial al que acuden muchas personas deseosas de obtener las gracias espirituales que en él se dispensan a todos aquellos que son capaces de seguir un riguroso ayuno durante tres días (Three days pilmigrage) 39. El centro penitencial del Lough Derg comparte con otros ámbitos semejantes la condición de lugar-frontera. Tenemos en principio una isla situada en el interior de un lago. Los poderes ctónicos, subterráneos y subacuáticos se concentran en la cueva donde se produjo el milagro: una visión extática producida tras un combate iniciático entre personajes de condición antagónica (Luz contra Tinieblas, Bien contra el Mal, Dios contra el Demonio) comparable a tantos otros llevados a cabo en ámbitos acuáticoterrestres parecidos, como el del Monte Saint-Michel, estratégicamente situado entre Bretaña y Normandía, donde entablan batalla el arcángel Miguel y el Demonio-dragón. Además, observamos que el lago es confirmado como depósito de la sabiduría ancestral y secreta anterior al cristianismo, a la que éste puede tal vez dominar, pero a la que en ningún caso es posible erradicar. Ese Saber se halla simbolizado por la sangre de las serpientes arrojadas de su cueva por el santo y que se mezcló con las aguas, dándoles su color rojo característico. Por último, tenemos que el lago –a través de la cueva que existe en la isla sagrada- es un camino de comunicación con el Más Allá y que probablemente fue reconocido como tal desde la antiguedad, por más que ese mundo alternativo al nuestro se haya cristianizado bajo la imágen del Purgatorio, creencia que en cualquier caso no apareció en Europa hasta el siglo XII 39 40 40 . Como San Patricio nació hacia el año 385 y murió el 461, en modo Durante un periodo establecido anualmente entre el 1 de junio y el 15 de agosto. Véase al respecto, LE GOFF, JACQUES, La naissance du Purgatoire, Gallimard, 1991. 54 alguno podía haber conocido esa alternativa al Infierno propuesta por la Iglesia católica casi seis siglos después, lo que demuestra el efecto de un proceso de sincretismo y absorción de creencias llevado a cabo sobre un sistema mitológico muy anterior al propio cristianismo y que demuestra un vigor notable pese a tantas circunstancias adversas. En cuanto al carácter mágico de las islas del mar –que puede hacerse extensivo de muchas maneras a las islas de los lagos, como acabamos de verse conserva de manera constante en las tradiciones de diversas culturas. Veremos un poco más adelante el carácter mítico de animales maritimofluviales como el salmón. Pero en las leyendas irlandesas, la llamada Isla del Salmón, a la que se llega después de extraños y milagrosos viajes por el Océano, se presenta como un auténtico espacio del Otro Mundo en el que únicamente los iniciados pueden penetrar. Estas tradiciones han pasado asimismo casi en su integridad, si bien debidamente transformadas, al imaginario colectivo sobre el que se apoyan, por ejemplo, las aventuras de los caballeros del Grial, tal como afirma Philippe Walter 41. En la mitología céltica desempeñan un importante papel las criaturas que viven en los rios y en las masas acuáticas. El rio es un elemento transportador, no solo de agua sino también de sueños y de mitos los cuales, además de muchas otras cosas, son una manera que la cultura encuentra para organizar los sueños. Según ya hemos indicado, una de esas criaturas es el salmón, pez que como es sabido regresa del mar cuando llega a su madurez y remonta las corrientes de agua hasta su nacimiento. Es, por tanto, un ser que pertenece a los dos mundos y un mensajero de las fuerzas numinosas que tienen su residencia en los profundos océanos, de las que hablaré más extensamente en el próximo epígrafe. Sobre este carácter de los peces que vuelven a los rios desde el mar existe una grande y variada colección de relatos y de mitos, recogidos –entre otros autores- por el gran antropólogo francés Claude Lévi-Strauss el cual destaca el importante papel que el salmón juega en la mitología del mundo indígena de América Septentrional: 41 WALTER, PHILIPPE, Perceval, le pêcheur et le Graal, Ed. Imago, 2004. pág. 190 y s. 55 El rey de los salmones y la divinidad que posee la riqueza y los tesoros habitan más allá del mar, en un palacio protegido por una puerta batiente que parte en dos a los temerarios que intentan franquearla 42. Además, en su libro Historia de Lince habla también de la relación que en los pueblos indígenas de Alaska y la Columbia Británica se considera que existe entre los salmones y los gemelos, atribuyendoles a ambos un papel de transmisores de los poderes sobrenaturales respecto a nuestro mundo y en especial en lo relativo al dominio que los gemelos ejercen sobre el tiempo, la niebla, el cielo despejado y la tempestad. Según estas creencias, los gemelos podían pescar salmones dejando flotar su cabellera sobre las aguas y llamar a los vientos a su capricho 43. Por otra parte, el salmón ostenta en la mitología celta una condición de ser del Otro Mundo, de animal mágico que actúa como una representación de lo numinoso capaz de atravesar la frontera de agua que separa nuestro mundo del Más Allá. Así, el rey de los salmones es una divinidad marina que gobierna el flujo de pescado y que, por tanto, en el caso de ser ofendido por un comportamiento inadecuado o inoportuno, puede sumir en el hambre y la necesidad a todos aquellos que viven de la captura de peces. Estamos entonces, según apunta Philippe Walter, ante la figura de un animal iniciático e iniciado él mismo en el conocimiento del Más Allá, ante un ser primordial que aparece ante nosotros como heredero de la memoria del mundo, virtud esencial que le viene de ese medio original y generador de todo lo existente que, en definitiva, es el mar 44. La lectura simbólica de estos mitos, ampliamente extendidos en muchas culturas del planeta, nos obliga a sobrepasar el simple aspecto económico y utilitario de la pesca, sin menospreciar desde luego su importancia. El fenómeno de la migración de peces desde el Océano hasta el interior de la 42 LEVI-STRAUSS, CLAUDE, Paroles données, Ed. Plon, 1984, p. 132-133. También apunta que esa defensa de la puerta batiente, es idéntica a la que existe en el Castillo del Grial, conexión sorprendente, cuando menos, de la mitología amerindia septentrional con las tradiciones indo-europeas de la leyenda artúrica. Ver en WALTER, PHILIPPE, Perceval. Le pecheur el le Graal, Imago, 2004. pág. 194-195. 43 LEVI-STRAUSS, CLAUDE, Historia de Lince. Anagrama, Barcelona, 1992. pág. 167 y s.. Los mitos amerindios acerca del salmón o del Rey de los Salmones que vive en el Mar y que deja –o no- partir a sus hijos hacia los rios, tienen continuidad en los mitos europeos del mismo género que aparecen incluso, como hemos dicho, en la materia mitologica de los Cuentos del Grial (Ver Philippe Walter, Perceval. Le pêcheur et le Graal, p.75 y s.) 44 WALTER, PHILIPPE, o.cit., pág. 193 y s. 56 tierra y las leyes naturales y sobrenaturales que gobiernan ese proceso –o el conjunto de factores fisicos y culturales que influyen sobre el, en ocasiones todavía no completamente esclarecidos- poseen, en ese sentido varios niveles de significación. En primer término, se puede considerar como un proceso de fecundación de la tierra, o cuando menos, de intercambio de sustancias nutricias y moduladoras entre ámbitos física y culturalmente separados. Sobre ese primer plano es posible superponer otro más abstracto que atañe al intercambio de conocimientos o de saberes y más concretamente, a la llegada desde el mar de un conocimiento secreto y esotérico del que únicamente participan ciertos privilegiados o aquellos que se han preparado para ello. El salmón sería uno de los vehículos a través de los cuales llega ese saber y la clave de las relaciones entre nuestro mundo y el Más Allá. De esa manera, el Saber acumulado en el mar se traslada a la tierra y es allí utilizado o conservado mediante las diversas tradiciones. En segundo lugar, ese tráfico entre Océano y Tierra pone de relieve el auténtico carácter de los ríos, vías o reservorios de agua cuyo origen primero es el mar que asimismo se convierte en su destino definitivo. Las vías y planos de agua son, por tanto, caminos por los que discurren seres mágicos, paradójicos y liminales, que los utilizan como esclusas o espacios-frontera que regulan el paso entre esos aspectos diferentes de la realidad. Esos seres que van y vienen – este fluir es importante desde el punto de vista simbólico-cognitivo, ya que es una característica que aparece también como propiedad de lo numinoso- transportan con ellos ciertos poderes y, desde luego, el Saber oculto. No se puede aprovechar cualquiera de esos dones del Más Allá, pues precisamente por su procedencia y por el poder que encierran han de ser dispensados a través de moderadores, intermediarios o apóstoles. De ahí nacen muchas leyendas en las que determinados personajes se relacionan de una manera muy particular con esos enviados del Otro Mundo que son los peces migradores. Dentro de semejante orden se enmarca, por ejemplo, la historia extraordinaria de Saint-Corentin de Quimper, en Bretaña, que se alimenta perpétuamente con la carne de un solo salmón, milagrosamente regenerada. Esa nutrición efectuada a partir de un pez maravilloso llegado del Otro Mundo, representa sin duda una manera 57 metafórica de referirse a la nutrición espiritual o a la ingestión de conocimientos secretos que luego, a través de su perceptor, serán convenientemente distribuidos como milagros y prodigios. Por las puertas del Más Allá, pasan, por tanto, personajes y entidades de diversa naturaleza y pasan –o se transmiten- conocimientos destinados a unos pocos testigos, aquellos que por las razones que sean están allí en un momento preciso o los otros escogidos que cumplen un papel buscado y querido por ellos mismos como canales para esa energía de lo numinoso. La condición voluntaria del personaje mediador es en cualquier caso importante para que el mensaje de lo sagrado y el saber esotérico y reservado que casi siempre se le une puedan llegar a su destino. Pese a todo, esa condición de personaje elegido experimentada en una parte del proceso, llega muchas veces a su auténtica esencia tras ser reconducida desde una postura inicial de sorpresa e incluso de rechazo por parte del primer testigo. Vemos lo importante que puede llegar a ser el impulso llegado desde el Más Allá a través de los diversos medios establecidos en los sistemas culturales para configurar una idea del cosmos, concebida precisamente desde el papel que ese Otro Mundo representa entre los humanos. Rios, lagos y reservorios de agua actúan en tales casos como elementos impulsores pero también de almacenamiento y transformación de todo el material mitológico que las actividades culturales van depositando a lo largo de su decurso vivencial. Un ejemplo de esa actividad mitopoyética y mito-impulsora lo constituyen esos personajes establecidos a medio camino entre ambos mundos que son las Damas del Lago de las narraciones artúricas y griálicas, como Viviana y Morgana. Están relacionadas, en principio, con un amplio universo de personajes femeninos vinculados al agua: sirenas, ondinas y ninfas, entre otras, y de los que puede decirse que cada país, incluso cada comarca, posee los suyos propios y característicos. Este tipo de seres que habitan en el elemento líquido de fuentes, rios, lagos y mares, es mencionado ya por Homero en la Odisea, en ese episodio universalmente conocido en el que Ulises desafía el poder del Ultramundo, representado por las sirenas que con sus cantos atraen a los marinos hacia la muerte, y llega a vencerlo. Muchos 58 autores consideran a la Odisea como descripción de un viaje iniciático 45 , en el cual ese momento concreto representaría precisamente las dificultades que el neófito o el iniciando han de soportar –muchas veces con riesgo de su propia vida- para alcanzar finalmente el nuevo estado al que le conduce ese Conocimiento o saber secretos. Los personajes acuáticos llenan por otra parte con sus actividades los relatos tradicionales, los cuentos y las leyendas de un gran número de culturas de todos los tiempos. Casi siempre, el encuentro con ellos puede acarrear un cambio significativo en la vida o en las circunstancias personales de los protagonistas. Así, tenemos el joven que encuentra a una hermosa sirena con la que termina casándose, o la niña que, al beber agua de un estanque en medio del bosque, siente en los labios el frío cosquilleo producido por las ninfas que allí residen. Pero tales encuentros no siempre son agradables, ni terminan con desenlaces felices. Las sirenas, las ninfas y los seres del agua son, por lo general, hermosas y bellas. Sin embargo en ciertas ocasiones esconden un peligro que puede llegar a ser mortal para los intrusos, para los que imprudentemente se enfrentan a esos seres impredecibles y misteriosos o para aquellos a los que, en un momento dado, deciden perjudicar por alguna razón ignorada. El mito de Melusina, al que ya hemos hecho referencia, es un ejemplo del comportamiento de estos personajes. Pero no es el único. Los seres del Ultramundo y sus enviados o mensajeros, suelen estar señalados por alguna característica física especial: su cuerpo termina en colas de pez o de serpiente, son mancos, cojos o tuertos. Los relacionados con el agua casi siempre presentan un cuerpo transparente, o blanquecino y, en cualquier caso, desprenden un extraño resplandor que los identifica como entidades feéricas, provistas de cualidades que pueden ser buenas o malas para quienes las encuentran en su camino según las circunstancias del momento. Arthur Machen nos habla de ello en El Pueblo Blanco, relato en el que recoge una parte de las leyendas que son comunes a muchas tradiciones europeas sobre ciertas entidades que residen en los lagos y estanques escondidos en lo más profundo de los bosques y que no tienen porque ser precisamente amables con 45 Por ejemplo, Gilber PILLOT en Le code secret de l´Odyssee. Robert Laffont, 1969. Edición española, Plaza & Janés Editores, Barcelona 1976. 59 los seres humanos. Las leyendas recogidas por Machen se hacen eco de relatos muy antiguos, casi siempre transmitidos oralmente –al menos en la cultura céltica- que hablan de seres anteriores a la humanidad actual que, por alguna razón no del todo aclarada, han sido empujados hacia las regiones selváticas, montañosas o lacustres del planeta. En la tradición irlandesa son los Thuatha De Dannan – reyes y artífices máximos de las artes de la brujería- que fueron derrotados por los hijos de Mil y obligados a retirarse al mundo subterráneo. En Galicia, estos moradores de cavernas y estanques pueden traer la suerte para quienes se los encuentran, pero asimismo son muy capaces de acarrear desgracias sin cuento para aquellos que no saben responder correctamente a sus preguntas o quieren enriquecerse sin medida. En las novelas y relatos del ciclo artúrico se habla de Viviana que no es otra que la Dama del Lago. Este personaje aparece por primera vez en El Caballero de la Carreta y allí se presenta como madrina de Lanzarote, al que ofrece varios regalos procedentes del Otro Mundo, como un anillo mágico de protección. Viviana se encarga de educar y proteger a su pupilo hasta que éste tiene edad suficiente para ser armado caballero en la corte del rey Arturo. Pero, curiosamente, cuando llega el momento, no es el rey quien concede la caballería a Lanzarote, sino la propia Viviana, que demuestra así su condición como depositaria de la soberanía y como ser del Otro Mundo. El prodigioso anillo de Lanzarote no es el único artefacto mágico que Viviana trae del Ultramundo. En el relato de Malory (La muerte de Arturo) es ella la que proporciona al rey su espada Caledfwich o Excalibur. Y para subrayar ese carácter extraordinario del regalo, Arturo ha de ir acompañado por Merlin al centro de un lago, para recoger la espada de la propia mano de Viviana emergida de las profundidades de las aguas. Excalibur es la espada de la soberanía, concedida temporal y provisionalmente al rey por la depositaria feérica de esa cualidad y entra por tanto en el catálogo de piezas mágicas que han podido atravesar la dificil y peligrosa frontera existente entre nuestro mundo y el otro. Sin embargo, la posesión de estos dones no asegura ni mucho menos la felicidad o la tranquilidad para sus dueños, hecho que transmite una enseñanza importante, la de que el Ultramundo está radicalmente separado de nosotros y si bien es posible circular en un sentido o en el otro a través de ese espacio 60 fronterizo, ello no se lleva a cabo sin pagar un tributo que, en ocasiones, llega a ser muy pesado y oneroso. Así, a Lanzarote no le servirá de mucho su anillo de protección ya que su propia madrina, Viviana, le impulsa a conseguir el amor de Ginebra, la esposa de Arturo, lo que demuestra el carácter impredecible de los seres del Más Allá que si por un lado parecen ayudar, por otro no evitan los descalabros a los incautos, cuando no colaboran directamente en su desencadenamiento fatal. Por cierto, Ginebra o Guenievre, cuyo nombre parece significar blanco fantasma o blanca aparición 46 , representa también otro de esos misteriosos personajes femeninos de las leyendas célticas, cuya condición de seres ultramundanos y feéricos apenas se oculta 47. Sea como fuere, los amores de Ginebra con Lancelot o Lanzarote van a impedir a éste la consecución del que debería ser objeto principal de su búsqueda: el Grial. Como Perceval o Parsifal tampoco podrá conseguirlo, al no saber comportarse adecuadamente en el Otro Mundo representado por el castillo del Rey Pescador (no hace las preguntas adecuadas y en la ocasión oportuna), tendrá que venir a este mundo Sir Galaad, el caballero perfecto en cuerpo y alma, para culminar esa búsqueda con éxito. Por su parte, la posesión de Excalibur no supone para Arturo el final de sus preocupaciones sino, por el contrario, el comienzo de otras nuevas y más graves. Su reino es agitado, siempre discutido y preñado de acontecimientos no siempre felices. No sólo su esposa recibe el amor de otro hombre – precisamente el del caballero más ilustre de entre los de la Tabla Redonda, Lancelot- sino que, además, ha de dirigir la búsqueda de ese objeto misterioso, escurridizo y hasta en ocasiones, peligroso – el Grial- lo que, de una manera o de otra, va a comprometer fatalmente su felicidad y su sosiego. Así, al término de la batalla emprendida contra Mordred el Traidor, ha de entregar de nuevo su espada en manos de la Dama del Lago –la cual le retira así su soberanía- y ha de verse asimismo trasladado al reino feérico de Avalon en un estado de muerte suspendida o sueño mortal que durará indefinidamente. 46 Corresponde al bretón Gueniver y al galés Gwenhwyfar (pronunciado como Gouenouevar) o al moderno Jenniffer: blanca aparición 47 Estos personajes femeninos son la representación de las antiguas diosas célticas de la soberanía, como Eriu, Banba o Fotla, que posteriormente fueron cristianizadas. Véase por ejemplo CONDREN, MARY, The Serpent and the Goddess, Women, Religion and Power in Celtic Ireland. San Francisco. Harper and Row, 1989. Se conocen también por otras denominaciones: por ejemplo, en La educación de Cuchulain: Scatah (La que da miedo) o Uatach (La muy terrible) 61 El contacto con ese poder misterioso que llega hasta nuestro mundo a través de los espacios o lugares-frontera no aprovecha demasiado –o no lo hace en absoluto- a quienes pretenden disfrutarlo sin trabas. Los ejemplos son constantes en la tradición y en los relatos populares. Todos aquellos que se encuentran con seres misteriosos del Más Allá surgidos de las aguas pretenden obtener de sus extraordinarios encuentros algo que, por lo general, no merecen poseer, aunque lo deseen con todas sus fuerzas. Las entidades del Ultramundo no suelen necesitar a los humanos. Más bien los rehuyen, los esquivan o los secuestran, llegado el caso, para aprovecharse de ellos. Pero casi nunca los buscan. En cualquier caso, lo único que, tal vez se pueda obtener de esos seres es un conocimiento, un saber para cuyo disfrute es necesario prepararse previamente, pues, tal como dicen y demuestran las leyendas, puede ser un arma de dos filos y muy peligrosa en manos inapropiadas. Los artefactos mágicos que aparecen en los relatos responden casi siempre a una necesidad que el receptor humano no suele identificar correctamente. Por ejemplo, la espada Excalibur es un potente transmisor de conocimientos relacionados no sólo con el poder físico de los soberanos, sino muy especialmente con el Saber restringido, esotérico y muy potente que es necesario para llegar a entender lo que de verdad significa el mundo y el universo en el que ese mundo se desarrolla. Es un Saber probablemente muy parecido al que durante milenios persiguieron los alquimistas y otros grupos más o menos secretos. Arturo no sabe utilizar ese conocimiento y quiebra, rompe a Excalibur, que ha de ser restaurada por la Dama del Lago y que, pese a todo, le es entregada al rey por segunda vez. Pero el desconocimiento prevalece y Arturo ha de dejar que ese Saber, representado por la espada mágica, retorne finalmente al Otro Mundo. En este caso, los poderes encerrados entre las aguas del lago no han servido para lograr una mejora o un progreso en la existencia de los seres humanos. Pero quizá hayan podido aprovechar a quienes realmente saben sacar partido de una situación que no suele repetirse demasiado en nuestro mundo. Eso determinaría la prevalencia de una élite que podría obtener así beneficio de los contactos con lo sagrado y a la que no interesaría por tanto que el común de los mortales llegase a disfrutar de lo que ellos, 62 presuntamente, guardan para sí como exclusivo. De ahí que en todos los tiempos hayan proliferado grupos y sociedades que pretenden mantener esos contactos privilegiados con fuerzas extrahumanas, aunque no puedan justificar casi nunca ni su necesidad, ni su oportunidad para continuar disfrutándolos. Los rios, lagos y cursos de agua son por tanto, como el Océano, caminos de llegada y de salida. A través de ellos es posible alcanzar otra realidad a la que durante toda la experiencia humana se ha conocido con diversos nombres y que, en ocasiones, puede coexistir de manera más o menos pacífica con nuestro mundo de todos los dias, pero que en ciertos casos genera, en su contacto, experiencias terribles y peligrosas. El Más Allá es, en definitiva, el territorio de los Muertos y de los Dioses y sus proyecciones entre nosotros no siempre van a ser provechosas, deseables ni benignas. 63 1.4. El Océano de los Muertos, las islas del Otro Mundo y la Tierra de los Jóvenes. En muchas tradiciones, el Océano no solo es una puerta hacia el Más Allá, sino el lugar que alberga al Otro Mundo propiamente dicho, bien sea sobre su superficie –en la que ese ámbito puede estar formado asimismo por islas en archipiélago o por una sola masa de tierra- bien sea bajo ella, en palacios y recintos subacuáticos en los que moran seres extraordinarios con poderes no menos extraños. En cualquiera de los casos, en ese mundo es posible observar varios cambios sustanciales con respecto al mundo ordinario: el tiempo transcurre de manera muy distinta (un día en ese reino puede suponer incluso centenares de años en el nuestro) y el espacio se distribuye asimismo de manera diferente, variando las distancias y las orientaciones, entre otras cualidades no menos llamativas. Los seres que allí residen –o los extranjeros que por una u otra razón llegan hasta sus territorios, no envejecen, no sienten hambre ni sed, ni experimentan según parece otra preocupación que la de disfrutar de las verdes campiñas, espléndido clima y placeres diversos destinados a su satisfacción física y anímica, aun cuando tales placeres no dejan de tener casi siempre a cambio un pesado precio. Esto es, al menos, lo que nos cuentan ciertas tradiciones sobre el Otro Mundo. En algunos casos, como los relatos que aparecen en algunos testimonios de la cultura céltica, ese clima bucólico y tranquilo parece mantenerse de manera más o menos constante, por más que las experiencias relatadas puedan ser de corta duración o fragmentadas y sus protagonistas hayan de volver –en unos casos por su voluntad, en otros, obligados- a la dura y prosaica realidad de este mundo. Pero sea como fuere es mediante el mar o a través de sus olas saladas y movedizas, por las que se emprende el camino de ida y se regresa de nuevo al punto de partida. El océano es tambien, como ya sabemos, el lugar a donde van las almas o los espíritus de los muertos. La ya citada leyenda de Procopio 48 así lo atestigua haciéndose eco sin duda de relatos muy anteriores. En las costas atlánticas de Europa y particularmente en los Finisterres de Bretaña y de 48 Ver Nota 12. Se reproduce la citada leyenda según aparece en la obra de PATCH, HOWARD R, citada, en el Anexo 1. 64 Galicia, existen relatos acerca del paso, por aquellos límites dispuestos entre la tierra y el océano, de los espíritus de los muertos. Tanto San Andrés de Teixido como la Baie des Tréspassés, lugares de alto contenido energético, conocido y sacralizado por sus habitantes desde hace milenios, son auténticos polos propulsores de las almas hacia el Más Allá. Ambos espacios no son sino cristalizaciones singulares de un fenómeno que se extiende frecuentemente a lo largo de las costas –por lo general abruptas, recortadas y peligrosas- de esos y otros finisterres atlánticos, aunque de ninguna manera sean exclusivos de ellos. No obstante, la persistencia de tradiciones semejantes en áreas que en su momento estuvieron bajo la influencia de culturas como la megalítica, habla quizá a favor de una estructura cultural muy antigua, cuyos restos sobre el particular son, a pesar de esa antiguedad, perfectamente detectables hoy dia. Posiblemente haya que relacionar dicha persistencia en torno al carácter de los territorios o espacios-frontera ubicados entre nuestro mundo y el Más Allá en lo que se refiere a los finisterres atlánticos, con otra tradición que con toda probabilidad puede ser tan antigua como la anterior: las peregrinaciones, viajes o traslados de individuos o de poblaciones enteras, dirigidas hacia el borde oceánico, impulsadas hacia los lugares donde se acaban las tierras y comienza la enorme, inquietante y desconocida masa de agua extendida hasta el lejano horizonte. La muy famosa peregrinación a Santiago de Compostela posee casi con seguridad unos precedentes muy anteriores al cristianismo, creados cuando ciertos pueblos europeos emprendieron su camino hacia el misterioso occidente, al lugar temeroso en el cual el sol parecía acabar su carrera y desaparecer devorado por un abismo inimaginable 49 . Ese mismo camino se halla trazado también en el cielo nocturno por la Via Láctea, que marca ese rumbo secreto de los astros y de los espíritus y en el suelo, por alineamientos de menhires que, según ocurre en el caso de Carnac (Morbihan, 49 En éste “camino hacia el Océano”, “camino hacia Occidente” o “camino de las Estrellas”, que es el camino a Compostela, además de estos precedentes históricos que pueden remontarse tal vez hasta el neolítico, se encuentran sin duda otros elementos de gran importancia simbólica, ya que se trata asimismo de un camino iniciático, que los alquimistas recogieron en su Gran Obra, como lo hicieron así también otras organizaciones y sociedades esotericas de todos los tiempos. Se trata aquí del Camino como conocimiento cósmico y vinculación con otras realidades y otros mundos. Ver MORIN BENTEJAC, J.P. –COBREROS AGUIRRE, J., El Camino iniciático de Santiago. Ediciones 29, Barcelona, 1976. pág. 13 y s. 65 en Bretaña), terminan algunas veces por perderse en el seno de las aguas marinas, como la aguja de una gigantesca brújula que señalara hacia el Infinito. Hay que mencionar también, desde luego, las antiquísimas tradiciones de Egipto que nos hablan del viaje de la barca solar hacia el Mundo de los Muertos, esa Región oculta o escondida (Douat), a la que se refieren los diversos Libros sagrados de aquella cultura. A tal lugar misterioso se llega después de la muerte terrenal, por más que no se trate de un ámbito necesariamente tenebroso o lúgubre, sino por el contrario, de un lugar de vida, de renovación y de renacimiento, como indica Youri Volokhine 50 . Allí reina Osiris, el cual –asesinado por su hermano Seth- venció a la muerte y vive para siempre en ese mundo mágico hacia el que, tarde o temprano, se dirigirán todos los seres humanos sin distinción de edad, condición o clase social. El mismo Sol, astro deificado tempranamente en Egipto, marcha también durante las horas de oscuridad por el camino secreto que le hace atravesar el mundo de los muertos y tal como sucede en el caso de los seres humanos, él también, pese a su condición divina, tampoco está exento de peligros ni de circunstancias adversas. Es Osiris quien, con ayuda de los ritos practicados en el momento de los funerales dedicados a los difuntos, fortalece al Sol en esos momentos cruciales y le ayuda a superar la prueba y a convertirse de nuevo en el motor del universo. Tenemos por tanto una referencia en la que es posible percibir al menos un doble nivel de significación. En primer término, la imagen de ese mundo misterioso y lleno de peligros –o cuando menos, no exento de preocupaciones y riesgos posibles- vinculado al Sol y al concurso activo de una divinidad rectora de los muertos. En segundo lugar, una ubicación occidental y marina, señalada por efemérides astronómicas y por puntos de orientación terrenales, tanto físicos como simbólicos. Empujados por fuerzas de naturaleza no muy bien conocida, muchos pueblos han realizado ese viaje hacia el océano, acompañando el curso del Sol y guiados por las estrellas o por algún extraño instinto. Y lo han hecho, bien físicamente, bien simbólicamente mediante sus tradiciones, leyendas y costumbres 51. Una vez asentados en la zona sagrada o 50 VOLOKHINE, YOURI, en Le Livre de l´Amdouat, Jose Corti, Paris 2005. Prefacio, pág. 15 y s. Como ocurre en el caso de los Esquimales o Inuit cuando sus chamanes (angakoq) emprenden en nombre de la comunidad el viaje espiritual para entrar en contacto con los espíritus. 51 66 en el área mágica que buscaban, la peregrinación puede continuar en su caso tras la muerte, cuando los espíritus de los difuntos atraviesan definitivamente ese lugar-frontera para acceder al que, tal vez, es el auténtico objetivo del viaje: El Otro Mundo, representado en muchas culturas por las Islas del Más Allá. Porque las islas, sea cual fuere su número, tamaño, disposición o agrupamiento en conjuntos más o menos amplios, siempre han tenido un renombre y una categoría especiales entre los individuos de las culturas marítimas, e incluso en aquellos otros pueblos que parecen geográficamente alejados de las cuencas oceánicas, aun cuando simbólicamente esa vinculación se pueda mantener a lo largo de tiempo y espacio gracias a antecesores que en su momento emigraron desde las costas hacia el interior de las tierras. La isla es un recinto simbólicamente cerrado por un límite muy preciso –la frontera que separa tierra y agua- y aunque eso es así, en muchos casos no necesita encontrarse ubicada en medio de una masa de agua, ya que a veces puede ser representada o figurada de muchas otras maneras: castillos, ciudades o territorios con una disposición espacial singular. En los distintos relatos de la leyenda artúrica, tenemos ejemplos abundantes de ello. De lo que se trata entonces es del enfrentamiento entre conjuntos mágicos de tamaño y, tal vez, de densidad especial: uno más grande –en ocasiones, inmensamente grande- y el otro, o los otros, más reducidos, que flotan o yacen en el seno de aquél. De las relaciones que se mantienen aquí entre tales recintos, se desprende la influencia de un espacio-tiempo alterado, al que justificadamente podríamos denominar campo 52 , mediante la cual quedan establecidos unos canales de comunicación entre recintos y unos vínculos de consideración entre niveles diferentes de significado. En nuestro caso, la isla representa el microcosmos enfrentado al macrocosmos que es el océano –o en su caso, cualquier otro recinto externo a ella- y esa figuración determina igualmente la posibilidad de establecer en cualquier momento cultural dado, proyecciones de orden simbólico-cognitivo en ambos sentidos. Cuando se trata del océano, éste ámbito se identifica en muchas culturas con el mundo de los muertos o, al menos, con el mundo hacia el cual los muertos –o sus espíritus- se dirigen. También hemos visto anteriormente 52 En un sentido análogo al que podría describirse para el concepto físico de campo, como zona alterada del espacio. 67 que en ese medio acuático residen seres de naturaleza maravillosa, como el Rey de los Salmones o alguna otra divinidad cuya presencia recogen las diferentes mitologías. Es por tanto un recinto desde el cual llegan hasta los núcleos más pequeños que en él se contienen, todas las influencias de lo extraordinario y lo sobrenatural que pueden ser identificadas con lo sagrado y lo numinoso. No es de extrañar por tanto que tales núcleos terminen por adquirir las propiedades de aquello que los rodea y fecunda con su energía. Pero esos recintos subsidiarios cumplen mejor su papel actuando como transmisores de aquella energía numinosa hacia los propios núcleos culturales humanos más cercanos. Las relaciones permitidas desde los viajeros hacia las islas son, asimismo, de naturaleza paradójica. Es decir, esas relaciones cubren todo un espectro de acontecimientos que va desde la búsqueda mediante un viaje emprendido ad hoc o bien bajo lo que los antiguos monjes del cristianismo celta llamaban viaje por amor de Dios o a expensas de la voluntad divina, para que ella les condujera hacia donde desease o fuese mejor servida. Esa búsqueda intencionada o azarosa requería, no obstante, toda una serie de condiciones necesarias para que se pudiese llevar a cabo adecuadamente: existencia de un propósito (por ejemplo, de predicación o misión), la dirección de un guía o personalidad sobresaliente, mente abierta frente a la aventura y el riesgo, entre otras y podía ser individual o colectiva. La búsqueda, desde luego, pronto obtenía resultados, por más que éstos no fuesen siempre favorables o benignos. Lo extraño surgía en el camino de los aventureros adoptando formas diversas, unas veces reconocibles a través de los recursos del imaginario colectivo, otras mostrandose por medio de fenómenos desconocidos e incluso grotescos. Lo que llama la atención al lector o al observador interesado es la prolija especialización y jerarquización de esos elementos de lo extraño, aun cuando puedan ser reconocidos algunos elementos a los que denominaremos “directores” o “vías de articulación” alrededor de los cuales se establece la estructura narrativa. En cuanto a éstos elementos de ensamblaje de la historia, casi siempre se muestran relacionados con el medio en el que se desarrolla el episodio o la aventura de que se trate: castillos, puentes, salas y habitaciones, torres cristalinas, alimentos, personajes o las propias islas escalonadas en etapas a lo 68 largo del camino oceánico. Aquí, los objetos y las figuras del paisaje textual o narrativo se convierten en sistemas simbólicos cargados de significado resolutorio-alternativo, es decir, llenos de posibilidades de actuación del protagonista –o protagonistas- sobre el medio discursivo del relato o, en su caso, de la situación. Siempre existe una posibilidad concedida al héroe o a la heroína para cambiar su suerte. Es preciso tomar una decisión: hablar o callarse, subir o bajar, caminar o permanecer inmovil. De la alternativa elegida resultará la suerte o la desgracia, el paraíso o el infierno. Y no sólo para el protagonista sino también para muchas personas que allí aguardan – hechizados o víctimas de alguna maldición- la solución de sus problemas que, en la mayoría de los casos, solo es posible si el héroe toma la alternativa correcta. Cuando, por fin, el viajero se encuentra ante las islas maravillosas que surgen del océano, ocurre que éstas se le presentan de manera escalonada y siempre dotadas de alguna condición extraordinaria. En el Viaje de Maeldúin, uno de los característicos imrama o relato de Viajes a las islas dispersas de la literatura céltica, aparecen más de treinta islas dotadas cada una de ellas con algún elemento maravilloso que se muestra ante el aventurero: árboles con manzanas de oro, rebaños de ovejas negras y blancas, rios de aguas que abrasan todo lo que tocan, cercas de oro, plata y bronce que encierran en recintos separados a personajes dotados de poderes milagrosos, bestias monstruosas, nubes pobladas por seres aéreos, reinas y princesas dotadas con el don de conceder la vida eterna, murallas giratorias de fuego y algunos otros más 53. Comida, bebida, placeres, dones y también castigos. Porque una de las características de tales lugares maravillosos que, desde luego, siempre representan al Más Allá, es la imposibilidad de compartir simultáneamente la condición de individuo de nuestro mundo con todas esas circunstancias que el relato nos muestra. Aquellos que inadvertidamente o con toda intención coman o beban los manjares del Ultramundo o disfruten en él de cualquier manera que fuere, no podrán regresar a su condición primera. Este requisito –que es citado de manera casi obsesiva en los relatos sobre viajes o visitas al Más Allá53 PATCH, HOWARD R., El Otro Mundo en la literatura medieval, Fondo de Cultura Económica, 1983. Pag. 40-41. 69 recuerda al que debían cumplir también de manera inexcusable los licántropos que anhelaban recuperar su condición de hombres o mujeres: no probar la carne humana durante toda su etapa de transformación en lobos. Este tipo de condiciones son tan constantemente repetidas, se insiste tanto sobre ellas en las tradiciones y leyendas de muchos pueblos y culturas diferentes, que cuesta mucho suponerlas no consecuentes a determinadas experiencias reales, por más que pudieran ser éstas tan antiguas que su recuerdo se haya perdido en la noche de los tiempos. Los alimentos y sustancias ingeridas en cualquier mundo, realidad, o dimensión de que se trate no deben alterar en ningún caso la condición esencial del ser que corresponde a su protagonista. Consecuencia de un incumplimiento semejante podría ser muy bien la de verse arrojado a un ámbito sin definiciones ni estatus reconocidos, que es precisamente lo que ocurre con los no-muertos. La condición de los observadores y la de los elementos maravillosos que componen la observación tienen mucho que ver con la clasificación minuciosa y con la jerarquización de los fenómenos extraordinarios que se presentan en esas islas dispersas en el mar. En ellas, la materia pierde sus propiedades habituales en cuanto a peso, tamaño, color y forma se refiere. Así, el agua adquiere las propiedades del fuego, el fuego las del agua, la tierra firme se convierte en algo aéreo y sin peso o un pequeño guijarro se vuelve de pronto tan pesado como una montaña. Algo constante en dichos ámbitos es la presencia de abismos ardientes que únicamente pueden ser franqueados por puentes tan estrechos como un cabello o como el filo de una espada. Se trata, desde luego, de circunstancias o pruebas iniciáticas que necesitan experimentar –o sufrir, llegado el caso- los aventureros que han sido capaces de llegar hasta allí. La comida y la bebida poseen asimismo propiedades extraordinarias, de manera que el simple aroma de ellas es suficiente alimento para mucho tiempo. Aquí estamos en presencia de un viejo mito: el que habla sobre el espíritu de los alimentos que es lo que, en realidad, nutre a los dioses y a las almas durante el sacrificio ofrecido. Ello aparece en las tradiciones de muchos pueblos. Recordemos a los btsan, demonios tibetanos que despedazan y devoran el último suspiro de los moribundos en una habitación especial que 70 existe en el monasterio de Samyé 54 . O a las almas de los muertos, alimentadas por Odiseo con el espíritu de la sangre derramada en los sacrificios 55 . El espíritu de los alimentos es tan importante como el espíritu de aquellos que los perciben, los incorporan o los devoran. Se es básicamente lo que se come. Por tal razón, los alimentos y bebidas del Otro Mundo condicionan de tal manera a sus perceptores que, quienes los reciben, quienes comulgan con ellos e incluso quienes, simplemente, los observan, han de adquirir necesariamente –en todo o en parte- las cualidades sobrenaturales que caracterizan a los seres del Más Allá y no podrían recuperar su condición anterior, de la misma manera que los muertos no pueden volver hacia la vida una vez que han traspasado la frontera tendida entre ambos mundos. En las islas del Ultramundo, tampoco se reciben y transmiten los mensajes, las palabras, los textos de igual manera que en nuestro mundo cotidiano. La información no se interpreta del mismo modo ni las consecuencias de aquello que se envía o recibe como mensaje son ni siquiera parecidas. Por eso ocurren por lo general dos fenómenos, entre otros muchos, que me gustaría destacar respecto a las noticias, conocimientos o secretos que los difuntos, espíritus o almas pretenden tal vez enviarnos desde el Otro Lado o, también, acerca de las informaciones que algunos intentan hacer llegar hasta allí. En primer lugar, en casi todas las tradiciones relacionadas con este aspecto cultural es posible comprobar que los mensajes recibidos del Más Allá suelen ser crípticos, misteriosos y dotados de sentido oculto, cuando no lisa y llanamente engañosos, porque no resulta posible superar con éxito la gran barrera que divide ambos aspectos de la realidad sin que esos intentos se vean condicionados e influidos por el espacio-frontera que constituye el límite establecido entre ambos. Así es posible observar que en muchos relatos y narraciones sobre aparecidos, éstos mueven los labios como si hablaran, pero resulta imposible oirles con claridad o bien lo hacen en lenguajes extraños y 54 Los btsan cuyo nombre significa “poderoso”, “fuerte” son espíritus feroces de muchas clases. Su apariencia es la de demonios de piel roja que cabalgan por las montañas. Vd. PRECIADO, IÑAKI, Swastika. Religión y magia en el Tibet. Pág. 82. El Monasterio de Samye, fundado hacia 767 por el rey Thisong Detsen con la ayuda del monje hindú Padmasambhava (padre del budismo tibetano) es el primer monasterio del Tibet y uno de los que se consideran como más sagrados. 55 Odiseo, en su descenso al Hades, alimenta con sangre de animales sacrificados a las almas que acuden al festín, para que se hagan visibles y poder así interrogarlas. 71 desconocidos para el que escucha o utilizando metáforas y parábolas de significado dificilmente discernible 56. En segundo lugar, los intentos por establecer una comunicación con los espíritus y seres del Más Allá, lleva muchas veces a recibir severos castigos, semejantes a aquellos que caen sobre quienes no acceden al ámbito de lo sagrado o de lo numinoso con la preparación adecuada. La posibilidad de abrir el umbral del espacio-frontera que separa ambos mundos trae consigo además otra de llamar inadvertidamente a fuerzas que no tendrían porque aproximarse siquiera a nuestra realidad. Eso, al menos, es lo que describen algunas tradiciones como la tibetana en la cual, la simple permanencia en lugares – como los cursos de agua, las orillas de los lagos o del océano- en los que suelen habitar los demonios, es suficiente para atraer a esas criaturas. Son tales fenómenos los que muestran algo que en el fondo es muy simple: la diferencia radical entre la naturaleza de los respectivos sistemas espacio-temporales de ambos universos, concebida como un hecho cultural y como una realidad social, nos obliga, como diría Levi-Strauss, a pensar simbólicamente y a intentar unir mediante la fuerza que trae consigo la acción de significar, extremos o situaciones que de otra manera serían inconciliables y permanecerían separadas. El hecho de que los seres del Más Allá no puedan comunicarse fácilmente con nosotros no excluye, desde luego, la posibilidad y la certeza de esa comunicación. Únicamente le proporciona una jerarquización simbólica que no sólo la hace posible, sino que además la integra en un conjunto de alternativas coherente y explicable. Por su parte, la sanción de intentos de comunicación inadecuados, no oportunos o irrespetuosos entre éste mundo y el Otro, refuerza la estructura normativa de los sistemas culturales y canaliza –dentro del sistema simbólico-cognitivo- la expresividad colectiva en diversos ámbitos alternativos. Los espacios limitados como islas dispersas en medio del océano, poseen asimismo un poder de actuación sobre el transcurso del tiempo cronológico al que llamamos vida o experiencia vital, es decir, ese periodo que para nosotros comienza con el nacimiento y finaliza con la muerte. Ya hemos 56 Un ejemplo de esa dificultad para comunicar durante los tránsitos entre el mundo de los vivos y el de los muertos es el reflejado por la tradición céltica del Caldero de Branvendigeit, capaz de resucitar a los guerreros caídos en las batallas al sumergirlos en el, aunque quedaban mudos. 72 visto que, en ocasiones, el tiempo parece detenerse para aquellos que residen provisional o definitivamente en ese mundo extraordinario y que el paso de unos minutos allí, supone el discurrir de años en el nuestro. Pero a lo que me refiero ahora es a la propiedad de que se disfruta en ese universo mágico de que sea el propio transcurso del tiempo vital el que se detenga total y definitivamente, conservándose de una manera completa la juventud, la salud y la felicidad en una especie de estado suspendido y permanente. Por eso en las tradiciones se habla de la Tierra de los Jóvenes cuando mencionan ese lugar o a sus habitantes, teóricamente dichosos, pues se han liberado de las peores lacras que afligen a la humanidad. Ese estado de suspensión maravilloso es descrito también en el Libro de los Muertos egipcio como algo que se alcanza una vez superadas las pruebas que los espíritus de los difuntos encuentran en su camino hacia el Otro Mundo o Douat: Mi alma, mi ka, mi espíritu habitarán este país, cuyo dios es el Señor de la Verdad, el Señor de los alimentos, el rico en dones…57. El mensaje es muy claro y preciso. Una vez superada la terrible prueba de la muerte, una vez traspasado ese tunel oscuro que se abre con la tumba, es posible alcanzar un lugar en el cual han desaparecido para siempre el dolor, el sufrimiento y la propia extinción. El tiempo queda suspendido en su discurrir y se entra en un plano de esperanza y de felicidad que es descrito con unas características u otras según el sistema cultural de que se trate. Pero lo verdaderamente curioso y significativo es la conservación, a lo largo de los siglos, de esos esquemas básicos que son comunes a pueblos y culturas bien diferentes y ampliamente separados muchas veces en tiempo y espacio. Así, no hablaremos ahora de los que a través de diversas circunstancias alcanzan ese mundo feliz, sino de aquellos que residen y habitan en él por derecho propio. Esos seres, en principio, reunen en sí como propiedades más destacadas la belleza, la juventud y la facultad de hacer milagros o, cuando menos, la de realizar y llevar a cabo acciones de naturaleza especial y que superan las condiciones de lo que en nuestro mundo llamamos normal o natural. Por lo demás, su apariencia suele describirse como tranquilizadora y capaz de seducir a sus interlocutores. Algo les dice a éstos que están en 57 Libro de los Muertos, Ediciones Tecnos. Madrid, 1989. pág. 393 73 presencia de un ser extraordinario, pero nada hay en su aspecto que les induzca al temor o les incite a la huida, al menos en un primer momento. La conciencia de lo extraño se abre camino poco a poco: las palabras del ser, algún detalle de su figura, ciertas influencias que ejerce sobre su entorno (transparencias, luminosidades, resplandores…) o sobre el espacio que le rodea. Casi siempre viene a llevarse algo o a convencer a alguno de los presentes para que le acompañe a su país de más allá del mar. En las narraciones y relatos de la cultura céltica se trata con frecuencia de una mujer bellísima que desea tomar al héroe como esposo y llevárselo consigo. Pero el aspecto puramente carnal o sexual se halla difuminado a favor de lo maravilloso de la experiencia que aguarda al escogido. Casi podríamos pensar en una abducción hacia el Otro Mundo narrada a través de una leyenda o una historia antigua, pero con imágenes que cualquiera reconoce como actuales, formando parte de nuestro imaginario colectivo. Estos seres del Más Allá suelen ser denominados ángeles, hadas, sirenas, ninfas y de muchos modos más. Pero todos ellos muestran una característica común: la necesidad de contactar con nosotros, de hacernos testigos de su presencia mágica, de manifestarnos con su presencia la posibilidad de una alternativa a la muerte, a la extinción y al sufrimiento. También, la de mostrar cuan radical y profunda es, por tanto, la separación entre nuestros dos mundos y cómo ha de modificarse el carácter, las condiciones y hasta el aspecto físico del elegido para que sea posible su paso hacia ese ámbito de lo maravilloso que aguarda al Otro Lado. El elegido –o, cuando son varios, los elegidos- pierden su memoria sobre este mundo nuestro y únicamente viven y existen para aquello que hay en su nuevo universo. Lo mismo que el tiempo deja de transcurrir para ellos o, cuando menos, lo hace de manera bien distinta a la habitual entre nosotros, así ocurre con su memoria. Atrás han quedado los seres queridos, los amigos, las aficiones y ocupaciones. Nada se recuerda de todo eso que se ha desvanecido en la distancia como los flecos de una nube de verano. En el nuevo mundo aguardan otras vivencias, más intensas, más plenas y satisfactorias. De manera que otra de las condiciones que es necesario cumplir, o por las que no hay más remedio que atravesar, es el olvido. 74 Olvido y lapsus temporal son los parámetros de la felicidad en estos casos, tal como nos son descritos por las principales tradiciones. Pero, ¿qué sucede si el elegido desea renunciar a su paradisíaco y feliz estatus, regresando hacia su viejo mundo? El hecho mismo –que las tradiciones recogen puntualmente- de que ese regreso sea posible y que casi siempre constituya el desenlace de una historia fantástica y maravillosa, atestigua que el olvido pretendido no es completo y, por tanto, tampoco lo es la felicidad. El protagonista desea, finalmente, volver, retornar a su mundo. Eso ocurre, tal vez, porque el traslado de seres y de entidades entre ambos universos descompensa y compromete el delicado equilibrio que en cualquier grupo social existe siempre entre los deseos más íntimos y la visión acerca de la realidad que un modelo cognitivo proporciona. Por eso, las islas dispersas en el océano, esos territorios donde toda maravilla y fenómeno extraño tienen su asiento, permanecen siempre ahí, muy próximas a nosotros, pero siempre dotadas con una capacidad de excluirse de nuestro mundo, de desaparecer en el horizonte, tal como hace la mítica isla de San Barandán que, según la leyenda, se puede observar en medio del mar, a lo lejos, desde algunos lugares de la costa. El océano conserva así toda su capacidad evocadora como reino de lo etéreo, de lo milagroso y de lo mágico que son –entre otras- propiedades evocadoras de lo que existe al otro lado de la puerta secreta de los cuentos o del espejo mágico de las narraciones. Pero tal capacidad no podría guardarse íntegra, dispuesta para funcionar en el mundo de los sueños y de las aspiraciones humanas si el cortocircuito entre nuestro mundo y el otro permaneciese siempre activo. El misterio, una vez más, es la llave y la explicación de la presencia alternativa del Más Allá entre nosotros y de que esa presencia se manifieste mediante sus propias condiciones espacio temporales. El océano enorme, agitado y temible es, para muchos, el mundo de los muertos. Allá, entre sus aguas inquietas, siempre en movimiento y al asalto de las costas, van a parar los espíritus de los difuntos. De ese piélago inmenso pueden asimismo llegarse hasta la tierra firme criaturas peligrosas y entidades sin nombre, despertadas tal vez por los manejos imprudentes de algún hechicero inexperto. Los germanos enviaban al mar los cuerpos de sus fallecidos mediante barcos a los que prendían fuego y que eran llevados hasta 75 el Otro Mundo a merced de las olas y de los vientos. Cuando no lo hacían así, solían enterrar los barcos en las tumbas, junto al cadáver, al que tal vez se invitaba con ello a emprender el largo viaje hacia lo inimaginable. Esa tradición la mantuvieron también los egipcios antiguos con sus reyes. Todo ello nos habla de algo que permanece profundamente unido a esos anhelos y deseos que no encuentran fácilmente su camino expresivo por medio de los sistemas culturales. ¿Se trata, tal vez, de la vieja llamada del flujo salobre que guardamos en nuestras venas y arterias? ¿Es quizá un impulso de aquellas mareas primordiales que todavía encuentra un eco en nosotros? El mar es, desde luego, el Otro Mundo que alienta bajo todas las capas con las que la civilización y la cultura han ocultado la vieja imagen, esa que todavía pervive en un entorno en el que nada hay áspero o bronco sino en el que dulce música llega a los oídos, sin congoja, sin tristeza, sin muerte, sin enfermedad, sin debilidad. Ese es el signo de la Tierra Plateada…58. 58 El viaje de Bran. En PATCH, H.R. o. cit. Pág. 39. 76 2. Luces, fuegos y resplandores. Los testimonios y avisos del Otro Mundo. 77 2.1. Apariciones del Otro Mundo En todas las culturas humanas conocidas, los seres del Más Allá desempeñan un papel importante como transmisores de informaciones, de advertencias y de conocimientos que son fundamentales para el desarrollo correcto del correspondiente grupo social. En algunos casos, son los ancestros quienes cubren ese papel, procurando así que el caudal de modelos cognitivos necesarios para que pueda llevarse a cabo el proceso de socialización no quede interrumpido por sucesos fortuitos o acontecimientos propios del desarrollo del proceso vivencial. En otros, son los espíritus de los difuntos que vuelven para solicitar alguna merced de los vivos o para satisfacer deudas pendientes. En cualquier caso, así se conservan, por ejemplo, las reglas del parentesco, las características propias de las relaciones con lo sagrado o aquellas tácticas necesarias para responder, en un momento dado, ante los cambios ocurridos en el medio ambiente en el que vive el grupo social. Pero, aun cuando pueda parecer extraño, no siempre son los espíritus o los ancestros quienes desempeñan ese papel protagonista de enviados del Otro Mundo. A veces lo llevan a cabo ciertos seres del Más Allá de naturaleza ambigua, cuyo verdadero carácter queda velado y oculto de manera intencionada, bien por razones de desconocimiento acerca del mismo, bien por pura y simple protección debido a que su naturaleza es de condición monstruosa y perjudicial en sus contactos, por lo que es mejor ignorarla. Todo ello da fe de lo terriblemente complejas que suelen ser las relaciones mantenidas entre éste mundo nuestro y los que pueda haber al otro lado de esa línea débil y quebradiza representada por la cultura humana. La clasificación de los seres del Otro Mundo que se aparecen o manifiestan ante nosotros constituye por tanto, además de un interesantísimo catálogo en el que se muestran los resultados de las esperanzas, deseos y temores de los humanos, un reflejo de las condiciones en las que se desarrolla su vida social y de las relaciones que se establecen y mantienen en ella. Dentro de un amplio abanico de posibilidades, en una primera y genérica clasificación de los seres que se aparecen o muestran ante nosotros como 78 manifestaciones de lo extraño y lo sobrenatural, podemos considerar a las divinidades de diverso tipo y a los personajes relacionados con ellas o con lo sagrado, a los ancestros y antepasados, a los espíritus de los muertos y asimismo a un tipo de presencias a las que genéricamente catalogaremos dentro de la denominación de fantasmas paradójicos, entre los cuales no sólo incluiremos a las apariciones de tipo divino o sobrenatural que comúnmente nos presenta la casuística o la literatura del género, sino además a unas entidades que casi siempre van a mostrarse como indiferentes ante los humanos, cuando no hostiles frente a las expresiones o actividades características de éstos. En algunos casos, tales seres –considerados como deidades o como simples apariciones más o menos singulares- se presentan con ciertos signos peculiares y llamativos: les falta una pierna, un brazo, un ojo. A veces, en ellos aparecen partes de individuos de otras especies: tentáculos, alas, patas de cabra, colas de pez o de serpiente y constituyen así seres híbridos de diversos tipos. Pueden tener cabezas dotadas de cuernos, fauces con grandes colmillos y ojos feroces. También pueden mostrarse en silencio o bien, cuando pretenden hablar y emitir sonidos que tal vez deberían ser tomados como un intento de comunicarse con los testigos de su aparición, ello se produce en un lenguaje desconocido y extraño, igual que ocurriría si existiese alguna dificultad o perturbación peculiar en el medio donde se lleva a cabo esa manifestación que impidiese un desarrollo normal de la misma. En ocasiones, esas entidades se aparecen como luces o resplandores que no adoptan forma alguna, o que las comprenden todas sucesivamente. Quizá los propagadores de historias, leyendas y mitos de la Antigüedad e incluso de edades bien próximas a nosotros, los maestros canteros medievales y los escultores de capiteles, portadas y tímpanos de las iglesias románicas y góticas o los artesanos de muchas regiones de Africa, Asia y América con sus diseños de máscaras, vasijas o motivos pictóricos, tenían alguna idea bastante precisa acerca de la naturaleza de semejantes criaturas, de su carácter iniciático, conductor e indicador, aunque muchas veces peligroso, cuando las describían en sus narraciones o las representaban en esos conjuntos monumentales que hoy podemos contemplar por todo el mundo y procedentes de todas las épocas, 79 siempre asombrados ante el poder de sugestión que emana desde aquellas figuras. Por otra parte tales fenómenos, lejos de ser singulares, suelen mostrarse con relativa frecuencia, si consideramos ejemplos tomados de las culturas más diversas. Así, respecto a las divinidades y entes míticos del Perú prehispánico, encontramos seres mixtos, formados con las partes de animales marinos y terrestres: peces con cola de ave, animales semi-zorros y semi-felinos, seres antropomorfos dotados ornitomorfas, etc. 59 con extremidades serpentiformes, entidades . En la tradición céltica hablaríamos, desde esta perspectiva, de los característicos seres demediados, heridos, afectados por alguna enfermedad mágica o a los cuales falta alguno de sus miembros o que, cuando menos, se aparecen, según los relatos, con ellos ocultos e inutilizables (impedidos por vendajes, muletas o deformaciones diversas) o no se les ven claramente dibujados en su figura. En la mitología nórdica encontramos caballos extraordinarios de ocho patas 60 y divinidades tuertas o mancas. Y en casi todas las tradiciones mitológicas del mundo se da cuenta de seres luminosos, con o sin forma reconocible, y también de seres oscuros que se acercan para mostrar al aterrorizado caminante sus fauces llenas de agudos dientes y sus zarpas puntiagudas. En cualquiera de estos casos, es importante conocer cual de los lados de la simetría o distribución corporal está afectado por la perturbación (ausencia o presencia de miembros, extremidades supernumerarias, órganos pertenecientes a otras especies, etc.), así como también es importante tener en cuenta el ambiente en el que se producen esas apariciones y como cambian, a veces muy bruscamente o de forma repentina, las características ambientales que las acompañan: frío intenso, calor inexplicable, niebla, luces y resplandores que no parecen venir de parte alguna o el surgimiento de oscuridades a las cuales es posible incluso percibir en plena noche, como unas extrañas masas o viscosidades que se acercan al testigo y pretenden envolverle, rodearle, penetrar en él. 59 Ver MAKOWSKI, KRZYSZTOF, La religión de las altas culturas de la costa del perú prehispánico. En “Religiones andinas”, Manuel M. Marzal (Editor). Editorial Trotta, S.A., 2005. pág. 39 y s. 60 Como Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odin. 80 Este tipo de criaturas o la constancia de fenómenos parecidos a los descritos se han recogido también en la tradición alquímica como elementos figurativos y descriptores de las distintas etapas de la Gran Obra, ese camino iniciático que lleva fundamentalmente hacia la transformación del adepto y su acceso a otra realidad. Son por tanto, todas ellas, piezas significantes de un Texto universal en el que se recogen las informaciones relativas a Otra Realidad, llegadas hasta el universo humano desde diferentes niveles e integradas en casi todos los mecanismos culturales conocidos. Asimismo, Carl Gustav Jung ha estudiado pormenorizadamente en sus obras la coincidencia de tales arquetipos básicos en todas las culturas con las figuraciones que emanan en diversas circunstancias del inconsciente humano, sea éste individual o colectivo 61. Los seres del Más Allá se presentan por tanto ante nosotros con figuras y expresiones que pueden ser identificadas casi de inmediato como pertenecientes a ese plano diferente y característico de la realidad. Lo que, en su caso, cada grupo social y cultural trata de determinar, es la cualidad connotativa del mensaje que esos seres transmiten hacia los individuos y las estructuras de nuestro mundo. Y tal singularidad, revestida con los correspondientes ademanes estéticos, es la que debemos observar –y quizá, si ello fuera posible, descifrar- en nuestro examen antropológico. Pero, como hemos dicho, las apariciones de seres procedentes del Otro Mundo representan también un peligro en ciertas ocasiones. Sobre todo cuando se trata de estos seres mixtos, demediados, señalados e iniciadores. Así, puede tratarse de manifestaciones de la divinidad o de lo numinoso – hablando desde un punto de vista general y amplio- destinadas a apoderarse en alguna manera de los adeptos o testigos de la epifanía. Y ese apoderamiento puede presentar un carácter monstruoso en el sentido que hemos definido en un trabajo anterior 62, es decir, estar dotado con un efecto de transmisión del mal a los afectados, los cuales, a su vez, poseen la capacidad de contagiarlo a otras futuras víctimas. No es infrecuente que los testigos de semejantes apariciones relaten –si sobreviven al encuentro- pormenores más bien propios de tropiezos con los vampiros o con monstruos tales como 61 62 Por ejemplo, en Psicología y Alquimia, Metamorfosis del alma y sus símbolos o Aion, entre otras. En Muertos, Monstruos y Dioses Oscuros 81 licántropos o criaturas parecidas: intentos de agresión, ataques físicos o psíquicos, abducciones y secuestros de diversos grados y tipos. La misma aparición brusca, repentina e inesperada de un ser como Pan, descrita tantas veces en la mitología, es una manifestación típica del contacto con lo numinoso que puede desencadenar graves alteraciones físicas y, sobre todo, psíquicas, en el sujeto que las presencia (el terror pánico). ¿Cuál sería el propósito, en éste supuesto, de tales sucesos? Porque las apariciones de las divinidades, los espíritus y los antepasados pueden tener un carácter de culto, enseñanza, advertencia, información o de castigo. Pero en el caso de esos personajes demediados, marcados por alguna señal o deformación que exhiben como signo de su pertenencia al ámbito de lo sagrado y que se muestran ante los testigos en lugares especiales, el objetivo puede ser otro bien distinto: atacar y causar daño. Pero ¿Por qué?. Creo que ante todo debemos tener en cuenta el hecho de que, con esos seres, no se manejan los criterios usuales acerca de lo que es bueno, malo o indiferente. Si ellos son, en definitiva, una proyección de nosotros mismos, de nuestros miedos, deseos, esperanzas y frustraciones, actuarán como nosotros nunca nos habríamos atrevido a hacerlo. El grupo social con sus leyes, normas, costumbres y modelos de comportamiento, atenaza y controla demasiado nuestras vidas como para que podamos permitirnos ciertas licencias. Así, esos fantasmas –si es que lo son efectivamente- prolongan nuestra cara más oscura al otro lado de las fronteras físicas y psicológicas de la sociedad en la que vivimos y de la que no podemos salir. Muertes, agresiones, violaciones, incestos, sacrificios sangrientos a divinidades implacables y tenebrosas y también el correr en plena libertad salvaje por las selvas, por las dilatadas llanuras, incluso a través del aire tempestuoso, acompañando a los relámpagos y vendavales, es lo que, tal vez, nos gustaría hacer. Por eso, como nos hayamos constreñidos por una rígida estructura de normas y prevenciones, los seres míticos y fabulosos con los que poblamos el universo que nos rodea, lo hacen por nosotros. Hay que pensar, sin embargo, que no todo es fantasía y proyección de deseos e insatisfacciones. Probablemente, en tiempos no tan lejanos, esas correrías y cabalgadas fueron emprendidas por nuestros antepasados en el corazón de los bosques o entre rocas enhiestas a la luz de la luna. Y muchos de los recuerdos que todavía 82 albergamos, afloran con esas ensoñaciones y visiones, presentes en todas las culturas humanas. Existe un ejemplo muy ilustrativo al respecto. Se trata de la ceremonia descrita por Alexandra David-Néel como una práctica realizada por los lamas tibetanos y denominada tcheud o gichod 63 Podríamos decir de ésta extraña y terrible ceremonia que es una auténtica aparición programada de seres del Otro Mundo, principalmente de los más espantosos y crueles: demonios, espíritus malvados, ogros y ogresas que buscan con ansia la carne humana. El tcheud se lleva a cabo principalmente como un medio de purificación del iniciando o del oficiante y también para aprender a controlar a los espíritus malignos y demonios con los que las creencias populares tibetanas pueblan casi todos los rincones de aquellas tierras. Sin embargo, esta ceremonia –muy peligrosa, aunque no sea más que por el riesgo que supone para la integridad psíquica del que la lleva a cabo- requiere un grado de iniciación sin el cual no se puede efectuar. El discípulo ha de sufrir diversas pruebas preparatorias para realizarla y ha de acudir a un maestro lama para que le instruya, al menos, en los rudimentos necesarios con el fin de adquirir un nivel mínimo de experiencia. En muchos casos el aprendizaje es largo y complejo hasta que el practicante se considera preparado para superar la prueba. El oficiante del tcheud ha de acudir en solitario a ciertos parajes con mala fama, que en el imaginario popular están poblados por los demonios más terribles y agresivos. Cuando llega la noche, en la mayor soledad, comenzará a invocar a las deidades más crueles y sanguinarias, a los demonios más feroces y a ciertos espíritus a los que, según la tradición, les gusta sorber el cerebro de sus presas o devorarlas lentamente después de arrancarles las entrañas. El oficiante no puede abandonar el lugar por grande que sea su terror y ha de resistir las visiones más espantosas de esos seres, excitados por las llamadas rituales y ávidos de carne fresca. Durante tres días y tres noches ha de soportar el asalto de los demonios y malos espíritus, aprendiendo a dominarlos y a librarse de sus ataques. El ayuno, obligatorio para la ceremonia, la fatiga y la tensión anímica se combinan para socavar la resistencia del oficiante. Y en ocasiones, fieras auténticas –como el tigre de las nieves- hacen presa en estos 63 DAVID-NEEL, ALEXANDRA, Mystiques et magiciens du Tibet, Plon, Paris, 1980. pág. 134 y s. 83 desdichados que, en su estado enfebrecido, no pueden oponerse a ese nuevo enemigo y son finalmente devorados, aun cuando la culpa se la llevarán los demonios y diablos que, presuntamente, el practicante del tcheud ha atraido hacia sí. Esta práctica es muy frecuente entre los aspirantes a lama que desean alcanzar los grados más elevados del conocimiento y de la sabiduría. Algunos de ellos la realizan frecuentemente a lo largo de su vida e incluso permitirán que los espíritus malignos se den en algunos casos un festín mágico y simbólico con su carne, porque, una vez devorados por los monstruos, únicamente queda de su cuerpo lo más impuro que, ceremonia tras ceremonia, se va extirpando de su espíritu para alcanzar así el máximo nivel de lucidez. Por tanto, la fuerza negativa de los espíritus malignos puede ser utilizada también como medio e instrumento eficaz para obtener la suprema bienaventuranza. El tcheud, fenómeno de aparición de seres sobrenaturales buscado y programado en este caso mediante unas técnicas especiales aprendidas tras largos años de práctica, nos muestra sin embargo, pese a su singularidad, algunos aspectos interesantes, comunes –o al menos, muy parecidos- con los que se presentan en otros ejemplos más conocidos de presencias fantasmales. Así, en primer término, el lugar de la aparición o de la manifestación sobrenatural. Según he dicho, se trata siempre de ámbitos especiales, con mala fama: cementerios o sus proximidades, encrucijadas, lugares abruptos o cercanos a cuevas y desfiladeros, entre otros. Podríamos suponer, quizá, que se trata también aquí de lugares-frontera, de sitios en los que ocurren cosas extrañas e intranquilizadoras, propicios para que en ellos se desarrollen los pasos o tránsitos necesarios de las entidades espectrales acaecidos entre este mundo y el Otro. En segundo término, el carácter predominantemente maléfico, cruel y destructor de las entidades que acuden al encuentro con el oficiante del tcheud. Salvo en el caso antes indicado de que esas entidades se utilicen como instrumentos de purificación del adepto, nada bueno puede esperarse de ellas. Es una de las manifestaciones más terribles de lo numinoso, es decir, de aquello que –según Carl Gustav Jung- resulta fascinante y misterioso, provocando un sagrado temor en quienes lo experimentan o lo presencian. 84 Pero aquí no se trata de divinidades más o menos predispuestas hacia sus adeptos, sino de demonios y de espíritus caníbales que pueden absorber el cuerpo físico y el aura de sus presas. No son, por tanto, susceptibles de dominio mediante simples exorcismos y únicamente lamas muy expertos, con largos años de preparación y de experiencia, con severas pruebas iniciáticas superadas, son capaces de salir indemnes de la aventura. Por eso, los sucesivos tcheud a los que se someten ellos o someten a sus discípulos tienen por objeto adquirir esa preparación, aun cuando hay que decir –y así lo confirman algunos iniciados, como Alexandra David-Néel- que esas pruebas no siempre terminan felizmente. En tercer lugar, es necesario destacar el momento en el que se producen estas apariciones programadas o buscadas. Al igual que el oficiante debe escoger el lugar apropiado, también ha de esperar el periodo de tiempo cronológico más propicio para el desarrollo del tcheud, que serán las horas nocturnas de mayor oscuridad. Como dicen los lamas, el discípulo ha de comprender que dioses y demonios existen realmente para aquellos que creen en su existencia y que esos seres sobrenaturales poseen el poder de hacer el bien o de causar daño a quienes les rinden culto o a quienes les temen 64 . El espacio y el tiempo sagrados, es decir, vinculados ritual y mágicamente a la presencia de diversas realidades además de la cotidiana y a sus posibles contactos, así como a las distintas variedades de seres y fuerzas que las pueblan, son elementos fundamentales y básicos en las explicaciones del mundo que todas las culturas poseen en su acervo simbólico-cognitivo. Una cuarta lección podríamos extraer, quizá, del examen de estas experiencias. Sería la que nos habla del peligro que representa abrir puertas o establecer canales de comunicación con ámbitos de características desconocidas o que puedan albergar fuerzas peligrosas. En el caso que acabamos de citar –el tcheud- los lamas advierten con toda claridad sobre el peligro que representa actuar a la ligera en tales casos. Y eso se puede hacer extensivo a muchos otros campos de contacto con lo sobrenatural y lo numinoso. Cuando nos asomamos a esa realidad misteriosa y fascinante, estamos abriendo nuestro pequeño mundo, la débil burbuja cultural que nos 64 DAVID-NEEL, ALEXANDRA, o. cit. Pag. 138. 85 hemos construido para protegernos, a una realidad ignota y terrible, cual es la del universo que yace más allá de nuestros sentidos y percepciones. Los seres del Otro Mundo ofrecen también otras posibilidades de contacto y de actuación sobre nosotros. Pueden ser los depositarios del patrimonio cultural simbólico-cognitivo del grupo social o los transmisores del conocimiento e incluso los maestros en las ceremonias iniciáticas que controlan el paso entre distintos niveles de estatus o categoría social. Mircea Eliade, nos habla, por ejemplo, de lo que ocurre entre los Wiradjuri australianos cuando se trata de graduar o de consagrar a un hombre-medicina. Como suele ocurrir en casos semejantes, el iniciando ha de traspasar las barreras que separan nuestro mundo del Más Allá, para reunirse con los espíritus de los difuntos y recabar de ellos el conocimiento al que aspira. Para ello, el neófito habrá de adquirir primero la facultad de ver a los espíritus, de reconocerlos como tales y de mostrar a los demás que ha conseguido dar ese primer paso en su camino. Más tarde, el aspirante habrá de entrar en una tumba –es decir, en el reino de los muertos- actuando él mismo como una especie de difunto figurado y atravesando el paso hacia la sepultura a través de un estrecho agujero practicado en el suelo. Como vemos, también aquí es necesaria la transformación del neófito. Mediante todas estas ceremonias y rituales va abandonando poco a poco su piel o su caparazón de vivo para convertirse en un ser del Otro Mundo. No necesito destacar la importancia de los procesos de transformación en el terreno de la psicología profunda estudiada por Carl Gustav Jung y por Erich Neumann. El proceso de transformación es también un proceso de creación inducido culturalmente 65 y representa un periodo básico en la configuración respectiva de las relaciones entre individuo y grupo social. En éste caso, el neófito wiradjuri, una vez dentro de la tumba, se encuentra con un ser del Otro Mundo, con un muerto que le frota ritualmente todo el cuerpo y le da unos cristales de cuarzo, con lo cual le proporciona esa condición que le faltaba, integrando al aspirante a hombre-medicina en el conjunto de conocimientos y saber que pertenece a su pueblo 66. 65 Ver al respecto NEUMANN, ERICH, El hombre creador y la transformación. En “Los dioses ocultos. Círculo Eranos II”. Ed. Anthropos, Madrid 1997..Pág. 19 y s.. 66 ELIADE, MIRCEA, Religions australiennes, Payot & Rivages, Paris 2004. Pág. 134 y s. 86 Este tipo de encuentros con seres del Más Allá, son, desde luego, buscados y programados. Como en el caso antes citado del tcheud tibetano, los neófitos llegan a ellos después de un periodo de preparación física y psíquica muy prolongados, que en ocasiones pueden dilatarse durante años. En ambos casos, el objetivo es utilizar la fuerza del Ultramundo para modelar con ella al aspirante, para dotarle de un nuevo cuerpo y de una nueva alma, abandonando las anteriores como pasto para los demonios y los espíritus sobrenaturales. Es un instrumento lo suficientemente importante como para que su uso esté siempre controlado por los mas expertos del grupo, sean lamas, sacerdotes, chamanes o brujos. El aspirante ha de saber reconocer y clasificar a los espíritus en sus distintas categorías y, sobre todo, ha de dominar todos los medios y procedimientos necesarios para salir con bien de su contacto, siempre peligroso, con las fuerzas del Otro Lado. En estas experiencias sobre las apariciones de seres sobrenaturales, presentadas en casi todas las culturas a través de los relatos y leyendas que integran las respectivas tradiciones, resalta la condición polimórfica y ambigua de la realidad en cuyo ámbito se desenvuelve el acontecer vivencial y se expresan las manifestaciones simbólico-cognitivas de cada grupo social. Las expresiones de lo sagrado y de lo numinoso modelan con sus fuerzas poderosas la condición en que se presenta el desarrollo de la existencia física y psíquica de los individuos. Por eso es tan importante que el fondo legendario o mitológico de cada colectividad aflore en esas visiones y muestre en su desencadenarse las posibilidades que la estructura social y comunitaria ofrece para explicar el mundo y las visiones que sobre él surgen como predominantes o preferidas a otras posibles. El Otro Mundo y sus habitantes enmarcan una representación de las fuerzas que actúan al tiempo en varios planos de la realidad. Cuando una persona que camina por el bosque en las horas de oscuridad observa a una cierta distancia la sombra incierta de alguien o de algo que se le acerca, tiene que echar mano –con rapidez y eficacia- de todo el contenido simbólicocognitivo del cual ha sido dotado a través de los procesos de socialización. Ha de decidir entre varias alternativas diseminadas en planos sucesivos del pensamiento dinámico: se trata de un animal peligroso, de una persona, de un árbol, de una roca o de un fantasma, aparecido o ser extraordinario. En cada 87 uno de estos casos la actitud a tomar será, naturalmente, diferente. Pero en la evocación de las respectivas imágenes y en la valoración intrínseca de cada una de ellas están actuando –o interactuando- una gran cantidad de valores, referencias y datos más o menos válidos o adecuados para la circunstancia. Eliade, en sus análisis sobre lo sagrado, distingue tres elementos que se relacionan entre sí y, al tiempo, establecen cadenas simbólicas respecto a múltiples y diversos aspectos de la realidad. Son: el objeto natural que ha recibido la impronta o la manifestación de lo sagrado, pero que continúa en su entorno normal. La realidad invisible o lo radicalmente Otro que forma el contenido revelado. Y por último, el mediador, que es el objeto natural revestido de una nueva dimensión: la sacralidad. Es decir, la hierofanía o manifestación de lo sagrado ha de experimentar un proceso hermenéutico –lo que podríamos describir como la descodificación del mensaje transmitido desde el Otro Lado hacia el nuestro- para poder convertirse al cabo el mismo en un mensaje accesible a una mayoría de individuos. En las apariciones de seres sobrenaturales –espíritus de antepasados, espíritus de muertos más o menos recientes, diablos, seres demoníacos y espíritus malignos, seres que encarnan fuerzas no bien conocidas de la Naturaleza o del Más Allá, monstruos y criaturas relacionadas o simples manifestaciones sin forma de energías también desconocidas y en cualquier caso, imprevisibles y peligrosas- podemos considerar desde una perspectiva amplia y mirando un poco más lejos de lo que nos permiten las necesidades clasificatorias, que todo ello se puede englobar en una categoría general de fenómenos numinosos. No por un afán simplificador, sino más bien buscando lo que hay de común en todos esos fenómenos, que son comunes –salvando los ademanes estéticos y las peculiaridades locales- a la mayoría de las culturas humanas de cualquier edad y espacio geográfico. Desde el antiguo Egipto, hasta las selvas amazónicas y desde los territorios de los Innuit árticos hasta los bosques y estepas de África, los parámetros que corresponden a las apariciones de seres extraordinarios suelen guardar un gran parecido, sin que ello presuponga ningún intento de comparativismo forzado, para el que, por otra parte, no existe necesidad alguna, siendo como somos los seres humanos de todo tiempo y condición 88 mucho más parecidos en nuestros afanes, temores y esperanzas de lo que comúnmente se cree o se está dispuesto por algunos a reconocer. Así, en las manifestaciones de lo sobrenatural que hemos dado en llamar apariciones, se presentan, principalmente, las siguientes circunstancias: 1- La entidad que se manifiesta. Puede mostrarse como figura, luz, sombra, o variaciones y combinaciones diversas de todo ello; de manera solitaria, doble o múltiple; con o sin características llamativas en relación con su tamaño, aspecto, vestimenta, actitud o disposición; con o sin ruidos, intentos de comunicación, o señales del tipo que fueren. 2- El ámbito en que se manifiesta. El lugar, momento, y circunstancias de la aparición. Como se trata en cualquier caso de un ámbito espacio-temporal, habrá que atender a las posibles variaciones de las coordenadas básicas del mismo, es decir, si hay o no modificaciones en lo que se refiere a las medidas del espacio o del tiempo, si hay desplazamientos no habituales o decididamente extraños e incluso extraordinarios, cambios de temperatura o fenómenos de relativismo temporal, entre otros fenómenos. 3- El mensaje que esa entidad o entidades traen consigo. ¿Cuál es el propósito del fenómeno por el que se produce la aparición? ¿Qué es lo que esa entidad –o entidadespretenden de los testigos o del grupo social en su conjunto? Quizá sea esto lo más difícil de determinar ya que puede dar lugar a todo tipo de especulaciones y manifestaciones de interés particular o colectivo. Muchas de las apariciones de figuras extrañas o de naturaleza no del todo aclarada se han convertido al final en fenómenos de tipo religioso o apocalíptico aun cuando, en su principio, no tuvieran ese carácter o, cuando menos, no lo manifestasen de manera principal. 4- El testigo, o los testigos. ¿Qué cambios experimentan? En ocasiones –no siempre- se producen cambios y alteraciones fisiológicas en los individuos que presencian 89 una aparición. Desde la mitología griega se habla, por ejemplo, del dios Pan como un dios asustador, es decir, una entidad que se aparece bruscamente ante los testigos infundiéndoles un terror incontrolable y a veces mortal al que se ha denominado terror pánico. Pero los testigos pueden experimentar cambios mucho más insidiosos y a veces sufrir incluso una mutación significativa y apreciable en su carácter o en su modo de vida. Sea como fuere, y por regla general, el testigo –o los testigos- nunca volverán a ser los mismos tras ser tocados por esa energía de naturaleza desconocida. Indudablemente, resultaría vano pretender reducir a una clasificación, por detallada que fuera, todas las posibles variaciones conocidas de la casuística que se contiene en las tradiciones y relatos de muchas culturas, pero quizá esos cuatro puntos resuman, de una manera general y desde luego no exhaustiva los aspectos más destacados que se ofrecen en los relatos y descripciones. Tampoco se trata de identificar el fenómeno como si estuviésemos hablando de una enfermedad o de un suceso corriente. Sabemos –y eso quizá sea lo más importante- que cuando el ser humano se enfrenta a lo extraño –mucho más si se trata de lo absolutamente Otro, de lo numinoso- lo primero que intenta, tras reponerse de la sorpresa o del susto iniciales, es reducir el fenómeno a medidas racionales, lo que no quiere decir que se trate de analizarlo comparándolo con otros parámetros o circunstancias conocidas, sino más bien de encuadrarlo en un marco coherente de explicación. La razón se alimenta de explicaciones. La explicación es lo más importante, mucho más importante que el análisis, porque el miedo, el terror – que suele ser el estadio siguiente- viene cuando las explicaciones fallan o no se adecuan a las características del fenómeno percibido. El miedo es el ámbito psico-fisiológico en el que se desarrollan –en una primera fase- los sentimientos que el testigo experimenta hacia aquello extraordinario y no común que aparece ante él. Y es entonces cuando puede ocurrir también el daño, porque en ese instante el testigo se encuentra desprotegido e inerme ante el fenómeno. Aunque en todas las culturas existen medios e instrumentos para actuar en tales casos y estos procedimientos que, 90 por lo general, son heredados desde las edades más remotas y transmitidos a través de la tradición, suelen contar con esa experiencia secular, las circunstancias no permiten en ciertas ocasiones que su poder se desarrolle plenamente. En ese juego, agresión presunta o posible- protección posible pero no del todo certera, se llevan a cabo los primeros contactos con el fenómeno de las apariciones. De su solución en uno u otro sentido va a depender casi siempre la propia calificación del fenómeno y, en medida no menor, el destino físico y psicológico del testigo –o de los testigos- del acontecimiento. 91 2.2. Los Mensajeros: avisos y consejos El Más Allá es una parte de la realidad en la cual se participa a través de las vivencias que afectan al grupo social. No es algo que se elija libremente o se pueda obviar, a no ser que uno abandone la colectividad voluntaria o forzosamente, o bien, sin abandonarla de una manera formal, adopte una postura de marginación o de heterodoxia. Pero, aún así, existirán determinados niveles que no podrá dejar a un lado. Entre esos niveles de casi imposible renuncia está todo lo que corresponde a creencias y a relaciones que se puedan entablar con las fuerzas o energías de lo numinoso. Y ello se debe a que esas fuerzas mantienen un grado tal de coordinación con los aspectos más oscuros y comprometidos de los individuos que parece casi imposible que éste se pueda librar de ellos. Quizá resulte sorprendente el que hablemos de aspectos oscuros en relación con los individuos en una época en la que, precisamente, parece que casi todas las cuestiones que atañen a nuestra vida y a nuestro paso por el mundo han de encontrarse situados bajo la luz cruda y deslumbrante de la razón y de la objetividad. No obstante, el planteamiento que presenta la existencia humana como un territorio con ciertos aspectos poco conocidos, pero en el cual quedan ya mínimos espacios por colonizar, obedece más a un deseo incumplido que a la estricta realidad de los hechos. No sólo existen aspectos oscuros en ese conjunto de seres interactuantes y de actividades humanas a las que llamamos civilización, sino que dichos aspectos están mucho más próximos a nosotros de lo que solemos reconocer y actúan con una fuerza mayor de lo que se pretende de ordinario. Precisamente son de ese tipo los asuntos relativos a la muerte y las creencias vinculadas con una posible prolongación de la existencia al otro lado de esa barrera –o tal vez, de ese filtro- impuesta por la extinción física y biológica inevitable de todos los seres que comparten nuestro mundo. Tales cuestiones permanecen rodeadas de un misterio impenetrable y en todas las culturas humanas son tomadas con una enorme preocupación y cuidado, elaborándose en torno a su vigencia y acontecer, doctrinas, deseos y sistemas de creencias que permanecen dotados de una gran vitalidad durante largos periodos históricos. En ese sentido, todo 92 aquello que de una manera real o figurada puedan transmitirnos los personajes del Más Allá, despierta siempre un enorme interés y es acogido con expectación no exenta de temor. Desde una perspectiva antropológica, el Otro Mundo es algo así como la cara oculta de un sistema social dado. Aparece siempre como un reflejo casi especular de las instituciones propias y representativas de una cultura. Pero en la práctica totalidad de los casos, esa imagen es algo más que un simple cuadro simbólico o que un espantajo atemorizador. Se trata desde luego de una instancia social muy activa y enormemente resolutiva. Sus intervenciones en nuestro mundo suelen ser decididas y tajantes cuando se trata, por ejemplo, de salvaguardar la integridad amenazada del grupo social o de sancionar conductas que el grupo considera inapropiadas o peligrosas, aunque no son éstas ni mucho menos sus únicas funciones. De ello hay abundantes ejemplos en la literatura así como en los cuentos y tradiciones populares. Sin embargo, como he dicho, no todo consiste en que el Otro Mundo desempeñe un papel de vigilancia o de control social que, en cualquier caso, podría ser llevado a cabo –posiblemente de manera más directa y sencilla- por agentes humanos. En esas manifestaciones existe también un componente esencial que muchas veces no se tiene en cuenta como debiera: el carácter que todo lo sobrenatural y extraordinario presenta casi siempre como si formase parte de lo sagrado y lo numinoso. No es que consideremos que los fenómenos dotados con ese carácter de lo sobrenatural y extraordinario pertenezcan necesariamente por esa razón al ámbito de lo sagrado, sino que es esa condición suya de extraños, relevantes, raros y llamativos la que les confiere una cualidad similar –con la consiguiente percepción peculiarizada- a la que exhiben los acontecimientos del ámbito de lo sagrado. Esa es, exactamente, la cuestión: en los registros simbólico-cognitivos humanos se activa un modelo cognitivo de reconocimiento y efectividad cuando un acontecimiento concreto –o una asociación o encadenamiento de acontecimientos- se expresa revestido con ciertos atributos de extrañeza o peculiaridad. Tal vez por ello lo sagrado parezca adoptar tantos aspectos diferentes según las diversas culturas, o presente caras tan distintas en el conjunto de las civilizaciones, de acuerdo con las épocas y los períodos históricos, aunque en cualquier caso esa condición resulte perfectamente 93 reconocible. Quizá lo sagrado no sea más que un resultado derivado del juego y de la interacción social de modelos cognitivos reconocedores de ciertos aspectos que presenta ante nuestros ojos lo extraordinario. Los mensajeros del Más Allá son por tanto enviados de un universo extraño y misterioso que, según parece, acompaña a los humanos desde sus primeros balbuceos como especie. Dentro de esa gran categoría, será necesario distinguir con claridad, por ejemplo, entre las divinidades y los espíritus desencarnados, pues entidades de ambos tipos –entre muchas otrasse presentan para cumplir ese papel. Por no referirnos ahora a las casi infinitas variedades existentes en lo que concierne a los dioses y diosas, cabe también diferenciar innumerables especies y subespecies de seres de tipo espiritual – entendiendo tal carácter de espiritual en un sentido muy amplio- o vinculados de alguna manera con ese ámbito. Pero en cualquier caso, hemos de reconocer que dichos seres poseen, además de la espiritual, otra condición común: la de pertenecer a un mundo absolutamente distinto, es decir a un entorno en el que cualquiera de nosotros podemos reconocer en base a nuestras tradiciones y a los modelos cognitivos suministrados por el grupo cultural al que pertenecemos, un universo radicalmente separado del hábitat humano y precisamente reputado o descrito como extraordinario. Esa separación radical es un concepto importante tanto para entender después el papel que desempeñan este tipo de personajes al que llamo mensajeros como para justificar la importancia que los diversos agentes sociales van a conceder a sus apariciones y manifestaciones. Lo que se aparece ante el testigo es una muestra de lo que el grupo social puede esperar respecto a aquello que, presuntamente, está o se halla al otro lado del gran misterio que envuelve la existencia humana. Su carácter esquivo, paradójico y un tanto intranquilizador sirve para anunciar una especificidad que resalta como condición identificadora. Al mismo tiempo, ese mismo carácter puede presentarse como amenaza y también como una prueba iniciática de la que, tal vez, vayan a depender aspectos importantes de la vida individual y grupal. La actitud que se mantiene ante los mensajeros del Más Allá es casi siempre de temor. Pero no se trata del miedo que puedan provocar otras criaturas extrañas –monstruos, fieras- sino de un sentimiento híbrido, mezclado, paradójico como los mensajeros mismos. Junto al natural escalofrio, 94 aparece asimismo una dosis no menor de curiosidad y de expectación. ¡Son tantas las preguntas que, si nos atreviéramos, plantearíamos a esos enviados! Pero, precisamente una curiosidad semejante, capaz de vencer incluso al pánico más desatado, es un signo más que nos ilustra acerca de la verdadera condición de esos que han llegado hasta nosotros. La curiosidad es una cualidad muy propia de los humanos. También es un elemento impulsor en el desarrollo de los conocimientos y no precisamente de los menos importantes. Pero en ciertos momentos puede incluso resultar peligrosa o inoportuna. En lo que se refiere a la presencia de las entidades del Más Allá, las tradiciones afirman lo inconveniente que es indagar con empeño excesivo en los pormenores de tales apariciones, arriesgándose la salud del cuerpo y la del espíritu en aquellos entrometidos que buscan demasiado sobre temas que es mejor dejar en la oscuridad. Teniendo en cuenta que los mensajeros necesariamente han de cumplir con su cometido, nos encontramos con que la actitud del testigo o testigos de la manifestación resulta esencial para que culmine el contacto de forma adecuada y que al mismo tiempo respete escrupulosamente las normas previstas socialmente para este tipo de manifestaciones. Como lo que ocurre aquí, según hemos dicho, es que se ponen en contacto dos mundos cuya naturaleza resulta ser muy distinta, la presencia de entidades del Más Allá, por mucho que se aparezcan en forma reconocible y soportable para sus espectadores, supone un auténtico trauma, al que se añaden las circunstancias del acontecimiento: tiempo y lugar. Creo que convendrá recordar lo que afirma Mircea Eliade cuando habla de las consecuencias que arrastran consigo las hierofanías. El, refiriéndose a las apariciones de lo sagrado, dice que un objeto o una acción adquieren un valor y se vuelven reales, porque participan, de una manera o de otra, en una realidad que los trasciende 67 . Si consideramos que las apariciones de entidades del Más Allá como los mensajeros poseen muchos puntos de contacto con las hierofanías, no cabe duda que el sujeto paciente de tales fenómenos experimentará ciertos cambios psicológicos –en ocasiones también 67 M. Eliade, Le mythe de l´éternel retour, Gallimard, Paris 1981, p. 14. 95 se han señalado cambios físicos- que van a determinar un verdadero salto cualitativo en su vida. De la misma manera que las hierofanías justifican su acción por lo extraordinario de su naturaleza y por el contacto del testigo con una realidad que le sobrepasa netamente, en el caso de las apariciones de los mensajeros del Más Allá, la presencia de esas entidades modifica solo con su contacto el espacio y el tiempo en el que tienen lugar. Si en las hierofanías de Eliade, el espacio y el tiempo profanos se transforman en espacio y tiempo sagrados ante la simple presencia del númen, en nuestro caso, la transformación ocurre también, pasando desde el espacio-tiempo cotidiano al espacio-tiempo simbólico en el que un grupo social define sus estrategias y exhibe su capacidad para coordinar y dominar las manifestaciones originadas por la interacción de los modelos cognitivos utilizados por sus miembros. Los mensajeros vienen hasta nosotros con una misión muy concreta: avisar de que algo anda mal en nuestra convivencia, cumplir mandatos sobre asuntos que no han podido solucionarse en otra ocasión anterior, revelar secretos o dar razón de algo oculto que es necesario que se revele pública o privadamente. Ellos mismos pueden ser espíritus humanos ya desencarnados que vuelven a nuestro mundo para cumplir una labor inexcusable y por lo general, urgente. También pueden ser espíritus de otro tipo y no siempre tienen que mostrarse favorables o bien dispuestos hacia los humanos. Asimismo, en ocasiones, son las propias divinidades o númenes las que se encargan de esa tarea de mensajeros, aunque ello no parece muy frecuente y sólo ocurre en circunstancias un tanto especiales68. Sea como fuere, las actividades de los mensajeros suponen un medio de control severo y minucioso del Ultramundo sobre nuestros actos. Tan severo y tan minucioso, que se adivina el largo brazo del grupo social por detrás de todo ello, ya que nadie sino dicho grupo puede pretender llevar a cabo una inquisición semejante sobre hechos cuya importancia para la salvaguarda de intereses ideológicamente condicionados es tan grande. Esto se pone de manifiesto muy claramente cuando analizamos los motivos principales que provocan las visitas y los avisos de los mensajeros: 68 Como ocurre en el caso de Yahvé con Moisés y con las instrucciones suministradas a éste en diversas ocasiones en la larga marcha del pueblo elegido por el desierto. 96 matrimonios desaconsejados, incestos, malversación del patrimonio familiar, vulneraciones del derecho a la propiedad, comportamientos poco cuidadosos dentro de la institución familiar, comportamientos que pongan en peligro la continuidad o la identidad del grupo, y otros más que no vamos a mencionar aquí. Tal como se puede apreciar, los motivos principales que justifican la intervención del Más Allá se refieren sobre todo a los funcionamientos deficientes o comprometidos de los sistemas de producción y reproducción del grupo social, así como de los sistemas de propiedad, tan relacionados con los anteriores. Generalmente los representantes del Ultramundo suelen actuar en éstos casos con una cierta benevolencia, evitando aumentar el dramatismo de una presentación ya de por sí truculenta y ciertamente teñida de tintes siniestros: lugares sombríos o poco frecuentados, con mala reputación, evitados y temidos por las informaciones que acerca de ellos se recogen en las tradiciones; tiempo cronológico también poco favorable: en las horas nocturnas de mayor oscuridad o en los intervalos próximos a los cambios ocurridos entre noche – amanecer y ocaso – noche. Espacio y tiempo son, así, los marcos con los que se delimitan estas acciones de los representantes del Más Allá. Un espacio-tiempo señalado por la ocurrencia del fenómeno, consagrado y lleno de energía gracias a él. Ni ese ámbito espacio-temporal ni el testigo o testigos permanecerán al margen de los cambios ocurridos y esa será la principal característica que identifique el proceso y lo integre en la óptica de lo sagrado como una manifestación más de lo numinoso. Así, por ejemplo, supongamos que en un determinado grupo social se están vulnerando gravemente las reglas de consanguinidad o las que proscriben el incesto. En tal caso, las apariciones de los espíritus del Otro Mundo no se harán esperar y toda una serie de fenómenos tendrán lugar, de forma gradual en algunos casos, de forma súbita y repentina en otros. Esas apariciones no habrán de presentarse necesariamente bajo el aspecto de difuntos recientes del grupo, aunque bien podrán hacerlo así. Pero en ocasiones, el Ultramundo actúa de manera más sibilina. Tal vez comiencen a ocurrir cosas extrañas en el ámbito de la familia en el que se está cometiendo la falta: animales que surgen o desaparecen de repente, ruidos y golpes en 97 paredes o muebles, resplandores inexplicables, olores insoportables… Todo ello es objeto de una gradación cuyo alcance y determinación no siempre resulta posible para los protagonistas o testigos de aquellos sucesos. A veces éstos comprenden la relación de causa a efecto subtendida en lo acontecimientos y buscan una solución al problema. Otras veces, esa comprensión no se produce y la situación se complica porque los fenómenos extraños van a más o se hacen más violentos y peligrosos. Lo cierto es –y así lo recogen las tradiciones- que los mensajeros del Ultramundo no consienten ser menospreciados ni desatendidos. Si no se les respeta pueden ocasionar auténticas desgracias y no digamos si se les insulta o zahiere de alguna manera. Los espíritus –como los númenes y divinidades- siempre son peligrosos e impredecibles en sus relaciones con los humanos. En la mitología griega abundan los ejemplos de castigos terribles que los dioses imponen a los hombres cuando éstos pretenden enfrentarse a ellos, desobedecerles o, simplemente, no rendirles los homenajes debidos. Algo semejante suele ocurrir con los mensajeros del Más Allá. Otro es el caso en el que el espíritu vagabundo acude a los vivos para solicitar una ayuda o un sufragio. Aquí, el ánima peregrina y sufriente de un difunto necesita de los viáticos y oraciones de los vivos, generalmente de los que conforman su propio grupo social. Entonces su talante ya no es tan agresivo ni vengativo, si bien será necesario actuar también con cuidado en esa relación, porque los riesgos de recibir un castigo no son pequeños. Enfermedades, accidentes, molestias y daños de todo tipo pueden ser ocasionados por los espíritus descontentos. Las tradiciones de muchas culturas recogen innumerables ejemplos de lo dicho. Por no hablar de las apariciones reiteradas, que se producirán hasta que la demanda sea satisfecha, los afectados –puede tratarse de una familia o de toda una comunidad- se verán sometidos a la presión psicológica relacionada con el conocimiento de que un miembro de su grupo –por más que se trate de un difunto, continúa perteneciendo a la colectividad social de la que formaba parte cuando vivíatiene una dificultad cuya solución debe ser aportada por esa misma colectividad, bien utilizando los recursos de lo sagrado que se hallan a su alcance, bien haciendo frente como grupo social organizado a las consecuencias del problema presentado por el difunto peticionario, que muchas 98 veces alcanza al cumplimiento y desarrollo de normas importantes para el correcto funcionamiento de dicho grupo social: problemas de transmisión de herencias, de localización de propiedades perdidas o adquiridas fraudulentamente o de restitución de faltas cometidas en vida, entre otras que podrían mencionarse. Lo mismo se puede decir de cuestiones como los matrimonios desaconsejados: por la diferencia importante de edad entre los cónyuges, por vulneración de las normas de parentesco vigentes en el grupo social, por lo que pueda suponer en ciertos casos de dilapidación del patrimonio familiar o de alteraciones graves en la línea sucesoria de los bienes. Como vemos, en estos casos está en juego el complejo normativo que regula los sistemas de reproducción del grupo y la conservación y transmisión correcta de las propiedades. Por ejemplo, del examen llevado a cabo sobre los ejemplos presentes en las tradiciones de la cultura gallega, es posible deducir la abundancia con que se presentan tales casos, vinculados en su manifestación con fenómenos de apariciones o de sucesos relativos a lo sobrenatural 69. Dentro del terreno de los avisos se comprende también lo más terrible, al menos desde la perspectiva humana: el anuncio de la muerte de alguien más o menos próximo al que recibe el testimonio o incluso avisos sobre el fallecimiento del propio testigo que, aterrado, comprueba en este caso como se le advierte de la cercanía de su final. No es raro este tipo de mensajes y casi siempre se desarrolla siguiendo el curso dramático de los acontecimientos que tales circunstancias exigen y que se hallan minuciosamente descritos en los relatos y leyendas tradicionales. Tenemos así el caso de aquél que siente llamar por la noche a la puerta de su vivienda. Como han sonado unos golpes muy fuertes, quiere informarse antes de abrir acerca de la identidad del que llama y entonces comprueba con extrañeza y temor que, o bien el visitante carece de rostro visible o bien muestra una figura curiosamente parecida a la de alguien que en esos momentos se sabe que está muy lejos de allí y que es prácticamente imposible que haya podido llegar hasta el lugar en ese momento. Asimismo el visitante puede aparecer tal vez con la imágen de uno que ha muerto hace tiempo. A 69 Por ejemplo, tal como los recogen algunas de los más importantes autores de la literatura gallega. A.R. Castelao en Os vellos non deben de enamorarse o R. del Valle Inclán en las Comedias bárbaras. 99 causa del miedo que inspira esa presencia de mal agüero, el testigo se niega a franquear la entrada al demandante. A partir de ese momento y como consecuencia de la negativa, los golpes en la puerta se hacen todavía más fuertes y los signos concurrentes (olores, luces, sensaciones de frío o de calor, entre otros) pueden incrementar su intensidad y su frecuencia. Pero, tal como los miembros del correspondiente grupo social saben muy bien y según indican al respecto los modelos cognitivos previstos para semejantes circunstancias, el mensajero no puede franquear el umbral a menos que se le de permiso. Esta es una de las características de los acercamientos de los seres del Más Allá: sólo con la colaboración y la anuencia de los testigos del acontecimiento, es posible su acercamiento y su presencia en nuestro mundo. El acontecimiento de la extraña y tétrica visita se continúa pues con la prosecución de los golpes exigiendo la entrada, con la emisión de gritos o sonidos estremecedores o mediante la sucesión de otros fenómenos inhabituales que informan sobre la presencia por los alrededores de las fuerzas y energías del Ultramundo. En cualquier caso, sea o no sea recibido de manera adecuada el mensaje, el desenlace representará por igual la muerte de alguien familiar o afectivamente cercano al testigo de los hechos y se verá entonces que todo aquél encadenamiento de sucesos no tenía más finalidad que la de avisar de la ocurrencia de dicho fallecimiento. Los avisos de muerte también pueden llegar a sus destinatarios mediante apariciones menos elaboradas –aunque no por ello menos estremecedoras- ocurridas a lo largo de un camino, en el bosque o en una encrucijada, por la noche, o tal vez en esas horas de los cambios de luz: amanecer, anochecer o en los momentos de mayor oscuridad sobre las tres o las cuatro de la madrugada 70 que, según innumerables testimonios, resultan clásicas para éstas manifestaciones. En tales casos, suele presentarse ante el testigo la figura o el ánima de alguien ya fallecido, que se dirige a él rogando sufragios y oraciones para su salvación. La aparición suele repetirse –no necesariamente ante el mismo testigo- hasta que se satisfagan las demandas del difunto. En éste tipo de sucesos se puede suministrar quizá otro tipo de 70 Sería muy interesante llevar a cabo un estudio minucioso sobre la cronología de las apariciones sobrenaturales y acerca de la división de ese tiempo de los fantasmas en tres o cuatro fragmentos bien diferenciados: anochecer, noche profunda, pre-aurora y amanecer, presentes en muchos de los cuentos, leyendas y tradiciones de casi todas las culturas. 100 informaciones destinadas al mundo de los vivos, como la declaración de que el difunto está ya condenado en el infierno y nada se puede hacer por él, salvo que cesen todo tipo de misas y sufragios encomendados a su alma, para no incrementar el sufrimiento del réprobo. En todos estos ejemplos, muy comunes en diversas culturas, es posible observar componentes que presentan una mayor antigüedad cronológica, como aquellos que se refieren a comportamientos y actitudes violentas y agresivas por parte de las criaturas del Ultramundo y otros que se pueden considerar como más recientes, debidos a los procesos de cristianización y que aparecen sobre todo después de la consagración del purgatorio como alternativa a la condena irremisible del infierno, a partir del siglo XII de nuestra era. El cristianismo introdujo sin duda poderosos factores de sensibilización en el conjunto de los viejos mitos derivados del paganismo europeo, atenuando la violencia con que se desencadenaban en dichas tradiciones las fuerzas del Ultramundo. En cualquier caso, las fuerzas desatadas del Más Allá, siempre son temibles y es necesario poseer los medios adecuados para su neutralización y control social. Todos los individuos socializados en un grupo determinado, reciben –a lo largo de su enseñanza- las instrucciones comportamentales necesarias para saber cual ha de ser su actitud en el caso de que se encuentren ante manifestaciones de lo sobrenatural: hacer ciertos signos con una u otra mano –en este sentido es importante la diferencia entre mano izquierda y mano derecha 71 - colocarse a uno u otro lado del camino, recinto o lugar en el que ocurra el fenómeno, rodearse de un círculo o de otras figuras trazadas física o idealmente en el suelo o en el aire, ocultarse de la vista o de la trayectoria del ser o de la manifestación que se revela, etc.. También existen comportamientos y actitudes para tomar ante lo sobrenatural que únicamente deben ser utilizadas por expertos –lo que equivale a manifestar que existe un conocimiento esotérico sobre tales cuestiones- debido al grave peligro que supone utilizar los recursos de un saber incompleto o fragmentario cuando hay que enfrentarse a semejantes fuerzas. Así sucede en el caso de ciertos nigromantes los cuales no sólo son capaces de enfrentarse a las apariciones casuales que se les puedan presentar, sino 71 Ver Robert Hertz, La muerte y la mano derecha. Alianza Editorial. Madrid, 1990. 101 que, llegado el caso, provocan ellos mismos su ocurrencia con el fin de obtener de esos fantasmas informaciones, poder o control sobre la energía que los seres del Más Allá movilizan siempre a su alrededor. Es el caso, tan conocido y expuesto en el Antiguo Testamento, del espectro del profeta Samuel convocado por una hechicera ante el rey Saul, para que le diga que es lo que sucederá con su destino. Este sería un ejemplo clásico –y muy antiguo- de la actitud de los mensajeros del Más Allá, portadores, casi siempre, de malas noticias 72 , contra el desencadenamiento fatal de las cuales poco se puede hacer. Sin embargo, es importante el hecho que ahora hemos puesto de relieve: la existencia –colegiada o individual- de expertos en el manejo de estas fuerzas. Resulta algo tan viejo como la existencia de los propios sacerdotes o mediadores entre el ser humano y la divinidad, característicos de las religiones mínimamente institucionalizadas. Y ello no es extraño, toda vez que se guarda, como sabemos, una gran semejanza –diríamos, más bien, una gran contigüidad- entre lo Sagrado y esas manifestaciones del Más Allá. Pero en nuestro caso, la práctica solicitada o coyuntural de tales expertos supone asimismo la vigencia y conservación de un corpus de doctrina y de conocimientos vinculados a la posibilidad de la presencia en nuestro mundo de esos seres sobrenaturales concretos, tanto como la reserva acerca de dichos conocimientos y su transmisión y uso secretos, o cuando menos, fuertemente restringidos, a un grupo no demasiado numeroso ni conocido de especialistas. Y todo ello resulta importante por lo que significa, tanto desde el punto de vista del control social de las relaciones con las fuerzas del Otro Mundo, como por la influencia que –quiérase reconocerlo, o no- esos colegios o asociaciones de practicantes han debido tener sobre la estructura y organización de las iglesias y de las religiones nacientes. El manejo de esas situaciones por parte de hechiceros, brujos, chamanes y sanadores de diversa especie ha debido cooperar en alguna manera en la institucionalización de conocimientos y prácticas que luego, en mayor o menor medida, pasaron a la experiencia de sacerdotes y mediadores al menos, desde los tiempos del Egipto faraónico, o desde los Hititas, cuando comenzaron a esbozarse los 72 Como es sabido, el espectro de Samuel profetiza la próxima muerte del rey Saul y la pérdida de su reino. Ver Libro de los Reyes (I, XXVIII) y Eclesiastés (XLVI, 23). 102 límites y las divisiones cada vez más especializadas entre la magia, la religión y la medicina. Es un lugar común en casi todas las culturas –y esa creencia viene hasta nosotros desde tiempos remotos- de la influencia del Más Allá en general y del mundo de los difuntos en particular sobre el destino y la salud de los seres humanos. El espíritu irritado de un muerto puede ser causa de un sinfín de dificultades, problemas y enfermedades de todo tipo: esterilidad, accidentes, muerte incluso. Resulta muy importante llegar a conseguir la ritualización de esos acontecimientos, porque ritualizarlos supone, de alguna manera, el poderlos controlar siquiera mínimamente. En la cultura hitita ya citada, magos y médicos de ambos sexos competían en ocasiones o colaboraban en otras para resolver problemas como el de la esterilidad que se achacaban a la hechicería o a castigo de alguna divinidad irritada. Las diferencias en este caso entre magia y medicina eran mínimas, así como lo eran también las distinciones entre magia y religión. No obstante, en tiempos ya más próximos, la religión institucionalizada, con independencia de sus orígenes comunes a la magia, quiso independizarse de ella así como de todo tipo de prácticas que pudieran cuestionar su supremacía, por más que conserve en sus rituales muchos signos que representan todavía, a pesar de los procesos de vaciado significativo que han tenido lugar durante siglos, aquellas prácticas comunes. Por su parte, la medicina ha seguido un camino en apariencia divergente, aun cuando también sea posible observar incluso entre sus rituales técnicos algún residuo simbólico reconocible de los que utilizaba en sus comienzos. El conocimiento humano se ha ido diversificando y especializando al correr de los años y nos agrada creer que eso representa un progreso sin posibilidades de vuelta atrás y una mejora en nuestra percepción de la realidad del mundo que nos rodea. Pero la cuestión es que existen muchas pervivencias de los viejos tiempos que influyen sobre nosotros y sobre el comportamiento que mantenemos con respecto a los individuos de nuestra especie y del grupo social del que formamos parte. Esas pervivencias aparecen cuando menos lo pensamos, tal vez en los momentos menos oportunos, pero sobre todo, cuando nos encontramos ante las señales de lo desconocido y de lo misterioso que todavía permanecen en el mundo. Y eso ocurre, particularmente, con aquello 103 relacionado con la muerte, con la posible persistencia de la vida al otro lado de la tumba –predicada por todas las religiones- y con la esperanza de un mundo mejor que éste en el cual desarrollamos nuestra existencia. Tal esperanza, compartida por millones de seres humanos incluso hoy, en los tiempos del capitalismo globalizado, de los grandes imperios económicos y de la explotación de los recursos a escala planetaria, es la base fundamental para la creencia en que existen otras realidades que se encuentran fuera del alcance de cualquier acontecimiento o intervención de las fuerzas históricas y económicas actuantes. Se trata de una esperanza que tiene mucho en común con las actitudes suscitadas por las religiones grandes y pequeñas que han recuperado su protagonismo en el mundo de hoy, pero que, en cierta manera, es independiente de ellas. Los especialistas hablan de la satisfacción de una necesidad que arde en el interior de cada uno de nosotros. Pero tal vez Carl G. Jung haya calado más profundamente en la naturaleza de ese sentimiento cuando se refiere a la fuerza simbolizante que se desarrolla en ese recinto misterioso y desconocido que es el inconsciente. Él dice que la líbido allí generada es una fuerza de la naturaleza, buena y malvada a la vez, y moralmente indiferente 73. Algo así resultará ser también la constancia de las apariciones que los mensajeros traen hasta nosotros desde un mundo tan extraño como próximo y que más tarde o mas temprano compartiremos con ellos. Los mensajeros, con sus avisos y consejos, tal vez tengan mucho que ver con esos seres – espirituales o no, ¡quién sabe!, pero en cualquier caso, fantasmagóricos y temibles- que alumbran las cuevas y cavidades de la tierra y que atraviesan los espacios-frontera separadores de nuestro mundo y el suyo para traernos ciertas informaciones o para arrebatarnos junto a ellos. Es el mito de la gruta que pare, seres celestiales, fantasmas, divinidades o demonios y que se representa en algunas portadas románicas con esos monstruos pétreos de fauces inmensas y abiertas que soportan el peso de las columnas, capiteles y arcos 74 . Arriba se desarrolla el ciclo celestial de las vidas y muertes, de las integraciones y separaciones de los seres, catalizadas por el Señor del Tiempo o Cronocrator. Abajo, junto al suelo, se desenvuelven los acontecimientos 73 74 Carl G. Jung, Métamorphoses de l´âme et ses symboles, Georg Editeur SA, 1993. pág. 228. Por ejemplo, en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. 104 ctónicos, propios de las divinidades terrestres, subterráneas y profundas. Los muertos son tanto hijos del Cielo y de las Esferas exteriores, como resultado de la acción de las fuerzas de la Tierra madre, paridora y devoradora, es decir, transformadora de la vida. En su seno, el Muerto se transforma en Niño Divino, puer aeternus simbolizado como Dionysos o como Júpiter, en nuestras tradiciones más cercanas. El mensaje de los Muertos es, así, el mensaje procedente de lo más profundo, secreto y misterioso que hay en nosotros. Como se dice en Fausto, cuando éste pregunta a Mefistófeles quién es y él le responde: Soy… una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y que siempre da a luz el bien. 105 2.3. Los Vigilantes: el ejemplo y el castigo Cuando don Juan Manuel Montenegro, el Mayorazgo protagonista de las Comedias bárbaras de Ramón del Valle-Inclán, en una hora muy negra del relato y de la noche que envuelve a las figuras en la escena, desafía temerariamente a los representantes de las fuerzas del Ultramundo que le reprochan sus abusos y mala vida, abre una de las puertas más terribles del infierno y es la naturaleza misma, con sus tempestades y sus relámpagos fulminadores, la que subraya la enormidad de esa acción, que producirá la transformación del infractor en un no-muerto, rechazado igualmente con horror por éste mundo y por el otro. Algo parecido ocurre, cuando, en la misma obra valleinclanesca, los hijos del Mayorazgo, viciosos y desalmados, retan a la misma Muerte robando un cadáver al amparo sagrado del cementerio. Su crimen no quedará sin castigo, determinando una vida azarosa y llena de crueldades y desgracias, sobrevenidas sin tregua a ellos mismos y a quienes les permanecen física o anímicamente próximos 75. Estos son ejemplos de otra cara –mucho menos tranquilizadora y conciliadora que la descrita en el epígrafe precedente- presentada a veces por el poder numinoso encarnado en el Más Allá: se trata del aspecto terrible y vengativo que se mantiene activo y listo para actuar sobre nosotros desde el mundo de los Muertos. Pero los ejemplos de tal actitud vigilante y de castigo por parte de las fuerzas del Ultramundo no sólo se pueden encontrar en los relatos y en las tradiciones populares de distintas culturas, sino, según parece, también en la vida cotidiana de muchos pueblos. Es el caso de aquellos que no respetan las correspondientes demarcaciones señaladas entre ambos universos (por ejemplo de las establecidas entre los vivos y los muertos) o que desprecian los signos y señales que acompañan a las manifestaciones de lo numinoso. En los textos sagrados del judaísmo, cristianismo e islamismo aparecen con cierto detalle los castigos que sufren quienes invaden el territorio de los difuntos o intentan influir sobre las almas ya desencarnadas, bien para obtener poder, 75 VALLE INCLAN, RAMON, Romance de lobos, Espasa Calpe, Colección Austral, Madrid 1968. pág. 9 y s. Y en Aguila de blasón. Comedia Bárbara. Espasa Calpe. Madrid, 1972. Jornada Tercera, Escenas 6ª y 7ª. 106 influencias o simples informaciones, bien para utilizar esas fuerzas como instrumentos destinados a venganzas o acciones violentas. Las fronteras entre ambos mundos (el de los vivos y el de los muertos) son aparentemente tan ténues que muchos juzgan poderlas traspasar un poco a su antojo o conveniencia, sin caer en la cuenta que esos límites no sólo están muy bien establecidos sino que además se hallan separados por un espacio en el que se manifiestan ciertas condiciones especiales y al que hemos denominado lugarfrontera. Aun cuando parezca poco importante, el lugar-frontera posee toda la fuerza que tienen aquellos símbolos destinados a conectar aspectos antagónicos y contradictorios de la realidad. Son poderosos elementos de reducción y control, de naturaleza cultural y utilizados socialmente para activar ese paso establecido entre universos tan distintos. Los Vigilantes, es decir, esas entidades que aparecen en los relatos y en las manifestaciones culturales como conservadores del estatus y de las condiciones de identidad y funcionamiento del grupo social, utilizan el poder encerrado en los lugaresfrontera para cumplir su misión y para reforzar las señales que delimitan el universo humano frente a realidades que, en ocasiones, se presentan como muy extrañas y ajenas al mismo. Veremos que la cuestión suscitada por la invasión de las respectivas demarcaciones entre planos singulares de la realidad, es un aspecto importante de lo que comentamos aquí. Ciertamente constituye casi todo el argumento de experiencias como las que tienen lugar en las casas encantadas o en esos lugares que permanecen rodeados por un aura especial que los mantiene como retenidos al margen de este mundo nuestro, igual que si fueran zonas de extraterritorialidad establecidas respecto a nuestras experiencias cotidianas y comunes. Estas zonas suelen coincidir en muchos casos con la extensión de un edificio: la típica residencia embrujada donde ocurren esos fenómenos descritos por la literatura y los testimonios. Pero también pueden encontrarse afectados barrios, incluso pueblos y comarcas enteras. Y lo mismo nos topamos con recintos más o menos grandes –cementerios, iglesias, palacios, habitaciones- o con entornos pequeños y hasta minúsculos: muebles, armarios o cajitas de música… ¿Quién no recuerda el escalofriante relato del fantasma –o lo que ello fuese- aguardando a los incautos escondido dentro de 107 una simple cómoda olvidada en una habitación llena de trastos viejos, en esa narración de M.R. James titulada La residencia de Whitminster? Una cómoda parece algo bien inocente. Pero puede albergar terribles secretos. Y en cualquier caso, por lo que nos cuentan, es bien capaz de abrir paso a visitantes nada recomendables. Como se dice en el mismo relato, un corazón marchito da siempre un espectro feo y demacrado 76 . Lo peor de todo es que algunos espectros suelen caminar junto a ciertos acompañantes que, desde luego, no serían bien recibidos en nuestras casas, en lo más oscuro de esas noches lóbregas y frías de invierno, por más que llamaran y llamaran a la puerta. Los acompañantes de los que tan magistralmente habla M. R. James, son, en realidad, nuestros vigilantes. Muchos consideran que el paso al Otro Mundo –por penoso que pueda resultar- es algo que salda las cuentas no satisfechas mantenidas en la vida corriente. Se cierra el Gran Libro y ya está. Pero, según nos indican las tradiciones, relatos y leyendas de muchas culturas, la cosa no es tan sencilla. Al igual que existen ciertas entidades de naturaleza incierta, visibles o invisibles, capaces de encadenar en un laberinto sin salida a determinadas personas vivas, ocasionándoles un sinfín de problemas y dificultades, también hay otras presencias que se adhieren a personas muertas acompañándolas allá donde éstas vayan, en una peregrinación negra e interminable. Si es así, ¿a qué necesidad o fuerza inconcebible puede obedecer tan complicada trama establecida entre éste mundo y el Otro? La tradición también nos lo dice: de esa forma cruel son castigados ciertos pecados e infracciones del orden social que se consideran como particularmente malvadas. Los vigilantes vienen por tanto a cumplir una misión especial con determinadas almas, a las que ni la misma muerte puede liberar ni conceder el descanso. Según las informaciones que poseemos –nunca demasiado abundantesesas presencias, a las que no suele concederse una forma concreta en la que pudieran depositarse nuestros temores, pero que sí acostumbran a tener una entidad física suficiente para hacerse notar –en ocasiones de forma dramáticavan acompañadas casi siempre por un frío glacial y por una sensación especial de soledad y angustia. Nosotros difícilmente podemos concebir la intensidad 76 M. R. James, La residencia de Whitminster, en “Trece historias de fantasmas”. Alianza Editorial, Madrid 1973. 108 plena de esas experiencias, ya que pertenecen a un mundo y a un plano diferentes de la realidad que habitualmente nos rodea. Pero tal vez sea posible experimentarlas –en una mínima parte- cuando nos extraviamos por la noche en un bosque impenetrable donde acechan peligros sin nombre, mojados y ateridos por una ventisca de nieve. Miramos a nuestro alrededor sin ver otra cosa que sombras inciertas. Nada nos protege del horror que se esconde, quizá, a pocos pasos, dispuesto no solo a caernos encima, sino, sobre todo, a jugar con nosotros en un envite siniestro, hasta el momento en que decida terminar con el juego y con nuestra suerte… Presencias destinadas por tanto a mostrar a todos aquellos que quieran verlo, lo que se puede cosechar tras una existencia en la que se han quebrantado reglas y normas como, por ejemplo, las que protegen y regulan el tránsito entre éste mundo y el Otro. Ese lugar extraño y paradójico al que hemos llamado espacio-frontera separa provisionalmente de nosotros tal tipo de fuerzas, las canaliza y lleva hasta su ámbito de actuación. Y de manera particular nos advierte sobre la presencia de ciertos tipos de energías, radicalmente extrañas a la humanidad, que han sido parcialmente domesticadas –si así se puede decir- por religiones como el judaísmo o el cristianismo, heredero éste de muchos aspectos esotéricos de aquél, pero que de ninguna manera se han neutralizado, destruído o apartado de nosotros. Ahí están. Ahí permanecen. Y algunos se tropiezan con ellas en los lugares y en los instantes más insospechados. La persistencia de personajes como los vigilantes se hace patente en muchas tradiciones legendarias, literarias y religiosas de todo el mundo. Pensemos, por ejemplo, en la gran riqueza que, en este aspecto, encierran las diversas corrientes religiosas del budismo y del Bon Po tibetanos 77 . Existen grandes estructuras doctrinales concebidas especialmente para neutralizar, dentro de lo posible, a las fuerzas invocadas por los encantadores, brujos y demonios que intentan apoderarse de las almas de los muertos recientes para absorber su aliento vital mediante los ensalmos de la magia negra procedentes del Bon. Con las prácticas contenidas en la doctrina tántrica de los 77 Aquí se puede citar como ejemplo el gran conjunto doctrinal formado por el culto de los Bodhisattvas salvadores y por el Libro de los Muertos destinados a guiar el camino de las almas recién desencarnadas, evitando para ellas las direcciones y las entidades funestas que pueden amenazarlas. Ver Marcelle Lalou, Las religiones del Tibet, Barral Editores, Barcelona 1974. pág. 30 y s. 109 Encantadores (Vidyâdhara), era posible, al parecer, invocar a ciertas entidades que aguardaban al alma más allá de la muerte. Los demonios btsan son un ejemplo de este tipo de entidades o divinidades especializadas (como las llamadas Dpal-ldan-lha-mo y Tsiu-dmar-po) y su misión es apoderarse del último suspiro de los moribundos, el cual, en forma de un cuerpo, es transportado por ciertos mensajeros hasta un recinto especial donde estos demonios los despedazan y devoran 78. Resulta de gran interés esta especialización del Más Allá por la que, según nos advierten tradiciones y leyendas, debemos contar con unas presencias –si así es posible denominarlas- que persiguen y castigan a los vivos y con otras que persiguen, castigan e incluso tratan de destruir a los muertos. Como ejemplos de éstas últimas, además de los ya citados demonios btsan tibetanos, tenemos a los guardianes dedicados a impedir que determinados tesoros –formados casi siempre más por conocimiento que por riquezas materiales- caigan en manos inapropiadas o sean dilapidados de manera arbitraria, o aquellos que vigilan y aguardan en determinados caminos de los laberintos, ya que éstos son puertas abiertas hacia otros mundos y planos de la realidad diferentes al que de ordinario nos acoge. Los recintos y lugares que estas presencias guardan no están permitidos a todo el mundo y se hallan protegidos por alteraciones espacio-temporales y por condiciones especiales que impiden el acceso. Una cuestión que la conciencia de tales circunstancias nos obliga a plantear aquí es: ¿Porqué existen esos lugares singularmente protegidos y qué es aquello que la acción de los vigilantes salvaguarda? La simple presencia de los vigilantes o su manifestación, incluso su proximidad, ya nos advierte con toda claridad del peligro que representa el acercarse a ellos y a lo que guardan. Un ejemplo característico sería, en este caso, el de los querubines, un tipo de criaturas de naturaleza espiritual que, según las tradiciones hebrea y babilónica, protegen ciertos lugares o rodean el trono de la divinidad. Tal vez sería posible citar también a los arcontes de la tradición gnóstica, como guardianes-vigilantes de las diversas esferas que protejen el camino hacia la Luz. 78 Marcelle Lalou, o.c. pág. 99. 110 Lo cierto es que en las fuentes hebreas se habla de los Angeles vigilantes y de la suerte que corrieron por su actitud desobediente y amotinada. No nos referimos ahora especialmente a esas leyendas en las que se fundamenta cierta iconografía cristiana y que mencionan unas batallas celestes ocurridas al principio de los tiempos entre un grupo de ángeles rebeldes y aquellos otros que tomaron el partido de la Divinidad, consecuencia de lo cual fue la aparición del Diablo y sus huestes infernales, según se refleja, por ejemplo en el Paraíso perdido de Milton. En éste caso citamos lo que viene contenido en el controvertido Libro de Henoch –que en realidad parece estar formado por la reunión de textos procedentes de períodos y autores muy diferentes y del que existen al menos tres versiones 79 - traducido al inglés por el arzobispo Lawrence a partir de varios fragmentos encontrados en Abisinia durante el siglo XVIII 80. Este relato indica como algunos ángeles, encabezados por su jefe Semyaza, descendieron a la tierra para unirse a las hijas de los hombres. Estos ángeles, en número de doscientos según manifiesta dicho texto, hicieron un juramento sobre la cima del monte Hermón, confabulándose y comprometiéndose en la empresa y en su destino. El problema no fue sólo la unión carnal no autorizada con las hijas de los hombres, sino que aquellos ángeles enseñaron a los humanos ciertas artes y conocimientos que no estaban destinados para ellos: fábrica de armas ofensivas y defensivas, artesanía de los metales y de las joyas, cosmética y algunas cosas más. Su conducta acarreó grandes y graves catástrofes en la tierra y supuso un terrible castigo para los ángeles rebeldes por parte del Señor de los reyes. Las hijas de los hombres dieron a luz gigantes que corrompieron la tierra entera y amenazaron con su destrucción hasta el punto que el Señor tuvo que enviar un tremendo diluvio para purificar ese planeta maldito 81. Entre los fragmentos de Qumran aparecieron algunos que formaban parte del denominado Libro de los vigilantes, incluído en el Libro de Enoc, 79 El Libro de Henoch ( o Enoc) es un apócrifo que forma parte del canon de la iglesia ortodoxa etiope, aunque no es reconocido como canónico por otras iglesias cristianas. Está compuesto por las siguientes partes: Libro del Juicio, Libro de los vigilantes, Libro de las parábolas, Libro del cambio de las luminarias celestes, Libro de los sueños, Carta de Enoc o Apocalipsis de las semanas y Fragmentos. Hay una traducción castellana, realizada y editada por Florentino García Martínez, en Textos de Qumran, Editorial Trotta, Madrid 1992. págs 295-310. 80 Véase El Libro de Henoch, prólogo de Andreas Faber-Kaiser, Ediciones Obelisco, 3ª ed., Barcelona, 1992. 81 Ibid. pág. 22 y s. 111 donde se refiere ese episodio en el que son protagonistas los ángeles vigilantes del cielo que se unieron a las hijas de los hombres por instigación de su jefe. Se trata por tanto de un acontecimiento cuyo recuerdo se conservó a través de diversos textos y que incluso se cita –aunque de manera bastante deslavazada y elusiva- en el propio Génesis 82 . Pero, dejando aparte ahora el castigo extendido a todo el género humano y que en distintas tradiciones se recoge como un diluvio, los textos mencionan también un castigo especial impuesto a los Vigilantes del cielo amotinados e insumisos y que podría tal vez suponer la transformación de aquellos ángeles, infieles a su misión, en un tipo de entidades encargadas ellas mismas de atormentar y someter tras la muerte a las almas especialmente descarriadas y perversas, o de trasladar avisos relacionados con temas y comportamientos particularmente comprometidos desde el punto de vista de la convivencia del grupo social, así como de ser los portadores de sanciones asimismo especiales. En cuanto a los avisos que estas entidades trasladan, podrían clasificarse –sin ánimo exahustivo- de la siguiente manera: - Avisos en términos generales destinados a evitar el acercamiento involuntario o intencionado a cosas o áreas determinadas - Avisos sobre conductas y comportamientos inadecuados respecto a ciertas áreas concretas de convivencia del grupo social - Avisos relacionados con la utilización o el manejo imprudentes, temerarios o desafiantes de ciertas fuerzas de naturaleza especial o reservadas para que mediante ellas se manifiesten las actuaciones del Más Allá. - Avisos de índole común y corriente Si consideramos la naturaleza o condición particular que los vigilantes pueden presentar en un momento concreto o en circunstancias determinadas, nos encontraremos con que a veces aparecen como fenómenos físicos perceptibles y que se manifiestan mediante acciones físicas constatables, incluso mensurables, sobre los sujetos o testigos. En otras ocasiones, 82 Génesis, 6-2. 112 encontraremos presencias de tipo psíquico, inmaterial, tan difíciles de medir y de analizar como suelen ser los sueños o las intuiciones, aún cuando en las personas implicadas puedan aparecer también consecuencias físicas y fisiológicas vinculadas con aquellas. Las actuaciones de estas entidades pueden llevarse a cabo también desde –o hacia- planos diferentes de la realidad, sobre nuestro inconsciente o sobre el conjunto de mapas y modelos cognitivos que utilizamos en el ámbito de nuestras relaciones y comportamientos. Asimismo los vigilantes y sus fuerzas adjuntas pueden servirse de personas vivientes o de los espíritus desencarnados de seres ya fallecidos y utilizar incluso cadáveres y objetos inanimados para el cumplimiento de sus fines. Se conocen ejemplos de lo dicho manifestados en el gran ámbito cultural del vudú o en las actividades de los brujos bokor vinculados a dicha práctica religiosa, por no hablar de los ya citados en relación con el bon tibetano. La magia negra practicada con los demonios, puede encubrir actividades de los vigilantes y de otros seres relacionados, con los que muy difícilmente y a costa de grandes dificultades y peligros, se consigue tratar desde nuestro mundo. En el mismo plano, pero en un sentido distinto, en algunas culturas se les confían a los vigilantes misiones de salvaguardia o protección de las sepulturas, como ocurre con ciertas tumbas eneolíticas en las que dichos guardianes se colocan junto a los depósitos mortuorios para asegurar su inviolabilidad 83 o igual que sucede también en determinadas tumbas del Egipto antiguo, encomendadas a divinidades o espíritus encargados especialmente de ese cometido. A veces en los enterramientos se depositan, junto a los cadáveres, ciertos objetos, tesoros o elementos –de naturaleza física o de carácter inmaterial- que no deben ser poseidos por cualquiera y que están sujetos a determinadas prohibiciones y restricciones simbólicas que casi siempre se extienden también al espacio que los rodea. Aquellos que se arriesguen a tomar esos objetos y elementos sin estar autorizados para ello o sin guardar las debidas precauciones, pueden tener que vérselas con el guardian al que se le ha encomendado su custodia. Y tal como nos indica M. R. James en otra de sus narraciones, el encuentro con semejantes entidades 83 Ver Mircea Eliade, Traité d´histoire des religions, Payot, Paris 1964, pág. 189. 113 suele ser extremadamente desagradable y peligroso para el atrevido que desafía los poderes allí encerrados 84 . Las persecuciones y asaltos que sufren los afectados duran en ocasiones largos años o se producen durante toda la vida e incluso se prolongan hasta más allá de la muerte, mientras que no se repare el daño causado y no se reintegre a su lugar el mal habido botín. Pero muchas veces ni siquiera esa apresurada y forzosa reparación posterior sirve para aplacar las fuerzas desatadas por la transgresión, que atacan no sólo a los culpables directos. También sus familiares, amigos y vecinos o todos aquellos que estén próximos al lugar maldito pueden pagar las consecuencias. En esa persistencia cruel mantenida en el espacio, en el tiempo y en la cantidad se distinguen este tipo de respuestas del Más Allá, que por dicho motivo son muy temidas, aunque no sean demasiado recordadas –tal vez por esa misma razón- en las tradiciones y en los cuentos populares. En cuanto al carácter de los avisos y castigos que los vigilantes imponen, convendrá resaltar sobre todo sus efectos casi inmediatos o, cuando menos, cronológicamente muy cercanos al acto infractor, de manera que la relación “causa-efecto” sea fácilmente establecida. También habrá que referirse a su condición poco llamativa y apenas perceptible salvo, desde luego, para el afectado por ellos. No suelen ser sanciones espectaculares ni quizá particularmente siniestras consideradas por sí mismas, aunque desde luego, resultan terriblemente dolorosas y eficaces en sus alcances y propósitos. En un cuento estremecedor titulado El sitial del coro, M. R. James relata la insidiosa manera en que el culpable de una muerte va siendo rodeado por un encadenamiento de circunstancias trás las cuales se observa, cada vez con mayor claridad, una fuerza vengadora que el afectado identifica casi de inmediato como respuesta a su acto criminal y que de manera inexorable le conduce hasta un horror, el cual espera su momento agazapado al fondo de un pasillo oscuro 85. En el castigo colaboran también los elementos externos: tiempo, espacio y oportunidad. Como el afectado lo es por lo general no sólo en éste mundo 84 Y que sin embargo, está bien advertido. En el relato se dice: “Hay diez mil piezas de oro en un pozo del atrio de la casa del abad de S…, cuyo constructor soy yo, Thomas, que ha puesto un guardián en ellas, Gare à qui la touche!. Ver en M.R.James, El tesoro del abad Thomas. En “Cuentos de fantasmas”. Ed. Siruela. Madrid 1996. pág. 37 y s. 85 M.R. James, Trece historias de fantasmas, Alianza Editorial, Madrid 1973. pág. 107 y s. 114 sino además en el otro, a veces no es posible observar más que la parte superficial de los acontecimientos que han tenido lugar y únicamente algún signo o circunstancia nos permiten clasificarlos adecuadamente. Así, el encuentro con seres o fuerzas del Más Allá puede provocar la muerte del testigo o la persistencia en su cuerpo de ciertos rastros –colores y olores extraños- o de sentimientos resultantes: angustia, miedo, crispación… Pero si, por ejemplo, en el examen realizado sobre el cadáver o en el entorno que lo rodea vemos determinadas marcas, encontramos el cuerpo en una posición extraña o notamos, nosotros o quienes nos acompañan, alguna sensación peculiar añadida a las que suelen experimentarse en estos casos, quizá esté justificado pensar entonces en algo más siniestro y terrible que un simple encuentro con almas en pena. También en el universo del horror existen sus grados y hasta el infierno tiene sus héroes, según parece. En el caso del culpable protagonista del cuento de M. R. James que hemos citado antes, los espantados testigos encontraron su cuerpo recorrido por ciertas heridas y con los ojos arrancados de una manera especial. Todo eso indica, tal y como el relato sugiere, que el castigo no se detuvo con la muerte. Las fuerzas que en aquella ocasión se pusieron en movimiento para vengar un crimen, van a permanecer activas largo tiempo, afectando no sólo al culpable sino también a su entorno. Esas energías son plenamente capaces de ubicarse en un lugar y contaminarlo durante generaciones con poderosos efectos que señalan su acción. Así ocurre con ciertos recintos a los que se denomina encantados o hechizados. Y así ocurre también con determinadas personas que, como consecuencia de su exposición a las temibles iras del Ultramundo en uno de sus aspectos más siniestros, van perdiendo su impulso vital y acercándose poco a poco a la muerte. Hay que decir que los vigilantes o sus agentes únicamente actúan en ocasiones muy especiales, cuando la gravedad de la falta cometida o su trascendencia para el correcto desarrollo del grupo social revisten una extraordinaria importancia. En el ámbito de las leyendas populares y de la mitología nos encontramos ciertos tipos de transgresiones que han de ser castigadas con un rigor especial. Por ejemplo, los crímenes cometidos sobre personas indefensas (ancianos, niños, inválidos) e incluso sobre ciertos tipos de marginados y vagabundos a los que, de ordinario, no suele proteger la 115 sociedad con demasiado interés. En la mitología griega –y más tarde en la romana- las Erinias o Furias se encargaban de perseguir sin tregua a los que vertían sangre ajena, sobre todo, cuando los crímenes ocurrían en éstos casos de personas indefensas. Y sus castigos eran inmisericordes y terribles, teniendo en cuenta, por otra parte, el carácter semidemoníaco de dichas entidades, también llamadas Harpías, que no las inclinaba precisamente a la clemencia 86 . Estos seres contaban además con ciertos ayudantes para determinadas tareas de venganza. Acerca de ellos no son demasiado explícitas las informaciones de las fuentes que han llegado hasta nosotros. Tal vez, como ocurre en el siniestro caso de Likaón, el rey licántropo de Arcadia, el mito quiera encubrir aquí ciertos acontecimientos no demasiado agradables para la refinada conciencia griega y que tuvieron lugar en épocas oscuras. Es muy posible que, en el fondo de todos éstos mitos y tradiciones, exista todavía el recuerdo de ritos y ceremonias realizados ante deidades mucho menos misericordiosas que las olímpicas y bastante peor dispuestas que ellas frente a la humanidad. Para poder ubicar, en todos estos casos, la posición que los vigilantes ocupan dentro del conjunto de los personajes del Más Allá –que en casi todas las culturas conocidas suele ser bastante complejo- hemos de examinar brevemente la red de relaciones tejida entre los tres ámbitos que existen al respecto. Es decir: nuestro mundo, el espacio intermedio conocido como espacio-frontera y el Ultramundo o Más Allá. No todas las relaciones son posibles o están permitidas entre estos distintos niveles en que la cultura divide a la realidad que rodea a los seres humanos. De esa determinación y filtro de las relaciones posibles nace, precisamente, en cada caso, el conjunto de ademanes simbólicos que caracterizan e identifican minuciosamente cada espacio cultural de un grupo social dado. Así, en el plano o nivel de nuestro mundo, contamos con una serie más o menos definida de seres, entidades y presencias que lo pueblan. Tenemos aquí por tanto y entre otros: seres vivos en general, seres humanos en 86 Las Erinias, Furias o Harpías –que de todas esas maneras se les llamaba- nacieron de la sangre derramada sobre la tierra por Urano, cuando éste fue mutilado por Chronos. Se ocupan de vengar los crímenes de sangre, sobre todo los cometidos sobre las familias. Viven en los infiernos, de donde salen para ejecutar sus venganzas. Con sus látigos podían enloquecer a sus víctimas, tanto en éste mundo, como en el otro. 116 concreto, fantasmas, apariciones, almas en tránsito y, desde luego, hierofanías o manifestaciones de lo sagrado. Todas estas manifestaciones físicas y culturales actúan hacia el exterior e interactúan tejiendo una espesa y complicada red que es preciso analizar con cuidado para obtener un cuadro general –aunque no exhaustivo- de este proceso. Frente a nuestro mundo, se encuentra el Más Allá, objeto de especulaciones por parte de todos los movimientos religiosos y filosóficos pasados y presentes que en el mundo han sido. Las especulaciones abarcan por tanto un amplísimo sector de las preocupaciones humanas y son innumerables los estudios y análisis que se han realizado sobre el tema. Como es natural, no pretendo reunir aquí los resultados de todos ellos. Simplemente voy a presentar un esquema que puede servirnos como resumen de muchos de los cuadros posibles y que puede ser completado e incluso cambiado según las necesidades concretas del estudio que deseemos llevar a cabo. Dicho esto, colocaremos en el Más Allá a los siguientes personajes, entidades y presencias: En primer lugar, por su orden jerárquico, aparecen las divinidades. Luego, según algunas mitologías, los ángeles y los demonios. Después, ancestros, espíritus y almas desencarnadas. En un plano aparte, por causa de sus especiales ocupaciones, tenemos a los mensajeros y los vigilantes. Y más abajo, en forma también variada según las diferentes cosmogonías, pueden aparecer las almas castigadas, apresadas de manera provisional o definitiva en diferentes recintos (gehena, infierno, purgatorio…). Entre ambos recintos –nuestro mundo y el Más Allá- se coloca el espacio-frontera. Aquí se encuentran las fuerzas paradójicas que son capaces de actuar sobre tiempo y espacio. Estas fuerzas pueden de alguna manera modificar las percepciones y las sensaciones, controlar la propia estructura de éste ámbito fronterizo y, asimismo, contraer o dilatar el propio lugar o espaciofrontera llegando incluso a hacerlo desaparecer prácticamente en ciertos momentos en los cuales, según las tradiciones de muy diversos pueblos, los muertos pueden acercarse casi sin trabas a nuestro mundo y ser recibidos adecuadamente en él. De ello hablaremos en su momento porque se trata sin duda de una de las propiedades más características y representativas del papel dinámico que el Más Allá ejerce siempre sobre la cultura humana. 117 Además de dichas fuerzas, en el lugar frontera se mantiene un tráfico constante de relaciones que cruzan de un lado a otro desde nuestro mundo al Más Allá o viceversa. Así, las divinidades hacen sentir su presencia entre nosotros, lo mismo que ocurre con los ancestros y espíritus. Desde nuestro mundo, cruzan hacia el Otro las almas de los difuntos recientes para alcanzar allí su destino sea éste cual fuere. Por su parte, mensajeros y vigilantes –en el papel que de ellos hemos estudiado- se trasladan o dejan sentir su influencia, moderada o acrecentada según los casos, por las peculiares condiciones de ese espacio intermedio que la cultura ha diseñado como elemento activo de carácter simbólico 87 . Tal vez además -y eso se discutirá más adelante- los no- muertos, esos personajes de características tan especiales, tengan su residencia preferente –aunque no permanente- en este espacio-frontera, el cual les presta, según veremos, muchos de sus caracteres peculiares. 87 Véase la Tabla 1 en el Anexo, en la que se resume esquemática y gráficamente lo dicho sobre esta triple división que aquí queda esbozada. 118 2.4. El Más Allá: un control dinámico de la cultura. Toda la compleja red en la cual las diversas culturas y civilizaciones han organizado ese gran conjunto de fuerzas desconocidas que actúan sobre nosotros, estableciendo con ello una red de relaciones que se mantienen entre nuestro mundo y el otro, está concebida para ejercer un control muy estricto sobre la configuración del universo que rodea a los seres humanos. Porque, como es sabido, el ser humano trata de entender, integrar y clasificar el universo que lo contiene dentro de sí. Y si considera que ese universo se halla formado por distintos planos de la realidad –al menos pueden distinguirse dos: lo sagrado y lo profano- entonces se preocupa con mayor motivo de establecer una estructura integrada y sobre todo comprensible, de relaciones dispuestas entre dichos ámbitos. Seguramente por esa razón –también por otras que no especificaré ahora- el Más Allá es una referencia básica y constante en todas las culturas pasadas y presentes. Se trata, según hemos dicho, de un mundo que, por lo general, alberga tanto a los ancestros y a los seres que ya han cruzado la barrera de la muerte, como a muy diversos tipos de divinidades y seres híbridos y paradójicos que suelen acompañar a aquellos y a éstas en sus andanzas. Desde ese ámbito, colocado en paralelo con nuestro mundo, dispuesto en cavidades subterráneas o en las alturas de las nubes, entre otras diferentes ubicaciones, es posible establecer normas, reglas y actitudes, juzgar los comportamientos e intenciones de los humanos e intervenir de manera activa para salvaguardar y mantener las relaciones sociales que forman las culturas. Aquí intervienen todas las entidades, presencias y seres que habitan ambos mundos ya que, al fin y al cabo, ellos mismos dependen de ese juego para su propia existencia. A eso me refiero cuando hablo del Más Allá como un control dinámico de la cultura. Estamos ante un proceso capaz de retroalimentar el sistema del cual ha salido. Veamos un ejemplo. Advierto desde ahora que se trata de un caso espeluznante. También diré que debemos su articulación literaria a la pluma magistral de nuestro ya conocido M. R. James, el cual recoge para su 119 elaboración leyendas bastante más antiguas 88 . Se trata de la historia de un asesino de niños. Los mataba para apoderarse de su corazón e intentar con esas tiernas vísceras arrebatadas a sus dueños la recuperación de su propia juventud. Como podemos comprobar, el tema no es nuevo. Es el que se refiere a la creencia de que la sangre –sobre todo la sangre recientemente obtenidapuede ser un remedio casi mágico para prevenir y curar ciertos estados patológicos. Tenemos, dentro de esta línea, el caso de la condesa Erzsébet Bathory, que mataba doncellas jóvenes para aprovisionar sus sangrientos baños, por no mencionar al conocidísimo Drácula. Pues bien. En cierta ocasión, nuestro asesino llevó a cabo uno de sus horribles actos con dos hermanos, niño y niña, a los que arrancó el corazón para devorarlo y absorber así su poder mágico. A partir de ese momento intervienen en escena las fuerzas del Más Allá, cuya actuación puede parecernos descontrolada, aunque no lo sea en modo alguno. Una noche, mientras el culpable descansa en su mansión, cómodamente sentado y recreándose por anticipado con el festín canibal que le espera, vé como las figuras espectrales de sus víctimas aparecen, encuadradas en las tinieblas de la Muerte, para reclamar lo que les había sido arrebatado. Tras el horror del crimen, podemos imaginarnos lo espantoso de la escena: los dos pequeños espectros avanzando por un largo pasillo con sus pechos abiertos y sangrantes, tendiendo hacia adelante unas manos armadas con afiladas y largas uñas, dispuestos a desgarrar el cuerpo del asesino, que recula y retrocede hasta que su espalda choca con la pared …Lo más terrible que puede ver antes de que esas garras corten su piel y escarben por debajo de las costillas, son aquellas heridas que sus atacantes presentan en el pecho. Son seres sin corazón los que le arrebatan el suyo. Si estuviésemos en el mar, hablaríamos del poder desatado de Calypso. Pero no estamos en el mar, sino en los brazos de una noche oscura. Y no son de olas los ruidos que se escuchan, sino gritos, provocados por el Terror. Las fuerzas del Más Allá intervienen para lograr que se restituya a su lugar y en su función un elemento del cuerpo que, tradicionalmente, es considerado entre las piezas más importantes que corresponden a las fuentes 88 M. R. James 120 de la vida. El corazón ha sido siempre objeto de un tratamiento especial llegado el momento supremo de la muerte. Extraído del cuerpo recién fallecido, todavía caliente, era llevado hasta el lugar del nacimiento del difunto, entregado en las manos de sus familiares, encerrado en una urna o expuesto a la admiración y a la veneración de la muchedumbre de peregrinos y devotos, cuando se trataba de un personaje de condición sagrada, de un rey o de un héroe. Arrancarlo de manera criminal, fraudulenta, de su lugar en el centro del pecho, es un crimen considerado como particularmente grave y odioso, porque es como arrebatar a alguien, no sólo una posibilidad de existir físicamente, sino además la certidumbre de una vida posterior. Así, en el Egipto antigüo, una vez que el difunto se presentaba ante el tribunal de Osiris, debía acreditar que su comportamiento durante la vida se correspondía con la Vía del corazón, es decir, que tanto él como su corazón se hallaban justificados y dispuestos para que éste fuese colocado en la balanza de Maat y comparado en su peso con el de una pluma dispuesta en el otro platillo. Así se dice en el Libro de los Muertos: Oh corazón entregado por mi madre, oh corazón entregado por mi padre, oh víscera que conmigo estuvo a lo largo de mis años. No levantes testimonio nefasto contra mí en el juicio, no me hagas frente ante el Tribunal, no te muestres hostil conmigo en presencia del Guardián de la Balanza. 89 El control ejercido por el Más Allá se puede apreciar también en las narraciones que se articulan sobre los diversos personajes actuantes en nuestro mundo y en el Otro. En el texto Instrucciones a Merikaré, reproducidas de un libro que éste rey recibió al parecer de su padre cuando inició su reinado en el año 2.160 antes de nuestra era, se indica que, tras la muerte, las acciones del hombre se colocan junto a él. Si esas acciones son justas, el difunto quedará entre los dioses y vivirá para siempre. Desde esos momentos históricos tan alejados de nosotros que apenas se distinguen ya entre las nieblas y las arenas depositadas por el transcurso del tiempo, nos advierten de la importancia que reviste mantener una actitud correcta durante la existencia en éste mundo –conforme a los preceptos de Maat- para lograr el acceso a la 89 Libro de los Muertos, Capítulo 30 B. Fórmula para evitar que el corazón de N. se oponga a él mismo en el Más Allá. Tecnos 1989. pág. 79. 121 verdadera existencia, que no se refiere tanto al hecho de sobrevivir corporal o anímicamente en algún otro mundo posterior a la muerte, como de que sea nuestro recuerdo el que, en verdad, se muestre capaz de resistir más o menos incólume frente al olvido. Dejando aparte el caso de los monstruos genuínos, es decir, de esas entidades que buscan suplantar a la especie humana, arrebatando su lugar y propagando, para ello, su influencia morbosa, quizá sea mediante la actuación de los muertos y de las divinidades, es decir, de dos aspectos importantes y virtualmente complementarios de lo numinoso, que va a ser posible comprobar de una manera más clara la influencia del entramado simbólico-cognitivo sobre las distintas maneras de presentarse casos del Más Allá. Muchas veces las divinidades y personajes vinculados estrechamente con lo Sagrado son las que manifiestan una mayor modulación, ejercida en su caso sobre los sustratos culturales de los diferentes pueblos. Veamos, por ejemplo, el caso de las Maouès noz bretonas. Se trata de unos espíritus que aparecen durante la noche, mostrándose a los viandantes que han de cumplir su jornada por los caminos desiertos y oscuros, o a todos aquellos que vagan temerariamente por los campos en las horas de oscuridad. Pero también suelen manifestarse a los que, no habiendo completado su trabajo a tiempo durante el dia, tienen que terminarlo por la noche. Anatole Le Braz, en su obra La Legende de la Mort, nos habla de estos peculiares seres en varios relatos. En uno de ellos, titulado Fanta Lezoualc´h, de Saint Trémeur, cuenta como una campesina –así llamada, Fanta Lezoualc´h- a causa de la gran cantidad de trabajo que la agobiaba, dejó sin lavar unas camisas de su esposo y de sus pequeños. Cuando ya había anochecido, la mujer se acercó hasta la orilla del rio y se puso a lavar su ropa afanosamente. A poco se dio cuenta que, a su lado, otra lavandera en la cual anteriormente no había reparado, se esforzaba también con un enorme hato de ropa, mucho mayor que el suyo. Ambas entraron en conversación, y la recién llegada reprochó a Fanta que, teniendo todo el dia para hacerlo, viniese precisamente por la noche a utilizar el lavadero que, a esas horas, le correspondía a ella. Disculpándose por haberla molestado involuntariamente, Fanta comentó sus cuitas a la inesperada compañera, explicando cómo y por qué no había podido terminar antes su tarea pendiente. La lavandera 122 misteriosa se ofreció entonces para ayudarla en su trabajo. Le dijo: No te preocupes. Vete a tu casa a descansar con tu marido y tus hijos. Yo lavaré tu ropa y te la llevaré cuando termine. Fanta regresó a casa muy satisfecha. Contó a su marido lo que le había ocurrido. Pero éste, que era una persona instruida, se dio cuenta en el mismo momento en que su mujer le relataba la historia de que aquella lavandera tan servicial era nada menos que una Maouès-noz, es decir, un espíritu nocturno que solía arrastrar a sus víctimas al Otro Mundo. Para conjurar los efectos de la visita de aquél ser maléfico que no tardaría en presentarse ante ellos, limpiaron y recogieron toda la casa, fregaron con agua limpia los escalones de la entrada y guardaron todos los utensilios y objetos sueltos para que no pudieran ayudar a entrar en la vivienda a la terrible criatura que estaban esperando. Después, se acostaron en su lecho en completo silencio. Al rato, se oyeron unos golpes en la puerta. Y unas voces. Fanta Lezoualc´h, Fanta Lezoualc´h, ábreme. Soy yo. Aquí traigo tu colada. Los dos esposos, naturalmente, no contestaron. Volvieron a escucharse los golpes y las llamadas, más violentas e insistentes; cada vez que se repetían sin obtener respuesta, se levantaba un fuerte viento en el exterior que sacudía con furia puertas y ventanas, como tratando de derribarlas. Al cabo de un rato, cesaron los golpes y los esposos oyeron unos pasos que se alejaban. Acompañándolos, percibieron también una voz cavernosa que decía: Esta buena pieza se ha salvado por hoy. Puede alegrarse de haber encontrado a alguien más sabio que ella para aconsejarla 90. A lo largo de éste relato, es posible distinguir varias líneas de contenido significante, dispuestas en el texto para conseguir un refuerzo de los correspondientes modelos cognitivos previamente suministrados por el entramado cultural. En primer término, observamos la división del trabajo, minuciosamente establecida en todos los patrones culturales. Las tareas han de hacerse en su momento y el abandono de su puntual ejecución, puede desencadenar todo un sinfín de problemas que, al principio, tal vez resulten 90 Anatole Le Braz, Magies de la Bretagne.La Légende de la Mort. CIV. Celle qui lavait de nuit. Ed. Robert Laffont. Paris, 1994. p. 387 y s. Ver también del mismo autor, La Légende de la Mort. Éditions Jeanne Laffitte, Marseille, 1982. 123 intrascendentes, pero que, luego, se van complicando cada vez más, como en una cadena de elementos interrelacionados. En segundo lugar, la estricta división día-noche. El dia corresponde a las actividades humanas, al desarrollo del ámbito cultural y del espacio social. La noche atañe particularmente a las fuerzas de lo sobrenatural, a los seres del Ultramundo y a que se lleve a cabo la revelación más clara y manifiesta de esas coordenadas interaccionantes espacio-temporales a las que hemos denominado espacio-frontera. Los animales y las entidades que se mueven en la oscuridad aparecen mutuamente relacionados y en muchas culturas representan incluso directamente a las divinidades ctónicas o subterráneas, tanto como a los dioses y diosas de la Muerte o de los Muertos. Según apunta Gilbert Durand, el temor a la oscuridad de la noche es común en todas las culturas: En el folklore, la hora en que cae la claridad del dia, deja numerosas señales aterradoras. Es la hora en que los animales maléficos y los monstruos infernales se apoderan de cuerpos y almas 91. En tercer lugar, la constancia –una y otra vez repetida en leyendas y tradiciones de todo el mundo- de un hecho importante: los seres y las fuerzas del Otro Mundo no pueden entrar en los espacios característicamente humanos si previamente no se les convoca, y, una vez llamados, no se les franquea o permite directamente el paso. Los golpes en las puertas, los sacudimientos producidos en las ventanas y en las demás aberturas o vanos de las viviendas que observamos en tantos ejemplos de aparición o de manifestación de fuerzas sobrenaturales, son sobre todo solicitudes, peticiones y nunca –o lo son en casos extraordinarios y muy poco frecuentes - intentos de penetración o de ruptura forzada llevada a cabo sobre los recintos y habitats humanos. Para que estas fuerzas puedan manifestarse en el interior de los recintos humanos, es necesario responder primero a sus llamadas, darles paso. Lineas argumentales como las citadas figuran en muchos textos en los que se tratan cuestiones derivadas de las relaciones establecidas entre nuestro mundo y el Más Allá. Puesto que los relatos y leyendas cumplen, entre otras, la función de establecer patrones de comportamiento que pueden ser utilizados en momentos precisos por parte de los individuos del grupo social respecto a 91 Gilbert Durand, Les structures anthropologiques de l´imaginaire, Dunod, Paris 1992. p. 98. 124 las entidades extrañas al grupo –bien sean éstas de carácter corporal y físico, bien sean de naturaleza cultural e incorpórea- y en particular, respecto a las criaturas del Otro Mundo, así como a las presencias emanadas de lo Sagrado (hierofanías, teofanías), dichos textos, por lo general, suelen conservarse cuidadosamente a través de los años, siendo transmitidos de una generación a otra mediante las tradiciones orales o escritas. De esa manera, los textos literarios o los textos transmitidos de viva voz por especialistas mediante enseñanzas reguladas –tal como ocurría en el caso de los druidas y sus distintas escuelas- llegan a ser finalmente unos vehículos muy poderosos de control social de la cultura y, al mismo tiempo, pueden servir como instrumentos de referencia para establecer a través de ellos los comportamientos aceptados, fijando igualmente aquellos otros que van a ser considerados desde el punto de vista de la colectividad como heterodoxos y marginales. Todo ello sirve para que se haga presente una cosmovisión ante todos los individuos que forman parte de un grupo social. Porque no es suficiente con los resultados obtenidos mediante los procesos de socialización realizado de manera singularizada sobre cada uno de los miembros de la colectividad humana. Se hace imprescindible su aceptación y reconocimiento generalizados. Es decir, que con tales requisitos, las prácticas derivadas de esas grandes lineas generales que son las cosmovisiones y los planteamientos generales del mundo, puedan ser realizadas en el momento adecuado, sin retrasos innecesarios y a ser posible, sin equivocaciones. Así, por ejemplo, el tratamiento, el contacto y la manipulación de los cadáveres en el ámbito del grupo social, sean éstos de personas recién fallecidas o restos más antiguos, son actividades cuidadosamente reguladas las cuales, por tanto, suelen aparecer como motivos destacados en los relatos, tradiciones y leyendas que han sido construidos, precisamente, para que sea más fácil extender esas normas a todos los rincones físicos y culturales de la comunidad. En Galicia existe una curiosa costumbre relacionada con el tránsito del espíoritu del difunto entre este mundo y el otro, paso difícil y comprometido tanto para el protagonista del mismo como para todos aquellos que le rodean, según nos lo presentan los testimonios de las tradiciones y las culturas más 125 diversas. Se trata de que el alma cumpla su trayecto de la manera más rápida y menos traumática posible y de que el cuerpo del cual el espíritu vital se ha separado, pueda ser llevado hasta su lugar de descanso sin peligros ni problemas sobreañadidos a los que ya de por sí presenta su manejo 92. Por esa razón se producen rituales como el que en Galicia describen Manuel Murguía y Vicente Martínez Risco, practicado allí donde existe alguna persona moribunda y que se lleva a cabo tan pronto es posible observar que ya ha terminado la agonía y que, efectivamente, se ha producido el fallecimiento. El ritual consiste en que algunos de los alli presentes forman entonces un círculo y, cogidos de las manos, emprenden una danza circular alrededor del cuerpo difunto, al tiempo que dejan oir un ruido vocal sordo y retumbante, parecido al que produciría un abejorro en su vuelo. ¿Qué se pretende con semejante ceremonia, impresionante de por sí, pero tanto más por el lugar y por las circunstancias en que se desarrolla? El zumbido del abejorro indica tal vez –como onomatopeya de un fenómeno invisible, pero perfectamente previsto por el grupo social- el esfuerzo desarrollado durante el tránsito del alma desde nuestro mundo hacia el otro, ya que en muchas culturas las almas, y de manera especial las almas que abandonan su cuerpo, se representan como abejas. Pero también el conjunto de danzantes representa con la unión de sus manos y mediante la acción solidaria del baile sincronizado y colectivo, a la totalidad del grupo de convivencia que se hace presente en el luctuoso acontecimiento, ayudando a la familia en ese trance siempre terrible, no dejandola sola ante ese hecho no menos traumatizante por que vaya a ser compartido –tarde o temprano- por todos los participantes. Ante el acontecer de la muerte es necesaria la presencia de especialistas o, cuando menos, de alguien que los sustituya, que se enfrente a los hechos y que los reduzca en su intensidad simbólica, soportando el peso de su significado para que no pase con toda su intensidad hacia el núcleo familiar afectado. En el marco de la muy elaborada y compleja religión bon-po tibetana, 92 Las manipulaciones con los cadáveres e incluso con todos aquellos objetos que éstos hayan podido tocar o sobre los que hayan podido arrojar “sombras”, “aires” o influjos diversos, están cuidadosamente reguladas en todas las culturas. Así, de que tales recomendaciones sean o no cumplidas diligentemente, puede depender no sólo la salud de los vivos sino también el descanso del espíritu del muerto. Ver Victor Lis Quibén, La medicina popular en Galicia, Editorial Akal. Madrid, 1980- 126 existen estos especialistas los cuales, tras un prolongado entrenamiento que puede representar el trabajo de muchos años, son capaces de hacer salir el alma de un moribundo de su cuerpo ya casi inerte, conduciéndo ese espíritu recién desencarnado por el camino del Más Allá y tratando de evitar que pueda tener encuentros inesperados con las entidades malignas que pululan por dicho camino, precisamente en búsqueda de esas almas inexpertas que emprenden, vacilantes y temerosas, el sendero incierto de su nueva existencia. Alexandra David-Neel describe que, en una ocasión, durante sus viajes por los caminos que cruzan el Techo del Mundo, se encontró con dos monjes, sentados uno frente a otro y ensayando cara a cara una extraña ceremonia. Uno de ellos profería un agudo y colapsado grito y su compañero le respondía con otro sonido gutural no menos intenso. Entre los gritos, uno y otro guardaban unos instantes de silencio y, según parece, de profunda concentración, que la observadora no se atrevió a interrumpir. A poco, se reanudaron los gritos de ambos monjes que, cada vez, subían más y más de intensidad y de fuerza, hasta sonar de una manera que parecía conmover a las montañas y ventisqueros próximos. La viajera estaba asistiendo a una ceremonia que a muy pocos extranjeros por entonces les había sido posible contemplar. Aquellos lamas estaban lanzando las exclamaciones rituales que eran utilizadas como elemento para provocar la salida del alma de un moribundo, para liberar así el espíritu agobiado del agonizante y permitirle abandonar su cuerpo cuanto antes a través de una abertura que dicha sílaba mágica producía en lo alto del cráneo. Era necesario que el lama articulase el sonido ritual con la entonación y la fuerza psíquica necesaria para conseguir aquél objetivo. Sin embargo, al parecer, se trataba de un trabajo peligroso en el transcurso del cual ambos operadores –el lama y su ayudante- podían morir. En lograr la competencia para tan ardua tarea empleaban los aprendices largos años de entrenamiento bajo la dirección de su maestro. Al parecer, la correcta entonación, impulsada por la fuerza psíquica y física necesarias, provocaba de manera casi inmediata la apertura de esa pequeña puerta en la parte superior de la cabeza. En el Bardo Töd tol se contenían no sólo las instrucciones para llevar a cabo dicho acto en las mejores condiciones, sino también aquellas otras que era necesario comunicar al alma del difunto para conseguir que su viaje hacia el Otro Mundo, 127 una vez comenzado con aquella ayuda, transcurriera luego de la manera más apacible y segura 93. En este caso que relatamos correspondiente al Tibet y en el anterior referido a Galicia, se utilizan la fuerza y la vibración –física y psíquicaproducidas por los sonidos, para conducir al alma que sale del cuerpo y que necesita, en ese instante crítico, de una colaboración solidaria y efectiva para emprender su camino. Los sonidos y las vibraciones influyen de un modo notable sobre los elementos del cuerpo susceptibles de entrar en sincronía a partir de tales elementos y técnicas sonoras. La cavidad craneana es una construcción estructural muy sensible a las resonancias y es capaz de transmitirlas hacia los órganos que contiene en su interior, con lo que tal vez dichas vibraciones se propagan y actúan sobre ellos con intensidad concentrada, provocando en los mismos unos fenómenos que nuestra ciencia actual todavía no ha estudiado adecuadamente. Sin embargo, no se trata sólo de aprovechar el poder físico de tales energías vibrantes. La propia ceremonia en sí posee además unas notables propiedades simbólicas y significantes que pueden actuar también sobre la psique del moribundo y sobre la conciencia de aquellos que le acompañan en ese trance supremo. Por tanto, la energía que deriva de la aplicación de estos métodos utilizados para acompañar y ayudar al difunto en su progresión hacia el Otro Mundo, son asimismo capaces, con su poder simbólico, de ordenar el cosmos humano en cuyo seno se producen esos acontecimientos. Y este mismo acontecer tiene, sobre todo, un carácter dialéctico. Es decir: una vez que se produce, el hecho de su ocurrir altera el sustrato en su más profunda intimidad y en la articulación de sus cualidades constitutivas, de manera que, a partir de entonces, nada volverá a ser como antes. Las leyendas y las tradiciones son los vehículos mediante los cuales se transmiten de una generación a las siguientes todo tipo de datos y de modelos cognitivos con los que se confirma una determinada manera de ver y de entender el mundo. Todos los personajes que en ellos aparecen, actúan y se interrelacionan mediante unos instrumentos dotados casi siempre de naturaleza mágica y extraordinaria, lo hacen de acuerdo con unas coordenadas 93 Alexandra David-Neel, Mystiques et magiciens du Tibet, Plon, Paris 1980. p. 23 y s. 128 espacio-temporales de un tipo peculiar y asimismo desarrollan un comportamiento que, de ordinario, no se va a observar en el mundo real. Sus aventuras y desventuras obedecen al desarrollo textual y narrativo establecido sobre los recuerdos de unos acontecimientos originales, es decir, ocurridos in illo tempore, en ese tiempo en que, presuntamente, tuvo lugar un encadenamiento de sucesos fundamentales: la llegada de los dioses procedentes de un mundo especial y distinto al nuestro, el encuentro de los seres humanos con esas entidades extraordinarias, las consecuencias provocadas por una infracción cometida durante ese encuentro o en una época posterior, la desobediencia a las normas y leyes dictadas por esos personajes divinos, etc.. En otros de estos relatos míticos se manifiestan temas que asimismo son fundamentales en la configuración de las tradiciones culturales de la mayoría de pueblos y grupos humanos conocidos, como el origen de la Muerte, las causas que han provocado esa situación en la cual se ven involucrados todos los seres humanos, y, muy especialmente, las relaciones que se han de mantener con los Muertos, personajes a los que, de ordinario, se distingue con absoluta claridad de los dioses, de las divinidades y de los seres espirituales que pueblan los panteones o los corpus de leyendas propios de cada colectividad. Esta diversidad actua en si misma como un elemento moderador y modulador en los distintos procesos de socialización que el individuo experimenta a lo largo de su existencia como miembro de un grupo social. Un ejemplo de ello lo tenemos en los cuentos comunes en todas las culturas como relatos de acontecimientos recubiertos con una apariencia maravillosa y extraorinaria que encubre toda una serie de principios morales de naturaleza prácticamente inamovible y capaz de transmitirse casi con integridad absoluta a través del tiempo cronológico: cómo hemos de considerar a los seres y entidades extraños al grupo, qué peligros pueden encerrar tales relaciones, cuales son las auténticas intenciones de esos extranjeros o aliens, cómo tenemos que evitar una excesiva familiaridad con ellos que pueda conducir en determinadas circunstancias a conductas y comportamientos que pongan en peligro la estabilidad o incluso la existencia misma del grupo. 129 Estos cuentos y narraciones se recitan una y otra vez a los niños, se ponen en sus manos reproducciones de los personajes que tales relatos invocan de una manera constante, se insiste por parte de los mayores, de los padres y de los educadores que los ponen como ejemplo y de esa manera se consigue establecer en los individuos desde edades muy tempranas auténticos mapas comportamentales interactuantes, de manera que sea relativamente fácil reconocer los motivos inspiradores de esos modelos cognitivos cuando por cualquier razón o circunstancia se manifiesten ante ellos. Los Muertos caminan por el mundo gracias a estos artilugios o constructos culturales que todos los grupos humanos poseen entre sus recursos inmateriales. En su ya larga marcha –iniciada probablemente con el despegar mismo de la especie humana- han recorrido geografías míticas y relatuales muy diversas, preñadas por las nieblas y corrientes gélidas del septentrión, perdidas entre la oscuridad y los múltiples reflejos de las selvas vírgenes, encaramadas en montañas que tratan de apuñalar el cielo azul y el espacio infinito donde moran los astros o asfixiadas por los calores tórridos, casi insoportables, de los desiertos arenosos o de las sabanas por las que los espíritus desencarnados pueden correr a su gusto junto a los remolinos de polvo. En todos esos ambientes, los seres humanos pueden encontrarse con espíritus malignos que intentarán devorarlos, tropezarán con extraños seres formados por partes y retales de animales muy diversos, escucharán los gritos y gemidos que profieren los cadáveres de los ahogados entre las olas del océano o de aquellos otros que yacen insepultos por razones de venganza o descuido. Penetrarán con temor en las entrañas de la Tierra Madre, atravesando aberturas que semejan fauces armadas de los dientes más agudos y amenazadores o que, por el contrario, se muestran como vaginas nutricias y preparadas para emprender el vuelo mágico en que se entrelazan profundamente la vida y la muerte. Llegarán con todo ello hasta el cielo de los dioses, atravesando con audacia puertas prohibidas, desafiando las edades que intentan atraparlos con sus dedos de piedra y roca, asomándose a precipicios tan insondables como puedan serlo las verdades mismas del Principio. 130 Temblarán de frío y de miedo en la soledad de las noches, cuando les sorprendan fuera de su abrigo los aullidos feroces de criaturas sin nombre que buscan carne caliente y sangre nutricia. Murmurando apenas entre sus labios, cerrados por el temor, sacudidos por una esperanza incierta, elevarán tal vez entonces los ojos hacia el brillo de las estrellas que, desde siempre, sin velos ni ataduras mágicas, les muestran anhelantes, con destellos inmortales, el camino hacia su verdadera patria. Si logran comprender ese mensaje, podrán volar entonces, como las águilas, sobre los abismos. 131 3. La división el espacio-tiempo entre los vivos y los muertos según las tradiciones populares. 132 3.1. Los personajes sobrenaturales. En toda sociedad se persiguen fundamentalmente dos objetivos. El primero suele referirse a un conjunto de medidas que atañen al establecimiento de una descripción identitaria coherente y asumible sobre la propia colectividad. En cuanto al segundo, corresponde más bien a la figura que los Otros –es decir, las personas externas y ajenas al grupo que consideramos como nuestro- representan. Se trata, por tanto, de responder a dos preguntas formuladas casi sin solución de continuidad: ¿Quiénes somos nosotros? y ¿Quiénes son ellos?. Y, en la experiencia humana que hasta ahora poseemos, la contestación nunca se logra sin que, por ella o a su través, comiencen a surgir barreras y límites. La disposición y el mantenimiento de estas barreras –que quizá empiezen por ser solo de naturaleza simbólica, pero que muy pronto acaban por convertirse en elementos físicos, apareciendo entonces dotadas de una naturaleza bien material- es algo que en los grupos humanos ya se da tan por supuesto, que a menudo es necesario realizar un gran esfuerzo intelectual para que sea posible poner en evidencia el sustrato más íntimo de tales separaciones. Y no me refiero únicamente al trabajo que supone delimitar esas fronteras en sí mismas, puesto que muchas veces sus pormenores y detalles permanecen en discusión desde tiempo inmemorial sin que termine por llegarse a un acuerdo satisfactorio –recordemos el sinnúmero de reivindicaciones y reclamaciones territoriales que, a todos los niveles, desde el más próximo hasta el más lejano y complejo, continúan produciéndose a diario en este nuestro mundo globalizado- sino, sobre todo, a la satisfacción de las necesidades simbólicas, significantes, que genera la concepción, el mantenimiento y la conservación de dichas fronteras surgidas en el continuum espacio-temporal que sostiene a las colectividades humanas. Eso ocurre, como sabemos, en lo que concierne al establecimiento físico de los seres humanos sobre un territorio. Pero la cultura determina, además, la aparición de otras necesidades semejantes, si bien, en esta ocasión, nacidas en unos ámbitos no materiales y cuyas fronteras, por tanto, se ven sujetas a cuidados de índole diferente. Me refiero a la separación que se supone debe 133 existir entre lo que un grupo humano puede considerar como su mundo –es decir, aquél en el cual vive, lucha y muere, ese hábitat del que es posible predicar ciertas dimensiones físicas y que se establece en torno a coordenadas temporales- y ese otro reino misterioso, desconocido, siempre temible que, incurso en el mismo ámbito cultural, aparece sin embargo dotado de un carácter específico y munido de condiciones contradictorias, ambigüas y paradójicas, considerando dichos términos en el más amplio sentido, aunque esas condiciones extraordinarias también puedan ser medidas de alguna manera y controladas en cierto grado. Hablamos, en este caso, por supuesto, del enorme y complejo campo de lo sobrenatural. La separación entre lo sobrenatural y lo cotidiano parece ser por tanto resultado del propio establecimiento cultural y una división más de las que se producen habitualmente en los ámbitos humanos de cualquier época y lugar. Por más que se trate de extremos antagónicos del campo cultural, los instrumentos de simbolización pueden facilitar su engranaje y funcionamiento interdependiente, mediante la construcción de mitos y con el desarrollo de las propiedades connotativas de instrumentos muy específicos y sensibles como son, por ejemplo, el lenguaje y la textualidad. Dentro del continuum espacio-temporal correspondiente a nuestro mundo, residen los seres humanos. Allí desarrollan su existencia mortal y articulan las complejas estructuras sociales, políticas y económicas que caracterizan a cualquier sociedad humana, por simple o primitiva que pueda aparecer. Al otro lado de esa experiencia universal e inevitable que es la muerte, se establecen las coordenadas de un mundo radicalmente diferente al humano de todos los días, aun cuando continúe permaneciendo unido a él por toda una serie de relaciones que difícilmente pueden llegar a romperse. Los personajes que residen en ese mundo alternativo pueden venir hasta el nuestro en ciertas condiciones. También en dicho mundo residen las almas desencarnadas de los que han atravesado la barrera de la muerte física y que en él alcanzan uno u otro nivel de acuerdo con las normas que al efecto mantiene el grupo social. Sabemos que existe una barrera –un espacio-frontera, diríamos con más propiedad- tendida entre ambos planos de la realidad cultural y sabemos también que los secretos guardados tan celosamente por el mundo 134 sobrenatural siempre han pretendido ser arrebatados por algunos espíritus audaces. Sin embargo, dejando a un lado por el momento el caso de esos viajeros a los que no parecen asustar demasiado los peligros de un viaje tan arriesgado, conviene que analicemos ahora los rasgos más destacados que caracterizan a los personajes del Más Allá, es decir, aquellos seres o entidades que, de una manera u otra, se mantienen habitualmente en ese territorio misterioso. Hay que considerar, sin embargo, un aspecto importante en dichos personajes. Y es que los conocemos y podemos hablar de ellos precisamente debido a la circunstancia de que su existencia no está limitada al ámbito de lo sobrenatural, sino que, con mucha frecuencia, llevan a cabo incursiones sobre nuestro mundo para realizar ciertas tareas o desempeñar determinadas misiones. Ante todo, cabría preguntarse si el aspecto que de ordinario adoptan estos personajes es el que verdaderamente les corresponde por su personalidad y por los atributos que suelen presentar ante los testigos o, por el contrario, se debe tan solo a las circunstancias de su paso a través del espacio-frontera que separa ambos planos de la realidad cultural. Quizá a ello se deba la imágen que muchas veces ofrecen y que suele ser recogida en sus detalles más llamativos por los relatos, cuentos y leyendas de los cuales son protagonistas. Así, nos encontramos con personajes en los que las características físicas de su cuerpo resultan significativamente distintas con respecto a la de los mortales comunes: bien aparecen como desmesuradamente altos y con una extrema delgadez, bien diminutos y rechonchos, de manera que, en este último caso, pueden, según algunos testimonios, acercarse o alejarse rodando como pelotas o torbellinos. Es corriente que se muestren bajo el aspecto de diversos animales y que, desde esa figura, soliciten de sus testigos humanos ciertas pruebas de confianza o les ofrezcan algo de valor siempre y cuando éstos acrediten que son capaces de cumplir determinados trabajos. También suelen hacer gala de una notable capacidad para modificar sensiblemente las condiciones del entorno en el que se encuentran, haciendo variar, por ejemplo, los niveles de luz y oscuridad, las condiciones de visibilidad, hasta el timbre y tono de los sonidos o, según los casos, influyendo 135 sobre el normal transcurso del tiempo, así como sobre el aspecto y propiedades del espacio, lo cual constituye una auténtica variación relativista del continuum espacio-temporal. A veces esos personajes, con independencia de su tamaño y apariencia, poseen alas o, cuando menos, pueden desplazarse por el aire, en algunos casos con una inusitada rapidez. También pueden, cuando las circunstancias lo requieren, atravesar cuerpos sólidos, vagar en medio de las llamas o introducirse en el seno de los líquidos sin aparente esfuerzo, lo que habla a favor de su naturaleza extraordinaria y de sus condiciones independientes respecto a las leyes que rigen en el universo humano. Este conjunto de elementos que atañen a la naturaleza, al aspecto o a los poderes de dichos personajes, les confiere un carácter peculiar que, como tal, ha sido minuciosamente recogido y descrito en todas las culturas. Sin embargo, pese a semejante carácter extraordinario y a la constancia, a menudo sorprendente, irritante, incluso amedrentadora del uso por su parte de poderes desconocidos y casi milagrosos, en ningún caso deben confundirse con las divinidades y con otras entidades del correspondiente panteón, por más que, en ciertos casos, puedan estar en contacto o actuar conjuntamente con ellas. Si, pese a dicha distinción, fuese posible considerar a todas estas criaturas como aspectos diferentes integrados, desde una perspectiva muy amplia, en el conjunto de lo Numinoso, tal vez se pondrían de relieve algunas características comunes a muchas de ellas, como los efectos similares que su presencia produce en los testigos o el hecho de que algunas de estas entidades hayan podido llegar a ser efectivamente divinizadas en épocas posteriores o, a la inversa, se hayan transformado en simples personajes de cuentos infantiles, desde una posición netamente divina 94. Conviene también distinguir a los personajes sobrenaturales de los espíritus de los difuntos o almas desencarnadas, que gozan en todas las culturas de un estatus especial, aunque, como sucede con los dioses y divinidades, se den casos de coincidencia o solapamientos de actuación respecto a ellos. No es infrecuente que dichos personajes sobrenaturales se revistan con los atributos específicos de dioses y muertos, dando lugar 94 Lo que muestra como el camino que va desde lo Numinoso a lo Sagrado, puede ser recorrido señalando muchas etapas y, además, en distintos sentidos. 136 entonces a ciertos tipos de entidades de naturaleza mixta que, habitualmente, siempre aparecen como más inclinadas hacia el lado maligno o negativo de lo Sagrado, como si esa contaminación influyera de alguna forma sobre la, en principio, superior condición de lo divino, conduciendo su poder hacia esas regiones más oscuras y alejadas de lo humano, a las que denominamos en conjunto como lo Numinoso. Las entidades sobrenaturales aparecen, en muchos casos, como fundadoras –o al menos copartícipes en la fundación- de las instituciones originales de la humanidad, que casi nunca son las que existen ahora, en nuestros días, pues desde los tiempos primeros hasta el momento presente, se han producido cambios decisivos ocurridos por causa de eventos de naturaleza cósmica y de otros acontecimientos diversos dotados de una gran repercusión para la vida humana sobre la tierra y para las circunstancias que la rodean. Sin embargo, dichas entidades suelen jugar un papel importante en el desarrollo de los acontecimientos en los que se ven implicados los seres humanos, de manera que, en ciertos momentos –casi siempre referidos a un tiempo míticose produce una verdadera coexistencia entre los hombres y las entidades sobrenaturales que es, precisamente, la fuente auténtica de innumerables relatos y tradiciones conservadas al efecto en todas las culturas. En las páginas que siguen nos referiremos, por tanto, de una manera principal, a varios tipos de entidades que participan de alguna, de varias o de todas aquellas propiedades y peculiaridades. Es decir: hablaremos de los seres sobrenaturales propiamente dichos, como podrían ser ogros y monstruos, vampiros y loups-garous, así como ninfas, hadas, duendes y aquellos otros a los que, en diversas culturas como la céltica, se les conoce bajo la denominación genérica de Buena gente o Buenos vecinos, todos los cuales pueden presentarse en figura humana, animal o casi bajo cualquier otro aspecto. Asimismo incluiremos en nuestra nómina a los héroes o paladines de diverso tipo, cuyas aventuras se recogen en sagas como las leyendas artúricas, los libros tradicionales y las leyendas. Parecen humanos y posiblemente lo sean, aun cuando su nacimiento, circunstancias de vida, desarrollo o actividades, escapan casi siempre al control de las leyes y normas comunes de la naturaleza. Finalmente, habremos de contar también con las almas y espíritus desencarnados de los difuntos que regresan a este mundo 137 desde el Más Allá con diversos objetivos e intenciones y a los que encontraremos con bastante frecuencia en los relatos, viejos y nuevos, de todo el mundo. Para ello necesitaremos acudir a las fuentes textuales y literarias que habitualmente nos suministran información sobre dichas entidades. Unas, plenamente conocidas y famosas como pueda serlo, por ejemplo, la Deutsche mythologie de Jakob Grimm. Otras lo serán menos o no lo serán en absoluto, salvo quizá para los especialistas, pues corresponden a la obra de autores casi ignorados en los años que corren, aunque en su tiempo hubiesen gozado de cierta fama y predicamento. El primero de nuestros ejemplos procede de los hermanos Grimm y se refiere de una manera particular a los dones que es posible obtener en una relación normal, es decir, que no se vea impulsada por la codicia ni por algún otro comportamiento equivocado 95. El protagonista es Hans, un joven aprendiz de molinero, al que su patrón impone una prueba en apariencia casi imposible de resolver con éxito: si quiere heredar el molino, ha de conseguir el mejor caballo del mundo. En ese empeño, se enfrentará con dos adversarios –los otros dos aprendices, mayores y mas expertos que él- que recurren a todo tipo de tretas para desembarazarse del pobre y pequeño Hans, el cual sin embargo, pese a las dificultades impuestas, no renuncia a llevar a cabo la prueba. Cuando el inexperto aprendiz de molinero emprende su camino, pronto se va a encontrar con el Otro Mundo, lo que, como sabemos, suele ocurrir con relativa frecuencia en tales casos. Tras pernoctar en una cueva –que puede ser la entrada secreta al Más Allá- llega hasta un bosque, imagen muy frecuente para representar ese ámbito misterioso y, en ocasiones, terrible, del cual nos puede llegar lo malo ppero que, en ciertas ocasiones, también puede desprender buena suerte y oportunidades de oro para quien sepa aprovecharlas. Así, nuestro héroe, se encuentra una gatita en el bosque. Pero, desde luego, no es un animal corriente. Aparece revestido de varios colores brillantes, lo que no suele ser habitual en tales felinos y, sorpresa de las sorpresas, puede hablar. Estamos, por tanto, ante un ser sobrenatural en el que se reunen varias 95 Jacob y Wilhelm Grimm, El aprendiz de molinero y la gatita 138 de las condiciones que antes hemos esbozado como propias de estos personajes peculiares. La gatita pregunta a Hans que hace por el bosque. Es una pregunta clásica junto a la cual, en otros cuentos, suele aparecer también una demanda de contraseña que es solicitada por el ser del Otro Mundo al intruso que vagabundea por un lugar en el cual, tal vez, no tenga derecho a permanecer. Pero en este caso, no hay tal. Hans cuenta sus penas a la gata coloreada y ésta le indica que está en condiciones de suministrarle el mejor caballo del mundo pero, que para poder obtenerlo, ha de acompañarla a su casa y trabajar para ella durante siete años. El joven molinero está de acuerdo con el trato y se va con su nueva amiga, la cual lo conduce hasta su palacio encantado. Tal como podemos suponer, nuestro héroe está ahora ya plenamente introducido en el Otro Mundo. Allí se encuentra con varios gatos que andan de un lado a otro muy atareados. Incluso observa a tres gatitos músicos que se afanan en tocar diversos instrumentos. Hans emprende una vida de ocio, comiendo, bebbiendo y disfrutando. Esta es una excelente vida, piensa él. Pero pronto su anfitriona le encarga diversos trabajos –cortar leña y segar las mieses- que tampoco son especialmente penosos. Es esta una imagen muy extendida acerca de cómo ha de ser el Más Allá. Y tan antigua como que ya era conocida en el Egipto faraónico. En ese mundo mágico y feliz, ni siquiera las tareas más rutinarias son molestas ni duras, sino que se llevan a cabo casi sin sentir. Nuestro amigo ha cumplido su trabajo y le pide a la anfitriona la recompensa prometida. Pero ésta, antes de satisfacerle, le encarga una nueva tarea: ha de construir para ella una casita con ladrillos de plata y oro. Hans lo hace muy gustoso, pues alli se estaba tan ricamente. Pero una vez que finaliza su tarea, ha de regresar a su mundo. La gatita le dice que ella misma le llevará su caballo y le despide, indicándole el camino de vuelta. El aprendiz de molinero vuelve con su amo al molino. Los otros dos aprendices también habían regresado trayendo cada cual su caballo. Pero uno de los animales resultó ser ciego, mientras que el segundo era paralítico. Un auténtico fracaso, en suma. Pero lo de Hans resultaba mucho peor, porque pese a sus esfuerzos no había traido nada consigo. Así, todos se rieron de él. Ha pasado siete años trabajando inutilmente y sus ropas están desgarradas y 139 sucias. Además, su cuerpo ha crecido y las prendas que entonces se le ajustaban como un guante le quedan ahora cortas y estrechas, presentando con ello un aspecto ridículo. Su jefe le manda al trastero para que nadie le vea. Sin embargo, un dia aparece ante el molino una carroza riquísima tirada por seis maravillosos palafrenes. Dentro del carruaje viene una hermosa princesa que, además, trae consigo un caballo de aspecto magnífico conducido por un sirviente. Pregunta por Hans. Como podemos imaginar, se trata de la gatita coloreada del bosque encantado, que ha recuperado su aspecto humano o que, tal vez, lo ha adoptado para la ocasión, porque, como sabemos, es un ser del Otro Mundo. Finalmente, ante el asombro del molinero y de sus dos zafios aprendices, Hans se viste con unas ropas nuevas que venían como regalo para él en la carroza, monta en el caballo que el sirviente le ofrece y acompaña a la princesa de vuelta a su castillo mágico, para casarse con ella y vivir feliz y dichoso el resto de su existencia. Nos encontramos ante un relato típico en el que se describe un encuentro afortunado con seres sobrenaturales del Más Allá. Según veremos más adelante, no siempre se desarrollan los acontecimientos con tanta felicidad. Pero en este cuento recogido por los hermanos Grimm aparecen casi todas las variables clásicas que tales leyendas suelen ofrecer: así, vemos la entrada al Otro Mundo, protegida por la cueva y el bosque. Es una puerta secreta y escondida, atravesada la cual es preciso decir la contraseña, o al menos, contestar a una pregunta que hace sus veces. Al otro lado de la entrada, tras un espacio desierto que en el presente caso aparece figurado por el bosque, surgen los primeros seres extraños, los cuales, una vez establecido el contacto, conducen al viajero hasta el Castillo Mágico o Palacio Encantado. Allí, el recién llegado habrá de cumplir unas pruebas –que en algunos casos revisten especial dificultad e incluso pueden llevarle a la muerte- y si es capaz de superarlas, se le permite retornar a su mundo, en ocasiones, llevándose consigo algún premio. También aquí, como ocurre en otros casos, el regreso al mundo cotidiano es provisional, ya que los seres feéricos vuelven a buscar al héroe para llevárselo definitivamente consigo. Un esquema narrativo muy parecido se muestra en muchos otros relatos pertenecientes a diversas tradiciones y modelos legendarios y mitológicos que van desde textos herméticos de la alquimia –como por ejemplo, Las bodas 140 alquímicas de Christian Rosenkreutz- hasta novelas correspondientes a la Materia de Bretaña o al ciclo artúrico, como es Perceval o el cuento del Grial. En todos estos relatos el héroe ha de buscar durante un periodo más o menos largo la entrada a un mundo secreto y escondido al que le cuesta mucho llegar, bien porque todavía no está lo suficientemente preparado, bien porque, aun habiendo superado con éxito las primeras pruebas, las dificultades son tan grandes que no consigue superarlas completamente. Cuando el protagonista consigue, por fin, penetrar en el ámbito restringido del Más Allá, casi siempre ha de tomar una iniciativa ante una situación de aspecto extraño, paradójico o poco usual. Si la iniciativa que el héroe emprende resulta adecuada, la situación puede resolverse quizá definitivamente, logrando entonces su propósito y recibiendo un premio. Aunque tal vez, la resolución del problema sólo sea el comienzo de toda una serie de pruebas posteriores. Así sucede, por ejemplo, en el Perceval o li conte del Grial antes citado. Aquí, el protagonista –un muchacho bastante inexperto y deficientemente instruido- deja sin plantear la pregunta que podría haber salvado de la ruina al pais agostado y estéril del Rey Pescador, un personaje mágico en el cual se reunen muchas de las condiciones contradictorias y paradójicas de los seres del Ultramundo. Las consecuencias del silencio de Perceval fueron la desgracia para aquél reino y toda una vida de peregrinación y búsqueda infructuosa que el propio héroe habrá de sufrir. Y sin embargo, la ocasión se le había presentado manifiesta y abiertamente, cuando el milagroso y extraordinario Grial, junto a la lanza que sangra desde su acerada punta hasta la embocadura, pasaron frente a él, no una, sino varias veces. El temor al ridículo o tal vez un falso orgullo y cierta obstinación –señales que indicaban su preparación incompleta- le hicieron callar. Hubiera debido preguntar entonces ¿A Quien Sirve el Grial?. Y la situación se hubiera resuelto. Pero no lo hizo. Lo que nos demuestra que el carácter exhibido por los personajes del Otro Mundo no siempre facilita las cosas al aventurero que invade ese ámbito extraordinario. Tampoco en todos los casos, esos personajes actúan de una manera amistosa para el protagonista. En ocasiones su actitud es de una estudiada indiferencia, que no pocas veces acaba convirtiéndose en una auténtica amenaza para la vida del osado profanador de los misterios sobrenaturales. Pero, tal como nos refieren algunos relatos, no sólo es la vida 141 lo que el aventurero puede perder. Así ocurre, por ejemplo, en el caso que se describe seguidamente Ya sabemos que el Más Allá puede presentarse en determinados casos como un Laberinto. No se trata sólo de una simple imagen, o de la metáfora que relaciona el curso de unos pasadizos y caminos más o menos intrincados con el principio, desarrollo azaroso y final seguro de la vida humana bajo las zarpas de la Muerte. Existen laberintos que son auténticas vias de entrada hacia el Otro Mundo y quizá lo único que reste por dilucidar es si el centro del laberinto, con el Misterio físico o simbólico que siempre encierra, va a ser también el centro de ese ámbito sobrenatural universalmente buscado y pocas veces hallado, o tan solo estamos ante una puerta más que se ha de franquear, al cabo de una etapa que añadir en el eterno camino que debe culminarse para cumplir objetivos únicamente conocidos por unos pocos. El protagonista del relato que ahora analizamos es, desde luego, un hombre inquieto, buscador de fortunas exóticas y de joyas raras. Montague Rhodes James es quien, una vez más, nos muestra de que manera lo extraordinario y hasta lo espeluznante pueden anidar en los reductos aparentemente más anodinos, para asaltarnos de pronto y sin previo aviso, introduciendo en nuestras vidas ese soplo frio de los abismos que rodean la fragil burbuja en que pretendemos guarecernos 96. El protagonista de la historia que nos ocupa había heredado de manera inesperada una mansión campestre rodeada por un gran jardín, en el cual –y aquí comienza a asomarse el misterio- figuraban un templo y un laberinto. Sin embargo, aunque ambos elementos son fundamentales en el desarrollo narrativo que el autor nos ofrece, no es de ellos que nos ocuparemos ahora, sino de un curioso libro que el afortunado receptor de aquella herencia encontró una tarde rebuscando en la biblioteca de la mansión, si bien, como asimismo se indica en el relato, mas tarde lo perdió de manera no menos extraña. Muchas advertencias del Otro Mundo comienzan así, con un encuentro o hallazgo casuales y en apariencia fortuitos. Pero pocas veces sus destinatarios hacen caso de tales avisos, bien porque éstos resultan ser 96 La historia es Mr Humphreys and his Inheritance (Mr. Humphreys y su herencia) (1911). En M.R. James, “Trece historias de fantasmas”. Alianza Editorial, Madrid, 1973. 142 demasiado paradójicos, contradictorios y elusivos, o tal vez porque aquellos a quienes los avisos se dirigen no se sienten concernidos por los posibles mensajes que encierran. Parece que este fue también el caso de nuestro protagonista. Como es natural, se sintió atraido desde el principio por aquellas dos piezas insólitas del legado recibido. ¿Quién de nosotros no revisaría inmediatamente un viejo templete aparentemente lleno de extraños símbolos o no trataría de explorar un misterioso laberinto con posibles enigmas aguardando al cabo de sus revueltos caminos? Pues eso precisamente es lo que él llevó a cabo casi recien llegado a su nueva residencia campestre y, desde luego, después de su búsqueda encontró un secreto, aunque ello no le hizo muy feliz y estuvo a punto de costarle caro. Sin embargo, al final de lo ocurrido –que es cuando suelen obtenerse las moralejas- nadie podría decir que a su protagonista no se le había advertido muy seriamente sobre los peligros que pueden derivarse de una actitud demasiado curiosa e inquisitiva. Y esa advertencia estaba contenida, como hemos dicho, en aquél libro hallado por un azar en la biblioteca y luego desaparecido. Allí figuraba una historia acerca de un laberinto y sobre el tesoro que podría recoger quien fuese capaz de llegar hasta su centro. Aquél relato o leyenda proporcionaba también algunas indicaciones sobre los fementidos habitantes de tal lugar y otras cuantas relativas a las trampas con las cuales el laberinto protegía sus caminos. Pocas veces como en este caso aparece más clara en un relato la imagen del Ultramundo y la descripción de los riesgos que acechan a todos los que en semejante ámbito se aventuran. Y también pocas veces resultan tan evidentes y conminatorios los ruegos hechos por parientes y amigos a quien, con ciega obstinación, se aventura en tales empresas. Pero el protagonista de la historia contenida en aquél libro casualmente encontrado, al igual que sucedió más tarde con el protagonista primero del relato que lo alberga, tampoco hizo caso de los prudentes consejos que se le daban y, sin más, emprendió la marcha, con el pensamiento puesto en las riquezas que, según creía, le estaban esperando. El laberinto del relato que se describe en el misterioso libro ocupaba, al parecer, una inmensa área circular. Tenía, como suele ser común, una puerta, y era tan extenso que, para recorrer el camino que llevaba hasta su centro, se 143 necesitaba emplear casi todo un día. No obstante, parece que a la ida todo fue bien y el aventurado caminante llegó hasta la meta sin mayores esfuerzos y pudo recoger su ansiado premio. Pero, al regreso, todo empezó a complicarse, como no podía por menos de ocurrir. En primer lugar, comenzó a anochecer. En la creciente oscuridad, el sendero cuyo recorrido había parecido tan sencillo mientras permanecía iluminado por la luz diurna, empezó a poblarse de dificultades. No obstante, lo peor todavía estaba por venir. El caminante se percató de pronto de que alguien parecía seguir sus pasos, marchando por el sendero inmediato al suyo. Los laberintos están hechos, precisamente, para confundir al que los recorre. Por eso suele haber espesos y elevados setos que enmarcan ambas márgenes del camino y por tanto sucede que no es posible ver al otro lado ni comprobar, en un caso como el que nos ocupa, si los pasos que escuchamos corresponden a un eco de los nuestros o son producidos por alguien que se desplaza a nuestra vera. Como es natural, la invisible compañía produjo cierta inquietud en el caminante. Inquietud que fue en aumento cuando pudo comprobar que el número de sus perseguidores se incrementaba, a juzgar por el rumor que producían al otro lado del seto de separación. Temiendo una emboscada, empezó a correr, pero los otros le oyeron y redoblaron su acoso. El caminante empezó entonces a percatarse de que sus perseguidores no actuaban con normalidad. Parecían seguirle como un tropel, desde luego. Cuando se detenía agotado por su carrera, ellos hacían lo mismo, pero jadeaban como si no supieran bien donde estaba o como si fuesen ciegos y trataran de localizarle por el husmillo, igual que los sabuesos a una pieza de caza. Eso puso tanto terror en su corazón que, sin pensarlo más, se lanzó por el camino a toda velocidad, intentando evitar a duras penas las trampas y pozos que sembraban los senderos del laberinto. El relato nos dice que el aventurado viajero logró salir finalmente de aquella empresa sin sufrir más daño que el susto, aunque éste fuera, según su propia confesión, suficiente para quitarle la alegría y el sueño para el resto de sus dias, de manera que las riquezas obtenidas con tanto esfuerzo no le sirvieron de mucho. Esa parecía ser la moraleja del cuento, cuyo autor la hacía 144 extensible a las circunstancias de la vida misma, durante la cual corremos en pos de tesoros que, a la postre no nos satisfacen. A nosotros no nos interesan demasiado estas conclusiones moralizantes que, por otra parte, pueden obtenerse sin mayor problema en muy diversos ejemplos con los que suelen obsequiarnos catequistas y educadores a lo largo de nuestra existencia. Pero tal vez sí nos interesen algo más los apuntes suministrados por este relato en lo que se refiere a la condición que ostentan los moradores del Otro Mundo. Como hemos podido comprobar, no sólo encontramos personajes más o menos amables y bellos, que nos colman de regalos y nos proporcionan, llegado el caso, una vida feliz y próspera llena de amor y riquezas. También existen algunos otros seres, de apariencia esquelética y descarnada, que no ven –o que, al menos, no ven como nosotros- pero que sí oyen perfectamente el rumor de nuestros pasos y huelen muy bien nuestro miedo o nuestra culpa. Tal como nos ilustra lo que sucede en este relato, si alguna vez penetramos en un laberinto, por pequeño y miserable que parezca, hemos de quedar bien advertidos de lo que pueda ocurrirnos. Quizá los perseguidores ciegos, aunque seguramente dotados de buenos dientes y agudas garras, no hayan puesto, en la ocasión que hemos conocido, demasiado empeño para alcanzar a su presa. Es posible que, como sucedió al protagonista de este cuento encerrado en un libro, primero casualmente encontrado y luego misteriosamente perdido, únicamente nos persigan para ponernos en fuga o porque alguien les haya ordenado que sólo nos inspiren miedo. Sin embargo, también pueden hacer lo posible para arrebatarnos de un tirón la alegría y sumergir en un pozo de perpetuas tinieblas nuestra capacidad de sentir el calor del sol y de apreciar su brillo en un cielo de verano. Considerando como mas probable la primera alternativa, posiblemente nos alegremos de no haber tenido que conocer más de cerca el aspecto y las intenciones de ese Rey del Terror que, como la muerte, envía a sus servidores para seguir la huella de los incautos o, cuando le place, espera él mismo a sus presas en cualquier esquina, en cualquier revuelta del laberinto. 145 3.2. ¿Dónde, cómo y por qué se aparecen los muertos? Las manifestaciones de los difuntos entre nosotros son algo que, como muchos otros fenómenos recogidos y reconocidos por los sistemas culturales humanos, mantienen una relación directa con el grupo social en cuyo seno se producen. Sin embargo, aunque esto sea así y así haya podido ser analizado por la mayoría de los investigadores, nos llaman la atención, casi inmediatamente, dos aspectos: la constancia de tales manifestaciones prácticamente permanentes y observables en todas las culturas conocidas desde los tiempos más alejados, y la separación neta, firme, casi sin fisuras y con muy pocas concesiones, establecida entre los vivos, los muertos y sus respectivos ámbitos de residencia. Porque el hecho de que los muertos se aparezcan, supone en primer lugar que ellos se mantienen en algún recinto propio y característico. Ese recinto debe conservarse separado y parcialmente cerrado, de manera que no sea demasiado fácil llegar hasta él. En realidad, el mundo de los muertos permanece, en todas las culturas, no solo aislado del mundo de los vivos, sino sometido a la influencia de un complejo sistema de interrelaciones, de prohibiciones y de mandatos, controlados por el correspondiente grupo social. Existen, entre ambos planos de la realidad cultural, transiciones permitidas y comunicaciones prohibidas que obedecen a toda una serie de modelos cognitivos comportamentales y de significación, con los que se estructura lo que, probablemente, junto con el hecho religioso, pueda ser considerado como uno de los mecanismos controladores más complejos del medio social. Pero lo cierto es que los difuntos –o sus almas, sus espíritus- se manifiestan ante nosotros. Incluso algunos investigadores –historiadores, etnólogos, antropólogos y folkloristas, entre otros interesados- concuerdan en afirmar que ciertas fiestas y celebraciones de enmascarados, típicas del final del invierno, representan la salida de los muertos 97 . Y lo mismo ocurre con determinadas cabalgatas más o menos carnavalescas, como el famoso charivari o cencerrada de gente enmascarada, que se da en algunos pueblos 97 Véase al respecto, en Jean-Claude Schmitt, Les corps, les rites, les rêves, le temps. Essai d´anthropologie médiévale. Ëditions Gallimard, 2001. p. 230 y s. 146 con fines burlescos y críticos de situaciones no demasiado bien aceptadas por el grupo, como matrimonios desacostumbrados o rechazados por la gran diferencia de edad, entre viejos, viudos, etc.. En este sentido es necesario recordar que existe una relación muy evidente y destacada entre este tipo de matrimonios o de amores desaconsejados y la muerte, tanto es así que los unos suelen conducir casi de manera inevitable a la otra, como he tenido ocasión de estudiar en otro trabajo 98. Así, la palabra máscara está relacionada etimológicamente con el término fantasma, mediante un mecanismo de doble sentido y de interpretación, tal como se desprende de los análisis llevados a cabo por ciertos estudiosos 99 . Tal vez sea por esa apariencia hierática, congelada, que los enmascarados adoptan y por la sensación, ciertamente curiosa pero también profundamente desagradable e intranquilizadora que en muchas personas despiertan las máscaras, caretas y en general todo tipo de representaciones del rostro humano o de su cabeza. Da la impresión –que como toda impresión es naturalmente subjetiva, aunque no por ello menos interesante- de que alguien desconocido nos mira desde el vacío que siempre existe por detrás de una careta o de un disfraz que tape la cara. Nunca terminamos por estar tranquilos al respecto, por más que sospechemos quien pueda ser la persona que se oculta tras la máscara. Las máscaras son, por tanto, puertas que se asoman hacia nosotros desde el reino de los muertos. Sin embargo, aunque las máscaras puedan, a veces, encubrirlos, los muertos son capaces de venir hasta nosotros de muchas maneras y acercarse a nuestra existencia cotidiana bajo diversos aspectos, algunos de los cuales llegan tal vez a ser curiosos, aunque no sean del todo inesperados, como cuando se muestran en forma de mariposas o de pequeños insectos. Esto es reconocido en muchas culturas, por lo que ciertos insectos de los bosques son unánimemente respetados, ya que puede tratarse de almas que transmigran o que han emprendido, bajo esa forma, su viaje hacia la eternidad. En Galicia por ejemplo, se considera que los zapateros, esos pequeños insectos capaces de sostenerse sobre el agua y que se desplazan mediante movimientos 98 J.L.Cardero, Xogos de amor e morte en “Os vellos non deben de namorarse” de Castelao. Grial, nº 120, Tomo XXXI, 1993. p. 459-473. 99 Ver Leopold Schmidt, Perchtenmasken in Österreich, 1992. También J. Glotz (Ed.), La Masque dans la tradition européenne, 1975, y K. Meuli, Schweizermasken, 1943. En J.-C. Schmitt, o.c. p. 230, nota 2. 147 coordinados de sus patas a través de la superficie de estanques, charcas y rios de corriente débil, pueden ser encarnaciones temporales de ciertos difuntos, por lo que está muy mal visto capturarlos o molestarlos de cualquier manera que sea, perturbando así su continuo e incansable afán. Lo mismo ocurre en las proximidades del santuario de San Andres de Teixido, desde el cual despegan hacia el Otro Mundo las almas de los muertos llegadas hasta allí bajo diversas figuras de animales pequeños –culebras, lagartos, pájaros- y también como insectos y mariposas. Nadie que se tope con estos seres deberá dañarlos ni perturbarlos en su camino, porque podría jugarse su propia salvación. Sin embargo es relativamente poco lo que las leyendas y tradiciones se ocupan de estas almas transmigradoras, ya que ellas en muy raros casos se manifiestan abiertamente como tales, siendo su preocupación y su propósito principales alcanzar lo más rápidamente posible el Otro Mundo y no los de aparecerse o dar testimonio ante los vivos. No obstante habría que hablar también del ambiente que existe en estos lugares de tránsito hacia el Más Allá, aunque los vivos que por allí pasen circunstancialmente no presencien, de ordinario, fenómenos que pudieran calificarse como fuera de lo común. Sin embargo, una extraña atmósfera, cargada y densa, invade aquellos ámbitos, producida quizá porque casi siempre existe en ellos alguna anomalía específica de las lineas de magnetismo terrestres debida a posibles afloraciones minerales o corrientes de agua. En San Andrés de Teixido, por ejemplo, es toda una cordillera la que se hunde en el mar, formando una costa acantilada y rocosa de gran desarrollo. Es frecuente que tales lugares especiales propicien manifestaciones de lo Numinoso y lo Sagrado desde las más tempranas edades y a través de sucesivos movimientos espirituales y religiosos vinculados de alguna manera con el Ultramundo. Así ocurre también en los denominados Finisterres atlánticos europeos, que son esas prolongaciones de terreno, generalmente rocoso y muy accidentado, contra las que rompen las largas e impresionantes olas del Océano. Estos ámbitos son muy propicios a las apariciones de entidades sobrenaturales de diverso tipo y en ellas se manifiesta de una manera muy especial el enfrentamiento entre Naturaleza y Cultura que suele producirse habitualmente en determinados terrenos fronterizos y liminales mediante la 148 participación de elementos culturales y físicos. Así, por ejemplo, no es infrecuente que la costa marina de estos lugares esté protegida por edificios o signos sagrados, como ermitas, oratorios, cruceiros y capillas que, en cualquier caso, no suelen ser demasiado grandes y casi siempre se levantan sobre antiguos dólmenes o están próximos a monumentos megalíticos y fuentes milagrosas cuya tradición salvífica se remonta a la antigüedad más remota. El santuario de Teixido se corresponde con este tipo de recintos protectores, como el existente en Muxía, en cuya proximidad y casi al alcance de las olas que rompen desde la inmensidad oceánica, se levantan varias rocas de gran tamaño que poseen desde muy antiguo fama de curar ciertas enfermedades, con lo que la superposición de creencias es bien clara. En la costa de la Bretaña francesa próxima al Cap-Sizun, se levantan varias chapelles, puestas bajo la advocación de santos como Saint-They o SaintTugen, entre otros, cuya función apotropaica frente a los peligros del mar, apenas encubre bajo una leve capa cristiana un conjunto de creencias mucho más antiguas relacionadas con el paso de las almas hacia el Más Allá. Hasta denominaciones como Baie des Tréspassés en Bretaña o la Costa da Morte gallega, conservan el aura derivada de ese tránsito fantasmal. Por no hablar del hecho bien conocido de que el famoso Camino de Santiago, señalado en el cielo nocturno por la franja estelar de la Via Láctea, simboliza en realidad el camino de los Muertos tendido hacia el Occidente en que se encuentra su reino. Los difuntos, en el desarrollo normal de los acontecimientos que siguen al fin de su existencia terrenal, han de dirigirse o ser conducidos hacia el Mundo de las Sombras. Esta denominación tan ominosa ha sido probablemente inducida, en nuestra cultura europea, por las influencias del Hades griego –que, efectivamente, se describe como un lugar sombrío- e incluso por las tradiciones sumeria y egipcia, en las que también el mundo de los muertos es un lugar tenebroso y lleno de peligros para el alma recién desencarnada. En ese sentido siniestro se revela asimismo la tradición del infierno en la mitología germánica, el fatídico Hel, donde gobierna la terrible diosa Hela, cuya figura está compuesta, mitad por mitad, con el cuerpo de una mujer bellísima y un cadaver semidescompuesto. En Mesoamérica, el infierno maya –Xibalbá- o el azteca –Mictlán- también son lugares espantosos, donde 149 acechan innumerables peligros, como tempestades de cuchillos afilados que desgarran las carnes, pozos y rios de podredumbre y sangre, murcielagosvampiros y crueles divinidades que exigen sin tregua sacrificios humanos. No es esta la oportunidad para analizar pormenorizadamente las influencias que hayan podido existir entre las diferentes culturas y que quizá hayan dado lugar a estas imágenes terribles y desesperanzadoras del Ultramundo que, mas tarde, serían recogidas en alguno de sus rasgos por el cristianismo, para construir con ellas su propia versión de Infierno y Purgatorio. Sin embargo, hay que decir que las ideas de la cultura céltica acerca de ese mundo misterioso hacia el cual partían las almas tras la muerte, no era en modo alguno tan siniestra. Las propias denominaciones de ese lugar –Emain Blacha, Tierra de los Jóvenes, Avalon o Isla de las Manzanas- implicaban un concepto bien diferente de la existencia ultraterrena. Era además un lugar al que, incluso, se podía llegar sin necesidad de morir previamente. Algunos lo consiguieron y nos dejaron sus relatos de ese viaje mágico que, posteriormente y bajo las influencias cristianas darían lugar a todo un género especializado de narraciones: los viajes al Otro Mundo de ciertos santos y personajes de la hagiografía 100. En cualquier caso, las tradiciones a las que hemos hecho referencia abogan por ubicar a los difuntos en ámbitos especialmente concebidos para ellos y que, de ordinario y en la mayoría de los ejemplos que podemos obtener, se hallan asimismo separados de los lugares de residencia de los dioses mayores de cada panteón. Sean lugares desgraciados y de sufrimiento, felices y alegres o simplemente neutros, lo que sí son, sin duda, es la expresión de un deseo comunmente compartido por casi todas las culturas: el de mantener a las almas difuntas radicalmente separadas de los vivos, controlando, de esa forma, sus manifestaciones, su ira y su posible –y temido- regreso al mundo de los vivos. La existencia de un ámbito de los Muertos es, por tanto, una condición indispensable para que se produzcan sus visitas a nuestro mundo. Se trata de observar ahora las relaciones posibles entre Vivos y Difuntos y las normas sociales que regulan dichas manifestaciones, así como la manera en que las 100 Ver PATCH, HOWARD, R., El Otro Mundo en la literatura medieval, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1983. ya citado anteriormente. 150 mismas se expresan a través de diversos medios, como los textos literarios, bien sean escritos –cuentos, relatos - o de tipo oral -leyendas y narraciones- e incluso recursos gráficos, pictóricos o descriptivos, que son todos ellos transmitidos de diferentes modos en el seno de los grupos sociales. Muchas veces nos encontraremos con que los difuntos han sido sustituidos en su protagonismo por otros tipos de entidades que, sin embargo, continúan conservando a lo largo del tiempo esas características de seres ambigüos, paradójicos y liminales propias de su primitiva condición de seres del Otro Mundo, como ocurre en los casos de Arlequín, Polichinela, San Nicolás o Padre-Noel y en algunos más. Esto, en lo que se refiere a los difuntos que, a través de avatares diversos, realizan en condiciones más o menos normales su traslado al Más Allá. Pero existen, sin embargo, almas recién desencarnadas que por motivos bien fundados, tal vez por pura y simple desgracia, no consiguen llevar a cabo esa transferencia en las condiciones apropiadas. Las tradiciones se refieren, incluso, a lo que Lecouteux y otros denominan muertos malignos, que no sólo no se desplazan hacia su destino natural sino que se resisten a ese tránsito con todas sus fuerzas, cometiendo durante su permanencia forzada en nuestro mundo, innumerables tropelías que provocan gran terror y sufrimiento entre los vivos. El sufrimiento natural vinculado en nuestro imaginario con el término final de la vida terrena, se une así a los padecimientos que algunos han de experimentar todavía antes de sumirse en el abismo del olvido. Muchos de los aspectos que semejante estado genera se verán recogidos luego en los instrumentos psicológicos y sociales que se manejan cuando hablamos del miedo a los muertos, como sentimiento común a casi todas las culturas y expresado por ellas en mayor o menor grado. No existirían estos problemas, que por su importancia no pueden ser en ningún modo desdeñados, si los espíritus de los muertos, o los difuntos propiamente dichos, no hicieran sus incursiones en el seno del habitat humano. Si ellos permanecieran en un reducto propio, característico y verdaderamente separado de los núcleos habitacionales de mujeres, hombres y niños –como en efecto hacen, según parece deducirse de ciertas tradiciones, algunas entidades 151 sobrenaturales 101 - muchas de las espeluznantes narraciones y leyendas que han llegado hasta nosotros, no tendrían, desde luego, demasiado fundamento. El peligro representado por los difuntos, al igual que el encarnado en los monstruos, es precisamente la invasión insidiosa, realizada de manera imprevista e inesperada, de la esfera protectora diseñada mediante los diversos y adecuados instrumentos culturales. El mayor temor no procede de la criatura en sí que se aparece, sino de la situación de incertidumbre que provoca ese surgimiento y manifestacion de algo que no debería estar allí, La mayor parte de los relatos insisten en estas circunstancias propias del escenario de la aparición. El conocimiento acerca del daño que puede producir un vampiro en una colectividad humana, por ejemplo, es un factor extendido casi universalmente. Aunque debemos considerar al vampiro como un no-muerto, es decir, más bien como un monstruo típico que como un difunto propiamente dicho, los mecanismos del miedo que desata su presencia son muy similares a los que podrían analizarse en los casos de apariciones de difuntos o de almas desencarnadas. Es el miedo a lo que se manifiesta en su condición básica de radicalmente otro, de ajeno y extraño a la colectividad en medio de la cual se revela. Si estamos ante un muerto peligroso, como esos de los que nos habla Lecouteux, el riesgo es casi idéntico al que correremos frente a un vampiro, con la única diferencia –que tampoco está demasiado bien destacada en todos los casos- de que el muerto no nos transmitirá necesariamente ese carácter específico que lo distingue como un ser que vuelve del Más Allá para atacar y matar a los vivos. A lo mejor, únicamente nos mata, sin más, sin que ello provoque nuestra transformación al otro lado de la tumba. Estamos aquí por tanto ante el matiz sutil que diferencia cultural y tradicionalmente a los Monstruos de los Muertos y acerca del cual he tratado en otro lugar102. Es una diferencia que quizá para algunos pueda aparecer como anodina o poco importante, aun cuando sea en realidad un factor esencial desde la perspectiva de clasificación y ordenación del entorno que es a su vez un instrumento clave en la articulación de las sociedades humanas. Si 101 Como, por ejemplo, esos demonios –de los que se habla en la tradición bíblica- que viven entre las ruinas o en los desiertos, o los que habitan en moradas subterráneas como los shid irlandeses. 102 Ver J.L. Cardero, Monstruos, Muertos y dioses oscuros. Ed. Aguilar, Madrid, 2007. 152 queremos comprender algo de las instituciones culturales hemos de prestar mucha atención, precisamente, a este tipo de cuestiones aparentemente banales. El difunto, pues, se manifiesta como un agente perturbador en tanto aparezca fuera del lugar que le corresponde. Y el miedo a los muertos que vuelven –un sentimiento tan extendido como universal- se desarrolla, en realidad, como una reacción ante el desorden y la confusión que generan las cosas fuera de su sitio. La mayor parte de las prohibiciones, restricciones y tabúes, estén relacionadas con la vigencia de las reglas del parentesco, del matrimonio, de la herencia o de la posesión y distribución de bienes o con los comportamientos, usos y costumbres establecidos mediante mapas comportamentales y modelos cognitivos, tienen su núcleo normativo –a menudo inconsciente, internalizado- en aquellas situaciones que se generan debido al desorden o al no respeto de clasificaciones y patterns cuidadosamente diseñados a lo largo de siglos. Así, los lugares privilegiados de aparición de los difuntos y entidades sobrenaturales son aquellos que mantienen asimismo un alto nivel de significación en el mundo cotidiano, pero que, al mismo tiempo, reunen condiciones de ambigüedad y paradoja lo suficientemente importantes como para permitir en ellos el juego de los sistemas míticos, encargados de reducir la distancia mantenida entre significaciones que, muchas veces, llegan a ser contradictorias e incluso antagónicas. Ese es, precisamente, el servicio que prestan los mitos: ayudar a entender el mundo y, sobre todo, permitir, acerca de él, una explicación coherente y asumible por la mayoría. Aun cuando pueda parecer algo extraordinario, la casa es, en muchas culturas, uno de esos lugares privilegiados para la manifestación de las entidades sobrenaturales y, particularmente, de las almas difuntas. De la casa familiar, núcleo residencial-tipo, suelen partir los cadáveres de sus moradores, incluso en estos tiempos que corren en los que el hospital o la clínica son los ámbitos donde comienzan y terminan las vidas de innumerables personas. La casa tradicional era también en tiempos un lugar de comunicación con el Más Allá y precisamente por esa razón se adornaban sus puertas, ventanas, orificios, esquinas y límites con determinadas señales que indicaban el carácter casi sagrado del temenos doméstico. La casa podía contemplarse desde el 153 exterior como un recinto perfectamente definido, comprensible en sí mismo sin necesidad de discursos demasiado complejos. Y desde fuera la contemplaban también en ciertos momentos todo tipo de fantasmas y entidades sobrenaturales que llegaban hasta ella desde el exterior, desde un entorno lleno de peligros y poblado por seres extraordinarios que, por definición, se hallaban excluídos no sólo de la vivienda sino también del hábitat cultural en su conjunto. Cuando fallecía uno de los miembros de la familia la casa entera reaccionaba como un instrumento significante. La vibración cultural habitual compartida por paredes, tabiques, mobiliario, suelos y techo junto con sus respectivos pobladores que allí trabajaban, cocinaban, amaban, rezaban a sus divinidades favoritas o se defendían de los asaltos de los enemigos, de los fantasmas y de los muertos, mantenía un tono perceptible incluso por los animales domésticos más integrados en la comunidad humana. Ese tono sufría un colapso perfectamente detectable por todos los elementos que integraban la vivienda cuando se producía la muerte, la destrucción o la desaparición de alguno de ellos. Los animales detectaban la muerte de sus dueños al ocurrir ésta. E incluso en algunos lugares ese óbito debía serles anunciado oficialmente por alguno de los moradores encargados de semejante tarea 103 . La casa tenía que actuar en todas y cada una de sus partes y en el conjunto reunido y homogéneo de éstas, como un auténtico resonador dotado de importantes funciones apotropaicas y coordinadoras, destinadas a marcar una distancia con respecto a lo ajeno y a prevenir intrusiones de los elementos extraños. Es por eso que la casa resulta también un recinto adecuado para que en él se produzcan manifestaciones de entidades sobrenaturales muy diversas. Recordemos sin embargo que dichas entidades no pueden ingresar a la casa si no han sido previa y expresamente autorizadas a entrar por alguno de sus moradores. Existen muchos ejemplos de que los primeros avisos acerca de algo extraordinario que se aproximaba a la vivienda eran, precisamente, las llamadas a la puerta, los tironeos de la campanilla de la entrada a que se refiere Carl G. Jung cuando describe fenómenos de esta naturaleza que le 103 El anuncio que se hacía a las abejas de las colmenas próximas a la casa, cuando fallecía su dueño. 154 ocurrieron a él en su propio domicilio de Küsnacht 104 , o los golpes dados por una mano invisible sobre la madera, que se hacen tanto más imperiosos y fuertes si no se les responde de inmediato. Porque el problema, una vez desencadenados los hechos es, ¿qué hacer? ¿Se permite el paso al interior de la casa de los sobrenaturales visitantes, o se cierran puertas y ventanas a cal y canto para impedir su entrada? Las recetas son, como no podía ocurrir de otro modo, para todos los gustos. En algunas tradiciones –como en Suiza- se recomienda abrir de inmediato la puerta para no estorbar el paso a los fantasmales visitantes, pero no sin antes tomar la precaución de abrir también alguna otra puerta o ventana de las situadas frente a la anterior, con el fin de que los espíritus puedan salir de nuevo, si así lo desean, sin encontrar obstáculo alguno interpuesto en su camino. En otros lugares, siguiendo creencias y mitos distintos, se refuerza el poder apotropaico que la casa siempre tiene de por sí, mediante signos y utensilios diversos. Algunos son instrumentos o herramientas de uso en el hogar –escobas, agujas, potes y ollas de hierro…- mientras que los demás, pueden ser determinados frutos del bosque, como piñas y bayas, ramas de árboles y arbustos escogidos, reforzados en ciertos casos por los poderes de la iglesia –por ejemplo, en el caso de las palmas o ramos de laurel que se bendicen el domingo de ramos o en alguna ocasión litúrgica especial, bodas, bautizos, etc..- e incluso herraduras de las caballerías, llaves e instrumentos de labranza que se disponen siempre con sus partes en punta, aguzadas o cortantes enfrentadas hacia el exterior. Todos estos elementos, además de los suministrados por las creencias cristianas –imágenes, rosarios, cruces y reliquias- intentan contraponerse a los poderes del mal y del diablo que, a su vez, pretenden forzar esa protección. La ayuda del sacerdote con sus responsos y exorcismos complementa, llegado el caso y ante la necesidad imperiosa que se puede plantear en algunos momentos, todo este arsenal defensivo utilizado contra cualquier tipo de espíritus, fantasmas, pesadillas, almas desencarnadas y demás seres sobrenaturales, que las creencias 104 En C.G.Jung, Ma vie. Souvenirs, rêves et pensées. Gallimard, (1973), 2007. p.306 155 cristianas identifican siempre y desde hace muchos siglos, con las asechanzas y tentaciones del Maligno. La distribución de la casa en sus diversas plantas y estancias, obedece siempre, como es lógico, a intereses de eficiencia respecto a las tareas que en ella se llevan a cabo, pero también a motivos simbólicos y de satisfacción respecto a ciertas necesidades rituales y de relación con el mundo de los espíritus que en ningún caso deben olvidarse. Como suele suceder, por ejemplo, en las casas rurales europeas, las piezas de uso más íntimo y reservado desde el punto de vista familiar están situadas en el interior y en las zonas más protegidas, mientras que aquellas otras dependencias en las que se llevan a cabo las tareas diarias relacionadas con la manutención o con las relaciones de la casa, se sitúan en los bordes, actuando también como elementos de resguardo y defensa respecto a las anteriores. Suelen existir al menos dos puertas, una de ellas, la principal, está colocada a la fachada anterior, mientras que la otra, secundaria, se utiliza como salida trasera o para uso de los animales domésticos si, según ocurre a menudo, éstos tienen sus establos en el interior de la propia vivienda. Es en determinados lugares –particularmente en puertas y ventanas, en la pieza que hace las veces de cocina, en escaleras, pasillos, fregaderos y lavatorios entre otros- donde suelen ocurrir las manifestaciones sobrenaturales y mostrarse las presencias de los espíritus que, de ordinario, suelen corresponderse con los miembros fallecidos de la familia. En raras ocasiones estos espíritus son de personas ajenas al núcleo familiar, pues en tales casos, o en aquellos otros en los cuales los vínculos familiares se hallan muy desvanecidos por alguna razón o, simplemente, han desaparecido a causa del tiempo y de las circunstancias, los difuntos tiemden a manifestarse en el exterior, a lo largo de los caminos, encrucijadas, vaguadas, bosques, orillas de rios y cursos de agua, así como en otros puntos característicos. Sin embargo es posible observar que tanto los puntos del interior de la casa como aquellos otros del exterior en los que se aparecen los difuntos, comparten una característica: la de ser lugares ambigüos, fronterizos, liminales y paradójicos ellos mismos, es decir, aquellos en los cuales coinciden las condiciones que afectan a los entornos en los que fácilmente podemos identificarnos con esos espacios-frontera de los que ya hemos hablado y que 156 actúan siempre como separadores de ámbitos antagónicos y, en principio inconciliables, cuales puedan ser, por ejemplo, el mundo de los vivos y el de los muertos. Es muy común que en los relatos tradicionales relativos a la casa familiar, se asignen determinados entornos a las ánimas, como ocurre en Galicia con las lareiras, ante cuyo fuego suelen reunirse dichos espíritus en ciertas épocas del año, especialmente cuando éste toca a su fín y durante ese período –clásico, por otra parte, en las concepciones de muchos países y pueblos de Europa, así como de las regiones colonizadas por europeoscomprendidio entre Navidad y Año Nuevo. No se debe barrer la ceniza de la cocina en esos dias, ya que se corre el riesgo de arrastrar junto con ella el alma de algún ancestro acogida al amparo del hogar. Durante esos periodos de tiempo tampoco se debe manejar de manera imprudente la escoba o cualquier otro instrumento de limpieza, ya que éstos instrumentos suelen estar cargados de poder y de significado simbólicos y mediante ellos se puede afectar negativamente a las almas y espíritus de los antepasados que por allí permanecen. Vemos por tanto que en el corazón de aquellos lugares donde los seres humanos deberían considerarse más al abrigo de las asechanzas de entidades y presencias sobrenaturales, es precisamente donde con más fuerza y frecuencia se manifiestan dichas entidades. Y eso es debido sin duda a la relación íntima, mantenida desde el principio de los tiempos, que existe entre ese reino misterioso y temible donde, presuntamente, van a parar los muertos y nuestro propio mundo de todos los dias, en medio del cual vivimos, disfrutamos, penamos y, finalmente, morimos. Las generaciones de seres humanos, a medida que pasan por éste planeta, moviéndose a lo largo de ese continuum espacio-temporal que las envuelve y que no siempre les sirve de salvaguardia frente a los peligros exteriores, acumulan sus experiencias y también acumulan sus difuntos. Las compañías de aquellos que ya han finalizado el curso de sus vidas poseen un número cada vez más grande de integrantes, casi todos ellos, forzosos, aunque en su mayoría, resignados. Ellos forman parte de nuestra herencia común, de ese enorme abismo constituido por lo inconsciente colectivo donde se guardan los auténticos y nunca del todo explorados archivos de la 157 humanidad. Allí podremos encontrar sus sombras, si, como Ulises, deseamos preguntarles algo. Será necesario, antes, ofrecer un sacrificio de sangre para que esas almas, casi desvanecidas, puedan acercarse a nosotros y hablarnos. No hace falta ir muy lejos para ello, porque en ciertas ocasiones las tenemos a nuestro lado, aun cuando nosotros estemos demasiado ocupados con nuestros asuntos para verlas. Sin embargo, tan solo se necesita un poco de silencio y de tranquilidad a nuestro alrededor y entonces, tal vez, podamos escuchar el suave murmullo de aquella voz que creíamos perdida para siempre entre las brumas de la muerte, o sentir la suave, casi impalpable, caricia de una mano ya desaparecida. Como decía Ramón del Valle-Inclán, al ofrecer sus Sonatas a una amiga muerta años atrás: Pobres manos frías, ojalá pudieseis volver ahora a perfumar estas páginas... 158 3.3. Orden jerárquico de los muertos y estructura social de los vivos. Cuando llegamos hasta ellos y los abarcamos con la mirada, tratando de asimilar su significado y el sentido que ofrece su ubicación en el entorno, algunos cementerios suelen mostrar a primera vista un caleidoscopio de panteones, cruces y nichos, salpicado de vez en cuando por el verdor de los árboles de los muertos que en ellos suele haber y, tal vez, por pequeños amontonamientos de tierra, bajo los cuales, suponemos, se encuentran los restos mortales de algún difunto. La sensación de desorden cromático y espacial surgida en un principio a partir de la percepción súbita del conjunto, y que se hace mucho más evidente, desde luego, en unos lugares de enterramiento que en otros –el abanico se extiende desde el aspecto severa y pulcramente alineado de lápidas y cruces en los cementerios militares, hasta el abigarrado aspecto de algunos pequeños camposantos campesinos, en ocasiones cubiertos de zarzas y medio olvidados- se clarifica pronto cuando, en un examen continuado y más detenido, apreciamos los viales y separaciones, los alineamientos más o menos conseguidos de sepulturas, los espacios vacíos y, sobre todo, cuando nos hacemos conscientes de la posibilidad que aparece de súbito ante el visitante para seguir determinadas trayectorias establecidas a lo largo de esa especie de laberinto que el reino de la muerte ofrece al espectador, igual que si toda aquella mezcolanza aparente y fugitiva no fuese en realidad otra cosa que el disfraz adoptado por un texto misterioso, el aspecto ofrecido por un código secreto, y aquellos recorridos posibles, se transformasen de pronto en señales mediante las cuales un caminante decidido podría llegar quizá a conseguir el desciframiento de algún oculto misterio. Como dice Claude Lévi-Strauss: todo paisaje se presenta primero como un inmenso desórden que deja libre a cada uno para escoger el sentido que prefiera darle 105. El cementerio es producto de la cultura y por tanto, su disposición espacio-temporal es un mensaje que el grupo social emite acerca de su identidad y de los múltiples problemas que le atañen sobre la organización y el 105 Claude Lévi-Strauss, Tristes tropiques.Librairie Plon, Paris, 1993 (2008). P. 60. 159 entendimiento del mundo en el cual transcurre su existencia. No debe sorprendernos, por tanto, que los difuntos sean enterrados, no de cualquier manera, para apartarlos de la vista o bajo la necesidad impuesta por elementales medidas higiénicas y sanitarias, sino siguiendo determinadas pautas que ofrecen mucha información sobre la gente que las ha adoptado. En este sentido, podemos acordar con toda justicia que los muertos, en su reposo más o menos tranquilo, nos hablan y nos ponen al corriente de sus pesares, de lo que para ellos ha supuesto el final de su vida terrestre y de lo que les espera a ellos –y nos espera a todos, si es que nos espera algo- en ese abismo infinito que tal vez exista al Otro Lado de la tumba. Recuerdo mi visita, hace muchos años, al cementerio que una pequeña población de la Patagonia argentina, en la que predominaban los colonos alemanes, tenía situado en un espacio abierto frente a la inmensa cordillera de los Andes. Era un terreno llano, cercado por una modesta valla pintada de blanco, en el que apenas destacaban los relieves de las sepulturas. No había allí panteones ni lápidas. Sólo sencillas cruces de madera y búcaros con las flores rojas, azules y amarillas que la propia vegetación de la pampa suministraba. Sin embargo, la misma simplicidad del conjunto, la rotundidad que parecía surgir de aquellos leves rasgos de la tierra, permanentemente esculpidos por el viento fuerte que recorría el lugar, parecían ofrecer una respuesta –tal vez la única posible- a la majestuosa inmensidad de la naturaleza. El ser humano se hacía presente y permanecía allí, en un lugar en el que entraban en colisión energías y fuerzas de una tremenda magnitud. Y estaba, no sólo como agente dominador, sino como un elemento que, en todos los aspectos de su presencia, vibraba en un plano de igualdad con los poderes cósmicos desatados. Y en esa descripción de lo que supone el encuentro mantenido entre Naturaleza y Cultura, el lugar donde reposaban los difuntos parecía hablar al mismo nivel significante que pudieran hacerlo las habitaciones y residencias de los vivos. El lenguaje de los muertos, sin embargo, no es una mera transliteración del lenguaje de los vivos que los han depositado en sus lugares de reposo. Existen palabras y frases emitidas por aquellos que poseen muy poco en común con los elementos significantes propios de los distintos grupos sociales. 160 Aun manteniendo –como no podía ser de otra forma- algo en común, exhiben ciertas peculiaridades que tal vez hayan adquirido en su contacto con lo numinoso. Porque los muertos han entrado ya por derecho propio en ese reino misterioso y terrible de lo Numinoso-primordial, de donde sale también, aunque por otro camino y con distintos objetivos, lo sagrado y su cristalización posterior en lo religioso. Precisamente cuando lo religioso y lo religioso-institucionalizado se apoderan de –es decir, hacen-como-propio- todo lo relativo al mundo de los difuntos, proclaman de alguna manera aquella primera dependencia y propiedad común que vincula ambos recintos culturales (difuntos e iglesia) con lo Numinoso primordial. Y es a través de esta relación, que internaliza y oculta dicha dependencia, que podemos escuchar el lenguaje de los muertos. También a su través, o mediante los sistemas simbólicos significantes anexos que pone en funcionamiento –por ejemplo, los vinculados con el paisaje y con la distribución del espacio o con el enfrentamiento planteado entre conjuntos espacio-temporales implicados en dicho desarrollo semántico- es posible escuchar las voces de los que, aparentemente, ya no hablan, pero que, en virtud de aquellos juegos simbólicos a los que nos hemos referido, continúan manifestándose. Estas aportaciones simbólico-significantes deberían ser, en principio, tan accesibles a los integrantes de cada grupo social, cuanto pudieran serlo las unidades de sentido pertenecientes a otros códigos culturalmente pactados, como el lenguaje. No obstante, la realidad parece ser muy diferente. Sólo en determinadas ocasiones es posible recibir sin interferencias las informaciones transmitidas mediante los sistemas implicados en ámbitos culturales como aquellos que pertenecen o están vinculados de alguna forma con el Otro Mundo. La razón será, quizá, la existencia de contenidos potencialmente peligrosos para el orden social, o al menos, para las ideas que, sobre dicho orden, mantienen ciertos grupos de intereses de tipo social, político y económico. Si podemos hablar de clases sociales y de grupos de estatus vigentes en el mundo de los vivos, también podremos observar el juego de dichas relaciones –juego concebido, sobre todo, como estructura- proyectado sobre el mundo de los difuntos. 161 Una de las primeras certezas –dibujadas como verdades- que saltarían casi inmediatamente por los aires cuando se suprime el acuerdo censor en el lenguaje que nos llega desde ese ámbito paralelo, es aquella que habla de la pretendida igualdad de los muertos. Primero las religiones –es decir, lo sagrado-institucionalizado- luego, de una manera muy importante, la religión cristiana y más tarde, las convenciones, nos dicen: La muerte, iguala, mide por el mismo rasero. Ante la muerte, todos somos iguales, porque todos hemos de morir. Y sin embargo, nada hay más falso que esa afirmación, porque la misma proxémica de los cementerios y de los lugares de enterramiento, la propia enjundia presuntuosa que preside la concepción y puesta en escena de los monumentos a los muertos, habla, precisamente, de la más evidente desigualdad con que los difuntos son tratados y de la segregación que sufren cuando son entregados a la tierra de la que, presuntamente, han salido. Penetrans ad interiora Mortis. Únicamente cuando adoptamos el silencio que parece existir más allá del ruido social, somos capaces de comprender en parte el auténtico significado de la muerte. La posible igualdad ante ese fenómeno no sólo sería una condición propia de los seres humanos, sino que habríamos de compartirla con el resto de los seres vivos. Y tampoco sería ante la muerte, expresada y considerada de modo simple y mecánico como el término de una existencia singular más o menos prolongada frente a la que dicha igualdad fuese mantenida, sino ante la Muerte-Arquetipo, es decir, de cara al contenido secreto, en muchos casos pactadamente oculto y escondido –provisto con casi todo el aire de lo Numinoso- de nuestro propio ser. Pero tal convencimiento encierra una contradicción –al menos, aparenteen el propio hecho de manifestarse. Si los seres humanos pretendemos enfrentarnos cada uno de nosotros a la Muerte-Arquetipo con las mismas condiciones y reglas ¿seremos entonces capaces de permanecer presentes y activos también en el eterno combate que nos enfrenta con la Naturaleza? Instituciones como los cementerios y los lugares de los muertos son una de las posibles respuestas a esta cuestión fundamental. Las otras, cada una en el marco de su casuística, pueden ser las ciudades, las organizaciones y las estructuras sociales. O, concebidas de una manera mucho más sofisticada, mas humana, diríamos, estructuras simbólico-cognitivas tales como las representadas por la Ley Moral. 162 Otra de las certezas que se desvanecerían, tal vez, como el humo, si permitimos que el lenguaje de los muertos se exprese con plena libertad, sería la relacionada con el miedo que la muerte inspira. La muerte se vincula con el miedo tan solo por que resulta difícil de aceptar cuando el protagonismo individual se lleva hasta los últimos extremos, que son precisamente aquellos que –casi dentro ya del territorio de los muertos- juegan con ese sentimiento, tan extendido, por el que muchos se consideran insustituibles. Es decir, la muerte tomada como catástrofe. En los cementerios se puede ver casi de inmediato como esta consideración del personaje insustituible desemboca precisamente en el hecho práctico que niega la igualdad ante la muerte predicada con tanto afán por los voceros de los intereses dominantes. Grandes y suntuosos panteones, llenos de costosos mármoles y brillantes dorados, contrastan en su exterior con lo que guardan dentro. Es la vieja fábula de los sepulcros blanqueados que tan bien resume esta situación. Las sepulturas monumentales pretenden demostrar la riqueza y el poder de sus difuntos inquilinos, su prepotencia marcada por un esfuerzo que trata de proyectarse más allá de la muerte. Y no son pocos entre estos sepulcros los que ostentan hacia afuera las representaciones más tétricas y amedrentadoras: calaveras, huesos cruzados, esqueletos armados con guadañas amenazantes, relojes que señalan el paso inexorable del tiempo... Con ello se trata de asustar a los vivos, claro está, recordándoles su destino inevitable: Aquí estan os nosos osos, esperando polos vosos, reza una vieja lápida colocada a la entrada de un cementerio gallego: aquí estan nuestros huesos esperándoos. Después de un corto plazo, más breve de lo que pensais, sereis también como nosotros somos ahora. Pero, con ello, también se intenta establecer una diferencia más, una separación neta, articulada entre los difuntos ilustres, poderosos, que todavía conservan el poder de advertir, y aquellos otros muertos que yacen en la tierra semiolvidados, o se pudren tranquilamente entre los estrechos límites de un sencillo nicho. El cementerio es, por consiguiente, un texto vivo, por muy paradójico que esto pueda parecer. Es uno de los pocos lugares en los que resulta mucho más dificil alterar el mensaje emitido por los hechos sociales. Y ello es así, seguramente, porque el texto que el cementerio representa tiene a su favor el 163 tiempo en casi todas sus vertientes: tiempo cronológico, tiempo social, tiempo representativo, tiempo histórico... Hasta cuando el tiempo juguetea con el espacio pluridimensional y conforma ese continuum del que nos habla la física relativista, lo hace respetando el lenguaje articulado por el hecho inconmovible de la muerte y la presencia –aparentemente detenida, congelada- de los muertos que son, por si mismos y en todas las culturas, los primeros y más genuinos viajeros de las Edades. Igualdad negada, poder ilusorio y vacío. ¿No son éstas las piezas con las que se componen, de ordinario, las luchas humanas? A lo largo de las generaciones de hombres y mujeres que en el mundo han sido, todas las preocupaciones mayores fueron –de una forma o de otra- por el camino de alcanzar el auténtico y genuino estatus como persona, frente a los intentos de algunos por impedir ese logro. Cualquier cementerio, desde aquellos que algunas tribus disponen en el bosque, entre los árboles más espesos y tupidos o en las laderas de ciertos montes, hasta las Torres del silencio de la religión de Zoroastro, pasando por los clásicos camposantos cristianos en todas sus variedades, es un claro y rotundo testimonio de esta última verdad de la vida humana que –y esto si que resulta ser una auténtica y genuina paradoja- tiene su mejor y más rotunda confirmación tras la ocurrencia, siempre misteriosa y siempre inevitable, de la muerte. Sin embargo, pese a la importancia de este mensaje, el lenguaje de los muertos intenta transmitirnos algo más. Hemos dicho antes que ese lenguaje no era una simple traducción del utilizado por los vivos, sino que mantenía en sí ciertos elementos significantes propios. Examinemos ahora algunos de ellos, porque nos hablan no sólo en los términos más o menos pactados y asumidos en el hecho mismo de la muerte. También tratan de hacerlo refiriéndose a otra vida de características muy especiales. La mayor parte de las tradiciones hablan de una jerarquización existente entre los habitantes del cementerio. Cuando éste es consagrado, inaugurado y se pone en marcha por así decir, no es en absoluto indiferente quien pueda ser el primer muerto allí inhumado, ni que el cadáver corresponda a un hombre, mujer o niño. Para completar la condición que se confiere al terreno cementerial, ya devenido sagrado por la actuación del obispo o del representante de la institución eclesiástica, es necesario que el primer cuerpo 164 allí depositado traslade también su carácter. En los ritos de la religión vodú, por ejemplo, la primera mujer enterrada en un camposanto se convierte en la Jefa de los muertos, llamada Madame Brigitte. Y este cargo se desempeña en unión con su marido, el Barón Samedi, cuyo papel de Señor local de los difuntos, suele ser desempeñado asimismo por el primero de los muertos varones allí depositados. No es infrecuente que los textos y relatos apoyados en la tradición describan las asambleas de muertos, correspondientes a cada cementerio. Su actividad comienza cuando la oscuridad se apodera del mundo, porque desde siempre se ha sabido y aceptado que el dia pertenece a los vivos y es en ese continuum espacio-temporal de claridad y de luz en el que se desarrollan sus actividades y afanes principales, mientras que la noche y el reino de las sombras y oscuridad que trae consigo son feudo de los muertos y de todas las criaturas que con la Muerte puedan estar relacionadas. La puesta del sol señala, por tanto, la aurora del Ultramundo y es en ese intervalo en el que los difuntos recuperan, al menos idealmente, su movimiento y capacidad de obrar. En el cementerio se continua manteniendo el mismo estatus de vivo, lo que contradice –tal como hemos dicho- el pretendido baremo de igualdad que la Muerte parece conceder. Así, los cadáveres de aquellos que otrora fueron las cabezas de la comunidad, continuarán manteniendo su actitud suficiente, engolada y elitista. Y serán ayudados por los espíritus de quienes les sirvieron en vida, de manera que, tras el fallecimiento, cada uno de ellos se verá confirmado en su respectivo papel, prolongando así esa situación ideal de hecho social que la muerte representa por sí misma. Así lo describe, por ejemplo, para la cultura gallega, Alfonso Rodriguez Castelao, en una obrita pequeña en extensión pero muy enjundiosa respecto a lo que intentamos describir aquí y que recibe el curioso título de Un ollo de vidro. Memorias dun esquelete (Un ojo de vidrio. Memorias de un esqueleto) 106 . La muerte no sólo no es el final, sino que podríamos considerarla como una especie de segunda etapa de la existencia, pero, en este caso, sin el peso agobiante de un final incierto. En la ligera y corta obra de Castelao a la que nos referimos, se despliega todo el complejo universo del imaginario colectivo 106 A. R. Castelao, Un ollo de vidro. Memorias dun esquelete. Editorial Galaxia. Vigo, 1964. 165 gallego relacionado con el pasamento, es decir, con el término de la vida y el paso hacia el Más Allá. No podríamos decir, en este sentido, si el cementerio habría de tomarse como una antesala del Otro Mundo, es decir, como una expresión de ese espacio-frontera que sirve de amortiguador y como medio de separación establecido entre universos antagónicos y no siempre conciliables del que hemos hablado anteriormente, o deberíamos considerarlo ya como una estación de término más o menos definitiva, un lugar en el que, al decir de Jean-Paul Sartre, les jeux sont faits 107 , y del cual los difuntos no van a salir más que en circunstancias muy especiales. En Un ollo de vidro se describe el universo de los muertos visto desde la perspectiva de un pequeño cementerio. Uno de los cadáveres allí enterrado conserva el ojo de cristal que llevó en vida y, gracias a ese insospechado instrumento, de muy escasa utilidad durante su existencia terrenal, el afortunado propietario puede continuar viendo lo que ocurre a su alrededor cuando, llegada la noche, los muertos se despiertan. Y lo anota todo cuidadosamente en una especie de Cuaderno de Memorias fragmentado en numerosas hojillas sueltas y pedazos de papel. Uno de sus primeros apuntes se emplea en describir los aspectos más curiosos de aquella sobrenatural y fantasmagórica sociedad. El amor, la crueldad, las aventuras de toda índole, las situaciones dramáticas y burlescas, incluso el terror inspirado por ciertos personajes de naturaleza monstruosa como los vampiros, desfilan en esos ligeros trazos que dibujan un notable fresco sobre la naturaleza humana. Y entonces, cuando examinamos ese cuadro en su conjunto, comprobamos – evidencia de una gran verdad surgida de las tinieblas- que los muertos no son sino un reflejo de los vivos que antes fueron. Castelao era un profundo conocedor de la realidad gallega de su tiempo y en su papel de cronista reflejado en el héroe del relato, es decir, en el difunto munido de su ollo de vidrio, no desperdicia la ocasión para describir en sus lineas maestras el sistema de convivencia humana que hace posible el cementerio como sociedad de los muertos. Confirma así el hecho de que la comunidad de los difuntos no es más que una estructura simbólica establecida a partir de la colectividad de los vivos, realidad sociológica y antropológica que 107 Les jeux sont faits es el título de una obra de J.P. Sartre de 1943, publicada en 1947 y llevada luego al cine bajo la dirección de Jean Delannoy. 166 será puesta de manifiesto tan pronto se lleve a cabo, según el mismo autor hace luego en algunos de sus trabajos, un estudio y análisis pormenorizados de las tradiciones y leyendas que, sobre la Muerte y sus personajes, mantiene la cultura gallega. Como señalan los investigadores de la obra de Castelao, en sus estructuras narrativas se disponen los elementos significantes básicos relativos a las condiciones y a la identidad de un sistema cultural concreto como es el gallego: sentimiento de la tierra y el habla, presentación de problemas fundamentales –convivencia, desarraigo, explotación y miseria- y apuntes sobre el carácter 108 . Todos y cada uno de estos grandes grupos generadores simbólico-cognitivos aparecerán reflejados en la descripción de las aventuras experimentadas por los muertos, como una imagen de la estructura social que todavía se conserva en ese lugar paradójico, liminal y extraordinario, que es el cementerio. Así, en el reino de la Muerte, allí donde puede manifestarse con todo su significado un aspecto arquetípico profundamente vinculado con lo numinoso, podremos observar como los diversos elementos que actúan en ese escenario lo hacen siguiendo un modelo y unas pautas que son un reflejo fiel de las circunstancias por las que los difuntos atravesaron a lo largo de su vida. Algo parecido intenta enseñarnos, por ejemplo, Carl Gustav Jung, en sus Septem sermones ad mortua, cuando describe las inquietudes que los muertos expresan en sus apariciones. Ellos nos muestran que, en numerosas ocasiones, los espíritus de quienes han atravesado la Gran Frontera no vuelven entre nosotros para asustarnos ni para ser motivo desencadenante de terrores tan vagos como ancestrales y universalmente extendidos, los cuales constituyen por sí mismos otro aspecto importante, pero no el único, de esta problemática relacional mantenida entre nuestro mundo y el Otro, sino para llevar a cabo alguna tarea o misión que, por diversas razones, no fueron completadas durante su vida. Y en tales ocasiones casi siempre regresan para aprender y a veces para formular, a quien sea lo bastante valeroso para escucharles, preguntas que atañen a ciertas cuestiones que, según parece, continúan también siendo importantes en el Más Allá. 108 Ver, por ejemplo, el análisis de Benito Varela Jácome en Estructuras de la narrativa de Castelao. Librigal, La Coruña, 1973. pp. 15-24. 167 La mayoría de tales cuestiones, como no podía ser de otra forma, se refieren a aspectos fundamentales de nuestra existencia y quieren calmar inquietudes referidas a dudas básicas que no han sido resueltas con la extinción de la vida física. Aquello que los muertos se preguntan es lo mismo que se plantea cualquier espíritu razonable y sensible y está directamente vinculado con los sistemas a través de los cuales aparece expresada la estructura social de un determinado y concreto grupo humano. Sus interrogantes aparecen asimismo proyectadas en los grandes cuerpos de doctrina integrados por la filosofía y por la religión. Son preguntas que se plantean en torno a nuestro origen y destino último, temas que conciernen al posible brote de causalidades del que surge la vida, asi como al, en apariencia, irresistible impulso que la anima y que parece inexorablemente dirigido hacia la trascendencia, hacia el preguntarse por el ser. Junto con ellas, también se ponen de relieve cuestiones dirigidas a explicar los múltiples intentos que en el mundo han sido y que están destinados a dilucidar los motivos por los cuales nace el mal y, sobre todo, por qué, una vez surgido, se manifiesta esa necesidad de permanencia que el mal suele presentar. La mayoría de los aspectos citados van a verse reflejados en una buena parte de aquellos grupos de actitudes y creencias que luego, a su vez, intervendrán como elementos motivadores de muchas leyendas y tradiciones, igual que aparecerán asimismo, más tarde, en numerosos textos literarios, demostrando con cuanta facilidad se ponen en comunicación los diversos estratos culturales de un grupo social, interactuando a través de vías mediante las cuales suelen expresarse la mayor parte de las connotaciones y propósitos característicos de cualquier manifestación de este tipo. Así la ordenación espacial y temporal de los cementerios se pone de manifiesto en la propia urdimbre de los relatos en los que este espacio sagrado, residencia de un aspecto muy particular de lo numinoso, es protagonista. La estructura social mantenida por la propia distribución de los lugares de enterramiento y su distancia con respecto a los núcleos de población incide en la expresividad de los relatos y también sobre la complejidad morfológica que éstos presentan. A través del juego mantenido por estos factores externos e internos, se reproducen las interacciones del complejo significante representado por el colectivo de los difuntos, con respecto 168 al mundo de los vivos y su organización espacio-temporal. De tal manera, todo cuanto ocurre en el mundo de los muertos posee una proyección perfectamente perceptible y mensurable, efectuada sobre las actuaciones que los vivos mantendrán en sus respectivos ámbitos y así, muchos aspectos de su propia existencia, de su manera de entenderla y hacerla comprensible y coherente para los demás, llevarán la señal de esa pertenencia, la huella de esa dedicación. Sin embargo, incluso estos aspectos prosaicos y, en definitiva, reducibles al análisis de las ciencias sociales, presentan también ciertos rincones oscuros en los que parecen mandar fuerzas misteriosas y poco accesibles al dominio de la razón. Así ocurre, por ejemplo, con todo lo relacionado con determinados ocupantes del cementerio, los cuales, ni se amoldan a las normas de ese lugar sagrado, ni permiten ser integrados de una manera sencilla dentro del amplio catálogo constituido por las entidades sobrenaturales que allí podrían tener cabida. Al igual que sucede respecto a ciertos mitos, esas personalidades singulares muestran facetas oscuras tanto en su origen como en el comportamiento exibido por ellas frente al resto de los integrantes de esa colectividad humana que, al fin, es el cementerio. Me refiero, desde luego, a ese tipo de difuntos a los que Claude Lecouteaux califica como muertos malignos y entre los que se podrían incluir vampiros y cierto tipo de entidades semejantes a las lamias, aunque para referirse a tales criaturas sería necesario sin duda hacer un capítulo aparte. Sin embargo estos muertos que, por alguna razón especial, no se acomodan a su estatus ni van a poder alcanzar jamás la condición de ancestros que debería ser, en el orden natural de las cosas, el destino último de los difuntos de un grupo social, van a tener un protagonismo importante dentro de las leyendas y tradiciones quizá, precisamente, por esa condición liminal y paradójica mucho más acentuada que exhiben de una manera mucho más acentuada que el resto de personajes sobrenaturales, condición que parece servir como un instrumento adecuado para diseñar mediante su concurso un marco en el que sea posible integrar con algún sentido el conjunto más amplio de ese mundo paralelo, alternativo, que en todas las culturas va a ser el Más Allá. Por considerar en este sentido un caso concreto: ¿Cómo caben, entonces, los vampiros, dentro de esa panoplia de personajes –y de sus 169 correspondientes proyecciones en el mundo de los vivos- que van a expresarse como protagonistas mediante el hecho social que determina la existencia del ccementerio? Castelao, en Un ollo de vidro, resuelve la cuestión de una manera adecuada y plenamente conforme con las exigencias del modelo cultural que utiliza. Los que en el espacio-tiempo de la muerte son ahora vampiros, fueron en el mundo cotidiano caciques, es decir, esos personajes tan característicos del mundo rural y urbano de la Galicia de aquella época, sin querer decir con ello que ya no existan en la actualidad, sino que, por entonces eran particularmente abundantes y dañinos, permaneciendo en el imaginario colectivo como figuras paradigmáticas responsables en buena parte de las condiciones de explotación y miseria que afectaban a muchos campesinos gallegos. La correspondencia simbólica, de alto contenido significante, establecida entre vampiros y caciques, es, así, una de las lineas maestras del relato de Castelao, aunque la importancia aparente dentro de su conjunto pueda aparecer como coyuntural. Los vampiros, desde luego, llegan a cobrar una extraordinaria importancia en la estructura del grupo social en cuyo ámbito van a desarrollar sus actividades. De hecho, dada la gran importancia que cobra esa figura característicamente monstruosa y su extensión prácticamente universal a todas las culturas humanas, casi nos atreveríamos a afirmar que la misma se ha convertido en un recurso indispensable en orden a la explicación práctica dde esa estructura social. ¿Cómo explicar sino el comportamiento de ciertos personajes, particularmente malignos y conflictivos, que existen practicamente en todos los grupos humanos de cierta entidad? Tal vez la sangre no sea, en ese caso, su único alimento, ni extraerla de sus semejantes una ocupación preferente de sus, por otra parte, permanentemente atareadas existencias. Pero sin duda, la metáfora impuesta por el vampiro que, al amparo de la oscuridad, se acerca sigiloso y amenazante a su despreocupada víctima para apoderarse de su esencia vital, es una excelente representación del papel desempeñado por algunos individuos dentro del grupo social, frente al que no conciben otro interés que el suyo propio, ni otra alternativa que devorar para no ser devorado por alguien todavía más monstruoso que él mismo. 170 La estratificación social de los cementerios, que se impone como un auténtico hecho social, no es, sin embargo, el resultado de una necesidad interna del propio ámbito. En realidad traduce –lo mismo que hacen otros textos y estructuras significantes derivadas del funcionamiento de las normas grupales- la propia dinámica de una determinada colectividad. Incluso sus figuras extraordinarias pueden llegar a adquirir su aspecto característico, gracias al juego de dichas estructuras y lineas maestras del significado, las cuales se van a poder articular luego en el entramado argumental de algún relato, entre los motivos y unidades funcionales de las leyendas e incluso llegar a formar parte por derecho propio, en ciertos casos, de ese gran archivo que constituye y forma el imaginario colectivo. 171 3.4 . El cambio entre los mundos: guías para el Gran Viaje. El Gran Viaje que desde aquí pretendemos completar no atraviesa los verdes campos de los paises atlánticos, ni ha de abrirse paso por medio de los desiertos interiores abrasados por el sol que en otro tiempo fueron campiñas feraces. Tampoco ha de presentar desafíos a las grandes y oscuras olas del Océano Tenebroso, ni coronar sus espumas salvajes. Si deseamos seguirlo hasta su límite, sólo hemos de alcanzar, con el libre vuelo de nuestra imaginación, las cumbres que se levantan hasta el cielo y descender después, siguiendo los despeñaderos temerosos que desde allí se tienden, protegidos por una luz que no es del todo de este mundo, pero que nosotros mismos hemos de proteger de cuantas asechanzas quieren extinguirla. Es un traslado en el que participan sólo los escogidos, aquellos que, tal vez, han sido tocados por la mano del destino y que no temen penetrar hasta el mismo interior de la muerte. En su camino encuentran mucho de lo que no buscan y ni siquiera sospechaban que existiera, más allá de sus limitadas expectativas de un principio. Pero aquello que les aguarda, si alguna vez decide recibirlos y hacerse suyo, podrá culminar la fatigosa peregrinación de los caminantes, transformando toda la materia oscura de que están hechos, en una amalgama en la que no falten la luz ni tampoco los deseos que, al fin, podrán conducirles hasta su meta. En todas las épocas del mundo siempre han existido gentes capaces de llevar a cabo ese viaje, o de indicar a otros como hacerlo. Los chamanes, por ejemplo. Su ciencia, que probablemente remonta sus orígenes a la prehistoria, quizá todavía más atrás en el tiempo, posee elementos suficientes para transformar en profundidad la naturaleza de los elementos que actúan bajo la dirección de estos especialistas. Ellos pueden emprender el camino que lleva muy lejos, hasta el otro lado de los sueños, rebasando incluso los límites de la vida para adentrarse en el proceloso mundo donde moran los dioses oscuros y los espíritus vengativos de los muertos. Para transitar con seguridad por esos caminos es necesario poseer en alto grado unos conocimientos que no son fáciles de obtener. Ese saber brinda la protección necesaria para evitar la acción de entidades peligrosas y para 172 llegar hasta el objetivo pretendido sin comprometer la salud del cuerpo ni el futuro desarrollo del espíritu, todo lo cual supone, según bien puede creerse, una notable maestría en practicar el ejercicio de mantener los equilibrios más comprometidos y difíciles. Esta es, sin duda, la tarea más compleja. No se pretende que cualquiera pueda arribar sin más hasta las riberas del Otro Mundo. Es un viaje complicado en el que muchos han dejado salud y esperanzas en sus intentos por conseguir demasiado rápidamente un poder para el que no estaban preparados. Nada hay peor que ser pretencioso en este terreno o creer que, llegadas las dificultades, uno podrá dominarlas sin exponer demasiado. Tal vez por eso dicho camino se halla sembrado con las osamentas de aquellos que, en definitiva y como afirma el relato biblico, fueron puestos en la balanza y no dieron el peso, fueron medidos y no dieron la talla. Ni siquiera podemos decir con seguridad cuantos de estos relatos, que repetimos una y otra vez como letanías sin sentido, proceden de ese mundo ignorado y nos transmiten avisos que no sabemos reconocer. La sabiduría necesaria para superar tales pruebas se halla repartida todavía hoy por muchos pueblos a los que, desdeñosamente, suele calificarse como primitivos. Sus líderes espirituales y los chamanes que saben utilizar estos conocimientos, son los depositarios de ciertos métodos mediante los cuales, desde la más remota antigüedad, individuos convenientemente preparados pueden emprender ese viaje hacia las fronteras de lo desconocido. Pero no siempre se comprenden adecuadamente los auténticos motivos de quienes llevan a cabo tal aventura, ni son compartidos plenamente sus propósitos. En ocasiones aparecen confundidos por el brillo de simples juegos mágicos o, todavía peor, con exhibiciones gratuitas de conocimientos semiclandestinos ofrecidos a la curiosidad de turistas ansiosos de nuevas sensaciones. A veces, algunos de esos exploradores de lo desconocido, denominados así por los medios de comunicación de masas, parten a la busca de territorios apartados de las rutas de viaje más o menos trilladas, para recoger allí en su propia salsa y mostrar luego a los buscadores de morbo que llenan las grandes ciudades, ceremonias inéditas y dotadas con el sabor de lo inquietante, de lo misterioso y nunca visto. 173 Sin embargo, ningún investigador consciente de la importancia que revisten estos asuntos, ni mucho menos un auténtico chamán o maestro, se atreverían jamás a compartir tales secretos con nadie que no acredite, cuando menos, un firme y veraz compromiso con las obligaciones exigidas por el aprendizaje iniciático o que, en cualquier caso, se haya mostrado particularmente digno de ello. Y quienes, en verdad, han seguido dichos caminos, muy pocas veces hablarán de sus experiencias. Miles de jornadas de pacientes investigaciones llevadas a cabo por los estudiosos más acreditados así lo demuestran una y otra vez. En muy contados casos los resultados espectaculares y las revelaciones asombrosas alcanzan al gran público, hastiado de su monótona vida y ansioso de novedades. Ni curaciones milagrosas, ni traslados mágicos, ni tampoco experiencias vividas al otro lado de la tumba van a ser, en condiciones ordinarias, reflejadas por deslumbrantes reportajes ni descubiertas en periódicos de gran tirada. Todo esto, cuando lo hay, no es, en absoluto, fiable. En muchas ocasiones, ni siquiera los relatos de los grandes viajeros, reputados como veraces, en donde se reproducen las aventuras corridas en ciertas exploraciones llevadas a cabo en territorios lejanos y exóticos, reflejan demasiada autenticidad. Las sensaciones derivadas del Gran Viaje suelen experimentarse casi siempre en soledad, muy lejos de los testigos que parecen necesitar siempre los fedatarios de verdad y autenticidad de nuestro mundo cotidiano. Y sus consecuencias, que a veces llegan a ser muy pesadas y gravosas, también se pagan casi siempre lejos de los focos y luces que concentran la atención del público. Esto es un hecho que se deriva de la propia naturaleza del camino iniciático, el cual rehuye las manifestaciones multitudinarias e intenta concentrar sus fuerzas en la superación de pruebas que distan mucho de ser fáciles ni de exposición sencilla. Lo que se busca no es la riqueza, ni la fama dudosa del reconocimiento público, ni siquiera algo que para la generalidad de los seres humanos pueda ser importante, como la salud o la longevidad. El adepto, que sigue con dificultad y esfuerzo las pruebas presentadas en su camino, busca la transformación de su ser, el cambio cualitativo a partir del cual todo aquello que se ha dejado atrás comienza a perder la importancia que antes pudo haber tenido. 174 Un ejemplo de lo que decimos nos lo proporcionan las representaciones del arte parietal paleolítico observadas en ciertas cuevas. Estas manifestaciones no suelen aparecer en lugares de fácil acceso sino, precisamente, en rincones sombrios, escondidos y muchas veces de alcance comprometido, cuando no revestido de grandes dificultades. La oscuridad reinante en dichos entornos –que es una oscuridad comparable a las tinieblas primordiales, a la ausencia de luz de la que nos hablan muchos mitos de origen cuando se refieren al periodo anterior a la creación del mundo- nos indica que tales escenas, sea cual fuere su significado que, todavía hoy en muchos casos permenece velado por discusiones eruditas y por misterios aparentemente insolubles, no fueron concebidas para ser vistas sólo con los ojos físicos, sino sobre todo para ser percibidas, bien por sentidos que los integrantes de la humanidad actual ya no poseemos o mantenemos atrofiados, bien utilizando procedimientos especiales cuya naturaleza permanece asimismo envuelta en el misterio. No se trata sólo de observar las representaciones de animales, objetos y símbolos allí expuestos. Ni siquiera de establecer los sistemas de relaciones que seguramente vinculan entre si los diversos elementos de dichos conjuntos. Es necesario ir un paso más allá de los niveles esquemáticos o de la dinámica proxémica que, sin duda, fluyen de ellos, para alcanzar un plano de significación especial en el que el conjunto sea entendido como un texto que traslada conocimientos y no únicamente como un conglomerado de frases apenas hiladas en un lenguaje ya perdido. Pero tales conocimientos no pueden ser recogidos ni aprovechados por cualquiera que se haga con ellos casualmente o sin la adecuada preparación y seguramente aquellos a quienes ese texto estaba destinado principalmente tenían a sus espaldas largos años de aprendizaje y de esfuerzo especialmente trabajoso. Esto nos hace reflexionar sobre el hecho de que la adquisición de ese Saber a que nos referimos y que, con toda probabilidad, estuvo en el origen de la mayor parte de las tradiciones de muchos pueblos en todas las épocas y lugares, requiere sacrificio, dedicación y una notable dosis de perseverancia por parte del neófito o de aquél que desee llegar a poseerlo algún dia. No es algo con lo que uno pueda tropezarse casualmente, como un tesoro que se encuentra de forma inesperada, sino más bien la transformación –sutil, quizá, pero definitiva- que 175 experimentan quienes están en contacto frecuente con lo numinoso y se atreven a sostener la mirada frente a lo tremendo y fascinante representado por la Verdad. Algo parecido ocurre con los petroglifos, los cuales, como es sabido, son textos que guardan una información a cuyo significado resulta dificil acceder y, que, en ocasiones, a pesar del tiempo transcurrido desde su realización, permanece velado por el mayor de los misterios. Sin embargo, casi todos estos textos crípticos y de sentido oculto, parecen estar relacionados con las indicaciones que se proporcionaría a alguien que estuviera a punto de realizar un viaje hacia regiones desconocidas o lugares remotos y peligrosos. Sin embargo, tal vez el destino final de esos viajeros no sea un entorno físico o geográfico concreto, sino más bien un ámbito correspondiente a otras dimensiones espacio-temporales como, por ejemplo, el que en las tradiciones y leyendas se conoce como Ultramundo o Más Allá y que es, en definitiva, una parte del universo tripartito establecido por numerosas cosmovisiones en torno al cosmos humano. Los artistas iniciados del paleolítico eran capaces de reconocer, en las rugosidades y accidentes de las paredes que constituían sus oscuros y casi impenetrables refugios, el contorno de los animales-espíritu y de los seres del Otro Mundo que atravesaban aquella frontera de roca y tiniebla para llegar hasta el mundo exterior. Para ello no necesitaban de luz ni tampoco del concurso de los ojos físicos, ya que la realidad en la que ellos se encontraban inmersos se manifestaba mediante un tipo diferente de radiaciones o de influencias. La mayoría de los seres humanos de hoy hemos perdido ya la capacidad de interpretar adecuadamente estos signos con lo que muy posiblemente no recibimos la parte más importante de las informaciones que esos textos podrían transmitirnos. Ahora mismo sólo quedan unos vagos trazos del mensaje que, sin duda, fue importante un día, tiempo atrás. No obstante, la conciencia de que existe la posibilidad de un Gran Viaje a través del cual sea factible vincular los distintos planos de la existencia, ha permanecido a lo largo de las sucesivas generaciones de la humanidad. Numerosas escuelas filosóficas y todo tipo de sociedades de naturaleza más o menos secreta, mantuvieron al cabo de los siglos ese convencimiento, unas, tal vez, para elaborar por medio de sus rudimentos una cosmovisión mínimamente 176 satisfactoria para sus adeptos; otras tan solo para colmar ciertos deseos de singularidad y de permanencia, expresados más allá del simple devenir cronológico de unos acontecimientos que rodean a los hombres y con frecuencia, los superan y desbordan. Las cuestiones que suscita este hipotético Gran Viaje van unidas con mucha frecuencia a los sentimientos religiosos, incluso cuando el sentido que habitualmente se ofrece al término religión no aparece expresado con claridad. Teniendo en cuenta la vinculación que existe entre lo religioso y lo numinoso y conociendo, además, la grande y compleja especialización que las religiones han alcanzado en las distintas etapas de la historia humana, no es de extrañar que en algunas sociedades y culturas se haya puesto un límite al desarrollo posible de la expresividad que tales temas pueden alcanzar si se permite su desarrollo sin coto alguno. Esa limitación puede llegar a expresarse incluso a través de la misma inexistencia de denominaciones o consideraciones específicas para la experiencia religiosa como experiencia especial o para las actitudes que tales vivencias determinarían, en su caso, tal como señala Karl Kerenyi que ocurre respecto a la religión griega 109. Como es fácil inferir de ello, tales actitudes de control, de censura llegado el caso, influyen de manera decisiva ya no sólo sobre las facetas de una expresividad posible o consentida, sino de manera muy particular en la suma total o en el balance que determina finalmente el aspecto de esa figura todavía no demasiado bien comprendida que es la conciencia colectiva. Es a través de estructuras semejantes que podrá intentarse en determinadas circunstancias trascender de la esfera de lo social, que determina a los seres humanos de una manera casi absoluta, para construir así la alternativa de otros mundos. Por eso las formas religiosas pueden constituirse, en ocasiones, como medios que ayudan y favorecen en cierto modo al explorador de estas dimensiones ignotas, aunque en determinadas circunstancias dichas formas vayan a ser más bien un obstáculo que un auxilio, no tanto en función de su naturaleza cuanto en el modo en que son utilizadas o en el interés que las guia. Según las informaciones que poseemos sobre el particular, el Gran Viaje es, sobre todo, resultado de un intercambio producido entre dos mundos, 109 Karl Kerenyi, La religión antigua, Editorial Herder, Barcelona, 1999. p. 57. 177 acerca de uno de los cuales disponemos de ciertas seguridades que muchas veces se toman como certezas poco menos que indiscutibles, mientras que en relación con el otro albergamos un sinfín de dudas y de preocupaciones nacidas, precisamente, de esa incertidumbre básica que suele acompañar a los seres humanos. No será por tanto placentero el camino por el que discurre tal experiencia, y de ello tenemos también bastantes testimonios. Pero lo que sí sabemos –o cuando menos, presumimos acerca de ello con una cierta suficiencia- es que en ese viaje podemos encontrarnos con Entidades diversas, unas tal vez imaginadas o presentidas, otras quizá mucho más reales de lo que estaríamos dispuestos a reconocer llegado el caso, y que, al parecer, aprovechan esa via abierta por nuestro desconocimiento o por nuestro mismo temor, para introducirse, sin que podamos evitarlo, en esa esfera en la que nos refugiamos. Por eso tienen razón los que afirman: El hombre es una Puerta, a cuyo través se introducen hacia nuestro mundo los terribles fantasmas y espíritus del Universo 110. Sin embargo, esa posibilidad, ciertamente terrible, de un encuentro que bien puede resultar funesto, desprende asimismo otra de carácter no menos fascinante: la de arribar a un universo en el que muchas de las deficiencias y lacras que acompañan a la humanidad hayan desaparecido. La descripción de ese mundo alternativo casi siempre desprende dicha esperanza, sino para la totalidad de los mortales, al menos para algunos escogidos de entre ellos. El cristianismo recogerá esta tradición en sus figuras de Infierno y Paraíso. Pero la misma posee una condición casi ancestral, elaborada en torno a sistemas de creencias primordiales ancladas, seguramente, en lo más profundo de la psiquis humana, en ese ámbito proceloso al que algunos describen como lo inconsciente colectivo. Y ese inconsciente, aunque tal vez pueda ser llamado por uno, invocado por alguna singularidad, solo es concebible desde la perspectiva de una colectividad interactuante como es, en definitiva, cualquiera de los sistemas culturales conocidos por nosotros. 110 Tal y como afirma Carl G. Jung: El hombre es una puerta a través de la cual penetran del mundo externo los dioses, demonios y almas en el mundo interno, del mundo grande al mundo pequeño. Pequeñez y nadería es el hombre, vosotros lo habeis ya pasado, pero volveis a encontraros en el espacio infinito, en la pequeña o interna infinitud. Septem sermones ad Mortuos. En Recuerdos, sueños y pensamientos. Sermón VII. Seix Barral, S.A. Barcelona, 1989. Pag. 400. 178 El Gran Viaje comienza, por tanto, con una disposición y se perfecciona a través de la correspondiente preparación. Nada hay que pueda disculpar o sortear estos dos hitos esenciales sin cuyo concurso estaríamos como aquél que llama, invoca, gime y se desespera en el vacío, sin saber quien puede responder a sus gritos o acudir a su reclamo imprudente. No llameis sin estar seguros de Quien va a contestaros o de si podreis dominar su ímpetu cuando se aparezca ante vosotros, nos advierten las sabias palabras de un alquimista de antaño 111 . El iniciado emplea una gran parte de su tiempo de aprendizaje y de los desvelos invertidos en largos dias y noches de estudio, para conseguir el dominio de esas técnicas de acceso. Pero, desde luego, no todo consiste en un aprendizaje referido a técnicas y a procedimientos, aun cuando ello sea de gran importancia. Aquí es donde suelen confundirse ciertos analistas y estudiosos de estos procesos que toman lo accesorio e instrumental por algo esencial e indispensable. Cuando estudiamos la cuestión referida a los posibles conocimientos desarrollados en tiempos pasados por civilizaciones y culturas primitivas en nuestro propio planeta, casi siempre caemos en dos errores sucesivos: el primero, suponer que a una más acusada antigüedad le corresponden necesariamente unos mayores primitivismo y desinformación (cuando no ignorancia pura y simple) en lo que atañe al conocimiento del mundo que nos rodea o al que se refiere a nosotros mismos. El segundo, tomar por conocimiento aquello que no es al fin otra cosa que una habilidad o competencia mecanica más o menos desarrollada. Estos errores determinan de manera inevitable que en nuestros días, en el seno de una civilización predominantemente tecnificada y de alcance pretendidamente global, no podamos aceptar fácilmente el hecho, muy evidente por otra parte, de que, en numerosas ocasiones, nuestros antecesores remotos conocían bastantes aspectos del mundo mejor que nosotros y habían conseguido, en determinadas circunstancias, desarrollar técnicas y procedimientos que traducían en la práctica dicha información de una manera eficaz y con unos procedimientos perfectamente adecuados a sus necesidades. Tal insuficiencia a la hora de juzgar el pasado nos proporciona, como es lógico, una visión sesgada e 111 Ludovicus Arct.Silenus. Arte prima, 1648. Bibliotheca Augustana. Augustae Vindelicorum (Augsburg) 179 incompleta, tanto de las capacidades y posibilidades encerradas en el ser humano como ser social en cualquier periodo de su historia que consideremos, cuanto de la conciencia que deberíamos tener sobre el alto nivel de experiencia que en todas las épocas ha sido necesario invertir para lograr, en cada caso concreto, un conocimiento y una explicación lo suficientemente completos y coherentes del cosmos. Los Antiguos sabían con suficiente certeza cuales eran el aspecto y las propiedades del universo que nos rodea y al cual pertenecemos. También conocían de una manera adecuada y sorprendentemente minuciosa aquellas relaciones que vinculan a los seres humanos con la naturaleza, así como el carácter polifacético y al mismo tiempo unitario de nuestro planeta, al que consideraban un organismo consciente y actuante. En este sentido, las imágenes de mundos alternativos en los que hacían residir a sus dioses o sobre los que encaminaban a las almas y espíritus desencarnados de los difuntos, no constituyen de por sí rasgos supersticiosos ni tampoco eran consecuencia de un conocimiento incompleto o fragmentario, sino opciones de pensamiento y formas, en ocasiones muy elaboradas, de cosmovisiones verdaderamente complejas. Es necesario cambiar por completo nuestra manera de ver estas realidades, las cuales suelen considerarse de otro tiempo aun cuando continuen siendo perfectamente actuales y estando a la orden del dia en la sociedad presente. Es muy posible encontrar explicaciones tranquilizadoras y justificativas de tipo psicológico o sociológico para los conjuntos de creencias que se refieren al Otro Mundo o a las actividades en que se ven implicados los espíritus de los muertos. Estas creencias que, por otra parte, permanecen profundamente arraigadas entre nosotros, representan, en realidad, la estructura de nuestra propia conciencia colectiva, sin cuyo concurso y ayuda, apenas podríamos representarnos lo que existe un poco más allá de nosotros mismos con un mínimo grado de fiabilidad. Por eso, el Gran Viaje es, desde luego, una transición entre dos mundos o, lo que es igual, entre dos planos de conciencia. Y las criaturas que van y vienen entre esos planos o niveles de actividad son asimismo, cada una de ellas y en cada instante, reflejos de nuestro propio ser que, como característica de su humanidad, presenta un carácter poliédrico y cambiante que a veces nos 180 cuesta reconocer y aceptar. Los Antiguos conocían perfectamente esta propiedad del ser y esta manera de ser-en-el-mundo, aunque en ocasiones, como sucede hoy mismo, las dificultades de semejante concepción – intrínsecamente compleja y un tanto desasosegante- provocaba no pocas alteraciones, tanto en el normal desarrollo del conocimiento como en las posibilidades de su expresión. Pero dichas dificultades podían solventarse entonces, por ejemplo, mediante el recurso a los Misterios, considerando a éstos como grandes proyectos en los que se implicaba de una manera activa y participante toda la colectividad, junto con sus diosas y dioses, estableciendo las correspondientes articulaciones de elementos significantes a través de cuya manifestación era posible obtener una explicación coherente del mundo. Así, lo que por definición no podía ser explicado, encontraba un marco coherente en el que integrarse impulsado por la complicidad y el acuerdo públicos. El Misterio era al tiempo una empresa colectiva y una manifestación restringida de la que fluía un sentido, el resultado medido y controlado por el grupo social de una expresión de lo numinoso y fascinante llevado hasta la explicación unánimemente asentida, aunque oculta y protegida por el secreto. El Misterio terminaba así por ser considerado en su aspecto de Gran Viaje, simbolizado asimismo por el desplazamiento y el trayecto ritualizados de los participantes. De esta forma, las fiestas de los muertos celebradas por todo el planeta y que pueden considerarse como uno de los elementos comunes y característicos en el seno de las culturas más dispares, son también la representación y el resultado de ese desplazamiento ocurrido, hecho posible, entre mundos. Nada hay aparentemente más contradictorio que la vida y la muerte, el desarrollarse en este mundo –bajo la luz del sol o en la oscuridad de la noche- y el sumirse en el profundo misterio de la muerte, el sentir y hacer cada instante rodeados por el viento o acariciados por la brisa y el contemplar como todos los afanes se detienen para siempre en el seno de la tierra. Diseñar de una manera aceptable esta terrible contradicción, dibujar considerada y ponderadamente el contraste brutal manifestado entre esos estados del ser, pensar de una vez, con la simplicidad de lo rotundo, esa rotura cruel como un Viaje, es probablemente y pese a la aparente sencillez de su 181 expresión, una de las mayores conquistas del espíritu humano frente a la negrura caótica del Universo. Así lo pensaron muchos de nuestros antepasados remotos cuando preparaban a unos cuantos de entre ellos para que pudieran entender el sentido más profundo de semejante transformación. No se trataba –o al menos no se trataba sólo- de invocar el concurso de unas fuerzas extraordinarias concebidas para lograr un determinado éxito en la caza o en el desarrollo de las cosechas, sino de conseguir –mediante el empleo de una técnica específica- el dominio de un lenguaje, el logro y la pericia en el manejo experto de un instrumento de comunicación que permitiese contactos fluidos con aquella parte más escondida del ser, con la porción de uno mismo que todavía no podía considerarse ser-en-el-mundo ni había llegado, por tanto, a su expresión más depurada. El chamán, como especialista y guía en ese Gran Viaje, conseguía tender los puentes –no otra cosa eran sus explicaciones, sus recursos a la mitología, sus idas y venidas con las almas, extraviadas o no, de los muertos- y con ello hacía posible lo que de otro modo hubiera resultado impensable: que una pared rocosa, yerta en apariencia, muda, sorda y ciega a los requerimientos humanos, se transformase mediante el transcurso de un instante mágico, en un espacio-frontera ubicado entre dos mundos a través del cual pudieran discurrir entidades, presencias y acontecimientos. Y esto tenía que llevarse a cabo, precisamente, en el lugar más escondido, profundo y apartado de la caverna, allí donde los sentidos cotidianos, preparados para la luz y para el mundo exterior, no pudieran perturbar ni interferir el desarrollo de una comunicación establecida a un nivel cualitativamente distinto. Por su parte, en los Misterios, el grupo tenía que buscar ese recogimiento, debía encontrar la mirada interior con la que llegar hasta el borde del mundo real. Se podía, desde luego, sustituir en cierto modo la caverna, el seno de la Madre Tierra, por una edificación, por un sótano o por la entrada de una sima. Pero eso no era bastante, ya que el iniciado habría de construir con su mente la vía real que pudiera conducirle, a él y a sus más próximos en el misterio, hasta el Otro Lado. El secreto era un elemento que ayudaba en esta tarea, produciendo con su necesidad el ambiente adecuado para lograr dichos efectos. Pero, sobre todo, lo que actuaba en ese plano era la complicidad, el 182 conocimiento completo y restringido, la conciencia de un saber guardado, tanto más poderoso cuanto más apartado estuviese del uso común. Todas las metas importantes colocadas en el camino de los seres humanos desde el principio de los tiempos, implican un viaje, obstáculos, aventuras, peligros y, a veces la muerte, que aguarda con paciencia a la vera de un camino, oculta entre las verdes y perfumadas hojas de los árboles o detrás de un palacio prodigioso, aparentemente colmado de placeres y de ofrendas presentadas al viajero. El iniciado debe aprender a no confiar en las apariencias. Desde muy temprano, en su esfuerzo por llegar hasta el conocimiento, han debido enseñarle que el camino que ha de emprender y por el que, tal vez, deba guiar a otros, no es hermoso y lleno de oportunidades, sino desierto, humilde y severo, igual que los rasgos con los cuales aparece señalado el rostro auténtico de la naturaleza. Un ejemplo clásico se nos muestra en el Grial y en su búsqueda. En los relatos que contienen esos testimonios, ambos, el precioso Objeto requerido y la queste de quienes pretenden llegar hasta él, aparecen manifestados en sus peculiaridades más egregias: el secreto y el misterio. Igual que ocurría en la pared-frontera de la gruta iniciática y en el templo abierto en apariencia, aunque cerrado para toda influencia y pretensión extrañas, aquí también el impulso que lleva a emprender un viaje incierto y , sobre todo, comprometido, parte de una combinación de cualidades que, si no se dan en aquél que lo emprende, en vano se esforzará en el camino y de modo cierto marchará hacia su completa perdición. La esperanza se muestra siempre en el sendero de aquél que emprende esa búsqueda como una estrella, como una señal inconfundible, aunque en algunos momentos aparezca lejana y fuera de su alcance. Pero más que nada, la esperanza surge como consecuencia de una llamada que se repite en nuestro mundo desde el principio de los tiempos. En la queste griálica sirven de muy poco la buena disposición, el valor frente a las adversidades, los peligros o los monstruos de diversa condición que salen al paso del héroe. Casi se da por supuesto que éste ha de vencerlos sin demasiado esfuerzo, sin invertir en ello un tiempo excesivo o un empeño desmesurado que tal vez le haga olvidar cual es su objetivo final. 183 En el camino iniciático por el cual se lleva a cabo el Gran Viaje hay, todavía, demasiadas distracciones en las que el adepto puede verse comprometido. Para culminarlo sin extravíos ni errores, es necesario mantener siempre ante los ojos el destino que aguarda al final de la prueba. Y recordar siempre también que ese destino nos escoge a cada uno y ha de probar abundantemente nuestra valía, antes de ser conquistado. ¿Qué es el Grial?, pregunta Parsifal Eso no se pregunta, amigo mio –le responde GurnemanzPero, si él te ha elegido, Sabrá cómo hacertelo comprender… …Nadie le sigue hasta el final de su camino, Si no es conducido por él. 112 112 Parsifal. Richard Wagner. 184 4. Lo sagrado y la demarcación cultural del territorio. 185 4.1. Los edificios sagrados como organizadores del territorio cultural. La distribución cultural del continuum espacio-tiempo es uno de los aspectos más importantes a los que se ha de enfrentar desde el principio cualquier grupo social que consideremos. Y esa dedicación decisiva va a marcar de una manera indeleble, tanto su identidad como sus propias posibilidades de permanencia. Generalmente, los esfuerzos que describen dicha tarea se van a ver trasladados de forma inmediata a los textos –tanto a los de naturaleza material como a los de expresividad predominantemente literaria- de manera que los encontraremos con una cierta facilidad a poco que investiguemos en el acervo cultural de una comunidad. El territorio es un factor clave en el establecimiento del grupo social. Tanto sus actividades cotidianas como sus instituciones han de desenvolverse en el marco de un ámbito espacialmente definido. Dentro de ese conjunto, las fronteras son, tal vez, lo más llamativo y también lo más ardorosamente defendido y justificado con una comparativamente mayor fuerza simbólica. Si el campo de energía destinado a configurar esos límites, falla, es muy posible que se venga abajo todo el edificio significante de la identidad. Como es natural, esos límites destinados a definir hasta donde llega un grupo social no tienen por que ser de una naturaleza física imponente. Por el contrario, muchas veces son comparativamente más fuertes cuanto menos visibles sean –en el sentido ordinario de la expresión- y cuanta mayor sea su carga o componente simbólicos. Por eso, de ordinario, los límites establecidos frente a realidades que de por sí poseen una gran fuerza significante, o aquellos que separan dos aspectos de la realidad aparentemente contradictorios e incluso antagónicos, se encomiendan casi siempre a componentes y estructuras de lo sagrado o relacionadas de forma más o menos directa con ese ámbito. Lo que quiere decir que, en ocasiones, esa misma naturaleza implica cambios a veces muy notables en las consideraciones delimitadoras originales debidos a las variaciones que, por causas diversas, experimentan los conjuntos de creencias a lo largo del tiempo. El conjunto articulado de las creencias propias y características de un grupo social se estructura por tanto frecuentemente mediante vínculos o 186 propiedades que se toman del entorno de lo sagrado y, en no pocas ocasiones, se refuerzan con aquellas que de una manera directa proceden de lo numinoso. Para observar esta relación desde su justa perspectiva, no hay que olvidar la estricta dependencia que existe, sobre todo desde la perspectiva funcional, entre lo numinoso y los diversos aspectos que de sí pueden presentar lo sagrado, lo sagrado-institucionalizado y sus derivaciones que cristalizan en lo religioso. Así se podrá entender la razón que inspira el uso frecuente de criterios religiosos para formalizar y justificar pretensiones identitarias que, de otra manera, tal vez estuvieran precariamente sustentadas o ni siquiera fuesen defendibles mediante una argumentación semántica. En ciertos casos, dichos criterios no se toman de lo religioso, sino del campo mucho más difuso de lo sagrado. Suelen corresponderse, por lo general, con el planteamiento de los grandes temas sustentadores de la trascenddencia identitaria, a los que debe acudirse sólo en circunstancias especiales, por ejemplo, cuando la integridad del grupo se halla expuesta a un peligro externo de naturaleza desmesurada o desacostumbrada frente a cuya influencia o poder no sirve el juego de las estructuras significantes directas o de correspondencia simple. Desde luego, en ocasiones no es sencillo discernir la naturaleza de las fuerzas en presencia, ya que la propia dinámica de su uso social tiende a disimular y a esconder estos aspectos fundamentales bajo formaciones accesorias que impiden su reconocimiento. Así, por ejemplo, la justificación suministrada por la tradición acerca de un recinto concreto o de la existencia de alguna delimitación física relacionada con él, no siempre va a revelar su trasfondo religioso ni tampoco la necesidad que sustenta y hace posible ese recurso. Pongamos el caso de una iglesia o capilla. La ubicación del edificio y sus características físicas de presentación espacio-temporal, nunca son fruto de la casualidad por más que pueda parecerlo, sino producto de una distribución intencionada, bien deducida del espacio físico que dicha construcción ocupa y por las diferentes impresiones físicas o culturales que de ese hecho o expresión espacial se desprenden, bien deducida de la lectura obligada que del texto representado por los elementos integrados en la edificación ha de hacerse, si en verdad se desea culminar con éxito una interpretación correcta del mensaje que, por su medio o a su través, se difunde. 187 Si se trata de un templo cristiano, la circunstancia del culto –o cultosque en tal edificio se dispensan o el carácter del personaje –o personajes- de la hagiografía que, en su caso, lo protagonizan, resultan ser a veces elementos accesorios y hasta de una importancia relativa, tal como sucede en algunos ejemplos concretos de los que más adelante hablaremos, en los que el papel o misión de que se trate –generalmente de tipo apotropaico- son desempeñados de una manera específica por el propio recinto, con independencia de su adscripción coyuntural a una u otra advocación religiosa. Incluso se da el caso, como es bien conocido en diversos lugares y épocas, de que el carácter especial del recinto viene de muy antiguo, habiendo sido traspasado de uno a otro sistema de creencias mediante los oportunos y corrientes procesos de sincretismo. Dicho esto, será necesario insistir sobre el hecho, ya apuntado por Mircea Eliade, entre otros investigadores, de que lo sagrado impone carácter, es decir, modifica cualitativamente aquello sobre lo que se manifiesta, trátese de personas, de objetos o de territorios y, desde luego, también de edificios 113. Pero una de las propiedades características de los objetos sobre los que se ha ejercido la acción de lo sagrado es, precisamente, la capacidad de la que gozan a causa de dicha influencia recibida sobre ellos, de transmitir o trasladar a otros esa cualidad. De manera que un objeto sagrado puede crear a su alrededor un aura o zona activada por la energía que lo inunda. Esta acción de traslado es, en realidad, una muestra del carácter numinoso que continúa prevaleciendo en tales fenómenos, derivados de lo sagrado que se manifiesta y que todavía no ha experimentado sobre sí la acción normalizadora que el grupo social dejará sentir luego y que va a determinar, entre otras cosas, la institucionalización de lo religioso así como, en cierto modo, la desactivación de los aspectos más tremendos, fascinantes e incontrolables de lo sagradonuminoso, en el sentido que, sobre la cuestión, se refiere Rudolf Otto 114. Por tanto, los edificios de carácter sagrado –aunque desde luego, no sólo ellos- dividen y clasifican el espacio. Una primera partición importante será la que se establece en torno al límite existente entre el espacio sagrado y el profano, es decir, la determinada por la extensión y disposición del propio 113 114 Véase M. Eliade, Tratado de historia dde las religiones Rudolf Otto, Lo Santo 188 edificio y, en su caso, de la que corresponde a sus recintos o prolongaciones. Sería el caso, por ejemplo, de las capillas, iglesias o santuarios junto a las que se dispone un cementerio. El carácter sagrado, al discurrir del tiempo, se fue ampliando y depositando sobre los recintos que, por razón del sistema de creencias, se hallan conectados con el espacio principal, tal como describe Michel Lauwers 115. En cualquier caso, la existencia de un lugar sagrado –y con mayor motivo si se trata de un lugar de culto- clasifica y jerarquiza el espacio, por ejemplo, en un conjunto urbano. Así, tiempo atrás, las ciudades se disponían con una cierta frecuencia alrededor del santuario (una iglesia, una tumba), como tratando de recoger su influencia benéfica o su carácter protector. Y no era raro que la condición de lugar sagrado se transmitiese de unas a otras en religiones sucesivas. Si es cierto que, en un momento histórico dado, las murallas que rodeaban a los núcleos de población cumplían su misión de salvaguardia no sólo respecto al ataque de enemigos humanos sino también frente a posibles asaltantes del Otro Mundo, como Demonios y Muertos, los edificios y recintos sagrados –capillas, oratorios, cruceiros o imágenes, incluso, a veces, el simple nombre de algún personaje que poseyera dicho caráctercontribuían a esa función, convenientemente distribuidos a lo largo del recinto defensivo, tal como es posible comprobar todavía hoy en ciudades que conservan sus murallas antiguas e incluso en aquellas en que ya han desaparecido pero que mantienen todavía los topónimos y apelativos de héroes, santos y otros personajes o las denominaciones de objetos de carácter apotropaico. Lo mismo sucede en los espacios rurales, donde en el terreno que rodea al santuario se suelen llevar a cabo procesiones, circumambulaciones y ceremonias diversas, o se ubican elementos tales como fuentes, rocas y lugares específicos de relación privilegiada con lo sobrenatural. Las grandes divisiones del espacio suelen corresponderse con ámbitos contrapuestos. Así, en muchas ciudades antiguas no es raro ver como se contraponen el espacio sagrado, es decir, aquél en el que se encuentra el santuario más célebre y principal, o aquél cuya condición se remonta más atrás en el tiempo, frente al espacio profano en el cual tienen su asiento las 115 LAUWERS, MICHEL, Naissance du cimetière. Lieux sacrés et terre des morts dans l´Occident médiéval. Aubier-Flammarion, 2005. 189 instituciones civiles. Incluso hoy, los lugares ambiguos y de naturaleza dual o paradójica, en los que confluyen las fronteras de diversos ámbitos o donde se desarrollan situaciones que tienen que ver con el paso entre la vida y la muerte o con la partida y el abandono del recinto protegido o de su estatus – hospitales, estaciones, prisiones, cementerios…- están situados en el exterior, más allá del perímetro marcado antigüamente por las murallas o cercas de delimitación territorial. Resulta curioso comprobar en estos casos como la proxémica impone determinados sentidos de lectura de esos textos que son los conjuntos de edificios separados por calles y muros que delimitan espacios públicos y privados, permitidos y prohibidos, accesibles e inaccesibles. Tales sentidos de lectura son aquellos que hacen posible tanto el entendimiento del sentido encerrado en la disposición espacial y temporal de los distintos elementos integrantes del paisaje –sea éste urbano o rural- cuanto el desarrollo de una experiencia que permite a su vez la integración identitaria de sus componentes estáticos y dinámicos. En ocasiones, los edificios sagrados se disponen en cadenas a fin de proteger mejor un determinado territorio de mayores dimensiones. En este caso, los sistemas enfrentados suelen ser, por lo general, de una naturaleza más amplia y genérica que de ordinario. Se contraponen en tales casos, por ejemplo, Naturaleza y Cultura, Mundo Humano y Más Allá o Ultramundo. Puede suceder que los elementos apotropaicos sean en estos casos edificios sagrados que se colocan bajo la advocación de algún personaje de la hagiografía. Pero también sucede que tales edificaciones se hayan levantado sobre santuarios anteriores e incluso sobre monumentos megalíticos que no pocas veces permanecen integrados dentro de la estructura del propio edificio. Así sucede con la linea de Chapelles que, en la costa bretona de Cap Sizun, protegen la franja de tierra interior a la linea de las tormentosas aguas oceánicas, contra los peligros del mar. Toda vez que, en efecto, se trata de uno de los parajes donde más abundan las galernas, tempestades, desprendimientos y temblores del terreno costero, se le tiene razonablemente como la encarnación de un auténtico espacio-frontera que, en aquella zona, separa el mundo de los vivos del mundo de los muertos. Las Chapelles, encomendadas al patronazgo de santos y santas de existencia histórica no demasiado bien acreditada, apenas pueden encubrir bajo esa denominación 190 aparentemente comprometida con el cristianismo, unas raices muy anteriores, tal vez, al propio paganismo, constitutivas de algun hipotético sistema de creencias en el cual los precedentes de los actuales edificios religiosos formaran parte de una red de recintos protectores del territorio 116. En nuestros dias, mantenemos una imagen-tipo de los ámbitos religiosos, muy vinculada a la noción de edificio singular que corresponde a los templos cristianos la cual, a su vez, se apoya en ideas similares procedentes de la civilización de romanos y griegos y en otras de pueblos más antiguos, cuyas creaciones literarias y artísticas se hallan ubicadas más o menos directamente en la línea de nuestra tradición. Sin embargo, en tales casos, lo sagrado aparece ya por lo general muy institucionalizado y contenido en una red de textos, especialistas religiosos y mediadores diversos, caracterizada por una notable complejidad estructural y funcional. Sin embargo existieron culturas en las que la noción de lo sagrado –tal vez más próxima aquí a lo numinoso- no estaba encerrada en las efímeras construcciones elaboradas por el ser humano, consideradas como incapaces para contener aquél enorme poder tan inconcebible y fascinante y tan superior al hombre, Los santuarios de estas gentes eran, así, algunas montañas especiales, en cuyas laderas se levantaban lugares escogidos para los sacrificios. Los propios griegos mantuvieron recintos de este tipo, como el dedicado a Zeus Licayos en Arcadia. Allí, una hilera de grandes rocas y un montón de cenizas procedentes del holocausto de las víctimas propiciatorias, señalaban el lugar sagrado y prohibido, pues todo aquél que lo pisara –fuera de los celebrantes- era condenado a muerte. En la Galicia céltica es posible observar varios lugares que casi con toda seguridad sustentaron cultos parecidos. Tal vez el mas famoso fuera entonces, y continua siendo incluso hoy, el Pico Sagro –monte sagrado- situado en las cercanías de Compostela, acerca de cuyo carácter da cuenta la propia denominación que recibe desde la Antigüedad. El agudo y prominente relieve de esta elevación del terreno se puede observar desde muy lejos, estableciendo así una notable y duradera división del territorio en base a sus propiedades cultuales. De la misma manera habrá de ser considerado el monte 116 Véase en el Anexo, el Esquema 3. 191 Teleno, en León, dedicado al Marte Tilenus de los romanos que, seguramente, era la interpretatio de alguna divinidad local 117 o el Moncayo, que se levanta entre las provincias de Zaragoza y Soria, cuya cumbre fue considerada como sagrada y mágica por celtíberos y romanos 118 . Existen, desde luego, muchos más para citar y en ellos podría aplicarse con toda justificación el esquema trazado al respecto por Julio Caro Baroja para esquematizar el surgimiento y la asignación de númenes en este tipo de lugares, constituidos por una elevación principal, sus vertientes, así como los diversos rios, fuentes y corrientes de agua que puedan nacer en ellas. Según la hipótesis citada, las altas cumbres o elevaciones destacadas se habrían convertido en residencias de alguna divinidad principal, quizá más o menos directamente relacionada con el trueno y los fenómenos meteorológicos asociados con las montañas y vinculada asimismo con los yacimientos minerales metálicos que en algunas de ellas suele haber. Más adelante, a través de sincretismos y redenominaciones, se volvió a bautizar aquella cumbre con el nombre de algún santo relacionado con las alturas y ello dio lugar también a toda una proliferación subsiguienter de teónimos y hagiónimos en lugares anteriormente santificados con cultos a las ninfas y otras divinidades menores 119. No obstante, al cabo de todo ese proceso, hubo de llegar un tiempo en el que las divinidades tuvieron que reducir sus pretensiones e integrar sus diversos cultos en el interior de las comunidades urbanas. Tal vez, esa migración de algunas deidades que, de una manera particular, tenían hasta entonces encomendada la protección de ciertos límites o fronteras delicados o fruto de una especial significación –por ejemplo, aquellos entornos en los que entraban en conflicto directo la organización cultural y el caos de la naturalezalegó esa capacidad apotropaica de los númenes a los propios recintos que una vez los albergaron, verificándose de tal manera la reasignación de aquellos poderes a los lugares sagrados, actuantes desde entonces por sí mismos. 117 Tileno o Teleno era probablemente algún dios guerrero de los astures asimilado a Marte, a quien se sacrificaban machos cabrios, caballos y también prisioneros. Se han encontrado en la zona algunas placas votivas y aras, así como estelas funerarias, dedicadas a esta deidad. Estrabon, asimismo, da noticias de él (3, 3,7) 118 También fue citado por Marcial, Epigramas, Lib.I, XLIX y Lib.IV, LV. 119 Ver en J. Caro Baroja, Arte visoria y otras lucubraciones pictóricas, Madrid, 1990. pag. 41 y s.. Ver asimismo en el Anexo, Esquema 2. 192 Sea como fuere, las sucesivas actuaciones de los personajes sagrados y su influencia sobre temenos, territorios y núcleos urbanos, determinaron de una manera decisiva la reorganización y distribución de los espacios. Pero al presentar dichos espacios una consistencia física y simbólica de gran peso, vinculada a su permanencia y constancia dentro del conjunto general del paisaje, las modificaciones experimentadas en los primeros momentos debidas a aquella acción de lo sagrado, seguramente persistieron a pesar de los cambios y redenominaciones posteriores, tal como nos muestra el esquema de Caro Baroja anteriormente citado. Algo parecido ocurre con la impronta que lo sagrado deja sobre la distribución del espacio en un núcleo urbano o sobre el territorio de una comarca, cuando se trata de santuarios geográficamente más aislados. Sin embargo, no estamos seguros de que no sea nuestro insuficiente conocimiento de esas culturas tan antiguas el que nos impulse, en realidad, por encima de otras necesidades, a clasificar dentro del ámbito de lo Sagrado determinados monumentos de la Antigüedad. Hay que convenir, desde luego, que esa impresión de pertenencia a dicho ámbito la proporcionan muchos de tales lugares y edificaciones por su aspecto y por su funcionalidad, lo mismo que a causa de las leyendas que corren sobre ellos, y ya sabemos la importancia que en dicho terreno poseen los conjuntos interactuantes de significaciones. En cualquier caso sí parece cierto que, a partir de su colocación y elevación en determinados puntos del paisaje, éste experimenta una suerte de redistribución y ordenamiento que no puede pasar desapercibido para un observador atento, con independencia de que el carácter de tales edificaciones o monumentos haya sido planificado con anterioridad dentro de un esquema de creencias más amplio o fuera adquirido posteriormente en razón de alguna funcionalidad más tardía. De todo esto dependerá que ciertos elementos del paisaje o del espacio urbano y rural se vean asignados de manera más o menos arbitraria al ámbito de lo Sagrado y aparezcan relacionados con las influencias que de ello se desprenden. Pero la pertenencia a ese ámbito de lo Sagrado influye también sobre la distribución de los correspondientes espacios dentro de los propios recintos y de las dependencias que éstos puedan mantener. Muchos de tales recintos marcan los espacios internos y externos a los mismos con una obligada 193 referencia a recorridos que, a su través, han de llevarse a cabo de una determinada manera y no de otra, si de lo que se trata es de aprovechar al máximo las propiedades beneficiosas o protectoras que suministran dichos lugares. Cada uno de esos edificios o conjuntos monumentales es como un texto al que el lector puede acceder, en principio, de la forma que desee, aunque sólo logrará descifrar el sentido que encierra si lo aborda de una manera adecuada. Y eso, es necesario reconocerlo, no se halla al alcance de cualquiera. Para ello se ha de poseer una mínima preparación previa al encuentro o al acceso a estos recintos, o, cuando menos, disponerse a abordarlos con una actitud conveniente y receptiva. Los recintos sagrados son, en sí mismos, excluyentes y selectivos y suministran tambien la mejor prueba de un hecho indudable, aunque aparentemente olvidado en los tiempos que corren: adquirir un conocimiento requiere un esfuerzo. Cuanto más si tal conocimiento supone el paso hacia un cuerpo de doctrina o hacia un sistema de creencias que casi siempre suelen ser de naturaleza mistérica y restringida. Cuando accedemos a uno de estos recintos ya va a ser difícil que nos tropecemos con lo numinoso, puesto que, por antiguos que sean estos lugares, todo temenos supone una cierta domesticación y racionalización de aquellas fuerzas ingobernables y tremendas de lo absolutamente Otro, a que se referían Rudolf Otto y Mircea Eliade. No obstante, lo Sagrado habrá dejado su impronta y su influencia sobre todo lo que, allí mismo y desde allí, nos rodea. En otro trabajo he analizado sumariamente los signos y señales que, como un lenguaje, suelen mostrarse cuando uno permanece el tiempo suficiente en un lugar sagrado o mientras se desplaza en un sentido o en otro por los accesos al mismo, así como las implicaciones que dicha comunicación, mantenida entre el recinto en sí y el visitante, produce cuando nos acercamos – o nos alejamos- de estos sitios 120. En primer lugar manifestaré mi convencimiento acerca de que esa experiencia de comunicación, para ser realmente plena, ha de llevarse a cabo mediante una exploración de carácter personal. Creo que resulta muy difícil que se produzcan resultados tangibles a nivel de grupo y el investigador ha de 120 J.L. Cardero, Análisis estructural del espacio en un lugar sagrado. Gazeta de Antropología, nº 19, 2003. Universidad de La Rioja. 194 procurar implicarse con la mayor dedicación posible a esta tarea hermenéutica para lograr los mejores resultados. Posteriormente, será tal vez posible contrastar de una manera más objetiva dicha experiencia con otras similares, con el fin de integrar los resultados que puedan obtenerse sobre el particular. Si consideramos el recinto sagrado en cuestión como un elemento activo perteneciente a un entorno etnográfico, quizá sea más fácil mantener respecto a él, alguna suerte de observación participante que haga posible acceder a sus manifestaciones características. El paisaje nos habla –lo mismo que las montañas y los hitos geográficos de un territorio hablan a los viejos chamanes- pero hemos de ser capaces de escuchar y de entender, al menos a un cierto nivel, lo que tiene que decirnos. Los diversos edificios que nos encontramos al recorrerlo, así como los caminos a cuyo borde se sitúan, los puentes que cruzamos o las barreras y obstáculos que sorteamos a nuestro paso, son, junto con otros muchos elementos visibles e invisibles, las palabras-unidades de una conversación que el entorno deja oir junto a nosotros. En segundo lugar, tomando el conjunto al que accedemos como un texto, se entiende que serán factibles diversas lecturas del mismo y que ninguna de ellas, en principio, debería ostentar mayor legitimidad que las otras. De entre todas esas lecturas posibles sólo algunas, tal vez exclusivamente una muy concreta, permitirán el acceso al mensaje principal que pueda estar contenido en dicha estructura textual, aunque en cualquier caso y desde una perspectiva genérica, ese mensaje estará acompañado seguramente de muchos otros y el lector del texto habrá de esforzarse para encontrar, ayudado por su conocimiento, aquél que resulte más pertinente en cada caso, si es que en verdad, existe. De la misma manera que en un libro –como ejemplo clásico de texto literario- se puede muy bien comenzar y terminar a voluntad una lectura por cualquiera de sus páginas y sorprender así en él la combinación de infinitas historias diferentes e insospechadas, si suponemos en el autor una intención comunicativa motivada y lo que se pretende es descubrir aquello que en tal caso intenta transmitir a los lectores, será aconsejable conservar el orden que la misma narración nos marca en su desarrollo o, en su caso, seguir escalonadamente las pistas que el autor haya dejado a tal fin. Salvo, 195 naturalmente, que dicho autor no desee comunicar nada en concreto y sólo intente fraguar una experiencia vacía de contenido significante articulado, o que lo único que el lector pretenda por su parte sea darse un paseo por el texto sin buscar en él motivación alguna o renunciando por principio a cualquier preocupación hermenéutica. Lo cual es, en efecto, posible, pero suele ser también, cuando menos, muy poco probable, ya que los seres humanos, precisamente en razón de esa peculiaridad que nos impone nuestra condición de seres sociales, no solemos abandonar sin más razón el juego interpretativo ni tampoco las posibilidades de comunicación que, por causa de dicho juego, se colocan permanentemente a nuestro alcance. Lo mismo que ocurre con un texto literario, puede suceder cuando nos encontramos ante estructuras como la representada por una de las Chapelles bretonas de la costa de Cap-Sizun. Hemos afirmado ya que consideramos tales edificios como los eslabones de una cadena protectora dispuesta frente a los peligros del mar. Uno de esos recintos recibe incluso un calificativo muy concreto en tal sentido –Saint They aux perils de la mer- y en los demás casos ese cometido se desprende como uno de los mensajes posibles de la lectura del texto que las Chapelles constituyen, junto a otros elementos próximos o lejanos a ellas. Así, por ejemplo, en Saint They, la proximidad del recinto sagrado está señalada mediante una cruz colocada sobre un pedestal en el camino que lleva hacia el borde de los acantilados. Si seguimos el sendero, muy pronto podremos ver ante nosotros el conjunto de la edificación, a la que rodea un muro de piedra de altura mediana en uno de cuyos lados se abre la entrada principal que da acceso a la Chapelle. Una vez dentro del recinto, toda una serie de obstáculos y medios arquitectónicos peculiarmente dispuestos (puertas cerradas o tapiadas, pasos dificultosos, orientación de las puertas utilizables para entrar o salir), sugieren un sentido concreto de la marcha que, desde luego, cualquier visitante puede saltarse sin demasiada dificultad y sin prestar atención por tanto a las sugerencias de lectura que dichos elementos constructivos proponen y que, en tal caso, no revelarán el sentido que 196 presuntamente ocultan 121 . Pero aquí, como en muchos otros lugares que encierran un secreto o un misterio, cada uno es muy libre de emprender el camino que más guste. Sin embargo, quizá en la Chapelle de Saint They dicho contenido significante se halle expuesto de una manera mucho más clara que en otros lugares de naturaleza parecida. Allí podemos observar, dentro del recinto murado y casi a la entrada del templo, un curioso monumento formado por una columna con base escalonada sobre la cual aparece una imagen doble: un personaje masculino que mira hacia el Océano, con su espalda pegada a otra imagen femenina cuya cara aparece vuelta hacia la tierra firme. Con independencia de su posible atribución hagiográfica, un monumento tan peculiar no puede por menos de advertirnos, con ese gran poder expresivo en el que se combinan la dualidad y la orientación, sobre el carácter especial que ostenta el recinto en el cual nos encontramos. Allí nos vemos, en efecto, rodeados de símbolos y de mensajes implícitos. Los peligros del Océano, bien visibles y representados por las grandes y violentas oleadas que chocan contra los acantilados próximos, están enfrentados siempre por muros cerrados, sin vanos, y por puertas tapiadas o firmemente clausuradas. La seguridad que emana de la tierra firme está confirmada, a su vez, mediante el sentido de la marcha sugerido dentro del recinto, que se realiza bajo la protección de muros y contrafuertes que aislan de la vista y de la influencia de las aguas salvajes. Fuera de él, desempeñan esta tarea las cruces y los distintos pasos con sus puertas parcialmente bloqueadas o, en su caso, plenamente abiertas y francas. El monumento constituido por la doble figura rubrica la atribución de lo masculino a la inseguridad, el peligro y la ubicación del mundo de los muertos en el Océano y de lo femenino a todo aquello que corresponde a la seguridad, la tranquilidad y la organización características de la cultura. En cualquier caso se puede observar como la estructura de un lugar sagrado contribuye a organizar no sólo la disposición de los espacios internos de ese recinto, sino también la correspondiente a una amplia zona de influencia 121 Para una explicación más detallada sobre estos pormenores, véase mi trabajo anteriormente citado Análisis estructural del espacio en un lugar sagrado. El esquema del recinto de Saint They se reproduce en el Anexo (Esquema número 5). 197 que lo rodea. El juego de las grandes oposiciones propio de los sistemas culturales se desarrolla con todo su vigor simbólico y significante en estas circunstancias, lo que produce a su vez una cascada de nuevas y originales atribuciones, capaz de modificar por completo el estatus y hasta la propia naturaleza de las relaciones sociales implicadas. Algo parecido ocurre cuando otro tipo de edificaciones –por ejemplo, los edificios civiles- ocupan, a partir de ciertos periodos históricos, un espacio fijo y permanente concebido más allá de la provisionalidad o fragilidad que durante muchos siglos mantuvieron con respecto a la trascendencia y rotundidad espacio-temporal de los grandes monumentos religiosos. Pero las fragmentaciones de significado permanecen en estos casos dentro del rango de lo profano y raramente se deslizan hacia la gran solución de continuidad que existe entre éste plano y el correspondiente a lo Sagrado, con lo cual, el contraste entre oposiciones mantiene una menor intensidad. Sea como fuere, las relaciones de nuestro mundo cotidiano con esa otra dimensión de la realidad representada por los seres y entidades del Más Allá, se ven condicionadas en gran manera por esta distribución cultural del espacio y a eso se debe tal vez que los ejemplos característicos que de dichas relaciones suelen presentarsenos, ocurran en lugares paradójicos, fronterizos, liminales, allí donde la energía acumulada por la división cultural del territorio se deja notar con un poder más atenuado. 198 4.2. Los sistemas religiosos como psicopompos o conductores de los muertos. El camino que siguen los muertos en su largo y proceloso viaje hacia el Otro Mundo es descrito, en ocasiones de manera muy gráfica, por los textos de casi todas las tradiciones y culturas. En unos casos, se trata de un desplazamiento corto, breve y sin apenas dificultades, parecido al que realizaban, según algunos textos antiguos, los sectarios de ciertos movimientos de tipo religioso como los órficos, a los que les bastaba una sucinta contraseña y un simple ritual para sortear los obstáculos que, de ordinario, podían presentarse ante ellos. En otras ocasiones, el camino aparecía plagado de dificultades: lugares pantanosos, llenos de alimañas ponzoñosas y de monstruos que buscaban a las almas recien desencarnadas para alimentarse con ellas, asechanzas de criaturas malignas al servicio de los Señores del Infierno... Todo ello y mucho más, parecía específicamente diseñado para asegurar a los espíritus de los muertos una tortura e intranquilidad permanentes, con independencia de cual hubiera sido su comportamiento en vida, porque el carácter punitivo y desdichado –aunque no eterno- de la existencia ultraterrena, permaneció vigente en algunas culturas durante mucho tiempo. La conducción o el transporte de estas almas hacia su último destino – fuera éste el que fuese- preocupó, por tanto, a las diferentes creencias y casi todas ellas se vieron en la necesidad de arbitrar un sistema mediante el cual ese impacto terrible con el mundo que existía al otro lado de la tumba se viese, en alguna medida, contrapesado por la virtud de ciertas actuaciones previas. Determinadas cosmovisiones, como la egipcia, comenzaron reservando cualquier posibilidad de vida más allá de la muerte a los faraones y a su familia, ya que se consideraban dioses encarnados. Poco a poco, esta consideración elitista y excluyente se fue abriendo, primero a los nobles que debían acompañar a su señor al Otro Mundo y más tarde, a todos aquellos que pudiesen costearse los complicados ceremoniales que aseguraban la momificación del cuerpo muerto y, con su apoyo, la supervivencia del espíritu del difunto. 199 Sin embargo, en el más favorable de los casos, el Ultramundo del Egipto faraónico perpetuaba la división clasista, ya que los más humildes habrían de continuar en el Más Allá con sus tareas y ocupaciones cotidianas, estando reservada la vida esplendorosa y triunfante como Hijos del Sol a los reyes y sus más íntimos allegados. En cualquier caso, la civilización egipcia es un verdadero ejemplo paradigmático de cómo una ideología dominante puede perpetuarse incluso al otro lado de la tumba, estableciendo un sistema de creencias complejo sobre los sistemas de conducción y de acceso de los espíritus de los muertos al Otro Mundo, que se mantuvo con una notable homogeneidad durante milenios pese a los cambios de cosmovisión y a los múltiples movimientos de tipo político y social producidos en ese prolongado período. Esta permanencia en lo esencial –que fue capaz de resistir a cambios coyunturales, a revueltas y guerras civiles, incluso a la conquista del Estado por parte de invasores extranjeros- se plasma en ciertos sistemas de creencias muy antiguos –como aquellos que se depositan en los Textos de las Pirámides y en los Textos de los Sarcófagos 122 - en los que se informa con detalle sobre aquello que el alma del difunto tendrá que hacer en su viaje hacia el País del Sol o Reino de los Muertos, tanto para culminarlo con éxito, como para librarse de las asechanzas que diversos monstruos, enemigos y criaturas habitantes de esa región oscura y peligrosa que separa el Amdouat o Paraíso de nuestro mundo, van a urdir y preparar 123. En este viaje hacia el Más Allá, los difuntos cuentan casi siempre con la ayuda de algún ser que les conduce o guía a través de los avatares del camino. Puede tratarse de un dios especializado en esa tarea, o de un héroe que por razones extraordinarias se ve impelido a desempeñar coyunturalmente tal 122 Los Textos de las Pirámides son una colección de textos religiosos grabados en las paredes de las pirámides de reyes y reinas a partir de la V Dinastía, aunque probablemente traduzcan ideas muy anteriores. A medida que se iba produciendo una evolución en las cosmovisiones, fueron añadiéndose nuevas fórmulas al conjunto primitivo, originándose, en el periodo conocido como Reino Medio, los llamados Textos de los Sarcófagos, que posteriormente fueron recogidos en el Libro de los Muertos. 123 El Libro del Amdouat es un importante texto religioso del Egipto antiguo, también conocido como el Libro de la Sala Oculta o Libro de las Moradas Secretas. Apareció en las tumbas del Valle de los Reyes de comienzos de la Dinastía XVIII. Se trata de un texto funerario de uso reservado a los nobles y faraones. Según este texto, el Ultramundo está dividido en « doce horas de la Noche » y el transcurso de cada una de ellas trae consigo aliados u oponentes a la inmortalidad del faraón correspondiente; centenares de monstruos y dioses libran una gran batalla en este sentido. El Libro del Amdouat proporciona los nombres de aquellos dioses que pueden ayudar al faraón a vencer a sus enemigos y alcanzar así el reino de la luz eterna. 200 función, como ocurre con Hércules, al que suele verse representado en compañía de otros personajes del Hades. Esas figuras se denominan comunmente psicopompos 124 y pueden estar encarnadas también por algún animal –por ejemplo, el perro, el lobo, el caballo o la paloma, entre muchos otros- e incluso por ciertos espíritus que, según las tradiciones, animan determinados árboles, como el tejo y el ciprés. También sucede que algunas de estas figuras han podido evolucionar hasta esa misión conductora de almas a partir de otros cometidos anteriores no tan conciliadores. Tal es el caso de las valkirias, que mucho antes de encarnar su heroico y teatral papel por el que recogen las almas de los guerreros caídos en el combate para llevarlas al Walhöll junto a Odinn, desempeñaban otro menos lucido y más inquietante como un tropel de demonios encargados de arrastrar al infierno las almas de los muertos. Existen psicopompos tranquilizadores, cuya aparición ante el ánima recién desencarnada de los difuntos intenta desvanecer la tensión lógica del momento, por más que haya de permanecer en cualquier caso el dramatismo de la situación. Así sucede con el Caronte que aparece en los lécitos griegos estudiados por Francisco Diez de Velasco 125. En ellos suelen aparecer Hypnos (el Sueño) y Thanatos (la Muerte), los gemelos divinos hijos de Nyx (Noche), llevando a cabo el transporte previo del cuerpo fallecido hasta los dominios del barquero Caronte. Éste lo recogerá luego para conducirlo hacia el Más Allá. La sensación en todo el proceso aparenta ser de una gran placidez. Ni en los alados hijos de la Noche, ni en el barquero, se muestra agresividad alguna. Tampoco el difunto o difunta presenta signos de tensión, incluso en algunos casos, su rostro aparece distendido con una sonrisa apenas esbozada, pero sensible 126. Pero no siempre son tan placenteros los signos que nos llegan del mundo de los muertos, un lugar que, pese a todo, no deja de ser lóbrego y 124 Término que deriva del griego Psychopompós formado por Psycho (alma) y pompós (El que guía o conduce) 125 F. Diez de Velasco, Los caminos de la muerte. Religión, rito e iconografía del paso al más allá en la Grecia antigua, p. 17 y s. 126 Sobre los diversos aspectos y la evolución de la figura de Caronte, ver en F. Diez de Velasco, Apuntes metodológicos de mitología comparada: ¿Caronte indoeuropeo?. V Coloquio internacional de antropología del mundo indoeuropeo y de mitología comparada: Antropología del mundo indoeuropeo y cultura material. Santiago de Compostela, 22-24/09/2004. 201 oscuro. Según señala Homero en la Odisea 127 , las almas de los muertos profieren agudos chillidos cuando son conducidos por Hermes hasta el lugar en que habrán de permanecer. Este Hermes aparece también entre los griegos 128 como un dios psicopompo, según señala Diez de Velasco , lo cual es acorde hasta cierto punto con el carácter de ese personaje, que lo relaciona con los lugares y entornos en los cuales confluyen mundos y entidades de condición muchas veces contradictoria y hasta antagónica. Hermes es el señor de la ambigüedad, de lo paradójico, de lo liminal y fronterizo. También puede desempeñar un importante papel como mediador, ya que conoce los caminos de la muerte y la manera de poner en contacto el reino donde moran los difuntos y la tierra, mundo e inframundo, vida y muerte 129. Existen también psicopompos salvajes y odiosos, como el Charun etrusco, en los que se revela toda la faz repulsiva y temible del Otro Mundo. Ahí, tal vez, aquello que los exquisitos griegos trataban de enmascarar discretamente con escenas plácidas, se apoya ahora con más fuerza en su componente numinoso y hostil, fascinante, desde luego, pero también tremendo y aterrador. Charun guarda la entrada a los infiernos y a veces se le representa con nariz curvada como el pico de un buitre, orejas puntiagudas y unas alas enormes. También en ocasiones blande un grueso martillo, no se sabe muy bien si en actitud de amenaza o como manifestación de poderío desafiante ejercido sobre los desdichados seres que han caído bajo su férula. Acerca de su condición, existen opiniones dispares. ¿Se trata de un demonio del infierno, o de un ente psicopompo al que las desagradables, aunque necesarias, circunstancias de su tarea han contaminado y, por asi decirlo, agriado el carácter? Parece, pese a los intentos de algunos por disculparlo, que Charun ama las guerras, las calamidades y los enfrentamientos y disfruta con la violencia. Así se muestra en los diversos relatos en que aparece amenazando a las almas de los muertos con su martillo, aunque, tal vez, estas interpretaciones se hayan visto mediatizadas por las visiones cristianas del infierno y de sus demonizados protagonistas 130. 127 Canto 24. F. Diez de Velasco, o.c., p. 19 y s. 129 Ibid. 130 Franz De Ruyt, Charun, Démon étrusque de la mort, Rome, Institut Historique Belge, 1934. 128 202 Curiosamente, la figura del psicopompo no cobra tanto protagonismo cuando se trata de creencias como la subida de las almas al cielo después de la muerte, que no solamente se corresponden con el mundo y el sistema de creencias cristianos, sino que, según señala Walter Burkert, parecen constituir parte de esos efluvios que se pueden rastrear en la espiritualidad de la Grecia clásica y que tal vez procedan de fuentes iranias aún más antiguas. Burkert apunta que en las civilizaciones mediterráneas y próximo-orientales, predomina el concepto de una tierra sin retorno –término sumerio- o una casa de Hades, horrible páramo subterráneo, paraje desolado y frio, hecho de pantanos y fango, sin luz, lejos de los dioses 131 . La idea de esa ascensión placentera al cielo para reposar para siempre junto a la divinidad, pertenece a la religión de Zarathustra desde los primeros y más antiguos documentos y se va difundiendo lentamente por Grecia a partir de la mitad del siglo V a.n.e. 132. Según Burkert, las únicas alusiones a entidades psicopompas son las que, en el Hadoxt Nask, texto en lengua avéstica, describen el viaje del alma perteneciente al difunto, que se inicia en la tercera noche después de la muerte, para encontrarse con una bella muchacha –la cual representa a la religión del creyente- que le conducirá en tres fases sucesivas hasta la presencia de Ahura Mazda 133 . Lo que destaca aquí con fuerza será quizá esa idea del camino peligroso que ha de recorrerse en soledad o guiado por algún espíritu complaciente y hermoso de contemplar, a partir del cual se desprenderá una cierta sensación de tranquilidad y sosiego que, no obstante, no salva de los riesgos del trayecto. En lo que se refiere a peligros –bien evidentes y convenientemente preparados por los responsables del Inframundo- pocos ejemplos más llamativos podríamos presentar que el de Xibalbá, el infierno de los mayas. Una imagen estremecedora, procedente del Popol Vuh, ilustra mejor que cualquier descripción el carácter de ese entorno terrible hacia el que habían de dirigirse los desdichados difuntos, aunque no todos, de aquella cultura. Parece que, en 131 Walter Burkert, De Homero a los Magos. La tradición oriental en la cultura griega. Quaderns Crema, S.A., Barcelona, 2002. p. 136 y s. 132 Ibid. 133 Ibid.. El Hadoxt Nask es la fuente principal para conocer la escatología de la religión de Zaratustra. Este texto, hoy perdido, es contemporáneo de Zaratustra (entre el año 1000 y el 600 a.n.e.) y describe el viaje del justo desde su muerte hasta la reunión final del alma con Ahura Mazda, así como todas las visicitudes y pruebas del mismo. El tema del camino peligroso recorrido por el alma tras la muerte, aquí tratado, será fundamental en muchos textos escatológicos posteriores. 203 cierta ocasión, los Señores de Xibalbá escucharon desde su trono el ruido producido por los dos héroes solares, Hunahpú e Ixbalanqué, mientras éstos buscaban el camino del infierno subterráneo. Enfadados y molestos por tal estruendo, hablaron así: No sabíamos que por estos contornos hubiera gentes tan audaces. Salgan pronto a buscarlas. Vivas o muertas, tráiganlas, que queremos conocerles la cara. Si vienen vivas jugaremos con ellas el juego ritual y si pierden podremos castigarlas como se merecen sin que nadie nos crea injustos. 134. Según se dice aquí, algunos condenados, sometidos, por así decirlo, a un tratamiento especial, debían jugar un partido de pelota con los Señores de Xibalbá. Si perdían, el castigo podía ser terrible: comenzaba su tormento en casas oscuras llenas de murciélagos asesinos, en moradas recorridas por un viento que arrastraba hachas afiladas capaces de desgarrar la carne, o por inmersión en pozos de podredumbre, o en rios de sangre y pestilencia. Estas eran, junto con otras, las delicias de aquél mundo nefasto en el que todo mal ocupaba lugar destacado y donde la esperanza se había quedado muy atrás, junto con la vida, extraviada ya para siempre. Sin embargo, con ser todo ello terrible, la orden de los Señores de Xibalbá mostraba algo más. Cuando ordenan que les traigan a los intrusos perturbadores del silencio que envuelve a los difuntos, piden que se eso se lleve a cabo con indiferencia de que dichos intrusos vengan vivos o muertos. Lo cual sugiere el hecho de que, a lo largo del camino recorrido hasta llegar a la región infernal de Xibalbá, los viajeros debían hacer frente a riesgos no menos graves que aquellos que les aguardaban en su destino. Y eso proporciona una idea bastante completa acerca de las características del Inframundo maya. El término Xibalbá puede traducirse como lugar de muertos y de enfermedad, y también como lugar de fantasmas. Según la tradición de los Quichés de Guatemala, era un entorno subterráneo cuya entrada se hallaba en el interior de una caverna perdida cercana a Cobán, Alta Verapaz, en Guatemala y que estaba formado por nueve subniveles, en el último de los cuales, llamado Metnal, residía Ah Puch, dios de la muerte. En alguna 134 Las leyendas del Popol Vuh. Contadas por Ermilo Abreu Gómez. Colección Austral. Espasa Calpe, S.A.. México, 1964. p. 66. 204 narración que se refiere al camino que los muertos han de emprender hasta allí, se habla de un perrillo negro que actúa como psicopompo de las almas, guiándolas a través de pantanos, despeñaderos y rios peligrosos. En este camino, primero había que descender por unas escaleras muy inclinadas, luego cruzar un rio de corriente extremadamente violenta, bordeado por arbustos espinosos, atravesar más tarde otro rio de podre, uno más de sangre y un cuarto de agua. Se llegaba así a un lugar en el que se cruzaban cuatro caminos, señalados cada uno por un color: negro, rojo, blanco y amarillo. El primero de ellos es el que lleva a Xibalbá, donde, reunidos en un consejo, aguardaban los doce Señores del inframundo. Por allí cerca estába situado el jardín en el que crecían plantas y pululaban animales propios de este lugar, en el cual tenían su sede los jueces supremos Hun-Camé (Uno-muerte) y Vucub-Camé (Siete-muerte). Una vez llegadas a su siniestro destino, las almas podían ser sometidas a prueba en alguna de las dependencias que formaban las Seis Casas de Xibalbá o Lugares de tormento, o incluso, pasar sucesivamente por todas ellas. En el interior de la Casa Oscura, la niebla y un frio intenso atenazaban a quienes allí permanecían. En la Casa de los Jaguares y en la de los Murciélagos, estos seres malignos atacaban con furia a los intrusos. En la Casa de las Navajas, los instrumentos arrastrados por el aire cortaban y arrancaban la carne. En la Casa de Fuego, un horno ardiente consumía todo lo que se ponía a su alcance. Además los dioses del lugar provocaban padecimientos como el derrame de sangre y la consunción del cuerpo, con heridas y suciedad. Este lugar terrible tenía su equivalente en el Niflheim (Hogar de la Niebla) de la mitología nórdico-germánica, al que eran conducidos todos aquellos que fallecían de enfermedades corrientes, o de vejez. Como ya sabemos, las walkyrias se encargaban de recoger las almas de los guerreros que morían combatiendo, poseídos de la locura sagrada de los berserkir. Pero a los difuntos comunes no les esperaba un tránsito apacible, como el que generalmente proporcionaba Caronte, sino el paso por medio de lugares desiertos y oscuros, hasta llegar frente a las murallas que cercan el reino de los muertos. Igual que en el caso de Xibalbá, el camino que lleva hacia el infierno nórdico es largo y peligroso. Un perro gigantesco y feroz, llamado Garm, vela 205 siempre junto a su entrada y el lugar está envuelto en una tiniebla helada y permanente, sin que por allí asome jamás ni el más leve rayo de sol. La soberana de este lugar es Hel o Hela, hija de Loki y de una hechicera, Angerbode. Su cuerpo es, por mitad, el de una mujer y el de un cadáver putrefacto. Parece ser que debido a su horrible aspecto, los dioses quisieron enviarla lo más lejos posible y prácticamente la encerraron en su infierno que, como Xibalbá, también posee nueve planos y está situado bajo las raices de un gran árbol: el cual recibe el nombre de Yaxche en el caso del inframundo maya y el de Iggdrassil en la mitología nórdica. Sin embargo, en otras sagas se atribuye a Hel una función de psicopompo ejercida con las almas de todos aquellos que experimentaban una muerte por causas naturales, a las que conducía al Inframundo a través del largo camino llamado Helway (Acceso de Hel), que siempre va hacia el Norte y tambien siempre va descendiendo cada vez más. Estas coincidencias entre mitologías no deberían resultar sorprendentes ya que no sólo se reducen a los rasgos presentados, sino que son mucho más numerosas de lo que comunmente se cree. Las imágenes del inframundo en las diferentes culturas poseen rasgos descriptivos muy similares, como podemos apreciar. Según ellas, se trata casi siempre de un lugar subterráneo, al que se llega a veces por un sendero complicado, peligroso y lleno de obstáculos, aunque en otros casos ese trayecto suele ser mucho más tranquilo. Pero, incluso influido por esa aparente tranquilidad, el camino será recorrido en medio de tinieblas más o menos acentuadas y –aspecto importante- será siempre también un instrumento de metamorfósis del difunto que, en la medida en que progresa su avance por él, va perdiendo poco a poco sus características como ser vivo y transformándose en una larva, en una sombra o, como se dice en la tradición nórdica, el Acceso de Hel o Helway, encadena al moribundo con sólidas ligaduras que no podrán romperse nunca más. En la tradición gallega referida a esta influencia ejercida por el camino que conduce al Ultramundo y que ha sido llevada hasta los textos literarios por autores tan ilustres como Ramón del Valle-Inclán, se dice: Quien ha visto la luz de la Muerte, ya no quiere ver otra luz 135. 135 R. del Valle Inclán, Romance de lobos (Comedias bárbaras). Espasa Calpe, Colección Austral, Madrid 1968. p. 14 206 Las dificultades en el acceso hacia el Inframundo traen consigo la necesidad –expresada asimismo de manera muy semejante en muchas culturas- de que existan personajes encargados de guiar a las almas recién desencarnadas. Y es necesario apuntar que esa vía entre el mundo cotidiano y el mundo de los espíritus, puede ser recorrida en ambos sentidos, tal como lo demuestra la actividad de los chamanes. En cualquier caso, los guías de espíritus van a realizar esa tarea llevándola a cabo en ocasiones como una misión coyuntural, que bien puede ser derivada de otras actividades principales o protagonistas –así sucede cuando Heracles, en su viaje al Inframundo en busca del perro Cerbero, dentro del marco de la gran prueba que suponen sus Trabajos, consigue liberar a Teseo- o acaecer de una manera plenamente intencionada, como ocurre en el caso de Orfeo, que va en busca de su compañera Eurídice, temprana y dramáticamente arrebatada al Hades e intenta, sin conseguirlo, llevarla de vuelta a la vida. O con Deméter, a la que sucede casi lo mismo cuando quiere rescatar del Hades a su hija Perséfone. Sin embargo, la mayoría de los psicopompos ejecutan su función como una dedicación permanente. Ya hemos visto que el camino que conduce al Inframundo está plagado de dificultades casi insuperables y que requiere, por tanto, del concurso de especialistas adecuadamente formados y con una visión lo suficientemente amplia como para abarcar todos los aspectos que implica esa relación entre planos diferentes de la realidad. Así, personajes como Hermes –el dios olímpico, hijo de Zeus y de Maya, descendiente de los Titanes por herencia de su madre136, encargado de las fronteras, de los límites y de las puertas y también de los lugares de naturaleza ambigüa y paradójica- dedican a esta tarea de conducir las almas toda la capacidad de su ingenio multiforme, tal como lo califica Homero. Esta especialización, precisamente, le concedía el importantísimo don de poder ir y venir, salir y entrar a su albedrío, del ultramundo. Era el único entre los dioses –junto a Perséfone y al propio Hadesque podía hacer tal cosa. Por eso podía también asegurar el libre camino de los difuntos y controlar las manifestaciones propias de aquellos lugares y espacios-frontera por los cuales había de atravesar en su viaje. Tal vez su carácter titanesco, es decir, fundamentalmente caótico y no sujeto a normas, 136 Maya, la pleyade madre de Hermes, era a su vez hija del Titán Atlas. 207 en contradicción permanente con sus cualidades como dios olímpico que representan todo lo contrario, determinan esas cualidades propias de su condición, necesarias de todo punto para llevar a cabo una tarea tan compleja como la de psicopompo. Sin embargo, esa labor de guía de almas desencarnadas puede ser llevada a cabo por una gran variedad de agentes, los cuales no necesitan poseer cualidades de dioses, ni siquiera ser demasiado brillantes en su función, aunque, desde luego, si precisan estar muy bien preparados para realizarla o, como alternativa, disfrutar de algun don especial que les permita actuar en tal sentido. Por eso nos encontramos con una variedad tan grande de personajes, animales e incluso objetos, que albergan dicha propiedad. Según señalan las tradiciones de algunos pueblos, existen entidades colectivas de naturaleza fantasmal que actúan transportando las almas de los difuntos desde este mundo al otro. Este es el caso de las cabalgatas de muertos como la tropa de Odinn, la Caza Salvaje, la Mesnie Hellequin y tantas más, así como de las procesiones de almas en pena cuales puedan ser la Compaña o Hueste o el Volknacht, entre otras. Sin embargo, también existen manifestaciones sobrenaturales de tipo individual, es decir, formadas por una sola aparición, que pueden arrastrar consigo las almas e incluso los cuerpos de los recién fallecidos. Así sucede en el caso del Ankou bretón, o con las famosas y terribles Kannerezed nor o Lavanderas de noche. Pero también en el caso de las simples ánimas que se muestran en medio de las tinieblas por los caminos o en el de los muertos peligrosos que salen de sus tumbas para llevarse consigo al primer desdichado con el que se encuentren. El carácter de psicopompo tuvo quizá en su principio una condición no demasiado benévola, tal como demuestran los antecedentes ya citados de las valkirias, si bien mas tarde y a medida que la condición numinosa, salvaje y descontrolada de lo sagrado fue dominada por la actuación de los mecanismos sociales, terminó por establecerse como una función mucho más pacífica y estable dentro de lo religioso. Esto no supone que siempre vaya a ser así ni mucho menos, ya que podemos encontrar formas de lo religioso en las cuales ese componente de lo sagrado o de lo sagradonuminoso se halle mucho más acentuado y, por tanto, pervivan en el ámbito de la función psicopompo formas más violentas de lo habitual. 208 Las reflexiones sobre estos diversos y coexistentes modos de expresión de lo psicopompo nos llevan hacia el exámen del papel que, en tal sentido, juegan los sistemas religiosos, considerados en su conjunto, como conductores o guías de las almas de los difuntos. Así, de una manera muy semejante a lo que sucede cuando las funciones especiales atribuidas a ciertos personajes históricos pertenecientes al ámbito de lo sagrado-institucionalizado pasan, a medida que transcurre el tiempo, a otros cuya existencia es de una acreditación más problemática o incluso absolutamente indemostrable, lo mismo ocurre con la función de psicopompo, en cuyo desempeño podemos tal vez manifestar una evolución concordante con la experimentada por el propio hecho religioso en sí. En los sistemas religiosos cuya estructura, componentes y relaciones se hallan, en conjunto, más próximas a lo sagrado-numinoso, las funciones de los distintos personajes, se trate de los pertenecientes al respectivo panteón o bien de otros de naturaleza heroica o extraordinaria, permanecen definidas de una manera mucho mas clara, aunque luego, a la hora de su expresión práctica, se manifiesten tal vez de una manera comparativamente mas difusa y general. Esto sirve, desde luego para describir lo psicopompo. En estos casos, las almas de los difuntos suelen ser conducidas al Más Allá por personajes concretos, encargados de tal cometido dentro del sistema mitológico o del conjunto de creencias. Más adelante, sobre todo despues de un episodio de sincretismo o de asimilación de creencias en la organización de una nueva institución religiosa, suele producirse la migración de funciones de unos personajes hacia otros más adecuados o mejor dispuestos para las circunstancias del momento histórico de que se trate. Algunas de dichas funciones pueden seguir conservando un aspecto semejante al original (por ejemplo, suele ocurrir así en el caso de las primitivas funciones salutíferas, sanadoras o provisoras de dones de algunos númenes paganos que, en el sincretismo cristiano, y hablando desde una perspectiva general, se ponen al dia con muy pocos cambios); sin embargo otras funciones, cuya persistencia puede no ser oportuna o deseable en las nuevas circunstancias, tienden a desvanecerse de manera progresiva, a medida en que el conjunto del sistema religioso pretende aproximarse a una realidad determinada de tipo más racionalista y amoldarse de esa manera a las circunstancias que la evolución social impone. 209 En este segundo grupo nos encontramos, por ejemplo, con el muy amplio y discutido campo de los milagros y, desde luego, con la función psicopompa. En dichos dos ámbitos, las cualidades de que anteriormente gozaban ciertos personajes sagrados protagonistas de religiones precedentes y los posteriores de la hagiografía cristiana que, en la mayoría de las ocasiones, les han suplantado mediante un puro acto de imposición, se han ido diluyendo dentro del propio marco institucional-religioso. Por su parte, de una manera lenta y progresiva, la doctrina fue atribuyendo tales funciones a la misma institución en sí o simplemente intentó facilitar su desaparición forzada dentro del campo externo de relaciones y poderes en el que dicha institución ha de moverse 137. Así, los elementos de función psicopompa que durante siglos han permanecido en el imaginario de la iglesia cristiana y en el de sus diversas herederas, se han desvanecido en la práctica creyente común o han proyectado su carga simbólica hacia otros elementos significantes dentro de dicho sistema de creencias. Las almas de los difuntos ya no son transportadas por los ángeles o los demonios psicopompos hacia el sobrenatural lugar de destino que pudiera corresponderles, sino que ese cometido se abandona y se tiende a olvidar su práctica milenaria, aunque no hace tantos siglos que, en ciertos casos, se procediese a grabar sobre la cubierta de los sarcófagos la representación de ese acto mediante el cual el espíritu del difunto era llevado o trasladado, con el concurso de seres alados, primero hasta la escena de su juicio particular y, posteriormente, dependiendo del resultado de éste, al Paraíso o al Infierno. La permanencia en el Purgatorio, figurada a partir del surgimiento en el siglo XII de esa alternativa intermedia concebida para la purificación de las almas en pecado, no precisaba del auxilio de psicopompos, pues era una situación provisional y temporaria de las almas, no un destino definitivo. Nos encontramos así en la fase más internalizada y abstracta de ese aspecto del hecho religioso que es la conducción o el transporte de los espíritus desencarnados al Otro Mundo. Aquí y ahora es el sistema religioso el 137 Dentro de este proceso es posible comprender la actitud de muchos sacerdotes modernos frente a creencias populares arraigadas como la de la Compaña y otras parecidas, a las que se califica comunmente como supersticiones producidas por la ignorancia de las gentes. 210 que mueve, arrastra y determina la posición y el orden de los difuntos de cara a su destino último. El sistema es, por tanto, el agente psicopompo en sentido estricto y exclusivo. En muchas tradiciones se afirma que ese periodo de tiempo que transcurre entre el momento de la muerte física y la llegada del alma del difunto a su destino, es el más peligroso, ya que el espíritu recién desprendido de su cuerpo se halla en una fase de desorientación muy acentuada producida por el reciente cambio de estado y puede ser entonces una presa fácil para los demonios y otros espíritus malignos que siempre se encuentran al acecho. Precisamente por ese motivo actuaban los psicopompos y es también en ese momento cuando los chamanes que van al rescate del alma pueden intervenir mejor, con mayores garantías de éxito, pues deben llevar a cabo su trabajo antes de que el destino final del espíritu desencarnado se establezca de una manera definitiva. 211 4.3. Capillas, iglesias, cementerios y tumbas. Desde la carretera que une la ciudad con este lugar medio escondido por el juego entablado entre los grandes árboles y la vegetación de zarzas y espinos, tomamos un pequeño sendero en el que todavía se aprecian algunos restos del antiguo pavimentado romano de cantos rodados. Está próximo el rio, un curso de agua que tiempo atrás fue grande y rumoroso y que hoy marcha con más calma hacia su destino, como si hubiera caído en la cuenta del valor de una verdad universal: de nada valen las prisas cuando se tiene por delante todo el tiempo del mundo. Casi inmediatamente vemos la iglesia de Santiago de Meilán contra el fondo verde azulado del bosque, en el que destacan las notas amarillas de toxos y xestas junto al tornasol primitivo de flores muy antiguas. El calor del sol hace que se desprendan mil perfumes cuando adentramos nuestros pasos en la oscuridad húmeda de la corredoira que bordea el pequeño cementerio. Estamos frente a una de las iglesias más antiguas de la provincia de Lugo y probablemente de Galicia, si hay que hacer caso a documentos como el llamado Testamento de Odoario, que cifra su fundación nada menos que en el siglo VIII de nuestra era, aunque investigaciones más recientes hacen avanzar esa fecha hasta finales del siglo X 138 . Nos encontramos nada menos que en uno de los posibles núcleos de arranque del culto jacobeo, ya bastante activo por esta zona, según parece, antes de que se produjese la inventio compostelana sobre el sepulcro del apostol en Santiago, aunque algunos autores prefieren sustentar con mejor fundamento la teoría de una equivalencia entre ese culto tan nombrado y el Lugnasad celta 139. Sea como fuere, la pequeña iglesia de Santiago de Meilán nos va a mostrar la manera en que un elemento de lo sagrado y que por añadidura ha experimentado en su forma externa cambios muy importantes, va a seguir conservando, no obstante, el testimonio de una fuerza elemental que, en la 138 Ver un comentario sobre este documento y acerca de las características de la iglesia de Santiago de Meilán en Marco V. García Quintela y Manuel Santos Estévez, Santuarios de la Galicia céltica. Arqueología del paisaje y religiones comparadas en la edad del hierro. Abada Editores, S.L.. Madrid, 2008. p. 118 y s. 139 Marco V. García Quintela y Manuel Santos Estévez. o.c.. p.122 y s. 212 mayoría de estos casos, parece vinculada con los estratos más profundos e indiferenciados de esa energía misteriosa con la cual pueden mantenerse sobre una misma línea de significado elementos como los monumentos megalíticos y las iglesias cristianas: es decir, compartiendo aquello que toca más de cerca a lo sagrado-numinoso, cuando no a lo numinoso propiamente dicho. Porque las fiestas sagradas –por ejemplo, Lugnasad- son una pieza esencial del sistema de relaciones derivado de la actuación de lo sagradonuminoso en el ámbito de las comunidades humanas organizadas culturalmente. Es la huella, o la marca, dejada por la presencia a veces invisible del númen en el interior de un espacio protegido y presuntamente controlado por la cultura. De ahí su importancia y su profunda influencia, porque se trata de algo no esperado, y llegado desde el exterior hostil. Tal vez por eso cada temenos, cada santuario, cada piedra grabada con los Signos de los dioses, sea un dispositivo de protección allí colocado en un intento para controlar lo que a través de esos túneles y orificios del espacio-tiempo, pueda llegar hasta nosotros. Lo Sagrado-Numinoso actúa perforando la esfera de protección a la que se refieren René Girard o Peter Sloterdijk, mientras los humanos intentan tapar el agujero con un templo, es decir, con un dosificador que dulcifique la aspereza, domine el terror y controle la fuerza de lo absolutamente Ajeno, del Mysterium tremendum et fascinans que decía Rudolf Otto. Así ahora, nos encontramos ante un recinto sagrado que conserva seguramente dentro de sí profundos y desconocidos misterios llegados desde una edad remota. Es un edificio no demasiado grande, de planta rectangular, con una torre de cantería que aloja las campanas y un abside decorado con columnas, ventanas y canecillos románicos, que probablemente son los únicos restos del antiguo templo que han llegado hasta nosotros. Alrededor, un atrio descubierto de hierba, al otro lado del cual comienza el terreno del cementerio, antaño bastante reducido, pero hoy, después de varias ampliaciones, extendido en niveles escalonados. Abundan sobre todo panteones familiares y bloques de nichos, como suele ocurrir cuando el espacio no es demasiado abundante. Las únicas tumbas que aparecen en el suelo son las de dos antiguos párrocos que tiempo 213 atrás dirigieron los asuntos de la iglesia en este lugar campesino y que ahora reposan allí para siempre. Bordeando el muro del camposanto, pasa un camino hundido entre elevados taludes –la típica corredoira rural gallega- por el que se llega al rio cercano y hasta los deslavazados grupos de casas que por allí aparecen. Cerca del cementerio, el sendero es cruzado por otro que viene de los campos, formándose una encrucijada de suelo encharcado por las aguas crecidas de un arroyo. Son éstos territorios apropiados para las manifestaciones sobrenaturales: la Hueste, la Compaña, las ánimas en pena. Conozco varios casos de vecinos y familiares mios que por aquí mismo tuvieron encuentros cuyo relato nos estremecía cuando eramos niños. Tambien recuerdo que, al pasar junto al cementerio, no nos permitían coger las jugosas moras negras y granates que crecían en aquellas zarzas. Son de ellos, nos decían, señalando hacia las tumbas próximas. Y desde entonces, para mi, aquellas frutas prohibidas siempre han sido las moras de los muertos. En Santiago de Meilán, como sucede en muchos otros ámbitos de lo sagrado, coinciden los testimonios de manifestaciones procedentes de diversos sistemas de creencias. Junto al complejo simbólico Iglesia-cementerio-camino aparece la mancha verde oscura de un gran bosque de castaños y robles en cuyo centro rompen el suelo varias rocas cubiertas de musgo. Un desvaido trazo de cazoletas y lineas curvas sobre el granito parece constituir todo lo que resta de un perdido petroglifo. ¿Un antiguo santuario? ¿Algún desconocido lucus? Por si acaso no estaría de más, quizá, murmurar aquello de siue deo, siue dea, para honrar y tranquilizar a cualquier ignota deidad a la que pudiese estar consagrado aquél terreno, sin perder ojo, desde luego, a las figuras, vagas e inquietantes, que parecen empezar a moverse allá al fondo, entre los árboles más espesos. Cuando empieza a caer la tarde, las luces y las sombras cobran una nueva dimensión entre las enramadas. Se diría que todo se esconde bajo un silencio especial, apenas roto por los mugidos de los animales en el establo o por los ruidos que muestran afanes propios del final de otra jornada más, rumbo a lo desconocido que nos aguarda. La iglesia, ahora cerrada, comienza a adornarse con girones de la niebla que viene del rio. El camino se oscurece 214 poco a poco mientras el susurro del arrollo, que busca horizontes más amplios, se deja sentir cada vez con más fuerza. Recuerdo una vieja tradición, llegada ahora a mi cabeza, en este momento preciso de la anochecida. Hace muchos siglos, antes de que por estos campos caminasen los enviados del imperio romano dedicados a sus afanes de conquista, las tribus que por aquí vivían mantenían la costumbre de, llegada la oscuridad, encender pequeños fachos, alumbrando con ellos los árboles, las fuentes y las piedras sagradas de los bosques y montes. La costumbre se conservó durante largo tiempo 140 . Para aquél que pudiera verlo desde lejos debía ser un espectáculo increible: miles de luminarias surgían aquí y allá, desde las riberas del rio hasta las redondeadas cumbres de las colinas cercanas. Un auténtico rosario de luces inciertas comenzaba entonces a poblar el reino de las nieblas. Asentada ya la cristianización y enterrados, al menos en apariencia, los viejos númenes, Martin Dumiense hubo de advertir que, pese al tiempo transcurrido, continuaban practicándose, sino los antiguos cultos a los decaídos dioses paganos, si cuando menos algunas ceremonias particulares, como aquella ya citada de encender velas en las proximidades de ciertas rocas y fuentes o junto a los añosos robles y encinas del bosque 141 . El espectáculo de una constelación de luces, nacidas en medio de la noche, continuó produciéndose pese a los esfuerzos que los sacerdotes y obispos llevaron a cabo para terminar con dichas costumbres. Y llegaría hasta los tiempos en que, establecida y asentada ya con firmeza la inventio del enterramiento del apóstol Santiago en Compostela, ese 140 Tanto, que, según José María Blazquez, (Le culte des eaux dans la Peninsule Ibérique ) en un concilio de Braga se habla de los infieles que alumbran antorchas o que participan en cultos a los árboles y a las fuentes. En un segundo concilio de Braga (año 572) el cánon 71 habla de aquellos que llevan a cabo las lustraciones de los paganos (lustrationes paganorum faciant). El cánon 11 del 12 concilio de Toledo se dirige a los que alumbran antorchas y adoran las fuentes y árboles. Lo mismo que hace el canon 2 del 16 concilio de Toledo, celebrado en el año 693. En o.c., publicado originalmente en Ogam. Tradition celtique 9. Fasc. 3. 1957. pp. 209-233. Traducción española, Imagen y mito. Estudio sobre religiones mediterráneas e ibéricas, Madrid, 1977. pp. 307-331. 141 San Martin Dumiense, De correctione rusticorum (siglo VIII aprox.). En esta obra, intenta combatir las persistentes costumbres paganas que, al parecer, anidaban en el pueblo de la Gallaecia, condenando la idolatría, la adivinación, augurios y prácticas de brujería, así como las ceremonias mediante las que se rendían cultos a las piedras y a los árboles: …Coeperunt se illis in diversas formas ostendere et loqui cum eis et expetere ab eis, ut in excelsis montibus et in silvis frondosis sacrificia sibi offerrent et ipsos colerent pro deo, imponentes sibi vocabula sceleratorum hominum… [7]. Y también: “He aquí qué clase de promesa y de profesión de fe teneis con Dios…Pues encender velas junto a las piedras, a los árboles, a las fuentes y en las encrucijadas ¿qué otra cosa es sino culto al diablo? 215 mismo término (Compostela – Campus stella), el campo de estrellas, o de luces prendidas al amparo de la sagrada tiniebla nocturna, justificaran en aquél lugar, igual que probablemente lo hicieron también en Meilán y en muchos otros ámbitos dotados con un aura especial, la permanencia de las antiguas divinidades, revestidas ahora quizá con los ropajes graníticos de los santos románicos, pero con firme y perdurable influencia en los corazones de aquellas gentes. Procesión de luces nocturnas, imagen ya clásica de un cortejo de difuntos que vagan por los caminos buscando nuevas almas para arrastrarlas consigo al Otro Mundo. Reflejo, tal vez, de aquellas luminarias que, tiempo atras, brillaban en honor de Lug o se alumbraban gracias al impulso de esos númenes desconocidos a los cuales eran consagrados los espacios recién abiertos en los bosques o aquellos otros cubiertos de signos, todavía hoy no descifrados, y esculpidos en las duras rocas graníticas surgidas del suelo, igual que espíritus invocados en las ceremonias de edades pasadas. Pero ahora, en nuestros tiempos, esas luces parecen haber abandonado lo incierto de los caminos para concentrarse en determinados focos o espacios simbólicos, como pueden ser, precisamente, las pequeñas y casi siempre modestas iglesias campesinas de paises atlánticos como Galicia o Bretaña. En cualquier caso, siempre permanece en ellas la roca madre originaria, muchas veces vinculada con la madera obtenida en los bosques ancestrales, ya que el edificio de la parroquia rural gallega, al menos en sus primeros momentos, fue siempre la síntesis de tres elementos fundamentales -piedra, agua y fuego- unidos para formar un crisol, sobre el cual actuaba con su soplo el misterio impenetrable y fascinante de lo Sagrado-Numinoso. Si las tumbas convierten, con su sola presencia, un espacio natural en ámbito cultural, los monumentos sagrados y su natural evolución en edificios o construcciones de carácter religioso, llevan esa clasificación un paso más allá provocando en el intervalo una ganancia cualitativa: delimitan el espacio sagrado frente al espacio profano. Hemos de advertir que, por lo general, no nos encontraremos en estos casos con una proyección súbita e inesperada de lo Sagrado-Numinoso frente a un testigo o testigos sorprendidos por esa 216 epifanía. Aquí, el carácter o condición de lo sagrado de la que habla Eliade 142 fluye a partir de un acontecimiento primero, muy anterior al cristianismo, y que permanece desconocido para nosotros, aunque sus huellas han podido permanecer mejor o peor conservadas en el folklore o en la tradición. Así, en Galicia no es raro que, junto a la parroquia rural, aparezcan monumentos megalíticos (dólmenes, mamoas, pedras-fitas) y petroglifos de diversa tipología o se atribuyan a dichas construcciones leyendas y consejas en las que participan los mouros o mouras, personajes que, desde luego, no tienen nada que ver con los moros históricos, y que sí están muy relacionados con esos otros protagonistas de la mitología celta que suelen residir en los túmulos y en palacios encantados subterráneos –como los Tuatha De Dannan irlandeses- cuando no habitan los antros más secretos y escondidos del bosque o las profundidades de las fuentes, lagunas, arroyos y rios, como ocurre con las ninfas, ondinas y con las Damas del agua, pertenecientes a la misma mitología. La iglesia parroquial determina, por tanto, una fragmentación cultural del espacio cuyo impulso principal procede de edades muy remotas. Podríamos decir que ese edificio –muchas veces de pequeño tamaño, achaparrado y que apenas puede distinguirse contra el fondo del paisaje que lo rodea- es un auténtico resonador de lo Sagrado que, en estos casos, pese al tiempo transcurrido –siglos, incluso milenios- desde algún hipotético acontecimiento original y fundador, continúa llevando a cabo su función de reducir la terrible potencia de esa energía numinosa y de engranarla dentro de un funcionamiento normalizado, más acorde con la escala de valores culturales del grupo social en cuyo seno se encuentra ubicada. Estamos hablando, por tanto de un instrumento que realiza una tarea fundamental, desarrollando como un propósito el modo de elaborar y establecer una cosmovisión, es decir, una manera concreta, singular y coherente de entender y explicar el mundo. La definición y demarcación del espacio sagrado frente al espacio profano es, sin duda, uno de los elementos clave de este proceso, que no solo se lleva a cabo desde las grandes 142 M. Eliade. Buscar cita 217 elaboraciones doctrinales teóricas y dogmáticas, sino, sobre todo, en el nivel de las, en apariencia, pequeñas cosas. En el caso que hemos tomado como ejemplo de partida, la iglesia de Meilán, nos encontramos con el conflicto de unos orígenes confusos que parecen perder su consistencia si los disponemos contra el fondo de horizonte formado por unos hechos históricos los cuales, según suele ocurrir, son bastante creibles para algunos y totalmente falsos para otros. Nos referimos al ya citado Testamento Menor de Odoario y a la llamada Carta de Presura o Testamento de Avézano, referidos ambos a la fundación de Santiago de Meilán. Tal como señalan García Quintela y Santos Estévez en el trabajo al que ya me he referido anteriormente, ninguna de esas dos fuentes documentales, señaladas en su momento por Manuel Risco en España Sagrada – puede considerarse como segura 143 . El primero de dichos documentos se refiere a la fundación de la iglesia de Meilán en una época que se remonta a los siglos VII-VIII de nuestra era, mientras que el segundo habla de unos supuestos acontecimientos extraordinarios que tuvieron lugar en aquella zona y que determinaron la instalación de un santuario. Tales sucesos fueron, según manifiesta el Testamento de Avézano, la visión reiterada de grandes luces sobre el lugar 144. La iglesia de Meilán se fundó por tanto, según tales fuentes, a causa de una manifestación sobrenatural luminosa, muy parecida a la que años después pudo haber tenido lugar en el Campus-stellae. Algunos piensan que, en realidad, se trata de la descripción y trasliteración del mismo fenómeno, teniendo en cuenta que la noticia relativa a Meilán ha de retrasarse, según parece dos o tres siglos, sino más 145. En cualquier caso, con independencia de su certidumbre mejor o peor establecida, el hecho ilustra igualmente acerca de la intención y la necesidad que presidían habitualmente el establecimiento de 143 Marco V. García Quintela y Manuel Santos Estévez, o.c. Santuarios de la Galicia céltica. Arqueología del paisaje y religiones comparadas en la edad del hierro. Abada Editores, S.L.. Madrid, 2008. p. 119 y s. En lo que se refiere a.Manuel Risco (1735-1801), fue un sacerdote agustino e historiador, que continuó la labor de Enrique Florez (1702-1773) autor de la monumental España Sagrada.Teatro geográfico histórico de la Iglesia en España. Fallecido Florez en 1773, Risco publicó la obra a partir del Tomo XXVIII, continuándola hasta el XLII. Los volúmenes XL y XLI son los que se centran en la sede de Lugo, desde su creación hasta los últimos años del siglo XVIII. 144 145 Ibid. P. 120. Ibid. 218 santuarios sobre lugares tocados de alguna manera por la fuerza de lo sagrado o de lo numinoso y que por esa razón, quedaban cualitativamente transformados. Como suele ocurrir en tales casos, es muy posible que la instauración de un templo en un lugar en cuya proximidad existen huellas de cultos anteriores, se deba sobre todo a un proceso de sincretización o de absorción de creencias paganas por el cristianismo. La zona, además, es abundante en testimonios arqueológicos relativos a épocas precristianas e incluso prerromanas que pueden identificarse bastante bien desde una perspectiva cultual. Sin embargo, aun sin renunciar a esos fundamentos, nos detendremos sobre todo en el examen de las consecuencias que, para el territorio circundante, tuvo la instalación de la iglesia cristiana. El espacio sagrado que, no lo olvidemos, parece atribuido a la influencia de una divinidad cuyo carácter ctónico resulta bastante evidente, se encomienda, ya desde la hagiografía cristiana, a un personaje cuyo sepulcro aparece, según la tradición, situado en medio de un bosque y va a ser formalmente descubierto a causa de las luminarias que surgen desde dicho lugar para señalar su presencia. Las luminarias celestes o aparecidas en el firmamento podrían haber indicado tal vez la presencia de una divinidad solar o con atributos asimilables a este tipo de deidades. Pero cuando es la propia tierra la que señala la presencia de lo Sagrado-numinoso por haces o bolas de luz –o de fuego, según el caso- que salen de ella, nos encontramos casi con toda seguridad frente a una entidad de carácter ctónico, es decir, cara a una deidad subterránea. Así ocurre en el caso de Santiago, cuya superposición con la figura de algún posible dios de la tierra o de los bosques sagrados resulta más que probable, habida cuenta además de otro grupo de tradiciones conectado con lo anterior que, en el traslado de su cuerpo, hacen intervenir una barca de piedra, lo que nos lleva hasta un nuevo conjunto de creencias perteneciente a la tradición céltica que se refieren a este tipo de traslados pétreos, dentro de los cuales pueden comprenderse tanto los movimientos y viajes protagonizados por grandes masas de roca que se desplazan por sí mismas en virtud de algún conjuro o invocación, como aquellos otros cuyos héroes son ciertos personajes que utilizan las grandes piedras –tan abundantes por otra parte en los países 219 celtas que bordean el océano Atlántico- como vehículos para sus idas y venidas mágicas o de naturaleza sobrenatural. Muchas de esas rocas se han quedado inmóviles en el paisaje sagrado, como sucede en el caso de a pedra da barca de Muxía, en la Costa de la Muerte gallega, la cual, según la leyenda, transportó a la Virgen María hasta aquél santuario; o la misma barca que sirvió al cuerpo de Santiago y que ahora aparece detenida y fija sobre el suelo, como un enorme pedrón granítico. Por no hablar de la barca de piedra que condujo a Sainte-Evett, en Bretaña, hasta la puerta misma de lo que hoy es su ermita y que allí puede observarse, también quieta, transformada en una gran roca 146. Estamos hablando, por tanto, de la importancia que pueden tener las tumbas en general como elementos configuradores y estratificadores del territorio y también como ordenadores del sistema de creencias y de sus derivadas, las tradiciones. Todo apunta a que, en ciertos casos, la relevancia de la sepultura o del enterramiento considerado en sí mismo como un hecho cultural que genera a su vez todo un complejo de significaciones, sobrepasa a la del propio protagonista del acontecimiento funerario, cuya personalidad puede cambiar a lo largo de los siglos o transformarse, adquiriendo cualidades que anteriormente no tenía o perdiendo otras que, al principio, parecían determinantes. Así ocurre, seguramente con Santiago que casi con toda seguridad vino a recubrir con las cualidades de su figura carismática otra presencia anterior, bien fuese ésta la de alguna divinidad pan-céltica como Lug –deidad en la que se unen, entre otras atribuciones, el culto a la luz y al poder de la tierra- o se tratase de alguna otra Entidad de lo Sagrado o manifestación de lo SagradoNuminoso que para nosotros es desconocida a causa del tiempo transcurrido o de la consiguiente falta de información. Sin embargo, permanece el poder significante vinculado, en primer lugar, al recinto sagrado en sí mismo. Ya hemos visto ejemplos parecidos en los que estos recintos son protagonistas cuando se trata de asegurar un control o una protección frente a esas fuerzas de lo numinoso primordial que se pueden hacer presentes en cualquier momento y acerca de cuya capacidad 146 Existen numerosos ejemplos de esta vertiente mitológica. Ver al respecto el interesante trabajo de Fernando Alonso Romero, Santos e barcos de pedra. Para unha interpretación da Galicia atlántica. Edicions Xerais de Galicia, Vigo 1991. 220 para afectar violentamente a los seres humanos a los cuales alcance su epifanía nunca se estará totalmente seguros. Pero en segundo lugar, aparecen las tumbas, que apoyan ese carácter paradójico, liminal, ambigüo, característico del espacio-frontera que, al fin, viene a ser el santuario. Sabemos que, con mucha frecuencia a lo largo de la historia humana conocida, han ido asociados física y culturalmente los conceptos Santuario y Tumba, aunque no siempre hayan de corresponderse necesariamente uno con otro. Así, por ejemplo, los dólmenes han sido utilizados como lugares de enterramiento por culturas posteriores y a través de muchos siglos han conservado un carácter de entornos relacionados con lo sagrado, hasta tal punto que, incluso, han llegado a construirse iglesias cristianas sobre ellos o se les ha santificado mediante el añadido de cruces y símbolos de dicha religión, pero sin destruirlos ni dañarlos, lo cual es un indicio de que, a pesar del cambio occurrido en el sistema de creencias, el propio edificio dolménico desprende de sí una influencia perfectamente perceptible y aceptada en tal sentido. Con el advenimiento del cristianismo, las preocupaciones establecidas en torno a la unidad y pervivencia de la comunidad de fieles por un lado y el mantenimiento de esa influencia más allá del propio hecho de la muerte por otro, determinaron la necesidad de conservar los cuerpos difuntos de los feligreses de cada parroquia o iglesia campesina vinculados con su comunidad religiosa. Esta circunstancia determinó que la inicial despreocupación cristiana por el destino terrenal del cuerpo se transformase en una auténtica obsesión referente al control de esos mismos cuerpos, que debían permanecer en su eterno reposo bajo la influencia del lugar sagrado que era la iglesia en sí. Como el espacio próximo al altar mayor del templo o el de sus capillas y lugares inmediatos terminaron por colmarse con los innumerables cadáveres allí enterrados en el transcurso de los años, se hizo necesario extender, en el exterior del templo, un terreno limitado y circundado por un muro que le diese la necesaria entidad, para poder sepultar en él los cuerpos de los fieles fallecidos, de manera que estuviesen igualmente protegidos por la influencia del templo. El cementerio –que así se denominó ese nuevo terreno anexo al templo principal- adquirió por tanto su condición de lugar sagrado que, poco a poco, fue alcanzando un estatus categorial virtualmente idéntico al del edificio en cuyo interior se llevaban a cabo los actos litúrgicos del culto cristiano. Los 221 difuntos de la comunidad ya no estaban desamparados, sino protegidos en un lugar que era una prolongación del propio santuario y que los defendía mediante los rituales practicados en el momento de su consagración solemne, ceremonia en la cual el obispo recorría, en una suerte de circunambulatio, los puntos clave del recinto –en cada uno de ellos solía colocarse una cruz o una señal- para establecer un perímetro de seguridad levantado contra las maquinaciones del diablo o de las fuerzas maléficas. Sin embargo, la fuerza liberada por estos rituales de consagración y protección podía utilizarse en varios sentidos, no siempre acordes con las intenciones establecidas por la jerarquía eclesiástica. En el empleo heterodoxo de tales energías depositadas sobre el terreno consagrado intervenían también, como no podía ser de otra forma, los sistemas de creencias antiguos, que, procedentes de una edad ignorada y depositados como un auténtico tesoro en ese archivo maravilloso y al tiempo terrible que es el imaginario colectivo, dejaban sentir todavía su influencia, pese a los siglos transcurridos, pese a las persecuciones y a la represión inclemente que intentaron eliminarlos de raiz. Pero no se pueden eliminar de raiz las rocas sobre las que se asienta el mundo, ni extirpar con fuego y saña el impulso vital que fundamenta las ansias de conocer y de participar en las manifestaciones más íntimas de una energía universal, motor perpetuo e inagotable de la mente humana. Así, las tumbas se convirtieron muy pronto en umbrales y puertas de comunicación establecidas entre este mundo y el otro. Sus ocupantes, que según lo pretendido por la Iglesia debían descansar en paz, manteniendo un tranquilo reposo hasta que la trompeta del juicio final convocase a los vivos y a los muertos, comenzaron a mostrar signos de una vida propia y a llevar a cabo actividades inquietantes y, en ocasiones, peligrosas, para la comunidad que los mantenía en su seno como testigos de una creencia universal y excluyente en una vida futura más allá de la muerte. Los muertos empezaron a salir de sus tumbas y la noche recuperó sus miedos y temores a lo que podía estar acechando en la oscuridad. Los difuntos peligrosos y malignos vagaban de nuevo, sin que los esfuerzos de las gentes pudieran impedir aquellos desafueros más que acudiendo a los antiguos sistemas, que se utilizaban en las edades ya casi olvidadas, cuando los viejos y 222 espesos bosques albergaban criaturas monstruosas y eran el marco reservado de cultos prohibidos, celebrados en honor de los dioses oscuros. Se descubrió así que los antiguos dioses y diosas –esas auténticas fuentes de lo numinoso considerado como fascinante, terrible y, en ocasiones, extremadamente cruelno habían perdido tanto terreno como se pensara bajo la influencia de la nueva religión cristiana; y su imperio no tardó en conquistar de nuevo el marco de los grandes espacios, donde todavía podían verse aquí y allá los trazos sobre la piedra que constituían los signos y las señales –quizá las voces- de un antiguo y desconocido Saber. Las tumbas sirvieron, por tanto, como medios de comunicación con el Más Allá. De ellas salían los muertos que iban a formar las temidas procesiones, compañas y huestes de almas penantes. Algunas de estas comitivas de difuntos recorrían los húmedos y oscuros caminos aldeanos para llevar el anuncio de la muerte para alguno de los vecinos, que intentaban por todos los medios contrarrestar esas tétricas influencias con todo tipo de sortilegios, oraciones y objetos mágicos recuperados de las antiguas creencias. Otras de estas procesiones iban al bosque –lugar-frontera por excelencia- para entregarse allí a todo tipo de extrañas actividades y capturar, si se terciaba, a los descuidados viandantes que tuvieran la osadía, o la necesidad inexcusable, de recorrer aquellos caminos. Andad de dia, que la noche es mía, prescribe la vieja fórmula, que ya tiempo atrás había sido elaborada para ordenar el continuum espacio-temporal y distribuir adecuadamente el uso de sus horas entre vivos y muertos. Incluso las sepulturas del cementerio, acogidas por tanto al resguardo del santuario, podían generar daños y enfermedades si no se guardaban las distancias o no se tomaban las debidas precauciones. En la medicina popular gallega se habla, así, de una curiosa dolencia que, si no se le ponía remedio, podía acabar con la vida del afectado: es el llamado mal de cementerio, no muy diferente del aire de morto del cual también había que cuidarse. Las mujeres embarazadas y los niños de corta edad resultaban especialmente susceptibles a estas malignas influencias que, curiosamente, podían remediarse utilizando ciertos ingredientes entre los que se contaba, precisamente, la tierra de una tumba: aquella de la cual se presumiera que podía haber partido el daño. 223 El ámbito de los muertos es siempre un lugar peligroso, por más que se intente contrarrestar su poder con medidas y fórmulas rituales. Y también es un efectivo instrumento de polarización y división del espacio, ya no solo respecto a la clásica separación establecida entre lo profano y aquello que corresponde a lo sagrado, sino, dentro de este último plano, referido a una clasificación mucho más especializada y rigurosa, mantenida a lo largo del tiempo, en la que parece actuar por su cuenta un doble juego de oposiciones: el articulado entre el conjunto de conceptos Numinoso – Sagrado – Religioso por una parte y el integrado por lo Sagrado-benéfico (Bien) y lo Sagrado-maligno (Mal) por otra. 224 4.4. Lo sagrado y las fronteras de lo sobrenatural. Se impone una reflexión acerca del ámbito de lo sagrado y sobre su naturaleza, desde el momento en que se acerca uno a cualquier conjunto de leyendas y tradiciones cuyo asunto afecte a manifestaciones de lo sobrenatural, entendiendo por tales las comprendidas en un amplio abanico de experiencias en las cuales y por sus consecuencias, influencias o efectos, se sobrepasen real o virtualmente los limites culturalmente establecidos para los actos de la realidad considerados como normales. El verdadero problema metodológico aparece cuando no se tiene en cuenta la condición cultural –es decir, de naturaleza histórica y además, acordada, convenida y pactada de acuerdo con unos intereses de clase, grupo y estatus- de todos aquellos conceptos con los que vamos a trabajar dentro de este terreno y sobre todo de los que afectan o se derivan más o menos directamente de eso que denominamos realidad o de lo que entendemos como normalidad de una situación. Sin embargo, ese ejercicio previo que el investigador debe realizar para delimitar y poner a su alcance un cierto campo de estudio, pueden llevarlo a cabo los textos literarios con sus mecanismos propios de ajuste de la realidad que describen en un momento dado, o señalando los parámetros que en esa circunstancia van a inspirar los criterios de normalidad establecidos para una situación dada. Veamos, como ejemplo, un poema muy breve de Alvaro Cunqueiro, autor gallego experto en el dibujo de paisajes y de personajes sobrenaturales en los que suele expresarse magistralmente esta posibilidad de los textos para definir –o re-definir- por sí mismos la realidad y sus elementos connotativos. Díxenlle á rula: Pase miña señora; E foise polo medio e medio do outono por entre as bidueiras, sobre o río. O meu anxo da garda, coas azas sob o brazo dereito, 225 na man esquerda a calabaciña da auga, ollando a rula irse, comentóu: -Calquera día sin decatarte do que fas dices: Pase miña señora¡ e é a alma tua a quen despides como un ave nunha mañán de primavera ou nun serán de outono. 147 El autor, mediante unas breves pinceladas de gran intensidad cromática y de una delicada belleza, plantea un interesante esquema articulado sobre las relaciones mantenidas entre este mundo y el Más Allá. En primer lugar, nos presenta a la rula o tórtola común, ave que puede verse en las campiñas gallegas y que precisamente en los albores del otoño parece desplegar gran actividad, como si estuviera preparándose para emprender un gran viaje. Pero esta ave de la familia de las palomas, aunque suele ser más pequeña que ellas, puede llegar a mostrar en ciertos casos un porte y tamaño destacados si la consideramos entre el resto de los pájaros campesinos de Galicia y, como la paloma, se ha asimilado desde tiempos remotos al tránsito hacia el Otro Mundo y a la conducción de las almas, así como a relacionarse con lo que Anatole Le Braz denomina intersignos, es decir, premoniciones o avisos de muerte para quienes deben abandonar nuestro mundo en breve plazo. El característico canto de la rula, una especie de arrullo que, sin ser demasiado fuerte, puede llegar a percibirse desde muy lejos, se ha interpretado en algunas tradiciones populares como una llamada destinada al alma de alguien que va a morir en las próximas horas. Nos encontramos por tanto con un ave migradora y habituada a largos desplazamientos, a la que el poeta se dirige mediante una fórmula de cortesía pensada para cederle educadamente el paso. La rula, fiel a sus características 147 Alvaro Cunqueiro. "Herba de aquí e de acolá" (1980). Le dije a la rula: Pase, señora mía.Y se fue, por el medio y medio del otoño, por entre los abedules sobre el rio. Mi ángel de la guarda, con las alas sobre el brazo derecho y la calabacita de agua en su mano izquierda, mirando como se iba la rula, comentó: Cualquier dia, sin darte cuenta de lo que haces, dirás: Pase, señora mía. Y será tu alma la que despidas como un ave, en una mañana de primavera o en un atardecer de otoño.(Traducción libre del gallego, J.L.Cardero) 226 como mensajera y psicopompa, contesta emprendiendo el vuelo –que realiza, según se dice, por medio y medio del otoño, entre las bidueiras (o abedules), sobre el rio- y que tal vez tenga como destino el Más Allá, pues tanto primavera y estación otoñal, como el rio –por no hablar de los espesos bosques que suelen formar en compañía bidueiras y carballos- son considerados en la tradición, según es sabido, como fronteras y espacios propios del reino de los muertos. Por si no bastara lo dicho para reflejar el carácter sobrenatural del episodio, en la segunda parte del poema aparece el comentario del ángel de la guarda, realizado con sus alas sobre el brazo derecho, señal de que en ese momento cumple una misión que no es, precisamente, apotropaica o de protección, sino de advertencia –al fin y al cabo él, que es un ser del Otro Mundo, posee por ello una naturaleza ambigüa, paradójica y contradictoria- y puede actuar, además de en su función propia, tambien como una entidad psicopompa capaz de arrastrar las almas consigo. Tal vez signifique algo al respecto la calabaciña de agua –propia de los viajeros y peregrinos- que lleva en su mano izquierda, mano relacionada con la muerte y el tránsito hacia el Ultramundo. Por eso le dice al poeta: Ten cuidado...Cualquier dia.... Este breve y hermoso dibujo literario muestra de que manera un texto puede apropiarse de la realidad –sea cual fuere la auténtica naturaleza de ésta, si es que tal naturaleza existe- resaltando de pronto, con una fuerza inesperada, imágenes propias de un espacio-tiempo escondido y diferente, hasta entonces no manifestado, cuyo carácter relativista se destaca como una posibilidad concreta, sorprendente, quizá impensada, dentro de un abanico de condiciones culturalmente definidas. Aquí, un paisaje otoñal, lleno con la expresión de entidades comunes en la vida cotidiana –árboles, pájaros, rios- a las que, con el poder connotativo del texto, se ha comunicado mágicamente una condición misteriosa, puede convertirse de manera insospechada en la entrada que nos lleva hacia un reino mágico, en el que, desde siempre, residen nuestros sueños. Algo semejante a caminar por una soleada ladera frente al océano que cambia de color, y toparse, a la vuelta del camino, con el mundo de las hadas... Así surge lo sobrenatural, en cualquier esquina del paisaje, a causa de una invocación aparentemente realizada al azar o por unos pasos dados en 227 una dirección imprevista. Nuestra existencia se desarrolla en terrenos fronterizos, muy próxima siempre a la cesura, a la pausa –terrible e inquietanteque separa la vida de la muerte, que enfrenta la luz con la oscuridad, o que obliga a distinguir los empeños de la naturaleza de esas estructuras culturales que, desde el alba de los tiempos, singularizan para bien o para mal la obra humana, aunque muchas veces éstos accidentes y obras titánicas de la tierra, se vean incluidos también, quizá a su pesar, en el camino humano. Lo numinoso surge muchas veces de aquella cesura, ya que el desarrollo mismo de la vida es como una sucesión encadenada de versos a la que en ocasiones es difícil encontrar un sentido. Entonces es necesario detener la marcha por un instante, dar un tiempo mínimo a la respiración agitada. Y en ese preciso momento, esperada o inesperadamente, pueden abrirse de par en par ante nosotros las puertas de otro mundo. Desde ese ámbito misterioso llegan hasta nosotros ciertas señales que nos esforzamos por interpretar. Muchos cuentos populares y leyendas reproducen esa situación en la que predomina la incertidumbre y el temor ante lo desconocido. Recordemos, por ejemplo, la inquietante experiencia de aquél que, caminando en cierta ocasión por una calle oscura, vio como allá al fondo del lugar hacia el que le llevaban sus pasos, alguien parecía hacerle señas con la mano. Se acercó para ver que ocurría y nada más se supo, salvo que le encontraron al dia siguiente sentado en el bordillo de la acera, completamente trastornado y murmurando unas frases sin sentido sobre una silueta oscura, de ojos rojos y muy alta. O aquél otro caso ocurrido en Bretaña a un caminante nocturno, el cual escuchó los sones de una gaita en medio del bosque y, acercándose al entorno del que parecía partir la extraña melodía, se encontró con algo que borró para siempre la sonrisa de sus labios y la esperanza de su alma. Pero jamás se supo cual había sido la causa de tal tropiezo ni nadie se atrevió desde entonces a circular, fuera de dia o de noche, por aquél bosque. Sin embargo, señales de algo raro había y algunas advertencias se dejaran quizá sentir en su momento, porque el bosque se llamaba desde hacía mucho el lugar de Pol goz o del Viejo Pol que, como los de por allí saben muy bien, es uno de los apelativos del diablo. Tirar de la barba al demonio puede llegar a ser, desde luego, motivo de entretenimiento y apuesta para cuando uno ha bebido demasiado o pretende 228 hacerse pasar por lo que no es. Pero los consejos que aparecen aquí y allá por casi todas las tradiciones de los pueblos del mundo insisten mucho sobre el peligro que representa, sobre todo, la temeridad que suele acompañar de una manera casi inevitable al desconocimiento y a la ignorancia. Todo ello acostumbra a formar parte del corpus de enseñanzas que se suministran a cualquier miembro del grupo social desde que nace y con mayor motivo a partir de su incorporación a la vida adulta, para hacerle saber cual es su lugar en el seno de la colectividad a la que pertenece y como debe relacionarse con todo aquello que, presentándose ante él en determinadas circunstancias, resulte ser desconocido, desacostumbrado o, lo que es lo mismo, peligroso. Así sucede con la experiencia o acontecer de lo Numinoso, que a veces interviene en alguna etapa de nuestras vidas, y que recibe tal nombre por considerar que es algo fluyente, de naturaleza no demasiado bien conocida, desprendido y proyectado fuera del y por el Númen. Rudolf Otto lo califica con las palabras tremendo, majestuoso, que corre y se entremezcla con quien –o quienes- lo presencian o permanecen ante ello. Y Mircea Eliade lo describe a veces como una hierofanía (en tanto que manifestación de una modalidad de lo sagrado) y a veces como la sombra de Dios 148. Lo numinoso se caracteriza por el sobrecogimiento que produce, por el temor y temblor irrefrenable que despierta ya no solo el Númen en sí, sino también su emanación e influencia, su posible orgé 149 . Aquí, en este nivel primario y casi sin elaboración posible a cargo de los sistemas culturales, confluyen al tiempo el aspecto divino y el demoníaco del Númen, tal como expresa Otto 150. Nos encontramos con algo que representa lo absolutamente ajeno. Y no es posible confundir aquí los términos, ni hacer prevalecer cualquier esperanza erróneamente concebida, puesto que en este plano no funcionan los resortes de la ley moral o no lo hacen adecuadamente. Lo numinoso no actúa por ira o por capricho, ni tampoco puede ser aplacado con sacrificios ni con ofrendas. Eso corresponde a una fase posterior de presentación de lo Sagrado institucionalizado en lo religioso. Lo numinoso solo se revela abruptamente, 148 En cuanto a lo primero, véase M.Eliade, Traité d´histoire des religions, Payot, Paris 1964. p. 16. Para lo segundo, véase el artículo de Eliade, “El creador y su sombra”, en Los dioses ocultos. Circulo Eranos III. E. Neumann y otros. Ed. Anthropos-Ediciones Uniandes, 1997. p. 67 y s. 149 Como la Orgé theoy o cólera de Yahveh, o de Dios que se expresa en varios textos del Antiguo Testamento. 150 Rudolf Otto, Lo santo (Das Heilige), Alianza Editorial, Madrid 1985. p. 29 y s. 229 deslumbra con su presencia inesperada, fluye, invade y aniquila, llegado el caso. Sin embargo, los seres humanos hemos aprendido a dominar esa terrible influencia que llega hasta nosotros, venida aparentemente desde lo desconocido y exterior que cae al otro lado de esa débil frontera, diseñada y establecida para protegernos de parecidos asaltos, ya que, como recomienda René Girard, es necesario mantenerse lo más alejado posible de las fuerzas de lo sagrado 151. Aunque, tal vez a causa de esa precaución necesaria, resulte excesivo hablar de dominio cuando nos referimos a nuestras relaciones con una fuerza cósmica semejante. Más bien sería mejor decir que, con el correr del tiempo histórico, nos hemos acostumbrado –o adaptado- a su presencia. Dicha adaptación implica, desde luego, una transformación en la manera de percibir lo Numinoso que, al tiempo, supone también un cambio en nosotros, sus receptores y en lo Numinoso mismo, que pasa así a presentarse, primero como lo Sagrado-numinoso, luego como lo Sagrado y finalmente, con el aspecto de lo Sagrado-institucionalizado o lo religioso. Aquello que conocemos como lo sobrenatural es una manifestación sensitiva que deriva más o menos directamente del conjunto de dicho proceso –en ocasiones, quizá sólo de una de sus partes o apareciendo inclinado más hacia una de ellas- el cual es de condición no tanto evolutiva como dialéctica (en el sentido dialéctico de la necesidad) y por eso engloba, asimismo, otros procesos adventicios. El poder evocador de los relatos es un instrumento prodigioso para acercarse a las fronteras de lo sobrenatural e incluso sobrepasarlas y adentrarse por esa región misteriosa donde todos los sueños parecen posibles. También lo Numinoso escoge con fecuencia esta via para llegar hasta el ámbito humano, ya que el camino señalado por las palabras fijadas mágicamente mediante el poder de los signos impresos o dibujados sobre una superficie –sea ésta del tipo que fuere- es uno de los preferidos por tales fuerzas para manifestarse. Algunos magos negros aprovechan este poder de lo escrito para construir textos que, verdaderamente, son puertas por las que es posible acceder al Otro Mundo y a través de las cuales pueden tambien llegar hasta nosotros entidades que permanecen junto a la frontera de separación 151 R. Girard, La violence et le Sacré. Huchette, 2002. p. 53. 230 existente entre planos distintos de la realidad, esperando una señal para atravesarla. Ya hemos dicho que estas entidades sólo pueden instalarse entre nosotros si son invitadas a entrar. Necesitan de una clave especial para que sea posible activar su poder característico, pero cuando así lo hacen, sus actos entre nosotros son muy difíciles, cuando no imposibles, de controlar y con frecuencia aquél que las ha convocado suele convertirse en su primera víctima. Uno de los ejemplos más famosos de textos que abren las puertas del Otro Mundo es, sin duda, el Necronomicon, citado por Howard Philips Lovecraft en 1921 en sus obras de ficción. Él lo atribuye a un autor loco, el árabe Abdul Al-Hazred, quien lo escribió en honor de aquello sobre lo cual se puede justificadamente afirmar: no está muerto lo que jamás duerme y, en el transcurso de los siglos, la misma Muerte puede morir. Aunque en casi todas las antologías y comentarios realizados al respecto, se afirma que el Necronomicon es un simple –aunque muy efectivo- recurso literario y no corresponde a ningún texto histórico real, no faltan testimonios de gente que dice haberlo visto en alguna biblioteca secreta y siempre vinculado con sucesos extraños y terribles, que implican locura, enfermedad y muerte para los atrevidos que han desafiado los poderes ocultos de esta obra maldita. Algunos investigadores involucran al famoso mago negro Aleister Crowley, indicando que, bien directamente, o actuando a través de algún amigo de Lovecraft, inspiró a éste la idea de fundamentar los aspectos más siniestros de sus relatos en una especie de fuente mitológica primordial y de orígenes oscuros e ignorados, pero que no se trataba de una idea apoyada en el vacío o en una más o menos afortunada invención o recurso literario, sino que se correspondía con las revelaciones obtenidas de un texto antiguo que en verdad, existía, y que Crowley había conseguido en circunstancias bastante particulares en cierto barrio de El Cairo 152. En cualquier caso, las referencias que hace el Necronomicon a deidades que llegaron a nuestro sistema solar y a nuestro planeta en épocas tan remotas que ya no se guarda de ellas otro recuerdo que el de una vaga mitología, no resultan tan fantásticas como pudiera creerse a la luz de los descubrimientos hechos sobre ciertas antiguas civilizaciones que se habrían levantado en 152 De hallazgos como estos, vinculados con otros personajes y circunstancias no menos siniestros e inquietantes, se habla en mi novela El Observador, todavía inédita. 231 lugares remotos y hoy cubiertos por las aguas oceánicas o por los hielos polares. También existen ciertos testimonios de experiencias relacionadas con un remoto saber poseído por algunos sacerdotes, magos, chamanes o druidas que les permitía utilizar contra sus enemigos fuerzas terribles que, sin embargo, no pudieron contener el avance de invasores decididos, cuando éstos se hallaban apoyados por importantes recursos económicos y suficientes fuerzas militares, tal como ocurrió con los romanos. Quizá esas crónicas elaboradas acerca de mundos desaparecidos, de territorios ancestrales arrasados por energías cósmicas de origen incierto o sobre hechiceros capaces de manejar fuerzas inconmensurables y peligrosas, sean los recuerdos de ciertos encuentros que los seres humanos de edades muy remotas tuvieron con los exploradores avanzados de otra realidad. O quizá no sean, al fin, más que lejanos ecos de batallas antiguas mantenidas en nuestro propio mundo entre diferentes sistemas de creencias y cosmovisiones enfrentadas. En realidad, en este terreno es mucho mayor nuestra ignorancia que los conocimientos de los que podamos alardear. Casi nada sabemos acerca de lo que tal vez haya en el fondo de los océanos bajo miles de metros de agua o sobre que secretos pueden recubrir las capas de hielos eternos en lugares como la Antártida o las elevadas cumbres del Himalaya o de los Andes. En cualquier caso, con independencia de que estos relatos puedan tener fundamentos más o menos acreditados, lo cierto es que todo el notable corpus que forman ellos, los posibles antecedentes y sus derivados posteriores, constituyen un verdadero umbral, una auténtica entrada que conduce hacia mundos mágicos y extraordinarios a los que muy bien puede entenderse ubicados con plena justificación bajo la influencia de lo sobrenatural. Pero lo mismo que existen textos mágicos que en un momento dado se transforman en caminos de paso y comunicación entre dos o más mundos, también hay lugares específicos que, desde tiempo inmemorial, han sido señalados para de tal función, como el ya citado Purgatorio de San Patricio, situado en la Station Island, dentro del Lough Derg, en el Condado de Donegal, Irlanda. O la ciénaga que existe en el lugar de Kerloch, muy cerca de la Baie des Trépassés, entre la Pointe du Raz y la Pointe de du Van, en el Finisterre bretón, en lo hace mucho tiempo fue la desembocadura de un rio, hoy 232 desecada e invadida por las arenas. Desde allí era posible llegar casi en linea recta, según la tradición, hasta las puertas del mismo infierno y escuchar en el silencio de ciertas noches especiales, en las cuales todos los fantasmas, almas en pena y espíritus desencarnados se echaban al camino, los terribles lamentos de los condenados al eterno castigo. En estos ejemplos en que lo Sagrado muestra su aspecto sombrío y cruel, puede observarse quizá mejor que en ninguno otro caso la naturaleza dual, ambigua y paradójica que caracteriza a este aspecto de la realidad que se manifiesta siempre como una respuesta a las reacciones del ser humano frente a lo desconocido. También es posible observar aquí con una mayor nitidez las cualidades de los límites que separan las instituciones y organizaciones humanas de esas manifestaciones de lo Sagrado, ya que sus características no se encuentran disimuladas por otros factores que sí influyen, camuflando o escondiendo las relaciones y estructuras en que las mismas se articulan, cuando estamos en la parte benigna y paternal que tanto relieve cobra en casi todos los ejemplos posibles de lo Sagrado-institucionalizado. Benigno y Maligno, lo Sagrado angélico y lo Sagrado demoníaco van siempre intimamente unidos y es prácticamente imposible separarlos, ni siquiera con el recurso a la ley moral que, desde un principio pretendió poner a cada uno de estos sectores de lo Sagrado en su lugar correspondiente. Ese es, precisamente, según todos los indicios, una de las causas del fracaso de esa norma que por intereses ideológicos divide y coloca en extremos inconciliables y antagónicos aquellos principios que han de coexistir y combinarse dialécticamente para constituir lo que, en el fondo, no puede ser otra cosa que una visión pactada y convenida de la realidad. Cuando nos encontramos frente a las manifestaciones sobrenaturales esto que decimos puede comprobarse mejor en el caso en que dichos fenómenos se desarrollen con una cierta tranquilidad y mesura, pues corresponden así a momentos más avanzados desde el punto de vista de su ganancia cualitativa. Aquellas manifestaciones que se llevan a cabo de manera dramática, espectacular y casi-explosiva, se identifican más bien con lo que podríamos considerar fases poco evolucionadas del proceso, que todavía conservan en ellas, dentro de sí, una gran y predominante influencia de lo numinoso. 233 Tenemos, por tanto, dos cuestiones que se nos muestran de forma aparentemente contradictoria: por un lado, cuanto más se aproximen las manifestaciones sobrenaturales al lado sombrío de lo Sagrado-numinoso, tanto mejor podremos observar el juego de su naturaleza dual y ambigua. Por otro, las propiedades de los límites que separan lo sobrenatural y lo cotidiano se observarán con una menor calidad, cuanto más explosiva y volcada hacia lo numinoso o lo Sagrado-numinoso sea la manifestación en sí. La mejor observación, por tanto, será aquella que, de una manera más cabal, reuna y concilie ambos aspectos de las manifestaciones sobrenaturales: de un lado, la mayor cercanía posible hacia lo sagrado no institucionalizado o lo más próximo posible a lo numinoso; y de otro, aprovechar las fases tranquilas y menos traumáticas de su desarrollo para analizar el carácter y condición de las fronteras de separación entre planos de la realidad que el proceso debe atravesar. Por eso, es inevitable concluir que el método de observación más adecuado de las manifestaciones sobrenaturales será aquél que las sorprende en el preciso instante en que trasponen o atraviesan ese espacio-frontera del que tantas veces hemos hablado y en el cual podemos apreciar ahora la utilidad de sus propiedades transformadoras, lo mismo que podemos comprobar que dichas propiedades son debidas realmente no tanto al espaciofrontera en sí, cuanto a la actividad de las manifestaciones que lo surcan fluyendo a su través. Al mismo tiempo hemos de considerar a esas manifestaciones como presencias de las que debemos ser conscientes o a las que hemos de observar en sus estados sucesivos entendidos sincrónica y diacrónicamente. Este análisis nos hará comprender seguramente mejor en su conjunto las condiciones en que se realiza la observación de una manifestación sobrenatural y, al tiempo, el juego que se establece entre los distintos aspectos que dicha manifestación presenta de ordinario y que se van a reproducir en las declaraciones de los testigos que nosotros recogeremos. Lejos de representar un batiburrillo indescifrable de datos aparentemente desconectados entre sí, alejados unos de otros, incluso contradictorios, nos mostrará que el valor de esos datos responde, primero, a un resultado discreto derivado de un proceso singular de integración perceptiva propio de cada sujeto. Por otra parte, 234 existirán tantos resultados discretos como observadores del fenómeno en cuestión aparezcan distribuidos a lo largo del tiempo y del espacio. Y segundo, responde asimismo a los aspectos sucesivos –también probablemente susceptibles de ser traducidos en valores discretos- que se desprenden de los diversos intervalos de la manifestación sobrenatural observados a medida que atraviesa el espacio-frontera o, una vez desprendida ya de él, según camina, muestra y se desplaza por nuestro mundo. Todo esto nos lleva a preguntarnos con Carl Gustav Jung ¿Qué cosa ven dos personas cuando dicen que han visto la misma cosa? 153 . Se trata de una pregunta importante que hemos de plantearnos quizá antes que cualquiera otra, cuando hayamos de analizar las manifestaciones sobrenaturales que nos ofrecen el conjunto de tradiciones y relatos de una cultura determinada o las declaraciones de un testigo contemporáneo susceptibles de ser recogidas directamente, al calor mismo del acontecimiento. La casuística está formada por los acontecimientos relatados por los testigos, los cuales, al tiempo que informan sobre aquello que se ha manifestado ante ellos, delimitan también con su declaración las condiciones del suceso y dibujan el aspecto de las propias fronteras del hecho. Este triple aspecto del testimonio debe ser cuidadosamente recogido a fin de que podamos tener una visión lo más completa posible. Es en dicho campo semántico donde podrán establecerse las cadenas de significados desde las cuales podrán integrarse aquellos acontecimientos en el campo general del conocimiento del grupo social correspondiente. Así se construyen muchos de los elementos propios de tradiciones y leyendas que, más adelante, como núcleos de sentido, podrán ser reutilizados siempre que sea preciso con la única limitación de su valor significante, que podrá variar de acuerdo con las circunstancias históricas y culturales propias de cada caso. Hemos dicho que la propia condición de lo Sagrado-numinoso va a cambiar de acuerdo con la intervención de los testigos. De manera progresiva, las observaciones de lo Sagrado-numinoso se van haciendo más frecuentes, más accesibles cada vez a un mayor número de testigos. Si una de las 153 Hacemos referencia al extraño asunto de las visiones experimentadas por Jung y por una acompañante suya, cuando visitaron la tumba-baptisterio de Galla Placidia en Ravena. Ver C.G.Jung, Ma vie. Souvenirs, rêves et pensées. Gallimard, (1973), 2007. p. 449 y s. 235 características de lo Numinoso era la brusquedad de su aparición y la sorpresa aplastante ejercida sobre el testigo o los testigos –siempre presentes en número reducido- los cuales posteriormente comunicaban la hierofanía a los restantes miembros del grupo, pero quedaban sujetos a un cambio fundamental por haber sido tocados por esa energía fascinante y tremenda, la abundancia de las manifestaciones modifica igualmente a lo Numinoso y provoca su transformación en algo que ya no conmueve profunda y radicalmente, pues se ha institucionalizado y va a canalizar entonces su energía a través de los especialistas –sacerdotes, chamanes- que disminuyen así los riesgos de contactos directos con los fieles o con los adeptos que presencian la ceremonia. Esto no sucede en el caso de movimientos religiosos en los cuales aquellos aspectos de lo Numinoso todavía no han sido bien regulados o no lo han sido en absoluto, como ocurre, por ejemplo, en muchas de las variedades y ritos del voudu. Aquí esas fuerzas se ven muy poco constreñidas y el ceremonial o los ritos se llevan a cabo únicamente sobre aspectos procedimentales que marcan el acceso de una divinidad determinada sobre alguno de sus adoradores, pero no sobre el poder que hipotéticamente esa divinidad manifiesta para poseer a sus adeptos escogidos. No es infrecuente que habiendo sido invocado algún loa o deidad voudu, descienda otra distinta sobre el adepto que esperaba ser poseído por la primera. Eso puede conllevar algún peligro para el afectado. En este sentido, las fuerzas de lo Numinoso actúan en los límites de una estructura religiosa o semi-religiosa (en el sentido institucional del término), es decir, experimentan alguna restricción en su manifestarse, pero cuando lo hacen dentro del marco propuesto, no quieren ser canalizadas ni dirigidas en su fluir o en su descenso, más que desde un plano puramente formal del acontecer. Todo lo dicho debería suministrar bastante información, como para que fuera posible trazar un pequeño bosquejo sobre lo que representan finalmente, para los seres humanos integrados en un grupo social concreto, las manifestaciones sobrenaturales. Y también debería proporcionar algún conocimiento acerca de lo que son y como se comportan las fronteras culturalmente señaladas con respecto a lo sobrenatural. Si, en el sentir de Mircea Eliade, lo Sagrado –que consideramos debería ser más bien lo 236 Sagrado-numinoso e incluso lo Numinoso propiamente dicho- señala de una manera absolutamente clara todo aquello que toca, dividiendo por ejemplo el espacio en sagrado y profano a través de la hierofanía, el grupo humano, mediante sus instrumentos culturales adecuadamente dispuestos, no sólo va a conseguir la adecuación de lo absolutamente otro a sus necesidades, sino que además logrará –por lo menos en una parte importante- su transformación e instalación en lo Sagrado institucionalizado y en lo religioso. Las fronteras con lo sobrenatural van a estar delimitadas –tanto en lo que se refiere a los dioses, como en lo que atañe a los Muertos- por aquellas necesidades grupales, y los dioses, representación un poco apagada ya de lo Numinoso primordial, pero que todavía puede quemar e influir poderosamente en algunas circunstancias, van a residir, desde ese instante, en altares y templos presuntamente fundados por ellos, pero dirigidos en la práctica por sacerdotes que han heredado su poder. El mundo de los Muertos se rige por otros criterios y por experiencias distintas, entre las que no debe dejar de destacarse el temor, el miedo a dejar de ser, o la posibilidad, siempre existente, de confluir en un mismo interés con los Monstruos y los dioses oscuros. Los especialistas dicen que los difuntos vuelven hacia nosotros buscando respuestas… No es entonces un afán de dominio lo que prevalece en ellos, al menos en un primer momento, sino la sed, una sed inextinguible que se interroga una y otra vez sobre aquello que somos… Con los dioses aparentemente resignados a su exilio dorado y los Muertos buscando incansables una solución a nuestras dudas y a las suyas propias, el hombre podrá dirigir sus plegarias hacia un mundo divino que sitúa más allá de las nubes o de los cielos, en las estrellas, en la Via Láctea o al otro lado del Océano. Pero más pronto o más tarde, tendrá que tomar su lugar, él mismo, con sus iniciativas, problemas y misterios, en la sede que lo Numinoso ha dejado tal vez libre para siempre. En ese momento las almas de los que ya han abandonado este mundo regresarán para poner cerco estrecho a ese asiento peligroso. ¿Encontraremos alguna respuesta, algún alivio, a sus demandas? 237 5. Recursos mágicos y extraordinarios en los cuentos y tradiciones populares. 238 5.1. Casas que giran y muertos que caminan. Marchando a través del bosque de los sueños, pueden ocurrir algunos hechos sorprendentes. Tal vez el caminante se encuentre frente a criaturas maravillosas a las que no pueda siquiera contemplar sin perderse con ello para siempre en algún rincón encantado. Quizá, en su afán, tome ciertos caminos que sólo conducen a un extravío perpetuo, de esos que jamás se recuperan y que se anuncian mediante una roja y encendida puesta de sol en la que los mismos ángeles pueden quemarse. O posiblemente, tras una fatigosa jornada, llegue hasta un castillo encantado y misterioso desde donde seres de otro mundo dirijan hacia él tristes gemidos y engañosos argumentos, queriendo atraerle hacia sus garras y dientes, ocultos a la vista del viajero, pero no por ello menos ávidos. El Otro Mundo se encuentra así a un paso de nosotros, tan cercano como pueda estarlo nuestra propia piel, en la cual, a veces, sentimos los estremecimientos llegados desde esa realidad. Deseando quitarles importancia, casi siempre los confundimos intencionadamente con emociones cotidianas o con vibraciones surgidas, como las réplicas de algún seísmo, desde los abismos de lo inconsciente. Pero desde allí continúan enviándonos sus señales algunos entes cuya apariencia verdadera llenaría de horror nuestros días, poblando las noches que todavía nos fuesen concedidas con imágenes de fantasmas a los que mejor haríamos en no mentar siquiera. Así, ese ámbito en el que nacen los sueños y del que, como un fluir lento y poderoso de energías inconcebibles, llega hasta nuestro mundo la noticia de maravillas y portentos, se refleja en leyendas, narrraciones y consejas de todas las épocas, a través de las cuales se ejerce sobre nosotros la plegaria del desciframiento154, es decir, la fascinación que sólo la magia combinada de palabras y hechos es capaz de suscitar. Debemos preguntarnos si esos personajes maravillosos que ruedan, caminan y se desplazan a través de las páginas de textos cuya procedencia primera ya no es posible conocer con certeza, fueron quizá, en las edades 154 Tal como afirma Umberto Eco, El nombre de la rosa 239 representadas por un tiempo perdido, realidades indiscutibles y manifiestas con las cuales tuvieron que enfrentarse nuestros remotos ancestros. Ogros, gigantes, dragones y serpientes monstruosas, murciélagos-vampiros e increibles seres devoradores de cadáveres, que vagan por los desiertos y por las ruinas en busca de sus presas, no sólo pueblan textos más o menos creibles y misteriosos, sino las líneas solemnes que cruzan Libros Sagrados inspiradores de religiones y movimientos espirituales los cuales, incluso en nuestros dias, continúan conservando una enorme influencia económica, política y social. Así, los Gigantes aparecen citados en el relato bíblico como criaturas surgidas a causa de una cohabitación o mezcla interespecífica no permitida, pero que pese a todo ocurrió, mantenida entre los dioses (cuya auténtica naturaleza extrahumana se esconde aquí bajo la denominación más aséptica de hijos de Dios) y las hijas de los hombres. Parece que fueron una especie perniciosa capaz de aniquilar todo lo que se ponía a su alcance, aunque en la Biblia cristiana esa naturaleza maligna y depredadora ya no aparece destacada. Por otra parte, también en el Génesis se describen animales extraordinarios dotados de una inteligencia y astucia sobrehumanas, como la famosa serpiente tentadora, que coexisten con variedades vegetales cuyas propiedades van mucho más allá de la simple magia, pues se muestran capaces de otorgar, a quienes se atreven a probar sus frutos, además de la vida eterna, también aquello otro que es mucho más importante y significativo desde un punto de vista hermenéutico: el Conocimiento prohibido. La divinidad creadora aparece casi siempre en estos relatos como un artífice cansado, fatigado de lidiar con las características sorprendentes que sus propias criaturas exhiben, sin que se sepa muy bien de donde las han obtenido o en virtud de qué propiedad misteriosa las han desarrollado. Ni ángeles ni hombres marchan por el camino que para ellos estaba previsto: rebeliones, batallas, fracasos, nada parece salir bien. Tampoco los dioses de Popol Vuh son capaces de fabricar humanos que puedan tomar decisiones por sí mismos; sólo consiguen construir autómatas frágiles, a los que una y otra vez han de aniquilar, ya que no cumplen las expectativas previstas en el plan primero. También fracasan los anunaki mesopotámicos, que no parecen demasiado expertos en la creación de seres 240 que permitan a los dioses librarse de los trabajos más rudos. La aparición del ser humano como resultado de aquellos esfuerzos continuados es la señal para el desencadenamiento de guerras y enfrentamientos en los cuales los propios dioses se ven comprometidos. En un principio, las criaturas humanas estaban, según parece, dedicadas al servicio único y restringido ofrecido a sus primeros creadores, los dioses principales. Pero más tarde pasaron a ser bienes en disputa colocados al alcance de cualquier divinidad menor o, lo que resultó mucho más grave, a convertirse en proyectos productivos concebidos por demiurgos poco hábiles. Con ello no se tardó demasiado en provocar grandes males en el mundo y en tener que llegar hasta el extremo de exterminar la creación entera, ya que tanto se habían corrompido los proyectos e intenciones concebidos en un principio por los grandes dioses creadores. Así se narra, con unanimidad y coincidencia sorprendentes, en los mitos de origen que corresponden a culturas diversas. Como herencia de aquella pulsión mantenida por las egregias personalidades de diosas y dioses, ha continuado en sus criaturas –sean éstas fantásticas o no- la tendencia a demandar y llegado el caso, construir, artilugios, sistemas y mecanismos maravillosos, destinados a variar el curso de los dias, a estirar y encoger el tiempo y el espacio o a trasladarse rápida y a veces instantáneamente de un lugar a otro, sin importar las distancias ni los obstáculos. Tambien en ciertos casos, las criaturas pasan a desempeñar a su vez el papel de demiurgos e intentan crear seres vivos a su imagen y semejanza, aunque cayendo una y otra vez en cada caso en los mismos errores que sus mayores y que consisten, más o menos, en lo siguiente. Cuando se crea –o construye- un ser al que se desea encargar de labores rudas, mecánicas o tediosas, no se le puede dotar de conciencia ni tampoco fabricarlo tan perfecto que pueda llegar hasta hacerse pasar por su propio creador o competir con él. Si se comete esa equivocación, la criatura, de manera inevitable, pretenderá tener idénticos derechos que su creador. Y además, su pretensión será justa y legítima. De manera que el creador –más bien, demiurgo en éste caso- si no quiere verse desbordado y suplantado por sus propias criaturas sublevadas y reivindicativas, se verá obligado a introducir entre ellas el Mal y la Injusticia, de cuyo juego se deducirán enseguida el dolor, 241 el sufrimiento y la muerte, como elementos compensatorios del desequilibrio producido. Así, tal como queda dicho, se describe en las mitologías y en las tradiciones lo que sucedió en este mundo en el principio de los tiempos. Los dioses pretendieron crear al ser humano para descargarse de ciertos trabajos rudos y pesados que hasta entonces tenían que realizar. Pero, después de sucesivos ensayos, la humanidad que crearon resultó ser tan parecida a ellos mismos, que empezaron a tener problemas, según hemos descrito. Sin embargo, aun no llegando necesariamente hasta ese final dramático cuyo resultado es, por ejemplo, nuestro mundo, queda todavía aquello que Heidegger llamaría la tentación de la técnica, es decir, la pulsión por alterar y suplantar las normas de funcionamiento principales de la naturaleza, en cuanto atañe a trastocar, en uno u otro sentido, las relaciones establecidas entre espacio y tiempo, entre continente y contenido o entre el todo y la parte, por no citar más que algunas de dichas relaciones y considerándolas como una pequeña parte en el seno de todas las posibles. De ello se hace mención, asimismo, en las cosmogonias de muchos pueblos o en esos tesoros, repletos de información acerca de aventuras y comportamientos extraordinarios, que son los cuentos populares. Provistos de una relativa independencia temática respecto al escenario en el que se desenvuelven los afanes de los dioses y los trabajos de otras entidades de parecida especie, el mundo en el cual nos introducen estos textos de los cuentos y leyendas suele ser un entorno extraño, en el cual, desde el principio, aparecen alteradas muchas de las bases sobre las que se establecen luego los comportamientos y actitudes de sus personajes. Aunque a veces se dice que dichas narraciones –que antes de ser fijadas por escrito fueron transmitidas oralmente durante siglos- sirven para fijar modelos y pautas de comportamiento entre sus lectores u oyentes, yo creo que, por el pronunciado desajuste que presentan de ordinario las maneras de los personajes de dichos relatos no solo con respecto a la realidad cotidiana sino, además, en el interior del propio mundo fantástico que describen, de lo que se trata más bien es de proporcionar información al gran archivo del imaginario colectivo sobre alternativas coherentes en casos de una intensa distorsión de los modelos sociales en vigor. 242 Pero, sea como fuere, lo cierto es que en el marco textual de estas sociedades fantásticas aparecen toda una serie de recursos que podríamos considerar técnicos en el sentido antes señalado, ya que se aplican siempre que los personajes han de desplazarse a través del espacio o en el tiempo, así como en los momentos en que han de llevar a cabo alguna tarea o misión especial o deben enfrentarse a ciertos peligros. Así, un elemento curioso y llamativo que suele abundar en los relatos, sobre todo en aquellos que pertenecen a la tradición celta, es el castillo giratorio, una morada que da vueltas sobre sí misma y que corrientemente representa al Ultramundo. También puede derivarse de este tema los motivos, no tan frecuentes, de ciudades y de islas enteras que pueden girar sobre sí mismas e incluso desplazarse por los aires, o que poseen elementos que en ciertos casos son asimismo giratorios y móviles. En narraciones como el Viaje de Maelduin (establecido entre los siglos IX y XI de nuestra era), se habla, entre otras muchas maravillas de este tipo, de una isla con una muralla giratoria de fuego, en la que hay una puerta: desde esta puerta y si se detienen en ella el tiempo suficiente, los viajeros pueden contemplar la isla entera 155 . Lo mismo aparece en el libro llamado El Festín de Bricriu, cuando se describe la ciudadela de Cú Roí, que es una fortaleza giratoria, capaz de voltear sobre sí misma con la celeridad de una piedra de molino, siempre que se le cantara un cierto hechizo 156. La tesis de que estas moradas giratorias representan verdaderamente al Otro Mundo, se confirma, por ejemplo, cuando leemos una pieza tal como el llamado Pelérinage de Charlemagne à Jerusalem, obra anónima publicada en el año 1150 –o en el 1200, según algunas fuentes- y que en realidad encubre la peregrinación o viaje ultramundano del emperador. El Más Allá aparece representado por las maravillas que el viajero se encuentra durante el transcurso del mismo: arados de oro, imágenes humanas de bronce que soplan en cuernos de marfil y que sonrien como si estuvieran vivas, palacios que giran 155 156 Howard R. Patch, El Otro Mundo en la literatura medieval, o,c. p. 41. Ibid. p. 64 243 sobre sí mismos cuando sopla el viento sobre ellos y otras muchas cosas espléndidas y extraordinarias 157. ¿Cuál es el agente que hace girar estas moradas prodigiosas? En el ejemplo anterior, hemos visto que es el aire, cuando sopla. También puede ser el fuego, en los casos de murallas y cercas ígneas, las cuales, al ponerse en movimiento, quizá liberen asimismo un contenido significante fuertemente relacionado con el amplio campo de las sonnenrad y otras representaciones solares 158 . Pero en algunas ocasiones, es el agua la que proporciona ese motor de giro para los castillos y moradas del Más Allá, según sucede en una aventura de sir Gawain, caballero de la corte del rey Arturo, en la cual ha de cruzar un puente de acero más estrecho que una palma, acompañado de una mula o, alternativamente, un rio negro y profundo. Después de algunas dudas, termina por cruzar el puente, llegando entonces hasta un palacio construido con muros de cristal, alrededor del cual hay una profunda zanja colmada de agua, que empuja las paredes y las hace girar 159. Con una cierta frecuencia estos castillos extraños aparecen desiertos, o con sus pobladores –sin duda, seres del Otro Mundo- escondidos a la vista. Pero a veces, se muestran en sus muros unos extraordinarios defensores mecánicos hechos de cobre, dotados además con grandes, poderosos y mortíferos arcos, aunque también pueden estar auxiliados por hombres vivos. Tal es el caso que se describe en el Perlesvaus, cuando el héroe que ha podido alcanzar los huidizos muros del castillo encantado, tiene además que sortear los golpes y aserchanzas de guerreros mecánicos 160 . Una escena semejante le sucede al propio rey Arturo en el relato del siglo XIV titulado Arthur of Little Britain. En esta oportunidad el castillo al que llega el monarca está regido por Proserpina –según advierte la propia narración- y está lleno, 157 Ibid. p. 284. El Pelerinage de Charlemagne describe como el emperador, desarmado, pero en compañía de sus doce pares, viaja a Jerusalén y a Constantinopla. En esta ciudad es recibido por el rey Huon en su palacio encantado. 158 Las ruedas ígneas en movimiento son también elementos muy extendidos en la mitología indoeuropea, así como en la céltica y se interpretan como sonnenrad o “ruedas solares”. Por ejemplo, las ceremonias en las que se prende fuego a una gran rueda rellena de paja seca y se la deja caer por la pendiente de una colina, hasta un rio próximo y que son frecuentes en varios países y regiones de Europa. O el grupo mitológico de “Ruedas ardientes que bajan del cielo”. J.G. Frazer describe estos ceremoniales como El sol que baja la ladera y considera que forman parte de mitos y ritos relacionados con el fuego. 159 Junto a las paredes de cristal, hay también unas estacas en las cuales aparecen clavadas cabezas humanas, lo cual también parece un motivo celta. Se narra este episodio en el relato antiguo francés La Mule sanz Frain. Ver, Howard R. Patch, o.c., p. 287. 160 Ver en Le Haut Livre du Graal, Perlesvaus. En Howard R. Patch, o.c. p. 297. 244 además, de ocultas trampas mortales. Había allí habitaciones suntuosas con lechos magníficos, según se podía ver, pero tan pronto el rey intentó reposar sobre uno de ellos, fue inmediatamente amenazado por leones surgidos como de la nada, asediado por arqueros escondidos que le disparaban sus flechas, molestado por un gigante vestido con la piel de una serpiente y casi ensartado por dos lanzas ardientes que le embistieron de súbito y a las que apenas pudo esquivar. Estando ocupado en tales afanes, el castillo entero comenzó a girar de pronto, aunque Arturo pudo sujetarse a tiempo a una de las imágenes que estaban a la cabecera del lecho 161. Tal como es posible comprobar, las moradas giratorias de las que nos habla la tradición no son un lugar adecuado para obtener reposo ni sosiego, sino más bien un espacio de prueba lleno de asechanzas y peligros, advertidos a veces por los macabros restos cadavéricos que los sucesivos visitantes van encontrando a su paso. Estas fortalezas y castillos móviles suelen aparecer como obstáculos que es necesario salvar, en el curso de los caminos iniciáticos emprendidos indistintamente por caballeros en busca de aventuras, empeñados en alguna Queste o por aprendices del Conocimiento secreto. Casi siempre están rodeados por un territorio gaste, es decir, baldío y estéril, aun cuando esto, como casi todo lo que se presenta ante los sentidos del iniciado o del adepto, suele ser también engañoso y es necesario interpretarlo adecuadamente para poder salir con bien de la prueba planteada. El tema de las casas que giran, heredado de la tradición celta, ha pasado al corpus de cuentos populares y leyendas tradicionales de muchos países europeos, unido a otros motivos, como los que recoge Vladimir Propp en su clasificación temática de funciones desempeñadas por los personajes de los cuentos maravillosos 162 . En este sentido, en los relatos aparecen, entre otras piezas, cabañas que giran, tiendas que tiemblan y se estremecen ante el impulso de lo sobrenatural y casitas en el bosque que andan de un lado para otro o dan vueltas sobre sí mismas con el fin de impedir a los héroes que escapen o que penetren en ellas, según los casos. Porque el movimiento y el giro de tales elementos está concebido como una metáfora que representa el desplazamiento del mundo y habla sobre la 161 162 Ver, Howard R. Patch, o.c., p. 322. V. Propp, Morfologia del cuento. Editorial Fundamentos. 8ª ed., Madrid, 1992. pp. 37 y s. 245 mudanza y poca estabilidad de algo que, a simple vista, aparece como fijo e inamovible. Y nos concede una perspectiva de reflexión sobre el hecho de que no se puede entender el universo que nos rodea con planteamientos rígidos o inmutables. El cambio, la transformación y la hibridación, como símbolos de la naturaleza ambigüa y paradójica del Gran Saber, han de ser aceptados por el adepto que recorre el camino. He aquí que algo considerado en principio como un defecto importante heredado por los seres humanos desde el relativo fracaso de sus dioses creadores, se ha convertido finalmente en una pieza clave para entender mejor el mundo en el que permanecemos. El afán de sustituir a la naturaleza en sus funciones se esconde tras el pretendido empeño por comprenderla. Pero a ese impulso se debe, desde luego, el escaso progreso que podamos atribuirnos como especie, por más que con él, o mediante él, pretendan justificarse también ciertos horrores. Sin embargo, parece que junto al desarrollo de esa capacidad o habilidad tecnológica adquirida por la humanidad en el transcurso del tiempo histórico, no se acompaña necesariamente un mejor entendimiento del mundo, ni tampoco una integración en nuestro Saber de los misterios que ese mundo continúa guardando en secreto. Los textos en los cuales se mencionan esas maravillas –moradas capaces de girar sobre sí mismas, o de volar, llegado el caso, artefactos mecánicos que actúan como vigilantes y defensores- mencionan también en ciertos casos el carácter de los pobladores de esas estancias mágicas. Casi nunca se puede confiar en ellos plenamente, no ya porque vayan a engañar conscientemente al héroe del relato –que muchas veces lo hacen o al menos esa parece ser su intención- sino porque, en su presencia, suelen variar las condiciones habituales que en nuestro mundo cotidiano obran sobre las propiedades del tiempo y del espacio, de manera que uno nunca puede estar seguro del terreno que pisa, ni mucho menos de hacia donde conducen las puertas que, con una extraña atención e insistencia, puedan abrirse ante el viajero o visitante de esos extraños mundos. Estamos, ya lo sabemos, en el Más Allá. Un territorio que ha sido idealizado y denigrado a partes iguales por los representantes de la tradición y de los intereses que predominan en los grupos sociales. No pocas veces, la creencia que sustenta imágenes de este mundo incógnito se ha visto 246 potenciada en sus aspectos más alienantes y potenciadores de aturdimiento, ya que quienes colocan todas sus aspiraciones en un hipotético mundo ajeno al que se llegará después de esta vida, no suelen plantear demasiados problemas, derivados de reivindicaciones, a los dueños de este mundo cotidiano nuestro. Sin embargo, también puede haber, en los datos inconscientes de ese ámbito extraordinario, huellas de posibles recuerdos de otras formas de existencia de la humanidad, incluso aquellas que pueden derivarse de experiencias mantenidas con esos seres extraordinarios descritos en todos los textos tradicionales y en los libros que luego se convertirían en testimonios de las religiones reveladas. Quizá una exploración adecuadamente realizada de ese inmenso y desconocido depósito cultural que es lo inconsciente colectivo, o su expresión más concreta plasmada en el imaginario colectivo humano, pudiese depararnos más de una sorpresa al respecto. De todas esas vivencias, que pueden aparecer quizá misteriosamente encadenadas con los hechos más banales y rutinarios de una existencia, la descripción de moradas o habitaciones mágicas en las que el visitante va a experimentar sensaciones extraordinarias, tal vez se combine en algunos casos con otro hecho curioso de dicho acontecer: aquél que representa o incluye dentro de su estructura significante a los muertos que caminan. El muerto ha de ser, por su propia condición, algo estático y muy poco proclive a los desplazamientos y traslados, como no sean forzados e impuestos por alguna necesidad externa. Así, primero la sepultura –un simple hoyo cavado en el suelo aprovechando algún hueco ya existente, una grieta del terreno o un sencillo amontonamiento de piedras- y más tarde la tumba mucho más elaborada que, en ocasiones, llegaba a constituir una verdadera vivienda de los difuntos y hasta un enorme palacio, fueron siempre lugares concebidos para instaurar la inmovilidad del cadáver y conservarla a lo largo del discurrir histórico-temporal. La perpetuidad predicada de la muerte tenía mucho de su contenido significante amparado por esa figura de la inmovilidad. Hasta la propia y natural descomposición del cuerpo muerto, lejos de ser concebida como una forma de movimiento –que, en el fondo, es, hacia la disgregación y disolución final en la Nada- fue separada violenta y ferozmente, desde el punto de vista simbólico tanto como desde la inevitable evidencia física, para recluirla en una quietud encadenada con todo tipo de tabúes. 247 Los muertos que caminan son, por tanto, la negación más evidente de esa inmovilidad forzada y han de aparecer como el resultado de algún acontecimiento extraordinario o de ciertas conmociones que no pueden tener otro origen que la influencia de lo Sagrado-numinoso. La movilidad de los muertos, su desplazamiento autónomo, es un signo ominoso de que algo extraordinario se aproxima a nosotros. Y ese algo tan desmesurado e irritante, tan terrible como haya de serlo la misma muerte, solo puede representar o profetizar el final de los tiempos. La posibilidad de que los muertos caminasen fue tomada muy en serio en su dia con el surgimiento de una moda de imágenes que alcanzó notable difusión y que apareció en Europa durante los siglos XV y XVI: las llamadas Danzas de la Muerte. Son unas pinturas –de ordinario, frescos- que comenzaron a instalarse en los lugares de acceso y de tránsito de muchas iglesias sobre todo a partir de esos años, aunque la influencia de dichos temas venía arrastrándose desde los tiempos medievales y existen algunos ejemplos de obras de esa época. Obedecían casi siempre a un mismo esquema representativo que se repetía una y otra vez: un grupo de difuntos en número variable, figurados como esqueletos descarnados o como cadáveres semidescompuestos, irrumpía de pronto entre los vivos, a los que de grado o por fuerza arrastraba consigo en una especie de danza macabra. Los personajes vivos integrantes de esta farsa o zarabanda muestran aun hoy, con los rictus y expresiones de sus rostros, la poca gracia que les hace acompañar en semejantes bailes a sus cadavéricas parejas. Por contra, eran los muertos quienes abrían sus bocas desdentadas en una mueca espeluznante, mostrando con los movimientos desencajados de sus miembros o de su cuerpo en conjunto, una alegría desbordante y febril. Junto con estos representantes tan activos del Otro Mundo iban, en obligada danza, obispos, reyes, menestrales, doncellas y toda una nutrida muestra, la más florida y representativa, de los habitantes residentes en burgos y poblaciones o de la sociedad de entonces. Las pinturas de estas composiciones macabras que todavía se conservan en algunas iglesias y que, sin duda, eran vistas en su momento, igual que lo son ahora, por todos aquellos que entraran o salieran del templo, nos sugieren algunas cuestiones, entre muchas otras que pueden plantearse al 248 contemplar aquél espectáculo de cadáveres salidos de la tumba, mezclados con una temerosa tropa de circunspectos ciudadanos, arrastrados a su pesar en la incertidumbre de una actividad tan extraña y amedrentadora como aquella. Así, por ejemplo, cabe preguntarse. ¿Cómo llegaban los muertos hasta sus objetivos? Teniendo en cuenta que los cementerios no se hallaban muy lejos de los núcleos habitados, el trayecto quizá fuese corto. Pero nos imaginamos, primero, la reunión de los difuntos una vez salidos de sus sepulturas y, más tarde, la procesión, el caminar de aquellos cadáveres reanimados por un poder sobrenatural, para reclutar y conseguir a sus forzados compañeros de baile. También nos imáginamos el terror y la repulsión experimentados por estos últimos cuando se viesen de repente rodeados y sujetos por los muertos danzarines. ¿Se produciría el temible asalto por la noche o bien ocurriría durante la jornada diurna, a despecho de guardias y de vigilancias establecidas sobre ciertos personajes de alcurnia, empujados, igual que sus acompañantes menos protegidos, hacia la infame procesión? En esos frescos puede verse a los muertos que caminan, a lo que parece, en pleno día, pues algunos de sus acompañantes vivos portan con ellos, todavía, sus instrumentos de trabajo o los objetos de sus ocupaciones cotidianas. Mientras los esqueletos o cadáveres que les obligan a danzar, muestran también a veces algún detalle que da ciertas pistas en lo que se refiere a su sexo o, quizá, sobre las tareas que desempeñaron en vida, aunque eso no es frecuente, pues la mas que extendida uniformidad observada en los escasos atuendos de los difuntos, apenas cubiertos en su desnudez por un sudario, indica asimismo la diferencia de estado con respecto a los vivos y señala la macabra lección que, para éstos últimos, se desprende de tales escenas: desnudos vinisteis al mundo, desnudos os ireis de él, mal que os pese. Los muertos caminan, por tanto. Se deslizan desde sus tumbas hasta nosotros, presentándose de pronto, sin ser llamados, sin que podamos evitarlo con oraciones ni con sufragios, para llevarnos con ellos hacia un incierto destino. Imaginemos lo que ese peligro, real o fantástico, podría suponer en aquellos tiempos, en los que se pensaba mucho más y casi continuamente en el Otro Mundo, ya que por todas partes surgían los siniestros Memento mori, 249 con sus calaveras y sus gestos de burla. Cementerios como el parisino de los Santos Inocentes, situado casi a las puertas del mismo palacio real de las Tullerias, no permitían el olvido del destino que aguardaba a los vivos, a través de las pestilencias y miasmas que esos lugares despedían. Los muertos llegaban a invadir físicamente los hogares y los inmuebles próximos, porque de vez en cuando, la enorme acumulación de cuerpos y de restos humanos en diferentes estados de descomposición, producía el desmoronamiento de las paredes medianeras que separaban osarios y tumbas, de las cuevas y sótanos más inmediatos. Y tal hecho ocurrió, no una, sino varias veces, hasta que la situación obligó a cerrar definitivamente el cementerio en 1780 y a depositar, durante los años siguientes, los restos de millones de cuerpos en las Carriéres o Canteras subterráneas de Paris, donde permanecen hoy y pueden ser visitados por los curiosos 163. Pueden considerarse todos estos casos como referencias singulares de los muertos que caminan. Sin embargo, no siempre se desarrollaron los acontecimientos con tanta complacencia y tranquilidad, por más que dichas condiciones fueran ciertamente relativas y conformes, desde luego, según para quién. Pero al menos en una ocasión, los muertos parecieron caminar realmente y su propósito era cazar a los vivos. Ocurrió en Londres, durante los terribles años de la Peste Negra de 1348, conocida también como La Pestilencia y La Gran Mortandad. Fue un azote tan terrible, que se calculan entre treinta y setenta mil víctimas las producidas por la epidemia en el área urbana londinense de aquella época. Se consideró como un castigo divino, impuesto a causa de los graves pecados de los hombres. Sin embargo eso, con ser ya bastante horrible, no fue todo. Poco a poco se corrió un rumor insidioso: los responsables de aquella espantosa calamidad eran los propios muertos, que se levantaban por la noche de sus tumbas para morder a los vivos y contagiarles así el flagelo de la peste. Desde luego, más allá de las murmuraciones, no había pruebas de tales hechos, pero tampoco fueron necesarias. De la noche a la mañana se formó una extraña cofradía a la que pronto se conoció como Los Perros de Dios. Sus integrantes, cuya 163 Philippe Ariès, L’Homme devant la mort. Vol.1. Le temps des gisants. Éditions du Seuil, Paris 1985. p. 184 y s.. 250 identidad estaba protegida por el mayor de los secretos, se dedicaron, durante las horas de mayor oscuridad, a cortar las cabezas de los numerosos cadáveres que yacían insepultos por las calles. Los miembros de tan singular agrupación vestían largos hábitos negros, llevaban máscaras que reproducían las fauces de perros o lobos y se movían como fantasmas. De ahí la denominación que pronto les hizo famosos. Apilaban las cabezas cortadas durante el curso de sus correrías, en los atrios de las iglesias y allí las dejaban como testimonio de su paso. La gente, al principio, aplaudió el macabro empeño de aquellos desconocidos, que sólo pretendían, al decir de muchos, evitar la extensión del contagio, aunque con unos procedimientos un tanto radicales que no agradaban a todo el mundo. Sin embargo, aquél entusiasmo inicial duró poco. Los Perros de Dios continuaron cortando cabezas, aunque pasado un cierto tiempo ya no se preocupaban demasiado sobre si el sujeto al que atacaban estaba efectivamente muerto, era un moribundo en sus últimos momentos o, simplemente, se trataba de alguien que, no teniendo a donde ir en aquellos tiempos de aflicción, descansaba sus penas durmiendo en la calle. Los miembros de la fatídica sociedad debieron cogerle gusto al cuchillo del sacrificio, tal como, en los tiempos míticos, recomendaba Apolo a sus sacerdotes de Creta, y finalmente mataban a todo el que tuviera la desgracia de cruzarse en su camino. Así, los Perros de Dios pasaron a convertirse en una plaga más que añadir a la Peste. Se transformaron en monstruos sedientos de sangre y en un nuevo horror de las noches londinenses. Aunque la verdad es que, de repente, desaparecieron como si nunca hubieran existido. Hoy ya no parece quedar de ellos más que un siniestro recuerdo. Sin embargo, en el suelo de una galería del claustro de Westminster Abbey, todavía se puede ver una pequeña losa con su leyenda desgastada por el paso de los siglos: Bajo esta piedra –dice allí- descansan veinte monjes fallecidos por la Muerte Negra en 1348. Lo que no se dice es que, en esa sepultura, sólo permanecen veinte cráneos. Ni rastro de los cuerpos. ¿Por qué? Pues quizá porque los tales monjes fueron algunas de las muchas víctimas causadas por aquellas furias desatadas de la Noche –auténticos muertos que caminan- a los que se conoció en el siglo como Los Perros de Dios. 251 5.2. Las alteraciones del espacio-tiempo. La velocidad y los objetos mágicos. Se considera, quizá, por algunos, que esas nociones que afectan a la relatividad del continuum espacio-temporal son novedosas y propias de los desarrollos que el campo de la física teórica experimentó al comienzo del siglo veinte. Pero lo cierto es que afirmaciones de este tipo venían haciéndose ya desde tiempo inmemorial en los cuentos y tradiciones populares de muchas culturas del mundo, incluidas, naturalmente, las europeas. Sin ir más lejos, en los famosos y ya citados Imrama o relaciones de viajes al Otro Mundo de la literatura céltica, suelen ser bastante comunes situaciones como éstas, en las que el héroe y sus acompañantes, llegados a las tierras maravillosas del Más Allá, experimentan ese fenómeno tan característico por el cual el tiempo transcurre de manera diferente en ese lugar que en su mundo cotidiano y que las simples jornadas que allí se viven de forma tan placentera, se transforman en años vencidos cuando se cuentan desde el plano ordinario de la realidad. En algunos casos, cuando han de regresar a este mundo nuestro, los seres feéricos que les acompañaron en sus aventuras les advierten de la posibilidad de que vayan a ser afectados por cambios irreversibles. Y así sucede, en efecto, cuando aquellos que al principio de la aventura eran jóvenes y fuertes, conservando esa condición y características durante toda su permanencia en el Otro Mundo, se transforman instantáneamente en viejos arrugados, e incluso se mueren, mientras sus cuerpos acaban por convertirse en un montón de ceniza. Así sucede por ejemplo en el relato recogido del folklore irlandés titulado Oisin de Tirnanoge 164 , que podemos tomar como modelo. En él se habla del héroe-poeta Oisin, hijo de Finn, que, según se dice vivió trescientos años. San Patricio le preguntó en una ocasión cómo había alcanzado una edad tan avanzada y entonces el viejo héroe, le contó su historia. 164 Tirnanoge es en gaelico el País de la Juventud, una de las denominaciones del Paraíso Celta. Corresponde también al Más Allá o Ultramundo. La razón de ese nombre es que, según las viejas leyendas, la gente que allí reside permanece siempre joven y sana y vive eternamente. Una versión de este relato aparece en Cuentos populares y leyendas de Irlanda. Espasa Calpe Argentina, S.A.. Buenos Aires, 1947. p. 9 a 20. Aquí damos una versión más corta, resumida en sus lineas generales. 252 Se encontraba Oisin una mañana cazando junto a sus compañeros, cuando vieron venir hacia ellos una doncella que montaba un corcel blanco. Vestía fastuosamente con túnicas de seda y mostraba joyas de oro de gran valor. Sus cabellos y sus ojos eran los heraldos de una belleza que los dejó a todos sin habla. Lentamente avanzó hacia donde se encontraba Finn, el rey, quien preguntó a la hermosa dama por su nombre y procedencia: Soy la hija del rey de Tirnanoge y me llamo Niam, la de los Cabellos de Oro. Vengo de mi lejano país porque amo a tu hijo Oisin y esto es lo que me ha traído hasta aquí. Ni que decir tiene que Oisin quedó al instante prendado de ella y manifestó a la gentil doncella que, por su parte, la prefería a todas las princesas del mundo. Entonces –dijo ella- te impongo la geasa, que los héroes auténticos jamás violan, de acompañarme sobre mi blanco corcel a Tirnanoge, el país de la eterna juventud. Y describió las delicias de aquél paraiso con palabras tan arrebatadoras que Oisin no pudo resistirse más y montó con la princesa en su blanco corcel, no sin antes despedirse de su padre y compañeros que se quedaron muy apenados ante su marcha. ¡Ay de mí, hijo mío! –dijo tristemente el rey Finn, tomando entre las suyas la mano de su hijo- ¡Me abandonas y creo que nunca volverás! Finn le aseguró que no debia angustiarse por su marcha, ya que antes de que transcurriese mucho tiempo, volvería a visitarlos. Así, tras las despedidas de su padre y compañeros, el blanco corcel se lanzó al galope, llevando a Finn y a la princesa Niam rumbo al océano cercano, del cual empezó muy pronto a cruzar las azules aguas, rozando apenas las encrespadas olas con sus cascos herrados de oro. Según describe la narración, el viaje fue largo y pródigo en maravillas: pudieron observar jinetes fantásticos que se cruzaban en su camino acuático montados sobre corceles no menos fantásticos que el suyo propio, ciervos sin cuernos perseguidos por sabuesos blancos como la leche, pero de orejas rojas, islas con ciudades y mansiones resplandecientes, suntuosos palacios que se levantaban junto a las aguas del mar… Lentamente, en el horizonte, se fue dibujando ante los asombrados ojos de Oisin, un gran palacio. Era la residencia 253 del gigante Fomor, levantada en el llamado País de la Vida y se llegaron hasta sus puertas para descansar del viaje. Pero tal descanso no fue posible ya que, tal como nos dice el relato, allí mismo hubo de correr nuestro héroe una peligrosa aventura para liberar a la doncella que, en aquel lugar, se hallaba prisionera de dicho gigante la cual, angustiada, les pidió auxilio. Un guerrero como Oisin no podía hurtar el cuerpo a semejante compromiso. De manera que, viendo como se acercaba Fomor, le desafió prontamente, trabando con él un combate que duró tres días con sus tres noches, durante los cuales no probó bocado, ni se concedió reposo alguno. Pero la suerte le acompañó en su esfuerzo y consiguió por fin matar al gigante, liberando así a la dama prisionera. Luego, Oisin cavó una gran trinchera en la que depositó el cuerpo de su vencido contrincante, levantando sobre la tumba un gran túmulo de tierra sobre el que colocó finalmente una enorme roca. Cumplida aquella obligación, reanudaron Oisin y Niam su viaje a través del océano. Contemplaron nuevas y esplendorosas islas llenas de grandes mansiones, y también tuvieron que atravesar una fuerte tempestad del mar embravecido sin que su maravillosa montura se inquietase lo más mínimo, ya que continuó, imperturbable y sin ocuparse de las enormes olas levantadas por el viento, la veloz carrera emprendida desde un principio. Pronto llegaron a divisar una comarca extensa y verde, cubierta de flores y de jardines, con casas veraniegas dispuestas para el disfrute y solaz de sus habitantes. Era Tirnanoge, el Pais de la Juventud. Una vez llegados hasta las puertas de un suntuoso palacio que sobrepasaba en riqueza y esplendor todo cuanto nuestro héroe había conocido hasta entonces, el rey de tan hermoso territorio, padre de Niam la de los Cabellos de Oro, dio a Oisin la bienvenida más cordial y afectuosa, y pronto colmó sus más ardientes esperanzas, ya que, además de cubrirle de presentes y riquezas, le concedió la mano de su hija. Los dias sucesivos estuvieron llenos de festividades y de todo tipo de placeres. De tal manera que Oisin vivió allí durante más de trescientos años, aunque a él le pareció que solo habian transcurrido tres desde el momento en que se separara de su padre y amigos, a los que ya empezaba a echar en falta. 254 Entonces, con esa añoranza de las verdes tierras de Erin en su cabeza, Oisin pidió a Niam y a su padre que le permitieran regresar a su querido pais. Al escuchar aquella demanda, su mujer le dijo tristemente: Consiento, pero con gran dolor en el alma, porque mucho me temo que nunca volverás a mi. Pero Oisin quiso evitarle esa pena y desterrar los angustiados pensamientos de Niam. Argumentó a su esposa que ningún problema habría para volver con ella, puesto que el corcel blanco que los había traído conocía muy bien el camino y le ayudaría a regresar, despues de hacer una breve visita a su padre y a sus compañeros. Niam, viendole tan decidido a emprender el viaje, pareció aceptar entonces con mejor ánimo aquellas razones, aunque le manifestó que no encontraría su querida Erin tal como estaba cuando se ausentó de ella. Muchas cosas habían cambiado allí en todo aquél tiempo que a Oisin le parecía tan breve. Además le advirtió que si cuando estuviese sobre la tierra de Irlanda llegaba a poner sus pies en el suelo, jamás podría regresar a Tirnanoge. Bien enterado de todos aquellos pormenores, Oisin se despidió finalmente de su gentil esposa con gran dolor de su corazón, montando el corcel blanco. Este emprendió entonces como una flecha el camino de vuelta sobre las turbulentas aguas del océano, dirigiéndose hacia las costas de Erin. Avanzaron tan velozmente como en el anterior viaje y muy pronto llegaron a divisar las verdes tierras de su patria añorada. Una vez llegados a terreno firme, el caballo blanco comenzó a caminar tranquilamente como una montura más. Pero, mientras viajaba por el país abandonado hacía tanto tiempo Oisin se dio cuenta de que todo estaba muy cambiado. No reconocía los parajes tan queridos por él cuando cazaba con sus compañeros. Al ver un grupo de gente al borde del sendero, se dio cuenta del pequeño tamaño de aquellas extrañas personas, en medio de las cuales él mismo parecía un verdadero gigante. Se detuvo y les preguntó por el rey Finn y los fenianos. Los campesinos se le quedaron mirando con aire de extrañeza y apenas pudieron informarle. En efecto, habían oído hablar de tales personajes, pero se trataba de héroes de tiempos pasados. Ninguno de entre ellos vivía ya sobre la tierra de Irlanda. Todos habían desaparecido hacía mucho tiempo de entre los vivos. 255 Oisin estaba muy apenado por lo que escuchaba y lamentó la triste suerte del rey Finn y de los fenianos, pero continuó su camino sin detenerse, hasta llegar junto a unos hombres que, con gran esfuerzo, intentaban levantar una roca. Vio que, entre todos los ocupados en la tarea, no podían siquiera moverla un poco. Finn sintió vergüenza por ellos, ya que no eran capaces de izar una piedra que él mismo levantaría con una sola mano sin mayores cuidados. Quiso entonces ayudarles, pero, al inclinarse desde su montura para hacerlo, tuvo la desgracia de que se rompiese la cinta de oro que sujetaba la silla de montar. Para evitar la caida desde su caballo, lo cual hubiese sido algo humillante y vergonzoso, se quedó entonces parado, apoyando sin querer sus dos pies en el suelo. Pero al hacer esa maniobra, sintió como su blanco corcel quedaba libre de su peso. El animal cabeceó, relinchó y sacudió la orgullosa cabeza, partiendo en ese mismo momento con la rapidez de una centella, y dejando al jinete en tierra, desamparado y afligido. Aunque eso no fue todo. Desde el mismo momento en que sus pies tocaron la tierra de Irlanda, Oisin empezó a sufrir un gran cambio: su vista se empañó, perdió de golpe todas sus fuerzas y su aspecto hasta entonces terso y juvenil, convirtiéndose instantáneamente en un viejo arrugado, ciego, marchito y débil, que jamás pudo regresar a Tirnanoge ni reunirse con su esposa Niam, la de los Cabellos de Oro. Esta es, resumida en sus lineas principales, la crónica que aparece en antiguos documentos sobre las aventuras de Oisin, hijo del rey Finn y compañero ilustre de los fenianos, los antiguos y renombrados héroes de Erin, la también llamada Tierra de los Santos. Como podemos observar, en este viejo relato aparecen algunas características notables y que son dignas de destacarse. Desde luego, ya sabemos que el hermoso país de Tirnanoge es una imagen del Ultramundo o Paraíso celta, también conocido como Tierra de los Jóvenes o Tierra de la Eterna Juventud, la cual, sin embargo, tampoco está completamente libre de penas o cuando menos de ciertas preocupaciones, pues una vez al año el riente sol que alumbra aquellos parajes, se oculta entre nubes para dar paso a lo que se denomina el invierno de Tirnanoge, durante cuya permanencia, los 256 habitantes de dicho territorio no pueden salir de sus casas, ya que corren el riesgo de morir. Estamos, por tanto, en uno de esos sectores del Más Allá en los que la felicidad es posible, abundante y bien repartida, aún cuando en medio de tanta dicha, asome también la cara amarga de la muerte y del sufrimiento humanos. Sin embargo, aquí nos interesan ahora ciertos aspectos que se ponen de relieve en el curso del relato y que atañen a tres puntos principales que iremos detallando: la condición espacio-temporal alterada del viaje al mundo mágico, las características particulares del espacio-frontera que separa ese mundo mágico del nuestro cotidiano y que está aquí representado por el castillo del gigante Fomor, en el llamado País de la Vida y, por último, el medio de transporte utilizado para llegar hasta el Ultramundo –en nuestro caso, el corcel blanco- cuya presencia o ausencia en un momento dado, provoca fenómenos y modificaciones relativistas del espacio-tiempo, experimentadas sobre todo por aquellos personajes que regresan del Más Allá hacia nuestro mundo cotidiano. En primer lugar hablaremos del viaje emprendido hacia el mundo mágico. En el caso que nos ocupa, ese mundo se encuentra situado en una isla o grupo de islas, perdidas en la inmensidad del Océano. Se trata, desde luego, del océano Atlántico que rodea a la propia Irlanda y ya conocemos la tradición que hace de este Mar Tenebroso –casi siempre salpicado, sobre todo en aquellas latitudes, de turbiones, borrascas y olas tempestuosas- el lugar donde se encuentra la morada de los muertos. No hablamos, por tanto, de un paraíso subacuático, según aparece en otras leyendas, sino de un espacio situado sobre las aguas, bañado por la espuma de las rompientes y por la suave luz del sol. Pero el viaje hasta allí es largo y durante él podemos observar una intensa actividad y un trasiego de gentes y de animales involucrados en misteriosos desplazamientos, acerca de los cuales se nos suministran pocos datos. Seguramente el viaje, claramente dividido en dos etapas a las que separa el combate de Oisin con el gigante Fomor, está también afectado por las consiguientes alteraciones espacio-temporales, figuradas por las características de los animales que se cruzan con los protagonistas (el ciervo sin cuernos y el sabueso blanco de orejas rojas) o por 257 los encuentros con otros viajeros que se desplazan asimismo a través del continuum relativista, pero con los cuales no se puede establecer contacto. Además, el desplazamiento se lleva a cabo sobre un corcel compartido entre dos viajeros –lo cual indica también una circunstancia extraordinaria y plena de simbolismo (recordemos, por ejemplo, el signo templario: un mismo caballo montado simultáneamente por dos jinetes) relativo al significado que encierra ese viaje iniciático emprendido hacia Otro Mundo- y además, se efectúa rozando el agua con cascos dorados, lo que parece indicar, según la tradición, que no solo es un viaje iniciático sino que además, está volcado hacia la adquisición de un conocimiento secreto que se ha de compartir, pero que no es fácil de conquistar. La primera etapa del viaje termina en el Pais de la Vida y ante el castillo del gigante Fomor, el cual mantiene prisionera a una dama, motivo éste bien frecuente no solo en los relatos del folklore celta, sino que será exportado luego a los textos correspondientes de la Materia de Bretaña o del ciclo artúrico. La dama secuestrada y detenida por un gigante, por un monstruo, dragón, serpiente o diablo viene a simbolizar también la salvaguarda y retiro forzado del Conocimiento secreto, que siempre suele permanecer vigilado por una fuerza de tipo ctónico, como las citadas, y que debe ser arrebatado de esa Potencia terrestre o subterránea, a través de un combate feroz, prolongado y peligroso. Además de esta simbología proporcionada por el acontecer de la aventura de Oisin, las circunstancias a través de las cuales se arriba a este Pais de la Vida y el simple hecho de que el protagonista haya de detenerse en él para cumplir una misión con la que pone en riesgo su vida, episodio prolongado, por otra parte, durante el intervalo de un periodo mágico –tres dias y tres noches- en el cual ha de abstenerse de todo alimento, nos indican que en ese acontecer los héroes del relato están atravesando un espacio-frontera el cual se anuncia con ciertos signos o señales, produciéndose en él fenómenos extraños y siendo poblado por personajes ambiguos, paradójicos y muy propios de dichos territorios liminares y de prueba. El espacio-frontera suele presentarse siempre en los viajes iniciáticos y en los desplazamientos que en uno u otro sentido puedan llevar a cabo los espíritus y almas desencarnadas o los personajes que por alguna razón han de atravesarlo. También pueden encontrarse allí ciertas entidades que, o bien 258 permanecen en ese territorio fronterizo un cierto tiempo, o residen en él permanentemente. Es un espacio de prueba y asimismo un área de confrontación entre los distintos planos de la realidad. Como ocurre en este caso, la adecuada y correcta resolución del problema planteado permite el paso hacia la segunda etapa del viaje, que ya se desarrolla en el ámbito del Más Allá, aunque si nos fijamos en la descripción del relato que nos ocupa, los viajeros al reanudar la marcha en esta segunda etapa, ven desfilar ante sus ojos un paisaje muy similar al de la primera parte, lo cual confirma la condición bipartita y en cierto modo especular, de ese Pais de la Vida que hace las veces de espacio-frontera en nuestro relato. En cuanto al medio de transporte utilizado por el héroe del relato tanto para llegarse hasta el Otro Mundo, como para regresar de él, conviene meditar sobre el hecho de que el caballo es, no sólo un animal considerado como la imagen viva de la velocidad desatada, aunque controlable, sino igualmente como psicopompo, conductor por tanto de las almas de los difuntos hacia su último destino. Sin embargo, también en ciertas ocasiones se muestra como una representación de la misma muerte, y, por tanto, con un significado mucho más siniestro y terrorífico. Hay que tener en cuenta que Hécate, la Trivia, suele presentar una de sus tres caras como de caballo, siendo las otras dos de serpiente y de perro, formando así, tal como apunta Jean-Pierre Vernant, la composición de lo monstruoso 165. Relacionado con Hécate-Trivia, el caballo también es la forma de presentación preferida por algunos dioses para llevar a cabo sus propósitos de acercamiento a los humanos, siendo asimismo asiento de las fuerzas demoníacas que, en un momento dado, pueden quedar en libertad, según ocurrió cuando Perseo cortó el cuello a la gorgona Medusa y de la sangre que se derramaba fue engendrado Pegaso, el caballo alado. En algunas cerámicas de Numancia, el caballo es representado con una cruz inscrita o una swástica en la grupa, lo que contribuye a reforzar esa condición sobrenatural del corcel, ya que la swástica, en tales casos, simboliza siempre los cambios de estado que van a ocurrir de modo inmediato y los acontecimientos en los cuales se hace presente suelen ser aquellos en los que 165 Jean-Pierre Vernant, La muerte en los ojos. Figuras del Otro en la antigua Grecia. Editorial Gedisa. Barcelona, 2001. p. 69-70. 259 está próximo –o se va a atravesar- algún límite importante dispuesto entre planos diferentes de la realidad. El pintado o tatuado de ruedas solares, cruces inscritas, hexapétalas, eswásticas y similares sobre la grupa de los corceles de guerra, es una costumbre que se extiende entre los pueblos de jinetes, desde las praderas norteamericanas hasta las estepas asiáticas. La representación aislada de esos mismos signos o de sus derivados puede indicar una relación próxima con el Otro Mundo, pero asociada al caballo marca así una constante de este animal cuadrúpedo, tan vinculado al desarrollo de la civilización humana, con los campos y territorios del Más Allá. Así se muestra, por ejemplo, en las representaciones de escenas funerarias pintadas en jarras de cerámica ibérica, en las cuales el caballo conduce el cuerpo del difunto, que se muestra extendido sobre una carreta ceremonial, apareciendo sobre el varias swásticas, indicadoras tanto del cambio de estado ocurrido –de la vida a la muerte- como del tránsito hacia el reino de los muertos –de este mundo al otro- que se está produciendo en la imagen 166. Por otra parte, la relación mantenida entre el caballo y la muerte es un hecho conocido y que se extiende, desde la Antigüedad griega hasta la Edad Media, por todo el folklore europeo. Soñar con un caballo se consideraba en Grecia como presagio de muerte para cualquier enfermo. Deméter – representada a veces con una cabeza de caballo- se asimilaba así a las Erinias, ejecutoras implacables de la justicia infernal. Las Arpías –demonios de la tempestad, de la devastación y de la muerte- se figuraban a la vez como pájaros y como jumentos. Además, si el negro es color típico de los caballos vinculados con la muerte y con las cabalgatas infernales de espíritus que atraviesan la noche, el blanco, por su parte, representa a los fantasmas, a la blancura del duelo y a la palidez cadavérica. El caballo blanco resulta ser, a menudo, un presagio de muerte en las creencias europeas, sobre todo en Alemania y Francia 167. No es extraño, por tanto que, en nuestro relato del viaje de ida y vuelta de Oisin al Más Allá, su cabalgadura mágica desempeñe un papel destacado, 166 Ver Foto 20 en el Anexo. Estas referencias están tomadas del Dictionnaire des symboles, Jean Chevalier y Alain Gheerbrant. Seghers, Paris, 1973.Tomo 1. p. 354-355. 167 260 como elemento psicopompo y también como un instrumento catalizador que va a precipitar en el protagonista los efectos y consecuencias de sus pasos sucesivos de uno a otro plano de la realidad. Vinculado a la muerte, el corcel blanco libera y desconecta los vínculos excepcionales que Oisin mantenía hasta entonces con el Ultramundo a través de su unión con personajes de dicho ámbito y permite que se restaure la normalidad en el desempeño de esas relaciones. En el relato Oisin de Tirnanoge que nos ha servido como hilo para el comentario extendido sobre las circunstancias que acompañan a los viajes extramundanos, el héroe consigue finalmente sobrevivir al golpe que supone el cambio entre dos universos. Se mantiene con una cierta estabilidad –cuando menos guarda memoria fiel de lo sucedido- pese a los cambios sufridos por su cuerpo y por su espíritu. En otros casos, la transición entre esos dos planos de la realidad significa directamente la muerte del afectado. El cuerpo de quien se había trasladado al Otro Mundo recupera, por así decirlo, su ritmo natural y, en consecuencia, vuelve a instaurarse dentro del campo de influencia correspondiente al continuum espacio-temporal propio de nuestro mundo. Sin embargo, las últimas palabras de Oisin –Jamás recuperé mi vista, mi juventud y mis fuerzas; y he seguido viviendo así, acongojado siempre por la pérdida de mi gentil esposa Niam la de los Cabellos de Oro y recordando siempre a mi padre Finn y a los desaparecidos camaradas de mi juventud 168 - nos indican que las consecuencias de ese traslado son más profundas de lo que pudieran dar a entender los cambios físicos ocurridos. Quien ha visto la Luz de la Muerte ya no quiere ver otra luz. Es un sentimiento que nos comunican frecuentemente quienes, por alguna razón, han estado a punto de cruzar para siempre la Gran Frontera y que confirma un hecho importante descrito por las diversas tradiciones: los caminos que conducen al Más Allá no deben ser recorridos por quienes no se encuentren debidamente preparados, bien a través del estudio en profundidad de ese Conocimiento secreto del que tantas veces nos ha hablado la propia tradición, bien mediante una formación adecuada, que ha de ser recibida tal como se sugiere en ciertos textos iniciáticos. 168 Cuentos populares y leyendas de Irlanda. Espasa Calpe Argentina, S.A.. Buenos Aires, 1947. p.20. 261 Porque cuando alguien realiza el esfuerzo de ir por ese camino y asiste a las consecuencias que para su propia personalidad acarrea tal cambio de dimensiones y de coordenadas, dificilmente va a poder regresar después a su estado primero. Si, además, tampoco quiere pertenecer al mundo hacia el cual va destinado, es decir, si con su actitud se cierra las puertas de ambos mundos, el de partida y el de destino, entonces pasa a formar parte de una inquietante categoría: aquella que reúne a los seres ambigüos, paradójicos y liminales, que parecen destinados a vagar eternamente entre dos universos en ninguno de los cuales van a ser aceptados. De todos estos extremos y de algunos otros más nos hablan pormenorizadamente los relatos, las leyendas y los cuentos populares de muchas culturas. Pero todavía queda una cuestión importante por determinar. El papel que en el desarrollo y en los desenlaces de tales sistemas de creencias juega la condición humana de los propios protagonistas de dichas sagas. En nuestro caso, un personaje legendario, Oisin, que formaba parte de un grupo ancestral mítico de los irlandeses al que se conoce como el clan de los fenianos, fue escogido por una entidad del Más Allá, es decir, por alguien que formaba parte de otro universo bien diferente al nuestro, para ser trasladado a ese mundo aparentemente lleno de paz, salud y felicidad. Decimos, trasladado. Porque, que sepamos y al menos el relato no manifiesta nada al respecto, Oisin no tenía ninguna aspiración que le condujese a abandonar voluntariamente a su padre y a sus compañeros, ni había realizado estudios o preparación iniciática alguna que hiciera posible, o más favorable, llegado el caso, tal acontecimiento. Simplemente, fue escogido, señalado por lo numinoso –dotado aquí de un aspecto hermoso, brillante y atractivo; no siempre ha de resultar aterradora y terrible su presencia, según podemos verque, sin embargo, actúa tal y como suele hacerlo en casi todas las circunstancias en que se manifiesta: arrebatando al testigo, llevándoselo consigo y transformándolo en algo ajeno, diferente, a lo que era. Pero, incluso en tal situación límite, continúa contando el carácter de la persona que ha sido llevada, conducida a una situación que no ha podido prever y que supone, en y por sí misma, un cambio cualitativo capaz de transformar por completo todo lo que esa persona había sido anteriormente. Su 262 carácter acaba imponiéndose a la voluntad irresistible, fluyente y paralizante, tan típicas de estas energías misteriosas. Recordemos cómo Oisin, a pesar de su fortaleza plenamente entrenada, dedicada a la caza y a la guerra junto a sus compañeros fenianos, resultó inmovilizado ante unas simples palabras de la diosa que había venido a buscarlo. Ni siquiera pensó en resistirse o en dejar que la situación madurase o evolucionase por sí misma. Montó junto a Niam la de los Cabellos de Oro y partió sin pensarlo más. Nos movemos, según parece deducirse de las palabras y los gestos, en el terreno feliz y sin compromisos propio de los cuentos y de las leyendas. Sin embargo, aun cuando no lo parezca, nos encontramos verdaderamente en pleno territorio de actuación de lo Sagrado y quizá también de lo Numinoso, dentro de su campo de caza preferido, el que se delimita con la imaginación activada y en forma de quienes gustan oir estos relatos. Así es, desde luego, aunque tal vez no seamos capaces de reconocer a dichas fuerzas cósmicas en su naturaleza originaria, porque aquí y en algunas otras ocasiones, sus métodos de actuación resultan bien diferentes de aquellos que suelen presentar. Estos personajes que habitan los mundos perdidos del Más Allá, los innumerables paraísos de los que están poblados la imaginación y los deseos de los hombres, terminan tarde o temprano por fundir las apariencias que hayan tomado en un momento concreto para revelar, siquiera parcialmente, su verdadera sustancia. Tal vez por eso, las buenas gentes que ahora, como ayer, como hace mil o tres mil años, escuchan los pormenores de estos cuentos y leyendas, hablan de todos ellos, con independencia de su papel o de su importancia, como de los santos o de los elegidos de los dioses. Todos ellos son, así, santos. Aunque puedan mostrar al curioso agudos dientes y buenas garras de presa. Los que llegan hasta una costa ignorada en barcos de piedra. Los que hacen milagros y curan cuerpos y almas enfermos y agotados. Quienes cruzan el ancho mar y cabalgan sus verdes y espumantes olas a lomos de un caballo que es, él mismo, tan santo como su jinete y lo demuestra elevándose a tiempo, sorteando tormentas y vientos encontrados, marchando como un relámpago hacia su destino. Porque, ¿quién sería capaz de concebir a un santo que no pudiese, llegado el caso, dominar las olas del mar, aventar las nubes que amenazan con 263 descargar trombas que destrozarían las cosechas o convertir las estériles aguas de un pantano inmundo en fuente de riqueza o, alternativamente, en puerta del infierno? Y si esto es así y así sucede, ¿Qué puede importar el hecho menor de que pueda esconder también un hermoso rabo bajo el hábito? Al fin, todos estos personajes tienen su primera y tal vez única razón de ser, en cumplimentar con sus poderes las casi infinitas facetas del carácter humano. Y es ese mismo carácter el que conduce, finalmente, el desenlace de estas historias maravillosas, porque, pase lo que pase, váyase por donde quiera y llegue lo más lejos y lo mas alto que pueda, el ser humano corriente debe volver, al final del tiempo –incluso aunque se trate del tiempo mítico- a su auténtico lugar, al rincón en el que se siente realizado y, tal vez, en el único en que es verdaderamente feliz, por más que al otro lado del universo vayan a ofrecerle las mayores y mejores riquezas y las dudosas alegrías de una vida interminable. 264 5.3. Estados paradójicos. Los vivos, los muertos y los nomuertos. Y al hilo de lo que comentábamos acerca del carácter de los seres humanos y de cómo éste les permite a veces librarse de los enredos de criaturas malvadas, llegamos ahora al examen de un aspecto importante, que atañe a todo tipo de límites, fronteras, lugares indefinibles y seres de condiciones mezcladas, híbridas e inclasificables. Dicho aspecto tiene que ver asimismo con las actitudes que los individuos pertenecientes a un determinado grupo social adoptan respecto a dichas cuestiones, ya que, con todo ello, se conformará el corpus de leyendas, tradiciones y modelos cognitivos mediante el cual va a ser posible actuar sobre ese otro concepto, también él mismo vago, etéreo y culturalmente mudable, al que denominamos realidad. Bien puede decirse por tanto que los planos de la realidad entre los cuales jugamos a través de toda nuestra existencia se caracterizan, precisamente, por su naturaleza paradójica y ambigüa, aunque a nosotros puedan parecernos en un momento dado firmes y seguros como una roca. Tal firmeza y seguridad no son otra cosa que respuestas que damos ante la inseguridad y mudanza del mundo, pues todos tenemos experiencia acerca de cambios ocurridos sobre creencias e ideas que semejaban hitos o referencias inamovibles y que variaron en su aspecto, en su presentación e incluso en su lógica interna en el tiempo de una sola generación. Siendo así como es el mundo en el que transcurre nuestra existencia, no será extraño que lo veamos poblado de criaturas dotadas de unas propiedades semejantes, es decir, revestidas con un aspecto maravilloso, en el sentido más característico de esta expresión, y que sus comportamientos, aventuras y relaciones mantenidas entre ellas mismas o con los seres humanos que estén a su alcance, sean referidos en relatos en los que se destaquen, precisamente, dichas condiciones. El funcionamiento mismo de tal modelo biunívoco no podría producirse si no es por esa propiedad paradójica que lo distingue. Precisamente una de las propiedades más importantes de los sistemas simbólicos de los que se sirve el individuo agrupado en estructuras culturales, es la capacidad que 265 dichos sistemas demuestran para conciliar y poner en contacto sistemas de significado que, en principio, podrían aparecer como antagónicos y esencialmente contradictorios. Por ejemplo, aquellos que relacionan y articulan campos significantes tales como Vida y Muerte, Mal y Bien, Naturaleza y Cultura, o Mismo y Otro. Nada existe menos conciliable –en apariencia- que Vida y Muerte, conceptos que resultan ser, si los consideramos por separado, tan absolutamente diferentes que apenas es posible encontrar entre ellos puntos de referencia mediante los cuales trabar algún tipo de acuerdo. Y sin embargo, ambos sistemas referenciales no sólo aparecen unidos de manera inextricable, sino que además no pueden llegar a entenderse –ni en sus matices ni en sus formas más amplias- separadamente el uno del otro. Y ello sólo será factible a través de un complejo entramado activo de sistemas simbólicos que convierten ese engranaje en una fuente de procesos significantes, mediante los cuales se podrá dar sentido al funcionamiento colectivo de millones de existencias individuales, por muy singulares e insolidarias que cada una de éstas pretenda ser. En los textos literarios propios de cada cultura, como auténticos entornos etnográficos que son, se muestra el juego de todos estos elementos simbólicos, desde los más simples hasta los articulados de una manera más sofisticada. Los motivos y funciones que aparecen en los cuentos maravillosos y que han sido ordenados y clasificados en su momento por Annti Aarne y Stith Thompson 169 o por Vladimir Propp 170 son referencias de tanto valor y de un contenido susceptible de análisis, como puedan expresar por su parte los conjuntos de datos recogidos directamente de la observación etnográfica de campo. Es un hecho constatado en numerosas investigaciones que muchos contenidos del universo etnográfico pasan luego al texto literario, particularmente aquellos que tocan más de cerca de cuestiones identitarias o definitorias de la personalidad de un grupo social dado. Y entre tales cuestiones, no son pocas las que atañen de una manera especial a la distinción establecida entre los diversos seres o tipos de entidades que conforman aquella realidad grupal. 169 170 En The Types of the Folktale, 1927 y sucesivos En Morfología del cuento, 1928 266 Así, los estados que caracterizan a todos y a cada uno de los seres que constituyen un orden social han de ser definidos o cuando menos, descritos, con el máximo cuidado posible, precisamente para evitar conflictos o para tratar de reducirlos en la medida en que un cierto grado de ellos –ya que es imposible eliminarlos del todo- sea compatible con un funcionamiento coherente del grupo. En este sentido, es muy importante integrar en el imaginario colectivo, en ese gran reservorio de modelos cognitivos y de modelos de respuestas establecidas frente a sucesos singulares, que alberga la memoria histórica de nuestra especie, la división en grandes planos que integra la cosmovisión propia del grupo al que pertenecemos. Una cosmovisión continúa siendo la herramienta imprescindible para la construcción de una personalidad colectiva y, desde luego, para el establecimiento de cada una de las personalidades individuales cuyo conjunto integra aquella. Y las cosmovisiones suelen proceder, con carácter previo, a describir los orígenes del mundo en el cual permanecemos. Una vez dibujado ese marco general, se pasa ya a identificar –dentro de las coordenadas de un texto o de una tradición oral de carácter narrativo- el papel de cada uno de los grandes personajes míticos (fundadores del grupo, héroes, suministradores de elementos esenciales como el fuego, o el grano o portadores de conocimientos específicos y característicos de la cultura en sí, entre otras diversas posibilidades). En un conjunto de culturas como la europea que, a pesar de la heterogénea y dispar procedencia de sus elementos formativos, guarda una notable coherencia, al menos si consideramos la presentación de sus principales motivos mitológicos, poseemos las fuentes a las que siempre es obligado hacer referencia cuando hayamos de considerar el posible origen de diversos conceptos esenciales, tales como la división cósmica en tres grandes planos –un mundo de los dioses, el lugar en el que habitan los seres humanos y el inframundo o mundo de los muertos y espíritus desencarnados en generalo la correspondiente división trifuncional que corresponde al panteón en el que residen sus divinidades y que mantiene una estrecha correspondencia –aunque bien sea discutida por algunos- con la consiguiente estratificación del orden social. 267 En este sentido tenemos que considerar comprendido el ordenamiento general que guarda la distribución del universo de nuestra propia cultura entre tres grandes tipos de entidades: los vivos, los difuntos y los no-muertos. Del juego que mantienen entre sí las figuras que, en cada caso, representan a dichos órdenes, se desprenden luego muchos de los estados paradójicos, liminales y de naturaleza ambigua con los cuales nos vamos a encontrar en los diversos análisis culturales. Por ello será interesante, quizá, examinar con un cierto detalle el esquema general de funcionamiento de cada uno de dichos grupos, en lo que concierne de una manera más particular a su integración posterior en un común sistema simbólico, estructurado desde el punto de vista de los mitos que surgen, por ejemplo, en el campo literario, en el que vienen a confluir los aspectos más tradicionales como son los cuentos populares y las leyendas, con aquellas otras elaboraciones narrativas contemporáneas en las que permanecen y actúan elementos mitológicos antiguos o recientes. Así, según señala Liana Nissim: El estudio de la presencia de un mito en la literatura es siempre el medio más ventajoso para comprobar los valores invariables y, al mismo tiempo, las variaciones más sintomáticas, la permanencia de un imaginario universal y las infinitas fluctuaciones, cuya presencia dibuja los cambios de la visión del mundo 171. Este comentario puede muy bien servirnos como introducción al examen de lo que verdaderamente representan los individuos vivientes en el funcionamiento integrado del mundo al que corresponde una cosmovisión dada. Para ello es preciso tener en cuenta que en toda cosmovisión suelen darse dos requisitos básicos: primero, la cosmovisión impregna, por decirlo así, todos los estratos vivenciales de un grupo social dado; segundo, el relato de la cosmovisión es tan conocido por todos los miembros del grupo y permanece en ellos tan internalizado, que su esquema formal puede ser retirado de la primera linea de los sistemas significantes sin mermar por ello su eficacia, sino muy posiblemente, incrementándola con ese ensombrecimiento aparente. 171 « L’étude de la présence d’un mythe dans la litterature est toujours le moyen le plus avantageux pour en verifier les valeurs invariables, et en même temps, les variations les plus symptomatiques, la permanence d’un imaginaire universel et les fluctuations infinies dont la présence désigne les changements de la vision du monde ». Liana Nissim, Artemis, qui es tu?Quelques propos en guide de conclusion. En « La cruelle douceur d’Artemis ». Quaderni di acme. Congrés Seminario Balmas nº2. Gargarano del Garda, Italie (13.06.2001). 2002, nº 53. 268 Es de tal manera que nacen y son activadas las visiones del mundo en las cuales, además de una explicación sobre los orígenes y la justificación de ese universo en el que un grupo desarrolla su existencia, han de elaborarse también los distintos mecanismos de la identidad individual y grupal, entre los que aparecen, estructurando el resto del sistema significante, aquellos que se refieren a la propia condición del grupo y de sus elementos, así como el complejo de modelos cognitivos mediante los que cada individuo sabrá, en un momento dado y frente a circunstancias concretas, como ha de actuar. Pensemos que en tales actuaciones no solo está presente el individuo o grupo de individuos implicados, sino que, junto con ellos, en intervenciones singulares o colectivas, va toda la experiencia adquirida ya no sólo por el grupo social, sino por la especie en su conjunto, a lo largo del tiempo históricamente considerado. Las reacciones que pueden suscitarse ante situaciones comunes en todos los grupos humanos entendidos como extensiones desarrolladas en nuestro continuum espacio-temporal, son archivadas e integradas en el acervo específico colectivo en forma de recursos culturales, convirtiéndose así la cultura en el más importante motor del desarrollo específico humano, dentro del cual han de entenderse como partes, los distintos desarrollos singulares llevados a cabo por grupos e individuos. Es por esta razón que los grupos humanos no se limitan a ser meras asociaciones cooperativas ni tampoco a responder a simples articulaciones normativas diseñadas para una convivencia más o menos azarosa frente a las realidades del entorno. Precisamente, la definición de qué es lo que constituye la realidad y un primer acuerdo acerca de cual ha de ser su presentación como sistema significante –más que como entidad objetiva, término equívoco éste del que, a su vez, se ha de pactar un juego de significados aceptable por la mayoría- será sin duda una de las primeras y más urgentes elaboraciones. En tal labor, dificilmente se va a poder prescindir del concurso prestado al efecto por las construcciones simbólicas y los entramados significantes del imaginario colectivo, junto con las cuales se logrará poner de pie el universo simbólicocognitivo del grupo social. El grupo humano ha de entender, ordenar y clasificar los acontecimientos que, de manera continua, fluyen –a través del espacio-tiempode esa realidad culturalmente construida. Y el conjunto de todo ello será 269 presentado como visión del mundo ante la propia colectividad y frente a los otros. En cualquier caso, esa presentación va a influir notablemente sobre las figuras que luego integrarán las historias y leyendas a través de las cuales se expresará el imaginario colectivo. Los vivos nos explican el mundo. Para los individuos que forman las distintas comunidades culturales es necesario no sólo atender a la satisfacción de las necesidades más perentorias o a la supervivencia, aunque en muchas ocasiones esto vaya a ser lo que pasa a un primer plano debido a diversas circunstancias del desenvolvimiento político y derivadas del juego de los correspondientes intereses económicos. Sin embargo, por muy apremiantes que puedan ser esas circunstancias, el poder simbolizante de que los seres humanos están dotados por causa de su condición de seres sociales, actuará siempre, dando lugar a esas elaboraciones simbólicas tan características de cualquier cultura. Uno de los campos simbólicos más fecundos y más desarrollados en este sentido es aquél que atañe al Otro Mundo, es decir, a esas regiones virtuales en las cuales se supone que habitan las divinidades y los espíritus de los muertos. No son infrecuentes las explicaciones y descripciones del mundo cotidiano que se llevan a cabo a través de los modelos simbólicos que describen esa otra realidad y que a veces han sido heredados por el grupo a través de innumerables generaciones. No se trata sólo de una equivalencia de figuras o de interpretaciones más o menos relacionadas. De hecho, suele existir una gran correspondencia activa entre las imágenes que corresponden al mundo de los vivos y al reino de los difuntos. Pero en cualquier caso, este dominio fantasmal presenta, en la mayoría de los ejemplos que conocemos, un aspecto formalmente independiente del que corresponde a los vivos, por más que pueda estar calcado en muchas cuestiones puntuales o en su sistema de relaciones internas, del mundo exterior. El pueblo de los difuntos –siempre inmenso, siempre inabarcable también- contribuye a establecer el gran esquema del mundo. Allí terminan por ir todas las almas desencarnadas de los que antes estuvieron compartiendo el aire libre y la luz del sol. En ocasiones, ni los propios dioses se libran de ese paso necesario por la oscuridad y la muerte. Sin embargo, en todas las cosmovisiones, junto al horror, rechazo y miedo que el hecho de la muerte 270 física desencadena, aparece también manifestada su inevitable necesidad, ya que el final de unas vidas alimenta, de forma inmediata y continua, el nacimiento de otras. Probablemente ese concepto se expresaba como misterio, junto a otros no menos trascendentes, en ceremonias como las iniciaciones de Eleusis, en cuyo desarrollo ritual se asistía a una doble transmutación. Por un lado, la Core (la Doncella, la Muchacha), la inocente y feliz hija de Deméter, experimentaba su propia transformación en Perséfone, diosa y reina de los muertos, junto a su esposo Hades, personalidad singular que, para algunos, encubre al mismo Dioniso. Por otro, los mystas o iniciados en aquellos arcanos, asistían asombrados a la aparición de Perséfone en la ceremonia más íntima, reservada y secreta de los misterios eleusinos. Allí, por medio de las invocaciones del Hierofante, es decir, de aquél que hace aparecer las cosas sagradas, la reina de los difuntos regresaba desde el mundo de los muertos surgiendo a través del recinto que era, asimismo, el espacio más secreto y sagrado de Eleusis: el Anactoron 172. Pero esto no era todo. La significación profunda se desprendía del ritual en el momento en que la Muerte, representada por su diosa y señora Perséfone, alumbraba a su hijo en medio del fuego sagrado. El fuego experimentaba asimismo, con este flujo sacrosanto, la transformación desde la malignidad de lo numinoso a la benevolencia y benignidad de aquello que purifica. El hijo luminoso y sin mancha de Perséfone, nacido de la Muerte a través del fuego, era la herencia y la promesa que recibían los iniciados de Eleusis, acerca de su propia permanencia más allá de la extinción física. El fondo ritual de estos antiguos misterios traduce una convicción profunda que aparece, de una manera u otra, en las tradiciones de todos los pueblos. El hecho de considerar que la muerte no es el término de toda aventura humana, sino, en realidad, el comienzo de una nueva esperanza, extiende sus consecuencias muy lejos, en el tiempo y en el espacio. Y no es necesario que vaya acompañado por creencias, más o menos compartidas o discutidas, sobre la existencia de un mundo situado al otro lado de la tumba. Basta con tener siempre presente que, al final, la vida se abre camino y que 172 Según la interpretación de Karl Kerényi en Eleusis. Imagen arquetípica de la madre y la hija. Ediciones Siruela, Madrid 2004. pp. 106 y s. 271 cualquiera de nosotros puede tener su continuación en aquellos que nacen todos los dias, aunque no sean nuestros descendientes directos. Lo importante es el conocimiento, el saber, la experiencia –que muchas veces es terrible, amedrentadora e insoportable- acumulados en el transcurso de la historia y del espacio-tiempo que compartimos con aquellos que vivieron antes, con quienes nos acompañan ahora y con los que vendrán luego. Los muertos nos preguntan. Aparecen ante nosotros intentando hallar una respuesta a los grandes misterios que, en verdad, son la matriz de donde, en un momento dado, todos nosotros surgimos. Cualesquiera de esas manifestaciones que, desde el mundo de los difuntos y espíritus, llegan hasta las orillas del océano que es la vida que ahora tenemos, apuntan en la misma dirección: los muertos no desean renunciar a su participación en los asuntos que nos preocupan a diario. Mejor sería decir, tal vez, que no pueden dejar de intervenir en nuestra vida, pues tiempo atrás, ésta fue la suya y todavía continúa siéndolo en buena medida. No somos capaces de contestar a sus cuestiones –lo que demuestra a cuantos quieran verlo que la muerte no apacigua ninguna de las grandes inquietudes del ser humano- pero no obstante podemos, con su ayuda y experiencia, continuar examinando junto con ellos los fascinantes misterios del universo en el que, de alguna manera, todos nos encontramos perdidos. La convicción formulada de manera casi unánime por las grandes culturas y civilizaciones de la humanidad, acerca de esa unión indiscutible que muestran la Muerte y la Vida –la idea-tipo de la Magna Mater o de la Gran Diosa primordial, devoradora de los muertos y paridora de hombres y dioses, es una de sus más afortunadas expresiones- resulta ser, ciertamente, el camino más indicado para conseguir la mayor satisfacción posible respecto a las profundas inquietudes que, en este ámbito del pensamiento, parecen conmovernos desde siempre como especie y, sobre todo, como seres sociales, dotados de una fascinante capacidad para simbolizar y construir modelos del mundo. No obstante, la separación –física, desde luego, pero también simbólica y cognitiva- mantenida entre vivos y muertos, se muestra tanto más apremiante, surge con una necesidad tanto más justificada, cuanto mayor sea el nivel de complejidad alcanzado en la estructura social de un determinado 272 grupo. Sea para glorificarlos y utilizar su posible influencia o aprovechar la experiencia presuntamente adquirida por ellos con el ocurrir de la muerte, sea para evitarlos y apartar incluso su recuerdo del alcance de los que restan vivos, con el fin de hacer frente a sus represalias y a las posibles venganzas urdidas por su parte, los muertos mantienen tras el fallecimiento y durante un tiempo bastante dilatado, considerable peso específico en el conjunto del grupo social. Más adelante, con el paso a la condición de ancestros, cambia sustancialmente esa influencia, así como lo hace también aquella sensación de temor experimentada frente a ellos y a sus asuntos. Pero, aún así, será difícil para los vivos olvidar el drama originado por la separación y por el temor, respecto a quienes ya han atravesado la Gran Frontera y, de vez en cuando, vuelven su vista y sus demandas inquietas, hacia nosotros. En cualquier caso, una de las condiciones esenciales de este modelo en el que se incluyen, bien separados y diferenciados, vivos y muertos, es su naturaleza clasificada, catalogada y, hasta cierto punto, segura y fiable. Todos los miembros del grupo social, incluso, llegado el caso, también los extranjeros al mismo, pueden saber a que atenerse cuando se encuentran en ciertas situaciones. Existen muy pocas dudas cuando se trata de expresar el juego de las creencias, aunque en otros momentos del intercambio social esos resultados puedan malinterpretarse o dar lugar a terribles errores. Pero eso no debe atribuirse tanto a la calidad del instrumento simbólico-cognitivo manejado como al valor de las circunstancias en que se aplique o a la condición momentánea que afecta a su utilizador. Los seres humanos no responden mecánicamente a los estímulos sociales, sino que su respuesta es compleja y de orden dialectico, es decir, retroalimentada e influida por numerosos factores fisiológicos y culturales –externos e internos- cuya resultante dificilmente será susceptible de una integración dentro del sistema de relaciones establecido. Pero, al fin, las sociedades funcionan y uno de los aspectos esenciales que su funcionamiento debe cubrir es, sin duda, la garantía establecida sobre la obtención de la mayor seguridad posible dentro del campo de aplicación de los sistemas de creencias. Por esa razón –aunque no solamente por ella- la división y clasificación del universo y de sus componentes, el acuerdo crítico sobre su origen, su posible evolución y final o acerca del destino que aguarda tras la muerte o en lo relativo a la conservación o disgregación del cuerpo 273 difunto, deben aparecer establecidos con claridad para que sea posible utilizarlos sin equívocos ni confusiones. Es por ello que los problemas planteados por esos personajes de leyenda –pero que en algún caso parecen reflejar situaciones realmente vividas en ciertos momentos históricos- a los que se conoce como los no-muertos, resultan tan llamativos y espectaculares, conservándose memoria de ellos durante largo tiempo. Creo que podemos considerar a tales personajes incluidos dentro del grupo de aquellos a los que Claude Lecouteaux denomina morts malfaisants, expresión que nosotros podemos traducir sin demasiada necesidad de justificación como muertos peligrosos, aunque la naturaleza de estos seres especiales no permita su clasificación como difuntos en sentido estricto, ya que han de considerarse necesariamente fuera de ese ámbito. Quizá de entre ellos los más famosos sean los vampiros, a los que en otro trabajo hemos incluido entre los monstruos más genuinos, es decir, formando parte de aquellas entidades que no sólo atacan a los seres humanos allí donde se encuentren, de día o de noche y sin que al final importe demasiado el lugar o la ocasión, por más que puedan hacerlo también en los espacios y tiempos canónicamente atribuidos para las acciones de las criaturas sobrenaturales, sino que, además, con su agresión, propagan asimismo su propio carácter monstruoso173. Tal característica va a ser, a nuestro juicio, decisiva para incluir, o no, en su caso, a una cierta entidad o criatura en el órden cultural de los monstruos. Desde dicha perspectiva, creo que bien podemos considerar a los nomuertos como pertenecientes por derecho propio a tal grupo, aunque para justificar adecuadamente esa inclusión hemos de examinar someramente las características más importantes de semejante categoría de seres, la cual, desde luego y como no podía ser de otra forma, está comprendida dentro del campo cultural y apoyada por los datos procedentes de leyendas, tradiciones y cuentos populares de todo el mundo. ¿Cuáles son, por tanto, las características singulares de los no-muertos? En primer lugar, y como aspecto más importante, diremos que estos seres han sido rechazados tanto por el mundo de los vivos como por el mundo de los 173 Véase J.L. Cardero, Monstruos, muertos y dioses oscuros. Editorial Aguilar, Madrid 2007. 274 muertos y están condenados a vagar eternamente por un limbo oscuro, tenebroso y lleno de dificultades no perteneciente a ninguno de estos dos planos que suelen formar parte de la estructura cultural de la sociedad. Hablamos, por tanto, de seres excluidos con idéntica energía por ambos espacios y que no pueden descansar, ni tampoco alcanzar el estatus a que normalmente tiene derecho cualquier individuo durante su vida y, una vez transcurrida ésta, cuando llegue su muerte. Hemos de tener en cuenta que, desde el punto de vista de la cultura, la transición entre los estados de vivo y de muerto no es tan automática, ni se produce de manera tan simple como pudiera parecer. Los conceptos culturales de nacimiento, vida y muerte, aun cuando se correspondan habitualmente con la ocurrencia de dichos sucesos en el orden biológico y se vean impulsados o provocados por estos, no son directamente superponibles. Cuando un niño permanece en el útero materno puede considerarse –y en muchas culturas, incluida la nuestra, así se hace- como un miembro con el que el grupo social cuenta ya a muchos efectos, desde antes de su alumbramiento efectivo. Se hacen planes sobre él y se le introduce ritualmente en los afanes y preocupaciones del grupo familiar, de tal manera que, al nacer físicamente, se incorpora a un nicho cultural ya previsto para él y en el cual se desarrollará y alcanzará su plenitud mucho después. Algo parecido ocurre con los muertos. En un gran número de culturas, el hecho de morir es condición necesaria pero no suficiente para alcanzar el estatus de difunto. Éste se logra a través de una sanción social que el grupo puede alterar, no reconocer en ciertos casos y adelantar en otros, de tal manera que puede haber individuos muertos socialmente para el grupo aunque estén físicamente vivos y en estado de buena salud y también puede haber fallecidos de larga data a los que el grupo no termina de acordar su nuevo estatus mientras no se cumplan determinados requisitos o se lleven a cabo los rituales previstos para el caso. Las ceremonias que subrayan el cambio de estado ocurrido con el paso de la vida a la muerte o que, posteriormente, ratifican la concesión del estatus de ancestro, pueden desarrollarse incluso varios años después del fallecimiento propiamente dicho y acompañar a la recogida y el traslado de los correspondientes restos óseos o cadavéricos 275 desde la tumba provisional en la que se había inhumado el cuerpo, hasta una ubicación definitiva. Precisamente durante el desarrollo de estas, a veces, dilatadas fases del ceremonial dirigido a los difuntos y antes de que se cierre de una manera definitiva ese ciclo de rituales que culminan con el asentamiento del fallecido o fallecida entre los antepasados del grupo, se considera que los espíritus y las almas desencarnadas son mucho más vulnerables frente a las asechanzas de las entidades malignas que pululan por el espacio-frontera separador de ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos. Es entonces cuando el destino de ese espíritu casi indefenso puede alterarse de alguna manera, bien por alguna falta que haya podido cometer durante su vida, bien a causa de maniobras llevadas a cabo por alguien, movido por ideas de venganza o de ambición. Es entonces cuando el muerto, que no ha podido culminar con éxito su camino, se puede transformar en una entidad peligrosa, capaz de atacar no sólo a sus familiares sino también a todos aquellos que se pongan a su alcance o que no estén debidamente protegidos. Muchas culturas de todo el mundo, y de modo particular algunas de entre las europeas, que examinamos de manera preferente en este estudio, destacan hechos semejantes a lo largo de toda su historia conocida. A medida que nos alejamos del tiempo presente para aproximarnos a épocas más antiguas, observamos como el carácter de esos agentes malignos, que presuntamente se apoderan de las almas de los muertos durante el período de espera marcado por el grupo social para confirmar de manera definitiva el cambio de estatus entre vivos y muertos, se va volcando cada vez más hacia lo numinoso, es decir, hacia esa fuerza misteriosa y desconocida que parece estar en el origen de todos los fenómenos religiosos y sobrenaturales conocidos. En cualquier caso, tanto esas fuerzas numinosas o sus posibles agentes, como los resultados que sus maniobras provocan sobre los espíritus de ciertos muertos, escogidos entre muchos otros por alguna razón desconocida aunque vagamente relacionada con el incumplimiento –por parte de la persona afectada o por el grupo al que pertenece- de ciertas obligaciones de validez universalmente reconocida o de observancia recomendada en las relaciones de convivencia, son profundamente temidos, según es posible 276 comprobar por la importancia que se concede a los relatos de tales tradiciones en todas las culturas, desde la Grecia clásica o el Antiguo Egipto, hasta las más inmediatas a nuestro propio tiempo y espacio físico. Muchas de estas leyendas han sido recogidas por la literatura y protagonizan numerosas historias que, no por ser obras de ficción o producto de la elaboración literaria, dejan de estar menos asentadas sobre la realidad y basadas en recuerdos ancestrales o procedentes del imaginario colectivo. Si podemos reconocer con facilidad el hecho simple de que cualquier obra literaria es hija de su época –lo que quiere decir en realidad que el grupo social al cual pertenece el autor se expresa a través del esfuerzo hermenéutico producido por éste- también podremos aceptar que la influencia ejercida por aquellas cosmovisiones de las cuales cada uno de nosotros somos deudores, no es menor, en cualquier caso, que el poder atribuido a los personajes protagonistas de tradiciones y leyendas o al ejercido por aquellas otras entidades que moran, casi olvidadas pero no desaparecidas, entre las sombras de ese abismo insondable que es nuestro propio inconsciente. En la articulación coherente de todos estos procesos, exteriores a nosotros mismos o procedentes de nuestro interior, colabora la división del mundo y la estructuración de éste en diferentes planos de la realidad. Por su parte, el carácter paradójico, ambiguo y polivalente de muchos de los sistemas simbólico-cognitivos utilizados en la interpretación de ese mundo, hace posible un funcionamiento estabilizado en un proceso muy complejo, mediante el cual los individuos socializados van a mantener relaciones entre ellos, pese a su singularidad e independencia, y a establecerlas también con el universo del que, inevitablemente, forman parte. 277 5.4. Viajes extáticos, estados modificados de conciencia y otras maravillas, en los cuentos populares. Cuando hablamos de cuentos desde la perspectiva de una investigación antropológica, nos encontramos con un género que a veces ha sido poco apreciado, al considerlo como un sistema de transmisión de información al que resulta complicado someter a controles lo suficientemente rigurosos en las labores de recogida de observaciones etnográficas durante el trabajo de campo. Ocurre algo parecido cuando deseamos tratar a los textos literarios producidos por un grupo social como elementos de un entorno etnográfico. La diferencia en este caso es que mientras los textos literarios suelen tener un soporte escrito más o menos canónico y de una relativa constancia mantenida a lo largo del tiempo, casi todos los cuentos populares han ido pasando a través de muchas generaciones mediante sistemas de tradición oral, a los que se considera más frágiles y susceptibles de cambios debidos a la acción o a la subjetividad del propio narrador. Sin embargo, creo que este asunto de la subjetividad, esgrimido siempre como argumento justificador en los numerosos intentos destinados a dotar a la etnografía en general y a la recogida de datos etnográficos en particular, de una apariencia más científica y objetiva, no posee tanta trascendencia como se pretende obtener de él. Los antropólogos intentan –o deberían intentar, cuando menos- ponerse en el lugar del otro, conocer que es lo que pasa por su cabeza y cual es su manera de entender e interpretar el mundo. Y para llevar a cabo esta tarea tan difícil y compleja hay que empezar por convencerse uno mismo de que nuestro objetivo, por decepcionante que eso pueda parecer a algunos, no es la búsqueda de la verdad, ni tan siquiera el incremento del saber, sino intentar aproximarnos a la mente del otro, tratando de comprender sus razones, sus miedos y sus esperanzas. Ver el universo a través de los ojos del otro, implica aceptar y conceder su correspondiente valor a las múltiples versiones – muchas veces contradictorias y posiblemente llenas de errores, intencionados o involuntarios- que él o su grupo social nos proporcionan sobre acontecimientos de su vida inmediata o acerca de asuntos ocurridos en un tiempo y en un espacio que muy bien podemos considerar como míticos. 278 Al fin y al cabo los antropólogos deberíamos saber con suficiente fundamento, gracias a las experiencias y contactos experimentados con todo tipo de culturas, que nada hay más lábil, fragil y mudable que conceptos como Verdad, Conocimiento, Posible, Malo o Bueno, por no citar más que algunos de entre los que más frecuentan nuestros análisis. Lo que hoy se considera una verdad incuestionable, mañana pasará a contarse entre los mitos o entre las leyendas tomadas como inverosímiles. Y aquello que en nuestro tiempo se reputa como imposible, pudo ocurrir, tal vez, en épocas de las que ni siquiera hemos oído hablar. El espíritu abierto al máximo de su capacidad y la actitud receptiva convenientemente equilibrada por un relativismo moderado, son quizá las mejores herramientas de trabajo en este oficio. Eso sin contar con la curiosidad y con el convencimiento acerca de que lo inverosimil será seguramente hoy, mañana y siempre, un semillero fertil en donde broten los criterios más reales y convincentes que podamos obtener en nuestra labor. Pues bien. En esta perspectiva, los cuentos populares se presentan como una auténtica mina de recursos prestos a transmitirnos conocimientos veraces sobre la mente de sus –en la mayoría de los casos- desconocidos autores, a los que podremos considerar como verdadera alma actuante del imaginario colectivo de sus respectivos grupos. Los utilizaremos, por tanto, como fuentes privilegiadas capaces de suministrar informaciones de gran interés, considerándolas desde varios puntos de vista posibles. Pero, en cualquier caso, no nos vamos a detener en las complejidades de un análisis morfológico como el llevado a cabo por Vladimir Propp, sino tan solo a reflexionar sobre algunas características que surgen como elementos llamativos y curiosos en el conjunto de este tipo de relatos. En primer lugar, diremos que la mayoría de los cuentos populares suelen ser muy antiguos. Se han transmitido oralmente a lo largo de un período indeterminado de tiempo y, según es posible comprobar en las clasificaciones establecidas por distintos autores, sus temas y motivos son prácticamente universales y atañen al desarrollo de preocupaciones muy comunes en los seres humanos de toda época y lugar, que transmiten así, de una manera gráfica y descriptiva, los cuidados por los que discurren las distintas etapas de la existencia o las precauciones que han de guardarse frente a los Otros, sean éstos enemigos declarados, simples extraños o criaturas y engendros del Más 279 Allá 174 . Propp habla de que los temas de estos relatos se muestran unidos unos a otros por un parentesco muy cercano, aun cuando sus elementos constitutivos puedan permutarse en los distintos casos. Tambien señala que la cuestión de la proximidad temática debería ser examinada como un asunto de gran importancia y con carácter previo a cualquier otra investigación 175 . Esto es indudablemente cierto, aunque tal esfuerzo cae por completo fuera de las intenciones del presente trabajo. Nos limitaremos aquí a poner de relieve la manifestación de ese hecho extraordinario y sugerente que afecta a las cercanías y coincidencias temáticas en los relatos de diferentes culturas. En segundo lugar, los cuentos nos hablan, en ocasiones, de acontecimientos curiosos y de sucesos a los que, por lo común, se suele agrupar bajo el calificativo de mágicos: vuelos, trasmutaciones de identidad o de sustancia, cambios de dimensión, transportes de objetos y de personas a unas enormes distancias en un instante y casi sin esfuerzo, muertes que no son otra cosa que pura comedia, edificios que cambian de tamaño hasta caber en un bolsillo del héroe, lo que, por cierto, ocurre también con determinados personajes y así muchos otros, fantásticos en apariencia, pero que parecen poner de manifiesto propiedades de la materia –y de la energía- que sólo comenzaron a apuntarse en nuestra cultura occidental con los primeros estudios de mecánica relativista y mecánica cuántica, aun cuando, incluso en nuestros dias, esas propiedades no hayan llegado a ser demasiado bien conocidas, al menos, fuera de los ámbitos de investigación especializada. Asimismo destacaremos un tercer aspecto particular presente en este tipo de relatos: su capacidad como vehículo vector de enseñanzas. La cuestión está en determinar de que tipo de enseñanzas estaríamos hablando. En apariencia, los cuentos populares sólo pretenden difundir modelos comportamentales más o menos complejos, que atañen a diferentes situaciones comunes de la vida (matrimonios, papel de las instituciones, adquisición y reparto de bienes, tratamiento correcto o incorrecto de herencias y propiedades, entre otros); por eso suelen ser portadores de consejos y de recomendaciones cuya práctica conduce a conclusiones moralizantes o tendentes a imponer respeto hacia las normas reconocidas por el grupo. 174 175 Véanse algunos ejemplos de estas clasificaciones de los cuentos por motivos y por temas, en el Anexo. V. Propp. Morfología del cuento. o.c. p. 21-22 280 También podemos estar ante narraciones en las que, en principo, únicamente se pretendería recordar las aventuras y desventuras de ciertos personajes cuya verdadera imágen se ha perdido ya entre las nieblas del pasado, aunque su fama permanezca todavía, por tratarse quizá de héroes fundadores o de seres de naturaleza divina o semidivina que, en las coordenadas de un tiempo mítico, se han transformado en protagonistas de hazañas memorables o en la encarnación legendaria de diversas virtudes –cívicas, religiosas, morales- que han de ser públicamente reconocidas y recomendadas. Sin que eso deje de ser así en muchos de estos relatos, quizá en otros escogidos, en casos bien concretos y determinados, se intente transmitir también un contenido oculto ciertamente distinto al que se desprende de aquellas imágenes comunes anteriormente comentadas y, que aparece, por tanto, dotado de más altas pretensiones. Tal vez los cuentos –de manera particular algunos de entre ellos- sean en verdad portadores de un secreto solo accesible a quienes posean las claves necesarias para ponerlo de manifiesto. También es posible que, entre este tipo de relatos, unos cuantos se limiten sólo a señalar un camino o un sentido de la marcha indicativo para aquellos que van en busca de algún objetivo tan misterioso como desconocido para el profano. Estaremos entonces frente a señales que han sido colocadas sobre los pasos a seguir en un viaje iniciático y a las cuales es preciso reconocer en todo su valor y significado para que puedan ser de alguna utilidad. Los relatos en que aparece el motivo de la huída mágica son un ejemplo bastante evidente de lo que decimos. Tal como se desprende de la clasificación de Aarne y Thompson, estos cuentos pueden presentar una gran variedad de contenidos dentro de dicho tema. Un simple enunciado de estos motivos argumentales nos ayudará a entender mejor las características que, en el sentido antes apuntado, muestran tales relatos: - Transformación para escapar de difícil situación - Transformación para escapar del ogro - Transformación para huir de los perseguidores - Huida con transformación. Los fugitivos se transforman para pasar inadvertidos 281 - Huida con obstáculos. Los fugitivos arrojan objetos tras de sí que mágicamente se transforman en obstáculos en el camino del perseguidor. - Objetos mágicos ayudan al fugitivo - Objetos mágicos responden por el fugitivo - Magia usada para estorbar la persecución Como vemos por el enunciado de los motivos que aparecen en los cuentos relacionados con el tema general de la huida mágica, el esquema mítico responde al hecho de que el protagonista lleve a cabo un viaje de ida y vuelta al Mas Allá y sufra –generalmente, en el camino de regreso hacia nuestro mundo- una persecución iniciada por algún agente de dicho ámbito ultramundano. En el curso de esa persecución pueden intervenir diversos personajes, los cuales servirán de ayuda o de obstáculo, según las circunstancias. Y el desenlace suele ser feliz, aun cuando esté lleno de sentido dramático 176. Pero también sabemos, por los elementos comparativos que nos proporciona la propia tradición, que esos viajes al Otro Mundo suelen encubrir, con su panoplia de recursos narrativos, los esfuerzos que ha de llevar a cabo el iniciado para acceder al Conocimiento secreto. Así, conseguir ese Saber restringido y reservado supone que el adepto ha de morir para su mundo anterior, así como nacer de nuevo posteriormente después de sufrir un cambio decisivo, porque supone un auténtico cambio de cualidad. Tal vez la huida de la Muerte presente en estas narraciones suponga, en realidad, una muestra de la necesaria prevención que han de guardar quienes avanzan por ese camino para eludir el embate de ciertos enemigos o para lograr la superación con éxito de algunas pruebas que ante ellos aparecen. En cualquier caso, estos motivos suelen ser comunes en muchas culturas, en cuyos relatos y tradiciones los héroes de los mismos viajan hacia el mundo de los espíritus o a la tierra de los demonios para arrebatarles alguna prenda maravillosa –quizá una joya mágica capaz de devolver la vida a los muertos, curar enfermedades o saciar el hambre- pero que además confiere al 176 Ver en Antti Aarne - Stith Thompson, The Types of the Folk-Tale; a classification and Bibliography. Antti Aarne, Verzeichnis der Märchentypen, FFC 3, Helsingfors, 1910. Traducido y ampliado por Stith Thompson, FFC 74, Helsinki, (1928) 1964. 282 protagonista un extraño poder o un conocimiento que antes no poseía. En su viaje de vuelta, los espíritus o los demonios –a veces todos ellos conjuntamente en alianza y de común acuerdo- tratarán de cazar al héroe, que ha de esconderse o librarse del acoso de aquellas criaturas, utilizando para ello, entre otros procedimientos, los poderes adquiridos con su acción. En estos cuentos se describen ciertos objetos maravillosos que el héroe o la heroína han de utilizar para poder ponerse a salvo de sus sobrenaturales y encolerizados perseguidores. En un principio, tales objetos suelen mostrar un aspecto común e irrelevante: un peine, un trozo de jabón, un pequeño pedazo de madera o una simple semilla. El personaje que huye de sus acosadores – por lo general mucho más fuertes y expertos en recursos mágicos- ha de arrojar esos objetos por encima del hombro y procurando no mirar hacia atrás. Un peine, por ejemplo, puede dar lugar, en esas circunstancias, a una enorme cordillera que se interpone en el camino del diablo, mientras que un pedazo de jabón se transformará en un terreno pantanoso capaz de oponer las mayores dificultades en su avance a los perseguidores del protagonista del relato. En otros casos puede tratarse de zapatos que llevan al que se los calza a una velocidad inimaginable hasta el destino que escoja y se adaptan de forma maravillosa a los pies de cada uno de sus usuarios, como ocurre con las famosas botas de siete leguas que se describen en el Pulgarcito de Perrault. También existen prendas mágicas que camuflan y hacen invisible a quien se las pone, permitiéndole esconderse de sus perseguidores o penetrar en recintos prohibidos y sometidos a una gran vigilancia, para poder llevarse de allí algún tesoro. Mención especial merece la portentosa túnica atrapadiablos elaborada por un santo como Corentin, patrono de Kemper (Quimper) en Bretaña armoricana y paradigma de toda una serie de trajes y vestidos presentes en los relatos los cuales, no sólo se amoldan como un guante a sus dueños, sino que, además, les proporcionan una desmesurada fortaleza y en algunos casos, hasta la eterna juventud, don que desaparece tan pronto como el portador de la maravillosa prenda, se desnuda de ella o permite que se la arrebaten. Asimismo pueden utilizarse en estos viajes ultramundanos animales y vehiculos dotados de propiedades extraordinarias que hacen posible un transporte de gran capacidad de mercancías o de objetos diversos y que, en 283 caso de apuro, pueden ocultarse bajo una simple hoja de árbol o en una minúscula grieta del terreno mediante los adecuados encantamientos, lo cual resulta muy útil en el caso de tener que huir cargando con el inmenso tesoro de un ogro o con los secretos del demonio en persona, tal como nos describen en numerosos ejemplos los relatos populares de casi todas las culturas. Más allá de lo maravilloso y extraordinario de las situaciones descritas en la mayoría de los cuentos populares, podremos decir que, dejando a un lado el telón de la fantasía, sentimiento o facultad que generalmente suele atribuirse como condición sine qua non a los compiladores de estos relatos –pues los auténticos autores de los mismos permanecen ignorados en casi todos los casos- o a los mismos relatos en sí 177 , lo asombroso es que ciertos objetos mágicos que en ellos se describen, han llegado a tomar caminos verdaderamente ilustres, tal como ocurre con el mismo Grial, alguna de cuyas propiedades más llamativas es herencia de aquellas que distinguen a los calderos de la abundancia, tan frecuentes en los cuentos y leyendas de todos los pueblos y que son capaces de dar de comer a miles de personas sin agotar nunca esa portentosa capacidad de abastecimiento. Estas pervivencias vienen a demostrar el poder que los textos literarios o sus predecesores, los relatos transmitidos oralmente durante generaciones, guardan como un misterioso talismán dentro de sí. ¿Estaremos, con ello, ante una crónica oculta y de naturaleza casi perdida por el transcurrir del tiempo, que haga referencia a un conocimiento, olvidado a su vez, pero cuyos restos fosilizados a través de las variaciones lingüísticas y de las dudas apresuradamente corregidas que esos vestigios provocan, son unos testigos que podrían recuperar el habla y la memoria cuando son adecuadamente interrogados? ¿Tal vez esas lecturas que encomendamos a los niños –quizá porque nosotros ya hemos perdido casi todas las posibilidades de obtener el debido provecho de ellas- guardan secretos cuya revelación pondría nuestro propio mundo del revés, entre sus páginas llenas de animales portentosos que hablan un lenguaje extraordinario, con máquinas relativistas navegadoras de espacio-tiempos donde nada es lo que parece y donde el final de las cosas se 177 Así, suele decirse que lo sobrenatural es una condición sine qua non de lo fantástico. 284 convierte muchas veces en un nuevo principio con la mayor de las naturalidades? Mucho de esto hay en el relato de Arthur Machen, que es, como ya sabemos, un auténtico profeta él mismo y vigía adelantado, además, en las fronteras perdidas del cosmos humano: el titulado The White People, al que hemos hecho referencia anteriormente 178 . Cuando tenemos la oportunidad de leer obras como ésta, nos damos cuenta de hasta que punto necesitamos abrir los ojos a las verdaderas realidades de este mundo y de cómo la mayoría de los seres humanos continuamos permaneciendo ciegos, sordos y mudos en medio de los hechos que nos rodean, incluso frente a aquellos cuya valoración e interpretación depende sólo de nosotros mismos. The White People es un relato no demasiado largo, pero muy denso, en el cual se entremezclan varias historias e importantes reseñas de datos etnográficos, recogidos del folklore galés y europeo. Comienza con una reflexión acerca de cual pueda ser la verdadera naturaleza del Bien y del Mal, grandes principios cuyo juego parece informar nuestra vida entera, pero acerca de los cuales descubrimos con sorpresa que, ciertamente, sabemos muy poco. Y sin embargo, de su permanencia entre nosotros a lo largo de las generaciones, depende toda la compleja estructura de la convivencia y, en grado no menor, la conservación del edificio entero de la ley moral que presuntamente debe respaldarnos en la definición y clasificación de nuestros actos. Sin embargo, el núcleo de ésta obra de Machen describe además otra realidad, aunque para hacerlo haya de partir de aquella reflexión primera. El argumento se manifiesta a partir de una linea de desarrollo formalmente tan simple como esta: una niña comienza a escribir en su diario –un viejo cuaderno verde encontrado por azar en un cajon de un mueble olvidado- todas las experiencias que ha tenido durante su corta existencia. Y es entonces cuando descubrimos que no se trata de una niña normal y corriente, sino de alguien que, por razones misteriosas y no manifestadas, ha sido escogido como testigo desde su infancia por unas fuerzas extrañas y ajenas a la humanidad, las 178 Versión española, El pueblo blanco. En “Antología de cuentos de terror”. Alianza Editorial. Tomo 3. Madrid, 1988. p. 73 a 120. 285 cuales permanecen siempre muy cerca de nosotros, aunque no las veamos ni nos percatemos –o queramos darnos cuenta- de su presencia. Una de las cuestiones principales que se plantean aquí es, por tanto, ésta: ¿Existen varias realidades diferentes y activas, además de aquella en la que cotidianamente nos desenvolvemos?. Otra segunda e inmediata que surge de ella como consecuencia, es: Tales realidades alternativas ¿Son favorables, hostiles o indiferentes con respecto a la humanidad? La contestación a dichas preguntas y el convencimiento acerca de que lo peor que podría ocurrirnos es imaginarnos completamente sólos en el universo, representan los parámetros principales de nuestra argumentación y, simultáneamente, se convierten en la justificación más importante que podríamos obtener acerca de lo pertinentes que son por sí mismos, tanto las informaciones generales desprendidas de los cuentos populares, como los aspectos maravillosos y fantásticos que se describen en ellos. Así vemos que el mundo dibujado por la pequeña protagonista de esta narración de Arthur Machen es un ámbito que se debe alcanzar tras sufrir los dolores y padecimientos característicos de los caminos iniciáticos. El relato refiere como, una tarde, la niña se va a dar un largo paseo que la lleva, atravesando oscuros bosques y cruzando a través de estrechos túneles formados por matorrales espinosos que cierran el camino –la típica configuración del acceso difícil al Más Allá aparecida en tantos relatos y leyendas- hasta llegar a un universo bien distinto al nuestro en su aspecto y propiedades. Este mundo se muestra configurado por unas grandes piedras de aspecto grisáceo y lúgubre, dispuestas como semicírculos en la falda herbosa de una colina, al modo en que suelen estarlo ciertos monumentos megalíticos tan abundantes en los países celtas. Al principio, las entidades encerradas en aquellas rocas muestran un aspecto hostil y la niña tiene miedo de lo que representan y de lo que pueden hacer respecto a los intrusos. Pero, poco a poco, aprende a recibir correctamente las sugestiones que dichas entidades le envían; es decir, comienza a interpretar de manera adecuada, no con miedo, sino aplicando sus conocimientos previos, los códigos presentes en su lenguaje, de manera que, al final, es capaz de conectar plenamente con ellas. Es entonces, una vez establecida dicha sintonía, cuando se le revelan los primeros secretos. En la narración, aquél universo de piedras que forman 286 semicírculos en las colinas, se hace cada vez más grande y comienza a girar lentamente alrededor de la niña, mostrando su auténtico aspecto de mundo paralelo, pleno de energías y de manifestaciones de poder que, sin duda, terminarán consiguiendo la propia transformación del sujeto mismo –el iniciado o el adepto de tantos otros relatos- que contempla tales prodigios. ...Y cuanto más las miraba, más veía enormes anillos de rocas que cada vez se hacían mayores; estuve tanto tiempo mirándolas que, al final, sentí como si todas se moviesen y girasen, lo mismo que una rueda inmensa, y que yo también giraba en su centro 179. Esta rotación del universo alrededor de un punto focal que sólo se pone de manifiesto cuando el observador se ha preparado debidamente, es una de las señales de acceso al Más Allá que suelen mostrarse en muchos relatos y leyendas tradicionales, como los Viajes al Otro Mundo de la literatura medieval. Suele ser también una característica distintiva del omphalos o eje del mundo descrito en los textos iniciáticos. En nuestro caso, la niña, fatigada por aquél movimiento de giro perpetuo, se marea y cae al suelo. Pero, al levantarse, se da cuenta de que ya puede, por ella misma, bailar y girar como lo hacían las rocas y también entonar las canciones extrañas que, desde ellas, le venían a la cabeza. La transformación del iniciado –la iniciada, en este caso- se ha producido. Y ella, puede salir entonces de aquél mundo que muestra todas las cualidades propias de los espacios-frontera y penetrar, a partir de ese momento, en otros lugares aún más secretos y escondidos que serían muy peligrosos para el común de los mortales, pero en los que ella puede transitar con una cierta libertad, no exenta de las mayores precauciones y de un comportamiento extremadamente cuidadoso, como muy bien señala el texto de Machen. Este es el camino que, descrito una y mil veces en los textos de la tradición y de las leyendas, ha de recorrer el adepto hasta conocer los Misterios en su aspecto pleno y completo. Nunca se llega al final o al término satisfactorio del viaje. Sólo a un cambio de estado que, progresivamente, va 179 A.Machen, o.c. p. 89. 287 alejando al iniciado de su condición de partida. Cabe preguntarse también si, al continuar por ese camino arduo y complejo, el iniciado no deberá apartarse en las últimas etapas, lo quiera o no, de su propia condición humana. El relato de Machen al que nos referimos es una auténtica caja de sorpresas que, en un poco menos de cincuenta páginas, nos ofrece varias referencias muy importantes a la mitología y al folklore galés, el cual, como es sabido, guarda notables semejanzas en sus lineas maestras con ciertas tradiciones europeas, sobre todo en aquellas que el País de Gales mantiene en común con el resto de los territorios de cultura céltica. Una de estas referencias culturales es, por ejemplo, la que atañe a las actividades nocturnas de algunos individuos aislados o de grupos numerosos en los bosques de todo el continente. Parece que hasta épocas relativamente avanzadas continuaron celebrándose ceremonias de naturaleza no muy bien conocida en determinados lugares escogidos, actividades en las que participaban unas extrañas Sociedades de los bosques gobernadas por unos no menos misteriosos Hombres Negros, tal como señala Margaret Murray en sus distintas obras de investigación sobre la pervivencia, casi hasta la actualidad en Europa, de antiguos cultos paleolíticos, integrados luego, en algunos casos, en las correspondientes festividades cristianas 180. Con su habitual maestría y pertinencia etnográficas, Arthur Machen describe en El pueblo blanco una de estas ceremonias secretas. Allí relata, a través de la protagonista ya conocida, como, durante el verano, al llegar ciertas horas de la noche, los habitantes de algunos poblados y aldeas se van a ciertas zonas especiales del bosque. Allí se reunen en una especie de gran cónclave protegido por unas barreras especiales cuya puerta desaparece una vez que todos los asistentes estaban en su lugar. Hombres, mujeres y hasta niños pequeños asisten a estas convocatorias nocturnas en las que todos participan. El lugar de la celebración, al que se accede mediante la realización 180 Margaret A. Murray, Witchcraft: The Witch Cult in western Europe y El dios de los brujos. En esta última obra, la destacada antropóloga y arqueóloga habla de las ceremonias del sabbath llevadas a cabo por los supervivientes de antiguas poblaciones europeas que, al parecer, pudieron dar lugar a las leyendas sobre hadas, elfos y otros habitantes secretos de los bosques. Las actividades de estas Sociedades de los bosques dirigidas por misteriosos Hombres Negros, sobre las que investiga la doctora Murray, según los testimonios obtenidos y estudiados por ella, se han extendido practicamente por toda Europa. Ver en El dios de los brujos, Fondo de Cultura Económica, México 1986, 2006. p. 103 y s. 288 de un extraño signo ante los guardianes de la puerta, queda mágicamente sellado y aislado del resto del mundo una vez que empiezan las ceremonias. De ellas poco se sabe, en realidad. Sólo que las preside un misterioso Hombre Oscuro –tal como apunta Margaret Murray en su investigación- y que durante esos actos los asistentes cantan y danzan en círculo y, llegado el momento, comen y beben un pan y un vino especiales que transforma a todos aquellos que los han ingerido. Arthur Machen hace referencia a un hecho particular de gran significado: los asistentes entran en trance mediante la música, con el humo de ciertas sustancias desconocidas que se queman en la oscuridad y con la resonancia de cierto instrumento –tal vez un tambor chamánico- acerca de cuya naturaleza o aspecto no se proporcionan datos, aunque sí se hace respecto al sonido que mediante él se produce: un ruido parecido al del trueno, que podía escucharse a gran distancia en la noche. Un detalle significativo es que los habitantes de los pueblos a los que ese sonido retumbante y lejano, semejante a una tormenta en las montañas, despertaba durante la noche, hacían sobre su pecho un signo especial pues, casi todos ellos sabían de que se trataba 181. En esas reuniones nocturnas y según los testimonios reunidos por la doctora Murray, se alcanzaba por todos los asistentes a las mismas un estado de maravillosa felicidad y una gran sensación de libertad, paz y comunión con las fuerzas y energías liberadas de la naturaleza, por lo que no es extraño que aquellas personas, las cuales, en la mayoría de los casos, arrastraban una vida penosa y llena de dificultades, esperasen con ansia la llegada de esas celebraciones a las que acudían con una gran alegría, sin que parecieran importarles demasiado los riesgos de ser detenidos por las autoridades y procesados por brujería, con todo lo que ello podía suponer para su propia supervivencia en aquellos tiempos terribles en los que la quema de brujos y brujas estaba a la orden del día. Los seres humanos hemos aprendido a convivir en nuestro mundo con unos extraños compañeros. Casi desde el principio de nuestro tiempo como especie singularizada, algunos de entre nosotros –llamémoslos chamanes, sdacerdotes, hechiceros, Hombres Negros- aprendieron muy pronto el poder 181 Arthur Machen, o.c. p. 101. 289 de ciertas prácticas o de determinadas sustancias, sonidos o sensaciones, para despertar una parte de nuestra conciencia que, habitualmente, permanece dormida o inactiva. Es muy posible que el inmenso esfuerzo desarrollado por la humanidad para crear unas religiones coherentes y efectivas o para canalizar a través del culto a los dioses esos sentimientos poderosos que se revelan en ciertas mentes, se haya visto impulsado, precisamente, por la necesidad imperiosa de controlar unas fuerzas que están con nosotros desde los tiempos más remotos, pero que, en definitiva, tienen que ver relativamente poco con todo lo que sea humano. Nuestro mundo encierra todavía maravillosas sorpresas que, quizá, puedan sonreirnos en el futuro, pero también puede guardarnos terribles asechanzas en las que podemos perdernos si no tenemos cuidado y, sobre todo, si no somos capaces de adquirir el conocimiento necesario para controlar ese poder exterior. Los cuentos y las tradiciones populares nos hablan de esta realidad que a veces se nos escapa. En ella, Mal y Bien son, siempre, un éxtasis, una evasión de lo ordinario. Como muy bien dice Machen, laborar por el Bien es intentar recobrar algo que los humanos hemos perdido, mientras que pretender el Mal es desear algo que no nos pertenece ni nunca ha sido nuestro 182 . Pero, a pesar de ello, ambos son partes irrenunciables –e inseparables- de nuestro propio ser. 182 A. Machen, o.c. p. 77. 290 Conclusión: La reflexión sobre lo Natural y lo Paradójico, como un viaje de ida y vuelta al Ultramundo. Algunos espíritus, más sensibles o quizá perceptivamente mejor dotados que la generalidad de sus contemporáneos, pueden tener la impresión en ocasiones de que, bordeando los límites físicos de nuestro universo cotidiano, existen, se mueven y actúan otras realidades de naturaleza absolutamente distinta a la nuestra propia. Esa impresión está, a mi juicio, muy fundada. Y no sólo por razones psicológicas complementadas con razonamientos filosóficos, antropológicos o culturales que vengan a poner de relieve la importancia que posee todo el gran conjunto estructural de las creencias establecidas sobre la existencia, más o menos explícitamente reconocida, de seres diferentes a los humanos propiamente dichos, trátese de dioses, criaturas mágicas o asesinos sobrenaturales. Sino, además, por ese juego de argumentos, idénticos a los que pueden presentar centenares, tal vez miles, de lectores devotos de Algernon Blackwood, Howard Philips Lovecraft, Montague Rhodes James o el mismo Arthur Machen, citando sólo a algunos de los autores más representativos de ese género literario que ha dado en llamarse cuentos de terror, pero que, en verdad, sólo constituye una prolongación de aquél otro mucho más antiguo de los cuentos maravillosos, tendida como una inquietante punta de lanza que se levantara contra la progresiva sordidez de nuestros días. De tal manera, muchos sentimos la necesidad –expresada de diversas formas y a través de innumerables procedimientos- de buscar los signos y los testimonios que permitan hacer más visible esa realidad alternativa sobre cuya presencia sospechamos. Pero también reaccionamos ante tal posibilidad con un cierto reparo no exento de temor, puesto que muchos de aquellos signos y testimonios parecen mostrar una preocupante otredad y tal vez una absoluta extrañeza que, respecto a la humanidad, puedan ostentar los habitantes o usuarios accidentales de aquella realidad ajena, considerada por muchos como una elucubración fantástica, pero acerca de cuya existencia quizá sea posible esgrimir pruebas más que fundadas. Capullos de piedra que brotan de una columna, animales que hablan y razonan a veces mejor que sus dueños humanos, rocas que exhalan ráfagas de una conciencia inesperada, aguas que, dejando sus lechos, se alzan como 291 murallas imponentes para detener el avance de alguna criatura monstruosa. ¿Qué es lo natural y qué lo exótico? En un universo de dos dimensiones, los cuerpos dotados de volumen resultarían inconcebibles, aunque tal vez pudiesen ser imaginados por algún hipotético pensador de ese mundo plano. Lo estrafalario y lo fantástico van muchas veces unidos y entablan curiosas relaciones que a veces pueden resultar peligrosas. ¿Sería pedir demasiado que las considerásemos sólo como posibilidades, aunque no estuviésemos obligados a creer en su existencia, al menos en todas horas, en todo momento? Esto es lo que se llama creencia fraccionada y aparece en muchos de los mitos y tradiciones de las diferentes culturas. Un determinado personaje de esos cuentos o leyendas se hace posible siempre y cuando los demás crean en su existencia y deja de serlo cuando aquellos que creían en él dejan de hacerlo a su vez. Se trata de una existencia a saltos, de una verdadera y auténtica discontinuidad, según nos la presentan ciertas hipótesis planteadas acerca de la naturaleza de las cosas. Pero esa posibilidad no ocurre en el vacío. Su aparición modifica puntualmente el continuum espacio-temporal tetradimensional que la mayoría de nosotros conocemos por nuestra experiencia directa. Se produce una resonancia con otras estructuras próximas o remotas y el resultado puede ser tal vez una nueva propiedad del espacio tiempo, el comienzo de un agujero negro o la apertura de una puerta dimensional que nos arrastre hacia universos desconocidos y considerados como fantasías por quienes prefieren una realidad fija e inamovible. La hipótesis de la creencia fraccionada puede hacernos entender mejor las posibilidades que las certezas. Se nos ha hecho creer que los seres humanos necesitamos poner nuestros pies sobre un suelo de certezas para poder sobrellevar nuestra existencia. El sistema nos ha acostumbrado a desconfiar de todo aquello que no ostente un recio marchamo de certidumbre – por más que no analicemos con demasiado rigor cuales son los argumentos de la autoridad que la certifica y sostiene- y también a huir como de la peste de cualquier encadenamiento de posibilidades que vaya a surgir del desarrollo analítico. Sin embargo, nuestro propio sistema perceptivo se apoya sobre encadenamientos de posibilidades más que sobre mecanismos todo-nada o 292 procedimientos de acreditación de sucesos. Tenemos que trabajar casi siempre sobre posibilidades, ya que las certezas serían demasiado difíciles de comprobar, el sistema tardaría demasiado en certificar la validez de los distintos subniveles de estados, de manera que comenzaría a acumular retrasos hasta convertirse en algo ineficaz e inoperante. De ahí la importancia de los sistemas y procesos culturales. Por eso, los seres humanos no son –o al menos, no son sólo- sistemas cibernéticos ni mecanismos celulares sofisticados, sino algo mucho más complejo que actúa en un nivel de organización cualitativamente avanzado sobre los planos moleculares, bioquímicos u orgánicos. En nosotros es mucho más importante alcanzar y mantener el punto de equilibrio entre diversos subsistemas complejos, que hacer prevalecer alguno de ellos sobre el resto. El desequilibrio trae como consecuencia inmediata una perturbación, aunque desde luego es verdad que ésta no siempre tiene que suponer una catástrofe ni mucho menos y que incluso puede llegar a convertirse en el punto de arranque de otras posibilidades de organización. Pero, con todo ello, nuestra misma existencia depende muchas veces del alcance y la constancia mínimamente establecida de dicho equilibrio. Pero es sobre todo la posibilidad, la que se convierte en impulsora de ese plano en el que actúan los sistemas culturales y en el cual las certezas se confunden sospechosamente con la rigidez y con la disfunción. El borde caótico aguarda, en cualquier caso, a todos los sistemas. La agregación de entropía es inevitable y su incremento solo se resuelve llegando hacia la desorganización y la disolución de aquellos. A partir de ahí, el número de posibilidades de organización vuelve a incrementarse considerablemente con respecto al número de certezas y el resultado es una nueva oportunidad para constituir un sistema funcionante que, a su vez, se integrará en el conjunto interrelacionado de todos los sistemas del universo. ¿Cómo afecta esto a nuestras leyendas, relatos populares y tradiciones? Hemos de tener en cuenta, con carácter previo a cualquier otra consideración, que los textos a los cuales nos referimos son, sobre todo, sistemas activos de connotaciones, que no sólo transmiten información sobre esta o aquella costumbre o comportamiento individual o social, sino que, verdaderamente, actúan sobre el sustrato en el cual han surgido y se han desarrollado, 293 modificándolo sensiblemente y de forma duradera. Lo hacen, además, si los consideramos como elementos transmisibles en el transcurso del tiempo cronológico, desde una época hacia las épocas sucesivas, de tal manera que el entorno cultural no podría ser el mismo sin su concurso. Si según hemos apuntado, nuestra realidad cotidiana –a la cual denominamos así para distinguirla de esas otras realidades extraordinarias que, en cualquier momento, pueden manifestarse ante nosotros- bordea y orilla mundos diferentes y alternativos, poca duda cabe que estos textos, nacidos muchos de ellos en épocas remotas, son un vehículo de comunicación privilegiado con ellos; y lo son en una forma que es original y sensibilizadora para muchos estados de conciencia oscurecidos o inactivados. Pero ocurre que nuestra civilización contemporánea tiene una cierta tendencia a reducir a veces esos relatos y tradiciones al desempeño del mismo papel que el cubierto por las fantasías y los mitos, acerca de los cuales no se conoce demasiado, pero a los que sólo se concede un valor secundario, bien como representaciones de elementos de lo inconsciente colectivo, bien como ensoñaciones o manifestaciones expresadas por mentes supersticiosas y fabuladoras, cuando no son atribuidos simplemente a las maquinaciones de un proceso semipatológico de construcción de la realidad. Sin embargo, estos textos suelen encerrar secretos perdidos para la humanidad en el transcurso del tiempo y, en cualquier caso, proponen procedimientos alternativos para entender e interpretar el mundo que nos rodea. No pocos textos canónicos que para ciertos movimientos religiosos representan nada menos que las palabras mismas de la divinidad o que se consideran como revelaciones extraordinarias procedentes del ámbito de lo sagrado, actúan también de esa manera y siguiendo pautas análogas a las establecidas por los relatos maravillosos o las tradiciones populares. Porque lo cierto es que, probablemente, ambos tipos de relatos, aún cubriendo expectativas bien distintas y promoviendo objetivos singularizados –al menos en apariencia- sean testimonios derivados directa o indirectamente de esas energías de lo Numinoso-primordial a las que tantas veces nos hemos referido. Lo santo y lo profano aparecen, desde luego, como ámbitos separados. Según Mircea Eliade, es lo Sagrado quien toma la iniciativa y actúa como un catalizador para fragmentar el espacio humano de una manera irreversible, ya 294 que los seres humanos vibran y responden como resonadores especialmente sintonizados con la llegada de esas energías. Sin embargo, no debemos olvidar que, aun suponiendo aceptable esa perspectiva de actuación, no sería lo Sagrado quien se manifestaría las primeras veces en la mayoría de los casos, sino lo Numinoso. Ocurre que esa presencia incontrolada y arbitraria se va modificando a su vez a medida que se manifiesta ante lo humano, y de tal forma, primero como lo Sagrado-Institucionalizado y luego como lo religioso, termina por ser aceptado y asumido como una posibilidad más junto con otras muchas. El secreto de los cuentos tiene algo que ver con ese proceso de transformación de lo Numinoso que, desde lo Absolutamente Otro, lo Fascinante, lo Terrible y lo Innombrable, pasa a convertirse simplemente en lo maravilloso. El universo de los cuentos es atravesado, así, por los caminos que los Muertos han de emprender para llegar hasta nosotros, lo mismo que es cruzado también por las rutas de los dioses y de los héroes o de dragones, ogros y personajes mitológicos de corte extraordinario. Los cuentos forman entonces un cuerpo con más características comunes de las que podrían suponerse, junto con los relatos de la historia sagrada o de la hagiografía. Vayámos por un momento hasta el desierto egipcio, retrocediendo en el tiempo unos mil ochocientos años, aproximadamente. El sol ya se ha puesto y comienza a hacer frío. En el horizonte cercano podemos contemplar unas ruinas semienterradas por la arena en las que reconoceremos la estructura de un viejo templo faraónico, con sus columnas ciclópeas y sus piedras labradas caidas en desorden. Allí, entre esos testimonios de un pasado ya olvidado, vive un eremita. Si nos acercamos lo suficiente, veremos como aquél individuo medio desnudo, con su cuerpo esquelético torturado por las privaciones del ayuno y por las disciplinas y castigos a que lo somete su dueño, arrastra ahora unas pesadas piedras destinadas a proteger su cubículo del asalto de las fieras nocturnas. Esas fieras no andan muy lejos, a juzgar por ciertos aullidos y quejidos que se escuchan en la creciente oscuridad. El eremita, les arroja piedras, lanzadas mediante una primitiva honda. Pero los asaltantes –chacales, quizá los temibles lobos del desierto- no se dejan ver. Únicamente aquí y allá, al abrigo de las dunas, cruza de vez en cuando una sombra huidiza o se divisa el tenue resplandor rojizo de unos ojos 295 crueles. Todas las noches el eremita soporta el cerco de esos monstruos, que en su cabeza enfebrecida por el ayuno, el calor, el frío y la sed, toman la apariencia de demonios salidos del mismo infierno para someterle a tormento. Pero los asaltantes –sombras en la noche ciega y sorda para los lamentos- no tienen prisa. Saben que, tal vez en las horas de mayor oscuridad, podrán sorprender a su presa cuando los ojos cansados se cierren bajo el peso del sueño y los labios dejen de farfullar unas oraciones casi inaudibles. Así ocurrió sin duda en muchos casos y así sucedió también en éste. Colmillos y garras crueles tardarán bien poco en desprender la escasa carne que cubre los huesos del ermitaño. Del resto de su cuerpo devorado se encargará el desierto, igual que lo ha hecho con otros muchos. Pero, en este caso, al eremita le ha dado tiempo para garabatear su experiencia en los márgenes de tres o cuatro manuscritos que le servían como lectura piadosa. En esas breves lineas, apenas visibles, se habla de las terribles bestias de la noche y de los malos espíritus del desierto que acuden a la llamada de los demonios. Menciona también a una especie de vampiro de ojos rojos que, en medio de las sombras, tiende una garra negra hacia su presa, mientras contrae el rostro con una mueca cruel. Un viajero ocasional encontrará muchos años después aquellos arrugados papeles y, creyéndolos de algún valor, se los llevará consigo. De esa forma, terminarán por llegar hasta nosotros 183. Acerquémonos ahora, dando un salto en el espacio y en el tiempo, hasta las tierras fronterizas que separan Europa de Asia. Estamos en el siglo nueve y sólo podemos ver una gran espesura de árboles que se alzan en medio de la oscuridad, porque también es de noche. Los caminos del bosque se pueblan de pasos furtivos y de luces que van de un lado para otro. Unas sombras se desplazan por ellos con máscaras que representan morros y hocicos de lobos y osos. También las pieles de esos animales feroces cubren sus cuerpos pintarrajeados. Aquellas sombras sostienen armas afiladas en sus manos y parecen arrastrar a varios prisioneros que se debaten aterrorizados. Pronto llegan a un claro donde, junto a un gran árbol se levantan las piedras de un dolmen. Son piedras manchadas con el fluir frecuente de algún 183 Yo mismo he visto un manuscrito con anotaciones semejantes en la Bodley’s Library de Oxford. Según aparece indicado en el catálogo, parece que perteneció a un tal Ireneo, del que no poseemos más noticias. Fue adquirido en El Cairo por el esq. Trewlaney, un caballero vinculado con la universidad, que lo donó a la citada biblioteca en 1830. 296 líquido oscuro y por las cenizas de recientes cremaciones. Entre los restos humeantes, todavía pueden verse las partes largas de algunos huesos. Son huesos humanos, procedentes de anteriores sacrificios rituales. Aquellas sombras, llegadas hasta el rudimentario altar, colocan a sus víctimas sobre la dura roca y, tras golpearlas en la cabeza con un grueso mazo para dejarlas inconscientes, se lanzan sobre ellas furiosamente y en tropel, como harían los animales salvajes con cuyos cráneos se enmascaran, descuartizándolas y arrancando de sus cuerpos trozos de carne que, después, alzan hacia las bóvedas del bosque, en homenaje a sus oscuras divinidades. Estamos ante las ofrendas que una männerbünd de licántropos presenta en la noche. El furor sagrado que recorre como un fuego interior a los miembros de esa sociedad secreta, es apenas contenido por la vista de la sangre que fluye de los cuerpos destrozados de las víctimas. Si no existiera ese límite, se devorarían unos a otros en medio de una inenarrable batalla final. Pero su jefe y guía, que previamente a la jornada de caza les ha proporcionado a cada uno de ellos un poco de la bebida sagrada, conoce muy bien su poder y los efectos de la poción que constituye su arma más importante, el elixir secreto con el cual convierte a sus guerreros en una hueste invencible y terrorífica. Cuando las primeras luces del alba tiñen el cielo de rojo, ya casi no se escuchan los aullidos de los hombres-lobo. El fuego devora, sobre la tabla rocosa del dolmen, los últimos restos de sus víctimas despedazadas, mientras, tras una noche de horror, allá en la aldea que levanta sus empalizadas frente al bosque negro, comienza una nueva jornada. Todos los lugareños se miran, tragan su miedo y hacen un mudo recuento. Desde hace mucho tiempo conocen muy bien los asaltos de los muertos y de los monstruos que se guarecen en el corazón de la selva. En esta ocasión, tres vecinos del poblado han sido capturados por las fuerzas malignas y no volverán a ser vistos nunca más. Pero el miedo no termina con esta desgracia, porque cuando vuelva a caer la noche y la luna pálida se asome otra vez en el cielo, los demonios de la selva cazarán de nuevo. Estas dos escenificaciones –que resumen ejemplos tomados de la literatura y de las tradiciones- nos muestran cómo han podido crearse los monstruos de las leyendas. La huida del héroe –o de los héroes- de un relato 297 no se produce sólo porque sus protagonistas hayan de escapar de la muerte, aunque a veces la figura adusta de la muerte encubra al auténtico perseguidor, que permanece en las sombras o escondido tras el espantajo cadavérico de la Parca. Los héroes de los relatos –como los protagonistas reales en los que se inspiran sus aventuras- intentan escapar en verdad de los monstruos, de los demonios, de los muertos malignos que vuelven, del Mal o de alguna personificación de dichas figuras. Todos saben muy bien que es inútil huir de la muerte, porque ella nos alcanzará a todos antes o después, así que las grandes lineas de conocimiento contenidas en los cuentos populares no gastarían sus preciosos recursos, heredados de los ancestros generación tras generación, en un esfuerzo tan vano. La muerte siempre puede retrasarse un poco, ser engañada o burlada momentáneamente. Es algo inevitable, desde luego, pero resulta ser mucho menos implacable de lo que podría suponerse. La muerte acompaña desde el principio al ser humano, es algo propio e inherente a él y a un desarrollo existencial y equitativo de su existencia. Puede, a pesar de todo, ser entendida y asumida. No obstante, desde el punto de vista cultural, se resalta más en ella su condición de posibilidad, que el aspecto inapelable de una certidumbre sin salida. Por eso, para casi todos los pueblos y culturas que conocemos, la muerte no es el final. Sólo es una etapa del camino. La creencia fraccionada nos habla, ya lo sabemos, de posibilidades. El encuentro con la muerte se convierte así, a través de la fuerza del relato y del poder de la cultura humana, en una suma de posibilidades y en una presentación de alternativas que no siempre han de terminar con la certeza inexorable del acabamiento y la extinción. Pero es necesario contar con que los encuentros o ataques de los monstruos, sus incursiones en la relativamente apacible esfera de la existencia humana, la animosidad extraña, ajena a la humanidad en sí que traen consigo, no permiten jugar en la libre disposición de las posibilidades, ni perdonan tampoco los errores de interpretación. Los monstruos no solo pretenden la eliminación física de unas cuantas víctimas, sino sustituir su misma posibilidad de existencia para colocarse ellos en su lugar. Y lo hacen mediante el terror, el despedazamiento y las imágenes de la sangre corriendo sobre las viejas piedras del sacrificio. 298 Por eso, al asalto de tales criaturas monstruosas, bien hayan sido éstas creadas por la misma presencia de alguien como el eremita del que hablábamos antes, el cual permanece inerme entre las fieras del desierto, bien aparezcan implicadas en acciones desatadas por las asechanzas de ciertos guerreros llevados hasta el límite berserkir de una experiencia extrema de ferocidad, y que encarnan por ello las figuras de licántropos o de fieras salvajes y sobrenaturales, no es posible colocarle otros diques que aquellos acordados por las fuerzas surgidas de una tradición milenaria o por las contramedidas extraídas de un poder emanado de la propia experiencia cultural. Cuando hablamos de los seres humanos, la cultura –que es una creación típica, característica de ellos, sin la cual no podrían ser lo que són, buenos o malos- nos permite entender, mediante sus acciones siempre complejas, más allá de una aparente simplicidad, procesos que, de otra manera, permanecerían envueltos en un misterio impenetrable. Conocemos en las civilizaciones del pasado y del presente actos de la más sublime bondad y desprendimiento, sacrificios heroicos casi inconcebibles y también acciones horribles, de una extraordinaria crueldad. En ocasiones nos resulta dificil comprender que contradicciones actos tan destinados grandes y a los dioses determinaciones puedan tan encerrar aparentemente inconciliables. Pero todo ello forma parte de las relaciones que los seres humanos establecen con el universo que les rodea y esos rasgos, por temibles o absurdos que puedan parecernos, forman parte de nuestras propias vidas e influyen en nosotros, quizá desde lo inconsciente colectivo, con una fuerza mucho mayor de la que algunos estarían dispuestos a reconocer. Pero los cuentos y las tradiciones populares no sólo nos hablan de esto, que es algo sabido y compartido por la mayor parte de los sistemas culturales, cada uno de los cuales ha elaborado diversas teorías a fin de explicar esas contradicciones que encierra el alma humana o para determinar una manera eficaz para encauzarlas adecuadamente en una convivencia estable. La ley moral que inspira nuestra propia cultura es uno más de esos intentos, no demasiado afortunado en sus resultados últimos, todo hay que decirlo. Además de todo ello, las leyendas a las que nos referimos mencionan también otra realidad que, en ocasiones, convive con la nuestra, permaneciendo tan próxima 299 y pegada a ella que no resultan demasiado infrecuentes sus incursiones y contactos en el mundo en que vivimos. Esa realidad alternativa y de existencia discutible, difícil de poner ante los ojos y oidos de los escépticos, no comparte con nosotros los objetivos básicos que suelen exhibirse como un logro alcanzado por el conocimiento y la capacidad humanos. Sus principios –ignorados casi en su totalidad, apenas entrevistos en la práctica- parecen no obstante muy diferentes a los nuestros, y no se aprecian en ellos ni la solidaridad ni la compasión que, hasta en los peores criminales, pueden aflorar en determinadas circunstancias. Son algo que puede describirse como ajeno a nosotros, pero que se muestra muy próximo –al menos en apariencia- a esos rasgos que hemos predicado sobre lo Numinoso-primordial lo cual, al mismo tiempo, aterroriza y fascina a quienes se les manifiesta, al tiempo que puede destruirlos y aniquilarlos con su mera presencia. Mientras, entre los seres humanos, los sistemas culturales luchan contra esa manera ajena y extraña de entender el universo. Las mujeres y hombres que integran nuestras sociedades en todos los espacios y tiempos históricamente considerados necesitan un entorno clasificado y coherente al que poder referirse en cada circunstancia que se presente ante sus vidas. En la existencia humana no suele haber demasiado espacio para la indefinición o la ambigüedad. Y no se piense que este es un rasgo más propio de las sociedades primitivas, en las que cualquier vacilación ante un requerimiento de la naturaleza o del medio puede costar la vida, que de las estructuras contemporáneas de convivencia. Nuestras máquinas y mecanismos tecnológicos, incluso los de la última generación, arrastran consigo ese rasgo tan característico y propio de sus dueños: el horror y rechazo a lo que es ambiguo, fluyente, escurridizo o inclasificable. Y ello condiciona, desde cualquier perspectiva, los desarrollos estructurales y caracteriológicos de los grupos humanos, sea cual fuere su grado de desarrollo. Tal vez por eso, el papel más importante que debe ser desarrollado por los cuentos, leyendas y tradiciones populares sea, precisamente el de contrarrestar esa excesiva fragmentación taxonómica que nos impone, probablemente, la propia disposición espacio-temporal de nuestros cerebros individuales y colectivos. Los conocimientos contenidos en dichos textos, han 300 de prepararnos para el enfrentamiento con todo aquello que representa, precisamente, lo ambiguo, lo paradójico y fluyente por excelencia y que entre sus páginas, odas y versos, aparece representado como un viaje al Ultramundo o como la lucha contra criaturas monstruosas, de las que, finalmente, debemos protegernos con la huida. Los monstruos y los muertos malignos son las avanzadas de esos mundos extraños, llegados hasta nosotros desde las oscuridades exteriores y apenas contenidos en las fronteras del universo en que residimos por rituales y procedimientos a los que consideramos mágicos o fantásticos, porque ya hemos perdido el dominio y la capacidad de uso de muchos conocimientos que permanecían en poder de nuestros antepasados remotos. Quizá sea necesario adquirir de nuevo, al menos, el convencimiento sobre la existencia de otras realidades, con las que seguramente entraron en contacto muchos de aquellos antecesores que ahora permanecen, olvidados, entre las sombras del tiempo perdido. Los conocimientos y el saber que ahora tanto nos asombran y a los que hemos colocado en el trono de las desterradas divinidades antiguas, llevan consigo una tara de la que no han podido desprenderse, porque nosotros mismos tampoco la hemos superado: el afán por la certidumbre y el impulso por colocar a cada cosa en un lugar que creamos ex –profeso para ella. Y esta es, posiblemente, una de las diferencias más importantes que existen entre los auténticos creadores y los simples demiurgos. El creador contempla en su mente el desarrollo pleno de un juego complejo planteado entre posibilidades. No necesita considerar todas las consecuencias que de ese juego vayan a derivarse, precisamente porque debe permitir que el avance dialéctico se manifieste en toda su intensidad, no eliminando las contradicciones que aparezcan, sino superándolas. El demiurgo opta casi siempre por un acto ciego de creación cuyo resultado o desencadenamiento sea la certeza. Las criaturas deben funcionar inmediatamente, para alabar a su artífice o para trabajar duramente con el fin de librarle de sus esfuerzos más penosos. Si no se logra ese resultado, viene la destrucción, el diluvio universal, la extinción de toda vida creada. El gran problema del demiurgo es que, para conseguir cualquiera de aquellos objetivos simples, ha de poner en sus criaturas un poco de conciencia, aunque sea en 301 proporción mínima. Y la conciencia, como una de las formas más evolucionadas de la materia, tiene la propiedad de desarrollarse y de hacerse progresivamente más compleja ocasionando cambios cualitativos. Es entonces cuando empiezan a surgir los inconvenientes, porque las criaturas, a causa de la tara inserta en su propia condición original, no saben como han de proceder con respecto a su creador. Es el viejo mito que intenta justificar el asesinato ritual del padre-creador a los ojos de sus criaturas-hijos, ya que esa situación contradictoria de sublevación-dependencia no se puede resolver de otra manera. Por eso nacen los mitos, los cuales, entre otras muchas cosas, son relatos que, de una manera ideológicamente simplificada pero con gran eficacia técnica, explican el proceso de aquella contradicción primera. De allí arranca posiblemente, el horror profesado hacia lo ambiguo y paradójico que, de manera casi inmediata, es asimilado con lo monstruoso y lo demoníaco. Y así también los hijos-asesinos del padre se dividen en las dos facciones clásicas y ritualmente enfrentadas de hijos-buenos e hijos-malvados, que perduran en tantas leyendas y mitos de origen. Sin embargo, pese a la ritualización, permanecen casi idemnes los términos básicos de ese enfrentamiento mantenido en un principio entre lo simple y lo múltiple, entre la luz y la oscuridad, términos a los que nosotros mismos hemos re-vestido con los ropajes ampulosos del Bien y el Mal. Los cuentos y las tradiciones nos muestran así uno de sus secretos: el camino que conduce hacia el Más Allá bordea maravillas que resultan imposibles de describir con las limitaciones de nuestro lenguaje terreno, pero también contiene peligros ante los cuales podemos sucumbir con la mayor facilidad, ya que su naturaleza puede insinuarse en nuestro espíritu e invadirnos desde dentro. Apenas tenemos defensa frente a ellos y por esa razón nos dan tanto miedo. Pese a la conciencia de tal fragilidad, la existencia que poseemos puede ser testigo de acontecimientos de una naturaleza inimaginable. Interpretando con palabras los sentimientos de Arthur Machen, sería como si, en una tarde de verano, observando con atención lo que nos rodea, pudiésemos tal vez contemplar en un instante de suprema lucidez las formas que, ante nuestros ojos asombrados, empieza a manifestar el profundo abismo existente entre dos 302 mundos. Sabiendo también que esa sima únicamente puede salvarse mediante un puente de luz, capaz de unir nuestra tierra con esas riberas desconocidas que se abren al otro lado, en las cuales sospechamos que, a buen seguro, todo será posible, cuando hayamos conseguido derribar la sólida barrera de las sensaciones 184. Al fin, ¿Qué otra cosa podemos decir sobre la magia, sino que hace posible cabalgar sobre las olas y planear, igual que los pájaros, en el dorso de los vientos y la tormenta? Los seres humanos jamás nos conformaremos con permanecer dormidos y quietos en el seno de un mundo envejecido y cerrado a toda ilusión. Así nos lo dicen los rapsodas de edades ya pasadas. Aquellos que acompañaban a los navegantes y a los Santos celtas por los húmedos y borrascosos caminos del gran Océano, para descubrir insulas reidoras y guaridas de feroces demonios. Fueron entonces –como nosotros somos ahora, en cada verso, en cada página transcurrida- exploradores de lo inimaginable. Y cuando, por fin, lograron fijar su planta sobre los extraños y movedizos territorios del Alén, su deseo más ferviente no sería jamás el reposo, ansiado tal vez en algún momento de flaqueza, sino que: Todavía no recuperados de nuestra aventura, y un poco sobresaltados por los mil peligros que la mar nos prodiga, a pesar de las palabras de nuestro padre Brendan y las promesas de protección que nos han sido hechas por el Hombre de Luz, izamos la vela y emprendemos de nuevo nuestra ruta 185. En cualquier caso, según apuntan sabiamente las antiguas sagas, los seres humanos no deben temer los asaltos de la galerna ni tampoco a los dioses o a los fantasmas de otros tiempos. Tan solo habrán de cuidarse de aquello que encierran en el laberinto inexplorado de su mente y en los impulsos secretos que abrigan en su corazón. 184 Arthur Machen. El gran dios Pan. o. c. p. 13. Hombre de Luz, es la denominación que se da a los ángeles en estos textos. En René-Yves Creston, La navigation de Saint Brendan, Terre de Brume Éditions, 1996. p. 83. 185 303 ANEXOS 304 1. Leyenda recogida por Procopio de Cesarea (History of the Wars, VIII, XX (The Gothic War, iv, 20). En Howard R. Patch, El Otro Mundo en la literatura medieval, p.37): Hablando de la isla de Brittia (considerada como morada de los muertos) “Los habitantes de este lugar...dicen que les toca por turno la obligación de transportar las almas…Y a altas horas de la noche sienten que llaman a sus puertas y oyen una voz imprecisa que los convoca a la tarea. Y ellos, sin titubear un momento, saltan del lecho y se encaminan a la playa, sin comprender qué necesidad les empuja a hacer tal cosa, pero, con todo, impelidos a ello. Ahí ven esquifes ya dispuestos sin que haya nadie en ellos; sin embargo, no son los suyos propios, sino otros distintos, en los cuales se embarcan y echan mano de los remos. Y sienten que los botes van cargados con un gran número de pasajeros y los mojan las olas hasta el borde y la chumacera, y sobresale cuando mucho un dedo de la superficie del agua; sin embargo, no ven nada, y después de una hora de remar atracan en Brittia. Y sin embargo, cuando hacen el viaje en sus propios esquifes, sin usar velas sino solo remos, dificilmente hacen el trayecto en una noche y un dia. Así que han llegado a la isla y descargado, parten a toda velocidad, con los botes vueltos repentinamente ligeros y levantándose por encima de las olas,,,, Y ellos, por su parte, no ven hombre alguno ni sentado en el bote con ellos ni saliendo del bote; pero afirman que oyen una especie de voz desde la isla, que parece anunciar a quienes se hacen cargo de las almas, a medida que se pronuncia el nombre de los pasajeros que han llegado con ellos…” 305 2. Clasificación de motivos de los cuentos por Antti Aarne y Stith Thompson. Esta clasificación por motivos de los cuentos es la realizada por Antti Aarne, revisada y aumentada luego por Stith Thompson en The Types of the FolkTale. (Ref.: Antti Aarne - Stith Thompson, The Types of the Folk-Tale; a classification and Bibliography. Antti Aarne, Verzeichnis der Märchentypen, FFC 3, Helsingfors, 1910. Traducido y ampliado por Stith Thompson, FFC 74, Helsinki, (1928) 1964). 1- Cuentos de animales: - Animales salvajes. - Animales salvajes y domésticos. - El hombre y los animales salvajes. - Animales domésticos. - Pájaros. - Peces. - Otros animales y objetos. 2- Cuentos folclóricos ordinarios: A- Cuentos de magia: - Adversarios sobrenaturales. - Esposos u otros parientes sobrenaturales o encantados. - Tareas sobrehumanas. - Protectores sobrenaturales. - Objetos mágicos. - Conocimiento o poder sobrenatural. - Otros cuentos de lo sobrenatural. B- Relatos religiosos. C- Novelle (cuentos románticos) D- Cuentos del ogro estupido (Diablo burlado) 306 3- Chanzas y anécdotas: - Cuentos del bobo. - Relatos sobre matrimonios. - Cuentos sobre una mujer (muchacha). - Cuentos sobre un hombre (muchacho). - Cuentos de mentiras. 4- Cuentos de formulas: - Cuentos acumulativos. - Cuentos de captura. - Otros cuentos de formula. 5- Otros cuentos no clasificados. 307 3. Clasificación de W. Wundt 186. 1. Cuentos-fábulas mitológicos (Mythologische Fabelmärchen) 2. Cuentos maravillosos puros (Reine Zaubermärchen) 3. Cuentos y fábulas biológicos ( biologische Märchen und Fabeln) 4. Fábulas puras de animales (Reine Tierfabeln) 5. Cuentos “sobre el origen” (Abstammungsmärchen) 6. Cuentos y fábulas humorísticos (Scherzmärchen und Scherzfabeln) 7. Fábulas morales (Moralische Fabeln) 4. Clasificación por temas de R.M. Volkov 187. 1. Los inocentes perseguidos. 2. El héroe simple de espíritu 3. Los tres hermanos 4. El héroe que combate contra un dragón 5. La búsqueda de una novia 6. La virgen sabia 7. La víctima de un encantamiento o de un destino 8. El poseedor de un talismán 9. El poseedor de objetos encantados 10. La mujer infiel. 186 En su obra, Völkerpsychologie. En el Tomo II. Leipzig, 1960. Parte I. p. 346. Recogido de V.Propp. Morfología del cuento, o.c., p. 19 y nota 4 p. 223. 187 R.M. Volkov, El cuento. Investigaciones sobre la formación del argumento en el cuento popular. Odesa, 1924. Recogido de V.Propp. Morfología del cuento, en donde se citan quince motivos apuntados por Volkov. Pero Propp sólo recoge diez de estos motivos, resumiendo los restantes con un “etc”. Ver o.c., p. 20 y nota 5 p. 223 308 Esquema 1 NUESTRO MUNDO ESPACIO INTERMEDIO: MÁS ALLÁ LUGAR - FRONTERA Seres vivos Fuerzas paradójicas: Actúan sobre tiempo y espacio Modifican percepciones y Sensaciones Controlan la propia estructura y dinámica del lugar-frontera Permiten o impiden las relaciones entre ambos planos DIVINIDADES Antepasados Seres humanos TEOFANIAS Espíritus HIEROFANIAS Seres desencarnados Apariciones ANGELES DEMONIOS Fantasmas MENSAJEROS VIGILANTES Almas en tránsito NO-MUERTOS Almas castigadas 309 Esquema 2 DESORGANIZACIÓN ESPACIO-FRONTERA Océano ORGANIZACIÓN Tierra - Caos - Orden - Desestructuración - Normatividad social - Peligro - NATURALEZA - CULTURA (Ultramundo) (Cosmos) Espíritus Recintos de control - Seguridad Chapelles Malignos: - Krieries, Kannerezed nor(lavanderas de noche), Hueste Indiferentes: - Anaon, Ánimas - Compaña Difuntos Isla de los Muertos Cementerios (Alén, Más Allá) (Fuente: Elaboración propia, J.L.Cardero) 310 Esquema 3 Un ejemplo de recinto sagrado protector. Saint Tugen. Primelin (Cuaderno de campo J.L. Cardero. Bretaña 1993) 311 Esquema 4 Otro ejemplo de recinto sagrado protector. Saint They. Cap Sizun. (Cuaderno de campo J.L. Cardero. Bretaña 1993) 312 FOTOGRAFIAS. Chapelle Saint-They (Bretaña), vista del acceso Este al recinto. Es la zona simbólicamente más protegida. (Foto Archivo J.L.Cardero) Chapelle Saint-They (Bretaña), vista del acceso Sur al recinto, parcialmente bloqueado. Se mantiene la integridad simbólica del recinto, pero se dificulta el acceso. (Foto Archivo J.L.Cardero) 313 Chapelle Saint-They (Bretaña), vista desde el camino de acceso (Foto Archivo J.L.Cardero) Chapelle Saint-They (Bretaña), vista de la “Doble imagen” MasculinaFemenina. (Foto Archivo J.L.Cardero) 314 Caronte aguardando en su barca, Museo de Atenas. (Dibujo Cuaderno de campo J.L. Cardero) 315 El alma del difunto transportada por un psicopompo. Catedral de Lugo. Tumba Capilla de San Froilán (Foto Archivo J.L. Cardero) El perro como elemento psicopompo y apotropaico, colocado a los pies del cadáver. Catedral de Lugo. Enterramiento Puerta Norte (Foto Archivo J.L. Cardero) 316 La muerte como psicopompo o conductora de las almas. Mausoleo del conde Claude Henri d’Harcourt. Notre Dame, Paris. Fotogarfia Archivo J.L.Cardero 317 Iglesia de Santiago de Meilán (Lugo). Vista desde el camino de acceso con encrucijada (Foto Archivo J.L.Cardero) Foto 14: Iglesia de Santiago de Meilán (Lugo): Torre y muro de separación del recinto (Archivo J.L.Cardero) 318 Iglesia de Santiago de Meilán (Lugo). Corredoira y acceso al cementerio. Lugar de “As moras dos mortos” (Foto Archivo J.L.Cardero) Alvaro Cunqueiro y su camino al Otro Mundo. Lugo. (Foto Archivo J.L. Cardero) 319 Caballo con cruz inscrita en la grupa. Cerámica, Museo Numantino. Soria Cauchemar. El caballo como ser del Otro Mundo (Dibujo cuaderno de Campo J.L.Cardero) 320 BIBLIOGRAFIA. - Libro de los Muertos, Estudio preliminar, traducción y notas de Federico Lara Peinado. Editorial Tecnos, S.A., Madrid, 1989. - ABREU GOMEZ, ERMILO, Las leyendas del Popol Vuh. Espasa Calpe Mexicana, S.A.. 3ª ed., México, 1964. - ALONSO ROMERO, FERNANDO, Santos e barcos de pedra. Para unha interpretación da Galicia atlántica. Edicions Xerais de Galicia, Vigo 1991. - ANÓNIMO, Leabhar Ghabhala. El libro de las invasiones. Ed. de Ramón Sainero. Editorial Akal, S.A., 1988. - ANÓNIMO, Cuentos populares y leyendas de Irlanda. Espasa Calpe Argentina, S.A. , 1947 - ANÓNIMO, Viaje a través de los mitos irlandeses. Espasa Calpe, S.A., 1947. - BURKERT, WALTER, De Homero a los Magos. La tradición oriental en la cultura griega. Quaderns Crema, S.A., Barcelona, 2002. - CARO BAROJA, JULIO, Arte visoria y otras lucubraciones pictóricas. El Urogallo-Tusquets. 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