TEXTO 5: Educador: llamado a repensar y lanzar su misión en un nuevo y complejo contexto social Los nuevos rostros que interpelan al educador Patricio Bolton Ponencia para el Encuentro Anual del Consudec1 Curso de Rectores – Córdoba - Febrero de 2011 PRESENTACIÓN Buenos días a todos y a todas. Agradezco esta invitación y la posibilidad de venir a compartir nuestra reflexión con ustedes. Y digo nuestra, porque detrás de estas palabras que traigo, está la labor y la reflexión de muchísimos maestros, maestras y educadores de distintos puntos del país, a los que acompaño en su tarea áulica, con el humilde servicio de ayudar a construir prácticas educativas y evangelizadoras que promuevan un mundo más justo y una sociedad más fraterna, en la clave que nos señala el Reino revelado en Jesús. Hablo como educador y maestro que soy, y que trabajo en un aula, en un barrio, en esta sociedad concreta. Hablo de mí y de mis preguntas, las que compartimos a diario en la escuela donde trabajo, junto a una hermosa comunidad de educadores Estos 3 puntos les propongo en esta mañana para reflexionar juntos: 1. El rol del educador 2. Los desafíos de hoy 3. Algunos indispensables en el proceso de configurar el rol del educador 1. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL ROL DEL EDUCADOR Cuando leo y releo el título de este momento de reflexión que tiene por título “Los nuevos rostros que interpelan al educador” y el lema de este encuentro “Educador: llamado a repensar y lanzar su misión en un nuevo y complejo contexto social”, me surgen estas 7 ideas para compartir en esta mañana como consideraciones previas: 1. EL ROL DEL EDUCADOR ES UNA PRÁCTICA SOCIAL, POLÍTICA Y CULTURAL: El rol del educador no tiene una función social fijada desde siempre y esencializada, sino que es un rol construido socialmente y que guarda relación con el momento sociohistórico en donde se desarrolla. Por eso podemos en esta mañana reunirnos y reflexionar juntos sobre cuál es el educador que necesita nuestra sociedad. Hoy y en cada momento, podemos detenernos, mirar lo que vivimos como sociedad y preguntarnos qué tipo de educador necesitan los hombres y las mujeres con las que compartimos el presente. La práctica educativa es una práctica social, una práctica política y una práctica cultural, y es por eso que 1 El público de esta ponencia eran más de 2000 directivos y educadores católicos venidos de distintos puntos del país, proveniente mayormente de congregaciones religiosas y escuelas parroquiales. Este texto que presentamos en este libro, lo hemos mantenido prácticamente igual a aquella ponencia, con las breves referencias religiosas explícitas que tenía. el rol del educador dependerá de cada momento social, político y cultural, y del modo en que se quiera responder a cada sociedad. El rol del educador dependerá del modo en cómo se lea, se interprete, se juzgue y se responda al tiempo presente. Y también dependerá de la distancia crítica que se tiene frente a cada momento histórico. Cabe preguntarnos en esta mañana, ¿de qué manera pesan en nuestra conciencia una mirada esencialista del rol del educador? ¿de qué manera tenemos y permitimos libertad para que los educadores podamos redefinir nuestra función y nuestra labor desde una distancia crítica con el momento presente? ¿o somos funcionales y reproductores del sistema, como muchas veces se nos crítico? Hablar de práctica social es hacer referencia a unos otros y otras desde donde nos definimos, y eso es una cuestión de opción política, religiosa y epistemológica de nuestra parte: ¿desde dónde vamos a mirar el mundo? ¿desde qué sector de la sociedad vamos a construir nuestro rol? ¿a qué sectores y para qué sectores vamos a orientar nuestra práctica? En una Argentina, donde más de la mitad de los menores de 18 años son pobres, ¿cuál es el lugar desde dónde como educadores cristianos vamos a mirar y a definir nuestro rol? 2. EL ROL DEL EDUCADOR DEBE PODER CONSTITUIRSE DESDE SU COMPONENTE UTOPICO, ESPERANZADOR Y AMOROSO DE LO HUMANO: Esto quizás es una de los elementos más hermosos de nuestro rol docente, este componente utópico, amoroso de lo humano y esperanzador que nos hace definir nuestro rol en función de lo que viven nuestros hermanos y hermanas con quienes compartimos la existencia: ¿qué les queremos brindar para que su existencia y nuestra existencia sea más plena, más humana, más feliz? Porque cuando este componente se pierde, cuando este componente utópico, amoroso y esperanzador desaparece, entonces ya no hay más rol del educador que pensar, y la tarea docente se hace rutinaria, y lo que se transmite es un contenido muerto, y nos hacemos apáticos, y nos hacemos servidores de un sistema de muerte, y nos hacemos técnicos fríos, y nos hacemos acríticos, superficiales, pobres. Como dice con gran verdad y mucha fuerza el autor de “Ética para amador2”, “sólo educa el que está enamorado de lo humano”. Este es el corazón del acto educativo: el enamoramiento de lo humano. Esta es la razón por la que vale la pena transmitir la cultura, construir el saber, transformar lo que deshumaniza, soñar nuevos mundos, forjar comunidades escolares alternativas. La fuerza transformadora de la educación tiene en este enamoramiento de lo humano, su raíz. 3. EL ROL DEL EDUCADOR DEBE PODER CONSTRUIRSE CON Y DESDE UNA MIRADA CRÍTICA Y PROFÉTICA A LA HISTORIA QUE VIVIMOS: Debemos tenerle miedo a que desaparezca el sentido utópico, esperanzador y amoroso de nuestro ser educador. Pero también, es necesario pensar en desarrollarlo, construirlo y formarlo, sobre todo en un rol como el nuestro en donde muchas veces hemos recibido una formación que ha minimizado nuestra función social, que nos ha dado ojos chatos y miopes para mirar la educación y la escuela, el conocimiento y la sociedad, lo político y lo cultural, constituyéndonos en funcionarios reproductores de los sentidos dominantes de un sistema muchas veces perverso. Esta ausencia de sentido crítico muchas veces en nuestro rol de educadores, es lo que lo llevó a decir a Ernesto Sábato que “la primera huella que la escuela y la televisión imprimen en el alma del chico es la competencia, la victoria sobre sus compañeros, y el más fanático individualismo, ser el primero, el ganador. Creo que la educación que damos a los hijos procrea el mal porque lo enseña como bien: la piedra angular de nuestra educación se asienta sobre el individualismo y la competencia”3. 2 3 Savater, Fernando; “Ética para amador”; Editorial Ariel, Barcelona, 2008 Sábato, Ernesto; “La Resistencia”; Ed. Six Barral, Buenos Aires, 2001 La mirada acrítica en nuestra historia de educadores nos ha hecho y nos sigue haciendo cómplices muchas veces de situaciones de injusticia que como sociedad vivimos. Y en este punto quiero centrarme también en esta mañana, porque si nos encontramos que mayoritariamente somos educadores cuyo rol ha perdido esa dimensión dialógica en la definición de lo que somos y hacemos, ¿qué se hace? ¿qué hacemos si nosotros, los directivos, hemos perdido la dimensión dialógica de la definición de la función social de nuestra escuela? ¿qué pasa si como conjunto educativo, si como conjunto de escuelas de una asociación o de una congregación, hemos perdido la capacidad dialógica de nuestra función social, y sólo le estamos preguntando a las editoriales, a las casas de computación o de artefactos tecnológicos, cuáles son las últimas novedades para pensar nuevos proyectos educativos, pero no estamos dialogando con nadie más? ¿Qué pasa cuando los rostros de siempre y los nuevos rostros no entran en diálogo con nuestras estructuras educativas, y cuando entran, no somos capaces de interpelarnos críticamente? ¿quiénes son los que definen nuestro rol? 4. LA DEFINICIÓN DEL ROL DEL EDUCADOR ES UNA TAREA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL CON LA HISTORIA QUE VIVIMOS: Como educadores, como comunidades y equipos de ciudadanos adultos en distintas obras educativas del país, tenemos el mandato de ayudar a ingresar críticamente a las nuevas generaciones en la sociedad que vivimos, por medio de la transmisión y construcción de un conocimiento socialmente significativo, que posibilita esa inserción crítica y que nos permita a la familia humana vivir en mayor plenitud. Pero ¿cuántas veces a lo largo de un año, en las distintas instituciones educativas, los directivos y los educadores, reflexionamos desde nuestro lugar de trabajadores de la cultura, desde nuestro lugar de hacedores de cultura? ¿Hacia dónde vamos a acompañar y a conducir a las nuevas generaciones? Preguntarnos en esta mañana por los nuevos rostros que interpelan al educador es esto: es reconocer nuestro rol social, desde nuestro componente utópico y amoroso, con una mirada crítica, hacia donde vamos a caminar con estos niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos. Por eso podemos hablar en esta mañana de rostros que interpelan a nuestra función social, porque podemos preguntarnos: ¿qué nos demanda esta sociedad que vivimos?, ¿qué sociedad queremos construir? ¿qué estamos dispuestos a llevar a cabo para responder a estas demandas y a estos desafíos? Hablar de rostros que interpelan, es hablar de sensibilidad para captar estas demandas sociales y ser creativos en dar respuesta. Porque hay varios rostros de los que vamos a hablar en esta mañana, que no son nuevos, que son muy viejos, y que no hemos podido mirarlos en todo este tiempo y ahora se nos hacen nuevo, porque ahora los podemos ver. El problema de los rostros que desafían nuestro rol y nuestra función de educadores, es el problema de con qué ojos miramos, con qué oídos escuchamos, con qué corazón sentimos, con qué cabeza interpretamos y juzgamos, qué cuerpo nuestro ponemos en juego para atender, contener, transformar la vida que atendemos. Los nuevos rostros pueden ser nuevos porque la sociedad muta, o porque recién decidimos verlos, o porque los otros y las otras con sus rostros van cobrando mayor visibilidad social. Y en los tiempos que vivimos, los sectores populares, los sectores empobrecidos y los grupos minoritarios van cobrando fuerza en su capacidad de hacerse presente y de expresar sus realidades. 5. LA DEFINICIÓN DEL ROL DOCENTE IMPLICA PROCESOS COMUNITARIOS DE FORMACIÓN Y DE CONVERSIÓN: Si la función docente es una función política que se construye en diálogo con una realidad que nos interpela como adultos y como ciudadanos, como parte de esta sociedad que vivimos, es necesario pensar en procesos formativos de educadores para la lectura de la realidad, la construcción de sentidos y el diseño creativo de modos de ser docente, habitar la escuela y llevar adelante la transmisión crítica del conocimiento. Y esto es responsabilidad primera de los equipos directivos: el diseño de procesos formativos y de procesos de conversión personal y comunitaria, que nos permitan constituirnos en los educadores que nuestra sociedad necesita. Lamentablemente hemos caído mucho en la práctica de “terciarizar” la formación, y convertir la misma en capacitación. Y no es eso lo que necesitamos: en estos tiempos nuevos y complejos, necesitamos comunidades de educadores que vivan procesos formativos y de conversión, animados por equipos directivos que saben construir, animar y señalar horizontes. Sobre esto nos detendremos al final. 6. EL ROL DEL EDUCADOR ES UN ROL QUE DEBE SER REVALORIZADO: Primero por nosotros mismos, los educadores, pero también por los cuerpos directivos y por la sociedad en general. Y la revalorización del rol del educador pasa por seguir sosteniendo nuestro rol más cercano al del intelectual práctico que al del técnico aparentemente apolítico. Sabernos hacedores de cultura, hombres político, ciudadanos responsables en la historia, forjadores de subjetividad y de cultura, es lo que nos posiciona en un lugar de mayor relieve y dignificación de nuestra tarea educativa. Sin apuesta por el educador no hay posibilidad transformadora en la educación. 7. EL ROL DEL EDUCADOR DEMANDA DE CLARAS OPCIONES POLÍTICAS Y RELIGIOSAS. Ser educador crítico y con conciencia de la dimensión política y religiosa de su hacer implica la capacidad de poder decidir y explicitar qué subjetividad y qué sociedad se quiere construir, más allá de los mandatos del Mercado, de la sociedad de consumo y de la cultura posmoderna. Educadores con capacidad de romper con paquetes curriculares prediseñados que no demandan ni de creatividad, ni de lecturas críticas. Pero para esto, hace falta de equipos directivos que puedan instalar en las distintas comunidades de educadores las preguntas: ¿qué subjetividades vamos a ayudar a construir aquí? ¿a quiénes vamos a beneficiar con lo que hacemos? ¿qué miradas del mundo y de la sociedad vamos a propiciar? ¿Qué experiencias de Dios vamos a fomentar? Sin preguntas últimas, no hay respuestas profundas. Nos lo hemos dicho muchas veces y nos lo han señalado muchos estudios: la escuela es capaz de producir desigualdades sociales, de legitimar la injusticia social, de propiciar la acumulación de un sector social, de anestesiar conciencias y corazones: ya lo sabemos y ya lo hemos hecho, de modos más o menos conscientes. Debemos poder poner a cada educador y a cada comunidad educativa frente a la pregunta política y religiosa: ¿qué hombre vamos a formar? ¿qué mujer? ¿qué sociedad? No hay neutralidad en el acto educativo. SINTETIZANDO ESTE PRIMER PUNTO: Desde estos a prioris que hemos mencionado, vamos a entrar en nuestra reflexión: EL EDUCADOR ES UN AMANTE DE ESTE TIEMPO Y DE ESTA TIERRA. LO QUE NO SE ASUME, NO SE REDIME… Así reza una antigua máxima escrita por San Ireneo, quien contemplando el accionar salvador de Dios, en su Hijo Jesucristo, reconoce el misterio de la encarnación como el programa salvador de Dios y su forma de ser amoroso con la humanidad. Meterse en la historia, asumir la historia, ser parte de la cultura, embarrarse en ella, abajarse, nacer de nuevo allí mismo en el meollo de la cultura, fue el modo amoroso de Dios para salvar en su Hijo Jesús. Cuando leemos el Evangelio vemos al Hijo permanentemente en esta actitud: meterse en la historia, en la cultura, en la sociedad de la que forma parte. Oír sus necesidades, saber de sus anhelos, alegrías y dolores, conocer sus angustias. Sólo desde ahí, desde el centro de la cultura, el Hijo puede llevar adelante su programa amoroso y educativo. Lo mismo podemos decir del acto educativo: Lo que no se asume, no se educa. ¿Quién puede sostener que hay acto educativo auténtico en una gran cantidad de agentes educativos que descreemos de los niños, de las niñas, de los adolescentes y jóvenes, de sus familias, de esta cultura en la que vivimos? Y podemos traer a colación muchas de las frases que comúnmente nos decimos: “No quieren aprender” “Los padres no colaboran” “Pobrecitos, no pueden aprender” “Ahora no son como antes” “Los adolescentes son apáticos, indiferentes, irrespetuosos y no tienen interés en aprender” Seguramente ustedes recordarán muchas frases análogas a estas. ¿Cómo sentirnos desafiados por los nuevos rostros, cuando no se cree en los otros? Por eso, debemos poder decir con San Ireneo, que mientras no nos dejemos impactar, abordar, interpelar por los otros y las otras, por la sociedad que vivimos, por sus reclamos, necesidades y potencialidades, no podremos llevar adelante actos educativos en clave cristiana, y que sean significativos para la vida del otro. Tenemos que posicionarnos los educadores como trabajadores de la cultura, como hombres y mujeres de la cultura, como personas que amamos este tiempo y que queremos ser parte de él. Pero no se trata de un amor complaciente, sino de un “amor bien armado” como diría Paulo Freire. Un amor que ama a estas personas y que quiere conducirlas y acompañarlas por procesos educativos que lleven a más y mayor humanidad. Educadores y educadoras con un amor bien armado, que quieren ser parte de estos procesos educativos que nos transforma a todos. Es imperioso y urgente abandonar el discurso de la desesperanza, de la nostalgia improductiva de que todo tiempo pasado fue mejor; abandonar el discurso que mira la carencia y la demonización del otro (pobrecito). Es imperioso y urgente abogar por una mirada y una práctica esperanzadora, posibilitadora y habilitadora del otro. Es imperioso y urgente abandonar el paradigma de una educación que quiere ser universal para pasar a procesos educativos dialógicos y al educador como trabajador de la cultura, como político, como agente que lleva una práctica social, política y religiosa. 2. LOS NUEVOS ROSTROS Y LOS NUEVOS DESAFÍOS Tal como se deduce de lo que decíamos antes, se hace imposible pensar en un solo tipo de educador para todas las realidades, ya que estas son muchas, variadas y desafiantes en distintos sentidos. Pero buscando hacer una mirada de conjunto, y con el riesgo de pecar de simplistas, podemos decir que estos son algunos de los rostros y de las realidades que creo personalmente que más nos interpelan hoy. Ante un sistema educativo que se fragmenta y se hace injusto año a año, ofreciendo escuelas muy ricas para ricos, y escuelas muy pobres para pobres, los educadores tenemos el desafío de constituir el conocimiento como un derecho de la humanidad y un bien público, y no un privilegio de los que pueden pagarla, o que pueden adquirirlo por un cierto capital cultural acumulado. Nuestro mayor desafío como educadores, es poner al alcance de todos los niños y niñas los mismos beneficios de la humanidad, para que podamos construir un mundo en donde quepan todos y todas. Eso implica desnaturalizar y deconstruir las desigualdades educativas y las desigualdades sociales que estas esconden. Frente a esta realidad de tanta fragmentación educativa, debemos devolverle a la escuela el lugar central de transmisión del conocimiento para la inserción crítica, ya que, en muchas ocasiones tenemos escuelas contenedoras para pobres y escuelas de interiorización de valores y lealtades correspondientes con los intereses de los sectores dominantes, en sectores ricos. Pensar la escuela en esta clave, es pensar en el rol de educadores como distribuidores de saberes y capitales simbólicos, culturales y sociales, con mayores sentidos de equidad y justicia social. A veces pareciera que educamos para que los estudiantes “estén en la escuela”, “vivan en la escuela”, “aprendan a sobrevivir y a zafar en el medio de la escuela”. Los educadores debemos recorrer el mundo de la educación superior, las universidades, profesorados; debemos recorrer el mundo de la política, la calle, las empresas y los talleres. Pero debemos recorrerlos con la conciencia de que somos nosotros los agentes culturales que estamos preparando a las nuevas generaciones para la inserción crítica a todo lo que hace la sociedad del siglo XXI. Cuando vamos a una empresa preguntarnos: ¿qué se necesita para que nuestros estudiantes estén trabajando aquí? Cuando vamos a un partido político, a una organización social, a una fundación, a una asociación civil, a un comercio,… ¿Qué se necesita para que nuestros estudiantes estén insertos, pertenezcan, puedan participar, de estos estos espacios? Cuando vamos a un museo, a un teatro, al cine, a un concierto,… ¿Qué se necesita para que nuestros estudiantes participen de estas cuestiones? Y así con todo lo que hace a nuestro mundo. Somos iniciadores. Debemos vivir y caminar el mundo, participar y pertenecer del mundo, con la conciencia de que detrás nuestro y junto a nosotros, otros también deben poder hacerlo y mejor que uno. Si el mundo nos pertenece a los educadores, y no les pertenece a los estudiantes, ¿qué sentido tiene nuestra tarea educativa, sino para la reproducción del status quo? Iniciación crítica al mundo, implica eso: al mundo del trabajo, de los estudios superiores, de la vida democrática, de la vida cultural y social, del disfrute de nuestro mundo natural y artístico. En una sociedad de mucha inequidad, de cada vez más fragmentación social, de cada vez más distancia entre los sectores empobrecidos y los sectores dominantes, con una justicia social largamente esperada, tenemos el desafío de pensar los procesos educativos como procesos de acercamiento/acortamiento de las brechas sociales, desde el trabajo educativo sobre los sentidos comunes dominantes internalizados que naturalizan posiciones sociales y formas de mirar, entender y actuar el mundo, en donde se reproducen estas injusticias. Desde el trabajo de redistribución y fortalecimiento de los saberes y capitales culturales, sociales y simbólicos con los que ingresan y con los que deberían egresar nuestros estudiantes. Desde la construcción de procesos educativos que sean de conocimiento de las realidades que vivimos como país, como continente, como humanidad, haciendo hincapié en tomar contacto con las realidades de sufrimiento, miseria, dolor, desesperanza, del sector mayoritario de nuestro mundo. Procesos educativos que sean de reconocimiento del otro, sobre todo del otro excluido, de sensibilización frente a su padecimiento, de cuestionamiento sobre nuestra participación en las dinámicas sociales injustas de esta sociedad y de las posibilidades de llevar a cabo acciones solidarias y de justicia social, junto a otros. Un desafío importante que tenemos los educadores es la formación de ciudadanos solidarios que tengan en sus horizontes la construcción de un mundo más equitativo. En una sociedad que va creciendo en niveles de participación democrática y organización, diálogo democrático y construcción de consensos, los educadores tenemos el desafío de construir los procesos educativos como procesos de educación para la vida democrática. Los educadores debemos ser iniciadores para la vida comunitaria y democrática. Como sociedad argentina y latinoamericana, vamos pasando “Del que se vayan todos” al “aquí estamos”, “cuenten con nosotros”. En los últimos años ha habido un crecimiento de la presencia en los espacios públicos y en los espacios políticos, y venimos pasando de la apatía a la participación. Nuestro desafío como educadores es la de ser impulsadores, participantes y motivadores para sumar a este tiempo político nuevo. Hay una nueva ciudadanía que está latente, y los educadores debemos poder ser iniciadores en ciudadanía. Todavía queda mucho por caminar en la construcción de una sociedad radicalmente democrática. Otro desafío es el de reconocer como educadores cuáles son los procesos sociales y políticos que estamos viviendo, y cuáles son las organizaciones, sectores sociales y movimientos que están empujando y propiciando la construcción de sentidos democráticos y de justicia social, y sumar allí, articulando y tejiendo redes. En una sociedad que crece en la toma de conciencia de los derechos humanos, de los derechos de los niños, de los derechos de las minorías y en conciencia ecológica, los educadores tenemos el desafío de ayudar a construir y transmitir un conocimiento socialmente significativo que nos ayude a crear una nueva sensibilidad social, de cada vez mayor respeto por el otro y la otra, y de cada vez más respeto y cuidado por nuestra tierra, como don de Dios y patrimonio de todos y todas. En tiempos de definición de un modelo de país, en un marco latinoamericano, los educadores tenemos el desafío de pensar la escuela como lugar de construcción de sentidos sociales: ¿Qué sociedad queremos vivir? ¿Cuál es la sociedad que estamos viviendo? ¿Cuál es la sociedad que nos permitirá vivir a todos y todas? La escuela debe ser el lugar en donde puedan entrar todos los conflictos, tensiones y desafíos sociales; donde estos puedan ser leídos, analizados, interpretados, junto a padres, organizaciones, vecinos, la sociedad civil. La escuela y los educadores no podemos darle la espalda a lo que vamos viviendo como sociedad. Necesitamos poder hablar de ello, y para eso, necesitamos de educadores que tengamos conocimiento de lo que pasa y que podamos habilitar y educar para el diálogo respetuoso, plural, democrático, crítico. En una sociedad donde los medios de comunicación ocupan un lugar central en la construcción de la realidad, en la configuración de las representaciones sociales, en el armado de qué pensar, sentir, opinar, actuar, la escuela debe poder ser el lugar de análisis crítico de los mismos, y de educar para miradas complejas y nuevas sobre esto que llamamos la realidad. En una cultura en donde muchas veces nos encontramos huérfanos de referentes adultos, y al mismo tiempo vacíos de horizontes, reducidos los ideales comunes a placeres y deseos personales, los educadores debemos poder ser testigos y sabios, iniciadores existenciales para la construcción de una sabiduría personal y colectiva sobre el mundo, y la sociedad. Lo que la escuela, y en ella, todos sus educadores, transmite y construye es una mirada del mundo que conlleva valoraciones y prácticas. En esta modernidad líquida, hoy más que nunca, es necesario de educadores que podamos iniciar en la construcción de esa sabiduría que también es mirada trascendente. Necesitamos ser educadores con capacidad de hacer síntesis personales y colectivas de nuestra experiencia y del conocimiento que transmitimos. Necesitamos ser educadores que podamos explicitar nuestras intencionalidades pedagógicas y pastorales en relación con nuestras miradas del mundo, con el testimonio de nuestra vida, con nuestra sabiduría personal…. (¿por qué enseñamos lo que enseñamos? ¿con qué sentidos? ¿qué subjetividades queremos construir? ¿qué cultura?). 3. ALGUNOS INDISPENSABLES EN EL PROCESO DE CONFIGURAR EL ROL DEL EDUCADOR El elemento central que nos constituye como educadores: el saber Venimos escuchando hace tiempo que vivimos en la sociedad de la información y del conocimiento. Se ha cuestionado mucho el lugar del educador en una sociedad que sobreabunda en información, sobre todo en las clases sociales más acomodadas. Pero no es lo mismo la información que el saber. Información hace alusión a un conjunto de verdades que por lo general tienen un sentido práctico. Saber hace alusión a una síntesis personal y existencial entre lo que se sabe y el sentido último de lo que se sabe. Wikipedia, google, monografía.com o cualquiera de los libros escolares que habitualmente manejamos en las aulas, pueden tener mucha información, y casi siempre mucha más información que la que tenemos los educadores. Pero, sólo nosotros, los educadores somos los portadores de saberes frutos de síntesis existenciales, de miradas propias de la vida, que podemos testimoniar, compartir y construir junto a los y las estudiantes. Todo saber está unido no solo a una serie de informaciones, construidas en síntesis de modo personal, sino también a comportamientos éticos y opciones vitales profundas, a miradas existenciales sobre la vida y el mundo, a miradas trascendentes de la vida. Es por esto que necesitamos acompañar a los educadores en procesos formativos que los constituyan como sabios y sabias, donde el eje de su servicio, es compartir y transmitir esta sabiduría personal construida con conocimientos socialmente significativos y valiosos. La transmisión de ese conocimiento, va junto con esa sabiduría del educador. Lo central del educador, es su conocimiento. Ser portador de saber es lo que nos constituye como educadores. Un conocimiento que debe ser transmitido, construido, pasado, con una intencionalidad política y una significatividad social. Lo que nos constituye como educadores es poseer un conocimiento y un saber que porta una mirada existencial del mundo: mirada que es social, política y religiosa. EL ROL DOCENTE ES UNA CUESTIÓN VITAL, DE OPCIONES PROFUNDAS, QUE SE CONSTRUYE EN EL SENO DE UNA COMUNIDAD EDUCATIVA, VIVIENDO PROCESOS FORMATIVOS Lo decíamos antes: formación no es capacitación. Hablar de formación de los educadores es hablar de procesos formativos existenciales que partan de la lectura de la propia vida, del propio servicio, de la realidad circundante y que vaya por caminos de construcción de opciones personales y comunitarias. Es imposible constituir al educador como sabio, como intelectual y como político, sin habilitar tiempos para juntarse, dialogar, confrontar, debatir, mirar la vida, leer, estudiar juntos y decidir comunitariamente. Por tanto, es necesario seguir construyendo la idea que el trabajo del educador no es sólo las horas frente a estudiantes. Trabajo educativo también es el tiempo de narraciones de nuestra propia experiencia, de compartir, de salir a recorrer el barrio y dialogar con los alumnos, alumnas y sus familias, de estudiar juntos, de diseñar colectivamente y de rezar en comunidad de educadores. Formarnos es una tarea comunitaria, de construcción de horizontes conjuntos, de definición de proyectos y de criterios prácticos. Formarnos es una tarea comunitaria de compartir preguntas de modo conjunto y de construir respuestas que nos den sentidos y den sentidos a todos. LA ANIMACIÓN Y CONDUCCIÓN DEL CENTRO EDUCATIVO, Y LA TAREA FUNDAMENTAL DE SEÑALAR HORIZONTES Y AYUDAR A CONSTITUIR EDUCADORES Sólo hay un nuevo rol docente cuando hay una comunidad de animación, conducción y gestión que señala el horizonte, garantiza la unidad y construye una comunidad de educadores en proceso formativo que camina hacia el horizonte señalado. Ayudar a constituir un nuevo rol de educadores tiene como punto de partida inicial la constitución de equipos y comunidades de conducción y animación de los centros educativos, que lideren procesos de construcción de proyectos educativos que definan que tipo de país, qué tipo de sociedad, que tipo de hombre y mujer queremos ayudar a constituir. Y desde allí, definimos los procesos formativos que definen los roles de los educadores. Los procesos formativos que buscamos son aquellos que, partiendo de la práctica cotidiana y de la existencia de cada uno de nosotros como educadores, y de cara al proyecto educativo, y a los que atendemos y su realidad, buscamos la construcción de una práctica educativa significativa. Los procesos formativos tienen que poder ayudarnos a nosotros como educadores a tomar opciones personales y comunitarias, a buscar formas, a fortalecer nuestra identidad, a constituirnos como comunidad educativa, a construir un proyecto educativo y una práctica educativa consistente, y a encontrar a Dios, raíz de todo bien y justicia, detrás y dentro de todo esto que hacemos y vivimos.