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Gayle Callen - Hijos del Escandalo 01 - Nunca confies en un sinverguenza

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Capítulo 1
Londres, 1845
Grace Banbury, sin aliento y con el corazón acelerado, cerró de un portazo la
puerta principal de la casa de su hermano. Había estado llamando durante varios
minutos en la oscuridad, esperando que los sirvientes la dejaran pasar. Cuando
esto no sucedió, intentó abrir la puerta y, como si Dios respondiera a sus
plegarias, la había encontrado sin trabar. Entró rápidamente cerrándola tras de sí,
y recostándose contra ella, dejó caer la maleta en el suelo de mármol, y se
enfrentó a la enormidad de lo que había hecho.
Había huido de su casa en el campo sin la compañía de su doncella, viajando
en un carruaje público por primera vez en su vida. En su insensato arrebato,
apenas se había acordado de coger las monedas que tan juiciosamente había
estado ahorrando.
Se dijo a sí misma que ahora estaba segura. Pero, ¿qué haría Edward cuando
le dijera que su madre había apostado los títulos de sus dos propiedades, tanto de
su casa de la ciudad como de su casa en el campo? Ante tal humillación, su madre
había huido la noche anterior sin dejar rastro de su paradero, excepto una nota en
la que le prometía ganar el dinero suficiente para recuperar lo que había perdido.
Recuperar el dinero apostando otra vez, pensó furiosamente Grace. Cómo si
alguna vez hubiese trabajado.
Las náuseas la amenazaron de nuevo, pero las contuvo. El futuro era un
abismo de aterradora oscuridad que se la tragaría si lo dejase. Era mejor pensar
en una cosa cada vez.
¿Cómo pudo su madre haberla traicionado de esta forma? Se suponía que era
una dama, viuda de un caballero, pero durante la mayor parte de la vida de Grace,
se había comportado como una mujer que no podía apartarse del riesgo y la
excitación de las cartas.
Y ahora, un extraño la había desafiado a arriesgarlo todo.
Grace contaba con una pequeña dote que su padre le había dejado,
legalmente fuera del alcance de su madre, y no tendría acceso a ella excepto a
través del matrimonio. Siempre había querido casarse por amor, esperaba tener
éxito donde sus padres no lo tuvieron, pero el año pasado sus esperanzas se
habían empañado. De ser necesario, suponía que podría buscar seguridad en una
pareja.
¿Pero qué pasaría con su hermano? Él era un caballero, esas dos pequeñas
casas eran su herencia. ¿Cómo iba a vivir ahora? ¿Quién podría casarse con él?
La casa estaba extrañamente silenciosa, con un vacío eco anormal. Nadie
había venido a la puerta, y obviamente Edward había salido esa noche. Sólo podía
asumir que ningún sirviente estaba en la casa. Pero, ¿por qué?
Una lámpara ardía solitaria en la mesa del vestíbulo, creando sombras
parpadeantes en las desnudas paredes. Ahora que Grace había superado sus
inútiles emociones, se dio cuenta de que algo andaba mal. ¿Paredes desnudas?
Levantó la lámpara y se dirigió a la primera puerta, sólo para encontrar una mesa
de comedor y sillas, un aparador vacío, y más paredes desnudas. ¿Qué había
pasado con todas sus posesiones, la porcelana, las pinturas que su padre había
coleccionado de sus viajes por Europa? Podría pensar que la casa había sido
saqueada, pero no había señales de violencia. Lo que tenía era abandono, parecía
como si todo estuviera descuidado, una ligera capa de polvo recubría la gran
mesa, como si nadie se hubiera preocupado por limpiarla.
¿O acaso era que los sirvientes ya no vivían aquí?
¿Qué había hecho Edward? La preocupación que sentía en el fondo de su
mente surgió de nuevo, apretando su garganta.
No, el pánico no ayudaría. Por la mañana, le diría a Edward todo lo que su
madre había hecho. Él explicaría por qué la casa estaba tan vacía. Juntos, lograrían
elaborar un plan. Ellos únicamente se habían tenido el uno al otro, y ahora ese
vínculo era todo lo que tenían.
Pero una parte de ella sabía que Edward no tendría una buena explicación
sobre el estado de su propia casa. Durante años, ella había visto las señales de la
fiebre por el juego que había heredado de su madre, su inquietud, su necesidad
de estar en Londres. Había tratado de distraerle, de sermonearle, y finalmente, de
suplicarle. Él siempre se había reído de sus preocupaciones, juró que todos los
caballeros jugaban, y que tenía todo bajo control. Pero las condiciones de la casa,
decían otra cosa.
Comprobó las cocinas y no encontró a nadie; después, fue hacia la pequeña
despensa, que había sido convertida en un cuarto para el cocinero, a quién su
gota le impedía subir por las escaleras. Pero incluso ese cuarto estaba vacío. Subió
corriendo las escaleras hasta el tercer piso y encontró que los cuartos de los
sirvientes estaban desiertos.
Nunca había pasado una noche de su vida sola, aunque eso no era tan
atemorizante como la enorme incertidumbre por su futuro.
Bajó volando por las escaleras hacia las habitaciones de la familia. Para su
alivio, Edward había dejado la de ella sin tocar. Ahí estaba sobre la pared su
pintura favorita del mar de Brighton, y un pequeño jarrón que su padre le había
comprado en Francia.
Cuando gruñó su estómago fue hasta la cocina, pero sólo encontró galletas y
manzanas. Después de encender una vela y dejar la lámpara en el vestíbulo para
su hermano, llevó consigo la comida a su habitación y comió en silencio, tratando
de ignorar la pesada opresión en su estómago.
Mientras se ponía el camisón, se alegró de llevar ropa que podía quitarse sin
ayuda. Hubiese querido traer a su doncella, Ruby, pero, ¿cómo podría Grace
pagarle su sueldo? Sin embargo, extrañaba su alegre compañía. Ruby sabía cómo
manejar la línea entre sirviente y amiga de una manera que hacía sentirse a Grace
perfectamente cómoda.
Por supuesto, no había agua en la jarra, y ella no estaba dispuesta a salir, en
ese momento de la noche, a bombearla del pozo que estaba en el jardín. Era
verano, con lo que podía estar sin encender la chimenea. Pero aun así, se envolvió
en su bata y se metió en la cama con su diario. Un escalofrío la recorrió,
haciéndola temblar.
Ella siempre trataba de escribir cada noche en su diario. Le proporcionaba el
hilo de sus días, le daba un punto de partida al que referirse, cuando le escribía
largas cartas a Edward. Apretó los dientes al recordar cuan poco frecuentes se
habían vuelto sus cartas. Tal vez, si escribía sobre la traición de su madre, la
realidad no le haría tanto daño.
Varias páginas después, se enderezó y miró su apretada escritura, con
manchones de tinta, y para su horror, la mancha de una lágrima.
¿Cómo se había convertido en una criatura tan débil? Sabiendo de lo que su
madre era capaz, se había pasado toda la vida aprendiendo a proteger sus
sentimientos. Cada vez que su madre juraba que las cosas serían diferentes,
siempre había una oscura parte reservada en el alma de Grace, a la espera de que
inevitablemente su madre volviera a las apuestas de nuevo, sin poder controlarlo
por mucho tiempo.
De repente, un portazo proveniente de la puerta principal resonó en la casa.
¡Edward!, pensó, saliendo rápidamente de su habitación. Se sintió aliviada y
triste a la vez, porque tendría que contarle lo que su madre había hecho. Él era un
año más joven que ella que tenía veintitrés, lo suficientemente cercanos como
para que crecieran juntos. Era su más querido amigo. Podría hacerle ver que no
era demasiado tarde para él, que podría dejar de jugar ahora mismo.
Cuando se apresuró a bajar por las escaleras hacia el vestíbulo de la entrada,
un hombre levantó la vista hacia ella, y ella dio un traspié deteniéndose a mitad
de camino, en medio de las escaleras.
No era su hermano, sino un desconocido, vestido con un elegante traje de
noche negro.
Se agarró a la barandilla, sintiendo que perdía el equilibrio. En su interior
sabía que debería estar asustada, pero no se sentía en absoluto así, no cuando él
se veía como el apuesto noble con el que fantaseaba toda chica.
Se dio cuenta que era alto por la forma en que empequeñecía el desnudo
vestíbulo. Él cruzó lentamente los brazos sobre su pecho. Parecía tranquilo,
contemplándola como si la estudiara, como si midiera a todo el mundo por sus
debilidades. Bueno, ella no era débil.
La lámpara a su lado proyectaba un resplandor amarillo sobre su rostro, de
líneas duras y ángulos pronunciados. Su cabello castaño oscuro, y demasiado
largo, demostraba su poco interés por la moda de la Sociedad. Sus ojos eran del
color marrón oscuro del cacao que quema si lo degustas demasiado rápido. Él
mostró su desprecio por la buena educación cuando recorrió con su vista todo su
cuerpo en lugar de sólo su cara. De repente, recordó lo que llevaba puesto, y
aunque anheló agarrar su bata y cerrarla hasta su garganta, no dejó que su
vulnerabilidad la traicionara.
—¿Cómo puede ser tan grosero como para forzar su entrada en una casa que
no le pertenece? Si desea ver al señor Banbury, no está aquí. Debería
marcharse.— Dijo ella, fríamente.
Su sonrisa fue lenta y peligrosa, y ella empezó a preocuparse, más que por el
daño físico, por el calor que sintió en su piel. Había sido lo suficientemente tonta
como para venir sola a Londres; ¿y si alguien había visto su llegada y ahora veían
también que un hombre la visitaba?
—No sabía que Banbury tuviera una amante— dijo el hombre, su timbre de
voz tan profundo que retumbó dentro de ella.
Ella se tensó.
—Soy la señorita Banbury, su hermana. Y de nuevo, debo pedirle que se vaya.
Para su sorpresa, él se enderezó, al tiempo que su sonrisa desaparecía. Sus
brazos cayeron a sus costados con rigidez, y la miró casi como si se enfrentara a
un duelo de pistolas. Ella no entendía su cautela y quiso dar un paso atrás por las
escaleras, pero temía que lo tomara como una señal de retirada, animándolo a él.
—No tengo que irme— dijo —Soy Daniel Throckmorten, el nuevo dueño de
esta casa.
La frialdad que había estado cerniéndose sobre la boca del estómago de
Grace ahora se extendió por su piel, haciéndola temblar de la cabeza a los pies.
Este hombre había jugado contra su madre, tomando todo lo que una mujer de
débil voluntad podía ofrecer, arrebatándole los dos únicos hogares que Grace
había conocido.
—Es usted un bastardo— dijo en voz baja, furiosa.
Él arqueo una oscura ceja.
—No, no soy un bastardo, sino un hombre que juega a las cartas.
—Con una mujer.
—Sí, con una mujer. Yo no discrimino ni pienso que las mujeres sean menos
inteligentes. Son perfectamente capaces de ser lo bastante astutas como para
jugar.
—¿No le importa poner en la calle a toda una familia?
—No sé nada de su familia o de su situación— admitió él, inclinando la
cabeza. —¿No debería dirigir su ira contra su madre?
—No puedo, porque después de decirme que había perdido la propiedad, se
marchó.
Pero no antes de que ella hubiera tomado el antiguo violín que había
pertenecido al padre de Grace. A Grace se lo habían prometido desde su niñez,
pero había desaparecido esa misma noche, otra víctima de la necesidad de su
madre por las apuestas del juego. Si Grace lo tuviera, desecharía su
sentimentalismo y lo vendería, si con ello fuera suficiente para sacarlos de esta
situación.
—Tengo las escrituras— dijo simplemente el señor Throckmorten. —Eso me
convierte en el dueño.
Ella tenía demasiado orgullo para rogarle que se las devolviera, y sabía con
sólo mirar su despiadado comportamiento que no tendría sentido hacerlo. En
honor a la verdad, él había ganado. Ella no debería culparle… pero no podía
evitarlo. Él se había aprovechado de la debilidad de otros. Alguien tendría que
hacerle entender a este hombre que esa apuesta había lastimado a demasiadas
personas. Su madre no era inocente, pero cualquier hombre debería haber sido
capaz de ver que ella ya no tenía autocontrol, en cuanto a las apuestas se refería.
¿O solamente ganar era todo lo que le importaba a él?
Él sonrió.
—Nunca me ha agradado mi casa de la ciudad. Es muy reducida y está en una
parte decadente de Londres. Prefiero más este lugar. Y la compañía es mejor.
¿Acaso pensaba que ella lo encontraría divertido?
—Vuelva por la mañana para hablar con mi hermano.
Así ella tendría más tiempo para pensar en una manera de detener todo esto.
Él hizo caso omiso de ello e hizo el mismo recorrido que ella había hecho,
mirando hacia el comedor.
—He venido esta noche porque esperaba llegar antes de que desapareciera
todo de lo que soy dueño. Demasiado tarde.
—No se ha hecho por usted— dijo ella a regañadientes.
—Ah.
Él entrecerró sus ojos.
—¿Entonces, fue su madre, o su hermano, en una racha de mala suerte?
—¿Acaso importa?
—Su hermano, entonces. No creo que esté defendiendo a su madre después
de todo lo que ha pasado.
Algo en su tono de voz la alertó, pero no supo de qué.
Le vio merodear por el vestíbulo de entrada, observando los espacios vacíos
en las paredes, visiblemente más claros que el papel pintado que los rodeaba.
—¿Se quedará a mitad de las escaleras toda la noche?— preguntó él.
Ella tontamente cayó en su provocación, descendiendo varios peldaños hacia
él.
—Tiene que irse. Un caballero lo haría.
—Pero usted ya tiene la prueba de que yo no soy un caballero.
Se acercó hasta el inicio de las escaleras y la miró.
Estaban tan cerca que si ambos se aproximaban un poco más, se tocarían los
dedos. Ella debería de estar asustada, pero no lo estaba. Se sentía temeraria
debido a su enojo y su decepción. Después de lo que su madre le había hecho a
ella, nada de lo que este extraño pudiera decir realmente le importaba. ¿Estaba
ella a su merced? Si él esperaba que le rogara, no sería complacido. Y si esperaba
algo más, descubriría rápidamente que ella había aprendido, de la manera más
dura, cómo cuidar de sí misma.
Pero él seguía mirándola, y para su disgusto, sentía demasiado calor en todas
las partes que sus ojos rozaban. ¿Qué le pasaba?
Y luego, él dirigió su mirada a su boca.
Grace tuvo una repentina imagen de besos febriles en la oscuridad.
Apartó ese pensamiento, sabiendo por experiencia la angustia que seguiría.
Apretando los dientes, se obligó a ser humilde.
—Incluso aunque no fuera un caballero, debería tener compasión. Deme
tiempo para hacer planes. Tal vez podamos llegar a algún tipo de acuerdo.
—¿Cuenta con el dinero suficiente para comprar cualquiera de las dos casas?
—No.
Era tan difícil fingir calma cuando lo que quería era volar por las escaleras
hasta él, para golpear su pecho, en castigo por lo que le había sucedido.
—Entonces, no podremos llegar a un acuerdo.
—Necesito tiempo para encontrar un lugar para mí.
Él ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Un lugar?
—Soy soltera, señor, así como tampoco estoy prometida. Necesitaré ganarme
la vida.
—¿Está educada lo suficiente como para ser una institutriz?
—Sí.
Ella apretó sus puños, deseando no tener que estar allí y aguantar su
interrogatorio.
Pero él estaba observándola fijamente, y tuvo el extraño presentimiento de
que se estaba divirtiendo con ella.
—Tiene otra opción, gracias a su madre.
Ella se puso tensa.
—Ella estaba bastante desesperada por continuar jugando, y otro jugador
quiso que aumentara la apuesta, más allá de sus propiedades.
—¿Qué más podría perder?— preguntó Grace con amargura.
—¿Quiere decir además del violín?
—¿Lo tiene usted?— susurró.
—Sí, lo tengo.
—¿Qué más pudo haberle ofrecido a ese otro jugador? ¿Qué tan codicioso
era?
—Demasiado ambicioso.— Con un encogimiento de hombros, añadió —
Realmente yo sólo quería el violín, pero en cambio gané… todo.
—Sólo dígame qué es todo— dijo ella con frialdad.
—La gané a usted.
Capítulo 2
Daniel Throckmorten observó como la sangre desaparecía del encantador
rostro de Grace Banbury. ¿Acaso lloraría y suplicaría? Odiaba cuando las mujeres
utilizaban esas tácticas, todo para hacerle sentir culpable.
—¿Cómo me ha ganado? —preguntó, su mandíbula apretada, los ojos secos.
Él estaba impresionado, aún a su pesar. Ella tenía demasiada serenidad para
una mujer que no podía tener ni veinticinco años.
—No piense lo peor de su madre— dijo secamente. —Ella no ofreció el
derecho a entrar en su cama.
Grace se estremeció, y él vio la furia bailando en sus ojos verdes como la
hierba del verano. Tenía el cabello castaño claro, del color de la madera nueva
cortada en las profundidades de un bosque misterioso. Estaba aprisionado en una
pesada trenza que serpenteaba por encima de su hombro. Le hizo pensar en el
aire libre, debido a las pecas esparcidas por sus mejillas y su nariz, como si hubiera
pasado un tiempo al sol sin sombrilla. Era pequeña, pero con generosas curvas,
que se apreciaban fácilmente sin la restricción del corsé y las pesadas telas. Y él
quería ver más.
Grace levantó la barbilla.
—¿Se está burlando de mí, señor Throckmorten?
—No. Ese jugador en particular al parecer había sido incapaz de cortejarla. Y
quería casarse con usted.
—¿Quién es él?— exigió.
Él extendió las manos.
—No lo sé. Todos necesitamos privacidad en nuestros vicios.
—Pero si él quería casarse…
—Su madre ofreció el derecho exclusivo a cortejarla y casarse con usted.
—¿Y él aceptó eso?— Dijo con evidente indignación.
—Lo hizo. Y fue entonces cuando empecé a desear no haber entrado en el
juego. Pero quería ese violín.
Era de la misma clase que uno que su padre poseyó. Había tenido que
venderlo para mantener a su familia cuando el abuelo de Daniel, el duque de
Madingley, no le había dado suficiente dinero a su hija para sus gastos.
La boca de ella se abrió, pero no dijo nada al principio, como si no supiera por
dónde empezar.
—Pero usted ganó ese terrible juego.
—Sí.
Ella bajó otro escalón, tentadoramente cerca, inclinándose sobre él para
señalarlo con el dedo en su cara.
—Me niego a casarme con usted. Estoy segura de que no puede obligarme a
cumplir tal cosa.
Ella olía a lavanda, a noches de luna en un jardín de verano.
¿En qué clase de tonto romántico se estaba convirtiendo? Había sabido desde
el momento en que ella apareció en la oscuridad por encima de él, que la
deseaba, pero nunca pensó que la lujuria nublara su juicio.
Pero era difícil no tener tales pensamientos cuando, en una casa desierta, una
bella mujer en ropa de dormir mostraba tanto espíritu y pasión.
Estuvo tentado de provocarla, insistir en que se casarían de inmediato, sólo
para ver su reacción. Pero él no era tan canalla.
—No se preocupe, señorita Banbury. No tengo ninguna intención de casarme
con usted.
—Voy a ir a Scotland Yard y…— Su boca se cerró y ella parpadeó. —Oh.
Gracias a Dios que ve lo ridículo de esta situación...
—Pero estoy buscando una amante.
Un rubor coloreó sus mejillas hasta entonces demasiado pálidas. Sus labios se
cerraron, y se tapó la boca. Al final él se dio cuenta que la risa brillaba en sus ojos.
Y entonces, ella soltó una risa sofocada.
—¡Ay! ¡Por favor!— dijo, sentándose en el escalón detrás de ella y secándose
una lagrima de su ojo. —Como si yo fuera alguna vez a ser su amante, no importa
lo que usted diga que ha ganado.
Daniel se cernió sobre ella, observando su sombra alargarse y cubrirla. Ella se
echó hacia atrás sobre sus codos para mirar hacia él, lo que dejó ver la sombra de
sus adorables pechos a través de su ligera ropa de dormir. Aunque parecía
bastante inocente para darse cuenta de ello.
—Señorita Banbury, me parece que subestima usted mis encantos— dijo en
voz baja.
Apoyó un pie en el escalón al lado de sus piernas, y luego el antebrazo sobre
su rodilla, la mano colgando muy cerca de ella.
La sonrisa de ella se desvaneció, pero no se movió.
—Ha habido muy pocas mujeres antes de usted, que pensaron que se me
podrían resistir— continuó —pero estaban equivocadas. Si yo la quisiera como mi
amante, no tendría dificultades para persuadirla.
Y entonces ella se echó a reír, pero con más amargura que diversión.
Él entrecerró los ojos, dejando que su mirada vagara por su ropa, donde podía
ver sus pezones presionando bajo ella. La tela estaba atrapada entre sus muslos, y
caía en pliegues que revelaban sus pies descalzos. Sus pequeños dedos parecían
demasiado íntimos en el vestíbulo oscuro.
Puesto que nadie había venido a investigar al escuchar su entrada o sus voces,
ya había supuesto que estaban solos. Ella debía de saberlo, sin embargo, con
absoluto descaro se le resistía. Admiraba su valentía y determinación, y el
pensamiento de ella como su amante era de lo más atractivo.
Se le ocurrió que ella era la hija de un caballero, muy seguramente virgen.
Pero, eso no lo había detenido con otras mujeres... Y el desafío era mucho más
excitante.
—Ahora ya puede dar un paso atrás— dijo ella con frialdad. —Su intimidación
y su jactancia no funcionarán.
Se quedó dónde estaba, inclinado sobre ella.
—Señorita Banbury, no necesito de intimidación ni de alardes. Confío en mis
habilidades y en mi atractivo.
—Así que usted hace que las mujeres se desmayen, ¿cierto?—preguntó ella,
ladeando la cabeza.
—Y más— susurró él —Si la quisiera como mi amante, y estuviera decido a
persuadirla con las razones por las que usted querría sucumbir, usted finalmente
lo haría.
Para su sorpresa, ella miró su boca. La excitación que había estado sintiendo,
ahora se convirtió en una dolorosa erección. ¿Qué había en esta mujer que le
atraía tanto? Seguramente era sólo su ropa escasa y su bonita cara y cuerpo.
—¿Usted piensa que me voy a olvidar tan fácilmente de mi virtud… por no
hablar de lo que su juego ha costado a mi familia… y voy a meterlo en mi cama?
—Yo no he dicho que fuera a ser fácil. Me encantan los desafíos.
Grace se empezó a levantar, y cuando él ni se movió, le dio un empujón a su
hombro. Tan sensibilizado estaba a ella, que casi sintió el calor de su mano
atravesar las capas de ropa. Pero lentamente se enderezó y la permitió
levantarse. Ella estaba varios escalones por encima de él, pero quedaron de frente
el uno al otro.
—¿Así que esto es un desafío?— dijo ella.
Él levantó una ceja.
—¿Quiere que lo sea?
No había pensado que ella fuera del tipo que se uniera al juego de tan buena
gana. La calidez de su aliento le acarició la cara. Podía sentir su sangre acelerada
recorriendo su cuerpo, cada uno de sus sentidos conscientes de esta mujer, de su
piel cremosa, de sus deliciosos labios color de rosa, de su cabello, en el cual él
anhelaba presionar su cara e inhalar.
—¿Y qué obtengo yo si demuestro su incapacidad para influir en mi moral?—
continúo ella especulativamente. —¿La casa?
—Por supuesto que no— Teniendo una corazonada él dijo: —El violín.
Ella inspiró profundamente.
Sí, él había acertado.
—Y por supuesto, si yo gano, la tendré en mi cama, voluntariamente.
—Usted no ganará.
Ella parecía demasiado segura de sí misma.
—No puede hacer trampa evitándome— dijo él. —Debe permitirme intentar
seducirla.
Ella se sonrojó.
—Muy bien. Y usted no puede hacer trampa reclamando la posesión de esta
casa ahora mismo. Tengo que vivir en alguna parte. Y tampoco puede permitir
que se sepa que es el dueño de la casa.
Él le dirigió una leve sonrisa.
—¿O parecería que realmente es usted mi amante?
—Nadie puede saberlo.
—Sin importar lo que piense de mí, yo no voy por ahí arruinando la
reputación de mujeres… a menos que quieran que lo haga. No hay necesidad de
dar a conocer a la Sociedad lo que deseo disfrutar en privado.
Ella asintió.
—¿Nos estrechamos la mano?
Él miró su delgada mano, luego lentamente la tomó, dejándole saber quién
tenía el poder mientras absorbía su fragilidad dentro de su gran mano.
—¿Por qué hace esto?— preguntó él.
Ella inspiró, sin bajar sus ojos, parándose frente él de una manera que lo
enloquecía. De repente le pareció demasiado el tiempo que tendría que esperar
para reclamarla.
—Porque alguien tiene que derrotarlo, señor Throckmorten.
—Y porque disfruta con el desafío, ¿al igual que el resto de nosotros los
jugadores?
Cuando ella se quedó sin aliento, él pensó que había ido demasiado lejos,
comparándola con su madre, con él. Presintió que ella no se veía a sí misma como
una débil criatura como pensaba que lo eran ellos.
Ella retiró su mano.
—Ya le he dicho mis razones. Las hemos pactado. Usted puede intentar
seducirme, y yo me resistiré. Pero si me rindo y me convierto en su amante, usted
ganará. Si rompe su palabra sobre cualquiera de las reglas que hemos acordado,
yo ganaré el violín por incumplimiento.
—Muy bien.
—Y no podemos esperar una eternidad para comprobar que usted no me
puede seducir.
—Una eternidad es mucho tiempo.
—Exacto. Y usted estaría esperando demasiado tiempo.
—Arrogante, ¿no cree?— dijo él, capturando su mano otra vez antes de que
ella supiera lo que iba a hacer.
Ella ni siquiera estaba temblando. Sabía que probablemente ella nunca había
sostenido la mano de un pretendiente sin guantes entre ellos. Se aprovechó
depositando un beso en el dorso de su mano, y luego la giró para presionar otro
beso en su palma. El aroma de lavanda pareció rodearlo por completo,
grabándose a fuego en su mente. Cada vez que volviera a olerla, recordaría esta
noche, el desafío de esta mujer. La tocó con su lengua, y aunque se puso tensa, no
jadeó ni se apartó agitada.
—Un tiempo límite, señor Throckmorten. Tiene una semana para probar mi
supuesta incapacidad para resistirme a usted— dijo con sutil sarcasmo, retirando
su mano de la de él.
—Tres semanas.
—Dos— replicó ella.
—Muy bien.
—Y todo lo que tengo que hacer es resistirme a usted.
Sonaba como si ella fuera a conseguirlo fácilmente.
—Y pronto ni siquiera querrá hacer eso, señorita Banbury.
—Dedicaré mi tiempo a otras actividades, no tema.
—¿Contra mí?
—Contra usted.
—Ah, las espero con ansia.
Luego ninguno de los dos habló, y simplemente se miraron. Daniel se
preguntaba si ella le estaría midiendo, como él lo estaba haciendo con ella. De
repente se alegró de haber ganado ese juego de cartas.
—Puede irse ahora, señor Throckmorten— dijo en voz baja.
—Espero con impaciencia nuestro próximo encuentro, señorita Banbury.
Extrañamente, le costó un gran esfuerzo alejarse de ella. Quería tomarla en
sus brazos, cargarla por las escaleras, y demostrarle que no sería rival contra su
seducción.
Pero eso no era parte del juego.
Cuando él llego a la puerta, ella dijo: —¿Señor Throckmorten?
Él miró por encima de su hombro y ella le tendió la mano.
—La llave, por favor.
—Soy el dueño de esta casa.
—Y estuvo de acuerdo en no revelar ese hecho. Mientras yo viva aquí, no
encontrará tan fácil entrar de nuevo. La llave, por favor.
Caminó hasta ella, notando con diversión que no había bajado del todo las
escaleras. A ella le gustaba encontrarse con él cara a cara. Y a él no le importaba
darle la llave… aún tenía una de la puerta de la cocina. Dejó la llave en su palma, y
antes de que pudiera retirar su mano, le dobló los dedos alrededor de ella.
—Sujétela con fuerza, señorita Banbury— dijo con voz suave. —No le daré
voluntariamente nada más.
Ella apretó los labios, pero lo único que hizo fue asentir.
Él hizo una reverencia.
—Buenas noches.
Al cerrarse la puerta detrás de él, escuchó como giraba la cerradura. No miró
hacia atrás mientras bajaba las escaleras hasta la calle, donde su caballo esperaba.
Se sentía más ligero de lo que había estado en mucho tiempo.
Últimamente, se encontraba inquieto, al límite… hastiado. Tenía casi treinta
años, y la vida que había llevado desde que cayó en desgracia en Cambridge años
antes, ya no le parecía suficiente. Había acumulado una fortuna, y ahora todo le
parecía demasiado fácil. Incluso apostar, asumiendo riesgos salvajes, y ganar,
había perdido su encanto, porque tenía el suficiente talento para ganar cualquier
cosa que requiriera habilidad… incluyendo la seducción.
Pero ahora él tenía un nuevo desafío en el que centrarse. Intuía que Grace
Banbury no estaba acostumbrada a alguien con su control. Su madre seguramente
no tenía ninguno. Y por el panorama de la desnuda casa, su hermano no era
mucho mejor.
Grace, muy probablemente, se había hecho cargo de ellos, como estaba
tratando de hacer ahora. El violín no podría ser lo único que quería, a pesar de
que él sabía que podría reportarle bastante dinero. Ella no sólo había sido
traicionada por su madre, también había perdido la seguridad de un hogar.
Pero ahora ella estaba jugando su propio juego contra él, y él no la privaría de
ello.
O se privaría a sí mismo de la oportunidad de tenerla de buena gana desnuda
en su cama. Daniel no necesitaba atarse al largo compromiso de un matrimonio.
No tenía necesidad de complacer a su familia, ya que él no era el legítimo
heredero. Él y Grace podrían cansarse el uno del otro y seguir cada cual su
camino, un desenlace inevitable, pero hasta entonces, iba a mostrarle placeres
que ella nunca había imaginado.
***
Grace no confiaba en él. Estaba de pie delante de la ventana que había al lado
de la puerta principal, observándole a través de las cortinas mientras montaba en
su caballo y se alejaba. Las lámparas de gas de la calle iluminaban su figura, y vio
su espalda recta, la fácil manera en que montaba su caballo.
Él pensaba que tenía el mando de todo.
Con un gemido, se sentó en el primer escalón y se tapó la cara con las manos.
¿Cómo había permitido que esto ocurriera?
Sentía una sensación de malestar retorciendo su estómago por dentro, como
si de alguna manera pudiera sorprenderse de lo que su madre había hecho.
Muchas veces a lo largo de los años, Grace había pensado que su madre no podría
hacer nada peor. Y por lo general, Grace quedaba desagradablemente
sorprendida.
Pero esto…
Tragó saliva con dificultad. Su madre siempre creía que iba a ganar, siempre
asumía el riesgo por muy pequeño que fuera. Debido a que un hombre quería
casarse con Grace, su madre había usado eso en su contra, “endulzando” las
ganancias.
No soy un premio a ganar, pensó Grace con tristeza.
Pero gracias a Dios, el señor Throckmorten no la quería como esposa. No era
tan tonto como para tratar de obligarla a cumplir con tal premio. Y ella ni siquiera
estaba ofendida porque no quisiera casarse con ella. Él no sabía nada sobre ella.
Excepto que él la deseaba.
Ella se estremeció, y admitió para sí misma que eso no era desagradable.
Siempre había reaccionado de esta manera ante los hombres que la miraban con
apreciación. Para su consternación, siempre había disfrutado de cada momento
de ello, disfrutando de la atención, del coqueteo, como sólo una mujer demasiado
confiada podría hacerlo.
Hasta que casi le costó su reputación y su autoestima.
Si lo revivía, se pondría enferma. Había aprendido hacía mucho tiempo a salir
adelante con los errores de su familia, y hacer las cosas bien. El plan más reciente
le había llegado en mitad de los alardes del señor Throckmorten acerca de su
destreza para seducir a las mujeres, y Grace se había aprovechado de ello con una
temeridad que no pudo evitar. Necesitaba ese violín. Lamentablemente no era
por los recuerdos de su niñez, sino por su valor monetario. Le habían comentado
que era tan raro que los coleccionistas podrían pagarle miles de libras por él.
¿Sería suficiente para ofrecer un pago inicial por una de las propiedades de la
familia? Entonces ella sería la dueña, y su madre no tendría ningún control.
Pero para recuperar el violín, había tenido que hacer una apuesta con un
jugador, algo que había jurado que nunca haría. El malestar, la sensación de vacío
volvió, casi corroyendo su interior. ¿Era más igual a su madre de lo que realmente
había pensado alguna vez?
Pero no, ella sólo estaba haciendo esto para arreglar las equivocaciones de su
madre, para devolverle a Edward la casa que le había sido quitada. Ella no tenía
acceso a su propio dinero de la dote; estaba bien guardado en el banco, por lo
que incluso su madre no podía llegar a él. Y si se casaba con un hombre por
desesperación, incluso ella no tenía garantías de que él permitiera que tuviera
alguna parte de su dote.
Grace estaba segura de su capacidad para ganar. No había ningún riesgo en
absoluto.
Aunque el señor Throckmorten pudiera intentarlo tanto como quisiera, ella
nunca permitiría dejarse seducir cuando había tanto en juego.
Ella había aprendido la lección.
Capítulo 3
Grace permaneció sentada, con miedo a pensar en lo que había hecho. Una
llave giró en la puerta principal, y con un jadeo, se puso de pie. Pero esta vez fue
la familiar y amada cara de su hermano, con su pelo castaño despeinado, su
barbilla sombreada con barba de un día, y expresión sorprendida y preocupada.
—Grace, ¿cuándo llegaste?— preguntó con confusión.
Antes de que pudiera responder, su mirada se fijó en su ropa de dormir, sus
ojos se abrieron, y él miró hacia afuera.
—Pero… vi a Throckmorten saliendo de aquí. Pensé que debía haber dejado
accidentalmente la puerta abierta. Aún no estoy acostumbrado a no tener
mayordomo…
Se interrumpió con un gesto de dolor, después sus atormentados ojos grises
se posaron en ella de nuevo.
—¿Hablaste con él?
—Lo hice— dijo ella con gravedad. —Cuando llegó, no sabía que yo estaba
aquí.
—Yo no le debo nada…
—No, pero Madre sí. O lo hacía.
Él la miró desconcertado. Era obvio que había bebido demasiado, pero no
estaba borracho, algo por lo que ella estaba agradecida.
—Vayamos a la sala de estar, Edward. Tengo mucho que contarte.
Cuando se sentaron uno frente al otro en dos sillones, Edward escuchó su
historia, mientras mantenía una expresión cansada. Odió ver el dolor en sus ojos
cuando tuvo que decirle que su madre había perdido su única herencia. Él parecía
confundido y derrotado, no era el mismo joven rebosante de vitalidad que ella
recordaba. Esperó con temor que dijera que él ganaría todo de nuevo, pero no lo
hizo.
Y ella se sintió por ello casi peor.
Cuando llegó el momento de explicarle como la apuesta de su madre se
relacionaba con ella, las palabras quedaron atoradas en su garganta. Estaba
demasiado avergonzada, y Edward no tenía por qué saberlo. Porque entonces, él
preguntaría qué había dicho el señor Throckmorten sobre el casamiento de
ambos, y ella se vería forzada a mentir de alguna forma. Y no quería mentir a su
hermano. Ya era bastante malo ocultarle cosas. Pero, ¿cómo podría decirle que su
hermana, todavía aturdida por su necia conducta con Baxter Wells, había
desafiado a otro hombre para que intentara seducirla?
Edward podría prohibírselo. Intentaría protegerla, desafiando al señor
Throckmorten a un duelo, por todos los cielos.
Pero él merecía saber que ella tenía una especie de plan. Confiaba en su
hermano, sólo que ya no confiaba en su juicio, pensó con tristeza.
—Él tiene el violín, Edward— dijo, retorciéndose las manos y desviando la
mirada.
—¿El violín qué tenía que ser para ti? ¿Madre te quitó eso también?— añadió
con disgusto.
—Sí, pero creo que puedo persuadirle para que me lo devuelva. Y si lo
vendemos, seguramente podremos darnos el lujo de alquilar un lugar para vivir,
tal vez incluso una de nuestras propias casas.
—Pero, ¿cómo podemos recuperarlo?
Ella no sabía qué mentira decirle.
—Ha estado de acuerdo en dejarnos vivir aquí por un tiempo. No es tan cruel
como para echarnos a la calle.
—Que amable de su parte— dijo él sarcásticamente, —cuando tiene tantas
casas familiares para escoger.
Ella suspiró, aferrándose a sus ideas.
—Yo… le he desafiado por la propiedad del violín.
Edward frunció el ceño, mientras su mirada buscaba su cara. Ella continuó
rápidamente.
—Él no cree que yo pueda convencerle de devolvérmelo por su propia
voluntad, pero sí puedo.
—¿Cómo? Él querrá demasiado de ti, Grace.
Ahora estaba acercándose demasiado a la verdad, y ella no pudo mirarle a los
ojos.
—No sé, Edward. Yo había pensado primero en vengarme, por supuesto, pero
al final, no es culpa suya que nuestra madre sea… lo que es.
Su mente trabajaba frenéticamente. Sólo una clase diferente de hombre le
regresaría el violín. Ella se tensó. ¿Creería Edward que ella podía cambiar al señor
Throckmorten? No se le ocurrió nada mejor, y antes de poder cambiar de idea,
dijo:
—Decidí tratar de transformarlo de un jugador en el tipo de hombre, que por
honor, nos devolviera al menos el violín.
Edward se recostó en el respaldo, mirándola a través de sus lánguidos e
hinchados ojos.
—No comprendo. ¿Cómo podrías hacerle renunciar a los juegos de azar? Si
fueras capaz de ese milagro, nuestra madre estaría aquí con nosotros.
Hubo un tenso silencio, ambos preguntándose ¿dónde habría huido su
madre? Y ¿cómo iba a sobrevivir? Pero conociendo a su madre, pensó Grace, se
habría llevado algo de valor consigo. Y por ahora, era un alivio no tener que lidiar
con ella.
—Es necesario que te mantengas alejada de él, Grace.
Edward se inclinó hacia ella en el sofá, mirándola con sinceridad.
—No es un hombre con el que puedas estar segura a su lado.
—No pienso estar a solas con él— dijo rápidamente.
Pero ¿cómo iba a saber lo que el señor Throckmorten tenía planeado para
ella? Pensó con un escalofrío demasiado agradable.
—Grace— dijo con exasperación —¿No sabes quién es él?
—Bueno… su nombre me resultó familiar, pero no tuve tiempo de buscar en
mi mente la razón de por qué.
—Su padre, Baldwin Throckmorten, fue un famoso compositor antes de su
muerte.
—¡Oh, sí, era por eso que lo conocía! Tengo partituras de las sinfonías de su
padre.
Ella trató de imaginar a un joven señor Throckmorten creciendo en una casa
rodeada de música, pero ni siquiera podía imaginárselo como un niño. Él
seguramente habría hecho desgraciado cualquier hogar con sus bromas astutas y
despiadadas exigencias.
—Su madre es Lady Flora, hija del fallecido Duque de Madingley.
—¿Está relacionado con un duque?— preguntó sorprendida.
Tal vez esto podría ayudarla en sus planes. Seguramente le importaría lo que
su familia pensara de él.
—Sólo escucha. Lady Flora también amaba componer música, pero nunca
tuvo éxito.
Grace frunció el ceño.
—Pero también tengo música de ella.
—Te estás adelantando a mi historia.— dijo Edward en voz baja. —Cuando
ellos se casaron, su esposo era muy pobre, y su padre los apoyó. Eso fue un
escándalo en sí mismo, el que se casara con alguien tan por debajo de ella. Ella
trató durante muchos años que su propio trabajo se publicara, pero no tuvo éxito.
Baldwin Throckmorten se hacía cada vez más famoso. Y entonces, se cayó de un
balcón de Madingley Court, y murió.
Con un suspiro, Grace dijo: —¿Qué edad tenía su hijo?
—Joven pero no sé la edad exacta.
Ella no quería sentir simpatía por él. Era un jugador y un experto seductor de
mujeres.
—Aún queda lo peor. Los sirvientes escucharon a Lady Flora decir que todo
era culpa de ella, por lo que su marido estaba muerto.
—Oh, seguramente sólo estaba desconsolada.
—Pero luego, casi seis meses después, salió de su duelo con una increíble
sinfonía, y nunca más compuso otra. Aunque no había pruebas, todo el mundo
creyó que ella había matado a su esposo. Vive recluida en el campo y nunca volvió
a Londres. Throckmorten resultó ser tan escandaloso como sus padres. Los otros
hijos del duque no son mejores, pero esos chismes pueden guardarse para otro
momento.
—Sin duda los escándalos del señor Throckmorten no pueden superar al
rumor del asesinato de su padre.
—Por supuesto que no. Pero él apuesta con cualquiera, incluso sobre las
cosas más tontas, como cuántas peticiones recibe la más nueva debutante en un
día, o cuantas veces la Reina Victoria hace una aparición en público en una
semana.
O si puede seducir a una mujer desesperada y llevarla a su cama, pensó ella,
apretando sus dientes.
—Su interés en los negocios es excesivo para un caballero. Es conocido por su
habilidad para… persuadir incluso a la más reacia de las mujeres para convertirla
en su amante.
Su cara estaba ardiente y ruborizada, y su determinación de resistirse al
hombre se fortaleció.
—No muestra ningún interés por casarse— Edward continuó, —por lo que las
jóvenes se mantienen alejadas de él.
—Suena como un hombre imprudente— dijo Grace.
Pero también sonaba como un hombre que haría cualquier cosa para ganar,
lo que jugaba a favor de su plan. ¿Podría ser esa su debilidad?
Edward se encogió de hombros.
—Me han dicho que es demasiado rico.
Había una cierta rendida envidia en su voz.
—¿Tuvo su padre tanto éxito?
—No lo creo. Throckmorten es un genio con sus finanzas.
—Y va a arruinarlo todo con sus salvajes formas.
Grace se giró y habló sin pensar.
—¿No comprende que una vez que la fiebre del juego lo posea, puede que no
lo deje ir?
Luego se dio cuenta de lo que había dicho y volvió a mirar a Edward.
Sus ojos la observaban con tristeza, el recelo desapareciendo.
—No lo posee como lo hace conmigo, Grace.
—¡No digas eso! Estaba pensando en Madre.
—No puedo estar enojado con ella. Puede que yo hubiera hecho lo mismo.
—¡Estas equivocado! No tienes que ser como ella. Puedes parar de apostar
ahora.
—Está en mi sangre, ¿no lo entiendes?— dijo él, su voz sonaba tan cansada
como si se hubiera dado por vencido. —Pero tú no, Grace, gracias a Dios.
Se sentía enferma. Si supiera cuán imprudentemente estaba jugando con su
propia reputación, estaría tan decepcionado de ella.
—Tengo mis propios defectos, Edward, como bien sabes.
Él suspiró y puso su brazo alrededor de ella.
—Wells jugó contigo, Grace. Pensé que era mi mejor amigo… incluso te animé
a que te unieras a él.
—No lo sabías, Edward— susurró —Y fue culpa mía, que yo…— Se
interrumpió, incapaz de decir siquiera las palabras.
—Tú eras inocente, Grace. Él se aprovechó de ti, dijo que se casaría contigo.
Incluso yo le creí. ¿Cómo una muchacha enamorada, no iba a creerle también?—
Apretó el puño en su palma abierta. —Él se mantuvo alejado de mí en Londres.
Sabiendo que le partiría la cara por lo que te había hecho.
Ella se abrazó a sí misma y, a continuación, apoyó la cabeza sobre el brazo de
él. Pobre Edward, tan cercano a ella, y aún así se había sentido demasiado
humillada para contarle todo lo que había pasado entre ella y Baxter Wells,
incluyendo los varios días en que había huido para yacer en sus brazos.
—Prométeme que no vas a hablar de esto con el señor Throckmorten,
Edward— insistió —Creo que responderá mejor ante mí que ante ti. Recuperaré
ese violín.
—Odio usarte de esta manera, Grace.
—Te prometo, que seré cuidadosa.
Al final, él asintió con la cabeza.
—Por si te sirve de algo, yo gané esta noche.
—Oh, Edward— susurró con tristeza.
Deseaba rogarle que no apostara, pero no podía mostrarle su desconfianza.
—Podremos pagar las facturas durante algunas semanas, tal vez incluso
comprar un vestido nuevo. Si vas a redimir a Throckmorten, tendrás que verlo
vistiendo lo mejor posible.
—¿Redimirlo?— ella repitió.
—¿No es eso lo que vas a hacer?
Redimir a un jugador, pensó malhumorada. Ella había pasado toda su vida
tratando de hacer eso, primero con su madre, luego con su hermano, y ahora con
Daniel Throckmorten. Y nunca funcionó, no en su fuero interno. Pero si ella no
podía redimir el alma de Throckmorten, ¿tal vez podría redimirlo ante los ojos de
la Sociedad?
Con este plan, podría convencer a Edward que había ganado el violín
legítimamente.
Y podría frustrar el intento de seducción del señor Throckmorten.
Cuando Edward salió de la habitación, no la besó en la mejilla, o puso la mano
en su hombro, como antes. Las lágrimas la escocían en los ojos, pero las forzó a
desaparecer. Ella aún no había terminado de luchar… ahora no solamente por su
libertad, sino también por la recuperación de su hermano. ¿Qué tipo de vida iba a
tener sin el prestigio social de la posesión de una tierra?
Respiró profundamente tratando de calmarse. Estaba cansada y angustiada.
Se dijo a sí misma que por ahora, tenían un lugar dónde vivir y comida que comer.
Confiaba en su capacidad para resistirse al señor Throckmorten. Y al resistir,
podría ganar el violín. Para salvar a Edward, ella intentaría cualquier cosa.
***
Grace se despertó al amanecer, porque conservaba el horario del campo. Con
Edward habitualmente en Londres, y su madre durmiendo hasta tarde, Grace
había sido quien revisaba junto con el mayordomo las cuentas de la casa cada día.
Había empezado a leer libros sobre agricultura, que el administrador le había
recomendado, para que ella entendiera de lo que estaban tratando. Siempre
había considerado que era un tiempo bien empleado, porque quería ser una
esposa útil algún día.
No una amante.
Cuando pensaba en una amante, se imaginaba una criatura egoísta,
entregada a los placeres de la carne en lugar de al trabajo duro que conlleva la
preparación para el matrimonio. No podía imaginar por qué una mujer prefería
dedicarse a un hombre, sólo por dinero. Por supuesto, ahora ya sabía lo fácil que
una mujer podía ser engañada para perder su virginidad. Y ese siempre era su
temor, que en su noche de bodas, su nuevo esposo se diera cuenta de que no
llegaba pura a él.
Su enfrentamiento con Daniel Throckmorten la había hecho reconsiderar
algunas de sus ideas, confirmando algunas cosas que ya sabía sobre sí misma. Se
había sentido muy fácilmente atraída por un hombre con aspecto atractivo y un
aire peligroso. No estaba preocupada porque ella pudiera sucumbir a ningún tipo
de presión por parte de él, ya no, pero estaba decepcionada porque una vez más,
se había demostrado a sí misma que los hombres parecían ser su debilidad. Para
su madre y su hermano, era el riesgo de los juegos de azar. Para ella, era el
antiguo juego entre un hombre y una mujer.
Y el nuevo juego que había iniciado con el señor Throckmorten.
¿De qué forma procedería él? se preguntó mientras planchaba el vestido que
iba a usar. ¿Aparecería en momentos inesperados, imponiéndole a ella su
presencia? ¿Le haría “la corte”, visitándola cada día, teniendo conversaciones
como si estuvieran conociéndose para un matrimonio en vez de un propósito más
ilícito?
Una vez lavada y vestida, Grace se prometió tener a Edward ayudándola esa
noche a llevar cubos de agua caliente a su habitación para poder tener un baño
adecuado. Mientras estaba en la biblioteca de la planta baja, escribiendo una
carta para mandársela a su doncella, escuchó ruidos en la parte posterior de la
casa. Pensando que era Edward, fue a la cocina, sólo para encontrar a un
muchacho joven, que comía trozos de manzana seca, mirándola con ojos grandes
y precavidos. Después de algunas preguntas, Grace supo que Edward aún
conservaba un caballo y los servicios de este joven lacayo, Will, para cuidar de los
establos y como aprendiz de ayuda de cámara de Edward. Sin duda, era más
barato que su último criado perfectamente entrenado.
Mandó al muchacho en una nueva misión, desprendiéndose de otra de sus
monedas. Tenía que encontrar a Daniel Throckmorten y seguirle todo el día. Ella
tenía que saber qué clase de hombre era, sus lugares favoritos, y sus amigos en la
Sociedad. Sus planes para él necesitaban testigos, y ella ya tenía a uno en mente.
Esa misma tarde, Grace montaba un caballo de alquiler hacia la moderna casa
del Barón Standish en la ciudad para hacer una visita a su esposa, a la que había
conocido hacía muchos años como Beverly. Habían ido juntas a la escuela, antes
de que la situación financiera de la madre de Grace cambiara. Grace y Beverly
todavía de vez en cuando se escribían, pero cuando Beverly se casó y empezó a
tener hijos, sus cartas se volvieron menos frecuentes.
Pero Grace aún confiaba en la amistad de Beverly, y si alguien podía
presentarle las matronas y anfitrionas adecuadas, era ella.
Mientras Grace esperaba a que el mayordomo llevara su tarjeta de visita al
piso de arriba, pensó en lo que podría conseguir involucrando a Beverly. Tenía
demasiados secretos, aunque pensaba que podía confiar en que el amor del señor
Throckmorten por los desafíos fuera suficiente para mantener su… relación en
secreto. Pero, ¿qué pasaría con los otros dos hombres que sabían que él había
ganado el derecho a casarse con ella? Uno de ellos obviamente la quería, pensó
con preocupación. Sólo podía rezar para que él no quisiera arriesgarse a un
escándalo, sacando a la luz su parte en el asunto.
Por fin el mayordomo la llevó por las escaleras hasta una adorable salita,
donde el sol brillaba a través de cortinas transparentes.
—¡Grace!
Beverly se acercó a ella, se veía más madura, pero aún conservaba ese
animado y pícaro brillo en sus ojos. Rubia, coqueta y feliz, ella era obviamente una
mujer muy satisfecha.
Grace alegremente la abrazó.
—Beverly, es tan bueno verte.
—¡Debiste de haberme avisado de tu regreso! Pude haberte invitado a la
fiesta de anoche.
Grace se encontró sonrojándose al recordar con quién había pasado la noche
anterior.
—Yo, no lo supe hasta hace poco. Estoy con mi hermano.
—Siéntate y cuéntamelo todo. Admito que mi última carta fue hace algún
tiempo.
Grace no quería decirle que había pasado más de un año porque sabía lo
ocupada que había estado la mujer. Conversaron acerca de los niños de Beverly y
de los ocasionales pretendientes de Grace. Cuando por fin la educada
conversación se agotó, y un expectante silencio la reemplazó, Grace no sabía muy
bien por dónde empezar.
Beverly le dedicó una sonrisa amable.
—Dime por qué estás en Londres realmente. Nunca quisiste dejar a tu madre
antes.
No podía confiar en ella cuando estaba sola. Pensó Grace con un suspiro. Pero
interiormente, empezó a recitar la historia que había concebido, porque no podía
decirle a Beverly la verdad.
—Tengo veintitrés años— dijo Grace en voz baja —No he conocido a hombres
que se adapten a mi gusto en Hertingfordbury.
Beverly sonrió.
—Y aquí en Londres tenemos un verdadero festín de hombres. Conocerás a
alguno que te complazca.
—Mi hermano puede presentarme a sus amigos, pero él es un hombre
soltero, por supuesto, y…
—¡No digas más, querida! Permíteme ser tu patrocinadora en Sociedad.
Vienes de una familia de renombre. Estoy segura que serás bien recibida.
Grace sintió un extraño escozor de lágrimas, aun cuando ella nunca se había
considerado de lágrima fácil. Pero Beverly estaba demostrándole ser una
verdadera amiga… y Grace le estaba mintiendo. Se consoló a sí misma recordando
que en realidad sí quería casarse, así que al menos esa parte no era una mentira.
—Debo ser honesta, Beverly— Parcialmente honesta. —Mi madre siempre ha
tenido cierta reputación de ser una mujer que disfruta de los juegos de azar.— Lo
que es decir poco.
Beverly se inclinó y tocó el brazo de Grace.
—Lo recuerdo, querida, pero estoy segura que otros no lo harán. Es la tarjeta
de presentación lo que importa. Siempre y cuando tengas educación, poseas una
dote y tengas tu hermoso rostro, no tendrás problemas.
Grace le dirigió una aliviada sonrisa. Gracias a Dios por Papá, que pensó en
proteger su dote. Al menos no tendría que mentirle a Beverly sobre eso.
El mayordomo se paró en la puerta abierta.
—Lady Standish, el señor Throckmorten ha venido a ver a Lord Standish.
Grace tomó una profunda y temblorosa respiración, tratando de parecer
desinteresada mientras estudiaba una pequeña estatua de un pájaro que
descansaba sobre la mesa cercana. Oh cielos, ¿cómo es que él estaba aquí? ¿La
estaría siguiendo? pensó, ofendida. Pero, por supuesto, ella había hecho que le
siguieran. Se mordió el labio, sofocando una burbuja de risitas histéricas mientras
se imaginaba mirando por la ventana y viendo a Will espiando desde el otro lado
de la calle.
Beverly juntó las manos.
—¡Justo a tiempo!
Grace hizo una mueca.
—Acompañe al señor Throckmorten hasta aquí— Beverly continuó. —Creo
que esto eliminará cualquier decepción por no encontrar a mi marido en casa.
Cuando el mayordomo se hubo ido, ella se volvió hacia Grace.
—He aquí un hombre muy codiciado. Su abuelo, el duque de Madingley, era
deliciosamente escandaloso, y su sensato primo ahora ostenta ese título. El
propio señor Throckmorten ha tenido mucho que ver con escándalos, puesto que
parece contagioso en esa familia. Y no ha mostrado preferencia por ninguna joven
dama.— Susurró.
Por supuesto que no, pensó Grace. Él prefería una amante.
Beverly se inclinó hacia ella.
—Tú podrías ser la mujer que haga que se interese por la Sociedad de nuevo.
¡Todas las madres te estarían agradecidas!
Grace contuvo un resoplido.
Y entonces, el señor Throckmorten entró en la habitación. Y si ella pensaba
que el aspecto de él sería menos imponente a la luz del día, estaba equivocada. En
todo caso, el sol brillando le hacía parecer mucho más una criatura de la noche,
teñido de oscuridad, tranquilo con su elección de vestimenta, como si no tuviera
ninguna necesidad de pavonearse con colores intensos. Se inclinó ante las dos
mujeres, y éstas, a su vez, le devolvieron la cortesía con una reverencia.
—Lady Standish, ruego perdone mi interrupción.
El señor Throckmorten habló con esa voz profunda y suave que hizo temblar
por dentro a Grace. ¿Por qué, incluso la voz de este hombre le atraía?
—Pedí que le hicieran subir, señor Throckmorten— dijo Beverly. —Señorita
Banbury, permítame presentarle al señor Throckmorten.
Sus ojos se centraron en ella, sin traicionar siquiera un indicio de la diversión
que de seguro estaba sintiendo. Pensaba que la tenía a su merced.
—Señorita Banbury— dijo, con otra reverencia.
Grace inclinó su cabeza, usando todas sus habilidades para ocultar sus
emociones cuando ella le respondió:
—Buenas tardes, señor Throckmorten.
Todos tomaron asiento, con él sentado justo enfrente a ella. Pero al menos
concentró esa diabólica sonrisa en Beverly por el momento.
—Siento que mi esposo no esté en casa para recibirle, señor Throckmorten—
dijo Beverly. —¿Tenía usted una cita que él olvidó?
—No, milady, sólo quería hacerle una pregunta acerca de una inversión
ferroviaria en la cual los dos tenemos parte. Ciertamente, puede esperar.
Beverly miró a Grace.
—Mi esposo siempre dice que el señor Throckmorten tiene un asombroso
sentido para saber qué inversión les reportará las mayores ganancias.
Grace sonrió cortésmente. Eso confirmaba el criterio de su hermano sobre él.
—¿Así que sabe qué riesgos asumir, señor Throckmorten?
—Siempre, señorita Banbury. Y sólo opto por participar en aquello en lo que
sé que voy a ganar.
—¿Eso es una referencia a las apuestas?— dijo ella, inclinando la cabeza. —El
juego es un hábito terrible para tenerlo. Siempre he sentido lástima por alguien
atrapado dentro de su hechizo.
—Afortunadamente, hay algunos de nosotros que podemos navegar con
seguridad por sus traicioneros bajíos.
—Puedo decir que yo, también, disfruto de ganar.
Su anfitriona miró con curiosidad entre ambos.
—Señor Throckmorten— dijo Beverly —la señorita Banbury hace poco que
llegó a Londres. Seré su patrocinadora en los mejores eventos de la Temporada.
—Es muy afortunada por contar con su ayuda— dijo él.
Grace sonrió a su vieja amiga.
—Estoy de acuerdo.
Beverly inclinó la cabeza como si estuviera avergonzada por el elogio.
—Señor Throckmorten, espero que pueda hacerla sentir bienvenida,
asegurándose de que todos los jóvenes le pidan un baile.
—Estoy seguro de que estaré encabezando la fila— dijo él.
Grace apenas resistió poner en blanco sus ojos.
—Si hay alguna joven dama que demande su atención, por favor, no deje que
interfiera.
—No hay nadie en quién esté interesado, pero gracias.
—¡Mamá!— El gemido resonó en la escalera desde el segundo piso.
Beverly suspiró.
Un criado entró apresurado.
—Lady Standish, por favor no se preocupe. La niñera me asegura que…
—¡Mamá!— Esta vez fue un chillido.
Beverly se puso de pie y le dio una mirada de disculpa a Grace.
—Por favor discúlpenme un momento. Es casi la hora de cenar y sus nervios a
menudo se alteran si tiene su pequeña barriguita vacía.
Ella salió de la habitación como un torbellino maternal, dejando la puerta del
pasillo completamente abierta.
Grace le dirigió al señor Throckmorten una mirada cautelosa, pero él no lo
notó porque estaba recorriendo su cuerpo con una intensa mirada. Ella inspiró,
sintiéndose un poco temblorosa, un poco insegura de sí misma. Claramente él
había ocultado sus intenciones en beneficio de Beverly, pero ahora estaba siendo
bastante obvio lo que estaba pensando.
Ganar el desafío.
Capítulo 4
Daniel permitió que el silencio continuara por unos momentos, hasta que
notó que Grace empezaba a inquietarse. Se veía tan moral, tan mojigata, como si
no pudiera creer lo que él podría intentar.
Eso le puso duro. Por el diablo, todo en ella le hacía ponerse duro.
—Me ha seguido hasta aquí— dijo ella en voz baja y fría.
—Por supuesto. Va a verme muy a menudo. ¿Quién sabe dónde apareceré?
Ella entrecerró los ojos hacia él.
—¿Quién es el muchachito que ha reclutado para seguirme?— preguntó.
Sus hermosas mejillas se sonrojaron, aunque imaginó que ella deseaba no
hacerlo.
Ella levantó la barbilla.
—El lacayo de mi hermano.
—No ha estado mal para ser un chiquillo. Me esforzaré más para perderlo de
vista mañana.
—¿Tiene algo que ocultar?— dijo, aleteando sus pestañas con dulzura.
—No, pero disfruto alterando sus planes.
—Oh, créame, señor, ni siquiera he comenzado mis planes.
—Bien, es bueno escuchar eso. Me hubiera decepcionado lo contrario.
Apretando la mandíbula, ella miró hacia la puerta abierta. Él sabía que no
querría que cualquiera pudiera escuchar su escandalosa conversación. Así que
lentamente se levantó, evitando incluso la mirada de ella, aunque era consciente
de que estaba tensa, como si fuera a saltar. Y fue un pensamiento tentador. Pero
en lugar de ir hacia la puerta, se paseó despreocupadamente por la habitación,
mirando los adornos y las pinturas, hasta que llegó a la soleada ventana detrás del
sofá en el que Grace estaba sentada. Ahora estaban sólo a unos pasos de
distancia, y ella no se volvió para mirarle.
—Te ves hermosa con ese vestido verde, Grace— dijo en voz baja.
Él pensó que ella se ofendería por el uso de su nombre de pila.
—Gracias, Daniel.
No le sorprendió que se necesitara más que eso para alterarla. Tenía carácter
junto con su tentadora inocencia.
—Nombres de pila— murmuró —Eso habla de una nueva intimidad.
—O descortesía.
—Entonces, permíteme ser aún más descortés cuando diga que ese color
resalta tus ojos…
—¿Cómo? Gracias— interrumpió ella.
Sonrió para sí mismo ante su tono decepcionado. ¿Pensaba que era tan poco
original?
—No me dejaste terminar. El color también consigue hacer que la piel por
encima de tus pechos se vea aún más cremosa.
La escuchó coger aire, pero no soltar el aliento.
—¡No puedes ver tal cosa!— susurró con fiereza. —¡Mi escote alcanza mi
garganta!
Él no pudo evitar mirar por encima de su hombro para verla.
—Lo puedo imaginar. Quisiera lamer ahí, y trazar un camino húmedo bajando
por entre tus pechos.
Ella finalmente se acordó de respirar, pero fue un pequeño y débil gemido
que hizo que el estómago de él se tensara. ¿Ahora una simple respiración era
suficiente para que su excitación aumentara?
Ella inclinó su pequeña cabeza, sus ligeros rizos castaños rebotaron, y él deseó
poder ver su expresión. Pero prefirió quedarse justo detrás de ella, haciéndola
preguntarse sobre lo que haría a continuación. Lo encontró… excitante, pensar
que tal vez fuera el único que había hablado de esa forma con ella, que nunca
antes habían tratado de seducirla con solamente palabras.
Pero por supuesto planeaba hacer mucho más que eso. Ya estaba
obsesionado con esos pensamientos, y tan solo había comenzado…
—¿A qué sabrás?— Reflexionó suavemente.
Podía ver su mano aferrando el cojín que tenía a su lado.
—Hmm, fresas con crema, me imagino.— Bajó aún más su voz a un susurro
gutural. —Carne cremosa, rosados pezo...
—¡Ya estoy de vuelta!— dijo Beverly desde el corredor.
Él giró la cabeza y miró por la ventana, pero no sin antes ver cómo la mano de
Grace temblaba cuando enderezó el delicado encaje del cojín. Seguramente había
ganado la primera ronda, pensó con satisfacción.
Pero estaba incómodamente excitado y esperaba poder permanecer de pie
detrás del sofá durante un rato más todavía.
***
Grace se despertó poco después del amanecer. La primera cosa que vino a su
mente fue la última en que pensó antes de dormir. El escandaloso
comportamiento de Daniel Throckmorten en la casa de los Standish. Se
estremeció y cerró los ojos, reprimiendo un gemido. Aún podía oír su profunda y
áspera voz, diciendo palabras que nunca habría imaginado que un hombre
pudiera decir a plena luz del día.
Sin duda no permitiría que sus escandalosas palabras la afectaran.
Después de vestirse, fue en busca del lacayo de Edward. Lo encontró en los
establos, le llevó adentro y le preparó unos huevos y pan tostado.
—Entonces, ¿cómo te fue en tu tarea de ayer, Will?
Él la miró con culpabilidad, con un poco de huevo todavía en la comisura de
su boca.
—No hice muy buen trabajo. Él me descubrió enseguida, lo hizo. Me lanzó
una moneda, y dijo que me la quedara por tan buen trabajo.
Ella suspiró.
—Entonces, ¿qué hizo el caballero?
—A primera hora fue a cabalgar, y supe por su lacayo, que hace eso casi cada
mañana.
Will le habló de un banco que Daniel había visitado, y de la oficina de un
abogado, e incluso de varios negocios y de una fábrica. Parecía que el hombre
estaba mucho más ocupado de lo que su hermano usualmente lo estaba.
—Incluso visitó una elegante mansión cerca de Mayfair en la tarde— dijo Will.
—Lo sé, yo estaba allí— dijo Grace con pesar.
—Después de comer en su club, él me envió un pastel como yo nunca antes
había probado— añadió Will, feliz.
Si no tenía cuidado, Daniel podría poner al chico de su lado.
—Luego fue a un deslumbrante palacio en Park Lane— dijo Will con evidente
asombro. —Le pregunté al cochero, y dijo que era Madingley House, señorita.
Pero él no vive allí. Tiene su propia casa en la ciudad, la tiene. Olvidé decirle que…
cuando estaba llegando a la casa ayer por la tarde, vi a un hombre vigilando la
casa.
Ella frunció el ceño, pensativa.
—¿Cómo era?
—No lo sé, se fue antes de que me acercara. Ya que el señor Throckmorten
sabe que yo le estoy vigilando, ¿podría él tener a alguien vigilándola a usted?
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé, Will. Voy a tener que averiguarlo.
—Ya ensillé el caballo— dijo Will. —El señor Edward no lo necesitará hasta la
tarde. Usted se ha levantado tan temprano, que pensé que tal vez, por algún
motivo, querría disponer de él.
Grace le alborotó el cabello.
—Eres un chico listo, Will.
—¿Quiere que le siga hoy otra vez?
—No en este momento—dijo ella, sin prevenir al niño de lo que tenía
planeado para Daniel. —Te lo haré saber.
***
Daniel nunca se perdía cabalgar por las mañanas. Era una hora después del
amanecer, la niebla se cernía baja sobre el lago Serpentine en medio de Hyde
Park. Había sólo unos pocos jinetes a esta hora de la mañana, y se sentía aislado y
relajado.
Pensó en Grace, la mujer que deseaba en su cama. No podría ser más
diferente a su última amante, una mujer de mundo, que estaba acostumbrada a
recibir los regalos más lujosos en su vida, a cambio de los placeres de su cuerpo. El
pasado mes, le había pedido ser liberado de su acuerdo. Ella empezaba a querer
más intimidad de la que él podría darle, aunque se lo había advertido desde el
principio —como lo había hecho con todas sus mujeres— que su compañía no
podría convertirse en nada más.
Pero Grace sería una amante diferente. Él esperaba hacerla ansiar su toque
tanto como él quería sentir el de ella. Casi había considerado asistir a la velada
musical a la que, sin duda, Lady Standish habría arrastrado a Grace la pasada
noche. Aunque eso habría causado sensación, y hubiera sido demasiado notorio
que sólo había acudido por ella, ya que nunca asistía a tales eventos.
En su lugar, había ido a Madingley House y tenido su cuota semanal de las
ruidosas voces y alegría de sus tíos y primos.
Pero no de su madre, pensó, sintiendo la vieja punzada de inquietud que
había enterrado durante tantos años. Ella no había estado en Londres desde la
muerte de su padre. No creía que la importaran los rumores que aún persistían
después de veinte años. Había vuelto a relacionarse con los vecinos en
Cambridgeshire. Sin embargo, todos sabían que no toleraba la música. Aquí en
Londres, pensó que ella temería tal entretenimiento.
Él no podía evitar la música, por supuesto. Incluso había escuchado en una
ocasión la melodía de una de las sinfonías de su padre, pero eludía las veladas
musicales.
Pero en este caso, él imaginaba los motivos de su madre, porque ellos nunca
hablaban del pasado. Después de la muerte de su padre, ella se había refugiado
en su música… ignorándole a él. Aún recordaba aquellos días sombríos, cuando un
criado tras otro se turnaban tratando de mantenerle apartado de la puerta
cerrada de la sala de música. Sabía que su madre se encontraba allí. Ella
eventualmente salía al final del día para hablar con él. Pero él era tan joven que
con el tiempo empezó a sentir resentimiento contra el piano, resentimiento
incluso contra la melodía en su mente que era más importante para ella que él.
Ella le decía que no tenía más remedio que escribirlo todo. Cuando finalmente
terminó, y se apartó de la música para siempre, él se alegró en secreto. Ella nunca
volvió a componer, pero él siempre se había preguntado cuánto le había alejado
de él, su único hijo. Ahora que era un adulto, deseaba en cambio que la música
volviera a ella.
Aquí, en Hyde Park, con sólo su caballo por compañía, Daniel se dijo que no
debía pensar en ello. Cabalgó con satisfacción mientras el animal iba a medio
galope.
Hasta que escuchó un grito.
Se puso tenso, tirando de las riendas hasta que el caballo se detuvo. Miró
entre los árboles, arriba y abajo de Rotten Row, pero no vio nada.
Entonces llegó otro grito, más cercano esta vez.
De repente, un caballo surgió entre dos árboles, dirigiéndose directamente
hacia Daniel. Su montura corcoveó hacia un lado, sus orejas hacia atrás. El grito
provenía del otro jinete, una mujer, quien parecía inclinada para salvar su vida,
resbalando peligrosamente hacia un lado. Su sombrero había desaparecido, su
cabello castaño volaba fuera de sus pasadores. Daniel instó a su caballo al galope,
por lo que en el momento en que el caballo de la mujer pasó a su lado, él
mantuvo el mismo ritmo con una ráfaga de velocidad.
Le dio alcance, inclinándose hacia un lado cuando el desigual camino de tierra
pareció hasta volar por debajo de él. Tenía intención de apoderarse de sus
riendas, pero en el último segundo, vio que se trataba de Grace Banbury. Su
hermoso rostro estaba completamente blanco con terror. Soltando sus propias
riendas, la cogió por debajo de los brazos y la arrastró sobre su regazo.
Grace gritó cuando se encontró arrastrada a través del hueco entre los cascos
de ambos caballos. El suelo corría deprisa por debajo, el aire agitaba con fuerza su
cabello y por delante de sus orejas, y ella pensaba que estaba perfectamente a
salvo… hasta que Daniel Throckmorten había decidido arriesgar su vida, o mejor
dicho, la integridad física de ella, en lugar de simplemente apoderarse de las
riendas.
Sus muslos eran duros debajo de ella, uno de sus brazos le rodeó la espalda, y
con el otro logró frenar al caballo, haciéndole inclinarse peligrosamente encima
de ella. Le miró boquiabierta, tan sorprendida que casi olvidó que debía mostrar
gratitud hacia él, como había sido su plan. Su rostro estaba rígido con
determinación, sus ojos marrones entrecerrados por la concentración. Fue
emocionante, excitante… y difícil recordar que debía parecer aterrorizada.
Cuando finalmente se detuvieron, sólo tuvo un momento para mirar a su
alrededor y ver si alguien los estaba mirando. Vio a tres personas a caballo, y por
suerte, dos de ellas eran damas, que serían más propensas a difundir la historia.
Daniel la alzó aún más cerca de él. Acunada entre sus brazos se sentía tan
segura como si estuviera en el suelo. Él examinó su cara como si esperara
encontrar sangre.
—¿Estás bien?— él requirió.
—¡Oh, me ha salvado, señor Throckmorten!— exclamó ella, un poco
demasiado fuerte.
Él frunció el ceño.
—No obstante, ¿cómo te metiste en tal aprieto? Vivías en el campo. Suponía
que sabrías cómo juzgar el temperamento de un caballo. Esta bestia es de tu
hermano, ¿no es así?
—Sí, sí, ha sido una tontería por mi parte, lo sé.
—Hola, ¿se encuentra usted bien?— gritó una voz de hombre.
Grace intentó sentarse más delante, pero el pomo se le clavaba en la cadera,
y Daniel todavía estaba sosteniéndola firmemente.
—¿Me podría ayudar a bajar, señor Throckmorten? Me parece que ahora mis
extremidades ya no tiemblan tanto.
Su ceño se hizo aún más receloso, pero también asomaba una pizca de
curiosidad divertida en sus ojos oscuros. Pero sus testigos estaban cabalgando
hacia ellos, y ella no podía permitirse más tiempo para apaciguarlo.
Ella trató de girarse para recibir a los tres jinetes, pero él la abrazó más cerca
y susurro:
—Me has dado una oportunidad tan perfecta, Grace. Me pregunto qué dirían
ellos si yo continúo abrazándote tan indecentemente, como si estuviéramos
demasiado familiarizados el uno con el otro.
—No lo harás— siseó ella, agitando su mano ante su cara como si fuera a
desmayarse. Puso el dorso de la palma de su mano sobre su frente, tratando de
parecer débil y angustiada.
—Sin embargo, tu representación es tan maravillosa. Sería una pena no
permitirte una última gran actuación.
Ella simplemente le miró, sus caras muy juntas, sus ojos midiéndose el uno al
otro.
—Sólo quedan dos semanas— murmuró Daniel. —Tal vez deba hacer algo
desesperado para asegurar mi victoria.
—Estás muy lejos de estar desesperado— susurró ella en respuesta, y luego
sonrió. —Son dos semanas menos un día. Y no harías nada que pudiera conducirte
a un matrimonio forzado.
—¿Y quién podría obligarme a tal cosa?
Antes de que ella pudiera contestar, los otros ya se encontraban frente a
ellos.
—Throckmorten, excelente equitación— dijo un hombre que tiró de las
riendas de su caballo cuando él los alcanzó.
Daniel finalmente la liberó de su mirada.
—Gracias, Colby— dijo suavemente. —Siempre es bueno ayudar a una dama
en peligro.
—Oh, querida— gritó una mujer bien vestida que montaba al lado del
hombre. —¿Va a desmayarse? Por favor, no se caiga del caballo.
—Yo nunca lo permitiría— dijo Daniel, sosteniéndola aún con más fuerza.
Cuanto más trataba Grace de parecer débil, más la apretaba contra él, sus
senos contra su pecho, haciéndole difícil recordar su propósito.
—No puedo recuperar el aliento— dijo ella débilmente.
La mujer bajó de su caballo.
—Permítale bajar, señor Throckmorten. Yo puedo ayudar a esta pobre
muchacha.
Grace sintió la renuente rendición de Daniel, y dio un profundo suspiro,
usando el cansancio para enmascarar su alivio.
—Permítame desmontar primero, señorita Banbury— le dijo —y luego la
ayudaré a bajar.
Ella asintió con la cabeza, temblorosa, permitiéndole a él todo el trabajo de
salir de debajo de ella para bajar del caballo. Cuando estuvo en el suelo y se estiró
hacia ella, se dejó deslizar débilmente en sus brazos. Fue difícil olvidar que sus
manos estaban en su cintura. Ella tuvo un fugaz pensamiento de lo que se sentiría
si no llevara un corsé.
—La señorita Banbury, ¿no es así?— dijo la mujer detrás de ella.
Grace agradecida se volvió hacia ella y le dirigió una sonrisa temblorosa.
—Sí, señora. Estoy recién llegada a Londres, y yo no había montado el caballo
de mi hermano antes, y no conozco los caminos.
—Por supuesto, por supuesto, es muy diferente aquí que en el campo— dijo
la mujer con dulzura.
Ella tenía tal vez veinte años más que Grace, una mujer madura con una
apariencia enérgica.
—Soy la señorita Parker. ¿Necesita sentarse, querida?
—Oh, no. Estoy segura que voy a estar bien. Gracias a Dios por el señor
Throckmorten. ¡Pude haber muerto!
—¿Rescatando inocentes damiselas, Throckmorten?— dijo el señor Colby con
seca diversión en su voz. —No pareces tú.
Bien, pensó Grace con satisfacción. Justo la reacción que había estado
buscando. Miró por encima de su hombro a Daniel, sin permitirse mostrar ningún
triunfo. Era demasiado pronto para su desafío.
Después de varios minutos de conversación, la señorita Parker invitó a Grace
para que la visitara, el señor Colby le dirigió a Daniel una complacida mirada de
aprobación, y Daniel se mostró divertido a regañadientes. Aún con todo, su plan
para mejorar su reputación estaba funcionando.
—Gracias a todos por su ayuda— dijo Daniel. —Si no les importa, creo que la
señorita Banbury ha tenido suficiente emoción por un día. La escoltaré de regreso
con su hermano.
—Bien por ti, Throckmorten— dijo la señorita Parker, hablándole como a un
igual de manera inconveniente. —Por favor visíteme, señorita Banbury.
—Lo haré, señorita Parker. Muchas gracias por su preocupación.
Sin un bloque para montar, Grace se vio obligada a permitir que Daniel la
ayudara a hacerlo. Encontró el estribo lo más rápidamente posible, de modo que
sus manos no pudieran demorarse. Pero como los otros jinetes ya se alejaban, él
guio su rodilla alrededor del pomo con mucha familiaridad.
—Eso no es necesario— dijo Grace en voz baja, aun intentando sonreír,
mientras que dentro de ella sentía una opresión en lo más profundo de su vientre.
—Me merezco algún tipo de recompensa por actuar en tu pequeña obra.
Ella bajó su mirada hacia él, su mano todavía en su rodilla, y se sintió
generosa.
—Muy bien, si eso te hace sentir mejor.
Él arqueó una ceja, pero al fin se movió hacia atrás y montó su propio caballo.
—¿Debería llevar las riendas? No querríamos que sucediera otro accidente.
—Estoy segura de que tu magistral caballo mantendrá al mío acobardado—
dijo ella.
Él puso los ojos en blanco. Hicieron avanzar sus caballos tranquilamente.
—Hoy obtuviste una gran conquista— dijo él finalmente.
—Quieres decir, ¿además de ti?— ella batió sus pestañas hacia él.
Él sonrió.
—Además de mí. La señorita Parker es una literata con bastante influencia,
una solterona con fuertes ideales. Lidera varias organizaciones de caridad, e
incluso realiza reuniones en su propia casa.
—Qué fascinante— dijo ella, pensando en lo bien que esto podría encajar en
sus planes.
—¿Así que estás interesada en las obras de caridad?
—Nunca conocí a un hombre que quisiera hablar de ello— dijo ella con
picardía.
—Se necesita un hombre especial para saber cómo seducir a una virgen—
respondió.
Ella sintió que su rostro se acaloraba y miró a su alrededor. Aunque había más
jinetes, ya que la niebla se había disipado y salido el sol, nadie estaba lo
suficientemente cerca como para oír su escandalosa conversación.
—¿Así que piensas que sólo las vírgenes quieren hablar de ayudar a los
demás?
—¿Por tanto, admites que eres virgen?
Incluso más calor la invadió, y se obligó a no bajar la mirada.
—Eso no es asunto suyo, señor Throckmorten.
—Ayer era Daniel. ¿O es que es demasiado íntimo para ti?
—Daniel.
—Y créeme, Grace, tu estatus de inocencia sólo me ayudara. Nunca sabrás
que esperar de mí.
—No soy ingenua.
Ella inició un medio galope, pero no antes de ver su mirada especulativa.
—Pareces estar entrometiéndote en todas las partes de mi vida— dijo ella
con deliberada ligereza. —Me sorprende que pensaras que era necesario poner a
un hombre para que me vigilara. Seguramente mi lacayo Will te hubiera dicho lo
que yo hacía si le hubieras preguntado.
Él le lanzó una mirada penetrante.
—¿Puse a un hombre?
—Mi lacayo vio a un hombre vigilando la casa— E inquieta, añadió: —¿Tú no
lo contrataste?
—No.
Ella suspiró.
—Entonces, tiene que ser alguien que busque a Edward. Espero que él no
esté en más problemas.
—Si me entero de algo, te lo haré saber.
Él sonaba casi distraído.
Los problemas de Edward, obviamente, no le concernían, y ella no quería
involucrarlo. Era un doloroso asunto privado… Y bastante penoso era ya que él
supiera de primera mano lo que su madre era capaz de hacer.
Daniel miró el perfil de Grace y vio débiles rastros de tristeza.
Era una mujer que entendía el desapego de una madre. Tenía un hermano
que había podido unirse a ella en contra de su madre, en cambio, él no lo tenía,
pero al menos la negligencia de su madre sólo había durado unos meses.
Se encontró a sí mismo divertido por cómo trabajaba su mente. Ella hoy,
deliberadamente, había tratado de hacerle ver como un héroe.
¿Cómo se suponía que eso contrarrestaba su seducción? ¿O era sólo un
método para familiarizarse con personas que él conocía?
Al llegar al final del parque y acercarse al intenso tráfico de Londres, ella le
miró y le dijo:
—Asumo que te veré en el baile de Lady Irwin esta noche.
Él la miró a su vez, aprovechando su última oportunidad para admirar su
cuerpo.
—Y ¿por qué asumirías tal cosa? Tal vez tenga un importante juego de azar
esta noche en el club.
—Pero estás jugando un nuevo juego ahora, Daniel, ¿no es así?
Él se encontró con su mirada de complicidad. Maldita sea, pero le gustaba la
forma en que ella pensaba.
—Sí, lo estoy. Estaré allí.
—¿Quieres que te reserve un baile? Oh espera, ¡no bailas con jóvenes damas!
—Haré una excepción contigo.
Ella se llevó una mano a su garganta, sobresaltada.
—Me siento muy halagada.
—No lo estés. Cuando mis manos estén sobre ti, sabrás por qué lo estoy
haciendo.
Su sonrisa se desvaneció, y se quedaron mirándose el uno al otro.
Ella podría lamentar la necesidad de su desafío, pero él sabía que algo dentro
de ella disfrutaba con él. Y esa parte le atraía.
Ella no dijo nada más, sólo asintió con la cabeza antes de guiar a su caballo
lejos de él.
Él la observó marcharse, admirando todo lo que veía.
Capítulo 5
En el baile de esa noche, Grace se sentía como una princesa del brazo de su
hermano. Edward la presentó a los anfitriones y a otras parejas, le trajo una copa
de champán, se quedó a su lado, y le comentó sobre los diversos solteros, como si
la estuviera ayudando a encontrar un marido. Se podría haber sentido agradecida
si no hubiera sospechado tanto de sus motivos. Al menos, esto le mantendría
alejado de uno de esos terribles garitos de juego de los que había oído hablar.
Finalmente, él se excusó para ir a divertirse con otros jóvenes. Y no se molestó en
presentarla, pensó con una rabieta. ¡Qué buen hermano!
En cuanto a Daniel, ella seguía observando la fila de recepción, pero no le veía
entrar. ¿Acaso se había burlado de ella al decirla que asistiría al baile? Era
conocido por evitar este tipo de eventos.
Entonces, por fin, vio a un hombre más alto que los demás, su cabello
castaño, su ancha espalda. Tenía que ser Daniel, pensó. Ella era la razón por la que
había venido esta noche, y de alguna manera tenía que dejar eso en claro a la Alta
Sociedad. Si pareciera que Daniel había vuelto interesado por buscar una esposa,
podría distraerse, dándole ventaja. Sintió una emoción que atribuyó a la
reanudación de su desafío.
¿Era así como se sentía su hermano cada vez que estaba a punto de sentarse
a un juego de cartas?
La excitación de Grace se atenuó. Se reafirmó al recordar lo bueno que podría
venir de su asociación con Daniel. Incluso ahora, todavía tenía una casa y comida
en la mesa, gracias a sus propias artimañas.
Como una amante.
Esas palabras la congelaron, pero sólo por un momento. Ella no era la amante
de Daniel, y nunca lo sería.
Supo el momento en que él la vio, sintió el impacto de su mirada directa
desde el otro lado del salón de baile. Esta mañana había sido agradable y se había
preocupado por ella, pero la noche parecía traer al peligroso Daniel, el hombre
que pretendía cazarla como un trofeo privado.
Y ella vio otro aspecto de él, también, el que mostró el público. La multitud se
apartó de él cuando se acercó a ella. Las personas especulaban en susurros
mientras pasaba. Las jovencitas le miraban con nostalgia, mientras sus madres las
apartaban de allí.
Justo antes de que la alcanzara, vio a varias mujeres dirigiéndole débiles
miradas compasivas. ¿Era tan obvio que ella era su próximo objetivo? Algo
profundo dentro de ella se tensó, y se volvió hacia Daniel, inclinándose con una
reverencia.
—Buenas noches, señor Throckmorten— dijo con su voz más sedosa.
Sus cejas se elevaron un poco, pero él se inclinó y tomó su enguantada mano
durante el breve momento de cortesía.
—Señorita Banbury, luce preciosa, como siempre.
—Pero usted no me ha conocido el tiempo suficiente como para tener tal
opinión, señor.
—Tengo buena imaginación.
Estaba mirando abiertamente su escote, y sintiendo una perversa necesidad
de burlarse de él, deliberadamente tomó una profunda respiración que elevó su
pecho.
Su mirada rápidamente volvió de nuevo a la suya, y ella sólo parpadeó y
sonrió con fingida perplejidad.
—No es tan inocente después de todo— pudo haber murmurado.
—¿Disculpe?
—Me ha reservado un vals, supongo— continuó con suavidad.
—Está usted de suerte, señor. No he sido presentada a otros caballeros.
—Puedo verlos a todos deseando que no fuera así, señorita Banbury, pero la
mayoría se atendrán aburridamente a las reglas.
Ella inclinó su cabeza.
—¿Y usted no?
—Por una vez estoy en el lado correcto de la etiqueta, sobre todo porque me
beneficia. Nosotros ya hemos sido presentados. Lo que significa que puede bailar
conmigo.
La tomó de la mano cuando las primeras notas del vals resonaron en el aire.
—Ni siquiera te molestaste en preguntar— bromeó, tratando de quedarse
atrás.
—Estaba muy seguro de tu respuesta. Y es tu primer vals en Londres, ¿no es
así?— agregó en voz baja.
Ella miró con nostalgia la pista de baile, donde al menos tres docenas de
parejas se reunían. A lo sumo, había bailado en el estrecho piso del Salón de Actos
de encima de una taberna, con otras cuatro parejas. Esto parecía un cuento de
hadas, bailar debajo de un millar de velas en candelabros, con tanta gente
observándola, y saber que estaba con el hombre más apuesto de la sala.
Su mano se sentía muy diferente a la suya, fresca y grande, áspera y fuerte.
Esto no la persuadiría a concederle ningún tipo de intimidad. Era solo un vals.
Sin embargo, qué maravilloso vals. El sonido de la orquesta se hizo eco a
través del salón de baile, aumentando y elevándose hasta que su corazón pareció
latir a su ritmo.
Pero entonces, Daniel la tomó entre sus brazos, y todo lo demás se
desvaneció. Ella sabía bailar bien, había practicado desde su niñez con feliz
anticipación, pero bien podría haber sido una ignorante, de tan magistralmente
como la guiaba él a través de sus pasos. La hizo girar entre las parejas más lentas,
mezclándose entre ellas, deslizándose, sujetándola poco a poco más íntimamente.
Su mano parecía tan grande en su espalda, haciéndola sentir femenina y frágil.
Entonces, sus muslos rozaron los de ella, sacudiéndola con una consciencia aún
más intensa de él. Su sonrisa se desvaneció, y su cuerpo se concentró en el de él,
como si esperara otro casual e íntimo contacto.
Mientras la guiaba por delante de otra pareja, su muslo se deslizó
suavemente entre los de ella, una breve y erótica presión, dejándola con el
persistente impacto de deseo.
Le tomó cada pedacito de su concentración no tropezar contra él.
Oh cielos, incluso un baile con él, era una seducción, en lugar de hacerlo
aparecer como cualquier otro hombre normal, como ella había previsto.
Al finalizar el baile, él la condujo cerca de las puertas francesas abiertas,
donde una fresca brisa intentaba penetrar en el calor recargado del salón de baile.
Ella miró vagamente a su alrededor, luego encontró una copa de champán en su
mano.
—Bebe— dijo Daniel.
Tomó varios sorbos.
—¿Mejor?
Ella le miró.
—¿Mejor de qué manera? ¿Si me siento refrescada ahora? Sí.
—¿Estás más fresca?— preguntó él en voz baja. —Creí que estabas… muy
acalorada.
Su rostro ahora estaba ardiendo por el sonrojo. Oh, él sabía lo que le había
hecho, como mujeriego que era. Debía creer que seducir a una ‘inocente’ sería
fácil para él. Ella había admitido que podría tentarla, pero que nunca se permitiría
a sí misma ceder. Era un baile, y él sabía cómo utilizar su cuerpo como un arma
para su desafío. Tendría que aprender cómo lidiar con ello.
Él la miró con una mirada preocupada que no la convenció.
—No, creo que sigue en peligro de desmayarse por el calor, señorita
Banbury— De repente él se apoderó de su codo. —Tal vez respirar aire fresco
despejará su cabeza.
Con apenas esfuerzo, la condujo fuera del salón de baile. Sin hacer una escena
arrastrando los pies o aferrándose a la puerta, ella no podía pararlo. Estaba en las
manos de un experimentado libertino.
Había pasado mucho tiempo desde que ella paseara por la oscuridad
iluminada con antorchas con alguien que no fuera el administrador de Edward en
su finca. No se había permitido la tentación. La presencia de Daniel era como un
poderoso muro a su lado, manteniendo la distancia con sólo sus cálidos dedos por
encima de su codo. Su piel estaba desnuda ahí, y se dio cuenta con sorpresa que
él se había quitado los guantes desde su baile. Ella se apartó, y él la dejó ir.
Al acercarse a la balaustrada de piedra, una brisa con aroma a rosas ascendió
hasta ellos desde el jardín de abajo. Las antorchas delimitaban varios caminos, y
pudo ver a atrevidas parejas desapareciendo por ellos. Al menos Daniel no hizo
ningún movimiento para llevarla hacia las amplias escaleras.
Apoyó su codo en la barandilla y la observó. Una antorcha estaba detrás de él,
dejando la mayor parte de su rostro en sombras, salvo el brillo de sus ojos. La luna
se había ocultado detrás de las nubes, y la oscuridad pareció cernirse alrededor de
ellos.
Él se alzaba sobre ella, oscuro como el pecado, con sólo el blanco de su
camisa y pañuelo apreciándose a la luz de la luna. Su corazón latía demasiado
rápido, y se sintió decepcionada de no poder controlar tan elemental respuesta.
Pero eso era parte del juego, ¿no es así? Resistirse a sí misma, así como a él.
Porque ella tenía sus propias debilidades, y como cualquier hombre, él debía
sentirlas.
Retirarse parecía otra debilidad, sin embargo ella dio un paso atrás, para el
caso de que otros los vieran.
—Ah, una cálida noche, iluminada por la luna— dijo —Perfecta para un
hombre que practica sus artimañas con una mujer.
—Confía en mí, no necesito la luz de la luna— dijo él, poniendo su mano
sobre la de ella en la balaustrada. —La oscuridad funciona aún mejor.
Sonriendo, ella deslizó su mano.
—¿Crees que no sé qué esperar de un hombre como tú?
—¿Hay tantos hombres como yo en Hertingfordbury?
—Así que has hecho tus averiguaciones.
—Leí el título de propiedad.
Ella se puso tensa, pero no respondió a la provocación. ¿Estaba tratando
deliberadamente de distraerla de sus verdaderas intenciones?
Dio un paso hacia ella, ella dio un paso atrás. Demasiado tarde, se dio cuenta
que incluso estaba más oscuro donde la había guiado.
—¿Y qué se puede esperar de alguien como yo?— preguntó Daniel.
—Ese escandaloso vals, por supuesto, y la forma en que te aprovechaste de
mí tocándome delante de toda la Alta Sociedad1.
—La mayoría no sabe quién eres. Estaban tan intrigados por tu misteriosa
belleza como yo lo estuve al principio. Así que te he exhibido ante ellos.
—Tú no bailas mucho, ¿verdad?
—No, ¿por qué?
—Según creo, exhibiste claramente tu persecución hacia mí. Van a pensar que
por fin has decidido casarte. Y ahora serás el próximo tentador objetivo de todas
las jóvenes damas.
Él sonrió, sus dientes brillando.
—Creo que has sobreestimado tus poderes. Ellas saben que cualquier mujer
que elija perseguir sólo tiene un lugar en mi vida… como mi amante.
Ella sacudió la cabeza, impasible.
—Siempre has creído que tu pésima reputación y los escándalos de tu familia
te han mantenido fuera de los límites. Las madres han supuesto que no quieres
casarte, por lo que te han ignorado. Créeme, pronto voy a tenerlas creyendo que
1
"the ton” en el original, es un término para referirse a la Alta Sociedad inglesa durante el período de la Regencia y el reinado de George
IV. Se pronuncia en francés.
estás de regreso en el mercado del matrimonio, sólo esperando a ser comprado.
La posibilidad de casarse con un rico caballero emparentado con un duque
disolverá las reservas de muchas mujeres.
Él profirió una grave y sugestiva risa contenida.
—Creo que subestimas el efecto de un baile contigo. Una vida de escándalos
no puede borrarse tan fácilmente. Y, ¿qué te hace pensar que cada una de mis
amantes no comenzó creyendo que ella podría atraparme en el matrimonio?
Se inclinó sobre ella, y ella miró a su alrededor con deliberada indiferencia,
dándose cuenta de que estaban casi solos, que su cuerpo bloquearía a la vista de
cualquiera lo que pudiera hacer. Su respiración pareció de repente fuera de su
control, igual que toda esta situación.
Pero, ¿qué podía hacer él?, se dijo a sí misma presa de pánico. Él pretendía
seducirla, no su ruina.
Pero los accidentes ocurrían, como ella bien sabía.
Retrocedió de nuevo y se apretó contra la esquina de la balaustrada. Estaba
atrapada. Las manos de él se posaron en la piedra a cada lado de ella. Ninguna
antorcha iluminaba su rostro, sólo su silueta desde atrás.
—¿Pero qué pasa si realmente te conviertes en un candidato para el
matrimonio?— susurró con desesperación.
Él se inclinó aún más, y ella sintió su calor, el roce de su aliento en la cara.
—He estado haciendo esto el tiempo suficiente— murmuró —Sé cómo evitar
a la gente.
—O forzarlos a evitarte— replicó ella en respuesta.
—Entonces, no sabe cómo evitarme a mí. — Dijo otra voz en voz baja.
Daniel dio un paso atrás, y Grace se puso tensa al ver a su hermano de pie allí,
con las manos en sus caderas como si apenas pudiera contenerse de estrangular a
Daniel.
—Buenas noches, Banbury— dijo Daniel suavemente. —¿Y por qué iba yo a
querer evitarle?
—No es tan difícil de entender, cuando ha alejado a mi hermana de su primer
baile en Londres.
Edward agarró su mano y la apartó de la balaustrada, lejos del alcance de
Daniel.
—¿No ha tomado ya lo suficiente de mi familia?
Grace gimió, mirando a su alrededor con preocupación. Pero como nadie
pareció estar prestándoles ninguna atención, se obligó a mantener la calma.
—Edward— dijo ella —Nosotros, con los años, hemos aprendido a culpar a
quién corresponde. Nadie obligó a madre a hacer algo que no quisiera hacer.
—¿Y él no te está obligando a ti?— preguntó Edward, frunciéndole el ceño. —
Eso no es lo que me ha parecido.
—No la estaba reteniendo en contra de su voluntad— dijo Daniel —Si ella lo
hubiera pedido, la hubiera dejado ir.
Ella hizo una mueca. Su hermano querría saber por qué no lo había hecho. Y
permitirle libertades a Daniel no parecía ser el mejor modo de redimirle a él, no
especialmente con la historia que ella tenía.
Edward la miró durante un largo momento, como si tratara de leer la verdad
en sus ojos.
Se volvió de nuevo hacia Daniel, y con una voz calmada, dijo haciendo un
gesto con la cabeza hacia la mansión:
—¿Por qué no va a llenar algunas otras tarjetas de baile, Throckmorten?
Grace se mordió el labio, pero permaneció en silencio, sabiendo que ninguno
de ellos agradecería su interferencia.
Daniel le hizo una breve reverencia, y se dirigió de nuevo hacia las puertas
abiertas.
Ella miró a su hermano.
—Edward, te dije que quería hacer de él un hombre mejor, y bailando con él,
lo demostré ante todas las jóvenes damas elegibles.
—Pero él no sólo bailó contigo, ¿no es así?
Ella puso su mano en su brazo.
—Puedo manejar al señor Throckmorten.
—Eso pensaste la última vez que te relacionaste con un hombre— dijo
bruscamente. —Te permití hacerlo a tu manera, y terminaste aplastada.
—Y ahora, ya no puedes confiar en mí.
—¡Yo nunca he dicho eso! Pero si sufres tales heridas por segunda vez…
—No lo haré, Edward. Ahora soy más prudente con los hombres.
Él miró hacia la mansión, con un rictus amargo en la boca.
—Throckmorten no es como cualquiera de nuestros caballeros rurales, Grace.
—Lo sé. Y seré cuidadosa.
Ella anhelaba que su hermano volviera, su rápido consejo, la divertida forma
de ver la vida. Este Edward parecía… triste y derrotado. Y algo de eso era culpa de
ella porque él pensaba que debería haber sido capaz de salvarla de su mejor
amigo. No sabía cómo ayudarle, excepto devolviéndole su herencia. Sin
propiedades, no era más que otro caballero pobre con quien nadie querría
casarse. Y le destrozaría si ella tuviera que casarse con alguien a quien no amaba
para mantenerlos a los dos.
—No sólo eres hermosa, eres inteligente— continúo. —Demasiado
inteligente. Y todavía tienes una dote. Tienes que ir adentro y encandilar a
algunos hombres. Conozco a muchos que querrían casarse contigo.
Ella y su hermano siempre pensaban las mismas cosas al mismo tiempo,
pensó con cariño.
—Pero, ¿por mi dinero o por mi cara, querido Edward? El matrimonio no
debería basarse sólo en eso. Creo que para nuestros padres lo fue, y mira lo
infelices que fueron— dijo apoyando la cabeza en su brazo y mirándole. —Y yo no
te voy a abandonar tan fácilmente.
Él cerró los ojos.
—Es tan difícil, Grace. Desearía no haber venido.
—¿A qué te refieres?— ella susurró. —A verme a mí y…
—No, ni siquiera puedo decir que esa sea la peor parte. Es… Sé lo que los
hombres están haciendo al final del pasillo. — Su voz era suave y tensa. —No
quiero jugar. Sigo preguntándome por qué lo necesito, por qué es tan importante.
Es en lo único que puedo pensar.
—Oh, Edward —dijo, con lágrimas en los ojos.
—Mi mente me está jugando una mala pasada. Sigo diciéndome que puedo
parar cuando yo quiera, que sólo necesito ganar lo suficiente para… lo que sea. Y
a veces eso sucede. Lo que es peor, porque entonces mi mente tiene incluso más
municiones con que convencerme.
—Entonces, quédate conmigo— dijo ella. —Vamos a bailar. Puedes
presentarme a tus amigos.
Él hizo una mueca.
—Debería haber hecho eso cuando llegué, pero en todo lo que podía pensar
era en…— Respiró profundamente. —Tienes razón. Puedo controlarme, sólo será
por una hora. Luego me iré.
***
Como Daniel había supuesto, su reputación no se vio afectada por un baile
con una joven y elegible dama. Tal vez ella aún no se había dado cuenta que
podría haber dañado la suya. Aunque habló fácilmente con la mayoría de los
hombres, cuando estuvo solo recordó que la única razón por la que había asistido
a este baile era para encontrar a su próxima amante.
O para comenzar a seducirla.
Vio a un hombre alto, moreno, dirigiéndose hacia él a través de la multitud,
asintiendo con la cabeza o hablando brevemente con algunas personas, pero sin
detener su lento avance hacia Daniel. Detrás de él, la gente murmuraba a su paso,
dirigiéndole miradas de admiración como si hubieran visto al príncipe consorte.
Gracias a Dios por su primo Christopher Cabot, el Duque de Madingley. Chris
lucía una brillante sonrisa mientras se acercaba.
—Madingley— dijo Daniel secamente.
—Throckmorten— dijo Chris, sin siquiera molestarse en reprimir una sonrisa.
—¿Ha sido a ti a quien vi… bailando?
—Reconozco que lo he hecho.
—Y esa es la razón por la que estoy aquí. He oído esta tarde en el club que
habías aceptado la invitación de Irwin. Él estaba francamente preocupado por
ello, preguntándose acerca de tus intenciones.
—Siempre es bueno preocupar al anfitrión. Hasta ahora no he hecho nada
para ofenderle… Simplemente bailé con una dama.
—Y la arrastraste fuera, hasta la oscura terraza. Seguramente no estarás
buscando a una amante aquí.
Daniel hizo una mueca.
—¿Vigilándome? ¿Qué miembro de la familia te mandó hacerlo?
—Ninguno. Lo he hecho por mí mismo. Soy el jefe de la familia, después de
todo.— Sonrió. —¿Debo decirles que has encontrado a una mujer con la cual vale
la pena estar públicamente a solas?
—Sabes que no estoy buscando una esposa.
La sonrisa de Chris se desvaneció.
—¿No? Entonces, ¿por qué lo has hecho?
—¿Tú nunca has robado un beso?
—Lo he hecho— dijo él con gravedad. —Pero por lo general con una mujer lo
suficientemente sofisticada como para darse cuenta del juego.
—Créeme, ella está jugando su propio juego también.
—¿Está tratando de atraparte?— Preguntó Chris en tono bajo y cauteloso.
Daniel negó con la cabeza, con una sonrisa irónica.
—No es eso. Prometo contarte más sobre ello en otro momento.
—Pero he sido enviado como tu salvador. ¿Qué se supone que voy a decirles?
—¿Te refieres a nuestros tíos?— Chris asintió y su sonrisa volvió.
—Es demasiado tarde para que se preocupen por sus reputaciones, por lo que
necesitan dejar de preocuparse por la mía. Tú también deberías.
Chris negó con la cabeza.
—¿Jugamos a las cartas?
—Muéstrame el camino.
***
Después de que Edward escoltara a Grace de regreso al interior, él la presentó
a los amigos que había saludado a su llegada, y ella pasó varios bailes bien
ocupada admirando hombres. Finalmente pudo recuperar el aliento
escondiéndose detrás de una planta de helechos. Una copa de champán apareció
de repente a través de las hojas.
Grace se rio cuando Beverly asomó su cabeza entre ellas.
—Me leíste la mente— dijo tomado un refrescante sorbo.
—Vi con quién estabas bailando.
—Entonces me has visto con varios hombres.
Beverly agitó una mano.
—Sólo el primero importa, por supuesto. Y pensar que te presenté al señor
Throckmorten. ¡Qué captura!
Grace puso los ojos en blanco.
—Fue un baile, Beverly.
—Y un audaz rescate al principio del día, según he oído.
—¿Así que la historia ya recorre la ciudad? ¡Estupendo!— dijo Grace, sin
pensar, complacida.
—¿Estupendo?— preguntó Beverly con suspicacia. —¿Tú quieres que la gente
sepa que eres tan pésima amazona?
—Bueno… no, por supuesto que no.
—Entonces, ¿por qué te importa que la gente lo sepa?
Grace no dijo nada, dando golpecitos con su pie y mirando más allá de los
helechos, como si observara a los bailarines.
—Grace Banbury, ¿te das cuenta de que nuestra amistad ha regresado con
toda su fuerza? Y los amigos les cuentan a sus amigos sus más profundos secretos.
Por dentro, Grace se estremeció. Después de tantas cosas que no le había
dicho a Beverly.
—Yo… yo realmente no puedo hablar de ello aquí.— Sólo estaba ganando
tiempo, por supuesto, porque más tarde tendría que decirle algo.
—Hmm, qué misterioso— dijo Beverly. —Por eso, puedo esperar. Pero ya has
logrado milagros, ya sabes.
—¿Lo he hecho?
—Throckmorten bailó. Las madres estaban desmayándose con horror, las
jóvenes damas estaban impresionadas… hasta que se marchó con su primo.
—¿Él se ha ido?— preguntó Grace.
Beverly rio.
—No puedo esperar para escuchar la historia. Pero no, no se ha ido. Está
jugando a las cartas con los caballeros en la biblioteca.
—Oh.
Un sentimiento de decepción se apoderó de ella, y en silencio se reprendió
por olvidar quien era él. Un hombre que disfrutaba con las diversiones de un
caballero rico. Difícilmente podía esperar que dejara de apostar sólo porque
compartían un desafío privado. Tenía que recordar que no todo el mundo estaba
tan dominado por la tentación como su madre y su hermano. Pero, ¿cómo podía
no darse cuenta de lo fácil que era caer en la obsesión?
—¿Dijiste que su primo estaba aquí? ¿Cuál de ellos?
—El mismísimo Duque de Madingley.
—¿No es aquel cuya madre es de España?
—Sí, ella es de allí.— Beverly se inclinó hacia ella y susurró. —Una plebeya, y
en otro tiempo, católica, o eso me han dicho. La Alta Sociedad todavía no la ha
aceptado.
—Pero deben amar a su hijo— dijo Grace con ironía.
—¿Al duque? A él lo adoran, por supuesto. Ahora bien, si no podemos hablar
acerca del interesante señor Throckmorten y su familia, tienes que conocer a
otras personas. Y yo conozco exactamente a las adecuadas.
***
Al igual que la primera noche en que había llegado a Londres, Grace encontró
una lámpara encendida en la entrada del vestíbulo, así como también un
candelabro recién abastecido. Se sorprendió ante la consideración de Edward.
Agradecida encendió las velas, dejando la lámpara para él. Él había abandonado el
baile no mucho después de su discusión, y esperaba que hubiera sido capaz de
resistirse al juego de cartas.
Después de mucho tirar y retorcerse, con gran dificultad, Grace logró quitarse
el vestido. Se lavó, se puso el camisón, trenzó su pelo, y luego se metió en la cama
con su diario. Escribió acerca de su exitoso rescate de esa mañana, y estaba en
medio de su emoción de esta noche, cuando escuchó un ruido sordo.
Cerró el diario, y lo apoyó en su rodilla, colocando la pluma en el tintero.
¿Podría ser Edward ya? Pero por lo general no era tan silencioso al llegar.
Por un momento, pensó en el hombre que Will había visto mirando la casa.
¡Oh, estaba siendo tonta! Este era un vecindario rico… y había cerrado todas
las puertas.
Pero de todos modos, fue hasta la puerta y apoyó la oreja contra ella,
escuchando. Una vez más, oyó algo.
No podía seguir preguntándose a sí misma. Abrió la puerta, salió al pasillo y se
quedó inmóvil, escuchando. La puerta de Edward, al otro lado de la suya, no
mostraba ninguna luz por debajo. Suspiró, girándose para regresar a su
habitación, y entonces, vio una tenue luz por debajo de la puerta de la habitación
principal.
¿Podía haberse mudado Edward a la habitación más grande, y ella no se había
dado cuenta? Sólo había estado aquí una noche. Se acercó de puntillas a la puerta
y apoyó la oreja contra ella.
De repente, la puerta se abrió y ella se tambaleó hacia delante, perdiendo el
equilibrio, y cayendo justo en los brazos de Daniel Throckmorten.
Capítulo 6
Daniel no había esperado que Grace cayera tan fácilmente en sus brazos, tan
cálida, suave y vestida sólo con un camisón. El aroma de la lavanda le rodeaba.
Ella se quedó sin aliento y forcejeó en estado de pánico.
—Grace— murmuró contra el cabello de su sien.
Ella se calmó y miró con la boca abierta hacia él, todavía atrapada tan
maravillosamente en su pecho.
—¿Daniel?— gritó.
—Silencio— tiró de ella hacia adentro y cerró la puerta. —¿Estás
permitiéndome ganar tan fácilmente, hermosa Grace? Esto es como concederme
un regalo perfectamente envuelto.
Con un gemido nervioso, empujó su pecho, y él la soltó.
—¿Qué estás haciendo aquí?— ella exigió. —¡Me devolviste la llave de la
casa!
—No fui tan tonto como para darte la única llave que tenía.
Se puso las manos en sus caderas furiosa, probablemente sin darse cuenta de
lo deliciosamente que rebotaban sus senos sin el corsé. Seguramente no llevaba
ropa interior, y con sólo un movimiento de su muñeca, sería bastante fácil de
ver…
—Me prometiste que podríamos vivir aquí, al menos por un mes —dijo con
enojo.
En realidad, le llevó un tiempo poder formular una simple respuesta, ya que
su cerebro sólo parecía capaz de detenerse en lo poco que ella estaba vistiendo.
—Y puedes hacerlo. Yo sólo pensé en traer un par de cosas que podría
necesitar… Una muda de ropa, por ejemplo.
Sus cejas se juntaron en un ceño feroz que se veía bastante atractivo en ella.
—¿Y por qué ibas a necesitar eso?— preguntó con frialdad.
—Bueno, para cuando mi seducción tenga éxito.
—Sí sucede.
—Entonces necesito estar preparado. Un caballero no puede comenzar su día
con la ropa arrugada. Mi ayuda de cámara se horrorizaría y se preocuparía de ser
culpado.
Y Daniel no había podido olvidar al hombre que vigilaba la casa, pero no quiso
decir eso en voz alta. No había pensado que ella se encontraría sola, sin sirvientes
para protegerla, hasta esa noche, cuando vio a su hermano jugando de nuevo.
Había recordado el vacío estado de la casa esa primera noche, sin sirvientes que la
hicieran verse habitada cuando no había nadie en casa. Se sentía extraño al estar
preocupado por una mujer.
Necesitaba distraerla, por lo que la rodeó y tomó su trenza.
—Me gusta tu peinado. Nunca he visto a una dama tan elegante antes.
Podrías hacer toda una entrada a cualquier lugar que fueras.
Ella tiró de su cabello, y él lo dejó ir lentamente, un poco a la vez.
—Esta es la mejor manera de evitar que mi pelo se enrede. Evidentemente no
tienes una hermana. Pero si has tenido demasiadas amantes, por supuesto.
—Y ellas mantenían su cabello largo y libre, de la forma en que me gusta.
Se acercó más a ella hasta que su espalda estuvo contra la puerta. Y
murmuro:
—Me gusta la forma en que el cabello de una mujer se enreda entre nuestros
cuerpos cuando hacemos el amor.
Ella eludió su brazo y se retiró hacia el centro de la habitación, con la cara
ruborizada.
—Suena doloroso para la mujer.
—Ninguna se ha quejado.
—Necesitaban tu buena voluntad… y tu dinero.
Se acercó a ella de nuevo, y ella corrió al otro lado de la cama.
—¿Cuántas amantes has tenido?— dijo rápidamente, obviamente tratando
de distraerle.
—Unas cuantas.
Se apoyó en el poste de la cama, acariciando como por casualidad el
terciopelo de las cortinas de la cama con movimientos largos y suaves.
Ella observó sus manos, con los labios entreabiertos y sus ojos muy abiertos.
Entonces ella tragó saliva y dirigió su determinación.
—Y ¿cuánto tiempo permanece una amante con tus favores?
—¿Estás investigando?— preguntó él, levantando una ceja.
Ella se sonrojó.
—Sólo es curiosidad.
—Tuve mi primera amante cuando tenía diecinueve años.
—¡Tan joven!— dijo ella con sorpresa.
—Duró apenas seis meses… lo suficiente como para que me expulsaran de
Cambridge.
—Pero… ¿otros hombres no tenían amantes?
—Ella estaba viviendo conmigo en mi habitación.
—Oh.
—Es una pena que no me diera cuenta a tiempo de que no nos conveníamos.
Pero al final realmente no importó. Yo estaba aburrido de Cambridge y había
aprendido todo lo que necesitaba. El resto de mi educación fue a través de la
experiencia.
Hizo hincapié en la última palabra, dejándole pensar lo que ella quisiera.
Su mirada vagó a lo lejos, pero sólo brevemente. Su curiosidad era una de las
cosas que más le gustaban de ella. Podría resultar muy útil para él.
—Los clásicos no me ayudarían en este nuevo mundo industrial, así que tomé
mi pequeña asignación y comencé a invertir.
—Con éxito, según he oído— dijo ella secamente.
—Me gusta tu interés por mí. Esto demuestra que nos convenimos. Siempre
tengo éxito en todo lo que intento. Soy bueno con los números.
—¿Afortunado con las amantes, también?
—No siempre. Pero lo suficiente para mantenernos todos satisfechos.
—¿Y cuánto duró tu relación más larga?
Puso una rodilla sobre la cama, y aunque ella se puso tensa en el otro
extremo, no se escabulló. Él subió y empezó a gatear hacia ella. Podía ver el verde
de sus ojos oscureciéndose como las profundidades de un bosque, e imaginó la
humedad de un calor del verano. Para su sorpresa, comenzó a sudar. Sintió un
deseo salvaje de quitarse toda la ropa y ver lo que hacía ella.
Grace permaneció inmóvil, atrapada en una sutil trampa ante la cual ella no
tenía respuesta. Daniel estaba por encima de ella, arrastrándose hacia ella como
un gato, todo músculo debajo de su ropa. Se lo imaginó desnudo, haciendo lo
mismo, y casi no pudo recordar cómo respirar.
Se lamió los labios y observó cómo su mirada se detenía en su boca, como si
fuera a empezar a morder por allí primero.
—¿Estás tratando de distraerme de mi pregunta?— preguntó con voz
temblorosa.
Él se detuvo con las manos en el borde de la cama, sus dedos extendidos, la
cabeza balanceándose hacia afuera como un oscuro y peludo león.
—La olvidé.
—¿Cuál fue la relación más larga que has tenido con una amante?
—Tres años.
—Eso es mucho tiempo— dijo, sintiéndose intrigada a pesar del deseo que se
esparcía dentro de ella. —¿Y rompiste con ella al final?
—Ella lo hizo.
Escuchar tales confidencias la hacía aún más vulnerable a él. Cuanto más oía,
más se convertía él en una persona en lugar de en sólo un oponente.
Cuando llegó hasta ella, dio un paso atrás, y él no hizo ademán de salir de la
cama. Sus dedos casi alcanzaban su pecho, y ella los observó con un jadeo, hasta
que finalmente él se retiró.
—¿Te dejó por un hombre que le ofreció más?— preguntó.
—Ella no tenía a nadie más en ese momento— dijo él.
Con una punzada de decepción, le vio estirarse sobre la espalda, con los
brazos sobre su cabeza. Se quedó fascinada por la elevación de su pecho y la
anchura de sus hombros. Con un suspiro de placer, metió las manos detrás de su
cabeza y cruzó sus tobillos. Se dio cuenta de que no llevaba zapatos, y que sus
grandes pies con calcetines negros parecían extrañamente íntimos.
—Entonces, ¿por qué te abandonó tu amante?— preguntó.
—Me dijo que yo no hablaba con ella lo suficiente.
—¿No hablabas lo suficiente? ¡Apenas has cerrado la boca desde que te
conozco!
Él se rio, largo y bajo, un sonido contagioso que se sintió demasiado bueno
retumbando cerca de su caja torácica.
—Créeme, hablábamos en la cama.
Sus orejas prácticamente ardieron por la forma en que hablaba tan a la ligera
sobre sus intimidades.
—Pero ella quería más de mi tiempo y atención, y yo no podía darle… lo que
yo no tenía para dar.
Grace se arriesgó dando un paso más cerca de la cama, para poder ver su
rostro en las sombras.
—Ella cometió el error del enamorarse de ti.
Él se encogió de hombros.
—No lo dijo, pero sospecho que ese podría ser el caso.
—Así que se estaba protegiendo a sí misma al poner fin a su aventura.
—Tal vez.
—Y tú la lastimaste.
—No quise hacerlo.
Así que tal vez ella había significado más para él de lo que se daba cuenta.
Pero no la había amado.
Grace cambió de tema.
—Parece que eres mejor con los escándalos, como el resto de tu familia, de lo
que lo eres con una relación seria.
—Mi familia realmente es capaz de tener relaciones serias— dijo sonriendo.
—La parte del escándalo sólo sigue… sucediendo.
Al igual que el animal de la selva que había imaginado, de repente se abalanzó
sobre ella, tirándola en la cama, usando su cuerpo para sujetarla. Pecho con
pecho, aliento con aliento, se quedaron mirándose el uno al otro. Él había dejado
sus piernas libres, y ella podría haberle pateado, pero en lugar de eso observó
cómo su burlona sonrisa se desvanecía, remplazándola por una mirada
hambrienta que la llamó a un nivel muy profundo y primitivo.
—He deseado besarte toda la noche— susurró, su rostro justo por encima del
de ella.
Su pecho contra el de ella era una presión y una promesa. Quería retorcerse,
pero no para quitárselo de encima… sino para tirar de él más cerca, para tenerle
verdaderamente encima de ella. Él movió su pecho contra el de ella en un lento y
circular movimiento, y sin el corsé, sintió cada uno de sus botones como una
íntima caricia. Uno tiró de su pezón, y ella se estremeció. Resistir sus propios
anhelos era aún más difícil que resistirse a él. ¿Por qué le estaba pasando esto a
ella de nuevo, cuando creía que había aprendido la lección?
—Te vi bailar con todos esos otros hombres…
—No lo hiciste. Estabas jugando a las cartas.
Se inclinó más cerca, y en el último momento, le dio un suave beso en la
mejilla. Sus labios, húmedos y cálidos, se detuvieron, y ella luchó por no girar la
cabeza hacia él.
—Vi lo suficiente— dijo.
No sabía cuál corazón era el que resonaba tan fuerte, si el de ella o el de él.
Por primera vez se preguntó si realmente era lo suficientemente fuerte como para
resistírsele. Así las cosas, cerró sus manos y las apretó sobre la colcha, luchando
para no tocarle, para no retirar el mechón de pelo que le caía sobre los ojos.
—Cuando estábamos solos en la terraza —dijo, tocando su nariz con la suya,
—pensé que había encontrado mi oportunidad para un beso robado, pero
entonces, tu galante hermano nos interrumpió.
—Él podría regresar en cualquier momento. Deberías irte.
—Entonces, mejor no desaprovechar esta oportunidad.
Bajó la cabeza y la besó, y aunque se había preparado para rechazar una
invasión tan íntima, sus labios exploraron suavemente los de ella con una lenta y
dulce seducción, beso a beso, con la ardiente y húmeda pasión del deseo
hirviendo a fuego lento, aparentemente.
Con un gemido ella cedió, olvidando los errores de su pasado, pensando en
nada más que en el placer que alteraba su mente. Deslizó las manos sobre sus
hombros y las subió hasta su cabello, sujetándolo hacia ella, sintiendo el espesor
cálido y sedoso del mismo. Fue como si el toque de sus manos desatara algo
dentro de él, porque giró la cabeza y profundizó el beso, separando sus labios con
el empuje de su lengua. La habían besado antes, pero nunca la habían incendiado
con tan magistral habilidad. Su lengua exploró el interior de su boca, luchando
contra la de ella, tomando posesión. Ella empujó contra él, tratando de acercarse
más, y él presionó en respuesta.
Cerró los ojos mientras él continuaba acariciando con su nariz detrás de su
oreja, lamiendo y mordisqueando, y finalmente su cerebro pareció funcionar de
nuevo.
—Tienes que parar—susurró.
Él habló contra su piel.
—Esto es una seducción. No quiero parar.
—Pero no es una seducción si yo no quiero continuar.
Él levantó la cabeza y la estudió. Su boca húmeda la hizo estremecer.
—¿Así que no te estoy seduciendo esta noche?— preguntó él.
—¿Crees que me dejaría ganar tan fácilmente, tan rápido?
Él sonrió con ironía.
—No, yo sabía que ibas a ser todo un desafío.
Ella le miró fijamente.
—Lamentablemente, parece que me gustan los desafíos.
—¿Por qué es lamentable?
Pero ella ya había dicho demasiado. Le gustaba estar con él, quería el placer
de su atención. Seguramente podría tener eso y aun así derrotarlo al final. Ella se
movió, y él se deslizó hacia un lado, lo que la permitió rodar fuera de la cama.
—Tienes que irte— dijo con firmeza.
Él se recostó de lado, la cabeza apoyada sobre su mano, observando cómo
ella tiraba hacia abajo de su camisón. Grace se sentía como si fuera el
entretenimiento de la noche.
—Voy a esperar a que tu hermano llegue a casa.
—¡Pero podría verte!— exclamó, horrorizada. —Podría pensar que yo… que
nosotros…
—No me verá. Esta seducción es entre tú y yo.
—Pero, ¿por qué te vas a quedar? Estoy perfectamente a salvo aquí.
Él vaciló, mientras su expresión se tornaba seria. Se sentó y pasó sus piernas
por el borde de la cama.
—No me gusta que alguien esté observando la casa. No vi a nadie esta noche,
aunque puede que lo haya pasado por alto.
—Tal vez Will se equivocó— dijo ella, queriendo creerlo. —No es más que un
niño.
—No voy a aceptar esa opción.
—¿Piensas que hay gente tras Edward?
—O detrás de recuperar su dinero.
—¡Entonces, Edward podría estar en peligro!
—Lo dudo. Ellos quieren el dinero, y si le dañan, no van a poder conseguirlo.
Grace fue hacia la puerta.
—Así que, ¿sólo vas a… quedarte aquí?
—Puedo ver el frente de la casa desde las ventanas.
—Y Edward puede ver la luz.
—No, porque ya he conseguido atraerte.
Le dirigió una sonrisa maliciosa, y luego se inclinó y apagó la vela. Ella no
podía ver nada en la repentina oscuridad, pero creyó haberle oído salir de la cama
y venir hacia ella. Buscando a tientas la puerta detrás de ella, huyó hacia el pasillo.
Cuando estuvo en su habitación con la puerta cerrada, pensó que tendría
problemas para conciliar el sueño. Pero Daniel la siguió a sus sueños, y esta vez,
cuando se besaban, él le quitaba el camisón de su cuerpo, y ella se lo permitía.
***
Cuando Grace entró en los establos por la mañana, se encontró con el caballo
de Edward ya ensillado y a Will mirándola con curiosidad, con los ojos muy
abiertos.
—Will, gracias por anticiparte a mis deseos— dijo.
—No soy el único, señorita— dijo, señalando por encima de su hombro con el
pulgar.
Daniel estaba allí con su ropa de montar, altas botas negras hasta las rodillas,
pantalones marrones y chaqueta. En otro hombre podría ser un aspecto normal,
pero en él, su vestimenta sólo enfatizaba su oscura buena apariencia. Mostraba
una diabólica sonrisa, y cuando Will no estaba mirando, Daniel dejó vagar la
mirada sobre ella.
Grace quedó atrapada al tomar conciencia de él, del recuerdo de su pecho
sobre el de ella y de sus labios dándole tanto placer.
—Que tenga un buen paseo, señorita— deseó Will, saliendo rápidamente al
exterior hacia la casa.
La boca de Daniel se arqueó.
Grace levantó la barbilla, tratando de parecer serena, pero no pudo pensar en
nada que decir.
—¿Will es tu único sirviente?
Ella frunció el ceño.
—Sí.
Y entonces él se acercó a ella, acechándola al igual que la noche anterior. Allí
todavía había un poste entre ellos, y ella se quedó al otro lado de él.
—No estás muy hablador esta mañana— dijo ella rápidamente.
—Hablar no es parte de nuestro desafío.
—A las mujeres les gusta hablar— dijo. —No creo que seas muy bueno
seduciendo. Creo que estás acostumbrado a mujeres que caen en tu regazo.
Su risa fue baja e íntima, y fue difícil no unirse a él.
Se acercó más a ella, manteniendo su lado del poste, y ella lo eludió.
—O por el dinero— añadió. —Lanzas dinero sobre ellas.
—El dinero a veces hace las cosas más fáciles. ¿Es eso lo que quieres de mí,
Grace?
Ella no tenía dinero propio que pudiera tocar. Si no hubiera una fecha límite
para su desafío, y si jugaran por bastante tiempo, habría estado desesperada por
su propio dinero para poder sobrevivir.
Pero a pesar de todo, ella no estaba en esa situación. Todavía planeaba ganar
el violín.
Se dio la vuelta, vio el bloque para montar perfectamente posicionado, y lo
utilizó para saltar sobre la silla de amazona. Se fue corriendo por la parte trasera
del callejón de detrás del patio, pasando junto al caballo atado de Daniel. Para el
momento en que él lograra alcanzarla, allí habría testigos de que la estaba
persiguiendo. De nuevo.
La alcanzó en el parque, y para su satisfacción, vio a varios jinetes tomando
nota de su entrada. Ya eran dos mañanas seguidas en las que se les había visto
juntos. Si bien era cierto que al principio la gente podría asumir que la estaba
persiguiendo como a una posible amante, ya que ese era su patrón. Pero ella se
aseguraría de que pronto todo el mundo pensara de manera diferente.
—Eres una amazona bastante experta, a diferencia de ayer— dijo Daniel
secamente, inclinando su sombrero mientras cabalgaban pasando al lado de otra
pareja.
Grace le dedicó una sonrisa satisfecha.
—¿Cuántos años tienes?— preguntó.
Ella frunció el ceño, preguntándose a dónde querría llegar con esa pregunta.
—Tengo veintitrés.
—Por tanto, indudablemente no estás en el primer rubor de la juventud.
Ella puso sus ojos en blanco.
—¿Por qué no te has casado?
—No he tenido una temporada adecuada, a diferencia de la mayoría de otras
jóvenes damas. En el campo había una elección limitada de hombres jóvenes.
—Pero estoy seguro de que debes haber tenido a algunos de ellos
cortejándote.
—Algunas veces.— Esto estaba llegando demasiado cerca de sus tontos
errores. —Ninguno de ellos era atractivo. Así que, ¿cuántos años tienes tú?
—Eso es un cambio de tema— dijo él.
—En realidad, no. Sólo estoy correspondiendo.
—Muy bien, tengo veintinueve.
—Ah, anciano para estar soltero. ¿No deberías estar casado ya? ¿O tus
amantes te ocupan demasiado tiempo?
Él frunció el ceño, como si estuviera considerando seriamente su pregunta.
Ella no creía que fuera a responder a algo tan personal y, por supuesto, él no
lo hizo.
—¿Quieres echar una carrera?— dijo, en cambio.
Ella se le quedó mirando fijamente, el desafío llenándola. Era un hombre
inusual. Incluso la sola idea de ganarle en una carrera hacía que su pulso se
acelerara y añadiera brillo a su día. Sabía que la hacía olvidarse de otras cosas, y
en ese momento, se alegró por ello.
Seguía siendo muy consciente de él, preguntándose en qué estaría pensando,
qué planearía a continuación… y la sola idea le causó una secreta emoción.
Pero ella también estaba contemplando su propia estrategia.
Haber visto a Daniel rescatándola galantemente y bailando con ella en un
baile, con el tiempo podría hacerle parecer como si se hubiera convertido en un
posible hombre casadero dentro la Sociedad, pero eso no significaba hacer de él
un hombre mejor.
Y eso era precisamente lo que le había dicho a Edward que ella quería hacer.
Tenía que tener éxito, o Edward le haría demasiadas preguntas acerca de cómo
realmente había ganado el violín.
Así que había llegado el momento de pensar en una táctica diferente. Tendría
que recurrir a la señorita Parker, la famosa solterona y directora de
organizaciones caritativas.
—Daniel, ¿no estarás cambiando las reglas del desafío, verdad?
—No, ¿por qué crees que una carrera haría eso?
—Tal vez te estés desesperando. No me has convencido para ser tu amante.
Vas a tener que hacer algo mejor que lo que has hecho hasta ahora.
—Oh, créeme, tengo varias ideas más para llevar a cabo.
Ella se estremeció con anticipación.
Capítulo 7
Al regresar de una visita a Beverly, Grace se detuvo en la puerta principal.
Escuchó el inconfundible sonido de varias voces al final del pasillo, ninguna de las
cuales sonaba como Edward.
¿Cuántos extraños podrían invadir una casa en pocos días? Se preguntó con
exasperación.
—¿Hola?— llamó.
A mismo tiempo, un hombre vestido formalmente con librea negra entró en
el vestíbulo.
—Usted debe ser la señorita Banbury— dijo el hombre. —Soy Woodley, el
nuevo mayordomo.
¿Acaso Edward había ganado tanto dinero la pasada noche?, pensó con
sorpresa.
—No sabía que le habían contratado, Woodle— respondió sinceramente.
—Nuestra oficina de contratación fue contactada justo esta mañana, señorita,
por el asistente de su hermano.
¿Un asistente?
—Ya se nos ha pagado el primer mes, señorita Banbury, y sin duda,
apreciamos tal consideración.
—¿Nosotros?— Tragó saliva con dificultad.
¿Cómo podía Edward haberse permitido contratar a más de un sirviente?
—Nosotros somos yo y mi esposa, que es una buena cocinera y ama de llaves,
señorita. Ésta es una acogedora casa…, somos todo lo que necesita. Y hay una
buena habitación para nosotros justo detrás de la cocina.— Él asintió con su calva
cabeza. —Apreciamos no tener que subir las escaleras.
Grace no pudo evitar sonreír ante su simpatía.
—Me alegro de que lo apruebe.
—Dígame si tiene hambre, señorita, porque mi esposa pronto puede tener
listo un pavo asado. ¿El señor Banbury vendrá a cenar esta noche?
Ya se le estaba haciendo la boca agua.
—No, me temo que mi hermano y yo tenemos otros planes. Pero espero
probar la comida de su esposa pronto.
Sintió una punzada momentánea, preguntándose qué estaba haciendo
Edward, pero hacía mucho tiempo se había dicho que no podía estar
constantemente preocupándose por él.
El día mejoró aún más cuando su doncella llegó poco después desde el
campo, junto con varios pequeños baúles del guardarropa de Grace. Woodley y
Will dejaron los baúles en la habitación de Grace, y las dos mujeres finalmente
quedaron solas.
Grace abrazó a su doncella y dio un paso atrás para mirarla con satisfacción.
Una pelirroja, Ruby Grover, que era baja y regordeta, y pícara.
—Señorita Grace, se fue tan rápido de la casa que temí que alguien estuviera
enfermo— dijo Ruby, fingiendo estar decepcionada. —Y ni siquiera me dejó
disfrutar de la diversión.
—No fue divertido al principio, créeme— dijo Grace, mientras las dos
comenzaban a abrir los baúles y a sacar los vestidos que necesitaban ser
planchados. —Así que dime, ¿el señor Throckmorten envió a su propio
mayordomo a nuestra finca? Espero que él no trate de cambiarla demasiado.
—Señor… ¿quién?— dijo Ruby, perpleja. —Nadie vino a visitarnos, señorita
Grace. Y, ¿quién tendría el valor para cambiar algo?
Grace se enderezó con sorpresa, un par de calzones de lino colgando de sus
manos.
—¿Nada ha sucedido en la casa?
—Bueno, su madre se ha ido de viaje, pero usted ya lo sabía antes de venir
aquí.
—Entonces… ¿no sabes por qué se fue mi madre?
—No, señorita.— Ruby arrugó su nariz respingona. —¿Pasa algo malo?
Grace le cogió la mano.
—Mi madre perdió las escrituras de nuestras dos propiedades en un juego de
cartas, Ruby. He venido aquí para ver si mi hermano y yo podemos de alguna
manera… arreglar las cosas.
La doncella dejó escapar un suspiro.
—Es una triste noticia, señorita Grace, y lo siento mucho por ustedes.
—Y yo lo siento por ti, y por todas las buenas personas que trabajan…
trabajaban para nosotros. No sé qué es lo que va a pasar, pero al menos el nuevo
propietario no ha tratado de cambiar las cosas de inmediato.
—Así que este señor Throckmorten es el nuevo propietario.
—Sí.— Grace sonrió sin humor. —Realmente él sólo estaba interesado en el
violín. Su familia son músicos.
—¿El violín de su padre también se ha ido? ¡Oh, señorita!
Grace apretó la mano extendida de su doncella.
—No te preocupes por mí, Ruby. Tengo un plan.
—¡Por supuesto que lo tiene!— dijo Ruby. —Así que, ¿cuál es?
Nadie iba a saber el verdadero desafío salvo ella y Daniel.
—Voy a recuperar el violín haciendo del señor Throckmorten un hombre
mejor.
Ruby frunció el ceño.
—¿Y dice que él realmente deseaba el violín? Eso no tiene sentido, señorita
Grace, si me permite decirlo.
—¿Te he mencionado que él es un auténtico libertino, Ruby?
—No, no lo ha hecho, pero entonces, eso explica por qué siente que le puede
cambiar. Así pues, ¿va a cambiarle para alguna otra joven dama, y él estará tan
agradecido, que le devolverá el violín?
—Y luego, lo venderé y alquilaré una casa en la ciudad.
—Vender… el de su padre…— Se interrumpió. —¿Tiene otro plan, señorita
Grace? Tiene que tenerlo, porque no veo que éste vaya a funcionar.
—Ya veremos.
Grace se volvió para seguir con el despliegue de vestidos. Bien podría
empezar su propia apuesta privada sobre cuánto tiempo podría mantener a Ruby
en la ignorancia.
Estaba empezando a planear lo que se pondría para la cena en casa de
Beverly cuando oyó el sonido de unas botas por las escaleras. Tiró de la puerta
para abrirla, y entonces cayó hacia atrás cuando su hermano entró y la cerró
detrás de él.
—Pensaba que no podías acceder a tu dote— dijo Edward, con las manos en
las caderas.
Ella parpadeó.
—Y no puedo. ¿Qué te ha hecho pensar de otra manera?
—Entonces, ¿cómo has contratado a dos nuevos sirvientes?
Tras quedarse boquiabierta mirándole, logró recuperarse.
—Pensé que los habías contratado tú.
Se miraron el uno al otro por un momento, y luego él se pasó una mano por el
pelo.
—Maldita sea, tiene que ser un error.
—No lo creo. Me dijeron que fueron contratados por tu asistente.
—¡Yo no tengo un asistente!
—Pero… ¿entonces, quién?
—¿Madre? ¿Para no sentirse culpable?— dijo él vacilante.
Ella negó con la cabeza.
Él se sentó en el borde de la cama.
—¿Podría tu plan para Throckmorten haber funcionado ya?
—No te entiendo.
—Estás tratando de redimirlo, ¿no es así?
Ella vaciló, sabiendo que eso sólo era de cara al público… y para acallar las
sospechas de Edward.
—¿Crees que Daniel…?
—¿Le llamas ya por su nombre?
Grace vio que apretaba la mandíbula; sabía que estaba rechinando los
dientes, su método de toda la vida para tratar de controlar su temperamento.
—Me equivoqué. Pero no puedo creer que el señor Throckmorten esté detrás
de esto.
¿Pero lo estaba? ¿Pensaba que por hacerle la vida más fácil, ella estaría más
dispuesta a favorecerle? ¿A perder el control cuando él la tocara?
—Primero nos permite vivir aquí, y luego contrata sirvientes. Está cuidando
de nosotros, como si nos compadeciera.
Ella hizo una mueca.
—No es así, Edward. Yo… asumo que él no desea que el lugar esté en mal
estado si llegara a tomar posesión de él.
—Querrás decir cuándo.
—No, no lo hago. Voy a vencerle en este juego. Tienes que tener fe en mí
—Entonces, tendré que tenerla— dijo con amargura —porque yo ya no tengo
fe en mí mismo.
—Oh, Edward.
—Quisiera rechazar este gesto de compasión de él, pero no puedo encargarte
de la limpieza de toda la casa a ti. Y además, es su casa.
Ella no supo qué decir para no empeorar las cosas. ¿Cuántos golpes más
podría Edward recibir antes de sentirse abrumado?
Una parte de ella quería rechazar el “regalo” de Daniel, porque la hacía
sentirse aún más como una mujer mantenida. Pero tal vez, él no lo estaba
haciendo por ese motivo. En el fondo, ¿podría tener conciencia? ¿Se sentiría
culpable por su participación en la ruina de su familia?
¿Podría utilizar ella esta inesperada faceta de él a su favor?
***
Daniel se acercó a Edward Banbury mientras estaba cenando en su club, y el
joven se tensó notablemente y soltó la cuchara.
Daniel se sentó frente a él.
—Tengo algunas cosas que quiero discutir con usted.
—No veo de qué tenemos que discutir— dijo Banbury con frialdad. —Vio que
no podía permitirme el lujo de sirvientes para hacer la vida más fácil a mi
hermana, por lo que decidió proveernos de ellos.
Daniel no había pensado que su participación en ello quedaría oculta por
mucho tiempo, pero un par de horas no era mucho.
—No estoy haciendo esto para ayudarle a usted.
Daniel no había pensado que sus acciones podrían ser otro golpe para el
orgullo ya herido de Banbury. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? No quería
verse tan involucrado, pero Grace estaba demasiado sola en una casa que estaba
siendo vigilada. ¿Tendría siquiera Banbury conocimiento de ello?
—Ayudar a Grace es aún peor— dijo Banbury —A menos que usted planee
casarse con ella.
Daniel no pudo evitar sonreír.
—No me voy a casar con ella, y ella, con seguridad, no querría casarse
conmigo.
Banbury dio un golpe con su mano en la mesa.
Esto ha ido demasiado lejos, se dio cuenta Daniel.
—Alguien está vigilando su casa.
La actitud defensiva de Banbury desapareció.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—No lo sé. Su lacayo le vio primero, y yo le vi en una ocasión, pero sólo esa
vez. Supuse que era a causa de una deuda.
Banbury negó con la cabeza.
—Mis pagarés son de poca cuantía. ¿Por qué alguien tendría que vigilar
nuestra casa?
Daniel se frotó la mandíbula.
—No lo sé. Pero no me gusta.
—Hasta que no sepa lo que está pasando, no voy a dejar a Grace sola por las
noches.
Daniel asintió.
—No me gusta este control que tiene sobre ella.
Daniel esperó, preguntándose si estaba a punto de ser desafiado por algo que
no había hecho todavía.
—Quiero comprar de nuevo el violín. Sé que Grace tiene planes para que se lo
devuelva.
Daniel no podía creer que Banbury estaría tan tranquilo si realmente
conociera todos los detalles.
—Grace puede que quiera opinar algo al respecto— dijo secamente.
—Pero por el honor familiar, voy a tratar de ganar lo suficiente para
comprarlo de nuevo. No le permita hacer lo que sea que haya planeado. Nunca he
sido capaz de detenerla una vez que se ha decidido a hacer algo. Quiere que
confíe en ella, y lo hago. Pero no puedo confiar en usted, no con mi hermana. Ella
ya ha sido herida antes...
Daniel asintió.
—Entiendo— Se puso de pie. —Por cierto, si usted está buscando una buena
inversión, pruebe con los ferrocarriles.
Banbury le dirigió una última y penetrante mirada, y volvió a su sopa.
Daniel se sintió como un idiota. ¿Por qué le había dicho eso?
***
Cuando Grace llegó a casa de Beverly, antes que el resto de los invitados a la
cena, Beverly bajo del cuarto de los niños para reunirse con ella en el salón.
—Estoy tan contenta de que hayas podido llegar temprano— dijo Beverly,
sentándose junto a Grace en un sofá verde de rayas. —Mi esposo acaba de llegar
a casa, y yo tenía que decirte lo que ha visto esta noche en su club. El señor
Throckmorten y tu hermano sentados juntos en la cena.
Grace frunció el ceño. Le había pedido a Edward que no interfiriera. ¿Qué
podrían haberse estado diciendo el uno al otro sobre ella? ¿O estarían discutiendo
sobre un evento de juegos de azar al que ambos querían asistir? Cualquier
posibilidad era terrible.
—No puedo creer que el señor Throckmorten ya esté discutiendo sus
intenciones respecto a ti con tu hermano— continuó Beverly, una mirada de
anticipación brillando en sus ojos.
—Él no lo está haciendo— dijo Grace.
Los hombros de Beverly se hundieron.
—Oh. Tenía la esperanza de que él ya estuviera enamorado de ti, sobre todo
después de su comportamiento aquí hace dos días. Pero después, ha rechazado
mi invitación para esta noche.
Ahora fue el turno de Grace para hundirse.
—Oh.
—¡A ver, a ver! Los hombres se ponen difíciles y tratan de retirarse cuando se
dan cuenta de que están cayendo bajo nuestro hechizo.
Grace soltó una triste carcajada.
—Él no está cayendo bajo mi hechizo, aunque sí está tratando de asegurarse
de que yo caiga bajo el suyo. Pero, al parecer, no le importa lo suficiente como
para estar aquí esta noche.
Los invitados comenzaron a llegar, deteniendo su conversación. Grace fue
presentada a varias parejas casadas, algunas con hijas casaderas, y luego a varios
solteros, uno extra para emparejarse con ella.
Para ocupar el lugar de Daniel.
Grace estaba disgustada. Había prometido no evitarle, ni a él ni a su
seducción, y ahí estaba él, evitándola. A regañadientes se dio cuenta de que había
esperado verle. ¿Qué decía eso de ella?
Aunque él no estaba presente, su fantasma sí que lo estaba, porque era de lo
único que todos querían hablar con ella.
Y tal vez eso podría ser utilizado a su favor.
—Oh, no, no estoy decepcionada porque el señor Throckmorten no se
encuentre aquí— le dijo Grace a la anciana señora Radburn, que se apoyaba en su
bastón y la observaba con interés. —Únicamente le acabo de conocer, usted lo
sabe.
—Pero de alguna manera usted le convenció para que bailara— dijo la señora
Radburn.
Grace sólo pudo encogerse de hombros y sonreír.
Lady Putman, alta y majestuosa, dijo:
—Creo que no ha venido por el escándalo con el nuevo Conde de Martindale.
Varias personas que se habían reunido alrededor de ellas asintieron con
solemnidad.
—¿Qué escándalo?— preguntó Grace, diciéndose a sí misma que era más por
curiosidad que por preocupación.
Las damas de más edad le dirigieron esa mirada ligeramente compasiva de
nuevo, pero sus hijas no lo hicieron. Grace imaginó que si Daniel mostrara interés
por alguna de ellas, a ninguna le importarían sus escándalos. Pero estas
muchachas no querrían dejarse seducir como la amante de un hombre, y si
supieran la verdad…
Debían encontrar demasiado excitante la atención de un hombre soltero
dispuesto, como ella una vez había hecho.
De todas las personas, ella sabía bien lo que podía suceder cuando un hombre
conseguía lo que quería. Ahora mismo, podría tener la atención de Daniel, y sus
secretos, pero ¿qué pasaría cuando terminara con ella? ¿Cómo podría alguna vez
confiar que, en algún juego de cartas, o cuando estuviera ebrio, no revelaría el
terrible secreto que los unía? Ella podría vivir toda su vida siempre
preguntándoselo.
—El nuevo Conde acaba de heredar el título— continuó Lady Putnam mirando
con aire de importancia los rostros expectantes a su alrededor. —Es joven, sólo
tiene veintiún años, y es su deber renovar la vinculación de sus tierras, de modo
que las dos próximas generaciones no puedan vender las propiedades de la
familia.
—Pero su riqueza familiar ha ido disminuyendo durante décadas— dijo la
señora Radburn en voz baja.
Lady Putman asintió dándose importancia.
—Así que en lugar de cumplir con su deber conservando la propiedad en la
familia, vendió la finca al señor Throckmorten.
Hubo asentimientos agraviados por todas partes.
En el silencio, Grace preguntó:
—¿Y cómo hace esto que el señor Throckmorten tenga la culpa?
Todos los ojos se volvieron hacia ella.
—La finca ha estado en la familia durante cientos de años— dijo Lady Putnam,
mirando por encima del hombro. —El señor Throckmorten se está aprovechando
de la desgracia de un joven. ¿De qué otra forma cree usted que el hombre ha
llegado a ser tan rico?
Grace se echó hacia atrás, sabiendo que una cena no era el lugar apropiado
para hacer una escena. Necesitaba la ayuda de estas personas. Pero Daniel sólo
estaba haciendo más difícil para ella el poder mejorar su posición a los ojos de la
Alta Sociedad. ¿Por qué seguía haciendo tales cosas?
—Señorita Banbury, parece muy interesada en el señor Throckmorten— dijo
la señora Radburn.
De nuevo, Grace se sintió el centro de atención de las damas.
—No le conozco bien— dijo —Solamente hemos bailado juntos una vez.
—Usted debe tener mucho cuidado— Dijo Lady
condescendencia. —Es un hombre que toma lo que quiere.
Putnam,
con
—¿Y usted asume eso a causa de su relación con el conde?— preguntó Grace.
Las damas más jóvenes miraban con fascinación entre Grace y sus mayores.
—Usted no sabe que él tiene…— Lady Putnam miró a las muchachas más
jóvenes que estaban a su alrededor—“amigas” femeninas.
Grace inclinó la cabeza.
—Pero, ¿alguna vez ha perjudicado la reputación de una dama?
—Sólo cuando ella fue tan tonta como para estar de acuerdo— le dijo la
señora Radburn a Lady Putman.
—He pasado varias horas en compañía del señor Throckmorten. Creo que él
no es el tipo de hombre que la gente supone, y sé que él va a demostrárselo a
ustedes— dijo Grace.
La señora Radburn se inclinó hacia ella, con la cabeza ligeramente temblorosa
debido a su edad.
—Señorita Banbury, creo que en su inocencia, ha decido defender al señor
Throckmorten.
Hubo desde risitas disimuladas y tontas hasta risas por todas partes, y Grace
se encontró con la mirada preocupada de Beverly.
—Cada joven dama necesita un proyecto— dijo Lady Putnam.
Sus risas abiertas ahora fueron más divertidas que crueles, y Grace se limitó a
sonreír. Pero ella ya había plantado la semilla que tenía intención de sembrar, y
sentía curiosidad por ver cómo echaba raíces en los próximos días.
***
Cuando Grace regresó a la casa esa noche en el carruaje de Beverly, buscó por
la calle si había algún hombre por allí antes de salir, pero no vio a nadie. Quizás
Daniel estaba preocupado sin razón. Las luces iluminaban la casa, así que Edward
debía estar en ella.
Y se encontró a sí misma… decepcionada.
Se dijo que debería sentirse aliviada de que Daniel no pudiera usar la
oscuridad de la noche para seguir adelante en casa con su seducción. Había
estado en una cama debajo de él la noche anterior, se recordó. Ella en realidad no
le conocía bien; si hubiera querido forzarla a hacer lo que él deseaba, podría
haberlo hecho. En una ocasión había confiado en Baxter Wells, después de todo.
Encontró a Edward en la biblioteca, leyendo un libro sobre ferrocarriles y todo
lo relacionado con ellos. Cuando afirmó que estaba pensando en invertir, ella no
quiso disuadirlo. Para su sorpresa —y alivio— ni siquiera tenía mucho que decir
acerca de su cena con Daniel. Seguramente no debían haber hablado de ella.
Tras desear a su hermano una buena noche y obtener un gruñido distraído
por respuesta, fue hacia su dormitorio y se encontró con que Ruby ya le había
preparado un baño. Pronto Grace estuvo sola, disfrutando de un baño caliente.
Pero no conseguía relajarse.
¿Estaría Daniel en la casa a pesar de que su hermano estuviera allí?
Se sentía expuesta en su propio dormitorio, como si Daniel tuviera la osadía
de invadirlo sin su permiso.
Por supuesto que lo haría si así él conseguía lo que quería.
La encontraría desnuda, y ella estaría atrapada. ¿Sería capaz de ver bajo el
agua? ¿La alzaría hacia él, independientemente de lo mojada que estaba? Su
mente la traicionó al pensar en dos cuerpos desnudos, entrelazados y
retorciéndose.
Recordaba esa sensación. Creía que se había convencido a sí misma de que
eso había estado tan mal, que sólo cuando se hubiera casado iba a tener la
tentación de nuevo… hasta Daniel, y ahora él era todo en lo que podía pensar,
incluso en su baño. Terminó rápidamente, se secó y se puso el camisón, pero sin
embargo, él no vino.
Se dijo que sólo estaba decepcionada por haberla privado de otra
oportunidad para demostrar que él no podía seducirla.
Pero ella sólo se estaba engañando a sí misma.
Capítulo 8
Daniel se quedó dormido. Se lavó y se vistió rápidamente con la ayuda de su
ayuda de cámara, y luego cabalgó directamente al parque, ya que era demasiado
tarde para sorprender a Grace en los establos.
Mientras la observaba cabalgar hacia él, vio la mirada de alivio que ella
rápidamente ocultó, y no pudo evitar una sonrisa de satisfacción en su cara.
Parte de su estrategia consistía en el elemento sorpresa, y quería que ella
pensara en él cuando no estuviera. Pero la estrategia se había vuelto contra él,
porque había echado de menos su presencia la pasada noche. Se preguntó qué
habría sentido tumbada sola en la cama.
Y luego, se había preguntado sobre su dormitorio… y la cama en sí. Aunque se
trataba de un desafío entre ellos, se encontraba cada vez más distraído por
pensamientos de ella, por la preocupación sobre lo que debería hacer para
asegurarse de ganar este desafío. Porque ahora que se había fijado esta meta, no
tenía intención de perder.
Para ser un hombre acostumbrado a mandar, se sentía un tanto a la deriva,
arrastrado por las corrientes que había puesto en marcha, pero que ya no podía
controlar tan fácilmente.
Tal vez tendría que ver eso como parte del desafío.
Ella cabalgaba a su lado, y se permitió a sí mismo admirar su impecable
montura sobre un caballo acostumbrado al mando de un hombre. Llevaba un
alegre bonete ladeado hacia uno de sus ojos, como si fuera un gentil pirata. Y él
deseaba raptarla.
Notó que una vez más, los pocos jinetes en el camino estaban observándolos.
Grace, o bien no se dio cuenta, o no le importaba.
—Buenos días, Grace.— Dijo en voz baja.
Ella inclinó la cabeza, y la pluma en el bonete se balanceó.
—Buenos días, Daniel. ¿Trasnochaste anoche? Espero que no perdieses
demasiado.
Él se rio entre dientes.
—¿Así que piensas que el juego puede mantenerme alejado de ti?
—Es una de tus pasiones.
—Pero no se acerca a la pasión que siento por ti.
Ella no rompió la mirada que compartían, pero hubo un ligero sonrojo en su
piel, y él se preguntó si no se habría excedido.
Ella ladeó la cabeza.
—O la pasión que sientes por un desafío audaz.
—Luces como una chica atrevida esta mañana. — Dijo acercando el caballo
para cabalgar a su lado.
—¿Una chica? Me siento muy halagada por tu gran alabanza.
—Tú no necesitas de grandes elogios. Ya sabes que eres preciosa.
—Pero ahora sé que me consideras una chica.
—Pronto, algún día… — prometió él. —Pero no, no estuve apostando anoche.
—Entonces, tal vez estuvieras contratando sirvientes para mi otra casa en
Hertfordshire.
Él le sonrió.
—¿Te gustaría que lo hiciera también?
Ella no le devolvió la sonrisa, y su voz se volvió fría.
—No pedí tu ayuda. Edward está bastante molesto.
—Ya me lo dijo.
Ella lo estudió.
—¿Te dijo que cancelaras sus servicios?
—No. A él no le gustaba la idea de que estuvieras sola en la casa.
—Debido a que alguien la ha estado vigilando.
Él no dijo nada.
—¿Por eso que contrataste a los Woodley, Daniel? ¿Estás preocupado por mí?
—Estoy preocupado por mi propiedad.
Su sonrisa se formó lentamente.
—No te creo. Y no creo que estés particularmente preocupado por un
hombre en una esquina de la calle. Todo esto es parte de tu plan para seducirme.
Si piensas que hacer que me sienta atendida me hará más predispuesta hacia ti,
estás equivocado.
—Entonces, ¿estás rechazando sus servicios?
Su sonrisa se volvió irónica.
—No, no soy tan tonta. Me he dicho que los Woodley están para mantener la
casa en buenas condiciones hasta que… y si… te la entreguemos a ti. — Dijo
inclinándose hacia él desde su silla de montar. —Pero en realidad, me gusta su
compañía y su servicio. Y mientras nadie sepa que les estás pagando, entonces
voy a ser práctica y lo aceptaré.
—Tu hermano cree que me compadezco de él.
—Oh, no lo creo. Tal emoción no sería digna de hacerte perder tu tiempo.
Él sonrió.
—¿Disfrutaste de la cena en casa de Lady Standish?— preguntó él. —Tenía
otra cena a la que asistir lo que me obligó a enviar mis disculpas.
—Espero que valiera la pena — dijo ella a la ligera.
Vio la curiosidad en sus ojos, sabía que no le iba a preguntar directamente por
sus negocios. Y no eran asunto suyo.
Pero estaba empezando a darse cuenta de que la seducción de Grace Banbury
no iba a ser simplemente física. Estaba obligada por el decoro, por una educación
que no alentaba a una mujer a compartir intimidades con un extraño.
Probablemente ella confiaba en ganar el desafío porque no podía imaginarse
sometiéndose a un hombre al que apenas conocía.
Así que tendría que permitir que le conociera. Fue una… inquietante
sensación.
Ella estaba mirándole ahora con esos ojos que brillaban con inteligencia, con
determinación. Pensaba que sólo tendría que retrasarle, o burlarle, para ganar. Él
quería ser el ganador, incluso si eso significaba compartir más con una mujer de lo
que nunca antes lo había hecho.
Él era demasiado competitivo, lo sabía, pero no estaba dispuesto a parar
ahora. No cuando conquistarla se había convertido en todo lo que podía pensar.
Incluso el inocente movimiento de su cuerpo cuando montaba a caballo era una
distracción.
—La cena a la que asistí fue organizada por el señor Lionel Hutton y su
esposa. Es el director de la Compañía Ferroviaria del Sur.— Dijo él.
Ella le dirigió una sorprendida y penetrante mirada.
—¿Oh?
—Soy un inversor de la Compañía, y estoy considerando también ser
directivo.— Hizo una pausa, y luego añadió —Es mi último escándalo.
—Uno de muchos, estoy segura— dijo secamente.
—¿Cómo podría superar el casi trabajar para ganarme la vida, algo que un
verdadero caballero nunca se rebajaría a hacer? Podría darle el gusto al señor
Hutton y casarme con su hija.
—Sin duda, eso sería un gran paso para la hija de un director de ferrocarril,
casarse con el nieto de un duque.
—Yo creo que eso es lo que estaban pensando— dijo él secamente. —Y su
dote es bastante impresionante.
Eso fue un error. Seguramente Grace tenía una pequeña dote, o ninguna.
Pero ella se limitó a sonreír, como si no se hubiera ofendido.
—Según las damas en la cena de anoche— dijo ella —tienes un nuevo
escándalo.
Él se tocó la barbilla.
—Déjame pensar. Hay tantos.
—¿El nuevo Conde de Martindale?
—Ah, la tierra recientemente liberada de vinculación. Él necesitaba más el
dinero que la tierra.
Su sonrisa se desvaneció. ¿Ella había pensado que no era cierto?
Martindale había venido a él por confianza, porque aunque necesitaba el
dinero, le había pedido a Daniel que se quedase con su tierra, en lugar de
vendérsela a un comprador sin escrúpulos que seguramente querría venderla de
nuevo. Y Daniel honraría la solicitud.
Ella creía lo peor de sus motivos. La gente por lo general pensaba así de él… lo
había notado desde la primera vez que fue a la escuela. Y siempre había jugado
conforme a sus creencias, disfrutando de la escandalosa reacción a cualquier cosa
que él hiciera.
Pero él estaba persiguiendo a Grace por el más vil de los motivos. Debía
aprender a no pensar bien de él, o se llevaría una desilusión.
—¿Estás ocupado esta tarde, Daniel?— preguntó de repente.
La miró con sorpresa.
—Nada de importancia.
—¿Te gustaría asistir a un picnic conmigo?
Esa era una idea interesante. De inmediato comenzó a pensar en maneras en
las que pudiera tratar de alejarla de cualquier reunión a la que le pidiera acudir.
Un romance oculto detrás de los árboles podría ser excitante.
—Estaría encantado de asistir— dijo Daniel.
Vio su alivio y se preguntó por qué pensaría que no quería estar con ella...
teniendo en cuenta que él estaba intentando seducirla. Sobre este punto, estaba
progresando lentamente, permitiéndole que su imaginación participara. Pero tal
vez ya era hora de marcar el ritmo.
—Podrías recogerme al mediodía— dijo ella, y luego miró hacia él con
diversión. —Tienes un carruaje, ¿no es cierto?
—Lo tengo. Y te sentirás complacida con su privacidad.
Ella arqueó una ceja y miró hacia otro lado.
—Este evento es en pleno día, señor.
—Te sorprenderías de lo que podemos llegar a hacer en pleno día — dijo él,
pensando en jardines secretos, aunque mientras se preguntaba dónde se
celebraría el picnic.
La permitiría sorprenderle.
***
Cuando Daniel fue a buscarla esa tarde, Grace se quedó mirando el cerrado
carruaje, con sorpresa, preguntándose si él creía que tendría una clandestina
privacidad con ella allí dentro. Entonces, observó su rostro cuando su doncella la
siguió por las escaleras. Creyó vislumbrar una breve tensión en sus ojos, pero él se
limitó a saludar a Ruby, quien lo miró con franca curiosidad. Grace aprovechó su
distracción para dar tranquilamente la dirección al cochero, que asintió con la
cabeza en reconocimiento.
Grace dirigió a Daniel su sonrisa más brillante, y él se inclinó ante ella. Era una
reverencia de rendición, lo sabía, pues ella ya había obtenido la primera victoria
de la tarde. ¡Cómo si ella fuera a ir en un carruaje a solas con él!
A pesar de que una parte secreta de ella desearía hacerlo. Cielos, pero se
estaba divirtiendo.
—Señor Throckmorten, esta es mi doncella, Ruby— dijo Grace. —Llegó de
Hertingfordbury justo ayer.
—Su casa se está llenando de más gente a cada minuto— observó él.
Y él había sido parte de eso. ¿Se arrepentía ahora de contratar a la
servidumbre?
—Hay gente en cada piso en todo momento del día o de la noche— dijo
alegremente Grace.
La comisura de su boca se elevó en una sonrisa.
Ella sabía que prácticamente le estaba desafiando a tratar de acceder a su
casa tan fácilmente como lo había hecho la otra noche. Sabiendo que era tan
competitivo, lo intentaría.
Daniel ayudó a Ruby a subir al carruaje, para sorpresa de la doncella, que se
acomodó en una esquina y miró por la ventanilla, obviamente tratando de
pretender que no estaba allí. Luego él tomó la mano de Grace, y sus ojos se
encontraron por un momento.
Se inclinó demasiado cerca.
—Ella no me detendrá por mucho tiempo— le susurró.
Grace le sonrió, tratando de no mostrarle cómo, con sólo un toque y una
palabra, él la hacía perder el aliento tan rápidamente, con demasiada agitación. —
No sé de qué me está hablando, señor Throckmorten.
En el carruaje, él tomó asiento frente a ella, y cuando se pusieron en marcha
con una sacudida, sintió vagar su mirada sobre ella. Echó un vistazo a Ruby, quien
miraba fijamente por la ventanilla, y casi quiso dar con el codo a la doncella para
que mirara a Daniel. Pero eso sería demasiado obvio, así que Grace se obligó a
devolverle la mirada. Hacía calor en el carruaje, y se sintió sonrojar incluso antes
de que pudiera sentir su atención moviéndose por todo su cuerpo, deteniéndose
en sus pechos, mientras la comisura de su boca se elevaba.
Trató de ser audaz y mirarle de la misma manera. Su cuerpo se redujo desde
sus anchos hombros hasta su cintura. Entonces, para su sorpresa, él sutilmente
separó un poco sus piernas, como si pensara que ella quería ver…
Sus ojos muy abiertos volaron de nuevo a los de él, viendo que parecía
demasiado divertido y conocedor. Sus mejillas se sentían calientes, y necesitó de
todo su orgullo para no apartar la mirada, derrotada.
En cambio, levantó la barbilla y le dijo:
—Señor Throckmorten, ¿asistirá a la velada musical de Lady Barlows esta
noche? He oído que sus hijas tienen bastante talento con su voz y los
instrumentos.
—En cuanto al talento, escuchó mal, o eso me han dicho. Pero no, no asistiré.
—Seguramente, el hijo de un famoso compositor estará invitado a cada
evento musical de la Temporada— dijo ella.
¿Estaba equivocada, o la mención de su padre hizo su mirada un poco más…
cautelosa?
—Fui invitado.
Cuando él no dio más detalles, ella dijo:
—¿Pero rechazó a la pobre señora?
—Yo no asisto a eventos musicales, señorita Banbury.
—¿Por qué no?
Ella pensó que se evadiría con un comentario sarcástico, y se sorprendió
cuando él la miró con seriedad.
—Las preguntas indiscretas acerca mi madre aún no han desaparecido. La
música es un tema doloroso para ella. Después de la muerte de mi padre, y su
única composición musical, ella nunca quiso escucharla de nuevo.— Él sonrió con
ironía. —Me imagino que usted ya ha escuchado todos esos rumores.
Ella asintió.
—Lo he hecho. Y lo siento por lo que sufrió.
—Se refiere a lo que ella sufrió.
¿Y él no? se preguntó, y luego continuó:
—Es una pena que ese talento se vea asociado a tristes recuerdos.
Él se encogió de hombros.
—¿Ella le prohibió escuchar música?
Él frunció el ceño.
—No.
Esto se estaba convirtiendo en demasiado personal, pero ella no podía evitar
su curiosidad.
—¿Qué preguntas hace la gente?
Él inclinó su cabeza mientras la miraba, y una débil sonrisa afloró a sus labios,
pero ahora no estaba tratando de seducirla con su mirada, lo que debería hacer
que sintiera aliviada.
—Ella no ha estado en Londres desde hace muchos años.
—¿Desde la muerte de su padre?
Un destello de sorpresa se mostró brevemente en sus ojos.
—Una buena deducción. Sí, las preguntas y la curiosidad fueron demasiado
para ella.
—Y todos los recuerdos que le provocaban.
Él asintió.
Grace no podía creer que él estuviera hablando así con ella. Quería huir de la
cortesía, siendo demasiado indiscreta en sus emociones privadas…
Y quería saberlo todo acerca de este hombre, que evitaba asistir a eventos
musicales, debido a los dolorosos recuerdos de su madre.
¿O a los propios? ¿Había realmente un hombre diferente enterrado bajo el
libertino que mostraba al mundo? Ella debería dejar de curiosear, pero algo que
no entendía la impulsaba.
—Y entonces, ¿las preguntas acerca de su madre son demasiado molestas
para usted?— preguntó ella. —Seguramente son sólo porque admiran su talento
y quieren saber cómo lo está llevando.
—Señorita Banbury, estas son las personas que la consideraban una asesina—
dijo él sin ninguna emoción.
Ella se tensó.
—El tipo de personas que creen que vale la pena matar por una sinfonía.
—La gente mata por menos.
Ella estaba asumiendo que su madre era inocente, pero tal vez no lo era.
¿Acaso él sabía la verdad?
—A la Sociedad le gusta murmurar, incluso cuando no está justificado. — Ella
vaciló. —Sin embargo, no podría haberlo sabido en ese momento. Usted no era
más que un niño, que sólo había perdido trágicamente a su padre.
Para su sorpresa, sintió que sus faldas se movían, y se dio cuenta de que él
lentamente había deslizado la punta de sus pies bajo el dobladillo de su vestido.
Supo que trataba de distraerla. Por supuesto que no quería hablar de su
tragedia familiar. ¿O había cambiado tanto que esas emociones estaban
enterradas, y pensaba que ya no le afectaban?
Pero él no asistía a eventos musicales.
Sin dejar de sonreír dulcemente, ella empujó sus talones con fuerza contra
sus pies, pero lo único que él hizo fue sonreír.
Ruby miró de uno a otro, y Grace se dio cuenta de que había dejado de hablar
con cierta brusquedad.
—Entonces, ¿a dónde me lleva para el picnic?— preguntó Daniel, mirando por
la ventana.
Grace vio el ceño fruncido que lentamente se formaba en su rostro cuando
vio que ya no estaban en Mayfair.
—Es una sorpresa— dijo.
—Totalmente.
***
La señorita Parker era una mujer que entendía perfectamente que para que
las damas de la Sociedad ayudaran —y donaran— tenían que sentirse cómodas. El
‘picnic’ era en realidad una larga hilera de mesas dispuestas en un parque en
Bethnal Green. A medida que su carruaje se detenía, y Daniel abría la puerta,
Grace pudo ver a una docena de damas supervisando a sirvientes, que
descargaban carretas y carros llenos de cajas y calderos cubiertos. Otros lacayos
vagaban por los límites del parque, tratando de pasar desapercibidos, pero
obviamente estaban allí para la seguridad. Decenas de personas con las ropas
raídas ya habían comenzado a congregarse alrededor de los límites del parque,
agarrando las manos de niños entusiasmados. Grace sonrió. Esto era realmente
una buena causa y no sólo una forma de hacer que Daniel fuera más aceptado en
la Sociedad.
Pero él era el único caballero que asistía. A medida que más y más damas le
vieron caminar acercándose al lado de Grace, las cabezas empezaron a girarse, y a
intercambiar susurros.
La señorita Parker, después de dirigir a un grupo de hombres que estaban
preparando pequeñas fogatas para cocinar, fue hacia ellos cuando los demás se
quedaron atrás.
—Señorita Banbury, estoy muy contenta de que hayan podido unirse a
nosotros para una causa tan noble.— Le dirigió una mirada a Daniel. —Pero le
hizo entender el propósito, ¿no es así?
—¿Es para ayudar a la gente necesitada de Londres?— preguntó Grace
alegremente. —¡Por supuesto! Y cuando le mencioné al señor Throckmorten lo
que íbamos a hacer hoy, él insistió en venir a ayudar.
Daniel le ofreció una leve inclinación a la señorita Parker, quien lo miró con
sorpresa y diversión.
—Ayudar no es lo único que está haciendo— dijo la señorita Parker, mirando
significativamente a Grace.
Grace fingió no entender.
—¿Disculpe?
La señorita Parker obviamente pensaba que Daniel sólo estaba tratando de
impresionar a Grace. Tal vez les dijera a las otras damas lo mismo. Todo lo cual les
ayudaría a creer que Daniel finalmente tenía sentimientos más sensibles.
Para su sorpresa, Daniel las dejó y fue a ayudar a los hombres que
descargaban los carros. Mientras Grace ayudaba a poner platos y tazas, no pudo
evitar ver junto con el resto de las sorprendidas damas como Daniel izaba un
barril de cerveza sobre sus hombros, haciendo caso omiso de su cara levita, y lo
cargaba a través del campo.
—Vaya, vaya— dijo una mujer, que se abanicó tan rápidamente que todo el
mundo a su alrededor se echó a reír.
—Realmente él está tratando de impresionarla, señorita Banbury — dijo la
señorita Parker.
Todas las damas, jóvenes y mayores, miraron a Grace y Daniel, y ésta
esperaba que vieran a un potencial esposo en él, en vez de al hombre que
coleccionaba amantes. ¿Qué hombre que conocieran ayudaría a la gente pobre
con el sudor de su frente en lugar de con sólo un cheque?
Grace se sintió satisfecha con su logro a medida que el tiempo pasaba y la
comida estuvo servida. Los necesitados londinenses se acercaron en fila con sus
platos de estaño, y agradecieron a cada mujer con aprecio por un cucharón de
guiso o un pedazo de pan. Grace vio a varias damas dirigiendo débiles miradas de
desprecio a algunos de sus invitados, pero todo el mundo continuó haciendo su
parte. Daniel estaba de pie junto a varios sirvientes, vertiendo jarras de cerveza y
poniéndolas en la mesa cercana. Se había quitado la levita, y su camisa parecía tan
blanca y… reveladora. No podía oír lo que decía, pero había muchas risas. Él
encajaba allí tan fácilmente, como si se hubiera criado en las calles y no en la casa
palaciega de un duque.
¿Se desenvolvía tan bien porque tuvo que hacerlo a menudo cuando era más
joven? Volvió a pensar en él con ocho años, su padre muerto tan de repente, su
madre acusada. ¿En realidad se había dado cuenta de lo que estaba pasando? ¿O
eso había llegado más tarde, con la edad y la crueldad de otros niños?
Teniendo en cuenta que se hacía cargo de cada situación fácilmente, se
imaginó que él habría tratado de ayudar a su madre, que estaba conmocionada y
afligida. Él todavía se preocupaba por sus sentimientos, cuando todo había
sucedido hacía más de veinte años. Sintió curiosidad por conocer a su madre.
Cuando la asistencia al almuerzo disminuyó, y la gente se dispersó de las
mesas y se sentó sobre mantas para comer, Grace vio a un par de jóvenes damas
pasear casualmente por el puesto de la cerveza. Hicieron una parada para hablar
con uno de los sirvientes, mientras trataban de que su mirada a Daniel no fuera
demasiado evidente. Él parecía divertido, y entonces levantó la vista para
encontrarse a Grace observándole.
Oh, vaya. Antes de que pudiera siquiera apartar la mirada, él ya había
levantado un jarro de cerveza hacia ella.
—Es un hombre con mala reputación— dijo una mujer en voz baja y enojada.
Grace se dio la vuelta para encontrar a una mujer de mediana edad, con sus
guantes blancos aún limpios, cuando Grace ya hacía mucho tiempo había tenido
que quitárselos. Vestía el negro del luto. Estaba hablando con otra mujer de su
misma edad, pero ambas miraban a Grace abiertamente. Seguramente ellas
querían ser escuchadas.
Y Grace no pudo evitarlo.
—Pero él está hoy aquí, dándonos su tiempo, ¿no es así?
—Señorita, usted no sabe quién soy yo, ¿verdad?— dijo la primera mujer.
Grace abrió la boca, pero la mujer respondió rápidamente.
—Soy Lady Swarthbeck, prima del Conde de Martindale— dijo levantando una
ceja de forma altiva.
Grace se dio cuenta que se refería al conde que acaba de vender su tierra
ancestral a Daniel.
—Buenas tardes, Lady Swarthbeck— dijo cortésmente. —Soy la señorita
Banbury.
—Sé quién es usted, niña. La señora Radburn me ha hablado de su simpatía
por el señor Throckmorten. Y le aseguro, que está fuera de lugar.
—Creo que…
—Si yo hubiera sabido que alguien tendría la temeridad de traerle a este
honesto encuentro, nunca habría venido.
—Pero aquí todos somos necesarios— dijo Grace en voz baja.
La mujer se irguió incluso más alta, sacando el pecho hacia delante.
—No des lecciones a tus superiores, niña. Tú ignoras todo lo que ha pasado.
Grace quería debatir eso, pero sabía que Lady Swarthbeck no era la clase de
mujer con quien se pudiera mantener una conversación racional en estos
momentos, después de haber sido herida por las acciones de su primo. Grace
sintió lastima por ella. Pero era a su primo a quien debía regañar.
Lady Swarthbeck se alejó enfurecida y se dirigió hacia el puesto de cerveza.
Tomó de los brazos a las jovencitas que seguían coqueteando con Daniel y las
apartó.
Grace no pudo escuchar todo lo que se dijo, excepto algo sobre ‘poca moral’ y
‘una mancha para la buena sociedad’.
Apretando los dientes, Grace dio un paso hacia ellos, pero entonces se
encontró retenida por la señorita Parker.
—Señorita Banbury, no empeore las cosas— dijo suavemente la señorita
Parker. —El día ha sido todo un éxito. Deje que otros se enfrenten a sus
problemas en otro lugar.
Grace asintió con aire ausente, toda su atención enfocada en Lady
Swarthbeck y Daniel. Daniel le dijo algo en voz baja, y la noble mujer simplemente
le dio la espalda y se alejó. Esa era la forma en que los miembros de la Sociedad
aceptaban a Daniel.
Grace había comenzado este plan para ‘redimir’ a Daniel simplemente para
acallar las sospechas de su hermano sobre los términos reales del desafío entre
ella y Daniel. Pero se encontró sintiendo simpatía por la niñez de Daniel, y pensó
que tal vez algo de su fama provenía del escándalo familiar sobre el que él no
había tenido ningún control. Por supuesto, eso no era excusa para la forma en que
trataba a las mujeres.
En un principio, había estado tan segura de su capacidad para resistírsele, que
rechazar sus intentos había sido un juego para ella, excitante, peligroso y
emocionante.
Sabía que aún podía ganar, pero cada vez que estaba a solas con él, el tenue
dominio sobre su control, se deslizaba un poco más.
Y ahora sentía simpatía hacia él. Tal vez podría terminar este desafío
sintiéndose mejor por lo que había logrado… además de por rechazarle.
De repente, él miró directamente hacia ella, y ella no apartó su mirada.
Era una tonta; debería correr, salvar su orgullo mientras aún lo tuviera. Pero
no quería.
¿Y si realmente ella podía redimir al escandaloso primo del duque?
Capítulo 9
Mientras el sol golpeaba sobre los hombros de Daniel y escuchaba las graves
voces de los hombres a su alrededor, se encontró atrapado en el hechizo de la
seria y concentrada Grace.
¿Qué estaría tramando en su mente retorcida?
Ella había visto el desplante de Lady Swarthbeck, y no podía estar sorprendida
de que Daniel fuera rechazado por la Sociedad después de las cosas que había
hecho.
Entonces Grace se dio la vuelta y se dedicó a ayudar a una joven madre con
tres hijos. Grace tomó al bebé de sus brazos para que la mujer pudiera ayudar a
los otros niños con sus platos. Pronto Grace tuvo una mancha en su corpiño y un
mechón de cabello castaño claro se había soltado de su peinado.
Sin duda ella había sido más lista esta tarde. Él había pensado en tener un día
de campo íntimo… o al menos, del tipo donde podrían encontrarse a solas con
bastante facilidad.
Pero no aquí, en medio de Bethnal Green, un barrio de dudosa condición.
¿Cuál había sido su propósito al traerlo aquí? No podía ser sólo una
distracción de su persecución sobre ella. Podría haber logrado eso con bastante
facilidad asistiendo sin él.
Pero ella le había invitado. ¿Habría sido un reto para ver cómo se manejaba?
¿Habría asumido que le escandalizaría aún más al rechazar una salida tan inusual?
Pero no, eso no tenía sentido con lo que sabía de ella. Vio su sonrisa dirigida a
la pobre mujer a la que estaba ayudando, la forma en que miraba con ternura
hacia abajo al niño envuelto en nada mejor que harapos. Grace encontró una
manta limpia para él en la mesa llena de ropa usada y otros artículos.
Parecía una mujer pura y buena. ¿Cómo podía ser así, después de haber sido
criada por una jugadora sin escrúpulos como su madre?
Ella trabajaba como voluntaria, dando su tiempo para ayudar a la gente,
mientras que su propia casa estaba vacía y probablemente, sin la intervención de
Daniel, no podría haberse alimentado a sí misma.
Finalmente él se giró para levantar el siguiente barril de su sitio y empezar a
servir. La quería en su cama. Ella era un tipo diferente de mujer a sus habituales
amantes, y el reto que le había lanzado le había dado un nuevo propósito.
Al final de la tarde, después de que todo hubo sido limpiado y vuelto a cargar
en los carros —ya que Grace había insistido en quedarse hasta el final—, Daniel se
puso su levita, y las escoltó a ella y a su doncella de regreso a su carruaje que
estaba aguardándolos.
Una vez que estuvieron instalados en los lujosos asientos, las dos mujeres
mirando hacia delante, y Daniel frente a ellas, observó la expresión de satisfacción
reflejada en la cara de Grace. Pero él la hizo esperar una media hora de viaje
antes de hablar.
—¿Logró todo lo que esperaba, señorita Banbury?— preguntó.
—Todos nuestros invitados parecieron muy satisfechos con la fiesta— dijo
ella, sonriendo. —Mi agradecimiento por toda su ayuda.
—A pesar de que no me la pidiera o informara.
Él vio el sospechoso intercambio de miradas entre ambas.
—Sabía que le gustaría participar en una causa benéfica— dijo Grace.
—Yo hago muchas cosas que son caritativas. Mantengo a comerciantes y
empleo a sirvientes.
Ella puso sus ojos en blanco y él creyó ver que los labios de la doncella se
crispaban con diversión, aunque estaba cumpliendo estoicamente con su deber,
intentando fingir que no estaba allí.
—Y aunque admiro los esfuerzos de la señorita Parker y todas las damas—
continuó —esa clase de organizaciones benéficas sólo alivian temporalmente el
sufrimiento y no ayudan a la causa, erradicando de raíz el problema.
Ella le dirigió una mirada crítica, frunciendo el ceño.
—Pero es algo que las mujeres podemos hacer, porque no podemos influir en
el curso político de nuestro país.
—De cualquier forma, todavía no— respondió él secamente. —Pero una era
diferente está llegando, donde los hombres son más iguales y son juzgados por lo
que realizan en beneficio de la buena sociedad, y no por cómo han nacido
socialmente.
—¿Está incluyendo a las mujeres?— preguntó con incredulidad.
—Por supuesto. Las mujeres como la señorita Parker quieren ser
escuchadas… y probablemente algún día lo serán.
—Puede ser una nueva era, señor Throckmorten, pero el sufrimiento es cada
vez mayor para los que no tienen más remedio que trabajar en sus nuevas
fábricas.
—¿Mis fábricas?
—Le estoy incluyendo junto con todos los miembros de su propio sexo.
—Si usted quiere saber de lo que habla, debería hacer una visita a una de mis
fábricas. Yo no tolero que los niños trabajen, ni tampoco permito que los adultos
trabajen en condiciones peligrosas o durante largas horas.
—Oh, ¿y está bien informado?— dijo ella, dirigiéndole una triste sonrisa.
—Lo intento.
—Así que es por eso, que usted está demasiado ocupado con sus inversiones
para cumplir con el deber hacia su familia y casarse.
—No tengo ninguna obligación en lo que respecta al matrimonio, señorita
Banbury. Es mi primo Madingley quien tiene que preocuparse.
—¿No es usted su heredero, señor Throckmorten?
—¿De modo que conoce bien el árbol genealógico de mi familia?
Vio el rubor colorear sus mejillas.
—La gente habla, señor—dijo ella —Y no, no sé mucho acerca de su familia.
—Entonces, déjeme decirle algo que usted puede admirar de mí— respondió
él, inclinándose hacia ella y apoyando los antebrazos en las rodillas. —
Naturalmente que hago contribuciones monetarias a organizaciones benéficas
dignas de ellas.
Ella se inclinó adelante también y le dirigió una sonrisa cortes.
—Algo muy fácil para usted.
La doncella estaba ahora claramente fascinada y los observaba como si se
tratara de la representación de una obra para su diversión.
—Y también hago otras cosas a nivel mucho más personal.
Algo en su expresión cambió, lucía más concentrada y, para su placer, ella se
humedeció los labios.
—Dígame.
—Leo para los ciegos.
Ella parpadeó y a continuación se echó hacia atrás, enfadada, cruzando los
brazos por debajo de sus preciosos pechos.
—No tiene por qué burlarse de mí.
—No estoy bromeando, algún día se lo demostraré.
Su doncella miró por la ventanilla y luego se aclaró la garganta.
—Hemos llegado a casa, señorita.
—Gracias por notarlo, Ruby— dijo Grace. —Podría haber estado aquí sentada
demasiado tiempo escuchando al señor Throckmorten narrar historias fantásticas.
Él sonrió.
—Lamento profundamente su incredulidad, señorita Banbury.
comprometo a demostrarle mis actividades benéficas muy pronto.
Me
Se abrió la puerta desde el exterior y el cochero colocó las escaleras para
poder bajar. Grace deliberadamente miró a Daniel, esperando que saliera
primero.
—Dígame una cosa más, señorita Banbury— dijo él —Hoy usted me ha
mostrado ante sus nuevos amigos de la Sociedad. Y la otra noche, quería que
bailara delante de todos también. ¿Por qué?
—¿Por qué?— repitió ella, tratando de parecer sorprendida.
Él no la creyó.
—¿Está tratando de casarme con alguna jovencita inocente? Sus intentos no
detendrán mi... cortejo hacia usted.
Con los ojos abiertos, ella bufó, con una risa estrangulada.
—Yo nunca le haría eso a una joven inocente, señor Throckmorten.
Él se sentó de nuevo en su asiento y frunció el ceño, estudiándola fijamente,
esperando incomodarla. Ella no se amedrentó, pero después de unos momentos,
su doncella suspiró ruidosamente.
Finalmente Daniel bajó del carruaje y ayudó a ambas a descender al
pavimento. Tomó la mano enguantada de Grace y se inclinó sobre ella.
—Gracias por tan agradable día, señorita Banbury— dijo en voz baja.
Ella se apartó y le dedicó una sonrisa superficial.
—De nada, señor Throckmorten. Espero que la lección no haya pasado
desapercibida para usted.
—Solamente el tiempo lo dirá— respondió él.
La vio subir las escaleras y desaparecer dentro de la casa. En ese momento se
encontraba con ánimo de seguirla al interior y utilizar la persuasión íntima de un
hombre para averiguar lo que buscaba. Pero, maldita sea, había contratado a esos
molestos sirvientes.
***
Cuando Ruby y Grace estuvieron a salvo dentro de la casa, Ruby se volvió para
mirar fijamente a Grace, con las manos en las caderas.
—¿Y de qué se trató todo eso, señorita?— exigió saber con tono exasperado.
—¿Está jugando un juego peligroso con ese hombre?
—Ya te lo dije, Ruby— respondió Grace en voz baja. —Todo esto es parte del
plan para redimirle.
—Lo que parece es que todo es parte de un plan para estar cerca de él, si me
lo preguntan.
Grace alzó las manos, aunque una parte oculta de ella sabía que Ruby tenía
razón.
—¿Cómo puedo redimirle si nunca estamos juntos? Sólo piensa en cómo la
Sociedad hablara ahora sobre su participación con las damas en una labor
caritativa.
—Creerán solamente que está detrás de algo, al igual que cualquier otro
hombre.
Antes de que pudiera decir algo más, la señora Woodley, rolliza y eficiente,
llegó por el pasillo desde la parte trasera de la casa.
—Buenas tardes, señorita Banbury, dijo el ama de llaves. ¿Cenará en casa esta
noche?
—Sí, gracias señora Woodley, aunque voy a asistir de nuevo a una velada
musical esta noche.
—Pero no con ese señor Throckmorten— indicó Ruby a la señora Woodley. —
Él no va a recitales.
—Qué lástima, pero no me sorprende— respondió la mujer, asintiendo con
simpatía a continuación, mientras se dirigía a la cocina.
Grace la siguió por el pasillo, sabiendo que Ruby venía detrás.
—¿Qué es lo que sabe, señora Woodley?
La mujer se apoyó en la mesa de la cocina, donde estaba amasando.
—Seguramente usted sabe acerca de sus padres, señorita Banbury. A pesar
de los rumores de asesinato, son la rama tranquila de la familia… aunque ya no les
guste la música. El resto de los Cabot siempre han sido algo extravagantes en su
forma de ser, las fiestas que realizan en su casa de campo son legendarias.
Si la mujer quería chismorrear, Grace estaba contenta de que hablara.
—El señor Throckmorten no parece ser de esa clase teniendo semejante
familia.
—¡Oh, él no, señorita! Verá, el señor Throckmorten es hijo único. Pero la
hermana de su madre se casó con ese profesor, y hubo un escándalo sobre
cadáveres y su investigación, y...— Se interrumpió, mirándola con cara de
preocupación. —¿Estoy hablando demasiado, señorita?
—Por supuesto que no— dijo Grace rápidamente, apoyando la barbilla sobre
sus dedos entrelazados. —Soy tan nueva en Londres, que no sé nada sobre la Alta
Sociedad.
—Bien, el Profesor y Lady Rose, los tíos del señor Throckmorten, tienen un
hijo y dos hijas. El padre del duque también tiene su propio escándalo, por
supuesto. En su “Grand Tour”, se casó con una muchacha española, plebeya y
todo.
—Lo que no es tan escandaloso, en comparación con el asesinato y la
investigación con cadáveres— dijo Grace, sonriendo.
—Bueno, no, pero ella es la duquesa, y nunca ha sido bien vista por algunos
de los más finos integrantes de la Sociedad. Ella tiene un hijo, el actual duque, y
también una hija, de manera que el señor Throckmorten tiene un montón de
primos. Siempre hay alguien organizando una fiesta en Madingley House.
—¿El señor Throckmorten asiste?— preguntó Ruby.
Grace debería haberla hecho callar, pero ella quería escuchar la respuesta,
también.
—Algunas veces— dijo la señora Woodley, utilizando el rodillo con
movimientos suaves sobre la masa. —O al menos, eso me han dicho.
Grace comenzó lentamente:
—¿Son todos... felices como familia?
No podía dejar de pensar en Daniel como un niño de ocho años de edad, con
su padre muerto, y sin hermanos para compartir su dolor.
—Ellos están muy unidos, señorita, y se cuidan unos a otros. Pero el señor
Throckmorten siempre ha hecho las cosas a su manera.
Grace asintió con la cabeza. No necesitaba que nadie le dijera eso. Él era un
hombre que hacía lo que quería, ya fuera apostando contra una mujer, bordeando
la línea entre ser un caballero y un hombre dedicado a la industria… o eligiendo a
la próxima mujer que planeaba conquistar. Y ahora su atención se había centrado
en ella, y aunque luchaba contra sus sentimientos, ella disfrutaba con su atención.
Se quedó en la cocina durante unos minutos más, viendo como trabajaba la
señora Woodley. Ruby recogió varias planchas para empezar a planchar el vestido
que Grace iba a utilizar esa noche.
En vez de un lugar vacío, pareciendo una tumba, la casa se sentía más como
un hogar desde que los sirvientes habían vuelto. No pudo evitar sentirse aliviada
porque estuvieran allí, y no sólo por su inestimable ayuda. También eran una
protección contra Daniel, quién creía que podía visitarla cuando quisiera, con la
esperanza de encontrarla sola. Se dijo a sí misma que estaba satisfecha con esa
interferencia en los planes de Daniel, pero apretó los dientes con disgusto,
sabiendo que una parte de ella se sentía un poco decepcionada.
***
Cuando la velada musical hubo terminado, Grace respiró aliviada. No es que
las hijas de la señora Barlow no tuvieran talento, sino que su mente se había
distraído con pensamientos sobre Daniel. Él no había jugado la noche pasada…
pero seguramente esta noche era donde él estaría.
Y estaba molesta por ello.
Él debería estar aquí, apreciando la música. Se preguntó si, con dos músicos
dotados como padres, ¿tocaría él algún instrumento? ¿O lo había hecho alguna
vez y había renunciado?
Estaba tan absorta, mientras esperaba que el coche de alquiler que había
contratado viniera a buscarla, que le tomó un momento escuchar a alguien
diciendo su nombre.
Por fin, la palabra penetró en su confuso cerebro, y miró a su alrededor.
Aunque varias personas estaban subiendo a sus carruajes, o hablando mientras
esperaban, nadie parecía estar mirándola. Entonces, quién…
—¡Grace!
Ella se dio media vuelta hacia el susurro, pero sólo había arbustos detrás de
ella. Entonces alguien la agarró del brazo y la arrastró. Antes de que pudiera
asustarse, se encontró cara a cara con Daniel.
Ella le miró boquiabierta.
—¡Estar al acecho entre los arbustos parece indigno de ti!
—¡Shh! He pagado a tu cochero y nadie más estaba prestando atención.
—Pero…
—Deberías tener más cuidado— dijo, frunciendo el ceño, sin soltarle la mano.
Empezó a caminar a lo largo de la casa hacia el patio de atrás, hablando por
encima de su hombro. —Persistes en alejarte demasiado de la seguridad de los
otros invitados.
—Bueno, eso ciertamente trabaja en tu favor.
En la oscuridad, había rayos de luz de las ventanas iluminadas de la casa, y
ella pudo ver el brillo de sus dientes blancos cuando le devolvió la sonrisa.
—Es cierto— dijo él.
—Entonces, ¿qué piensas hacer conmigo?
Estaban ahora en el patio, avanzando por el camino de grava, bordeando
plantas y flores.
—Tengo la intención de escoltarte a salvo a casa— dijo, levantando el pestillo
y abriendo una puerta en la pared trasera.
—¿Qué pasa si mi doncella está esperándome?
—No la has traído.
—¿Has estado espiándome?— exigió ella, sin estar realmente enojada.
Después de todo, esto era una competición.
—Sólo te vi a ti, esperando el carruaje. Ella habría estado contigo. Esta noche
tuve suerte.
—Esperabas que no hubiera llevado a una criada al picnic de esta tarde.
—La luz del día en un carruaje puede revelar mucho. Pero también soy bueno
en la oscuridad.
Su boca se secó, y tropezó.
Un carruaje se cernía sobre ellos en las sombras del callejón. Incluso el
cochero estaba vestido todo de negro. Grace sintió un estremecimiento de
excitación, sabiendo que iba a estar a solas con Daniel en un cerrado, privado, y…
oscuro espacio.
Él la ayudó a subir a su interior, y ella se sintió aliviada al ver un farol
balanceándose suavemente sobre su cabeza. Él subió, el carruaje se balanceó con
su peso, pero en lugar de sentarse a su lado, se sentó al otro lado. Se dijo sentirse
aliviada.
Pero él abrió sus piernas para que su ancha falda cayera entre ellas.
Ella no tendría que contrarrestar sus avances por mucho tiempo. Pero tenía
un buen sentido de la orientación, y el cochero se había desviado hacia el lado
equivocado del callejón.
—Sin duda me llevas a casa— dijo en medio del tenso silencio.
—Por supuesto.
Su voz era suave y baja. Era de nuevo el peligroso Daniel de la noche. Durante
el día, a menudo pensaba que estaba empezando a conocerlo, pero no por la
noche.
—Sin embargo, el tráfico estará menos congestionado por una ruta
diferente— agregó.
Ella no le creyó.
Pero ¿qué importaba? Tenía su palabra de que no iba a dañar su reputación.
Ella estaría pronto en casa. Y hasta entonces, le demostraría lo fácilmente que
podía resistirse a él.
Él no dijo nada más. Con el farol encima, sus ojos estaban en la sombra. Era
evidente que estaba mirándola, pero no podía decir dónde, y eso la hizo sentir
escalofríos por todo su cuerpo.
De nuevo, deslizó una bota debajo de sus faldas. Aparte de trepar encima del
asiento, ella no tenía otro lugar a dónde ir, así que le dejó jugar con ella. En la
débil luz, pudo ver el bulto de su bota en el vestido, y lo siguió mientras se
desplazaba hacia el centro de la falda. Y luego, el bulto llegó más alto, hacia ella,
como si fuera a levantar su falda lo suficientemente alto como para mirar debajo.
Rápidamente lo sujetó hacia abajo contra sus rodillas y le miró.
Su sonrisa era diabólica y encantadora, pero no levantó más arriba su bota.
Ella sintió una corriente de aire en las rodillas, en la piel desnuda entre su ropa
interior y las medias. Cuando el bulto de su bota comenzó a retroceder, sintió una
oleada de alivio, que llegó a un abrupto final cuando se dio cuenta de que en el
retroceso, su bota le había rozado la pantorrilla. Esperó, insegura por si hubiera
sido un error, pero entonces, él comenzó a deslizarla con toda tranquilidad a lo
largo de su pierna.
Se retorció, incapaz de evitarlo. Era como si su piel estuviera cobrando vida, y
si no se movía, podría no salir bien parada de la situación.
Le dio una patada, y él se rio en voz baja.
—Me tienes a tu merced, Daniel— dijo ella. —Me parece injusto porque no
puedo retirarme.
—Puedes golpear en el techo cuando quieras. Mi cochero se detendrá para
ver lo que queremos. Él te salvará.
Saber que tenía una forma de protegerse a sí misma, de repente, hizo que
todo pareciera diferente. Era un nuevo reto, para ver quién sería el primero en
doblegarse en la oscura privacidad del carruaje. ¿Qué iba a dejar que le hiciera
antes de admitir la derrota llamando al cochero? ¿Besarla? ¿Tocarla?
Su estremecimiento volvió.
¿Sería incluso capaz de evitarlo?
Daniel debió haber visto el pánico cruzar por su rostro, pero no dijo ni hizo
nada, sólo la observaba, su mirada llena de desafío… y de posible victoria.
Ella se enderezó al recuperar su coraje. Él estaría esperando mucho tiempo.
Entonces, él se inclinó hacia delante, abrió el farol y apagó la mecha.
La repentina oscuridad la hizo jadear. Podía oír y sentir su propia y frenética
respiración… hasta que al fin, se dio cuenta de que las persianas estaban abiertas,
y que cada poco tiempo pasaban junto a una lámpara de gas, cuya tenue luz,
iluminaba la oscuridad que había entre ellos.
Pero no a Daniel, que era una vaga sombra en la oscuridad.
Él extendió ambas manos, con los brazos abiertos, y cerró las persianas. Ella
no podía ver nada.
Pensó que entonces se abalanzaría sobre ella, pero el silencio permaneció. En
lugar de sentirse aliviada, su tensión y excitación sólo aumentaron. ¿Qué estaba
tramando?
Oyó el crujido de su asiento cubierto de cuero, y se estremeció.
Estaba de nuevo en la parte inferior de su falda, y aunque estaba preparada
para detenerle, no sintió que la levantara. Sus manos estaban deslizándose por
sus piernas por encima de su ropa, moviéndose constantemente hacia arriba,
como si estuviera buscando algo. Sus dedos empujaron hacia abajo sobre la tela
para acariciarla entre los muslos, y sin pensarlo, ella movió sus piernas para
escapar de su toque, que la tentaba y abrasaba.
Y entonces, sintió su cambio de posición y se dio cuenta demasiado tarde de
que se había deslizado desde su asiento, y estaba de rodillas en el piso del
carruaje.
Entre sus piernas abiertas.
Trató de cerrarlas, y sintió sus muslos, su cuerpo, bloqueándola. No estaba
presionándose contra ella, pero la sola idea de él, cerniéndose sobre ella,
preparado para hacer lo que quisiera, debería haberla asustado, luchar contra él y
golpear en el techo.
Pero ella no hizo ninguna de esas cosas. Nunca había imaginado que un
desafío la haría arriesgarse tanto como lo había hecho una vez antes.
No le permitiría derrotarla.
Y una parte oscura de ella quería sentir el placer que él podía darle. Sólo un
toque, un beso, eso es todo lo que quería. Ella se detendría ahí.
Esperó en la oscuridad. Estaba tan cerca que ahora también podía oír su
respiración, que para su deleite, era tan rápida y superficial como la de ella. ¿Iba a
besarla? ¿Sentiría sus labios sobre los suyos, abriéndolos, empujando en su
interior?
De repente, sus manos entrelazaron su cintura. Se sobresaltó entre sus brazos
y él esperó. ¿Pensaba que iba a empujarle para alejarle? Entonces, él no la
conocía.
Ella se recostó en su asiento, mirando hacia donde creía que estaba su rostro.
Estaba tan desesperada deseando su beso que casi se acercó a él.
Pero eso sería una forma de rendición, y ella no podía hacer eso.
Sus manos lentamente comenzaron a moverse por sus costados. Ella dejó de
respirar. Sintió que sus dedos recorrían las curvas inferiores de sus pechos,
juntándose en el centro, y moviéndose a lo largo de su corpiño, tan suave, sin
apenas tocar. Cuando rozó sus pezones, incluso a través del corsé sintió como si
ardieran por él. Tomó aire con un suspiro, su cuerpo tenso, con la cabeza echada
hacia atrás.
Y entonces, ella sintió el roce cálido de su pelo contra la mejilla, y la humedad
de su boca sobre su hombro desnudo. Gimió, apretando sus manos contra su
falda para no agarrarle. Todavía no la estaba tocando más que con su boca y sus
manos, y tuvo que recurrir a toda su voluntad para no arquear su cuerpo, para
encontrarse con el suyo, y usar sus piernas para acercarlo a ella.
Su lengua lamió un camino a lo largo de la piel desnuda por encima de su
escote. Se introdujo en el interior de su hendidura, haciéndola estremecer. Sus
manos se deslizaron por detrás de su espalda, moldeando su carne, empujándola
hacia arriba como si quisiera darse un festín con sus pechos.
Para su sorpresa, sintió que se le aflojaba el vestido, un tirón en su corsé por
la espalda, y luego con repentina impaciencia, él lo bajó a su cintura, y sus pechos
quedaron libres. Ahora sólo una camisola los cubría, ropa suave que él rozó de
manera erótica.
A través de la camisola, Daniel tomó un pezón en su boca, succionándolo,
mojando la tela. Ella gritó y perdió la batalla para resistirse a él. Sus manos se
deslizaron por su espalda, por el pelo alborotado de retenerlo contra ella, donde
sus labios y su lengua le producían tan exquisito placer. Con su lengua rodeó y
jugó, y al final usó sus dientes para apartar la camisola de su piel desnuda. Sus
manos ahuecando y amasando, levantando sus pechos hasta su boca para
continuar su erótica exploración.
Capítulo 10
Ella sabía a la más dulce de las frutas, a fresas y miel, al calor del verano.
Daniel se dio un festín con su humedad, deleitándose con la forma en que sus
pezones se endurecieron sólo para él. Sus gemidos de pasión le enloquecieron, y
finalmente presionó sus caderas contra las de ella, aunque la ropa los separaba.
La movió hasta que estuvo recostada a través del asiento, permitiéndole
presionar más fuerte. Empujó su erección contra el fondo de ella, persistente,
rotando en una forma que sabía que le gustaría. Él gimió cuando sintió que una de
sus piernas le rodeaba, amarrándolo. Mientras intercambiaba atenciones entre
sus pechos, besando y lamiendo, deslizó sus manos bajo sus faldas, subiendo y
alcanzando el cordón de su ropa interior.
Y entonces, de repente, ella se sentó, empujándole hacia un lado para
apartarle. Oyó sus frenéticos golpes en el techo y sintió que el carruaje aminoraba
la marcha para detenerse.
Él masculló una maldición y se echó hacia atrás en su propio asiento,
sintiéndose tan entumecido y torpe como un anciano. Podía oírla arreglar a
tientas su ropa y algún murmullo ocasional.
—¿Puedo ser de ayuda?— preguntó, contento de que su voz sólo sonara un
poco ronca.
Se sorprendió de que pudiera pronunciar las palabras, por lo perdido que se
sentía pensando en lo que quería hacerle a ella… con ella.
—Creo que has ayudado suficiente— respondió ella con acritud.
Pero no con ira. Ella era una mujer razonable, y había disfrutado tanto con él,
como él lo había hecho con ella.
—Oh… abróchame el vestido, por favor— dijo remilgadamente, mientras el
carruaje se detenía.
Él se inclinó hacia delante y ella le dio la espalda. Ató el corsé, y abrochó los
últimos dos corchetes.
—Así que eres bueno para algo en la oscuridad— dijo.
Él se echó a reír.
En silencio, sintieron bambolearse el carruaje cuando el cochero se bajó.
Cuando abrió la puerta, la luz tenue de la calle inundó su interior. Para sorpresa
de Daniel, Grace parecía casi normal. Estaba mirándole con expectación, y él se
dio cuenta de que tenía que encontrar una razón para haber llamado el cochero.
—Tyler, nuestra lámpara se apagó— dijo Daniel.—¿Puedes encenderla con la
tuya?
Le entregó el farol al cochero, y en vista de que ella permanecía en silencio,
dijo:
—Me sorprende que se me ocurriera tan rápidamente esta salida.
—¿Por qué?
Él miró su curiosa expresión, sus inteligentes ojos verdes.
—Porque todo en lo que puedo pensar es en ti, y en lo que todavía tenemos
que terminar.
Ella agachó su bonita barbilla, evitando su mirada.
—No vamos a terminarlo.
—¿No? Pues eso estuvo cerca.
Ella le lanzó una mirada mordaz.
—Cerca habría sido estar desnudos.
—¿Te estás ofreciendo?
Ella puso los ojos en blanco y dejó escapar el aliento con un suspiro, justo
cuando el cochero les devolvía el farol. Cuando estuvieron en camino
nuevamente, Daniel se mantuvo callado; estaba meditando mientras la
observaba, más decepcionado de lo que había previsto. No era como si hubiera
pensado que ella se entregaría libremente a él tan pronto en su desafío. Pero le
había concedido lo suficiente como para que se sintiera frustrado.
Y no podía dejar de recordar la forma en que su pierna le había rodeado. Le
había parecido... inusual, para una mujer tan inocente como ella.
O tal vez no era más que instinto.
Ese solo pensamiento le hizo cerrar los ojos y respirar profundamente.
—¿Te duele algo?— murmuró ella.
Él abrió los ojos y sonrió.
—No, tan sólo... estoy frustrado.
—Me han dicho que a un hombre le duele si se detiene.
Él la miró fijamente.
—¿Y dónde escuchaste algo así?
—Una de mis amigas— dijo ella.
Se sorprendió al descubrir que las mujeres hablaban de esas cosas.
Se inclinó hacia delante y trató de cogerle la mano, pero ella se apartó.
Incluso a la luz del farol, pudo ver que su cara estaba ruborizada.
—Si hubiéramos estado desnudos y yo casi dentro de ti…— Ella se giró. —
Habría sido terriblemente difícil detenerme.
—Pero, ¿lo harías si yo te lo pidiera?
Le estaba mirando ahora, sus ojos verdes serios y cautelosos. Esta era una
cuestión de confianza, y para su sorpresa, él quería que ella confiara en él. ¿Desde
cuándo alguna vez le preocupaba eso con una mujer?
—Lo haría— dijo él.
Ella le miró unos instantes más, y luego asintió.
—Sabes que te quiero en mi cama— dijo él después de una pausa.
Ella le miró.
—Después de todo esto, yo asumiría que sí.
—Tienes amigas que te he han hablado de los hombres. ¿También te dijeron
lo que sucede entre un hombre y una mujer en la cama?
Ella asintió con la cabeza rápidamente, mordiéndose el labio mientras miraba
a lo lejos.
Daniel se alegró. Un impedimento menos entre él y su objetivo.
Un rato más tarde, cuando el carruaje se paró de nuevo, abrió las persianas y
miró afuera.
—¿Estamos en mi casa?— preguntó ella.
Él no la corrigió sobre la propiedad de la casa.
—Sí.
—Entonces quédate aquí, por favor.
Él frunció el ceño.
—Si mi hermano me está esperando, no quiero que te vea.
—Entiendo.
Ella se deslizó hacia delante en el asiento, esperando expectante a que se
abriera la puerta. Sin pensarlo, Daniel tomó su cabeza entre sus manos y se inclinó
para darle un rápido beso. Cuando se retiró, ella le miró fijamente, con los ojos
desenfocados, los labios húmedos y separados por la sorpresa.
Entonces la puerta se abrió, y ella descendió rápidamente.
Él se deslizó en su asiento con un suspiro, abrió las otras persianas y miró
hacia la noche, lejos de la casa. Sólo con ver las ventanas iluminadas le haría
pensar en unirse a ella allí.
Así que miró fijamente hacia el parque en medio de las casas, y vio a un
hombre que estaba parado más allá de la luz de una lámpara de gas. Daniel no
podía ver sus rasgos, porque llevaba un sombrero y ropa oscura. Estaba mirando
para la casa de Grace y al carruaje. El hombre se quedó inmóvil, como si de alguna
manera se hubiera dado cuenta de que estaba siendo vigilado.
Y luego echó a correr.
Tyler eligió ese momento para instar a los caballos a moverse, pero Daniel
abrió de golpe la puerta y saltó a la calle. El cochero sorprendido, le miró
boquiabierto, pero Daniel únicamente levantó la mano para hacerle esperar.
Corriendo, persiguió al desconocido por la calle, pero el hombre tenía demasiada
ventaja. Alcanzó la siguiente manzana, escondiéndose entre dos casas. Daniel
finalmente se detuvo en un callejón. No tenía ni idea por dónde se había ido el
hombre. Maldijo entre dientes y se volvió por donde había venido.
***
Esa misma noche, Grace estuvo sentada en la bañera hasta que su piel se
arrugó y el agua se enfrió, y aun así su mente daba vueltas de un pensamiento a
otro. Todavía podía oír las palabras que había usado para convencerse a sí misma
para aceptar su seducción. Se había dicho que iba a ir un poco más lejos, que ella
podía parar cuando quisiera.
Eso sonaba igual que lo que su madre solía decir de un juego de faro2.
Grace se estremeció y cerró los ojos.
Así que se había detenido a sí misma antes de que Daniel pudiera llevar las
cosas demasiado lejos. Además, su madre en otro tiempo también había sido
capaz de detener sus impulsos.
Grace estaba apostando ahora, apostando su propio control. Y estaba
jugando con su único futuro: la posesión del violín y la posibilidad de alquilar otra
casa.
¿Valía la pena perder eso por experimentar los besos de Daniel, su toque? Él
la hacía arder, pero ¿no había hecho esto antes? Y casi la había llevado a su ruina.
2
Faro, es un juego de cartas de origen francés. Se juega con un solo mazo de cartas y admite cualquier cantidad de jugadores.
También había confiado en Baxter Wells, y él había demostrado ser indigno de
ella.
Sabía que estaba dejando que su simpatía por la historia de Daniel la afectara.
Quería ayudarle a superar el trauma de su juventud.
Pero, ¿por qué no podía comportarse simplemente como su amiga en lugar
de ser una mujer actuando para el papel de su amante?
Por un momento, se imaginó siendo su amante de verdad. Tendría seguridad
y un lugar para vivir, la atención de un hombre atractivo, y ciertamente podría
ayudar a su hermano.
Sin embargo, tener una hermana de mala fama, dañaría aún más las
posibilidades de Edward para conseguir un matrimonio decente. Y Daniel con el
tiempo se cansaría de ella.
Se dio cuenta que nunca podría vivir con la incertidumbre de la vida de una
amante.
***
Grace había tenido dificultades para conciliar el sueño, así que durmió hasta
bien entrada la mañana. No quería pensar en su siguiente paso en la “educación”
de Daniel. Necesitaba olvidarse de él, por lo menos durante el día, porque tenía
una invitación para cenar, y sospechaba que él estaría allí.
Después de un solitario almuerzo, trató de leer un libro en la biblioteca, pero
seguía leyendo el mismo párrafo una y otra vez. Entonces oyó la campana de la
entrada, y todo en su interior se quedó inmóvil.
Woodley entró, hizo una reverencia, y dijo:
—Lady Standish desea verla, señorita Banbury.
—Hazla pasar.
Se dejó caer en el sofá sin fuerzas, y de esa forma la encontró Beverly.
Con las manos en las caderas, Beverly miró la biblioteca, y Grace se dio cuenta
de que su amiga estaba viendo por primera vez las paredes desnudas y las mesas
vacías. Había incluso algunos estantes vacíos, como si Edward hubiera vendido
una rara colección de libros.
Grace sonrió.
—Buenas tardes, Beverly. Me alegro de verte.
—Puede que pronto no pienses eso. Quiero saber lo que está pasando.
—¿Sobre qué?
Grace dio unas palmaditas en el sofá junto a ella, pero Beverly no se sentó.
—El estado de tu casa, por ejemplo.
—Sabes que no vivo aquí con regularidad— contestó Grace con evasivas.
—Pero Edward sí. Y parece que tiene problemas.
—Extrañamente, no está tan mal— dijo Grace, con una triste sonrisa.
—Entonces, eres tú quien está en problemas.
Cuando Grace vaciló, Beverly le tomó la mano y la levantó del sillón.
—No podemos hablar aquí— dijo Beverly. —Vamos afuera.
Al darse cuenta de que no iba a escapar esta vez, Grace la siguió al exterior, al
pequeño y florido patio, a un banco más allá de la fuente, no lejos de los establos.
Beverly la miró expectante.
—¿Y bien? Y no trates de mentirme. Tus pecas se destacan en tu cara roja
cuando lo haces. Eso no ha cambiado desde que éramos niñas.
Mirando a los ojos compasivos de Beverly, Grace se encontró contándole
todo, desde los juegos de azar de su madre, la pérdida de sus bienes, el
ofrecimiento de Grace en matrimonio y el desafío de su seducción.
La boca de Beverly fue abriéndose cada vez más con cada revelación. Grace
estaba tan avergonzada que no podía ni siquiera mirarla y tuvo que desviar su
vista hacia la fuente. Pero su tranquilo gorgoteo no la ayudaba. ¿Estaba
disgustada Beverly? ¿Grace había perdido a su única amiga?
De repente, se encontró envuelta por los brazos de Beverly, su respiración
casi se ahogó en ella.
—Pobre querida — murmuró Beverly, acariciando la espalda de Grace como si
fuera su hija.
Grace dejó escapar un suspiro de alivio.
—Estoy bien, pero gracias.
Beverly la sostuvo por los brazos y la miró fijamente.
—¡Qué terrible que ese hombre crea que puede seducirte… a una inocente!
—Yo lo puedo resistir — Grace trataba de convencerse tanto a sí misma como
a Beverly —Está jugando según las reglas acordadas, y se detiene cuando se lo
digo.
—¿Y todo lo que tienes que hacer es resistir durante cuánto tiempo más?
—Ocho días.
—Y luego, el violín será tuyo.
—Y vale la pena tanto dinero, Beverly— dijo Grace en voz baja. —Creo que
puedo alquilar una casa, dar a Edward algo con lo que pueda proponerle
matrimonio a una mujer. Y no me está costando mucho.
—Ah, pero tu orgullo, querida— susurró Beverly.
Para su sorpresa, Grace se encontró conteniendo las lágrimas.
—Cuando me enteré de lo que mi madre había hecho… cuando me di cuenta
de que valíamos tan poco para ella que había apostado nuestras casas…
Beverly asintió, sosteniendo la mano de Grace, aspirando.
—Perdió nuestro único lugar para vivir— continuó Grace, sacando el pañuelo
de su manga.
—No hay excusa para su comportamiento, Grace. Gracias a Dios que el señor
Throckmorten no trató de forzarte a un casamiento.
—¿Cómo podría? Me habría resistido, y nos habría avergonzado a los dos. Él
no es así.
—Es un hombre que quiere llevarte a la cama— dijo Beverly dubitativa —a
pesar de que eres una señorita virgen.
Grace miró hacia otro lado. No podía revelar todo su pasado. Era demasiado
humillante.
—Así que es simple. Tú le resistes, y ganas.
—No te olvides de la redención.
Beverly gimió.
—Has hecho esto mucho más complicado de lo que tenía que ser.
—¡Tuve que hacerlo! ¿Qué otra cosa iba a decirle a Edward? ¡Él hubiera…
retado a Daniel! Y puedo imaginar quién es el mejor tirador. Eso es todo lo que
necesito.
—Ahora entiendo por qué el señor Throckmorten apareció en el picnic de
caridad. Las damas todavía están asombradas. No te sorprendas al oír hablar de
eso en la cena de esta noche.
—No te preocupes. Funcionará perfectamente, te lo prometo. Con un poco
de orientación, encajará de nuevo en la Sociedad. Tal vez, incluso encontrará a
una mujer para casarse algún día.
Beverly la miró dubitativa.
—¿No tú?
—¡Oh, no!— dijo Grace demasiado rápido. —Él sólo me considera como una
amante. Y nunca querría casarme con él. Fui criada por una apostadora y la vi
transformar a mi hermano en uno también. Daniel es un hombre que encuentra la
vida tan aburrida que tiene que asumir riesgos. No, yo necesito un hombre
tranquilo cuya única necesidad en la vida sean los libros… o yo. Hasta entonces,
todo lo que tengo que hacer es resistir.
Beverly frunció el ceño.
—No pareces muy segura.
—No sabes lo bien que besa.
—Oh, querida, qué bueno que me lo explicaste todo. Necesitas mi ayuda para
ganar como sea.
Grace sonrió.
—¿Y cómo vas a hacer eso?
—Él tiene que casarse, ¿no es cierto?
—Es el heredero de su primo, por lo menos hasta que el duque se case y
tenga un hijo propio.
—Entonces voy a asegurarme que tenga tantas damas para elegir que va a
estar demasiado ocupado escapando de ellas y no tendrá tiempo para ti. Te doy
mi palabra que todo habrá terminado para el baile anual de Madingley.
Obviamente, Beverly no conocía a Daniel muy bien, pero Grace se abstuvo de
decírselo.
***
Esa noche, Daniel estaba en el salón de Lord Cheston antes de la cena,
hablando con su señoría sobre un proyecto de ley para ser presentado ante la
Cámara de los Comunes. Su primo Madingley también estaba allí, observando a
Daniel muy de cerca. Nadie más reconocería su mirada suspicaz. Daniel sabía que
no se estaba comportando exactamente de la forma en que su familia esperaba
de él. Ellos también debían haber oído hablar de la obra de caridad de Daniel. No
quería responder a las preguntas de Chris, por lo que evitó hablar a solas con su
primo… al menos por ahora.
Daniel no tuvo que levantar la mirada para saber cuándo entró Grace en la
habitación. Para su sorpresa, sintió, como si una corriente de lavanda perfumada
se moviera por la habitación. Estaba con su amiga Lady Standish, y aunque no
miraron hacia donde él se encontraba, un camino apareció mágicamente entre
ellos. Varios invitados miraron de un lado a otro como esperando a ver qué
pasaba.
¿Cómo un solo vals con Grace los había vuelto tan interesantes?
Bueno, no fue sólo el vals. Ella había aparentado que la había rescatado de un
caballo desbocado. Le había arrastrado a trabajar en una comida para los pobres.
Algunos podrían pensar en un matrimonio inminente, pero la mayoría conocía la
clase de hombre que era. Probablemente todos creerían que Grace se estaba
engañando a sí misma respecto a él. Y eso le hizo sentir la primera punzada de
culpa, lo que era ridículo.
Grace entendía su relación. Sólo tenía que dejar de pensar en ella tan
protectoramente. Se había pasado la noche anterior en la habitación de sus
padres, en busca de un hombre en las sombras de la calle que nunca había
aparecido. Sintiéndose ridículo, se había prometido contratar a un investigador
para averiguar lo que estaba pasando de una vez por todas.
Lord Cheston carraspeó y se balanceó sobre los talones. Daniel se dio cuenta
de que había olvidado por completo al anciano. A veces era difícil leer su
expresión bajo su espesa barba y grueso bigote, pero por una vez, Daniel vio
simpatía cuando lo miró.
—Nunca pensé que le iba a suceder a usted, Throckmorten— dijo su señoría
bruscamente.
—¿El qué, Su Señoría?
—Estar siendo manipulado por una mujer.
Daniel sonrió, casi deseando poder explicar que en realidad era al revés, que
Grace estaba haciendo todo lo posible para desestabilizarlo y así no tener que
admitir que estaba perdiendo su autocontrol.
—Le vi bailar el vals con ella— continuó Lord Cheston.
Daniel arqueó una ceja.
—¿Y?
—Usted estaba demasiado pendiente de ella. Y luego esa comida en el parque
de Bethnal Green. ¿Cómo se dejó convencer para hacer algo que es dominio de
una mujer?
Daniel se dio cuenta que no podía explicar que había sido engañado. Pero
entonces todas las piezas parecieron caer juntas, y finalmente se dio cuenta de
cómo todo esto estaba conectado.
¿Era el plan de Grace hacerlo atractivo ante la Alta Sociedad, una vez más?
¿Estaba tratando de cambiarle, para que lo vieran con mejores ojos? Él casi se rio
en voz alta.
Daniel fue el encargado de escoltar a Grace en la cena, y la planificación de
asientos los dejó cenando uno al lado del otro. Lady Cheston —y todos los demás—
evidentemente pensaban que Grace le estaba manipulando para ella misma, y
estaban de acuerdo con el plan. O por lo menos verían volar las chispas,
satisfaciendo su insaciable demanda de chismes.
Así que Daniel decidió darles un espectáculo. En vez de ocuparse de Grace,
como todos esperaban, monopolizó la conversación de la dama a su izquierda y
del caballero frente a ella.
Si todo el mundo pensaba que necesitaba mejorar, les daría a todos una
oportunidad.
Cuando pasaron varios platos de la comida, sin que él siquiera mirara a Grace,
escuchó y vio los susurros y miradas de desaprobación lanzados en su dirección.
Todos pensaban que debía su atención a Grace. Pero él todavía estaba
ligeramente molesto porque le hubiera tomado tanto tiempo descubrir su plan.
Para su sorpresa, de repente sintió la mano de Grace en su muslo derecho. Un
montón de mujeres le habían hecho algo así clandestinamente, pero de alguna
manera, saber que era la inocente Grace, cuyas delicias sólo había empezado a
probar y explorar, le hizo endurecerse al instante, tensándose.
Se rio demasiado fuerte de algo que la señorita Alton dijo a su izquierda y
recibió incluso más miradas curiosas por ello, aunque la misma dama se ruborizó y
batió sus pestañas hacia él.
La mano de Grace comenzó a moverse, los dedos suavemente trazando un
camino sensual hasta su rodilla, a continuación, subiendo de nuevo, todo a un
ritmo lento y deliberado.
Empezó a sudar.
¿Qué le pasaba? Un montón de mujeres se habían arrojado a sus brazos.
Pero no las jóvenes inocentes que hablaban lo suficiente con sus amigas para
saber cómo enloquecer a un hombre.
Él no iba a ceder a su oferta de atención. Pidió a la señorita Alton encontrarse
con él de nuevo después de la cena, cuando las damas y caballeros se reunieran
en el salón.
Los dedos de Grace no hicieron todo el camino hasta la ingle, y se sintió sólo
en parte aliviado y por otra parte, frustrado. Podría haberse reído de su propio
dilema.
Susurró una sugerencia diabólica en el oído de la señorita Alton. Ella dio un
pequeño grito de asombro, su cara se puso blanca, y empezó a toser, como si se
hubiera atragantado.
Los dedos de Grace se deslizaron por entre sus muslos, y él los apretó contra
su mano.
El hombre a la izquierda de la señorita Alton le palmeó la espalda mientras
ella conseguía controlarse. Las miradas que recibió fueron de horror pero no de
sorpresa, como si hubiera hecho lo que todos esperaban. La mirada de la señorita
Alton era un tanto inestable, lo que era natural, y también… curioso.
—Señor Throckmorten— dijo ella en voz baja —no hay necesidad de decir
algo tan escandaloso, simplemente para demostrarle a la señorita Banbury que no
se le puede domar.
—¿Domarme?
Pero ella ya se había dado la vuelta y él se quedó mirando fijamente sus
elaborados rizos rubios. Se volvió hacia Grace, que finalmente había sacado su
mano y ahora estaba frunciéndole el ceño como todos los demás.
Él se inclinó hacia ella.
—Perdóname por no estar de acuerdo con tus planes para mí.
—No sé de qué estás hablando— dijo en voz baja, luego llevó una copa de
vino a sus labios.
¿Quería mejorarle para todas las mujeres? Seguramente entonces no podía
estar molesta por su conversación con la señorita Alton. ¿No era ese el destino
final del plan de Grace? ¿O estaba simplemente tratando de volverle loco
preguntándose qué pretendía ella?
Pero la mano no regresó a su regazo. Si él hubiera seguido con el juego,
¿quién sabe lo que podría haber hecho para llamar su atención?
Capítulo 11
Después de la cena, cuando todos los invitados se reunieron en el salón,
Daniel decidió terminar con las preguntas familiares acercándose a Chris.
Cuando el hombre que hablaba con Chris vio acercarse a Daniel, miró a ambos
y se excusó.
—Eres bueno asustando a la gente— dijo Chris secamente.
Daniel tomó un sorbo de brandy.
—Es uno de los rasgos más útiles de la familia.
—Hmm...— Chris le miró. —Interesante espectáculo el que has ofrecido con
tus compañeras de cena.
Daniel se encogió de hombros.
—Tenía que estar a la altura de las expectativas de todos.
—Entonces, ¿por qué estabas ignorando deliberadamente a la señorita
Banbury? Sé por ciertas personas que ella ha decidido hacer de ti su proyecto.
Daniel sonrió.
—Eso piensan.
—¿Y no es la verdad? Porque si la estabas ignorando, ciertamente parecía que
había tensión entre los dos. Pero soy tu primo, y te conozco mejor que otros.
—Hacerme su proyecto es parte de la verdad, pero sólo es su intento de
contrarrestar.
—No entiendo.
Sonriendo, Daniel le miró.
—No necesitas hacerlo.
—Ella parece haberte elegido deliberadamente, Daniel. He hecho algunas
averiguaciones.
—¿No eres tú el meticuloso duque?
Chris ignoró su interrupción.
—Su familia tiene poco dinero, aunque ella tiene una dote. Tal vez eres su
objetivo porque…
—Sabe que no quiero casarme con ella, y ella no quiere casarse conmigo.
—Te estás engañando a ti mismo. Tienes dinero y conexiones, y ahora que
estás asistiendo a más de estos eventos, van a ver qué estás disponible. La
señorita Banbury es simplemente la más reciente en mostrar interés.
—¿Interés?— Daniel repitió, divertido. —Yo no lo llamaría así.
—Deja de ser tan misterioso — Chris puso los ojos en blanco.
—Muy bien, aquí está la respuesta a algunas de tus preguntas. La señorita
Banbury está tratando de cambiarme, sí, pero sólo para que le devuelva un violín
antiguo que le gané a su… familia.
—Ah, que el hermano de ella que no sabe cuándo dejar de jugar.
Daniel no le corrigió.
—¿Es una sentimental reliquia de familia?
—Una muy cara.
Daniel había dicho demasiado, porque los ojos de Chris se iluminaron con la
comprensión.
—Necesita venderlo— dijo Chris lentamente. —Así que está tratando de
mejorarme. Creo que la manera de contrarrestar su plan es alejarla de su público.
Estoy pensando en llevarla fuera de Londres durante varios días.
—Estarías a su merced si quiere atraparte— dijo Chris.
Pero Daniel también sabía que tendría una mejor oportunidad de ganar su
desafío privado, si pudiera estar a solas con ella todo el día… y toda la noche. Y la
mantendría alejada del desconocido que vio fuera de su casa, mientras trataba de
encontrarlo.
Estaba mirando a Grace, que estaba sentada en un sofá con su amiga Lady
Standish. Hablaban juntas en voz baja como Daniel y Chris, y de repente Daniel
quiso saber lo que estaban discutiendo.
Inclinó la cabeza a su primo y comenzó a moverse discretamente hacia la
periferia del salón. Eso era difícil de hacer cuando uno tenía a un duque detrás de
él, pero lo consiguió. Cuando se hubo situado detrás del sofá, comenzó a referirse
a una escultura de allí como si estuviera discutiendo con Chris. Éste frunció el
ceño, pero obedientemente examinó la obra de arte.
Grace, concentrada en su conversación, no los había visto.
Lady Standish dijo en voz baja:
—Has estado atrayendo la atención, Grace. Acabo de escuchar a Lady Cheston
decir que planea hacerte una visita.
—Tenía la esperanza de evitar eso— respondió Grace.
Aunque Daniel no la miraba, podía oír el cansancio en su voz.
—No creí que nadie quisiera visitar a una persona de un estatus social tan
bajo— continuó Grace. —Ya sabes lo vacía que está la casa. ¿Qué va a pensar?
Lady Standish habló amablemente.
—Tal vez hay muebles en otras habitaciones que se puedan mover a la planta
baja.
Antes de que Daniel pudiera oír nada más, Chris de repente tomó su codo y
tiró de él hacia la próxima obra de arte, una pintura en la pared.
—Te dije que iba detrás de tu dinero— dijo Chris en voz baja.
—Nada de eso es culpa de ella. Tanto su madre como su hermano tienen un
problema con el juego. Sólo está tratando de salvarse a sí misma y a su hermano.
No se trata de casarse conmigo.
—¿De qué otra manera una joven puede salvar a su familia?
Daniel vaciló, pero sólo por un momento. Grace podría tener todo lo que
quería de él conteniéndose una semana más. Ella no querría poner en peligro eso.
Y no le parecía el tipo de mujer que tratara de casarse con un hombre al que no
amaba.
—Mira, yo ya he ayudado a hacer de ella una perspectiva más atractiva para
cualquiera de estos jóvenes petimetres— dijo Daniel. —Ella está lo
suficientemente agradecida.
—¿Qué quieres decir?
—He mostrado interés en ella, lo que hace que otros hombres la noten. Y
difícilmente podría encontrarme con ella en estos eventos si no pudiera
prepararse para ellos. Así que contraté a dos sirvientes para la casa.
—¿Su casa?
Daniel hizo una mueca y miró a su alrededor para asegurarse de que no
estaban siendo escuchados.
—Técnicamente, mi casa. Yo se la gané a su madre. Grace habría terminado
en la calle.
—Así que eres su salvador— dijo Chris con gravedad.
—Difícilmente. Soy su retador. Ella cree que me puede derrotar. Estoy
dejando que lo crea.
—Creo que te estás engañando a ti mismo y que hay más en la historia.
Daniel no dijo nada. ¿Qué podía decir sin explicar detalles privados que no
tenía intención de compartir con nadie más que con Grace?
—Ella podría haber dicho eso último con la intención de que lo oyeras—
agregó Chris.
—Entonces funcionó. Voy a contratar a un decorador para reacondicionar la
casa.
Chris hizo una mueca.
—Si alguien más se entera, habrás arruinado su reputación. Y entonces te
verás obligado a casarte con ella. Tal vez esa es su estrategia.
—No lo es. Ella sabe que yo nunca permitiría que nadie me obligue a casarme.
Pero no se puede afrontar un verdadero desafío si mi oponente es más débil que
yo. Ella tiene que ser mi igual, sobre todo en la Sociedad. Hará que la victoria sea
más satisfactoria.
—Entonces, ¿qué sucede si ganas el violín? Ella no tendrá nada, y tú sentirás
lástima.
—Voy a devolverle la casa de la ciudad. Yo no la necesito.
Con un gemido, Chris se pasó una mano por la cara.
—Sin duda, mi obra maestra, no es tan terrible— dijo una voz femenina
detrás de ellos.
Daniel se volvió para encontrar a Lady Cheston mirándolos a los dos con
frialdad.
—Yo pinté esto, saben— añadió.
Chris se recuperó, con su buen carácter habitual.
—Lady Cheston, usted nos entendió mal. Mi primo y yo estábamos apostando
por la identidad del artista, y yo insistía en que ya teníamos algo del artista en
Madingley House.
Lady Cheston se sonrojó.
—¿Algo mío? Tonto joven. No soy lo suficientemente talentosa para tener el
honor de colgar un cuadro en la casa de un duque.
Y una vez más, Chris se había ocupado de otra situación difícil. Sonriendo para
sí mismo, Daniel dejó que su mirada fuera a la deriva alrededor de la habitación.
Cuando más tarde Grace se aseguró de que supiera que había aceptado
regresar a casa acompañada de Lady Standish, Daniel sintió que esa noche todo el
mundo parecía estar conspirando en contra suya. Él no quería secuestrarla esta
noche.
***
Después de la cena, Daniel fue a buscar a Edward Banbury. Alguien en el club
le dijo dos de los garitos de juego favoritos de Banbury, y Daniel le encontró en el
segundo de ellos, una casa de apuestas de la Alta Sociedad, decorada en tonos
rojos y negros, con relucientes arañas de cristal en el techo.
Al menos Banbury no se había hundido en alguna de las infames casas de
juego de la ciudad donde podría hacerse matar si no podía cubrir sus apuestas.
Aquí, entre los ricos, él sólo perdería su honor. Daniel sintió que Banbury
participaba en ello por el manoseo de sus uñas.
Le observó durante varios minutos mientras el hombre estaba junto a la mesa
de juego. Banbury no parecía poder quedarse quieto, se movía para conseguir un
mejor ángulo de quienes lanzaban los dados, pero no apostaba.
Daniel finalmente se acercó a él.
—¿Puedo hablar con usted, Banbury?
El hombre se puso tenso, pero finalmente asintió y siguió a Daniel hasta una
abundante y selecta mesa con comida. Se sirvieron un surtido de pasteles de
queso, y luego de pie en una esquina de la sala, comieron y observaron el juego
que les rodeaba.
—Entonces, ¿qué es lo que quiere?— preguntó Banbury finalmente.
—Voy a enviar un decorador para que mire la casa, escuchar sus
recomendaciones para el mobiliario, y luego la equipare con lo necesario.
Banbury puso su tenedor en el plato con controlada lentitud.
—Hasta que no se deshaga de nosotros, tiene que mantenerse lejos.
—Es mi casa, y me gustaría que se viera bien.
Banbury abrió la boca, pero Daniel siguió hablando antes de que pudiera
interrumpirle.
—Su hermana está empezando a hacer visitas en Sociedad, y eso significa que
van a corresponderlas, algunos simplemente por curiosidad.
Banbury se puso rígido, su rostro lentamente teñido con un rojo rubor. Daniel
sintió una renuente compasión, sabiendo como Banbury y Grace habían crecido. Y
ella amaba a su hermano, con defectos y todo.
—Y eso va a ayudarla a encontrar un buen hombre para casarse— dijo
Banbury con agresividad.
—Lo sé.
Banbury se pasó una mano por el pelo, sin mirar a Daniel.
—Lo que hice con el mobiliario nunca importó— dijo con voz baja y ronca. —
Yo era sólo un soltero viviendo en esa casa. Y luego llegó Grace, y no sólo ha sido
herida por nuestra madre, sino por mí.
Daniel no sabía qué decir. A pesar de que pensaba que él mismo cargaba con
una loca y escandalosa familia, al menos, siempre habían estado ahí,
preocupándose demasiado por él y dándole una educación decente. Después de
la muerte de su padre, Grace y su hermano nunca habían tenido ningún tipo de
estabilidad. Y ahora su madre les había dejado siquiera sin la seguridad de un
hogar.
Intuía que Banbury estaba al borde de un precipicio, y una decisión
equivocada podría lanzarlo a una caída en picado. Y entonces Grace sufriría aún
más.
—No soy como usted, Throckmorten. Usted parece controlar el juego. Pero a
mí, me controla.
Daniel no dijo nada por un momento.
—¿Ha pensado en lo que le dije sobre los ferrocarriles?
—Leí un libro— dijo Banbury con cansancio.
—Eso es bueno. La investigación es importante. Podría explicarle lo que hice
cuando llegué por primera vez, cuáles son los mejores mercados a tener en
cuenta. Tengo algo de experiencia en tomar una pequeña cantidad de dinero e
invertirla sabiamente.
—¿No tenía mucho dinero?— preguntó Banbury, evidentemente con
renuente curiosidad.
Daniel negó con la cabeza.
—Una renta. Mi padre pudo haber sido famoso, y mi madre nunca lo quisó
por esa razón, pero por ahora el dinero es suyo. Y está el duque, por supuesto,
pero usted sabe a dónde pasará la mayor parte de su patrimonio.
—Pero usted es su heredero.
—Sólo hasta que él tenga su propio hijo. El pobre hombre tiene que casarse.
Banbury asintió, sin dejar de mirar fijamente a Daniel.
—¿Está ofreciéndose a guiarme?— preguntó finalmente Banbury.
Daniel le miró a los ojos.
—Supongo que sí.
—Entonces aceptaré su oferta.
Su voz era neutra, controlada, sin traicionar la rendición que Daniel sabía que
debía estar sintiendo.
—Bien. Tengo una oficina en el Ferrocarril del Sur. Reunámonos allí mañana a
las dos.
Daniel le entregó el plato a un criado y se fue sin mirar atrás. No creía que
Banbury fuera a jugar, al menos no esta noche.
***
Grace se paseó hasta bien entrada la noche. Si no lograba tener una noche de
sueño completa, su cutis se resentiría. Pero el sueño continuaba eludiéndola,
pensando una y otra vez sobre su conducta con Daniel en la cena.
Debían de haber sido los celos.
¿Qué otra explicación podía haber?
Él deliberadamente la había desairado, lo sabía, prestando atención a otra
mujer. Y eso se suponía que estaba bien para ella; quería que fuera un soltero
normal de la Sociedad en busca de la esposa perfecta.
Pero no podía entender por qué la había ignorado. ¿Sin duda tal estrategia no
daría lugar a su seducción?
Así que por ignorancia, había caído directa en su plan; él había querido que
ella lo notara, que fuera la necesitada de su atención, en lugar de siempre
perseguirla él.
Y ella lo había perseguido.
Le había tocado bastante… escandalosamente, había sentido los largos
músculos duros de su muslo. Cielos, si alguien hubiera visto lo que había estado
haciendo con él…
Con un gemido, comenzó a pasear por la casa a oscuras. De vez en cuando,
miraba por las ventanas delanteras, pero no vio a nadie merodeando en la calle.
Abrió la puerta de la habitación principal, pero estaba oscura y vacía.
Exhausta, volvió a su habitación y se dejó caer sobre la cama, sin siquiera
molestarse en arrastrarse debajo de la colcha.
Y así fue como Daniel la encontró, de espaldas sumida en el sueño, su larga
trenza descansando sobre la almohada.
Él puso un brazo alrededor del poste de la cama y se limitó a observar el
movimiento de sus pechos, la forma en que su camisón caía en pliegues entre sus
muslos.
Se acercó y susurró su nombre, pero ella no se movió. Le quitó el lazo del
extremo de su trenza y extendió su largo cabello castaño sobre la almohada. Era
suave y espléndido, y se lo imaginó deslizándose a través de su piel.
¿Se despertaría si la tocaba?
Pasó el dedo desde el tobillo hasta la rodilla, la única parte descubierta
después de haberse girado en su camisón. Y aunque se agitó, estaba demasiado
profundamente dormida para responder.
Y sin su participación, no podía disfrutar de ella. Ella no era sólo un cuerpo
que tenía que poseer. Era un espíritu, una presencia, y él quería ver en sus ojos
cuando la excitara. Quería saber que por fin, no podía resistirse más, y que lo
aceptaba por su propia y libre voluntad. No necesitaba su confianza; sólo
necesitaba su pasión.
Así que le escribió una nota en su escritorio, la dejó sobre la mesita de noche,
y se fue a terminar su vigilia de todas las noches en la habitación principal.
***
Cuando Grace se despertó tarde en la mañana, estaba nerviosa y confundida.
Y entonces se dio cuenta que su pelo estaba enredado a su alrededor. Se lo apartó
de la cara mientras se sentaba, suspirando por todo el cepillado que tendría que
hacer para desenredarlo. El lazo debió haberse aflojado mientras dormía.
Y entonces vio la nota en la mesa, con una fuerte escritura masculina: Me
resistí.
Se cubrió la cara y, con un gemido, cayó de nuevo entre las almohadas. Daniel
había invadido su habitación, y ella no tenía ningún recuerdo de ello. ¿Qué había
hecho, además de liberar su cabello de la trenza que le molestaba?
Pero… se había resistido. Y no la había despertado.
¿Habría venido por lo que su mano errante le había prometido la noche
anterior? ¿Pensaba que estaba dispuesta a rendirse? Encontraría muy pronto que
su armadura estaba abollada, pero no rota.
Rompió la nota antes que alguien pudiera verla.
***
Después de un almuerzo temprano con Edward, durante el cual casi no habló
con ella, tan absorto estaba en su libro sobre los ferrocarriles, Grace salió de
compras con Beverly. No compró nada, salvo cintas para el pelo, pero se sentía
bien no haciendo otra cosa que hablar de sus inquietudes ligeras, moda, peinados
y quién podía llegar a ser la prometida de quién.
Pero cuando regresó a la casa, Ruby se encontró con ella en el vestíbulo.
—Hemos tenido visitas hoy, señorita Grace— dijo ominosamente.
—Deben haber dejado sus tarjetas— respondió Grace. —Menos mal que no
estaba aquí, o me habría sentido obligada a recibirlas. ¿Has comenzado a mover
algunos de los cuadros de mi dormitorio y del dormitorio principal?
—No estoy segura de que vaya a ser necesario.
Grace se quitó su sombrero y frunció el ceño, mientras la criada lo tomaba
distraídamente.
—¿Qué quieres decir? Lady Cheston dijo que iba a visitarme…
—Un decorador ha venido hoy. Parece que el señor Banbury le contrató para
arreglar el lugar.
—¿El señor Banbury?— Grace dijo débilmente, ya sabía quién era
responsable y estaba tratando de averiguar por qué.
—Están todos emocionados, porque pueden hacer lo que quieran, siempre y
cuando usted lo apruebe.
—Por supuesto. — Grace se dejó caer en una silla.
—¿El señor Banbury ganó mucho dinero?— preguntó Ruby con suspicacia.
Grace abrió la boca, a punto de responder a la incertidumbre, pero lo único
que dijo fue: —No lo creo.
—Se supone que el señor Banbury contrató a los Woodley, también— Ruby
continuó en voz más suave. —Pero él no hizo ninguna de esas cosas, ¿verdad?
Grace negó con la cabeza.
—Ese hombre que usted está desafiando cree que puede ganarla— advirtió
Ruby.
—Él sólo quiere tener la casa preparada porque piensa que va a hacerse cargo
pronto de ella.
—¿Está teniendo éxito en su intento de hacer de él un mejor hombre?
Grace se mantuvo en silencio.
—El decorador dijo que traería a sus hombres y empezarían a trabajar
mañana. Va a ser complicado por un tiempo.
Se sentía enojada y a la defensiva.
—¿Así que está tratando de sacarme de la casa antes de tiempo?
—No— dijo una voz masculina.
Ambas se dieron la vuelta para ver a Daniel parado en la puerta.
—¿Puedo pasar?
Estuvo a punto de decirle que él era el dueño del lugar, pero sólo intercambió
una mirada significativa con Ruby.
—Siga al salón, señor Throckmorten— dijo Grace, consciente de que los otros
sirvientes podrían estar escuchando. —Voy a llamar para tomar un refrigerio.
Rubí no los dejó solos, y Grace estaba agradecida, a pesar de que Daniel miró
con impaciencia a la doncella más de una vez mientras esperaban el té y pasteles
helados. Ruby se sentó en un asiento de la ventana remendando camisas de
Edward, mientras que Grace se sentó en el sofá, y Daniel se paseaba. Parecía
demasiado grande para el salón, lleno de energía que no podía ser contenida.
Cuando sirvieron el refrigerio, deliberadamente él se sentó a su lado.
Ruby dio un resoplido de desaprobación.
Grace agitó su té y se quedó mirando como el color se difuminaba con la
crema.
—¿No puedes mirarme?— preguntó él en voz baja.
Ella le dedicó una amplia sonrisa.
—Qué tontería. Por supuesto que puedo.
Después de un largo suspiro, él miró a Ruby, y bajó la voz.
—Estoy mirándote porque estoy recordando dónde estaba tu mano ayer por
la noche.
Ella dejó la taza en el platillo con un golpe seco que salpicó unas gotas sobre
su falda. Para su sorpresa, él humedeció rápidamente su pañuelo en una jarra de
agua y secó el lugar por encima de su rodilla antes de que pudiera mancharse.
Y se lo permitió, a sabiendas de que ella le había tocado de una manera
mucho más íntima, sumergiendo sus dedos entre sus muslos. Se sintió acalorada
de vergüenza.
¿Por qué era tan difícil de aceptar su propia y ansiosa participación en su
desafío?
Oyó a Ruby ponerse de pie y ni siquiera pudo mirarla.
—No es nada, Ruby. Puedes regresar a tu costura.
Tenía que sacar el tema de su conducta escandalosa. Así que ¿cómo no
recordarle la suya?
—Viniste a mi habitación anoche— susurró ella con desaprobación.
—Tuve que hacerlo, después de la promesa de tu toque.
Ella respiró hondo, y finalmente admitió —Fue una tontería de mi parte
pagarte de la misma manera por cómo me habías tocado.
—¿Así que por eso lo hiciste?
—¿Por qué más sería?
—Pensé que querías mi atención.
Eso estaba demasiado cerca de la verdad.
—No, quería que vieras lo que se siente al ser molestado en público, sabiendo
que no hay nada que puedas hacer para detenerlo.
—Yo lo disfruté— dijo él simplemente.
Ella suspiró, tomando otro sorbo de su té.
—Estoy sorprendida de que no tomaras ventaja en mi habitación anoche.
—Traté de despertarte, pero parecías agotada.
Ella frunció el ceño, pero no contestó. Entonces finalmente murmuró:
—¿Qué más hiciste?
Se estaba acostumbrando tanto a sus estados de ánimo y a la manera en que
su mente trabajaba, que podía decir que se había puesto rígido. Sentía curiosidad
en cuanto al porqué, pero no le preguntó.
—¿Así que crees que abusaría de ti?— preguntó él en voz baja.
Ella le miró rápidamente. Su expresión era extrañamente impasible, y se
preguntó por un momento, si había herido sus sentimientos.
—Yo no he dicho abuso— respondió, todavía estudiándole. —Ya sabes cómo
reacciono a ti. ¿Estabas tratando de despertarme?
—En realidad, no.
—Entonces, ¿qué estabas haciendo?
—Sólo mirándote— dijo, su voz sonaba baja y ronca.
Quedó atrapada en la pasión que vio en su mirada de párpados
entrecerrados. Ni siquiera se estaban tocando, pero él la excitó, la hizo anhelarlo.
Se sentía abrumada y sin preparación, y se preguntó si podría resistir los embates
de sus propias necesidades.
Con un sobresalto, se echó hacia atrás, alejándose de él. ¿Qué estaba mal con
ella? ¿Cómo podía siquiera pensar en perder, cuando su futuro —y el de Edward—
estaban en juego?
Él se aclaró la garganta.
—Me voy mañana para Hertingfordbury.
Le miró boquiabierta.
—¿Te vas a mi casa?
—Quiero que vengas conmigo.
Abrió la boca para protestar, pero él levantó una mano.
—Pensé que podrías presentarme al mayordomo y a los sirvientes. Iré sin ti, si
debo hacerlo.
Ruby había dicho que los sirvientes de la casa no tenían ni idea de que la
familia ya no era dueña de la mansión. Por mucho que a Grace no le gustara la
intimidad de viajar con él, les debía la consideración de explicar lo que había
sucedido. Y quizás podría hablar con Daniel para conservarlos.
—Iré— dijo con firmeza.
Sus ojos se abrieron un poco.
—Eso no requirió de mucha persuasión.
—Yo debería ser quien les hable, no un extraño.
—¿Y qué va a decir tu hermano?
—Él sabrá que voy con una acompañante adecuada— dijo Grace, señalando a
Ruby.
Grace ocultó su sonrisa ante su mirada de resignación.
—No soy una chica ingenua, recién salida de la escuela, después de todo.
Él se recostó en el sofá y apoyó el brazo en el respaldo.
—En el camino, voy a ser capaz de mostrarte mis obras de caridad.
Ella le dio una pequeña sonrisa.
—¿Y qué sería eso? ¿La pista de carreras donde mantienes a los jinetes
empleados?
—No, Grace, ya te dije que leo para los ciegos. Te lo demostraré en este viaje.
Ella le miró con recelo.
—No puedo esperar a ver que te traes entre manos.
Cuando él se inclinó, Grace miró fijamente a Ruby, luego a él.
—Señor Throckmorten…
—Recuerda, Grace, tenemos sólo ocho días para que termine nuestro desafío.
Debo encontrar alguna manera de lograr una ventaja sobre ti.
Ella se echó hacia atrás, levantando una mano con vigor.
—Y si los besos por sí solos no funcionan, voy a encontrar tu lado sensible con
la caridad y mi buena naturaleza.
Grace se mordió los labios para no reírse.
—Supongo que vas a necesitar toda la suerte que puedas conseguir, porque
yo no pienso perder.
Fuera de la vista de Ruby, él movió la mano sobre su cadera, ahuecando su
trasero, sus largos dedos presionando y acariciando.
Grace contuvo el aliento, sorprendida de lo rápido que podía estallar su deseo
por él.
Con su rostro demasiado cerca, murmuró:
—Tienes mi promesa… Voy a ser el ganador en este juego entre nosotros.
Capítulo 12
Grace estaba preocupada acerca de cómo podrían desaparecer ella y Daniel al
mismo tiempo de la ciudad —y de las listas de invitados de la Sociedad— sin causar
sospechas. Pero todo eso fue solucionado en el baile de Lady Putnam esa noche.
Había tenido la esperanza de que Daniel evitara el evento, ya que siempre lo
había hecho antes de su desafío. Pero entonces sintió que estaba siendo una
cobarde. No iba a permitirse estar a solas con él. Ese era el secreto para sobrevivir
a sus íntimas persuasiones y su propia pérdida de control. Quedaba sólo una
semana. En una semana de conocerlo, ella aún no se había quitado toda su ropa
en su presencia.
Oh Dios, ¡a dónde había llegado cuando eso era algo por lo cual elogiarse a sí
misma! Cómo podía estar orgullosa, cuando había permitido que algunas de sus
ropas fueran… recolocadas. Y con demasiada frecuencia podía recordar su boca
sobre ella, lo que había hecho con sus dientes y la lengua. Era increíble que
todavía pudiera funcionar cada vez que pensaba en su efecto sobre ella.
En el baile, que se celebraba en un espacio de tres salones grandes, Grace
encontró a Beverly y le dijo que se iba para su casa, y con quien iba a viajar.
—Necesito tu ayuda para disimular que me voy el mismo día que Daniel—
dijo Grace en voz baja, mientras sonreía a un hombre mayor que asintió con la
cabeza al pasar.
—Oh, Grace, eso no es una buena idea.
—Lo sé, pero no puedo dejar que nuestros sirvientes le conozcan sin ninguna
explicación.
—Podrías escribirles una carta.
—Pero entonces no podré persuadirle para mantenerlos a todos en sus
trabajos. Puedo ser capaz de señalar todo lo que cada uno hace en beneficio de la
familia.
—Entonces, si no puedo convencerte de lo contrario, ¿qué puedo hacer para
ayudar?— dijo finalmente Beverly.
Con su vaso de limonada cerca de sus labios, Grace dijo —Déjale saber a
algunas personas que visitaré mi casa en dos días. Si alguien viene a verme
mañana, dejaré dicho a mis sirvientes que estoy de compras contigo. ¿Te importa
tener que mentir?
—Es por una buena causa— dijo con un suspiro.
—Hablando de una buena causa...— comenzó Grace, cuando vio a Daniel
entrar en la habitación.
Como de costumbre, las cabezas se volvieron hacia él, y una ola de rumores
surgieron a su alrededor. Seguramente no estaban acostumbrados a verlo tanto
en estos eventos. Y a continuación, las cabezas empezaron a girar, una por una,
hacia ella. Todo el mundo estaba esperando a ver lo que harían juntos.
Pero no se suponía que fuera sobre ellos dos como pareja. Él no iba a casarse
con ella, por lo que no servía para nada que bailara con ella. Sólo que a ella le
gustaban sus atenciones, le gustaba sentirse el centro de su cálida atención. Pero
había otras jóvenes merecedoras de su tiempo.
Se volvió de nuevo a Beverly y sonrió.
—¿Recuerdas tu promesa de ayudar a Daniel a encontrar futuras novias?
—¿Sí?— dijo ésta alegremente.
—Hay tantas hermosas y bien educadas damas aquí, y él debe conocer a
muchas de ellas o a sus familiares varones.
—Probablemente— dijo Beverly, mirándola un poco confundida.
—Entonces vamos a presentarle a las mujeres a las que normalmente no
conocería.
Grace susurró su plan, Beverly aplaudió, y las dos se las arreglaron para
parecer cortésmente sonrientes cuando Daniel finalmente las alcanzó.
Hizo una reverencia.
—Señoras, ambas se ven preciosas esta noche.
Grace se sintió un poco sin aliento con sólo mirarlo, todo oscuro y atractivo en
su traje de noche negro. Él la miró durante un tiempo demasiado largo,
demasiado cerca. Era el momento de distraerlos a los dos.
—Gracias por su elogio, señor Throckmorten — dijo Beverly. —Perdóneme
por ir directa al asunto, pero me vendría bien su ayuda esta noche.
Grace vio que mostraba una mirada sospechosa dirigida a ella, pero mantuvo
una sonrisa serena en su rostro.
—Mire a la esquina más cercana a la entrada principal— dijo Beverly, sin
molestarse en señalar.
Daniel miró, pero no Grace, que no quería parecer demasiado obvia. Pero ella
ya sabía que había dos filas de sillas colocadas en la esquina, mirando hacia fuera,
para las acompañantes y… floreros.
—Hay varias damas elegibles ahí a las que nadie nunca les pide bailar— dijo
Beverly —excepto por caballeros de edad avanzada.
Daniel miró.
—¿Y la misión es que yo encuentre hombres que bailen con ellas?
—¿Por qué no?— dijo Beverly a la ligera —me gustaría que usted haga el
honor.
Grace se mordió el interior de su labio para que no reír a carcajadas ante la
manera impasible en que miró una vez más hacia las mujeres solteras, para a
continuación, volverse hacia Beverly.
—Lady Standish— comenzó con paciencia —hay muchas damas allí.
Seguramente yo no podría...
—No sea tonto, señor Throckmorten. Algunas de ellas son acompañantes y se
negarían a bailar con usted de todos modos. — Beverly palideció. —No quise decir
que se negarían a bailar por ser usted, sino porque son acompañantes.
—Por supuesto — El tono seco de la voz de Daniel expresó sus dudas.
—Entonces, ¿lo hará?— Beverly preguntó con evidente emoción.
—Haría cualquier cosa por usted, Su Señoría.
—Entonces permítame ir primero, para que pueda comenzar a charlar.
Después de varios minutos, usted puede venir y solicitar una presentación.
—¿Así no se verá tan deliberado?— preguntó él con diversión.
Beverly asintió y comenzó a alejarse, aferrada a su falda, inclinándose
ligeramente ante la persona ocasional que se cruzaba en su camino.
Grace sintió que Daniel la miraba.
—Esto fue idea tuya, ¿no?
Ella sonrió, manteniendo su mirada fija en los bailarines que realizaban los
intrincados pasos de la cuadrilla.
—Puedes ignorarme todo lo que quieras— dijo Daniel —pero estoy
empezando a reconocer cómo funciona tu mente tortuosa.
Ella frunció el ceño.
—No es tan extraño querer que las señoritas se diviertan en un baile.
—Aha, fue idea tuya— Bajó la voz —¿Ya no deseas bailar conmigo?
Su pregunta quedó en el aire un momento, y no supo muy bien cómo
responder.
—Sabes bailar muy bien— dijo finalmente con renuencia. —Y yo disfruté.
Pero no quiero que la gente… llegue a la conclusión equivocada.
—¿Y cuál sería?
—Que me estás persiguiendo.
—Pero lo hago.
Ella suspiró, todavía sin mirarlo, aunque era consciente de su calor y su olor.
—Persiguiéndome por una razón noble.
—¿El deseo no es noble?
—Una apuesta no es noble— dijo ella en voz baja, haciendo una mueca ya
que había dicho la palabra en voz alta. Se sentía nerviosa e inquieta. Una joven
debía aspirar al matrimonio… en su lugar, ella aspiraba a evitar una seducción
ilícita.
—¿Así que no puedo bailar contigo?— dijo él, dejando su copa.
—Yo no he dicho eso.
—Entonces propongo que te haré este favor, y a lady Standish, por supuesto,
y a cambio, me deberás un baile privado.
Ella tomó aire, con los ojos cerrados, imaginándose la sola idea de estar de
nuevo entre sus fuertes brazos.
¿Cuántos días quedaban hasta que ella ganara?
—Muy bien —accedió—¿Deseas bailar en la terraza?
—No, tendrá que ser otra noche, donde nadie nos pueda molestar.
Su mirada podría haberla derretido con el calor de la pasión. Ella debería
haber apartado la mirada, incluso una parte distante de su mente advirtió que
alguien podría estar mirando.
Por fin él la dejó, y ella sólo podía pensar crudamente que estarían en
contacto permanente al menos durante los próximos dos días.
Gracias a Dios por Ruby, ya que no podía imaginarse soportando
interminables horas en un carruaje con él mirándola con sus ardientes ojos
marrones.
***
Mientras Daniel bailaba con tres damas diferentes, sabía que una vez más era
el foco de susurros especulativos. Pero tuvo que admitir que era por una buena
causa. Era una pena que estas muchachas tuvieran tan pocas parejas de baile que
sólo podían trabarse con sus palabras de agradecimiento.
De vez en cuando, miraba a Grace, quién le sonreía con placer. ¿Cómo algo
tan sencillo la hacía tan feliz?
Ella bailaba con otros caballeros, y encontró que tenía que esforzarse para no
seguir mirando en su dirección. No tenía por qué estar celoso. Sabía que era él
quien iba a estar a solas con ella en la oscuridad, el primero en mostrarle su
pasión.
Después de varios bailes, tomó una copa de champán de un camarero que
pasaba y se quedó solo cerca de las puertas de la terraza abierta. Una débil brisa
penetraba en la opresión sofocante de la sala del concurrido baile. Su mirada se
fijó en Grace, quien bailaba el vals con otro hombre. Observó la grácil forma con
que se movía por el suelo, con las faldas balanceándose con cada vuelta, el rostro
iluminado de alegría, como si se hubiera olvidado momentáneamente de sus
preocupaciones.
Otros hombres también la miraban, y se encontró estudiando sus
expresiones. La mayoría parecían curiosos o interesados, o incluso tenían una
sonrisa de admiración. Pero un hombre, que estaba solo, dejó escapar una
expresión de adoración extasiada hasta que miró a su alrededor como si estuviera
preocupado de que alguien lo hubiera visto.
Daniel repente lo reconoció. Era uno de los otros dos hombres que habían
participado en el infame juego de cartas con la madre de Grace. Él había querido
que la señora Banbury endulzara el premio con la mano de su hija.
Sintiendo la fría amenaza del peligro, Daniel comenzó a moverse, bordeando
la multitud, pero permaneciendo cerca de la pared, paso a paso, cada vez más
cerca del otro hombre. Era de baja estatura y delgado, con las características
adecuadas para ser el extraño que había estado espiando en las sombras fuera de
la casa de Grace.
Pero, ¿cómo se llamaba?
Daniel lo mantuvo a la vista, incluso cuando un caballero o dos entablaron
una conversación. Por fin, después de unas preguntas casuales, alguien fue capaz
de identificarle.
Horace Jenkins era al parecer un hacendado en Hertfordshire. Al menos debía
haber visto a Grace desde lejos, pero era más probable que él la hubiera
conocido, porque, ¿cómo más iba a haber decidido que tenía que casarse con
ella? Pero Daniel no quería preguntarle a Grace y despertar sus sospechas antes
de tiempo. Tendría que dejar que los investigadores examinaran la cuestión. No
quería que se filtrase una palabra que pudiera comprometer la reputación de
Grace, y estaba seguro que podría, por el precio correcto, convencer a Jenkins y al
otro hombre, para que permanecieran callados.
Además, Daniel estaba a punto de llevarse a Grace lejos de Londres, lejos del
peligro, lejos de su habilidad para escaparse de él. Con los días cada vez más
limitados, necesitaba horas libres para cortejarla.
Admitió que había subestimado la dificultad de su seducción. Pero todavía le
quedaban un truco o dos.
Al amanecer del día siguiente, Grace se sintió como el personaje de una
novela. Ya había enviado su baúl de ropa a los establos, donde el coche de Daniel
la estaba esperando. Luego ella y Ruby caminaron por el jardín que brillaba con el
rocío, hasta los establos, y luego a través de la puerta que llevaba al callejón. Se
sentía nerviosa, como si estuviera haciendo algo que podría cambiar su vida.
Todo lo que ella hacía con Daniel Throckmorten tenía ese potencial, pensó.
Debería molestarla, pero en cambio le daba un poco de emoción. Entonces
recordó que la entrada de Daniel a su vida había cambiado todo y no para mejor.
Le vio de pie al lado del elegante carruaje negro con sus cuatro caballos,
resoplando y volteando sus cabezas como si estuvieran ansiosos por partir.
Y de repente Grace no estuvo tan nerviosa porque tenía a Ruby para
apoyarse. Él sabía que ella no iba a viajar sin vigilancia, sin embargo, sus ojos
oscuros brillaron con diversión y mudo desafío, como si una simple doncella no
pudiera impedir que tomara algo que él quería.
Y ese algo era Grace.
Aunque se dijo a sí misma que no debía sentirse halagada, lo sentía
claramente, casi una femenina satisfacción. Por alguna razón, él la deseaba. Ella
era sólo su reto actual, un premio que había ganado. Él era un apostador; es lo
que hacía. Ella se había opuesto a los juegos de azar toda su vida, había sido
receptora de sus terribles consecuencias demasiadas veces.
Sin embargo, estaba participando en este indecente desafío, y disfrutándolo.
Seguramente era sólo por la adulación de un hombre que la deseaba. Y la certeza
de que podía ganar, negándole su premio mayor.
No volvería a permitirle a un hombre tal control sobre ella.
Y entonces Daniel abrió la puerta del carruaje y le tomó la mano para
ayudarla a subir. Por un momento, sintió como si estuviera entrando en una
trampa peligrosa.
Ella levantó la barbilla, le tomó la mano, y dio un paso al interior.
A pesar de que era temprano, había mucho tráfico. Muchas carretas se
dirigían a la ciudad con productos de las granjas de los alrededores, leche, fresas y
todo lo que los cocineros de Londres compraban cada día. Grace se sentó en
silencio, escuchando los gritos de los vendedores, porque había dejado las
persianas de la ventana más cercana cerradas.
—Se va a poner muy incómodo aquí si mantienes la ventana cerrada todo el
día— dijo Daniel secamente.
—No tengo calor— La primera gota de sudor se deslizó por el centro de su
espalda, y eso que era temprano.
—No te preocupes por las apariencias. Todo el mundo pensará que estamos
casados.
Ella frunció el ceño ante la diversión que él mostraba.
—No la gente que nos conoce, la gente que cree que estás saliendo solo de la
ciudad y que yo simplemente estoy de compras.— Ella vaciló, luego le preguntó
audazmente. —Así que ¿por qué no te has casado?
Él arqueó una ceja, pero, sorprendentemente, respondió.
—Nunca pareció ser el momento adecuado.
—No has conocido a la mujer adecuada.
—Nunca lo intenté. Antes de ti, era raro que yo asistiera a los bailes y sólo lo
hacía cuando mi primo insistía que mirara la última cosecha de debutantes. Mi
amante se encargaba de cualquier otra necesidad— dijo sonriendo y dejando que
su mirada vagara por su cuerpo.
Ella apretó los dientes, e ignorando su indecente referencia, dijo:
—¿Tu primo, el duque?
—Hace tiempo que adoptó la función de cuidador de la familia. Piensa que el
matrimonio me hará sentar cabeza y ser feliz.
—¿Pero no para sí mismo?
—Un duque tiene que estar absolutamente seguro de que ha encontrado a la
correcta y presentable mujer, quien debe estar preparada para el puesto.
—¿Es así como los Cabot siempre han abordado el matrimonio?
—De hecho es todo lo contrario. Mi abuelo, que en paz descanse, creía que se
había casado con mi abuela por las razones equivocadas, la riqueza y la belleza.
—No puedes decirme que Su Gracia cree que debes casarte con una mujer
pobre y sencilla.
Él se echó a reír.
—Me casaré con una mujer que encaje conmigo, con quien pueda hablar.
Madingley me recuerda que nuestro abuelo cometió tantos errores al perder su
herencia cuando era un hombre joven que arruinó su matrimonio por pasar
demasiado tiempo lejos, reconstruyendo su fortuna. Así que mi abuelo era un
firme creyente en el matrimonio adecuado para sus descendientes.
—¿Creía que sus propios hijos vivían a la altura de sus expectativas?
—No lo sé. Pero yo no tengo que ceder ante su memoria como Madingley.
Cuando eres un duque, tu matrimonio afecta a muchas personas.
—¿No estaba el padre del duque casado con una española?
Él la miró con diversión.
—Así que lo sabes.
—A la gente le gusta hablar de tu familia.
—Su padre se casó por amor, y aunque Madingley ama a su madre, creo que
a veces trata demasiado de evitar el escándalo. Cuando su padre murió hace
nueve años, murió después de una feliz y satisfecha vida.
—¿Y qué ves cuando piensas en el matrimonio?
Él le dirigió una mirada curiosa.
—Seguramente tienes una opinión— continuó —Tus propios padres parecían
amarse, aunque en conjunto, también escuché que tus tías y tu tío podían ser
muy volátiles.
—Creo que es mejor estar profundamente enamorado para hacer que el
compromiso valga la pena.
Ella lo miró con sorpresa.
—¿Crees en el amor? ¿No sólo en casarse por el bien de tu familia o tu
fortuna?
Él levantó una mano.
—Yo no he dicho que crea en el amor para mí. Tal riesgo puede ser
demasiado grande incluso para un jugador como yo.
—Debido a que el matrimonio es una apuesta— dijo lentamente, dándose
cuenta que estaba de acuerdo con él, al menos en eso. Estar con un hombre de
cualquier manera era un juego de azar, y ella había perdido la primera vez que
entró en el juego.
Mientras el carruaje salía de la ciudad, Daniel se encontró mirando a Grace en
lugar de mirar por la ventana o leyendo el periódico que había traído. No quería
dejar el tema del matrimonio, lo cual le sorprendió. Y la doncella amablemente se
había quedado dormida, con la cabeza en un ángulo incómodo cerca de su
hombro.
—¿Qué hay de ti?— preguntó.
Él pensó que Grace parecía inquieta.
—¿De mí?
—El matrimonio.
Ella ladeó la cabeza, visiblemente sorprendida.
—¿Por qué no te has casado? Y no lo relaciones con juegos de azar.
Ella le dirigió una sonrisa torcida, y sus dedos retiraron un hilo suelto de su
bolso. Estaba realmente nerviosa, pensó él con sorpresa, y su curiosidad aumentó.
—Tienes una dote— le recordó.
—La tengo.— Mostró una sonrisa alegre. —Pero eso no facilita encontrar el
marido correcto. Si tuviera una fortuna, podría elegir a cualquier hombre, pero no
la tengo, así que tengo que ser selectiva. Y vivir en un pequeño pueblo tiene sus
limitaciones.
—Pero sin duda ha habido pretendientes.
—Los ha habido— estuvo de acuerdo. Pero su mirada se desvió a lo lejos.
Encontraba cada parte de ella fascinante, y se inclinó hacia delante, con los
antebrazos apoyados en las rodillas.
—¿Y bien?
Con un fuerte suspiro, ella dijo:
—Porque tú temes por tu intimidad, ¿debes husmear en la mía?
—No necesito decirte que no temo a la intimidad— dijo en voz baja suave,
dándole una mirada significativa.
Ella miró rápidamente a su doncella, que aún dormía.
Daniel bajó la bota por debajo del dobladillo del vestido de Grace.
Ella sostuvo su falda hacia abajo y le miró.
—¡Basta!— dijo entre dientes.
Un rizo húmedo cayó sobre la frente de ella, y para su sorpresa, le costó
mucho esfuerzo contenerse de deslizar sus dedos por él, poniéndolo de nuevo en
su lugar.
Daniel sonrió.
—Entonces responde a mi pregunta.
—¡Sí!— susurró. —Sí, he tenido pretendientes, y sí, uno se convirtió en algo
importante para mí. Sí, pensé que íbamos a casarnos, pero él tenía otros planes y
rompió mi corazón. Pero se ha reparado. ¿Estás contento ahora?
Ella se movió airada en el asiento, con los brazos cruzados debajo de sus
pechos.
¿Qué otras ideas había tenido este pretendiente? Tal vez él también había
querido sólo una amante. La conciencia de Daniel se agitó ligeramente.
—Siento resucitar los recuerdos— se encontró diciendo.
Ella le lanzó una mirada de curiosidad, y él se preguntó qué era lo que había
revelado accidentalmente.
Rubí se despertó antes de que pudiera decir algo más, y él dejó sus ojos casi
cerrados, como a la deriva. Grace abrió las ventanas, señalando el paisaje a su
doncella como si ninguno de ellos hubiera estado nunca en una granja.
Daniel supuso que era todo para no tener que prestarle atención a él.
Era demasiado fácil hablar con Grace, quien era más interesante que otras
mujeres. Al menos ella no podría quejarse, como su última amante lo había
hecho, de que no hablaba con ella.
Si prestaba atención a las preocupaciones de su primo, pensaría que Grace
estaba tratando de atraerle al matrimonio. Ella había preguntado sobre eso, por
supuesto. Pero pensaba que su motivo era mantenerlo distraído por la
conversación. Estarían durmiendo en la misma casa, más pronto de lo que ella
pensaba. Él le había advertido que iba a mostrarle sus “obras de caridad”. Y eso
significaba una parada en Enfield Manor, donde el Vizconde Wade estaba
visitando a su abuela, a las afueras de Londres. Aunque Simón Wade estaba
comprometido para casarse, Daniel pensó que sería bastante fácil moverse a
hurtadillas por su casa, después de todo, estaba a punto de casarse con la
acompañante de su abuela, y él mismo debía haber hecho algo así.
Si Daniel no recordaba mal, había un balcón que corría a lo largo de la casa,
con una puerta para cada habitación.
Capítulo 13
Antes del mediodía, Grace notó que el carruaje estaba saliendo de la gran
carretera norte. Se enderezó, y le dio un codazo a Ruby, que estaba dormitando.
Ambas miraron con recelo a Daniel.
Él sonrió.
—¿Paramos para el almuerzo?— preguntó Grace.
—No.
Ella frunció el ceño.
—Entonces, ¿a dónde vamos?
—Por vuestra expresión parece que estuviera a punto de secuestraros,
llevaros al Oriente y venderos al mejor postor.
—No creo, porque eso sólo te daría dinero, que es algo que no necesitas.
—¿Y cómo sabes eso?
—Una oye cosas.
—Pero un jugador siempre necesita dinero.
Ella entrecerró los ojos, dando un gran suspiro.
—Muy bien. Permíteme recordarte que prometí enseñarte mi contribución
caritativa a la Sociedad. A diferencia de la mayoría de la gente, doy más que
dinero. Doy mi tiempo.
Grace creyó oír a Ruby ocultar una carcajada, pero cuando la miró, la doncella
estaba mirando serenamente por la ventana.
—Dijiste que leías a los ciegos— dijo Grace con escepticismo.
Ruby ahora estaba agitándose, tapándose la boca.
—Lo hago— dijo solemnemente.
Sacudiendo la cabeza, Grace suspiró y miró por la ventana. No pasó mucho
tiempo antes de que se salieran de la carretera hacia un estrecho camino que
conducía a una bonita mansión de campo de tres pisos.
—¿Dónde estamos?— Preguntó.
—Enfield Manor— dijo —la casa de la Vizcondesa Viuda de Wade.
Luego él esperó su reacción. Pero el nombre no le resultaba familiar.
Después de enviar a Ruby a las cocinas por un refrigerio, el mayordomo les
mostró el interior de un salón soleado donde las cortinas abiertas permitían que
la brisa entrara por las altas ventanas. Una mujer se puso en pie.
—Señorita Shelby— dijo el mayordomo —se encuentran aquí señor
Throckmorten y la señorita Banbury.
Ambas mujeres hicieron una reverencia, mientras que Daniel hizo una breve
inclinación. La Señorita Shelby era una joven atractiva, alta, con el pelo más rojo
que Grace hubiera visto nunca.
La señorita Shelby sonrió contenta y se adelantó, dejando a Daniel tomar su
mano.
—Daniel, me alegro de verte. Estoy segura que el mayordomo fue a avisar a
Simón de tu llegada. Estará aquí en un momento. Siéntense.
Grace los siguió a ambos y se sentó en una cómoda silla con apoyabrazos. La
Señorita Shelby se volvió hacia ella.
—Señorita Banbury, encantada de conocerla— dijo la otra mujer. —Admito
mi sorpresa porque Daniel esté de visita acompañado de una dama.
—Gracias por la amable bienvenida, señorita Shelby— dijo Grace. —El señor
Throckmorten y yo estamos en camino para inspeccionar la propiedad que fue
mía y que él ha adquirido recientemente.
—¿Inspección de la propiedad?— dijo una voz profunda desde la puerta.
Grace se volvió y contuvo el aliento por la sorpresa. Era un hombre alto y
guapo, que sonreía cordialmente, aunque la diversión no llegaba a sus ojos.
Entonces, Grace vio el bastón que sostenía, y se dio cuenta que el vizconde era
ciego. Sintió que la invadía la tristeza, pero por su sonrisa encantadora, se imaginó
que a él no le gustaría que se sintiera de esa manera.
Sin compañía, caminó dentro de la habitación, y para su asombro, evitó
cuidadosamente una silla y una mesa. Todos se pusieron de pie.
Daniel dijo:
—Lord Wade, le presento a mi compañera de viaje, la señorita Banbury.
—Milord, encantada de conocerle— dijo Grace, haciendo una reverencia. Se
sentía incómoda ya que parecía que el vizconde la estaba mirando directamente a
los ojos, pero por supuesto, él podía saber desde donde provenía su voz.
El Vizconde Wade extendió una mano, y la señorita Shelby la tomó,
atrayéndolo hacia delante sin problemas. Para sorpresa de Grace, la señorita
Shelby se apoyó en él brevemente, y él le dio un beso en la coronilla. Luego se
sentó a su lado, e inclinó la cabeza hacia Daniel.
—Así que, ¿ahora tienes a damas inspeccionando las propiedades contigo?
Los dos hombres sonrieron, y Grace se sintió incómoda, como si esas palabras
tuvieran un significado diferente.
La señorita Shelby la miró con simpatía.
—Ustedes dos caballeros siempre están dando una razón a las mujeres para
ignorarlos, ¿no es cierto, señorita Banbury?
Grace asintió, sintiéndose aliviada por la abierta cordialidad de la señorita
Shelby.
—Supongo que no pueden evitarlo, al menos el señor Throckmorten no
puede.
—Voy contarle un secreto— dijo la señorita Shelby, inclinándose hacia ella,
pero sin bajar la voz. —Lord Wade tiene el terrible hábito de decir una cosa y dar
a entender otra. Es increíble que aceptara casarme con él, con todos los defectos
que tiene.
Grace sonrió.
—Felicitaciones por su compromiso.
—Gracias — dijo ella, mirando a su prometido, quien no podía verla.
Pero Lord Wade estaba sonriendo con tal cariño que era obvio quien era el
foco de su atención.
—Me gustaría que mi empleadora pudiera estar aquí para conocerla—
continuó la Señorita Shelby.
Grace frunció el ceño con confusión. ¿La señorita era una sirvienta?
Lord Wade dijo:
—Mi abuela, que está en Londres por unos días con mi hermana, adora a
Daniel. Cree que es una buena influencia para mí.
Si Grace hubiera estado bebiendo té, lo hubiera escupido. Así las cosas, tomó
un respiro y arriesgó una pregunta franca.
—Señorita Shelby, ¿así que trabaja para la vizcondesa?
—Yo soy su acompañante.
—Era— agregó Lord Wade —Ahora es su futura nieta política.
Grace miró a la señorita Shelby con una nueva luz. Obviamente trabajar para
vivir no había arruinado a la dama. Había conseguido un buen partido.
—Señorita Shelby, ¿disfrutó de su empleo?— dijo ella, esperando que la
pregunta sonara como una conversación inocente.
Pero ella vio como Daniel rápidamente fruncía el ceño.
—Lady Wade fue una excelente empleadora— dijo la señorita Shelby. —Muy
amable y atenta.
—Eso lo dice ahora— dijo Lord Wade, una de las esquinas de su boca se curvó
en una sonrisa. —Pero al principio su situación no era tan favorable.
—¿Quieres decir porque no malgasté mi tiempo contigo?— respondió la
señorita Shelby.
Aunque su tono era ligero, Grace sintió que la dama enmascaraba sus
verdaderos sentimientos. Siempre había un riesgo de que un empleador pudiera
tratar a una mujer pobre con poco respeto. Grace miró a Lord Wade. Pero,
estaban comprometidos, y se habían conocido en una situación tan inusual. Ella
decidió hablar con la señorita Shelby en privado cuando tuviera la oportunidad.
Grace se volvió hacia el vizconde.
—Lord Wade, espero que usted me pueda aclarar un malentendido. El señor
Throckmorten hizo parecer que usted era un hombre que necesitaba su atención.
Para hacerse más impresionante a mis ojos— Daniel tosió. —Afirmó que usted lo
necesitaba para leerle.
La Señorita Shelby sonrió mientras miraba de reojo a Daniel, y Lord Wade se
volvió hacia él también.
—¿Eso dijo?— expresó Lord Wade. —Me parece que él me visita en un
intento de mejorarme, pero está destinado al fracaso.
—¿Para mejorarlo a usted?— dijo Grace con curiosidad.
—En el remo— intervino Daniel. —Es un maestro en ello, y el resto de
nosotros somos sólo aspirantes.
¿Remo? pensó ella con sorpresa.
—Creo que es hora de hacer una demostración— dijo el vizconde, poniéndose
de pie.
La Señorita Shelby se levantó también y deslizó su brazo en el de él.
—Creo que primero almorzaremos. Después, ustedes niños pueden exhibirse
ante nosotras sus admiradoras.
Cuanto más tiempo pasaba, Grace se encontraba más cómoda en compañía
de Lord Wade y la señorita Shelby. Evidentemente estaban muy enamorados y
felices. Grace suspiró con una especie de sana envidia. Estudió a Daniel tan
subrepticiamente como pudo, porque no creía haberle visto jamás tan relajado y
lleno de diversión. Le hizo darse cuenta de que él se mantenía reservado en
Londres, como si no quisiera que la gente se acercara demasiado. Había visto esa
armadura bajar brevemente ante su primo el duque, pero ahora estaba teniendo
una mejor perspectiva.
Y... finalmente admitía para sí misma que a ella le gustaba así. Y también su
elección de amigos.
Pero, ¿sabían ellos sobre sus hábitos de juego? ¿Sabían que no sólo ganaba
grandes propiedades, sino gente también? No iba a ser ella quien los
decepcionara con ese tipo de noticias. No necesitaban conocer la profundidad con
que su familia se había hundido.
Después del almuerzo, los cuatro fueron a la terraza, donde se les unieron dos
sirvientes. Grace podía ver donde el terreno descendía hacia abajo lejos de la casa
con un jardín que se expandía. Más allá de eso había un pequeño lago, brillando
cada vez que el sol se asomaba entre las nubes.
Grace miró mientras Lord Wade usaba su bastón para ayudarse a bajar las
escaleras. Entonces, para su sorpresa, vio una barandilla de madera elevada
guiando el camino. Lord Wade puso su mano sobre ella y comenzó a caminar, sin
detener su conversación con Daniel.
—¿Le gusta mi pequeña contribución al jardín?— preguntó la señorita Shelby,
mientras seguían a los hombres.
Grace volvió a sonreírle.
—¿Así que la barandilla fue idea suya? Estoy impresionada.
—Simón se maneja tan bien en la casa que siempre pensé que era una pena
que tuviera que depender de otras personas para caminar por la propiedad de su
abuela. Instalé las barandas en su casa de Derbyshire, también. Iremos allí
después de la boda dentro de unos meses.
En el lago, la señorita Shelby guió a Grace hasta un banco, donde observaron
a los cuatro hombres subirse en dos embarcaciones amarradas al muelle.
—Simón puede remar por él mismo— dijo la señorita Shelby —pero necesita
a alguien para navegar. Daniel también tiene un sirviente, para igualar el peso de
los botes.
—Ah— Grace se sentó a disfrutar de la carrera, y se sorprendió gratamente
cuando Lord Wade tomó la delantera casi de inmediato.
La Señorita Shelby suspiró.
—Él nunca deja ganar a nadie.
—Y no debería.
Estuvieron en silencio durante varios minutos, y Grace tuvo la impresión de
que la señorita Shelby estaba tratando de pensar en cómo abordar un tema
delicado. Grace se sintió cada vez más tensa. ¿Tendría que explicar cómo se
habían conocido ella y Daniel? Ni siquiera había pensado en una historia para eso.
—Señorita Banbury— Miss Shelby comenzó lentamente —me pareció que
estaba muy interesada en mi anterior empleo.
Grace se relajó.
—Lo estoy, porque estoy considerando la misma ocupación.
—Aunque no conozco su situación, por favor acepte mi simpatía. Usted fue
obviamente criada como una dama, y recurrir a un empleo es algo difícil , y
valiente de hacer.
—Gracias, pero estoy segura que ya sabe que se hace lo que se debe. Tengo
una pequeña dote, pero debido a legalidades decididas por mi difunto padre, no
puedo tocarla hasta el matrimonio.
—¿Y usted se encuentra en… una situación desesperada?
Había tanta compasión en sus ojos azules que Grace tuvo que apartar la
mirada.
—Sí, nuestras circunstancias familiares han cambiado. Aunque puedo
encontrar empleo, mi hermano se encuentra sin tierras ahora.— Su voz se apagó,
y las lágrimas que creía haber dejado atrás surgieron de nuevo. Ella nunca
superaría este sentimiento de traición, la ira hacia su madre.
—Entiendo. ¿Él, todavía está soltero?
Grace asintió. Estaba tan absorta en sus pensamientos que le tomó un
momento darse cuenta que los barcos se aproximaban ahora a la cercana orilla, y
que Lord Wade ganaría fácilmente. Pero Daniel estaba empujando duro, casi
levantándose de su asiento mientras trataba de remar con más y más velocidad.
Entonces de repente un remo entró en el agua en un ángulo inusual, el bote se
inclinó, y Daniel y su sirviente cayeron al agua.
Grace y la señorita Shelby se levantaron y corrieron por el camino de grava
hacia el muelle.
Lord Wade ya estaba atando su barco, pero les dio una sonrisa brillante.
—He oído un percance. Espero que pueda nadar— añadió con una risita.
Daniel y el criado estaban nadando bien. Gracias a Dios que ya se habían
quitado sus abrigos. Salieron del agua con pasos pesados, chorreando. Grace no
se molestó en apartar la mirada de la camisa casi transparente de Daniel. Las
veces que trató de seducirla, nunca se había quitado su propia ropa primero.
Esperaba que no se diera cuenta de que eso podría ayudarle a sus esfuerzos
porque estaba demasiado fascinada con su cuerpo.
La Señorita Shelby condujo a Daniel al interior para cambiarse, y Grace siguió
a un ritmo más lento con Lord Wade. El silencio entre ellos era cómodo, y ella
comentó casualmente sobre la belleza de la finca. Pero esa era una oportunidad
para hablar con un amigo de Daniel, para aprender algo acerca de él.
—Milord, ¿podemos sentarnos juntos en el sol por un momento?
Su expresión seguía siendo amable cuando asintió, y ella se dio cuenta de las
emociones que solía leer en los ojos de alguien al notar la ausencia en los de él.
Ella tímidamente preguntó:
—¿Debo indicarle dónde está la silla?
Su bastón golpeó la mesa frente a él, y dijo con buen humor:
—¿Hay una silla a la derecha?
—Sí.
La encontró con su bastón, se colocó frente a ella, y se sentó.
—Nosotros no nos conocemos bien, milord— dijo ella —pero debo decirle lo
impresionada que estoy por cómo se maneja con su ceguera.
Apenas se atrevía a creer que le estuviera hablando tan abiertamente a un
vizconde, pero había algo en Lord Wade que la alentaba a hablarle de esa forma.
—No fue así al principio, me temo. Fue una lesión reciente. Louisa, la señorita
Shelby, me hizo darme cuenta que podía hacer más por mí mismo de lo que
pensaba.
—Tienen suerte de tenerse el uno al otro— dijo ella en voz baja.
Él volvió la cabeza hacia ella, y tuvo la extraña sensación de que la estaba
estudiando.
Habló rápidamente.
—Milord, ¿cuánto tiempo hace que conoce al señor Throckmorten?
—Desde la infancia. Estábamos juntos en la escuela.
Ella vaciló, y luego decidió que Lord Wade terminaría con sus preguntas
cuando quisiera.
—Mi padre murió cuando yo era joven, al igual que el del señor
Throckmorten. Debe haber sido terriblemente difícil para él.
Lord Wade no dijo nada por un momento, y Grace suspiró suavemente,
sabiendo que no conocería nada personal sobre Daniel.
—No lo conocí antes de eso— dijo Lord Wade finalmente. —Vino a la escuela
tan decidido a hacerlo bien, tal vez para demostrar a la memoria de su padre que
iba a estar bien. No fue hasta que estuvo con otros chicos que escuchó los
rumores.
Ella hizo una mueca.
—Los niños pueden ser tan crueles.
—Y es especialmente terrible cuando todo lo que te queda es uno de tus
padres, y el mundo piensa que es una asesina. Para entonces, él ya había
renunciado a su música, así que creo que estaba buscando una manera de salir
adelante.
¿Renunciado a su música? Grace pensó con sorpresa. ¿Qué significaba eso?
—¿Y cómo le hizo frente?
—Peleó. Peleó contra todos los niños, sin importar cuán grandes fueran, que
difamaron a su madre. Finalmente, ellos reevaluaron la situación y se echaron
atrás.
—Pero él se aseguró, incluso de adulto, que no pararan de hablar sobre él—
dijo Grace lentamente, como para sí misma.
Lord Wade arqueó una ceja, con una leve sonrisa en su rostro.
—Usted lo conoce bien.
—No, no puedo decir eso. Pero de alguna manera el comportamiento del
señor Throckmorten tiene sentido. No sabía que él compusiera música como sus
padres.
—No, eso no. Él me dijo una vez que ellos escuchaban la música en sus
mentes y trataban de trasladarla al papel. La música sólo salía a través de sus
manos y dedos, cuando tocaba.
—¿El piano?
—Sí, y muchos otros instrumentos. Su primo me dijo que era muy talentoso
para ser tan joven.
Grace pensó en un niño pequeño perdiendo a su padre, abandonando lo que
más le gustaba hacer. Se había ido a la escuela, dejando a su afligida madre,
encontrándose en un mundo de matones que lo obligaban a pelear.
—Simón, lo haces sonar tan dramático— dijo Daniel en voz sosa cuando salía
de la casa.
Grace sintió un escalofrío culpable recorriéndola. Él no apreciaría que
husmeara. Pero levantó la barbilla y lo miró fijamente, desafiándolé a decir algo al
respecto.
Él la estudió por un momento, y ligeramente dijo:
—Simón, ¿te importa si me llevo a la señorita Banbury para dar un paseo por
tu jardín? Es aficionada a las plantas.
Él apenas se molestó en ofrecer una excusa legítima.
Lord Wade se apoyó en el respaldo, tamborileando con los dedos sobre la
mesa, sonriendo.
—Faltaría más. ¿Nos vemos en la cena?
—Por supuesto— dijo Grace mientras se levantaba. —Que tenga una buena
tarde, milord.
—Y si estás aburrido, Daniel, tengo un par de libros que hay que leerme.
Pero Daniel ya la había tomado del brazo y la conducía por las escaleras. Sus
pies crujían en el camino de grava, el aroma de las rosas flotaba sobre ella. Los
pájaros cantaban en el jardín, y en algún lugar uno de los caballos relinchó a otro
a la distancia. Hubiera sido una tarde encantadora si no hubiera sido capaz de
sentir el calor de la ira que irradiaba de Daniel.
—Me parece que no puedo llevarte a ningún lugar, ¿o sí?— dijo suavemente.
Ella se echó a reír.
—No recuerdo que me hayas dado muchas opciones.
—¿Y éste es tu castigo?
—¿Castigo?— Ella respiró hondo, intentando disimular su irritación. —Estaba
entreteniendo a tu amigo mientras no estabas. ¿Se suponía que debía ignorarlo?
—Entonces, ¿por qué estaban hablando de la música?
—Le pregunté hace cuánto tiempo te conocía, y la conversación derivó a
partir de ahí.
Ella miró su hermoso perfil, su delgada nariz orgullosa, la forma en que sus
ojos parecían tan ilegibles. Estaba acostumbrada a ver el deseo reflejado allí, ya
que ni siquiera trataba de ocultarlo. Le había permitido conocer sus intenciones
íntimas.
¿Pero se suponía que ella no tenía que saber otros detalles de su vida? ¿Cómo
iba a ayudarle si se cerraba tanto que le hacía preguntarse quién era él?
—Podrías contarme sobre tu música— dijo ella con valentía.
Por fin su expresión se relajó, y la miró. Un mechón de cabello castaño caía
por su frente, todavía mojado tras su hundimiento en el lago. Descubrió que
quería peinarlo, un gesto de ternura que la perturbaba.
—No hay nada que contar. Yo era un niño con dos padres músicos. Por
supuesto que trataron de hacerme amar la música. Al parecer no funcionó.
—Así que no es sólo tu madre quién no quiere tener nada que ver con la
música. Creo que me engañaste.
—No estoy de acuerdo.
Ella sintió la tensión creciente en él, sabía que se estaba buscando problemas,
exigiendo su atención. Y la única forma en que quería dársela era…
De repente la arrastró fuera del camino hacia un bosquecillo de árboles.
—¡Daniel!— exclamó en voz baja, empujando su pecho cuando la atrajo hacia
él.
—Ya que estás tan interesada en mí, debes estar interesada en esto.
Y entonces la besó, y como de costumbre, el calor y la necesidad se
fusionaron hasta que quiso aferrarse a su ropa para acercarlo más. Le abrió la
boca con habilidad, forzando su cabeza hacia atrás. En algún lugar cercano podían
oír el murmullo de los jardineros que hablaban.
Y la amenaza de ser descubiertos sólo alimentó el fuego salvaje que existía
entre ellos.
Él se apartó un poco, atrapando sus labios con los suyos, mordisqueando un
camino a lo largo de su mandíbula, y luego el lóbulo de su oreja.
—Estaremos en la misma casa esta noche— murmuró con voz ronca.
Ella cerró los ojos, tratando de recordar cómo pensar.
—No te atreverías a algo escandaloso aquí, en la casa de tu amigo.
Levantó la cara y le sonrió, todo suave sensualidad y audacia.
—¿No lo haría?
Movió sus caderas, y ella sintió el empuje de su muslo entre los suyos.
Ella le empujó.
—¡No lo harías!
—Pero me quedan pocos días. No creerás que perdería esta oportunidad.
—Pero Lord Wade...
—Es un hombre. ¿Crees que evita a su prometida, que vive aquí con él?
Grace parpadeó sorprendida. Ella siempre había sentido que tales indecencias
eran sus propios defectos.
—Pero su abuela, su hermana...
—Es una casa grande, Grace. Cuando uno lo desea…— se interrumpió
sugestivamente.
Ella sintió que su mano se deslizaba desde la cintura hacia abajo, curvándose
sobre su cadera. Cuando empujó con fuerza contra él, por fin la soltó. Se dio la
vuelta y se inclinó para mirar por entre los arbustos.
—Oh sí— murmuró.
Para su sorpresa, la atrajo hacia él, sus caderas contra su trasero. Ella se
cubrió la boca para ahogar un jadeo, oyó voces aún más cerca, y por fin
retorciéndose lo convenció para dejarla ir. Sólo un momento después, ella estaba
caminando tranquilamente por el camino como si nunca lo hubiera dejado.
Daniel la alcanzó. Parecía divertido, excitado y…
¿Cómo había llegado a ser tan atractivo para ella? Estaba cayendo bajo su
hechizo, en todo lo que le hacía, y tenía que encontrar una manera de distraerle.
—¿Te importaría decirme cómo Lord Wade se quedó ciego?— preguntó.
—Sí, si me dices por qué estabas tan interesada en el empleo previo de
Louisa.
—Eso es fácil— dijo a la ligera. —Sin duda, debes saber que tengo que
encontrar una manera de mantenerme a mí misma.
Cuando le miró, él fruncía el ceño y miraba hacia otro lado como si no quisiera
que ella viera su expresión.
¿Se había molestado al recordar su papel en la caída de su familia?
¿Y por qué era tan fácil para ella olvidar?
Capítulo 14
Daniel sabía que ella había estado haciendo planes, a diferencia de otras
mujeres que podrían desmayarse con sólo la idea de un futuro precario. Sabía que
Louisa Shelby había vivido como dama de compañía antes de llegar a la mansión
Wade. No quería pensar en Grace enfrentándose a lo mismo, hombres jóvenes
que pensaban que eran dueños de sus sirvientes, y podían hacer lo que quisieran.
—O tal vez no necesite planes— dijo ella entablando conversación. —Porque,
por supuesto que voy a ganar el violín.
Y entonces, mientras él estaba todavía tratando de resolver su propia
confusión, ella le sorprendió.
—¿No dijiste la primera noche que te conocí que sólo querías el violín?—
preguntó ella. —Para un hombre que ha renunciado a la música, la posesión de un
violín parece extraña.
—No lo es. Te dije que mi padre había tenido el mismo instrumento una vez.
Él pensaba que ella no creía que ese fuera su motivo.
—Hemos cubierto dos temas con los cuales ninguno de los dos nos sentimos
cómodos— dijo ella, moviendo los brazos enérgicamente mientras caminaba. —
Pongámonos de acuerdo para evitarlos y hablemos sobre Lord Wade.
—Me sorprende que no oyeras sobre su lesión— dijo Daniel ligeramente. —
Fue la comidilla de la Alta Sociedad, especialmente teniendo en cuenta que Simón
hizo estragos entre las damas antes de eso.
—Olvidas que yo raramente abandoné Hertingfordbury.
—Cayó de su caballo y se golpeó la cabeza. En un par de días, su vista se había
ido.
—Es un hombre muy valiente— dijo ella. —¿Y él estaba aquí, en casa de su
abuela, cuando cortejó a la señorita Shelby?
Él asintió con la cabeza, entrecerrando los ojos mientras se preguntaba acerca
de su propósito.
—Entonces, tal vez sea igual de afortunada.
Antes de que se dieran cuenta, la casa estuvo ante ellos, y ella aceleró el paso
para llegar a las escaleras antes que él. Incluso el balanceo de sus caderas no pudo
distraerlo de sus pensamientos.
No era posible que ella no viera que la suerte de Louisa era rara.
No quería que ella pensara en cómo ganarse la vida. Se sentía tonto, pero se
encontró queriendo distraerla, así que cuando llegaron a la terraza vacía, la agarró
del brazo y se inclinó muy cerca.
—No te olvides del baile privado que me debes por mis bailes de caridad de
anoche.
Ella contuvo la respiración. Él estaba tan en comunión con su cuerpo que
sintió el ligero temblor en su brazo.
—Ciertamente Enfield Manor no es el lugar…
—Yo decidiré el lugar.— Luego se adelantó a ella. —Te veré en la cena.
***
Esa noche, Grace ya no estaba sorprendida por la facilidad con que Lord
Wade había superado su discapacidad mientras comía libremente con ellos. Él,
Daniel y la señorita Shelby discutieron sobre las personas que conocían en
Londres, y era obvio que todos se movían sin problemas en los círculos de la
Sociedad. Siempre la hacían sentir incluida, como si contaran sus historias para su
diversión y no sólo para recordar el pasado.
—¿Y cómo está Martindale desde la muerte de su padre?— preguntó Lord
Wade.
Grace recordó inmediatamente que Martindale era el joven conde que había
vendido la tierra ancestral de su familia a Daniel. ¿Cómo se sentiría Daniel cuando
tuviera que decirle a su amigo lo que había pasado?
—Luchando— admitió Daniel.
—Has hecho por él todo lo que has podido— dijo la señorita Shelby
suavemente.
Grace frunció el ceño. ¿Acaso no sabían la verdad? Aunque Martindale
necesitaba vender su tierra, había muchos en Londres que pensaban que Daniel
se había aprovechado de eso.
—No tenía nadie más en quien confiar para que conservara la finca por él—
dijo Lord Wade
Daniel se encogió de hombros.
—Su padre puso a la familia en dificultades con sus derroches. Al menos el
joven Martindale merece una oportunidad para salir adelante.
Y el dinero de Daniel ayudaría, pensó Grace. Pero ¿conservar la tierra? ¿Acaso
Daniel quería decir... que vendería la tierra de nuevo al joven conde cuando
Martindale estuviera listo?
Daniel había actuado por bondad, no como un hombre en busca de una
buena inversión. Y nunca le diría a nadie la verdad de lo que había hecho.
Excepto a sus amigos, por supuesto.
Pero no a ella. Por primera vez se sintió excluida. Daniel no le debía ninguna
explicación por la forma en que conducía su vida. Era un reto para él, una nueva
diversión de la que aún no se había cansado.
Era ella quien había cambiado la forma en que veía su relación y a él, y no
podía ser bueno para ella. Al final, cuando él no recibiera lo que quería, ella
probablemente no lo volvería a ver. No sabía cómo se sentía sobre eso.
***
Grace cerró cuidadosamente la puerta, esperando a que la señorita Shelby se
hubiera ido, para que la mujer no se ofendiera. Ya había un baño humeante frente
al hogar, con toallas y jabones puestos donde podía alcanzarlos.
Entonces se dio cuenta de que Ruby la estaba esperando.
Grace sonrió.
—Ese baño se ve maravilloso, Ruby. Gracias. ¿Cómo ha sido tu día?
Mientras ayudaba a Grace a desvestirse, Ruby charló durante varios minutos
sobre la gente que había conocido y la forma en que la familia trabajaba. Pero
Grace siguió teniendo la sensación de que Ruby tenía preguntas ante las cuales no
se sentiría cómoda. Ella había estado con Grace y Daniel toda la mañana en el
carruaje.
Después de varios minutos de silencio, cuando Grace finalmente estaba en
camisola, Ruby dijo:
—Todavía no ha ganado el violín, señorita, teniendo en cuenta que todavía
está con él.
Grace se detuvo en el acto de probar el agua. Enderezó sus hombros, y le dio
a su criada una sonrisa.
—Todavía no. Pero estoy más cerca. Él no será capaz de retener la reliquia de
la familia por mucho tiempo.
—Espero que todo salga como desea, señorita.
Cuando Ruby vaciló como si fuera a decir algo más, Grace amablemente dijo:
—No voy a necesitarte más por esta noche, Ruby. Que duermas bien.
Ruby estaba preocupada, y Grace se sentía culpable, pero sólo siguió
sonriendo hasta que la criada salió de la habitación. Y entonces Grace giró la llave
de la puerta.
Con un gemido, dejó que su camisola cayera al suelo y se metió en la tina de
baño. El agua estaba a la temperatura perfecta, y apoyó la cabeza contra el borde,
suspirando con placer.
Oyó un lejano clic.
—Ruby, ¿olvidaste algo?— Abrió los ojos y volvió la cabeza hacia la puerta,
pero no se había abierto. Ella había cerrado con llave.
—No, pero tú sí lo hiciste.
Su cabeza giró tan rápido que se sorprendió de no lesionarse el cuello. Daniel
estaba de pie junto a la puerta de cristal que daba al balcón.
Ella pensó que sonreiría en señal de triunfo, pero su mirada era más intensa,
más inquietante de lo que hubiera imaginado, como si hubiera pensado en ella
durante todo el día, y no le hubiera gustado la distracción.
—No me di cuenta que era una puerta— dijo con los dientes apretados,
mientras su mente corría frenéticamente. ¿Qué podía ver desde el otro lado de la
habitación? Ni siquiera había empezado a enjabonarse, así que no había burbujas
para esconderse. Ella quería arrojar la toalla sobre sus pechos, pero sólo mostraría
lo vulnerable que se sentía, como si tuviera algo que temer. Y no lo tenía. Todo lo
que tenía que hacer era decir no.
A veces la sorprendía la facilidad con que confiaba en su palabra.
Pero, ¿podría confiar en su control? ¿Y en el suyo propio?
Desde la primera vez que lo había encontrado en su casa, se había
preocupado del próximo paso que él podía dar. Cada baño había sido rápido, y
sólo se había sentido segura cuando Ruby estaba en la habitación.
Pero nunca había imaginado que él se atrevería a tal cosa en la casa de su
amigo.
Empezó a caminar hacia ella.
—Daniel, ¡quédate ahí!
Pero él no le hizo caso, y ella sacó dos paños del estante a su lado y trató de
colocarlos sobre sus pechos y cuerpo. Éstos flotaban precariamente, y tuvo que
apretar uno entre sus muslos y el otro con ambas manos.
Y entonces él estuvo sobre ella, mirando hacia abajo.
No podía respirar. Se sentía ridícula por taparse ante él. Él ya había visto su
pecho, cielos, incluso la había lamido allí.
Él se inclinó y apoyó las manos en el borde de la bañera. No trató de disimular
la forma en que su mirada se movía desde sus rodillas mojadas por encima del
agua, a través de la extensión de su cuerpo y hasta su rostro.
—No vas a gritar— dijo él en voz baja.
Para su consternación, eso nunca había pasado por su cabeza.
—Puede ser si no te vas en este instante.
—Pero Grace, me quedan sólo unos días.
—Una semana— rápidamente le corrigió ella. —Y ese es tiempo suficiente
para que encuentres alguna otra manera de intentar tu seducción. ¡Has invadido
mi privacidad!— Ella quería sonar enojada y fría, pero su voz era vacilante porque
tenía que esforzarse para pensar en cosas que decir. En lugar de sólo pensar que
estaba desnuda frente a él, y que era demasiado excitante.
—¿Quieres que me vaya porque confías tan poco en ti misma?— le preguntó
en voz baja.
Como hombre listo que era, sabía exactamente qué decir para derribar sus
defensas.
—Por supuesto que no.
Se obligó a hablar con frialdad, esperando que su expresión fuera relajada. El
reto sería fingir que no la afectaba.
¿Cómo iba a ganar en eso?
Todo lo que hacía la afectaba ahora. No podía recordar lo que era
despreciarle por sus defectos, el juego, sus escándalos.
—Si alguien te encuentra aquí— dijo ella —tu propia estrategia fracasará. Y
no voy a verme obligada a casarme con un hombre al que no amo.
—Eso no va a suceder. Nadie me vio entrar.
Empezó a moverse, dando vueltas alrededor de la bañera como si quisiera
verla desde todos los ángulos. Cuando estaba detrás de ella, se puso tensa,
preguntándose si estaba a punto de soltarle el cabello como él prefería. Ella miró
por encima del hombro y luego sobre el otro, pero lo único que él hizo fue tirar
ligeramente del lóbulo de su oreja.
—Podrías fingir que no estoy aquí— murmuró. —No me importa.
—¿Se supone que debo lavarme delante de ti? Yo creo que no.
Como si no la hubiera oído, continuó:
—Pero por supuesto que puedo mojarme. Y no quiero que mi ropa se arruine.
Se acercó al final de la bañera, y para su consternación, se quitó el abrigo y lo
dejó sobre una silla.
—¡Deja de hacer eso en este instante!— exigió ella, aunque la vista de sus
anchos hombros a la suave luz hacia encender algo profundo en su interior, una
pequeña llama que no se podía ignorar.
—Creo que sería mucho más sospechoso si alguien me ve con la ropa
mojada.— Sonaba como si estuvieran conversando, ante una bandeja de té en un
salón.
Desató el pañuelo y lo deslizó de su cuello. Su mirada no se apartaba de ella, y
se encontró con la boca demasiado seca para formar palabras. Se aflojó el cuello y
abrió los botones en la parte superior de la camisa. Su cuello desnudo era
extrañamente erótico, pero eso no fue nada comparado a cuando de repente,
sacó la camisa fuera del pantalón y sobre su cabeza.
Su boca quedó abierta hasta que de alguna manera se acordó de cerrarla.
Estaba perfectamente formado, todo músculo y piel lisa. Sus únicos encuentros
íntimos anteriores habían sido tan apresurados que la mayoría de sus ropas
quedaban puestas. Era la primera vez que ponía los ojos en el pecho desnudo de
un hombre, y ahora podía ver por qué tal cosa estaba prohibida. Él era magnífico.
Todo lo que podía pensar era en explorarlo y tocarlo. Tenía una necesidad salvaje
de presionar su cuerpo contra él y…
Se dio cuenta que la toalla que había cubierto sus senos, estaba flotando. Se
apresuró a cogerla, tratando de cubrirse con ella, pero de repente, él la tomó en
su mano y la tiró lejos.
Ella inclinó su cabeza hacia atrás y levantó su mirada y lo que vio en su rostro,
la hizo olvidar de cubrirse. Hambre cruda y necesidad, como si fuera a morir sin lo
que ella podía darle.
Una voz distante en su interior le advirtió que eso era lo que él quería que ella
pensara, otra voz le recordó que solo podría hacer lo que ella le permitiera, ¿o él
pudiera?
Pero había una traidora necesidad dentro de ella, que se deleitaba con su
ardiente mirada que se movía sobre sus pechos desnudos. El agua estaba
transparente, aunque distorsionada en las paredes de la bañera.
Él cogió el jabón, sin apartar los ojos de ella, y enjabonó una toalla pequeña.
—¿Qué estás haciendo?— preguntó débilmente, sabiendo la respuesta,
escandalizada y excitada.
—Necesitas bañarte.
Su voz era ronca, y rozaba sus propios nervios, como si raspara las uñas a
través de su carne. Ella se agarró a los bordes de la bañera, sabiendo que él debía
parar, pero sintiendo una emoción creciente por el riesgo.
Él era su debilidad, y no podía negarse a sí misma su toque. Sólo su toque,
nada más.
Ella sonaba desesperada, incluso en su propia mente.
Él le levantó el brazo izquierdo del borde de la bañera y comenzó a lavarlo en
círculos lentos y suaves. Ella cerró los ojos y contuvo un gemido. Sus cuidados se
sentían maravillosos y gentiles. Continuó por su brazo, y ella dio un pequeño grito
cuando la toalla rozó el costado de su sensible pecho. Se trasladó al otro brazo e
hizo lo mismo, luego los hombros y el cuello. En el interior, sus emociones se
arremolinaban juntas, el placer y el despertar de una creciente pasión.
—Inclínate hacia delante— susurró él.
Sin preguntarle, ella lo hizo, esperando sentir la tela frotando su piel. Después
de una pausa, se puso tensa al darse cuenta que sus manos jabonosas estaban
desnudas. Él frotó y acarició, deslizando sus manos grandes arriba y abajo por la
espalda. Sus movimientos fueron ampliándose, hasta que comenzó a provocar los
bordes de sus pechos. Ella lanzó un gemido y se estremeció.
No podía pensar en ninguna razón para detenerle. Eso debería haberla
alertado, pero las alarmas silenciosas en su mente hace mucho tiempo se habían
desvanecido.
Él la empujó hacia atrás, y mientras ella se estiraba y arqueaba con
satisfacción, sus manos se deslizaron de sus hombros y hacia abajo sobre sus
pechos. El sorprendente placer hizo que brotara de ella un gemido. Tenía la
cabeza junto a la suya, y él mordió a lo largo de su cuello y hombro. Sus manos
amasaron y tomaron sus pechos, y cuando sus dedos frotaron suavemente sus
pezones, ella sintió el deseo extendido por todo su cuerpo, corriendo a lo largo de
su piel, la sensibilización de cada parte a su tacto. Apoyó la cabeza contra su
hombro arqueándose hasta que sus pechos quedaron aún más cubiertos con sus
manos. Su aliento en su mejilla era una caricia caliente, y pareció natural girar la
cabeza y encontrar sus labios con los de ella.
Un espiral de pasión se extendió a través de ella mientras su lengua invadía su
boca. La de ella se reunió con la suya, se batió en duelo y ganó su propia entrada.
Él sabía de brandy y a él mismo. Ella tuvo un impulso salvaje de acercarlo para
lamer más de su piel.
Él rompió el beso y apartó las manos de sus pechos.
—Todavía estás muy sucia— dijo, con una expresión seria.
Para su vergüenza, ella gimió por la pérdida de su toque.
Pero no tuvo que esperar mucho. Se movió hacia el otro extremo de la
bañera, y ahora era capaz de verlo con los párpados bajos. Se enjabonó las
manos, luego tomó un pie y empezó a frotar. No había pensado que sus pies
podían sentir tanto placer. Se abrió camino hasta los tobillos y las pantorrillas,
pero no fue hasta que llegó a las rodillas que pudo elaborar algún pensamiento
inteligente.
Él no iba a parar.
Ella no quería que se detuviera.
¿En qué tipo de mujer la convertía?
Con los ojos pesados, observó su concentración. No todos los hombres se
preocuparían por su placer, lo sabía por experiencia. Mientras él comenzaba a
arrastrar los dedos hacia arriba por su muslo derecho, ella quiso cerrar las piernas,
pero se sentía sin huesos y pesada, sin voluntad. Toda su concentración se
centraba en la sensación de sus dedos, su ardor en la piel, y la forma en que las
profundidades de su cuerpo se sentían incendiadas por la necesidad de su toque.
Sus piernas se separaron, la tela que la cubría se alejó flotando. Sus dedos
peinaron suavemente el pelo que cubría su femineidad, y se mordió el labio para
contener los gritos de placer. Movió la cabeza hacia atrás y hacia delante, su
tembloroso cuerpo, tenso por la espera y el deseo. Por fin sus inquisitivos dedos
se movieron más profundo, haciendo círculos, acariciando, encontrando su núcleo
y avivando el fuego. Ella nunca había imaginado tal placer, no podía controlar su
necesidad de volar cada vez más alto.
Estaba al borde de una nueva sensación cuando algo insistente se entrometió
en sus pensamientos. No podía alejarlo, no podía relajarse hasta que ella supiera…
Abrió los ojos y trató de cerrar sus debilitadas piernas.
Él la miró con sorpresa.
—¿Grace?
—Este…este placer que me das…no significa que hayas ganado— susurró con
voz ronca.
Su boca se curvó en una sonrisa tensa.
—No. Cuando esté dentro de ti, sabrás que he ganado.
Ella entrecerró los ojos, jadeando, mientras él continuaba frotando
suavemente y excitándola.
—Nunca.
—¿Me estás desafiando?— dijo, su sonrisa ampliándose en una mueca.
Y luego bajó sobre ella, levantándola para poder tomar su pezón
profundamente en la boca. Sus dedos aceleraron el ritmo en su núcleo, el agua
revolviéndose a su alrededor mientras ella se entumecía y quedaba sin aliento.
Una explosión pareció iniciarse en su interior, y la boca de Daniel estuvo de
repente en la de ella, absorbiendo los gemidos que no podía controlar. Los
estremecimientos de placer la atravesaron, eran parte suya. No quería que tuviera
fin, tan abrumada estaba por cómo podía hacerla sentir.
Por fin fue capaz de abrir los ojos y verle realmente. No parecía petulante o
victorioso. Apartó un rizo húmedo sobre sus ojos, y le pareció ver… ternura.
Esa expresión desapareció sólo un momento después. Ella se preguntó si lo
había imaginado, porque ahora él tenía una leve sonrisa, aunque había señales de
la tensión en su boca.
—¿Ha sido complacida, milady?— le preguntó en voz baja.
—Sabes que sí.
Se sentía incómoda, insegura de sí misma, porque él no había recibido el
mismo placer.
Le miró con solemnidad, y le tomó cada onza de autocontrol destrozado no
extender la mano y tocarle, sentir su piel suave. Sabía que estaría caliente al tacto,
y anhelaba experimentar más.
Pero eso era lo que él quería. Estaba esperando que se diera por vencida. Con
la boca tensa en una línea sombría, ella no dijo nada. Los ojos de él se
entrecerraron, impasibles, y por fin se puso de pie. En el instante, antes de que se
volviera hacia su ropa, ella vio la larga cresta de su erección, tan evidente en sus
pantalones ajustados.
Se dijo que no se sentiría culpable, ella no había pedido sus atenciones.
Mientras le observaba en silencio, él se abrochó todos los botones y ató el
pañuelo con impaciencia. Ella sabía que eso lo hacía en caso de que alguien le
viera paseando por el balcón. Lo hacía por ella, porque le había pedido mantener
su desafío en secreto desde el principio.
Porque si eran descubiertos, él no se casaría con ella.
Siempre había tenido una veta de cinismo dentro de ella; venía de tener una
madre que la decepcionaba con frecuencia. Pero odiaba sentirlo ahora. No podía
confiar en él, pero quería hacerlo.
Impecablemente vestido, una vez más, se volvió hacia ella.
—¿Te ayudo a salir?
—Todavía tengo que lavarme el pelo.
Se inclinó profundamente, como si ella le hubiera hecho algún honor en vez
de haberle permitido las libertades que ella había aceptado. Se acercó a la puerta
del balcón, la abrió y la cerró detrás de él.
Con un gemido, cerró los ojos y se hundió en el agua, mojándose el pelo. Se
sentía tierna y con una hormigueante nueva sensación por dentro, como si la idea
de lo que podía suceder con un amante considerado la hubiera cambiado. Ahora
sabía qué era la verdadera intimidad desinteresada.
¿Qué iba a hacer si mañana por la noche él venía a ella de nuevo? Ella estaría
en su propia casa, ahora de él, pensó con un sobresalto de tristeza, pero eso no le
detendría. Estaba decidido, y el tiempo se le acababa. Se dijo que se sentía
aliviada por haberle rechazado de nuevo, pero se conocía mejor.
Cada vez que se quedaban solos, se había rendido más y más. Si él la
presionara con más fuerza, si él la acostara en la cama y se tendiera desnudo
encima de ella, ¿se rendiría al fin? Si vislumbraba esa mirada de ternura en su
rostro de nuevo, la que la hacía sentirse especial para él, ¿qué haría?
La confusa y placentera somnolencia que había inspirado con sus manos y su
boca la hizo confundir y, a la vez, cerciorarse de una sola cosa: ella lo deseaba.
Quería quemarse así de nuevo, y saber que él también era consumido por las
llamas.
Capítulo 15
Daniel sabía que no era el mismo esa mañana. Desayunó en el comedor con
Simón, Louisa, y Grace, los tres charlaban como si fueran viejos amigos. Apenas
podía prestar atención a la conversación, por lo consumido que estaba por sus
pensamientos sobre Grace.
Aparte de evitar su mirada, ella actuaba… completamente normal.
Y él estaba terriblemente frustrado, en mente y cuerpo.
Había pensado en enseñarle los placeres que podía experimentar cuando
finalmente perdiera el control. Por un momento, cuando estuvo ante la bañera,
había pensado que finalmente se rendiría a él.
Pero ella había apelado a una gran reserva de fuerza y lo había alejado.
Tonto como era, se había quedado afuera del cuarto cuando salió,
torturándose a sí mismo, atisbando entre las cortinas, para ver cómo se lavaba el
cabello. Y entonces ella se había puesto grácilmente de pie, toda su reluciente
belleza desnuda, vertiendo un cubo de agua sobre su cabeza para enjuagarse el
jabón. Su cuerpo todavía sonrojado donde la había acariciado.
Él había gemido en voz alta, en la oscuridad, separado de la luz y del calor que
era Grace.
Había regresado a su habitación y caminado durante varias horas sintiendo
por primera vez que tal vez podría no ganar este desafío. La había complacido,
pero había sido él quien se había quedado deseándola, necesitando más.
Dio un respingo en la mesa, al darse cuenta que Louisa estaba hablando,
aunque no a él.
—Iré a Londres el próximo mes— estaba diciéndole a Grace. —Visíteme, por
favor. Podemos asistir juntas a la Sinfónica, y estoy segura que puedo presentarle
a muchos caballeros que aprobará.
Simón se aclaró la garganta, pero permaneció en silencio. Louisa
deliberadamente no le hizo caso. Daniel apenas evitaba fruncir el ceño. ¿Ahora
Louisa era una casamentera?
—¡Qué amable de su parte!— respondió Grace encantada.
Daniel se distanció de sus confusos pensamientos, viendo la mirada de interés
de Grace. Debería estar feliz por ella. Tenía dote y necesitaba un marido. Louisa
sin duda le encontraría a alguien agradable.
Alguien en quien Grace pudiera confiar. Porque él sabía que no era ese tipo
de hombre.
Fue más difícil que lo normal ocultar su mal humor cuando se despidieron de
Enfield Manor. La lluvia caía a cántaros cuando el coche comenzó la jornada de
viaje hacia el norte. Mantener las ventanas levantadas hacía el carruaje caluroso y
cargado, Grace se abanicaba de vez en cuando, pero también se sentía inquieta,
con un nerviosismo que la hacía mover los dedos. Siguió dirigiéndole miradas
curiosas, hasta que finalmente él fingió dormir. No era difícil porque había tenido
una noche agitada, soñando con ella. Cada vez estaba más molesto con este reto
y su dificultad para ganarlo.
Pero, ¿no se había aburrido de su vida antes de que Grace entrara en ella?
¿No había ganado fácilmente todo lo que quiso, probando que no era ningún
desafío después de todo? Y ahora Grace amenizaba sus días, desafiaba sus tardes,
paseaba por sus sueños en la noche. ¿Por qué estaba quejándose?
Encontró que su humor mejoraba al avanzar la mañana, y para cuando
llegaron al pueblo de Hertingfordbury, enclavado en medio de ondulantes colinas
junto al río Maran, estaba deseando ver el lugar donde se había criado Grace.
Pero tan pronto como su comportamiento mejoró, resultó que el de ella se
marchitó. ¿Qué pensaba que sucedería? ¿O tenía miedo de cómo verían sus
empleados que ella apareciera en compañía de un hombre?
La propiedad de la familia, Maran Park, era una granja próspera que bordeaba
el río y se extendía en hectáreas de pastos para ovejas y sembrados. La mansión
en sí era rectangular, de dos pisos con un pórtico de columnas en el frente, lo que
era útil para conducir el carruaje por debajo, y así escapar de la lluvia.
Daniel descendió primero y se volvió para ayudar a las mujeres.
Mientras Ruby empezaba a subir las escaleras, Grace la tomó del brazo.
—No he alertado a la gente sobre el nuevo propietario. Por favor, permíteme
que lo haga antes de que digas algo.
—Sí, señorita— dijo la criada, y desapareció en el interior.
Daniel se quedó a solas con Grace, tratando de leer su expresión.
—¿Es agradable estar en casa?— le preguntó en voz baja.
Ella le frunció el ceño rápidamente.
—¿Te refieres a tu casa?
Él se estremeció interiormente al darse cuenta de su estupidez. Por supuesto
que para ella este lugar tendría buenos recuerdos, y malos, porque ya no era suya.
Pero no podía arrepentirse de haber estado involucrado en el juego de cartas
con la señora Banbury. Había traído a Grace a su vida. Y la señora Banbury podría
haber perdido las propiedades a manos de alguien que no se preocupara por
conservarlas para la familia, como él lo hacía.
Pero no podía decirle eso porque el juego terminaría.
A Daniel le tomó un momento serenarse. Había querido tenerla segura, lejos
de Londres, mientras hacía que investigaran a Horace Jenkins. Daniel también
quería estar a solas con ella tanto como fuera posible, lo que había funcionado
bien en Enfield Manor.
Pero había subestimado tontamente su reacción a Maran Park. Él se la había
quitado, dejándola sin hogar, y ella lo recordaría mucho más aquí. Su tristeza y su
pesar no conducirían a la seducción, no esta noche.
—Te voy a presentar al mayordomo y al ama de llaves en primer lugar— dijo
Grace con un suspiro. —Sus dependencias se encuentran en un pasillo cerca de
las cocinas.
***
La reunión con la servidumbre fue tan bien como se podía esperar, pensó
Grace. El mayordomo no parecía sorprendido por el cambio de propietario, como
si lo hubiera esperado largamente. Sus temores de que alguien descubriera la
apuesta no se habían materializado, probablemente porque todos ellos sólo
asumieron que su madre finalmente había tenido que vender la propiedad por
dinero. El peso que se quitó de encima Grace, le permitió respirar con facilidad,
por primera vez en todo el día. Sus secretos estaban a salvo.
Daniel fue competente y autoritario cuando accedió a que el personal siguiera
siendo el mismo. Después de eso, todo el mundo respiró más tranquilo, y el jovial
personal de cocina les sirvió el almuerzo en el comedor.
Daniel se sentó a la cabecera de la mesa, y Grace a su derecha. Cuando el
lacayo dejó los platos y salió de la habitación, pinchó una de las chuletas de
cordero, y finalmente alzó la vista hacia él, que masticaba lentamente,
observándola.
Algo tiró profundo dentro de ella, un fuerte sentimiento de placer, pero se
obligó a sí misma a ignorarlo. Ellos estarían solos en la casa esta noche, salvo por
los sirvientes, y necesitaba todo su poder de resistencia.
Y en lo único que podía pensar era en que la había visto completamente
desnuda.
Había sido difícil pasar la mañana frente a él, y se había sentido aliviada
cuando se durmió. Pero ahora, mirando sus astutos ojos sentía que nunca podría
dejar de sonrojarse. Sus manos habían estado entre sus piernas, su boca sobre sus
pechos. A pesar de que había experimentado todos estos embarazosos momentos
con Baxter Wells, se sentía diferente. Por un lado, ella había pensado que había
estado enamorada de Baxter, y él de ella. Con crudeza, él la había desengañado
de esa idea.
—¿Vas a mirarme?— le preguntó en voz baja.
Ella miró preocupada la puerta de la cocina, luego a él.
—Claro.
—Lamento que mi presencia aquí no sea fácil para ti.
Ella arqueó una ceja, sorprendida.
—Es duro.
—Pensé que querrías hablar con tus sirvientes sin mí presencia, así que voy a
coger el carruaje para visitar a mi madre esta tarde y regresaré por la mañana.
Ella parpadeó. ¿Se iba? Se dijo que estaría sola, en paz, en uno de sus lugares
favoritos.
Pero ya no era de ella. Su madre se había encargado de eso. Su familia no
estaba aquí, y de repente sintió una soledad que la tomó por sorpresa.
Pero la casa de él estaría llena de personas, la mayoría de su familia, a quien
ella quería conocer. Era la residencia del Duque de Madingley, un palacio, por lo
que había oído, con al menos un centenar de sirvientes y terrenos que se
extendían hasta donde alcanzaba la vista.
Daniel había crecido allí, con dos padres felices, hasta el trágico accidente.
Luego había sido lanzado a un mundo de viles niños pequeños y rumores ante los
que había tenido que defenderse.
Podría haberse convertido en un hombre diferente, más frío, cínico. Y en la
superficie, esa era la imagen que dejaba ver a la gente. Pero ella había visto por
debajo de eso, a un hombre que defendía a su madre, que ayudaba a un amigo en
una situación desesperada. Tal vez podría entender mejor cómo redimirlo al
conocer al resto de su familia.
Daniel le sonrió.
—¿No dices nada sobre mi partida?
—Yo estoy… simplemente sorprendida. Pensaré en ello y encontraré la
respuesta perfecta.
—Por supuesto que sí. O quizás no deseas que me vaya.
Se dio cuenta de que no quería que se fuera sin ella.
—Puedes irte, pero voy a ir contigo.
Su sonrisa se desvaneció, y la miró como buscando un motivo.
—No tienes que ser tan desconfiado— dijo —¿Por qué no puedo ver donde te
criaste, ahora que has hecho lo mismo conmigo?
—Lo consideraré, pero sólo si me hablas de tu familia y de tu vida aquí.
—¿Y por qué te importa eso? No es como si pudiera decirte algo sobre el
manejo de una casa de campo. Estoy segura de que ya tienes docenas.
—No tantas— dijo secamente.
—Entonces, ¿cuántas?
Con una sonrisa, él dijo —Cinco, incluida ésta.
—¿Y las ganaste todas?
—Sólo ésta. El resto fueron compradas honestamente. Así que ahora que he
respondido a tus preguntas, necesito que respondas a las mías. ¿Qué edad tenías
cuando murió tu padre?
—Nueve años.
—Y tu hermano tendría…
—Ocho. No la edad suficiente para aprender mucho de mi padre, pero aún
así, fuimos capaces de beneficiarnos de su influencia. Los recuerdos son buenos.
Edward no pudo ir a la escuela, pero tuvo un tutor. Tal vez tú pensarías que no se
perdió mucho.
—Hice valiosos amigos en la escuela, a quienes siempre he apreciado— dijo
Daniel de forma neutral.
Ella no le preguntó acerca de los enemigos que había hecho.
—La tutoría de Edward llevó a mi propia educación. Siempre se aseguró que
yo pudiera aprender lo mismo que él.
—¿Y tu madre no interfirió?
—No. Y no creo que a ella le preocupara mucho, de todas las maneras.
No había querido decir tanto sobre las deficiencias de su madre como
progenitora.
Pero, al menos, Daniel no la miraba con compasión, sólo con interés. Aunque
los dos habían perdido a sus padres a una edad temprana, sus madres habían
manejado el dolor de maneras muy diferentes.
—Edward todavía se está educando a sí mismo— Grace se apresuró a decir
para cambiar de tema. —Incluso le he visto leer un libro sobre los ferrocarriles.
—Bueno, él está haciendo su tarea.
—¿Tarea?
Una breve mirada de fastidio cruzó el rostro de Daniel, y ella supo que estaba
dirigida a sí mismo. Estaba empezando a conocerle bien.
—Demasiado tarde, Daniel. Ya lo has revelado. ¿Qué está pasando entre mi
hermano y tú?
—Sólo un poco de asesoramiento. Le estoy enseñando sobre inversiones
inteligentes, y le recomendé que leyera sobre los ferrocarriles porque ahí es
donde se está haciendo mucho dinero en este momento.
Ella dejó el tenedor y se quedó mirándole con sorpresa.
—¿Estás tratando de ayudar a mi hermano?
—Guiarle sería una palabra mejor. No tienes que mostrarte tan sorprendida—
agregó secamente.
—¿Y por qué no he de estar sorprendida? La mayoría de la gente lo estaría.
—Debido a que tú, y todos los demás, parecen pensar que sólo vivo para mi
propio enriquecimiento.
—No muestras al mundo mucho más, Daniel— dijo ella suavemente.
Sentía… una debilidad en su interior, cuando pensaba en él ayudando a su
hermano. No afectaría a su relación con Daniel, así que seguramente no lo hacía
por ella.
—Yo no tengo que mostrarle al mundo estas cosas.
Se limpió la boca con la servilleta, como si de repente no pudiera esperar a
dejarla.
—Animas a la gente a pensar lo peor de ti. Te gusta seducir jovencitas— le
advirtió.
—Todos los hombres lo hacen.
—¿Lo hacen?
Él le dio esa suave sonrisa que la hacía sentir… extraña, y luego a la ligera
tomó su mejilla.
—Eres una inocente, Grace.
No sabía la verdad sobre su inocencia. Ella se apartó.
—¿A qué hora nos vamos?
Su sonrisa se desvaneció.
—¿Y si no deseo que me acompañes?
—Entonces supongo que tendré que volver a Londres yo sola. Tal vez Edward
haya descubierto la identidad del hombre que espiaba la casa de la ciudad.
Le dirigió una sonrisa brillante, sabiendo que él no querría que estuviera
donde no pudiera cuidarla. Era una sensación de seguridad, y había pasado
mucho tiempo desde que se había sentido segura.
Él entrecerró los ojos.
—Tu educación ha sido de utilidad. Nos iremos en una hora, para que
podamos llegar a Madingley Court antes de que anochezca.
Ella empujó su silla hacia atrás y se levantó también.
—Entonces mejor me apresuro. Pobre Ruby ya habrá comenzado a
desempacar.
Cuando Grace le dio la espalda, él la agarró del brazo y la atrajo hacia sí. Ella
nerviosa, echó un vistazo a la entrada de la cocina, pero la puerta permaneció
cerrada.
—No viene nadie— dijo suavemente, su aliento tocando ligeramente su oreja.
Ella se estremeció.
—¿Por qué dices eso?
—Porque soy el primo de un duque, y todos esperan que te esté cortejando.
Y lo estaba haciendo, pero por razones equivocadas. Ella sintió una tristeza
que no quiso examinar más de cerca.
—Creo que simplemente no puedes soportar estar lejos de mí— dijo él.
Luego le mordió el lóbulo de la oreja, y aunque ella temblaba, no se apartó.
—Creo que estaré más segura bajo el techo de tu madre— dijo deseando que
su voz sonara firme.
—Es una casa grande.
—Más lugares para escapar de ti.
—Pero todavía me debes un baile privado. No lo he olvidado.
Ella le miró a los ojos de color marrón oscuro, llenos de una calidez que la hizo
sentir muy bien.
—Entonces sugiero que me sueltes, para que podamos seguir con la
persecución.
Capítulo 16
Esa noche, justo después de que el sol se ocultara, el carruaje giró por un
camino custodiado por imponentes columnas de piedra a cada lado del camino, lo
que indicaba la entrada a Madingley Court.
Grace miró la cara de Daniel, pero él no mostró ninguna expresión. Se había
mostrado reservado durante todo el camino a su casa, como si estuviera
arrepintiéndose de traerla. Ella sabía que esto pasaría. Después de todo, su
familia podría pensar que estaba interesado en casarse con ella, lo cual estaba
lejos de la verdad. Pero tal vez podría usar esto para su ventaja. ¿Cómo podría ser
Daniel verdaderamente redimido si no lo era a los ojos de su familia? Dejaría que
pensaran lo que quisieran de ella, dejaría que pensaran que él estaba
considerando realmente el matrimonio. Les daría esperanza por su futuro. Y tal
vez vería que su matrimonio le daría a su madre mucho placer.
—Entonces, ¿qué debo saber sobre tu familia?— preguntó Grace.
Daniel volvió la mirada impasible de la ventana hacia ella. Ruby los estaba
ignorando, mirando los terrenos de la finca ducal. Grace imaginó que debía ser
tan grande que pasaría un rato antes que la mansión quedara a la vista.
—La mayoría de mi familia estará en Londres para la temporada— dijo Daniel.
—Pero no tu madre— Se sentía emocionada y nerviosa, y no entendía por
qué. Pero vería un lado de Daniel que había mantenido oculto, y realmente
ansiaba verlo.
Inclinó la cabeza.
—No, no mi madre. Pareces muy curiosa sobre ella.
—¡Por supuesto! He admirado su sinfonía casi toda mi vida, pero no voy a
mencionarla— añadió antes de que él pudiera hablar. —¿Quién más estará allí?
—Mi tía Isabella, la Duquesa. Ella no está en Londres.
Grace recordó que era española, y no de la nobleza. Su vida no podía haber
sido fácil entre la Alta Sociedad.
—Su hija Elizabeth acaba de salir de la escuela, por lo que estará con ella. Mi
tía Rosa y su esposo, el Profesor Leland, acaban de salir de un año de luto por su
hijo, por lo que también se encuentran en Londres con sus dos hijas y su hija
política.
—¿Tienes un primo que murió? Lo siento.
—Mattew murió en combate en la India. Nunca encontraron su cuerpo en
medio del fuego, por lo que mi tía ha tenido un momento difícil preocupándose
porque él no está en paz. La última vez que los vi en la ciudad, pensé que tal vez
aún era demasiado pronto para ella, ya que había aceptado muy pocas
invitaciones.
—Así que sólo tu madre, una tía y una prima estarán en Madingley Court.
—¿Decepcionada?— le preguntó, mientras en su boca se formaba una media
sonrisa.
—Por supuesto que no. Menos nombres para recordar.
Y era a su madre a quien más quería conocer.
—¿Van a molestarse porque lleves una mujer a casa? ¿O sucede con
regularidad?
Él se rió entre dientes.
—No es frecuente, pero eso ya lo sabes. Es por eso que querías venir.
Deseó no sonrojarse tan fácilmente.
—No des por sentada mi curiosidad. Así que ¿cómo vas a explicar mi
presencia? Por supuesto, querrás dejar claro que no me estás cortejando.
—Voy a dejar eso en claro— dijo resuelto.
Se sentía un poco decepcionada.
—¿Cómo?
—Estábamos visitando tu propiedad. ¿Cómo no visitar a mi propia madre
cuando estoy cerca?
Ella se echó hacia atrás, sintiéndose satisfecha.
Aunque su rostro se ensombreció en la oscuridad mientras la luz se
desvanecía, no se molestó en encender una lámpara. Cuando tomaron otro giro,
el bosque a ambos lados de pronto pareció más brillante con un débil resplandor.
Grace frunció el ceño y dejó que su ventanilla bajara.
No pudo contener un jadeo cuando vio Madingley Court. Era un castillo
imponente con torres puntiagudas, almenas y cientos de ventanas, muchas de las
cuales estaban iluminadas desde dentro. El castillo se enfrentaba a la oscuridad
de la noche, como si siempre hubiera protegido a Cambridgeshire desde los
albores de la caballería.
—Bastante grande, ¿no?— dijo Daniel con diversión.
—Seguramente debes haberte perdido allí.
Grace no podía apartar la mirada.
—Sólo una o dos veces. Luego descubrí que era mucho más divertido fingir
que me perdía.
—Y preocupar a tu madre innecesariamente.
—Recuerda, ella también creció aquí. No era fácil de engañar. Pero otros si lo
eran.
—Tu padre.
Él no contestó, aunque una débil sonrisa permaneció en su lugar.
Tomó mucho tiempo para que el carruaje los llevara más allá del castillo, y
luego giraron en un patio, deteniéndose ante un pórtico de columnas.
Daniel les ayudó a salir, y debió haber visto a Ruby mirando abiertamente
hacia arriba, a las muchas plantas, porque dijo:
—No te preocupes por encontrar el camino, Ruby. El ama de llaves tendrá
buen cuidado de ustedes.
El vestíbulo ascendía en dos niveles por encima de sus cabezas, con estatuas
en nichos empotrados en las paredes, y un piso con incrustaciones de mármol.
Una mujer mayor vestida de negro, delantal blanco y una cofia de encaje los
esperaba, su rostro regordete irrumpió en una sonrisa al ver a Daniel.
—Señor Daniel— dijo —Me alegro de verle.
—Señora Townsend, se ve radiante, como siempre.
Le tomó la mano y le besó los nudillos, y su cara se puso roja como una
manzana.
—Señor Daniel, es demasiado descarado.— Se volvió hacia Grace y no se
molestó en ocultar su curiosidad.
—Ella es la señorita Grace Banbury y su criada, Ruby— dijo Daniel. —
Teníamos negocios en Hertfordshire, y estuvo de acuerdo en permitirme visitar a
mi madre antes de regresar a Londres.
Eso no satisfizo al ama de llaves, que los miraba con interés. Y eso, en cambio,
satisfizo a Grace. Dejar que el personal creyera que Daniel iba a sentar cabeza
finalmente.
—Cuando vimos acercarse el carruaje— dijo la señora Townsend —informé a
la familia, que accedieron a retrasar la cena. Ahora estarán contentos de haberlo
hecho. Se servirá en una hora. Señorita Banbury, ¿le dará suficiente tiempo para
prepararse?
Grace miró más allá de la ama de llaves a la habitación de al lado, un gran
salón con agrupaciones de muebles esparcidos, espadas y escudos decorando las
paredes.
—Sin duda, nos va a tomar mucho tiempo llegar a un dormitorio.
Ella sonrió.
—No, en absoluto, señorita— dijo el ama de llaves. —Para cuando lleguemos
a la habitación de invitados, su equipaje ya debería estar allí. Señor Daniel, usted
puede ir al ala de la familia.
—Por supuesto. Señorita Banbury, la veré pronto.
***
Daniel estaba esperando a que su madre apareciera en su dormitorio, pero de
alguna manera ella se contuvo hasta que él llegó a la sala de estar. Él se detuvo en
la puerta antes de que le viera, y se alegró de que no pareciera haber cambiado
en los tres meses pasados desde que la había visto por última vez. Pero el vestido
de luto que había usado desde la muerte de su esposo siempre la hacía parecer
más pálida y demacrada. Estaba sola en la gran sala, y miraba pensativamente su
copa de vino. Probablemente se preguntaba por qué habría traído a casa a una
mujer.
Por fin le vio, y su sonrisa amorosa fue la misma de siempre. Él entró y la besó
en la mejilla, y ella le empujó a su lado para darle un abrazo.
—Oh, Daniel, ha pasado demasiado tiempo— dijo, sonriéndole.
—Sólo tienes que ir a Londres, madre. No está lejos.
Ella hizo un gesto con la mano.
—No me pierdo nada. Siempre pasan muchas cosas aquí. Iba a hablarte sobre
la señorita Wadsworth, que acaba de ser presentada esta temporada, pero
supongo que ya no tengo que hacerlo.
—¿Me privarías de los chismes?
—Como si te importara eso. Pero no, puedo ver que has conseguido
encontrar una dama por ti mismo. Las sorpresas nunca cesan.
—Ella no es mi dama, madre— explicó pacientemente. —Su nombre es Grace
Banbury, y me estaba mostrando la propiedad que acabo de comprarle a su
familia.
Algo brilló en sus ojos.
—Oh, la señorita Banbury. El Duque la mencionó.
—¿Qué dijo Chris?— preguntó con cautela.
—Sólo que parece interesada en ti. Espero que no estés dándole esperanzas.
—No lo hago, madre.
Se preguntó qué habría dicho Chris realmente.
Antes de que pudiera decir algo más, su tía Isabella entró en la habitación con
su prima Elizabeth. Ambas dieron gritos de alegría al verlo, y él las abrazó y besó
fuertemente. Aunque la tía Isabella era una duquesa, prefería vestirse con ropa
conservadora. Nunca hacía nada para llamar la atención sobre sí misma,
probablemente porque su oscura piel española y su pelo negro, ahora con toques
de plata, lo hacían por ella. Nunca se había mezclado bien con las pálidas bellezas
inglesas, y él siempre había sentido una afinidad con ella.
Elizabeth tenía el pelo negro de su madre, pero su piel era del color más
pálido de un melocotón, y se sonrojó de felicidad al ver a Daniel.
Cuando Grace entró en la habitación, se detuvo indecisa en el umbral,
mirando el feliz reencuentro. La familia inmediata ya era mucho más grande que
la de ella y era difícil imaginar lo que debía ser cuando todos se reunieran.
Una mujer mayor vestida de luto fue la primera persona en fijarse en ella y
envió una curiosa mirada en su dirección. Al principio Grace pensó que era la tía
de Daniel, de duelo por su hijo, que debía estar en la residencia, pero luego se dio
cuenta que debía ser Lady Flora, la madre de Daniel. Era una mujer alta, como su
hijo, y tenían semejanza en los pómulos y los mismos ojos de color chocolate.
—Usted debe ser la señorita Banbury— dijo la mujer de repente, y las otras
tres personas se volvieron a mirarla.
Daniel se le acercó, y ella se encontró absurdamente agradecida porque no la
dejaría presentarse a sí misma. Él extendió su brazo y ella puso su mano, dejando
que la llevara dentro de la sala de estar más larga que había visto nunca. Trató de
no mirar boquiabierta las arañas de cristal sobre su cabeza repartidas en medio de
pinturas clásicas, o el intrincado tallado a lo largo de la chimenea dentro de la cual
hubiera podido pararse.
—Madre, tía Isabella, Elizabeth, ésta es la señorita Banbury— dijo Daniel —
Señorita Banbury, le presento a mi madre, Lady Flora, a mi tía, la Duquesa de
Madingley, y a mi prima, Lady Elizabeth.
Grace hizo una reverencia a las damas, casi sorprendiéndose cuando todas
hicieron lo mismo. Nunca antes había conocido a un grupo de personas de tan
alta cuna, y se sentía como la simple campesina que era. ¿Cómo había mantenido
Daniel la seriedad cuando vio su pequeña casa solariega en Maran Park?
Lady Flora sonrió aunque Grace seguía viendo la reserva sombreando sus
ojos.
—Señorita Banbury, encantada de conocerla. Tengo entendido que usted
creció en el campo cerca de aquí.
—No hay un día de viaje de distancia a Hertingfordbury, milady. Aunque esa
propiedad pertenece ahora a su hijo.
—Ah sí, qué amable por su parte mostrársela.
Aunque la madre de Daniel era el colmo de urbanidad, Grace sintió que
estaba siendo evaluada, y sabía que viajar con Daniel no le había ayudado a sus
ojos. Se tranquilizó recordando que si lady Flora supiera lo que su hijo estaba
haciendo realmente con ella, sería él quien sufriría su censura.
Daniel la llevó al comedor y Grace trató de no mirar boquiabierta la mesa, que
se extendía a lo largo de la sala para acomodar al menos a cincuenta personas.
Todos se sentaron en un extremo, las mujeres agrupadas en torno a Daniel en la
cabecera de la mesa.
Todo el mundo era tan amable con ella, que Grace fue capaz de relajarse y ver
la relación entre madre e hijo. Aunque se trataba de un Daniel diferente al
hombre relajado que había estado en Enfield Manor con el Vizconde Wade,
todavía había una facilidad, una comodidad en él ahora que estaba en casa. Había
sido criado igual que su primo, el Duque, quién también nació del escándalo. ¿Por
qué la vida de Daniel resultó ser tan diferente? Ella estaba atisbando en lo más
profundo de él.
—¿Señorita Banbury?— dijo Lady Flora después de que los tazones de sopa
juliana fueran retirados.
Grace sonrió.
—¿Sí, milady?
—Así que su casa familiar ahora pertenece a mi hijo— dijo directamente.
Lady Elizabeth, varios años más joven que Grace, tosió en su servilleta como si
su comida hubiera tomado el camino equivocado.
—Sí, milady— dijo Grace, tensándose.
—¿Usted se la vendió?
Antes de que Grace pudiera hablar, Daniel dijo:
—Hice el negocio con su madre.
Lady Flora dirigió a su hijo una mirada controlada.
—Señorita Banbury, si usted es su única familia…
—Oh, no lo soy, milady— la interrumpió Grace. —Tengo un hermano, Edward
Banbury. Vive en Londres ahora.
—Así que su familia tiene propiedades allí también.
Que Dios la perdonara por mentir, pero lo único que pudo decir fue:
—Sí milady.
—Por favor, perdone mi franqueza— dijo Lady Flora con un suspiro —pero
¿sabe su madre que ha venido aquí?
Grace no entendía la corriente subterránea que corría a través de la
habitación, aunque imaginaba que su viaje poco ortodoxo con Daniel era la razón.
—Ella está viajando en el norte, milady. Pero mi hermano sí lo sabe.
—Madre, la señorita Banbury no es una niña— dijo Daniel con impaciencia. —
Y viajamos con su doncella asistiéndonos en todo momento. Ahora ¿podemos
disfrutar de nuestra cena? Estabas a punto de hablarme de la cena al aire libre del
señor Abernathy. Seguramente, la lluvia la arruinó.
Grace sintió un poco de náuseas. La joven prima de Daniel estaba lanzándole
miradas fascinadas como si ella fuera una acreditada cortesana. Lady Flora no era
más que amable y continuaba de vez en cuando introduciéndola en la
conversación con los demás. Grace había sabido que sería una curiosidad para la
familia de Daniel, pero nunca se había imaginado que sería tan agotador. Pero,
puesto que estaban socialmente muy por encima de ella, debían creer que era un
partido terriblemente inadecuado para Daniel. Después de todo, hasta que el
Duque se casara y tuviera un hijo propio, Daniel era su heredero. Había venido
aquí pensando que podría redimirlo a los ojos de su familia, pero ahora se había
dado cuenta de que verla asociada con Daniel no lograba apaciguarlos.
Después de la cena, sintió un momento de pánico cuando Lady Flora sugirió
que Daniel podría reunirse con ellas más tarde en el salón después de que hubiera
fumado uno de sus terribles cigarros. Pero Daniel había puesto reparos,
insistiendo en que era el único caballero, y por lo tanto, se quedaría con las
damas. Grace debería haber estado agradecida de que estuviera cuidándola, pero
también se molestó. Él seguramente había sabido cuál iba a ser la reacción de su
madre a su presencia. ¿Por qué no se lo había advertido, para que pudiera
cambiar de opinión acerca acompañarle en el viaje?
Pero, por supuesto, ella le había dado la oportunidad perfecta para pasar más
tiempo a solas. Había pensado que al estar en casa se volvería más comedido,
pero al ver este palacio, este castillo, ahora sabía que podían perderse juntos, y
nadie sería capaz de encontrarlos.
Por fin pudo terminar la noche sin dar la impresión de estar desesperada por
escapar. Una doncella llegó para mostrarle su habitación, y Grace hizo una
reverencia a la familia de Daniel y los dejó con sus conversaciones privadas.
A pesar de que tenía prisa por encontrar alguna especie de refugio, no pudo
resistirse a mirar por las puertas abiertas por las que pasaban. La mayoría de las
habitaciones no estaban iluminadas, demasiado oscuras para ver nada, pero pasó
una más y el candelabro de la criada iluminó una blancura fantasmal. Grace se
detuvo, y la criada volvió a su lado. La luz de las velas reveló una habitación
salpicada de muebles cubiertos con sábanas. Parecía bastante extraño para una
habitación en la parte principal de la casa.
—¿Qué es esto?— preguntó Grace.
La joven miró la habitación y se encogió de hombros ausente.
—Es la sala de música, señorita. Pero nadie la usa.
Por supuesto que no, Grace pensó, intrigada y demasiado curiosa.
Mientras seguía a la chica, prestó atención sobre dónde estaba para poder
encontrar el camino de regreso.
Ruby la esperaba en su dormitorio, y cuando la criada las dejó solas, Ruby
agarró los brazos de Grace.
—¿Ha visto alguna vez un lugar así, señorita Grace?— gritó Ruby. —Ni
siquiera puedo encontrar la cocina desde aquí. Y hay campanas que nos dicen cuál
es la habitación que está llamando.
—Ruby, estoy teniendo mis propios problemas tratando de recordar una
habitación en particular, así que tengo que encontrarla ahora.
Rubí le frunció el ceño.
—¿Ahora, señorita Grace? Se perderá, y entonces, ¿qué pensará el señor
Throckmorten de usted?
—Créeme, permanecerá muy lejos de la sala de música. Te prometo que
volveré pronto.
Grace cogió el candelabro dejado por la criada y se apresuró a regresar por
donde había venido, bajando un piso y tomando dos giros a la izquierda, donde se
reunían los corredores. Pero al fin encontró la sala de música. Sabía a ciencia
cierta que el ala de la familia estaba en el lado opuesto de la casa, así que nadie
debía molestarla. Tendría tiempo de ver donde había pasado Daniel gran parte de
su niñez.
Quitó la sábana del piano y admiró la belleza de sus líneas. Había sábanas que
cubrían estuches a lo largo de la pared, y se encontró una versión en miniatura del
violín y otros instrumentos. Lord Wade había dicho que Simón tocaba muchos
instrumentos cuando era niño. ¿Había pasado horas felices aquí con sus padres?
Pero había renunciado a todo después de la muerte de su padre y la
notoriedad de su madre.
Se sentó al piano.
Tal vez estaba equivocada sobre su desafío. ¿Por qué necesitaba ser
redimido? Él era un buen hombre, ayudando a sus amigos , ayudando a su
hermano, aunque ciertamente Edward era una propuesta arriesgada. Daniel había
sentido profundamente el escándalo de su madre y se había enfrentado contra
todos los que la maltrataron. No era un hombre que necesitara redención. Sin
embargo, ella todavía quería que él tuviera una vida mejor.
¿Era la música lo que extrañaba, sin siquiera darse cuenta? ¿Era esto lo que
necesitaba darle de nuevo para hacerle sentirse completo? Tal vez sólo entonces
renunciaría a sus apuestas, arriesgándose demasiado cuando tenía mucho por lo
que vivir.
¿Y podría luego dejarle y pensar que era un hombre mejor por haberla
conocido?
Pasó los dedos ligeramente sobre el teclado, pero no tocó.
La idea de no volver a verle, excepto socialmente, le dio una punzada en el
corazón. Su relación se estaba intensificando más de lo que había anticipado. Se
estaba envolviendo en la vida de Daniel, y era difícil no dejarse caer de buena
gana en su cama. Cuando la dejara, independientemente de quien obtuviera la
victoria, habría un nuevo vacío en su vida. Sus días y noches ahora eran sobre él, y
cuando se fuera…
Imaginar la desolación que sentiría, la dejó sin aliento.
Sin darse cuenta, accidentalmente presionó demasiado fuerte, y una sola
nota sonó en el silencio. El sonido resonó como un recuerdo fantasmal, feliz de
días mejores. Se quedó inmóvil, hasta que se apagó. Creyó oír a alguien en la sala,
y rápidamente corrió hacia la puerta y se asomó fuera, pero estaba sola, gracias a
Dios. No quería tener que dar explicaciones a Lady Flora por estar abusando de su
hospitalidad, husmeando en áreas privadas de la mansión.
Y si Daniel la encontraba, podría enojarse por su intrusión, o podría intentar
de nuevo su seducción, y ella estaría demasiado susceptible ahora.
Como lo había estado desde el principio.
Había sabido que tenía debilidad por él, y ahora se había convertido en una
necesidad urgente.
Tomando otra vez el candelabro, hizo el camino de regreso rápidamente a su
habitación.
No vio a Daniel, que la observaba en silencio.
Capítulo 17
Daniel sabía que podía haber ido a la habitación de Grace, perseguirla, y
experimentar aún más su pasión, pero la vio desaparecer por el pasillo oscuro y
no la siguió.
En su lugar, entró en la sala de música.
Había llegado allí sin querer, y debería haber sabido que ella, de alguna
manera, sería capaz de encontrar exactamente la habitación en la mansión que
más le atraía a él.
¿Cómo sabía ella esas cosas cuando ni él mismo lo sabía?
No tenía una vela, pero había una lámpara en el corredor que daba un leve
resplandor hacia el interior. Las cortinas no habían sido corridas sobre las altas
ventanas y eso le ayudó a ver. Grace se había olvidado de cubrir el piano. Lo hizo
para ahorrárselo a su madre.
Nunca le había preguntado a su madre por qué, después de tantos años, la
música seguía siendo lo que más la angustiaba. Tal vez era la costumbre ahora,
como lo fue para él, seguirle la corriente.
Se dio cuenta de que había muchas cosas sobre el pasado que nunca había
hablado con ella. Como por qué había dejado de componer, o como qué se sentía
con que todo el mundo pensara en ella como una asesina.
No podía pensar en esas cosas estando alrededor de Grace, que estaba
empezando a ver en sus pensamientos. Estaba pasando demasiado tiempo con
ella, dejándola ver muy profundamente dentro de él.
Y no podía parar, como si estuviera montado en un carruaje cuesta abajo con
las riendas arrastrando por el suelo en lugar de estar seguras en sus manos.
***
Grace pasó una mañana agradable en compañía de Lady Elizabeth, la prima
de Daniel. Durante el desayuno, Daniel le había dicho que tenía varias reuniones
programadas con el mayordomo y el personal, actuando en lugar del Duque, y
que se reuniría con ella después.
Grace se había alegrado de la distancia. Había pasado una cantidad
humillante de tiempo despierta en su cama la noche anterior, preguntándose si
vendría a continuar su seducción. Al ver que no, se había sentido más molesta que
aliviada.
¿Qué quería? ¿Qué él ganara este loco desafío? ¿O estaba buscando cada
posible oportunidad de estar con él? No era así como ella había pensado que el
reto se iba a desarrollar.
Así que para distraerse, había salido a caballo con Lady Elizabeth y había
hecho un recorrido por el increíble parque que rodeaba Madingley Court. Había
más jardineros aquí que la suma total de su personal en Maran Park. Cuando
finalmente regresaron a los establos, un sirviente de la casa estaba esperando a
Lady Elizabeth.
—Milady, el señor Baxter Wells está aquí para verla.
El corazón de Grace latió con fuerza, y vio el placer de una mujer joven por
tener un pretendiente. Pero Lady Elizabeth no tenía idea de cuáles eran los
placeres que el señor Wells quería de ella.
Grace sabía cómo se aprovechaba él de la inocencia de una mujer, las suaves
mentiras que podían salir de sus labios; Grace se había enamorado de todo, a la
misma edad que esta joven dama. ¿Cómo podía permanecer en silencio?
Cuando la criada se fue y el palafrenero se había alejado con los dos caballos,
Lady Elizabeth regresó al patio del establo con ella.
—Señorita Banbury— dijo Lady Elizabeth —¿le importaría si la dejo ahora?
—Por supuesto que no, milady, pero antes, ¿podría escuchar una palabra de
advertencia?
La feliz expresión de la chica se nubló.
—No entiendo.
—Usted no me conoce bien, así que quizás no estoy en posición de hablar
sobre esto, pero no puedo permanecer en silencio. Conozco la reputación del
señor Wells. Él puede parecer el más gentil de los hombres, pero tenga cuidado
de que él no quiera más de lo que usted quiera dar.
Lady Elizabeth se sonrojó.
—De verdad, señorita Banbury, no sé qué quiere decir. Él siempre ha sido
perfectamente educado.
Grace se sentía como la más tonta, pero no quería que una chica inocente
sufriera.
—Algunos hombres tratan de hacer sus avances en privado. Yo… yo sólo
quiero que sea consciente de ello.
Lady Elizabeth asintió en agradecimiento, y luego se fue hacia la mansión.
Grace se quedó atrás, sabiendo que parecería sospechosa. Pero no podía
simplemente quedarse ahí y observar al hombre hacerle a alguien lo que le había
hecho a ella. Aún recordaba como la había apartado después de haber intimado,
la forma en que la había acusado de intentar atraparle en el matrimonio. Se
estremeció al recordar el dolor. No quería ir a la mansión y arriesgarse a verle de
nuevo, así que giró hacia los establos, preguntándose si los palafreneros le
permitirían montar sola.
—¿Señorita Banbury?
El sonido de la voz de Daniel levantó su ánimo, se giró para encararlo,
conteniendo una sonrisa de bienvenida que él podría malinterpretar.
—¿Está haciendo algo en este momento, Sr. Throckmorten?
Él arqueó una ceja.
—Hablando con usted.
—¿Le importaría ir a montar?
—Hay un invitado en la mansión, pensé que usted desearía estar con las
damas.
—No, gracias. Podría ser incómodo. Entonces, sobre esa cabalgata...
Él accedió a acompañarla, y Grace prácticamente podía oír su curiosidad
como si estuviera hablando en voz alta. Sabía que él gustosamente se quedaría a
solas con ella, para hacer preguntas y avanzar en su propio beneficio. Se sintió
aliviada cuando el caballerizo se les unió como acompañante. Daniel sólo frunció
el ceño cuando ella le sonrió con suficiencia.
Cuando Daniel y Grace regresaron de su paseo, Grace fue a su habitación para
prepararse para el almuerzo, o para preparar su armadura contra las preguntas de
su madre, pensó Daniel. Cuando él pasó cerca de la entrada, un hombre caminaba
por el corredor como si hubiera salido del salón.
El hombre le saludó.
—Usted debe ser Throckmorten.
Daniel se detuvo, curioso.
—Lo soy. ¿Y quién es usted?
—Baxter Wells. Estaba presentando mis respetos a su prima.
—Gusto en conocerlo.
Daniel estaba a punto de asentir y seguir su camino, cuando Wells miró
alrededor como preguntándose si alguien podría oírlos. Daniel se tensó con
malestar.
—Lady Elizabeth me dijo que usted está viajando con la Señorita Banbury—
dijo Wells, con voz baja y expresión conocedora.
Daniel se encontró queriendo revelar que una doncella estaba viajando con
ellos, pero difícilmente le debía explicaciones a este extraño.
—¿Tiene algo que decir?
—Sólo que viajar con ella puede ser una aventura.
Ahora el hombre estaba siendo abiertamente malicioso. Daniel recordó el
rostro de Grace cuando le contó que un hombre había roto su corazón.
Rápidamente, golpeó con fuerza a Wells en el estómago, luego tiró del brazo
del hombre cuando éste se encogió, gimiendo.
—Sugeriría que nunca vuelva a salir de sus labios el nombre de la señorita
Banbury— dijo Daniel, con un gruñido de advertencia.
—Por supuesto, por supuesto— dijo Wells, meneando su cabeza mientras se
alejaba y se dirigía a la puerta del frente.
Un lacayo estaba allí, con el rostro inexpresivo, como si no hubiera visto la
escena que el heredero del Duque había hecho agrediendo al hombre. Después
de cerrarse la puerta tras Wells, Daniel asintió hacia el lacayo, quien asintió de
vuelta.
Luego Daniel fue a buscar a Elizabeth. La encontró sola en el salón,
escribiendo una carta. Ella levantó la mirada con una sonrisa.
—Buenos días, Daniel.
Él no correspondió a su sonrisa.
—¿Baxter Wells está cortejándote?
Su sonrisa se desvaneció y una mirada de confusión surgió en su lugar.
—Eres la segunda persona en ofenderse hoy con él. Lo conocí recientemente,
pero parece un buen hombre.
—No lo es. ¿Quién más te habló de él?
Como si Daniel no lo supiera.
—La señorita Banbury. Ella me dijo que no era de fiar.
—No lo es.
Abrió la boca, pero pareció pensar mejor lo que iba a decir.
—Muy bien. Diría que la señorita Banbury no me debía una advertencia. Fue
muy amable de su parte tratar de ayudarme, cuando no sabía si yo aceptaría su
ayuda. Parece amable, aunque la carta de Chris decía…
Se interrumpió, su rostro lleno de preocupación por lo que había revelado.
—¿Qué carta?— preguntó Daniel, sentándose a su lado y hablando en voz
baja. —¿Y a quién se la escribió?
Elizabeth suspiró.
—A mamá, por supuesto, pero ella la compartió con la tía Flora.
—No me obligues a arrancarte cada detalle— le advirtió, como si ella fuera a
creer en alguna amenaza suya.
La joven giró los ojos.
—Bueno, si mamá se sintió autorizada a compartirla con nosotros, yo debería
compartirla contigo. Chris está preocupado porque la señorita Banbury esté
tratando de…
Su voz se apagó, y Daniel pensó “seducirte”, como si eso fuera lo que Grace
tenía en mente. Era casi divertido.
—¿Tratando de qué?— preguntó él.
—Tratando de atraparte en el matrimonio— terminó Elizabeth, mostrándose
incómoda.
—Eso es lo más ridículo que he oído— dijo Daniel. —Y puedes decírselo a los
demás.
—Chris está preocupado porque ella no es exactamente de las mejores
familias.
—¿Y tú, de toda la gente, crees que la familia es más importante que la
persona?
Sus propios padres se habían enamorado inapropiadamente, y ella no existiría
si su padre hubiera hecho lo que la Sociedad deseaba.
—Daniel, no me involucres— dijo Elizabeth. —Me obligaste a decírtelo, y yo
no sé qué pensar, y no quiero hacerlo.
—Dijiste que mi madre sabía de esa carta. No me sorprende que estuviera
interrogando a Grace.
—¿La llamas por su nombre?— dijo Elizabeth, asombrada.
Como si esa fuera la peor familiaridad de la cual se podría acusar a un
hombre. Elizabeth era tan joven, pensó Daniel afectuosamente.
—Un lapsus linguae— enmendó Daniel. —Ahora prométeme que
desanimaras a Wells y que nunca te quedarás sola con él.
—Lo prometo— dijo resoplando. —¡Y yo que pensaba que mi presentación en
sociedad les haría tratarme como a una adulta!
***
Grace permanecía fuera del salón, habiendo escuchado sin querer a Daniel y
Lady Elizabeth. Su corazón revoloteaba dolorosamente en su pecho, y para su
horror, sentía que podría llorar.
La familia de Daniel creía que estaba intentando atraparle. Era lo mismo de lo
que la había acusado Baxter. Creía que ya se había endurecido ante esas
falsedades, pero obviamente no lo había hecho, ya que apenas podía tragar por el
nudo que tenía en la garganta.
Había sido una tonta. ¿Cómo no lo había visto venir, especialmente después
de su experiencia con Baxter? Se había arriesgado al viajar con Daniel, a pesar de
ir acompañada de una doncella, pero había pensado que cualquier escándalo
estaría relacionado con Daniel y su búsqueda de una nueva amante, y sobre la
supuesta ingenuidad de ella.
Pero eran los motivos de ella los que estaban siendo cuestionados.
No podía creer que los Cabot extendieran esos rumores a los demás, pero aun
así, dolía. Si sólo supieran cuánto se estaba resistiendo ante su precioso hijo,
pensó amargamente.
Daniel no creería algo así, no después de la forma en que ella se le había
resistido en cada oportunidad. Cruzó sus brazos apretadamente contra su
estómago. Pero, últimamente no había tenido mucho éxito en resistírsele. Él no
podía pensar que era lo suficientemente taimada para… engañarlo, ¿cierto?
***
Después de la cena, Grace dio las buenas noches, esperando que la familia
aceptara su excusa de necesitar dormir para salir temprano hacia Londres, cuando
en realidad, lo único que necesitaba era alejarse de su constante cortesía.
Ahora que sabía lo que pensaban de ella, su estómago se tensaba cada vez
que alguien le hablaba. Daniel parecía sospechar de su comportamiento
demasiado callado. La estaba observando demasiado. ¿Su madre empezaría a
pensar que ya estaba prendado de ella?
Se sentía expuesta, vulnerable, perdida ante lo que pensaban de ella. ¿Estaría
perdiendo su propia autoestima?
El sueño no vendría fácilmente, lo sabía. Le pidió a la criada que la guiaba por
la mansión que la llevara a la biblioteca, y después de que la chica le dio las
indicaciones para regresar a su habitación, Grace finalmente se quedó sola.
Lámparas iluminaban varias mesas, y ella levantó una, hojeando con poco
entusiasmo los volúmenes alineados en las estanterías, buscando algo que
llamara su atención.
—¿Grace?
Casi deja caer la lámpara ante el sonido de la voz de Daniel. Giró para verle
cerrar las puertas tras él
—¡Déjalas abiertas!— ella susurró. —Si alguien nos ve aquí juntos…
—Es un castillo con corrientes de aire. Diré que una brisa la cerró.
Su boca quedó abierta, espantada.
—Como si debieras darle a tu madre otra razón para creer al Duque…
Se interrumpió, sabiendo que había dicho demasiado. Ella se escondió tras un
sofá, mientras él la acechaba.
—Entonces, ¿qué escuchaste?— preguntó Daniel, sus ojos fijos intensamente
en ella.
—¡Nada!
Frenéticamente, miró alrededor, encontrando otras puertas cerradas al otro
extremo de la biblioteca. Ella empezó a retroceder hacia ellas, paso a paso.
—No me importa lo que piense Chris— dijo Daniel —y a ti tampoco debería
importarte. Esto es sólo un juego entre los dos, ¿cierto?
—No es un juego, Daniel— dijo ella, incapaz de igualar su diversión. —Esto es
un desafío. Para ti es un juego para tu diversión privada, pero para mí…— Se
detuvo, no queriendo revelar demasiado. —Y no me importa tanto el Duque
como me importa tu madre. ¡Su opinión es importante!
—Ella nunca hablaría con nadie sobre ti.
Caminó hasta el sofá, y se vio obligada a retirarse tras una mesa.
—Pero si ella puede creer tales cosas sobre mí, entonces cualquiera puede.
A ella no le gustaba la incertidumbre en su voz, y miró a Daniel como si fuera
culpa de él.
—Le he explicado las cosas satisfactoriamente a mi madre.
Su espalda dio contras las puertas.
—¿Qué quieres decir?— exigió ella —¿Qué le dijiste?
—Le dije que estaba trabajando con tu hermano en otra inversión. Esa es la
razón por la cual estamos pasando juntos tanto tiempo.
—¡Más mentiras!
Con un gemido, Grace busco a tientas el pestillo detrás suyo y abrió.
Inmediatamente el cálido y terroso olor del invernadero flotó sobre ella. No había
luces en el interior, pero la luna brillaba a través del techo de cristal lo suficiente
para que ella girara y huyera por un camino oscuro. No tenía idea de hacia dónde
iba. Debía de haber otra puerta. Tenía que escapar de Daniel antes de que él
hiciera algo sin pensar. Si eran atrapados juntos aquí…
Se estremeció al imaginar las consecuencias. Su familia pensaría que ella era
de la peor clase de mujer, y nunca recuperaría su lugar ante ellos. Aunque Daniel
la había hecho sentir segura, forzarle al matrimonio nunca había sido su intención.
Y en todo caso, él probablemente, no se casaría, causando una división en su
propia familia.
Él estaba detrás de ella, acercándose cada vez más. Ella estaba empujando
largas hojas de helecho abriéndose camino y podía oírle hacer lo mismo. Podía
jurar que sentía su aliento en el cuello y caminó tan rápido como le era posible,
asustada de correr por temor a tropezar y caer entre los arbustos.
El camino se curvaba alejándose de la casa, internándose en el invernadero.
Nunca había estado en uno tan grande, pero obviamente el duque sólo tendría lo
mejor. La luna arrojaba extrañas sombras y casi creyó que Daniel se le había
adelantado. ¿Por qué no la había atrapado aún?
El camino terminó abruptamente donde el cristal topaba con una esquina.
Ella se había saltado alguna curva en alguna parte. La vista debía ser espectacular
para que el camino terminara aquí, pero en la noche, sólo se veía oscuridad en el
exterior.
Empezó a caminar nuevamente cuando le sintió acercarse a ella, empujándola
hasta que sus manos se apretaron contra el vidrio frío y húmedo.
—Han pasado días desde que te toqué— murmuró roncamente.
Ella sintió la extensión de su cuerpo contra el suyo, especialmente el empuje
de sus caderas en su trasero.
—¡Sólo dos días!— murmuró, aferrándose a los girones de su compostura.
—Dos días es demasiado.
Él mordisqueó el punto en el que su hombro se encontraba con el cuello, y
ella mordió su labio para contener un gemido. Pero su tembloroso cuerpo le decía
lo que él necesitaba saber.
—Daniel, por favor, no. Aquí no.
—¿No recuerdas cómo puedo hacerte sentir?— murmuró, lamiendo su oreja.
El vidrio estaba frío contra su mejilla mientras gemía, cerrando sus ojos.
Nunca olvidaría el momento en que él había interrumpido su baño, la forma en
que sus manos la habían acariciado como si tocara un instrumento.
Sintió una súbita corriente de aire en sus pies y se dio cuenta que esas manos
estaban empuñando sus faldas, levantándolas.
—¡Cualquiera podría caminar fuera y vernos!— murmuró.
Él la estaba ignorando. Sintió sus manos sobre sus muslos desnudos, sus
faldas y enaguas levantadas a los lados de su cintura. Sentía sus caderas y el bulto
de su erección contra su trasero. Su ropa interior era poca protección contra el
calor y la dureza de él.
Sus manos subieron por su torso y ahuecaron sus pechos, sobándolos como si
el corsé no estuviera allí. Y aunque no podía sentir la exquisitez de sus dedos
sobre su piel, el poderoso abrigo de sus manos la hacía gemir.
Estaba cayendo bajo su hechizo, y tenía que detenerlo antes de que pusiera
su vida del revés. Una cosa era ser perseguida en la noche, cuando sólo era entre
ellos dos, pero ahora no podía olvidar quienes más se verían afectados.
—Tu seducción no funcionará, ciertamente no aquí— dijo sin aliento.
—Me parece atrevido.— Él tiró del lóbulo de su oreja con los dientes. —La
posibilidad de un escándalo le añade cierta excitación.
—¡Esto no es un escándalo, es mi vida!
Su absurda voz reveló demasiado, demasiado dolor, demasiada confusión y
desesperación.
Capítulo 18
El calor de la pasión había enturbiado la mente de Daniel, consumiendo
cualquier pensamiento racional, pero había algo en la voz de Grace que no podía
ignorar. Ella estaba temblando bajo su toque, su cuerpo tan suave, un respiro
bienvenido y un lugar de descanso para la dolorosa dureza que era su erección.
Pero dejó caer sus faldas, separándose lo suficiente de su cuerpo hasta que
estuvo segura cubierta de nuevo. De mala gana bajó las manos, rodeando su
cintura desde atrás, sólo sosteniéndola por un momento, confortándola con su
abrazo, porque él no conocía las palabras adecuadas.
Recordó que había visto a Baxter Wells ese día. Todos los recuerdos que
probablemente había tratado de olvidar, habrían vuelto de nuevo a ella, junto con
sus temores de que pensaran que era una mujer desesperada por seducir a un
hombre rico.
A Daniel no le gustaba que otro hombre la hubiera herido, que
probablemente hubiera tomado su inocencia. Daniel había pensado que era el
primero en mostrarle la pasión, pero ahora sabía que no. Había sido usada y
desechada, y sólo podía imaginar que una parte de ella se culparía a sí misma por
ello. Una mujer era demasiado vulnerable en los asuntos del corazón.
Su dolor le hacía querer destruir al hombre que la había utilizado. Su cuerpo
se tensó, porque ahora ella se agitaba inquieta entre sus brazos, donde hacía sólo
un momento había descansado como un pájaro herido.
—Shhh— murmuró contra su cabello.
Ella no le había mentido, le había dicho que no era inocente, pero él no lo
había entendido. ¿Cómo podía preguntarle sobre eso, cuando nunca había
confiado lo suficiente en él para contarle algo tan personal, tan doloroso?
Se dio cuenta que quería su confianza, pero no sabía cómo ganársela. Quería
que le dijera libremente sus secretos, todos ellos. En cambio, ella le equiparaba
con Wells. ¿Podía culparla?
—Déjame ir, Daniel— dijo en voz baja.
Él dio un paso atrás, y ella se volvió hacia él. Le dirigió una mirada inquisitiva,
y él se preguntó qué veía. No hizo ningún comentario divertido, no le dio su
famosa media sonrisa. Sólo quería que ella le viera… a él.
Había vulnerabilidad, una quietud en sus facciones que le conmovió. Pensó
que podría estar así, mirando sus ojos color esmeralda, para siempre.
¡Por el diablo!, ¿de dónde había venido ese estúpido pensamiento?
Se aclaró la garganta.
—Te guiaría de vuelta a tu habitación, pero imagino que no quieres ser vista a
solas conmigo, vagando por los corredores en la noche.
—Y tú tampoco deberías querer ser visto solo conmigo por la noche… sobre
todo, no en Madingley Court.
Él arqueó una ceja.
—Me haces parecer como si temblara al oír la voz de mi madre.
Ella suspiró entrecortadamente.
—Sabes que no lo creo. Buenas noches.
Le rodeó y se dirigió hacia el camino.
—No gires a la izquierda, o terminarás en la puerta exterior.
Ella dudó, mirándole por encima del hombro.
—Debes de estar muy familiarizado con la distribución del invernadero.
Él se encogió de hombros.
—Por eso he sido capaz de atraparte en este rincón.
—¿Te escondías aquí cuando eras niño?
—Por supuesto.
Una expresión de tristeza y ternura se apoderó de ella.
—Grace, no le busques más significados. A todos los niños pequeños les gusta
esconderse. Nos da una sensación de control. ¿Las niñas no lo hacen?
—Yo no podía esconderme. ¿Quién se hubiera encargado de Edward?
Ahora se sentía como a sus ocho años edad, que era un cobarde. No había
tenido a nadie a quién cuidar, más que a sí mismo… y a su madre. Había hecho lo
que había podido.
—Buenas noches, Grace.
Con una inclinación de cabeza, dio media vuelta y se marchó, con la espalda
recta.
***
El viaje de regreso a Londres les tomó la mayor parte del día, y Daniel dejó
tranquila a Grace. Incluso cuando Ruby dormitaba, y hubiera podido disfrutar
bromeando con Grace al tratar de levantar sus faldas, no lo hizo. Por lo cual, ella
le lanzó varias miradas sospechosas, mientras él mantenía una expresión
inescrutable.
Cuando ella insistió en que la dejara en el callejón de la parte de atrás de su
casa, lo hizo, dirigiéndole una sonrisa íntima que prometía mucho más. Él levantó
cuatro dedos. Ella bajó sus cejas con confusión.
—Quedan cuatro días— murmuró.
A la luz de la linterna vio su entendimiento, el rubor que siguió, y la forma en
que levantó la barbilla en desafío. Todavía estaba seguro de sí mismo… pero
también lo estaba ella.
Sin que se diera cuenta, la siguió hasta que entró en la casa, incluso vio el
reencuentro con su hermano a través de las ventanas. Luego, regresó a su casa, y
aunque era la hora de la cena, vio que estaba el informe que el investigador le
había enviado. Daniel se sentó en su escritorio en la biblioteca, con un brandy en
la mano.
Dos hombres habían jugado con él y la señora Banbury esa fatídica noche. El
primero, Clive Radford, había viajado hacia el norte, y todavía estaba en York. Lo
más probable era que no fuera el hombre que estaban buscando. El segundo
jugador, Horace Jenkins, era un hombre que tenía alguna propiedad en
Hertfordshire y que había llegado a Londres para la Temporada. Cuando estaba en
la ciudad, alquilaba una habitación en su club y manejaba de manera eficiente sus
negocios. Su único hábito, uno que Daniel compartía, era su afición a los juegos de
azar. No había allí nada que le implicara, salvo como un hombre que se creía
enamorado de una mujer a quien no tenía el valor de cortejar. Ni siquiera había
ninguna prueba de que hubiera sido él quien vigilaba la casa de los Banbury, pero
incluso suponiendo que fuera así, el hombre no había hecho nada sospechoso.
Excepto huir cuando le persiguieron.
Pero… Daniel siempre había confiado en sus instintos, y algo acerca de él, le
resultaba extraño. Jenkins podría ser tímido, pero si Daniel era objetivo, Grace no
era la clase de mujer que pudiera rechazar a un hombre acomodado. Su dote era
pequeña, y sus familiares no eran nobles. Entonces, ¿por qué Jenkins
simplemente no había pedido ser presentado?
Daniel decidió continuar siguiéndole, por si acaso hacía algo sospechoso. Si
tuviera la oportunidad, le ofrecería a Jenkins la posibilidad de presentarle a Grace
y valoraría su respuesta.
***
Cuando Beverly se presentó por la tarde, Grace vio la expresión de su amiga
cuando vio la remodelación que se había llevado a cabo en sólo tres días. Aunque
la casa era pequeña, ahora tenía una elegancia innata, con pinturas enmarcadas
de un sinfín de paisajes que de alguna manera hacían que cada habitación se viera
más grande. Había nuevas cortinas en las habitaciones principales, y varios
muebles nuevos que acentuaban lo mejor de sus admirables piezas antiguas.
Incluso el aparador del comedor ahora mostraba varias fuentes nuevas de plata y
soperas.
—Grace, qué encantador— dijo Beverly, cuando finalmente se sentaron en el
salón. —Vas a estar preparada para aceptar las atenciones de un hombre.
—O de cualquier matrona de la Sociedad— añadió Grace.
—Normalmente me gustaría decir que me alegro de que hayas podido poner
tus propios toques al lugar…
Grace hizo una mueca.
—Pero claro, tú no has tenido nada que ver con esto, porque ni tu hermano ni
tú tenéis el dinero para este tipo de gastos.
Grace suspiró.
—Ha sido el Sr. Throckmorten de nuevo, ¿no es cierto?
—Sí, ha sido él. ¿Cómo podría rehusarme? Es su casa después de todo.
—Que podría esperar fácilmente para redecorar… Si puede reclamarla.
—Gracias por no decir “cuando”.
—¿Está tratando simplemente de suavizar tu consideración hacia él?—
preguntó Beverly, con los ojos entrecerrados mientras pensaba. —Oh… oh, por
favor, Grace, dime que no has perdido el reto, y ya eres su…
—¿Amante?— interrumpió con un susurro sorprendido. —Por supuesto que
no. Pero… se está haciendo cada vez más difícil.
Beverly acarició su mano.
—Claro que lo es, querida. Es un hombre bien parecido, con un encanto
peligroso, al que incluso yo, una mujer casada, encuentro atractivo. Y ahora está
utilizando sus artimañas… ¡Decoración, por todos los cielos!... para recomendarse
a sí mismo ante ti.
—Como si sus besos no fueran suficiente— añadió Grace con un suspiro.
—Ah, le has dejado que te bese.
Se cubrió el rostro.
—¡No puedo soportar la forma en que me estas mirando, Beverly! Tu
simpatía es demasiado amable. ¡Esto debería ser fácil! Pero ¿por qué no puedo
resistirme ante él?
—Seguramente tus intentos por redimirle han tenido algún efecto en
mantenerlo alejado de ti.
—No mucho. Es un hombre muy decidido.
—Un jugador siempre lo es.
—No creo que esté acostumbrado al fracaso. Yo soy un…. un desafío, y me
estoy resistiendo.
—¿Así que estás diciendo que tú misma no tienes nada que ver con esa
atracción?
—No lo sé— susurró Grace, apretando sus dedos en el regazo.
—Bueno, entonces, es una buena cosa que él sea un jugador.
—¿Qué quieres decir?
—Porque de lo contrario, creo que sucumbirías a sus encantos con demasiada
facilidad.
—Beverly, yo…
Pero se interrumpió porque sabía que su amiga tenía razón.
—No parece que quiera casarse, Grace— dijo suavemente Beverly. —O al
menos sus intenciones hacia ti no son honorables. No quiero que salgas herida. A
menos, por supuesto, que… —se detuvo, pensando con la cabeza ladeada —que
decidas poner tus miras en casarte con él.
Grace sólo pudo jadear.
—Pero… ¡Entonces, yo sería una mujer cazando a un hombre! Nunca haría
eso, porque me han acusado demasiado a menudo de algo así.
Ante la confusión de Beverly, Grace dijo en voz baja:
—Una vez pensé que estaba enamorada, y al final, mi pretendiente creyó que
estaba tratando de… obligarle a casarse.
Omitió los detalles verdaderamente humillantes.
—¡No puedo creerlo! Seguro que no te conocía bien.
—Yo tampoco lo creo, después de eso. Pero he conocido a la familia de
Daniel, y me enteré que el Duque está preocupado por mis intenciones hacia
Daniel y ha advertido a toda su familia.
—El Duque es una clase de hombre protector, querida. La familia lo es todo
para los Cabot porque a menudo ellos están contra el mundo. No se le puede
culpar por preocuparse por su primo… su heredero, al fin y al cabo.
—Lo sé.
—Pero verdaderamente, Grace, ¿no puedes verlo de forma lógica? Si tus
reservas acerca de su afición al juego han desaparecido…
—Yo no he dicho eso.
—Bueno, ¿ha mostrado alguna necesidad a jugar en estos tres últimos días?
—No… aunque él y Lord Wade se retaron entre ellos en una regata.
—¿El Barón Ciego?— dijo Beverly sorprendida.
Grace asintió confundida.
—Pero es un vizconde.
Beverly agitó la mano alegremente.
—La baronía es uno de sus títulos, y la gente puede ser muy cruel. Pero me
alegra saber que le está yendo bien. Casándose, también.
—Conocí a la señorita Shelby. Era la acompañante de su abuela.
—Así que ya ves, estoy segura de que la han acusado de intentar atrapar a un
hombre ciego. Sin embargo, ¿son felices?
—Mucho, y están muy enamorados.
—Entonces, sólo porque una de las partes decida casarse, no significa que no
pueda terminar bien.
—Oh, Beverly, mi cabeza da vueltas.
—Debes tomar una decisión, Grace. Yo iba a poner damas casaderas en su
camino, después de todo.
Grace vaciló.
—Espera un par de días— dijo finalmente con un hilo de voz. —Pensaré en lo
que has dicho.
—Esa es mi chica. Para el Baile Madingley, sólo unos días después de que
termine vuestro desafío, podrás decirme lo que el Sr. Throckmorten es para ti.
Después de que Beverly se fuera, Grace se dejó caer en el sofá, con la mente
llena de pensamientos conflictivos. Daniel no quería casarse… sin embargo,
estaba evidentemente atraído por ella. No tenían problemas conversando entre
ellos, y lo encontraba muy gracioso, lo que era peligroso, porque era demasiado
atractivo.
Y nunca se había sentido forzada por su seducción. Cuando le pedía que se
detuviera, como había hecho la noche anterior, él siempre lo hacía. De alguna
manera, él la respetaba. Podría haberles arrojado a la calle a su hermano y a ella.
Pero todo eso ¿era una buena base para un matrimonio? ¿Podría amar a un
hombre en el que nunca había pensado que podría confiar? Cuando el encanto de
su seducción desapareciera, ¿no volvería a los juegos de azar, que le
proporcionaban los excitantes riesgos que tanto le gustaban?
Pero todo se reducía al… amor. ¿Ella le amaba? ¿Y quería ser correspondida?
¿O era como su familia y Baxter la habían pintado, una mujer que se conformaría
con la seguridad sobre el amor?
***
Cuando Grace vio a Daniel en la fiesta de la cena de Lord Hammersmith esa
noche, le observó con los ojos de una mujer que tiene en cuenta el matrimonio.
No sabía lo que ella estaba pensando, porque cuando se encontró abiertamente
con su mirada, él sonrió y se alejó, salvaguardando su reputación. Si sólo supiera
los locos pensamientos que daban vueltas alrededor de su cerebro.
Matrimonio. ¡Matrimonio! Con Daniel Throckmorten, libertino, jugador, y
escandaloso hijo de una escandalosa familia.
Ni siquiera podía imaginar cómo tratar con algo así. No quería renunciar a su
desafío; necesitaba ese violín para Edward y su futura oportunidad de casarse.
Edward la había acompañado a la cena, y ahora estaba dándole un apretón en
su brazo antes de ir a hablar con dos jóvenes damas. Grace no podía prestarle
atención, demasiado ocupada con su dilema.
Cuando el desafío hubiera terminado, ¿seguiría fomentando las visitas de
Daniel, esperando que algo tierno surgiera entre los dos?
Mientras le observaba al otro lado del salón hablando con una anciana viuda,
supo que, por su parte, el afecto ya había surgido. Se encontró poniendo excusas
por su afición al juego, diciéndose a sí misma que podía ser como la mayoría de
los hombres normales, deteniéndose cuando quisiera.
Pero él había apostado en un juego que implicaba el derecho a casarse con
ella… ¿qué tan controlado era eso?
Se movió por el salón, hablando y pasando de un grupo a otro. Por fin, ella y
Daniel coincidieron en el mismo grupo de cinco invitados. No pudo dejar de notar
las miradas especulativas que, de tanto en tanto, lanzaba entre ellos una anciana
dama.
El estómago de Grace se empezó a apretar por los nervios. Su plan había sido
que todos notaran que Daniel se fijaba en ella, para que asumieran que
finalmente estaba listo para casarse. Por supuesto, su intención no había sido que
pudiera casarse con ella, pero ahora estaba únicamente confundida.
Durante una pausa en la conversación, la anciana dama, la señora Walker, se
volvió hacia Grace y dijo:
—Señorita Banbury, estuve muy decepcionada cuando usted y el señor
Throckmorten no asistieron a mi desayuno hace dos días. Y ninguno de los dos
asistió tampoco al baile de Lady Thurlow esa misma noche.
Grace se sintió repentinamente acalorada y se preguntó si su cara estaría en
llamas. Seguramente su sonrisa se había congelado; seguramente todo el mundo
les estaba mirando a Daniel y a ella, sabiendo que habían pasado tres días juntos.
Justo cuando había empezado a relajarse entre la Sociedad, ahora su dignidad, la
única cosa que era suya, podía ser dañada.
—Señora Walker— comenzó seriamente, sin ni siquiera estar segura de lo que
iba a decir.
—Señorita Banbury— interrumpió Daniel —le dije al Vizconde Wade que la
pequeña reunión en su casa era demasiado exclusiva, ¿verdad?
Grace parpadeó.
—Sí, lo hizo.
—¿Ustedes estaban en la casa de Lord Wade?— preguntó la señora Walker
con sorpresa.
—La casa de su abuela— Grace se las arregló para contestar.
—La señorita Banbury y yo fuimos invitados de Lady Wade. Tuvimos muy
buen tiempo. Usted dio algunos paseos a caballo, ¿verdad, señorita Banbury?
Grace sonrió.
—La señorita Shelby, la prometida de Lord Wade, tuvo la amabilidad de
enseñarme los alrededores.
La conversación se desvió hacia la sorpresa por el compromiso de Lord Wade,
y Daniel empezó a contarles a los invitados con detalle acerca del desafío de remo
de Lord Wade. Daniel parecía estar… perfectamente bien.
Grace sentía que iba a vomitar.
¿Cómo se suponía que iba a poder controlar tantos secretos? ¿Y qué iba a
decir si la gente se enteraba que también habían visitado Madingley Court? Sólo
podía rezar para que los sirvientes del duque fueran demasiado leales para no
difundir chismes.
¡Pero Baxter Wells había estado allí también! Apenas pudo evitar mirar
frenéticamente alrededor del salón para ver si él estaba allí, difundiendo rumores
suyos. Y si Edward se encontraba con él, muy bien podría haber derramamiento
de sangre. Miro a su alrededor buscando a su hermano y vio que estaba solo,
mirando pensativamente por la ventana, antes de que sonriera a un caballero que
se acercó a hablar con él.
Durante la cena, Grace se dio cuenta de cómo veía Lady Hammersmith su
relación con Daniel, cuando hizo que fuera su acompañante al comedor y se
sentara a su lado. La mesa era larga y ancha, con grandes centros de mesa de
flores que bloqueaban muchas conversaciones. El hombre sentado a la derecha
de Grace estaba hablando con la mujer de su derecha, dejándola sólo la opción de
Daniel a su izquierda.
Él estaba leyendo el menú enmarcado entre los dos, pero lanzó una mirada
en su dirección.
—Tienes que aprender a pensar rápido— dijo en voz baja.
Quiso gemir. El salón era lo suficientemente ruidoso para que nadie pudiera
oirlos, pero aún así…
Quería ignorarle, pero mientras ponía la servilleta en su regazo, murmuró:
—No tengo tanta práctica como tú. Y el viaje fue un terrible riesgo. Por
supuesto, la gente se preguntaría si estábamos juntos.
—Pero, hemos desviado sus preguntas con la verdad.
Grace respondió con los dientes apretados:
—Y ¿qué hay de nuestra siguiente parada? ¿Qué pasará si el señor Wells
decide contarles a todos que estuve en Madingley Court contigo?
Daniel inclinó la cabeza al lacayo que puso delante de él un plato de pescado
“Eperlano frito con Salsa Holandesa” de acuerdo al menú. Cuando todo el mundo
estuvo ocupado con su comida, dijo en voz baja:
—Él no va a decir nada, o el golpe que le di en el estómago irá seguido por
más.
Grace rápidamente volvió sus ojos muy abiertos de nuevo hacia su propio
plato.
—¿Le golpeaste?
—Se lo merecía después de la forma en que te trató.
Ella parpadeó con incredulidad.
—Oh. No me di cuenta que sabías que él era el hombre de mi pasado.
Él se dio un toque en un lado de la cabeza.
—Soy inteligente.
¿Daniel Throckmorten ahora se había nombrado a sí mismo su defensor?
Durante la cena, Grace habló con el hombre a su derecha, les sonrió a las
personas en el lado opuesto de la mesa, e hizo todo lo posible para demostrar que
no se centraba en Daniel. Después, cuando los hombres se reunieron con las
damas en el salón, vio a su hermano una vez más de pie solo.
Se acercó a él y le sonrió.
—No hemos tenido mucha oportunidad de hablar desde mi regreso.
—Y no hablamos tampoco antes de que te fueras, o te hubiera disuadido de
hacer ese viaje melancólico a Maran Park.
—Necesitaba hablar con los empleados, Edward. Sabes que son como de la
familia para mí.
—¿Y él va a mantenerlos a todos?
Ella asintió y rápidamente cambió de tema.
—¿Qué hiciste mientras estuve fuera?
—No aposté, si es eso lo que estás insinuando— dijo sombríamente.
Ella hizo una mueca y le tocó el brazo.
—Edward, me conoces mejor que eso. Si hubiera pensado que estabas
apostando, te hubiera preguntado directamente.
Él dejo escapar un suspiro.
—Te pido disculpas. He estado… nervioso. Asistí a un desayuno y a un baile.
—¿Y cómo estuvieron?
—Teniendo en cuenta que mi nueva meta es casarme, no fueron muy bien.
—Oh, Edward— murmuró con simpatía.
—Esas mujeres todavía piensan que tengo propiedades que aportar al
matrimonio, lo que ahora es una mentira, por supuesto, pero eso no influye en
ellas para permanecer el rato suficiente para hablar siquiera del tiempo.
—Tendrás propiedades de nuevo, Edward, lo prometo. Y tus inversiones
seguramente comenzarán a crecer.
Se encogió de hombros y puso una falsa sonrisa cuando el anfitrión, Lord
Hammersmith, llegó a saludar.
Daniel observaba a los hermanos Banbury desde el otro lado del salón.
Siempre había sido bueno para leer en las caras —eso era parte de lo que le había
convertido en un jugador con talento y hombre de negocios— pero no necesitaba
de esa habilidad para entender la frustración de Banbury y la preocupación de
Grace. Siendo el hermano de Grace, Banbury de alguna manera tenía que ver con
la presencia de Daniel en la familia.
Daniel había visto las frías reacciones a la presencia de Banbury entre las
jóvenes casaderas. Se dio cuenta que se preocupaba por el joven, que no había
tenido la orientación de adultos decentes cuando su padre murió, al igual que
tuvo Daniel. Quería ayudar a Banbury para que encontrara una mujer apropiada,
pero primero tenía que confiar en que Banbury podría controlar sus viejos
demonios.
Cuando Grace dejó a su hermano, Daniel se acercó a él.
—Throckmorten— saludó Banbury con una inclinación de cabeza —¿Ha visto
todo lo que necesitaba en Maran Park?
No había rastro de amargura en la voz de Banbury. Debía estar ocultándola
bien.
—La finca está prosperando. Ha sido bien administrada.
Banbury se encogió de hombros.
—El mayordomo es excelente. Espero que lo mantenga en su puesto.
—Se mantendrá a todo el personal.
—Bien— Sus hombros tensos se relajaron.
—Tengo una propuesta para usted.
Banbury lo miró con curiosidad.
—¿Una propuesta de negocios?
—Es personal. Sé que ha estado tratando de ganar de nuevo dinero para
comprarme el violín.
La expresión de Banbury se volvió cautelosa.
—Sí.
—¿Qué tal si yo se lo devuelvo a cambio de acceso completo a Grace?
El hombre ni siquiera se tomó un momento para pensar.
—No— dijo rotundamente.
Algo en el interior de Daniel se relajó.
—¿No?— repitió a la ligera.
—Soy el único hermano de Grace, y lo que ella decida hacer con su vida
depende de ella. Pero tiene mi guía y mi protección, y yo nunca se la entregaría a
cualquier hombre.— No se molestó siquiera en ocultar su mirada. —¿Me
entiende?
—Entiendo— Daniel tomó un sorbo de su brandy, y dijo tranquilamente —
¿Vendrá usted mañana al Ferrocarril del Sur para nuestra próxima reunión?
Banbury mostró una mirada sorprendida.
—Yo… no lo sé.
—Debería venir. Es una reunión de todos los directores. Aprenderá mucho.
—Estaré allí.
***
Cuando terminó la cena, Daniel fue a su carruaje, donde su cochero esperaba
instrucciones. La noche era oscura, con una cortina de lluvia que borraba la vista
de las lámparas de gas que bordeaban las calles. Todavía era temprano;
normalmente se hubiera ido a algún juego de azar.
Pero pensó en Grace, yendo sola a su casa. El juego había alterado el curso de
su vida de muchas maneras, y para consternación de Daniel, ya casi no lo
disfrutaba. Ciertamente ya no tenía encanto para él. El señuelo no estaba allí para
él.
Lo único que le atraía últimamente era el pensar en Grace sola en una
habitación, esperando por él.
Aunque sabía que tenía su casa vigilada, y que Jenkins parecía haberse
retirado, se dijo a sí mismo que tenía que velar por ella personalmente. Después
de todo, sólo quedaban tres días para que terminara su seducción, y ciertamente,
no se habían dado por vencidos. De hecho, él pensaba que estaba más cerca que
nunca de lograr su objetivo.
Mucho después de la medianoche, se bajó frente a la puerta trasera de la
casa y subió cautelosamente las escaleras. Primero fue a la habitación de Grace,
en silencio abrió la puerta… y encontró una cama vacía. Una sensación
desconocida de frío le inundó, y le tomó un momento reconocerlo como miedo.
¿Jenkins había violado de alguna manera la seguridad de la casa?
Lo siguiente, casi fue ir por Banbury, pero decidió registrar la casa primero,
finalizando con las otras habitaciones del piso. La encontró profundamente
dormida en la gran cama del dormitorio principal, como si hubiera estado
esperándole. El nudo en su pecho se deshizo con alivio mientras miraba su
adorable rostro, tan inocente y vulnerable en su sueño. Su ropa de dormir estaba
cubierta y oculta por una bata cerrada hasta debajo de su barbilla. Pero sus
pequeños pies descalzos estaban expuestos, y no se resistió a la tentación de
pasar sus dedos desde su tobillo hasta los dedos del pie. Ella se retorció en su
sueño y se dio la vuelta, dejando al descubierto su piel hasta sus pantorrillas. Esto
podría ser interesante.
Pero había estado esperándole, pensó, pasando un brazo alrededor del poste
de la cama mientras la miraba. Se estaba volviendo más y más difícil seducirla con
abandono, cuando pensaba en ella continuamente, preocupándose demasiado.
Incluso ya estaba protegiendo su reputación en las fiestas, mientras que al mismo
tiempo intentaba tomarla para sí mismo.
Se sentó con cuidado a su lado, recostándose contra la cabecera. Estar a su
lado le provocaba una paz que nunca antes había sentido con nadie. Estaba casi…
contento, y no sabía cómo analizar eso.
Grace se giró de nuevo, esta vez justo contra sus piernas extendidas. Se movió
y levantó la cabeza, con los ojos todavía medio cerrados por el sueño.
—¿Daniel?— murmuró.
La dulzura, la suavidad de su voz le hizo sentir algo extraño, algo a lo que no
pudo poner nombre.
Le retiró el cabello de sus ojos.
—Estoy aquí.
Se apoyó en un codo, con una pequeña sonrisa en sus labios, y tiró de su
camisa. Sorprendido, él se inclinó sobre ella, y ella levantando la mano, lo alcanzó
para darle un beso. Ni siquiera estaba seguro de que ella se diera cuenta de lo que
estaba haciendo. Sus labios eran suaves y gentiles, acariciando su boca con una
tranquila y simple pasión que le conmovió y le confundió.
Finalmente, él se retiró y ella se dejó caer de nuevo sobre la almohada,
cerrando sus ojos.
—Almuerzo mañana— murmuró. —Tú y yo.
Volvió a dormirse antes de que él pudiera responder, como si ya supiera cuál
iba a ser su respuesta. Así que él llegaría tarde a su reunión del ferrocarril.
Con un suspiro, se acomodó en las almohadas, y ella se acurrucó contra él.
Y permaneció despierto…
Por primera vez era el destinatario de parte de la confianza de una mujer.
Capítulo 19
Daniel se detuvo ante la puerta de Grace en un carruaje descubierto, saltó
ágilmente al suelo y se dirigió hacia las escaleras. Woodley, el mayordomo, estaba
esperando ante la puerta abierta, y le lanzó una rápida mirada sorprendida antes
de volver a su habitual expresión inmutable. Daniel no lo entendió… hasta que vio
a Grace.
Estaba de pie justo detrás del mayordomo, con las manos en las caderas, su
mirada llena de desaprobación. No podía imaginar qué había hecho; era puntual
esta mañana, y anoche, no había intentado violarla mientras dormía, aunque le
había molestado regresar a su fría y solitaria cama antes del amanecer.
—Supongo que no debo entrar— dijo Daniel secamente.
—Si no le hubiera prometido a Beverly que iba a asistir a este evento de
caridad, hubiera dejado que Woodley cerrara la puerta de golpe en tu cara— dijo,
evidentemente furiosa.
Pero en lugar de eso, se dirigió junto a él, abriendo su sombrilla tan
rápidamente que tuvo que agacharse para evitar un ojo perforado, y luego, bajó
rápidamente los escalones hasta la calle. Pensó que tal vez saltaría al asiento para
evitar tocarle, pero ella desdeñosamente extendió su mano en busca de ayuda.
Sólo cuando tuvo las riendas en sus manos y estaba guiando a los dos caballos
fuera de la acera, dijo:
—Entonces, ¿vas a decirme qué está mal?
—Mi hermano me dijo lo que propusiste a cambio del violín— dijo con voz
tensa.
—Ya veo.
No había exigido a Banbury que guardara el secreto, por supuesto, pero no
había pensado que el hombre quisiera herir a su hermana.
—Él no quería decírmelo— continuó, como si pudiera leer en su mente.
Una perspectiva aterradora esto.
—Pero os vi hablando a los dos, y exigí saber si se trataba de mí. Edward es un
pésimo mentiroso en lo que a mí respecta. Puedo leer en su cara como en un libro
abierto.
—Lo tendré en cuenta.
No la miró mientras prestaba atención a la concurrida calle.
¿Se había terminado el desafío que había ocupado la mayor parte de las dos
últimas semanas? No podía imaginar no ver a Grace cada día, perseguirla todas las
noches. Pero ella había tomado su oferta a Banbury de la peor manera posible y,
evidentemente, lo había condenado sin siquiera cuestionar sus motivos. No
debería sorprenderse, pero lo estaba.
—¿Cómo pudiste poner a prueba a Edward de esa manera?— preguntó,
levantando sus manos y casi perdiendo su sombrilla en el proceso.
Daniel casi toma una curva demasiado rápido en su confusión.
—¿Prueba?
—Por supuesto que entendí de inmediato lo que estabas haciendo, y le dije lo
mismo a Edward. Estabas comprobando si era capaz de controlar su impulso de
apostar. Una verdadera compulsión febril le hubiera empujado a ofrecer incluso a
su propia hermana en su beneficio, y tú hubieras sabido que no era de fiar.
Él abrió la boca, pero ella continuó.
—Puedo ayudar a Edward yo misma, sabes, si sientes que no puedes confiar
en él. Ha cambiado, puedo verlo. Pensé que tú podías verlo también.
—Necesitaba una prueba— dijo lentamente —antes de dar el siguiente paso
con él.
—¿Y qué paso es ése?— preguntó, mirándole como una mamá gallina que
protege a su polluelo.
—Pensé que podría invitarle al baile de celebración de los nuevos directores
del Ferrocarril del Sur. Allí podrá conocer a educadas, finas y ricas señoritas, no de
la Alta Sociedad, es cierto, pero con ganas de casarse con un caballero, con
independencia de su estado financiero. Sus padres son amigos míos y socios de
negocios, y tenía que asegurarme de que les estoy confiando a sus hijas a un
hombre que controla sus impulsos.
Se observaron mutuamente, y vio de nuevo la ternura en su rostro.
—¡Hey, jefe, cuidado!—resonó un grito desde la calle.
Daniel volvió su atención a la conducción antes de que tuvieran un accidente.
—Daniel— dijo con una voz más tranquila —eso es muy dulce de tu parte.
—¿Dulce?— se burló. —Dame el crédito de saber reconocer una buena
oportunidad de negocio cuando la veo. Cuando tu hermano empiece a tener
éxito, yo, sin duda, tendré mi parte en los resultados.
—Por supuesto— dijo ella, su cara demasiado inexpresiva.
Tuvo la molesta sensación de que estaba luchando contra una sonrisa.
***
Cuando Grace entró en el amplio salón de Lady Fogge, se quedó paralizada.
Hombres y mujeres se mezclaban como de costumbre, pero lo hacían en medio
de pequeñas mesas y sillas distribuidas por toda la habitación.
Sintió a Daniel en su espalda.
—¿Señorita Banbury?
Sabía que tenía que decir algo para justificar por qué se había detenido.
—Sólo miraba para ver a quién conocía.
Pero no podía concentrarse en eso porque estaba mirando muy fijamente las
barajas de cartas dispuestas en cada mesa.
Estás siendo tonta, se dijo. A menudo había juegos de cartas disponibles para
los invitados que querían entretenerse. Ella siempre había puesto excusas y
conversado con otros que no disfrutaban jugando.
Pero éste era un evento a beneficio de los bebés de los peores barrios de
Londres. Había pensado que los invitados ofrecerían dinero para mantas, o
escucharían a un orador que les animaría a donar para la causa. Cuando se
planteó su plan para redimir a Daniel, había pensado que éste sería el evento
perfecto para exhibir sus buenas cualidades.
—Damas y caballeros— dijo Lady Fogge, la mofletuda anfitriona que estaba
de pie al lado de su ruborizada hija. —Hoy hemos decido probar algo diferente
para recaudar fondos. Todos podremos disfrutar… y ayudar a una buena causa.
Así que hoy jugaremos a Especulación, y les animo a apostar libremente, ya que
todas las ganancias irán destinadas al Fondo para Bebés de las Damas de Caridad.
Grace había pasado su vida evitando lo que había sido la perdición de su
madre, la perdición de su familia. Incluso jugar por caridad la hacía sentirse
enferma.
Beverly se acercó a ella, sonriendo.
—Jugarás conmigo, por supuesto, Grace.
Si Beverly no entendía que nunca había jugado a las cartas, ¿cómo iba a
convencer a Lady Fogge y a los demás sin quedar como una tonta?
—Ella es una terrible jugadora de cartas— dijo Daniel, viniendo desde atrás
para pararse a su lado. —¿Por qué otra razón me traería a mí, sino es para ganar
tanto como sea posible para esos pobres bebés?
Grace sintió que algo se derretía en su interior. Daniel la entendía sin que ella
tuviera siquiera que explicar.
Beverly miró a ambos, y Grace creyó ver que el rostro de su amiga enrojecía
con la comprensión tardía.
—Claro, qué maravillosa idea— dijo rápidamente Beverly. —Señor
Throckmorten, venga a sentarse a mi mesa. Grace, tú puedes animarnos.
Grace terminó de pie detrás de Daniel, que en lugar de comportarse como en
él era habitual, frío y enigmático, encantó a las damas e hizo que los caballeros
olvidaran que estaba apostando contra ellos. A veces ella se movía hacia un lado
para mirar su rostro, pero ni una sola vez su expresión reveló nada más que
jovialidad. Por supuesto, sabía que era un maestro en mantener sus emociones
bajo control. Evidentemente eso era lo que lo había convertido en un jugador de
éxito; no podía imaginarle como un hombre que traspasara sus propios límites.
Sin embargo, en el camino, cuando le había enfrentado por probar a Edward,
había podido ver mucho en su cara, desde resignación hasta sorpresa pasando por
confusión. Era como si ya no pudiera esconder lo que sentía por ella.
¿Era más que una conquista para él? ¿Beverly estaba en lo cierto y debía
considerar el matrimonio con él?
Durante el almuerzo, Lady Putnam, una amiga de Beverly, miró a Daniel por
encima del centro de mesa.
—¿Y cómo está su madre, señor Throckmorten?
Grace prestó atención con interés, ya que nunca había escuchado a nadie
mencionar a su madre delante de él.
—Ella está bien, milady. Pude visitarla recientemente, y conocer todo el
trabajo sobre las obras de caridad que está patrocinando en Cambridge.
—Es una pena que no visite Londres.— La anciana dama se inclinó y habló en
lo que creía un susurro, pero que se escuchó hasta el final de la mesa. —
Seguramente todo el mundo ha olvidado ya el escándalo.
Hubo un silencio expectante, y Grace deseó de alguna manera poder rescatar
a Daniel de esa incomodidad, como él la había rescatado hoy a ella.
—Gracias, Lady Putnam. Estoy seguro de que ella lo sabe.
¿Se habría dado cuenta él de lo mucho que había cambiado después de lo que
le había pasado a su padre? Si sólo pudiera ayudarle a recuperar su música,
regresar al tiempo en que esa actividad le relajaba, pero no tenía ninguna idea de
cómo hacerlo.
Se dio cuenta que se estaba involucrando demasiado, cayendo más y más en
los problemas de Daniel, en la vida de Daniel.
Pero no podía parar, no quería parar. Sus sentimientos eran importantes para
ella. La forma en que se preocupaba por ella parecía más importante que
cualquier otra cosa.
Oh, Dios, realmente se había enamorado de él. Y ese podría ser el mayor
error de su vida.
***
Esa noche, mientras Grace escuchaba el siguiente intento bienintencionado
de una joven de tocar el piano en la velada musical de su cariñosa madre, pensó
en cómo Edward silbaba al salir de casa para reunirse con Daniel en el baile del
Ferrocarril del Sur. Su optimismo había vuelto, y sólo podía estar agradecida a
Daniel por ello. Él no tenía por qué ayudar a su hermano, pero lo había hecho. Ella
seguía diciéndose a sí misma que era sólo un medio para impresionarla y atraerla,
pero no estaba totalmente convencida. Era un buen hombre. Había pasado su
vida ayudando a la gente con problemas, aunque él no lo pensara lo mismo.
Cuando la parte musical terminó, Grace fue a servirse tarta helada en la zona
de los refrigerios situada en una pequeña sala. Sonrió a un hombre que entró
detrás de ella. Era de estatura y constitución medias, y su cabello negro estaba
empezando a escasear en la coronilla.
Se detuvo frente a ella y se aclaró la garganta.
—¿Señorita Banbury?
—¿Sí?
Era extraño que hablara con ella cuando no habían sido presentados, pero tal
vez era nuevo dentro de la Sociedad. Y de repente, se dio cuenta de que no le
había visto en la cena.
—Mi nombre es Horace Jenkins.
Cuando se detuvo con torpeza, ella sonrió.
—Espero que la noche esté siendo agradable para usted, señor.
Él la devolvió la sonrisa, y por un momento pensó que estaba nervioso, pero
sólo respiró profundamente.
—Lo es, ahora que la he conocido. Verá, llevo mucho tiempo queriendo ser
presentados.
Ella parpadeó sorprendida.
—Estoy… halagada, señor Jenkins. No estoy en Londres desde hace mucho
tiempo, pero…
—Lo sé. De hecho, lo sé todo sobre usted. Yo también vivo en Hertfordshire.
—Oh— Sintió el primer indicio de inquietud —Me sorprende que no nos
hayamos conocido antes.
—Yo la he visto, por supuesto, pero no estaba seguro de cómo podría ser
aceptada una visita mía.
¿Qué podía contestar a eso?
—Soy una persona cordial, señor Jenkins.
—Es usted amable y dulce, y sabía que entendería por qué yo…— se
interrumpió.
¿Amable y dulce? ¿Cómo podía saberlo él?
—¿Por qué usted…, señor Jenkins?— preguntó sin poder ocultar el
nerviosismo en su voz.
—Por qué participé en un juego de cartas para ganar su mano en matrimonio.
Grace inhaló bruscamente, toda su atención centrada en ese hombre. Gracias
a Dios no había nadie más en la sala aparte de ellos.
—Yo… así que usted fue uno de ellos.
—Era el más interesado en ganar su mano, señorita Banbury— dijo con
sinceridad. —Los otros querían la propiedad, o incluso el violín, como ese tonto
de Throckmorten. Yo hubiera hecho cualquier cosa simplemente por usted. Pero
perdí.
—¿Qué quiere que le diga, señor Jenkins?— preguntó en voz baja. —Desearía
que ese juego de cartas nunca hubiera tenido lugar.
—Eso es porque Throckmorten ganó— dijo con frialdad.
Grace sintió una sacudida de conciencia y certeza en ese instante. Jenkins
había sido el hombre que había estado espiando su casa.
—No se ha casado con él— dijo Jenkins, cuando ella no respondió.
—No, no lo hice.
—Mejor. Es un sinvergüenza sin moral. Debería haberle rechazado
inmediatamente, pero en lugar de eso, se ve con él en todos los eventos.
Ya no se molestaba en ocultar sus furiosos celos. Otro hombre entró en la sala
y se acercó a la mesa. El señor Jenkins miró a Grace de manera cómplice, como
advirtiéndola de que no se atreviera a decir nada.
Y ¿qué podía decir sin desvelar todo el sórdido escándalo?
Y entonces, ¿qué pensaría la familia de Daniel sobre ella?
Oh, Dios, estaba más preocupada por su matrimonio con él que por el daño a
su propia reputación y familia. ¿Cómo le había ocurrido esto?
Cuando estuvieron solos de nuevo, Grace intentó una reconciliación.
—Señor Jenkins, a causa del juego de cartas, el señor Throckmorten siente
que tiene algunos… derechos sobre mí. Yo le resisto a cada paso, pero no puedo
demostrarlo en público.
—¿Se va a casar con usted?
—No.
¿Qué más podía decir? Probablemente era la verdad. Y pensó que incluso la
menor duda pondría más furioso a Jenkins.
En su lugar, empezó a inquietarse, y el sudor comenzó a perlar su frente.
Había cometido un error.
Con voz baja y acalorada, dijo:
—Entonces, ¿por qué está confraternizando con él? Si él no va a cumplir con
los términos acordados en la apuesta, usted debería estar conmigo.
Miró hacia la puerta, pero ésta estaba entre ella y él.
—Señor Jenkins, él ganó la apuesta, y yo no sé lo que deparará el futuro
respecto a mi matrimonio con él.
—Yo me casaría con usted, señorita Banbury. Dígame que aceptará.
—Yo… No puedo, en conciencia, señor Jenkins. Por favor entienda que yo…
—¡No entiendo nada! ¡No es justo! Y he visto la manera en que le mira.
¡Probablemente ya se le ha entregado!
Ella jadeó.
—¡Señor Jenkins! ¡Esa crudeza ni siquiera merece la decencia de una
respuesta!
—Yo pasaría por alto sus faltas, señorita Banbury.
Enojada y demasiado imprudente, se irguió.
—Si usted había esperado conquistarme, los insultos no le ayudarán.
—Siempre estoy dispuesto a olvidar las faltas de una mujer— continuó, como
si no la hubiera oído. —Le dije lo mismo el año pasado a la señorita Wadsworth,
pero así y todo, me rechazó. Y lo mismo pasó un año antes con la señorita Sutton.
Grace simplemente le miró boquiabierta mientras él divagaba.
—Estoy cansado de esperar, señorita Banbury. Necesito una esposa, y esta
vez tendré a la mujer que he elegido.
Fríamente, ella sólo respondió:
—Que tenga buen día, señor Jenkins.
Sus ojos brillaban mientras miraba su cuerpo.
—Esto no ha terminado.
Él salió de la habitación, y Grace sintió una gran debilidad adueñarse de ella.
Se agarró a la mesa, preguntándose por un momento si sus piernas la sostendrían.
Pero no, no iba a dejar que ese hombre, o cualquier otro, la derrotaran. No
sabía lo que iba a hacer con el señor Jenkins, pero ya se le ocurriría algo.
Seguramente, si quería casarse con ella, no querría mancillar su nombre en
público. Eso sólo haría que se viera peor.
Sin embargo, ¿cuántos más desastres iba a tener que soportar antes de que la
Sociedad finalmente se enterara de sus muchos escándalos ocultos? Estaba su
relación íntima con Baxter Wells, la seducción de Daniel, y ahora la amenaza de
que salieran a la luz las terribles apuestas de su madre. Grace había pasado gran
parte de su vida tratando de ser irreprochable, de estar por encima de la conducta
incontrolable de su madre. Y ahora todo se estaba derrumbando a su alrededor.
***
Abandonó la velada musical con Beverly y luego, le pidió prestado su carruaje.
Aunque Beverly se veía preocupada, no protestó. Después de dejarla, Grace se
dirigió a casa de Daniel. Él era el único en quien confiaba; era parte de todo este
desastre. Era el único que podía ayudarla a salir de él.
Mientras se acercaba a su casa, de repente se dio cuenta de cómo se vería
que una dama soltera viajara sola en la noche por Londres para dirigirse a la
residencia de un soltero.
Golpeó el techo y esperó mientras el carruaje se detenía. Cuando el cochero
abrió la puerta, dijo:
—Déjeme en la esquina y luego, espéreme.
Él la miró con incertidumbre, y sabía lo que estaba viendo. Una mujer vestida
con sus mejores galas de noche, envuelta en una capa, sola por la noche.
—Señorita, ¿está segura de eso?
—Sí lo estoy— dijo rápidamente, apenas ocultando la ira que ardía en su
interior. —Sólo necesito caminar, para pensar. Espéreme aquí.
Se apartó de él y caminó por la acera. La casa de Daniel estaba sólo dos
puertas más abajo, y fue capaz de escabullirse por las escalaras y deslizarse a la
parte trasera.
Cuando se detuvo en los escalones de la puerta del servicio y golpeó una vez,
tuvo un momento de lucidez. ¿Qué estaba haciendo? Daniel no podría resolver el
problema por ella. Si descubría que se había sentido amenazada, él podría hacer
algo mucho peor que golpear al señor Jenkins, al igual que había hecho con
Baxter. No podía seguir atacando a sus pretendientes. Porque en ese caso habría
aún más escándalos sobre él, esta vez provocados por ella, y su familia pensaría
que era una mujer de la peor clase.
Se dio la vuelta para marcharse, esperando que todo el mundo estuviera en la
cama y no hubieran oído el golpe en la puerta.
Pero la puerta se abrió detrás de ella, y palideció.
Un hombre mayor envuelto en una bata permanecía allí, con el gorro torcido
sobre su calva cabeza.
Ella miró por encima de su hombro.
—Lo siento, es la casa equivocada.
—¿Grace?
Se quedó inmóvil ante el sonido de la voz de Daniel. Éste salió de las sombras
de detrás de su sirviente hacia la luz de la vela. Estaba vestido con sus galas de
noche, todo de negro a excepción de la camisa y el pañuelo. El sirviente los
observó con curiosidad a los dos, pero retrocedió cuando Daniel la tomó del
brazo. No se resistió cuando tiró de ella hacia dentro.
Al sirviente Daniel le dijo en voz baja:
—Puede regresar a la cama.
Sin soltar a Grace, la llevó a través de la casa a oscuras, por un corredor, hasta
una biblioteca con paneles, donde las lámparas iluminaban la noche. Tenía un
leve olor a humo y cuero, un lugar completamente masculino.
Daniel la soltó y puso las manos en sus caderas mientras se cernía sobre ella,
su expresión tensa de ira.
—¿Te importaría explicarme por qué estás vagando sola de noche por
Londres? ¡Un hombre ha estado espiando tu casa!
—No fui a casa— dijo ella, beligerante.
Aunque no era el hombre que la había amenazado, estaba enfadada con él
por estar en el origen de todo este desastre que había envuelto su vida… y
también enojada porque hubiera sido el primero en quién había pensado para
pedirle ayuda.
—¡Él podría estar siguiéndote!
—No lo está.
—¿Qué estás haciendo aquí? No puede ser a causa del baile del ferrocarril.
Podrías haber preguntado a tu hermano sobre su éxito con las mujeres.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Tuvo éxito?
—Lo tuvo.
—Gracias— dijo ella secamente.
Él sonrió levemente.
—Eso no sonó muy agradecido.
Empuñando sus manos, ella avanzó sobre él.
—Tú… ¡Oh!
Se apartó, y luego se detuvo cuando vio un violín antiguo colgado en la pared.
El violín de su padre, la razón por la que estaba en este loco desafío.
Oh, debía irse, se sentía furiosa y temeraria, con una mezcla a partes iguales
de desesperación y confianza retorciéndose en su interior.
—Esto va a ser mío— dijo en voz baja.
Él se acercó por detrás y la agarró por los hombros.
—No lo creo.
Ella le miró por encima del hombro.
—¿Así que piensas que no puedo resistirme a ti?
—No por mucho tiempo.
Sus dedos soltaron el broche en su cuello y la capa cayó al suelo.
—He resistido todos los días desde el principio.
—Y es cada vez más difícil, ¿no es así?
Su cuello y hombros estaban desnudos, y él arrastró sus dedos a lo largo de la
clavícula.
—A ti te gustaría pensar eso— susurró, reprimiendo un escalofrío de placer
por su toque. —Puedo detenerme cuando quiera, pero creo que los hombres son
diferentes.
Oh, cielos, ¿qué estaba haciendo? Estaba en su casa, hostigándole,
desafiándole a que la hiciera rendirse. Pero la ira, la impotencia y el deseo
estaban uniéndose en su interior, y ya no podía pensar en lo que era lo correcto.
—Veamos quién puede detenerse.
Y entonces la dio la vuelta y la empujó contra la pared. Su boca descendió
sobre la de ella, manteniéndola atrapada.
Y ella se dejó ir. Le devolvió el beso con fuerza, dejando que la emoción y la
pasión borraran todos sus pensamientos conflictivos, sus preocupaciones por el
futuro. En ese momento, lo único que sabía es que ella le amaba, que había ido a
él en busca de ayuda, aunque al final no se hubiera arriesgado a pedírsela. Nunca
había conocido a un hombre que la excitara como él lo hacía. Y si cuando sus dos
semanas terminaran, él la dejaba…
Quería amarle, quería castigarle por hacerla sentir de esta manera. Así que en
vez de aceptar sus besos y caricias, ella provocó las suyas, explorando su boca con
su lengua, dejando que sus manos hambrientas vagaran por su pecho y se
deslizaran por debajo de su chaqueta para desabotonar el chaleco. Sus músculos
estaban calientes y duros, y cuando encontró sus tetillas a través de la tela de su
camisa, él gimió en su boca.
La chaqueta y el chaleco se unieron a su capa en el suelo, y sacó su camisa
fuera de los pantalones, apartándosela del cuerpo. Mientras él luchaba para
quitársela por la cabeza, ella hizo lo mismo de lo que disfrutaba cuando él se lo
hacía: tomó su tetilla en la boca y la chupó. Bajo sus manos, los músculos de su
abdomen se contrajeron.
—Grace— Su nombre fue una oración ronca en sus labios.
De repente, le empujó con fuerza, y cayó de espaldas sobre el sofá. Descendió
sobre él, pero el sofá era incómodo, y al tratar de llegar lo más cerca posible,
terminó a horcajadas encima de él.
Él dejó de respirar con un gemido, mientras arqueaba sus caderas contras las
de ella.
Aunque los pantalones y la ropa interior todavía les separaban, se movieron
uno contra otro, frotándose. Él agarró el corpiño de su vestido y tiró hasta que sus
pechos se liberaron del reducido corsé. Por un instante, quedaron sobre su rostro,
y luego, con avidez tomó uno en su boca. Ella gritó y se movió aún más
frenéticamente contra él.
Le tomó la cabeza entre las palmas de sus manos y tiró de ella hacia abajo
hasta que sus labios se encontraron.
Contra su boca murmuró:
—Déjame entrar en ti, Grace. Deja que te ame.
Esas palabras fueron como un jarro de agua fría de realidad. Querían decir
que quería sexo, pero esas palabras… y la ternura en su voz…
Se echó hacia atrás.
—No.
Capítulo 20
Daniel se incorporó sobre sus codos.
—¿No?
Las caderas de Grace todavía estaban encajadas en las suyas. Podía sentir su
humedad, y el modo en que su cuerpo acunaba su erección, tan cerca de su
propio centro, donde él añoraba estar.
Frotó su miembro contra ella, moviéndose de una forma que sabía que le
gustaría. Ella jadeó, su rostro contorsionado, con la cabeza echada hacia atrás
exponiendo sus pechos desnudos, pero su pasión estaba siendo vencida por el
remordimiento.
Casi cayó cuando se bajó de él. Dándole la espalda, acomodó su corpiño en su
lugar, mientras él entrecerraba sus ojos mirándola. ¿Qué había hecho? ¿Cómo
había sido capaz de detenerse cuando él se había perdido con ella en sus brazos?
Nunca en su vida una mujer había podido separarle de sus pensamientos, de su
racionalidad.
Pero no había sido lo mismo para ella. Había sido capaz de parar como si él no
significara nada para ella.
Y, finalmente, tenía que admitir que eso le dolía. Y no era porque quisiera
ganar este loco desafío.
La deseaba. Quería que ella le quisiera, que le necesitara.
—No puedo rendirme, Daniel— dijo con voz ronca, y luego se inclinó para
buscar su capa entre la ropa desechada en el suelo. Cuando se enderezó, la
mirada de sus ojos era triste y decidida, incluso orgullosa. —Sin importar lo que
hagan ustedes los hombres, no puede rendirme.
¿Ustedes los hombres? ¿Qué diablos significaba eso?
—Grace, no puedes irte así.
—Me espera el carruaje de Beverly en la calle. Estaré bien.
—Pero el hombre siguiéndote…
—Ya no está vigilándome.
No entendió su repentina amargura.
—Sólo porque no lo hayas visto…
Pero ella ya estaba huyendo por el pasillo, y él ni siquiera había tenido la
presencia de ánimo para vestirse y poder perseguirla. Lo único que pudo hacer
fue seguir su avance a través de las ventanas cuando ella salió corriendo por la
puerta de atrás y apareció en el frente de la casa. Vio el carruaje a no más de dos
puertas más abajo, y sólo cuando ella estuvo a salvo en su interior, pudo sentir
alivio.
Pero no había ningún alivio para el resto de su cuerpo. La deseaba; pero ella
no sentía lo mismo por él.
Dos días quedaban para que finalizara el desafío. Presentía que podría ser
todo el tiempo que le quedara con ella. ¿Era eso lo que quería?
***
Grace pasó la mañana respondiendo con desgana cartas de amigos en casa.
No quería salir y arriesgarse a que Jenkins y Daniel se encontraran cara a cara con
ella en público. La única nota alegre de su día fue la evidente felicidad de Edward.
Silbaba cada vez que pasaba por la biblioteca donde ella trabajaba. Cuando le
preguntó acerca de las damas que había conocido, dijo que era demasiado pronto
para hablar de ello, pero la sonrisa en su rostro casi la hizo llorar. Al menos uno de
ellos era feliz. Se fue antes del almuerzo, y ella se quedó miserablemente sola de
nuevo.
Como sabía que lo haría, Daniel vino a visitarla por la tarde. Con inspiración
repentina, le dejó esperándola mucho tiempo en el salón. El piano ocupaba gran
parte del espacio, y se preguntó si se sentiría atraído por él. Se acercó con cautela
a la puerta y se asomó. Daniel estaba de pie junto a la ventana, pero le vio mirar
por encima del hombro el piano. Se apoyó contra la pared antes de que pudiera
verla, y luego, unos minutos más tarde, miró de nuevo. Estaba ojeando la
partitura que estaba sobre el piano.
Una vez más, se ocultó fuera de su vista, incapaz de esconder una tonta
sonrisa en la cara. Había tenido razón sobre él y la música. Pero más minutos
pasaron, y él no tocó. Cuando miró de nuevo, vio que estaba paseando.
Decepcionada, inhaló profundamente, acomodó sus faldas en su lugar, y
entró serenamente.
—Buenas tardes, Daniel.
Él se detuvo y la miró, y se encontró con que no podía recordar lo que iba a
decirle. La conciencia entre ellos siempre la tomaba por sorpresa, como si todavía
esperara que disminuyera. Miró de arriba a abajo su cuerpo, y se dejó mirar por
ella también.
—No he cambiado en sólo una noche— dijo en voz baja.
Él se acercó a ella.
—Lo cual es bueno. Me imagino que no has cerrado la puerta.
—No.
Se encogió de hombros y se detuvo frente a ella.
—Todavía puedo saborearte— susurró pícaramente.
El calor aumentó dentro de ella, y supo que se había sonrojado.
—Quiero probarte en todas partes.
Su voz era grave y urgente, como si no hubiera querido decir esas palabras,
pero no hubiera podido evitarlas.
Ella podría haberse desmayado en ese momento. Tenía que detener esto
antes de que cayera en sus brazos a plena luz del día.
—He enviado para tomar un refresco— dijo, intentando un tono normal.
Él arqueó una ceja, dándole una lenta sonrisa.
—Tus defensas no funcionaran.
Ella levantó la barbilla.
—Lo han hecho hasta ahora.
—Cierto.
Cuando él se acercó, ella se alejó hacia el piano.
—Te vi ojeando la partitura.
La cautela apareció brevemente en sus ojos, antes de que su habitual máscara
cortes ocupara su lugar. Le molestaba que sintiera la necesidad de ocultarle a ella
lo que estaba pensando.
Por supuesto, ella también le estaba ocultando muchas cosas.
—Y no me digas que no escuchas música porque tu madre no lo hace—
continuó con calma. —Eso sencillamente no es verdad para mí. Sin duda, el hecho
de que tu padre fuera compositor, y que muriera cuando eras tan pequeño, tiene
más sentido.
Abrió la boca, pero lo que pretendía decir, pareció pensarlo mejor.
—Uno pensaría que es así— comenzó —pero no es cierto. Yo estaba orgulloso
de la música de mi padre. Era lo único que me quedaba de él, e interpretarla me
hacía sentir más cerca de él, al principio.
Contuvo el aliento, y finalmente le animó a que continuara.
—¿Al principio?
Esperaba que él se riera, alejando su preocupación, fingiendo que no le
importaba. Sin embargo, permanecieron uno frente al otro en el centro del salón,
y él no se retiró.
—¿Es esto lo que necesitas de mí, Grace? ¿Verdades dolorosas de mi pasado?
—No sé por qué lo necesito, Daniel. Pero…— Se detuvo insegura.
¿Cómo podía decirle que él necesitaba entenderse a sí mismo?
—Muy bien, entonces lo oirás— dijo sin expresión. —Creo que dejé la música
a causa de mi madre, no por mi padre.
Ella arrugó el entrecejo.
—Dijiste que tu madre ya no escucha música, y que tú…
—Déjame terminar. Cuando mi padre murió, mi madre no supo cómo hacer
frente a su dolor. Había pasado su vida de casada en armonía con el arte de su
marido, llena de la misma pasión por crear música como él tenía. Pero donde él
tuvo éxito, ella nunca lo tuvo, aunque lo intentó de muy distintas maneras. Y
parecía estar conforme con eso, como si algún día pudiera aprender lo suficiente
para triunfar en su sueño. Cuando mi padre murió, yo no sé si la música era para
ella un vínculo con su recuerdo, pero por alguna razón, se sumió en ella durante
meses. Apenas la veía, excepto en las comidas, e incluso entonces, estaba
distraída, como si no pudiera escapar de la febril energía por componer que la
dominaba. Eso se prolongó durante meses.
Grace casi no respiraba, temerosa de interrumpir la confesión de Daniel. Él no
había renunciado a la música porque la asociara con su padre o debido a los
rumores de que su madre fuera una asesina… La música le había robado a su
madre en el momento en que más la necesitaba.
—Cuando finalmente terminó la sinfonía que estaba componiendo, estaba
exhausta y empezando a asumir la muerte de mi padre. No había querido
necesariamente que la sinfonía fuera revelada al mundo, pero un amigo se la
mostró a un director sin su conocimiento, y de repente estaba siendo aclamada
como el gran genio más reciente de la música.— Él sonrió con ironía. —Y yo
estaba furioso.
—Eras joven y estabas confundido— dijo suavemente, tocando su brazo. —
Habías perdido a tu padre, y estoy segura de que te parecía que también habías
perdido a tu madre, porque estaba tan ocupada.
Él se encogió de hombros.
—Yo no quería que volviera de nuevo a algo que la hacía daño… que nos hacía
daño a los dos.
—Dejaste de tocar porque no querías recordarla la música— dijo Grace —por
si volvía a quedar atrapada en ella de nuevo. ¿Estabas preocupado por si eso
ocurría?
—Durante un tiempo— admitió. —Y luego me enviaron al colegio. La primera
vez que regresé a casa, corrí a la sala de música, pero las sábanas todavía lo
cubrían todo.
—Al igual que lo hacen ahora.
Él asintió con la cabeza.
—¿Alguna vez deseaste que tú, o ella, volvierais a descubrir la música?
Pero eso fue un paso demasiado lejos. Él se limitó a sonreír y la alcanzó,
tirando de ella contra su cuerpo.
—Yo soy un adulto ahora. Tengo cosas más placenteras que hacer con mi
tiempo.
Su aliento en la cara, su calidez, la dureza de su cuerpo contra el suyo estaban
una vez más robándole la voluntad, su determinación para resistírsele. Se inclinó
para besarla, y ella le dejó, feliz porque hubiera compartido algo tan privado con
ella.
—¡Quite sus manos de mi hermana!— tronó la voz de Edward.
Grace se tambaleó hacia atrás y vio el rostro de Daniel volverse impasible.
—Banbury— dijo Daniel, como si fuera un encuentro casual en la calle.
Grace se volvió hacia su hermano, la culpa y la preocupación apretando su
garganta, dificultándole hablar.
—Edward, era sólo un beso.
—Es más que eso, y lo sé— dijo Edward, atravesando el salón y poniéndose
delante de ella para enfrentar a Daniel. —Jenkins se acercó a mí en mi club.
Grace gimió, sabiendo que el señor Jenkins había elegido bien su venganza.
—Edward.
Pero no la hizo caso al decirle a Daniel:
—No puedo creer que estuviera empezando a confiar en usted y sus
supuestos consejos.
—Nunca le he aconsejado mal— dijo Daniel con calma.
—No, sólo estaba tratando de distraerme mientras perseguía a mi hermana.
Dios mío, ¿al menos le ha dicho el crudo derecho que ganó de mi madre?
—No— dijo Daniel.
Pero Edward se había apartado de Daniel justo a tiempo de ver la expresión
de Grace y saber la verdad. Una tristeza desolada cruzó el rostro de su hermano.
—Grace, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Estabas avergonzada?
Ella levantó una mano para evitar que Daniel hablara.
—Estaba herida y humillada, Edward— dijo —Daniel y yo acordamos que no
nos íbamos a casar. No pensé que importara.
—¡¿Qué importara?!— gritó Edward. —¡Nuestra madre trató de renunciar a ti
como si fueras una propiedad!
Ella se llevó una mano a la boca y sintió que las primeras lágrimas se
escapaban de sus ojos.
—Es como una enfermedad que todavía no puedo evitar— continuó
sombríamente —He intentado con fuerza controlarlo, y aunque algunos días es
más fácil que otros, aun así soy capaz de hacerlo. Pero madre ni siquiera lo
intenta.
—¿Y ya puedes confiar tanto en tu control?— preguntó ella. —Yo no siquiera
confío en el mío.
—Tú no apuestas— se burló él.
Pero entonces la comprensión atravesó su rostro, y se volvió con furia de
nuevo hacia Daniel.
—Es usted, ¿no? Usted es el hombre que está poniendo a prueba su control.
Dios mío, yo confiaba en usted, cuando lo único que estaba intentando era
meterse en la cama de mi hermana.
—¡Edward!— gritó Grace.
Daniel avanzó hacia su hermano, y de repente, ella pudo ver las terribles
consecuencias si dejaba que se enfrentasen entre ellos.
—Daniel, ¡debes irte!— dijo acaloradamente. —Esto no es asunto tuyo. Se
trata de la falta de confianza entre mi hermano y yo.
Como había supuesto, eso hizo que Edward se girara de nuevo hacia ella, su
expresión ofendida.
—Grace, ¿qué estás diciendo?
Tomó su mano y se dio cuenta de que estaba temblando.
—Daniel, por favor, vete.
Asintió con la cabeza a los dos y salió de la habitación. Grace y Edward
permanecieron inmóviles en el lugar hasta que escucharon la puerta principal
cerrarse en la planta de abajo.
Grace tomó la otra mano de Edward, y al menos se sintió aliviada de que él no
se apartara.
—No te he dicho todo, es verdad— dijo ella, con voz temblorosa. —No quería
que supieras lo que tenía que hacer para recuperar el violín.
—Oh, Grace— Se estremeció y cerró los ojos. —Ese maldito violín otra vez,
no.
—¡Era todo lo que teníamos, Edward! Las propiedades han desaparecido. Yo
podría encontrar un empleo, pero tú…
—¿No crees que puedo trabajar si tengo que hacerlo?— preguntó, tratando
de alejarse de ella.
Agarró sus manos con más fuerza, necesitando estar conectada a él.
—¡Pero yo no quiero que tengas que hacerlo! Eres un caballero, Edward, y
quería que fueras capaz de vivir con la clase de vida en la que has crecido, al igual
que nuestro padre. El dinero del violín ayudaría.
—Me dijiste que podrías persuadirle para devolvértelo— dijo, con el rostro
pálido. —Grace, ¿qué le prometiste a cambio del violín?
Ella respiró, conmocionada.
—¿Crees que me vendería por el violín? Edward, yo nunca…
—Entonces, ¿qué? Desde el principio, nunca creí en ese disparate sobre
redimirle. Pensé que estabas perdiendo el tiempo. Pero eso sólo era una mentira
conveniente para enmascarar la verdad, ¿no es así?
—Fue desesperado de mi parte, sí, pero realmente creía que podría
funcionar. Es un buen hombre, Edward, y si yo podía hacer que la Sociedad viera
eso…
—¡Grace, dime la verdad!
Se sacudió ante su tono duro, enfadado. Las lágrimas corrían libremente por
su rostro, anegando sus ojos, goteando en su corpiño.
—Él no necesitaba una esposa, pero quería una amante— dijo
entrecortadamente.
Enrojeciendo, Edward se volvió hacia la puerta como si tuviera la intención de
defenderla contra el mundo, pero tenía sus manos en un apretón mortal.
—¡Escúchame! Me negué, por supuesto, y él sabía que lo iba a hacer. Estaba
tratando de provocarme porque es lo que mejor sabe hacer. Le dije que nunca
podría convencerme para ser su amante. Él pensó que podría. Una cosa llevó a la
otra, y acordamos un… un desafío.
—Una apuesta, quieres decir— dijo Edward.
La decepción en su rostro le rompió el corazón.
—Oh, Grace, pensé que eras inmune a la terrible necesidad que madre y yo
compartimos.
—Lo soy. O lo era. Pero… ¡Parecía tan sencillo ganar! Él dijo que podría
seducirme para que libremente fuera su amante, y yo le dije que era imposible.
Después de todo lo que me había sucedido con Baxter Wells, me pareció que sería
demasiado fácil ganar. Y tendríamos el violín, Edward. Su venta nos permitiría
tener nuestra propia casa de nuevo.
—¿Estás diciendo que él no ha…, que no habéis…
—¡No! Mañana es el último día del desafío, Edward, te lo prometo.
De alguna manera éste no parecía ser el mejor momento para decir que
quería seguir viendo a Daniel, que le amaba, que no sabía si quería seguir
resistiéndose más.
—Entonces, no le vuelvas a ver.
—¡No puedo hacer eso! Es parte del acuerdo, y ambos hemos cumplido con
los términos.
Se cubrió la cara con las manos.
—Oh, Grace, estás haciendo esto por mí. ¿Cómo voy a poder soportarlo?
—Lo estoy haciendo por los dos— dijo en voz baja. —Déjame terminarlo,
Edward. Sé lo que estoy haciendo.
—No se puede confiar en él. Probablemente sólo me está ayudando con las
inversiones para suavizarte.
—Pero él nunca se jacta de ello, o lo utiliza para influir en mí. Yo le arranqué
esas explicaciones. Es un hombre honorable, Edward.
—Y te has enamorado de él.
Ella abrió la boca, pero ¿cómo podía mentir más, cuando todavía había otras
cosas que no le había contado?
—Dime, Grace, dime qué sientes.
—Creo que le amo— susurró, y luego se apresuró a continuar —pero no soy
tan tonta como para creer que él me ama. No sé qué va a pasar. Pero Edward,
déjame terminar esto. Prométeme que no intentarás detenerme.
Buscó sus ojos, y le vio ponerse rígido, con la boca apretada.
—Muy bien. Te lo prometo. Pero él te lastimará, Grace. Ya has creído estar
enamorada antes.
—Lo sé.— Se abrazó a sí misma. —No sé cómo va a terminar esto, pero
Edward, tengo que intentarlo.
Edward se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
***
Daniel estaba esperando a Banbury entre las sombras de su casa. Se sentía
responsable de sus problemas y no podía simplemente dejarlo estar y que hiciera
algo imprudente. Siguió a Banbury hasta su club, donde, para alivio de Daniel, él
sólo bebió, pero no entró en la sala de juego. No podía estar vigilándole toda la
noche, así que finalmente se fue a su casa. Sabía en su fuero interno que Banbury
no había terminado con él, que todavía había un enfrentamiento pendiente.
¿Le habría contado Grace todo?
Daniel había estado disfrutando de su persecución a Grace, pero cuando se
ponía en el lugar de Banbury, entendía que el hombre se sintiera traicionado.
Y después de la medianoche, cuando alguien golpeó en la puerta, supo
exactamente quién era.
Daniel envió a su mayordomo a la cama y abrió la puerta él mismo. Banbury
se lanzó dentro del vestíbulo, y Daniel cayó hacia atrás con él encima. Rodaron
por el suelo, derribando una mesa, rompiendo un jarrón, y asestándose un par de
golpes, pero Banbury no estaba precisamente sobrio, y Daniel se contuvo.
Al final, Banbury se incorporó sobre sus rodillas, el pecho agitado mientras
luchaba por respirar. Cuando Daniel le tendió una mano para ayudarle, éste la
ignoró y se levantó tambaleándose sobre sus pies. La sangre le goteaba por la
comisura de la boca, pero había pocos daños. Daniel movió su mandíbula
tentativamente, pero todo parecía estar en orden.
—Deje de ver a Grace— dijo Banbury, con voz ronca.
—No puedo.
Banbury cerró los ojos por un momento, su expresión sombría.
—Ella me habló del desafío. ¡Cómo se atreve a usar a una mujer inocente para
su placer!
—No puedo hablar de eso con usted, Banbury.
—Maldito sea, ¿la ama?
Daniel se quedó inmóvil, sorprendido, y por un momento no supo que decir.
—No.
Pero decir esa única palabra le hizo sentir vacío, inseguro. No podía explicar lo
que Grace representaba para él, lo que él quería que fuera además de su amante.
Ahora había perdido la confianza de Banbury, y nunca había tenido la de
Grace.
—¿Se terminara después de mañana?— preguntó Banbury.
—El desafío, sí.
—¿Y va a dejar de perseguirla?
—No me pida que le mienta, Banbury.
El otro hombre se le quedó mirando sombríamente, luego se volvió y salió por
la puerta.
***
Daniel paseó durante dos horas, y luego regresó a la casa de Banbury. Entró
por la puerta de atrás, moviéndose por los oscuros pasillos hasta que llegó a la
puerta de Grace. Cuando él entró en la casa, ella estaba sentada en el asiento de
la ventana, mirando hacia el jardín del patio.
La luz de las velas mostró su cara pálida, las manchas oscuras bajo sus
párpados. Pero su voz era tranquila cuando dijo:
—¿Él fue por ti?
Daniel se apoyó contra la puerta.
—Lo hizo, pero sólo intercambiamos algunos golpes. Quería que dejara de
verte…
—¡Cómo si fuera decisión suya!— le interrumpió Grace.
—Me negué.
Ella le miró especulativamente.
—¿No puedes abandonar el desafío?
—¿Faltando un día para que termine? Creo que no. Y tú no puedes tampoco.
Pero se encontró conteniendo la respiración. ¿Ella lo terminaría? ¿Estaba tan
angustiada por haber sido descubierta que no podría continuar?
Y entonces, ¿qué iba a hacer él?
Antes de que pudiera responder, decidió distraerla.
—Ya has oído a tu hermano decir que el señor Jenkins fue el hombre que le
habló de lo que realmente yo había ganado.
Ella asintió, pero con cautela.
—Entonces habrás adivinado que él era uno de los hombres con los que yo
jugaba, apostando contra tu madre.
Ella asintió de nuevo.
—Para tu tranquilidad, debes saber que les he hecho investigar a él y al otro
hombre. El otro está en el norte, y el mismo Jenkins, aunque puede haber estado
apostado fuera de tu casa, no parece una amenaza. Sin embargo, estoy haciendo
que le vigilen, de modo que puedes estar segura de que no te hará ningún daño.
—Hay otras maneras de herir a una persona— dijo en voz baja.
Hubo un cambio en sus ojos, que él no pudo leer, y que ella no explicó.
—¿Te refieres a decirle a Banbury la verdad?
—Sí.
Pero no le miró a los ojos.
—No te preocupes, no irá más lejos— dijo con convicción. —Tendré una
charla con Jenkins.
Se levantó del asiento de la ventana y se acercó a él.
—Daniel, no quiero que lo hagas. Solamente conseguirás contrariarle. Él me
ha avergonzado delante de mi familia. Estoy segura de que eso es todo lo que
quiere.
—No lo sabemos, Grace.
—Yo lo sé. Si le incitas, harás que empeoren las cosas.
Parecía tan desesperada, tan sincera, que no tuvo corazón para contrariarla.
—Muy bien, pero si sucede algo más con Jenkins, me lo dirás.
Asintió con la cabeza, con expresión de alivio.
No le gustaba verla así, preocupada y triste. Quería que el fuego volviera de
nuevo a sus ojos.
—Mañana es el último día del desafío.
Una leve sonrisa apareció en la comisura de su boca.
—Casi he ganado.
—Yo todavía no me he dado por vencido. Y ya que no puedes evitarme
mañana, pasaremos la tarde juntos.
—¿Una última oportunidad?
Había una cierta ternura en ella, una diversión, y se sintió aliviado.
—Iremos a los Jardines de Vauxhall.
—He oído hablar de ellos, por supuesto, pero nunca he estado allí.
Tenía todo su interés ahora, y en parte era porque pensaba que no iba a estar
a solas con ella. Poco sabía lo que podía ocurrir en los Jardines, con sus caminos
oscuros, su decoración de la antigua Grecia, y tanta gente traspasando la línea
entre la respetabilidad y el escándalo.
—Pero, ¿cómo puedo ir sola contigo? ¿Tendré que llevar a mi acompañante?
Se estaba riendo de él, como si sintiera la victoria en su mano.
—No será necesario que lleves acompañante. Estaremos enmascarados, por
supuesto, así que nadie nos reconocerá. Te enviaré el atuendo perfecto para que
lo uses.
—¿Un disfraz?
Se acercó y puso las manos en su cintura.
Ella temblaba ligeramente, y supo con certeza que mañana por la noche
tendrían su verdadera prueba.
—Un disfraz. Puedes pretender ser… lo que quieras.
Apartó su cabeza de él, como si estuviera preocupada porque pudiera tratar
de besarla. Contempló su adorable perfil.
—Di que sí— murmuró contra su sien, sintiendo la suavidad de un rizo contra
sus labios, inhalando su aroma a lavanda.
—Sí.
Capítulo 21
Estaba casi terminando, pensó Grace la tarde siguiente mientras esperaba en
su salón a Daniel. Ruby esperaba con ella, con el mismo gesto de desaprobación
que había tenido desde que ambas habían abierto la caja de la modista y sacado
el vestido que Daniel había enviado para ella.
Ruby negó con la cabeza y chasqueó la lengua suavemente.
—Estará mostrando demasiado de su pecho, señorita Grace— dijo por décima
vez.
—Cada corriente de aire me lo recuerda— respondió Grace, tratando de
aligerar el ambiente.
Pero se quedó mirando sus senos, empujados hacia arriba por el corsé hasta
que casi desbordaban el vestido. Después se acomodó la máscara de plumas
sobre su rostro, y se transformó en otra persona, alguien vestida con la plata y el
blanco de un hada del bosque brillando a la luz de la luna. Se sentía ligera,
hermosa y… atrevida, pero así era como Daniel quería que se viera en su última
noche juntos.
Dejaría que la mirara, y ella disfrutaría jugando con ingenio a la vez. Después
de esto, sin desafío, él probablemente perdería su interés, y ella trataría de no
dejarse llevar por la desesperación.
¿Cómo iba a conseguir que se enamorase de ella? Había demostrado ser
lamentablemente incompetente con Baxter Wells, por lo que sin duda no podía
confiar en sus propios instintos. Y la familia de Daniel estaría instándole a
permanecer alejado. Por mucho que disfrutara en su papel de rebelde, amaba a
su familia, y no les haría daño.
Pero tenía que estar con él por última vez.
Oyó el golpe en la puerta principal y sintió que sus nervios se agitaban dentro
de ella ante el sonido de la voz profunda y suave de Daniel hablando con el
mayordomo.
Y entonces, por fin, él apareció, se detuvo en el umbral, su sonrisa
desvaneciéndose, y sus oscuros ojos entrecerrados.
Contuvo el aliento mientras él la miraba tan intensamente que parecía que la
estaba tocando.
¿Cómo podría seguir resistiéndose cuando estaba enamorada? La mirada
cálida de sus ojos la hacía derretirse, la hacía imaginar sentimientos que él no
sentía por ella.
Ruby se aclaró la garganta, y el hechizo entre ellos se rompió.
Daniel hizo una reverencia.
—Señorita Banbury, se ve hermosa esta tarde.
—Gracias, señor. Tiene un gusto excelente en vestidos de mujer.
Cuando Ruby chasqueó la lengua de nuevo, él sonrió.
—Pero es sólo un disfraz, y que la oculta bien. ¿Quién va a pensar que la
correcta señorita Banbury está escondida debajo?
—Yo podría ir en el carruaje con ustedes, señorita Grace— dijo Ruby.
Grace negó con la cabeza, sin siquiera mirar a la doncella.
—No, está bien, Ruby. No tienes que esperarme levantada.
Lo que fuera que su doncella pensara sobre eso, Grace no se enteró, porque
tomó el brazo de Daniel y le permitió que la guiara al carruaje cerrado.
***
Tuvieron que cruzar el río para llegar a los Jardines de Vauxhall, y el viaje
parecía demasiado largo, y al mismo tiempo, demasiado corto. La tensión y
conciencia entre ellos lo decía todo… que era la última noche del desafío.
Estaba pensando si podría resistir hasta la medianoche. Lo que hiciera con
Daniel después, no importaría. Sabía que él tenía planes para lo que iba a ocurrir
esa noche. Que lo intente, pensó con el rostro cubierto por la máscara. Era alguien
distinta esta noche, una mujer que no tenía por qué temer a chantajistas o la
pobreza.
—Ponte tu máscara— pidió en voz baja.
Sin decir una palabra, él deslizó la máscara negra sobre sus ojos, dejando su
boca sensual al descubierto.
La boca que ella quería besar.
El calor se elevaba demasiado rápido dentro de ella. Había traído un abanico
de plumas, y ahora lo movía con la mano frente a su cara. Observó que su mirada
se sumergía en sus pechos parcialmente cubiertos, y supo que los ocultaba y
revelaba con cada movimiento del abanico.
Estaba jugando un temerario y atrevido juego, pero los resultados afectarían
al resto de su vida.
Finalmente llegaron a los Jardines de Vauxhall, y Daniel la ayudó a bajar del
carruaje. Se unieron a la multitud, desde nobles hasta plebeyos, buscando la
entrada, y como muchas personas llevaban máscaras, ella era tan anónima como
ellos. ¿Quién iba a saber lo que hiciera esa noche, salvo ella y Daniel?
Juntos recorrieron un oscuro pasadizo, sus pies crujiendo en la grava, y
salieron a la luz de las hadas. Miles de lámparas de aceite colgaban en lo alto de
los árboles y por abajo en los famosos parterres. Le había dicho a Daniel que era
su primera visita, por lo que éste siguió a la multitud y dejó que paseara por los
jardines bajo los arcos que abarcaban el Paseo del Sur, templos y pabellones y
columnatas del pasado y la torre del ascenso del globo. Desde un estanque
iluminado por gas emergía un gigantesco Neptuno y ocho blancos caballitos de
mar. Grace se aferró al brazo de Daniel y se echó a reír, asombrada ante el país de
las hadas que se abría a su alrededor.
Finalmente se acomodaron en un reservado para la cena, cerca del templo
gótico que albergaba la orquesta. Otras dos parejas estaban sentadas en el
reservado, y era obvio que ya estaban cargadas de vino, por su saludo entusiasta
a Grace con risitas. No se hicieron presentaciones.
Cuando la música se dejó oír más alta, los globos de luz en la parte delantera
de su reservado no alcanzaban a la parte de atrás, donde Grace y Daniel se
sentaban uno al lado del otro. Él mantuvo la mano en su muslo y ella se lo
permitió, sintiendo la presión de cada dedo en su piel, como si no llevara ropa.
Sus hombros se rozaban entre sí, de lo cerca que estaban sentados. Compartieron
finas tajadas de jamón y pollo, bebieron demasiado vino, y compraron fruta extra
a la chica de las fresas. Daniel rozó con una los labios de Grace, y cuando hubo
tomado un bocado, la deslizó por su barbilla y su cuello, trazando un húmedo
camino entre sus pechos antes de mirarla a los ojos y dar un mordisco a la fresa.
Sus labios se separaron por su atrevimiento, y entonces, la dio a comer la otra
mitad de la fresa él mismo.
—¡No deje que su esposa vea cómo trata a su amante!— soltó con una
carcajada una voz ebria desde la parte delantera del reservado.
Las otras tres personas se rieron a carcajadas, y Grace vio la rápida mirada de
Daniel en ella. Aunque su máscara ocultaba la mitad superior de su rostro, sabía lo
que estaba pensando: ¿Se ofendería? ¿Insistiría en irse?
Pero ella no era Grace esta noche, y si ellos querían pensar que era su
amante, bueno… les dejaría. Podía interpretar el papel.
Levantó su copa en un brindis.
—¡Por su esposa, que no sabe lo que se pierde!
Varias copas chocaron entre sí por encima de la mesa, una se rompió, y hubo
incluso más risas. Grace se apoyó en el regazo de Daniel para que sus labios
estuvieran a un soplo de distancia.
—¿Estás contento conmigo, señor?— susurró.
Él parecía tener problemas para hablar, y ella se acercó más y mordisqueó su
labio inferior. Él levantó la mano y ferozmente ahuecó su cabeza para sostenerla
cerca en un beso de verdad. Ella tuvo que apoyarse en la mano en su muslo para
permanecer en posición vertical.
Sus compañeros de cena silbaron y aplaudieron como si el entretenimiento
fuera mejor en sí que el de Vauxhall.
—¡Aquí hay una dama atrevida!
Grace salió del aturdimiento del beso de Daniel para ver a uno de los payasos,
brillantemente vestido y pintado, de pie en su mesa.
—Necesitamos que una doncella aventurera se una a nuestro espectáculo—
siguió el payaso. —¿Le importaría venir, milady?
Estaba fuera de su silla aún antes de que Daniel pudiera emitir su opinión. Se
encontró bailando sobre el césped, mientras los payasos y los acróbatas
realizaban sus trucos a su alrededor. Podía ver a Daniel de pie junto al reservado
de la cena, sin quitarle la vista de encima, su boca curvada con diversión. La noche
estaba iluminada con miles de globos que brillaban como estrellas por encima de
ella, y mientras giraba con rapidez, estiró sus brazos abiertos e inclinó la cabeza
hacia atrás para absorberlo todo.
No era el único visitante que se divertía con los artistas. Otra mujer tropezó
con ella, y ambas rieron. Pero esta mujer no estaba enmascarada, aunque Grace
no la reconoció. El rostro de la mujer estaba sonrojado por el baile y tal vez por
demasiado vino.
La mujer la miró de forma especulativa.
—¿Así que usted es la última amante de Throckmorten?
Grace sabía que su máscara estaba fija en su lugar, no había ninguna razón
para el pánico. De hecho, se sentía extrañamente confiada.
—¿Quién?
La mujer se rió y se acercó al rostro de Grace, como si quisiera arrancar su
máscara. Grace retrocedió, riendo y se escondió detrás de otro payaso.
Alguien la cogió y la levantó del suelo, y ella supo sin mirar que estaba a salvo
en los fuertes brazos de Daniel. Mientras la llevaba lejos del Grove3 hacia los
caminos más oscuros, la gente le vitoreaba y brindaba con sus copas. Era una
noche hedonista, y disfrutaba en ser parte de ella.
Estaba besando a Daniel incluso antes de llegar a la oscuridad, sus máscaras
rozándose. Sabía que había ocultas otras parejas que buscaban privacidad, pero
no le importó. Ni siquiera sabía cómo él podía ver a dónde iban, de tan cerca
como mantenía su cara de la suya. Finalmente, ella se echó hacia atrás para
respirar, su brazo alrededor de sus hombros, sus fuertes brazos en su espalda y
debajo de sus rodillas. Por encima de ella, las columnas griegas brillaban oscuras
3
Grove: zona central de los Jardines de Vauxhall
contra el telón de fondo aún más negro del cielo nocturno. Se sentó en un banco y
la puso en su regazo, dejándola abierta y vulnerable a él.
Mientras sus bocas iniciaban una danza de apareamiento, sus manos
rastreaban cada parte de su cuerpo, como si no pudiera tener suficiente. Ella supo
por qué había elegido el vestido, cuando fue capaz de liberar sus pechos sin
apenas esfuerzo. Y luego su boca caliente cubrió su pezón, y ella ahogó un
gemido. Cada tirón de sus labios la hacía sentir una sacudida, profunda en su
vientre. Un soplo de aire fresco rozó sus piernas, y la palma de su mano se deslizó
hasta la pantorrilla. Le hubiera dejado continuar con su exquisita tortura, pero de
repente, él levantó la cabeza.
—Maldita sea, pero esto no va a suceder aquí— gruñó, levantándose y
poniéndola de pie.
Se tambaleó y él la atrapó. Cuando ella puso sus brazos alrededor de su cuello
y descaradamente presionó su cuerpo contra el suyo, su única respuesta fue
poner su corsé y el escote en su lugar.
Tomó su mano.
—¡Vamos!
Y entonces, empezó a correr, a un ritmo lo suficientemente lento que ella
pudiera seguir. Se desviaron bruscamente de una multitud de personas, más allá
de la Rotonda, a donde todo el mundo se dirigía para ver el espectáculo ecuestre.
Los árboles iluminados se desvanecieron detrás de ellos, y sobrepasaron a más
gente que seguía llegando para el segundo espectáculo.
Mientras él pedía su carruaje, la atrajo a su lado.
—¿No vamos a esperar para los fuegos artificiales?— preguntó, todavía sin
aliento, pero riéndose porque sabía cuál sería su respuesta.
Él acarició su mejilla.
—Haremos nuestros propios fuegos artificiales.
Cuando llegó el carruaje, no esperó a que el cochero descendiera. Daniel bajó
los peldaños, la cogió en brazos, y la subió al interior, donde cayó hacia atrás en el
banco acolchado, apoyada en los codos. Una linterna encendida se balanceaba
por encima de ella. Después de que él recogió los peldaños de nuevo y cerró la
puerta, el carruaje arrancó con una sacudida, y prácticamente cayó encima de
ella.
Su boca descendió sobre la de ella, y él se puso de rodillas en el suelo. Entre
besos frenéticos, deslizó la máscara de su cara y arrojó la suya por encima del
hombro. Ella empujó la chaqueta de sus hombros, y pudo sentir su calor a través
de la camisa. Su lengua entró en su boca, sus manos comenzaron a desvestirla, y
ella perdió su último rastro de cordura, se olvidó de apuestas y desafíos. Lo único
que importaba era la explosión de pasión entre ellos, la excitación, la forma en
que se sentía cuando estaba con él. Aun cuando él quería su cuerpo, la hacía
sentirse querida y adorada. Le amaba y quería demostrárselo.
Sacó la camisa fuera de sus pantalones, logrando meter las manos para
recorrer su duro estómago. Cuando pellizcó sus tetillas con las uñas, él se
estremeció, haciéndola sentir como si tuviera el mismo poder sobre él, que él
ejercía sobre ella.
De alguna manera se las había arreglado para llegar debajo de ella y
desabrochar su vestido, porque cayó suelto sobre sus pechos. La sentó recta
contra el respaldo del banco, mientras le sacaba el vestido por la cabeza. Después
de que su corsé, camisola y calzones salieran volando, ella estuvo sentada allí
complemente desnuda, salvo por sus medias.
Y ella le quería desnudo también a él. Con manos desesperadas le ayudó a
quitarse la camisa, y luego le observó con excitación mientras se desabotonaba
los pantalones. No podía estar de pie en el carruaje, por lo que se dejó caer de
nuevo en el banco para quitárselos.
Dos personas desnudas pronto estuvieron sentadas una frente a la otra en un
carruaje. Todo lo que ella podía ver era su hinchado miembro. Ella y Baxter habían
sido discretos en sus relaciones sexuales, por lo que nunca había tenido una vista
tan vívida como ahora. Se sentía caliente, palpitante y necesitada, sólo
imaginando ser una con él.
Y en ese momento, Daniel estuvo de rodillas ante ella, con las manos en su
cara para atraerla a su beso. Estaban ávidos los dos, devorando la boca del otro,
las manos rozando, acariciando, y agarrando. Su erección se frotaba íntimamente
contra su feminidad, los muslos de ella apretando las caderas de él. Se recostó en
el banco para que pudiera poner su boca en sus pechos. Él los sostuvo con
reverencia y lamió sus pezones con movimientos largos que la hacían estremecer
con creciente placer.
Finalmente sintió su erección sondear más profundamente, y cuando él dudó,
mirándola a los ojos, ella no pensó en nada más que en la necesidad de
entregarse, para sentir el placer que la arrastraría fuera de sí misma.
Ella le amaba.
Asintió con la cabeza, y le rodeó con sus piernas cuando empezó a entrar
suavemente dentro de ella.
Demasiado suave, demasiado lentamente. Con un gemido ella apretó sus
piernas, dando la bienvenida a su súbito y profundo empuje. El placer fue casi
doloroso, tan intenso, puro e inmediato. De rodillas él entró y se retiró, cada
ondulación enviándola más y más alto. Se inclinó sobre ella para tomar un pezón
en su boca. Ella se tensó y estremeció hasta que por fin, el placer estalló sobre
ella, y lo recibió con un grito de felicidad. Él gimió contra sus pechos. Le sintió
estremecerse cuando su propio clímax se abatió sobre él.
Se inclinó sobre ella, manteniéndola segura entre sus brazos. Sus piernas
lentamente se deslizaron hacia abajo, soltando el agarre que habían tenido en sus
caderas. Él todavía estaba dentro de ella, grueso y duro, llenado un lugar en su
alma que había creído vacío.
Y entonces se oyó el tañido lejano de las campanas de las iglesias repicando
en toda la ciudad. Daniel se tensó en sus brazos, mientras contaban las doce
campanadas.
Él había ganado el desafío.
—Esas campanas siempre están mal— dijo suavemente.
Aunque su diversión estaba fuera de lugar, ella se echó a reír.
—¿Todas ellas? ¿En toda la ciudad?
—Por supuesto. Sé con certeza que has ganado nuestro reto, que lo has
llevado a cabo y me has derrotado.
Se irguió sobre ella, con las manos a cada lado de sus caderas en el banco. Ella
le miró, la fina transpiración en su cara, que humedecía su oscuro cabello en su
frente. Sus cuerpos se mecían con el movimiento del carruaje a través de las calles
de Londres.
Todavía estaban íntimamente unidos, pero eso no influía en la forma suave en
que ella le miraba, la ternura que ella sabía que estaba mostrando en su rostro. El
violín era para él un vínculo con su padre. Seguramente no renunciaría tan
fácilmente a él si ella no significara algo para él.
Pero, ¿ahora qué? Si él quería que ella ganase, ¿había todo terminado?
Porque después de todo, ¿no había ganado él justo el premio final, su
rendición?
Capítulo 22
Daniel miró fijamente a Grace desconcertado, observándola mientras su
respiración finalmente se calmaba. Tenía que estar incómoda, recostada en el
banco con él todavía entre sus piernas.
Pero no había ningún malestar virginal, como había supuesto en Madingley
Court, Baxter Wells había estado con ella antes que él.
Su ira contra el hombre regresó. Se había creído enamorada, y había sido
engañada. Al menos Daniel no estaba engañándola acerca de su relación.
Pero ahora era su amante, pensó, mirando hacia abajo en sus adorables ojos
verdes. Aunque parecía tranquila, estaba también expectante, a la espera de lo
que él iba a hacer a continuación.
Y él no sabía qué haría. ¿Estaba todavía molesto por el hecho de que después
de toda su intimidad, ella todavía no le hubiera contado lo que había sucedido con
Wells?
Salió de ella, y de alguna manera logró acomodarse a su lado en el banco. Ella
miró su miembro, todavía erecto, que descansaba sobre su estómago.
–¿No deberíamos vestirnos rápidamente?– preguntó, empezando a
incorporarse.
Él puso una mano en su muslo.
–No es necesario. El cochero no se detendrá hasta que yo se lo indique.
Le miró y habló secamente.
–¿Bien entrenado?
–¿Quieres decir que puedo seducir a las mujeres en mi carruaje de forma
habitual? Simplemente le di instrucciones antes de salir de los Jardines.
Se relajó contra el asiento. Sus brazos y muslos desnudos se tocaban, y él se
quedó esperando que ella se cubriera incómoda, pero no lo hizo.
Pero, de nuevo, la desnudez masculina no era nueva para ella.
Tenía que dejar de pensar en eso, así que miró sus pechos que descansaban
en su tórax, erguidos y deliciosamente rosados. Quería probarlos otra vez, y
estaba a punto de hacerlo cuando ella habló.
–¿Vas a seguir mirando?
–¿Y tú?
Ella se sonrojó.
–Yo lo tengo permitido. Pero seguramente tú debes de estar acostumbrado a
la vista.
–¿De ti desnuda? ¿Crees que voy a escondidas a tu casa para ver cuando te
vistes?
–Otras mujeres desnudas– corrigió, enrojeciendo aún más.
–En mi limitada experiencia…
Ella resopló con incredulidad.
–…cada mujer es diferente– continuó, ignorando su reacción –desde el color
que adorna las cimas de sus pechos– le pasó un dedo por el costado de su pecho y
tocó el pezón, que se apretó para él, incluso mientras ella temblaba –a la variedad
de tamaño– ahuecó un pecho suavemente, sosteniéndolo y sopesándolo, antes
de iniciar un lento recorrido por su abdomen –a la forma de los labios inferiores
de una mujer– entrelazó los dedos en sus rizos, la vio ponerse rígida, y escuchó su
respiración contenida mientras trazaba su húmeda entrada. –¿Quieres que te
bese ahí?
Pero había ido demasiado lejos. Con un jadeo escandalizado, ella cerró las
piernas. No trató de retirar su mano, todavía ahuecada en ella, un dedo
deslizándose en su interior.
Estaba tratando de hacerla reaccionar, y se preguntó si habría estado
intentando lo mismo antes. La había llevado enmascarada a los Jardines de
Vauxhall, conocidos por su mezcla de nobles y plebeyos. Casi había sido
desenmascarada por una mujer que le conocía… y habría reconocido a Grace. El
escándalo era algo a lo que él estaba acostumbrado, pero ¿inconscientemente
quería que ella fuera parte de él?
¿Qué reacción había esperado de los demás? ¿De ella? Al ser atrapados
juntos tan descaradamente, se habría visto obligado a casarse con ella, o a
arruinarla.
Nunca le haría daño, así que, ¿quería casarse con ella?
Fue una nueva revelación para él, porque nunca había encontrado a una
mujer que le hiciera pensar en el matrimonio como algo más que como una
ventaja para la transmisión de riquezas y la continuación de la familia en la
siguiente generación. De repente, pensó en la necesidad y la preocupación dentro
de un matrimonio, dos emociones que nunca había querido sentir, no cuando
podrían llevar a tanto dolor. Pero había felicidad, también.
Y ahora, Grace estaba desnuda en su carruaje, bastante tranquila. ¿Cómo
reaccionaría si supiera el rumbo de sus pensamientos? Ella ya había tenido el
corazón roto una vez. No sabía si podría amarla; ¿no reconocería tal emoción en
el momento de sentirla? Tal vez no podía sentirla porque no sabía si ella confiaba
en él.
Sin embargo, le había deseado tanto que se había olvidado del desafío, se
había entregado a él. ¿No era eso una forma de confianza?
Por fin, relajó un poco sus piernas, y él retiró su mano. Sosteniendo
deliberadamente su mirada, se llevó a la boca el dedo que había estado dentro de
ella. Cuando lo lamió, sus labios se entreabrieron, y le miró, parpadeando
sorprendida.
Él le dirigió una sonrisa maliciosa, y finalmente ella gimió y miró para otro
lado.
–¿Estás ahora feliz?– preguntó ella. –¿Era esto todo lo que querías?
¿Feliz? ¿A dónde quería llegar? Tuvo un momento de espanto al recordar las
advertencias de su familia, que pensaba que ella quería atraparle.
Sin embargo, ¿cómo podría haber alguna confianza entre ellos si se
preocupaba por una cosa así, después de todo lo que sabía de ella? Tenía mucho
que pensar.
Pero él tomó sus palabras como lo que eran, de una mujer insegura de su
sexualidad, una mujer que había sido utilizada por otro hombre y abandonada. Si
estaba demasiado avergonzada para revelar voluntariamente sus secretos, tal vez
podría convencerla.
–Estoy feliz– comenzó lentamente. –¿Lo estás tú? Tu primer amante no se
ocupó mucho de ti.
Ella se puso rígida, y como era de esperar encontró su camisola a su lado en el
banco y se la echó como una manta, cubriéndose a sí misma y a lo que
consideraba su vergüenza.
–Así que ha sido evidente que no era virgen. No te mentí, siempre dije que no
era inocente.
–Lo hiciste. Sólo que yo no tomé tus palabras de manera literal.– Hizo una
pausa, dándole tiempo. –¿Me dirás qué sucedió?
Ella le miró con sorpresa.
–¿Por qué quieres saberlo?
–Dijiste que te lastimó. No quiero hacer lo mismo.
Le dirigió una sonrisa torcida.
–No lo harás. Tú me explicaste de antemano tus motivos para perseguirme, y
has cumplido tus objetivos.– Se mordió el labio y apartó la mirada de nuevo. –
Baxter me hizo creer que se había enamorado, incluso llegó a decirme esas
palabras mientras prometía casarse conmigo.
–Todo para conseguirte en su cama.
Se encogió de hombros.
–Creo que sí. Tal vez estaba aún jugando con la idea del matrimonio.– Vaciló,
y una antigua tristeza se apoderó de su expresión mientras susurraba –Pero luego
creí que podría estar llevando a su hijo.
Le tomó la mano y ella le dejó, pero no creía que fuera consciente de que
estaba allí. Se había ido de nuevo a su propio dolor y temor.
–Y no estuvo muy contento– dijo él con total naturalidad
Su tono pareció aliviar su tensión, porque una débil sonrisa apareció en sus
labios.
–No. Me acusó de tratar de obligarle.
–Es un bastardo– dijo Daniel en voz baja, enojado.
Ella le dirigió una triste sonrisa.
–Lo es. Por eso le advertí a tu prima de él.
–Bien por ti.– Cuando ella no dijo nada en respuesta, continuó –¿Qué sucedió
después?
–Me dejó.
–¿Cuándo pensaba
enderezándose indignado.
que
podrías
estar
embarazada?–
preguntó,
Su voz era demasiado, incluso, demasiado tranquila, como si hubiera pasado
mucho tiempo librándose a sí misma de la emoción.
Asintió.
–Dijo que no sería atrapado por una mujer que iba tras su fortuna. Que
trataría de enviar dinero cuando llegara el momento.
Su risa no tenía ninguna diversión.
–Debería haberle machacado cuando tuve la oportunidad– dijo Daniel con los
dientes apretados.
Su mano tocó su brazo.
–No, se acabó. Fue sólo un susto, no un verdadero embarazo. Nunca en mi
vida he sentido tanta gratitud y alivio como… cuando mi período llegó.
Le miró con timidez, como si no estuvieran desnudos. Fue entrañable.
–Pero sabía que había estado demasiado cerca de perder mi reputación, de
perder… todo.– Suspiró. –Pero ahora que me has demostrado que mi falta de
virginidad será evidente en mi noche de bodas… No puedo engañar a un futuro
esposo. Tal vez debería ser tu amante y dejarlo así.
Ante sus controladas emociones, preguntó en voz baja:
–¿Eso es lo que quieres, una vida atada al dinero de un hombre?
Su barbilla se levantó, sus ojos disparando chispas verdes.
–No.
–Entonces, yo no he ganado todavía.
–¿Cómo?– preguntó, confundida.
–El desafío era hacerte mi amante, y has dicho que no vas a serlo. Tendré que
seguir intentándolo.
Ella le estudió.
–Pero las dos semanas han terminado.
–¿Quieres que el desafío termine?– preguntó, sintiéndose realmente nervioso
por su respuesta. ¿Qué haría si no pudiera verla, tratar de seducirla, todos los
días?
En un susurró, respondió: –No.
El alivio que sintió fue casi abrumador, dándole aún más en qué pensar.
–Entonces, te llevaremos a casa.
Cuando comenzó a levantar su camisola sobre su cabeza, él se la quitó y lo
hizo él mismo. Cuando estaba por la cara, con los brazos levantados, se inclinó y
besó cada pezón, sintiéndose satisfecho mientras ella se estremecía.
Después, ella tomó su arrugada camisa y la puso sobre su cabeza. Cuando él
se puso tenso, preguntándose qué haría, ella le sorprendió tocando con su lengua
su ombligo, riéndose cuando él se agitó con sorpresa. Él no se imaginaba que ella
se había dado cuenta de los efectos de su pelo rozando su ingle.
Cuando pudo ver su rostro alegre de nuevo, preguntó –¿Puedes ignorar el
corsé?
–No y todavía entrar en el vestido. ¿O estoy sólo pretendiendo llevarlo
dentro?
–Supongo que no.
Le ayudó a ponerse la prenda por la cabeza y a acomodarla sobre su camisola.
Luego usó sus dientes para apretar los cordones en la espalda. En vez de reír, ella
dio un gemido, y su propia pasión comenzó a subir de nuevo. El juego ya no era
por jugar.
Ella le ayudó a ponerse el chaleco. Cuando llegó al último botón, se inclinó y
besó brevemente su boca. Demostró ser una experta en atar el pañuelo, y su
recompensa por permanecer casi quieto fue otro beso, esta vez en la garganta, y
una pasada de su lengua debajo de su cuello. Él se estremeció.
Tenía varias enaguas, y guardó el equilibrio de pie en medio del bamboleante
carruaje, entrando en ellas para él. Mientras ataba cada una, la mordisqueó a
través de sus prendas, primero en uno de sus muslos, luego en el otro, y después
con su rostro apretado contra las enaguas entre sus muslos. Ella gritó y él
mantuvo su cabeza allí por un momento, y la recompensó frotándose con fuerza
contra ella.
Le empujó hacia atrás en el asiento, luego levantó cada uno de sus pies para
deslizarlos en sus calzoncillos. Subió la prenda por sus piernas, su propio cuerpo
tras ella mientras él levantaba sus muslos. Su cara justo por encima de su dura
erección parecía como una tortura, y un mechón de su cabello se deslizó sobre él,
haciéndole inhalar bruscamente. Bajando la cabeza, ella dejó que su cabello le
barriera de un lado a otro, hasta que él estuvo agarrando el cuero del banco para
evitar lanzarse hacia ella. Por fin terminó de ponerle los calzoncillos, aunque no
apretó los cordones, lo que le hizo tener esperanzas.
Cuando retrocedió, sonriendo con alegre satisfacción, él trataba de recordar
cómo moverse. Casi gimió mientras alcanzaba su vestido, después lo sostuvo en
alto hasta que ella deslizó sus brazos en él. Cuando apareció cada pulgada de su
rostro, él presionó besos una y otra vez, tomando su húmeda boca en una larga
invasión antes de bajar aún más el vestido. Mientras lo colocaba en su lugar hasta
la mitad de sus pechos, metió la lengua en el valle entre ellos, inhalando la
lavanda y el olor único de Grace. Su piel estaba húmeda y salada, y él podría haber
continuado allí por mucho tiempo, hasta que ella lo empujó con manos
temblorosas.
–Tus pantalones– susurró.
Una vez más se vio empujado hacia atrás en el asiento, mirándola desde
debajo de sus entrecerrados ojos cuando ella se arrodilló ante a él y metió los
pantalones por sus piernas. Cuando levantó sus caderas para permitirle tirar de
ellos hasta su cintura, ella rápidamente le dio un beso en su erección a través de
la ropa, y luego retrocedió como si estuviera avergonzada. Pero él recordaría tan
inocente y curioso beso por mucho tiempo.
–Sólo faltan mis calzones– dijo en voz baja, pero sin mirarle a los ojos.
Toda su desesperación y deseo brotaron en su interior, y la idea de dejarla ir
de regreso a su cama vacía pareció más de lo que podía soportar. A tientas abrió
sus pantalones y calzoncillos, luego con manos rápidas la atrajo y tiró de ella
encima de él hasta que estuvo a horcajadas.
–Calzones en camino– dijo contra su boca y entró dentro de ella.
Ella gritó mientras sus húmedas y ardientes paredes aceptaban su longitud,
dándole cobijo. La levantó y bajó sobre él hasta que entendió lo que quería,
entonces ella lo montó con gracia, salvajemente, sintiendo su recorrido con los
ojos cerrados. Sus faldas se acumulaban sobre su pecho, pero como él no había
abotonado la espalda de su vestido, el corpiño cayó hacia adelante. Fue fácil
liberar sus pechos del bajo corsé, y jugó con ellos, acariciándolos, pellizcándolos y
frotándolos. Ella se retorció y se apretó más contra él, aprendiendo a sentir su
propio placer cuando se movió con frenesí. A él le tomó toda su fuerza y control
contenerse, para darle tiempo. Su respiración se oía en tono áspero, con dureza
en su pecho, la mandíbula le dolía por apretar los dientes, su cuerpo estaba en
llamas por el placer contenido, la cima a la que desesperadamente quería llegar.
Finalmente se puso rígida y echó su cabeza hacia atrás, arqueando su cuerpo
mientras su orgasmo se apoderaba de ella. Él agarró sus caderas con ambas
manos y entró en ella una y otra vez, dejando que su abrumadora liberación lo
alcanzara.
Se desplomó jadeando sobre su pecho. Débilmente, murmuró –Nunca
imaginé… esto.
Él se rió entre dientes mientras retiraba el pelo de su cara y metía algunos
mechones detrás de la oreja.
–Entonces hay mucho que no has imaginado, y pienso mostrártelo.
Se sentó de nuevo, y él suspiró de dicha al ser empujado más adentro.
–Pero sólo si me ganas como tu amante– dijo con falso remilgo. –Una sola
noche no sirve.
Grace vio la dura expresión de Daniel, sus cejas bajadas, le sintió moverse en
su interior. Los temblores de placer aún ondeaban a través de ella, y todo lo que
hacía generaba más oleadas. La llenaba, la estiraba. Ahora que habían hecho el
amor dos veces, se sentía un poco sensible, pero no tanto como para bajarse de
encima de él.
Se sentó, la rodeó con sus brazos y la besó.
–¿Debemos continuar nuestro paseo por la ciudad?– Acarició su mejilla y se
movió en su interior. –¿Y nuestro viaje más privado?
Con un suspiro, ella murmuró –Debo volver a casa.
–Entonces deja de tentarme, mujer, y déjame vestirme.
Ella se echó a reír mientras se deslizaba fuera de él, tratando de mantener
todas sus faldas alzadas. Cuando terminaron de ayudarse mutuamente a vestirse,
Daniel golpeó el techo para llamar la atención del cochero. Cuando el carruaje se
detuvo, salió por un momento, y luego volvió a entrar.
–Le dije que nos llevara hacia el callejón de atrás de tu casa– dijo Daniel –por
si acaso tu hermano está en casa.
–Hace unas semanas probablemente todavía estaría fuera, pero ahora nunca
se sabe.
Se sentía preocupada sólo de pensar en Edward.
–Ha cambiado, Grace– dijo Daniel quedamente.
–Yo lo creo también, pero le he lastimado, Daniel.
–Los dos le hemos hecho daño.
Ella le dirigió una mirada interrogante, tratando de leer su expresión, para
entender lo que quería decir. ¿Se sentía únicamente culpable por su bien… o por
el de ella también?
Mantuvieron sus manos unidas hasta que el carruaje se detuvo, y oyó el
suspiro de Daniel cuando alcanzó el pomo de la puerta.
Puso una mano en su espalda, queriendo decirle que deseaba que esta noche
no terminara nunca. ¿Pero pensaría que se refería a sólo como su amante? Así
que no dijo nada.
Cuando la ayudó a bajar, y el cochero se alejó discretamente, le dijo en voz
baja:
–Daniel, ¿alguna vez has intentado tocar el violín de mi padre?
Él traicionó su sorpresa. O tal vez, ya no estaba tratando de ocultar sus
emociones de ella.
–No.
–Sé que hemos decidido mantener la apuesta por él, pero… Tal vez porque en
realidad no era tuyo todavía, no intentaste tocarlo. Creo que deberías.
Él le lanzó una sonrisa irónica y le besó la nariz. –Déjame verte en la casa,
Grace.
Enlazó su brazo. En la puerta de la cocina, esperó fuera hasta que ella
encendió una vela. Sonriéndole tiernamente, cerró la puerta con llave, mirando a
través del cristal de la ventana mientras él desaparecía en el patio oscuro.
Sólo después de que estuvo en su habitación y que llevaba una bata, Ruby ya
de vuelta en su habitación, Grace escuchó un golpe.
Esperando que fuera Daniel, abrió la puerta.
Edward estaba parado allí, y le dio una sonrisa triste cuando vio su expresión.
–Incluso deseas que fuera él.
Hizo un gesto con la mano, sonriendo.
–Edward, le das mucha importancia a las cosas.
Entró en su habitación, y se dio cuenta de que todavía estaba vestido para la
noche.
–¿Qué has hecho esta noche?
Se puso rígido.
–Tuve una cena a la que asistir.
–¿Quién la ofrecía?– preguntó con curiosidad.
–Un tal señor Hutton. No le conoces.
–¿Cómo lo sabes?
No podía evitar su curiosidad, porque su conducta parecía… diferente.
–Es uno de los directores del Ferrocarril del Sur.
–Ah, le conociste a través de Daniel– dijo alegremente. –¿Y no tiene ninguna
hija casadera?
Edward se dejó caer en una silla frente al hogar desnudo, y ella reconoció su
evasiva.
–Ajá, así que la tiene– continuó –¿Te… gustó alguna de ellas?
Suspiró y dijo con gravedad –Sí, me gusta.
–Entonces, puedes agradecérselo a Daniel.
–Lo sé.
Su conformidad parecía bastante reacia.
Edward ladeó la cabeza mientras la estudiaba.
–¿Disfrutaste en los Jardines?
Ahora era su turno de ser evasiva sin parecerlo.
–Sí, lo hice. Es realmente como el país de las hadas.
–Sé lo que está pasando, Grace.
Ella se tensó, pero no respondió.
–Crees que puedes reformarle, como siempre lo has intentado conmigo.
–Funcionó contigo, ¿no?– le desafió.
–Yo quería hacerlo, pero ¿lo quiere él? Ningún caballero intenta seducir a
jóvenes solteras. Nunca se me ocurriría hacer algo así con la señorita Hutton.
–Eres un buen hombre, Edward– dijo amablemente. Pero tal vez lo que ella
necesitaba era un hombre no tan bueno.
Sin embargo, ¿era digna de Daniel? Un hombre la estaba amenazando, y
cualquiera que fuera su plan, podría costarle a Daniel… y el respeto de su familia.
¿Cómo se sentiría entonces, cuando podría haber solucionado el problema Cabot
arrancando a Daniel fuera de su vida por completo?
¿Debería haberlo hecho? En cambio, se había entregado a él, accedido a
prolongar su desafío porque no podía imaginar la vida sin él. ¿Qué estaba
esperando para no haberlo llevado a cabo? ¿Una oferta de matrimonio? ¿Cuándo
le estaba ocultando la verdad? ¿Estaba tratando de encontrar un final de cuento
de hadas donde no había ninguno? Tal vez sus sueños eran tan falsos como los
propios Jardines.
El sexo con Daniel había sido la apuesta final.
Capítulo 23
Cuando Daniel despertó a la mañana siguiente, descubrió que la noche
anterior su casa había sido invadida por su madre y sus criados.
La miró con sorpresa mientras le esperaba a él en la sala de desayunos. Con
una sonrisa, se acercó y la besó en la mejilla.
–Madre, han pasado casi veinte años desde tu última visita a Londres. ¿Has
venido sólo para compartir tostadas conmigo?
–Siéntate, Daniel, antes de que la comida se enfríe. Dormiste hasta bastante
tarde– añadió, mirándole con desconfianza.
–Sí, milady– dijo, acercando la silla a la mesa y asintiendo con la cabeza al
lacayo, quien puso un plato caliente de huevos y jamón frente a él.
–Estuviste fuera hasta muy tarde– dijo, untando con mantequilla una tostada.
–Como adulto, se me permite.– Sonrió.
–¿Estabas con la señorita Banbury?
–Lo estaba.– La miró con sospecha. –¿Todavía la desapruebas?
–Confío en que puedas tomar una decisión sabia.
Pero aún la desaprobaba, o una palabra mejor podría ser “preocupaba”, lo
suficiente para haberse enfrentado a los riesgos de Londres después de tantos
años.
–Su padre tenía un violín antiguo, de más de cien años– comenzó Daniel
lentamente. –Me recuerda al que Padre solía tener.
–¿Es parecido al que está en la pared de tu biblioteca?
Se le había olvidado.
–Ella me lo prestó.
–Ya veo– dijo astutamente.
–¿Por qué ya no tocas?– preguntó él de repente.
–¿El violín?– Su mirada se apartó con evasivas.
–El piano, tu instrumento favorito.
Entonces, ella le miró fijamente con unos ojos tan parecidos a los suyos.
–¿Por qué no tocas tú? Siempre me he sentido muy culpable de que lo dejaras
a causa de la tragedia de tu padre.
–Fue un accidente, madre. La mayoría de la gente sabe eso.
Era la primera vez que él aludía a los rumores que la rodeaban desde su niñez.
–Lo fue– dijo simplemente.
–Sin embargo, debe haber dolido que la gente creyera lo contrario.
–Así fue, pero eso es pasado, y ahora no tiene importancia. Todo lo que
siempre quise era que tú no fueras tocado por ese escándalo.
–Y lo fui.
–Pero creaste tus propios escándalos. Debe ser cuestión de familia.
–Probablemente no sea necesario ahora– dijo, sonriendo.
–Pero iniciaste esa vida para protegerme.
–Creo que sí, aunque lo había olvidado hasta que alguien me hizo
reconocerlo– dijo suavemente, mirándola.
–¿La señorita Banbury?
Él asintió con la cabeza.
–Tal vez haya otra razón por la que guardas las distancias a través del
escándalo. Tal vez estás manteniendo a las damas casaderas alejadas de ti. ¿Eso
es culpa mía, también? ¿Acaso crees que mi corazón se rompió debido a la forma
en que mi matrimonio resultó?
Antes de que pudiera tranquilizarla, ella se apresuró.
–Daniel, volvería a hacerlo todo de nuevo, sin importar el resultado, sólo por
poder pasar los pocos años que pasé con la intimidad y el amor de tu padre.
Valdría la pena arriesgarse a cualquier escándalo.
Ella puso la mano en su brazo, y él cubrió la mano con la suya.
–Me alegro de que hayas venido a visitarme– dijo. –Ahora quizá podamos
discutir por qué deberías comenzar a componer de nuevo.
Ella dejó escapar un amago de risa.
–¡No podemos cambiar todo acerca de nosotros mismos con una sola
conversación!
Pero cuando empezaron a comer y hablar normalmente, no pudo evitar
preguntarse si ella había venido para protegerle de ser herido por un matrimonio
imprudente. Aunque vivía en Londres, había pasado su vida fuera de la Sociedad,
al igual que su madre. Tal vez había llegado el momento de que ambos regresaran
a ella.
***
Era un nuevo día, y Grace se dijo a sí misma para tener esperanzas, que de
alguna manera podría hacer que todo funcionara. Pero una nube negra se cernía
sobre ella, y por la tarde, ya sabía que no era sólo una nube de lluvia, sino una
tormenta. Mientras trabajaba en su costura para calmar su acelerada mente,
Woodley anunció a Horace Jenkins.
Se puso lentamente de pie, sintiendo que la sangre desaparecía de su rostro
mientras su bastidor de bordado se deslizaba al suelo.
El señor Jenkins se quedó junto a la puerta hasta que el mayordomo se retiró.
Y entonces, deliberadamente, cerró la puerta.
–Por favor, ábrala– dijo, tratando de ser firme. –Sabe que no puedo estar a
solas con usted.
–Está a solas con Throckmorten.
–Y si sabe eso, entonces sabrá que él le tiene vigilado. Recibirá un informe de
que me ha visitado aquí, y ¿cómo va a explicar eso?
–Usted se lo explicará, señorita Banbury. Le dirá que recibió mi visita con
mucho agrado. Su satisfacción será evidente cuando asistamos juntos esta noche
a la velada de la señora Bradley.
–¿Quiere que le acompañe?
–Sí. Y si se niega, todos sus secretos saldrán a la luz.
Tragó saliva, pensando frenéticamente, pero no se le ocurría ninguna
solución. ¿A quién podría decírselo sin empeorar esta terrible situación? Ni a
Daniel, ni a Edward.
–¿Hasta cuándo va a seguir amenazándome, señor Jenkins?
–Usted me ha obligado a utilizar tales métodos para estar cerca de usted,
señorita Banbury– respondió, sus rasgos suavizándose mientras daba varios pasos
hacia ella.
Mantuvo el sofá entre ellos.
Parecía afligido.
–Todo lo que quiero hacer es cortejarla, tratarla tan respetuosamente como a
cualquier dama que admiro.
–¿Y chantajea a todas las damas que admira?
Él hizo una mueca.
–Quiero pasar tiempo con usted, señorita Banbury, y si ésta es la única
manera para que usted pueda llegar a conocerme, entonces que así sea. Las otras
nunca me dieron siquiera una oportunidad.
–Si piensa tan bien de mí, ¿por qué debo creer que me haría daño tan
cruelmente diciéndole a la Sociedad lo que mi madre me hizo?
–Porque si no puedo estar con usted, entonces demostraría lo ciega que es
como mujer. Y tal mujer merecería el desprecio de los demás.
Todavía estaba boquiabierta, luchando por ver alguna lógica en su
argumento, cuando él se inclinó ante ella.
–La recogeré en mi carruaje a las siete, señorita Banbury. Por favor, esté
esperando.
Se quedó inmóvil como una estatua durante varios minutos después de que él
se fuera, pero finalmente, reunió sus fuerzas. Si algo bueno había salido de la
visita del señor Jenkins, era que él le había recordado lo inapropiada que era
como esposa para Daniel. Nunca estaría libre de su pasado, de los pecados de su
madre. No podía arrastrar tal tragedia sobre Daniel o su familia.
Para hacer que se olvidara de ella, tendría que asegurarse de que encontrara
otra esposa.
***
En la velada de la señora Bradley, los invitados estaban conversando y
tomando refrescos en un salón, mientras que el baile se desarrollaba en un
segundo salón. El señor Jenkins llevaba una hora sin separarse del lado de Grace,
durante la cual, Daniel también había llegado. Sintió su mirada desde el otro lado
del salón desde el momento en que la vio con el señor Jenkins. Aunque no reveló
ninguna emoción, podía leer la ira muy bien en sus ojos. Le había prometido que
iba a tener cuidado con el señor Jenkins, y sin embargo, aquí estaba ella, pegada a
él.
La tristeza se aferró a su corazón con verdadero dolor. Amaba a Daniel.
Lastimarlo así iba en contra de ella. Quería estar segura en sus brazos, pero si era
sincera consigo misma, sabía que su relación poco convencional nunca les llevaría
a un tranquilo y feliz matrimonio.
Pero otros invitados habían notado que ella y Daniel no se habían juntado
inmediatamente. Muchas miradas se movían entre ellos especulando, y Grace vio
que el orgullo del señor Jenkins se reforzaba con cada susurro sobre ellos. Esto
era lo que él quería. Si no podía vencer a Daniel en un juego de cartas, era
evidente que quería que todos supieran que le había ganado en la atención de
una mujer.
Así que Daniel se vio obligado por el momento a socializar con los demás, y
Grace vio que una buena parte de ellos eran jóvenes damas. Las frecuentes
apariciones de Daniel en eventos de la Sociedad en los últimos tiempos habían
incrementado su popularidad. Después de todo, las madres sólo podían concluir
que estaba buscando esposa. Sus faltas podían ser ignoradas. Y si él no estaba con
Grace, entonces, él aún tenía que decidirse por alguna, haciendo de él un juego
justo.
Sólo cuando el señor Jenkins vio a Daniel desaparecer hacia el salón de baile
con una joven dama, se ofreció a llevarle a Grace un refresco. Sabía que le estaba
decepcionando con su triste silencio, y que realmente tendría que cambiar, con el
fin de mantenerle feliz. Con el tiempo, tendría que averiguar qué hacer con él,
pero por ahora, frente a la Sociedad londinense, sólo podía tolerarle y fingir que
disfrutaba.
En ese momento de soledad, donde era el foco de la especulación, respiró
profundamente y trato de aliviar la dolorosa presión en el pecho que tenía cada
vez que pensaba en Daniel.
–¿Señorita Banbury?
Grace abrió los ojos y miró las oscuras, apuestas facciones del Duque de
Madingley. Sabía cuándo había llegado, por supuesto, por el revuelo de
expectación que había recorrido los salones. La aceptación de una invitación por
parte de un duque era un raro don para una anfitriona, y la señora Bradley se
había tambaleado hacia los brazos de su esposo como si fuera a desmayarse. Pero
al final, el duque había hecho sus cortesías a una aduladora señora Bradley, y
luego había buscado a su primo, como era costumbre en ambos hombres cuando
acudían al mismo evento.
Pero de algún modo Grace había perdido el rastro del Duque y no había visto
su avance.
El Duque le sonrió.
–No me diga que está a punto de desmayarse en mi presencia como nuestra
anfitriona. Me veré obligado a convertirme en ermitaño si sigo teniendo ese
efecto en las mujeres.
Ella le devolvió la sonrisa, disfrutando de su fácil humor.
–Por supuesto que no, Su Gracia. Estoy hecha de un material más resistente.
–Eso me ha dicho Daniel.
Se sonrojó, como si imaginara que le había contado los detalles íntimos de
ella. Por supuesto Daniel nunca la traicionaría de esa manera. En cambio, ella se
veía obligada a traicionarle.
Suspiró.
–Señorita Banbury, no está disfrutando de esta noche– dijo el Duque en voz
baja. –Usted y mi primo no han hablado.
–Debería estar feliz por eso, Su Gracia– dijo, lejos de ser cortés. –¿No deseaba
mantenernos separados?
Él parpadeó con sorpresa. Tal vez la gente habitualmente no hablaba así, con
tanta franqueza, a un duque.
–Nunca he pretendido algo así, señorita Banbury. Mi única preocupación era
que mi primo encontrara la felicidad con alguien que le amara por las razones
correctas. ¿No deseamos todos tales relaciones para nuestras familias?
Suspiró.
–Por supuesto que sí. Perdone mi mal genio.
–Parece ser usted la que se mantiene alejada de él, señorita Banbury.
Se encogió de hombros, esperando que él creyera eso.
–¿Sabía usted que su madre llegó ayer a la ciudad?
Sus ojos se agrandaron cuando se encontraron con los del Duque, que la
miraban con complicidad.
–¿Lo hizo? Pero ella nunca viene a la ciudad.
–Yo creo que es algo bueno.
–No cree que…– Se interrumpió, preguntándose si la familia estaba
reuniéndose para mantenerlos separados a ella y Daniel.
–¿Qué ella está aquí por usted?– Madingley terminó su pensamiento.
–Nunca sería tan presuntuosa.
–Creo que está aquí porque por fin se ha dado cuenta de que, aunque Daniel
ya no es un niño, quizás todavía se necesitan el uno al otro.
–Espero que él toque música para ella– dijo suavemente Grace, queriendo
que la madre de Daniel viera que él estaba mejorando.
Se enderezó cuando se dio cuenta de que el señor Jenkins estaba parado al
otro lado del salón, sosteniendo dos copas, y mirando como si no se decidiera si
interrumpir o no al Duque.
–¿Música?– repitió el duque, interrogante.
–Creo que por fin está listo para regresar a ella– dijo Grace. –Tal vez usted
pueda animarlo.
–Voy a admitir– dijo el Duque, mirándola con evidente desconcierto –que he
tenido varias conversaciones acerca de Daniel con jóvenes damas en los últimos
años, pero ésta es la más inusual. Una mujer siempre quiere saber si él está
interesado en el matrimonio, pero… ¿música?
–No es tan extraño en su familia, Su Gracia. Y si usted desea hablar sobre
matrimonio en lo que se refiere a Daniel, puedo darle varios nombres de jóvenes
encantadoras que podrían interesarle.
Si un duque pudiera dejar su orgullo de lado lo suficiente para quedarse
boquiabierto, Madingley lo estaría haciendo en esos momentos, lo sabía.
Acababa de sugerirle otras mujeres para casarse con Daniel.
Y de repente, quería llorar. Sus ojos ardían con lágrimas que no podía
derramar, por lo que con una rápida reverencia, dejó al duque y regresó con el
señor Jenkins, que la miraba con recelo, pero que pareció relajarse cuando ella le
sonrió mientras tomaba su limonada.
Deseó que fuera algo más fuerte.
***
Daniel escoltó a una tercera dama hasta su madre, hizo una reverencia, y
rápidamente se despidió. Pero era demasiado tarde para acercarse a Grace, que
había dejado a Chris y regresado al lado de Jenkins como una esposa obediente.
Daniel sintió deseos asesinos, al imaginar lo que podría haber ocurrido para
que Grace se comportara así. Obviamente, había subestimado a su oponente.
Pero mezclados con su ira estaban los celos y el desconcierto, y un dolor que
parecía tristeza, pero que era mucho más. Después de la increíble pasión que
habían compartido, ¿Por qué no había acudido a él con respecto a Jenkins? El
hecho de que ella todavía no confiara en él era un golpe que dolía más de lo que
hubiera creído posible.
–Si sigue mirando tan intensamente a Grace, su vestido se incendiara.
Daniel dio un respingo y miró a Edward Banbury, que estaba de pie a su lado
mirando indiferente por el salón.
–No la estoy mirando de una manera tan evidente– dijo Daniel, con la
mandíbula apretada.
–¿Con quién está que está volviéndole loco?
–Horace Jenkins, el hombre contra quien jugué, en la apuesta de su madre.
Ahora fue el turno de Banbury de mirar fijamente al otro lado del salón.
–¿El tipo que usted creyó que podría estar vigilándola?
Daniel asintió.
–Y ahora está con él. ¿Le ha dado alguna explicación?
–Ninguna.
–Pero seguramente usted es feliz porque ella no está aquí conmigo– dijo
Daniel con sarcasmo.
–Por extraño que parezca, eso no es cierto.– Suspiró y miró el champán de su
copa. –Así que, ¿qué va hacer al respecto?– Hizo un gesto con la copa en dirección
a su hermana.
–¿No va a insistir en que es su deber protegerla?
–Usted parece querer asumirlo por mí en este terreno.
Daniel se sintió sorprendido de que Banbury hubiera relajado su opinión.
–Evidentemente, ella no quiere mi protección, o me hubiera dicho lo que
estaba pasando.
–Entonces creo que es necesario insistir.
Daniel vaciló.
–¿Y yo tengo su permiso?
Banbury le miró con fijeza con mirada impasible.
–Para esto. Para lo demás, lo llevaremos caso por caso.
El regocijo de Daniel duro poco. Asintió con la cabeza a Banbury y se alejó.
***
Jenkins estaba pegado al lado de Grace, así que Daniel tendría que esperar
hasta que Grace le dejara, para no levantar sospechas. Y no quería tener una
conversación con ella delante de todos los invitados. Necesitaba a alguien como
distracción.
Robó a Chris, alejándole del lado de una decepcionada joven dama y de su
madre, y tirando de su primo hacia el corredor.
–¿Te estoy rescatando o molestando?– preguntó Daniel.
–Por suerte, lo primero– dijo Chris, sonriendo. –¿Algo está mal?
–Habla conmigo aquí en el corredor. Estoy esperando que Grace venga hacia
aquí sola.
Chris arqueó una ceja.
–¿Entonces no estás escapando de las atenciones de tantas mujeres? La
señorita Banbury me dijo que te podía dar referencias sobre la idoneidad de
varias de ellas.
–¿Qué?
Daniel se dio cuenta de que había hablado en voz demasiado alta cuando dos
caballeros que se dirigían a la biblioteca le miraron extrañados.
–Dime todo lo que te dijo.
–Cree que debería animarte a volver a la música.
Daniel cerró los ojos y gimió.
–Y entonces ofreció nombres de jóvenes damas.
–¿Eso es todo?
–A mí me parece bastante. Creo que está encariñada contigo, Daniel, y tú
pareces estarlo con ella.
–¿Qué Grace se ofrezca a encontrarme esposa es cariño?
–La esperanza de que encuentres la felicidad parece implicar un sacrificio por
parte de ella– dijo suavemente Chris –como si hubiera decidido que tu felicidad
no puede estar a su lado. Estoy bastante impresionado de su generosidad. Veo
que estaba equivocado respecto a ella.
Pero Daniel le ignoró cuando a lo lejos vio a la propia Grace que salía del
salón, la cabeza inclinada, su paso rápido. Dejó a Chris sin mediar palabra y la
siguió, tomando su codo antes de que pudiera abrir la puerta de la habitación
para retiro de las damas. Se estremeció y le miró con verdadero miedo, y por un
momento, no supo cómo reaccionar, pero el alivio y luego la cautela en su rostro
le hicieron volver en sí… y a su ira.
La arrastró hacia la parte posterior de la casa, a la primera habitación vacía
que pudo encontrar. Una pequeña lámpara la iluminaba, y por el delicado sofá y
el ornamentado escritorio, supuso que era la salita de las mañanas de la señora
Bradley. Daniel cerró la puerta, y cuando vio la llave en la cerradura, la giró.
Grace se quedó sin aliento.
En lugar de mostrar indignación, se arrojó a él. Cayó hacia atrás contra la
puerta, sorprendido, con los brazos llenos de tibia y suave mujer, y yardas de
delicada tela. Ella inclinó su cabeza y le besó, sin decir nada, expresando su anhelo
y pasión con su húmeda boca y suaves gemidos.
Y él estuvo casi vencido.
Pero no del todo. Una parte lógica de su cerebro se levantó en medio del
hambriento coro de lujuria y protestó por sus motivos.
Y entonces su mano estuvo en los botones de sus pantalones, como si fuera a
desnudarle en la salita de las mañanas de la señora Bradley.
La agarró por los hombros y la apartó, con la sensación de que era su turno de
desmayarse.
–Grace. ¡Detente ahora mismo!– dijo con voz suave pero firme. –No me vas a
distraer.
–¿No puedo expresar lo mucho que te he echado de menos?– preguntó,
tocando seductoramente los botones de su chaleco.
–Y ya lo has hecho. Es mi turno para expresar mi desagrado por tu conducta.
–¿No quieres que te bese?
–No quiero que intentes distraerme de mi muy justificado enojo. ¿Qué estás
haciendo aquí con Jenkins? ¿Y por qué no me has dicho que se había puesto en
contacto contigo?
Con un gemido se apartó de él, dándole la espalda, y caminó por la
habitación.
–Daniel, esto ya no te concierne. Tienes que encontrar a otra mujer y
centrarte en ella.
Esto último pareció ser arrancado en carne viva de su garganta.
–Te has pasado todo este tiempo tratando de cambiarme, primero con mi
redención ante los ojos de la Sociedad, y luego con la música. ¿Y ahora quieres
que me vaya?
–No quiero que cambies nunca más. Eres perfecto tal y como eres.
Podría haber jurado que estaba conteniendo las lágrimas, pero estaba
paseando, con la cabeza agachada. Algo de su ira y dolor desapareció.
–Grace, dime qué está pasando.
Se quedó inmóvil en el centro de la habitación, y al fin, volvió sus ojos,
demasiado brillantes, hacia él.
–Me está chantajeando. Les va a contar a todos lo de la apuesta si no le
permito cortejarme.
Daniel inhaló bruscamente. Si ella le amaba, ¿por qué no había acudido a él
en busca de ayuda? Creyó que había ganado su confianza, por fin, pero no podía
confiar en él para mantener segura su reputación. Se dio cuenta de que estaba
tan herido porque la amaba. La amo, pensó de nuevo, con desconcierto y
creciente alivio. Esto era el amor, querer la felicidad de Grace más que la suya,
querer protegerla, sin importar si ha cambiado su opinión sobre él. Esto era el
amor, pensó de nuevo, cuando el dolor de su desconfianza se clavó más
profundamente dentro de él. Dios mío, si alguien merecía ese castigo, era él. Pero
¿era un tonto por esperar algo mejor?
–Grace.
–¡No! Intentarás ser mi valiente caballero, ¡y no lo quiero! Ya has hecho
demasiado por mí. Estoy viviendo en tu casa, de tu dinero…
–Tu casa. Ya he puesto las escrituras de nuevo a tu nombre.
Con un gemido, le dio la espalda y se cubrió la cara.
–¿Acaso quieres hacerme sentir más como una amante?
Él abrió los brazos.
–Quiero que te sientas lo suficientemente segura para salir adelante por ti
misma, para tomar decisiones que no provengan de la desesperación. Podemos
encargarnos de Jenkins. Déjame ayudarte.
Vio como levantaba la cabeza, enderezando sus hombros, y cuando por fin le
miró, su rostro era hermoso y demasiado sereno.
–No. Déjame manejar esto, Daniel. Te prometo acudir a ti si necesito ayuda.
No la creía, pero sabía que no podría convencerla de nada en el estado en que
estaba.
Pasó junto a él hacia la puerta, muy cuidadosa de no permitir siquiera que el
borde de su falda le rozara a su paso. Abrió la puerta, aunque sin olvidarse de
mirar a ambos lados antes de salir y cerrar la puerta tras ella.
Daniel maldijo entre dientes, deseando poder romper algo.
Se prometió encontrar una manera de convencerla de que él era digno de su
confianza.
Capítulo 24
Para Daniel fue bastante fácil seguir el carruaje de Jenkins por las calles de
Londres. Desde el caballo, observó a Grace bajarse en la casa Banbury y
apresurarse hacia su interior. Daniel esperó tenso, preguntándose si Jenkins sería
tan osado como para seguirla, pero no dejó el carruaje.
Siguió a Jenkins a su club, pero sabía que sería un lugar demasiado público
para una confrontación. Así que cuando el cochero abrió la puerta del carruaje,
Daniel apareció a su lado, sobresaltando a Jenkins, que se congeló en la puerta.
—Aunque no hemos sido debidamente presentados…— comenzó Daniel
amablemente —estoy seguro de que sabe que soy Throckmorten.
Jenkins asintió lentamente.
—Entonces, siéntese y tenga una conversación privada conmigo.
Jenkins echó un vistazo a su cochero, que miraba fijamente a los dos hombres
con inquietud.
—No necesita preocuparse— dijo Daniel. —Mi buen cochero, sólo serán unos
minutos, y usted puede permanecer justo al lado de la puerta. Si escucha algún
sonido inusual, por supuesto, abra la puerta y llame a un oficial de policía.
—¿Cómo supone que él va a llamar a la ley contra un miembro de una familia
ducal?— bramó Jenkins.
Daniel sonrió. —Nosotros le damos el permiso— dijo, subrayando el regio
“nosotros”.
Subió los escalones del carruaje, y Jenkins se vio obligado a sentarse.
Daniel tomó asiento en el banco de enfrente, cruzando un tobillo sobre su
otra rodilla.
—Así que no pudo conformarse sólo con seguir de mal humor a la señorita
Banbury por toda la ciudad por no haber ganado en el juego de cartas.
Aunque Jenkins estaba obviamente nervioso, levantó la barbilla con
arrogancia.
—¿Qué le dijo ella?
—La obligué a que me dijera que usted la está chantajeando, aunque ella
intentó proteger su sórdido secreto.
—“Chantaje” es una dura palabra, señor Throckmorten. La expliqué que ya
que soy el único que realmente quiere casarse con ella, yo soy el hombre que
debería estar con ella.
—¿Y eso la deja sin derechos propios?
—Verá que estoy haciendo mi mejor esfuerzo para hacerla feliz.
—Oh sí, se veía muy feliz en casa de la señora Bradley— dijo Daniel con
sarcasmo.
—Lo estará.
Daniel se inclinó hacia adelante, satisfecho cuando Jenkins pareció encogerse
en su asiento.
—Déjeme decirle cómo serán las cosas. Si dice una sola palabra de los
problemas de Grace, incitará simpatía por ella, y yo me aseguraré de que todo el
mundo sepa que usted es un chantajista. Cree que ahora está marginado, pero yo
puedo aislarle completamente, por lo que a la Sociedad se refiere.
—No me importa— bramó Jenkins. —Paso poco tiempo en Londres.
Daniel le agarró por el pañuelo y lo retorció, por lo que apretó su garganta. El
hombre emitió un sonido estrangulado.
—Voy a hacer que le importe cuando haya terminado con usted. Manténgase
alejado de la señorita Banbury. Déjela en paz.
Daniel arrojó a Jenkins hacia atrás en su asiento, abrió la puerta y descendió,
al tiempo que estiraba las mangas de su chaqueta. Al cochero dijo “gracias” y
luego, caminó por la calle hasta donde había dejado atado su caballo.
Regresó a la casa Banbury, casi sorprendiendo a la cocinera en la cocina, y
tuvo que esperar en el patio durante otra media hora antes de que la cocina
quedara a oscuras. Por fin, sin obstáculos, entró por la puerta de atrás, subió a la
habitación de Grace, y llamó en voz tan baja, que creyó que no había sido capaz
de oírle. Pero ella abrió la puerta de par en par y se enfrentó a él, todavía llevando
su vestido de noche. Tiró de él hacia dentro y cerró la puerta.
—Te dije que iría a ti si necesitaba ayuda— susurró con urgencia.
—Y yo te dije que quería ayudar. Así que lo hice. Jenkins no te molestara más.
Su boca se abrió antes de que pudiera evitarlo.
—¡Te pedí que me dejaras ocuparme de esto!
—Y yo te dije que tenía que ayudar porque era parte de este juego; me
corresponde a mí encargarme de las consecuencias.
—¡Y yo era el premio! Tengo algo que decir, también. ¿Amenazaste al
hombre?
—Lo hice.
Con un gemido dejó caer la cabeza hacia atrás.
—¿Estás enojada conmigo?— preguntó, avanzando hacia ella.
Ella no retrocedió, sólo se puso las manos en las caderas y le miró desde
abajo.
—Déjame ver si lo he entendido bien— continuó Daniel. —Estás dispuesta a
confiar en que un chantajista no te traicione, en lugar de confiar en mí para que
haga lo que sea necesario para ayudarte. ¿Alguna vez tendré algo de tu
confianza?
Sus ojos se abrieron.
—Daniel, ¡no se trata de confiar en ti! Se trata de aprender a confiar en mí
misma para resolver mis propios problemas.
—Has estado confiando en ti misma todo el tiempo, Grace. No me mientas, ni
te mientas a ti misma. ¿Por qué no puedes confiar en alguien más? Ver las
debilidades de tu madre, y a continuación, verlas aparecer en tu hermano, ¿es lo
que te ha hecho convencer de que eres la única adulta competente?
—¿Competente?— Señaló con el dedo su pecho. —Difícilmente puedo ser
competente. Tengo mi propia debilidad, ya sabes, ¡los hombres!
—¿Los hombres?— preguntó.
—¡Muy bien…, por ti! Confundes mi mente; me haces hacer cosas que juré
que nunca haría. Y ahora estás tratando de convencerme de que sólo tú sabes qué
es lo mejor. Bueno, ¡no lo permitiré! Quiero que te vayas.
Daniel la miró, sintiendo que su ira se enfriaba. ¿Tenía una debilidad por él?
¿Cómo si fuera algo malo?
O como si sintiera que no podía controlarse, parecido a lo que ella se
imaginaba que sería sentir la fiebre del juego. Él se sentía también un poco fuera
de control en lo que ella refería para sí misma.
Pero no querría oír eso en ese preciso instante.
—Me voy— dijo neutralmente. —Pero esta discusión no ha terminado.
Ella no dijo nada, ni siquiera un buenas noches cuando cerró la puerta tras él.
Daniel no creía que Jenkins intentara nada esa noche, pero, por si acaso, se quedó
en la habitación principal, sin dormir mucho, pensando en Grace.
¿Significaba eso que le amaba? ¿Estaba viendo su relación por el camino
equivocado? Tal vez de lo que realmente se trataba, era de confiar en sí misma, y
de lo que sentía por él.
Eso le dio mucho en qué pensar.
***
Al día siguiente después del almuerzo, Jenkins regresó. Cuando Grace
permitió a Woodley llevarle al salón, se sintió un poco más tranquila, más
controlada. Podía seguir permitiendo su cortejo durante un tiempo. Todavía no
había concebido su propio plan… y culpó a Daniel por eso. Llorar por él la había
mantenido despierta la mitad de la noche, y todavía no se había recuperado. Se
sentía malhumorada y confundida, pero tendría que relegar eso al fondo de su
mente.
Jenkins ni siquiera esperó a su saludo mientras cerraba la puerta y cruzó la
habitación hacia ella. Sus ojos se estrecharon cuando le tomó la mano y le dio un
beso húmedo en su dorso.
—¡Señor Jenkins!
Cuanto trató de apartarse, la apretó más fuerte y giró su palma hacia arriba
como si fuera a besarla de nuevo. Y en lo único que pudo pensar fue en la oscura
cabeza de Daniel inclinada sobre su mano y la forma en como se había derretido
en su interior cuando él hizo una cosa tan simple como presionar su boca allí.
Dio un tirón más fuerte y se liberó.
Los ojos de Jenkins se estrecharon.
—Usted estuvo de acuerdo en permitirme cortejarla.
—Cortejarme e imponerme sus atenciones son dos cosas diferentes. Se
comportará como un caballero, o se irá.
Echó un vistazo a la puerta cerrada, y fue como si pudiera leer sus
pensamientos en su cara. Se estaba preguntando cómo podría salirse con la suya,
sintiendo su poder sobre ella, y al igual que mucha gente, dejar que el poder
comenzara a corromperle. Podría ser un simple hacendado, pero ahora estaba
imaginando que podría seducirla para lograr su obediencia.
Aunque parte de ella estaba ofendida, otra parte sabía que él era más fuerte,
y que podría dominarla. Si gritaba, sus sirvientes vendrían corriendo, y la situación
podría empeorar. Los sirvientes hablaban con otros criados. Los secretos eran
difíciles de guardar en la concurrida Londres.
Pero la estaba dominando la situación, entrando en pánico ante la mirada
calculadora en sus ojos. ¿Qué podía hacer?
Y entonces, Jenkins la agarró por los hombros, y la atrajo torpemente hacia él.
—Déjeme besarla— dijo en su mejilla, después de que ella volviera la cabeza
a un lado.
—¡No! ¡Suélteme! ¡Un caballero no…
—Estoy seguro de que Throckmorten no es un caballero, por lo que debe
estar acostumbrada al trato brusco.
Entonces, acarició su pecho.
Y en ese momento, el pánico de Grace cristalizó en una sensación de calma
melancólica. Se acabó. No se iba a esconder el resto de su vida por esto. No podía
ceder y dejarle pensar que tenía poder sobre ella. Y nunca consentiría en casarse
con un hombre como Jenkins. Si Daniel podía manejar los escándalos, ella
también podría.
Abofeteó a Jenkins, y él la miró, boquiabierto por la sorpresa.
—¿Cómo osa arriesgarse a enojarme? — gruñó en voz baja. —Puedo decirles
a todos…
—Entonces, hágalo— dijo, poniendo espacio entre ellos. —Pruébese a usted
mismo que no es un caballero, como ya lo ha demostrado aquí. Pero yo he
terminado con usted.
Por un instante pensó que lo había tomado por sorpresa, pero su expresión se
endureció.
—No es un farol.
—Lo mío tampoco. Yo también puedo engañar con lo mejor de ellos. Haga lo
que quiera con mi secreto, pero recuerde cómo le verán a usted después de
contarlo.
—¿Y cómo se verá su precioso Throckmorten?
Soltó una fría carcajada.
—Como un héroe para otros hombres por haber ganado una mujer en un
juego de cartas. No puede hacer daño a un hombre con el poder que él tiene. Sólo
puede perjudicarme a mí… y a usted mismo.
—Regresaré mañana y hablaremos de esto de nuevo— dijo como respuesta,
irguiéndose.
—No lo haremos. Ya he tomado mi decisión. No deseo volver a verle. Por
favor, váyase.
Giró en su lugar y se dirigió hacia la puerta, y sólo cuando él se hubo ido, se
dejó caer de nuevo en el sofá. Se había defendido; entonces, ¿por qué no se
sentía más victoriosa? Se dijo que Jenkins no se atrevería a ir en contra de Daniel
o al riesgo de enfrentarse a la censura de la Sociedad. Pero no le conocía bien, y
tal vez no le importaran esas cosas.
Aunque estaba temblando, sintió que era una reacción a su fuga.
Estaba muy contenta porque vería a Beverly esa noche, ya que necesitaba
desesperadamente una amiga.
Ahora lo único que podía hacer era esperar que Jenkins tuviera conciencia.
***
Esa noche era uno de los eventos más destacados de la temporada, el Baile
Madingley. La tía del Duque, Lady Rosa Leland, era su anfitriona. De buena gana
abrieron su casa de Londres, que podría haber sido un palacio, pensó Grace, a
todos aquellos que estaban en la ciudad para la Temporada, desde la flor y nata
de la Alta Sociedad hasta nobleza rural.
Ella y Beverly estaban sentadas en el carruaje Standish, esperando en una
larga fila mientras la gente descendía bajo el pórtico de columnas de la mansión a
una cuadra de distancia.
—Estás muy callada— dijo Beverly.
Grace la miró. Las lámparas de gas de fuera enmarcaban la cara curiosa de
Beverly contra la ventana salpicada de lluvia.
—Lo siento, no soy muy buena compañía esta noche.
—¿Es por el señor Throckmorten?
Grace sonrió con tristeza.
—Indirectamente.
—Parece estar en el centro de gran parte de lo que haces.
—Ya no.
—¿Por qué no? Tengo que admitir que me gustaría escucharte decir que es
cierto un anuncio de compromiso entre los dos.
La garganta de Grace se apretó tanto que casi no podía hablar.
—No, las cosas se han deteriorado bastante. Edward se enteró del desafío, y
él y Daniel pelearon.
Beverly puso una mano sobre la de ella.
—Oh, Grace, lo siento mucho. Pero seguro que tu hermano se habrá calmado.
Y además, ¿no se ha terminado el desafío? Ya han pasado las dos semanas.
—Hemos ampliado la fecha límite— dijo Grace, con una ligera vacilación.
—Ah, seguro que es una prueba de que el señor Throckmorten no puede
estar separado de ti.
—No lo sé, Beverly.
—Y ya sabes, si algo va mal, siempre puedes venirte a vivir conmigo hasta que
las cosas mejoren para ti y tu hermano.
Grace estaba de nuevo parpadeando para contener las lágrimas. Estaba tan
cansada de llorar.
—Tu bondad me conmueve, pero eso no será necesario. Daniel puso la casa a
mi nombre.
—¿Es tuya?— preguntó inspirando.
Grace vio la forma en que su expresión de felicidad se volvía dudosa.
—Pero… ¿por qué?— preguntó Beverly.
Grace no podía soportar la idea de contarle todo a su amiga.
—Quiere que me sienta segura, quiere que confíe en él.
—Pero, ¿no es eso maravilloso?— preguntó Beverly, conmovida.
—Estoy siendo chantajeada por otro de los jugadores, y no quiero que Daniel
se vea afectado por mi reputación. Tal vez incluso, tú deberías permanecer lejos
de mí esta noche. Me negué a ceder a las demandas del hombre, así que todo
podría salir a luz esta noche.
Si Beverly fuera inteligente, seguiría el consejo de Grace; en cambio, Grace se
vio envuelta en un cálido y apretado abrazo.
—Pobre querida. No creo que jamás pienses que te abandonaría en tu hora
de necesidad. Y tampoco lo hará Daniel.
—¡Y ese es el problema, Beverly!— lloró. —Le pedí que me dejara ocuparme
de esto, y él cree que es porque no confío en él, pero, ¡no quiero verlo separado
de su familia por causa mía! Está empezando a aceptarse a sí mismo de nuevo.
—Estás equivocada acerca de él— dijo Beverly —pero nadie puede
convencerte de eso, salvo tú misma. Prométeme que pensaras todo muy bien
antes de actuar.
—Pero ya he actuado. Encaré la situación por mí misma. Si termino
condenada al ostracismo de la Sociedad, entonces que así sea. Pero no arrastraré
conmigo a Daniel.
—¿Incluso si él quiere estar ahí?
Grace apenas podía respirar, tan fuerte era la opresión que sentía en su
pecho.
En ese momento, el carruaje se sacudió hacia delante.
—Es nuestro turno. Aquí viene el lacayo— consiguió decir.
Beverly negó con la cabeza, pero no dijo nada, ya que ambas salían del
carruaje.
***
Madingley House resplandecía con luces debajo de las estatuas de ángeles
guerreros que recubrían el techo. El sonido de la orquesta flotaba por la puerta
principal cuando Grace y Beverly entraron. Siguieron la fila de invitados que
avanzaba lentamente hasta la escalera de mármol que subía desde el vestíbulo de
entrada. Pasaron por delante de impresionantes pinturas a lo largo y ancho de
cada pared, rodeando en su ascenso tres plantas hasta llegar al salón de baile, que
ocupaba toda una planta de la casa. Enormes columnas talladas soportaban un
techo decorado con frescos y pinturas, del cual colgaban grandes arañas de
cristal.
Grace se sentía como la señorita de campo, tal y como había sido criada,
tanto que miraba embelesada todo ese entorno de lujo. Esta era la forma de vida
de Daniel, hijo y primo de la nobleza. Se sentía pequeña e insignificante, tan fuera
de su elemento. Se hubiera dado la vuelta y huido, pero eso sólo habría hecho de
ella una cobarde. Tenía que demostrarle a Jenkins que no iba a ceder ante sus
vacías —esperaba— amenazas.
Antes de llegar al principio de la fila de recepción, un lacayo anunció sus
nombres en el salón de baile, y Grace se relajó un poco ya que casi nadie miró en
su dirección.
—¿Ves?— le dijo Beverly al oído.
Todo esto demostraba que Jenkins aún no había tenido tiempo para
difamarla. Pero había cientos de personas desplazándose por el salón, plumas
revoloteando y joyas brillando. Los hombres vestidos con trajes de noche negros
enmarcaban el colorido despliegue de sus damas.
Finalmente, fueron las siguientes en saludar a la familia Cabot. El Duque
sonrió cálidamente a Grace, y su falta de recelo la tranquilizó. De alguna manera
había cambiado su actitud hacia ella. Se dejó caer en una reverencia ante él, y
luego fue presentada a su tía, la anfitriona, a dos primas y a una prima política. Su
hermana, Lady Elizabeth, evidentemente la recordaba, porque después de que
Beverly fuera presentada, sonrió y tomó el brazo de Grace.
—¿Puedo tener la atención de la señorita Banbury por un momento?—
preguntó Lady Elizabeth educadamente.
Beverly asintió.
—Veo amigos que debo saludar, Grace. Si me necesitas, estaré cerca del arco
de entrada a la sala de refrigerio.
Grace se sintió agradecida por la explicación ya que no creía ser capaz de
encontrar a su amiga en tan inmensa multitud.
—¿Y cómo estás?— Grace le preguntó a Lady Elizabeth.
—¡Emocionada! ¡Por fin soy lo suficientemente mayor para asistir a mi primer
Baile Madingley!.
Grace le dio una sonrisa indulgente, ya que recordaba muy bien su primer
baile, aunque por supuesto, no había sido tan lujoso como éste. Pero había
habido jóvenes caballeros, y finalmente, había logrado tener su atención… y fue
allí donde recibió las primeras atenciones del insistente cortejo de Baxter Wells.
—¿No has visto a Daniel todavía?— preguntó Lady Elizabeth.
Había gente por todas partes a su alrededor, y Grace lamentó no ser lo
bastante alta para buscarle.
—No, yo apenas acabo de llegar.
—¡Cierto!— dijo, riéndose de ella misma. —¿Sabes que su madre también
está aquí? Estamos muy sorprendidos y contentos, ya que, por fin, ha decidido
dejar su luto, aunque todavía viste de gris, por supuesto, pero eso es mejor que el
negro que ha llevado durante veinte años. ¡Yo sólo la he visto en ese color!
Grace sonrió, sintiéndose agotada por el rápido monólogo de Lady Elizabeth.
—Y estoy segura de que su retorno a la Sociedad está yendo bien.— Lady
Elizabeth bajó la voz. —Eso creemos, y tiene muchos amigos que la rodean, pero
siempre hay gente dispuesta a hablar de ese tonto escándalo antiguo.
Y en ese momento, Grace vio a Horace Jenkins. Trató de dirigirle una sonrisa
amable, esperando que él entendiera que su poder sobre ella había terminado.
Sin romper su mirada, se inclinó hacia el hombre que estaba de pie con él y
habló de manera urgente. Las cejas del hombre se levantaron; buscó entre la
multitud con la mirada… y encontró a Grace.
Ella no podía apartar la mirada. Los dos hombres la miraron, Jenkins con una
sonrisa tensa y triunfante, y el otro hombre como si ella fuera una pieza de carne
que quisiera comer. Grace miró hacia otro lado, pero el daño ya estaba hecho. La
verdad se iba a extender por todo el Baile Madingley, y ya no tendría privacidad.
Se sentía sucia, como si debiera apartar a Lady Elizabeth de su lado antes de
que pudiera contaminarla.
Pero Lady Elizabeth estaba hablando con un joven al que había sido
presentada, y pasó un rato antes de que Grace pudiera cortésmente retirarse.
Vagó por el baile sola, sin molestarse en buscar a Beverly de inmediato. Se
encontró con alguna dama que ya había conocido, y fue saludada cortés y
educadamente, sin una pizca de curiosidad morbosa. Después, Grace se movió de
nuevo, arrastrada por la marea humana del salón de baile, bordeando a las
muchas parejas que bailaban en el centro del salón, y pasó al salón de refrigerios.
Enseguida la llamaron la atención los ojos de otro hombre, y en lugar de una
cortés inclinación de cabeza, recibió una mirada escandalizada. Estaba hablando
con una anciana dama, que se quedó atónita cuando vio a Grace, y que incluso
comenzó a hablar con más energía al hombre, usando sus manos para gesticular
salvajemente. Y continuaron mirándola como si la cortesía ya no se aplicara a una
mujer cuya madre la había vendido en una apuesta.
En el salón de refrigerios había una gran mesa de buffet llena de relucientes
soperas de plata y platos exhibiendo tentadores alimentos, pero Grace no podía
comer. Estaba demasiado ocupada con la cabeza alta, asintiendo a la gente que
pasaba, fingiendo que no pasaba nada… fingiendo que estaba por encima de todo.
Vio a Daniel, y su corazón latió con fuerza por un momento con sólo el placer
de su mirada. Y entonces, sus sentimientos se desplomaron, sabiendo que no
podía permitir que lo suyo continuara. Estas últimas semanas, la gente los había
mirado a los dos con interés, pero ahora había un trasfondo de fea fascinación.
Quería que Daniel se mantuviera alejado, pero se acercó a ella con un claro
propósito. La multitud se separó intrigada, observando, esperando. Sin duda, una
mujer como ella sólo valía para ser su amante.
Tomó su enguantada mano y la besó, y aunque ella se conmovió hasta los
dedos de los pies por su dulce gesto, hizo acopio de toda su fuerza de voluntad
para no alejarle.
—Señor Throckmorten— empezó con voz baja.
—Señorita Banbury se ve impresionante, como siempre.
Su voz baja y aterciopelada la hizo estremecerse por dentro. ¿Cómo iba a
pasar sus días sin los maravillosos sentimientos que inspiraba en ella? Tenía que
controlar sus gestos, tenía que mostrarle a la Sociedad que podía ser tan distante
como cualquiera de ellos.
Pero sabía que estaba sonriéndole tontamente a Daniel, sellando su destino.
—Estamos siendo el centro de todos los chismes de esta noche— dijo en voz
baja, ofreciéndola su brazo.
A regañadientes puso la mano en su antebrazo.
—Te dije que podía manejar mi… problema, y supongo que sientes que no he
hecho muy buen trabajo.
—Te enfrentaste a un chantajista— dijo suavemente. —Tienes el coraje de
una leona.
Parpadeó hacia él sorprendida, calidez y ternura derramándose sobre ella.
—Pero… no funcionó. Él le ha dicho a la gente lo que mi madre me hizo. ¿No
te das cuenta? No deberías siquiera ser visto conmigo.
—Les ha dicho a todos que yo tomé parte en una apuesta donde la reputación
de una dama estaba en juego. Tú eres sólo la víctima, mientras que yo participe a
sabiendas. Ha pasado más de una hora desde que los rumores comenzaron.
¿Sabes cómo ha crecido la historia?
Aunque lo dijo con diversión, Grace sintió que la sangre huía de su cara.
Él le acarició la mano.
—No te preocupes. Todo se arreglará.
—¿Cómo puedes decir eso?— susurró con fiereza, con el rostro congelado
con una falsa sonrisa. —¿Qué están diciendo?
—Grace…
—¡Dímelo!
—Los términos de la apuesta han variado del derecho a cortejarte y casarse
contigo… lo cual no molestó a mucha gente, por cierto…
—¡Daniel!
—Muy bien, la versión aumentada es que gané el derecho a tu virginidad.
Se quedó sin aliento.
—¿La historia puede empeorar?
—Puedo ver que no estás familiarizada con la malicia de la Alta Sociedad, mi
amor, porque ahora el rumor es que tenemos juntos un bebé, al que acabamos de
visitar en Madingley Court.
Le tomó un momento asimilar lo que él había dicho, porque las palabras “mi
amor” resonaban en sus oídos y en su corazón. ¿Mi amor? ¿Qué estaba diciendo?
¿Estaba tratando de proteger su reputación? Se sentía enferma sólo de pensar
que él tuviera que salvarla… como le había atrapado en un matrimonio por su
estúpida confrontación con Jenkins.
¿Cómo podría saber si él realmente la amaba, si se sentía obligado a casarse
con ella?
Pero tal vez ni siquiera estuviera considerando el matrimonio. Después de
todo, ella era como su propia madre y la suya: dando a sus futuros hijos un
escándalo bajo el que vivir.
¿Estaba sola en este desastre?
Entonces su hermano Edward se acercó a ellos, de su brazo iba una
encantadora joven de llamativo cabello rojo, que traicionó un poco su
nerviosismo mientras miraba a su alrededor. Grace miró también, y la gente los
estaba mirando abiertamente, como si esperaran que Edward desafiara a Daniel.
—Grace, ella es la señorita Hutton— dijo Edward —Señorita Hutton, mi
hermana, la señorita Banbury.
Grace recordó hacer una reverencia, y la otra mujer hizo lo mismo. En una
noche como ésta, ¿cómo podía Edward presentarle a la mujer que había
capturado su atención? ¿Acaso no sabía que este escándalo podía ahuyentar a la
señorita Hutton, dejándole solo?
Sintió el firme brazo de Daniel bajo su mano, y se acordó de respirar.
—Es tan agradable conocerla, señorita Hutton.
—Un placer conocerla, señorita Banbury— dijo con voz dulce. —Su hermano
me ha hablado mucho de usted, y me ha dicho que puedo hacerle cualquier
pregunta que pueda tener, pero no estoy segura de que pueda ser tan atrevida.—
Miró a Edward con culpa. —Y creo que probablemente hablé demasiado rápido.
Pero Edward sonrió a la señorita Hutton con tal ternura, que Grace sintió que
se relajaba un poco la tensión. Quería que fuera feliz.
—Por favor, señorita Hutton, pregúnteme lo que quiera. Y venga a hablar
conmigo, para que podamos conocernos mejor. ¿Conoce al señor Throckmorten?
—Sí, le conozco— dijo, sonriendo a Daniel. —Ha sido invitado de mis padres.
Buenas noches, señor Throckmorten.
Mientras Daniel respondía cortésmente, Grace vio que el Duque se acercaba a
ellos, escoltando a Beverly.
Y entonces, Grace se dio cuenta de que toda la gente que le importaba se
estaba reuniendo a su alrededor para apoyarla, demostrando a las malas lenguas
lo poco que les importaba el escándalo.
Podría haber llorado.
Pero no creía que eso fuera suficiente para convertirla en una invitada valiosa
en otras casas. Excepto tal vez como una atracción, como en el zoológico.
Mientras Edward y el Duque hablaban, Daniel le dijo al oído —Grace, quédate
con Madingley. Tengo algo que debo hacer, pero nos reuniremos pronto…, y no,
no voy tras Jenkins.
—Nunca pensé que lo fueras a hacer— dijo solemnemente. Mirando sus
cálidos ojos, murmuró —Confío en ti, Daniel.
Él sonrió y besó su mano antes de irse.
Después fue el turno de Edward para excusarse un momento, dejando a la
señorita Hutton con ellos. Ésta miraba al duque como si fuera el mismísimo
Príncipe Consorte, y a Grace le hizo gracia la paciente sonrisa del duque.
La orquesta terminó de tocar una cuadrilla y no empezó otra pieza musical.
Grace miró al Duque sorprendida, seguro que no iba a dirigirse a la gente estando
ella justo a su lado.
Él sonrió y extendió su brazo hacia Grace.
—¿Me acompaña?
—Por supuesto, Su Gracia— dijo, preguntándose qué iba a hacer.
No había música para bailar. Echó un vistazo a Beverly y a la señorita Hutton,
que parecían tan confundidas como ella.
La multitud se abrió para ellos, y la gente ya no le dirigió las miradas de
desaprobación que le habían dado antes, ya que ahora iba del brazo del Duque.
Todavía no podía ver a través de la multitud cuando escuchó los primeros
acordes del piano. El silencio empezó ante ella, y luego se extendió por todas
partes, mientras la gente susurraba tras ellos. Grace no sabía qué estaba pasando,
pero el Duque parecía tranquilo.
Al acercarse a la esquina del salón donde estaba situada la orquesta, el último
de los invitados se apartó de su camino, y Grace pudo ver quién estaba tocando el
piano.
Lady Flora, la madre de Daniel. Grace suspiró emocionada.
El vestido gris claro que llevaba suavizaba la severidad que Grace había
asociado con ella en un primer momento. Su rostro estaba totalmente
concentrado, y las siguientes notas musicales fueron vacilantes. Pero entonces, la
confianza pareció apoderarse de ella, y sonrió débilmente mientras continuaba la
pieza. Grace creyó reconocer una de las composiciones de Baldwin Throckmorten.
¿Por qué Lady Flora había decidido retomar su carrera musical en un lugar tan
público?
Los primeros dulces acordes de un violín hicieron que Grace rápidamente
girara la cabeza. Daniel estaba caminando hacia su madre, el antiguo violín bajo
su barbilla. Tocaba de memoria, y aunque su interpretación no era perfecta, ya
que evidentemente no había practicado en mucho tiempo, el hecho que madre e
hijo tocaran juntos después de tantos años hizo que sus ojos se humedecieran. A
su lado, el Duque les miraba solemne, pero orgulloso, y vio a Lady Elizabeth
sonando su nariz en su pañuelo.
Y entonces, empezó a preguntarse por qué Daniel y su madre se estaban
exponiendo a todos los cotilleos de la gente, al resucitar un viejo escándalo de
celos, traición y asesinato.
¿Querían que la gente comenzara a hablar de nuevo, o estaban comprobando
si finalmente el escándalo se había desvanecido?
Y luego, Daniel encontró sus ojos, y ella se quedó sin aliento ante el súbito
entendimiento. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, y cuando
intentó buscar a tientas su retículo, el Duque le entregó su pañuelo bordado, el
cual utilizó sin pudor.
Daniel y su madre estaban haciendo esto por ella. Estaban distrayendo a la
multitud con los recuerdos de un escándalo peor.
Daniel se acercó, ofreciéndole la serenata a ella. Las dulces notas del violín
eran puras y tocaban su corazón profundamente. ¿Él la amaba? ¿Podía
arriesgarse a decirle lo que sentía?
—Es bastante bueno— dijo una voz seca en su oído.
Apenas miró a su hermano, tan concentrada estaba en Daniel y el efecto
calmante que él y su madre estaban teniendo en los cientos de invitados
reunidos.
Entonces Grace miró más de cerca a su hermano y vio una mancha de sangre
en la comisura de su boca.
—¿Qué te ha sucedido?— preguntó en un susurro.
—Le mostré a Jenkins lo que sucede cuando se perjudica a un Banbury.
Le miró boquiabierta.
—¿Peleaste con él? ¿Aquí?
—Le asesté unos cuantos golpes muy buenos— dijo Edward en plan gallito,
sonriendo hacia la señorita Hutton, que estaba llena de admiración. —Él sólo
atinó a golpearme una vez. Y el invernadero estaba bastante vacío, por el
espectáculo que está ofreciendo Throckmorten.
—¡Pobre hombre!— dijo la señorita Hutton, alcanzándole con su pañuelo
para limpiar su labio.
Grace parpadeó mientras miraba de la señorita Hutton a Edward, quien le
devolvió la sonrisa. Él iba a estar bien, en más de un sentido. Y, en su mayor parte,
era gracias a Daniel.
Las últimas notas de la pieza vibraron en el aire, y los aplausos parecieron más
que corteses, aliviando los temores de Grace. Daniel se acercó a su pequeño
grupo, y para su sorpresa, le entregó a Edward el violín.
—Gracias por haberme permitido tomarlo prestado— dijo.
La expresión de Edward era cautelosa, y Grace contuvo el aliento, pero poco a
poco se relajó y sonrió.
—De nada. Pero cualquier otra cosa que hayas tomado prestada, tendrás que
quedártela.
Grace sabía que su cara estaba ardiendo, toda colorada.
Daniel la miró, sin molestarse en ocultar la forma en que sus ojos oscuros
ardían mientras la miraba.
—Eso pretendo.
No sabía qué hacer consigo misma, cómo debía comportarse. No tenía
secretos que la atenazaran, y se sentía como si estuviera flotando, a la espera de
un ancla que la estabilizarla.
Daniel tomó sus dos manos entre las suyas.
—Oh, no deberías hacer esto— dijo, sintiéndose de repente tímida, sabiendo
cuánta gente estaba observándolos. —Has hecho demasiado por mí esta noche.
Me siento como si fuera mi culpa que tú y tu madre hayan tenido que revivir un
antiguo escándalo.
—Eso no era un escándalo. Era sólo mi familia, haciendo lo que mejor
sabemos hacer.— Sonrió con ternura hacia ella. —¿Por qué no te casas conmigo y
unimos dos familias escandalosas? Tal vez podríamos, incluso, ser una pareja
normal. ¿A menos que tengas demasiado miedo a empezar un nuevo escándalo
por casarte conmigo?
Beverly agitó su pañuelo, ofreciéndoselo, y Grace se dio cuenta de que las
lágrimas corrían por su rostro de nuevo, pero no le importaba que la vieran.
—Oh, Daniel, si me amas— dijo suavemente —entonces, puedo soportar
cualquier cosa.
Él tomó su cara entre sus manos.
—Dulce Grace, me he enamorado de ti, de tu generoso corazón y de la forma
en que te preocupas por todo el mundo más que de ti misma. Harías cualquier
cosa para proteger a tu familia, y yo estaría orgulloso de ser parte de ella.
—Pero tú te has pasado la vida tratando de proteger a tu propia familia… tal
vez no de la misma manera que yo— añadió, sonriendo. —Pero me has hecho ver
que he estado tratando de complacer a los demás, como si tuviera que arreglarlo
todo yo, como si no mereciera ser feliz.
Sus ojos buscaron su rostro.
—¿Serás feliz conmigo, Grace?
—Oh, sí— susurró, y cuando él la besó, ella con gusto se apoyó en él.
Alguien se aclaró la garganta, y ambos dirigieron sus miradas a la cara del
Duque de Madingley.
—¿Es éste el comportamiento correcto para un baile?— preguntó, su
expresión impasible, aunque sus oscuros ojos brillaban.
—Lo es para el Baile Madingley— Lady Elizabeth elevó su voz. —¡Es todo lo
que siempre soñé!
Grace y Daniel rieron, aceptando los buenos deseos de la familia y amigos
reunidos alrededor.
Cuando tuvieron un momento para respirar, ella se volvió hacia él.
—Sabes, la vida conmigo no va a ser fácil. Olvidas que tengo una madre
también.
—¿Cómo podría olvidar a tu madre después de tan memorable presentación?
No te preocupes, tengo ya elegida una pequeña propiedad, perfecta para ella.
Incluso le daré un presupuesto pequeño para gastos.
—¿Le vas a confiar una de tus casas?— preguntó Grace con incredulidad.
—Tengo que recompensarla. Ella es la razón por la que te tengo a ti.
La besó suavemente en la boca.
—Pero, posiblemente, no podamos tenerla viviendo con nosotros… les
enseñaría a los niños cómo apostar.
Grace se rió.
Entre los brazos de Daniel, se sentía protegida del mundo y amada.
FIN
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