LOS MAGOS DE LA PIEDRA Aunque resulte sorprendente para la mentalidad moderna, durante siglos, desde la remota antigüedad, hasta nuestros días, diferentes linajes de iniciados y Ordenes Esotéricas preservaron un importante caudal de conocimiento, trasmitiéndolo de maestro a discípulo. Luego de la caída de Roma, dos corrientes iniciáticas, vinculadas con los misterios de la construcción penetraron en Europa. Una de ellas, de tradición meridional y mediterránea, se estableció en una misteriosa isla del lago de Como en la que floreció la Escuela Arquitectónica de los Magistri Comacini, cuya huella ha quedado ampliamente difundida en catedrales, palacios y puentes con un llamativo estilo propio. La otra corriente penetró por el norte y encontró su refugio en los monasterios benedictinos de las Islas Británicas. En Northumbria, hacia el siglo VIII, el monje ingles San Beda, llamado el Venerable, quien tuvo una gran influencia en la tradición constructora de los benedictinos, tiene obras como matemático reflejada en varios libros entre los que destaca De Temporum Ratione. También escribió un libro acerca del Templo de Salomón, abriendo paso a la que luego se convertiría en la leyenda central de la francmasonería. Este misterioso libro, del cual ya hemos hablado extensamente en otros ensayos, sienta las bases de las alegorías a partir de las cuales se construiría todo el andamiaje del simbolismo masónico. Se habla allí, por primera vez, de que el hombre que se dedica a la construcción debe cuadrar su propia piedra, convertirse en un hombre a escuadra, es decir, recto, pulido y preparado para tomar parte en la construcción colectiva de un Templo elevado a la Gloria de Dios, el Gran Arquitecto del Universo. Se difundió por el continente de la mano de los grandes abades que construyeron la Europa medieval y finalmente anclaron en el movimiento cluniacense, la primera multinacional de la que se tenga memoria. Estas interpretaciones alegóricas en torno al Templo de Salomón se expandieron por el Imperio Carolingio merced a la pluma de Alcuino de York (735 – 804), Rabano Mauro (776 – 856), Walafrid Strabón (808 – 849) y otros grandes abades del movimiento monástico benedictino. Ya en el siglo XI, los cluniacenses habían establecido reglamentos y constituciones para sus logias de constructores de iglesias y catedrales, incorporando a laicos a los que denominaban “hermanos conversos” y utilizaban como mano de obra calificada. En efecto, los monjes constructores de Cluny, constituyeron la primera fuerza trasnacional de alcance continental en todo el antiguo Imperio Romano Germánico, convirtiendo a sus monasterios en el depósito de todo el saber de la época. El libro de San Beda sirvió de guía para que los grandes abades del movimiento monástico benedictino restablecieran las antiguas corporaciones de constructores, sustentadas en la tradición del Antiguo Testamento, comparando a Adonhiram, el superintendente a cargo de la construcción del Templo de Salomón, con el propio Cristo. Dentro de los muros de las grandes abadías se gestó una nueva vía iniciática de tal magnitud y vitalidad que su capacidad constructora superaría a la del antiguo Egipto en toda su historia. No nos detendremos en esta cuestión, remitiendo al lector a nuestros trabajos anteriores. Sin embargo, diremos que sólo una organización sustentada en un plan de carácter universal y un poder de dimensiones inimaginables pudo llevar a cabo el portento de construir, simultáneamente en toda Europa, miles de iglesias, catedrales, palacios y puentes. La simbología alcanzó niveles inigualables con el arte románico, al que los medievalistas definen como una pedagogía de masas. Toda una civilización, en la que la gran mayoría era analfabeta, fue educada a través del arte figural de la piedra. Posteriormente, con el arte gótico se alcanzaría el punto más alto en la capacidad de construir verdaderos centros de transformación e irradiación espiritual tales como las catedrales góticas. Para ese entonces, las vidrieras, el control de las tensiones de los nervios de piedra, las dimensiones y las proporciones áureas, las matemáticas y la geometría más pura, darían sobrada muestra del retorno de los Magos de la Piedra. La culminación de esta epopeya, que continuó con la Orden Cisterciense y con las órdenes monástico militares -particularmente la Orden de los Templarios- fue la reconquista de Jerusalén y el establecimiento de los reinos cristianos en Palestina. La vía iniciática cristiana, no sólo construía la monumental arquitectura del Imperio Cristianismo en su apogeo, sino que tenía su propio brazo militar, custodio del Santo Sepulcro, el ombligo del mundo, Jerusalén, la mil veces Santa, en la que Cristo, el Mesías, había realizado la misión que el Padre le encomendara. El uso del mandil como elemento ritual, los signos y toques, la conformación primitiva de las primeras logias y el simbolismo propio de la iniciación masónica tienen sus raíces en esta época. Y si hay que poner una fecha de nacimiento a los masones, puede que tengamos que volver la vista hacia Northumbria, a las épocas en las que San Beda, el Venerable, observando a los masones que construían los monasterios de San pedro y San Pablo, decidió darles una leyenda propia, basada justamente, en Salomón y su famoso Templo. Durante el largo proceso de secularización que sufrió la sociedad medieval, estas agrupaciones de monjes constructores, junto con sus técnicas, sus secretos de oficio y su visión esotérico-sagrada de la construcción, dio lugar a las grandes corporaciones de oficio, sobre las que existe muy abundante información. Podríamos mencionar algunas verdaderamente importantes como Los Estatutos de los Canteros de Bolonia de 1248, Los Reglamentos y Ordenanzas de los Masones de la Ciudad de Brujas de 1441, Las Constituciones de los Masones de Estrasburgo de 1459 o los Estatutos del Oficio de los Masones de la Ville de Malines de 1539. Todas estas constituciones, y muchas otras, podrían otorgar una visión mucho más completa de la organización de los masones medievales, de su arte y de su religión. En un principio, sólo se distinguían dos categorías o grados entre sus miembros: Los aprendices, que pasaban a depender, durante una cierta cantidad de años, de los maestros de oficio. La segunda era la de los compañeros, que eran aquellos que habían alcanzado habilidades en el desempeño de su oficio. Los maestros eran los que gobernaban la Logia. Sólo en tiempos posteriores pasó a considerarse al maestro como un grado en sí mismo. A partir de entonces, al que dirige una Logia se lo pasó a denominar Venerable Maestro. Este término también es una reminiscencia de las épocas monásticas. A partir del siglo XVII estas corporaciones de constructores comenzaron a admitir en su seno a hombres ajenos al “oficio”. Se los llamó “masones aceptados”. Por la misma época, la francmasonería comenzó a desarrollar temas provenientes de algunas corrientes místicas y mágicas surgidas en el Renacimiento, tales como la cábala judía (kabbalá), la alquimia y el cuerpo de doctrina denominado Hermetismo. Pero sin lugar a dudas, la corriente esotérica que más impactó en la francmasonería fue la de los rosacruces, mencionados reiteradamente en El Símbolo Perdido. Muchos autores creen firmemente que las ideas rosacruces transplantadas a Inglaterra en el siglo XVII fueron el verdadero origen de la masonería especulativa, es decir, la conformada por masones aceptados. Gremios Medievales Entre los siglos XI y XIII Europa experimentó un gran impulso demográfico acompañado del crecimiento de las ciudades y la aparición de una nueva clase social formada por mercaderes y artesanos. Estos se agruparon en cofradías según los oficios para dar cobertura a sus miembros: los "gremios", palabra que proviene del latín y significa "seno", "regazo" o "protección". Uno de los gremios más importantes fue el gremio de los constructores. En la segunda mitad del siglo xii, sus miembros ya gozaban de un estatus muy superior al de otros oficios gracias a los privilegios jurídicos y económicos que les fueron otorgados por monarcas y obispos. Fue una de las asociaciones mejor organizadas y más exclusivas de la Edad Media. Alcanzar el grado de maestro arquitecto equivalía a convertirse en una de las figuras más importantes del país. Los gremios eran auténticas escuelas de arquitectura donde se aprendían, de forma oral y bajo una rigurosa observancia, los fundamentos del arte y la ciencia de la construcción. Esto propició una creciente especialización del trabajo que dio paso a una generación de profesionales que abrieron nuevos caminos en el ejercicio del arte y las ciencias. Esta cadena de enseñanza, basada en lazos de fraternidad, constituye una de sus grandes aportaciones y fue una de las vías por las cuales llegaron a Occidente, gracias a la labor de la escuela de traductores de Toledo, los textos clásicos griegos y tratados científicos de matemáticas, geometría y astronomía compilados en lengua árabe. Más piedra que cuando se construyeron las pirámides En apenas un siglo, entre los años 1150 y 1250, solo en Francia se llegó a acarrear tanta piedra como en cualquiera de los periodos de la historia del antiguo Egipto, y asistimos al paso de la construcción de los monasterios, iglesias y ermitas románicas a la construcción de las catedrales góticas, cuyas naves y torres se alzaron a unas alturas como nunca se había visto antes. El maestro constructor se servía de la piedra, la madera, el hierro, el vidrio, la cal y la arena; y con la sola ayuda de la escuadra, el compás y la regla sin marcar era capaz de concebir un recinto que trataba de ser una imagen del cosmos y un reflejo de las leyes de la naturaleza, la verdadera razón de sus proporciones dimensiones y orientación. Un ejercicio donde se conjugaban arte y ciencia formando una trama que requería unos conocimientos de cuya correcta aplicación no solo dependían la firmeza y estabilidad del edifico, sino también su calidad estética y su carga teúrgica. Estratificación del gremio El aprendiz se instruía en el oficio a través de una serie de rituales ligados al trabajo y sus herramientas. Una vez demostradas sus capacidades para el tallado de la piedra continuaba su formación. Finalmente, si mostraba las habilidades técnicas y artísticas requeridas, accedía al grado de oficial y durante el ágape le era otorgado un signo personal de reconocimiento. Las dovelas de un arco, los remates de una bóveda, las proporciones de un altar o una columna y las imágenes alegóricas cinceladas en los capiteles y en los canecillos se convertían entonces en el libro abierto mediante el cual el iniciado expresaba sus conocimientos del Arte Real, relacionados con la geometría y el número, el lenguaje del símbolo y la tradición. Un saber que podemos calificar como "oculto" en el sentido de que solo está al alcance de quien posee las claves para interpretar un mensaje que nos remite a un saber ancestral del cual los constructores se decían legítimos herederos y custodios. El arte oculto Este término general incluye varias prácticas a las que la Enciclopedia le ha dedicado artículos específicos: animismo, astrología, adivinación, fetichismo. El artículo siguiente trata sobre la forma del ocultismo conocida como "Magia". La palabra inglesa “magic” (magia) se deriva a través del latín, griego, persa y asirio de la palabra sumeria o turania imga o emga ("hondo", "profundo") como una designación propiamente de los sacerdotes o magos proto-caldeos. Magi se convirtió en un término estándar para el sacerdocio zoroastra -o persaposterior por medio del que las artes ocultas de oriente se hicieron conocidas a los griegos. Así, magos (como también las palabras afines magikos , mageia) se refieren a un mago o a una persona dotada con conocimientos secretos y poderes como un mago persa. En un sentido limitado, se dice que la magia es una interferencia con el curso común y corriente de la naturaleza física por medios aparentemente inadecuados (recitación de formularios, gestos, la mezcla de elementos incongruentes y otras acciones misteriosas); conocimiento que es obtenido por medio de la comunicación secreta con las fuerzas subyacentes del universo (Dios, el demonio, el alma del mundo, etc.). Es el intento por realizar milagros mediante el uso de fuerzas ocultas más allá del control del hombre y no por el poder de Dios gratuitamente conferido a éste. Sus defensores, desesperados por conmover a la Deidad por medio de ruegos, buscan el resultado deseado evocando poderes normalmente reservados a la Deidad. Es una corrupción de la religión y no un estado preliminar, como lo han sostenido los racionalistas. Surge como acompañamiento de una civilización decadente más que de una naciente. No hay nada que indique que el uso de magia en Babilonia, Grecia y Roma haya disminuido mientras las naciones progresaron. Al contrario; el uso de la magia se incrementó mientras éstas declinaron. No es cierto que "la religión represente la desesperación de la magia"; en realidad la magia no es sino una dolencia de la religión. El mal se ha extendido, sin embargo, si hay tierra que se pueda designar como hogar de la magia, lo es Caldea -o el sur de Babilonia-. Los registros escritos más tempranos sobre magia se encuentran en las inscripciones de encantos cuneiformes que escribas asirios copiaran (800 a.C.) de originales babilónicos. La magia medicinal y la magia natural eran ampliamente practicadas en el último periodo caldeo aun cuando las placas religiosas más antiguas mencionan la adivinación, y aun cuando la astrología absorbe la energía de la jerarquía babilónica. El sacerdote Baru – en su papel de adivinador – parece haber tenido el rango principal. Sin embargo, el sacerdote Ashipu – el sacerdote de encantamientos que recitara los formularios mágicos del "Shurpu", "Maklu", y "Utukku" –, apenas era considerado inferior. "Shurpu" (abrasador) era un hechizo para eliminar una maldición debida a una impureza. "Maklu" (que consume, consumidor) era un contra-hechizo contra hechiceros y brujas. El "Utukki limmuti" (espíritus malignos) era una serie de dieciséis fórmulas contra espíritus y demonios. El "Asaski marsuti" era una serie de doce fórmulas contra fiebres y enfermedades. La influencia maligna, en este caso, era primeramente transferida a una figura de cera que representaba el cadáver del paciente o animal; la fórmula se recitaba sobre el sustituto. Las tablas ti'I -nueve en total- ofrecen recetas contra el dolor de cabeza. La repetición de encantamientos "Labartu" (sobre figurillas) debía de alejar tanto a ogros, como brujas de los niños. Todas estas fórmulas, pronunciadas sobre figuras, estaban acompañadas por un ritual elaborado, por ejemplo: “Colocarás una mesa tras el incensario que se encuentra delante del Dios-Sol (estatua de Shamash). Colocarás sobre ella 4 jarras de vino de sésamo. Colocarás encima 3 x 12 barras de pan. Añadirás una mezcla de miel y mantequilla y la espolvorearás con sal. Colocarás una mesa detrás del incensario que se encuentra delante del Dios-Tormenta (estatua de Adad) y detrás del incensario que se encuentra delante de Merodach.” Los magos mencionados anteriormente estaban autorizados y practicaban la magia "blanca", o benevolente. Los "Kashshapi" – o practicadores no autorizados – empleaban la magia "negra" contra la humanidad. Nadie dudaba que los últimos tuvieran poderes sobrenaturales para causar daño; de ahí el castigo tan severo que se les imponía. El código de Hammurabi (c. 2000 a.C.) estableció la prueba del agua tanto para quien era acusado de hechicero, como para el acusador. Si el acusado se ahogaba, su propiedad pasaba a manos del acusador; si el acusado se salvaba, se le daba muerte al acusador y su propiedad pasaba a manos del acusado. Esto, claro está, sólo se llevaba a cabo si la acusación no se podía probar satisfactoriamente de otro modo. El dios principal invocado en la magia caldea era Ea - fuente de toda sabiduría - y su hijo Marduk (Merodach) - quien heredó el conocimiento de su padre-. Una escena curiosamente inocente debía llevarse a cabo antes de la aplicación del hechizo medicinal: Marduk fue a la casa de Ea y le dijo: "Padre, el dolor de cabeza del Hades continúa. El paciente no conoce el motivo. A través de qué puede ser aliviado?" Ea contestó: "Oh, Marduk, hijo mío; qué puedo añadir a tu conocimiento? Lo que sé, lo sabes tú también. Ande y ve, hijo mío." La prescripción le sigue a esta escena. Este cuento era repetido regularmente antes de usar la receta. Sin sugerir la dependencia de un sistema nacional de magia en otro, hay que notar la similitud de algunas ideas y prácticas en la magia de todos los pueblos: Todos confían en el poder de las palabras, en el sonido de un nombre secreto, o en la mera existencia del nombre dado a un amuleto o piedra. La magia debía de representar el triunfo del intelecto sobre la materia, la palabra siendo la llave a los misterios del mundo físico: Pronuncia el nombre de una influencia maligna y su poder se deshará; pronuncia el nombre de una deidad benevolente y fuerza saldrá a destruir al adversario. El nombramiento repetido de Gibel-Nusku y de sus atributos destruyó la influencia maligna en las figuras de cera que representaban a la persona afectada. La fuerza del Iota-AlphaOmega gnóstico era notoria. En la magia egipcia se suponía que una mera aglomeración de vocales o de sílabas sin sentido obraba el bien o el mal. Los sonidos bárbaros eran objeto de ridículo para el hombre con sentido común. En muchos casos estos sonidos eran de origen judío, babilónico o arameo. Como esas palabras sonaban ininteligibles para los egipcios, eran corrompidas normalmente más allá de cualquier posible reconocimiento. Así encontramos en un papiro demótico la siguiente receta: "En tiempo de tormenta y peligro de naufragio, grita Anuk Adonai y el desastre será evitado"; en un papiro griego encontramos el nombre del Ereskihal asirio como Eresgichal . Un nombre es tan potente que poderes sobrenaturales entran en juego si se bebe el agua con la que se lavó un amuleto grabado con éste, o si se toma el agua en la que se remojó un papiro en el que se había escrito el encanto, o si se come los huevos cocidos en los que se ha escrito la palabra. Otra idea prevalente en la magia es la de la sustitución: a) se reemplaza a la persona -o cosa- a la que se desea hechizar con su imagen; b) las imágenes sustituyen a los poderes protectores invocados (como con las figuras "ushabtiu" en las tumbas egipcias); c) por último, alguna parte de la persona (cabello, uñas, vestimentas, etc.) toma su lugar. El "círculo mágico", símbolo casi universal, sólo imita un muro contra los espíritus malignos externos y se remonta a la magia caldea donde lo encontramos bajo el nombre usurtu (hecho con una espolvoreada de cal y harina). Si el mago médico o el hechicero indio se rodean a sí mismo -o a otros- con un parapeto de piedras pequeñas, volvemos a la simulación del muro. Después de Babilonia, Egipto fue la tierra principal en cuanto a la magia. La práctica medieval de la alquimia nos indica su origen egipcio mediante su nombre. Los exorcismos coptos contra toda clase de enfermedades abundan en los papiros referentes a la magia. Esta reclama una gran parte de la literatura egipcia antigua. A diferencia de la magia babilonia, sin embargo, parece haber conservado su carácter medicinal y preventivo hasta el final. Sin embargo, a diferencia de Babilonia, parece haber mantenido su carácter medicinal y preventivo hasta el fin. Raramente se dio el gusto de caer en astrología o predicción. La leyenda egipcia mencionó a un mago Teta quien realizó milagros ante Khufu (Cheops) (c. 3800 a.C.) y la tradición griega menciona a Nectanebus -último rey de Egipto (358 a.C.)- como el más grande de los magos. El hecho de que los judíos eran propensos a la magia queda de manifiesto en las leyes estrictas contra ella y en las advertencias de los profetas (Éxodo 22,18, Deuteronomio 18,10, Isaías 3,18.20, 57.3, Miqueas 5,11. Cf. 2 Reyes 21,6). Sin embargo, la magia judía floreció especialmente justo antes del nacimiento de Cristo, tal y como aparece en el libro de Enoc, en el testamento de los Doce Patriarcas y en el Testamento de Salomón. Orígenes testifica que conjurar demonios, en sus días, era considerado como específicamente "judío" que estos conjuros tenían que hacerse en hebreo y de los libros de Salomón (In Mt. 26,63, P.G., XIII, 1757). La frecuencia de la magia judía también está corroborada en la tradición popular talmúdica. Las razas arias de Asia parecen un tanto menos adictas a la magia que las semíticas o turanias. Los Medes y los persas, en el periodo anterior y más puro de su religión Avesta –o Zoroastrismo-, parecen haberle tenido horror a la magia. Cuando los persas, tras la conquista del Imperio Caldeo, finalmente absorben características caldeas, los magos se convierten más bien en astrónomos científicos que en hechiceros. Del mismo modo, y a juzgar por el Rigveda, los indios estuvieron originalmente libres de esta superstición. En el Yajurveda, sin embargo, sus funciones litúrgicas son prácticamente presentaciones mágicas. El Atharvaveda contiene poco más que recitaciones mágicas contra cualquier enfermedad y para toda clase de acontecimiento. Los Sutras, finalmente, -especialmente aquellos para los rituales Grihya y Sautramuestran cuán plagados estaban los aspectos superiores de la religión con ceremonias mágicas. El Vedanta resiste esta degeneración vigorosamente e intenta regresar la mente India a su simplicidad y pureza anterior. El budismo, que al principio se mostraba indiferente a la magia, cayó presa de este contagio universal sobre todo en China y en el Tíbet. Ni los arios de Europa, ni los griegos, ni los romanos, ni los teutones, ni los celtas estuvieron tan plagados como los asiáticos. Los romanos eran demasiado autosuficientes y prácticos como para que la magia los aterrorizara. Su práctica de la adivinación y sus augurios parecen haber sido tomados prestados de los etruscos y de los Marsi; éstos últimos eran considerados expertos en magia incluso durante el imperio (Verg., "Æn.", VII, 750, ss.; Pliny, VII, II; XXI, XII). Los Dii Aurunci usaban poderes mágicos a fin de prevenir calamidades pero no eran deidades romanas nativas. Los romanos estaban conscientes de su sentido común en cuanto a estas cuestiones sintiéndose superiores a los griegos. La magia oriental invade al Imperio Romano en el primer siglo de nuestra era. Plinio, en los capítulos iniciales del libro XXX de su "Historia Natural" (a.C. 77), ofrece la discusión más importante sobre magia que escritor antiguo alguno haya dado, a fin de tildarla como un fraude. Su libro, sin embargo, es un almacén de recetas mágicas. Por ejemplo: "Lleva como amuleto el cadáver de una rama (quitándole las uñas y envuelta en un paño color rojizo y curará la fiebre" (libro XXXII, XXXVIII). Tal consejo al menos sostiene una creencia en la magia medicinal pero entre los romanos puede decirse que la magia fue condenada en todas épocas por muchas de las mejores mentes de sus días: Tácito, Favorinus, Sextus Empiricus y Cicerón (quien incluso objetó contra la adivinación). La magia "maléfica" y "matemática" estuvo prohibida oficialmente por medio de muchas leyes del imperio bajo Augusto, Tiberio, Claudio, e incluso Caracalla. Extraoficialmente, sin embargo, los emperadores a veces se interesaron por ella. Se dice que Nerón la estudió pero que al no poder realizar milagros la abandonó, totalmente asqueado. Poco después los magos encontraron apoyo en Otón, tolerancia bajo Vespasiano, Adriano y Marco Aurelio, e incluso apoyo financiero bajo Alexianus Severus. Los griegos consideraban a Tracia y a Tesalia como naciones especialmente adictas a magia. La diosa Hecate , de quien se creía presidía sobre funciones mágicas, fue originalmente una deidad extranjera que probablemente fue presentada a la mitología griega por Hesíodo. Ni La Ilíada ni La Odisea la mencionan aun cuando la magia abundaba en tiempos homéricos. La gran hechicera mítica de La Odisea es Circe, famosa por el famoso truco de transformar a hombres en bestias (Od., X-XII). En tiempos posteriores la hechicera más destacada fue Medea, sacerdotisa de Hécate. Pero los terribles cuentos que se contaban sobre ella no sólo expresan el horror griego hacia la magia negra, sino la creencia en ésta. Las maldiciones o los hechizos mágicos contra la vida de cualquier enemigo no parecen haber encontrado nombre más poderoso que Hermes Chthonios. Como dios-tierra era la manifestación del alma del mundo y controlaba los poderes de la naturaleza. En Egipto se le identificó con Thoth, dios de la sabiduría secreta, donde se convierte en el vigilante de secretos mágicos y da su nombre a la literatura trismegista. Grecia, además, daba la bienvenida y honraba a magos extranjeros. Apuleyo, ateniense por educación, satirizó en "El Burro de Oro" (d.C. 150) los fraudes de realizadores de milagros contemporáneos pero elogió al mago genuino de Persia. Cuando se le acusó de practicar magia, se defendió en su "Apología", la cual demuestra claramente la actitud pública de aquel tiempo hacia la hechicería. Apuleyo citó a Platón y a Aristóteles quienes dieron crédito a la magia verdadera. San Hipólito de Roma presenta un esbozo hechicería practicada en el mundo greco parlante ("A Refutation of All Heresies", Una Refutación contra toda Herejía , Libro IV). Los teutones y los celtas también tenían su magia propia aunque poco se conoce sobre ésta. El elemento mágico en el Edda Poético (o Edda Antiguo) y en el Beowulf (un poema épico) es simple y está estrechamente conectado con los fenómenos de la naturaleza. Woden (Wodan u Odin), quien inventó las runas, era el dios de la sanación y de los amuletos de la buena suerte. Loki era un espíritu maligno que acosaba a la humanidad y quien, junto con la bruja Thoeck, causó la muerte de Baldur (Balder). La magia del muérdago parece ser una reliquia de los primeros tiempos teutónicos. La magia de los celtas parece haber estado en manos de los druidas quienes, tal vez, eran principalmente adivinadores y quienes también aparecen como magos en la literatura heroica celta. Como ellos no dejaron nada por escrito, poco se conoce de su tradición mágica. Si desea informarse sobre magia entre razas no civilizadas, consulte "Malay Magic", La Magia Malay (Londres, 1900). La magia, como práctica, no tiene lugar en el cristianismo aun cuando los cristianos creen en la existencia de poderes mágicos y hay entre ellos quienes la practican. Hay dos razones principales para esta creencia: Primero, la ignorancia sobre las leyes físicas. Se supone que algunos individuos habían adquirido control casi ilimitado sobre la naturaleza cuando el límite entre lo físicamente posible e imposible era incierto. Sus almas estaban en tono con la sinfonía del universo; ellos sabían sobre el misterio de los números y sus poderes, en consecuencia, excedieron la comprensión común. Esto, sin embargo, era magia natural. Segundo, la creencia en la frecuencia de la interferencia diabólica con las fuerzas de la naturaleza llevó a creer en la magia como algo real. A los primeros cristianos se les advirtió enfáticamente contra su práctica en el "Didajé" (V, 1) y en la carta a Barnabás (S, 1). De hecho, la magia era considerada como un crimen atroz. El peligro, sin embargo, vino no solamente del mundo pagano, sino de los pseudo-cristianos conocidos como los gnósticos. Aun cuando Simón el Hechicero y Elimas (Hch.13,6 ss) sirvieron como ejemplos disuasivos para todos los cristianos, tomó siglos erradicar la tendencia a practicar magia. San Gregorio el Grande, San Agustín, San Crisóstomo y San Efraín protestaron vehementemente contra ella. Un punto de vista más racional sobre religión y naturaleza apenas había ganado terreno cuando las naciones germanas entraron a la Iglesia, trayendo con ellos una inclinación hacia la magia heredada de siglos de paganismo. No es de asombrarse que la hechicería haya sido practicada durante la Edad Media en muchos lugares en secreto a pesar de innumerables decretos de la Iglesia sobre ella. La creencia en la frecuencia de la magia finalmente llevó a tomas medidas severas contra la brujería. La teología católica define magia como el arte de llevar a cabo acciones más allá del poder del hombre con ayuda de poderes que no son Divinos y la condena. Cualquier intento por practicarla es un grave pecado contra la virtud de la religión porque toda práctica mágica, si es llevada a cabo seriamente, se basa en la espera por la interferencia de demonios o almas perdidas. Aun cuando haya sido emprendida por mera curiosidad, la ejecución de una ceremonia mágica es pecaminosa puesto que prueba la falta de fe además de ser una superstición vana. La iglesia católica admite, en principio, la posibilidad de que espíritus benignos o malignos (exceptuando a Dios) interfieran en el curso de la naturaleza pero nunca sin el permiso de Dios. En cuanto a la frecuencia de tal interferencia –especialmente por agentes malignos a petición del hombre- ella guarda la mayor reserva. Bibliografía: ABT, Die Apologie des Apulejus u.d. antike Zauberei, La Apología de Apulejo y la Hechicería antigua (1908) BUDGE, Egyptian Magic, Magia Egipcia (Londres, 1899), DU PREL, Magic als Naturwissenschaft, Magia como Ciencia Natural (2 vole., 1899) FRASER, The Golden Bough: a Study in Magic and Religion, La Rama Dorada: Un Estudio en Magia y Religión (3 volt., Londres, 1900). 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