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Historiografía de los siglos XX y XXI
Dr. Fernando Sánchez-Marcos (2020).
(Catedrático emérito de Historia Moderna de la Universitat de Barcelona. Fundador y
Director del portal web http://culturahistorica.org).
(inicio de la Primera Guerra Mundial) era en Francia el aperitivo de la movilización general
patriótica. [4]
Cabe subrayar que el interés que en ese modelo historiográfico se mostraba por la edición y
crítica sistemática de las fuentes históricas es una aportación que sigue conservando buena
parte de su validez.
Introducción
La renovación historiográfica en torno a la revista francesa “Annales”
La heterogeneidad de la escritura y del pensamiento históricos que se observan desde
principios del siglo XX hasta hoy se refleja en la pluralidad de criterios con los que se suelen
denominar las principales tendencias o escuelas historiográficas. [1]
En unos pocos años se cumplirá el centenario de la fundación de la revista francesa Annales
d’Histoire Économique et Sociale por March Bloch y Lucien Febvre. [5] Tuvo lugar en 1929,
en un medio socio-cultural de encrucijada: la universidad de una ciudad, Estrasburgo,
retornada a Francia en 1918. Surge casi sin manifiesto programático. Tras los duros avatares
de la II Guerra Mundial (en la que pereció Marc Bloch luchando en la resistencia contra el
nazismo) [6], la revista se reanuda, apareciendo con su título más duradero: Annales. ESC
(Economies, Sociétes, Civilisations). En 1957 asume su dirección Fernand Braudel. Para
entonces, Braudel había publicado ya su magistral estudio de El mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II, [7] una gran tesis que marca un hito historiográfico:
por su articulación de los diferentes tempos históricos −entre la larga duración y el
acontecimiento−, por el valor dado al condicionamiento geográfico y por la calidad de su
prosa.
Estas denominaciones pueden derivar de un enfoque filosófico (positivismo), de una revista
(la francesa Annales), de un autor (Marx y marxismos), o de una institución universitaria a la
que se asocia esa corriente (como la escuela de Bielefeld, en Alemania). También un artículo
interpretativo que marca un hito puede originar una denominación (así, el de Lawrence Stone
sobre “el retorno de la narrativa”). Otros nombres han surgido de problemáticas o retos del
presente (historia medioambiental e historia global). En algunos casos, ha sido la
reivindicación de una categoría analítica o temática antes desdeñada la que ha identificado
unas tendencias como la Alltagsgeschichte (historia de la vivencia cotidiana),
la microstoria italiana, la historia de las mujeres y/o del género. En algún caso, una expresión
afortunada ha llegado a designar un cambio de orientación (así, el linguistic turn o giro
lingüístico)
Se presenta aquí una breve panorámica de los objetivos, contextos socioculturales, autores y
obras más significativas de las diferentes tendencias historiográficas distinguibles en el siglo
XX y principios del siglo XXI, especialmente en Occidente. [2] En este recorrido se parte del
modelo historiográfico dominante a principios del siglo XX y se concluye con el comentario
del rol discutido que desempeña la historia en el sistema mediático actual.
El modelo historiográfico dominante a principios del siglo XX
Hasta la renovación de la escritura de la historia preconizada por la revista francesa Annales
d’Histoire Economique et Sociale en 1929, el modelo predominante entre los historiadores
podría caracterizarse como “una historia que no descuida el relato, atenta a las grandes
figuras, a los destinos ejemplares, a la suerte de las naciones y de los imperios”. [3] Una
historia de predominio político hecha a través de una cuidadosa crítica de fuentes (sobre todo
textos), vista desde arriba, ritmada por los grandes −y no tan grandes− acontecimientos. Una
historia que el combativo Lucien Febvre −cofundador con M. Bloch de los Annales− y
muchos otros después descalificarían como “historia historizante” e “histoire événementiel”
(historia “evenemencial”).
Desde el punto de vista de teoría de la historia (de la historiografía como metahistoria), ese
modelo historiográfico dominante era una combinación más o menos armónica del
historicismo clásico alemán encarnado por Ranke, del idealismo hegeliano y del positivismo
cientificista comtiano. Todo ello, en medio de un clima proclive a la exaltación de la propia
nación. Se ha llegado a afirmar que la historia entre 1870 (guerra franco-prusiana) y 1914
Entre los muchos autores que cabe inscribir en esa “escuela” o tendencia agrupada en torno a
los Annales quizás puede destacarse Emmanuel Le Roy Ladurie, autor de Les Paysans de
Languedoc (1966) Esta es una de esas obras de historia regional tan frecuentes entre esos
historiadores. (Tras efectuar un giro desde una historia socio-estructural cuantitativa con
fuentes seriadas hacia una historia antropológica y narrativa, Le Roy Ladurie escribió en
1975 Montaillou, village occitane.)
¿Cuáles eran las aspiraciones de Annales? L. Febvre y M. Bloch quieren ampliar el campo
del historiador y hacer consciente a este, contra un falso objetivismo, de que el conocimiento
histórico se obtiene a partir del planteamiento por el historiador de hipótesis y de problemas
surgidos desde el presente, en estrecha asociación con la economía, la geografía y la
sociología. Además, frente a la historia centrada en los gobernantes, se quiere dar cabida al
hombre común en una Europa sacudida por la Revolución soviética de 1917. Se desea
ampliar también el objeto de estudio, en pos de una historia total o integral, así como el
concepto de fuentes.
Fernand Braudel muere en 1985, rodeado de honores. Sus obras de los años 1960 y 1970
sobre las civilizaciones y su relación con el capitalismo habían recibido una gran acogida en
algunas universidades de Estados Unidos. La escuela de Annales será muy influyente en
países latinos como Italia y España, cuyos ambientes universitarios estaban familiarizados
con la lengua y la cultura francesas. En los últimos decenios, esta influencia ha menguado
considerablemente.
Couteau-Begarie, ha hecho, como un outsider, un balance de los puntos fuertes y débiles de la
escuela de Annales. [8] Entre sus puntos fuertes más claros se cuentan sus aportaciones a la
historia económica, a la demografía histórica, a la historia de la cultura material, a la historia
de las mentalidades y a la historia social (aunque esta última adolezca en Annales de una
indeterminación fundamental).
Respecto a los límites o puntos débiles en la praxis de la escuela, cabe señalar su escaso
interés por la historia antigua y el siglo XX, correlato de una clara preferencia por la
investigación sobre el mundo preindustrial del Antiguo Régimen. Puede hablarse de una
afinidad electiva entre el interés que muestran los historiadores de Annales por las estructuras
y las sociedades más estables y la primacía otorgada a la historia medieval y moderna.
Además, Bloch proviene de la historia medieval y Febvre de la historia moderna (Early
Modern History). En cuanto a los ámbitos temáticos, la escuela de Annales apenas cultiva la
historia política, la historia de las relaciones internacionales y, con la importante excepción
del propio Febvre, la biografía.
Por el hecho de focalizarse en la época preindustrial, la escuela de Annales se distingue y
contrapone a la historia social alemana practicada por la llamada escuela de Bielefeld, con la
que, por otra parte, está emparentada.
La escuela de Bielefeld en la ciencia social histórica alemana
El nombre de “escuela de Bielefeld” se utiliza a veces para designar una tendencia
historiográfica, liderada sobre todo por Hans-Ulrich Wehler y Jürgen Kocka, que se
institucionaliza con la fundación de una nueva universidad en Bielefeld (Westfalia oriental)
en 1971 y con el lanzamiento en 1975 de la revista Geschichte und Gesellschaft (Historia y
sociedad). El subtítulo de esta revista, “Revista de ciencia social histórica”, indica su
orientación: hacer de la historia una ciencia social interdisciplinar, en estrecha relación con
las ciencias sociales vecinas, especialmente la sociología (también la ciencia política y la
economía). [9]
Una característica de esta escuela es el interés que muestra por el uso de conceptos explícitos
y sistemáticos surgidos en el presente para aplicarlos con flexibilidad al pasado. El prisma
político-intelectual desde el que se aborda el estudio del pasado es una perspectiva crítica
respecto a las sociedades y tradiciones establecidas y respecto a las disfunciones de la
sociedad capitalista. Se quiere hacer una historia engagé (comprometida). [10] Esta crítica es
afín, en este aspecto, a la que realizaba la escuela paramarxista de Frankfurt que tenía en
Theodor Adorno y en Jürgen Habermas dos destacados exponentes. El futuro esperado y
promovido por la escuela de Bielefeld, tras la catastrófica e inhumana experiencia del
régimen nacionalsocialista, es un futuro de emancipación personal kantiana, de justicia social
y de liberad civil. La gran cuestión, que dista de estar resuelta todavía hoy, es la siguiente:
¿en qué medida se ha realizado y en qué ha fallado en Alemania la conexión entre el
desarrollo económico e industrial y el progreso cívico para construir una sociedad de
ciudadanos libres y emancipados? De ahí el interés que, en la escuela de Bielefeld, a
diferencia de Annales, suscita el mundo político contemporáneo. [11]
La historia, como ciencia social, en el mundo anglosajón. Los cliometristas
norteamericanos
Los historiadores anglosajones de Estados Unidos y de Gran Bretaña, que respiran en un
clima cultural más pragmático, se sienten menos inclinados a delinear una concepción
sistemática de la historia que los historiadores alemanes.
En Norteamérica, el intento de superación del modelo historiográfico es realizado por autores
partidarios de una New History que implica una asociación distendida y ecléctica entre
investigación histórica y ciencias sociales. Estos new o progressive historians de los primeros
decenios del siglo XX (Turner, Beard, Parrington), comparten cierto evolucionismo y un
compromiso con una sociedad de frontera en vías de democratización. Insisten en la ruptura
que se había producido en la sociedad americana con el pasado europeo “premoderno” (del
Antiguo Régimen). Sin embargo, algunos de ellos no solo subrayan los elementos de
consenso, sino también los enfrentamientos internos en el seno de la sociedad
norteamericana.
Enlazando con las inquietudes de la New History, los historiadores del mundo anglosajón se
involucran en una especia de guerra civil metodológica. Se enfrentan los partidarios del
modelo historiográfico clásico y los que abogan por las nuevas tendencias de apertura a las
ciencias sociales. Además, la influencia de los Annales traspasa el Canal de la Mancha y el
Atlántico. Testimonios de este nuevo clima historiográfico anglosajón son la fundación y
evolución de la revista inglesa Past and Present y de la norteamericana Comparative Studies
in Society and History.
Más allá de los contextos políticos, hay una tendencia bastante compartida: el uso de la
cuantificación que se potencia con la aparición del ordenador. En el decenio de 1960 es
relativamente común aplicar la cuantificación a varios dominios de la historia social: el
comportamiento electoral (en relación con la politología), la evolución demográfica, la
movilidad social y los procesos económicos (los cliometristas norteamericanos intentan,
incluso, una econometría retrospectiva).
Una de las ramas de la cliometría con perfiles más marcados es la llamada New Economic
History, cuyos representantes norteamericanos más característicos son Robert W. Fogel y
Stanley Engerman. En sus sofisticados estudios de econometría retrospectiva llegan a aplicar
hipótesis contrafactuales. Por ejemplo, en el estudio de Robert Fogel de 1964 sobre cuál
habría sido el crecimiento económico de Norteamérica sin el desarrollo del ferrocarril. En
1974 Fogel y Engerman provocan una gran polémica científica y ética cuando publican una
obra que investiga si puede hablarse de una “rentabilidad” económica de la esclavitud en los
estados sureños de la Unión. [12] En una obra posterior (Without Consent or Contract, 1989),
la tesis conclusiva de Fogel es que la esclavitud no termina en los Estados Unidos porque es
económicamente ineficiente sino porque es moralmente repugnante.
La evolución y diversificación de la historiografía marxista: desde el
materialismo histórico hasta la antropología crítica
La historiografía marxista, plasmada en orientaciones muy diferentes, toma su nombre de un
pensador alemán del siglo XIX (Karl Marx) cuyas teorías científico-sociales y utopías
revolucionarias dejarán una profunda huella en el siglo XX. Un siglo acotado quizás por dos
hitos: 1917, el año de la revolución soviética liderada por un marxista ruso (Lenin), y 1991,
cuando se desintegra la Unión Soviética, el coloso político cuya ideología oficial era una
interpretación −más o menos genuina o espuria− del marxismo.
Una de las especificidades del marxismo, frente a otras teorías sociales, es su estrecha
vinculación a un gran proyecto político para superar y reemplazar al capitalismo. Un proyecto
que muchos identifican con el comunismo.
El desmoronamiento entre 1989 y 1991 del “socialismo real” en los países vinculados a la
antigua Unión Soviética −dirigida por el Partido Comunista− tendrá un gran impacto en
Occidente, aunque sería distorsionador exponer las aproximaciones a la historia inspiradas en
el marxismo tomando como única lente de lectura la crisis que ha vivido ese paradigma
historiográfico desde fines del siglo XX. (Un paradigma que ha sido una condensación, en
cierto sentido, de las esperanzas y frustraciones de la modernidad). Como sucedáneo (Ersatz)
de la religión y como Weltanschauung (visión omnicomprensiva de la realidad, de la
sociedad y de la historia) el marxismo ha perdido casi toda su relevancia. Pero debe
reconocerse la gran influencia y las aportaciones que las diferentes interpretaciones del
marxismo han hecho a la teoría y a la práctica de la historia a lo largo del siglo XX. [13]
La renovación historiográfica vinculada a Annales y a la escuela de Bielefeld no son
totalmente comprensibles sin tener en cuenta la influencia del pensamiento marxista. Esas
dos corrientes tienen en común con el pensamiento marxista sobre la historia varios
elementos: considerar a esta una ciencia social, entender que las formaciones sociales tienen
una lógica evolutiva y de progreso a través de diferentes estadios, así como demandar el
compromiso del historiador: la historia debe estar al servicio de la crítica social.
Algunas contradicciones −o, al menos, fuertes tensiones− en las obras de Marx y de F. Engels
permiten entender la heterogeneidad de las teorías y prácticas historiográficas que han
reclamado ser marxistas. Las obras de Marx (especialmente del Marx maduro) y, más aún, las
de Engels, tienen una clave cientificista, naturalista, objetivista, dialéctica y cuasi
determinista que subyace en su consideración de la historia humana. Esta queda así en buena
parte predeterminada por unas leyes generales que conducen de forma relativamente
mecanicista a estadios superiores de desarrollo hasta el socialismo. En el análisis de las
formaciones sociales los condicionamientos socioeconómicos −la infraestructura− tienen un
papel decisivo. Esta visión global, evolutiva, de hegemonía de la infraestructura y, en parte,
determinista, es la que expone Marx en la introducción a su Contribución a la crítica de la
economía política (1859).
“En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas,
necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un
grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de
producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se
eleva una superestructura jurídica y política y a la cual corresponden formas de conciencia
social determinadas. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la
vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que
determina su ser; por el contrario, su ser social es que el que determina su conciencia”. [14]
Esta clave filosófico-histórica, un tanto reduccionista y determinista, podría interpretarse
como una predeterminación de los resultados de la investigación histórica. En estos
resultados se debía encontrar la verificación del esquema general.
Hay otra clave en el marxismo difícilmente conciliable con la anterior: la perspectiva
sociocrítica, ética, que preconiza una sociedad más justa según la cual se rechaza el
objetivismo como positivismo. Es una concepción que apuesta también por adoptar una
aproximación problematizadora e interdisciplinar al estudio de las formaciones sociales del
pasado.
Ya desde comienzos del siglo XX, encontramos unas acusadas diferencias entre la
interpretación más científico-naturalista y objetivista del austro-marxista Karl Kautsky,
secretario de Engels, y la concepción del marxismo del político e historiador francés Jean
Jaurès. Este, autor de una Historia socialista de la Revolución Francesa (1901-1903),
asesinado en vísperas de la Primera Guerra Mundial, acentuaba en el socialismo su dimensión
de aspiración a la justicia y se declaraba también discípulo de Michelet.
Después de 1917, tras el triunfo de la revolución bolchevique dirigida por Lenin en Rusia, el
marxismo-leninismo se convierte en ideología oficial del nuevo Estado soviético y se inicia
una dogmatización y simplificación del marxismo. Esta se incrementa durante la época
estalinista (1923-1953). Así la historia, de arma revolucionaria, pasa a ser sierva de
una nomemklatura (la élite gobernante que monopolizaba el poder político e intelectual en la
Unión Soviética y en los países controlados por esta). [15] Con todo, en algunos países de la
Europa del Este que tenían una tradición más fuerte de pluralismo intelectual y mayores
contactos con Europa Occidental, como Polonia y Hungría, ese control político-ideológico
deja resquicios importantes para la aparición de valiosas obras históricas.
También en Occidente el marxismo ha tenido en el siglo XX un gran atractivo para muchos
historiadores. Y ha inspirado, más tardíamente, la reflexión intelectual de una gran parte de
las historiadoras feministas. ¿Cuáles han sido las razones de esa fascinación?: la invitación a
pensar de forma integrada la realidad y el cambio social, la búsqueda de certezas intelectuales
y éticas como sucedáneo de la religión, la promesa de lograr un mundo unificado de progreso
donde se pusiera fin a la dominación del hombre por el hombre (en masculino o en
femenino). La interpretación marxista de la historia era más fácil que pudiera ser hegemónica
en los países donde la tradición societaria-eclesial, en cierto sentido, era más fuerte que la
liberal (como en los países latinos e Iberoamérica). Especialmente cuando el marxismo
parecía legitimar con singular fuerza la lucha contra dictaduras de derechas que sostenían un
orden social con flagrantes desigualdades. También en Estados Unidos y en Inglaterra han
surgido algunas tendencias históricas marxistas, aunque más bien minoritarias.
La distinción que se ha establecido a veces en el panorama de la historiografía marxista entre
una corriente estructuralista y la culturalista, aunque orientativa, resulta problemática. Para
los historiadores de la primera las relaciones sociales objetivas de producción y de posesión
son el elemento determinante en la conciencia de clase, un aspecto capital para la praxis
revolucionaria. En esta corriente cabe destacar al francés Louis Althusser (Pour Marx,
1965; Lire Le Capital, 1966) y a los historiadores británicos que debaten largamente (en Past
and Presente y otras revistas) sobre la transición del modo de producción feudal (feudalismo)
al capitalista.
Con una perspectiva ya de varios decenios, la propuesta interpretativa afín a esa tendencia
que ha tenido más trascendencia, fuera de los círculos estrictamente marxistas, ha sido la de
Immanuel Wallerstein (de clara influencia braudeliana: The Modern World-System , 3 vols.,
1974). En ella se sostiene que el origen del capitalismo y de las relaciones de dependencia de
los países de la periferia respecto a las grandes metrópolis coloniales, comienza ya en la
economía-mundo del siglo XVI. Una teoría que ha tenido una gran repercusión en muchas de
las interpretaciones históricas de la dependencia operativas en el que se llama a veces,
todavía, el Tercer Mundo. [16]
La corriente del marxismo culturalista gravita también sobre la lucha de clases y el problema
de la dominación, pero recalca el papel de la conciencia y de la cultura como factores
decisivos, relativamente autónomos, en la acción social. Lo expresaré con afirmaciones
en The Making of the English Working Class, 1780-1832 (1963, 3 vols.) una obra
emblemática de Edward P. Thompson, quizás el historiador más relevante de esa corriente.
La clase obrera inglesa no es simplemente el resultado de las nuevas fuerzas productivas. Las
relaciones sociales de producción sólo existen en el marco configurado por el ámbito de la
cultura y de la conciencia. Además, Thompson se distingue del marxismo clásico en que en él
vacila la fe ilustrada en el progreso, heredada por las ideologías surgidas en el siglo XIX. La
industrialización y el progreso técnico, sostiene, conllevan también perdedores a los que hay
que rescatar del olvido. Así en Thompson, a diferencia de Althusser, observamos algunos
elementos en común con la hermenéutica historicista según la cual cada tiempo tiene su
propio valor y el pasado es algo más que el camino hacia el futuro. (The Past is a Foreing
Country es el feliz título que dio David Lowenthal en 1985 a su ya célebre obra sobre
nuestros modos de acercarnos al pasado).
Partiendo del materialismo histórico, la historiografía de inspiración marxista ha
evolucionado en diversas orientaciones y se ha conjugado en algunos casos con el retorno de
una cierta narrativa y con el cultivo de una historia que está más cercana a la antropología
cultural (así en Carlo Ginzburg) que a la sociología retrospectiva.
Tal vez, como ha escrito L. Kolakowski, el marxismo, como sistema de pensamiento y
proyecto “científico-social”, ha sido la mayor utopía del siglo XX. Con todo, en la práctica
historiográfica, como instrumento analítico, el marxismo ha favorecido los estudios
económicos y sociales a largo plazo, la visión de la historia desde abajo y la necesidad de que
el historiador tenga una conceptualización explícita. Pero hay bastantes historiadores de gran
calado teórico que distan del marxismo, como por ejemplo Pierre Chaunu o Reinhardt
Koselleck.
grandes relatos y las teorías sociológicas omnicomprensivas; al mismo tiempo, expresaba un
relativismo ético que encontraba su aliado en la antropología cultural. Además, confrontado
ahora muy de cerca con sociedades asiáticas y africanas que antes había dominado, Occidente
dudaba de sus certidumbres. Unas certezas surgidas en buena parte de la Modernidad
ilustrada. La antropología cultural parecía facilitar que los “otros”, lejanos en el espacio o en
el tiempo, aportaran desde dentro las claves explicativas de sus maneras de pensar y de su
comportamiento.
La nueva narrativa o narrativa enriquecida vislumbrada por L. Stone y comentada por Peter
Burke algunos años después, [18] se interesa por las vidas y sentimientos del hombre común
(die kleine Leute, en la Alltagsgeschichte alemana) más que por el grande y poderoso.
Además, no excluye en su metodología el análisis. Revaloriza nuevas fuentes como los
procesos criminales o las descripciones detalladas de comportamientos. Esta nueva narrativa
intenta explorar también el subconsciente y busca el sentido simbólico. Cuenta la historia de
una persona o de un episodio dramático para esclarecer los entresijos de una sociedad y de
una cultura pasada.
No es extraño pues, que esos relatos resulten esclarecedores si surgen de quienes, como G.
Duby o Natalie Z. Davis, tenían ya un gran bagaje previo de conocimientos de las estructuras
sociales, económicas, culturales y políticas de los grupos humanos en los que se ubicaban
los dramatis personae de sus relatos.
Nadar con los acontecimientos y practicar la multivocalidad (integrar la multiplicidad de
voces o interpretaciones), como se hace en El regreso de Martin Guerre (N. Z. Davis 1984) o
en Alaby’s World (R. Price, 1990) son algunos de los requisitos destacados por P. Burke para
lograr una narrativa histórica enriquecida y atractiva para el lector.
Las propuestas de la Alltagsgeschichte alemana y de la microstoria italiana
El retorno de la narrativa y de los acontecimientos y el cuestionamiento de la
historia socio-estructural. La historiografía, a la búsqueda de una nueva
narrativa enriquecida.
En 1979 Lawrence Stone publicó en Past and Present un célebre artículo en que el detectaba
un cambio de orientación en la praxis historiográfica en Francia (J. Delumeau, G. Duby, E.
Le Roy Ladurie), Italia (C. Cipolla), Inglaterra (E. P. Thopmson) y Estados Unidos (N. Z.
Davis). [17] Para describir ese cambio en el discurso histórico utilizó la palabra narrative a
modo de símbolo taquigráfico o code-word. Ese cambio implicaba la recuperación del relato,
pero no se circunscribía a él. Quería abarcar también unas nuevas afinidades electivas de la
historia con la antropología y la psicología y, en cierta medida, un giro cultural en la
investigación del pasado.
Las grandes dosis de la cuantificación habían hecho escasear en las obras de historia “el vino
de la personalidad humana” y habían menguado el atractivo para los lectores, sin ofrecer a
cambio consensos interpretativos (por ejemplo, sobre si la Revolución industrial había
originado en Inglaterra un aumento o disminución del nivel de vida de los trabajadores).
Además, los países occidentales y centroeuropeos vivieron en los decenios de 1960 y 1970
una gran crisis cultural, una de cuyas manifestaciones fueron las revueltas estudiantiles
antiautoritarias de 1968. Esta crisis indicaba un clima de escepticismo general contra los
El problema metodológico y epistemológico fundamental al que se enfrentan estas propuestas
que cuestionan la historia socio-estructural es el siguiente. ¿Cómo se pueden captar y
representar los comportamientos y las vivencias subjetivas de las muchas personas que
constituyen cada una de las grandes realidades sociológicas más o menos abstractas? Una
opción es la de utilizar una escala de observación de la realidad más cercana a los sujetos
individuales, una aproximación “micro” (de ahí microstoria). Otra aproximación es indagar
en la percepción que tuvieron los propios protagonistas de las historias, en sus vivencias o
experiencias, también las cotidianas (de ahí la historia de la vivencia cotidiana
o Alltagsgeschichte).
Los teóricos de la historia de la vida cotidiana y de la microstoria se inclinan por un método
más próximo a la hermenéutica y, en diálogo con la antropología cultural, se sirven de la
“descripción densa” propuesta por Clifford Geertz. Pero, a diferencia de la hermenéutica que
subyace en el historicismo clásico, Hans Medick y Carlo Ginzburg, grandes referentes de
la Alltagsgechcihte y de la microstoria, respectivamente, son conscientes de que no es posible
una compenetración directa con el objeto (los sujetos humanos) de la investigación. Ambos
enfatizan que solo es posible una compenetración indirecta y problemática. Por ello, tienen
mucho interés en explicar de manera concreta sus itinerarios de investigación antes de
exponer sus resultados.
En su acercamiento al pasado, el historiador verifica y ha de resaltar, nos dice H. Medick, la
cualidad de extraño (Fremdartigkeit) que tienen hoy para nosotros los campesinos de
Württemberg del siglo XVII (como también los actuales habitantes de Bali). Sin renunciar a
la interpretación, el historiador debe ser consciente de las limitaciones de su intervención
interpretativa.
Entre los teóricos de la microstoria, Carlo Ginzburg sintoniza más con la orientación
geertziana de Medick, mientras que Giovanni Levi, más próximo al marxismo clásico, piensa
que la antropología interpretativo-simbólica de Geertz descuida los conflictos internos dentro
de una cultura y su propensión al relativismo.
La germana Alltaggeschichte (historia de la vida o de la vivencia cotidiana) busca ser una
alternativa a la historia socio-estructural propugnada por la escuela de Bielefeld. Puede
considerarse emblemática de esta tendencia historiográfica la revista Historische
Anthropologie. Kultur, Gesellchaft, Alltags [H. A.] (Antropología histórica, Cultura,
Sociedad, Cotidianidad). El subtítulo trinómico de H. A., como el de los Annales más
duraderos, no es casualidad. El número fundacional de H. A. surge en 1993, también en una
zona de encrucijada franco-alemana (Saarbrücken) y con una referencia expresa a Annales (y
al gran antropólogo norteamericano C. Geertz.).
Todas las obras más relevantes de la Alltagsgeschichte se han centrado en el estudio de
pequeñas comunidades alemanas. A veces en un ámbito cronológico amplio, como la de H.
Medick, “Tejer y sobrevivir en Laichingen [una localidad cercana a Ulm], 1650-1900”, 1997.
Otras, en la duración breve de un acontecimiento, como la Revolución de 1848 y su impacto
en las relaciones personales cotidianas, en la investigación de Carola Lipp y Wolfgang
Kaschuba, publicada en 1979, sobre Esslingen (una pequeña ciudad cercana a Stuttgart).
La microstoria italiana surge de manera informal a finales de 1970 como una práctica y un
estilo de hacer historia. Uno de los rasgos en común de esos historiadores (los ya citados
Ginzburg y Levi; y Edoardo Grendi) es la convicción de que el historiador, al reducir su
escala de observación, puede aprehender realidades significativas que le pasarían inadvertidas
en el dato promedio. Otro rasgo de estos “microhistoriadores” es que tienen unas aspiraciones
teóricas fuertes, derivadas de una herencia intelectual gramsciana. De esta tomaban como
punto de partida dado históricamente, en la Italia del norte (ámbito de sus trabajos) y no solo
en ella, una dominación social y cultural que debía ser denunciada y superada. De ahí su
especial interés por los dominados y marginados. Desde estos presupuestos, lo que quieren
poner de relieve es el margen de maniobra y de libertad; las estrategias seguidas por los
individuos o los pequeños grupos −familiares o de otro tipo− en el seno de las estructuras
económicas, sociales y culturales.
El queso y los gusanos (1976), de Carlo Ginzburg, es quizás la obra más emblemática y
difundida de la microstoria italiana. En ella se indaga con maestría narrativa en la cosmología
(de ahí ese título metafórico) y la mentalidad de un molinero heterodoxo de Friuli (en el
nordeste de Italia) que es sometido a un proceso inquisitorial. Ginzburg preconiza en esta
obra la existencia de una cultura popular opuesta a la oficial, aunque entre ellas se dan
interacciones. [19] Ha sido objeto de discusión hasta qué punto el caso de ese molinero es
representativo. También si Ginzburg ha leído en el testimonio del molinero Menocchio su
propia concepción romántica de que existía una cultura popular con una libertad mayor de la
que dan a entender las propias fuentes.
Otra visión de la historia: historia de las mujeres, historia feminista y
problemática del género
La revolución más o menos silente protagonizada por las mujeres ha sido una de las más
importantes en el siglo XX, y el feminismo −o movimiento feminista− uno de los pocos
“ismos” auténticamente relevantes surgidos en el siglo pasado.[20] El feminismo tenía
algunos precedentes importantes (Olympie de Gouges en 1791, las sufragistas inglesas y
norteamericanas del siglo XIX, Stuart Mill en 1869), pero sólo en el siglo XX las mujeres
consiguen en los países occidentales la equiparación en derechos con el hombre.
Puesto que la historiografía (como escritura y discurso) sigue a la historia (como evolución de
la humanidad), las mujeres han reclamado en el siglo XX un mayor protagonismo
historiográfico, en un doble sentido: preconizando una nueva perspectiva en la lectura del
pasado y promoviendo su trabajo organizado como autoras e investigadoras. El gran tema de
“Women, Men and Historical Change” es incluido ya en 1995 en el 18th International
Congress of HIstorical Siences de Montreal / Montréal. Allí se estrena también la Fédération
Internationale pour la Recherche d’Histoire des Femmes. Se marca así un hito en el
reconocimiento por la comunidad académica internacional de un nuevo ámbito y/o enfoque
de estudio.
En los últimos decenios la historia de las mujeres se ha convertido en una práctica
historiográfica asentada, [21] vinculada con intensidad diversa al movimiento emancipador
feminista y con una gran diversidad de aproximaciones. Por ello se ha cuestionado si puede
hablarse en singular, de historia feminista, o sólo existen historias feministas (en plural).
Durante un tiempo, gender (género) es la categoría analítica empleada en la historia de las
mujeres para pensar comparativa y concretamente la situación (de subordinación) que ellas
habían vivido en la historia respecto a los hombres. Más recientemente, Joan Scott
(1996) [22] ha propuesto la categoría de difference (diferencia), en vez de la de género, para
dar cabida también a la reflexión sobre la heterogeneidad identitaria de las mujeres (por raza,
riqueza, religión u orientación sexual).
La historia de las mujeres, ¿debe limitarse a estudiar las antecesoras del feminismo, por su
actitud o sus logros frente a una sociedad de dominancia masculina (llamada patriarcal) o
debe incluir también las experiencias de las mujeres más representativas de cada época,
también de las que se alejan de las actitudes feministas actuales? La historiadora Gabi
Jancke-Leutz opta por esta última respuesta en su colaboración a un volumen sobre La mujer
barroca. [23]
Los desafíos a la historia del postmodernismo y del giro lingüístico
El postmodernismo como actitud intelectual es un fenómeno muy complejo que tiene un
temprano referente importante en la publicación de la obra de Jean-François Lyotard La
Condition postmoderne (1979). El clima intelectual postmoderno se caracteriza por
cuestionar el racionalismo optimista propio de la modernidad ilustrada, la cual consideraba
que la realidad era transparente y moldeable por la razón. [24] También por la deconstrucción
crítica y el escepticismo beligerante frente a los “grandes relatos” (filosofías o
interpretaciones teleológicas de la historia), entre ellos los derivados del cristianismo y del
marxismo. Este clima de sospecha, al que ha contribuido bastante el legado intelectual de
Nietzsche, se entiende después de las tremendas experiencias totalitarias del siglo XX y en
una situación de resaca postcolonial (cuando Occidente toma conciencia del valor de las
culturas ajenas y del quebranto causado por un eurocentrismo violentamente expansivo).
muestra privilegiada de la capacidad de dotar de significado a la experiencia del tiempo
porque el referente inmediato (la Bedeutung, significación) de este discurso son
acontecimientos reales, no imaginarios”. [30]
Entre los intelectuales más emblemáticos del postmodernismo destaca Michel Foucault
(1926-1984). Foucault aglutina los valores de la revolución cultural de 1968: “las críticas del
poder y del saber establecidos, la denuncia de los mecanismos ocultos de dominación y un
hábil manejo del lenguaje filosófico-semiótico”. [25] En Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas (1966) y en La arqueología del saber (1969), Foucault
trata sus dos temas fuerza: el discurso y el poder, en su inseparable relación. El significado de
Foucault para la ciencia histórica reside, sobre todo, sintetizado en palabras de J. Baberoksi,
“en la historización de la racionalidad y en la noción de que el sujeto se constituye en unas
prácticas culturales, que a su vez forman parte del ámbito del poder”. [26]
Por su parte, Gadamer también ha teorizado sobre el conocimiento histórico en sus grandes
obras Verdad y Método (1960) y Verdad y Método II (1986) desde una perspectiva
humanista. Sobre la posibilidad de comunicación, pese a los diferentes lenguajes, y de acceso
del ser humano a la realidad, Gadamer afirma que la tarea de la hermenéutica no ha
terminado cuando se hablan lenguajes distintos y el entendimiento parece imposible:
La visión de la historia de Foucault, como práctica discursiva más que trasunto de unas
realidades objetivas del pasado, confluye con el enfoque historiográfico que proponen
quienes preconizan el lingüistic turn (giro lingüístico) anglosajón. La figura más descollante
entre estos es la del californiano Hayden White, cuya Metahistoria (1973) ha constituye un
hito en la historiografía similar al que supuso el Mediterráneo de Braudel, treinta años
antes. [27] White y los autores afines a este giro lingüístico centran la atención en la
mediación que el uso del lenguaje introduce en el conocimiento histórico y el modo en que el
lenguaje condiciona, de forma consciente e inconsciente, a quien escribe historia. Estos
autores, llamados a veces desde fuera narrativistas, subrayan la afinidad que la historia tiene
con la literatura, más que con las ciencias sociales. La forma de concatenar los hechos
dotándoles de trama y de sentido está determinada por apreciaciones estéticas −mediante un
cierto tipo de posibilidades básicas− y morales, por lo que, dice White, y pienso que en esto
tiene razón, toda historia −como relato− conlleva una metahistoria o filosofía de la historia.
Extremando la afinidad que la historia tiene como verbal fiction (como constructo lingüísticoliterario) con la literatura de ficción, se puede correr el riesgo de abrazar un relativismo según
el cual todas las historias tienen el mismo valor cognitivo. Según esta lógica, sería casi
imposible enfrentarse a los negacionistas que minusvaloran la Shoah llevada a cabo por el
nazismo. [28]
He dedicado en Las huellas del futuro (2012) algunas páginas sobre la posibilidad de una
renovada legitimación de la historia, frente a los retos del postmodernismo y del giro
lingüístico. Esbozo aquí algunas ideas capitales.
Roger Chartier, desde su prestigiosa praxis como historiador sociocultural, ha defendido las
propiedades específicas que tiene el relato histórico. Este es una representación que integra
capas o estratos que, a su vez, son efectos de realidades extralingüísticas, y es fruto de unos
procedimientos controlables y verificables. También Paul Ricoeur y Hans-Georg Gadamer,
desde posturas filosóficas cercanas (Ricoeur) o identificadas (Gadamer) con la hermenéutica,
han postulado que el relato histórico tiene como referente las realidades humanas del pasado
y no se agota en su artificio literario. La temporalidad, afirma Ricoeur, es “la estructura de la
existencia humana que alcanza el lenguaje en la narratividad” y la narratividad es “la
estructura del lenguaje que tiene a la temporalidad como su referente último”. (”Experience,
can be said, it demands to be said. To bring it to language is not to change it into something
else, but in articulating and developing it , to make it become itself.”) No es que
comprendamos la vida humana como una narrativa, sino que la propia dinámica de la acción
humana exige una narrativa para ser explicada cabalmente. [29] “El discurso histórico es una
“Ahí se plantea ésta justamente en su pleno sentido: como la tarea de encontrar el lenguaje
común […] Nunca se puede negar la posibilidad de entendimiento entre seres racionales. Ni
el relativismo que parece haber en la variedad de los lenguajes humanos constituye una
barrera para la razón cuya palabra es común a todos, como sabía ya Heráclito.[…] Es el
mismo mundo el que percibimos en común y se nos ofrece (traditur) como una tarea abierta
al infinito, no es nunca el mundo del primer día, sino algo que heredamos”. [31]
La filosofía hermenéutica de Gadamer ha influido considerablemente en
la Begriffsgeschgichte o historia de los conceptos. Es una corriente historiográfica que rescata
la referencia a la realidad y puede considerarse como una variante alemana del giro
linguïstico, sin excesos nihilistas. Lucien Hölscher ha escrito una buena introducción
contextualizadora de esta tendencia. En el enfoque de la Begriffgeschichte, los conceptos
(como Fortschritt, progreso, tan capital en el nacimiento de la modernidad) son a la vez
registros o testimonios de una realidad y factores de cambio de ella. La gran obra de
referencia para esta corriente es un diccionario monumental dirigido por O. Bruner, W.
Conze y R. Koselleck entre 1972 y 1992: Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon
zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland (Conceptos históricos fundamentales. Léxico
histórico para el lenguaje político-social en Alemania).
Auge y desarrollo de la historia medioambiental: una introducción
Las inquietudes y debates suscitados por los grandes problemas medioambientales que
afronta la humanidad en nuestro tiempo se quieran abordar con una amplia perspectiva
temporal. En esta nueva mirada sobre la evolución humana se prioriza la interacción,
experimentada a una escala sin precedentes, entre el devenir de la humanidad y el medio
ambiente natural.
En pocos decenios se ha difundido todo un nuevo espectro semántico: medio ambiente,
desarrollo sostenible, contaminación, energías limpias y, más recientemente, cambio
climático. Estos conceptos testimonian la conciencia de unos retos relativamente nuevos y
unas propuestas político-sociales para darles una respuesta satisfactoria. [32]
La historia medioambiental ha recibido un creciente reconocimiento por la comunidad
académica, testimoniado en los quinquenales Congresos Internacionales de Ciencias
Históricas. En el de 2000 en Oslo suscitó una atención mediática insólita y allí se dio a
conocer la creación de una European Society for Environmental History (ESEH). En los
Estados Unidos de Norteamérica la sociedad científica análoga se había fundado ya en 1977
(ASEH). La ASEH edita la revista quizás más importante en ese ámbito: Environmental
History. En 2005 en el ICHS de Sydney la historia medioambiental constituyó uno de los
tres major themes, desglosados en varios bloques. La coordinadora general de este gran tema
fue Verena Wiriwarter. [33]
algunos intelectuales anteponen en estas cuestiones el principio de responsabilidad a la
confianza ciega en el progreso −o más bien pseudo-progreso− humano. [36]
El auge de la historia medioambiental y la proliferación de estudios ha conllevado la
aparición de algunas enciclopedias ya desde 2004. Así la Encyclopedia of World
Environmental History editada por Shepard Krech, J. R. McNeill y Caroline Merchant. Con
respecto a la difusión de ese nuevo enfoque historiográfico entre los estudiantes de historia,
me parece alentador que en un atlas histórico publicado en Barcelona en el año 2000 se
incluyan algunas páginas al reto ecológico y al comercio de los deshechos. [34]
Algunas catástrofes recientes nos recuerdan la fuerza enorme, en parte imprevisible, de la
naturaleza, y nos advierten de que no deben subestimarse las consecuencias ecológicas,
económicas, sociales, políticas y culturales de las manifestaciones de esa fuerza. Basta pensar
en las trágicas consecuencias del tsunami que tuvo lugar en el Océano Índico en 2004
(afectando especialmente a Indonesia), del terremoto en Haití del 2010 y del accidente del 11
de marzo de 2011 en la central nuclear de Fukushima, tras un fuerte terremoto, que provocó
un tsunami en la costa noreste de Japón.
El reciente desarrollo de la historia medioambiental tiene mucho que ver con el ecologismo
como movimiento socio-político, uno de los pocos grandes “ismos” surgidos en el siglo XX,
precozmente articulado en Alemania en el partido de Los Verdes (Die Grünen).
Globalización e historiografía: cambio de perspectiva y de marco referencia
La preservación del medioambiente humano, también a futuro, es un compromiso directo con
el mantenimiento de unas saludables condiciones de vida en la dimensión biológica (no la
única, pero si fundamental) de los seres humanos presentes y venideros. Este compromiso
implica una solidaridad intergeneracional, no exenta de instinto de supervivencia, para
contribuir a que el desarrollo económico-social sea sostenible a escala mundial y no a
expensas de una degradación difícilmente reversible del entorno.
La historia medioambiental puede abordarse con distintos enfoques, según la antropología
filosófica en que estos se apoyen. Puede enfocarse desde la convicción de que el punto de
referencia fundamental es el ser humano; no como dueño absoluto, pero sí como
usufructuario de la naturaleza. Con este enfoque no hay una oposición, aunque sí una
moderada prevención, respecto a la llamada “acción antrópica” (intervención humana) en la
naturaleza. (Esta es la opción con la que más me identifico).
Otro enfoque posible de la historia medioambiental es el radicalmente geocéntrico según el
cual Gea (la tierra) tiene prioridad total sobre los seres humanos. Esta perspectiva reclama la
preservación de un entorno natural convertido en un todo viviente y en valor supremo.
La práctica de la historia medioambiental requiere una cierta familiaridad no solo con las
ciencias humanístico-sociales afines, sino también con ciencias físico-matemáticas. Solo así
se pueden valorar índices de contaminación o cambios en la energía. En cuanto a información
para épocas anteriores a los registros climáticos oficiales, el historiador ha de recurrir a
fuentes indirectas.
Hoy la historiografía ha de asumir que el medio ambiente es una categoría básica en la
historia, junto con el poder, la economía y la cultura. [35] La categoría del medio ambiente
está inseparablemente vinculada al poder político. Además, la relación de una sociedad con el
medio ambiente implica un problema económico crucial, pues el éxito económico ha exigido
siempre un abastecimiento duradero de energía. En este contexto de hacer compatible el
dinamismo económico con la preservación del medio ambiente surgen las nociones −y
objetivos− capitales de “sostenibilidad”, “eco-industria” y desarrollo de “energías renovables
o limpias”. El medio ambiente humano está entretejido así mismo con la categoría básica de
cultura. Cada forma de percibir e interpretar el medio ambiente encaja en un contexto
histórico-cultural concreto.
Ahora somos más conscientes que hace cincuenta años de que los hombres podemos infligir a
la naturaleza daños difícilmente reversibles. Ante este amplio margen de incertidumbre
La práctica y la reflexión historiográficas, incitadas por las experiencias del presente, han
ampliado su marco de referencia y de enfoque. Se quiere abarcar todo el planeta y enfocar el
discurso en consonancia con la creciente globalización o mundialización de los fenómenos
humanos. La percepción del mundo como escenario unitario del devenir humano −favorecida
por los mass media e Internet− ha impulsado una historia global. [37]
Ya el gran humanista erasmiano Juan Luis Vives escribía en 1531 que “el mundo se ha
abierto a la especie humana”, y pocos decenios después Jean Bodin pensaba que se había
creado una comunidad política universal en la que se hallaban vinculados todos los hombres
“como si no formasen más que una ciudad”. [38] Esta idea de que existió una primera
mundialización ibérica ha sido articulada por el historiador francés Serge Gruzinski en Les
quatre parties du monde. Histoire d’une mondialisation (2004). En la época del
Renacimiento, en sentido lato, la experiencia de esa (primera) mundialización supuso una
enorme ampliación de campo para reflexionar sobre la plasticidad de la naturaleza humana.
El conocimiento de múltiples culturas amerindias demandaba ya una nueva lectura de la
historia humana.
Hoy, en mucha mayor escala que en el siglo XVI, formamos una cuasi república universal.
Constituimos, por ejemplo, una república universal de internautas y de productoresconsumidores (prosumers). También tenemos mucha mayor conciencia de nuestra mutua
dependencia y responsabilidad con respecto al entorno natural que compartimos (o
disputamos). Todo ello lleva a buscar una historia que explique cómo se ha forjado la
interdependencia creciente entre países de todos los continentes, áreas culturales y estatus
económicos.
Bajo la global history o world history se cobijan una gran heterogeneidad de concepciones
teóricas y de prácticas metodológicas. Pero cabe detectar algunas direcciones comunes, como
hizo Patrick O’Brien en el XIX ICHS de Oslo, al poner el foco en las conexiones y
comparaciones entre sociedades, por encima de las fronteras nacionales y culturales.
También, la atención prestada a las constricciones de tipo medioambiental y biológico que
afectan a la actividad humana. Todo ello para permitir una apreciación menos etnocéntrica de
los múltiples logros de los pueblos humanos.
En ese mismo congreso de Oslo el tema de una historia global fue abordado también en otra
sección con el título de encuentros culturales entre continentes a través de los siglos. En la
síntesis introductoria, Jerry H. Bentley, fundador de la revista Journal of World
History (1990), destaca que la nueva perspectiva histórica global no quiere demoler toda
historia nacional, sino problematizar sus apriorismos acríticos y superar sus
limitaciones. [39] Remarca también la importancia que han tenido en los estudios de historia
global, desde el decenio de 1960, los sociólogos, antropólogos, economistas y politólogos,
más atrevidos a veces que los historiadores.
Por mi parte, hago notar un paralelismo entre la contribución de otros científicos sociales a
este cambio de perspectiva en el discurso histórico y el que ellos tuvieron en la renovación
nucleada en torno a la revista francesa Annales. Podría engarzar ambas renovaciones la figura
del geo-historiador Fernand Braudel, para quien las teorizaciones sobre las dinámicas de las
civilizaciones de O. Spengler y A. Toynbee fueron un acicate. La noción braudeliana de
“préstamos” o “transferencias culturales” lleva implícita el concepto de “encuentro”, clave en
la historia global.
Natalie Z. Davis advirtió en ese congreso de Oslo de que, en su afán por superar una historia
centrada en Occidente, la World History puede correr el riesgo de convertirse en una historia,
también parcial, de los lugares y pueblos no occidentales. He aquí, literalmente, su punto de
vista respecto a si es adecuado para la historia global tener una única “master-narrative” (un
relato interpretativo de referencia)
“If a new decentered global history is discovering important alternate historical paths and
trajectories, then it might also well to let its big stories be alternated or multiple. The
challenge for global history is to place these narratives creatively within an interactive
frame”. [40]
Como diseñar ese interactive frame es la gran cuestión que queda en el aire. Más allá de este
interrogante que es, en parte, metahistórico, es evidente que entre una parte muy significativa
de los historiadores existe hoy un compromiso con el giro globalizador o globalizante en el
estudio de la historia y hay abundantes pruebas de ello. [41]
El surgimiento de la historia global está relacionado con el proceso de descolonización del
decenio de 1960 en el que la mayoría de países africanos lograron su independencia respecto
a los estados de Europa occidental. (Los países de la India británica la habían conseguido ya
tras el fin de la II Guerra Mundial). Así, la historia global puede verse como una
reivindicación del papel que desempeñaron en la historia mundial las culturas diferentes a la
europeo-occidental; también puede considerarse una denuncia de la visión eurocéntrica de la
historia acuñada en el siglo XIX, la cual giraba en torno al progreso de la civilización en el
mundo efectuada a través de la modernización y expansión de los estados nacionales
europeos. A la denuncia de este colonialismo historiográfico europeo contribuyeron tanto la
influencia del marxismo (en distintas variantes) como el relativismo cultural propiciado por
algunos intelectuales norteamericanos y europeos (Clifford Geertz o Michel de Foucault, por
ejemplo).
En el citado contexto se entiende bien que los historiadores de las antiguas colonias europeas,
como la India o Palestina, hayan querido exponer otra visión de la historia surgida desde el
propio bagaje cultural y desde la propia percepción de su situación económico-social. El
historiador palestino Edward Said y la revista Subaltern Studies (fundada en 1982 por el
historiador indio Ranahit Guja) son referentes importantes en estos
enfoques. Orientalism (1978), de E. Said, ha tenido una gran repercusión en los decenios
posteriores. En esta obra, Said estudia y denuncia el discurso sobre Oriente Próximo y
Oriente Medio construido por los especialistas occidentales: una representación
fundamentalmente falseada y creada con intenciones de dominio. [42]
La revista Subaltern Studies se inspira en el concepto gramsciano de “clases subalternas”. Se
propone rescatar el protagonismo activo de los diferentes grupos étnicos de la India, con
especial atención a la gente común −fundamentalmente campesina− en la configuración de la
historia del país y de su independencia, sin reducir ese protagonismo a la élite burguesa
britanizada. [43] Otro de los historiadores emblemáticos en los estudios postcoloniales es
Ashis Nandy, también indio. Nandy es muy crítico respecto a la modernidad secular de
Occidente, que señala como contraria a las tradiciones culturales y populares de la India.
La historia global puede hacerse desde perspectivas teóricas sensiblemente diferentes. Así, se
puede estudiar −como propone Sigheru Akita− desde el enfoque de la historia económica. La
historia global sería un tipo de historia mega-regional en el contexto de la formación y
desarrollo de una economía mundial capitalista. [44] Esta es una aproximación de claras
resonancias wallersteinianas. Interdependencia, interconectividad y comparativismo son
palabras claves en este enfoque y en todos los de la historia global.
Más comprehensivo me parece el enfoque que propone Carlo Galli sobre la globalización.
Para él, la globalización es “el recíproco confundirse, el entrelazarse y el contaminarse (con
intensidad variable en las diversas áreas del planeta) de las culturas tradicionales con los
impulsos ultramodernos y posmodernos del Occidente en expansión”. [45] Esta diversidad de
formas en que se realiza la globalización lleva a Jürgen Osterhammel a sostener, en una obra
muy reciente, que debe hablarse no de globalización, sino de globalizaciones en contextos
particulares. [46]
La propuesta de la plataforma académica de historiadores franco-alemanes Geschichte.
Transnational, comparte algunos objetivos con la historia global. Esta historia transnacional
quiere integrar un amplio espectro de enfoques que se centran en el análisis de los encuentros,
traspasos de fronteras e intercambios entre diferentes culturas o sociedades. [47]
Desde luego, la historia transnacional no es una propuesta historiográfica exclusivamente
europea, pues en ella trabajan investigadores de países asiáticos y de otras áreas civilizatorias.
En Huellas del futuro (2012) presento algunos de estos estudios.
La historia global, en la actualidad, no es solo una propuesta para el futuro. En algunos países
ha adquirido cierta decantación incluso en manuales. Así, el manual ya clásico de Jerry
Bentley y Herbert Ziegler, Tradition and Encounters. A Global Perspectiva on the
Past (2009) se propone una lectura de la historia de la humanidad que no toma como punto
de referencia ninguna civilización en particular, sino que parte de la humanidad en su
diversidad como sujeto de análisis y centra la atención en las progresivas convergencias de
las diversas civilizaciones.
La historiografía en la sociedad mediática actual
En la sociedad global y mediática de hoy, con cierta alergia a la escritura y fascinada por la
imagen, ¿tiene algún futuro la historiografía como conocimiento plasmado en escrito sobre el
pasado? Si nos limitáramos a considerar la historiografía académica, proclive a la erudición y
a la abstracción, la respuesta tendría unos tintes sombríos. En cambio, es indudable que la
fascinación que siguen ejerciendo algunas etapas o acontecimientos de la humanidad −no
necesariamente benéficos− puede combinarse, si hay capacidad de comunicación, con la
escritura histórica. El gran interés vivencial por la memoria y sus lugares de condensación,
por conocer los momentos decisivos, más o menos mitificados, de la propia comunidad,
seguirá alimentando, aunque sea de forma mediata o indirecta, la creación historiográfica. Es
un hecho que en Occidente, y no sólo en él, una parte importante de las novelas, películas,
series de TV y juegos de rol consumidos con avidez, tienen un trasfondo histórico. Entramos
con ello en la cuestión de qué es y cómo se configura la cultura histórica de una comunidad,
sobre la que se puede ver en este portal una entrada específica. También en mi libro Las
huellas del futuro se puede leer un extenso capítulo final sobre cultura histórica y memoria en
el mundo actual.
En esta sociedad de las emociones, en las que prevalecen los sentimientos sobre la reflexión,
la historiografía ha de asumir una doble función. Por una parte, debe hallar formas de ampliar
su campo temático de modo que estudie también esos impulsos más emocionales que
racionales, los cuales han sido operativos en la evolución social. De hecho, hay precedentes.
Por citar algunos, en este último medio siglo, la obra de Jean Delumeau sobre el miedo, o con
una tónica más positiva, la de Theodor Zeldin sobre la felicidad.
Otra función que puede y debe seguir teniendo la escritura de la historia es la desmitificación
de los idola tribu. Quien escribe historia debe aportar sentido crítico y contener la
propensión, siempre subyacente, a caer en una identificación excesiva con la propia
comunidad y/o con las propias expectativas de futuro. El lenguaje, ciertamente, nos veda una
total neutralidad, pero la moderación, la autodisciplina y la escucha de voces diversas podrán
facilitar que el discurso escrito ofrecido por la historiadora o el historiador pueda ser
asumido, al menos en parte, por quien se acerca a su relato desde otras procedencias o
preferencias. Sólo así la historiografía podrá cumplir los cometidos humanísticos que tiene,
además de luchar contra la muerte y el olvido: nutrir nuestra libertad, explorar mejor la
complejidad de la condición humana en su despliegue temporal y contribuir a un
entendimiento entre pueblos que están integrados, en último término, por personas siempre
soñadoras y menesterosas.
Dr. Fernando Sánchez-Marcos (2020).
(Catedrático emérito de Historia Moderna de la Universitat de Barcelona. Fundador y
Director del portal web http://culturahistorica.org).
NOTAS AL FINAL
[1] Cfr. Iggers, Georg (1997). Historiography in the Twentieth Century. From Objectivity to
the Postmodern Challenge. Hanover: Wesleyan University Press.
Sánchez Marcos, Fernando (2012). Las huellas del futuro: Historiografía y cultura histórica
en el siglo XX. Barcelona: Edicions i Publicacions de la Universitat de Barcelona.
[2] Tratan también de otras civilizaciones:
Iggers, Georg G. y Wang, Q. Edward, (2008), A Global History of Modern
Historiography. Londres y Nueva York: Pearson Ltd.
Woolf, Daniel, Daniel (2005), “Historiography”, pp. 61-80, accesible en este portal.
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