Placer y virtud en Platón Carlos Javier González Serrano / 29 julio, 2017 Nadie se dirige hacia lo malo queriendo (Platón, Protágoras, 358 c) Platón explica en el Fedón (100 b) que debemos tener en cuenta que nuestra capacidad de conceptualización refleja, en cierto modo, la estructura que subyace a la realidad, es decir, que la realidad se asienta sobre patrones inteligibles estables y perdurables (defendiendo así la superioridad de lo racional frente a lo sensible). El asunto del placer en Platón supone un punto central de su pensamiento, pues de una buena educación en y sobre él dependerá que pueda o no erigirse un proyecto no sólo de excelencia personal, sino también política. Ello supondrá dirimir la relación existente entre cuerpo y alma: ¿de qué manera nos influye lo sensible? Platón se enfrenta así al conocimiento de lo que es (las ideas o formas) y de lo que uno es (cuidado de sí). Por eso la escisión entre un orden inteligible y otro sensible no se impone en su doctrina de forma arbitraria, sino que obedece más bien a una necesidad: que las ideas no se vean afectadas por la multiplicidad y el incesante cambio, con el objetivo de alcanzar un conocimiento estable y verdadero que constituye precisamente el principio del devenir. En definitiva, existe un proyecto de otorgar consistencia a la realidad. Un aspecto importante de cara al estudio del Protágoras es tomar en consideración el papel del cuerpo, que no parece rechazado o vilipendiado sin más por Platón; más bien, la meta se sitúa en ofrecer límites a los apetitos siempre crecientes, y que suponen en este sentido un obstáculo para la culminación de las actividades intelectuales. Sigmund Freud explicará convencido dos milenios más tarde en su Introducción al psicoanálisis, sin duda haciéndose eco implícito de la doctrina platónica (así como de algunos puntos centrales de la teoría estética de Schopenhauer), que “creemos que la cultura ha sido creada obedeciendo al impulso de las necesidades vitales y a costa de la satisfacción de los instintos, y que es de continuo creada de nuevo, en parte, del mismo modo, pues cada individuo que entra en la sociedad humana repite, en provecho de la colectividad, el sacrificio de la satisfacción de sus instintos”. En el Protágoras, Sócrates sostendrá que el placer es un bien, e incluso llega a parecer en cierto momento que es el criterio para medir los demás bienes. Sin embargo, en el Gorgias afirma que el bien y el placer no son lo mismo, y que sólo aquél ha de ser el fin de las acciones. ¿Cómo hacernos cargo de estas aparentes contradicciones? El estudioso Charles Kahn sostiene que no existe ruptura, sino más bien un Sócrates continuamente “resbaladizo”, hasta el punto de que en el Fedón se hablará de una “moral de esclavos”, aquella en la que los apetitos, nuestros deseos, encadenan el alma; la solución ante tal moral dominada por lo “irracional” será la sabiduría que purifica de tal esclavismo. El que quiera ser feliz ha de perseguir y ejercitar la moderación, así como huir de la indisciplina lo más rápido que uno pueda […], de modo que haya justicia y moderación para el que se propone ser dichoso, y así debe obrar, sin dejar que los apetitos se queden sin recibir disciplina y que por intentar colmarlos, mal inacabable, se lleve vida de bandido (Gorgias, 507 d-e). En ciertos diálogos como el Gorgias, Protágoras, Fedón o Filebo, e incluso en algunos fragmentos de la República, predomina una temática que parece preocupar mucho a Platón: el auténtico placer ha de estar siempre acompañado de cierta medida que, además, es necesario conocer. Es decir, el sabio no es el que sabe mucho, un simple erudito, sino el que escucha, el que pone oídos atentos a lo que los apetitos tienen que decirle, sin colocar como última meta de su acción al placer. En el Protágoras el placer se anuncia como un bien, aunque, en primer lugar, el verdadero placer es un bien solamente en tanto que lo encontramos medido por la sabiduría, y en segundo lugar, el placer se vuelve engañoso si no está secundado por un certero (prudente) cálculo –que podría verse malversado por la ignorancia–. Centrándonos en el Protágoras, Platón subraya el poder de la sabiduría sobre nuestras acciones; cuando ésta se halla presente, el deseo da certera y justamente con lo que buscaba, el auténtico placer. De esta manera, el ánimo, el alma, encuentra la paz. Así, lo que se dice en el Protágoras seguiría vigente en República, a saber, que cuando el sujeto sufre una suerte de división entre deseos contrarios no armonizados por la sabiduría (la única y apropiada fuerza directriz), en ese caso, no podría darse una verdadera satisfacción del sujeto como un todo: estaríamos, pues, en el caso de aquella moral de esclavos, atados a los dolorosos y aguijoneantes vaivenes del deseo. El objetivo de Platón es que el sujeto invierta toda su energía y todas sus fuerzas de manera satisfactoria y en el buen camino. Sócrates no sostendría entonces una posición meramente hedonista-sensual (algo es bueno si nos parece inmediatamente placentero), pero tampoco un hedonismo-racionalista-calculador (algo es bueno si parece potencialmente productor de placer en lo venidero). ¿Qué disposición tienes con respecto al saber? ¡Eres también del mismo parecer que la mayoría de los hombres o de otro? La mayoría opina sobre el saber que no es fuerte ni guía rector, y no piensa que éste es precisamente así, sino que frecuentemente, cuando se da el saber en una persona, piensa que no es el saber el que rige a ésta, sino otra cosa: a veces el ánimo, el placer, el sufrimiento, otras veces el amor, o frecuentemente el miedo. Y considera sin más al saber como si fuera un esclavo arrastrado por todas las demás cosas. Así que, ¿tienes tú también semejante parecer sobre éste o piensas que el saber es bello y capaz de regir al hombre, y una vez que uno conoce lo bueno y lo malo, que no será dominado por nada para hacer otras cosas más que las que le ordena el saber, sino que la sensatez se basta para socorrer al hombre? (Protágoras, 352b). El Sócrates del Protágoras no estima que el placer constituya un fin suficiente de la vida, ni que la vida pueda reducirse al placer. “Calcular” los placeres no es más que conocer su medida, más allá de cualquier apariencia. Basta ser sabio para obrar bien: el sabio conoce el bien, lo desea siempre y obra en consecuencia, por mucho que pudiera exigirle renuncias y sacrificios (un concepto de bien que nos acerca al sostenido por Kant). Platón no niega en el Protágoras que un deseo irracional pueda prevalecer en nuestra acción; más bien defiende que, si se halla presente la sabiduría, su aparición será suficiente para elegir el bien. En definitiva: existe la posibilidad de ser vencido por el placer, pero quien conoce la medida justa y apropiada de los placeres y aprende mediante la práctica a obrar bien, no podrá ser nunca avasallado por él, y por ello quien es sabio mide y obra bien, y además vive tranquilo, en paz consigo mismo. El sujeto que ha comprendido esto se obligará a sí mismo, no sin esfuerzo, a no dejarse llevar por el deseo: el conocimiento ofrece la clave para obrar bien indefectiblemente. La sabiduría se presenta en el Protágoras como un tipo de conocimiento alejado del científico o del que posee el erudito; este especial conocimiento alberga el poder de tornar el temor en confianza, el enfado en serenidad, lo desmedido en perfecta medida. En el Filebo, Platón se propone investigar si existe algún tipo de disposición o estado que procuren al ser humano una vida feliz, y con este objetivo se interroga en qué medida la propia felicidad es ofrecida por el placer, la prudencia, el intelecto o el recuerdo. En este complejo diálogo Sócrates concluye que el placer no es el bien más primordial, y da prioridad a lo mesurado y medido, lo relativo a la proporción, lo hermoso, lo perfecto, el intelecto y las ciencias. En último lugar estarían los placeres, pero aquellos que Platón denomina “puros”, es decir, los que acompañan al ejercicio de las tales ciencias. El auténtico sabio es el que alcanza la virtud del saber, un conocimiento que permite el dominio de sí y, por tanto, el control racional de nuestros actos (sophrosyne). Pues si lo agradable es bueno, nadie que sepa ni crea que hay otras cosas mejores que las que él hace, siendo realizables, hará éstas, siendo posible hacer las mejores. Y el ser vencido por esto mismo no es más que ignorancia y el dominarlo no es más que sabiduría (Protágoras, 358b-c). Lo que nos queda a los seres humanos, y no es ligera tarea, es llegar a ser buenos, esforzarse por ello, siendo siempre conscientes de que no es un estado definitivo, permanente: “Lo difícil, aunque posible, es llegar a ser cabal; serlo es imposible” (Protágoras, 344 e). La virtud exige cierta praxis: no basta con saber, es preciso ejercitarse, y la bondad, por tanto, será aprendida mediante una práctica portadora de aquella sabiduría, que traerá consigo todas las demás virtudes, pues podrá escrutar en cada caso el lugar donde se encuentra el bien.